13,99 euros
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Octave Parango, creativo publicitario, es un joven triunfador; forma parte de quienes deciden lo que el público deseará mañana. Pero, asqueado de esa industria y sus manipulaciones, decide escribir un libro en el que denunciará sus entresijos para que le despidan de la poderosa agencia en la que trabaja. Éste es el punto de partida de 13,99 euros, un enloquecido viaje a los infiernos rituales –drogas, sexo y violencia– con un estilo afín al de Bret Easton Ellis y al de Michel Houellebecq, que fue quien animó a su autor a escribir «el libro auténtico sobre el medio publicitario». Cruel e insolente, alegato contra la manipulación consumista, 13,99 euros se convirtió en un verdadero fenómeno de masas en Francia, uno de los mayores bestsellers de los últimos años. «Esta novela describe el maravilloso mundo de la comunicación moderna: un mundo en el que se gastan miles de millones para despertar entre personas que no pueden permitírselo el deseo de comprar cosas que no necesitan. Es un libro sobre nuestra sociedad, la vuestra, la mía, la que yo mismo contribuí a forjar durante mis diez años de presencia en las agencias de publicidad, la que todos hemos dejado crecer por despecho», dice el autor, que recuerda que la experiencia de Octave se inspira en la suya: poco antes de publicar su novela, Frédéric Beigbeder fue despedido de Young & Rubicam, la agencia en la que trabajaba.
Frédéric Beigbeder
Frédéric Beigbeder (Neuilly-sur-Seine, 1965) es autor de otras tres novelas, un libro de cuentos y un ensayo. Durante diez años simultaneó su trabajo publicitario con colaboraciones en diferentes medios de comunicación como cronista de la noche o crítico literario en revistas, periódicos y programas de radio y televisión. Con "13, 99 euros" tuvo un éxito extraordinario, encabezando durante meses las listas de best-sellers, y de paso fue despedido fulminantemente de la agencia de publicidad en la que era un brillantísimo creativo.
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Comentarios para 13,99 euros
351 clasificaciones4 comentarios
- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5'99 francs' is a very enticing read. Beigbeder, who used to work as a publicitary agent, wrote a vehement attack on the world of billboards, catchy slogans and consumerism. And what's even more - it's pretty damn funny.
We follow the adventures of a publicity hotshot called Octave, who is writing down his story in an attempt to get fired from his job. Everything he does to get himself fired backfires though, resulting in a promotion, big bonuses and bigger contracts. It's a world where vile slogans get rewarded, where manipulation is key to succes and, more importantly, the world we all live in today. There's also a more romantic side to the story. Octave is trying to escape. He doesn't really know how he is supposed to go about that, but still. There's some really nice French in here. This book is dangerous, but essential.
Beigbeder is a writer pur sang - go check it out. - Calificación: 4 de 5 estrellas4/5The book has some parts that ring very true if you have been involved with marketing. Most hilarious parts were where they make advertisements and sound really self-concious. Also some choices of words were really unique. "It's always the same with the women. You either don't care about them or you are afraid of them" for example. I didn't care for all sides of main characters personality. The rich life and drug use came to me as cheap American Psycho rip-off. Overall I liked this book and bought it after finishing library copy in a day.
- Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Cette satire de la société de consommation et du 'marketing' est un 'must' pour tout lecteur engagé et curieux des phénomènes de société moderne. Plus qu'un roman, le ton est incisif, argumentatif et les personnages surréalistes font de ce livre une bonne provocation. Le format des chapîtres est aléatoire, entrecoupé de vrais/fausses pubs - tout ce qu'il faut pour nous, pauvres lecteurs, qui de plus en plus souffrons de manque d'attention avec le matraquage médiatique, auditif et visuel des pubs et émissions de télé-réalité. Ce livre fait l'effet d'une douche froide, qui réveille notre (in)conscient collectif. Comme je dis, c'est un 'must'.
- Calificación: 3 de 5 estrellas3/5The beginning of the book is interesting, a side view of the advertising agency and their customer... The consumer society where we live together and where advertising is often propaganda polluting the mind. The plot of the story is small very small...
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13,99 euros - Sergi Beltrán Pàmies
Índice
Portada
I. Yo
1
2
3
4
5
6
7
8
9
II. Tú
1
2
3
4
5
6
7
III. Él
1
2
3
4
5
6
IV. Nosotros
1
2
3
4
5
6
7
V. Vosotros
1
2
3
4
5
6
7
VI. Ellos
1
2
3
4
5
6
Créditos
Notas
Bruno Le Moult se marchó.
Este libro era para él.
Ya que esto es así,
se lo ofrezco a Chloë,
que acaba de llegar.
Desde luego, no hay razón alguna para que el nuevo totalitarismo se parezca al antiguo. El gobierno, por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada, encarcelamientos en masa y deportación también en masa no es solamente inhumano (a nadie, hoy día, le importa demasiado este hecho); se ha comprobado que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es un pecado contra el Espíritu Santo. Un estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos y su ejército de colaboradores pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuese necesario ejercer coerción alguna por cuanto amarían su servidumbre. Inducirles a amarla es la tarea asignada, en los actuales estados totalitarios, a los ministerios de propaganda, los directores de los periódicos y los maestros de escuela.
ALDOUS HUXLEY, nuevo prólogo de
Un mundo feliz, 1946
Nos infligen
deseos que nos afligen
ALAIN SOUCHON,
Foule sentimentale, 1993
El capitalismo ha sobrevivido al comunismo. Ahora se devora a sí mismo.
CHARLES BUKOWSKI, El capitán salió a comer y los marineros
tomaron el barco, 1998
THE NAMES HAVEN BEEN CHANGED
TO PROTECT THE GUILTY.
I. Yo
Lo que no somos capaces de cambiar debemos por lo menos describirlo.
RAINER WERNER FASSBINDER
1
Todo es provisional: el amor, el arte, el planeta Tierra, vosotros, yo. La muerte es algo tan ineludible que pilla a todo el mundo por sorpresa. ¿Cómo saber si este día no será el último? Creemos tener tiempo. Y luego, de repente, ya está, nos ahogamos, fin del tiempo reglamentario. La muerte es la única cita que no está anotada en nuestra agenda.
Todo se compra: el amor, el arte, el planeta Tierra, vosotros, yo. Escribo este libro para que me echen del trabajo. Si me fuese, me quedaría sin indemnización. Necesito serrar la rama sobre la que se asienta mi comodidad. Mi libertad se llama subsidio de desempleo. Prefiero ser despedido por una empresa que por la vida. PORQUE TENGO MIEDO. A mi alrededor, los colegas caen como moscas: corte de digestión en la piscina, sobredosis de cocaína maquillada de infarto de miocardio, accidente con el jet privado, vueltas de campana con el descapotable. Esta noche, sin embargo, he soñado que me ahogaba. Me he visto a mí mismo hundiéndome, acariciando las rayas, con los pulmones llenos de agua. A lo lejos, en la playa, una hermosa mujer me llamaba. No podía responderle porque tenía la boca llena de agua salada. Me ahogaba pero no pedía auxilio. Y, a mi alrededor, todo el mundo hacía lo mismo. Todos los bañistas se hundían sin pedir auxilio. Creo que ha llegado el momento de dejarlo todo, ya que no sé cómo mantenerme a flote.
Todo es provisional y todo se compra. El hombre es un producto como cualquier otro, con fecha de caducidad. Ésta es la razón por la cual he decidido jubilarme a los treinta y tres años. Dicen que es la edad ideal para resucitar.
2
Me llamo Octave y llevo ropa de APC. Soy publicista: eso es, contamino el universo. Soy el tío que os vende mierda. Que os hace soñar con esas cosas que nunca tendréis. Cielo eternamente azul, tías que nunca son feas, una felicidad perfecta, retocada con el PhotoShop. Imágenes relamidas, músicas pegadizas. Cuando, a fuerza de ahorrar, logréis comprar el coche de vuestros sueños, el que lancé en mi última campaña, yo ya habré conseguido que esté pasado de moda. Os llevo tres temporadas de ventaja, y siempre me las apaño para que os sintáis frustrados. El Glamour es el país al que nunca se consigue llegar. Os drogo con novedad, y la ventaja de lo nuevo es que nunca lo es durante mucho tiempo. Siempre hay una nueva novedad para lograr que la anterior envejezca. Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume.
Vuestro sufrimiento estimula el comercio. En nuestra jerga, lo hemos bautizado «la depresión poscompra». Necesitáis urgentemente un producto pero, inmediatamente después de haberlo adquirido, necesitáis otro. El hedonismo no es una forma de humanismo: es un simple flujo de caja. ¿Su lema? «Gasto, luego existo.» Para crear necesidades, sin embargo, resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas. Y vosotros sois mi blanco.
Me paso la vida contándoos mentiras y me lo pagan con creces. Gano 13.000 euros (sin contar las dietas, el coche de empresa, las stocks-options y el blindaje contractual). El euro ha sido inventado para que los salarios de los ricos parezcan dieciséis veces menos indecentes. ¿Conocéis a mucha gente que, a mi edad, gane 13 kiloeuros? Os manipulo y me regalan el nuevo Mercedes SLK (con su capota automática) o el BMW Z3 o el Porsche Boxter o el Mazda MX5. (Personalmente, siento debilidad por el deportivo BMW Z3, que aúna el esteticismo aerodinámico de la carrocería y la potencia gracias a su motor de 6 cilindros en línea que desarrolla 321 caballos, lo que le permite pasar de 0 a 100 km/h en 5,4 segundos. Por si esto fuera poco, ese coche parece un supositorio gigante, lo cual resulta la mar de práctico para dar por el culo a la Tierra.)
Interrumpo las películas que estáis viendo en televisión para imponeros mis marcas y me pagan unas vacaciones en Saint Barth’ o en Lamu o en Phuket o en Lascabanes (Quercy). Os machaco con mis eslóganes en vuestras revistas favoritas y me ofrecen un caserón en la Provenza o un castillo en el Périgord o una mansión en Córcega o una granja en Ardèche o un palacio marroquí o un catamarán antillano o un yate tropical. Estoy En Todas Partes. No os libraréis de mí. Dondequiera que miréis reina mi publicidad. Os prohíbo que os aburráis. Os impido pensar. El terrorismo de la novedad me sirve para vender vacío. Preguntad a cualquier surfista: para mantenerse en pie resulta indispensable tener un espacio vacío debajo. Hacer surf consiste en deslizarse sobre un enorme agujero (los adictos a Internet lo saben tan bien como los campeones de surf de Lacanau). Yo decreto lo que es Auténtico, lo que es Hermoso, lo que está Bien. Elijo a las modelos que, dentro de seis meses, os la pondrán dura. A fuerza de verlas retratadas, las bautizáis como top-models; mis jovencitas traumatizarán a cualquier mujer que tenga más de catorce años. Idolatráis lo que yo elijo. Este invierno se llevarán los senos más altos que los hombros y el chochito rasurado. Cuanto más juego con vuestro subconsciente, más me obedecéis. Si canto las excelencias de un yogur en las paredes de vuestra ciudad, os garantizo que acabaréis comprándolo. Creéis que gozáis de libre albedrío, pero el día menos pensado reconoceréis mi producto en la sección de un supermercado, y lo compraréis, así, sólo para probarlo, creedme, conozco mi trabajo.
Mmm, penetrar vuestro cerebro resulta de lo más agradable. Me corro en vuestro hemisferio derecho. Vuestro deseo ya no os pertenece: os impongo el mío. Os prohíbo que deseéis al azar. Vuestro deseo es el resultado de una inversión cuyo importe está cifrado en miles de millones de euros. Soy yo quien decide hoy lo que os gustará mañana.
Todo esto provoca que, probablemente, no os resulte demasiado simpático. Por regla general, cuando uno comienza a escribir un libro, debe procurar parecer interesante y toda la pesca, pero yo no deseo enmascarar la realidad: no soy un narrador amable. En realidad, soy más bien del género cabronazo que pudre todo lo que toca. Lo ideal sería que empezarais odiándome, antes de odiar también la época que me ha creado.
¿No resulta espantoso comprobar hasta qué punto todo el mundo parece considerar normal esta situación? Me dais asco, insignificantes esclavos sometidos a mis más mínimos caprichos. ¿Por qué habéis permitido que me convierta en el Rey del Mundo? Me gustaría resolver este misterio: averiguar de qué modo, en el punto más álgido de una época cínica, la publicidad fue coronada Emperatriz. En dos mil años, nunca un cretino irresponsable como yo había logrado ser tan poderoso.
Me gustaría dejarlo todo, largarme de aquí con mis ahorros, llevándome droga y unas putas a una mierda de isla desierta. (Me pasaría el día contemplado a Soraya y a Tamara masturbándose mientras me trabajan el nabo.) Pero no tengo cojones para despedirme. Por eso escribo este libro. Mi despido me permitirá escapar de esta jaula dorada. Soy peligroso, detenedme antes de que sea demasiado tarde, ¡tened piedad! Dadme cien kilos y me abro, lo prometo. ¿Qué le voy a hacer si la humanidad ha decidido reemplazar a Dios por productos de gran consumo?
Sonrío porque podría darse el caso de que tan pronto como apareciera este libro, en lugar de echarme, me aumentaran el sueldo. En el mundo que me dispongo a describiros se digiere la crítica, se fomenta la insolencia, se remunera la delación y se planifica la diatriba. Pronto se concederá el Nobel de la Provocación y yo me convertiré en uno de los más serios aspirantes a ganarlo. La rebelión forma parte del juego. Las dictaduras de antaño temían la libertad de expresión, censuraban las protestas, encarcelaban a los escritores, quemaban los libros controvertidos. Los viejos tiempos de los autos de fe permitían distinguir a los buenos de los malos. A la hora de lavarse las manos, el totalitarismo publicitario resulta mucho más sutil. Este tipo de fascismo aprendió la lección de los errores precedentes (Berlín, 1945, y Berlín, 1989 –por cierto, ¿por qué todas las barbaries acabaron muriendo en la misma ciudad?).
Para someter la humanidad a la esclavitud, la publicidad ha elegido la discreción, la agilidad, la persuasión. Vivimos en el primer sistema de dominio del hombre por el hombre contra el cual incluso la libertad resulta impotente. Al contrario, su mayor logro consiste precisamente en apostar fuerte por la libertad. Cualquier crítica le da protagonismo, cualquier panfleto refuerza la ilusión de su dulzona tolerancia. Pero acaba sometiéndoos de todos modos. Todo está permitido, nadie te echa una bronca si alborotas el gallinero. El sistema ha alcanzado su objetivo: incluso la desobediencia se ha convertido en una forma de obediencia.
Nuestros destinos frustrados son alegremente maquetados. Vosotros mismo, que estáis leyendo este libro, seguro que estáis pensando: «Qué enternecedor resulta este publigilipollas que muerde la mano del que le da de comer, venga, vuelve al rebaño, estás tan atrapado como los demás, pagarás tus impuestos, como todo el mundo.» No existe modo alguno de escapar. Todos los cerrojos están echados, entre las más amplias de las sonrisas. Os tienen atrapados con créditos que hay que devolver, plazos mensuales, alquileres que pagar. ¿Sentís un impulso de protesta? Millones de parados esperan para ocupar vuestro lugar. Protestad tanto como queráis, Churchill ya encontró la respuesta: dijo «es el peor sistema con excepción de todos los demás». El que avisa no es traidor. No dijo el mejor sistema; dijo el peor.
3
Esta mañana, a las 9, tengo desayuno con el Director de Marketing de la División de Productos Frescos de Madone, uno de los mayores grupos agroalimentarios del mundo (84.848 millones de francos de facturación en 1998, o sea 12.395 millones de euros), en un búnker de acero y cristal decorado en plan Albert Speer. Para entrar, uno necesita acreditarse: el imperio del yogur es una fortaleza de alta seguridad. Nunca unos productos lácteos estuvieron tan protegidos. Sólo falta que la fecha de caducidad aparezca marcada encima de las puertas automáticas. Me han entregado una tarjeta magnética para acceder a los ascensores y luego he tenido que cruzar una barrera con torniquetes metálicos, igual que en el metro, y de repente me he sentido superimportante, como si fuera a visitar al presidente de la República, cuando sólo iba a ver a un vendedor con camisa de rayas. En el ascensor, me he recitado un cuarteto de Michel Houellebecq:
Los directivos ascienden hacia su calvario
en sus niquelados ascensores.
Veo pasar a las secretarias
retocándose un poco el rímel.
Y me ha resultado de lo más divertido hallarme en el interior de un gélido poema.
Pensándolo mejor, es cierto que la reunión de esta mañana ha sido mucho más importante que una entrevista con un jefe de Estado. Ha sido la reunión más importante de mi vida, ya que ha determinado el resto de mis días.
En la octava planta, en la sede de Madone, todos los jefes de producto llevan camisas de rayas y corbatas con animalitos. El Director de Marketing tiene aterrorizadas a sus obesas ayudantes, y eso les produce retención de líquidos. Se llama Alfred Duler. Alfred Duler empieza todas sus reuniones con la misma frase: «No estamos aquí para satisfacernos a nosotros mismos sino para satisfacer al consumidor.» Como si el consumidor fuera un ser perteneciente a otra raza –¿un «untermensch»?–. Me dan ganas de soltarle: para alguien que curra en el sector alimentario, quizás no sea ésta la expresión más adecuada. Me lo imagino por la mañana, afeitándose, haciéndose el nudo de la corbata, traumatizando a sus hijos con su mal aliento, escuchando France-Info a todo volumen, leyendo el periódico económico Les Echos, tomándose su café de pie, en la cocina. Desde 1975 no toca a su mujer pero ni siquiera la engaña (ella a él, sí). Sólo lee un libro al año y, para más inri, es de Alain Duhamel. Se pone su trajecito, cree que de verdad desempeña una función fundamental en su holding, tiene un enorme Mercedes que hace brum-brum en los atascos y un teléfono portátil Motorola que hace pilim-pilim en el estuche colgado sobre su autorradio Pioneer, que emite anuncios de Casto-Casto-Castorama, Mamouth tritura los precios, Elegir bien es elegir But. Está convencido de que el periodo actual de desarrollo económico es una buena noticia aunque el desarrollo económico sólo signifique una producción cada vez mayor y más inútil, «una inmensa acumulación de mercancía» (Karl Marx), una montaña de objetos superfluos bajo los cuales quedar sepultados. Tiene Fe. Se lo enseñaron en la Escuela Superior: Creerás en el Desarrollo Económico. ¡Produzcamos millones de toneladas de productos amontonados y seremos felices! ¡Gloria a la expansión, que hace funcionar las fábricas que, a su vez, hacen crecer la expansión! ¡Sobre todo no nos detengamos a reflexionar!
Estamos sentados en una sala de reunión tan siniestra como las que existen en todos los edificios de oficinas del mundo, alrededor de una enorme mesa ovalada con vasos de zumo de naranja y una secretaria-esclava que, sin levantar la mirada, va trayendo termos de café entre el olor a axilas producto de las tardías reuniones del día anterior.
Duler abre la sesión precisando que «todo lo que aquí se diga es confidencial; en esta reunión no se levantará acta; se trata de un gabinete de crisis; falta comprobar las cifras de recompra pero me preocupan un poco los movimientos de existencias; un competidor lanza un me-too con una potente campaña; según fuentes solventes, estarían intentando robarnos parte del mercado; debemos interpretarlo como una agresión». En una fracción de segundo, todos los participantes sentados alrededor de la mesa se ponen a fruncir el ceño. Sólo faltan los cascos de color caqui y los planos de Estado Mayor para que aquello parezca El día más largo.
Tras los comentarios meteorológicos de rigor, JeanFrançois, Director de Clientes de nuestra agencia, toma la palabra para resumir el brief, mientras proyecta transparencias sobre la pared con un retroproyector:
–Les estamos mostrando un guión de treinta segundos para defender Delgadín contra el ataque de los me-too de distribución. Les recuerdo el objetivo estratégico que nos fijamos en la anterior reunión: «En un mercado en erosión, Delgadín innova y aspira a ofrecer una renovada visión del queso fresco gracias a su nuevo envase ergonómico.»
Levanta la nariz hacia sus fichas y cambia de transparencias. Sobre la pared, puede leerse lo siguiente:
Enunciado en medio tono (continuación):
Emocional
Goloso/irresistible
Placer/Fashion DELGADÍN Delgadez/Belleza
Sano/nutritivo
Racional
Como nadie dice nada, continúa parafraseando lo que su ayudante (cuyo hijo está, en ese preciso momento, cogiendo una otitis en la guardería municipal) le ha mecanografiado en su Word