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Terminó de acomodar los escasos trastes que tenía en la cocina. Echó un vistazo al reloj, era casi la hora. Estaba algo ansioso. Finalmente había tenido el valor de invitarlo a almorzar, y tenía casi todo listo.
Tocaron la puerta y su corazón se aceleró. Un gesto alegre le decoró el rostro. ¡Era él, estaba seguro! Todavía lo recordaba fogosamente de la última noche.
Abrió la puerta para revelar al sonriente hombre de gafas de sol con marco color rojo intenso—. Pasa —se limitó a decir. Y el susodicho haciendo caso a la orden abandonó el pasillo público para ingresar a la vivienda. La puerta se cerró trás ellos y sus cristales hicieron contacto visual. La tensión entre ambos comenzaba a ganar terreno y se marcó en la cara de Ebisu con un color rojizo que pintó sus mejillas y orejas.
A Aoba le enternecía lo ridículamente expresivo que podía llegar a ser aquel hombre, sobre todo de forma involuntaria. —¡Ven aquí! —Exclamó acortando la distancia entre ambos. Lo atrapó en un abrazo y aseguró su cintura con ambas manos.
No había nada que Ebisu quisiera más que el cariño de Aoba, por eso se dejó atrapar, pero estaba nervioso porque sabía que podían oírles.
Aoba arrimó un beso sin mediar palabras. Fue suave, y Ebisu dejó todas las preocupaciones de lado un instante—. ¿Qué tal? —susurró el invitado—. Creo que te extrañé.
—¡Shh! —interrumpió Ebisu. Hizo un gesto de silencio colocando su dedo sobre su propio labio.
Aoba captó el mensaje, pero lejos de alarmarse o mermar sus ánimos apretó al shinobi contra sí y transmitió telepáticamente mientras esbozaba una sonrisa burlona «¿Entonces, quieres que te hable así?»
«No. Tonto. No es eso —respondió telepáticamente Ebisu aprovechando la habilidad sensorial que el otro shinobi estaba ejecutando—. Sólo déjame poner un sello para que podamos hablar tranquilos.»
«¡Yo tengo un sello aquí, mira!» Transmitió en tono juguetón y volvió a depositar un beso algo más provocativo que el anterior. Ebisu se dejaba llevar con facilidad. «¿Te gusta mi sello del silencio? —bromeó—. Dicen que es muy efectivo contra maestros cachondos.»
«Idiota» pensó Ebisu. Aoba lo escuchó también y ambos rieron.
—Ya basta —pidió, ahora utilizando su voz. Su flujo de pensamientos estaba al límite de lo que cualquier ser humano podía controlar antes de comenzar a divagar y no estaba dispuesto a pasar bochorno exponiendo su mente frente al sensor.
Ante la orden Aoba cortó el jutsu mental de forma inmediata.
—Dame un momento, por favor. —insistió Ebisu al tiempo que se sacaba un pedazo de papel del bolsillo.
Aoba rompió el abrazo y Ebisu colocó el pequeño papel sobre la puerta. Lo adhirió usando chakra, ahí, en un borde lleno de marcas que evidenciaban los centenares de sellos que había pegado en el pasado.
El papel llevaba un gran kanji frontal que podía leerse como “silenciar” ribeteado con algunos diseños en tinta. El sensei de élite ejecutó dos posiciones con sus manos para activarlo y la tinta del kanji otrora negra resplandeció en color naranja. La habitación había quedado sellada.
—¡Listo, ahora sí! —enunció Ebisu satisfecho. El jutsu permanecería activo hasta que alguien lo desactivara—. Lo siento, es que en este lugar las paredes parecen hechas de cartón. ¡No existe la intimidad! —Explicó, echando una risita algo ansiosa y guiando al sensor hacia el sector de la cocina.
—Quieres intimidad pero invitas agentes de inteligencia a tu casa, sensei —denotó gracioso. El concepto de quebrar intimidades era algo con lo que Aoba se relacionaba día a día. Después de todo, robaba la información directo de la mente de los interrogados.
—Afortunadamente, aquí no hay mucha información secreta para robar. —La casa de Ebisu era completamente modesta. Vivía, como la mayoría de los shinobis solteros, en el gran conglomerado para ninjas que proveía Konoha a sus tropas. Comúnmente conocido por todos como El complejo de veteranos.
Aoba lo conocía bien pues la mayoría de sus amigos residían aquí, de hecho Raido vivía en el segundo piso de este mismo edificio. También su jefe Ibiki, primer piso.
—¡Vamos! —continuó Aoba—. No tiene que ser algo sorprendente. —Tomó asiento junto a una pequeña mesa que había en la cocina—. Me conformo con unos buenos chismes.
Le resultó graciosa la idea y le hizo reír. Sin duda sus vecinos le proveían una fuente infinita de sin sentido que tenía que oír a diario. Dedicó una mirada acusadora al sensor que ahora ocupaba su silla y entrecruzó los brazos como si lo estuviera reprendiendo—. Escuchar cosa ajena es prácticamente en lo que consiste tu trabajo, Yamashiro. ¿No tienes suficiente de eso ya?
—¿Qué puedo decir? Soy un trabajólico —respondió llevándose una mano al pecho y sobreactuando una expresión de asombro.
Le volvió a sacar otra risa. Ebisu normalmente no dejaba verse tan distendido pero Yamashiro se infiltraba con sus boberías. «Es un payaso.» Pensó con ternura. Solía ridiculizarse con frecuencia para hacerlo reír. Una cualidad que bajaba sus guardias y atravesaba el muro de solemnidad con el que se revestía el orgulloso sensei de élites.
—Bueno —carraspeó Ebisu—. En primer lugar, gracias por venir —expresó con sinceridad. «Y en segundo lugar.» Le hubiera gustado proseguir pero no se animó. Le daba vértigo pensar qué podía decir algo inapropiado e incomodar al otro hombre. Alejarlo. Se le estrujaba el estómago de solo pensarlo.
—Gracias por invitarme. —Correspondió Aoba con su habitual alegría y amabilidad.
La buena predisposición del otro le alumbraba un poco en su oscuro pesar. «¡Después de todo está aquí!» —se animó, tratando de ser racional. Estaba ahí, en su cocina, junto a él nuevamente. Había aceptado su invitación… todo parecía lo suficientemente positivo. Entonces ¿por qué dudaba tanto?
El corazón se le aceleró y finalmente soltó—. No te rías, pero…— comenzó por algún lado. El calor otra vez le pintó la cara. Se sentía avergonzado y estúpido de pensar lo que pensaba: El incómodo Aoba que se ofendía por una frase inapropiada, y se alejaba de su vida por no ser lo suficientemente correcto no estaba más que en su mente.
Sus miedos le estaban llevando a ser injusto con una persona que apreciaba y se odiaba por eso.
Un rayo de confianza le brotó de algún lado y aprovechó la valentía momentánea para sincerarse—. ¿Sabés? Yo… —apartó la mirada—. en realidad pensé que no ibas a venir —admitió dolorosamente.
Desde el día en que se sintió querido, había estado negociando con la idea de un posible rechazo.
Se concentró en la nube más allá de las ventanas porque lo que había revelado lo dejaba expuesto y le pesaba. Le pesaba ser tan inseguro.
Abrir el corazón, era poco frecuente en ese opaco ambiente militar. Aunque el propio Ebisu se consideraba un cobarde, Aoba acababa de presenciar un gesto que sólo podía venir de un hombre valiente. Contempló como su anfitrión trataba de relajar la mente sobre las distantes nubes blancas. Añadió, esta vez sin bromas de por medio—. Me interesaba venir. Quería verte de nuevo —dejó en claro.
Ebisu asimiló aquellas palabras un instante. Era algo que necesitaba oír, se dio cuenta.
Le gustaba este hombre, y ya se había acostado con él, pero no estaba ahora aquí buscando sexo. En el momento en que lo invitó a su morada, esperaba algo más, pero no estaba seguro si era correcto esperar algo más. Al menos, hasta este instante.
La nube en el horizonte brilló en blanco radiante cuando la cálida luz del sol rebotó sobre ella.
La confirmación de Yamashiro le llenó el espíritu de paz. Inspiró profundamente dándole paso a la serenidad. Recobró su temple, se sentía listo para proseguir los asuntos que acometían dentro de su propia propia cocina.
Allí seguía Aoba, paciente. Con el brillo del cielo reflejándo en los lentes. Contento, como era habitual. Con la expresión amable en sus labios, como si lo estuviera recibiendo de nuevo, luego de aquél viaje al fondo de su alma y a la cima de una nube.
Decisivo se acomodó las gafas con el dedo medio y procedió. —Te gusta el pescado ¿verdad? —inquirió, aunque ya sabía la respuesta pues había visto comer pescado a Aoba en alguna ocasión. Además, era un ingrediente extremadamente común, (el Ebisu del pasado que planificó este almuerzo había procurado que todo salga bien, y fué por la opción segura.)
—Me encanta —respondió Aoba.
Ebisu hubiera jurado que aquellas palabras habían sido entonadas con especial cariño. Le dedicó una sonrisa al recibirlas—. ¡Qué bien entonces!
♥ ♥ ♥
Habían asistido al mismo curso en la academia ninja, y no eran más que conocidos distantes en aquella época, sólo compañeros de salón. Pero la vida los reencontraba luego de 20 largos años en la adultez. Como dos camaradas desconocidos, repletos de novedades.
Comieron juntos y platicaron de aquellas vidas tan distintas que habían cruzado como shinobis y ciudadanos de konoha.
—¡Salud! —vitorearon al unísono mientras chocaron sus vasos.
Ebisu se había especializado en las mentorías. Asesoraba shinobis de todo tipo que le eran asignados o que acudían a él de forma personal. Sus sólidos fundamentos teóricos eran útiles para detectar cualquier inconveniente, si es que lo había, en la ejecución de un jutsu.
Los rumores decían que era el mejor en su área. Aquel título personal era su más preciado tesoro y lo esgrimía con orgullo.
Uno de los culpables de forjar semejante reputación había sido su, por entonces compañero de equipo chunin, Gai.
El joven Gai, era una bestia imparable en artes marciales, pero su dominio del chakra era inexistente. Fue así que un día, tras perder una carrera por no poder seguir el paso a su rival a través del agua acudió a sus compañeros de equipo para que le ayudarán.
Una técnica común que todos los shinobis de su edad, menos Gai, dominaban.
Tener un compañero incapaz de dominar el ninjutsu podría ser un problema para el equipo. concluyeron de inmediato, así que intentaron remediarlo. Pero pronto se dieron cuenta que enseñar la teoría de la regulación de chakra no era algo sencillo.
Tomaron uno de los pergaminos instructivos de la biblioteca. Pero ni Genma, ni Gai duraban despiertos más de 20 minutos después de revisar los interminables párrafos con léxico académico. Sin embargo ahí estaba, era la teoría que su compañero Gai necesitaba solo precisaba hacerla más… accesible.
Fue entonces que Ebisu brilló con su paciencia, resumiendo el aburrido pergamino hasta destilar un resumen lo suficientemente ilustrativo para que la Bestia verde entendiera.
Jutsu a jutsu, técnica a técnica, cuando alguien felicitaba a Gai por la ejecución de algún impresionante ninjutsu él festejaba a los gritos señalando que era Ebisu quién le había enseñado.
Tal vez en aquel momento cada vez que resonaba su nombre al viento, el joven Ebisu quería que se lo trague la tierra. Pero fue gracias a eso que hoy podía quedarse con los laureles de su título personal.
—Te quedó muy rico —le felicito Aoba al terminar de comer.
—Gracias —aceptó el cumplido mientras hacía girar un poco de sake en el fondo de su vaso.
Aoba por su parte era un shinobi que tenía la rara habilidad de ejecutar jutsus de lectura mental. Cualidad que lo llevó a ser reclutado por el departamento de inteligencia para aprovechar sus habilidades.
Como cualquier otro que no era un Yamanaka había pasado la mitad de su adolescencia siendo foco de las bromas mentales de los miembros de ese clan. Al principio entraban en su mente, sin su consentimiento por supuesto. Revisaron su memoria ¡y lo supieron todo! su intimidad, sus pensamientos más profundos y bochornosos.
Le enviaban imágenes obscenas de la nada. Durante los almuerzos enviaban ideas asquerosas, y si alguno lograba hacerlo vomitar ganaba.
La fuerza física sirvió al principio para mantenerlos a raya. Un joven Ibiki Morino se lo dejó en claro una vez mientras le partía la cara a uno. «Si te tienen miedo no van a meterse contigo.» Pero Aoba no era un tipo amenazante, y esas tácticas no iban a detenerlos para siempre. Con la intención de frenar las agresiones aprendió a elaborar defensas mentales. Pero mientras él aprendía a cómo blindar su mente. Los otros, aprendían más fuerte, a como romper esas barreras. Por lo que era un ciclo donde nadie podía quedarse atrás.
Fueron años arduos que formaron sus sistemas de defensa. Su mente ahora era uno de los contenedores más seguros donde transportar información delicada. Barreras, pasadizos y trampas que se activaban solas al contacto del chakra de un intruso. Eso hacía de Aoba una unidad muy versátil, por lo que era común que lo mandaran en largos viajes fuera de Konoha para traer o llevar información sensible.
Por suerte, para la pareja de enamorados, Aoba no estaba en ese tipo de misiones y no lo estaría, si dios era bondadoso, en un buen tiempo.
Respiró profundo después de ser liberado de un fogoso beso. —Ay, te odio —jadeó Ebisu—. Eres ridículamente bueno en eso. —¿Por qué? ¿Por qué lo volvía tan loco este hombre? Estaba pisando los treinta, pero se sentía como el quinceañero hormonado que jamás fue.
—Estoy inspirado —se jactó Aoba, mientras sostenía al sensei por las muñecas.
Tirados en el suelo sobre un futón en el piso, echó un vistazo al cuerpo a contraluz del hombre que tenía encima. —Si... yo también —respondió.
—¿Puedo? —preguntó, deslizando apenas el inicio de sus dedos por debajo de la camiseta ajena.
El tacto le hizo cosquillas en la piel.
Los dos estaban duros. Y todo estaba bastante claro en un sentido sexual, pero entonces Ebisu acotó. —Si. Pero antes de eso… quería preguntarte algo.
Aoba puso en pausa sus evidentes planes y se dejó caer encima del sensei. Lo miró un momento y se permitió dejar un pequeño beso extra en la mejilla. Finalmente se echó a su lado. —Dime.
—...No te lo quise preguntar antes porque simplemente no hubo un momento adecuado, pero… ¿sabés? cada vez que estamos juntos al final del día me quedo con esta sensación. ¿Cómo es posible que no te conozca la cara?
—Oh, era eso —respondió con sencillez. Le parecía una demanda razonable.
—¿Alguna vez te las sacas? —preguntó muy seriamente, de hombre de gafas de sol a hombre de gafas de sol.
Aoba rió. —Si, a veces. Pero cuando estoy solo.
¿Eso era una negativa para no mostrar lo que había debajo? Se levantó sus propias gafas y arqueó sus cejas exigiendo una respuesta clara. —¡Explícate!
Aoba contempló al techo y se tomó un momento antes de continuar. —Sucede que, ciertos brillos me estimulan de una forma en que realizo lecturas involuntarias. O a veces, transmisiones.
—¿Transmisiones? ¿de qué?
—Mis pensamientos a corto plazo —explicó.
—Oh…— meditó. Estaba tratando de asimilar el funcionamiento de aquella habilidad innata en el otro. —¿Entonces, nunca te voy a poder ver la cara por completo?— preguntó Ebisu con curiosidad genuina.
—Mucha gente se ha molestado conmigo en el pasado por haber disparado lecturas no intencionales. Comprensible —reconoció con serenidad—. Después de todo, es de verdadera mala educación escuchar pensamientos ajenos.
—¡Lamento que te haya pasado eso, no tenía idea! —Ahora estaba sintiendose un idiota por haberle pedido que se las quite y hacerlo pensar en algo tan incomodo.
—Estas gafas —continuó—. Son un escudo que me sirve, la mayoría de las veces para no alejar a los que quiero.
—Agg, ¡soy un imbécil! —lloriqueó Ebisu al tiempo que se llevó una mano a la cara de la vergüenza—. ¡Te pido perdón por haber sacado este tema! —concluyó.
Aoba había dado un discurso algo solemne, pero no estaba triste—. No, Ebisu. Está bien. —Se rió—. Ya sé que es raro.
—¡¡No quise decir eso!! —se escandalizó Ebisu, al escuchar aquel adjetivo. ¡Él no pensaba de ninguna manera en que Aoba era un bicho raro!
Aoba se reía. —¡Pero lo es!
—¡Bueno, si! ¡Pero no importa! —gritó Ebisu sonrojado.
Aoba se rió más fuerte.
Ebisu estaba genuinamente avergonzado, pero aliviado de que Aoba no estaba triste.
—¡Ven aquí! —le dijo Aoba al momento que lo abrazaba con suavidad y lo arrastró hacía él. Ahora era Ebisu el que estaba arriba—. Puedes verme la cara si quieres. Sólo quería que entendieras.
—Ahora no sé si me lo merezco —se culpó.
Aoba rió ante aquel pensamiento— Tú ya te quitaste tus gafas. Tienes derecho a quitarme las mías. Pero sólo un momento ¿Está bien? Hay demasiada claridad y no puedo controlarlo por tanto tiempo.
—¡Ok!— acató con decisión las indicaciones recibidas.
—Bueno, adelante. —Se relajó, dejando descansar la cabeza en el suelo.
Ebisu lo contempló, debajo de él en esa pose tan entregado. Siempre le había parecido guapo con gafas. La barbilla fina, los labios seductores. Pasó su mano acariciando su mejilla, remarcando el contorno de su quijada. Le resultaba varonil, suave y refinado. Aoba le beso la palma de la mano. El dedo pulgar de Ebisu acarició la parte baja de los lentes rojos. ¡Estaba a un movimiento de dedo de revelar el misterio! —¡Dios mío! Estoy más nervioso que cuando te bajé los calzones por primera vez —señaló con razón.
Aoba se rió. —¿Qué tratas de decir?
Con delicadeza subió la mano para revelar el rostro completo de su adonis. Y finalmente ahí estaba, haciendo contacto por primera vez. Unos ojos preciosos color castaño claro. Aoba estaba un poco encandilado por la entrada extra de luz, así que entrecerró un poco los párpados.
—¿Y, qué tal? —preguntó el sensor con los ojos libres y la sonrisa que le caracterizaba— ¿Soy como te imaginabas?
Volvió a pasar la mano para enmarcar su rostro. —Mucho mejor, de hecho. Siempre fuiste hermoso.
Aoba se dio un momento para contemplar al que tenía encima. Y también pasó la mano, por el rostro de su compañero. —Bien entonces. Me alegra haberte complacido —finalizó y largó un pronunciado suspiro. —Tengo que volver a mi identidad secreta —bromeó y se puso las gafas de nuevo.
—Gracias. Ahora me siento especial.
—¿Especial, ah? Debes ser la primera persona que me ve la cara completa en al menos un año. Así que sientete especial.
—¡¿Qué? ¿De verdad?!
Aoba asintió.
—¿Entonces, si es cierto? Era más fácil verte el pito que la cara —remató.
—¡Ah, eres un patán! —protestó Aoba con una falsa indignación.
—Pero es técnicamente cierto, cariño.
—¡Yo, aquí! ¡Me estoy vulnerando! —siguió dramatizando.
—¡Oye! Agradezco que no tuve que esperar un año para…
—¡Mostrándote mis secretos! —vociferó Aoba para interrumpirlo. La sonrisa en su cara le estaba empezando a arruinar su chiste, sin embargo continuó. —¡Y me sales con esooooo!
Fue así como entre risas y algo más, el sensor y el tutor de élites terminaron aquel almuerzo. Afortunadamente Ebisu había hecho lo correcto, ese sello de silencio rindió toda esa tarde.
Clara05 Sat 03 Aug 2024 08:19AM UTC
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