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Español
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Published:
2024-06-11
Updated:
2024-09-28
Words:
13,128
Chapters:
2/?
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Había una vez un sueño...

Summary:

Arthur Kirkland es uno de los mejores detectives de Londres. La gente lo conoce por ser eso y por ser un privilegiado con un pasado turbulento. Muchos no tienen idea de lo que pasa por su cabeza, mas que su marido, Francis Bonnefoy, con quien cría a los extravagantes gemelos universitarios Alfred y Matthew.

Es por los anteriores que Arthur tiene algo entre manos. Algo frio y cruel. Un plan nada coherente con su profesión. Profesión donde se imparte la justica; no la venganza.

Venganza... Sí. Arthur busca venganza.
Para él, cumplir dicho cometido, es sinónimo de tener a su familia sana y salva, y, tal vez, lograr curar esa horrible herida de la infancia. Independientemente de los motivos, estaba listo para perpetrar su sueño.
Y nada ni nadie podría detenerlo.

Notes:

¡▲!

El material que se leerá a continuación contiene escenas de violencia física, psicológica y sexual que puede resultar perturbadoras. Se recomienda discreción.

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Una mañana

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

Arthur no iba a negar que, de cierta forma, era un privilegiado. Nació en una familia bien colocada en Londres, Inglaterra, siendo el cuarto y último de cuatro hermanos. Acudió a las mejores escuelas y terminó la carrera de Criminología en una de las mejores universidades del Reino Unido, graduándose con honores. En su hogar nunca faltó la comida, la tecnología ni el transporte. Creció rodeado de lujos.

Pero, ¿por qué “de cierta forma” si siempre tuvo todo a la mano? Bueno…

 

Cuando Arthur tenia diez años, sus padres fueron asesinados silenciosamente en su habitación en una fría madrugada de otoño. Tal vez fue suerte que esa noche él no fuese asesinado también. Arthur horas antes se había despertado de una pesadilla y se la pasó escondido bajo sus cobijas esperando a que el monstruo inexistente del armario desapareciera cuando los primeros rayos del sol atravesaran por su ventana. Desde un principio quiso salir corriendo de su habitación hacia la de sus padres, pero se aguantó como todo un “niño grande”. No obstante, cuando el fuerte viento aumentó y provocó que las ramas del los arboles chocaran en su balcón, Arthur no pudo más y fue en busca de sus padres para pedirles que por favor lo dejaran dormir con ellos.

Quizá en un instinto, muy suprimido por años de evolución, se detuvo a medio camino, descalzo sobre la alfombra del pasillo. Algo le decía que algo estaba mal. De repente dudo si ir con sus padres o no. Tuvo dudas y un fuerte escalofrío. Pensó en mejor acudir con cualquiera de sus hermanos mayores, en especial con Allistor.

¿Sería lo mejor, no?, pensó, porque, después de todo, sus padres se levantaría temprano en la mañana a preparar el desayuno y alistar las cosas para el resto del día. No quería molestarlos por algo tan tonto.

Sin embargo, una corriente de aire proveniente de la ventana del baño cerró la puerta de golpe y le disparó la adrenalina; corriendo y casi cayendo, arribó al pomo de la puerta donde detrás de ella se encontraban sus padres dormidos…

Como deseaba que las imágenes que iba a ver a continuación hubiesen sido solo parte de la continuación de su pesadilla.

La mitad de la cabeza de su padre ya no existía. Trozos de sesos, cabello y huesos embarrados en la cabecera de la cama donde parecía haber estado recargado. Sus lentes rotos en el suelo y el vaso de agua que siempre ponía sobre la mesita de noche derramado.

Su madre…

O su madre.

Ella estaba en el suelo, sin la parte inferior de su pijama. Sangre habiendo corrido del corte en su cuello y sus genitales. Los bonitos pendientes de oro rosa y diamantes arrancados de sus orejas.

Arthur solo pudo abrir la boca en primera instancia.

La luz de la lampara del tocador iluminando tenuemente todo, le permitió al pequeño Arthur notar que el cuarto estaba puesto patas arriba; cajones abiertos y tirados, el armario mal cerrado, el bolso de su madre y el maletín de su padre vaciados.

Vio para atrás y notó las huellas rojas que iban en todas las direcciones. Gracias a la luz del tocador se alumbró parte del pasillo, mostrando así que las pisadas también estaban por el pasillo.

Con los ojos más que abiertos y el rostro pálido tal cual un fantasma, dio media vuelta y siguió el camino sangriento.

No había prestado atención al estado de su casa debido al miedo que sentía cuando corría en busca de sus padres. Eso, añadiendo la oscuridad que decidió ignorar, porque si le hacía caso a las penumbras, el monstruo que estaba en el armario se teletransportaría por las sombras y saltaría a atraparlo.

Las huellas llegaron hasta la puerta de su habitación y estas dieron vuelta en “u”.

El pasillo parecía que había sobrevivido a un tornado. Arthur concluyó que puede que toda la casa este igual. ¿Cómo estará la cocina? ¿La sala? ¿El garaje?

Espera.

¿Toda la casa?

Eso significa que… ¿también las habitaciones de sus hermanos están así? ¿Destrozadas y saqueadas?

O peor, ¿y si sus hermanos también están destrozados como su padre y saqueados como su madre?

Arthur jadeó y dejó salir el bramido que había estado conteniendo desde el segundo en que vio a sus padres asesinados.

Corriendo con toda su velocidad de niño, fue escaleras arriba, al tercer piso, en busca de sus hermanos.

Casi tropieza en el penúltimo escalón, pero mantuvo su voluntad y siguió su camino. Ya estaba cerca.

—¡Hermano! —gritó y lloró con fuerza, en espera de que cualquiera de sus consanguíneos le contestase—. ¡Hermano, por favor!

Tres puertas se abrieron de golpe casi de manera simultánea. Tres personitas saliendo de cada una.

El más cercano a Arthur, quien tenía un gran parecido al pequeño infante asustado, chilló:

—¡Arthur! —lo detuvo sujetándole temblorosamente de los hombros—. ¡Dios mío, Arthur! ¡¿Qué pasa?!

Dylan. Arthur supo que se trataba de Dylan por su voz y el cabello dorado como el suyo, despeinado y brilloso por la luz de la luna entrante del ventanal al final del pasillo. El tercero de los hermanos.

—¡Respira! ¡Arthur, respira! —ese fue Allistor. El mayor.

De reojo se percató del cabello pelirrojo acercándose. Una mano apoyándose en su espalda.

Sean.  El segundo y el único pelirrojo de la familia. Herencia hermosa de sus abuelos.

Los tres estaban ahí. Sus tres hermanos mayores estaban ahí.

Estaban vivos.

No muertos.

Pero sus padres si estaban muertos.

Arthur pudo haberse desplomado a bruces de no ser por Dylan, que lo sujetó y jaló contra su pecho.

—¡Arthur! —gritaron los tres al unísono.

A pesar del gran alivio de saber que sus hermanos no fueron asesinados, no hubo felicidad, porque el golpe de la realidad le llegó con más fuerza:

—¡Están muertos! —Arthur a penas y logró explicar entre gemidos y jadeos, abrazando a Dylan. Su nariz congestionada provocando que sus palabras tuvieran un tono de voz mocoso—. ¡Mamá y papá están muertos!

Nadie pareció creerle.

—¿Q-Qué? —Sean frunció el ceño, palideciendo.

—¡Están muertos! ¡Los acabo de ver! —Arthur lloró, a nada de quedarse sin aire.

Allistor dirigió su mirada a las escaleras. Unas pequeñas manchas formando un camino; no pudo ver bien de que se trataban a falta de buena luz.

—¡¿Y si siguen aquí?! ¡¿Y si los que los mataron siguen aquí?! —inquirió desesperadamente Arthur intentando alejarse de Dylan.

—¡Arthur, por favor, respira! —pidió Dylan, alterándose.

Allistor dio un paso al frente:

 —Voy a bajar a ver-

—¡No! —Arthur empujó a Dylan y se abalanzo en un torpe abrazo contra Allistor, deteniéndolo—. ¡No! ¡No! ¡No!

—No- es que… no. No puede ser posible —Allistor negó incrédulo con la cabeza. Una mezcla de horror y rabia arrugando su juvenil rostro.

—¡No estoy mintiendo! ¡No! —con gran desespero y lágrimas, Arthur intentó empujar a su hermano mayor hacia la habitación de Dylan, la más próxima a ellos—. ¡Por favor! ¡Escondámonos, por favor! ¡Por favor!

—¿No f-fue un sueño? —Sean preguntó, nervioso.

—¡¿Por- —Arthur tosió—. ¡¿Por qué no me creen?! ¡Debemos esco- escondernos-s! ¡P-Por favor! —imploró, al borde de la locura—. ¡Herman-os, por fav- —el piso se le movió.

Allistor lo abrazó.

—¡Arthur!

Sean y Dylan cayeron en una profunda ansiedad al ver a su hermanito desplomarse por segunda vez.

—¡¿Arthur?! —Allistor estaba a punto de hincarse para colocar a Arthur sobre la alfombra, sin embargo-

Un cristal rompiéndose pisos abajo les erizó la piel a todos.

Corrieron a la habitación de Dylan, tragándose cualquier grito que quisiese salir por su garganta. Allistor cargando a Arthur en completa torpeza.

Sean cerró la puerta con mucho cuidado y colocó el seguro, en el ínterin que Dylan abría su vestidor.

—¡Aquí! ¡Aquí! —Dylan señaló el interior del vestidor, regulando su indicación con una vocecita entrecortada que se aguantaba el llanto.

Los hermanos se apresuraron a refugiarse al fondo del vestidor.

Sentados y amontonados en la esquina, Arthur dejó escapar un pequeño quejido, diciendo:

—P-Por fa-favor…

Shh. Está bien —Allistor le susurró y lo acomodo en el hueco de su cuello—. Está bien. Te creemos. Shh —intentó arrullar, aunque sus nervios se lo estuviesen comiendo vivo.

Pasos pesados empezaron a subir por las escaleras.

Están muertos —lloró muy por lo bajo Arthur.

Allistor lo abrazó con fuerza.

Shh. Artie. Amor. Ya estamos escondidos. Guardemos silencio —habló mas bajo conforme las pisadas se acercaban—. Shh.

Los pasos se detuvieron. Todos supieron que quien sea que estuviese allá afuera había llegado al piso en donde se encontraban.

Otro cristal se hizo añicos abajo.

Entonces no es solo uno el intruso en esta casa.

Caminaron en dirección a la puerta y movieron el pomo.

Sean cerró los ojos y aguantó la respiración.

Dylan tragó y buscó a sus hermanos en la casi total oscuridad. Agradeció al destino que hoy olvidó cerrar sus persianas, permitiendo así que la luz de la calle entrase por su ventana e iluminase lo suficiente como para que rayos blancos atravesaran los huecos de las puertas de persiana del vestidor.

Se puso en cuatro y comenzó a gatear.

Allistor y Sean le sisearon algo, pero los ignoró.

Agitaron el pomo rabiosamente.

Allistor casi devora a Arthur con su cuerpo.

En total silencio, Dylan fue a un cajón largo que se encontraba en la parte de abajo, cerca de la puerta.

—Regrésate, Dylan —musitó Sean cuando patearon el pomo.

Tan pronto Dylan abrió el cajón muy, muy en lento y silencio, este tomó el bate de metal de beisbol que estaba dentro.

Oh.

Allistor se mordió el interior de la mejilla.

Volvieron a patear la puerta.

Dylan regresó con sus hermanos igual que como se alejó. El bate acomodado en su hombro para que no tocara el piso e hiciese algún ruido.

¡BANG!

A la mierda…

Fue más que claro para ellos que dispararon a la puerta. Específicamente al pomo por la forma en como salió volando contra el suelo; vieron a través del umbral el trozo de metal pasar a toda velocidad.

El intruso se metió al cuarto.

Con todo el miedo del mundo, pero la voluntad del universo, Dylan se puso de pie, sujetado correctamente el bate. Sus nudillos tornándose blancos ante la fuerza que imponía en el mango.

Allistor colocó a Arthur en los brazos de Sean, reincorporándose en el acto.

Las gigantescas botas del hombre, del jodido extraño que invadió su hogar, sonaban duras y firmes a cada paso que daba. Notaron que llevaba un cubrebocas negro y una cachucha gris oscuro. ¿Eso serviría en el futuro?

Dylan vaciló cuando abrieron el cajón de su escritorio y se tuvo que tragar un gritó segundos después cuando Allistor le arrancó el bate de las manos.

—Agáchate —ordenó Allistor sin miedo ni duda alguna en su mirada.

Dylan parpadeó.

Ahora —la rudeza salió como veneno de su boca, incluso si fue un pequeño susurro.

Sin tener ánimos de discutir con su hermano mayor, Dylan obedeció. Y muy en el fondo estaba feliz de que Allistor tomara las riendas de la situación. Confiaba en él y su capacidad de tomar decisiones.

El hombre, después de hacer un desastre en el escritorio, fue al juguetero junto al vestidor.

Allistor se preparó para la pelea. Sus hermanos hechos un manojo de nervios en el rincón le hizo querer destrozar las cabezas de esos cabrones que se atrevieron a poner un pie en su casa.

Sean y Dylan arrullaron al pequeño Arthur en el instante en que se quejó brevemente.

Una vez Allistor cumplió los dieciséis años se tomó su papel de primogénito más a pecho. Quería ser el mejor ejemplo para sus hermanos menores y demostrarles a sus padres que era alguien capaz de liderar la empresa de la familia; que podía manejar cualquier tipo de situación y proteger a su familia de toda adversidad…

¡Ja!

No veía venir este tipo de adversidad.

Perdiendo ya el interés en la estantería, el ladrón -hijo de perra- vio al vestidor. Una atención enfermiza por querer saber que hay dentro.

El sudor resbaló por la sien de Allistor. Un silenció mortal envolviendo a todos.

Avanzando lentamente, estirando la mano cada que se acercaba más al vestidor, el hombre empezó a tararear.

Reconocieron la canción.

Once Upon a Dream.

Arthur se movió incomodo.

Esa hermosa melodía le era cantada por su madre las noches de miedo e insomnio. ¿Cómo se atrevía ese idiota a profanar los recuerdos de su madre? ¿Cómo se atrevía eso desgraciado a profanar a su madre? ¡¿Cómo?!

¿Era una coincidencia que decidiera tararear esa canción? O… ¿O era algo planeado?

El hombre alcanzó la manija del vestidor. Allistor sujetó el bate por arriba de su cabeza.

Aquí vamos…

La puerta se abrió.

—¡Larguémonos de aquí! —gritó roncamente un tipo desde algún lugar de la casa.

Las sirenas sonaron en las afueras del hogar.

El hombre salió corriendo de la habitación. Sus botas tronando apresuradamente contra las escaleras, bajando.

Allistor cayó rendido sobre sus rodillas, tirando el bate.

Luces azules y rojas colándose por la ventana.

Dylan se inclinó para un lado y vomitó.

Voces y gritos imponentes provinieron del piso de abajo, junto con incalculables pisadas.

No saben cuánto tiempo transcurrió para que la policía diera con ellos escondidos en el vestidor. Estaban en completo shock en el momento en que un oficial abrió la puerta por completo y les apunto a la cara con una lampara -y tal vez con un arma-.

—¡Maldita sea! —la joven y castaña oficial guardó inmediatamente el arma al percatarse que le había apuntado a unos niños.

Allistor retrocedió y se sentó con los brazos extendidos frente a sus hermanos.

—¡Esta bien! —la oficial alzó las manos en señal de rendición—. ¡Todo está bien! No les hare daño. Estoy aquí para ayudar —señaló a la insignia sobre su pecho—. Soy policía. Vine a ayudar. ¿Bien?

Allistor dudó, no obstante, terminó por acceder a la ayuda de la oficial con un asentimiento de cabeza.

La mujer arrugó su entrecejo al enfocarse en los pies ensangrentados del niño más pequeño.

—Solicito asistencia médica en el tercer piso —la oficial dio aviso por su radio—. Hay niños aquí. Uno de ellos está herido.

Copiado —respondieron—. 10-38 en…

En las afueras, los vecinos se amontonaban en la acera de la casa de los Kirkland. Un chico en especial, en una pijama azul, despotricaba contra uno de los muchos oficiales que rodeaban el lugar.

—¡¿Por qué tardaron tanto en venir?! —el chico, probablemente de unos trece años, rugió—. ¡Llame hace más de una hora! —su melena dorada meneándose con el viento hacia un curioso juego con su rabia, pues mechones de cabello se le metían en la boca por el movimiento.

—Niño, calma —el oficial trató de apaciguar.

—¡¿Qué me calme?! ¡Si hubieran venido antes tal vez no hubiesen disparado! ¡¿Y si hay muertos?!

Mi amor. Francis, ven conmigo —una bella mujer rubia, hablando en francés, se acercó a sujetar el antebrazo del niño.

¡No, madre! —el niño, Francis, apartó el brazo, respondiendo furioso en el idioma de la mujer—. ¡No tomaron mi llamada en cuenta por ser un niño! ¡No fue hasta que te pedí que tu llamaras que fue cuando quisieron venir!

—Eso no es cierto —el oficial intervino. Claramente entendía el francés.

Francis iba a responderle, pero las radios sonaron:

Tenemos un doble 10-50 —informaron.

—¿Qué significa eso? —demandó Francis.

—Lo siento, me tengo que retirar —el oficial dio media vuelta.

—¡Oye! ¡Regresa! —Francis pudo haber corrido detrás del hombre, pero su madre lo detuvo—. ¡Hey!

Las sirenas y luces de varias ambulancias captaron la atención de los presentes.

Francis se volvió a la entrada de la casa de los Kirkland al ver de reojo a una oficial salir con un niño en los brazos y otros tres siguiéndola. Otros dos oficiales rodeándolos.

—¡Arthur! —Francis reconoció inmediatamente al más joven de los niños, paniqueándose al ver sus pies ensangrentados. Corrió en su dirección—. ¡Chicos!

Su madre esta vez no alcanzó a detenerlo.

Apenas arribar las ambulancias, los paramédicos se bajaron y corrieron hacia los niños.

Arthur alzó la mirada y se encontró con una curiosa escena: Francis, su vecino idiota del frente, trataba de zafarse de una oficial que le impedía pasar. Decía cosas en francés que no entendía y se movía como gusano.

La mirada zafiro de Francis se ancló inesperadamente en la esmeralda de Arthur.

—¡Arthur! —Francis llamó, triste y desesperado—. ¡Arthur, ¿estas bien?! ¡Ya voy! ¡Francis va en camino! ¡Ya voy!

¡Francis, para! —su madre lo abrazó.

—¡No! ¡Suéltame! —luchó con más fuerza.

Los hermanos fueron llevados a diferentes ambulancias.

Cuando Arthur fue sentado dentro de la ambulancia sobre la camilla, el sonido de la vida comenzó a desaparecer de sus oídos gradualmente. Todo convirtiéndose en un eco profundo y grave, como si estuviese en el fondo del océano.

Los paramédicos le hablaban. Francis también. Y no distinguía que era lo que decían.

Sus ojos se enfocaron en la multitud siendo empujada para que los oficiales colocaran una cinta policial y delimitaran el área. Arthur conocía a muchos de los que estaban ahí. La mayoría eran sus vecinos. Reconoció a Antonio, su vecino español que vivía a tres casas de la suya. Uno de los mejores amigos de Francis, junto a Gilbert, pero dicho Gilbert no parecía estar por ningún lado, probablemente porque vivía en la calle de atrás. Sin embargo, en ese montón de gente, Arthur sentía que había algo raro. Algo no correspondido. No familiar.

Arthur se esforzó por enfocar la mirada. Barrió a todo el mundo en busca del error y…

Y dio con él.

El hombre con cubrebocas negro en el fondo era lo que no pertenencia allí. Nunca lo había visto. ¿Qué hacia ahí? ¿Por qué sus ojos grises lo miraban con tanta intensidad? ¿De dónde salió?

Arthur se congeló. ¿Y si ese hombre fue uno de los que entró a su hogar?

Las puertas de la ambulancia se cerraron.


Tras darle una calada al cigarro, Arthur golpeó la colilla de este último para desechar la ceniza acumulada.

El envejecido ingles estaba recargado en el alfeizar de la ventana de su habitación, vistiendo no más que una bonita bata blanca. Su cabello goteante y el vapor saliendo del baño indicaba que acababa de tomar un baño.

Arthur dio otra calada, justo cuando una vibración y suaves campanadas sonaron en una mesita de noche. Ignoró los hechos y se enfocó en el cielo azul rey.

Pronto amanecería. Ya escuchaba los primeros cantos de las aves de la mañana.

En la cama, un cuerpo se movió y murmuró:

—Ugh… ya voy —apagó la alarma que sonaba del celular en la mesita de noche.

El cigarro se acabó. Arthur lo aplastó en el alfeizar.

—Buenos días, Arthur —saludó con voz ronca, pero tierna, el hombre en la cama.

—Días, Francis —Arthur le contestó, suave.

Francis, completamente desnudo, se levantó y caminó hacia Arthur para abrazarlo por la cintura y atraerlo hacia él para poder besarle el cuello.

—¿Te despertaste mucho antes, no crees? —dijo Francis.

—Desde las cuatro y media. Me desperté y ya no pude volver dormir —explicó Arthur, encogiéndose ante la sensación de los labios de Francis rosando su piel.

—¿Por qué? ¿Una pesadilla otra vez? —Francis recargó su mejilla en el hombro de Arthur, ronroneando.

—S-Sí —sintió un poco de vergüenza.

—¿Necesitas algo?

—¿Tal vez un omelette?

—¿Qué otra cosa? —Francis suspiró.

Arthur se dio la vuelta para encarar al tonto detrás de él.

—Panqueques. Matthew lleva días pidiéndolos.

—Le va a dar diabetes a ese niño —Francis le pasó el dorso de la mano por la mejilla.

Arthur se inclinó ante el toque.

Los dos se miraron fijamente. Siempre que lo hacían ambos quedaban hipnotizados con cada movimiento que hacían y el color de ojos del otro. Debido a ello, conocieron cada expresión de sus miradas. Detectaban toda emoción y sentir.

—¿Estas bien? —Francis ladeó la cabeza, preocupado. Algo en la mirada de Arthur no estaba bien.

—Sí —Arthur asintió, abrazando el cuello de Francis.

—Sabes que puedes contarme cualquier cosa.

—Lo sé.

Cerrando la distancia entre ellos, Arthur atrajo Francis a un tierno beso en los labios, siendo correspondido sin vacile.

Francis resbaló sus manos hasta las nalgas de Arthur, apretándolas apenas llegar.

El beso subió de nivel a algo más cachondo en seguida que Arthur abrió la boca para permitir la entrada de la lengua de Francis.

Sin si quiera voltear a ver, Arthur estiro su brazo hacia atrás y cerró la cortina. Sabia a donde iban.

Con torpeza, caminaron pegados hasta llegar a la cama; Arthur quedando a horcajadas sobre la cintura de Francis.

Rompieron el beso para dar un chequeo rápido al pomo de la puerta y confirmar que estaba con seguro -por la noche anterior-.

Así fue.

—Arthur —Francis acarició los muslos de Arthur, jadeante y con su erección rozándole el trasero al hermoso hombre sentado arriba de él—. Mi amor.

—¿Qué? —Arthur se quitó la bata y la lazó al suelo.

No había día en que Francis no quedara maravillado ante el atractivo cuerpo de Arthur; brazos y abdomen bien marcados; muslos gruesos y pectorales firmes, con una que otra cicatriz y bellos caminos de estrías marcando su piel. Un cuerpo adulto bien cuidado.

—¿Estas seguro de ello? —por más que Francis quisiese en ese momento ponerlo contra la almohada y embestirlo hasta que le suplicara piedad, era consciente de que Arthur estaba vulnerable, aunque este no lo aceptase o se lo dijese, y no se quería aprovecharse.

—Se lo que piensas —Arthur giró las caderas.

Francis le encajó las uñas en los muslos en un intento pobre de detenerlo. Ese cejón lo estaba provocando… y eso le gustaba. ¡Joder!

—No te estas aprovechando —se inclinó y colocó su nariz sobre la de Francis—. Sí. Estoy algo vulnerable por la pesadilla, pero… —bien. Al menos ya lo aceptó.

Repentinamente, Francis se estremeció. Arthur estaba con la mano atrás rozándole la punta del pene con la yema de los dedos.

—Pero cuando me tienes, me haces sentir protegido —Arthur le susurró tentativamente al oído—. Quiero que me ayudes a tener el privilegio de sentirme vulnerable sin sentir miedo. ¿Puedo confiar en ti?

Francis se endureció como roca. Eso fue algo nuevo. Tantos años y no dejaba de sorprenderle este matrimonio.

Dios…  Incluso ahora seguía sin creerse que uno de sus sueños se haya hecho realidad: casarse con el hombre que desde joven amo.

Sin previo aviso, Arthur fue sometido boca abajo contra la cama. Al girar la cabeza se encontró a Francis empujándolo de la cadera y buscando desesperadamente en uno de los cajones de la mesita de noche con su mano libre.

Arthur amaba cada que Francis se perdía en sus instintos, siendo rudo y dominante. Siempre que se le daba la oportunidad, lo provocaba para que saliera de sus casillas. Hoy no perdería esa oportunidad. Necesitaba desatarse de igual manera:

—No hay que usar condón.

Francis soltó de la sorpresa el condón y el lubricante que apenas había obtenido del cajón, sonrojado hasta las orejas.

—¿Desde cuándo tan nervioso? —Arthur se burló alzando una ceja—. No es como si no lo hubiésemos hecho así antes.

Arthur- hijodeputahijodeputahijodeputahijodeputa.

—Se supone que yo debería ser el que está nervioso —tentándolo descaradamente, levantó su trasero al aire—. ¿No lo crees? —preguntó en una media sonrisa.

Si fuese un perro, Francis ya se hubiese lanzado a montar a su esposo, pero era un ser humano decente dentro de lo que cabía.

Puede que algunas veces sea un pervertido, más no un degenerado.

Habiendo abierto el lubricante y bañado sus dedos en ello, Francis, mordiéndose el labio inferior y respirando pesadamente, fue a la entrada de Arthur, introduciendo el dedo índice poco a poco.

Arthur cerró los ojos ante el estímulo. Un gemido contenido y bien guardado detrás de su garganta.

—Más te vale cuidar tu boca de ahora en adelante, cariño —dijo Francis en tono burlesco, pegando su pecho contra la espalda de Arthur—. Los muchachos no deben escuchar —metió un segundo dedo.

Joder —Arthur maldijo y agarró las sábanas de la cama. Francis le besó la oreja.

—¿Estas bien?

—S-Sí. Continua.

Francis abrió y cerró sus dedos como tijeras, contemplando a Arthur retorcerse debajo de él.

Maldita sea, Francis. Apúrate —exigió en un suave jadeó.

—Calma, Artie —Francis le murmuró, sin acelerar el ritmo. Ante un pequeño puchero de su amado, decidió atacarle el lóbulo de la oreja con una sutil mordida.

Arthur enterró la cara en el colchón y gimió.

No- Dios. No mue-muerdas.

Entonces lo lamió.

¡Joder! —chilló Arthur queriendo levantarse, y por ello se le castigó siendo aplastado nuevamente contra la cama con cierta agresividad.

—¿A dónde vas? —se rió Francis, aumentando el ritmo de sus dedos en el interior de Arthur—. Paciencia. Ya casi termino —curvó los dedos hacia abajo y la reacción que recibió ante ello casi lo hace venir; Arthur se tuvo que morder la mano para amortiguar su gimoteo, lanzando la cadera para atrás, pidiendo por más—. Parece que di en el punto, ¿verdad? —nada le inflaba más el ego a que saber que fue él el que provoco eso. Repitió el movimiento dos veces.

Jesucristo.

—F-Fran-Francis… po-por favor… —pequeñas lagrimas corrieron por las mejillas del sonrojado Arthur. Le temblaban las piernas, su erección palpitaba y no podría seguir aguantando la sensación de fluidos resbalando por sus muslos por mucho más tiempo. Eso, añadiendo el excelente trabajo que estaba haciendo su esposo a la hora de jugar con su próstata. Acabaría en antes de lo planeado si continuaban así.

Lo estaba disfrutando, más no era exactamente lo que quería.

Por algo había pedido que no usaran condón.

—Si voy a v-venir, quiero que estes dentro de mí —declaró por medio unos ojos lloros y rostro enrojecido, viendo a su esposo por arriba del hombro.

Algo en Francis se activó.

—Pequeño, hijo de perra —sacó los dedos y mordió el hombro de Arthur.

¡Ngh!

—Recuerda que los chicos siguen dormidos —ronroneó, agarrando el bote le lubricante para cubrir todo su miembro en el—. Controla tu boca o me vere obligado a callártela.

Arthur se estremeció al sentir las manos de Francis en su cadera.

Al fin… joder… al fin.

Francis se alineó y se sumergió lentamente en el cálido interior de su impaciente marido, regocijándose cada que llegaba más profundo. Gruñó cuando Arthur apretó.

—Relájate, Artie —pidió con una suave nalgada.

Premio o castigo, Arthur gozó de esa bofetada en su nalga.

Tras un momento de espera para que Arthur se adaptara, Francis empezó a moverse.

—Recuerda que debes decir para que me detenga —recordó Francis entre gemidos.

—Tu i-igual —Arthur balbuceó.

Los dos contuvieron los sucios sonidos que nacían de su boca. Sus cuerpos sudaban y sus corazones latían a mil por hora. En cada embestida, subían la velocidad; el choque de piel contra piel era lascivo e inmoral. Estaban ansiosos por terminar, pero tampoco querían que esto finalizara. Hacía tiempo que no tenían un mañanero y eso los llevó a olvidar lo apasionantes y excitantes que eran.

Francis pasó un brazo por el cuello de Arthur para levantarlo y enderezarlo sobre sus rodillas. La posición presionó la próstata de Arthur, siéndole imposible evitar gemir.

Arthur no esperaba que le metieran los dedos a la boca sin previo aviso.

—Te lo advertí —Francis lo reprendió. Las yemas de sus dedos barriendo la lengua de Arthur.

No fue su intención ser ruidoso. Arthur no podía controlarse en esa posición. No podía controlar todas las respuestas de su cuerpo, mucho menos cuando se encontraba en una situación tan vulnerable como esta, donde podía hacer muy poco por salvarse el pellejo del cachondo de su esposo.

Lo curioso y bueno era que no temía por su estado actual.

Estar con alguien que sabia que no lo dañaría estando vulnerable lo hizo sentir cómodo. Contento de su existir. Esperanzado. Con el poder de controlar la situación.

Eso lo prendió como nunca.

Lanzando las manos hacia atrás para sujetar la cabeza de Francis, Arthur chupó los dedos. Un hilo de saliva escapando por la comisura de sus labios. En consecuencia, las embestidas de su trasero se convirtieron en golpes más rudos y desesperados.

Mierda —Francis bajó la mirada, admirando la forma en se conectaba con Arthur. El lubricante y los fluidos corporales ensuciando sus vellos púbicos y genitales le alteró la respiración—. Joder, Kirkland —lamió el hombro que anteriormente mordió, alcanzando el pene pre-eyaculado del hombre en sus brazos para masturbarlo.

Se estaba convirtiendo en demasiado para Arthur.

Los dedos en su boca, la lengua sobre su hombro, la penetración rozándole la glándula en su ano y ahora la masturbación de su miembro. No sabia cuando más iba a durar.

—Fr…i… —Arthur quiso avisar que estaba cerca, solo que los dedos no se lo permitieron.

—Lo sé, cariño. Lo sé —y a pesar de eso, Francis lo entendió.

¿Y cómo no? Años de estar casados y cogiendo les daba grandes ventajas. Conocían cada esquina de sus cuerpos; sus movimientos y reacciones. Francis, por ejemplo, conocía como Arthur intentaba cerrar las piernas y apretaba cuando estaba cerca de venirse.

Francis —Arthur retiró la mano de su boca—. Voy a- Vo-Voy a… Dios. Yo- —gimió por lo bajo, haciendo su mayor esfuerzo por no hacer tanto ruido al hablar.

—¿Vas a venir? —precedió.

Arthur asintió.

Conocedor de lo escandaloso que seria los siguientes segundos, Francis le tapó la boca. Arthur encajó las uñas en la cabeza de Francis cuando este comenzó a masturbarlo sin piedad, al mismo tiempo que se abalanza salvajemente en su interior.

Un pitido sonó a lo lejos, muy apenas perceptible.

Francis quería que Arthur terminara con broche de oro: succionó la piel de su nuca.

El grito de Arthur al correrse pudo haber sido un problema de no ser por la mano de Francis.

—Te tengo —Francis abrazo a su marido antes de que cayese sobre su propio semen—. Te tengo —le dio una serie de besos en sus mejillas. Su voz siendo gentil y bajita.

Con la vista nublada, Arthur se volvió y plantó sus labios en los de Francis.

—Continua —Arthur dijo en medio del beso.

—¿Mh?

Se separaron para verse a los ojos.

—No- Tu… tu no has v-venido —Arthur le acarició su hermosa melena, entrecerrando los ojos—. Ven en mi —se puso en cuatro.

Ay, cabrón.

—Eres una pequeña perra —Francis le clavó los dedos en las caderas—. Pero gracias por la consideración —y arremetió, Arthur siendo dócil y controlando mejor sus eróticos quejidos.

Francis estaba sumergido en una fiebre de placer altísima, pero debía de darse prisa. El pitido de hace un momento era el sonido de la alarma de uno de sus chicos. En cualquier momento saldría de su habitación, pasaría por su puerta y los escucharía. ¿Qué clase de padre seria si permitiese eso? -respuesta: uno pendejo y abusador-.

Bombeando tal perro en celo, gruñendo, Francis se corrió en las entrañas de Arthur. Hace mucho no marcaba su marido de esa manera. Sus endorfinas se elevaron por el cielo.

Arthur se mareó del placer ocasionado por la sobreestimulación y los disparos de semen caliente dentro de su ser.

Cayeron rendidos, Francis acostado arriba de Arthur. Ambos luchando por regular su respiración.

—Eso fue mejor de lo que pensé —dijo Arthur.

Minutos posteriores, se oyeron pisadas pasar cerca de su puerta.

—Y justo a tiempo —Francis salió de su esposo, besándole la sien.

—Debo bañarme otra vez —se quejó, recostándose sobre sus brazos, viendo a Francis levantarse y caminar desnudo hasta el vestidor, en dónde abrió una puertita y sacó sábanas limpias.

—Ve. Tendere la cama.

—No. Deja eso. Debes bajar a preparar el desayuno —se recostó de lado, apoyando su codo en el colchón para recargar su mejilla en la palma de su mano—. O yo lo hare.

—¡No! —Francis lazó las sábanas de regreso y en su lugar tomó la bata colgada en la puerta del vestidor—. Ya voy. No vayas a cocinar —trotó en dirección al baño.

Arthur rodó los ojos.

—Dame diez —Francis cerró la puerta y se oyó el agua tirarse.

Saliendo de la cama, Arthur fue a recoger su bata, cojeando.

Muy rico y todo, pero iba a estar adolorido el resto del día.

Unas cosas por otras.

El cantico de las aves en los árboles del jardín le recordó que debía darse prisa. Se apresuró entonces a buscar en el vestidor la bonita camisa azul de manga larga que usaría el día de hoy junto con cómodo pantalón táctico color negro. Era un bonito conjunto, ni tan formal, ni tan informal. Adecuado para su trabajo. En el caso de sus zapatos, eligió algo a juego con el pantalón: botas tácticas negras.

Carajo —siseó sonrojado al agacharse para recoger las botas. Cierto liquido blanco resbalando por sus piernas le causó cosquillas.

Tembloroso, se enderezó y llevó todas sus prendas al baúl acomodado a los pies de la cama, dándole un rápido vistazo al reloj digital de su mesita de noche. Una pistolera tirada a un lado de ella en el suelo.

Oh.

Una pistolera. Como si nada. Con un arma enfundada.

Su arma.

Ah~. El amor. Recortó que la noche anterior tuvo varias rondas de mamadas y juegos manuales con Francis, y fue durante esos sucesos lujuriosos que se desnudó desesperadamente y se quitó y tiró al suelo todo lo que traía encima, sin importare donde cayeran las cosas.

Masajeándose la nuca, recogió la pistolera de hombros y la colocó junto a su ropa. Después, aun cojeando, fue a uno de los cajones del vestidor con el fin de obtener ropa interior limpia y un par de calcetines.

Miró de reojo la puerta del baño; Francis seguía en la ducha, silbando una melodía sin sentido.

El semblante de Arthur se oscureció. Sus cejotas se contrajeron molestas y su boca se torció con una mueca incomoda. Siendo sigiloso, se adentró de puntitas hasta el final del vestidor y se detuvo frente a una caja fuerte anclada a la pared en la esquina derecha.

26012009

Esa fue la clave con la que abrió la caja.

Tres carpetas de argollas grandes llenas, muchos folders, hojas apiladas y algunas dobladas al azar, una cantidad asombrosa de fajos de billetes, un kukri y cinco armas de fuego cortas totalmente cargadas eran las cosas que más sobresalían de las entrañas de la caja fuerte.

Francis cambió de parecer y ahora ya estaba tarareando esa pegajosa canción de BTS, Idol.

Chasqueando la lengua, Arthur extrajo uno de los folders y lo hojeó.

Las fotografías de aquella noche, en la que su infancia relativamente perfecta fue perturbada, estaban guardadas ahí. No supo en que etapa de su vida las imágenes ya no le causaban ninguna impresión. Teorizó que pudiese tratarse de algún tipo de shock, o por meramente una reacción de su mente que, por razones de supervivencia, le bloqueaba cualquier emoción negativa que le estorbara a la hora de actuar.

Y muchos no sabían que estaba haciendo eso: actuar.

Solo su amado esposo y unos cuantos más estaban enterados.

Sus hijos, por nada del mundo debían enterarse de eso. No debían enterarse de que su padre estaba investigando su desgracia e ideando un laborioso y sangriento plan de venganza.

Mataría a cualquiera que envolviese a sus niños en esto.

Los perros del infierno que dañaron a su familia hace años seguían sueltos. No sabia de lo que seria capaz si lo encontrasen y dieran con familia. Esa idea paranoica constantemente le daba vueltas. Y solo podría estar tranquilo si eliminaba a los pendejos que lo lastimaron. No le importaba las bajas -probabilidades- posibilidades de que los asesinos de sus padres lo estuvieran buscando para deshacerse de testigos, cosa que era él. Le daba completamente igual. A él no le importaba morir; que lo mataran. No. Arthur no quería arriesgarse que un día caminado por la calle las mierdas asesinas se topasen con su familia, o, o, o, o dieran con su hogar… ¡Puta madre! ¡Los quería ver sufrir! Retorcerse del dolor. Ver sus ojos apagarse poco a poco mientras fallecen y-

El agua de la regadera dejó de fluir.

Eh-

Uh… de nuevo se perdió en sus revoltosos pensamientos.

Devolvió el folder y cerró la caja fuerte.

 

Pasando un rato, Francis, bañado, estaba descendiendo por las escaleras acomodándose los gemelos de la camisa blanca que portaba. Su cabello humero rebotaba cada que bajaba.

Al arribar al final del camino y dar la vuelta a la cocina, se topó con una cabeza amarilla; un mechón sobresaliente que bailaba ante cualquier movimiento de su dueño.

Sin ningún problema, reconoció de quien se trataba:

—Hola, Alfred —saludó amablemente.

Alfred, agachado sirviendo croquetas en varios platitos para gatos, no respondió.

—¿Alfred? —Francis intentó nuevamente.

Alfred se rascó la cabeza e inició un cantico sin sentido gregoriano.

Espera…

¿Ese es el soundtrack de Halo?

—Alfred…

El muchacho terminó de servir el ultimo plato.

—Otra vez… —Francis suspiró.

Alfred se paró y se giró, topándose con Francis, de verlo, lo recibió con una sonrisa muy bonita y alegre.

—¡Hola, papá! —como su padre, Alfred estaba listo; su ropa pulcra y cabello lavado.

Francis se llevó las manos a la cintura.

Confundido y ladeando la cabeza, Alfred inquirió:

—¿Qué? ¿Qué pasa? No he hecho nada malo… todavía.

Soltando una risa ante la inocente conclusión de su hijo, Francis sacudió la cabeza y explicó lo que andaba mal:

—No los encendiste —apuntó a una de sus orejas.

Alfred, que observó los labios de su papá y atisbó la señal hacia su oreja, comprendió a que se refería.

—¡Ah! ¡Lo siento! —rápidamente encendió sus audífonos retroauriculares de sus orejas. Eran artefactos casi imperceptibles; los audífonos en si eran pequeños y del color de su piel, además de que se escondían detrás de los cortos mechos de su cabello—. Listo —sonrió más o menos avergonzado.

—No te disculpes, solo no olvides encenderlos desde el momento en que te los pongas —Francis le dio unas palmaditas en el hombro y se dirigió a la estufa.

Un gatito blanco, peludísimo y, a simple vista, sedoso, vino a la cocina y se sentó a comer en el primer plato. Otros tres llegaron después; dos eran muy parecidos: color crema con pelaje largo y café en el cuello, mientras que el otro era blanco con grandes manchas naranjas y poseía orejas caídas.

Francis rompió varios huevos en un cuenco de vidrio, disfrutando el crujir de la cascara.

—¿Dónde está Matthew? —preguntó a Alfred, viéndolo de le reojo—. Debería de estar alimentando y limpiándole a Kuma.

—Toque su puerta cuando pase por su cuarto, pero no sé si me contestó. Es que, ya sabes… no prendí mis audífonos. Concluí que me había ignorado.

—¿No entraste a verlo para ver si seguía dormido?

—Me urgía ir al baño.

—Ah, bueno.

—Es raro, ¿no? Siempre se levanta primero que yo y deja su puerta abierta cuando sale de su habitación. Por eso toque. Kuma estaba acostado cerca de la puerta.

—Si. También siento que es raro. De ahí que preguntara —agitó los huevos del cuenco.

—¿Tal vez solo se haya quedado dormido? —Alfred se encogió de hombros.

—¿Puedes ir a ver? Se les va a hacer tarde —pidió gentilmente, yendo al refrigerador a sacar un galón de leche.

—Bien.

Arthur se hizo presente en la cocina.

—¡Hola! —Alfred le saludó de igual manera que a Francis. Se notaba cuando se alegraba de verlos.

—Hola, muchacho. ¿Cómo estás? —Arthur, pulcro en su vestimenta y bien peinado, con la pistolera colgada en sus hombros, regresó la sonrisa con un golpecito en el omoplato a su hijo.

—Bien. Oye —dejó de lado la cordialidad para seguir con su misión—, voy a subir a despertar a Matthew.

—¿Se quedó dormido? —Arthur inquirió extrañado.

—Eso creemos. Voy a ir a ver —y salió de la cocina.

Arthur fue a los estantes de la cocineta y sacó varios platos y tazas para café.

—Que raro —dijo, acomodando los trastes en el desayunador.

—Sí —Francis ya estaba trabajando en la estufa haciendo el primer omelette—. Puede que solo se haya quedado dormido. Ayer en la noche lo escuche hablando por teléfono.

—¿Lo espiaste? —Arthur frunció el ceño, juguetón.

—Nop. Pase por su habitación y lo escuche.

—Estaba bromeando.

—Lo sé, pero igual quería aclarar —rió.

 

Arriba, Alfred tocó la puerta de Matthew. El gigantesco perro terranova blanco de su hermano, Kuma, le hacia compañía, moviendo la cola ante su presencia.

—¿Mattie? ¿Estas dormido? —acercó la oreja para escuchar mejor—. Se nos va a hacer tarde. Y luego no le has limpiado a Kuma ni tampoco le has dado de comer.

Kuma gimoteó con tristeza.

—¿Alfred? —hablaron sutilmente detrás de la puerta.

—¡Hermano! ¿Qué pasó? ¿Te quedaste dormido? —alzó una ceja.

Sí. Lo siento. Bajo en un momento —Matthew le informó sin ánimos.

—No suenas bien —Alfred dijo firmemente, agarrando el pomo de la puerta—. Voy a pasar.

—¡Espe- —su manifestación fue ignorada. Alfred junto a Kuma se metieron a su habitación.

Wow —Alfred se paró en seco—. Matthew, te vez de la mierda.

Matthew, su hermano gemelo, estaba sentado en la orilla de su cama y tenía una enfermiza piel pálida y horripilantes ojeras. Sudaba y su curioso rulo que estaba siempre reluciente ahora parecía estar con estática. En el caso de sus labios, los traía secos como tierra en sequía.

Kuma se acercó a su dueño y le dio varios lengüetazos en la mejilla.

—Ya voy, chico —Matthew lo acarició detrás de la oreja—. En un momento bajare a darte de comer.

Alfred, sin avisar, colocó una mano en la frente de Matthew.

—Oye, estas hirviendo.

—No. No es eso —Matthew se apartó—. Dormí cobijado hasta la cabeza.

—Y también te vez horrible. Matthew, estas enfermo —Alfred negó, torciendo la boca—. No vas a ir. Le diré a papá.

—¡Alfred, no! —Matthew lo agarró de la camiseta antes de que pudiera alejarse—. Dame un segundo. Solo déjame darme un baño y tomarme algo. No puedo faltar el día de hoy. Hoy vamos a tener partido de basquetbol, ¿recuerdas? —libero a su hermano cuando no mostro signos de querer alejarse.

—Pero de verdad te vez mal, y tienes temperatura —Alfred probó por segunda vez, en un intento de persuadir a su hermano—. Si nuestros padres te de ven así, no te van a dejar ir—se cruzó de brazos—. Yo no te quiero dejar ir.

—Alfred, por favor. Dame una oportunidad, ¿sí? —propuso levantándose de la cama—. Deja me meto a bañar y me tomó algo. No me siento tan mal. A penas estoy empezando con la enfermedad. Puedo sobrevivir el día de hoy. Créeme —bromeó.

Alfred guardó silencio, viéndolo.

—Por favor —Matthew se entristeció.

Ugh… ¡Bien! Voy a buscarte algo para la fiebre —se dio por vencido, levantando las manos en señal de rendición—. Pero si te sientes mal en el trascurso de las clases vas a venir a buscarme, ¿entendido?

—Gracias, Al —Matthew suspiró aliviado.

—Y si te veo enfermo antes del partido te voy a mandar derechito a la mierda. No te permitiré jugar, se lo diré al entrenador y le marcare a papá.

—¿A cuál?

—A los dos.

—Entendido.

—Ya vengo. Iré al baño de estos viejos a ver que encuentro —dijo, caminando a la salida.

—¡Oye! —Matthew llamó.

—¿Qué? —Alfred se detuvo en el marco de la puerta.

—¿Podrías hacerme otro favor?

—Depende… ¿de cuánto estamos hablando?

—Bueno, van a ser dos favores.

—Hijo de puta.

—Te pagare doble.

—¿Cuáles son esos favores?

 

Alfred regresó a la cocina, tomando asiento en el desayunador junto a sus padres.

—¿Por qué tardaste tanto? —Arthur le pasó un plato con un omelette y dos pequeños panqueques—. ¿Y Mattie?

—Oh, Matthew se quedó dormido. Ya baja en cualquier momento —Alfred fue directo al omelette—. Y me tarde porque me pidió de favor que alimentara y limpiara a Kuma. Si no lo hacia yo, Matthew no iba a alcanzar a hacerlo.

Francis bebió de su café, degustando con dicha.

—Lo que si es que me dijo que se siente un poco mal —Alfred medio mintió.

—¿En serio? —Arthur dejó de cortar sus panqueques.

—¿Qué tiene? —Francis abandonó su taza de café en la mesa.

—¿Está bien?

—¿Qué dijo que sentía?

Malditos viejos sobreprotectores.

Hey, calma. Me dijo que solo era un leve dolor de cabeza y malestar en su garganta —siguió medio mintiendo, partiendo su omelette con el tenedor—. Dijo que si por favor podrías hacerle un té, papá —dijo mirando a Arthur.

Arthur abandonó su desayuno y se apresuró a buscar en las puertas de la cocineta. Se giró para ver a Alfred:

—¿Te dijo algún sabor en específico?

 

Matthew salió de bañarse. Agradeció al destino que ese toque de agua lo hiciese sentir mejor.

Sobre su escritorio estaban las medicinas que Alfred le trajo. Recordó su pequeña platica antes de que se retirara a buscarlas-

—¿Cuáles son esos favores?

—El primer favor es que, por favor, no le digas a nuestros padres que estoy algo enfermo —solicitó, jugando con el pelaje de la cola de Kuma, nervioso.

—Se darán cuenta, Mattie. No creo que con una ducha y unas pastillas se te quite totalmente el semblante de mierda.

—Eh… bueno. Entonces diles que solo tengo un poco de dolor de cabeza y de garganta.

—¿También te duele la garganta y la cabeza? —Alfred estaba molestándose.

Que idiota. Se delató solito.

—No, Alfred —mintió—. Solo es para tapar un poco las cosas.

—Ája —no le creyó.

—Alfred, solo diles eso, por favor —Matthew bajó la mirada, afligido.

—¡Deja de hacer esas miradas, idiota! —Alfred se giró para ya no verle a la cara. Cada que su hermano hacia una cara de cachorro regañado se le aplastaba el corazón. Era débil ante él—. ¡Bien! Les diré eso. ¿Qué más quieres?

—Gracias, de verdad —un poco de emoción positiva pintó las facciones de Matthew.

—¡¿Qué más quieres?! —insistió Alfred.

—Cuando les expliques eso, ¿podrías pedirle a papá si me puede preparar un té? La ducha, la medicina y sus mágicos tés me ayudaran a sentirme mejor más rápido.

—Bien.

—Ese fue el primer favor. El segundo es…

Kuma estornudó.

—¿podrías alimentar y limpiarle a Kuma, por favor?-

Matthew se tragó tres pastillas diferentes con ayuda de un vaso de agua. Una para el dolor, otra para la fiebre y la última para desinflamar.

Debía apresurarse. Abajo olía delicioso y ya estaba saboreándose el té.

Vio borroso.

Por puro reflejo, Matthew estiró la mano y se alcanzó a agarrar del escritorio. De no ser por eso, estaría aplastado en el suelo.

—No es nada. No es nada —se consoló sacudiendo la cabeza.

A lo mejor si come se sentirá mejor. Comida es igual a energía.

 

Arthur apagó la tetera antes de que chillara.

—¿Puedo obtener un poco? —Alfred preguntó.

—Hice para los cuatro.

—Gracias —Alfred y Francis mostraron gratitud al unísono.

—¡Perdón por la demora! —Matthew entró trotando con Kuma siguiendo, listo para el día.

Alfred se percató que la apariencia de su gemelo mejoró un noventa por ciento, lo que lo alivió y conllevó bromear con él:

—Un segundo más en que no llegaras y me comía tus panqueques.

—Mattie, amor, ¿cómo te sientes? —Arthur, ansioso, se apresuró a ponerle en frente una taza de té humeante a su hijo—. ¿Qué sientes? —sin avisar, colocó una mano en la frente de Matthew.

Siempre le causó gracia a Matthew que Alfred y su papá Arthur tuviesen muchas cosas en común. Se expresaban casi igual y compartían gestos. Como ejemplo de ello, fue como hace rato, en su habitación, Alfred le colocó una mano en la frente para ver si tenia fiebre, y ahora, Arthur hizo lo mismo, los dos sin avisarle.

—Estoy bien, papá. Solo un malestar momentáneo —Matthew se alejó del toque, sonriéndole—. Me metí a bañar y me sentí mejor. Ya con el té espero que se me quite el dolor de garganta.

—¿Estás seguro? —Francis le sirvió el desayuno.

—Sí —Matthew asintió, conmovido por la preocupación de su familia, tomado su tenedor.

Kuma gruñó cabizbajo.

—Mas te vale —Alfred advirtió.

—Déjalo, Alfred —defendió Arthur.

—Mejor apresúrense —presionó Francis, levantando los platos vacíos—. Ya es la media.

Arthur se levantó de golpe.

—Ay, carajo, ¿por qué no me dijiste nada? —se sacudió las boronas de la camisa.

Francis chasqueó la lengua.

—Acabo de decirlo.

—Me refiero a antes.

Tocaron el timbre.

—¿Tocaron el timbre? —Alfred inquinó la cabeza.

—Sí —Matthew pasó una servilleta por sus labios—. A de ser Emil. Vámonos.

—¡Gracias por el desayuno, viejo! —Alfred huyó antes de que Francis le recriminara.

—¡¿Viejo?!

—Gracias, papá —Matthew se despidió con una ola de mano.

Arthur rió.

—¿Qué? —Francis le entrecerró los ojos.

—Jeje… “viejo” —achicó el espacio entre ellos.

—¡Pero- ¡¿Qué?! ¡Soy malditamente tres años más grande que tú! —Francis replicó ofendido—. ¡Entonces también eres un “viejo”, viejo!

—Me retiro, mi viejo —Arthur se inclinó y dio un piquito a su marido—. Nos vemos para cenar —y partió.

Francis se quedó parado en medio de la cocina, acompañado por Kuma y el gatito blanco con grandes manchas naranjas.

—¿De verdad soy viejo?

Kuma ladró y el gatito se fue.

Sin nada más que añadir a la platica con sus mascotas, se dirigió a recoger el desayunador…

Matthew apenas tocó su plato.

Al menos se terminó el té.

Mínimo.

Francis cruzó los brazos.

 

Un jovial Alfred abrió la puerta y se encontró con el apacible Emil, el chico al que su hermano se había referido, en el lumbral.

—Hola, Emil —Matthew saludó, agradable.

—¡Hola! —Alfred saludó, energético.

—Hola, chicos —Emil, peinándose su cabello plateado, respondió, sonrojado—. Perdonen, se me hizo tarde.

—A nosotros también —tranquilizó Alfred, acomodándose la mochila en el hombro. Su hermano haciendo lo mismo.

—Quítense —dijo Arthur detrás de sus hijos.

—Un por favor mínimo, ¿no? —Alfred fue socarrón.

—Quítense, por favor, pues —Arthur apartó a los gemelos para permitirse el paso.

Alfred y Matthew rieron. Este tipo de comportamientos juguetones eran constantes en su familia. Se llevaban lo suficientemente bien para bromear entre ellos, ser sarcásticos y confianzudos… ahora. Porque anteriormente… batallaron para llegar a este punto. Esperaban que así fuese el resto de sus vidas.

—Hola, Emil —Arthur le apuntó con las cejas al pasar a su lado—. ¿Cómo estás?

—Bien, señor Kirkland —Emil sonrió—. ¿Usted?

—Llegando tarde como ustedes tres. Muévanse.

—Eh-

—Chicos, ocupo que se muevan. Ya voy a abrir el garaje para salir —Arthur sacó de su bolsillo una argolla con varias llaves.

—Ya vamos. Ush… —Alfred refunfuño.

Arthur presionó un botón colgado de la argolla y la cortina del garaje se empezó a levantar.

—Vamos, vamos, vamos. Antes de que se vuelva loco, meta reversa y golpee nuestro carro —rodando los ojos, Alfred bajó la única escalera del lumbral.

—B-Bien- sí —Emil realmente no sabía que decir. Respondió por cortesía. Apresurado, se encaminó en dirección a una bonita Jeep Wrangler azul, auto que tapaba el garaje.

—¿Alfred? —Matthew atrapó la mochila de su gemelo antes de que avanzara.

—¿Qué pasa? —Alfred arqueó una ceja.

—Me toca conducir, pero… —vaciló. El lavanda de sus iris evitando a toda costa toparse con los turquesa de Alfred—. No quiero manejar hoy.

—¿Y eso? —Alfred se volvió extrañado.

—Simplemente no tengo ganas —dio un paso atrás, jugando con sus dedos.

—¡¿Te sigues sintiendo mal, verdad?! —Alfred, exasperado, trató de tocar la frente de su hermano, pero este lo esquivó.

—¡Alfred, estoy bien! —Matthew sonó irritado al alejarse—. Solo no me siento con ganas de-

¡HONK!

Ambos hermanos brincaron del susto que les dio el bocinazo.

—¡Apúrense! —su padre les gritó desde el interior de su auto, un glorioso BMW M8 Gran Coupé.

Alfred barrió a Matthew de pies a cabeza. Ya sabía que su hermano no se encontraba en las mejores condiciones; lo sintió, estaba hirviendo, y se veía de la verga. No obstante, su apariencia, probablemente por la ducha y la medicación, mejoró bastante… pero algo estaba mal con él. Alfred sentía que Matthew esta mal; que estaba mintiendo. ¡Era obvio!

¡HOOOOONK!

—¡Maldita sea, muchachos!

¡HoNk!

¡MuchachoooOoOooOOoooos!

Bien. La obviedad, ante todo. El sentido común. Si Matthew no se sentía bien, Alfred no iba a permitir que condujera, independientemente si Matthew se lo pidiera o no; directa o indirectamente.

—Dame las llaves —Alfred extendió la mano.

—Gracias —un peso enorme desapareció de los hombros de Matthew cuando entregó las llaves. Las comisuras de sus labios subieron hasta el cielo.

Emil observó todo en silencio. No iba a negar que fue gracioso el cómo el señor Kirkland apresuraba a sus hijos -y raro el cómo actuaban estos. Desconocía de lo que estaban hablando los gemelos. No oía por lo alejado que estaba; del umbral al Jeep-.

Enseguida que Alfred quitó los seguros de la camioneta, Matthew abrió la cajuela.

—Oigan, ¿van a tener partido de básquet? Porque yo voy a tener de fútbol —dijo Emil, echando su mochila junto a la de Alfred y Matthew.

—Sip. Hoy empiezan también las evaluaciones deportivas. Las artísticas viene la siguiente semana —Alfred explicó, cerrando la cajuela—. Tengo por entendido que, el equipo que gane el primer partido en los deportes de básquet, futbol y beisbol, exentas el examen teórico.

—Ya valí —se lamentó Emil.

Alfred entró al asiento del conductor, Matthew al de copiloto y Emil al de pasajero, detrás de Matthew.

—Mattie, ¿no te tocaba manejar a ti? —Emil inquirió, inocente.

Conteniéndose todas las ganas de defender a su hermano -cosa que quería hacer y no hacer al mismo tiempo. Jodidos sentimientos encontrados-, Alfred encendió la camioneta, prefiriendo que Matthew respondiera por sí mismo.

—El fin de semana me cayó horrible. No dormí bien ambos días por andar perdiendo el tiempo viendo series en Netflix —mintió Matthew con una risa nerviosa—. ¿Quieres que maneje así con sueño?

—No —Emil contestó en seco, poniéndose el cinturón de seguridad, paniqueado.

—¿Sí?

—¡No!

—¡Vámonos! —Alfred prendió la camioneta, divertido y despreocupándose poquito al ver a Matthew bromeando. Buena señal.

 

—¡Nos vemos, papá! —Alfred y Matthew se despidieron desde la ventana antes de partir.

Arthur les sacudió una mano con una media sonrisa, mirándolos por el retrovisor.

Echó reversa para salir del garaje una vez la Jeep ya no estuvo, maniobrando hasta quedar en la calle, estacionándose frente a su hogar.

Su hogar.

Apretó el volante tan fuerte que sus nudillos su tornaron blancos.

Miró su casa; grande y moderna. Dentro de ella no faltaba nada. No había ninguna necesidad que no estuviera cubierta. Toda comodidad al alcance de sus manos y de las de su familia… un estilo de vida igual que la que tenía cuando niño.

Ah, su familia. Su actual familia.

Arthur arrancó, vista fijada en el camino. Sus grandes cejas contraídas con ira; sus fosas nasales dilatándose ante cada respiro agitado. Un nivel irracional de tensión inundando su cuerpo.

Pensó en como su anterior familia se destrozó; como se arruinó su vida y la de sus hermanos. Su mundo se derrumbó en una sola noche.

Hoy, después de tanto trabajo -y ciertos golpes de suerte-, pudo reconstruir una vida nueva; una nueva familia.

Y, no. Eso no significaba que había abandonado a sus hermanos, o que se separaron como los Beatles o algo por el estilo. Para nada. Seguían ahí, más unidos que nunca… aunque esa unión era extraña.

Pero esa es otra historia.

Una historia que no quería que se repitiera.

No de nuevo. Por favor…

Arthur vio su privilegiado hogar alejarse por el retrovisor.

Privilegiado.

Era una palabra agridulce para él. Es que lo era. Era un jodido privilegiado. Mas no podía disfrutar de ello. Por más que lo intentara y se esforzara por gozar y estar agradecido con lo que tenía… no podía. No podía porque un sabotaje horroroso lo tiraba por los suelos cuando más lo disfrutaba.

Rechinó los dientes.

Cuando las cosas iban bien, su cabeza le decía que no se acostumbrara, ya que la desgracia le pasaría en cualquier momento. Que Francis, sus hijos o alguno de sus hermanos seria asesinado ante el descuido que causa la euforia de la felicidad y la comodidad del privilegio.

Sintió asco ver el volante de su auto carísimo.

¿Estaba siendo mal agradecido? ¿Egoísta? Sí. Lo sabía, y eso lo emperraba. No quería ser todo lo anterior. Quería vivir a gusto. Gozar de todo lo que poseía.

Lo deseaba tan dolorosamente.

Y tanto era su deseo que se estaba preparando para poder hacerlo realidad.

Estaba cansado de negarse sus privilegios. De ser un triste malagradecido de closet. Ya no quería esto.

Arthur no descansaría hasta encontrar a quienes asesinaron y torturaron a sus padres aquella noche. Quienes robaron su patrimonio y lo traumatizaron a él y a sus hermanos.

—Solo un poco más —dijo entre dientes, bajo, limpiándose una lagrima traicionera con la manga de la camisa.

Se recordó que no estaba solo en su camino de hacer realidad su deseo, de cumplir con su plan. Un plan nada coherente con su profesión; profesión donde él impartía justica.

No venganza.

Venganza.

Arthur se vengaría.

Eso estaba haciendo: un plan de venganza, uno ya avanzado.

Su profesión le daba el privilegio de acceder a miles de cosas con las cuales concretar su plan. Se diría pendejo a si mismo si desaprovechara semejantes oportunidades.

Un-poco-más —Arthur levantó la cabeza, seguro de la decisión que estaba tomando.

Se iba a vengar. Con ello podría vivir con la tranquilidad de que los hijos de puta que mataron a sus padres no vendrían a por él y su familia y les hicieran lo mismo; con ello podría vivir cómodamente en con sus privilegios junto a su familia.

Lo haría.

Y nadie podrá detenerlo.

Notes:

No hagan lo que esta pareja de ancianos pendejos; usen condón siempre AJAJajJa

Que les digo. Este es un fic experimental. Me lo puse a escribir porque sonaba chido. De ahí que el resumen estuviera bien qlero. La verdad esta historia si puede ser algo cliché, cursi o yo que se, pero me gusta como está quedando y espero que a ustedes también. Algo importante que decir, es que lo escribí en caliente y sin darle alguna revisada. Por eso si ven alguna falta de ortografía, palabras repetidas o algunos fallos de tiempo, es debido a ello (me encargare de corregir… o tal vez no, ya que esto, como dije, es experimental, y también para practicar mi escritura. A ver qué pasa… denme chance xd).
Nos estaremos leyendo, pues. Ya sea en este fic o en cualquier otro que suba o actualice.

Recuerden tomar agua, acariciar un perrito o gatito y cuidar las plantas.

¡Muchas gracias por leer! Ciao~ :D