Alexander Pichushkin, el asesino del ajedrez
Por Mente Criminal
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Al sur de Moscú, precisamente en el parque Bitsa, el joven empleado Alexandr Yuryevich Pichushkin se transformaba en un asesino despiadado y cruel. Era capaz de arrojar por las alcantarillas a las personas que capturaba o martillarles la cabeza; incluso, de incrustarles una botella de vidrio o un palo en las heridas. En su mente psicópata, no existió el remordimiento ni la culpa. Era consciente de cada acto que llevaba a cabo. De hecho, confesó que quería superar la cantidad de víctimas del asesino serial Andréi Chikatilo. Aseguró que había matado a 61 personas. En su mayoría se trataba de hombres mayores, solitarios, desempleados y pobres a los que atraía hasta el parque invitándoles a beber; entre ellos, vecinos, compañeros de trabajo y amigos. La primera víctima fue su amigo Mijaíl Odiychuk y le siguieron Evgeni Pronin,
Vyacheslav Klimov, Yuri, Nikolai Tikhomirov, Nikolai Filippov, Oleg Lvov, Gennady Safronov, Serguéi Pavlov,Víctor Elistratov, Víctor Volkov, Andréi Konovaltsev, Vyacheslav, Andréi Veselovsky, Yuri Chumakov, María Viricheva (que sobrevivió), Vera Zakharova, Boris Nesterov, Alexéi Fedorov, Mijaíl Lobov, Alexéi Chervyakov, Yegor Kudryavtsev, Nikolai Ilyinsky, Minayev, Serguéi Fedorov, Alekséi Pushkov, Valery Dolmatov, Víctor Ilyin, Igor Kashtanov, Oleg Boyarov, Stanova, Serguéi Chudin, Vladimir Fomin, Vladimir Fedosov, Alexei Pushkov, Oleg Boyarov,
Konstantin Polikarpov (que salió por las alcantarillas y se salvó como María Viricheva y Mijaíl Lobov), Andréi Maslov, Yuri Kuznetsov, Nikolai Vorobyov, Nicolás Zakharchenko, Oleg Lavrkenenko, Vladimir Dudukin, Nicolás Koryagin, Víctor Soloviev, Boris Grishin, Alexander Lyovochkin, Yuri Romashkin, Stepan Vasilchenko, Makhmud Zholdoshev, Larisa Kulygina y Marina Moskalyova, la última víctima.
Usaba un tablero de ajedrez para registrar las muertes y se vanagloriaba de ellas: confesó que no le hubieran alcanzado las 64 casillas si no lo hubiesen detenido. Fue sentenciado a prisión perpetua por 48 asesinatos y tres intentos de homicidio. Cumple la condena al norte de Rusia, en la prisión Búho Polar, una de las más seguras destinada a criminales peligrosos.
¿Es posible que Pichushkin buscara ser atrapado por la policía? ¿Cómo se desarrolló la investigación que precedió el momento de la detención? ¿Cuánto tiempo tardaron los investigadores y la policía en descubrirlo? ¿Qué pistas los condujeron al asesino en serie? La lectura de este libro echa una luz sobre el modus operandi del asesino en serie a la vez que recorre su vida para intentar dar una respuesta al horror de sus crímenes.
Mente Criminal ayuda a sus lectores a ingresar al mundo de las investigaciones criminales y descubrir las historias reales detrás de los crímenes que conmocionaron al mundo. En sus libros, los lectores siguen paso a paso el trabajo de los detectives, descubren las pistas y resuelven el caso: ¿Cómo se cometieron los crímenes? ¿Por qué los perpetraron? Cada uno de sus libros profundiza en estas preguntas analizando los motivos detrás de los crímenes que hicieron que comunidades enteras vivieran atemorizadas: la verdadera historia detrás de los crímenes que nos hacen enfrentar el lado más oscuro de la naturaleza humana.
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Alexander Pichushkin, el asesino del ajedrez - Mente Criminal
Índice
Un tétrico juego de ajedrez
La casilla 61
Jaque al asesino
Casi como Dios
Más grande que Chikatilo
¿Quién da más?
Perfil criminal
Bibliografía
Capítulo 1
Un tétrico juego de ajedrez
«Este loco, es tan fascinante, ¿quién es?»
KATYA, media hermana de Alexander Pichushkin, al saber del asesino en serie por la televisión, 2005.
Abril de 2006. La noche ha caído sobre Moscú y aunque el verano ya está en marcha, aún hace frío, sobre todo cuando baja el sol. La oscuridad se cierne sobre la ciudad, mucho más en el sur: en aquel borde del último anillo que envuelve a la metrópolis, las luces no brillan como en el centro.
Lejos del Kremlin, la Plaza Roja y la increíble catedral de San Basilio, Moscú se vuelve ordinaria y modesta. Aquí y allá se pueden ver las kruschovkas, esos bloques de pisos que conforman los barrios obreros soviéticos de los años 60 y que son llamados así por Nikita Kruschov. Grises y algo deteriorados, son testigos de la historia socialista rusa y de la vida cotidiana de miles de asalariados que residen allí con sus familias.
Entre ellos se despliega el parque Bittsevsky, una enorme zona forestal repleta de árboles, caminos y claros, atravesada por el río Chertanovka y el Bitsa, que ocupa cerca de 22 km2, más de seis veces la extensión del Central Park de Nueva York. Allí mismo un hombre de unos 30 años, de cabello castaño, ojos marrones, tez cetrina y cuerpo sólido camina serenamente por esos senderos.
No se escuchan los ruidos de la ciudad. Los coches de las avenidas que rodean el bosque repleto de tilos, robles y abetos constituyen solo un murmullo distante en medio de la densa vegetación. El hombre no necesita iluminarse ni pedir indicaciones para encontrar su rumbo: conoce el área como la palma de su mano, porque hace años que la recorre y la utiliza para sus propósitos. Ha bebido bastante esta noche, pero el aire y la caminata han logrado despejarle, y se siente alerta y alegre. Regresa complacido a su casa que se encuentra en uno de los edificios cercanos. Sube las escaleras y entra al apartamento en silencio para no despertar a su madre, que seguramente ya duerme. Su media hermana, junto con su esposo y su hijo, también estarán descansando.
Mejor así, el hombre no desea hablar con nadie, necesita disfrutar de este momento a solas. Entra en la habitación, abre un pequeño armario y extrae un tablero de ajedrez. Con cuidado, lo apoya sobre la superficie de una mesa. Las piezas no se ven por ningún lado. En cambio, 59 casillas se encuentran tapadas por objetos pequeños. Algunas, con monedas; otras, con botones o tapas de botellas. Quedan solo cinco casillas vacías y cada una de ellas tiene un número pintado con rotulador. El hombre mira fijamente la que contiene el número 60.
Con su mano derecha saca del bolsillo el tapón de una botella de vodka, lo mueve entre sus dedos y luego lo apoya cuidadosamente sobre ese casillero, mientras una pequeña sonrisa se dibuja en sus labios. Posa entonces su mirada en los últimos cuatro espacios vacíos del tablero. Su rostro se ensombrece por unos segundos, pero al observar las casillas tapadas, enseguida recobra su buen ánimo y vuelve a sonreír.
Ha sido una noche productiva. Hace algunos minutos acaba de matar a su víctima número 60 aplicándole una buena cantidad de golpes sobre el cráneo con un pesado martillo. Muchas sensaciones todavía recorren su cuerpo y le hacen sentir satisfecho. Pronto necesitará volver al parque a seguir con su tarea, pero por esta noche, puede descansar tranquilo.
Capítulo 2
La casilla 61
«Pensé en matarla o tomar precauciones. Finalmente, decidí arriesgarme.»
Alexander PICHUSHKIN, sobre el asesinato de Marina Moskalyova, en el juicio de 2007.
La tarde del 14 de junio de 2006, Marina Moskalyova, una mujer de 36 años, se arregló el cabello frente al espejo y revisó rápidamente su cartera para comprobar que tenía todo lo que necesitaba. Un compañero de trabajo le había invitado a dar un paseo por el parque. Ambos estaban empleados en un supermercado de la zona sur de Moscú y las horas se hacían largas en el negocio. Marina merecía un descanso después de tanto esfuerzo. ¿Por qué no aprovechar la ocasión? Una primavera amable y las ganas de divertirse un rato le ayudaron a decidirse.
Antes de salir, Marina intentó comunicarse con su hijo adolescente por teléfono. Fue imposible, así que le escribió una breve nota donde le comentaba sus planes y le dejaba escrito el número de teléfono y el nombre de su acompañante. Caminó las manzanas que la separaban de la estación del metro Novye Cheryomushki y, tras echar un vistazo, divisó a su compañero, un hombre de unos 30 años, de cabello castaño, ojos marrones, tez cetrina y cuerpo sólido.
Se saludaron y subieron al vagón mientras conversaban animadamente. La formación arrancó y después de unos minutos los dejó en la estación Konkovo, a unos metros de su destino: el parque Bittsevsky, o «Bitsa», como suelen apodarlo los moscovitas.
Durante la primavera, es un área muy popular para caminar, hacer deportes, organizar picnics y disfrutar del aire libre, sobre todo entre los asalariados de las zonas periféricas de la ciudad. Incluso en invierno, suele ser visitado por esquiadores que recorren sus senderos. Al anochecer, muchos aprovechan para juntarse a tomar vodka y conversar entre los árboles y el verde. El parque es un buen plan para cualquier pareja.
El «maníaco de Bitsa», como habían apodado a Alexander Pichushkin, vivía en un edificio de apartamentos en Moscú, cerca del parque de Bittsevsky.
Para Marina, solo sería un rato en compañía de una persona conocida, alguien con quien de una manera u otra compartía su vida diaria. Al llegar al parque, ella y el hombre comenzaron a dar un paseo mientras intercambiaban anécdotas y opiniones sobre el trabajo, la rutina, sus ideas... Poco a poco, el sol fue cayendo y ya algo cansados, decidieron sentarse en un banco en una zona frondosa y un poco apartada.
El hombre sacó de su bolso una botella de vodka, le dio un trago y se la ofreció a