El arte y sus objetos: Con seis ensayos suplementarios
Por Richard Wollheim
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Cuando Wollheim publicó la primera edición de su libro, la pregunta "¿qué es el arte?" se había impuesto entre los estudiosos de la estética y la teoría del arte, pero también entre los críticos y, en general, los amantes del arte. La evolución de la vanguardia había sembrado un notable desconcierto al romper con las pautas tradicionales de lo artístico. Cuando Wollheim publicó la edición definitiva, que presentamos ahora en La balsa de la Medusa, el desconcierto no solo seguía presente, había aumentado. En la actualidad, la pregunta sigue latiendo con toda su fuerza.
El autor no pretende contestarla directamente, y así lo dice en las primeras páginas, sino a partir de las manifestaciones artísticas, de sus características, la condición del artista, también la del receptor y la del crítico. Y lo hace en un riguroso debate con las principales teorías que se han elaborado, Croce, Collingwood, Wölfflin, Gombrich, Dickie, etc., y, conviene también decirlo, con un debate riguroso consigo mismo.
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El arte y sus objetos - Richard Wollheim
El arte y sus objetos
Traducción de
David Díaz Soto
www.machadolibros.com
Del mismo autor
en La balsa de la Medusa:
84. La pintura como arte
156. Sobre las emociones
169. Germen. Memorias de infancia
Richard Wollheim
El arte y sus objetos
Con seis ensayos suplementarios
La balsa de la Medusa, 221
Colección dirigida por
Valeriano Bozal
Título original: Art and Its Objects. With six suplementary essays
© Cambridge University Press
© de la traducción: David Díaz Soto
© de la presente edición, Machado Grupo de Distribución, S.L.
C/ Labradores, 5. Parque Empresarial Prado del Espino
28660 Boadilla del Monte (Madrid)
editorial@machadolibros.com
ISBN: 978-84-9114-288-1
Índice
Observaciones sobre esta traducción
Prefacio a la presente edición, por Richard Eldridge
Prefacio a la segunda edición
El argumento
El arte y sus objetos
Ensayos suplementarios
1. La teoría institucional del arte
2. ¿Son estéticamente relevantes los criterios de identidad de las obras de arte?
3. Una nota sobre la hipótesis del objeto físico
4. La crítica como recuperación
5. Ver-como, ver-en y la representación pictórica
6. Arte y valoración
Bibliografía
A la memoria de Adrian Stokes
1902-1972
Observaciones sobre esta traducción
Para la presente traducción castellana, nos hemos basado en el texto de la edición inglesa, ampliado con los seis ensayos suplementarios añadidos por el autor: Richard Wollheim, Art and Its Objects: With Six Supplementary Essays. Hemos intentado mantenernos fieles, en lo posible, al estilo y la letra del original inglés de Richard Wollheim y nos hemos apartado de la literalidad solo en la medida en que así lo exigía la finalidad de transmitir clara y adecuadamente el sentido del texto.
Toda labor de traducción conlleva siempre sus limitaciones. No siempre hemos podido preservar en la traducción castellana la uniformidad terminológica de determinados vocablos del original inglés; tal es el caso, por ejemplo, de performance, de interpretation y otros términos importantes y frecuentemente usados por Wollheim. Allí donde el uso terminológico es especialmente destacable, indicamos la expresión inglesa original usada por Wollheim en cursiva y entre corchetes, en el propio texto, junto a la primera aparición de su correspondiente traducción castellana. Solo en contadas ocasiones hemos creído oportuno aclarar el sentido de algunas expresiones mediante la explicación de las mismas y de nuestro criterio de traducción en nota a pie.
En cuanto a las citas literales de pasajes de otros autores, cuando son extensas, si existe publicada alguna traducción castellana de solvencia que nos sea conocida y de la que hayamos podido disponer, incorporamos el texto de la misma como traducción del pasaje citado (con la debida indicación, en nota a pie, de esta circunstancia y de los datos bibliográficos de la traducción empleada); en caso de que no se indique expresamente lo contrario, las traducciones castellanas de los pasajes de otros autores y obras citados por Wollheim son nuestras.
Wollheim cita o parafrasea de un modo informal las publicaciones que figuran en la bibliografía comentada al final del libro, sin detallar, por lo general, la localización exacta del pasaje, e incluso a veces sin especificar a qué obra se refiere concretamente, por lo que remite al lector a la sección de la bibliografía relativa al capítulo correspondiente. Sí ofrecemos, en lo posible, y mediante nota a pie, los datos bibliográficos de aquellos libros y textos de otros autores que Wollheim a veces cita de modo circunstancial o incluso solo por alusiones, pero sin que haya incluido dichos datos en su bibliografía final (por ejemplo, el ensayo «Current Issues in Linguistic Theory» de Chomsky, o El Chiste y su Relación con el Inconsciente de Freud). Añadimos, también en nota a pie, los datos de la publicación original y los de la traducción castellana de estas publicaciones, si existe y nos es conocida. Por lo demás, hubiera rebasado nuestras competencias la tarea de indicar de modo completo y sistemático los datos bibliográficos y localización precisa de los pasajes de todas las obras que Wollheim cita de este modo.
También suele citar Wollheim de modo informal las obras de las artes plásticas, de arquitectura, de cine, de música, de literatura o de las artes escénicas (designamos estas últimas como «artes performativas» en nuestra traducción, por diversos motivos). Las cita sin ofrecer más datos que el título, a veces en inglés, y el autor (aunque esto no siempre). Cuando Wollheim en su texto original cita estas obras por su título en inglés, lo traducimos al castellano con la designación por la que suele conocerse; si bien no traducimos títulos ingleses de libros, partes de libros o artículos si estos no pueden considerarse obras de arte literarias y el propio Wollheim no las invoca en calidad de tales (salvo algunas excepciones, en las que se trata de textos bien conocidos y de los que existen traducciones castellanas muy difundidas, como los de Sigmund Freud, Walter Benjamin, E. Gombrich o Erwin Panofsky). En cambio, hemos respetado la decisión de Wollheim allí donde indica el título de obras artísticas en idiomas que no son el inglés; en tales casos, ofrecemos la traducción castellana del título en nota a pie. Aunque la mayoría de las obras citadas por Wollheim son bastante conocidas, hemos creído oportuno añadir, en nota a pie junto al título de las obras citadas, los datos básicos relativos a las mismas, pero sin ánimo alguno de exhaustividad, sino solo a título informativo y para comodidad del lector. Allí donde la referencia a una obra artística resulta ambigua, indicamos, si ello es posible, los datos de aquellas obras de las que con mayor probabilidad se trata. No ofrecemos tales datos cuando Wollheim se refiere a un grupo de obras de un autor, salvo en casos muy puntuales (por ejemplo, la serie de las «Sátiras» de Donne).
DAVID DÍAZ SOTO
Prefacio a la presente edición
El arte y sus objetos concluye abruptamente, con la afirmación –sorprendente en una época obsesionada por distinguir entre hechos y valores y por preocuparse por el estatuto lógico de los juicios de valor– de que en el libro, de modo deliberado, no se ha dicho prácticamente nada sobre la valoración del arte. En lugar de eso, el propósito principal de Wollheim es entender lo que estamos haciendo cuando hacemos arte o lo presenciamos –una labor de fenomenología descriptiva, por así decir–. Dos ideas centrales y vinculadas que recorren su explicación son la de que exigimos una experiencia de un cierto tipo a aquellas cosas con las cuales aceptamos relacionarnos a título de obras de arte y la de que quienes producen arte son característicamente sensibles hacia esa expectativa.
Tanto la naturaleza de esta exigencia como las modalidades disponibles de respuesta a ella se presentan, pues, mucho más complejas e interesantes de lo que presuponen las explicaciones del arte como una cuestión únicamente de placer, o de expresión, o de forma. Para empezar, las obras de arte se dividen en tipos –poemas, esculturas, óperas, pinturas, edificios, ballets, entre otros–, no todos los cuales requieren que la obra de arte sea ella misma un objeto físico. Lo que es más importante, incluso cuando la obra es un objeto físico, como sucede con la escultura o la pintura, posee propiedades formales, expresivas y estilísticas que no pueden ser reducidas ni a sus rasgos físicos ni a meros efectos producidos en las mentes de sus receptores. De aquí que Wollheim critique vigorosamente tanto las teorías del arte sensorialistas-presentacionistas-formalistas como las fenomenistas-idealistas, por centrarse en un único aspecto de obras que, de modo característico y crucial, implican el trabajo con materiales, sobre un trasfondo de prácticas y tradiciones, con vistas a la creación de efectos complejos e interrelacionados. Lo que Wollheim denomina «el trabajo con el medio» (p. 70) –pictórico, verbal, acústico, etcétera– tiene importancia.
Aparte de la experiencia histórica y críticamente formada, no hay ninguna otra manera de especificar los materiales y los modos de elaborarlos que dan como resultado obras logradas. Tanto «el impulso artístico» (p. 138) como las exigencias que planteamos al arte, aunque estén enraizadas en hechos biológicos que afectan a los seres humanos, son irreductibles a estos. El arte está vinculado con la vida en la medida en que se hace cargo de «sentimientos profundos que asumen pautas coherentes a lo largo de toda nuestra vida y conducta» (p. 143), pero también articula y desarrolla estos sentimientos de maneras que le son características y que rebasan sus bases biológicas, del mismo modo que los estilos peculiares de cocina se desarrollan de manera tal que rebasan la necesidad humana de nutrición.
De aquí que el arte sea «una forma de vida», como lo expresa Wollheim, usando una frase de Wittgenstein (p. 134). Junto a la religión, la ciencia, la cocina, la edificación y muchas otras prácticas, el arte es una modalidad irreductible y distintiva de la puesta en acción, articulación y desarrollo de lo humano. El arte y sus objetos –tanto en sus objetivos como en aquello por medio de lo cual se satisfacen dichos objetivos– son, por consiguiente, modos esenciales de la existencia humana. Este resultado, vigorosamente argumentado y desarrollado con una sutileza que aún sigue sin haber sido superada, es de la máxima importancia no solo para la estética, sino también para la filosofía de la mente y de la sociedad. Celebramos que esté disponible para una nueva generación de lectores.
RICHARD ELDRIDGE
Prefacio a la segunda edición
Este ensayo es una versión ampliada de un ensayo escrito originalmente para la Harper Guide to Philosophy, editada por Arthur Danto. En la segunda edición, he mantenido el texto original, y le he añadido seis ensayos suplementarios. He hecho cambios y adiciones a la bibliografía. Tengo que dar mi más profundo agradecimiento a Arthur Danto, Michael Podro, Adrian Stokes, Bernard Williams y Margaret Cohen por sus consejos y apoyo en la redacción del texto original. Al preparar esta nueva edición, me he beneficiado en gran medida de las críticas, sugerencias y ayuda de David Carrier, Richard Dammann, Hidé Ishiguro, Jerrold Levinson, Charles Rosen, David Wiggins, Bruno Wollheim y Henri Zerner. Tengo una deuda de gratitud, en particular, con Antonia Phillips. Dos de los ensayos suplementarios son resultado de un simposio que tuvo lugar durante el Quinto Congreso de Filosofía de Bristol en 1976, con Nelson Goodman y David Wiggins, cuyas observaciones me resultaron instructivas. Debo muchísimo a Katherine Backhouse, quien mecanografió repetidamente el manuscrito para ambas ediciones. Estoy agradecido a Jeremy Minott y Jonathan Sinclair-Wilson por su asesoramiento y apoyo editorial.
I
El argumento
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El arte y sus objetos
1
«¿Qué es el arte?» «El arte es la suma o totalidad de las obras de arte.» «¿Qué es una obra de arte?» «Una obra de arte es un poema, una pintura, una pieza musical, una escultura, una novela...» «¿Qué es un poema?, ¿una pintura?, ¿una pieza musical?, ¿una escultura?, ¿una novela?...» «Un poema es..., una pintura es..., una pieza musical es..., una escultura es..., una novela es...»
Sería natural presuponer que, solo con que pudiéramos rellenar los huecos en la última línea de este diálogo, tendríamos una respuesta de uno de los problemas más escurridizos de la cultura humana: el de la naturaleza del arte. El presupuesto es aquí, naturalmente, que el diálogo, tal como está formulado más arriba, es significativo. Esto es algo que, por el momento, voy a continuar presuponiendo.
2
Podría, no obstante, objetarse que, incluso si lográramos llenar los huecos en los que termina ese diálogo, aún seguiríamos sin tener una respuesta a la pregunta tradicional, tal como esta se ha venido entendiendo tradicionalmente, en cualquier caso. Pues dicha pregunta ha sido siempre la exigencia de una respuesta unitaria, una respuesta de la forma «El arte es...»; mientras que lo mejor a lo que podríamos aspirar ahora es una pluralidad de respuestas, tantas, de hecho, como artes o medios distingamos en principio. Y si ahora se replica que siempre cabe obtener una respuesta unitaria partiendo de lo que tuviéramos en tal caso, reuniendo todas las respuestas particulares en una gran disyunción, perderíamos de vista la cuestión. Porque la pregunta tradicional se propone, ciertamente, aunque no siempre de modo explícito, excluir cualquier tipo de respuesta que tuviera este grado de complejidad: precisamente, el empleo de la palabra «unitaria» pretende mostrar que lo que no se desea es nada que tenga una forma como «El Arte es (lo que sea un poema) o (lo que sea una pintura), o...».
Pero, ¿por qué habría que presuponerse, como parece ser ahora el caso, que, si pensamos en el arte como algo que puede explicarse esencialmente en términos de diferentes tipos de obras de arte o de distintas artes, hemos de abandonar la esperanza de cualquier cosa que no sea una concepción altamente compleja del arte? Acaso, ¿no estaremos pasando por alto la posibilidad de que las diversas respuestas particulares, respuestas a las preguntas: ¿qué es un poema?, ¿una pintura?, etc., podrían, cuando llegaran, resultar tener algo, o incluso, mucho en común, en el sentido de que las cosas que definen o describen (es decir, obras de arte según sus tipos) tienen en común muchas propiedades? Porque, si es así, entonces no tendremos que recurrir a una mera disyunción, o en todo caso, no nos veremos limitados a ella. En lo que vendría a ser el área de intersección, existe la base para una respuesta de tipo tradicional, incluso si luego se pone de manifiesto que no podemos avanzar partiendo de esa base, en el sentido de que, más allá de un cierto punto, las distintas artes continúan siendo ineludiblemente particulares. Porque lo que eso mostraría es que la exigencia tradicional no puede ser satisfecha en su totalidad, y no que sea un error desde el comienzo plantearla siquiera.
3
Ahora se insinúa un modo de proceder. Consiste en que lo que deberíamos hacer es tratar de establecer, en primer lugar, las diversas definiciones o descripciones particulares –lo que es un poema, lo que es una pintura, etc.–, y luego, teniéndolas a la vista, comprobar si pueden tener algo en común y, si lo tienen, qué es. Pero, aunque ese procedimiento podría ser muy aconsejable por lo que hace a su escrupulosidad (puede que pongamos esto en duda más adelante), es difícilmente practicable. Resulta improbable que podamos llegar jamás a completar la parte inicial o preliminar de esa tarea.
Por tanto, voy a aceptar al menos lo siguiente en cuanto al procedimiento a la objeción del tradicionalista: que habré de comenzar con lo que he llamado la intersección. En lugar de quedar a la espera de las respuestas particulares y ver luego lo que tienen en común, intentaré anticiparlas y proyectar el área en que resulta probable que coincidan. Y si ahora se pone reparos a esta opción, con el argumento de que invierte el orden correcto de la investigación, en la medida en que se nos invitará a considerar y pronunciarnos sobre hipótesis antes de examinar los indicios en los que estas supuestamente se basan, mi argumento será que todos disponemos ya, de hecho, en nosotros mismos, de los indicios requeridos. Es decir, los requeridos para el propósito, para el comparativamente limitado propósito, que nos traemos entre manos: que todos tenemos una experiencia tal de la poesía, la pintura, la música, etc., sobre cuya base, si bien no podemos (como estoy seguro de que así es) decir qué son esas cosas, al menos sí podemos reconocer cuándo se nos dice que son algo que, de hecho, no son. Se ha afirmado que la experiencia humana es apta para la falsación de una hipótesis, pero nunca para su confirmación. Sin comprometerme de ningún modo con esa afirmación en tanto que tesis filosófica general, creo que eso es bastante cierto en este campo, y el procedimiento que propongo se basa en la asimetría que esa tesis afirma.
Este procedimiento nos pondrá en relación, en muchos aspectos, con ciertas teorías del arte tradicionales. Pero conviene reiterar que no entra en mi presente propósito ni producir una teoría semejante ni considerar teorías existentes como tales. Hay una importante diferencia entre preguntar qué es el Arte y preguntar qué hay en común (si es que lo hay) entre los diferentes tipos de obras de arte o las diferentes artes, incluso si la segunda pregunta (mi pregunta) se plantea fundamentalmente como preludio de, o como preliminar para la primera.
4
Comencemos por la hipótesis de que las obras de arte son objetos físicos. Denominaré a esta, para mayor brevedad, la «hipótesis del objeto físico». Una hipótesis de este tipo constituye un punto de partida natural: aunque solo sea por la razón de que es plausible presuponer que las cosas son objetos físicos, excepto en caso de que obviamente no lo sean. Algunas cosas, de modo muy obvio, no son objetos físicos. Ahora bien, aunque puede no ser obvio que las obras de arte sean objetos físicos, no parecen encontrarse entre estas otras cosas. Es decir, que no parecen agruparse inmediatamente junto a los pensamientos, o las épocas históricas, o los números, o los espejismos. Más aún, lo que resulta más sustancial, esta hipótesis concuerda con muchas concepciones tradicionales del Arte y sus objetos y de lo que estos son.
5
No obstante, se puede poner en cuestión la hipótesis de que todas las obras de arte son objetos físicos. Para nuestro propósito, será útil e instructivo dividir esta puesta en cuestión en dos partes: la división corresponde, de modo muy conveniente, a una división entre las propias artes. Ya que en el caso de ciertas artes, el argumento es que no hay ningún objeto físico que pueda identificarse de modo verosímil como la obra de arte: no hay ningún objeto existente en el espacio y en el tiempo (como deben existir los objetos físicos) que pueda ser señalado y concebido como la pieza musical o la novela. En el caso de las otras artes –y de modo particularmente señalado en el de la pintura y la escultura–, el argumento es que, aunque hay objetos físicos de un tipo estándar o aceptable que podrían ser identificados como obras de arte, y de hecho, por lo general, lo son, semejantes identificaciones son erróneas.
La primera parte de esta objeción es, con mucho, la más difícil de satisfacer, como vamos a ver. Sin embargo, afortunadamente no es esta, sino la segunda parte de la puesta a prueba, la que potencialmente plantea tales dificultades a la estética.
6
Que haya un objeto que pueda ser identificado como el Ulises¹ no es una opinión que pueda sobrevivir por mucho tiempo al requisito de que debemos identificar o señalar dicho objeto. Desde luego, existe el ejemplar del Ulises que tengo ahora ante mí, sobre mi mesa, existe la representación de Der Rosenkavalier² a la que asistiré esta noche, y ambas cosas podrían considerarse (con algo de laxitud en el caso de la puesta en escena, cierto es) como objetos físicos. Más aún, una manera habitual de referirse a estos objetos es decir cosas tales como: «El Ulises está sobre mi mesa», «Voy a ver Der Rosenkavalier esta noche», por lo que sería tentador (pero erróneo) concluir que Ulises simplemente es el ejemplar que yo tengo, Rosenkavalier es solo la función de esta noche.
Sería tentador, pero erróneo, concluir eso, y hay diversas maneras muy sucintas de poner de manifiesto el error que ello implica. Por ejemplo, se seguiría de ahí que, si he perdido mi ejemplar del Ulises, el Ulises pasaría a ser una obra perdida. Y nuevamente, se seguiría de ahí que, si a los críticos no les agradara la representación de Rosenkavalier de esta noche, les desagradaría, consiguientemente, Rosenkavalier. Resulta claro que no se puede aceptar ninguna de estas dos inferencias.
Disponemos de dos locuciones o formas de describir los hechos: una en términos de obras de arte, la otra en términos de copias, puestas en escena, etc., de obras de arte. El mero hecho de que haya contextos en los que estas dos locuciones son intercambiables no quiere decir que no haya contextos y, lo que es más, contextos de carácter relevante, en los cuales no son intercambiables. Es muy evidente