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Llora con los que lloran: Cómo caminar con otros en su dolor
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Llora con los que lloran: Cómo caminar con otros en su dolor
Libro electrónico287 páginas3 horas

Llora con los que lloran: Cómo caminar con otros en su dolor

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Información de este libro electrónico

¿Cuándo fue la última vez que lloraste con los que lloran? ¿Hemos olvidado a los que Dios cuida específicamente en medio de profunda aflicción? ¿Los estamos consolando como una extensión del consuelo de Dios para nosotros o les estamos dando remedios falsos que lastiman?
Existen muchos libros que hablan del sufrimiento, pero pocos hablan de cómo sufrir con los que sufren. Cuando hablamos sobre el sufrimiento usualmente pensamos en primera persona. Pasamos mucho tiempo buscando consuelo y esperanza personal, lo cual es bueno y necesario. Sin embargo, algunas veces nos encontramos a nosotros mismos tan inmersos en nuestro propio sufrimiento que olvidamos que también hemos sido llamados a llorar con los que lloran. Desafortunadamente, la iglesia y el testimonio de Cristo han sido afectados precisamente por nuestra incapacidad de caminar junto a los que están sufriendo. Este tema es relevante para todos nosotros.

When was the last time you wept with those who weep? Have we forgotten those who God cares for specifically in the midst of deep grief? Are we comforting them as an extension of God's comfort to us or are we giving false remedies that hurt?
There are many books on suffering, but very few deal with "how" to suffer with the ones who suffer. When we talk about suffering we commonly think in the first person. We spend a lot of time seeking comfort and personal hope, which is good and necessary. However, sometimes we find ourselves so immersed in our own suffering that we forget that we have also been called to weep with those who weep. Unfortunately, the church and the testimony of Christ have been affected precisely by our inability to come alongside those who are suffering. This topic is relevant for all of us.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento1 jul 2024
ISBN9781087787572
Llora con los que lloran: Cómo caminar con otros en su dolor

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    Llora con los que lloran - Karen Garza

    parte 1

    CONSOLADORES ARTIFICIALES:

    REMEDIOS QUE HIEREN

    Consoladores cantantes: Cuando dejamos fuera a los que lloran

    Como el que quita la ropa en día de frío, o como el vinagre sobre la lejía, es el que canta canciones a un corazón afligido.

    (Prov. 25:20)

    Todavía recuerdo cuando mis familiares y amigos me preguntaban si alguna tragedia me había sucedido como para que hubiera empezado a asistir a la iglesia. Me preguntaron si acaso estaba enferma, si alguien había roto mi corazón, si había perdido a un ser querido o si mis padres se estaban divorciando. Recuerdo a la Karen de diecisiete años, irritada por estas preguntas, ya que todo estaba «bien» en mi vida (¡excepto por mi gran problema del pecado y mi necesidad urgente de un Salvador!).

    Aunque es cierto que el verdadero problema de todo ser humano va más allá de cualquier situación temporal de aflicción, con el paso de los años he encontrado detrás de esas preguntas una perspectiva fascinante con respecto a la iglesia. Es evidente que, de alguna manera, mis amigos consideraban a la iglesia como un lugar de refugio, un lugar donde los afligidos podían encontrar consuelo. Esta idea sobre el papel de la iglesia está bastante generalizado. Lo podemos ver en cientos de películas, series, canciones y libros. ¿Quién no ha visto la escena recurrente de una persona afligida que se va a refugiar a una iglesia para orar y llorar, y después sale algo consolada? Quizás esta perspectiva de la iglesia sea incompleta, sin embargo, hay una verdad maravillosa y bíblica detrás, y es que Dios diseñó a Su iglesia para que fuera un lugar de consolación para el afligido.

    Esto es hermoso, pero no siempre es la realidad. No lo fue para Alejandra.

    Ella servía fielmente a la iglesia tres días a la semana; era la encargada del ministerio de medios, servía a las viudas y compartía la Palabra ocasionalmente con las mujeres. Alejandra tenía un fuerte sentido de responsabilidad y un gran cariño por la congregación. Se empeñaba siempre en dar la milla extra en su servicio. Jamás faltaba ni hacía su tarea a medias, ni siquiera cuando estaba embarazada. Pero, un jueves por la mañana, todo cambió. Un fuerte dolor en su vientre la preocupó, su esposo no dudó en llevarla de inmediato al hospital y, después de una revisión minuciosa, la doctora pronunció el dictamen más doloroso que una madre puede escuchar: el bebé había fallecido.

    Tuvieron que hacerle un procedimiento de urgencia y permaneció internada un par de días. Alejandra y su esposo dejaron la clínica con el corazón roto. Nadie habló en el trayecto de camino a casa. Lágrimas descendían por las mejillas de Alejandra, y Gabriel no dejaba de sostener fuertemente su mano. Sin duda, era el momento más doloroso de sus vidas.

    Los días pasaron y la comunidad retomó la agenda eclesiástica en la cual ella estaba involucrada. Su fortaleza era muy conocida, y su celular volvió a llenarse de mensajes sobre tareas pendientes y afirmaciones como: «Lo mejor está por venir», «No estés triste» y «Todo pasa por algo».

    Las reuniones dominicales de su iglesia local se caracterizaban por ser muy efusivas y con una alabanza de ritmos alegres. Los líderes de alabanza constantemente exhortaban a los miembros a expresar alegría durante los cantos. El pastor predicaba cada domingo con gran ímpetu sobre las bendiciones de Dios y Sus buenos deseos hacia la congregación. La reunión terminaba con los miembros saludándose y despidiéndose con palabras motivadoras y optimistas.

    Alejandra estaba confundida. Todo lo que en otro tiempo amaba de su congregación, ahora la estaba comenzando a abrumar. Su dolor era muy grande y parecía que era la única que estaba sufriendo dentro de la comunidad, lo cual terminaba añadiendo más peso a su dolor. No había día en el que no derramara lágrimas por su pérdida. Mientras lloraba, se llenaba de culpa porque temía dar un mal testimonio y que Dios estuviera molesto al verla todavía sin consuelo a su dolor. Ella conocía la Palabra, y sabía que debía continuar congregándose, pero terminada la reunión, se apresuraba a irse. Le era muy pesado mantener la careta de felicidad que su iglesia esperaba de ella.

    Los meses siguientes fueron muy difíciles. Ya no encontraba el ánimo diario para levantarse de la cama. Todo le recordaba su pérdida. Alejandra sabía que necesitaba a la iglesia en este tiempo, pero se sentía demasiado rota como para acercarse. No encontraba las respuestas y el bálsamo que su alma necesitaba en ese momento para sanar sus heridas.

    ¿Lo puedes ver? Esta congregación se había esforzado tanto por ser un lugar atrayente, de alegría desbordante y con mensaje sumamente positivo que, sin darse cuenta, terminó siendo un lugar irrelevante para la persona que llegaba con el corazón afligido. Habían construido un programa riguroso en el que solo se destacaban la felicidad y la bendición, al punto en que cada asistente terminaba llevando su propia máscara, mientras que otras personas —como Alejandra— simplemente no encontraron las fuerzas para ponerse la suya y pasar inadvertidas durante esas celebraciones. Sin saberlo, estaban dejando fuera al que llora. Es muy posible que no tuvieran malas intenciones. Simplemente, para ellos, la solución era que Alejandra y Gabriel pasaran página y volvieran a ser los mismos de siempre, pero la cruda realidad es que ellos ya no eran los mismos; estaban de duelo y necesitaban espacio para el lamento.

    La necesidad del lamento

    Sí, los cristianos también necesitamos tiempo para el lamento. Entiendo que pueda incomodarnos la simple idea de lamentarnos, porque a nadie le gusta pensar que debamos lamentar una situación dolorosa en nuestra vida por un tiempo. Disfrutamos estar motivados y optimistas, nos gusta la música alegre, soltar carcajadas entre amigos y una reunión dominical ferviente y optimista. Nada de esto es malo en sí mismo, pero la realidad es que solemos disfrutar todo eso hasta que llega la aflicción a nuestra vida.

    Como el que quita la ropa en día de frío, o como el vinagre sobre la lejía, es el que canta canciones a un corazón afligido (Prov. 25:20).

    Cuando llegué a este versículo durante mi estudio de Proverbios, fue casi como si saltara de las páginas de la Biblia. Me llamó la atención y me llevó a meditar mucho tiempo sobre mi conducta ante el sufrimiento de los demás. Este versículo compara cantarle canciones a un corazón afligido con dos situaciones: desabrigarse en invierno y mezclar vinagre y lejía. Estuve investigando y encontré que, por un lado, al mezclar vinagre con lejía se produce una reacción química que libera un gas tóxico muy perjudicial para la salud. Por otro lado, sabemos que quitarnos la ropa en día de frío nos expone a enfermedades respiratorias. Por lo tanto, pude entender que el texto advierte que cantar canciones alegres a un corazón afligido es inapropiado y dañino para su salud.

    Tanto el vinagre como la lejía son productos que sirven para abrillantar, desinfectar y limpiar. Cada uno tiene un efecto positivo, pero es peligroso mezclarlos. Tampoco tiene nada de malo desabrigarse, pero hacerlo de forma imprudente en pleno invierno puede perjudicar nuestra salud. Siguiendo con esta línea de pensamiento, cantar hermosas melodías y letras a un corazón es algo bueno. Incontables corazones han sido conquistados con música; pero cantar canciones alegres a un corazón afligido no ha producido los resultados esperados. La enseñanza del proverbio es que debemos pedirle a Dios sabiduría para saber cómo responder correctamente a las situaciones y las necesidades de nuestro prójimo. Finalmente, este proverbio nos enseña que intentar consolar a alguien con remedios simplistas o sin considerar sus circunstancias no solamente es inefectivo, sino también hiriente.

    Intentar consolar a alguien con remedios simplistas o sin considerar sus circunstancias no solamente es inefectivo, sino también hiriente.

    Quizás, como yo, te has encontrado aplicando remedios que no sanan, sino que terminan hiriendo a los demás. Quisiste ayudar a tu amigo y lo lastimaste con soluciones superficiales. Tal vez, fuiste impaciente con sus lamentos en tu deseo de verlo alegre nuevamente, o, al no saber qué hacer, evitaste a toda costa tocar el tema doloroso con él. De manera consciente o inconsciente, hemos estado dando un mensaje: no hay lugar para llorar o lamentarse. Este mensaje es dañino, porque la Biblia misma nos enseña que sí hay lugar para llorar:

    «Hay un tiempo señalado para todo, y hay un tiempo para cada suceso bajo el cielo: [...]

    Tiempo de llorar, y tiempo de reír; tiempo de lamentarse, y tiempo de bailar...» (Ecl. 3:1, 4, énfasis personal).

    Habrá muchas oportunidades para llorar y lamentarse dentro del calendario humano, y por eso debemos estar preparados para ser un lugar seguro para los demás que propicie la vulnerabilidad y la sinceridad de las lágrimas compartidas.

    Me pregunto cuántos de nuestros consejos, palabras de ánimo y hasta clases o sermones han sido como una canción alegre para el corazón sufriente. Cuántas veces hemos herido a nuestros hermanos por no saber llorar con ellos y simplemente compartir sus tristezas. ¡Qué alejados podemos estar del corazón de Cristo cuando somos insensibles! Cuando el corazón se duele, es tiempo de llorar, y la iglesia debe estar lista para llorar con los que lloran. Es aquí donde reconocemos que el lamento es un tema de suma importancia. Pero los miembros de la iglesia necesitamos saber bien qué significa el lamento, porque considero que un entendimiento equivocado y no bíblico ha producido demasiados malentendidos y ha llevado a muchos a huir del lamento como si fuera falta de fe, y hasta pecado.

    Cómo definir y entender el lamento en la vida de la iglesia

    Definiré el lamento bíblico como el reconocimiento delante de la presencia de Dios del pecado y sus estragos en el mundo. Es la manera en que expresamos con absoluta sinceridad nuestro dolor a Dios. Este lamento bíblico es impensable como una práctica espiritual sana, debido a que la cultura que nos rodea está obsesionada con el lenguaje motivador positivo, la felicidad, el bienestar y las apariencias. El lamento es irrelevante para aquellos que intentan por todos los medios darle la espalda al dolor, y hasta negar su presencia, pero no podemos negar que está en medio de nosotros. Todos los días, somos afectados por los estragos del pecado en la sociedad, en nuestras propias vidas y en las de nuestros seres queridos. Todos los días, experimentamos situaciones que producen dolor de una u otra forma. No se trata de negar el dolor, sino de llevar nuestro dolor al Señor.

    La Palabra de Dios recalca la importancia del lamento. Basta señalar que aproximadamente un tercio de los salmos son o contienen lamentos, tenemos un libro completo titulado Lamentaciones y vemos a Cristo mismo lamentándose en los Evangelios. ¡No podemos negar la necesidad del lamento bíblico en nuestras comunidades!

    Alejandra y Gabriel necesitaban una comunidad que diera lugar al lamento y que llorara junto con ellos, pero esta iglesia no pudo ofrecer ese espacio porque había olvidado su identidad. Una iglesia que deja fuera al que llora ha olvidado su propio reflejo. Si nos colocamos frente al espejo de la Palabra de Dios, veremos que la iglesia está conformada por personas rotas redimidas por la sangre de Jesús, que formamos parte de un mundo caído, habitamos un cuerpo caído y esperamos pacientemente la restauración de todas las cosas. Somos un organismo conformado por distintos miembros que experimentarán diversas bendiciones, pero también aflicciones hasta el día en que estemos cara a cara con Jesús. Por ende, como iglesia, debemos considerar al dolido en nuestra liturgia y en toda nuestra vida eclesial. Los cantos deben dar oportunidad para el lamento de los afligidos, la predicación debe ser relevante para los sufrientes y el consuelo debe ser una parte habitual del compañerismo. Una iglesia bíblica es una iglesia que practica el lamento.

    Es posible que lo que acabo de decirte siga creando un conflicto en tu alma. Quizás pienses en versículos como: «Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús» (1 Tes. 5:16-18), y te preguntes: ¿acaso lamentarnos no es una desobediencia al mandato de estar siempre gozosos? Lo primero que debemos comprender es que el gozo no está divorciado del lamento. El mandato de regocijarse no supone ignorar o negar el pecado en este mundo, sino, por lo contrario, es confiar y deleitarnos en Cristo por Su victoria sobre el pecado. Esto quiere decir que el creyente puede experimentar gozo durante su lamento. En medio de la manifestación de congoja, puede fortalecerse con el gozo que la fe le produce. El cristiano puede lamentarse por su situación temporal y, a la vez, gozarse por su situación definitiva y eterna en Cristo. Podemos dolernos por el pecado en nuestros miembros sin ignorar la gran redención de nuestro cuerpo que nos aguarda. A diferencia de la creencia de que el lamento es una desobediencia al mandato de gozarnos, estoy convencida de que el lamento es una vía de santificación que nos mantiene en el gozo

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