El fuego está en otra parte
Por Marga Clavell
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El fuego está en otra parte - Marga Clavell
El fuego está en otra parte
El fuego está en otra parte
Marga Clavell
Índice de contenido
Capítulo I
Capítulo II
Capítulo III
Capítulo IV
Capítulo V
Capítulo VI
Capítulo VII
Capítulo VIII
Capítulo IX
Capítulo X
Capítulo XI
Capítulo XII
Epílogo
Landmarks
Tabla de contenidos
Comienzo de lectura
Portada
Diseño de tapa: Ezequiel Cafaro
© Marcial Gala, 2024. By arrangement with Literarische Agentur Mertin inh. Nicole Witt e. K. Frankfurt am Main, Germany
© Ediciones Corregidor, 2024
Lima 575 1° piso (C1073AAK) Bs. As.
Web site: www.corregidor.com
e-mail: corregidor@corregidor.com
Este libro no puede ser reproducido total ni parcialmente en ninguna forma ni por ningún medio o procedimiento, sea reprográfico, fotocopia, microfilmación, mimeógrafo o cualquier otro sistema mecánico, fotoquímico, electrónico, informático, magnético, electroóptico, etc. Cualquier reproducción sin el permiso previo por escrito de la editorial viola derechos reservados, es ilegal y constituye un delito.
Versión: 1.0
Digitalización: Proyecto 451
A Jorge, por todo
…la nieve despertaba en ella la sensación de la brevedad y la belleza de la vida y le hacía sentir que en realidad las personas se parecían a pesar de todas sus enemistades y que el universo y el tiempo eran muy vastos mientras que el mundo de los humanos era demasiado angosto. Por eso cuando nevaba las gentes se aproximaban unas a otras. Era como si la nieve cayera sobre todas las enemistades, sobre todos los enojos y furores, y les acercara.
ORHAN PAMUK, Nieve
Capítulo I
Una mañana más, un ser humano menos.
Era feriado. Lunes y feriado. La luz sepia rasgaba los grises del cielo. Gris acero, gris plata. Gris muerte. Las nubes nos cubrían con una dura capa de madreperla. Era el día más frío del año. Yo caminaba lento entre las lápidas, a unos cuantos metros de los otros. El cuello del abrigo levantado me rozaba las mejillas, mientras leía como una autómata los nombres grabados sobre el mármol. Todas esas placas iguales, ordenadas con prolijidad sobre el césped impecable, algunas con más de un ocupante. Extraña suerte de propiedad horizontal subterránea, tan contraria a la idea ortodoxa del eterno descanso. Uno arriba de otro, y otro más, los muertos en falso equilibrio. Dentro de poco, Pablo se sumaría a esa comunidad silenciosa y promiscua. Como él, yo detesto la idea de estar encerrada en un lugar así. Sin embargo, aquella mañana las tumbas me atraían. Anhelaba poder esperarlo de alguna manera del otro lado, estar allí cuando él llegara, huir de este mundo por un instante. Desaparecer. Como el alma que él me había robado.
Un viento helado me trajo otra vez a la vida.
Yo misma colaboré como cómplice del crimen. Cada secreto que compartimos, los sueños confesados, las risas y las lágrimas, no eran más que minúsculas pérdidas de alma que yo sufría. Él me las robaba poco a poco, se las apoderaba y las retenía con fuerza entre sus manos. Pedacitos de inmaterialidad volátil que atesoraban todo lo que fui desde niña, todo lo que soy, y lo que seré mañana. Se deslizaban fuera de mi cuerpo silenciosamente, como para que no lo notara. Nacían cálidos, pero se transformaban en astillas de hielo al salir para derretirse cuando Pablo las atrapaba. El vacío interior aumentaba año tras año. Hoy ya no logro sostenerme: me sostenía Pablo. Ahora que se fue no sé dónde estoy, si me llevó con él y mi vida es apenas un espejismo, o si quedé flotando como un ser imaginario, sin más posibilidades que volver a encontrarme o desaparecer. Hasta ayer yo vivía en él, pero ahora que murió ya no sé si vivo. Mirá, Pablo, mirá lo que me hiciste.
Avanzaba despacio hacia su tumba. La tierra helada crujía bajo la escarcha. Un espíritu denso, pesado, se apoderaba de mí y me dificultaba cada paso. Su sepultura me aguardaba como si fuera propia. La vida es un viaje de ida con destino prefijado. Ayuda creer que hay algo más allá. Traté de acercarte a la fe, Pablo, de la misma manera en que vos, sin quererlo, intestaste alejarme. Espero que algo te haya consolado en el minuto final. No pude estar a tu lado, no me correspondía. De todas maneras, debe ser fácil morir, ¿no? Tal vez sea lo único que todos logramos tarde o temprano. Con mayor o menor dolor, con largas esperas o de inmediato, dejando atrás lágrimas o tal vez alegrías. No hay ser humano que no haya conseguido hacerlo. No creo que me hayas necesitado para eso, Pablo.
Nadie debía notar mi presencia. El protagonismo no me sienta y, además, él lo hubiera deseado así. El último capítulo en una historia de silencios. La verdad está en lo que callamos, Lucía. Lo repetías sin cesar y tenías razón. El silencio es siempre más locuaz que las palabras. Al vestirme esa mañana dudé si debía usar los anteojos negros y el pañuelo oscuro que había separado la noche anterior. Tras probármelos, me decidí. Me ocultarían tras un disfraz de olvido para ser cualquiera, cualquier persona menos yo misma. Hasta podría corresponderme otro entierro. Resultaría fácil: estaba muy acostumbrada a ser la otra.
Mucha gente se había acercado a despedirlo. Varios me conocían, y mis compañeros de oficina me saludaban temerosos. Todos sabían lo nuestro. El desgaste de años deja colarse miradas y palabras que los otros saben descifrar. Pero solo Ana me abrazó y me susurró al oído: Sé fuerte, avisáme si me necesitás por cualquier cosa. Llamame
. Muy cerca de Delfina caminaba Esteban, el socio de Pablo, con la pobre Marita colgada de su brazo como una marioneta despintada. Él estaba vestido como para ir a un casamiento y ella como para ir al mercado. Daba pena, la enfermedad ya se asomaba por su mirada. Cuando me saludó, me dijo con inocencia: No lo puedo creer, tan joven… ¡Pobre Delfi!
. El mal avanzaba veloz.
Nadie se animó a darme el pésame. Yo pasaba a ser una más, sin relación especial con el difunto. Así había sido lo nuestro: un abanico de ocultamientos y secretos. En ese cementerio me transformaba en una enferma contagiosa a la que nadie deseaba acercarse. Los pésames están dotados de un halo de solemnidad y tradición; se reservan para la familia legítima. Sería Delfina la que acapararía todas las miradas. Ella, la que podría llorar —o reír, vaya uno a saber- o callar con dignidad, sin escandalizar a nadie. El protagonismo era su privilegio. Yo debería morderme el dolor, tragarme las lágrimas, aguantar sola ese peso insoportable en el pecho. En su vida formal no existí. Y quizás fuera mejor así. Amén.
Tantos años ocupando sitios ajenos que sentía propios. ¿Te das cuenta, Pablo? Un satírico juego de apoderamientos clandestinos, con lo que detesto esa palabra. Y ahora se adueñaron de tu cuerpo, de lo poco que queda tuyo en este mundo. Me lo repetiste tantas veces: A mí jamás me enterrarán, quiero ser libre aún después del final, volar por el viento
. Aquel viejo muelle de Villa La Angostura te inspiraba la paz que anhelabas para la eternidad. Solo estuvimos brevemente allí aquel verano, ¿te acordás? Las montañas rasguñaban el cielo y se sumergían en el lago, mientras el sol salía de parranda. Sobre esa playa me lo confiaste por primera vez; pero no fue la única. Lo tenías tan claro. Además, era la tradición de tu familia. Tus abuelos, tu padre, tu madre, todos se esfumaron en el viento. Estoy segura de que también lo habrás hablado con ella más de una vez. Se supone que las últimas voluntades deben ser cumplidas, ¿no? Aunque ésta no fue exactamente tu última voluntad. El apuro de tu muerte no te otorgó siquiera la oportunidad de tenerla. Por otra parte, ella siempre hizo lo que quiso.
Una y otra vez me vuelve a la mente el momento exacto de tu sorpresiva partida. No puedo evitarlo. Supongo que ni te habrás dado cuenta, o al menos así quiero creerlo. Una espada de hielo habrá desgarrado tu vida en un instante cualquiera, denegándote incluso el tiempo necesario para morir a conciencia. Nadie tiene escudos contra la muerte, ningún arma con la cual defenderse. La ingratitud del destino, una vez más. ¡Con todo lo que uno hace por él! ¿Y mi alma? ¿Qué hiciste con mi alma, Pablo, dónde la llevaste?
Allí estaba Delfina, claro, en su lugar. La esposa, la legítima. La cornuda. Delfi,