Obras completas de M. Luisa Bombal Tomo 1 La última niebla
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Obras completas de M. Luisa Bombal Tomo 1 La última niebla - María Luisa Bombal
ISBN Libro Digital Tomo 1: 978-956-12-2906-8.
ISBN Libro Impreso Tomo 1: 978-956-12-1746-1.
1ª edición: abril de 2016.
Gerente Editorial: Alejandra Schmidt Urzúa.
Editora: Camila Domínguez Ureta.
Director de Arte: Juan Manuel Neira Lorca.
Diseñadora: Mirela Tomicic Petric.
© 2005 por Lucía Guerra Torres.
Inscripción Nº 149.722. Santiago de Chile.
Derechos reservados.
Derechos exclusivos de edición en castellano
reservados para todos los países, salvo España,
por Empresa Editora Zig-Zag, S.A.
Editado por Empresa Editora Zig–Zag, S.A.
Los Conquistadores 1700. Piso 10. Providencia.
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El presente libro no puede ser reproducido ni en todo ni en parte, ni archivado ni transmitido por ningún medio mecánico, ni electrónico, de grabación, CD-Rom, fotocopia, microfilmación u otra forma de reproducción, sin la autorización escrita de su editor.
Índice
Introducción
Palabras Preliminares de Jorge Luis Borges
Novelas
La última niebla
La historia de María Griselda
Las islas nuevas
Trenzas
Lo secreto
Crónicas Poéticas
Mar, cielo y tierra
Washington, ciudad de las ardillas
La maja y el ruiseñor
Otros escritos
Reseña cinematográfica de Puerta cerrada
En Nueva York con Sherwood Anderson
Inauguración del Sello Pauta
Discurso en la Academia Chilena de la Lengua
Introducción
En los diversos y prolíferos cauces de la narrativa latinoamericana, la actividad creativa de María Luisa Bombal corre a la par de la producción literaria de Juan Rulfo. En el caso de ambos escritores, una primera novela de muy breve extensión (La última niebla, Pedro Páramo) produce un quiebre en los formatos tradicionales, abriendo los umbrales de una nueva escritura que revoluciona el género novelístico. Y, en un acto de traición a las expectativas del público y de la crítica, a esta primera novela le sigue una obra escueta, de poco más de cien páginas, que mantiene su impronta renovadora. Bombal y Rulfo son, en nuestra literatura, destellos que se entrecruzan en un territorio aún por analizar. El escritor mexicano señalaba a José Bianco que La amortajada era una novela que lo había impresionado profundamente en su juventud¹ e, indudablemente, no obstante el importe folclórico y político atribuido a la muerte en Pedro Páramo, la noción de los personajes muertos y aún rondando por la vida son un eco intertextual de la novela de María Luisa Bombal. Entrecruzamientos y resonancias que también se engendran en el silencio, ya que, después de un período no mayor de una década, ambos dejaron de publicar y, durante años, se limitaron a anunciar títulos o proyectos de nuevos textos que nunca entregaron a ninguna casa editorial.
María Luisa Bombal y Juan Rulfo se hermanan, así, en la categoría denominada por la crítica casos extraños
. Pero, ¿por qué ha de ser extraño que una persona escriba solo durante unos pocos años? Evidentemente, esta categorización surge de un concepto determinado acerca de la escritura y del creador mismo; en ella subyace una noción cultural con respecto tanto a la producción de la escritura como a lo que se espera de alguien que escribe. En primer lugar, la crítica literaria, en su afán de acabar con las falacias subjetivas, ha elegido ignorar lo imponderable
, mutilando a la creación de aquello que considera sin peso ni quilates
, para un análisis objetivo que se precie de tal: las experiencias biográficas del escritor. Se omite, de esta manera, una relación fundamental entre vivencia y escritura. No obstante los escritores, en sus entrevistas, nunca dejan de aludir a aquel fermento vivencial que, yendo contra todos los esquemas de relaciones mecanicistas, resultan ser la trama (tejido, historia, dispositivo fotográfico) de sus creaciones literarias.
Por otra parte, predomina el concepto de que el escritor se dedica a un oficio, palabra que, en nuestro idioma, designa a la actividad literaria como ocupación habitual
o rezo diario de los eclesiásticos
, adscribiéndosele, así, al escritor una función de por vida en una actividad regida por los conceptos dominantes de trabajo y producción. ¡No voy a tocar nunca más!
, anunció el pianista de jazz, Thelonious Monk, en la década de los cincuenta, escandalizando a todo su público. Ni María Luisa Bombal ni Juan Rulfo se atrevieron nunca a hacer una declaración semejante, pero, en el caso de la escritora chilena, sus manuscritos poblados de erratas y tachas ponen de manifiesto que el teclado de la escritura puede hacerse ajeno y frustrante, aun para los autores geniales, y que no existe el llamado oficio de escritor, como una actividad que se realiza diariamente. Por el contrario, la creación literaria parece correr en un caudal que escapa a todos los paradigmas que intentan definir y estabilizar lo inestable y desestabilizador.
En el caso de Juan Rulfo, su silencio se equiparó al hermetismo de sus propios personajes y su imagen pública se transformó en el mito que corroboraba los rasgos de la esencia del mexicano
, teorizados por Octavio Paz en El laberinto de la soledad. A María Luisa Bombal se la convirtió en una figura nebulosa y teñida de ciertos escándalos: intento de suicidio, asesinato frustrado, adicción al alcohol y total incomunicación con su hija, selección de rasgos que, de ninguna manera, es inocente, puesto que corresponde a una modalidad cultural no exenta de preconcepciones de carácter genérico.
En una construcción que hace de María Luisa Bombal una mujer etérea y trágica, proclive a lo poético y lo sentimental, se omite siempre el hecho de que ella insistiera en un rasgo asociado por nuestra cultura con lo masculino
: la lógica, la precisión y la simetría. La escritora citaba a menudo la frase, en apariencia paradójica de Pascal: Geometría–Pasión–Poesía
y cada vez que se refería a su escritura, afirmaba que ésta se organizaba sobre un eje lógico y formas simétricas exactas. En este sentido, La última niebla resulta ser un tapiz geométrico de oposiciones y reiteraciones que se funden y se confunden en el andamio polisémico y ambiguo de la niebla. Como en el caso de Prosper Merimée, a quien admiraba por la lógica que infundía en sus relatos, la escritura de María Luisa Bombal surge de los márgenes de toda oposición binaria entre realidad e irrealidad, y la tensión básica nace, precisamente, del enlace insólito, para los esquemas tradicionales del conocimiento, entre el misterio y la lógica, esta última asociada por los paradigmas de nuestra cultura con lo objetivo y lo racional; misterio anclado en la lógica, escritura oximorónica
, como diría la crítica para designar el carácter paradójico de dicho enlace. Sin embargo, más allá de lo explícito y lo manifiesto, María Luisa Bombal, ya en 1940, aludía a una paradoja mucho más significativa: el hecho de que en nuestra cultura se haya organizado una existencia lógica y definible, a pesar de que dicha existencia esté enclavada en el misterio: Todo cuanto sea misterio me atrae, yo creo que el mundo olvida hasta qué punto vivimos apoyados en lo desconocido. Hemos organizado una existencia lógica sobre un pozo de misterios. Hemos admitido desentendernos de lo primordial de la vida, que es la muerte. Lo misterioso es para mí un mundo en el que me es grato entrar, aunque solo sea con el pensamiento y la imaginación
.²
El entretejido de lo misterioso y lo lógico resulta ser, de esta manera, la modelización metafórica de una existencia postulada a partir de Friedrich Nietzsche y el pensamiento posmoderno como un haz de antítesis no resueltas. Por lo tanto, desde una perspectiva ideológica, en la obra de María Luisa Bombal, esta fusión constituye en sí una metáfora que es también un acto de insubordinación en los cuarteles de la razón. Y es interesante observar que la visión que la escritora tenía de sí misma es también una antítesis no resuelta. En entrevista realizada en 1975, afirma: Soy una Géminis. Dos personas en una: muy audaz, loca, imaginativa, y otra con criterio y prudencia. Dos personas que se han ido manifestando en el camino de mi vida, a veces las dos al mismo tiempo hasta que (yo creo) hagan un pacto y lleguen a estar juntas, complementarse y estar tranquilas
.³
No obstante la mecánica de los mitos de los personajes de dominio público que se realiza, en nuestra cultura, a partir de un mutilar y despojar para crear una totalidad aprehensible y fácilmente definible, María Luisa Bombal siempre insertaba brechas en dicha configuración. Su sentido del humor, por ejemplo, o el uso inesperado de la blasfemia desbarataban con una frase el mito de la mujer sentimental, dócil y romántica. Por otra parte, su posición conservadora con respecto a la política y a la caracterología de hombre y mujer sorprendía, dado el hecho de que en sus textos se desarrolla una visión transgresiva de dichos órdenes. Esta multiplicidad contradictoria hace de ella misma un ser signado por la heterogeneidad conflictiva, como demuestra Agata Gligo en su excelente biografía de la autora.⁴
La época en la cual escribió sus obras merece también algunos comentarios. Como otras mujeres dedicadas a las artes en la primera mitad del siglo XX, María Luisa Bombal vivió la circunstancia ambivalente de tener y no tener cuarto propio
, en el decir denotativo y metafórico de Virginia Woolf. A pesar de haber escrito en una época en la cual ya, por lo menos, se le había dado tarjeta de ingreso a las mujeres para participar en círculos intelectuales y artísticos que, hasta entonces, habían sido territorio predominantemente masculino,⁵ su creación literaria se gesta en los bordes de los movimientos artísticos que empezaban a entrar en vigencia. Y, como en el caso de las pintoras Frida Kahlo, Leonora Carrington y Remedios Varo, la escritora chilena poco caso hace a los manifiestos literarios en boga que, desde una perspectiva eminentemente surrealista, producían mistificantes configuraciones de lo femenino
desde una posición patriarcal, no obstante postularse como antagónica a todo enclave de orden burgués. En el imaginario surrealista, los procesos de territorialización de la mujer resultan en las figuras de Nadja, mediadora de los estados de éxtasis erótico e irracional, de la Mujer-Niña que, en su ingenuidad sensual, conectaba el inconsciente con la escritura automática, de Melusina –mitad mujer, mitad hada–, quien representaba para André Breton la absoluta transparencia de la visión, y de Gradiva, mujer esculpida en un relieve en la novela de Wilhelm Jensen, que los escritores surrealistas reciclan para hacer de ella la musa que guía al poeta.
Las pintoras antes mencionadas, rechazando estas imágenes de la mujer como Otro, eligieron buscarse a sí mismas en el autorretrato, el parto y el aborto (Frida Kahlo), en la magia de la cocina y el ámbito doméstico (Leonora Carrington, Remedios Varo). Con una posición ideológica similar, Victoria Ocampo, en 1935, fecha de publicación de La última niebla por Editorial Sur, publicaba en su revista del mismo nombre el artículo titulado La mujer y su expresión, en el cual afirma:
Es fácil comprobar que hasta ahora la mujer ha hablado muy poco de sí misma, directamente. Los hombres han hablado enormemente de ella, por necesidad de compensación sin duda, pero, desde luego y fatalmente, a través de sí mismos. A través de la gratitud o la decepción, a través del entusiasmo o la amargura que este ángel o demonio dejaba en su corazón, en su carne y en su espíritu. Se les puede elogiar por muchas cosas, pero nunca por una profunda imparcialidad acerca de este tema. Hasta ahora, pues, hemos escuchado principalmente a testigos de la mujer, y testigos que la ley no aceptaría, pues los calificaría de sospechosos. Testigos cuyas declaraciones son tendenciosas. Es a la mujer misma a quien le toca no solo descubrir este continente inexplorado que ella representa, sino hablar del hombre, a su vez, en calidad de testigo sospechoso.⁶
A pesar de que María Luisa Bombal declaraba no haber participado activamente en los movimientos feministas de la época, sus textos ponen de manifiesto una representación de la mujer desde una perspectiva que coincide con los postulados de Victoria Ocampo. En los márgenes de los modelos surrealistas y de la vanguardia en general, elabora un espacio propio en el cual la mujer deja de ser musa y mujer esculpida en un relieve, para convertirse en personaje de una problemática que devela, en parte, la circunstancia de la mujer latinoamericana durante la primera mitad del siglo XX.
Para los parámetros tradicionales de una crítica que, hasta la década de los setenta, alegaba que la literatura no tenía sexo, los textos de María Luisa Bombal fueron catalogados como exponentes de las corrientes surrealistas o suprarrealistas en Hispanoamérica, no obstante la autora insistiera en que ella se había marginado de ese movimiento y solo había leído a André Breton cuando ya residía en los Estados Unidos, o sea, varios años después de haber escrito su obra. Sin embargo, en los nítidos esquemas generacionales, se ha omitido sistemáticamente el factor genérico, es decir, el hecho de que estos textos hayan sido escritos desde la perspectiva de una mujer en un período histórico determinado. De más está decir que incluirla dentro de una producción literaria de carácter masculino implica no solo borrar e ignorar la especificidad femenina de sus textos a través de los recursos del Sujeto Excluyente, según teoría de Michel Foucault, sino también un violento acto de apropiación que aniquilaba toda posibilidad de establecer que una genealogía y tradición literarias creadas por la mujer en la posición subordinada que le ha sido asignada por una sociedad organizada a partir del factor genérico.⁷
Según testimonios de las décadas de los treinta y cuarenta, María Luisa Bombal era una mujer excéntrica, fuera de aquel centro regido por un código que regulaba el lenguaje y la conducta de las mujeres. ¿Si me gustaba como mujer?
–respondió uno de sus contemporáneos a la pregunta que le hiciera Agata Gligo–. Era muy graciosa y alegre, pero tenía demasiada personalidad para ser mujer... Una mujer debe ser más pasiva... A uno le gusta creer que manda.
⁸ Para esa época en la cual la mujer ni siquiera había obtenido el derecho a voto, María Luisa Bombal resultaba ser una figura peligrosa e impertinente. Ana Vásquez recuerda que, cuando ella era muy niña, llegó a su casa la escritora causando revuelo entre hombres y mujeres: Ellas apenas la saludaron cuando, con sus tacones muy altos y sus uñas pintadas de rojo, avanzó para reunirse con los hombres que hablaban de libros
.⁹
En el caso de María Luisa Bombal, el traspasar los límites de un territorio adjudicado va, sin embargo, mucho más allá de las regulaciones impuestas a la conducta cotidiana. En la esfera de lo propiamente literario, ella es la primera escritora latinoamericana que se atreve a describir el acto sexual, transgrediendo de este modo el discurso que el poder patriarcal le había adjudicado a la mujer. En La última Niebla, se nos presenta la siguiente escena con el amante: Entonces él se inclina sobre mí y rodamos enlazados al hueco del lecho. Su cuerpo me cubre como una ola hirviente, me acaricia, me quema, me penetra, me envuelve, me arrastra desfallecida. A mi garganta sube algo así como un sollozo, y no sé por qué empiezo a quejarme, y no sé por qué me es dulce quejarme, y dulce a mi cuerpo el cansancio infligido por la preciosa carga que pesa entre mis muslos
.
Los primeros estudios de La última niebla realizados por Amado Alonso y Ricardo Latcham, destacaron su singularidad en un contexto literario chileno en el cual predominaba el criollismo, regido por una visión positivista del mundo.¹⁰ Aún más importante nos parece destacar que dicha corriente literaria en Hispanoamérica estaba enclavada en un proyecto de nación en el cual las categorías de lo femenino
y lo masculino
se desplazaron, en el nivel designativo, a