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Las tres primeras veces que el gato de Chan desapareció, el alma le salió del cuerpo y no tuvo de otra que vagar durante horas en busca del animal en los lugares cercanos a su apartamento y en el parque dónde lo había encontrado por primera vez. Fue cuando llegó tarde en la noche que encontró al minino durmiendo tan cómodo en su cama.
—Oi, bola de pelos, me tenías asustado. Por favor, no vuelvas a irte así—susurró acariciando el pelaje del gato mientras el gato maullaba agradeciendo las caricias.
Las siguientes veces que desapareció, su alma no salió de su cuerpo, pero la preocupación seguía ahí y por tanto volvió a vagar en las calles en busca del animal. Como las primeras veces, de regreso a casa se lo encontró durmiendo plácidamente en su cama.
—¡Argh!—gruñó en un tono bajo, a pesar de estar enfadado con él, no quería molestar al animal—. Lo haces a posta, ¿verdad? Te divierte que pierda horas buscándote en la calle. Pues a la próxima no caeré, ya verás que no.
La novena vez que desapareció, Chan ya sabía a lo que atenerse. Sabía que el gato volvería, es decir, lo había hecho antes y parecía seguir un patrón. Pero la paranoia de que no volvería a ver a su minino lo hizo salir a la calle de nuevo. Y, como las veces anteriores, cuando volvió a casa el gato lo esperaba en la comodidad de su cama.
—Canas verdes, minino, me vas a sacar canas verdes, me convertiré en el Grinch y le arruinaré la Navidad a la gente por tu culpa—dijo sabiendo que el gato le ignoraba y que tampoco podía entenderle. Suspiró antes de acostarse en la cama, cansado y abrazando al gato con temor a que volviera a escapar.
La onceava vez que desapareció, Chan decidió esperar a su gato para saber por dónde salía (y entraba, pues supuso que utilizaba el mismo lugar como entrada y salida). Él era un chico responsable y siempre se aseguraba de dejar tanto las puertas como las ventanas cerradas, así que le sorprendió ver a su pequeño gato entrar por un hueco cercano a la ventana de su habitación que aseguraba no haber visto a la hora de comprar el apartamento.
—Cerraré eso mañana—anunció pensando en los materiales que debía utilizar para cerrar ese espacio. ¿Un trozo de madera y clavos servirían? Quizá temporalmente.
La decimo-quinta vez que desapareció le entró el pánico. Ninguna de las puertas y ventanas, estaban abiertas; el hueco ya lo había cerrado un mes atrás con cementeo y sabía con certeza que no había otros espacios por los que escaparse, había inspeccionado el apartamento de arriba a abajo unas diez veces y otras diez de izquierda a derecha.
Eso sólo podía significar que: ¡le habían robado a su gatito! ¿Qué otra explicación había? Era imposible que el minino hubiera encontrado otra salida y bueno, la pelota de fútbol y el cristal roto que vio en el suelo de la cocina una vez entró en él, le hicieron pensar que, en efecto, alguien había entrado a su casa solo para robarse a su gatito.
¿Pero por qué alguien querría a su gatito? Ducky no era muy inteligente que digamos y era un gato muy vago. Por lo que había notado Chan, Ducky se parecía mucho a su amigo Felix; comía, jugaba alguna tontería (en el caso de Felix, algún videojuego que estuviera de moda; en el caso del gato, papeles que estaban esparcidos por todo el apartamento, estambre, o la misma luz del s que entraba por las ventanas), dormía y luego le daba por desaparecer.
La diferencia estaba en que al menos Felix le dejaba un mensaje tipo "Oye, Chris, creo que me vendría bien estar un poco alejado de la sociedad, así que no te preocupes mucho si no contesto a tus memes, llamadas o mensajes. No es personal y me comunicaré pronto, lo prometo. Cuídate, bye". Su gato no le dejaba mensajes y Chan deseaba que pudiera hacerlo, aunque siquiera pensarlo se trataba de una estupidez de su parte.
Sacudió la cabeza y se dirigió a los apartamentos vecinos a preguntar por gato. Quizás estaba siendo paranoico de nuevo y su gato sólo había encontrado una forma de salir nueva.
La familia que vivía del lado izquierdo a su apartamento no se encontraba así que no podría preguntarle a ellos y la abuela que vivía del lado derecho simplemente le cerró la puerta en la cara después de gritarle que cuidara mejor de su mascota porque supuestamente, su gato Ducky, había rasgado varias de sus prendas.
Luego se dirigió a la vecina de enfrente, que con mucha más amabilidad que la abuela cascarrabias. le abrió la puerta con una sonrisa como si hubiera estado esperando todo el día por una visita—. Hola señora Jung.
—Señorita Jung—interrumpió la mujer—, no estoy ni tan vieja, ni tan casada. ¿Se le ofrece algo, joven Bang?
—Eh... Sí, perdone, ¿ha visto usted por casualidad a mi gato? Es una bola de pelos así de pequeña—gesticuló con las manos el tamaño aproximado de su mascota—, de un color marrón con rayas y motas negras. Se ha escapado y no lo encuentro por ningún lado.
—Oh, pues la verdad es que no he visto a ningún gato merodear por aquí excepto por Soonie, Doonie y Dori—comentó la señora, si mal no recordaba cuando fue a visitar a su amiga que vivía en el piso de arriba, los tres gatos correteaban por el pasillo.
—Espere, ¿hay más gatos viviendo en el edificio?
Chan frunció el ceño confuso, ¿había más gatos en su edificio y no se había dado cuenta en el medio año que llevaba viviendo en el apartamento?
—Sí, pensé que lo sabías. Aparte de ti y Minho no hay más dueños de mascotas aquí. Si quieres podrías ir y preguntarle a él si ha visto a tu compañero, siempre está muy atento a su alrededor y más si se trata de gatos. Vive arriba, en el apartamento número 5A.
—Está bien, muchísimas gracias señora, quiero decir, señorita Jung—hizo una reverencia y se dirigió a las escaleras.
—Cuídate, chico.
—Igualmente.
Chan subió las escaleras con rapidez y tocó el timbre con desesperación. Cuando la puerta se abrió se quedó boca-abierto, no esperaba encontrarse a un ángel con solo una toalla tapando sus partes, para ser muy sinceros, con la breve descripción de la señorita Jung, se esperaba que fuera un anciano quien le abriera la puerta.
—¿Hola? ¿Te conozco?—preguntó el tal Minho sacándole de su ensoñación.
Chan sacudió la cabeza, no podía dejar que ese semental le distrajese de lo que verdaderamente era importante: su gato, Ducky.
—No creo, mi nombre es Bang Chan, vivo en el piso C de abajo desde hace seis meses—se presentó, dando información básica porque tampoco era plan contarle toda su vida a un desconocido.
—Ah—musitó Minho incómodo, pues la única cosa que tapaba su cuerpo desnudo (y mojado) era una toalla—, encantado supongo... Ehhh, ¿necesitas algo?
—Sí, me preguntaba si habías visto a mi gato, se ha escapado y no le encuentro por ninguna parte.
—¿Hay más gatos viviendo en el edifico?—preguntó igual de confundido que Chan cuando la señora Jung le comentó lo mismo.
—Já, es gracioso, esa fue mi misma reacción—bromeó intentando disminuir la incomodidad del ambiente, cosa que no funciono.
—Mmmm... Lo siento—se disculpó el castaño negando con la cabeza—, los únicos gatos que he visto son a los míos.
—Oh—su semblante pasó a uno triste—. Bueno, siento haberte molestado—hizo una reverencia—, aún así, gracias.
—Espera—lo paró antes de que llegara a las escaleras. El chico parecía realmente triste y Minho odiaba que las personas estuvieran tristes y más si era por sus mascotas—puedes darme su descripción y si lo veo te puedo avisar.
—¡Oh, sí! ¡Esa es una gran idea!—aceptó con una sonrisa esperanzadora formandose en su rostro—. Pues mi gatito es así de pequeño, es de color marrón y tiene machas y rayas negras. Responde al nombre de Ducky.
Minho frunció levemente el ceño, la preocupación por el chico había desaparecido en un segundo. Esa descripción le recordaba mucho a Dori, su propio gato. Pero cuando encontró a Dori hacía tres meses, nadie reclamó por él cuando colgó los panfletos en el edificio y las farolas del vecindario, así que era imposible que fuera el mismo gato, ¿no?
—Sí, sí, yo te aviso si veo a tu gato. Si me disculpas—contestó rápido, el rubio ya le estaba dando mala espina, no dejaba de mirar dentro de su casa. ¿Y si en realidad venía a robar?
No se cruzó antes con el chico en los seis meses que decía que llevaba viviendo en el edificio, pero parecía conocer a su gato Dori y lo describía a la perfección. ¿Qué tal si se trataba de un acosador que quería robarle a su pequeño?
Cualquier pensamiento coherente se esfumó de la cabeza de Minho al escuchar el grito del contrario, sinceramente, su actitud le estaba asustando.
—¡Ducky!—Minho dirigió su mirada a donde estaba viendo el chico. Ahí en la esquina solo estaban sus tres gatos jugando—. Oye tú, mentiroso, ¡ese de ahí es mi gato!
Y ante tal acusación, Minho hizo lo único razonable que se le ocurrió en el momento: cerrar la puerta en la cara de Bang Chan y poner el pestillo.