Guerrero: Historia breve
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Carlos Illades
Carlos Illades is a distinguished professor at the Universidad Autónoma Metropolitana in Mexico City and has been a visiting fellow at Harvard, Columbia, Universitat Jaume I, and other institutions. He is a member of the Mexican Academy of Sciences, chair member of the Mexican Academy of History, and is a Level 3 (Top-tier) National Researcher. His books include Estado de guerra. De la guerra sucia a la narcoguerra (2014, with Teresa Santiago) and El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (2018).
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Guerrero - Carlos Illades
Mexico
PREÁMBULO
LAS HISTORIAS BREVES de la República Mexicana representan un esfuerzo colectivo de colegas y amigos. Hace unos años nos propusimos exponer, por orden temático y cronológico, los grandes momentos de la historia de cada entidad; explicar su geografía y su historia: el mundo prehispánico, el colonial, los siglos XIX y XX y aun el primer decenio del siglo XXI. Se realizó una investigación iconográfica amplia —que acompaña cada libro— y se hizo hincapié en destacar los rasgos que identifican a los distintos territorios que componen la actual República. Pero ¿cómo explicar el hecho de que a través del tiempo se mantuviera unido lo que fue Mesoamérica, el reino de la Nueva España y el actual México como república soberana?
El elemento esencial que caracteriza a las 31 entidades federativas es el cimiento mesoamericano, una trama en la que destacan ciertos elementos, por ejemplo, una particular capacidad para ordenar los territorios y las sociedades, o el papel de las ciudades como goznes del mundo mesoamericano. Teotihuacan fue sin duda el centro gravitacional, sin que esto signifique que restemos importancia al papel y a la autonomía de ciudades tan extremas como Paquimé, al norte; Tikal y Calakmul, al sureste; Cacaxtla y Tajín, en el oriente, y el reino purépecha michoacano en el occidente: ciudades extremas que se interconectan con otras intermedias igualmente importantes. Ciencia, religión, conocimientos, bienes de intercambio fluyeron a lo largo y ancho de Mesoamérica mediante redes de ciudades.
Cuando los conquistadores españoles llegaron, la trama social y política india era vigorosa; sólo así se explica el establecimiento de alianzas entre algunos señores indios y los invasores. Estas alianzas y los derechos que esos señoríos indios obtuvieron de la Corona española dieron vida a una de las experiencias históricas más complejas: un Nuevo Mundo, ni español ni indio, sino propiamente mexicano. El matrimonio entre indios, españoles, criollos y africanos generó un México con modulaciones interétnicas regionales, que perduran hasta hoy y que se fortalecen y expanden de México a Estados Unidos y aun hasta Alaska.
Usos y costumbres indios se entreveran con tres siglos de Colonia, diferenciados según los territorios; todo ello le da características específicas a cada región mexicana. Hasta el día de hoy pervive una cultura mestiza compuesta por ritos, cultura, alimentos, santoral, música, instrumentos, vestimenta, habitación, concepciones y modos de ser que son el resultado de la mezcla de dos culturas totalmente diferentes. Las modalidades de lo mexicano, sus variantes, ocurren en buena medida por las distancias y formas sociales que se adecuan y adaptan a las condiciones y necesidades de cada región.
Las ciudades, tanto en el periodo prehispánico y colonial como en el presente mexicano, son los nodos organizadores de la vida social, y entre ellas destaca de manera primordial, por haber desempeñado siempre una centralidad particular nunca cedida, la primigenia Tenochtitlan, la noble y soberana Ciudad de México, cabeza de ciudades. Esta centralidad explica en gran parte el que fuera reconocida por todas las cabeceras regionales como la capital del naciente Estado soberano en 1821. Conocer cómo se desenvolvieron las provincias es fundamental para comprender cómo se superaron retos y desafíos y convergieron 31 entidades para conformar el Estado federal de 1824.
El éxito de mantener unidas las antiguas provincias de la Nueva España fue un logro mayor, y se obtuvo gracias a que la representación política de cada territorio aceptó y respetó la diversidad regional al unirse bajo una forma nueva de organización: la federal, que exigió ajustes y reformas hasta su triunfo durante la República Restaurada, en 1867.
La segunda mitad del siglo XIX marca la nueva relación entre la federación y los estados, que se afirma mediante la Constitución de 1857 y políticas manifiestas en una gran obra pública y social, con una especial atención a la educación y a la extensión de la justicia federal a lo largo del territorio nacional. Durante los siglos XIX y XX se da una gran interacción entre los estados y la federación; se interiorizan las experiencias vividas, la idea de nación mexicana, de defensa de su soberanía, de la universalidad de los derechos políticos y, con la Constitución de 1917, la extensión de los derechos sociales a todos los habitantes de la República.
En el curso de estos dos últimos siglos nos hemos sentido mexicanos, y hemos preservado igualmente nuestra identidad estatal; ésta nos ha permitido defendernos y moderar las arbitrariedades del excesivo poder que eventualmente pudiera ejercer el gobierno federal.
Mi agradecimiento a la Secretaría de Educación Pública, por el apoyo recibido para la realización de esta obra. A Joaquín Díez-Canedo, Consuelo Sáizar, Miguel de la Madrid y a todo el equipo de esa gran editorial que es el Fondo de Cultura Económica. Quiero agradecer y reconocer también la valiosa ayuda en materia iconográfica de Rosa Casanova y, en particular, el incesante y entusiasta apoyo de Yovana Celaya, Laura Villanueva, Miriam Teodoro González y Alejandra García. Mi institución, El Colegio de México, y su presidente, Javier Garciadiego, han sido soportes fundamentales.
Sólo falta la aceptación del público lector, en quien espero infundir una mayor comprensión del México que hoy vivimos, para que pueda apreciar los logros alcanzados en más de cinco siglos de historia.
ALICIA HERNÁNDEZ CHÁVEZ
Presidenta y fundadora del
Fideicomiso Historia de las Américas
Para
CARLOS MONTEMAYOR,
in memoriam
PREFACIO
EL ACTUAL ESTADO DE GUERRERO ha sido escenario de muchos acontecimientos cruciales de la historia nacional; es por eso que las marcas en el tiempo que periodizan esta historia (Independencia, Reforma y Revolución), las que señalan un antes y un después, prácticamente son idénticas. Fundidas en su origen las historias del sur y del país, lo ocurrido en aquél habitualmente ha sido un síntoma de lo que pasa en éste, la evidencia puntual de lo que no debemos olvidar.
Hace 200 años, la escasa población, la pobreza, las enfermedades y la virtual incomunicación eran los rasgos característicos de esta porción del territorio suriano que bajaba desde la sierra hacia sus costas, mientras que la minería y el comercio ultramarino ofrecían los vínculos más importantes con el exterior, signos de la prosperidad compartida por Taxco y Acapulco. Esa geografía económica también distribuía en el espacio el color y la cultura de su gente: la sierra para el indio, la costa para el mulato y el negro, el real de minas para el blanco. La Constitución de Cádiz de 1812 los convirtió a todos en españoles; la de Apatzingán de 1814, en americanos; la federal de 1824, en mexicanos. No obstante, ninguna abolió las diferencias, aminoró las desigualdades, los movió de lugar o mejoró su suerte.
Aunque las comunicaciones crecieron apreciablemente durante el siglo pasado, están aún lejos de ser suficientes debido al tamaño de la población y a la extensión territorial de Guerrero. Muchos pueblos de la montaña y otros de ambas costas todavía carecen de caminos pavimentados y la telefonía aún no llega a puntos remotos y de difícil acceso. En estos sitios, la población y la actividad económica resintieron los efectos del rezago. Otros lugares, por ejemplo los situados a lo largo del eje México-Acapulco, tuvieron condiciones más favorables y un desarrollo relativamente superior. El ferrocarril sólo llegó a la región norte de la entidad, la más beneficiada durante el Porfiriato. Iguala tuvo entonces una expansión comercial apreciable, convirtiéndose en el centro del intercambio regional, sobre todo el dirigido hacia el norte y la Tierra Caliente. Las industrias aceitera y jabonera también se desarrollaron en aquella ciudad. Ni la agricultura tecnificada ni la industria de transformación arraigaron en la entidad y, no obstante que desde la segunda mitad del siglo XX comenzó el despegue de la industria turística atrayendo a las migraciones internas hacia la periferia de Acapulco, sus beneficios han resultado insuficientes.
El relativo aislamiento del suelo guerrerense lo convirtió en retaguardia segura en tiempos de guerra. Hidalgo instruyó a Morelos para ocupar Acapulco e insurreccionar el sur en 1811; Chilpancingo ofreció las garantías suficientes para desarrollar el Congreso de noviembre de 1813, el cual proclamó la Independencia; Guerrero articuló desde allí la guerra de guerrillas en contra del ejército realista. Y Obregón viajó escondido en el Ferrocarril del Balsas para después hablar a los chilpancingueños la noche del 20 de abril de 1920, comunicándoles que desconocía al Primer Jefe del constitucionalismo.
Como en el resto de la República, en el siglo XIX se formaron en Guerrero cacicazgos locales ante la falta de un Estado nacional consolidado y solvente, las guerras civiles y los conflictos internacionales del país, el escaso desarrollo económico y la precariedad de una sociedad civil que apenas comenzó a configurarse con el orden liberal. Desde Ayutla hasta Huitzuco, pasando por Zumpango y Chilpancingo, se extendieron estos intermediarios políticos, debilitados tan sólo parcialmente por la dictadura porfiriana, y vueltos a nacer durante la Revolución. El aislamiento geográfico de la entidad, a la que la modernidad representada por el ferrocarril prácticamente pasó de lado, tuvo un papel en la conformación anacrónica de su sociedad política.
Pero este aislamiento, aunado tanto a la segmentación de su población como a la desigualdad social y regional, también cohesionó a la población localmente y contribuyó a levantar ejércitos con facilidad en épocas de urgencia: los combativos mulatos que acompañaron a Hermenegildo Galeana en la Costa Grande durante la Independencia; los indígenas que siguieron a Juan Álvarez en la Revolución de Ayutla; los rancheros de Huitzuco en la Revolución; el movimiento de los hermanos Vidales en Acapulco y en la costa en los años sonorenses; la guerrilla en la sierra de Atoyac durante la década de 1970.
Pobre y atrasado, aislado y marginal, Guerrero ha tenido sin embargo un papel activo en la nación, fundamentalmente en razón de una inestabilidad política que arrastró desde el siglo antepasado —producto combinado de la precariedad económica, la enorme desigualdad social y la debilidad institucional del Estado— y de una continua movilización popular. No pocas veces el futuro del país se decidió en su territorio y los sucesos guerrerenses lo pusieron en vilo. Ahora nos corresponde a nosotros narrar de manera ordenada esta historia, buscar lo dejado en el camino para encontrar el origen de muchos problemas y fracasos, y tratar de elucidar por qué fue así.
Agradezco al Departamento de Filosofía de la Universidad Autónoma Metropolitana el respaldo y las facilidades con que conté para concluir este libro, de cuya redacción me ocupé gracias a la amable invitación de la doctora Alicia Hernández Chávez. Dejo al buen juicio de los lectores el balance de sus aciertos, errores y omisiones.
Chapultepec, abril de 2010
PRIMERA PARTE
EL SUR
El territorio suriano estuvo poblado desde mucho antes de la llegada de los españoles. Olmecas, tarascos y mexicas dejaron su huella en él. Durante la época colonial, Taxco y Acapulco se vincularon con las economías más dinámicas del planeta, que florecían en algunas regiones de Europa y Asia, a través de las triangulaciones comerciales establecidas por el Imperio español. La guerra de Independencia interrelacionó al sur con el resto de la nación, debido a la gran participación regional durante la lucha armada. Esta tendencia se consolidó en la guerra contra Estados Unidos y con la revolución de Ayutla, que puso fin a la dictadura de Antonio López de Santa Anna y dio paso a la reforma liberal. Para entonces el espacio suriano existía ya como entidad soberana y a la vez como parte de la República. Comenzaremos, pues, por ofrecer un breve repaso de esos cientos de años de historia antes de que el sur fuera Guerrero.
I. EL TERRITORIO Y SUS HABITANTES
EL ESTADO DE GUERRERO SE LOCALIZA entre los 16° 18’ y 18° 48’ de latitud norte, y los 98° 03’ y 102° 12’ de longitud oeste. Limita al norte con los estados de México, Morelos, Puebla y Michoacán; al sur, con el Océano Pacífico; al este con Puebla y Oaxaca; al oeste con Michoacán y el Pacífico. Posee una superficie de 63 754 km² (3.2% del total del país), con un territorio más bien árido y accidentado, por donde pasa la Sierra Madre del Sur, que lo divide en las vertientes sur y norte. Aquélla desagua directamente en el Pacífico; la otra fluye hacia el Río Balsas, para después descargar sus aguas en el océano.
De topografía variada, que va desde las sierras altas hasta las costas, pasando por valles y planicies, Guerrero posee un litoral de aproximadamente 500 km de longitud y climas diversos. La temporada de lluvias se extiende desde principios de junio a mediados de septiembre. Salvo en la zona montañosa, los índices pluviales son bajos, además de que la distribución de las lluvias es irregular a lo largo del año. Sus áreas verdes están conformadas por pastizales, bosques y tierra apta para la agricultura. Predomina una vegetación compuesta por cuajilotes y órganos, acompañada por bosques de encino, árboles tropicales, carpes, alisos, helechos gigantes, orquídeas, acacias, ficus, tulipanes y parotas. Lomas y barrancas hacen difícil una agricultura fundamentalmente de temporal, conformada por cultivos de copra, mamey, ajonjolí, cacahuate, jícama, cacao, ciruela, coco de agua, chabacano, mango, maíz, café, arroz, caña de azúcar, plátano, chile, jitomate, aguacate, algodón y limón.
La entidad tiene tres formaciones geográficas: la depresión del Río Balsas, la Sierra Madre del Sur y la costa del Océano Pacífico. La primera, en dirección norte, es una amplia zona de tierras bajas que no sobrepasan los 1 000 msnm. La sierra, formada a finales del Cretácico superior, corre paralela al mar, entre la costa y la depresión del Balsas, su río más importante y el segundo con mayor caudal del país. Éste cambia de nombre en su curso y adopta los de los lugares por donde pasa (Zahuapan, Atoyac, Poblano, Mezcala, Balsas y Zacatula), cruza varios estados (Tlaxcala, Puebla, Oaxaca, Guerrero y Michoacán), es frontera natural de dos de ellos (Michoacán y Guerrero) y atraviesa diversas regiones con actividades económicas y niveles de desarrollo desiguales.
Se distinguen cuatro regiones naturales que, aunque diversas, comparten un clima tropical y suelos sedimentarios: la Tierra Caliente, la Montaña, la Costa Grande y la Costa Chica. La primera, situada en la parte baja del Balsas, en los límites con Michoacán, abarca un tercio de la superficie del estado y cuenta con abundantes tierras fértiles, donde abunda una enfermedad endémica conocida como mal del pinto. La Montaña, en la cuenca alta del río, hace frontera con el estado de Puebla y ocupa casi 40% del territorio guerrerense. La Costa Grande es la región que corre desde el puerto de Acapulco hasta la desembocadura del Balsas; cuenta con pastizales, tierras de labor, salinas y yacimientos mineros. La Costa Chica es la superficie comprendida entre Acapulco y el estado de Oaxaca; tiene mucha vegetación, praderas, sabanas y bosques. En ambas costas se encuentra el mosquito que transmite el paludismo. Como carece de grandes caídas de agua, salvo en el Balsas, la entidad recibe energía eléctrica generada en otros estados de la Federación.
Un poco más de la quinta parte de la superficie del estado está cubierta de pastos naturales; en los bosques se encuentran coníferas, pino, oyamel y encino, y sólo una cuarta parte de la tierra es cultivable. Predomina la agricultura de subsistencia, regada por aguas de temporal. Si bien la precipitación promedio no es muy elevada, está por encima de la media nacional, aunque distribuida irregularmente. De acuerdo con los datos de la Comisión Nacional del Agua, entre 1941 y 2001 la entidad tuvo un promedio de 1 107 mm de precipitación anual, mientras el nacional fue del orden de los 772 mm. Ajonjolí, copra, mamey, cacahuate, jícama, cacao, coco de agua, flor de jamaica, chabacano, mango, ciruela, café, arroz, maíz, frijol, sorgo, caña de azúcar, plátano, papaya, limón, jitomate, aguacate y algodón figuran entre sus principales productos agrícolas desde hace mucho tiempo. Guerrero produce principalmente maíz y ocupa el primer lugar en producción de jamaica en la República.
MAPA I.1. Las grandes divisiones geográficas
FUENTE: Daniele Dehouve, Entre el caimán y el jaguar. Los pueblos indios de Guerrero, México, CIESAS, 1994, p. 22.
En 2003 la manufactura guerrerense aportaba 0.3% a la producción nacional dentro del ramo, y se concentraba en las industrias de bebidas y tabaco, alimentaria, vestido, madera y muebles, y en la fabricación de artículos de metales preciosos. La minería guerrerense se ubica en el norte del estado y en la cuenca