Bibliófilos y bibliotecas en la España musulmana
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Julián Ribera y Tarragó
Julián Ribera y Tarragó (Carcagente, Valencia, 1858 - Madrid, 1934) fue catedrático de lengua árabe en la Universidad de Zaragoza, de Historia de la civilización judía y musulmana en la Universidad Central y de literatura árabigoespañola en la misma Universidad e individuo de número en la Real Academia Española y la Real Academia de la Historia. Junto a su maestro Codera y su discípulo Asín Palacios, es considerado como una de las figuras fundacionales y más señeras del arabismo español. Pensador polifacético y comprometido, reivindicó ideas afines a las propugnadas por la Institución Libre de Enseñanza, cofundó la Revista de Aragón en 1900 y publicó un gran número de artículos en los que analizaba la realidad de la España de su tiempo. La historiografía, la musicología, la sociología o la filosofía de la educación fueron algunos de los campos igualmente cultivados por él. Entre su abundante producción cabe destacar Orígenes del Justicia de Aragón (1858), Lo científico en la Historia (1906) o La música árabe y su influencia en la española (1927), además de ediciones y traducciones de fuentes árabes. El rigor de sus planteamientos metodológicos y la audacia de algunas de sus investigaciones, como las relativas a las influencias culturales árabes en el occidente cristiano, abrieron un campo de estudio fértil para las posteriores generaciones de arabistas.
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Bibliófilos y bibliotecas en la España musulmana - Julián Ribera y Tarragó
LITERATURA ÁRABE E ISLAM
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Universidad Complutense de Madrid
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CONICET
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Universidad de Extremadura
Prólogo
Bibliófilos y bibliotecas en la España musulmana fue presentado como discurso en la Universidad de Zaragoza en 1895 y publicado al año siguiente en esa misma ciudad. En 1925 se reeditó en Córdoba y en 1928 en Madrid, formando parte de Disertaciones y opúsculos, la colección de ensayos reunidos con motivo de su jubilación por sus discípulos y editados por Miguel Asín Palacios. Dicha edición —que reproducimos aquí, agrupando en un apéndice final las notas que originalmente aparecían intercaladas en el texto— incluía un valioso aparato crítico que, en un principio, su autor había omitido. En 1972 se reeditó en Nueva York y en 2007 en Pamplona con un excelente estudio introductorio a cargo de Mª Jesús Viguera. Fue también traducido al urdu en 1974. Probablemente, su autor no imaginaba hasta qué punto este discurso se convertiría en obra pionera y de referencia para todo lo relacionado con la bibliofilia en al-Andalus. De hecho, Julián Ribera consideraba este discurso como una muestra de los materiales que había ido recopilando con la intención de redactar un trabajo de mayor envergadura y que, como afirmaba en la introducción, no tenía aún intención de publicar.
Julián Ribera tuvo una importancia extraordinaria no sólo en la historia del arabismo, sino también de las humanidades en España. Imbuido de las ideas de la crisis noventayochista, se involucró en la regeneración académica y tuvo una participación activa en empresas intelectuales de lo más diverso: archivos, universidades, academias, revistas, etc.
Puede considerarse que el s. XVIII marca el inicio del estudio científico de lo árabo-islámico en España. Con el respaldo del poder oficial y a veces mediante el sufragio de las instituciones ilustradas, tienen lugar una serie de iniciativas tales como la formación de especialistas, la redacción del catálogo de manuscritos árabes de El Escorial, la creación de cátedras, etc. En el s. XIX la corriente romántica predominante en Europa influye también en los estudios árabes y en el modo de ver al-Andalus por parte de los estudiosos nacionales y, mediando ya el siglo, los liberales consiguen llevar el árabe a las Universidades de Madrid, Granada, Salamanca y Zaragoza. Poco a poco, el arabismo se fue alejando de los estudios teológicos de los que tradicionalmente había formado parte y al-Andalus y sus fuentes documentales se fueron integrando en la historiografía española. Tras esta primera fase decimonónica, tendente al enciclopedismo y no exenta de polémica¹, el arabismo español inicia su etapa positivista con Francisco Codera y Zaidín (1836-1917) y los denominados Beni Codera (= hijos de Codera), entre quienes se encuentra Julián Ribera. Los prejuicios contra los árabes y la valoración ilegitimadora de al-Andalus van desapareciendo, aunque aún encontremos en el primer Codera y en otros arabistas como Simonet (1829-1897) una persistencia de esa actitud hostil hacia el Islam. En esa etapa no es necesario ya reivindicar la validez de la documentación árabe, se trata entonces de recopilar, editar y traducir las fuentes árabes medievales. Según Asín Palacios, Gayangos, Codera y Ribera habían roto con el concepto de arabista como conocedor únicamente de la lengua árabe, y habían empezado a considerarla como un instrumento para conocer el pasado².
Ribera nació en Carcagente (Valencia) en 1858 y comenzó sus estudios de árabe con Francisco Codera en la Universidad de Madrid en 1882. En 1887 obtuvo la cátedra de lengua árabe en la Universidad de Zaragoza donde inició una labor de edición e impresión de textos clásicos árabes. Los diecisiete años que Ribera pasó en esa universidad fueron decisivos para su formación intelectual. Al mismo tiempo que consolidaba su estudio de al-Andalus, se involucraba en proyectos como la Revista de Aragón y El Archivo. La primera fue editada junto con el catedrático de Historia Eduardo Ibarra y, carente de subvención oficial alguna, se mantenía gracias al esfuerzo desinteresado de estos catedráticos y sus discípulos. La publicación dio cabida a estudios misceláneos, progresistas y de un elevado nivel académico. En ella, Ribera criticaba sin tapujos a la sociedad, la burocracia y la política interior y exterior española.
Julián Ribera y su maestro Codera, pusieron en pie la Bibliotheca Arabico-Hispanica (BAH) —desde 1882 hasta 1895 y establecida, por cierto, en la propia casa de Codera hasta 1893— haciendo acopio de mansucritos andalusíes y editándolos, sentando así las bases para el estudio de la realidad histórica, social e intelectual de al-Andalus. Valiéndose de sus habilidades como litógrafo, tipógrafo y fotógrafo, Julián Ribera elaboró unos moldes tipográficos que facilitaron y abarataron la tarea de impresión de textos árabes, cubriendo así las carencias de fondos bibliográficos. Gracias a su iniciativa bibliófila³, rescató de la ruina algunos manuscritos como los aljamiado-moriscos descubiertos en Almonacid de la Sierra en Zaragoza o los que se encontraban en el Archivo de la Corona de Aragón⁴. La primera colección de manuscritos constituía la biblioteca privada de un morisco y fue descubierta durante las obras en una casa en 1884. Lo interesante del hallazgo fue la información que esos manuscritos aportaban a lo que debió ser la vida religiosa y cotidiana de los moriscos de Aragón, y a sus costumbres y supersticiones. Entre ellos se encontró un resumen de la célebre Ihya del teólogo Algacel (m. 111), que demostraba hasta qué punto seguían arraigadas entre los moriscos sus anteriores creencias y la pervivencia entre ellos de obras clásicas cultas. Una selección de estos textos aljamiados con una introducción redactada por Ribera, fue el manual de iniciación de los arabistas españoles de la época. El segundo conjunto de manuscritos, conservado en el Archivo de la Corona de Aragón en Barcelona —cuyo catálogo se encargó de elaborar el propio Ribera—, atesoraba documentos diplomáticos árabes relativos al contacto entre el Reino de Aragón y los reinos musulmanes de Oriente, Norte de África y Granada. Asimismo, Ribera inicia la Colección de Estudios Árabes (1897-1903) para publicar sin excesivo aparato crítico los resultados de las investigaciones de los arabistas y hacer así accesibles diferentes aspectos de la historia del Islam, preferentemente de al-Andalus, a los no iniciados⁵.
Codera ya había viajado a Argelia y Túnez en busca de manuscritos que sirvieran de base documental al estudio de al-Andalus y, años después, Ribera viajaría a Marruecos formando parte de la embajada española del general Martínez Campos a dicho país, para engrosar el catálogo de fuentes árabes iniciado por su maestro. Esta estancia le permitió, además, conocer de primera mano la realidad marroquí y las, por entonces, turbulentas relaciones con España. Ante la dificultad inicial de adquirir de bibliotecas privadas marroquíes fuentes árabes andalusíes,