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Velo de novia

Summary:

El velo es de tela suave y un poco transparente; la gente podrá adivinar sus facciones debajo de él. No habrá duda de quien es. Yuheng del cielo nocturno, el inmortal Beidou, Chu-zongshi. En otra vida, nadie lo supo. Un velo rojo cubrió su rostro y no pudo ver el rostro de Mo Ran al hacer las tres reverencias. A veces, se alegra de no haberlo visto. No está seguro si en ese momento lo hubiera ahogado la furia o la tristeza, pero está convencido de que, si pudiera recordarlo, tan solo habría desolación dentro de él. Tantos años, tanto tiempo. Siempre hemos estado juntos, Mo Ran, ¿por qué nos hemos tardado tanto en aprender la felicidad?

Chu Wanning dice: quiero un velo de novia, y al mundo no le queda más remedio que plegarse a sus deseos.

Notes:

(See the end of the work for notes.)

Work Text:

Cambia el pelaje la fiera, cambia el cabello el anciano
Y así como todo cambia, que yo cambie no es extraño

Pero no cambia mi amor por más lejos que me encuentre
Ni el recuerdo ni el dolor de mi pueblo y de mi gente

Todo cambia, Mercedes Sosa


Después de todos aquellos años, Xue Meng se había convertido en el único de sus discípulos que no le había hecho daño a su corazón. El joven al que todavía, a veces y por lo bajo, llamaban el Querido de los Cielos se había convertido en un hombre alto, bien parecido, con una mirada similar a la de Xue Zhengyong, un semblante seguro y amable, y el porte elegante del líder de una secta de cultivación. Había pasado los últimos años reconstruyendo el Pico Sisheng, escribiendo esporádicamente a Nanping.

Al principio, Chu Wanning había encontrado sus cartas demasiado cortas, demasiado ajenas; demasiado elegantes, incluso, llenas de florituras que sólo daban rodeos para decir cosas simples, sencillas, como si le costara encontrar las palabras adecuadas. Lo llamaba «Shizun» en cada una de ellas, aunque hacía demasiado tiempo que Chu Wanning no le enseñaba nada en lo absoluto; detallaba sus esfuerzos por reconstruir el Pico Sisheng y lo que estaba ocurriendo en el mundo de la cultivación. Las primeras veces, no había preguntado cómo se encontraban Mo Ran y Chu Wanning; cuando por fin lo hizo, incluso por escrito la pregunta resultó incómoda, cortante. Realmente habían pasado demasiadas cosas en los últimos años y para Xue Meng, quizá, la más inexplicable era el enamoramiento que había estado justo debajo de su nariz todo aquel tiempo.

Finalmente, dos ciclos de estaciones pasaron, Xue Meng anunció su intención de visitarlos. En la carta escribió: «Espero que tus días sean tranquilos y felices, Shizun».

Chu Wanning se había quedado mirando la frase mucho rato, a la luz de las velas, incluso cuando Mo Ran había caído dormido en la cama. ¿Cómo se puede atisbar el cariño tan sólo en unos trazos? Un cariño viejo, que casi se había perdido en el mar de las desgracias, pero que había sanado, poco a poco. El querido de los cielos escribió: «que tus días sean tranquilos y felices» y Chu Wanning suspiró con alivió, con la carta contra su corazón.

Lo había contrariado demasiado tiempo haber tenido cuatro discípulos, haber perdido a tres.

Nangong Si había muerto. Demasiado pronto, demasiado solo. Al final, nadie lo había mirado. Shi Mingjing se había ido y Chu Wanning a veces, por las noches, suspiraba de alivio por ello, pues no estaba seguro de poder perdonarle la vida si volvía a cruzar camino con él. Xue Meng había crecido demasiado pronto, lo había perdido todo demasiado rápido. Al tercer discípulo, Chu Wanning creyó que lo había abandonado en el camino del deber, pero allí estaba, en los trazos firmes de los caracteres de una carta: «Shizun».

Ahora que lo ve, parado frente a las túnicas de boda, con los labios apretados y las cejas muy juntas, piensa que, en verdad, su trabajo nunca fue en vano.

—Mi primo no tiene mal gusto —decide, finalmente, levantando la túnica cuidadosamente bordada con flores de haitang en el pecho. Pronuncia «mi primo» con una fuerza producto de la terquedad que le dejaron todos los secretos guardados. Chu Wanning leyó sus confesiones en una carta: cosas que Xue Meng no se atreve ni a pensar por temor a volverlas más reales de lo que son, por sus venas corre la sangre de Xue Zhengyong y Mo Ran es su primo y cualquiera que se atreva a decir lo contrario encontrará en su camino la mirada fulminante del líder de la secta Sisheng.

Hay una pausa muy larga en la que ninguno de los dos dice nada, puesto que no hay demasiadas cosas de las que hablar. Chu Wanning todavía siente demasiada vergüenza como para pensar en la boda, sus orejas se ponen rojas si se queda viendo demasiado tiempo aquellas túnicas que ha llevado antes, en un recuerdo lleno de lágrimas escondido en un quemador de incienso

—Me alegro por ti, Shizun.

Después de todo este tiempo, todavía es difícil hablar de sentimientos. Las palabras se hacen más fáciles, poco a poco, pero un corazón acostumbrado a protegerse con una barrera de frío se derrite lentamente.

—Xue-zunzhu…

No usa su nombre, ya nunca usa su nombre.

Lo llama como llamó a su padre y piensa que Xue Zhengyong estaría orgulloso, si pudiera verlo.

No sabe cómo agradecerle. La visita, la boda, los buenos deseos. El cariño que, en las peores noches, sabe que no merece, alimentando con las dudas de los momentos en los que piensa qué sería de la Secta Sisheng si no la hubiera elegido para pasar su vida, si no los hubieran señalado como traidores cuando Chu Wanning se atrevió a irrumpir en el pabellón Tianyin para llevarse a Mo Ran por la fuerza. Qué palabras serán suficientes para agradecer el cariño, la visita, los buenos deseos, el perdón, aquel tono en el que lo llama «Shizun».

Sin embargo, Xue Meng tiene piedad de su turbación —o quizá no la nota, porque Xue Meng no ha aprendido a ser perceptivo con el tiempo— y abre la boca de nuevo:

—Sin embargo, no veo ningún tocado para tu cabello, Shizun.

Hace muchos días —tantos que ha perdido la cuenta y éstos se han vuelto años—, que Chu Wanning no lleva un guan en la cabeza. Los altos tocados que llevó en su cabello en sus años en la secta Sisheng han quedado atrás. Ata su cabello con un lazo blanco que, en un extremo, tiene bordada una torpe flor de haitang. Mo-zongshi se la dio, diciendo que Taixan-jun la había escondido entre sus túnicas, pretendiendo nunca enseñársela, porque Mo-zongshi disfruta de atormentar a Taixan-jun, quien, cuando lo había descubierto usándola, tan sólo se había quedado mirándola en silencio mucho rato, sin saber qué decir. Mo Ran era Mo Ran, no importaba que parte de su alma estuviera mirando a sus ojos.

—Te regalaré una, Shizun, para tu boda, y me aseguraré de que Mo Ran se arregle de un modo decente, no puede parecer un perro en su propia boda…

Xue Meng resopla y Chu Wanning solo puede quedarse mirándolo, viéndolo tan alto como es, tan honorable, tan propio, tan igual y tan diferente al Xue Ziming que se pegó a sus piernas el día que llegó al Pico Sisheng y sonrió al pedirle ser su discípulo. Allí, en Nanping, el líder de la Secta Sisheng habla de preparativos de boda mientras Chu Wanning vigila el agua del té. ¿A dónde se fue el tiempo?

Chu Wanning cerró los ojos y los años pasaron, se llevaron sus mejores épocas encerrado en un capullo solitario y su mano tembló en la mano de Mo Ran la primera vez que le dijo «Te amo». La primera vez en dos vidas.

Las túnicas son las mismas, las flores de haitang. Incluso entonces, cuando quiso humillarlo, las recordó. Chu Wanning pensó que sólo deseaba burlarse de él, pero las había recordado en la neblina de su memoria, sin saber por qué. Está vez, Mo Ran, lo haremos bien. No hay ninguna flor que lo impida, los días son claros, las nubes negras no se posan sobre nosotros. Está vez, te miraré a los ojos sin miedo, sin odio y seré tuyo, como siempre estuvo dispuesto. Una vida, dos vidas, Mo Ran. Esta vez me mirarás a los ojos y podrás verme claro, pues ya no habrá tormentas que nublen tu mirada ni torbellinos que se lleven tu amor y tus recuerdos.

En otra vida, Mo Ran había cubierto su rostro con un velo, para que nadie pudiera adivinar que la noble Chu-fei era en realidad su antiguo Shizun.

Está vez, lo sabrán todos. Aun así, Mo Ran, seré sólo tuyo, y sólo tu podrás mirarme.

El crepitar del fuego calienta la cabaña de Nanping, el agua del té hierve, solitaria. Chu Wanning alza los ojos, presa de un deseo que no puede explicarse.

—Xue-zunzhu —llama—, ¿crees que pueda tener un velo?

En esta vida, Mo Ran no se lo había dado, quizá le había parecido demasiado. Pero aún así, en una vida o en la otra, Chu Wanning desea que, el día de su boda, sólo Mo Ran pudiera levantarlo y mirar su rostro. Soy tuyo, ansía decir, ningún otro puede poseerme.

«Estoy dispuesto a casarme contigo y estoy dispuesto a someterme a ti. Mis dos vidas de pertenecen, sin arrepentimientos», había dicho.

Su voz es más segura entonces:

—Quiero un velo —corrige, más seguro.

Xue Meng no dice nada, pero sonríe, y su sonrisa es tan cálida, que Chu Wanning sólo atina a pensar que no se merece a ninguno de los dos discípulos que le quedan.


El líder de la Secta Sisheng sabe poco y nada de bodas, pero el único que parece no darse cuenta de ello, o quizá le tiene demasiada paciencia, como siempre le ha tenido, incluso cuando se emborracha en año nuevo y deja su dignidad regada por el suelo, es su antiguo Shizun. Mientras Mo Ran ayuda a los campesinos del pueblo a regar su cosecha o a recoger el arroz, Chu Wanning prepara el té con paciencia, y Xue Meng se sienta frente al fogón de la cabaña de Nanping. Es diferente al pabellón del loto rojo, mucho más pequeña, mucho más sencilla. El ambiente siempre es más recogido y pulcro; Mo Ran se encarga de que no haya pedazos de pequeños artífices que Chu Wanning pasa el tiempo haciendo. Antes construyó armaduras y todo tipo de inventos para la guerra, pero ahora lo llena de artificios para ayudar a los campesinos de Nanping. Es diferente. El mundo da vueltas y él ya no quiere ser un guerrero. Desea nunca volver a invocar a Huaisa, nunca levantar la mano y llamar aquel nombre, nunca empuñarla y herir con ella. Tanto sufrimiento, tantos años, las vidas de sus cuatro discípulos destrozadas.

—Traje algo, Shizun —anuncia Xue Meng.

Lleva una caja de madera grabada.

—No sabía cómo… En verdad, no sabía elegir… Pero creo que es bello.

Parece nervioso, como cuando adolescente buscaba su aprobación hecho un manojo de nervios sin entender del todo qué movía el corazón de su Shizun, buscando complacerlo de todas las maneras que se le ocurrían. Extiende los brazos, posando la caja sobre la mesa. No dice nada más hasta que Chu Wanning posa su mano sobre la tapa.

—Supuse que a Mo Ran le gustarían… Las flores. Las flores que siempre llevas. En el pañuelo que te regaló. También estaban en la túnica del traje. Lo noté.

Ah, las flores. Dos vidas, Chu Wanning, ¿cuánto pesan dos vidas? ¿Cuánto tardan en volverse apacibles, con esa tranquilidad? Con el té humeando en el fogón, gachas de arroz cocinándose lentamente, los árboles cuyas ramas ondean y dejan pasar el viento por la puerta abierta. Qué sacrificio es necesario para volver en cada vida a este lugar, a esta cabaña, a este momento, en el que Chu Wanning extiende la mano y levanta la tapa de madera para descubrir la tela roja con las orillas preciosamente bordadas.

—Mei Hanxue aseguró que el bordado es del hilo de oro más fino y hermoso. —Xue Meng suena orgulloso de sí mismo, debajo del nerviosismo aparente, pero no voltea a verlo. Se pierde en el borde que alcanza a ver, y en el hilo que forma un hermoso patrón con diminutas flores de haitang—. No sé demasiado de estas cosas, Shizun, pero me pareció que es hermoso.

Chu Wanning levanta la tela y el velo se extiende, tan rojo, tan impresionante. No es el mismo que en su primera vida.

Aquel puede recordarlo a la perfección si lo evoca. Los ojos fríos mirándose en un espejo de cobre, la mirada despiadada de ojos de fénix, el semblante dolido. Puede ver aún la palidez de su rostro, la debilidad en sus facciones, producto de haber perdido su núcleo espiritual. Le parece aún ver la solitaria lágrima de rabia en sus ojos que alcanzó a notar en su reflejo antes de que cubrieran su rostro.

«No sabrán que eres tú», había dicho Mo Ran, «Chu Wanning, reducido a una puta, a una concubina de palacio. Serás mío, Wanning, yo decidiré tu destino».

Quizá, piensa, está bien que ese detalle sea diferente. Otra vida, otra boda, está vez lo haremos bien.

El velo es de tela suave y un poco transparente; la gente podrá adivinar sus facciones debajo de él. No habrá duda de quien es. Yuheng del cielo nocturno, el inmortal Beidou, Chu-zongshi. En otra vida, nadie lo supo. Un velo rojo cubrió su rostro y no pudo ver el rostro de Mo Ran al hacer las tres reverencias. A veces, se alegra de no haberlo visto. No está seguro si en ese momento lo hubiera ahogado la furia o la tristeza, pero está convencido de que, si pudiera recordarlo, tan solo habría desolación dentro de él. Tantos años, tanto tiempo. Siempre hemos estado juntos, Mo Ran, ¿por qué nos hemos tardado tanto en aprender la felicidad?

El borde está bordado con flores en hilo dorado y Chu Wanning pasa sus manos sobre los detalles.

Xue Meng tiene razón, es hermoso.

—¿Y bien?

Es incapaz de esconder su impaciencia y ante eso Chu Wanning sólo intenta esbozar una sonrisa gentil, de aquellas que aun le cuestan trabajo y tanto tiempo se escondieron bajo sus labios rectos y su semblante severo.

—Gracias, Xue-zunzhu.

«Es realmente hermoso», quiere decir, pero espera que se entienda en su tono. Los viejos hábitos son difíciles de abandonar y Chu Wanning aún está acostumbrado a no decir, un corazón congelado y miedoso tarda en volver a la calidez. Levanta los ojos y mira a Xue Meng a los ojos. Sus manos aferran firmemente el borde del velo rojo en sus manos, como si temiera que se fuera volando en el viento si no lo sostiene con fuerza. Espera que su mirada sea clara, feliz.

¿Qué rostro ponen las novias al primer vistazo de su traje de bodas?

Sus mejillas están ruborizadas y sus orejas son también del color del velo que sostiene entre sus manos; sus cejas forman una línea y su rostro no deja de parecer severo, pero Xue Meng puede ver la vulnerabilidad a través de sus pequeños gestos. Así se asoma la gentileza de su corazón y que Chu Wanning custodió durante años, demasiado temeroso de que la dañaran de nuevo, demasiado celoso. Siempre ha estado allí, escondida entre las capas de la corteza de un árbol, y Xue Meng, que lloró su muerte dos veces, siempre ha sabido verla.

—Me alegro, Shizun —responde—; este discípulo desea tu felicidad.

Hablan de bodas y no de torneos, enfrentamientos o batallas. El mundo ha dado la vuelta. Es algo bueno, piensa Chu Wanning y, aferrado con su mano al velo de novia entre sus manos, sonríe.

Es bueno que la tela esconderá sus gestos el día de su boda. Si no contara con aquella protección, quizá moriría de la vergüenza, ¿qué dignidad podría quedarle, si todo el mundo descubriera los ojos gentiles que tiene cuando piensa en Mo-zongshi?


Existe cierta tranquilidad apacible al observar cómo duerme Mo Ran. No importa que sea Mo-zongshi o Taixan-jun, en sus sueños ambos son indistinguibles. El alma es la misma, la esencia nunca se ha ido. Chu Wanning nunca sabe cuándo esperar a uno o al otro. Mo-zongshi está allí la mayoría de los días, pero Taixan-jun viene y va, sin horario fijo. Muchas veces llega con las últimas horas del sol y sus uñas se clavan en la piel de Chu Wanning, que busca con su desesperación su rostro, sus mejillas. «Estoy aquí, aquí, aquí», quiere decirle todas las noches, «no dejaré de mirar nunca más». Se va, muchas veces, con las primeras horas de la mañana, con Chu Wanning aferrado entre sus brazos, cubierto de mordidas y rasguños que Mo-zongshi besará más tarde, quejándose de aquella brutalidad y Chu Wanning lo dejará recorrer su piel, incluso cuando Mo Ran se vuelve mucho más desvergonzado.

Mo Ran es Mo Ran, no importa que parte de su alma sobresalga.

No importa que algunas noches Chu Wanning desee que sea más atrevido y otras más gentil. Lo que les gusta en la cama es lo mismo. A ambos los llama Mo Ran y los mira dormir, observando su pecho subir y bajar.

Acaricia su cabello con la ansiedad de la pérdida. «Te amo y estoy dispuesto a casarme contigo». Tanto tiempo había esperado para decirlo y, entonces, sus túnicas blancas se habían llegado de la sangre del pecho de Mo Ran. «Estoy dispuesto a morir por ti, a someterme a ti». Cuánto tiempo había esperado para decirle que era suyo, desde aquella vez en la que lo vio dormir en una isla muy lejos de allí preguntándose si no era sólo lástima, gratitud o deber lo que Mo Ran había llamado amor. Tanto tiempo había querido mantener su dignidad, tanto tiempo había ocultado sus sentimientos, asfixiando el amor dentro de él, temeroso de que volvieran a abrir su corazón, tantos días había odiado la idea de ser gentil y vulnerable, que al final su pecho no había podido contenerlo más.

Cuando Mo Ran duerme, Chu Wanning pasa la mano por su cabello, tal como lo hizo en otra vida. Mira su pecho subir y bajar, respira.

Inhala, exhala.

Se acurruca en su pecho y duerme con la zozobra de aquellos que temen lo desconocido del futuro porque aman y saben lo frágil que es la vida.

A veces, Mo Ran despierta, lo mira y entiende.

Taixan-jun o Mo-zongshi, despiertan, y entienden.

Ninguno de los dos reacciona de la misma forma. Taixan-jun realmente no entiende el amor y aquello que sí comprende sólo sabe expresarlo en la cama y llenándolo de regalos. Mo-zongshi lo acuna contra su pecho.

Ambos dicen «baobei» y Chu Wanning se pregunta si ambos saben que usan el mismo tono, la misma cadencia. La ternura escondida en el deseo de que Chu Wanning sea sólo suyo.

Mo Ran dice en su oído: «Wanning».

—Wanning.

No es nada, Mo Ran, no importa. Los días son claros, felices, tranquilos. No quiere volverlos neblinosos con sus preocupaciones ni con sus dudas, con los miedos que tardan en irse. Ni siquiera ante él se atreve a admitir que todavía, cuando lo embarga la nostalgia y la melancolía, puede cerrar los ojos y verlo en sus brazos, otra vez. Siempre le ha dado miedo saber lo que sería capaz de hacer por Mo Ran.

¿Cuánto tiempo tomó antes? Sólo la destrucción de la secta Sisheng lo obligó a volver a levantar a Tianwen en su contra, a llamar a Huaisa, a enfrentarse a su discípulo. ¿Y en esta vida? Cargó su cuerpo por más de tres mil escalones y dejó su sangre embarrada en la piedra, sus dedos en carne viva. El infierno es frío, Mo Ran, moriré contigo.

—Estoy bien.

Frunce un poco el ceño, contrariado. No quiere hablar de lo que llena sus pensamientos, no quiere que sean sólo aquellos recuerdos los que nublen su mente tan cerca de la boda. No quiere que su historia con Mo Ran sea una serie terrible de sucesos fatales. Cuando hablen de nosotros, Mo Ran, quiero que hablen de Nanping y de esta cabaña, de los campesinos que nos regalan su arroz y las mujeres que me sonríen en el mercado cuando me preguntan qué planeas cocinar esta semana, que hablen de los abuelos que me han intentado enseñar a preparar gachas de arroz, que cuenten qué sonido hace el agua al hervir, que narren el olor del té. Mo Ran, quiero que hablen de esa felicidad, este momento, no de ninguna de las tragedias que nos precedieron.

Entonces, Wanning, ¿por qué no dejas de pensar en ellas?

Los ojos de Mo Ran están fijos en su rostro. Saben leerlo. Tantos años de incomprensión sólo lo dejaron desesperado por entender cada uno de sus gestos, y Chu Wanning lo sabe. No puede mentirle a Mo Ran, nunca ha podido. Ve su turbación antes que cualquiera, la duda, el miedo.

—No importa, Wanning, sea lo que sea, no importa, baobei.

Quiero que cuando canten nuestra historia, Mo Ran, hablen de la ternura de tu voz.

—Xue Meng trajo un velo de novia —dice Chu Wanning, finalmente—. Es hermoso.

—No es necesario, Shizun…, si no lo deseas. —Ah, Mo Ran, que pueda entender cada uno de sus sentimientos no significa qué siempre sepa qué es lo que los causan. Se preocupa demasiado por el pasado—. En esta vida, puedes escoger lo que deseas.

Chu Wanning frunce el ceño aún más, frustrado. Ah, aquel discípulo suyo, siempre apresurándose a buscar sus razones, aun cuando estas están equivocadas.

—Es hermoso, Mo Ran. —Y tras una pausa, agrega—: Yo se lo pedí.

Es su turno de ver la turbación en el rostro de Mo Ran. Ha pasado tantos años a su lado. Mo Ran, Mo-zongshi, Taixan-jun. Sabe lo posesivo que es, entiende hasta qué punto quiere que Chu Wanning sea suyo y también lo mucho que intenta ser honorable y respetuoso y cómo todo eso cae por la borda cuando Chu Wanning sonríe, aunque sea levemente y le dice, ahogando a la vergüenza, «soy tuyo». Tantos años, y Mo Ran aun quiere ser el único que lo llene de regalos.

—Yo no sé… Me temo que no sabría escoger uno —dice. Se turba, porque aún está pensando en el pasado, en cómo sus manos se aferraron a Mo Ran todas las veces que creyó que lo había perdido, la misma manera en la que ahora se vuelve a aferrar a su pecho—. Es un regalo, Mo Ran. Para ti. —Chu Wanning ve la pregunta en los labios de Mo Ran y termina antes de que pueda pronunciarla—: Quiero que tú lo levantes y sólo tú veas mi rostro.

Entregarle su corazón en las palabras nunca ha sido fácil. Requiere vulnerabilidad y Chu Wanning nunca ha sido bueno con ella.

Soy tuyo, Mo Ran, soy tuyo, en esta vida, en la anterior, en todas aquellas en las que tú y yo nos encontremos.

—Gracias, Shizun.

Entre ellos queda todo lo que no se dice; en el abrazo se ahoga el miedo y la tristeza que siempre trae consigo el pasado. Hay una tranquilidad apacible en la melancolía de las noches largas: el futuro es brillante y desconocido.


Siempre que se aleja de Nanping, cubre su rostro. En verano, cuando el sol es más fuerte, usa un velo que cuelga de un sombrero de paja. Nunca ha sido extraño a ocultarse, a desear no llamar la atención. Durante mucho tiempo nadie en el mundo de la cultivación superior supo que el Anciano Yuheng del Pico Sisheng era Chu Wanning. Ahora no saben que el cultivador que vive en una cabaña en las afueras de Nanping es también él. Lo sospechan, porque Mo Ran nunca se oculta y muchas veces, como aquella, suelen viajar juntos.

Pasan los años, pero Chu Wanning recuerda lo que significó sentir las miradas del mundo sobre él en el Pabellón Tianyin, la traición que sintió en sus huesos, la desesperación. Cuánto dolor costó no guardarle rencor al mundo después de escuchar apagarse el latido de Mo Ran, cuánto dolor significó salvarlo, con la templanza misma de los grandes robles que soportan las fuertes ventiscas del invierno. El dolor que significó volver a abrir su corazón y recordar todas y cada una de las palabras de Xue Zhengyong al hablar del Pico Sisheng.

Cuánto dolor significó entender que amaba al mundo, a pesar de sus injusticias y sus vetas de maldad; cómo soportaste entender, Chu Wanning, que siempre deseaste salvarlo.

Aún desea hacerlo, aun protegido detrás de un velo, donde no pueda entregar tan fácilmente sus lágrimas, dónde éstas sólo le pertenezcan a Mo Ran.

Allí, de pie frente a la escalinata del Pico Sisheng. ¿Todavía quedan manchas de la sangre mezclada con las lágrimas y el dolor?

Han pasado las estaciones, y no ha sido tan valiente cómo para volver a aquel lugar desde que oyó que había sido destruido. Sabe que Xue Meng se volcó en su reconstrucción, intentando encontrar en ello el consuelo de la cordura que perdió al ver morir a sus padres, las noches que pasó velando sus cuerpos, el alcohol con el que ahogó las penas. Chu Wanning ha escuchado las historias que el líder de la Secta Sisheng ha intentado acallar con tanta fuerza al tiempo que Mei Hanxue, el menor, sonríe y le recuerda que aquel dolor no es algo por lo que deba avergonzarse, y Mei Hanxue, el mayor, vigila el semblante de Xue Meng, dispuesto a apaciguar cualquier rastro de tristeza.

En el pabellón principal del Pico Sisheng, se sorprende de ver a Xue Meng con un porte tan distinto al que suele tener a cuando va a visitarlo.

No había notado lo mucho que, en soledad, todavía se parece al discípulo que educó. Puede que el brillo de sus ojos se haya apaciguado tras casi apagarse, presa del dolor que lo inundó, resultado de la pérdida. Pero junto a Chu Wanning, aún es el discípulo nervioso que busca su aprobación.

Allí, en el corazón de su secta, es un hombre de rostro amable, tal como lo fue Xue Zhengyong y sus ojos son iguales a los de su padre. Nadie podrá decir que Xue Meng no es su hijo, si carga en él la misma mirada.

El abanico en sus manos, el hanfu color azul oscuro, los detalles de plumas de pavorreal en la caída de la túnica exterior. Xue-zunzhu, en todo su esplendor.

Chu Wanning se retira el sombrero, dejando que otros lo vean, mostrando el rostro escondido detrás del velo. En sus cartas, Xue Meng le dijo que Madame Wang había pedido que siempre, allí donde estuvieran los miembros de su secta, prestaran ayuda a Chu-zongshi y a Mo-zongshi, que nunca olvidaran que aquel seguía siendo tu hogar. «El Pabellón del loto rojo siempre tendrá tu nombre, Shizun», mencionó, cuando aún estaban reparando todo lo que se había roto entre ellos, «siempre que quieras volver», y Chu Wanning también atesoró aquella carta contra su corazón.

Xue Meng sonríe, al verlo frente a él.

—Xue-zunzhu.

Junta las manos y se inclina frente a él, presentándole sus respetos.

—Shizun —saluda.

En el fondo, una voz chillona y curiosa dice:

—¡Shizun también tiene un Shizun, mira!

Y Chu Wanning cree que podría morir de orgullo en ese momento; tan solo la mano de Mo Ran, que lo sostiene, evita que le fallen las fuerzas.


—Te ayudaré, Shizun.

Nadie lo ayudó en otra vida. Soportó la humillación de vestirse como novia él mismo; ignoró el velo deliberadamente, temiendo lo que dirían sobre él. Recordaba las palabras en su oído. «Todavía tengo a Xue Meng». Recuerda haber pedido a Mo Ran que tan sólo lo matara. Recuerda la crueldad y sus lágrimas, la incomprensión, el dolor en sus entrañas, los labios apretados. Aun cuando no sabía nada sobre la flor en aquellos momentos, recordaba la culpa que lo había embargado al mirar a Mo Ran a la cara. Quizá, si se entregaba, pensó, no tendría que sufrir nadie más. Entregó ya su núcleo espiritual, había pensado entonces, qué importaba si entregaba su ser y su cuerpo, si otros no sufrían. En aquella otra vida, Mo Ran tampoco quiso separarse de él.

Cuánto tiempo habían pasado pagando los sacrificios que habían elegido.

Ahora, Xue Meng extiende las prendas con cuidado, mirándolas un largo rato, del mismo modo que las observó cuando Chu Wanning se las enseñó la primera vez. Sospecha que apenas está terminando de hacer las paces con la imagen de Chu Wanning que se ha entregado a Mo Ran y agradece que el cariño siempre haya sido más grande que la confusión de los secretos tanto tiempo guardados. Chu Wanning sabe que Mo Ran le ha explicado todo con una sinceridad dolorosa, pero él no habla de aquel tema con Xue Meng. Todo está en el pasado y ellos han de cargar con el peso de sus elecciones.

—Mo Ran me gritó, ¿sabes, Shizun? Dice que él sabe peinarte mejor que cualquiera. —Xue Meng resopla—. No puede dejar de ser celoso por un momento. A veces me pregunto cómo lo soportas; es en verdad insoportable. Pero pensé que sería bueno para él no verte hasta que estés listo. Siempre me he preguntado cómo es cuando se derrite de amor. —Y ante ello sonríe de lado, definitivamente deseoso de ver a Mo Ran perder los estribos por amor; en el fondo, hay todavía una veta en el corazón de Xue-zunzhu que recuerda ser el niño mimado del pico Sisheng, un pedazo de él que es y siempre será el Querido de los cielos—. Cómo lo soportas, Shizun. Todos estos años, nunca ha dejado de comportarse como un perro.

Y Chu Wanning nunca responde, porque la respuesta es muy larga.

No sabe si empezó como una sonrisa desvergonzada de un joven que le dijo que su aspecto era gentil y por eso deseaba que fuera su Shizun o si empezó con el joven arrodillado afuera del Pabellón del Loto Rojo que salvaba a las lombrices de la tierra. La respuesta incluye todos los sacrificios, todas las lágrimas, los perdones y las disculpas, los pecados cometidos. Chu Wanning le rogó que despertara, incluso ante las puertas de la muerte, hasta que no hubo más elecciones que tomar y murió cubierto de sangre, entre sus brazos, rogándole que se perdonará a si mismo. No se trata de soportarlo, quiere decir, aunque sabe que Xue Meng entiende el amor profundo que le tiene y aquella es sólo una manera de expresarse; nunca se ha tratado de eso. Se trata del miedo con el que sus manos temblaron, sentado en el aire, cuando Mo Ran tomó su mano y le pidió que mirara a sus ojos.

«En ellos se encuentra la persona más hermosa del mundo».

Aun hoy, cuando se mira al espejo y ve las facciones afiladas, tan lejos de la belleza etérea que durante tantos años creyó que prefería Mo Ran, le cuesta no ahogarse en ellas palabras.

Está bien, Mo Ran, mientras tú lo creas, me esforzaré en creerlo contigo.

Las manos de Xue Meng, torpes y nerviosas, ajustan la faja sobre la túnica exterior roja y Chu Wanning no puede evitar apartar su mirada del espejo. Nadie le ayudó en otra vida. Él ajustó todo el traje de novia y se tragó sus lágrimas y las revistió de odio. En aquella otra vida, tan sólo pudo odiarlo. Parpadea con fuerza, alejando las lágrimas que siempre traen los recuerdos.

Xue Meng nota que algo ocurre.

—Me alegro por ti, Shizun. Me alegro de que Mo Ran sea tan honorable como para merecerte.

No es eso. No es eso, nunca ha sido eso.

Soy yo el que no lo merezco, quiere decir. Cómo va a merecer a alguien que cambió su corazón para que su Shizun no sufriera, cómo puede merecer a aquel joven que se arrodilló ante un Chu Wanning inconsciente y le rogó que lo matara cuando se lo llevara la maldad, cuando no quedara más que odio en su corazón. Dos vidas, Mo Ran. Estaré contigo mientras me lo permitas. Estaré a tu lado, seré tu esposa. Cómo podría alcanzar el amor capaz de hacer aquellos sacrificios, de soportar aquel dolor.

Al final, no puede evitar derramar una lágrima traidora.

Xue Meng, al verla, no dice nada, pero le extiende el pañuelo bordado con flores de haitang. Espera un momento, hasta que Chu Wanning la limpia con cuidado y, buscando no turbarlo, dice con delicadeza:

—Me alegraré por ti, Shizun, siempre que sea motivo de alegría para ti. Esta boda… Es un regalo. Cuando el mundo se volvió en tu contra, no pude acompañarte. En otra vida, creo que… creo que no pude salvarte. Cuando el mundo condenó a Mo Ran, no pude aliviar su dolor. No pude detener a aquellos que le hicieron daño. Tan solo puedo regalarte este momento.

Xue Meng nunca ha sido muy elocuente, así que Chu Wanning observa sus mejillas enrojecer y sus palabras turbarse; sin embargo, no se detiene, determinado a decirle todo aquello que se ha estado guardado.

—Alégrate, Shizun. El mundo se alegrará contigo.

Y, con sumo cuidado, peina sus cabellos hasta poner el un hermoso tocado decorado con más flores de haitang sobre ellos. Chu Wanning se mira al espejo.

En esta vida y en la anterior.

Su imagen de novia le parece todavía inadecuada, no es una joven hermosa, le cuesta ver la belleza que Mo Ran ve en sus ojos: sus rasgos son afilados, severos, poco gentiles, sus ojos miran demasiado directo, su ceño parece duro. No tiene más que la palabra de Mo Ran y el reflejo de sus ojos para creer en sus palabras. «Frente a mí está la persona más hermosa del mundo».

No tiene más que los recuerdos de otra vida, llenos de soledad, en los que Mo Ran lo encontró mirándose al espejo, con el semblante, débil y una tristeza que no tenía explicaciones y murmuró, con toda la crueldad que pudo encontrar dentro de sí: «¿Lista, Chu-fei? Después de la ceremonia, serás mía para siempre». No recuerda haber respondido, pero sí recuerda haberlo mirado con odio: lo único que fue capaz de sentir por él entonces, pues su corazón se había roto al mismo tiempo que su núcleo espiritual, presa de la desesperanza. Tan sólo alcanzó a ver una lágrima abandonar sus ojos antes de que Mo Ran lo cubriera con el velo.

Ahora, Xue Meng lo deja mirarse al espejo de cobre un momento, con el velo entre sus manos.

—¿Listo para ver a tu novio radiante, Shizun?

Chu Wanning sonríe gentil, con el corazón cálido y, por un segundo no le parece tan difícil creer en las palabras de Mo Ran cuando habla de su belleza. Te amo, en esta vida, estoy dispuesto a someterme a ti, a morir por ti y a casarme contigo.

—Sí.

El velo cubre su rostro y el mundo se tiñe del rojo de las novias.


Es cierto que los novios no recuerdan sus bodas con demasiada claridad. Chu Wanning siente que el mundo brilla al ver a Mo Ran y pensar en lo guapo que se ve con túnicas rojas. El atuendo es el mismo, aunque esta vez no lleva la corona de cuentas que portó como emperador en otra vida. Tampoco lleva cargando el rostro de los recuerdos olvidados y los sentimientos nublados; su sonrisa es amplia y franca y su mirada se queda danzando en torno a Chu Wanning demasiado tiempo, hasta que el oficiante carraspea y la ceremonia da inicio.

Más tarde, Chu Wanning lo recordará todo como un torbellino y nada tendrá sentido. Recordará la mano que le ofrece Mo Ran y con la que lo aferra antes de unir sus manos con listones rojos. La primera reverencia ante el cielo y la tierra, los ancestros. Chu Wanning no cree en los dioses, pero aún así alza la vista a lo alto, buscando a quienes le dieron vida al pedazo de madera que tantos años atrás Huaizi talló y alimentó con todos sus arrepentimientos y los convirtió en amor sin darse cuenta.

La segunda es a los padres y Mo Ran parpadea demasiado rápido para evitar las lágrimas. Chu Wanning agradece el velo que insistió en llevar. Ya no queda nadie. Huaizi murió creyendo que lo odiaba. Si estuviera vivo, ¿Chu Wanning hubiera deseado verlo ese día?, ¿dedicarle esa reverencia? La herida del corazón todavía arde a ratos, todavía se pregunta, en silencio, por qué tuvo que sufrirla de aquella manera, por qué la perdida de su infancia significó temer el amor y encerrar la gentileza.

Y sin embargo.

Nadie tiene idea de la crueldad que lo hizo tan gentil. Dos vidas, Mo Ran. En dos vidas, su corazón por fin ha vuelto a envolverse con la calidez del amor sin temerla. Dos vidas y en ninguna de ellas Huaizi está para presenciarlo. No está Duan Yihan, aunque su hijo sonríe al dedicarle una reverencia. No está Xue Zhengyong ni Madame Wang. Las ausencias lo sobrecogen, son grandes e irremplazables. De sus cuatro discípulos, sólo quedan dos. Siempre prefiere pensar que uno de los ausentes ya está muerto para no tener que enfrentarse a sus propios deseos vengativos. Ah, Shizun, cuánto crueldad ha costado entregarle la gentileza al mundo y el corazón a Mo Ran.

Y al final, el uno frente al otro.

Tres reverencias y sólo se tienen el uno al otro. Frente a ellos, yacen las ausencias que cultivó el largo camino que recorrieron. Dos vidas, uno frente a otro, tres reverencias.

—Mo Ran —llama.

El oficiante anuncia la tercera reverencia, felicitando a los Grandes Maestros por su matrimonio. Chu Wanning siente como tiemblan sus manos; qué torpe, piensa. Pero Mo Ran extiende una mano y la entrelaza con la suya. Dos manos, el listón rojo, los ojos de su novio intentando adivinar lo que se esconde detrás del velo, los labios de Chu Wanning en los que se asoma una sonrisa sutil.

—Te sostendré, Wanning.

¿Siempre has pronunciado mi nombre con esa gentileza, Mo Ran? ¿Se ocultó incluso cuando tu corazón me odio y tus manos fueron crueles conmigo? El tono estuvo escondido tantos años. Dos vidas, Mo Ran.

Chu Wanning se inclina ante él.

No importa, Mo Ran, en esta, igual que en la anterior, estaré contigo. Mi corazón siempre ha sido tuyo, puedes tomarlo entre tus dedos, alimentarte de él, estrujarlo hasta no poder más. Siempre que seas tú, te lo permitiré. En esta vida, sólo quiero estar a tu lado, disfrutar los días en Nanping. El mundo dará vueltas y cambiará, un día ya no seremos los mismos, pero, si me lo permites, Mo Ran, quiero cambiar a tu lado, que nuestros afectos se entrelacen y nos permitan cambiar en compañía. En esta vida, te entrego mi ser. Soy tuyo, Mo Ran. Seré tuyo. Esta luna y todas las siguientes.

Mo Ran también se inclina y así, tan sencillo, están casados.

El mundo estalla en felicidad, pero Chu Wanning ni puede oírlo. Sus ojos observan los dedos de Mo Ran, que levanta el velo para asomarse hasta su rostro. Chu Wanning alza la vista y se encuentra con los ojos de su esposo. En sus ojos, aún se refleja la persona más hermosa del mundo.

—Shizun. Wanning. —Junta su frente con la de Chu Wanning—. Está hecho.

Una vida, dos vidas. Tanta crueldad arrastraron para volver así de gentiles a sus corazones; dos rostros juntos, los ojos satisfechos de Mo Ran, el rubor en las mejillas de Chu Wanning. Quizá para los cielos piensen que no tiene vergüenza, pero nada de eso importa. Las lágrimas de dolor han quedado atrás y, aunque en el futuro las recuerden, podrán refugiarse en los brazos de aquel a quien aman. Chu Wanning pasó más de una vida amando en silencio, conteniendo sus lágrimas, pasó más de una vida reprochándose el odio, no pudo ser sincero sobre sus afectos. Ahora tan solo necesita extender la mano y entrelazar sus dedos a los de Mo Ran, pidiéndole qué lo sostengan.

Ya está. Los novios nunca recuerdan sus bodas, pero Chu Wanning será incapaz de olvidar esos ojos y esas manos. Cuando piense en su boda, pensará en Mo Ran.

Arte por @YukarietD


A veces piensa en Chu-fei. En lo mucho que odió aquel nombre, aquel modo de ser llamado. «La hermana Chu-fei», dijo Song Qintong, celosa y deseosa de conocerlo, sin saber quién se escondía bajo el velo que Mo Ran lo obligaba a llevar las veces que deseó pasearlo para que todos en las cercanías del palacio de Wushan se preguntaran quién era la silenciosa Chu-fei. «La hermana Chu-fei», dijo Song Qintong y le sacó las uñas, una a una, en la prisión de agua, sin saber quién era. «Chu-fei», dijo Hua Bi’nan, sin levantar sus ojos ni buscar su mirada, la noche de su boda. Sólo muchos años después recordó aquella mirada y no la entendió sino hasta otra vida. «Chu-fei», dijo Mo Ran, y le arrebató su noche de bodas, colocó un arete en su lóbulo, lo volvió prisionero de su propio placer. «Chu-fei», dijo Mo Ran y se lo quedó para sí en el frío de la nieve y se llevó consigo el placer y la paz que le daba tocar el guqin. «Chu-fei», dijo Mo Ran, y se tragó todo su odio y ambos se atragantaron con él.

Su alma está dentro de él. Tiene sus recuerdos y sus esperanzas. También tiene sus deseos.

¿No merece, en otra vida, reclamar para sí la noche de bodas?

No es muy diferente, aquello que le gusta a Mo-zongshi o a Taixan-jun. Pero antes sólo hubo odio donde ahora hay amor. Antes sólo hubo un agujero vacío en el corazón de Mo Ran y Chu Wanning no pudo hacer nada más que odiarlo con fuerza, sabiéndose observado. No merece acaso volver a tapar su rostro con el velo y ruborizarse, como si fuera aquella la primera vez que se casa, reclamar sus deseos.

Los cielos pensarán que no tiene vergüenza, el mundo de la cultivación eventualmente escuchará como Chu-zongshi usó un velo de novia el día de su boda y especulará por sus razones. Las historias correrán. Mo Ran y Chu Wanning, lo que hacen cuando nadie puede verlos, la desvergüenza, el pecado, la perfidia.

¿No tiene, acaso, derecho a disfrutar aquello que nunca fue?

Mo Ran es cuidadoso. Intenta serlo, aunque a su rostro se lo coma la impaciencia. No quiere repetir otra vida. Ya es un baile aprendido, pero ninguno de los dos quiere apresurarlo. La ropa se desliza por su piel con delicadeza y el pabellón del loto rojo queda regado de prendas de boda. El sol ha dado tantas vueltas y de repente ya nada importa. Todos los años anteriores se desdibujan en ese momento en el que Mo Ran extiende sus manos buscando quitarle el velo y Chu Wanning lo aferra, sabiéndose ruborizado.

Chu-fei lo deseó, quiere decirle, yo lo deseo. Deja que el cielo me regrese todos los anhelos que me quitó el destino.

—Wanning, baobei, permíteme ver tu rostro.

—Mo Ran…

«Desvergonzado». Y Mo Ran sonreirá y dirá, «sí, Shizun». Acaso, Mo Ran, contarán los poetas la ternura escondida en las pequeñas rutinas de nuestro amor.

—Déjame ver tu rostro.

—No soy… No soy una novia como la de los poemas —musita Chu Wanning—, permíteme…

—No desearía una novia así. Siempre te he deseado a ti, Shizun. Si vez en mis ojos, lo sabrás.

Es difícil borrar todas las vetas de inseguridad, todo el nerviosismo. El velo sigue siendo un refugio. Debajo de él, puede pretender esconderse. Una vida, dos vidas. Mo Ran las conoce con la palma de su mano y aun así lo busca con insistencia, sabiendo exactamente donde lo va a encontrar.

Mo Ran levanta el velo de nuevo y con su mano lo hace alzar la barbilla.

—En esta vida, juré que me pertenecerías, Shizun. Juré entregarme a ti; dime lo que deseas.

Chu Wanning sólo puede enrojecer. Mo Ran siempre ha sido tan desvergonzado, en su piel se esconde el pecado y el pecado siempre ha tenido la forma de su Shizun. Pero Chu Wanning no puede confesarse, no de aquella manera. No cuando Mo Ran respira tan cerca de él y su mente sólo puede pensar en quedarse con el placer que una vida atrás le fue arrebatado. Es suyo. Lo merece, y duele tanto saberse merecedor de aquel cariño y de aquellos roces y de las manos de Mo Ran recorriendo su cuerpo, que se aferrará a él tanto como pueda. Por sí mismo, por su otra vida, por aquel que fue Chu-fei y por aquel que es hoy. Toda la felicidad que le quitaron, toda la que hoy puede alcanzar y aferrar con el puño.

Sólo puede ofrecerle sus muñecas juntas, esperando a Jiangui.

Con la rama de sauce enredándose en su piel, no puede mentirle, no puede huir. Soy tuyo, dice, con las muñecas extendidas y el velo levantado.

Es una imagen hermosa que tan sólo le pertenece a Mo Ran. Chu Wanning, Yuheng del Cielo Nocturno, qué criatura tan hermosa. Los cuenteros nunca sabrán como permites que Mo Ran decore tu piel con su arma sagrada y pregunte en tu oído: «¿Te gusta, Wanning?». No contarán que tan sólo puedes decir «sí» ahogando un gemido, apretando tus labios.

Eso se quedará para siempre en el Pabellón del Loto Rojo en el Pico Sisheng y en una vieja cabaña en Nanping, entre Mo Ran y tú. Nadie más lo sabrá. Sólo a quien a quien perteneces.

«Sí», dirás. «Por favor».

Y Mo Ran sonreirá, gentil. «Eres mío, Shizun».

Soy tuyo, soy tuyo, soy tuyo.

Un velo de novia quedará para siempre colgando de una de las ventanas del Pabellón del Loto Rojo. Una vida, dos vidas, sin arrepentimientos, son tuyas, Mo Ran.

Notes:

Este fic pequeñito que escribí para el cumpleaños de Chu Wanning le pertenece sólo a él. Es Chu Wanning centric de una manera desvergonzada, es un montón de metas que se me han ocurrido sobre él volcados en la historia de un velo de novia siguiendo de manera un poco libre el audio drama extra de la boda de los ranwanes (vayan a escucharlo si no lo conocen) y aquello que pasa en el canon. Es sobre Chu Wanning, Nanping, su relación con Xue Meng y su amor por Mo Ran. Es para él, es su cumpleaños, después de todo, y se trata sobre cómo va tomando la felicidad que está a su alcance, sus deseos, el placer, cómo incluso aunque el pasado nuble el panorama, tiene en quien refugiarse.

Quizá se dieron cuenta que no seguí el calendario de Mo-zongshi y Taixan-jun y es porque me gusta que sea una cosa más libre JAJAJA, perdón Meatbun, quería hacerlo como se me daba la gana. Aproveché que sólo está en los extras y siempre tengo un poco más de libertinaje con el canon de los extras (aunque lo tomé en cuenta, de todos modos).

Otra cosa importante que resaltar es la canción que usé como epígrafe. Obviamente considerando que este es un character study de Chu Wanning, habla de él. Sin embargo, también refleja muy bien a la mayoría de los personajes que tienen papeles relevantes en el libro: Mo Ran, Xue Yang, Shi Mei o Ye Wangxi. Si pueden escúchenla.

Hay un detalle: el mundo sólo conoce la existencia de Mo-zongshi y Taixan-jun les parece simplemente un Mo-zongshi demasiado excéntrico así que cuando Chu Wanning se pregunta qué pensarán cuando vean con que ojos lo miran, la narración usa la manera en la que el mundo se refiere a Mo Ran: Mo-zongshi.

Muchas gracias por leerme. Sí, tengo más planes en este fandom. Serán los primeros en saberlo.

Me encuentran en NeaPoulain. Si les gusta el danmei háganme la plática.

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