Chapter 1: Prólogo
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PRÓLOGO
Hermia estaba sentada observando las llamas de la chimenea, la cómoda bata de dormir, sus pantuflas y el calor del chocolate caliente habían hecho que el libro de poesía se convirtiera en un panorama deslumbrante. No hacía falta otra cosa, especialmente porque con la nieve cayendo sobre la ciudad no había otro sitio donde quisiera estar. En su hogar encontraba el consuelo, la protección y la paz que necesitaba tener. Creía fielmente que no importarían los caminos que tomará, siempre volvería a casa.
No hay que malentender a Hermia Perry-Anderson, es buena atendiendo a las exigencias de ser socialmente activa pero si le dieran a elegir, prefiere quedarse en casa. Una vida reservada es la vida que siempre ha querido.
Disfrutando del destaque en su momento justo, luego escondiéndose otra vez del mundo. En su taller donde trabaja mejor.
Su padre dice que verla es verse un poco reflejado en ella, en su actitud introvertida…Tímida. Sin embargo, Hermia sabe que él ve mucho más que solo eso en ella. Ve a la pequeña Puck, apodo poco convencional bautizado por sus tíos no consanguíneos.
La primera vez que sus tíos le dijeron: se parecen tanto. Ella comprendió, que el mayor halago de todos permanecía en una frase sencilla.
Es igual a sus padres.
En tardes como esa sus pensamientos viajan a esa realización. Acomodó un poco su pie y dió otro sorbo a su chocolate caliente. Sus ojos estaban fijos en las fotografías sobre la chimenea. Faltaban tres días para Navidad y las calcetas rojas hacían de la casa lo que ella desde siempre llamó una adorable casita de jengibre.
—Estás muy silenciosa, ¿ocurre algo? —La voz de su padre la quitó de los mundos mentales.
Parpadeó, girando su rostro hacia un costado. Una sonrisa avergonzada adornó su rostro.
—No. Solo estaba pensando.
Pensando muchísimo.
Vio como su padre se acomodaba en el asiento del costado, una manta sobre sus piernas y un libro en su mano. Un libro con rayones, viejo, usado y con historia.
—Algunas veces pensar o sobrepensar, no hacen muy bien a la mente dependiendo el caso. —murmuró.
Hermia sonrió.
—Sin embargo es necesario e inevitable, qué somos sin el pensamiento. —respondió. — ¿Crees que papá vuelva pronto?
—No lo sé cariño. Solo espero lo mejor.
Neil Perry se había marchado hacía una semana, aún recuerda cuando su padre recibió la llamada que lo dejó congelado. En sus veinte años Hermia nunca lo había visto como lo vio aquella mañana. Frío, con una mirada ausente mientras decía un bajo “sí señora”. Cuando su padre por fin habló, dijo que el señor Perry estaba enfermo. Demasiado enfermo y probablemente no se salvaría de esto.
El viejo señor Perry, su abuelo. Solo una vez lo vio, es un recuerdo vago de esos que prefiere no tocar y hubiera preferido olvidar. De unos profundos ojos mirándola fijamente. A día de hoy sabe que nunca fue afecto eso, pero tampoco lo definiría como odio, un hombre que no tenía idea de cómo expresarse solo causaba dolor con miradas llenas de agujas.
Pero era el padre de su padre. Eso lo sabía. Y se marchó al medio día, prometiendo volver antes de Navidad.
Hermia pensó que pese a verlo tan angustiado, por ir o no ir, seguía siendo el mismo tipo valiente que conoce de toda su existencia.
—Hablemos de su historia de amor. Tuya y de papá. —la voz temblorosa, medio tartamuda completó. —Quiero saber cómo fue todo, siempre te has limitado a solo cinco oraciones, y esa no puede ser toda la historia. Creo que puedo soportar ahora saber que, quizá mis abuelos no me quisieron nunca en sus vidas.
Todd Anderson miró a su hija un largo instante, dejando solo el ruido de la leña crujiendo. Acomodo el libro sobre la mesita de roble que estaba a su costado, se inclinó un poco más hacia su hija y dijo:
—Primero que nada, Hermia. Siempre pero siempre debes recordar que te amamos con todo nuestro corazón y eres el poema más maravilloso que hemos podido escribir. No sé qué sería de nosotros sin ti. —dijo con total seguridad. Los ojos brillantes de su hija parecían esconderse, eran lágrimas o solo la luz del fuego. — En segundo lugar, todo comenzó cuando yo entré al mismo instituto que había estudiando tu tío; la Academia Welton. Fue ahí donde nos conocimos tu padre y yo…
Chapter 2: PRIMERA PARTE - Academia Welton
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Primera parte - Academia Welton
“Y no hay minuto del día
que estar contigo no quiera,
porque me arrastras y voy,
y me dices que vuelva
y te sigo por el aire
como una brizna de hierba”.
Bodas de sangre, Federico García Lorca.
“Necesito un padre.
Necesito una madre.
Necesito un ser mayor y más
sabio con quien llorar.
Le hablo a Dios, pero el cielo
está vacío”.
Diarios, Sylvia Plath.
“Nosotros, dos muchachos, abrazándonos, mutuamente,
sin separarnos jamás uno del otro,
recorriendo juntos los caminos, realizando excursiones de
norte a sur,
complaciéndose en el vigor, ensanchando los codos, apretando
los dedos,
armados y sin temor, comiendo, bebiendo, durmiendo,
amando,
sin admitir más ley que la nuestra (...)”
Nosotros, dos muchachos, abrazándonos, Walt Whitman.
“Matilda, hablas acerca de tu dolor
como si no pasara nada,
pero sé que te sientes como si una parte
de ti estuviera muerta por dentro”.
Matilda, Harry Styles.
Chapter 3: Capítulo 1
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Era 1959 cuando las puertas de la Academia Welton se abrieron otro año con una promesa de un minúsculo cambio para extender sus principios a toda la comunidad. Tradición, honor, disciplina y excelencia. La idea había sido alegada duramente durante 5 meses, pocos estaban conformes con ella, porque significaba romper el propósito que tan duramente habían trabajado. Sus cuatro pilares fundamentales. Una academia mixta significaba una incitación al desorden y el caos, no había forma de que los omegas pudieran además, realizar tan activamente un logro supremo de entrar a la universidad seguidamente. Pero luego de meses de discusión decidieron iniciar el plan piloto aceptando solo cinco omegas, minuciosamente seleccionados.
Habían sido impulsados por el prestigio de verse como una Academia que avanza a la par del futuro, que seguían siendo una opción mejor que otras. Porque al final del camino la educación se había vuelto solo un negocio.
En la Academia los principales agentes educativos estaban compuestos por betas, a excepción inamovible del decano alfa, el señor Gale Nolan. Dado este grupo directivo capaz de tomar las decisiones que rigen a los estudiantes, el plan de estudios no fue modificado en gran medida para los omegas que serían incluidos. Estarían en su mayoría siguiendo las mismas normas estrictas de siempre, mucho menos se les trataría suavemente o con un tono amigable. Un demérito era causal para todos.
Entre las normas estrictas que sí mantenían exclusivamente los omegas fueron las de controlar debidamente sus medicamentos y seguir al pie de la letra un régimen para controlar su período de celo. Ante esto, la enfermería de omegas se instaló al lado contrario de la enfermería que ya estaba, con total de que ante un altercado inesperado nada ocurriera para agravar las cosas. La doctora Clara Mitchell se presentó como la omega que se integraba al campo educativo de la institución, luego su colega John Keating fue el nuevo integrante como maestro de Letras. Los aplausos de bienvenida sonaron por la capilla de la Academia Welton.
Sin embargo, entre las medidas importantes no consideraron necesario remover al omega que quedó asignado junto a un alfa. En primer lugar porque habían tardado demasiado en decidir si implementar el piloto o no, y cuando lo hicieron el año escolar ya había iniciado. En segundo lugar, no creían que nada demasiado impropio ocurriera si se trataba de omegas medicados, con las hormonas reguladas incapaces de atraer a ningún alfa.
Por supuesto, a cada uno de ellos les faltó un poco más de romanticismo. De la posibilidad de dos corazones latiendo a la par en maravillosa sincronía, amando hasta que sus cuerpos se volvieran polvo. Pues, de haberlo considerado la maravillosa coincidencia que surgió de ahí, no estaría volviendo al pasado veinte años después.
Los padres entusiasmados aplaudían cada que podían, aquellos padres de los omegas estaban enormemente agradecidos. Se notaba en sus ojos orgullosos y la sonrisa resplandeciente. Sus hijos eran destacables entre el montón.
—Los cuatro pilares son fundamentales. —dijo el decano Nolan. — Espero que está llamada del conocimiento y el entendimiento de portarlos con orgullo y destaque, llegué a los nuevos estudiantes omegas de nuestro honorable establecimiento educativo.
Todd Anderson se sintió inquieto en su asiento, sintiendo la presión ante aquellas palabras. Había sido uno de los cinco omegas seleccionados para ingresar a la Academia. Principalmente porque su hermano había estudiado ahí, consagrándose como uno de los mejores, obteniendo un reconocimiento nacional y el estatuto de universitario. Su hermano mayor, un alfa, era todo lo que representaba el orgullo de su familia. Destacable, excelentes calificaciones y honores. Todo lo que Todd no podría llegar a igualar, incluso si lo intentaba. Nunca fue una sorpresa para él saber que sus padres estaban decepcionados con él desde su nacimiento. Habían esperado un segundo alfa, cuando supieron que era omega la decepción seguramente se instaló en sus rostros. Las fotografías familiares siempre tenían a un incómodo Todd medio apartado de los otros tres, si bien estaba incluido parecía ligeramente solo. Jeffrey era el primogénito amado y, a pesar de todo, nunca hizo algo por ser además de un buen hijo, un buen hermano.
No lo intento. Y se sentía tonto pensar que eso cambiaría.
La ceremonia terminó luego de un último discurso acerca de la excelencia de la Academia. Estudiantes y padres se dispersaron en el patio que se extendía. Habían familias conversando entre ellas, amigos que volvían a reunirse, risas y saludos cordiales. Todd siguió a sus padres, quienes caminaban a la salida, no sin antes detenerse a saludar al señor Nolan que estaba de pie en la puerta despidiendo a los padres. El hombre viejo, de ojos de buitre observo a Todd.
—¡Ah, señor Anderson! No se encuentra usted en una sucesión fácil, jovencito. Su hermano fue uno de nuestros elementos más brillantes. Espero pueda seguirle el ritmo a pesar de su condición.
—Gracias, señor. —murmuró Todd. En alguna parte de su mente se sintió atacado ante las palabras hostiles del alfa viejo.
Como si su condición reflejara una debilidad impasible. Tuvo unas enormes ganas de desaparecer, pero mantuvo el paso firme detrás de sus padres. Lo despidieron rápidamente, como si no estuvieran preocupados ni siquiera un poco de su hijo. Aquel que estaba enfrentado a una idea totalmente nueva, en un territorio que fácilmente podría ser considerado peligroso. El nudo en su garganta disminuyó, mientras los vio alejarse por el camino hacia su automóvil. Si hubiese sido beta, quizás sí. A veces pensaba que si las cosas hubieran sido diferentes habría sido un poco más apreciado por sus padres, solo que, los padres deberían apreciar sin importar el qué ni el cómo.
Todd trató de acomodar un poco su postura. Unos metros más allá los omegas se habían reunido, él se acercó.
Estaban sosteniendo algunos panfletos que marcaban sus horarios, asignación de habitaciones y demás recursos de estudio que pretendían ser utilizados ese año.
Uno de los omegas murmuró con entusiasmo haber sido asignado como compañero de habitación del muchacho a su lado. Todd miró el nombre que salía en su ficha, pero cuando la sonrisa de suficiencia de la omega que estaba cerca de él se dirigió a su otro compañero, supo que estaba perdido.
Neil Perry definitivamente no era uno de los omegas.
La angustia lo consumió otra vez. Detesta estar en situaciones que requieren la atención de otros.
Neil Perry es un alfa que ha estudiado durante largos años en la Academia Welton. Ha obtenido promedios destacables y su participación en múltiples actividades le han forjado una reputación de proactividad y ejemplo a seguir destacable. Es hijo de una familia que no tiene las mismas oportunidades económicas de otras cientos que hay en la Academia, por eso es también una marca personal de logro. O más bien, una marca familiar de logro. Todo lo que su padre ha deseado para su educación, sus decisiones y actividades han sido realizadas muy a gusto por él. Siempre acorde a las órdenes de su padre. Incapaz de contradecirlo. Eventualmente comprende su situación dispareja en comparación de sus amigos, de que debe buscarse una forma de asegurar su destino, al menos según lo que ha dicho su padre.
Como hijo único todas las expectativas están sobre él.
Sus padres se detienen para saludar al decano Nolan. Él le sonríe satisfecho.
—Tenemos muchas esperanzas depositadas en usted, señor Perry.
—Gracias, señor.
Su padre, desprovisto de alguna emoción saludo con un apretón de manos al decano.
—Nos les decepcionará. —aseguró el viejo señor Perry.
—Por supuesto que no. —sonrió Neil.
Desde fuera, el muchacho seguía representando los pilares de la Academia y además, el comportamiento de un alfa que podía convertirse en un futuro trofeo de honores en la Academia.
Neil relajó sus músculos cuando notó que su padre se había marchado, observó la ficha de ese año y el nombre marcado de: Todd Anderson. Debía buscar a su compañero de habitación para conocerlo y poder saber de quién se trataba. Se lamió los labios secos por la presión del caluroso verano, y comenzó a caminar por los pasillos. Preguntó a los ingresados si sabían quién era Anderson o lo habían visto pasar, para su sorpresa una omega le indicó que estaba en el entre patio de la Academia. Vio al chico a través de la puerta de cristal. Un omega. Su compañero era uno de los omegas nuevos.
Quitó la primera impresión de confusión, abriendo la puerta para extender su mano hacia el chico.
—Seremos compañeros de cuarto, soy Neil Perry.
La mano era suave alrededor de la suya.
—Todd Anderson.
La conversación que se desplegó de ahí fue un poco rutinaria, acerca de Jeffrey Anderson y sus actividades en la Academia, el cambio hacia Welton de Todd, sus anteriores bajas calificaciones y la importancia de mantenerse al margen. Neil notó que Todd no hablaba demasiado, a menos que se le preguntará.
Ninguno de los dos imaginó que podrían tener algún problema entre ellos por su diferentes géneros. Todd mantuvo esa primera impresión de Neil, ante su apretón de mano y la sonrisa gentil que recibió de su parte.
Eso había sido mejor que un compañero hostil poco receptivo, que ocasionará otro problema a su lista. No todos estaban demasiado de acuerdo con la idea de omegas en la Academia, considerandolos posibles distracciones y otros, estaban más entusiasmados por sus propias hormonas y curiosidad. Al menos, esas miradas intensas fueron las que recibió cuando fue a buscar sus maletas para poder acomodarse en la nueva habitación que sería su hogar por algún tiempo. El primer comentario bromista acerca de su género vino de un alfa pelirrojo que tenía el cabello pulcramente recortado.
—Oye, te tocó con el omega. Creo que te hará sufrir. —río en dirección de Neil. Justo cuando el omega nuevo casi chocó con él. —Ups.
Neil sonrió, negando. Siguió a Todd con la mirada pero él pareció no notarlo.
—Olvida a Cameron, cuando abre la boca se equivoca pero no es malo. —aseguró.
Todd no le tomó importancia. Siendo sincero, su mayor problema era que no encontraba una forma adecuada de hacerse invisible en esa habitación, no sabía cómo iba a soportar ahora el resto de meses compartiendo el mismo espacio que un desconocido que además era lo contrario a él. El fuerte ruido del pasillo solo intensificó su ansiedad.
Su martirio se hizo mayor cuando otros alfas comenzaron a llegar a la puerta, sonriendo con confianza en dirección de Neil. Cerraron la puerta, y su corazón se aceleró ante el encierro, comenzaron a hacer bromas creando una atmósfera de completa camaradería y secretismo que solo la amistad podía establecer. Todd se sintió un estorbo allí dentro, tratando inútilmente de acomodar sus cosas sobre la cama.
Los alfas habían encendido un cigarrillo, mientras planeaban su grupo de estudio y Todd no supo si era correcto moverse o no. Su incomodidad debió notarse al menos para uno de ellos, que fácilmente lo observó llevando así la atención a él.
—Ah. Hola me llamo Steven Meeks. —el alfa había hablado con un tono tentativo al principio.
Aquel saludo cordial lo hizo girarse en la dirección del muchacho rubio para extender su mano y devolverle el gesto. Antes de que las palabras salieran de su boca, Neil se apresuró a levantarse del radiador en donde estaba sentado, colocó una mano instintivamente en la espalda de Todd.
—Él es Todd Anderson. —lo presentó ante el resto de sus amigos.
Todd miró a Meeks.
—Mucho gusto. —dijo, finalmente estrechando sus manos.
Neil volvió a su sitio en donde estaba sentado. Los otros dos chicos se presentaron como Charlie Dalton y Knox Overstreet. Neil, quien al parecer había otorgado el don de ser su portador comenzó a decirle a los demás acerca de su hermano Jeffrey, todos notaron fácilmente a las expectativas que se enfrentaba el omega.
Todd volvió a su maleta, acomodando sus pocos cuadernos en ese momento, sabiendo que no tenía cabida en la conversación que ellos tenían acerca de cuánto odiaban la Academia…No. Infierno, como le habían dicho. En ese momento no se sintió tan desconectado ante el odio que él mismo sentía por Welton, por todo lo que significaba. Ninguno de ellos mencionó nada acerca de ser un omega, ningún comentario salió de sus bocas ni mucho menos lo miraron con cierta fascinación incómoda. Probablemente se debía al consumo de sus medicamentos que bloqueaban cualquier rastro de su aroma, por eso ninguno hizo nada para reaccionar ante él.
Al menos Todd de espaldas no notó aquello, ni menos el gesto de levantamiento de cejas que hizo Charlie Dalton a Neil, quien solamente se precepto a negar y voltear la mirada.
Todd espero que sus compañeros omegas estuvieran en una condición mucho mejor. Sintiéndose menos tensos que estando en medio de alfas.
Fue ahí cuando la puerta fue tocada.
—Padre. —dijo Neil palideciendo. — Creí que ya te habías marchado…
Todd nunca olvidaría cómo Neil Perry cambió su postura ante aquel hombre que llamó padre. Como el joven alfa confiado se transformó en un cachorro que estaba a punto de inclinar la cabeza.
Sintió la incomodidad del ambiente, e inevitablemente se asombró cuando la voz autoritaria del señor Perry pidió un momento a solas con su hijo. Aquel alfa viejo le dio una mirada sagaz, casi dudosa como si le dijera: sé lo que eres, qué desperdició.
Todd no sabía lo mucho que ese hombre lo odiaría en el futuro.
Su primera impresión fue pensar que era un alfa desagradable, de aquellos que solo podían aceptar que se hiciera y pensará solo lo que su mente dictaba. Por supuesto se guardó esos pensamientos para el mismo. Después de todo, a pesar de esa mirada había sido ignorado como si fuera un pedazo de basura en medio de la habitación.
El resto de muchachos salió de la habitación cuando supieron que el señor Perry se había marchado. Hablaron con Neil, mirándolo con un gesto de pena, en la absoluta miseria. Pero dentro de aquel lugar todos eran iguales, absorbidos por su propia miseria, solo que algunos más que otros, sabían que esa no era la forma en que querían vivir la vida. ¿Existía otra? No estaban seguros, pero aquello no podía serlo todo. Antes de irse, Charlie se asomó a la habitación para mirar a Todd que estaba sentado en su escritorio, lo invitaron a su sesión de estudios y el sencillamente murmuró un pequeño “gracias”. Siguió ordenando los lápices, quedando a solas con Neil. Neil se acomodo extendiendo una pierna sobre el radiador, y doblando una rodilla para acomodar un brazo. Miró silenciosamente el paisaje tras la ventana.
A solas Todd notó cuánto ruido habían hecho el resto de muchachos. El silencio se sentía incómodo. Llegó a su nariz un aroma agrio, no sabía si era tristeza o molestia, tal vez habían sido las dos cosas mezcladas. Todd de pronto se sintió un poco inseguro, estaba en medio del territorio de una alfa y estaban a solas. Pensó que a pesar de sus pequeñas conversaciones, todavía podía ser una carga para él. Un omega podía arruinar de alguna forma su reputación.
Y, no porque pasará algo, si no por lo que otros podían creer o suponer, después de todo no era la clase de omega que podía ser elegido.
Recordó aquellas duras palabras, mientras observaba la fotografía enmarcada de su familia.
—¿Qué te pareció mi padre?
Todd se quedó quieto. La pregunta había hecho que quedará en blanco por un momento, miró de reojo al alfa que esperaba una respuesta. Ahora Neil sostenía una de sus medallas con cierto recelo. Un completo idiota, quiso decirle.
—Eh…Muy…
Neil negó. Había sentido un golpe de vergüenza cuando su padre elevó su voz, antes de salir de la habitación para conversar un poco más solos. Había volteado su mirada hacia el omega. En ese momento la idea de ser pequeño consumió su persona, su confianza, su presencia había sido aplastada. Y por alguna razón, estaba dolido.
Él había visto todo.
—¿Qué dices?
Todd guardó una fotografía en uno de los cajones del escritorio.
—Yo…Nada.
—Cariño, si no hablas no serás capaz de triunfar en este lugar. Debes aprender a elevar tu voz. —aconsejó, quitando su atención del omega. — Quizá los débiles entren en el reino de los cielos, pero no en Harvard, si entiendes lo que quiero decir.
Ambos se quedaron en silencio, esperando lo que quedaba aún de aquel día. El aroma de Niel pronto cambió, al que tenía siempre pero estaba como en todos, de manera sutil. Se sabe que el aroma se ve alterado por las emociones y por las hormonas, como sobre todo una alerta del estado de celo o rutina. Comúnmente estos nunca estaban demasiado elevados, y Todd tampoco había olido demasiado tiempo el aroma de un alfa.
Todd sentía el peso de lo que había sido el día que más exprimido estaba su cerebro. Pensar que recién estaba comenzando el año escolar solo causó una ansiedad acumulada. Las miradas fijas de los maestros hacia él y sus otros cuatro compañeros solo causaron cierto picor agudo. Como si estuvieran poniendo a prueba su capacidad de seguir el ritmo de la clase. Agatha Delacroix, su compañera omega, había tenido que responder unas preguntas específicas de química. Era evidente que el profesor quiso sorprenderla pero su idea inicial de aquella jugada sucia no resultó en su favor. Todd miró con admiración a su compañera, ella le dio un gesto inclinando la cabeza desde su puesto.
De pronto había recobrado una emoción que había estado oculta. Las clases eran agotadoras, pero aquella pequeña revelación le hizo pensar ideas vagas acerca del potencial oculto.
Aquello solo se avivó aún más cuando el profesor Keating hizo su aparición. Los sacó de la sala de clases, aquel lugar tan sagrado para los otros maestros y les habló de cosas que nunca antes ningún adulto había hablado.
Carpe Diem. Disfrutar el día, tomar aquello que la vida nos presenta y perseguir algo.
Es sencillo comprender que vivir dentro de una jaula no hace al ave acostumbrarse a ella, y cuando viene el viento a contarle de las maravillas del cielo, entonces no puede dejar de soñar con la esperanza de ser libre.
Eso fue lo que ocurrió, el profesor Keating solo tenía las palabras como un guía, las palabras y la opción de tener un pensamiento crítico. Miró a sus compañeros omegas y al mismo a los ojos, a diferencia de la mirada sin ver de los otros profesores. Él los vio.
Lo vio.
Por primera vez en su vida, Todd sintió la esperanza de escapar de las expectativas y presiones que ponían sobre él. Pero, había tenido miedo ante esa idea. Por eso rechazó a Neil cuando lo invitó a unirse a ellos a estudiar y le dijo que prefería concentrarse en Historia. No quería ser visible para otros, tampoco quería obligar a otros a que tuvieran que integrarlo. No quería convertirse en una carga para su compañero de cuarto, ni mucho menos una lastima que debía soportar.
El único momento de todo el día en que los omegas pudieron estar juntos en su totalidad sin la necesidad de estar en una clase, fue en las duchas. Donde, la regla había dictaminado duchas de omegas y duchas de alfas.
—Creo que algunos son muy amables, no era la impresión que tenía al venir aquí. —comentó uno de los omegas.
Otro asintió.
—Yo puedo percibir el toque hostil que tienen sobre nosotros. — intervino Agatha, masajeando su cabello espumoso.
Todos asintieron ante lo evidente.
—Al la Academia Welton es una buena oportunidad. —murmuró otro— ¿Y tú qué opinas Todd? ¿Han sido amables contigo?
Todd asintió. Murmurando un bajo “Sí”. Al menos ninguno de los alfas con los que había compartido habían sido groseros o extraños en cuanto a su presencia. La imagen de Neil vino a su mente, las múltiples formas que había reconocido en tan pocas horas. No pudo expresarle a sus compañeros que pese a la amabilidad se sentía como una carga, como si Neil estuviera obligatoriamente incluyéndolo a su grupo de amigos.
No le preguntaron nada más. Para ellos era evidente que se estaba llevando bien con su compañero de cuarto, el cual había resultado ser un caballero y no un degenerado que estaba emocionado por la idea de compartir habitación con un omega. Después de todo, lo había invitado a sentarse con su grupo de colegas a la hora de comer.
La primera noche que permanecieron juntos en la misma habitación, Todd pensó que su respiración nunca iba a calmarse. Era como si ahora el aroma de Neil fuera aún más intenso, y así, con ese aroma sobre él terminó encontrando una nueva forma de relajarse.
El momento sin retorno fue cuando La Sociedad de los Poetas Muertos se convirtió en la nueva fijación de Neil y el resto de los chicos. Para Todd la idea de leer delante de otros y más aún, leer poesía, se igualaba a la idea de desnudarse de alguna forma frente a un montón de desconocidos.
Claro que no tenía pensado ser parte de un club donde eso era lo más importante de participar.
Pero en los planes de Neil no estaba impuesta la ausencia de Todd. Como si fuera indispensable que estuviera. El alfa miró a Todd desde donde estaba con el grupo mirando el mapa para averiguar el lugar exacto de la cueva en la que se reunirían. Todd estaba realmente concentrado en hacer su tarea. El alboroto de sus palabras fueron calladas rápidamente por el profesor, Neil sostuvo su cuaderno haciéndose camino para sentarse al lado de Todd.
Neil parecía ser a menudo poco consciente de sus acciones, de la forma en que su cuerpo se acercaba al de Todd y sus rostros casi chocaban. En ese momento sus ojos se encontraron cerca, el hombro chocando sutilmente con el hombro y el suave aroma de alfa inquietando un poco más a Todd.
—Vamos Todd, tienes que ir. Será increíble. —suplico, cerca de su rostro.
Uno de los omegas que estaba en la misma mesa alzó una ceja en estado de alerta. Qué demonios le pasaba a Perry, y por qué parecía estar invadiendo el espacio personal de su compañero, como si se tratara de un alfa en rutina.
—No quiero hacerlo. No quiero leer, Neil. —murmuró. Tratando de evitar el tema.
El omega sentado suspiró aliviado. Decidió no prestar atención al resto de la conversación.
Neil se mordió el interior de la mejilla, haciendo un gesto afligido.
—Eso sí que te da problemas, ¿no? — sus ojos brillaron en una comprensión que parecía ablandar su corazón.
—No me da problemas, simplemente no quiero hacerlo. —aseguró.
—Entonces no vas a leer. Solo escucharás. —comentó, asintiendo ante su solución.
Todd estaba consternado. Una risa de incredulidad salió de su boca.
—¿Y qué harás? ¿Hablarlo con todos?
El corazón de Todd se detuvo por un segundo. Sus grandes ojos azules miraron con cierto pánico a Neil cuando lo vio asentir. Cómo rayos se le ocurría tal disparate, él claramente había mencionado un punto fundamental —el cual tenía que ver con aún no estar seguro si ir o no—, pero todo eso pareció ser palabra perdida ante lo que Neil realmente quería escuchar.
—¿Qué? No. —se apresuró a decir.
Fue tarde. Neil Perry fue a hablarlo con el resto de muchachos mientras estaba luciendo muy orgulloso.
Y cuando lo hizo, se acercó a Todd en la noche para decirle que estaría en el club. Probablemente Neil no tenía idea de las restricciones personales que había entre un omega y un alfa, lo que se podía o no hacer. Porque de lo contrario, no hubiese tocado tan confiadamente el costado de la costilla de Todd ni su espalda, ni había otra explicación para su actitud en general en torno a Todd.
El cosquilleo que sintió casi le calentó el rostro, después de todo no estaba tan familiarizado con el tacto de los alfas. Neil lo hacía ver como si fuera natural y obvio. ¿Y si lo era?
¿Si era él quien sencillamente necesitaba conocer más mundo?
La poesía envolvió la cueva esa noche, donde se llevarían a cabo las reuniones de los Poetas Muertos. En donde Neil específico que Todd no leería. A pesar de sus dudas iniciales, Todd decidió que si no hubiese asistido se habría arrepentido toda su vida.
En ese instante, con la voz de Neil soltando palabras poéticas mientras leía pensó que la luz de las linternas le daba un aire maravilloso. Peculiar.
Aquella noche Neil se quedó despierto. Escuchando la suave respiración de su compañero en la otra cama, volteó ligeramente su rostro mientras sus brazos descansaban detrás de su cabeza. Se veía demasiado poco el rostro de Todd, pero lo suficiente para verlo tan relajado. Neil creyó por un momento que la piel de sus mejillas sería bastante suave. Se durmió antes del amanecer, soñando con palabras recitadas al aire y el gozo de algo que nunca había sentido en su vida. A qué sabe la calma.
Seguramente a canela.