Chapter Text
DESPEDIDA
qRoier & qCellbit
Esta aquí, ayuda, mátenlo, es el monstruo, está aquí...
Demasiado tarde.
Ya había llegado.
El sonido fue lo primero que se hizo presente, un gruñido gutural propio de un animal que poco a poco iba avanzando hacia su presa, demasiado rápido para cualquiera, demasiado hambriento y decidido como para poder ser contenido. Ellos nunca tuvieron oportunidad. Los gritos de dolor y angustia comenzaron a llenar por completo el espacio abierto, inútiles fueron los intentos por defenderse y combatirle.
Un cuerpo tras otro fue adornando el suelo oscuro, cual muñecas rotas de trapo a las cuales se les arrancó el corazón de un tirón, sin el menor atisbo de piedad, afortunados fueron los miembros de aquella maldita secta que pudieron morir de aquel dulce modo repentino, pues otros tantos no tuvieron tanta suerte.
Miembros fueron desarticulados y arrancados uno a uno, pieles fueron descarnadas en lentos girones, lenguas cortadas, ojos perforados y extremidades milimétricamente rotas, había saña, odio visible en el modo en que aquellas manos ensangrentadas perseguían a sus presas una a una, sin la menor intención de perdonarles.
Se había afanado especialmente con una figura de hombre, a la cual le arrancaba las uñas con fascinación, sus ojos rojos disfrutaban el placer de los gritos desesperados de aquel ser cuya máscara había quedado a un lado hecha añicos sin ningún poder, sin vida y sin salvación.
¿A cuántos había matado ya? A seis aparentemente, aunque era difícil decirlo en los amasijos de carne sin forma que habían quedado a su paso, no había extremidades suficientemente enteras como para dar forma a una sola persona, sea como sea esos cabrones se lo habían buscado.
Le habían quitado lo que le pertenecía.
Encontró finalmente al último de ellos. Lo reconoció incluso a una larga distancia, a este no podía tocarlo, no podía hacerle daño alguno, era precisamente al que había estado buscando desde el inicio, incluso si le observaba desde las cuencas oscuras de aquella máscara maldita sabía perfectamente que no estaba del todo perdido.
Se escuchó un crack, delicioso y liberador, la máscara se quebró, fue entonces que aquella voz retumbó por el espacio desafiante, indignada, infinitamente molesta.
—No puedes hacer esto. El equilibro… has destrozado el equilibrio. —La voz reverberó por toda la estancia, intentando hacerle entrar en razón.
—Me vale verga el equilibrio. Tú me robaste lo que me pertenecía y ahora estoy aquí para recuperarlo. Tus muñecas no pueden hacer nada en mi contra. —Espetó el moreno sin un atisbo de paciencia.
—No puedes pagar el precio, tus decisiones van a destruirte. A ti y a él.
—Tú eres el que va a terminar debajo de mi bota si vuelves a ponerle un dedo encima, cobarde. No puedes intervenir, así que lárgate de una vez y déjame en paz.
La voz desapareció diluyéndose en el espacio, insatisfecha con el resultado que por tanto tiempo había querido evitar, el moreno arrancó la máscara rota del último de los ocultistas de aquella secta y el rostro pálido del hombre que tanto amaba le devolvió la mirada vacía y sin ningún atisbo de reconocimiento.
Después de aquello todo se volvió completamente negro.
El dulce sonido de las olas lo fue sacando de su más profundo sueño, conectándolo poco a poco a la realidad, abrió sus ojos azules con lentitud y tardó varios segundos en acostumbrarse a la intensa luz que entraba por la ventana.
Aturdido se sentó en la cama, observando curioso como las cortinas blancas ondulaban al son del viento, en principio su mente estuvo vacía, sin embargo, se fue llenando poco a poco de flashes del pasado, de conversaciones susurrantes y otras tantas cosas sin sentido, como el reloj de arena que comenzaba a llenarse una vez más en silencio, hasta que finalmente la comprensión fue colmando cada una de sus facciones. Y un nombre saltó a lo alto en su memoria, una risa, el tono de voz de aquel por quien se había sacrificado.
Se levantó con lentitud de la cama y se posó delante de la ventana, observando una infinita costa de arenas blancas y un mar azul precioso que le causaba indecible nostalgia. Conocía el aire, el cielo, la tierra, el calor dulzón, la humedad: Estaba de vuelta en Brasil. ¿Pero dónde exactamente?
Se escuchó un estruendo en la proximidad, el típico sonido de la cerámica rompiéndose contra el suelo. Cellbit volteó rápidamente para encontrarse un hombre en el marco de la puerta, con expresión de sorpresa y la mano abierta, completamente vacía, allí donde había estado la taza que terminó reventándose contra el sueño.
—Cellbit —Susurró el moreno, con la voz quebrada por la emoción.
El rubio ladeó el rostro pensativo y su mente finalmente comenzó a conectar sus ideas como correspondía, desvió la mirada a la mesita de noche, allí donde justamente descansaba media máscara quebrada y poco a poco todo fue haciendo sentido.
—Roier… —Respondió finalmente, tratando de colocar la última pieza a su rompecabezas, ¿Qué había pasado?
El moreno no le dio tiempo de pensar mucho más, antes de darse cuenta ya lo tenía encima en un abrazo tan firme que le hizo soltar todo el aire de los pulmones.
Todo su cuerpo tembló, recibiendo con ansias el calor que manaba de aquel cuerpo musculoso, su aroma embriagó al instante cada uno de sus sentidos, estaba completamente seguro de que había necesitado aquello tanto como al aire que respiraba y a pesar de ello le tomó otros tantos segundos comprender la razón. Lo amaba. Amaba al hombre que lo estaba abrazando, pensó que jamás volvería a verlo y sin embargo ahí estaba, de algún modo imposible, robándole completamente el aliento, así como también el sentido común.
El moreno se separó con lentitud y sin muchas ganas de hacerlo, le tomó de las mejillas para verle a los ojos y esbozó una hermosa sonrisa.
—Roier… eres tú… —Susurró Cellbit, colocando sus manos a la vez sobre las manos ajenas, hundiéndose en aquellos irises completamente rojos que le observaban con anhelo.
Completamente rojos… y eso no era lo único que había cambiado.
El moreno parecía más curtido, con más cicatrices por aquí y por allá, sus caninos eran prominentes y su cabello estaba salpicado de mechones blancos. Sin embargo, lo que más le llamó la atención fue el aro negro que tenía tatuado alrededor del cuello.
—¿Me recuerdas? Cellbit… —Buscó su mirada nuevamente, sacándole de su exploración para buscar en sus ojos el brillo de lo que alguna vez había sido. Pronto comprendió que uno de los ojos del rubio no funcionaba, su color blanco lechoso dejaba aquello de manifiesto, así como la cicatriz en su mejilla, la misma que él le había causado con su veneno monstruoso.
—Claro que sí… ¿Qué clase de pregunta es esa? —Le observó curioso, con un montón de preguntas acumulándose en su mente.
Roier suspiró profundamente aliviado, soltando la tensión terrible que había tenido acumulada desde el día que lo había perdido, le apretó una vez más en un fuerte abrazo y llenó su rostro y sus labios de besos desesperados, antes de darse cuenta gruesas lágrimas caían por sus mejillas, no podía contener la emoción, finalmente lo había logrado, lo había recuperado y jamás permitiría que se lo arrancaran de las manos nuevamente.
—Roier… necesito que me expliques qué sucedió. —Pidió el rubio evidentemente confundido, acariciando la espalda ajena, tratando de ayudarle a tranquilizarse un poco. Ver a Roier en ese estado le dolía, le asustaba… no quería imaginar por todo lo que había pasado en su ausencia.
—Lo haré… te contare todo… —Prometió, pero en ese instante no podía, necesitaba al menos unas horas para recuperarse, necesitaba un tiempo a su lado, tocarle, besarle, hablarle, hasta convencerse de que realmente había regresado.
Lo invitó a la cama por las horas siguientes, fundiéndose en él con un abrazo intenso, besándole hasta quedarse sin aliento, reconociendo de modo inevitable lo mucho que Roier había cambiado, tantos tatuajes, tantas marcas, tantos músculos, todo ese poder… el monstruo que era en realidad retenido dentro de su cuerpo gracias al sacrificio de Cellbit. El rubio muy por el contrario seguía prácticamente igual, más allá de que su cabello estaba más largo y su único ojo se notaba más apagado que antes.
No necesitaba nada más en el mundo, nada más que aquella intimidad compartida, con la que había soñado cada día y cada noche de intensa tortura, finalmente había acabado, o quizás era todo lo contrario, solamente estaba empezando.
Terminaron en la mesa de la cocina, disfrutando de un contundente desayuno, Cellbit no había probado alimento todo el tiempo que estuvo secuestrado, razón por la cual tenía mucha energía que recuperar ahora. Roier lo miraba con atención cada segundo, temeroso de encontrarse en la mitad de un sueño del cual definitivamente no quería despertar.
—¿Cuánto tiempo ha pasado? —Preguntó el rubio finalmente, había aguantado demasiado la curiosidad.
—Dos años. —Respondió el moreno secamente, como si aquella realidad no le hubiese arrancado el corazón día con día por demasiado tiempo.
—Dos años… estuve con las máscaras por dos años. —Susurró casi sin poder creerlo, había estado sumido en conversaciones infinitas con aquellos hombres y mujeres por lo que nada más había parecido un parpadeo.
—Lo importante es que ahora estás aquí. —Reafirmó el moreno, incapaz si quiera de pensar lo contrario. —Me costó días sacarte del trance en el que estabas después de arrancarte esa máscara del rostro.
—Ese tatuaje… el del cuello. —El rubio levantó su mano, llamado por aquella línea negra en torno a la piel del menor, acariciándola suavemente y provocando en él un suspiro.
—Es tuyo… fue el ritual de conocimiento que arrojaste en mi para controlar al monstruo que soy en realidad.
Claro, ahora lo recordaba, eso era lo que le había pedido a las máscaras a cambio de unirse a la secta, el conocimiento necesario para salvar a Roier de sí mismo, para aniquilar o al menos encerrar al monstruo que le habían obligado a ser, resguardando de alguna manera al humano del cual se había enamorado tan profundamente. Se lo habían concedido y él había pagado el precio. Hasta ahora.
—Tú me sacaste… —Eso no era una pregunta, los recuerdos de los gritos de horror de las otras máscaras retumbaban en lo profundo de su memoria, sabía que Roier los había matado a todos menos al Magistrado, quien sabiamente había escapado de la escena.
—No me dejaron opción, no querían dejarte ir. —Respondió encogiéndose de hombros, en realidad no se arrepentía de aquella masacre.
—Ese se suponía que era el trato Roier, trato que estoy incumpliendo justo ahora. —No podía evitar preocuparse por las consecuencias que pudiese tener aquello.
—No me interesa ese trato Cellbit, no puedo vivir sabiendo que te sacrificaste por mí, prefiero convertirme en monstruo y morir en tus manos antes de volver a perderte.
El rubio interiorizó esas palabras sintiendo como el tenue latido de su corazón se aceleraba salvajemente, no tenía palabras para el amor que sentía por él, jamás había experimentado algo similar, tan intenso, tan destructivo, porque la realidad era que se sacrificaría por él una y mil veces de ser necesario y de algún modo sospechaba que Roier haría exactamente lo mismo.
—Era imposible sacarme de la secta Roier… ¿Cómo lo hiciste? —Preguntó mirándole a los ojos fijamente, obtener el poder para matarlos a todos de esa manera no debió ser cosa fácil, podía verlo en la expresión de culpa del mexicano.
Desvió la mirada, intentando escapar de esa explicación, había tantas cosas que confesar y estaba bastante seguro de que a Cellbit no le iba a gustar ni una sola de ellas. La masacre de las máscaras solo había sido una pequeña parte.
—Hice un pacto. Al igual que tú. —Respondió secamente. —Con mi entidad.
Todo el color se escapó del rostro de Cellbit en un pestañear, la comprensión le cayó como una teja, era evidente que si quería doblegarse al conocimiento se debía ir directamente a la raíz de la sangre, a todo el poder que le haría prácticamente invencible ante la secta de las máscaras y el mismísimo Magistrado.
—¿Hiciste un pacto con el Diablo?... —Se quedó sin aliento al ver como Roier asentía.
—No tiene caso hablar de eso en este momento, tengo mucho tiempo antes de pagar mi deuda a diferencia de ti que te alejaron inmediatamente… por lo menos así tenemos una oportunidad de vivir una vida juntos.
—¡¿Pero a cambio de qué?!... ¿Servirle por la eternidad? ¿Subirte al trono?... ¿Qué le prometiste Roier? —Pidió en absoluto desespero, aferrándose a él con fuerza, los dos eran estúpidos e insensatos, los dos se habían metido voluntariamente a las fauces del lobo por amor, ni siquiera podía reprocharle aquello siendo que él fue el primero en obrar de aquella manera.
—No puedo decírtelo Cellbit, forma parte del trato. Tienes que confiar en mí.
—¿Por qué no acudiste a la orden? Pudieron ayudarte de algún modo.
Roier chasqueó la lengua con ironía, una expresión de resentimiento colmó sus facciones al momento, Cellbit supuso lo peor.
—¿Por qué crees que estamos en Brasil? Fue lo primero que hice, acudí a ellos, pero no me dieron ninguna esperanza y lo que es más… se dieron cuenta que les habías estado ocultando información sobre mí. —Cellbit se encogió ligeramente, como si un dolor en la boca del estómago le dejara nuevamente sin aliento.
—Si hablo con ellos estoy seguro que comprenderán.
—Quizás, pero te advierto desde ya que para ellos soy una presa más, un monstruo, un ocultista… no van a dudar en apresarme si tienen la oportunidad. Hice… hice muchas malas por recuperarte.
Claro y eso solo empeoraba las cosas ante los ojos de la orden, los métodos de Roier debieron parecer egoístas y peligrosos, eso sin mencionar su naturaleza, que había intentado esconder tan celosamente. Ya buscaría la oportunidad de encontrar al menos un punto de paz con ellos.
—¿Hay alguna otra razón por la que estemos aquí? —Preguntó inquisitivo, todavía quedaban varios cabos sueltos por resolver. Roier no dudó en asentir.
—Le seguí la pista al Halcón hasta aquí. Mi padrino se ha dado la gran vida en Brasil desde hace mucho tiempo, muy lejos del reguero de sangre que sus sirvientes están dejando en mi ciudad. Necesito acabar con él de una vez por todas.
Cellbit asintió, suponía que aquello había durado demasiado ya, era tiempo de terminar lo que habían empezado hace tanto tiempo en aquella cárcel maldita de Monterrey.
—Muy bien, ya era hora.
Cellbit no tardó en darse cuenta de que se encontraban en Río de Janeiro, la elección de localidad por parte de Roier se le hizo curiosa, sin embargo, no podía negar que el rubio se encontraba contento de volver a estar en casa, con un pleno dominio de sí mismo. No paraba de observar a Roier en ningún instante, aquellos dos años que habían pasado en su ausencia se notaban sobre manera, la forma en que se movía por la ciudad ya no era como la de un civil, ni siquiera era como un agente, prácticamente se había convertido en una sombra.
Se había hecho de contactos e informantes tanto entre ocultistas relevantes como de poca monta, incluso tenía un par de ojos dentro de la orden, se había hecho un nombre y aunque le costara creerlo también se había hecho de temer, después de todo, sus métodos no eran precisamente ortodoxos ni gentiles.
Ahora iba todo vestido de negro, armado hasta los dientes, incluso si no era del todo notorio, caminaba como un escudo humano delante del brasileño por las abarrotadas calles de la ciudad, con una expresión adusta y enojada en el rostro, lo cual obviamente asustaba y alejaba a los mirones y curiosos. Era cierto que había cambiado bastante, pero el rubio sabía que su corazón, su ser vibrante y alegre seguía en su interior, solo para él y todo cuanto podía hacer era quererle mucho más.
Llegaron finalmente a una vieja oficina de correos en lo más profundo de la ciudad, el edificio se encontraba en mal estado y en su interior solamente había un trabajador que ni siquiera levantó la mirada cuando ellos entraron, un sujeto inteligente sin duda.
Roier se dirigió sin dudar a uno de los casilleros, irónicamente marcado con el número 037, su número de experimento. Lo abrió sin dificultad y extrajo de su interior un fajo de documentos. En silencio volvió a cerrar la pequeña puertecilla metálica y salieron del lugar sin mirar si quiera a los lados, el moreno parecía estar en una posición de tensión constante.
Finalmente volvieron a encontrarse en la seguridad del automóvil, blindado y de vidrios tintados para mayor tranquilidad, el moreno insistía que “ellos” tenían ojos en todas partes, por lo cual siempre era buena idea ser extra precavidos.
Le colocó el sobre al rubio en las manos y le invitó a empaparse de su contenido para que comprendiera la circunstancia en la que estaban. El sobre tenía un extraño símbolo en la portada, no parecía ser tipo ritual pero tampoco podía estar seguro de ello… le recordaba bastante al ocultismo a fin de cuentas.
Se encaminó a la primera página y leyó algo conocido: “Industrias Panacea” una corporación farmacéutica multinacional que ocupa el puesto número 27 de relevancia científica a nivel mundial. Sus ojos se apartaron un instante de aquella información para clavarse con curiosidad en la expresión seria del moreno.
—¿A dónde quieres llegar con esto? —Preguntó cada vez más ansioso.
—El Halcón, también conocido como José Rodríguez es uno de los directores de Panacea. Por supuesto, él se encarga de las sucursales de Ciudad de México, pero en este momento se encuentra aquí, en los laboratorios de Río.
—Pero ¿Qué tiene que ver exactamente una farmacéutica con todo lo que ha ocurrido hasta ahora?
—Esa es la fachada, esos pendejos están experimentando con seres humanos aquí y en México, yo solamente fui un ratón de prueba de un proyecto mucho más grande. Tenemos que entrar en ese edificio y recolectar más información y… cortarle la cabeza a ese cabrón también.
—Entiendo… entonces ¿Cuál es el plan? —Sus ojos volvieron a él una vez más, solo para encontrarse con una enorme expresión de duda. —¿No tienes un plan? ¿Entrar a una empresa multinacional increíblemente peligrosa sin un plan?
—Quizás no tengo un plan, pero tengo recursos. —Espetó ligeramente sonrojado por la vergüenza.
—Ósea fuerza bruta. —Añadió arqueando una ceja. —Necesitamos más que eso.
—Bien, bien… ese es tu trabajo Gatinho, solamente tú puedes meternos y sacarnos de ese edificio limpiamente. —Sonrió divertido, indeciblemente feliz con la situación, parecía que habían vuelto al inicio, nunca dejarían de ser una buena dupla y Roier sabía perfectamente que podía ponerse en las manos ajenas sin dudar.
Los días siguientes fueron de preparación, habían vigilado por largas horas los alrededores del edificio para memorizar hasta el más mínimo segundo de su rutina, Cellbit había conseguido los planos arquitectónicos de la edificación y había señalado todos los puntos de interés, cada ascensor, escalera, ducto de ventilación, cada puerta o ventana, cada habitación lo habían estudiado con el más mínimo detenimiento.
Encontrar uniformes no había sido demasiado complicado tampoco, únicamente tuvieron que emboscar a un par de trabajadores a las afueras del estacionamiento durante una noche especialmente solitaria, Roier se hizo de las prendas oscuras de un guardia de seguridad y Cellbit de las de un científico, todo esto en conjunto con sus tarjetas de acceso e identificación. Los pobres desgraciados estarían varios días secuestrados antes de poder volver a ver la luz del sol, si es que lo hacían.
Finalmente habían decidido infiltrarse a plena luz del día, no era lo más típico, pero llamarían menos la atención en el flujo regular de la gente, especialmente porque podían usar mascarillas en todo momento y Roier aseguraba que podía hacerse cargo de las cámaras si fuese necesario.
La tensión se apoderó de sus cuerpos desde el primer momento que atravesaron la recepción, se confundieron fácilmente en el flujo de trabajadores hasta el momento en que lograron verse relativamente a salvo en un pasillo deshabitado.
—¿Lo sientes? —Le preguntó Cellbit a Roier.
—Claro que sí… este lugar apesta a energía paranormal, sea lo que sea que estén haciendo aquí sin duda no puede ser bueno.
Aquello era desconcertante, el edificio en sí mismo parecía ser bastante normal, hombres y mujeres iban de un lado a otro trabajando a un ritmo frenético, las instalaciones se veían impecables, no había ni un solo símbolo que denotara alguna actividad fuera de lo común, y aun así, el par no podía evitar tener el estómago revuelto, había algo por allí, definitivamente, detrás de aquellos muros prístinos, con una inmensa sed de sangre.
—Sigamos avanzando, la oficina del cabrón está bastante arriba.
Al cabo de algunos minutos el par empezó a moverse con más tranquilidad, el movimiento frenético de la gente que trabajaba allí era poco más que ausente, cada quien parecía estar inmerso en su propio mundo interior y ni siquiera levantaban la cabeza para saludar o cruzar alguna palabra con el prójimo. No había nada natural en el ese sitio, no dejaba de ser desconcertante. Empezaron a subir rápidamente una planta detrás de otra, según los planos la oficina central que suponían ocupaba la presidencia estaba en el piso más alto, cosa que no le sorprendía a nadie.
Evitaron completamente los ascensores y se limitaron a aprovechar todas las escaleras que se encontraran a su disposición, mientras más subían se daban cuenta que la seguridad se iba tornando más atenta, no les sorprendió demasiado, considerando que El Halcón era un hombre que sin duda alguna tenía que cuidarse las espaldas.
Era tiempo de volverse creativos.
Habían alrededor de diez hombres en aquel pasillo, todos y cada uno armados hasta los dientes, ciertamente ese pasillo conectaba hacia el elevador privado de la oficina del director, aun así, parecía demasiada precaución, debían ser bastante rápidos. El primero en actuar fue Roier, quien para sorpresa del rubio había lanzado un ritual de energía, sus ojos brillaron en un rosado intenso al tiempo en que un fuerte chirrido de sonido estático atravesaba los auriculares de comunicación de cada uno de los hombres que estaban delante de él, los había dejado completamente incomunicados.
—Vamos Gatinho, las cámaras tampoco funcionan mientras esté activo el ritual. —Explicó con una sonrisa de suficiencia.
—Fanfarrón. —Soltó un Cellbit muy avergonzado, después de todo era inevitable considerar aquello sumamente sexy.
Aprovecharon la confusión de aquellos hombres que no podían de golpe comunicarse con sus superiores de modo alguno, para arrojarse sobre ellos en un ataque sorpresa. Roier debía estar concentrado en la estática, sin embargo, aquello no le impedía usar sus puños de hierro para ir dejando uno a uno fuera de combate haciendo uso de su fuerza bruta, ni más ni menos.
Cellbit podía darse el lujo de ser un poco más elegante, realizando un ritual de manipulación logró que varios guardias de mente débil levantaran sus armas en contra de sus propios compañeros y dispararan a quemarropa en una balacera cruzada que los dejó a casi todos en el suelo ya sin vida.
Roier silbó impresionado, aquella sin duda alguna había sido una limpieza bastante fácil.
—Hay que darnos prisa, cuando las cámaras empiecen a funcionar de nuevo no tardarán en ver la pila de cuerpos. —Cellbit suspiró, era imposible esconder ninguno de los cadáveres en aquel pasillo recto y vacío.
—Tenemos tiempo suficiente para partirle el cuello a aquel cabrón. —Aseguró Roier con confianza, estaba contento, después de tantos años finalmente podía tener su venganza.
Dieron un paso más en dirección al ascensor, dispuestos a subir a la oficina del director en el más puro anonimato, sin embargo, Cellbit se detuvo de golpe delante de una pared lisa, arqueando una ceja con cierta duda.
—Esto es extraño, según el mapa que encontramos aquí debería haber una puerta. —Colocó las manos en la pared y sintió la superficie fría, tras dar un par de toquecitos también comprendió que la misma era mucho más hueca que un muro normal.
—Hay algo aquí escondido entonces. —Aseveró Roier, comenzó a revisar uno por uno a los guardias, encontrando diferentes tarjetas de acceso, uno de ellos tenía la llave maestra del elevador que les ayudaría a subir y un extraño control remoto, bastante delgado que contaba apenas con cuatro botones.
Sin pensarlo demasiado presionó el primer botón y para la sorpresa de Cellbit el panel que estaba examinando se hundió en la pared y se deslizó a un lado dejando a la vista un pasillo corto que conectaba con otra habitación.
Aquel desvío definitivamente era necesario, aquella habitación oculta era un laboratorio de gran tamaño, un par de jóvenes científicos laboraban en su interior, sin embargo, no les costó nada dejarlos inconscientes para poder explorar sin inconvenientes. Roier abstraído empezó a detallar a las criaturas extrañas y no tan extrañas que parecían descansar dentro de tubos llenos de un líquido verdoso, cada una de ellas en diferentes estados de descomposición, eran mutaciones, como él, semi humanas y mezcladas con criaturas del otro lado… era imposible no enojarse ante semejante visión.
Cellbit se había abstraído en los documentos, navegando superficialmente en los computadores que tenía a disposición, leyendo cosas que simplemente no cabían en su comprensión, la fachada de aquel maldito lugar era mucho más grande lo que había podido llegar a sospechar.
—Es justo como temías… esta organización busca de cierto modo luchar contra lo paranormal, pero de maneras muy poco humanas, no les importa sacrificar personas para obtener poder… tendría que pasar horas revisando esta información, pero hay de todo aquí… experimentos con humanos, desarrollo de virus, estudio de criaturas paranormales, es una red gigantesca… y no solo tienen base aquí y en México, hay otras dos en Groenlandia donde llevan el trabajo pesado.
—¿Crees que la orden esté al tanto de esto? —Preguntó el moreno, apretando los puños fuertemente a causa de la indignación que todo aquello le producía, solo eran peones después de todo, él y su familia, de algo que simplemente no podían controlar.
—No tengo la menor idea… pero creo que puedo negociar con esta información. —Sabía perfectamente que estaban cortos de tiempo y aun así, sacó un pendrive y empezó a copiar todos los archivos que le fueran posibles.
La expresión de rabia y dolor de Roier mantenía a Cellbit con el estómago revuelto, podía entender su terrible frustración ante todo lo que estaba sufriendo, él y su familia no eran un hecho aislado, habían muchas más víctimas que desconocían.
—Quiero destruir todo esto Cellbit. —Dijo de un momento a otro, cosa que ciertamente no le sorprendía.
—Si nos ponemos a destruir este laboratorio nos encontrarán mucho más rápido… —De hecho le sorprendía que todavía no hayan saltado las alarmas. —El halcón puede volver a escapar.
—No lo voy a permitir, pero tampoco voy a dejarles todo esto servido en bandeja de plata para que sigan jugando con la gente. No me interesa si ellos creen que sus intenciones son buenas. El resultado es el mismo, están completamente locos.
Cellbit asiente, no hay mucho que reprochar, el moreno tenía completa razón. Tomó una de las manos ajenas sin dudarlo y le acercó a sí mismo para dejar un beso suave sobre sus labios, el pequeño gesto cambio por completo la expresión del moreno, relajándole y haciéndole sonreír inevitablemente.
—Vamos a destruirlo entonces. —Aceptó, sacando el pendrive una vez que copió toda la información que creyó relevante.
Acto seguido empezaron a reducir todo aquello a cenizas, una pizca de fuego fue más que suficiente para empezar una reacción en cadena, los químicos ayudaban a que el fuego se dispersara mucho más rápido, no tardaron en saltar las alarmas en todo el edificio, una voz femenina repetía por los altavoces “Alerta de intruso, alerta de intruso, iniciando protocolo de cierre”.
Sea lo que fuera aquello, definitivamente no eran buenas noticias.
Cellbit y Roier se aseguraron de que todo el laboratorio estuviese completamente en llamas antes de regresar por donde habían venido, los cuerpos continuaban exactamente donde los habían dejado y suponía que así se quedarían mientras las llamas los devoraban, sin pensarlo ni un instante más subieron al ascensor y usaron la llave maestra para llegar finalmente a la oficina principal donde suponían debía encontrarse el director.
Lo que encontraron fue muy, muy diferente.
La habitación en ese punto estaba completamente destrozada, no se veía al halcón por ningún lado, pero había dos paneles abiertos en las paredes, uno parecía ser un pasadizo de escape, cosa que no debía sorprenderles en absoluto y el otro era más bien una vía de entrada, por la cual habían comenzado a entrar uno detrás del otro una masa de zombis de sangre que sin lugar a dudas fungían únicamente como distracción.
—¡Se está escapando! —Exclamó un Roier muy frustrado, aquellas bestias sanguinolentas no representaban ningún peligro para él en aquel punto de su vida, sin embargo, una vez que pudieran atravesarlas probablemente el halcón ya se habría largado.
—¡Date prisa entonces! —Exclamó el rubio sin perder tiempo, sacando su espada, haciéndola brillar con intensidad para abrirse paso por las malas entre aquella multitud de monstruos.
Era espeluznante pensar que el halcón siempre tuvo a esos seres del otro lado de una puerta secreta, siempre presentes, hambrientos, como una medida de seguridad desesperada.
Cellbit empezó a cortar uno por uno a los zombis mientras que Roier simplemente los desmembraba con las manos desnudas uno a uno, los monstruos intentaban apelotonarse en torno a uno y otro para darse un festín, pero sus esfuerzos resultaban inútiles, una a una terminaba en el suelo como asquerosos charcos de sangre a la vez que el par se iba acercando poco a poco a la puerta de escape.
En medio del fragor de la pelea Cellbit logró ver por uno de los amplios ventanales como un helicóptero se iba acercando poco a poco al edificio, estaban quedándose sin tiempo y lo peor de todo era que ahora comprendía a que se refería la voz de los parlantes con “Protocolo de cierre”, las ventanas que estaba viendo recientemente habían comenzado a cerrarse con placas metálicas, sin lugar a dudas el edificio entero estaría sellado completamente en cuestión de minutos, nada podía entrar y nada podía salir, como sea terminarían muertos allí dentro.
—¡Roier, tenemos que subir ahora! —Exclamó por sobre el sonido intenso de gemidos y gruñidos.
Roier asintió, tenían que ser más rápido, suspiró profundamente y se concentró en uno de los símbolos más nuevos que tenía tatuado en la piel, aquel ritual exigía bastante energía a cambio de ser utilizado, pero como resultado había logrado derretir completamente a todos los zombis de sangre que yacían en pie, dejando al moreno sin aliento.
Para aquel punto habían limpiado el camino lo suficiente como para echarse a correr por el panel abierto que para sorpresa de nadie era un camino de escaleras que subía directamente hacia el helipuerto.
No tendrían una oportunidad como aquella en mucho tiempo más, simplemente no podían dejarlo ir.
Cuando llegaron a la azotea del edificio el hombre que Roier conocía como “El halcón” estaba sentado dentro del helicóptero, completamente vestido de blanco lo miraba a la distancia con una sonrisa socarrona, Cellbit comenzó a disparar al instante, pero las balas rebotaban en la dura superficie de los cristales del artilugio.
Ah no, no se iba a escapar tan fácilmente el hijo de puta.
Roier corrió con todas sus fuerzas para la sorpresa del rubio justo cuando el helicóptero comenzaba a elevarse, sus manos se habían cubierto de rojo completamente, su musculatura se había hinchado con notoriedad al tiempo que abría los ojos rojos que rodeaban su rostro, una muestra clara que el monstruo continuaba en su interior a pesar de las ataduras de Cellbit.
Para sorpresa de todos los presentes Roier alcanzó las patas del helicóptero sin el menor problema, apretando el frío metal con ambas manos rojas, utilizando una fuerza que evidentemente no era humana, un grito profundo lleno de frustración y dolor salió de su interior al tiempo en que comenzaba a tirar hacia abajo, haciendo resistencia en contra de las aspas que luchaban inútilmente por elevarse, el rubio jamás había visto nada como aquello y estaba seguro de que jamás lo volvería a ver.
El motor del helicóptero empezó a humear por el esfuerzo y terminó apagándose en un estallido focalizado que provocó que el armatoste cayera contra el suelo sin vida, Roier retrocedió de un salto para evitar que las aspas le dieran de lleno, tenía una enorme sonrisa en el rostro a pesar del cansancio de su cuerpo.
El piloto fue el primero en salir del helicóptero, temeroso de una próxima explosión sin embargo Cellbit lo redujo al acto de un balazo en la cabeza.
Roier se subió a la estructura metálica para jalar al cabrón de su padrino al exterior y mantenerlo bien asegurado, sabía que no tenía manera de escapar pero no quería que hiciera alguna estupidez antes de que fuese capaz de recibir algunas respuestas.
—Mírate mijo… te has convertido en todo un monstruo. —Dijo aquel hombre, con el tono de voz paternal que solía utilizar cuando Roier era pequeño, la expresión de dolor en su rostro no pasó desapercibida para el rubio, aun así, se recompuso rápidamente y tiró de la elegante chaqueta blanca de aquel hombre para arrojarlo contra el suelo.
—Déjate de pendejadas, se perfectamente que te has estado escondiendo de mi los últimos años, pero ya no tienes escapatoria. —Exclamó el moreno, tronándose los nudillos. —Te salió bastante mal tu plan de matarme en esa prisión, hasta aquí llegaste pendejo, pero dependiendo de lo que respondas puedes morir rápido o lento y muy, muy doloroso.
—Vamos mijo, ¿No somos familia?, todo esto es innecesario, podemos llegar a un acuerdo, incluso podemos trabajar juntos, este negocio es una mina de oro. —Ofreció el hombre sin perder el control sobre sí mismo a pesar de tener todas las de perder en ese preciso instante.
Roier respondió soltándole un puñetazo en toda la boca del estómago, dejándolo sin aire por largos segundos, Cellbit prefirió no interferir.
—Lento o rápido. Tú decides.
El hombre se reincorporó a duras penas, cambiando la expresión entrañable de su rostro por una llena de rabia. De asco, escupiendo a los pies del moreno sin vacilación.
—Mocoso imbécil. Siempre fuiste un estorbo, la única razón por la que estuviste tanto tiempo con vida fue porque me servías de cobaya. El imbécil de tu padre descubrió demasiado pronto lo que estábamos haciendo e intentó detenerme… iba a entregarme a las autoridades y por eso terminó en esa prisión, acusado de crímenes que no cometió… tú fuiste un daño colateral, un niño sin madre ni padre que servía perfectamente para nuestros experimentos.
—Pero me educaste… me enseñaste a pelear, me entrenaste como un arma… ¿Por qué mierda harías algo así solo para tirarme como basura?
—Porque debías obedecerme, en tu forma final, pero nunca lo hiciste… nunca encontramos el conocimiento suficiente para controlarte como lo hace tu noviecito. —Respondió, dirigiendo a Cellbit una nueva mirada de desagrado, lo cual le granjeó otro puñetazo por parte de Roier.
—¡¿Y por eso sacrificaste a Jaiden y Bobby?! Ellos no tenían por qué ser parte de todo esto… ¡Murieron por tu culpa!
—No necesitabas distracciones, no necesitas ninguna familia, tienes todo el poder que necesitas en tus manos desnudas, solo necesitas ambición. Todos y cada uno de ellos era inservible…
No pudo decir ni una sola palabra más, el odio colmó cada uno de los centímetros del cuerpo de Roier quien hastiado de ese hombre y su existencia se lanzó sobre él para reventarlo a puñetazos, disfrutado como el salpicar de su sangre iba manchando poco a poco el traje anteriormente prístino y elegante, tanto dinero, tanta seguridad, tanta avaricia no le había servido de nada al final.
Le había deformado el rostro hasta lo indecible cuando Cellbit le puso una mano en el hombro, instándole a que se detuviera finalmente, ya había sido suficiente de todo aquello.
—Ya terminó Guapito, nos podemos ir a casa… —Aseguró el rubio, el influjo de su voz lanzó un cosquilleo por el cuerpo del moreno, brillando desde el tatuaje en su cuerpo y pasando por cada una de sus extremidades. Realmente parecía que podía calmarlo gracias a eso.
Roier dirigió una última mirada a su padrino, completamente desfigurado a causa de la fuerza de sus puños, asintió ligeramente agradeciendo que al menos ya podía cerrar ese maldito capitulo en su vida, tenía cosas más importantes de las que ocuparse.
—El edificio debe estar completamente sellado para este momento… si volvemos allí estaríamos entrando en una trampa para ratones. —Le recordó al rubio.
—¿Alguna idea? —Pregunto acercándose al borde, no había escaleras de emergencia por supuesto, aquello estaba hecho para poder escapar únicamente vía helicóptero, pero el mismo seguía incendiándose y explotando a sus espaldas.
—Bueno si… tengo una idea, pero necesito saber si confías en mí. —Expresó el moreno con una sonrisa divertida en el rostro.
Cellbit arqueó una ceja, únicamente en respuesta a aquella expresión traviesa, no debía estar tramando nada bueno, especialmente si consideramos que estamos hablando de unos diez pisos como mínimo.
—Sabes que si… pero de todos modos presiento que no me va a gustar.
Y suponía bien. Roier se acercó a él resuelto, lo cargó en sus brazos como a una princesa, muy a pesar de su creciente indignación y se subió al alfeizar mientras se concentraba en uno de sus tatuajes.
—Si no sobrevivo a esto, tienes que saber que te amo. —Dijo aun sonriendo, la verdad era que parecía bastante confiado, solamente se estaba burlando de él, pero el sentimiento definitivamente era autentico.
—Si quieres una respuesta será mejor que lleguemos vivos abajo.
Roier asintió, más que motivado y simplemente saltó.
Su caída fue bastante veloz, Cellbit se abrazó a él con todas sus fuerzas hasta que escuchó el poderoso estruendo de las piernas ajenas chocando contra el suelo, se hizo un cráter mediano a su alrededor, pero el moreno no parecía en absoluto afectado o dolorido por la caída.
—Armadura de sangre… solo recubrí mis piernas con ella. —Explicó mientras depositaba al rubio en el suelo sin un solo rasguño. —Me dolerán un rato las piernas, pero no me rompí nada.
Cellbit se le quedó mirando fijamente, no dejaba de sorprenderle lo fuerte que se había vuelto en aquel par de años de ausencia, sonrió contento y se acercó a él para dejar un pequeño beso sobre sus labios.
—Yo también te amo. —Susurró con suavidad y aunque por un momento pensó que aquella declaración le costaría más, en realidad, salió bastante natural entre sus labios.
Para ese punto las personas habían comenzado a aglomerarse cerca del enorme edificio en llamas, Cellbit había notado algo sumamente inquietante en los alrededores por lo cual no dudo en jalar consigo al moreno y arrastrarlo hacia uno de los callejones más cercanos ¿Los habrán visto saltar? De ser así tendrían bastantes problemas.
—¿Sucede algo? —Preguntó el moreno sin aliento, se le notaba visiblemente cansado y no era para menos.
—La orden está aquí… están rodeando el edificio. —Respondió barriendo la zona con la mirada, habían varias camionetas negras por aquí y por allá y varios sujetos que podía reconocer a kilómetros de distancia.
—Cellbit… —Susurró Roier tomando su mano. —Probablemente vengan por mí. —Aseguró sin querer entrar demasiado en detalles en lo que había sido su último encuentro con Verissimo.
—Entonces tenemos que enfrentarlos y hacerlos entrar en razón.
—No creo que pueda… ya no me quedan energías, estoy bastante seguro de que ni siquiera puedo correr.
Cellbit volteó a mirarlo con expresión de angustia, era cierto, Roier parecía un poco más bajo de lo que estaba acostumbrado, sus caninos se habían retraído completamente, sus ojos adicionales estaban cerrados y los normales se veían castaños, como originalmente habían sido, había consumido demasiada energía paranormal durante toda la pelea y aquella imposible caída. No tenían más alternativa que escabullirse, pero ¿Podrían? Estaban bastante rodeados.
Comenzaron a moverse entre los callejones, Roier se sentía cada vez más abatido, en cierto punto tuvo que apoyar todo su peso en el rubio para poder avanzar, pero para su mala fortuna en ningún momento dejaron de ser perseguidos.
El primer ataque vino desde arriba, Cellbit soltó a Roier lo más rápido que pudo para ponerlo a cubierto detrás de sí mientras desenvainaba su espada a duras penas para evitar que aquella hacha enorme los partiera en dos.
Lo repelió por muy poco, aquel hombretón delante de sí era sumamente fuerte, lo reconocía perfectamente bien en su gran altura, la expresión campechana de su rostro, su característico bigote y la cicatriz enorme que se extendía donde alguna vez había estado su oreja.
—¡Balú, no quiero pelear, déjanos ir! —Exclamó el rubio con frustración, pero sin bajar ni un milímetro su espada, el hombre avanzó hacia él con una sonrisa alegre en el rostro.
—¡Eh, Cellbit! ¡Me alegro mucho que estés con vida! Ya te dábamos por perdido en la orden. —Aseguró el hombretón sin bajar la guardia. —¡¿Verdad Carina?! —Exclamó volteando a ver a una de las ventanas altas de los edificios que le rodeaban.
Cellbit volteó a ver también, allí estaba Carina Leone apuntándole con un sniper. Excelente… cada vez tenían menos posibilidades.
—¡Ciao, Cellbit!, me hubiese gustado verte en mejores circunstancias, pero ya sabes cómo es, entréganos al ocultista y nadie saldrá herido.
—¡No es un ocultista! —Exclamó sin demasiada convicción, la verdad era que encajaba bastante bien en la descripción por todo lo que había visto hasta ahora, pero de todos modos no iba a dejar que le pusieran un dedo encima. —Todo lo que hizo fue para salvarme, además, puedo controlarlo, nadie corre peligro mientras esté con él.
Realmente deseó que lo escucharan, sin embargo, sabía perfectamente que los dos agentes estaban allí obedeciendo órdenes y poco más, Roier no dejaba de ser una criatura de sangre más a sus ojos, una especialmente peligrosa. Balú arremetió contra él una vez más con su enorme hacha maldita, a duras penas podía protegerse de semejante fuerza, estaba bastante seguro de que iba a terminar partido en dos en cualquier momento, por lo cual no tuvo más alternativa que utilizar uno de sus rituales de conocimiento para someter el fortachón a su voluntad.
—Detente Balú… —Ordenó al tenerlo bajo su influjo, el hombretón dejó de moverse al instante, cosa que evidentemente no le agradaba, era plenamente consciente de lo que Cellbit estaba haciendo.
—No quieres poner a toda la orden en tu contra muchacho. —Advirtió el hombre, en otrora amigable, Cellbit era consciente de la consecuencia de sus actos, pero si tenía que elegir un bando sería junto al mexicano. Sin más.
Roier se movió, un paso nada más y aquello fue suficiente para que la heredera de los Leone disparara su arma y le atravesara el hombro con una bala. El moreno aulló de dolor y cayó el suelo, Cellbit corrió a su lado para protegerle con todo su cuerpo, comprendiendo al instante que el castaño no se estaba recuperando, obviamente, ya no tenía energía alguna. Rompió el ritual con el cual contenía a Balú para curar a Roier lo más rápido posible, Carina volvió a cargar su arma y el hombretón de la orden empezó nuevamente a avanzar hacia ellos con el hacha en alto.
—Detente Balú. —Otra voz se materializó de la nada y allí donde segundos antes no había nadie ahora yacía un hombre con expresión serena, cabello y barba canosas, caninos alargados y un estuche de guitarra a las espaldas, le faltaba un brazo, pero Cellbit estaba seguro de que aquello no lo hacía menos fuerte.
—Arthur… —Susurró el rubio con deferencia, si alguien podía hacerlos entrar en razón era él.
Balú obedeció, Carina también se relajó, Arthur se acercó a la pareja observando con curiosidad como Cellbit priorizaba la herida de su compañero ante todo lo demás.
—Has cambiado mucho. —Espeta el hombre canoso, esbozando una sonrisa cálida. —Me alegra verte bien.
—Roier me salvó, a costa suya… no es un peligro para nadie, te lo aseguro. —Replicó el rubio, sacando al momento un pendrive de su chaqueta. —Te ofrezco un trato, déjanos ir y tendrás toda la información aquí contenida, todos los experimentos de Panacea están aquí, sus otras sedes también y sus miembros…
—¿Y qué haremos si tu compañero vuelve a perder el control? —Preguntó aquel hombre, dubitativo.
—Eso no pasará, no mientras esté con él. —Señaló el tatuaje en el cuello del moreno, Arthur lo analizó detenidamente, incluso pasando el pulgar por su superficie, la sensación que aquello le provocó le hizo sonreír.
—Es un vínculo fuerte, a Agatha le gustaría analizarlo.
—Quizás tenga la oportunidad en algún momento. —Aseguró el rubio más relajado.
Arthur finalmente toma el pendrive de la mano del rubio y asiente con tranquilidad, con un gesto de su mano le ordenó a sus compañeros que se retiraran, cosa que hicieron sin chistar, evidentemente ninguno de ellos quería luchar con un compañero, pero tampoco era una opción ignorar su labor.
—No me hagas arrepentirme de esta decisión. —Pidió Arthur antes de darse media vuelta para marcharse.
—Dale mis saludos a Verissimo. Dile que estoy bien.
Arthur asintió y sacudió una mano a modo de despedida, estaba seguro de que volverían a toparse, sin embargo, por ahora era mejor mantener un poco de distancia. Justo antes de irse se detuvo una vez más y volteó a ver al par por encima de su hombro.
—Cellbit, se de buena fuente que el magistrado no está contento. Irá por ustedes en cualquier momento, será mejor que se cuiden.
Un momento estaba allí y al siguiente ya no había nadie, Cellbit suspiró profundamente aliviado, Roier apenas se mantenía consciente debido al dolor y al esfuerzo razón por la cual terminó de curarlo rápidamente y lo condujo no sin dificultad hasta el auto para volver de una vez por todas a casa.
La noticia sobre el incendio de industrias Panacea hizo eco los días siguientes, aludiendo como causa una explosión de químicos en un laboratorio, nadie dijo nada de monstruos ni de experimentos, por lo visto sabían cubrir sus huellas bastante bien.
—Es increíble cómo se salen con la suya… —Roier suspiró apagando el televisor, las noticias eran bastante frustrantes, afortunadamente para ese punto estaba mucho más recuperado, lo cual influía en su ánimo positivamente.
—No pienses demasiado en ello, te aseguro que los destruiremos a todos. —Puntualizó el rubio a sus espaldas, terminando de sacar el vendaje que hasta entonces había estado cubriendo el hombro ajeno.
Roier asintió bastante motivado por la perspectiva, por un tiempo pensó que su vida perdería el sentido al vengarse del halcón, pero resultaba que aquel mundo estaba repleto de distracciones, siendo Cellbit su favorita de todas ellas. Se levantó resuelto y dejó un beso en la boca del rubio antes de ponerse en movimiento.
Cellbit se quedó observando por enésima vez la espalda desnuda del moreno, toda la piel estaba inevitablemente cubierta por un tatuaje enorme con forma de pentagrama, la firma más común del diablo conocida por el hombre, aquello no era coincidencia, no era un elemento decorativo, aquello mantenía al moreno atado a la reliquia de la sangre de modo inevitable, cosa que Cellbit tenía que anular de alguna manera… no iba a darse por vencido con ello fácilmente.
Sumido en ese pensamiento y sin darse cuenta de ello su mente viajaba muy lejos del plano físico en el cual se encontraba, las voces le susurraban una vez más sin detenerse, su ojo dorado se encendía poco a poco, perdido en la influencia del conocimiento que una vez más comenzaba a arrastrarle, a llamarle.
Roier lo sacudió y tras pestañear furiosamente salió del trance en el cual se había metido, miró al moreno confundido, apreciando sus facciones preocupadas y el modo en que se aferraba a él con desespero.
—Ey, calma… no te preocupes, estoy bien. —Le aseguró aferrándose a su abrazo, pero en el fondo sabía que no era cierto, el magistrado estaba cerca.
—Cada vez me cuesta más sacarte de esos trances… —Dijo con pesar y no es para menos, la expresión de su rostro era todo menos humana en esas situaciones.
Y es que Cellbit lo sabía, cada vez lo comprendía mejor, de hecho, era bastante obvio cómo funcionaban las corrientes de la realidad, todo estaba predeterminado, resultaba patético no ser consciente de semejante cosa, era incluso humillante vivir en la ignorancia del resto, ¿Por qué le daba tanta importancia a esa situación? Era absurdo, los sentimientos eran absurdos, no tenía por qué interesarle más aquello, estaba por encima de esas cosas, por encima del miedo y del amor, lo único importante era el conocimiento. Y el color de su ojo bueno era cada vez más dorado, más brillante, la máscara rota le llamaba.
Cellbit agitó la cabeza, negando rápidamente para sacarse esas ideas. ¿Aquellos eran sus pensamientos? No. No lo eran. Él aún valoraba el amor de Roier más que cualquier otra cosa, sin embargo, cada vez le costaba más entender la razón, su elemento continuaba tirando de él sin cesar.
—No te preocupes Guapito, siempre encontraré el camino de vuelta. —Aseguró el rubio, aún a sabiendas de que quizás no fuese tan sencillo.
Estaban en peligro, lo sabía, podía sentirlo, sumamente cerca, los estaba rodeando con insistencia al punto en que le fue imposible a Cellbit no apretar a Roier en un abrazo firme, él era todo lo que tenía, no iba a permitir que volvieran a separarlos, Roier correspondió el abrazo sin entender, sin dudar, solamente para darse cuenta, una vez que se alejaron el uno del otro, que ya no se encontraban en la pequeña casa de la playa.
Habían sido transportados a un lugar completamente desconocido.
—¿Dónde estamos? —Preguntó Roier poniéndose en alerta inmediatamente.
—Estamos en el territorio de las máscaras… o del magistrado en todo caso. Te aseguro que no nos trajo aquí para nada bueno.
No estaban en ningún lugar común, incluso si aquello parecía tener un aire a un bosque oscuro, el espacio en los alrededores era negro y resaltaban a duras penas los troncos de árboles secos que extendían hacia lo alto sus ramas desnudas, no se veían estrellas en el firmamento, tampoco la luna, pero lo más escalofriante del escenario eran las sogas colgadas que podían divisarse por aquí y por allá, algunas con cuerpos, otras sin ellos, una invitación más que clara para abandonar el mundo terrenal, el magistrado, dejaba su mensaje fuerte y claro.
—Cellbit… no estamos solos. —Susurró el moreno, colocándose delante del rubio a modo protector, dejando fluir la energía paranormal en su interior, dispuesto a lo que sea para salir vivo de allí.
No tardaron en verse las siluetas, decenas de ellas por todo aquel escenario de sombras, eran todas diferentes, con la piel pálida y amarillenta, con cientos de palabras y frases aterradoras en diferentes idiomas tatuadas por todo el cuerpo. Tenían una apariencia cadavérica y ojos blancos y vacíos, con pelo escaso o incluso calvos, con dientes torcidos y caídos, murmuraban todos al mismo tiempo cosas ¿O nombres? Diferentes, sin moverse ni mostrar ningún atisbo de humanidad. Cellbit sabía que aquello que estaba viendo perfectamente podía convertirse en su futuro.
—Son Existidos, criaturas de conocimiento, alguna vez fueron humanos pero su exposición a las verdades del otro lado los convirtió en esto que son ahora. Sus mentes simplemente no pudieron con tanto. Si no los molestamos no deberían atacarnos.
Roier le lanzó a Cellbit una mirada significativa, el moreno también había comprendido lo peligroso que era para el rubio seguir husmeando en el saber del otro lado, sin embargo, en ese momento tenían otras cosas de las cuales preocuparse.
Avanzaron con lentitud y tensión, paso a paso, entre la multitud de existidos que parecían no querer causarles ningún daño, intentaban sin embargo llamar su atención de cualquier forma, deseosos de un poco de contacto, de conexión con sus previas realidades, cosa que lamentablemente ninguno de los dos les podía ofrecer. Aquel sin lugar a dudas era un destino sumamente cruel.
Continuaron hacia adelante, buscando al bastardo que los había arrastrado a aquella dimensión de sombras, en cierto punto habían logrado acostumbrarse a la presencia desagradable de aquellos seres ante la firme creencia de que habían visto cosas mucho peores, sin embargo, no tardaron en toparse a uno muy diferente al resto. Salió de la nada y aunque era bastante parecido a los demás, sus muchos tatuajes, así como también las cuencas de sus ojos brillaban en un dorado intenso, éste sí que se estaba moviendo y había dirigido la impávida expresión de su rostro paranormal justamente hacia donde ambos se encontraban. Cellbit supo al instante que aquel era un Recordado, especialmente cuando el cabrón se lanzó rápidamente encima de ellos para atacarlos.
—¡Roier, ten cuidado, éste es ofensivo! —Exclamó haciéndose a un lado, esquivando a la criatura humanoide a duras penas, el moreno lo interceptó con toda la fuerza de su cuerpo, devolviéndole el ataque con un puñetazo limpio que le lanzó nuevamente a la distancia, visiblemente aturdido y alterado.
Lo malo de aquella situación fue que la presencia del Recordado alteró visiblemente al resto, quienes poco a poco se fueron encendiendo en dorado uno a uno, saliendo del estado de pasividad en el cual se encontraban y como no, arremetiendo en contra de la pareja que poco a poco empezó a verse separada a razón de la gran cantidad de enemigos. No tenían alternativa, tenían que pelear.
Tanto Roier como Cellbit no tardaron más que un par de minutos en vaciar completamente sus cartuchos de balas, deshaciéndose a duras penas de una pequeña cantidad de enemigos, el moreno empezó a utilizar rituales de sangre sumamente efectivos, sacándose de encima a puñados enteros de Existidos, Cellbit hizo lo mismo, con sus propios rituales de muerte, lo cual los mantuvo a ratos en una lucha sin cuartel, pues cuando creían que los enemigos disminuían simplemente se activaban más, la desventaja numérica era más que evidente.
—¡Roier, el magistrado intenta agotarnos! —Exclamó el rubio a la distancia, comprendiendo también que quería separarlos, que imbécil había sido, lo estaban arrastrando lejos del moreno quien poco a poco comenzaba a perder el control de sus acciones.
Roier volteó a mirar al rubio cuando escucho el eco de su voz, estaba demasiado lejos, demasiado rodeado y demasiado expuesto, sabía que el magistrado quería quitárselo, pero eso no iba a suceder, nunca jamás, incluso si tenía que destruir la máscara del desespero y acabar con el equilibrio de mierda entre las realidades, Cellbit era su única prioridad y por eso precisamente era tan peligroso.
Fue entonces que su cuerpo comenzó a cambiar, sus músculos tensándose y duplicando su tamaño, garras y colmillos haciéndose presentes y obviamente todos sus ojos abiertos. Comenzó a desmembrar a cada uno de los existidos con las manos desnudas, liberándolos así de la eterna condena del conocimiento.
Lentamente se fue abriendo paso en medio de la marea de monstruos, esquivando ataques y destruyendo aquellos cuerpos marchitos que no dejaban de murmurar sus nombres, de forma enloquecedora.
Cellbit estaba herido, podía oler su sangre incluso a aquella amplia distancia, lo buscó desesperado, cada vez más crispado y para su infinita locura, lo divisó en medio de un círculo de existidos, con el Magistrado delante de sus ojos, flotando ligeramente en el aire mientras el muy cabrón reconstruía con su poder la máscara que pretendía poner una vez más a su compañero.
Hijo de puta.
Roier saltó, impulsado por la voz en su interior, abrazando todo el poder que corría por sus venas, llegando a una altura sobrenatural y alejándose de los molestos insectos que hasta entonces le habían tenido entretenido, cayó a un par de metros nada más de donde se encontraba Cellbit y con el mismo impulso veloz volvió a saltar. Nadie lo vio venir, fue demasiado rápido, rompió la nueva máscara con un zarpazo incluso antes de que osara tocar el rostro del rubio y sin más le dirigió al Magistrado un gruñido de rabia.
—No puedes… no puedes hacer esto. —Dijo el enmascarado, Roier abrió la boca en una mueca sonriente y de su interior salió una voz que no era en absoluto suya.
Sin dudarlo se arrojó contra él, en un ataque violento que buscaba sin más arrancar la reliquia del conocimiento de aquel rostro incógnito, junto con sus ojos y su piel si aquello era mínimamente posible, el poder de Roier manaba a raudales, a fin de cuentas estaba conectado directamente al enorme océano rojo que le imbuía de su elemento, el Magistrado apenas pudo resistir su intensa ráfaga de golpes, esquivando e intentando devolver algún atisbo de daño con sus rituales más poderosos, cosa que resultaba inútil, cuando el conocimiento era débil ante aquel influjo de sangre tan intenso. Poco a poco comenzó a desgastarse y Cellbit a duras penas podía presenciar aquello con el horror de saber que estaba perdiendo a Roier en el camino.
La voz distorsionada que salía del cuerpo del moreno no era la suya, la sed de sangre tampoco, en una ráfaga veloz de zarpazos le arrancó un brazo al magistrado quien cayó al suelo acorralado, agotado, había tratado de contener y controlar a Roier de mil maneras distintas y ninguna de ellas había funcionado, ese poder nada más lo tenía Cellbit, quien a pasos lentos se acercó a la espalda del moreno, aprovechando el momento en el cual estaba distraído intentando arrancar la máscara del desespero de aquel rostro agonizante.
No podía permitirle destruir aquella reliquia, no podía dejar que el Diablo le ganara la partida tan fácilmente, que el equilibrio se rompiera, pero lo más importante de todo: No iba a perder a Roier.
—Ey guapito… ¿Estás ahí? —Preguntó colocando las manos sobre sus hombros, deslizando las palmas hacia abajo hasta llegar a su cintura, lugar en el cual le rodeó en un abrazo firme, pudo sentir al instante la tensión en sus músculos, incluso el gruñido agresivo que brotó del fondo de su garganta. Cellbit no le temía, aquello era impensable, su Roier estaba ahí bajo la superficie, con la única y genuina intención de protegerlo.
—¿Me recuerdas? —Insistió afirmando el abrazo justo en el momento en que el moreno o la cosa en su interior comenzó a debatirse.
El tatuaje en el cuello del moreno empezó a encenderse en un color bastante similar a la sangre, la tensión del cuerpo de Roier comenzó a desaparecer hasta el punto en que sus garras finalmente soltaron la máscara del desespero ligeramente agrietada pero aun firmemente pegada al rostro de un magistrado sumamente herido.
—No tienes que hacer esto Roier, él no puede hacernos daño. —Roier suspiró y asintió, dando un paso atrás, el ritual que tenía en torno al cuello era poco más que una cadena que le impedía moverse libremente, pero como agradecía el hecho de que fuese Cellbit el único que pudiese controlarla. Solo a sus manos podía entregarse de tan buena gana.
—Estoy bien… ya… estoy aquí. —Respondió finalmente el mexicano, volviendo una vez más en sí mismo, sofocando la voz horrible que retumbaba en su interior.
Cellbit suspiró y le soltó finalmente, dando un paso adelante para encarar al magistrado con seriedad ante que el muy cabrón volviera a desaparecer.
—Entiendo porque crees que Roier representa un peligro para el equilibrio, no te falta razón, pero la única persona que puede mantenerlo en sí soy yo. —Aclamó con orgullo. —Mientras yo esté a su lado tu preciado equilibrio no se va a ver afectado de ninguna manera.
Aquello era una verdad a medias por supuesto, sí que era cierto que ellos dos mantenían el equilibrio en sí mismos, dentro de su dinámica, se controlaban mutuamente, sin embargo, juntos también eran un peligro para todos. Sin excepción, a fin de cuentas, poseían más poder del debido. Ese pequeño detalle obviamente prefería mantenerlo para sí mismo.
—¿Y qué piensas hacer cuando él se una a los ejércitos de sangre? ¿Cómo mantendrás el equilibrio entonces? —Preguntó el magistrado con su voz rasposa y agotada, sin dar demasiado crédito a las palabras del rubio.
—Me encargaré de matarlo con mis propias manos, después de todo, él no podrá resistirse ni defenderse de mí. —Aseguró con convicción. Aquella era una realidad tan aterradora como reconfortante.
El espacio a su alrededor comenzó a distorsionarse una vez más, el magistrado desapareció de nuevo y en un parpadear el par se encontraba una vez más en su pequeña casa a las orillas del mar, lejos de todo y de todos, una última advertencia flotó en el aire, amenazadora y letal.
Los estaré observando… Siempre.
Las olas del mar fueron arrullo suficiente para deshacer por completo la tensión en la que se habían mantenido hasta entonces. Roier avanzó hacia Cellbit y lo abrazó con fuerza entre sus brazos, aspirando su aroma aliviado, besando sus labios repetidas veces, gestos que el rubio no dudó en corresponder. Ambos volvían a ser ellos mismos una vez más y eso era lo único que importaba.
—Esa promesa que le hiciste al magistrado… —Dijo Roier de golpe, tomando al rubio por las mejillas para verle a los ojos. —Quiero que la cumplas Cellbit, si en algún momento me vuelvo una amenaza o me torno incontrolable quiero que seas tú quien acabe con mi vida, nadie más… te aseguro que moriré feliz.
—Ya lo sé… —Respondió el brasileño con convicción. —Sin embargo, haré lo imposible para que eso no tenga que suceder… no voy a descansar hasta arrancarte de las garras del diablo, esa es la única promesa que me interesa cumplir.
Roier sonrió con confianza, si alguien era capaz de lograr ese cometido, sin lugar a dudas, ese era Cellbit.
Una vez más le estrujó entre sus brazos, sabía perfectamente que tenían un largo camino por delante, había monstruos del otro lado en cada esquina y por si eso fuera poco también había organizaciones que sin lugar a dudas iban a tener que desmantelar. Su lucha apenas estaba comenzando, con miles de peligros rondando a cada paso que daban, cosa que poco importaba, siempre y cuando estuvieran juntos…
FIN
Uff, eso costó.
Gracias por leer.