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Language:
Español
Stats:
Published:
2021-08-23
Completed:
2024-06-10
Words:
123,631
Chapters:
27/27
Comments:
262
Kudos:
882
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25
Hits:
23,780

Caleidoscopio

Summary:

Compilación de one-shots Serquel basados tanto en escenas incompletas de la serie como ideas propias.

Notes:

Antes que nada... perdón si el título os hizo pensar que era una historia nueva. Se trata de los Serquel One-shots que tenía en Wattpad pero me apetecía darle un titulo más original :).

Chapter 1: Sidra

Chapter Text

1. SIDRA

—Ya sé que le dije que estaba en paro pero, es que esto de la sidra no es un trabajo como tal, es-es... es meramente un proyecto. No sé si va a salir bien o va a salir mal. Y, sinceramente, no-no... no sé qué es lo que está pasando. No sé si su compañero vio algo ilegal o... —Se dirigió con paso ligero hacia las literas—. Bien es verdad que hay algunas noches en las que duermo aquí. En las literas. Y no tengo todavía la cédula de habitabilidad y... No sé si es eso lo que vio o que necesito pasar algún tipo de inspección. Es que no lo sé, no... 

Raquel desvió la mirada, incómoda. Todo apuntaba a que había vuelto a meter la pata con aquel hombre, pero aún se negaba a aceptarlo. Ángel jamás inventaría algo así porque sí; algo debió ver que a ella se le estaba escapando.

Sus ojos recayeron en un depósito blanco que descansaba sobre un barril y recordó las palabras de su amigo. Volvió a mirarle con el mentón elevado. 

—La sidra. ¿Puedo probar la sidra? —Sergio, ligeramente cabizbajo, dudó unos segundos antes de asentir. 

—Claro. Claro...

Raquel siguió sus pasos hasta el barril con el ceño aún fruncido, manteniendo su papel de policía a pesar de que las dudas comenzaban a resquebrajar la teoría de su amigo. 

Sergio abrió el grifo hasta llenar parte del vaso y se lo entregó a la inspectora. Ella lo acercó a sus labios, y cuando el líquido rozó sus labios, no le quedó más remedio que admitir su grave error a través de un suspiro. Dejó el vaso sobre la mesa, cabizbaja y avergonzada.

—Lo siento, Salva —murmuró a la vez que agarraba su bolso para guardar la pistola.

Echó un vistazo alrededor una vez más, abochornada.

—Este sitio es maravilloso. —Dejó escapar una risa incómoda—. Me siento muy abochornada por... por haberle enseñado la pistola para... para obligarle a traerme hasta aquí, la verdad. Hubiera preferido enseñarle otra cosa.

Sergio exhaló una risa de incredulidad.

—Quiero decir, otra cosa como dice usted,  lo de "instinto básico".  Me sentiría mucho menos ridícula y avergonzada de lo que estoy ahora.

Caminó hacia el lado opuesto del garaje, con ambas manos en sus caderas y recorriendo cada rincón también con la mirada. ¿Cómo pudo Ángel mentirle sobre aquel lugar? pensó mientras pasaba una de sus manos por su rostro.

—Y pensar que casi le mando a mi exmarido... —confesó, girándose hacia él.

—¿A su exmarido?

—Sí, sé que es un puto desgraciado, pero es el mejor de toda la policía científica. Porque claro, como me habían descrito esto como si fuese un laboratorio de drogas. —Rio a mitad de palabra, acercándose a él. Era tan absurdo que solo podía reír ante aquella situación.

—¿Drogas? —Rio él con timidez. 

—Sí. Vamos, que casi... —Volvió a reír, levantando la mirada hacia sus ojos. Estaban a tan solo un palmo de distancia—. Casi meto la pata aún más. —Rieron juntos, pero la intensidad que adquirieron sus miradas puso fin a las risas en menos de un segundo. 

Mientras su mirada se perdía entre sus ojos castaños y sus apetecibles labios, Sergio
recordó lo que había escuchado a través del micrófono escondido en las gafas de Ángel, y se sintió inusualmente seguro teniéndola tan cerca. Pero decidió no aprovecharse de aquel conocimiento. Si algo fuese a pasar, debía ser ella la que diera el primer paso.

Raquel le sostuvo la mirada mientras por su mente volvían a pasar las palabras de su madre. También pensó en la pregunta de su amigo y en sus celos inexcusables. Y en el tiempo que llevaba sin probar unos labios nuevos.

Sus ojos descendieron a sus labios, enmarcados en una barba oscura que le resultaba extremadamente sexy, y la curiosidad le pudo. 

Cuando volvió a mirarle a los ojos, no se lo pensó dos veces. Estiró el cuello hasta unir sus labios a los de él. No fue más allá de un suave roce, pero cuando lo sintió tragar contra sus labios, un cosquilleo de anticipación le atravesó el estómago. Y no quiso conformarse con un simple pico.

Retrocedió para asegurarse de que no había vuelto a dar un paso en falso, pues Sergio había permanecido quieto los segundos que sus labios habían estado en contacto. Pero su forma de mirarla despejó todas sus dudas.

Regresó a sus labios con decisión, y sintió que perdía fuerza en las rodillas cuando él atrapó su labio inferior entre los suyos y sus manos volaban a su cara para sujetarla y dirigir el beso. Sus propias manos siguieron el mismo camino y se aferraron a su cuello, dejándose llevar por aquel beso arrollador. Sin embargo, los eventos de aquel día se proyectaron en su mente de nuevo, y no quiso que aquello fuese a más sin ofrecerle a aquel pobre hombre la disculpa que se merecía.

Rompió el beso y le miró a los ojos, apartando las manos de su cuerpo.

—Quiero que sepa que no voy a volver a sacar la pistola nunca más. ¿Sí? 

Le tomó unos segundos procesar las palabras de la inspectora, pues el roce de sus labios le había nublado la mente hasta el punto de olvidarse de cómo habían llegado hasta allí.

—Bien —murmuró él. 

Retomaron el beso a la vez. Raquel se estremeció al sentir la humedad de sus labios y la decisión con la que sus manos la habían agarrado de la cintura. Ella se aferró a su cuello, tomando el dominio del beso unos instantes antes de volver a apartarse.

—...Ni a cachearle, ni a dudar más de usted —continuó.

Sergio sacudió la cabeza, quitándole importancia a todo aquello.

—Bien, bien —murmuró antes de asaltar de nuevo sus labios.

Aire quedó atrapado en la garganta de Raquel, quien emitió un suave gruñido de sorpresa cuando la agarró de la cintura y la pegó a su cuerpo con ímpetu.

—De ti —balbuceó aún en sus labios, apartándose por tercera vez.

Rio ante lo absurdo que resultaba estar tratando de usted a alguien que le estaba besando de aquella manera tan poco formal.

—De ti. De ti. De ti —repitió a través de una sonrisa. Sergio asintió—. Que ya va siendo hora de dejar de tratarnos de usted, ¿no crees? —añadió entre risas.

Estaban tan cerca que el aire que producía al reír le acariciaba los labios, y solo pudo pensar en besarla otra vez. Pero Raquel le miraba, expectante. 

—Yo creo que es momento de tutearnos, sí —respondió al mismo tiempo que agarraba los bordes de su propia chaqueta para quitársela.

La dejó caer al suelo, observando cómo Raquel hacía lo mismo con la suya un segundo después mientras susurraba un sí.

—Yo creo que sí —añadió él en un susurró que le recorrió el cuerpo.

Esta vez fue ella la que se abalanzó sobre sus labios, rodeando su cuello con ambos brazos mientras él empujaba sus labios buscando acceso a su boca.

Sintió su mano izquierda descender por su espalda mientras la derecha acudía a ayudarla con la corbata. Tiró de esta una vez aflojaron el nudo y la lanzó hacia atrás mientras Sergio -Salva en su mente- deshacía los tres botones superiores de su camisa. Sus manos se enredaron con las de él cuando intentó acelerar el proceso. Se apartaron para coger aire. 

Retomando el beso con urgencia, Sergio se agachó y deslizó un brazo bajo sus glúteos para levantarla del suelo. Caminó de espaldas hacia el sofá, sin perder el contacto con su boca. Estuvo a punto de tropezar con la mesita que había a un lado de este; nunca pensó que llegaría a necesitar aquel garaje que había alquilado como plan B en caso de emergencia, y no había tenido tiempo de memorizar su distribución el breve rato que había pasado allí limpiando unas horas atrás.

La dejó en el suelo cuando sus gemelos chocaron con la esquina del sofá, haciéndole perder el equilibrio levemente. Raquel abrió los ojos al sentir que sus labios se escurrían de entre los suyos. Se miraron en silencio, sin poder hablar a causa de las respiraciones agitadas que se habían provocado mutuamente. 

Durante aquellos segundos de tregua, Sergio no pudo evitar dirigir la mirada hacia su escote, que desde aquel ángulo tan cerrado le permitía ver la forma de sus pechos y las diversas pecas que decoraban su piel; se humedeció los labios de manera inconsciente. Había estudiado a aquella mujer a fondo, durante meses, siempre desde el más estricto respeto, pero ahora que la había besado y la tenía a escasos centímetros, respirando sus exhalaciones, solo pudo pensar en cómo sería perderse entre sus piernas una y otra vez hasta quedarse sin fuerzas. 

Aquel pensamiento le sorprendió. No se consideraba una persona asexual, pero hacía tiempo que el sexo había dejando de interesarle, probablemente porque las escasas experiencias que había tenido nunca habían llegado a alcanzar sus expectativas. Sin embargo, aquella mujer había despertado su sed de manera repentina, en mitad de un atraco, y no lograba entender cómo, ni cuándo, ni por qué. Su única certeza era que todo lo que estaba sintiendo comenzaba a acumularse en una parte muy particular de su cuerpo. 

Raquel notó su debate interno, y antes de que cualquier duda pudiese frustrar la noche, agarró el borde de su blusa con determinación, la sacó por encima de su cabeza, y la dejó caer al suelo bajo la atenta mirada de Sergio. Este contuvo la respiración; ver su torso únicamente cubierto por un sujetador de color gris provocó un cortocircuito en su parte racional, que luchaba por convencerle de que aquello no estaba bien, que no debía aprovecharse de las circunstancias. 

Sin pronunciar una sola palabra, Raquel llevó su mano derecha a la nuca de él, dejando que sus dedos se perdieran entre sus gruesos cabellos, y se deshizo del poco espacio que quedaba entre sus cuerpos. Hacía tiempo que no conectaba con alguien de esa manera, y nunca en tan corto tiempo, y aunque era una locura que jamás pensó que llevaría a cabo con un extraño, se moría de ganas de comprobar si aquella conexión también existía en el sexo.

Levantó la cabeza y le miró a los ojos con una mezcla de seriedad y lujuria, acariciando su nariz con la punta de la suya. Aquella provocación terminó acallando la poca conciencia que le quedaba a Sergio, quien decidió lidiar con las consecuencias más tarde.

Se abalanzó sobre la boca de la inspectora a la vez que esta terminaba de abrir su camisa a toda velocidad. Tan pronto como deshizo el último botón y empujó la camisa hacia los lados con energía, los brazos de Sergio regresaron alrededor de su cintura, ahora desnuda.

Sergio se estremeció al sentir la suave piel de aquella mujer, y no pudo dejar de recorrerla con ambas manos mientras sus bocas se buscaban con las mismas ganas del principio. La llevó consigo hasta que quedaron tumbados en aquel ruidoso sofá de cuero falso que había comprado en una tienda de segunda mano. 

Raquel gruñó a mitad de beso cuando su estrecha falda le impidió moverse con soltura sobre su cuerpo, y tuvo que conformarse con abrazar una de sus piernas entre las suyas.

Deslizó la palma de su mano a lo largo de su torso cubierto de una irregular capa de vello, y sonrió al notar que los músculos de su abdomen se contraían al llegar a su ombligo. Sergio le mordió el labio inferior como respuesta, y ella contraatacó profundizando el beso. Gimieron a la vez cuando sus lenguas danzaron sin dificultad, como si se reconociesen de otra vida. 

Continuaron saboreándose varios minutos, hasta que la necesidad de oxígeno les obligó a buscar una ruta alternativa. Sergio adhirió su boca semiabierta al cuello de ella, mientras que Raquel paseaba sus manos por la frondosa cabellera de él, respirando pesadamente ante el placer de sentir sus labios húmedos absorbiendo su piel. Pero su mente se distrajo cuando se percató de que las manos de Sergio, cada vez que descendían por su espalda, se desviaban hacia sus caderas en vez de seguir hacia abajo, como con miedo a tocar algo prohibido. Frunció el ceño cuando aquel gesto casto se volvió a repetir.

—Salva... —murmuró a la vez que apoyaba una de sus manos en el sofá para poder incorporarse un poco y mirarle a los ojos.

Sergio liberó su piel y le miró, expectante.

—Ya sé que te he apuntado con un arma cargada pero... te prometo que no muerdo —dijo señalando con un movimiento de cabeza a la mano que tenía posada en su cadera—. Puedes tocarme el culo si te apetece, no me voy a asustar —susurró riendo levemente. 

Sergio se echó a reír, agachando la mirada al sentir que se sonrojaba. Volvió a mirarla a través de sus ojos rasgados y se relamió los labios, apretando sus caderas con los dedos.

—Es que resultas un poco intimidante —susurró en un tono desenfadado.

Raquel ladeó la cabeza, sonriendo—. ¿Ah sí?

Sergio asintió, levantando la cabeza para besar sus labios brevemente—. Aunque lo cierto es que... —Carraspeó mientras recolocaba su cabeza sobre la manta doblada que había en el sofá—. Me pareces una mujer muy interesante y... no me gustaría pasarme de la raya contigo. No quiero cometer un error y que te alejes de mí antes de tiempo —confesó; aunque sabía que ella no entendería -aún- el verdadero significado de sus palabras. 

Era muy consciente de que, en el mejor de los casos, en unos días desaparecería de su vida sin dejar rastro y ella nunca sabría que la había engañado. Pero, dada su enorme inteligencia, era mucho más probable que en algún momento descubriese su verdadera identidad, destapando así las mentiras con las que había logrado manipularla a beneficio del atraco. Se preguntó si ella se arrepentiría de aquella noche una vez supiese la verdad. 

Ajena a sus pensamientos, Raquel se mordió el labio inferior y se deslizó sobre su pecho hasta que sus ojos estuvieron a la misma altura.

—Entonces es que no he dejado claras mis intenciones como yo pensaba... —inició con voz sensual; algunos de sus mechones castaños se escurrieron de sus hombros y rozaron las mejillas de Sergio, provocándole cosquillas. Pero él no se atrevió a retirarlo, prefirió dejarse comer por aquella mirada intensa—...Porque yo sí quiero que te pases de la raya —susurró la última frase cerca de su boca.

Sergio tragó saliva, tremendamente excitado con aquel comentario de la inspectora y su manera tan sensual de darle forma a las palabras. 

Para asegurarse de que no quedaba la mínima duda, Raquel se puso en pie y bajó la cremallera lateral de su falda de cuero a la vez que se mordía el labio. Sergio aprovechó aquel distanciamiento para quitarse del todo la camisa, pues le estaba asfixiando de calor. Sentado con la espalda apoyada en el respaldo del sofá, observó cómo la inspectora agarraba con ambas manos la rígida tela de su falda y la bajaba por sus piernas hasta dejarla arrugada alrededor de sus tobillos.

La miró de arriba abajo, hipnotizado por su imponente figura en ropa interior, y una pulsación bajo la tela de su pantalón le confirmó que jamás había deseado tanto a una mujer. O al menos no lo recordaba. 

Libre de restricciones, Raquel se quitó los zapatos y dio un paso al frente, separando sus piernas lo suficiente para arrodillarse sobre su regazo. Le miró fijamente a los ojos, dispuesta a todo con aquel hombre.

—Cruza la raya, písala, bórrala, haz lo que te dé la gana con ella —susurró mientras apoyaba las manos en sus hombros.

Sergio colocó las suyas en su cintura, mudo e incapaz de desviar los ojos de su mirada provocativa.

—O me encargaré yo de hacerlo —murmuró al mismo tiempo que agarraba una de sus muñecas para conducir su mano hacia su trasero.

Abrió la boca al sentir la calidez de su palma contra su piel, y Sergio sonrió, recuperando la seguridad que su conciencia le había robado.

—No hay nada que desee más en estos momentos —murmuró de vuelta a la vez llevaba su otra mano hacia la nuca de Raquel y la empujaba hacia su boca, pero ella frenó a escasos milímetros de sus labios, colocando ambas manos en su pecho. 

—Pues entonces demuéstramelo, ¿no? —dijo de manera sensual un segundo antes de que Sergio se lanzase a aprisionar sus labios de nuevo. 

Raquel emitió un gemido de aprobación cuando sus dedos reptaron bajo su culotte negro y apretaron su nalga derecha con fuerza. La sentó sobre su regazo y la atrajo aún más hacia su cuerpo, profundizando el beso hasta casi ahogarse en ella. Raquel, por inercia, separó aún más las piernas y gimió al sentir su abultada entrepierna contra su pubis. Sergio la incitó a moverse, empujando sus caderas con la palma de su mano y Raquel no pudo resistirse a aquella placentera fricción que generaban sus cuerpos. 

Dejó que guiara sus movimientos unos instantes, encantada con la forma en que la  mano de aquel hombre se amoldaba a su nalga y cómo la apretaba cada vez que se movía hacia el frente mientras su otra mano la mantenía pegada a su boca, agarrándola de la nuca. 

El placer fue aumentando con cada roce, y se vio obligada a romper el beso unos instantes para aspirar una bocanada de aire o entraría en combustión allí mismo. Sonrió al ver la mirada extasiada de Sergio, y no dejó de mover las caderas un solo segundo mientras le miraba a los ojos, pero aquella fricción pronto le supo a poco.

Sergio siguió la dirección de sus manos cuando la inspectora se abrió paso entre sus cuerpos y desabrochó su cinturón con agilidad. El botón y la cremallera de su pantalón le siguieron inmediatamente después. Contagiado de su prisa, presionó su propia espalda contra el respaldo del sofá y elevó las caderas a la vez que tiraba del pantalón hacia el suelo, quedando este arrugado a la altura de sus espinillas, ya que aún tenía los zapatos puestos y tampoco estaba por la labor de pedirle a Raquel que se apartase para poder quitárselo. 

Esta retomó el vaivén de sus caderas tan pronto como la prenda desapareció, sintiendo con más precisión su erección, y se estremeció al escucharle exhalar un "ah" de absoluto placer. Agarró su mandíbula con una mano y mordió su labio inferior de manera provocativa antes abrirse paso a su boca.

Completamente a merced de aquellos labios, Sergio abandonó la nuca de la inspectora y descendió por su columna vertebral hasta alcanzar el broche de su sujetador; necesitaba con urgencia sentir su piel contra la suya sin ropa de por medio. Lo pellizcó un par de veces, intentando abrirlo a ciegas, pero aquel invento del diablo no quiso colaborar. Raquel rio en sus labios mientras llevaba ambas manos hacia el centro de su propia espalda y deshacía con soltura el broche de su sujetador. Frenó el beso lo suficiente para sacarlo de sus brazos y lanzarlo al suelo. 

Sergio esquivó los labios de Raquel cuando esta pretendió retomar el beso, pero esta no tuvo tiempo para protestar, pues de repente la boca de Sergio se adhirió a su pecho izquierdo, tomándola por sorpresa. Dejó caer su mandíbula, emitiendo un gemido silencioso cuando sintió su lengua húmeda juguetear con su pezón en el interior de su boca. 

Ancló una de sus manos a su cuello para no caer hacia atrás con el ímpetu de su boca, y él la sujetó con firmeza situando ambas manos en la parte baja de su espalda. Se mordió el labio para no gritar algo inapropiado, pero un gruñido de placer escapó de su boca cuando este soltó su pecho en mitad de una succión, causando un erótico sonido que le recorrió la espalda. 

Sergio buscó sus ojos y sonrió antes de provocarla de nuevo rozando su pezón erecto con la punta de su lengua. Después se desvió hacia su otro pecho, besando con cariño los lunares que encontraba por el camino. Tras dedicarle la misma atención a su otro pecho, Sergio levantó la mirada, observándola con absoluta devoción mientras recuperaba la normalidad de su respiración.

—Eres espectacular —murmuró con total sinceridad.

Nunca le había resultado fácil hablar con mujeres en un ámbito no profesional, y mucho menos halagarlas dentro o fuera del sexo. Pero con ella le salió natural, sin esfuerzo.

Raquel echó la cabeza hacia atrás, riendo—. La dopamina ha empezado a hacer efecto por lo que veo... —bromeó, ladeando la cabeza.

Pero él no rio, mantuvo esa mirada seria e intensa que le puso el corazón a mil.

—Lo digo en serio.

Raquel respiró de manera pesada, sin saber qué contestar a tal halago en un momento tan intimo. Así que decidió contestar con sus labios. 

Empujó sus hombros hasta que su espalda chocó de nuevo con el respaldo del sofá y abordó su boca con desesperación, como si fuese él su fuente de oxígeno en vez del aire. Le acarició a través de la tela de sus calzoncillos mientras él manoseaba sus nalgas entre gruñidos ahogados de excitación. En pleno delirio de besos húmedos y manos invasoras, Sergio decidió que esa noche haría todo lo posible para compensarla por todas las trabas que le había puesto y pondría en el camino. Se merecía al menos un buen polvo que recordar entre tanto revés.

Poco a poco sus mentes se fueron vaciando, y ellos se mordieron, se tocaron, se rozaron repetidamente, hasta que el calor se hizo insoportable. Raquel exhaló pesadamente, abandonando sus labios.

—¿Tienes preservativos? —preguntó con la respiración entrecortada.

A Sergio le tomó unos segundo activar de nuevo su mente—. Eh... sí. Sí, sí.

—¿Dónde están? —preguntó colocando una mano sobre su esternón cuando vio que iba a levantarse.

Sergio señaló hacia un lateral del garaje—. En la mesita, junto a las literas.

Raquel le guiñó un ojo antes de levantarse de su regazo y caminar hacia donde le había indicado. 

Sergio aprovechó para quitarse los zapatos y sacarse el pantalón. Suspiró mientras la seguía con los ojos. Le costó creer que aquello estuviese pasando de verdad; en todos aquellos años de preparación había pensando en todos y cada uno de los posibles contratiempos que podrían surgir durante el atraco. Sin embargo, nunca anticipó que la inspectora al mando pudiese moverle las piezas de aquella manera. Y mucho menos que abandonaría la sala de control durante varias horas para complacer una urgencia sexual que llevaba años sin experimentar.

Tragó con fuerza, pensando en aquellos monitores que nadie estaba vigilando, y pidió mentalmente que todo estuviese tranquilo, porque no sabría cómo explicarles a sus compañeros que se había saltado sus propias normas sin una razón de peso con la que justificarse.

Observó cómo Raquel abría varios cajones hasta dar con la caja de condones que había comprado aquella misma tarde en un golpe de optimismo tras escuchar aquella conversación entre Ángel y ella. La había abierto aposta y sacado algunos condones para que Raquel no pensara que su vida sexual era tan penosa como en realidad era. Sonrió internamente cuando la vio comprobar la fecha antes de regresar al sofá con el pequeño paquete entre sus dedos. 

Lo dejó a un lado del sofá mientras se disponía a sentarse sobre sus piernas de nuevo, pero Sergio la frenó antes de lograr su cometido. Se quitó las gafas y las dejó sobre el tablero de ajedrez que tenía a su alcance. Raquel permaneció de pie entre sus piernas, mirándole con una ceja arqueada. Entonces Sergio se arrimó al borde del sofá, y mirándola desde abajo con absoluto deseo, introdujo sus pulgares por los laterales de la goma de su ropa interior a la vez que sus dientes inferiores raspaban la parte baja de su vientre en dirección a su ombligo. Arrastró la prenda a lo largo de sus muslos mientras besaba y mordisqueaba con delicadeza su abdomen; aquello le erizó la piel, y volvió a desear con urgencia sentirlo entre las piernas, de la manera que fuese.

Raquel exhaló, deslizando una mano entre sus mechones y él soltó la prenda a la altura de sus rodillas, dejando que esta cayera a sus pies. Humedeciendo sus labios, la miró una vez más mientras plantaba besos casi imperceptibles en su bajo vientre, unos besos que, junto al roce de su barba, la estaban volviendo loca de deseo. Entonces Sergio rompió el contacto visual y comenzó a descender desde su ombligo, dibujando una línea invisible con la punta de su nariz. Raquel se estremeció al sentirlo inspirar a la altura de su pubis, cubierto de una fina capa de vello, al mismo tiempo que una de sus manos ascendía lentamente por el interior de sus muslos. Cerró los ojos y apretó sus mechones entre sus dedos, sintiendo que iba a perder la decencia si continuaba tentándola de esa manera.

Y entonces aspiró una bocanada de aire cuando de repente sintió su lengua entre sus piernas, lamiendo su sexo de abajo arriba. El roce fue casi inapreciable al principio; quería provocarla. Su mano continuó subiendo por su muslo desnudo, y cuando el lateral de esta rozó sus labios al terminar el ascenso, una descarga de placer la dejó temblando y pidiendo más de aquel contacto.

Sergio levantó la mirada mientras deslizaba su mano por su sexo y separaba sus labios con dos dedos, impregnándose de su humedad a la vez que su lengua seguía explorándola por primera vez. Aumentando la presión de sus labios contra su piel, introdujo un dedo despacio, prestando atención a sus reacciones, y después añadió un segundo cuando ella le dio permiso asintiendo antes de cerrar los ojos.

Observó hipnotizado cómo sus párpados temblaban cada vez que rozaba una zona concreta y cómo sus dientes se clavaban con fuerza bajo su labio inferior cada vez que sus dedos mojados entraban y salían de su cuerpo; sus mejillas adquirieron un tono rojizo y pensó que nunca había visto algo tan sexy en toda su vida. Estuvo a punto de quedarse sin aliento cuando Raquel abrió los ojos y le sonrió sin dejar de morderse el labio. 

Arrastrada por la impaciencia, apoyó su pie derecho en el borde del sofá y arqueó la espalda hacia su boca, facilitándole el acceso a su centro. Sergio tomó aquel gesto como una petición para que aumentara la intensidad, y así hizo. La garganta de Raquel vibró con cada gemido que conseguía provocarle con los movimientos de su lengua en sincronía con sus dedos, y en pocos segundos se encontró en aquel punto sin retorno. Tragó con fuerza, sintiendo que sus piernas comenzaban a flaquear, por lo que buscó apoyo clavando los dedos en sus hombros. 

Consciente del esfuerzo que estaba haciendo para mantenerse en pie, Sergio dejó de estimularla con los dedos y la sujetó con firmeza de las caderas, aumentando la presión de su lengua sobre su clítoris para empujarla hacia el climax. Raquel movió su pelvis contra su boca a la vez que tiraba de su pelo, dirigiéndole al punto exacto que la desharía, y en menos de un segundo su cuerpo dio una sacudida, sus músculos internos se contrajeron y un fuerte gemido escapó de lo más profundo de su garganta.

Sergio se apartó, y temió correrse ante aquel espectáculo sensorial. Respiró hondo en un intento de retomar el control y Raquel se encorvó sobre él, sin fuerzas y aturdida por las olas de placer que aún se extendían por su cuerpo. 

Sergio se limpió la barba y la agarró de la cintura para sentarla sobre su regazo. La rodeó con los brazos y ella se abrazó a su torso en silencio mientras su cuerpo volvía a la normalidad tras haber experimentado el primer orgasmo en mucho tiempo. Cuando por fin pudo respirar con normalidad, Raquel se echó para atrás en busca de sus ojos. Le sonrió.

—Tengo que decir que... ya solo por esto ha merecido la pena traerte hasta aquí a punta de pistola —bromeó, acariciando su nuca con sus dedos.

Sergio se echó a reír, dejándola embobada de nuevo. 

—Estoy completamente de acuerdo —murmuró observando cómo la mirada de Raquel se perdía en dirección a sus labios.

Se aproximó a estos y los beso con una delicadeza que le puso la piel de gallina. Él acarició su espalda desnuda, ligeramente húmeda por el sudor, y recogió su larga cabellera en un puño mientras saboreaba aquellos labios a los que comenzaba a hacerse adicto. Tras unos segundos, Raquel abandonó su boca y continuó por su barba hacia su cuello mientras una de sus manos levantaba la goma de sus calzoncillos. Contuvo la respiración cuando sintió su mano bajo su ropa interior, la única barrera que quedaba entre sus cuerpos.

—Continuamos... ¿no? —insinuó en su oído, acariciando su demandante erección.

Tragó saliva—. Me parece... una muy buena idea. Sí.

Raquel le sonrió, agarrando el borde de sus calzoncillos. Sin dilación, Sergio elevó las caderas a la vez que ella los empujaba hacia fuera. Sus piernas hicieron el resto del trabajo. 

Volvieron a besarse sin prisa. Sergio acarició la suave piel de sus muslos mientras ella palpaba los músculos de sus pectorales, descendiendo poco a poco por su abdomen hasta rozar su vello púbico con la yema de sus dedos, acelerando sus latidos con anticipación. 

Sus labios se olvidaron de besar cuando Raquel cerró su mano alrededor de su pene y comenzó a experimentar con diferentes movimientos. Sergio gimió contra sus labios cuando ejerció presión en su base y ascendió haciendo un giro con la muñeca hasta rozar el glande con su pulgar. Raquel sonrió, satisfecha con su reacción, y volvió a repetir la maniobra un par de veces antes de cambiar de estrategia. Sergio suspiró, olvidándose de cómo funcionaba su cuerpo, y solo pudo centrarse en el placer que le estaba proporcionando aquella mujer.

—Joder —masculló entre dientes, a punto sucumbir a la maestría de sus manos. Pero no quería acabar aún y de esa manera; quería enterrarse en ella. Agarró su muñeca para frenarla y exhaló pesadamente—. No creo que aguante mucho si sigues así... —contestó a su mirada interrogante. 

—Entonces no lo retrasemos más —murmuró agarrando el preservativo.

Lo abrió con los dientes, procurando no romperlo, y se lo entregó. Él intentó que no se le notasen los nervios por la falta de práctica poniéndose uno. 

Una vez lo hubo colocado correctamente, Raquel se incorporó, acercando sus rodillas al fondo del sofá para alinearse con su miembro. Sergio llevó las manos a su cintura, aguantándole la mirada mientras ella lo dirigía a su entrada. Le gustó la manera en que sus mandíbulas se abrieron a la vez al sentir la punta de su pene abriéndose paso en su vagina. Respiraron por la boca cuando descendió despacio sobre él. Sergio tragó saliva, intentando controlarse al sentirse rodeado por completo. 

Con una sonrisa seductora en los labios, Raquel envolvió su cuello con ambos brazos y comenzó a mover su pelvis de atrás hacia delante, generando una placentera sensación para ambos. Sergio elevó el mentón y presionó sus labios contra los de ella mientras sus manos, asentadas en sus caderas, acompañaban sus deliciosos balanceos. Sus respiraciones, cada vez más agitadas, interrumpieron sus besos varías veces. 

Tras unos instantes, Sergio deslizó ambas manos hacia sus nalgas y las estrujó, incitándola a cambiar de movimiento. Raquel obedeció de inmediato. Levantó sus caderas hasta sentir que la abandonaba casi por completo, y volvió a bajar, llevándolo de nuevo hacia su interior. Sergio apretó la mandíbula ante aquella nueva fricción, y cuando ella se pegó del todo a su cuerpo y sus pechos le arañaron el torso con cada cabalgada, pensó que perdía toda autoridad sobre su propio cuerpo.

Con cada descenso de su cuerpo sobre el suyo, Salva y el Profesor fueron perdiendo nitidez en su mente, quedando al final solo él, Sergio, en aquel sofá, follando con una mujer que en cualquier momento podría convertirse en su verdugo. A cualquier le hubiese parecido una locura, pero a él, en esos momentos, le pareció la mejor decisión que había tomado su vida. 

Comenzó a sentir la tensión acumulándose en la parte baja de su cuerpo, y quiso distraerse con otros pensamientos, pero observarla moverse de aquella manera tan sensual le impidió alcanzar su objetivo. Respirando con dificultad, llevó una mano a su pelo y apretó su nuca entre sus dedos mientras que su otra mano abrazaba su cintura, sujetándola con firmeza y empujándola hacia su cuerpo a la vez que elevaba sus caderas, profundizando y acelerando las embestidas. Los gemidos que liberaba en su oído le volvieron loco y deseó poder escucharlos el resto de la noche, pero supo que no aguantaría mucho más. Estiró los dedos de los píes, queriendo prologar aquel placer unos segundos más, pero le fue imposible, el orgasmo le sorprendió en mitad de aquel pensamiento. 

Raquel se estremeció al sentir su gemido ronco retumbando en su hombro. Desaceleró poco a poco hasta quedarse quieta, aún abrazada a su torso. Pudo sentir sus latidos desbocados contra su piel, y las sacudidas de su miembro aún enterrado entre sus piernas.

Cuando los efectos del orgasmo se desvanecieron, Sergio se sintió un tanto avergonzada por haber acabado tan rápido. Así que no pudo mirarle a los ojos cuando ella deshizo el abrazo instantes después.

—Necesito... —masculló señalando con su pulgar hacia una puerta gris.

Raquel siguió la dirección de su dedo y asintió—. Sí, claro —murmuró apartándose de inmediato. 

Recogiendo sus calzoncillos del suelo, se tapó con ellos y se dirigió al servicio con pasos cortos pero acelerados.

Raquel dejó escapar un suspiro mientras se tumbaba boca arriba en el sofá. Su cuerpo seguía sensible por haberse quedado a las puertas de un segundo orgasmo, pero no le importó, sentía que su cuerpo pesaba la mitad después de haberse quitado las cadenas que llevaba años arrastrando. Por primera vez no había cedido ante el miedo, y eso le hizo sonreír. La confianza que sentía con él la liberó de todos aquellos fantasmas.

Tras unos minutos de trance, recogió del suelo su culotte para ponérselo. Paseó por el garaje, observándolo con otros ojos. Sergio dio un respingo al encontrársela de frente al salir del baño, y Raquel no pudo contener la risita que le provocó su cara de susto. 

—Yo también necesito... —explicó señalando al interior de servicio como lo había hecho él.

Sergio asintió—. Claro, por supuesto.

Extendió el brazo hacia el servicio, invitándola a entrar.

Cuando salió del servicio tras asearse, Sergio la estaba esperando tumbado en el sofa tapado con la manta roja que antes le había servido de almohada. Pensó en que debía irse cuanto antes, al día siguiente era lunes y llevaba dos días sumida en el estrés sin poder dormir. Pero decidió quedarse un poco más, saber más de él, y de aquel sitio tan peculiar al que ella había llegado sin ser invitada. Rio mentalmente al recordar cómo había empezado la noche.

Cruzó la distancia de puntillas y le dedicó una sonrisa mientras se acurrucaba a su lado en el sofá. Sergio la rodeó con un brazo para que no se cayese del estrecho sofá, y subió la manta hasta su hombro, resguardándola del frio que hasta entonces no había notado. 

—Gracias —susurró Raquel mientras acomodaba su cabeza en su hombro.

Sonrió cuando Sergio besó su frente. Permanecieron en silencio un rato; aquello no le incomodó, al contrario, pero quería conocer algo más de él, así que decidió romper el silencio.

—Salva... ¿Puedo hacerte una pregunta?

Sergio entornó la mirada—. ¿Como Raquel o como la inspectora Murillo?

Raquel rio—. Como Raquel. La inspectora acabó su turno hace un rato.

Sergio sonrió—. Entonces sí.

Raquel humedeció sus labios, echando un vistazo a su alrededor sin moverse del sitio—. ¿Decoraste tú este lugar?

Sergio rio, habiendo esperado otro tipo de pregunta—. A medias. El garaje era de un amigo de mi padre. Se lo compré hace un par de años pero no lo había utilizado hasta que empecé con esto de la sidra hace unos meses.  Aquí guardaba montones de objetos extraños, y me dio pena tirarlos todos. Así que reutilicé los más llamativos —dijo señalando a la enorme "C" que había detrás del sofá. Rieron a la vez, y Sergio giró la cabeza para mirarla—. ¿Por qué? ¿No te gusta?

—Sí, sí me gusta. Solo que... es un tanto peculiar. No había visto nada igual. —Añadió una sonrisa—. Oye y... ¿a qué te dedicabas antes de lo de la sidra? —preguntó mientras sus dedos jugaban con el vello de su pecho de manera inconsciente.

—Fui comerciante ambulante.

Raquel alzó las cejas—. ¿De los que van a domicilio con catálogo en mano?

—Efectivamente —confirmó, asintiendo.

Raquel rio—. ¿Y qué vendías?

—Aspiradoras. 

—Aspiradoras —repitió en un susurro mientras asentía con la cabeza. Intentó visualizarlo en aquel trabajo pero le entró la risa—. A lo mejor me vendiste una, quizás por eso siento que te conozco —bromeó a través de una sonrisa.

—Pues a lo mejor. —Asintió.

Volvieron a reír. 

—¿Y chicas? —cambió de tema.

Sergio arqueó una ceja.

—¿Traes a muchas chicas por aquí?

Pudo inventarse una vida, decir que era divorciado o que acababa de salir de una relación formal. Pero sintió la necesidad de ser sincero con ella, al menos en esa parte de su vida. 

Sergio negó con la cabeza—. De hecho tú has sido la primera.

—¿En serio? Bueno, claro... Tendrás una residencia principal aparte de este garaje, supongo... ¿no?

—Sí. —Giró la cara en su dirección—. Pero no cambia mucho mi respuesta. No soy muy de llevar mujeres a sitios...

Raquel entornó la mirada ante su insinuación.

—Me cuesta creerlo...

Sergio rio—. ¿Por qué?

—No sé... Eres un hombre encantador y... atractivo. Me cuesta creer que no tengas mujeres detrás dispuestas a acompañarte a cualquier lado. —De repente entró en pánico—. ¿O estás casado? —preguntó levantando la cabeza y abriendo los ojos de manera exagerada.

Sergio volvió a reír—. No, tampoco estoy casado.

Raquel suspiró, aliviada.

—Pero será mejor que no sigas indagando en mi vida amorosa porque da bastante pena... —bromeó en un susurro.

Raquel rio—. Más que la mía no lo creo...

Sergio la miró, divertido.

—¿Me estás queriendo decir que la inspectora más importante del país no tiene a decenas de hombres arrastrándose a sus pies?

Raquel arrugó la nariz, escondiendo la cara en la curva de su cuello. Sergio frotó su brazo para indicarle que estaba bromeando. 

—Alguno hay —admitió al separarse—. Pero soy bastante desconfiada... No sé si por mi trabajo o... por todo lo que pasó con mi marido, pero... —Le miró a los ojos—, eres el primer hombre con el que me he acostado desde que me separé. —Sonrió; en otro contexto le habría dado vergüenza confesar algo así, pero había algo en él que le empujaba a ser sincera.

Sergio le devolvió la sonrisa—. En ese caso debo darte las gracias, porque no suelen darme demasiadas oportunidades en general... —dijo con tono desenfadado.

Raquel rio y acarició su mejilla, atrayéndolo hacia sus labios para sellar la conversación con un beso.

El silencio volvió a instalarse entre ellos, y Sergio miró al techo, pensando en lo natural que le resultaba la compañía de Raquel. Ella observó su rostro con detenimiento.

—¿Qué? —preguntó Sergio tras notar que le miraba pensativa pero sonriendo a la vez.

—Nada.

Volvió a girar la cabeza hacia ella—. ¿Qué? Me estabas mirando. 

—Es que... no sé, así, sin las gafas, pareces otra persona. Como Superman y Clark Kent.

Rieron. Sergio pensó en que era mucho más lista de lo que ella misma creía.

—Vamos, que te gusto más con gafas. 

—No, yo no he dicho eso.

Sergio rio.

—Me las pongo ahora mismo. —Elevó la cabeza a la vez que estiraba un brazo hacia la mesita donde estaban sus gafas—. Es un poco raro dormir con gafas, no pasa nada, normalmente me las quito, pero bueno, hoy es un día especial. —Se las puso y después giró la cabeza hacia Raquel—. ¿Mejor?

En vez de responder, Raquel volvió a besarle. Subiendo su hombro hacia su oreja mientras apretaba sus labios contra los de él. Rompió el beso emitiendo un suspiro. Deseó quedarse con él toda la noche, pero su papel de madre e inspectora responsable resurgieron para recordarle que tenía otras responsabilidades.

—Lo que pasa es que, no me puedo quedar a dormir. Lo siento.

Agarró la manta contra su pecho a la vez que se incorporaba en el sofá. Sergio exhaló por la nariz y apretó los labios. No estaba listo para dejarla ir, porque una vez saliera por la puerta, nada le aseguraba que volviese a mirarle con esos ojos de absoluta confianza.

—No sé, quiero... despertarme con mi hija. Llevarla al colegio —explicó tras ponerse el sujetador al ver su cara de resignación—. Que vea que todavía tiene una madre.

—Claro. —Asintió, desviando la mirada a sus dedos—. Pero para llevar a tu hija al colegio aún deben quedar como mínimo 7 u 8 horas. —Intentó convencerla mientras se ponía la blusa. Raquel se giró hacia él—. Quiero decir, que igual estando allí a las 12 o la 1... o a las 7 de la mañana... sería suficiente, ¿no?

Raquel le sonrió, y antes de darle de nuevo una respuesta negativa, se inclinó para besarle una vez más.

—Lo siento. No me voy a quedar —susurró al apartarse.

Sergio apretó los labios con resignación mientas Raquel se agachaba para recuperar su falda del suelo. Él agarró su camisa para ponérsela.

—Oye, ¿y ese piano de ahí? —preguntó Raquel al verlo de frente al sentarse—. ¿Tocas el piano?

Sergio asintió.

—¿Me tocas algo antes de irme? —pidió con mirada risueña. Se mordió el labio al caer en el doble significado de la frase—. Al piano, quiero decir —aclaró, riendo.

Sergio agachó la mirada, sonriendo, y bajó las piernas del sofá.

—Te toco lo que quieras —murmuró cerca de sus labios antes de dirigirse al piano.

Raquel se sonrojó, y le observó desde el sofá. 

Se sentó en el banquillo y colocó sus dedos sobre las teclas. Tocó la primera melodía que le vino a la mente, una que representaba a la perfección cómo se sentía por dentro en esos momentos. Invitada por la alegre melodía, Raquel se sentó a su lado. Sonrió de vez en cuando, observando cómo sus dedos presionaban las teclas sin cometer un solo error.

Al terminar de tocar la melodía, a Sergio le vino el recuerdo de que aquella canción pertenecía a la banda sonara de El Golpe, la película favorita de su padre, la cual relataba la historia de dos timadores que deciden vengar la muerte de un amigo que murió a manos de un poderoso gánster. Su semblante se nubló.

Pero la mente de Raquel estaba a años luz de captar aquellos detalles, pues solo podía pensar en lo fascinante que le resultaba aquel tal Salva, y las enormes ganas que tenía de besarlo otra vez. Y así hizo cuando este decidió levantar la mirada y se encontró con su mirada intensa. 

Raquel se inclinó hacia él y agarró su cuello, atrayéndolo hacia su boca con energía. Los dedos de Sergio caminaron por su pelo, empujándola hacia él con la misma fuerza mientras sus lenguas se reencontraban, alimentando el fuego que se había iniciado de repente.

Su cuerpo pidió sentir sus manos de nuevo y pensó que no podría irse mientras su piel siguiese ardiendo de esa manera. Posó una mano en el centro de su pecho para apartarlo unos segundos.

—No puedo quedarme toda la noche pero... quizás un rato más... —sugirió a centímetros de su boca.

Sergio asintió repetidamente, agarrándola de la cintura y tirando de ella para que se sentase sobre su regazo.

Aquella segunda vez todo fue más rápido, más urgente, más frenético. Sergio le quitó la ropa en segundos, deslizando sus labios por cada tramo de piel que desnudaba. Ella empujó su camisa hacia abajo, quedando está colgando de los antebrazos de Sergio, pues este se negaba a apartar las manos de su cuerpo.

Clavando sus dedos en sus caderas, la levantó de su regazo, y Raquel se apoyó de espaldas en el piano. Dio un respingo cuando el piano protestó al apoyar una mano sobre las techas. Rieron brevemente y Sergio se puso en pie tras deshacerse de la última prenda que cubría el cuerpo de la inspectora, y atacó su boca con hambre. 

Raquel agarró la goma de sus calzoncillos y los empujó hacia abajo hasta liberar su prominente erección. Clavo las uñas en sus firmes glúteos y lo pegó a su cuerpo, arqueando la espalda hacia él a la vez que Sergio curvaba los dedos detrás de su rodilla izquierda y levantaba su pierna, eliminando todo espacio entre ellos. En aquella posición, Raquel comenzó a frotar su sexo a lo largo de su pene, imitando el ritmo de sus besos y gimiendo a causa de aquella agradable fricción. Su propia humedad fue empapando su miembro, agilizando y acentuando aún más el placer. Y con cada nuevo roce fue perdiendo más y más el control, hasta que su cuerpo comenzó a dictaminar el ritmo por sí solo. Jadearon, cada vez más cerca del orgasmo.

—Espera, espera, espera —advirtió Sergio con urgencia cuando en uno de los movimientos quedó encajado en su entrada.

Raquel le miró con la respiración entrecortada por el beso.

—El preservativo.

Raquel se relamió los labios, echando un vistazo entre sus cuerpos. La imagen le provocó un cosquilleo en el estomago. Volvió a mirarle, mordiéndose el labio.

—Tomo la píldora... Si estás limpio no nos hace falta.

Sergio tragó saliva, asintiendo con la cabeza.

—¿Puedo confiar en ti? 

—Absolutamente.

Le creyó.

—Bien —murmuró Raquel antes de anclar una pierna alrededor de sus caderas. Sergio entró en ella de una embestida profunda, dejándola sin aire momentáneamente. Sentirse sin barreras de por medio hizo que sus cuerpos buscasen el placer mucho más rápido. 

Raquel apoyó ambas manos en el teclado para contrarrestar su fuerza y agradeció que este fuese suficientemente robusto para no escurrirse con las continuas sacudidas. Con cada embestida, sus manos presionaban las teclas del piano, creando una melodía poco agradable a los oídos, pero a ella le pareció un sonido de lo más erótico. 

Echó la cabeza hacia atrás cuando los labios de Sergio se escurrieron por su cuello y absorbieron su piel. Él se agachó unos centímetros y apretó sus nalgas, entrando en ella con más ímpetu. Tembló al sentir que rozaba uno de sus puntos sensibles. Su mandíbula cayó, exhalando golpes de aire cada vez que entraba en ella.

—Ahí, ahí, ahí —rogó en un susurro, clavándole las uñas en el cuello.

A pesar de que aquella posición comenzaba a molestarle en la espalda, Sergio continuó complaciéndola, y pronto notó cómo sus músculos se estrechaban a su alrededor, anunciando el orgasmo. 

Aceleró las embestidas, y en pocos segundos ambos se encontraron jadeando y gimiendo sin control. Sergio abandonó su cuello y levantó la cabeza. Se miraron a los ojos, retorciéndose de placer, y aquella conexión terminó de lanzarla al precipicio. Él la siguió inmediatamente después, empujado por las contracciones de su vagina. 

—Joder... —exhaló Raquel, atónita. Intentó recordar si alguna vez había tenido un orgasmo vaginal como ese. Concluyó que no.

Era la 1 de la mañana cuando Raquel finalmente se marchó. Paseó por las calles de Madrid con una sonrisa tonta en la cara. Sin saber cómo, terminó frente a las puertas del Hanoi, y decidió entrar a refrescarse y tomar un cafe, pues tanto ejercicio físico le había despertado el hambre. Pero aquel estado de paz y tranquilidad con el que había entrado, se esfumó de un plumazo cuando miró a la tele del bar, donde estaban dando un especial sobre el atraco, y descubrió que no solo la situación dentro de la Casa de la Moneda era un absoluto caos, sino que, además, Ángel había sufrido un brutal accidente de tráfico y se encontraba grave.

Mientras se duchaba, Sergio no dejó de pensar en ella, en su cuerpo, en sus besos, en su voz. Ni siquiera pensó en el atraco hasta que salió del baño y se preguntó qué hacía en aquel garaje. Su sonrisa se borró de golpe, y el Profesor volvió a tomar el mando; se regañó a sí mismo mentalmente, no podía permitir que la inspectora se colara aún más en su mente, o terminaría cometiendo un error fatal.

Chapter 2: Coordenadas

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2. Coordenadas

 

Buscó con manos temblorosas entre las carpetas rojas que había preparado para cada uno de los miembros de la banda. Se secó con el antebrazo una gota de sudor que resbalaba a toda velocidad por su frente; el corazón le iba a mil, obligándolo a respirar bocanadas de aire por la boca. 

En los últimos cinco días se había enfrentado a situaciones límites que le habían dejado exhausto, pero ¿esta? Esta superaba a todas, porque no la había anticipado, porque no había estudiado las posibles consecuencias ni de qué manera ejecutarla sin poner el plan en peligro, le había tocado improvisar y aquello le aterraba. Aún así, se negó a quedarse de brazos cruzados. Sabía que, después de lo que había vivido en las últimas 48 horas, no hacer nada le removería la conciencia el resto de su vida.

Mientras sus manos buscaban la carpeta de Berlín, su mente trabajaba a toda velocidad,   alimentando su determinación con fragmentos de recuerdos.

 

...

—¡Profesor! es la tercera vez que le pillo embobado con la foto de la inspectora... Tenga cuidado, o terminará el atraco perdidamente enamorado de ella —comentó Berlín con tono de burla mientras se acercaba a él con una cerveza en la mano. 

Sergio puso los ojos en blanco.

—Qué tonterías dices... Estaba repasando las anotaciones, nada más. 

Puede que sí llevase varios minutos mirando aquellos ojos grandes y expresivos mientras pensaba en su futuro encuentro. Pero nunca le daría la razón a su hermano. 

Sintió la mano de Andrés caer pesadamente sobre su hombro, el cual apretó entre risas.

—Es broma, hermanito. Ya sé que tú no te enamoras —dijo con sarcasmo.

Vio de reojo cómo su hermano fijaba la mirada en la foto de Raquel Murillo mientras le daba un trago a su cerveza. Terminó de escribir en la pizarra la palabra que había dejado a medias y soltó la tiza. Se frotó las manos para deshacerse de los restos de tiza que habían quedado impregnados en sus dedos y se giró hacia su hermano. Arqueó ceja al ver la sonrisa pícara de este. 

Resopló—. ¿Qué?

—No me negarás que la inspectora es todo un bellezón...

—No, no te lo voy a negar —cedió—. Pero su aspecto físico tiene nula importancia en todo esto.

—Dime una cosa... —inició mientras tomaba asiento en el pupitre más cercano—. Tu plan es acercarte a ella y entablar conversación para sacarle información de manera sutil. 

Sergio asintió, colocándose las gafas con el pulgar—. Efectivamente.

—¿Has pensado en qué hacer si, entre conversación y conversación, comienzas a sentir algo por ella o ella por ti? —preguntó alzando una ceja. 

Sergio meneó la cabeza despacio, cansado de la misma conversación pero con diferentes frases—. Eso no va a pasar.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? 

—Porque lo estoy. He ensayado todos y cada uno de los escenarios posibles para acercarme a ella. No pienso dejar un solo hilo suelto a la improvisación. Y mucho menos a la intromisión de cualquier tipo de sentimiento. 

Andrés le observó con una sonrisa congelada en el rostro.

—Eres tan iluso, hermanito... 

Sergio contuvo el aire, desviando la mirada.

—Los sentimientos son impredecibles, Sergio. Puede que seas experto en dominar tu mente, pero ¿la química? A la química no la ves venir... —Chasqueó su lengua a la vez que se ponía en pie—. No. Solo sabes que está ahí cuando la sientes. Y una vez la sientes... luchar contra ella es casi imposible... porque es adictiva, y siempre quieres más, y más, y más... —Volvió a apretar su hombro, sonriéndole—. Algún día te enamorarás y entenderás de lo que hablo. 

—No me ha pasado en 40 años y no me va a pasar ahora. 

Andrés suspiró—. ¿De verdad nunca has sentido absolutamente nada por una mujer?

—Ya hemos hablado de esto. Sea lo que sea lo que haya sentido, no ha merecido la pena. Llevo veinte años de mi vida planeando este atraco y no pienso dejar que nada ni nadie lo eche a perder, y mucho menos por una reacción física o química o lo que sea. Necesito mantener la mente despejada para atender cualquier contratiempo que pueda surgir, y el amor solo incapacita, aturde y entorpece todo.

—¿Y cómo sabes todo eso si nunca has estado enamorado? 

—Porque te tengo a ti como ejemplo —respondió contundente. 

Se arrepintió al ver que sus palabras borraban la sonrisa de su hermano de un plumazo.

—Ouch. Esa ha dolido. 

Tragó saliva—. Lo siento, pero es la verdad. Y no haces más que caer en la misma trampa una y otra vez. Si no te hubieses precipitado a casarte con Tatia...

—Ni se te ocurra nombrarla —le advirtió con mirada amenazante—. Esa zorra no se merece ni un mísero recuerdo. 

Sergio suspiró, agachando la cabeza.

—No voy a insistir —concluyó Andrés tras el incómodo silencio. 

Agarró la cerveza que había dejado sobre el pupitre y miró a su hermano una vez más.

—…Pero deberías tener un plan B. Por si las moscas. 

Espiró un tanto irritado al percatarse de que llevaba varios minutos buscando la carpeta de Berlín cuando esta estaba la primera del montón. Claro, las había ordenado por orden alfabético, pero estaba tan alterado que no fue capaz de recordar aquel pequeño detalle. 

Apartó las gomas de la carpeta y sacó las cuatro postales que había metido en esta. En ellas aparecían diferentes playas de Filipinas. Había hecho lo mismo con las demás carpetas, para que sus compañeros tuviesen una visión más clara de su nuevo destino una vez sus caminos se dividiesen. Nunca pensó que aquella idea le sería tan útil.

Cerró la carpeta y regresó al escritorio con las cuatro postales en la mano. 

 

...

Se tumbó de lado en la cama de la inspectora y levantó la mirada cuando esta le ofreció la copa de vino. Habían pasado cerca de una hora charlando de manera distendida en la cocina mientras preparaban algo sencillo para cenar. Hablaron de sus gustos, bromearon sobre estos, y rieron cuando estuvieron a punto de quemar la cena al distraerse mirándose a los labios, atraídos por una fuerza intangible.

Cenaron olvidándose por completo de sus respectivos mundos, absorbidos por las mismas ganas de conocerse. Cuando terminaron de recoger la cocina, Raquel sugirió tomar la última copa en su habitación. Y él no supo cómo negarse. 

—Gracias —susurró tomando la copa.

Raquel agarró su propia copa y subió los pies a la cama. Sergio notó que su expresión se volvía seria, como si quisiese abordar un tema complicado. 

Permaneció en silencio hasta que ella se atrevió a hablar. 

—¿De verdad le pegaste? 

Sergio tartamudeó unos instantes, desviando la mirada.

—Pues... pues sí. Sinceramente, me hervía la sangre de pensar que te hubiera puesto la mano encima —se sinceró. Aunque el motivo principal de haberlo dejado inconsciente hubiese sido el deshacerse de las pruebas que lo incriminarían, no podía negar la rabia que sentía hacia ese hombre, y sabía que en otras circunstancias habría sido capaz de romperle la mandíbula si volvía a hacerle daño a Raquel de cualquier manera—. Raquel, no me gusta la violencia. Jamás me ha gustado. Sé que no se debe hacer y tú te sabes defender perfectamente sola. Yo no soy quien para...

—Salva —le interrumpió—. Me alegro de que le hayas dado un par de hostias al desgraciado de mi exmarido. Lo tenía que haber hecho yo. Aunque sea políticamente incorrecto decirlo. 

Tomó un trago de su vino, queriendo arrastrar la angustia al fondo de su estómago. 

—Bueno... A veces lo políticamente incorrecto es la única opción. Te lo digo yo por experiencia. 

Volvieron a quedar atrapados en una mirada intensa.

—Me alegro de que estés aquí —confesó Raquel tras unos segundos de silencio. 

Sergio se sintió reflejado en sus palabras; se alegraba de estar allí, más de lo que nunca hubiese imaginado. Pero en esos momentos no supo cómo verbalizarlo, y prefirió inclinarse a por un beso; un roce de labios que electrizó a ambos. Se apartaron unos segundos para cerciorarse de que estaban en el mismo punto, y volvieron a besarse. 

Dejaron sus respectivas copas en el sitio más cercano y se enzarzaron en el beso que había quedado pendiente en la cocina. Un beso cargado de atracción, de ganas de volver a sentirse, de repetir todas las sensaciones de la noche anterior. Pero Raquel apoyó la mano en sus costillas, y Sergio volvió a la realidad de golpe. 

Reprimió un gemido mientras un pinchazo le recorría el costado izquierdo. Raquel rompió el beso y apartó la mano de inmediato, alertada por su quejido.

—Ay, perdón, perdón. ¿Te he hecho daño? 

Sergio se mordió el labio, un poco avergonzado—. Solo un poco... Está aún muy reciente.

Frotó su costado con la yema de los dedos. Raquel lo observó, apesadumbrada. 

—Ven.  

Tomó su mano y lo condujo hacia el cuarto de baño adyacente. Le pidió que se quitase la corbata y la camisa mientras ella buscaba algo en uno de los armarios. Cuando encontró lo que quería, terminó de ayudarle con los botones de la camisa.

—Es para los hematomas —explicó a la vez que se arrodillaba delante de él y vertía un poco de pomada en sus dedos. 

Sergio contuvo la respiración cuando los dedos de la inspectora repartieron el frío mejunje sobre sus magulladuras con una delicadeza hipnotizante. Nadie le había tocado de esa manera, y se preguntó si ella podía sentir los latidos acelerados de su corazón como los estaba sintiendo él. Supuso que sí, pues Raquel sonrió brevemente al deslizar los dedos bajo su pectoral izquierdo. Sin embargo, no dijo nada, continuó acariciando su piel en silencio hasta que la sustancia blanca fue absorbida en su totalidad.

—Ya está... —carraspeó mientas se levantaba para lavarse las manos—. No te quitará todo el dolor pero ayudará a reabsorber la sangre mucho más rápido —explicó mientras se secaba las manos con una toalla. 

Sergio quedó pensativo; ¿habría utilizado aquella pomada para calmar los golpes que recibió de su exmarido? ¿O simplemente era un recurso más en el botiquín de una madre? Le dolió pensar en lo sola que debió sentirse mientras se curaba las heridas ella misma, a escondidas del mundo.

Cuando Raquel se giró, Sergio agarró sus dedos y la atrajo hacia sí a la vez que murmuraba un gracias. Se puso en pie, prácticamente pegado a su cuerpo, y mirándola a los ojos, le quitó el jersey poco a poco, dispuesto a mimar cada tramo de piel que aquel energúmeno había dañado en el pasado.

Respiraron a la vez, sus bocas entreabiertas. Entonces Sergio se encorvó hacia su cuello, iniciando un camino de besos cálidos que recorrió y exploró cada rincón de su cuerpo mientras le quitaba el resto de la ropa lentamente. 

Le encantó cómo ella se retorcía cuando sus labios besaban alguna zona demasiado sensible al roce y le provocaba cosquillas. Y cómo pronunciaba su falso nombre en un gruñido las dos veces que insistió en hacerle cosquillas, pues le encantaba el sonido de su risa. Pero luego ella le dio un suave tirón de pelo y lo arrastró de nuevo a su boca, desatando la lujuria. Terminaron follando en el baño, y después hicieron el amor en la cama. 

Enredados desnudos bajo el edredón y a oscuras, continuaron conociéndose a través de susurros. Pero el cansancio comenzó a hacer mella y Raquel empezó a alargar las pausas entre pregunta y respuesta. Se quedó dormida abrazada a su cintura mientras él le hablaba de su infancia en San Sebastián.

Sergio, sin embargo, no fue capaz de pegar ojo. El silencio lo sumió de lleno en una profunda reflexión sobre lo que estaba sintiendo por aquella mujer. Llenó sus pulmones de aire y lo soltó en un suspiro prolongado. Estaba jodido. Muy jodido. 

Fingió estar dormido cuando Raquel se despertó en mitad de la noche para ir al baño. Luego la escuchó ponerse algo de ropa antes de volver a meterse en la cama y recostarse con cuidado sobre su pecho. Esperó a que se durmiera para acariciar su cabello. 

La quería. Ya no le quedaban dudas.

Se quedó dormido durante un par de horas, pero la luz de la mañana lo despertó temprano. Raquel se había girado hacia el otro lado en sueños, por lo que pudo incorporarse para apoyar la espalda en el cabecero de la cama. Agarró sus gafas, pero no se las puso, pues las lágrimas inundaron sus ojos al recordarlo todo de nuevo.

Por más que le daba vueltas, no sabía cómo escapar ileso de aquella espiral de sentimientos. Porque hiciese lo que hiciese, la probabilidad de que ella lo aceptase una vez supiera su verdadera identidad, era prácticamente nula. Y no se veía capaz de engañarla toda la vida.

Raquel se despertó un rato después y de inmediato notó que algo le ocurría. No pudo retomar su papel de Salva, necesitaba sincerarse con ella tanto como fuese posible.

Entonces camufló el atraco y plan de su padre relatándolo como si se tratase de sidra. Raquel rio ante lo absurdo que resultaba el sueño de su padre y le sugirió que redujera a la mitad el numero de barricas que quería producir su padre, y que después se centrase en sus sueños.

Sus propios sueños. Pero sus propios sueños ahora eran ella. Pasar más tiempo con ella. Conocerla. Hacerle el amor tantas veces como quisiera...

—Vámonos —le pidió en un susurro, como si no quisiese que su propia conciencia le escuchase. 

La inspectora le miró confusa.

—Yo zanjo esto de la sidra en pocos días y... Y tú y yo nos vamos a un país del caribe. 

Raquel rio, y él la acompaño, a pesar de que hablaba muy en serio. Raquel le respondió que tenía una familia a la que no podía abandonar y un atraco que resolver. Él las metió en el sueño sin dudarlo un segundo, y la alentó a cerrar el atraco cuanto antes.

—Raquel... Raquel, yo no quiero que se me pase esto. No quiero ignorar estas... Estas ganas que tengo de sentirme vivo porque nunca he tenido tantas —confesó, dejándola conmovida y sin palabras.

—¿Tú cruzarías el océano con... Con una madre, una hija y... Y una abuela? 

—Ahora mismo, sí. Es un plan B. 

—No sé, es que... Es tan loco que...—Rieron—. Que... Que no me imagino haciendo otra cosa. 

Volvieron a mirarse, esta vez cogidos de la mano. Y decidieron hacer todo lo posible por cumplir aquel sueño cuanto antes.

...

 

Observó las postales para elegir una. Terminó decantándose por la más llamativa: Palawan. Abrió google maps en uno de los ordenadores y buscó Palawan. Eligió como punto de encuentro un pequeño bar de madera con forma de chiringuito pegado al mar.

Le dio la vuelta a las postales, juntando las esquinas para dibujar en ellas una pequeña isla. Añadió en cada postal una fracción de las coordenadas y después las guardó en un sobre rojo en el que escribió su nombre.

Decidió que iba a contarle que en los próximos días saldría de viaje de negocios, y que después podrían llevar a cabo su plan B.
Le pediría también que guardase las postales durante dos semanas, y que, una vez pasado ese tiempo, las volviese a observar con detenimiento. 

 

...

Regresó al hangar con una sensación extraña en el pecho. La sensación crecía cuanto más pensaba en ella, y en cómo la estaba engañado mientras ella se había desnudado en cuerpo y alma.

Culpabilidad. Eso era. Y no se iría hasta que le contase la verdad. Necesitaba hablar con alguien, que alguien le ayudase a tomar la decisión correcta. O la menos dolorosa. 

—Creo que me he enamorado de Raquel —confesó tan pronto como su hermano descolgó el teléfono. 

Este quedó perplejo unos segundos antes de romper a reír a carcajada limpia. Sergio enterró la cara en su mano libre. Por una vez, merecía todo el recochineo del mundo.

—No quisiera decir "te lo dije", pero te lo dije. 

—¿Qué hago, Andrés? Estoy desesperado. 

Andrés dejó de reír al notar preocupación en la voz de su hermano.

—Prácticamente le he contado todo sobre el atraco, haciéndola creer que hablaba de barricas de sidra. Y no solo eso, también le he pedido que huya conmigo. ¡Como si eso fuese posible! Y aún sabiéndolo no he podido parar, Andrés. No he podido. Y lo peor de todo es que me he imaginado en la playa con ella. Y ahora soy incapaz de quitarme la imagen de la cabeza. ¿Qué cojones me está pasando, Andrés? 

Este sonrió de lado.

—Que te estás enamorando de Raquel, hermanito. Tú mismo lo has dicho —respondió con calma. 

Sergio respiró hondo, intentando calmar sus nervios. ¿Por qué le daba tantas vueltas si ya era plenamente consciente de ello?

—Sergio, ¿confías en ella? 

Sergio se quedó pensando unos segundos. Confiaba en ella, sí. Aunque sabía que tenía unos principios muy arraigados que podrían jugar en su contra.

—Sí. Confío plenamente.

—Pues dile dónde vamos a ir. Y cuando pasen unas semana de prudencia, que vaya a buscarte. No la dejes escapar; vive tu vida, hermano, que ya te toca. 

Suspiró—. ¿Y si sale mal?

—Si sale mal ¿qué es lo peor que puede pasar? ¿que termines con una bala en el pecho? Ya corres ese riesgo de todas formas. 

Sergio asintió. Tenía razón su hermano. El riesgo de muerte o cárcel siempre estaría ahí, independientemente de su relación con Raquel. Volvió a ponerse nervioso tras tomar la decisión de revelarle su próximo destino.

—Pero ¿cómo? ¿Cómo se lo digo?

—Eso ya te lo dejo a ti. Tú eres el gran pensador de la familia, algo se te ocurrirá. 

Sergio se frotó la frente, frustrado, hasta que sus ojos repararon en un archivador en el que guardaba las carpetas con los destinos de cada uno.

—Te tengo que dejar. Llevo mucho tiempo aquí arriba y no me fio de lo que puedan estar haciendo los polluelos allí abajo. Hablamos luego. 

Sergio asintió a pesar de que su hermano no lo veía. 

—Vale... Gracias, Andrés.

—Un placer. Y por cierto, hermanito... Bienvenido al mundo del amor —dijo guiñando un ojo a la cámara. 

Sergio rodó lo ojos.

...

 

Con aquellas palabras de su hermano en la mente, dejó caer la carta por la rendija del buzón del Hanoi. Ya no había marcha atrás.

Chapter 3: Palawan

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3. Palawan

A glass of wine, please. —respondió Sergio cuando el amable camarero le preguntó si deseaba tomar algo más.

Se humedeció los labios, los cuales sintió secos.

Actually, make that two.

El camarero asintió, algo confuso. Sergio exhaló, girándose sobre el taburete en dirección al punto exacto que había elegido aleatoriamente hacía poco más de un año. Si ella aparecía, como llevaba esperando todo el día, se acercaría a ella, le ofrecería la otra copa de vino y... y...

Tragó saliva.

¿Y luego qué? ¿Qué debería decir en una situación así? ¿Gracias? ¿Lo siento? ¿Te he echado de menos? Había tenido más de un año para planificar el reencuentro y aún así no había logrado decidirse sobre cómo saludar una vez estuviesen frente a frente. ¿Se pondría feliz? ¿O le reventaría la cara de una hostia nada más verle? Era experto en predecir todos los posibles resultados de diferentes situaciones, excepto cuando se trataba de Raquel. Ella era impredecible.

Thank you —dijo en un murmuro cuando el camarero colocó las dos copas frente a él.

¿Y si no aparecía y solo estaba haciendo el gilipollas? Suspiró, frustrado con su propia mente, y tomó un trago de vino.

Tenía que aparecer. Si no, ¿por qué otra razón iba a comprar un billete de avión a Filipinas? Según la información que le había pasado su nuevo equipo de hackers, Raquel había reservado el vuelo de un día para el otro, no podría tratarse de un viaje de vacaciones cualquiera. No. Seguro que había encontrado las coordenadas. Era la única explicación. 

Lo único que sabía es que había llegado a Mindanao el día anterior. Pero ¿estaría ya en Palawan? ¿O habría decidido descansar unos días antes de emprender el camino hacia el punto que indicaban las coordenadas?

Conociendo lo impaciente que era para ciertas cosas, Sergio asumió que tomaría el primer barco de la mañana hacia Palawan. Por eso había pasado el día en aquella plataforma de madera, mirando al mar, casi el día entero, esperándola. Pero no había aparecido, todavía.

Fue a las cuatro de la tarde cuando, resignado, decidió cambiarse al bar cercano para picotear algo y esperar allí hasta que el sol se pusiese. Si no había aparecido para entonces... volvería a intentarlo al día siguiente, decidió en ese mismo momento.

Respiró hondo, llenando sus pulmones del olor a piña que inundaba el bar, y agarró su copa para dar un nuevo trago. Justo en el momento en que dejaba la copa, la vio atravesar el jardín de camino al punto de las coordenadas, sus ojos fijos en la pantalla de su móvil.

Rápidamente, se giró hacia un lado y agachó el sombrero que llevaba puesto para que no le viera. Aunque llevaba todo el día esperando ese momento -o todo el año, más bien-, sintió que necesitaba algunos segundos más para recuperar el coraje que necesitaba para acercarse a ella, y de paso disminuir su ritmo cardiaco, el cual se había disparado a niveles estratosféricos con su presencia.

Tras unos segundos espiró, listo para ponerse en pie y acercarse a ella, pero luego la escuchó resoplar. Permaneció quieto en su sitio, con el ceño fruncido. ¿Le habría descubierto? Su corazón volvió a descontrolarse cuando escuchó que sus pasos se aproximaban. Pero entonces, en vez de acercarse a él como había esperado, Raquel apareció en la barra frontal del bar y llamó al camarero.

Sergio se sonrió al escucharla pedir un cargador; por supuesto se había quedado sin batería en el peor momento posible. Recordó la primera vez que la vio en aquel bar de Madrid, también pidiendo un cargador. Planeó el encuentro con la intención de que fuese inolvidable, pero aquella situación había superado a cualquier escenario que él pudiese haber imaginado.

El camarero parecía no entender lo que Raquel intentaba decirle, por lo que Sergio se llevó la mano derecha al sombrero de su hermano, listo para hacer su intervención.

—Si es importante... —se sacó el sombrero y la miró a los ojos—, puede usar el mío —añadió, sonriendo ampliamente cuando los ojos expresivos de Raquel recayeron en él.

Aquellos mismos ojos se inundaron de emoción en segundos y no hubo palabras durante un rato, solo miradas cargadas de sentimientos pasados que parecían decir que ninguno de los dos creyó que aquel reencuentro fuese a darse algún día.

Tras unos instantes, Raquel dejó escapar un suspiro y ladeó la cabeza. Cuando compró el billete a Filipinas dos días atrás después de haber descubierto las coordenadas en la parte trasera de las postales, sus esperanzas de encontrarlo eran mínimas, después de todo, había pasado un año entero desde la última vez que se vieron y en aquel momento ni siquiera tuvieron tiempo para prometerse un futuro encuentro. Al contrario, el beso que compartieron en aquel hangar tuvo un sabor amargo de despedida. Después de aquel día, pensó en él con frecuencia, pero nunca imaginó que lo volvería a ver o que él la estaría esperando en la otra parte del mundo.

—Estás aquí... —masculló Raquel por fin, su voz bañada de todas las emociones que estaba sintiendo. Realmente estaba allí y estaba tan... feliz, tan relajado, tan... bien.

Sergio rio, agachando la cabeza brevemente.

—Lo estoy, sí.

Se reajustó las gafas con su pulgar, un gesto que enterneció a Raquel. Parecía el mismo hombre dulce y tímido que recordaba (dejando el papel del profesor a un lado.) Sergio elevó una de sus manos hacia ella.

—Y tú no has venido con un ejercito de policías... espero— añadió la última palabra mirando hacia los lados.

Raquel se echó a reír.

—No, no he traído a nadie. —Sacudió la cabeza, sonriendo—. He venido sola.

Sergio asintió, incapaz de esconder su sonrisa tonta. Aquellas tres palabras le removieran el estómago, en el buen sentido, pues significaba que por fin podría hablar con ella sin interrupciones, podría aclararlo todo y pedirle perdón por el sufrimiento que le había causado directa o indirectamente. Y quizás, después de todo eso, tendría el coraje suficiente para pedirle una cita en condiciones.

Ninguna palabra salió de su boca durante varios segundos, y comenzó a entrar en pánico; no quería parecer un pardillo sin habilidades sociales, pero quería decir y hacer tantas cosas a la vez que a su cerebro le estaba costando decidirse por cual decir o hacer primero. Así que no hizo nada.

Afortunadamente, fue Raquel la que se acercó a él, girando la esquina de aquel bar de madera para situarse a su lado. Sergio se puso en pie y todas sus preocupaciones se desvanecieron cuando ella le miró con una calidez genuina en los ojos; parecía alegrarse de verle, de verdad.

Dudó si saludarla con un abrazo o darle un beso en la mejilla, pero luego vio las copas de vino esperando sobre la barra y decidió partir de ahí.

—¿Quieres tomar un poco de...

Raquel asaltó su boca, impidiéndole terminar la pregunta y dejándole en un estado de shock. La calidez de sus manos a cada lado de su cara y la suavidad de sus labios rozando los suyos le devolvieron la conciencia.

Sin pensarlo dos veces respondió al beso, abriendo su boca para atrapar el labio inferior de ella, el cual succionó con demasiadas ganas. Joder, cómo la había echado de menos. Más de lo que estaba dispuesto a admitirse. Su forma de besarle y el sabor de sus labios le nubló la mente, echando a perder su plan de tomárselo con calma y hacer las cosas bien esta vez.

—...vino? —terminó la pregunta en un susurro a la vez que ella se apartaba.

Raquel se echó a reír, apoyando brevemente su frente contra los labios de él mientras recuperaba el aliento.

—Lo siento —dijo en una exhalación. Luego levantó la mirada; sus ojos brillaban con más fuerza, como si acabase de darse cuenta de que realmente él estaba allí—. Es que... necesitaba comprobar que no eras una alucinación —explicó a través de una pequeña risa mientras le acariciaba la barba con su mano derecha.

—No... no tengo ninguna queja al respecto —titubeó.

Raquel rio, poniéndose un poco colorada, y el la acompañó con una sonrisa a la vez que tomaba su otra mano y la apretaba con delicadeza. 

—De hecho puedes volver a hacerlo si aún no estás del todo segura —bromeó, haciéndola reír de nuevo.

No podía negar que había tenido esperanzas de volver a besarla en algún momento, aunque no esperaba que fuese a ocurrir tan rápido. Ella siempre sabía cómo desconcertarle. 

—Puede que lo haga —dijo Raquel antes de dirigir la mirada hacia la barra—. Pero voy a aceptar primero ese vino si no te importa —añadió ya más relajada—. Me he quedado sin agua y estoy sedienta.

—Por favor —respondió él señalando a las copas con la mano.

Se aclaró la garganta con la esperanza de aclarar la mente también y le ofreció su taburete, pero ella prefirió permanecer de pie.

La observó beberse la mitad del contenido de un solo trago y aún así le costaba creer que ella estuviese allí delante de él. Y lo mejor de todo es que no se sentía raro ni incómodo.

—No me puedo creer que estés aquí —verbalizó sus pensamientos, incapaz de reprimir su sonrisa—. Es raro ver una cara conocida por estos lugares.

Raquel le sonrió. 

—Yo no me puedo creer que estés aquí. Pensé que habrías cambiando de localización por seguridad. No esperaba encontrarte aquí.

Sergio rio.

—Hubiese sido lo más inteligente... pero ahora me alegro de no haberlo hecho.

Raquel agachó la cabeza brevemente, escondiendo una sonrisa.

—Bueno, ¿qué tal todo? ¿Cómo has estado todo este tiempo? —preguntó de manera casual, como si no fuesen dos ex amantes con una historia corta pero complicada.

Raquel le miró a los ojos de nuevo a la vez que dejaba su copa en la barra.

—Pues... he estado... de todo.

Rio al darse cuenta de su pobre elección de palabras. Pero ¿cómo podría resumir el año más intenso de toda su vida en tan solo unas cuantas palabras? Un completo desastre se hubiese acercado más a la realidad, pero tampoco quería arruinar la tarde aireando sus penas.

—Este año ha sido una montaña rusa interminable.

Sergio tragó saliva, consciente de que él era la fuente mayor de sus problemas actuales.

—Pero va mejorando la cosa. Poco a poco —añadió Raquel con una sonrisa sincera.

Sergio murmuró un "me alegro" a través de una suave sonrisa, la cual fue desapareciendo cuanto más crecía su remordimiento. Le tomó la mano, agachando la mirada por puro arrepentimiento. 

—Raquel, yo... siento mucho haberte causado tanto...

—No.

Raquel le frenó de inmediato, apretándole la mano.

—Estoy bien. De verdad. No tienes que pedir perdón por nada. Entendí tus razones en su momento y acepté las consecuencias. Ya está.

—Aún así creo que deberíamos hablar de ello. Yo no... —dejó de hablar al percatarse que sus ojos le rogaban que dejase el tema.

—Lo haremos. Pero no ahora mismo.

Sergio asintió despacio, acariciando la parte trasera de su mano con el pulgar.

—Está bien.

Raquel suspiró pesadamente antes de dedicarle una nueva sonrisa.

—Bueno, ¿y tú qué? ¿Cómo estás? Te veo... —mucho más feliz y guapo, completó en su mente mientras lo observaba de arriba a abajo—... diferente —terminó diciendo.

Sergio soltó una carcajada, inclinando su cabeza hacia atrás.

—¿Eso es un cumplido o...?

—Lo es. Solo que nunca imaginé verte con un traje beige.

—Ah, que el problema es el traje...

Raquel sonrió, ladeando la cabeza.

—No hay ningún problema. No tergiverses mis palabras —le advirtió.

Sergio sonrió, disfrutando del tonteo.

—Te veo muy bien —concedió ella con timidez a pesar de haberlo besado hacía escasos minutos.

La sonrisa de Sergio creció y tuvo que reprimir las enormes ganas de besarla que sintió de repente. En su lugar, agradeció su cumplido con una ligero movimiento de la cabeza.

—Estoy bien —respondió finalmente.

Ella le miró a los ojos, intentando encontrar allí la verdad, pues tampoco podría haber sido un año fácil para él por muy sincero que pareciese con su respuesta.

—Muy ocupado, pero bien. Ya sabes que un atraco no termina en el atraco.

Raquel asintió, de acuerdo.

—Tengo muchas preguntas que hacerte al respecto.

—Perfecto, porque yo tengo tiempo de sobra.

—Ah, los nuevos ricos siempre presumiendo de su fortuna —bromeó Raquel, poniendo los ojos en blanco a la vez que volvía a agarrar su copa.

Sergio rio con ganas.

—Pero yo soy un nuevo rico generoso. Estoy dispuesto a compartir todo mi tiempo contigo.

Raquel le sonrió con la mirada antes de beberse los restos de vino que quedaba en su copa. 

—¿Eso significa que tengo guía gratis para enseñarme la isla? —preguntó en un tono juguetón mientras dejaba la copa en la barra.

—Por supuesto. ¿Por dónde quieres empezar?

Su predisposición le hizo sonreír. Desvió la mirada hacia la playa, la cual se encontraba escondidas tras unos frondosos arbustos, y notó que el cielo había comenzado a teñirse con los colores del atardecer. 

—¿Qué tal la playa? —sugirió.

Sergio sacó unos billetes de su cartera y los dejó sobre la barra.

—Vamos.

No pudo dejar de sonreír mientras lo seguía hacía el puente de madera que llevaba a la playa. Él iba un paso por delante de ella y le hizo gracia cómo sus brazos apenas se balanceaban al caminar. Lo observó un poco más; parecía estar en paz consigo mismo, como si por fin estuviese viviendo la vida que siempre había soñado.

Le sorprendió lo cómoda que aún se sentía a su lado, a pesar de todo lo que había pasado y del tiempo que había transcurrido desde entonces. No tenía ni idea de qué podría pasar de allí en adelante, pero estaba segura de que quería conocer a aquella nueva versión de Sergio.

Se apresuró para alcanzarle y deslizó su mano entre la suya. Instintivamente, los dedos él envolvieron su mano, y éste le dedicó una sonrisa cálida por encima de su hombro.

—Pues esta es la playa "Hartman"... —explicó Sergio una vez habían alcanzado la orilla—. La playa más turística de Puerto Princesa.

A aquella hora del día, la playa solía estar vacía, y solo divisaron algunas personas caminando en la distancia. Él le contó un poco de la historia del lugar mientras comenzaban a pasear a lo largo de la orilla. También le habló de los sitios que ya conocía personalmente y actividades que podían hacer en la isla.

—¿Y vives por aquí? —Raquel preguntó un rato después a la vez que se colocaba algunos mechones detrás de la oreja izquierda.

—No exactamente. Ahora mismo vivo en Mindoro, una isla al norte de aquí.

Raquel alzó las cejas, sorprendida.

—¿Y entonces por qué elegiste Palawan para las coordenadas? —preguntó con curiosidad.

Él respiró hondo antes de contestar.

—Porque técnicamente iba a mudarme aquí con mi hermano. Pero cuando él...

—¿Tienes un hermano? —Raquel soltó estupefacta.

—Eh... Sí. Tenía. Murió en el atraco.

Los ojos de Raquel estuvieron a punto de salirse de sus cuencas ante aquella revelación.

—Oh...

Raquel frunció el ceño, juntando las piezas en su mente. Solo tres hombres habían muerto durante el atraco y descartó dos de inmediato.

—¿De Fonollosa era tu hermano? —preguntó aún sin dar crédito.

Sergio asintió, evitando mirarla.

—Guau... sí que tenemos mucho de lo que hablar —pensó en voz alta.

Las personalidades de ambos hombres eran tan diferentes que nunca habría imaginado que fuesen familia. Aunque lo cierto era que ella y su hermana también eran tan diferentes como el día y la noche.

Notó que aquello le incomodaba así que decidió cambiar de tema antes de que el ambiente se tornase raro.

—¿Y sobre mí?

Él levantó la mirada, arqueando una ceja.

—¿Qué?

—¿Cuánto sabes?

—¿Sobre ti?

—Sí. Sabías que iba a llegar hoy, así que debes saber muchas otras cosas.

Sergio dejó de caminar para girarse hacia ella y agarrar su otra mano.

—La verdad es que no.

Raquel entornó la mirada, nada convencida.

—Sabía que ibas a venir porque le pedí a mi equipo de hackers que me avisaran solo en caso de que alguna vez comprases un billete de avión a Filipinas. Así es cómo me enteré.

—¿Tus hackers? —repitió anonadada.

—Eh... Sí. —Rio—. Ya sabes... como fugitivo hay ciertas cosas que debes hacer para mantener tu libertad —explicó.

Raquel asintió, riendo.

—Así que tus hackers me han estado espiando todo este tiempo...

Sergio se ajustó las gafas con un poco de torpeza.

—Pues... sí. De alguna manera sí. Pero te prometo que no los usé para nada ilícito. Me tomo muy en serio tu privacidad, Raquel —dijo con seriedad.

Raquel le dedicó una sonrisa, estrechando sus manos.

—No pasa nada —le aseguró—. ¿Entonces no sabes que me suspendieron de la policía durante seis meses?

—Bueno... eso sí lo sabía. Lo leí en los periódicos.

Raquel puso los ojos en blanco.

—Por supuesto. Los putos periodistas aireando mi vida privada como si les perteneciera.

—Lo siento mucho... Debió ser una situación muy complicada.

Raquel suspiró, recordando el acoso vivido.

—Lo fue. Sobre todo por mi hija. Pero bueno... parece que ya han perdido el interés. Por fin.

—¿Qué pasó después? —preguntó con intriga.

—¿De los seis meses?

Sergio asintió.

—Pues que renuncié. Hubiese sido una estupidez por mi parte volver a un puesto en el que ya no me siento bienvenida ni mucho menos cómoda.

Sergio sonrió, sintiéndose extremadamente orgulloso de ella. Aunque sabía que aún le dolía, porque ella había amado su trabajo durante muchos años.

—¿Y has encontrado algo nuevo?

—Aún no. Debería empezar a buscar... pero todavía tengo algunos ahorros con los que tirar unos meses más. Y he puesto mi casa en venta. Quiero mudarme lejos del centro para que Alberto no pueda aparecer y llevarse a Paula cuando a él le plazca. Me he planteado hasta cambiar de ciudad.

Sergio le sonrió, le hubiese pedido allí mismo que se mudase con él si aquello no le fuese hacer parecer un cuarentón solitario buscando compañía desesperadamente.

—Creo que es una muy buena idea —comentó.

—¡Cuidado! —Raquel gritó de repente, tirando de él hacia ella a la vez que una ola rompía a la altura de sus pies, salpicando los pantalones del traje beige de Sergio hasta las mismas rodillas.

Raquel se llevó la mano a la boca, intentando frenar la risa que le había entrado, pero verlo parado como un pasmarote, mirándose los pantalones mojados le hizo reír a carcajadas. 

—Qué cojones...

—Pues es más bonito así mojado —comentó Raquel con la intención de chincharle.

Sergio levantó la cabeza, pero no tuvo tiempo para responder, pues una ola más fuerte rompió a sus espaldas, empujando sus rodillas hacia delante, haciéndole perder el equilibrio. Aunque Raquel trató de sujetarlo agarrándole con fuerza de los antebrazos, este terminó cayendo de espaldas al agua. El tirón hizo que Raquel también cayera de rodillas, empapándose también. 

Sergio se sentó a toda velocidad y echó un vistazo a su alrededor, avergonzado. Por suerte, no había nadie más que ellos en aquel lugar. Raquel, que se encontraba arrodillada entre sus piernas, no podía parar de reír ante la cara de estupefacción de Sergio, ignorando que ella también se había mojado hasta la cintura.

Sujetó su cara entre sus manos para que le mirase.

—¿Estás bien? —preguntó entre risas. 

Sergio asintió mientras se colocaba las gafas, que se había desplazado a su barbilla durante la caída. Los cristales estaban cubiertos de pequeñas gotitas de agua que impedían ver con claridad. Raquel se mordió el labio, aquella situación le resultó adorable, pero no pudo entretenerse a observarlo más, pues notó que la altura del agua continuaba ascendiendo. Se puso en pie y le extendió la mano.

—Vamos, levanta antes de que otra ola intente ahogarte.

Sergio masculló un gracias cuando por fin se puso en pie con la ayuda de Raquel y se alejaron unos metros de la creciente marea.

—Debo decir que no esperaba que mi primer baño en Filipinas fuese a ser completamente vestida —bromeó, echando un vistazo a su propia falda, la cual se había convertido en un trozo de tela empapada y salpicada de arena que se pegaba a sus muslos.

Dejando la vergüenza a un lado, Sergio comenzó a reír. 

—Qué desastre —añadió mirando a su traje empapado y cubierto de arena blanca.

Raquel lo observó descaradamente mientras éste se quitaba la chorreante chaqueta para estrujarla. Su camisa oscura también se había empapado durante la caída y la tela ahora se ceñía a los músculos tonificados de sus brazos y torso, empujando los pensamientos de Raquel hacía un area peligrosa. Estaba extremadamente atractivo con aquel traje mojado.

—Sabes qué, el traje te queda mucho mejor así —comentó a través de una sonrisa sugestiva.

Sergio rio a la vez que doblaba la chaqueta empapada sobre su antebrazo izquierdo, ajeno a su flirteo.

—No te ha gustado nada el traje, ¿eh?

Raquel arrugó la nariz, ladeando la cabeza.

—No era eso lo que quería decir —añadió en un tono de voz que le recorrió la espalda en forma de escalofrío.

Al mirarla a los ojos, entendió el verdadero significado de sus palabras, y se puso colorado. Raquel le quitó un trozo de alga que se le había quedado pegada al cuello antes de volver a mirarle a los ojos. Pensó que su flirteo había quedado en intento fallido, pero entonces él dio un paso al frente y colocó su mano mojada a un lado de su cuello, inclinando su cabeza ligeramente hacia arriba. 

Contuvo la respiración cuando Sergio se acercó despacio, su mirada clavada en sus labios. Su boca se abrió por instinto al sentir el roce de su aliento al exhalar. Entornó la mirada y lo observó acercarse aún más hasta que sus labios se tocaron. Le faltó poco para perder todas las fuerzas cuando Sergio presionó sus labios contra los suyos, llevando su mano hasta su nuca para acercarla aún más y profundizar el beso.

Llevó sus propias manos hasta el cuello de él, gimiendo cuando su lengua le recibió a mitad de camino. Se perdió en aquel beso, sintiendo que volvía a la vida después de un largo periodo de sequía. El primer beso había sido apresurado, urgente, un mecanismo para asegurarse de que su mente no se la estaba jugando. Pero aquel segundo lo sintió como puros fuegos artificiales despertando todas y cada una de las células de su cuerpo. 

Tras unos instantes, Sergio se apartó despacio, mirándole a los ojos.

—No sé qué te ha hecho querer venir hasta aquí... —murmuró mientras acariciaba su mejilla con el pulgar—. Pero me alegro de que lo hayas hecho.

Los labios de Raquel se estiraron en una sonrisa dulce y ladeó la cabeza, preguntándose si de verdad no se daba cuenta del porqué o no quería verlo.

—Tú hiciste que quisiera venir hasta aquí, Sergio.

-Pero ¿por qué?

Raquel rio, pues parecía sorprendido de verdad. Suspiró, mirándole a los ojos mientras buscaba la respuesta adecuada.

—Porque... porque pusiste mi mundo patas arriba y todas las piezas malas cayeron al vacío. Y no sabes cuánto necesitaba quitarme esas piezas de encima. Por muy duro que fuese, necesitaba que alguien me abriera los ojos de verdad y me ayudase a buscar la salida, y tú hiciste eso, Sergio. Y no sé cómo agradecértelo —explicó, acariciando su barba con delicadeza—. Bueno, y también porque me gustas. Mucho —añadió riendo.

Una sonrisa tímida reapareció en los labios de Sergio.

—Estás loca —le dijo en un murmuro.

Raquel arqueó una ceja, sonriendo. 

—Mira quién habla. 

Raquel soltó un chillido cuando de repente Sergio envolvió su cintura con un brazo y la pegó a su cuerpo, besándola con urgencia. Ella se aferró a su cuello, intentando seguir el ritmo de su boca, la cual se rindió de inmediato cuando esta le mordió el labio inferior a la vez que le lanzaba una mirada sensual. Pronto, aquel beso dejó de ser suficiente para expresar el hambre que sentían el uno por el otro, y ambos pudieron sentir el calor aumentando con cada roce de sus lenguas.

Se apartaron a la vez, respirando con dificultad.

—Mi hotel no está muy lejos —murmuró Sergio, respirando con pesadez contra sus labios.

Raquel no tuvo que pensarlo dos veces.

—Llévame.

(...)

Raquel dejó caer su mochila al suelo tan pronto como Sergio cerró la puerta de su habitación de hotel. Ninguno se molestó en encender las luces cuando sus labios volvieron a chocar con fuerza, retomando el beso con la misma urgencia con la que lo habían iniciado en la playa. 

Sergio deslizó las manos por debajo de su falda, a punto de gemir al sentir su piel suave y fría por la humedad de la prenda. Raquel elevó una rodilla, dejando clara sus intenciones, y Sergio no tardó en clavar sus dedos en sus nalgas para levantarla del suelo. Raquel rodeó sus caderas con sus piernas, permitiéndole que la llevara a donde fuera que quisiera con tal de que no dejara de besarla.

Caminó a ciegas hasta la cama y se sentó en el borde, quedando ella sobre su regazo. Inmediatamente después, agarró el borde de su blusa y rompió el beso unos segundos para poder levantarla por encima de su cabeza. La lanzó al suelo al mismo tiempo que sus labios volvían a unirse. Su mano izquierda se enredo en su pelo al buscar su nuca para sujetarla mientras ella se desabrochaba el sujetador palabra de honor. Su camisa fue la siguiente prenda en caer, después la falda de ella, y por último los pantalones de él.

En cuestión de segundos estaban tumbados en la cama, ella encima de él, recordándose a través de intensos besos y curiosas caricias. Sergio ahogó un gemido cuando Raquel comenzó a balancear las caderas, frotándose contra su erección sin timidez alguna. Aquella fricción estuvo apuntó de acabar con su razón, pues llevaba mucho tiempo sin sentir algo igual, y temió llegar a termina demasiado pronto.

Llenando sus pulmones de oxígeno, la agarró de la cintura y giró sobre sí mismo hasta quedar encima. Raquel le sonrió y se mordió el labio cuando este se arrodilló en la cama y agarró el borde de sus bragas. Las empujó hacia el suelo y ella las lanzó fuera de una patada. Regresó sobre ella despacio, repartiendo besos húmedos por cada rincón de sus muslos, caderas y abdomen mientras ella anclaba sus dedos entre sus mechones aún húmedos. 

Impaciente, Raquel tiró de él hasta que sus labios se volvieron a encontrar. Gimió, extasiado, cuando esta separó las piernas para acomodarlo entre ellas. Solo cuando Raquel se dispuso a quitarle la única prenda que los separaba de sentirse piel con piel, pudo recuperar un poco de cordura.

—¿Preservativo? —preguntó en una exhalación, levantando la cabeza.

—No hace falta —Raquel se apresuró a decir, empujando sus calzoncillos hacia abajo con urgencia.

Sergio elevó las caderas para que pudiese quitarlos por completo, pero de repente Raquel frenó.

—A menos que hayas...

Sergio negó con la cabeza, volviendo a presionar sus labios contra los de ella a la vez que sacaba la prenda de sus pies. Raquel se apartó y arqueó una ceja.

—¿Ni una sola vez? —preguntó con curiosidad.

Sergio dejó caer sus párpados.

—¿De verdad quieres hablar de eso ahora?

Raquel le miró unos instantes y sacudió la cabeza repetidamente mientras llevaba una mano entre sus cuerpos para guiarlo a su entrada.

—No.

—Yo tampoco —añadió él en un susurro justo antes de empujar, arrancándole un gemido desde lo más profundo de su garganta.

(...) 

El tiempo dejó de importar mientras charlaban en la cama con absoluta tranquilidad, compartiendo algún que otro beso mientras sus manos se acariciaban sin rumbo claro.

—¿Qué? —le preguntó Sergio al notar que quería decir algo.

Rio al ver que Raquel se mordía el labio.

—¿Qué? —insistió. 

—Es que... me temo que no me puedo quedar a dormir —lamentó Raquel.

Sergio pareció pillar la referencia al instante, pues levantó la cabeza y la miró con una ceja arqueada. Raquel se echó a reír, escondiendo su rostro en la curva de su cuello.

—Vale, era una broma. Pero es verdad que necesito volver a mi hotel para coger mi cargador... Quedé en llamar a mi hija al salir del colegio dentro de...

Miró su reloj de pulsera y arrugó la nariz al darse cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo.

—...Hace media hora.

Se mordió el labio, pidiéndole un favor a través de la mirada. Sergio rio.

—Siií, puedes usar el mío.

Raquel sonrió.

—Gracias.

Se sentó en la cama y agarró el móvil de su mesita. 

—Por cierto, no te he preguntado aún... ¿Cuánto tiempo vas a estar aquí? —preguntó mientas ella marcaba el número de su casa.

Raquel le miró por encima de su hombro a la vez que colocaba el teléfono cerca de su oreja y sonrió.

—Dos semanas. De momento —dijo antes de levantarse y caminar hacia el balcón.

Notó cómo sus ojos se iluminaban al escuchar la voz de su hija al otro lado de la línea. La observó caminar de un lado al otro de la habitación, cómoda en su desnudez, mientras conversaba con su hija.

Incapaz de quitarle los ojos de encima, se prometió a sí mismo que aprovecharía aquellas dos semanas para conseguir que se enamorase de aquel lugar y no quisiese marcharse nunca más.

Chapter 4: Comienzo

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4. Comienzo

Echando un vistazo a su reloj de pulsera, Sergio se apoyó en el capó del Jeep blanco que había comprado recientemente para moverse por la isla. 

Habían pasado exactamente 9 semanas desde que le había propuesto a Raquel que se mudara a Palawan con él, 8 desde que ella había subido al avión de vuelta a España tras darle el sí; y ahora, por fin, solo le quedaban horas, quizás minutos, para volver a verla. 

Se frotó las manos, impaciente. Los últimos días que Raquel estuvo en la isla, ambos pasaron horas y horas ideando juntos el plan perfecto para hacer el traslado sin dejar el mínimo rastro. Primero ella retomaría su vida normal en España para que nadie sospechara de sus intenciones, mientras que Sergio se encargaría de unir todos las puntos claves del viaje que servirían para despistar sobre su futuro paradero. Una vez pasadas las navidades, Raquel cerraría sus cuentas bancarias y en el mismo día viajaría a México con su madre e hija, lugar donde fingiría iniciar una nueva vida. Pasarían allí alrededor de una semana y después uno de los trasportadores de Sergio las recogería para llevarlas hasta Puerto Vallarta. Allí iniciarían el tramo más largo y tedioso que las llevaría por varías islas del Pacífico hasta finalizar en Dávao, Filipinas. 

Si todo había salido como esperaba, Raquel y su familia deberían aparecer en aquel punto de encuentro en cualquier momento. 

Respiró hondo en un intento de mantener su mente a raya. Sin embargo, cada hora que pasaba y ella no aparecía le era más difícil controlar los pensamientos negativos. No había podido comunicarse con Raquel durante todo el trayecto y la incertidumbre comenzaba a debilitar su confianza en el plan. Lo último que supo de ella era que había embarcado correctamente en Puerto Vallarta, pero habían pasado dos semanas desde entonces, tiempo suficiente para que hubiesen surgido otros problemas sobre los que no tenía control, como que alguna de las 3 hubiese caído enferma, teniendo que ser trasladadas a un hospital, o que el barco hubiese quedado varado en mitad del Pacifico a causa de un temporal. Habían puesto el atardecer de aquel 20 de enero como límite para su encuentro, y solo quedaban dos horas para que el sol terminase de desaparecer en el horizonte.
Pero toda aquella preocupación se le olvidó de golpe. 

Se incorporó tan pronto como la divisó a los lejos, arrastrando una maleta en cada mano. Se le escapó una pequeña risa de emoción, y los nervios del momento hicieron que sus gafas se escurrieran unos milímetros. Se las colocó de nuevo, justo para ver cómo ella le sonreía de vuelta, provocándole un intenso cosquilleo en la boca del estómago. Después se fijó en las dos figuras que la acompañaban. Abuela y nieta caminaban agarradas de la mano al mismo tiempo que miraban a un lado y a otro con curiosidad. Exhaló con alivio; todas parecían estar sanas y salvas. 

Intentó mantenerse sereno, pero su nerviosismo se hizo aún más evidente cuando de repente recordó que desde ese momento ya no serían dos, sino cuatro. Ahí comenzaba el mayor reto de su vida: ser parte de una familia.

El tramo final se le hizo eterno, pero cuando por fin la tuvo delante, se olvidó de los angustiosos días que había pasado sin poder comunicarse con ella. Afortunadamente todo había salido bien y por fin la tenía allí, frente a él. 

Notó que se le aguaban los ojos, impidiéndole ver la sonrisa que le dedicó Raquel antes de soltar las maletas y abrazarse a su cuello con fuerza. Se le escapó un sollozo camuflado de risa a la vez que rodeaba su cintura con sus brazos para pegarla a su cuerpo todo lo humanamente posible. Por fin podía sentirla, podía verla, olerla, escucharla. Respiró hondo, queriendo memorizar aquella sensación de absoluta felicidad. 

—Por fin —murmuró Raquel, apretando los ojos casi con la misma fuerza del abrazo. H

abían sido semanas muy duras, y sabía que las siguientes tampoco serían fáciles, pero aquel abrazo le devolvió la perspectiva y las ganas de disfrutar de un nuevo comienzo, lejos de los monstruos que la había atormentado año tras año.

Al apartarse, Sergio depositó un beso casto en su mejilla, cohibido por la sonrisa pícara de Mariví y la mirada curiosa de Paula. Raquel rio para sus adentros.

—Me alegro mucho de que estéis aquí por fin —admitió Sergio con timidez, mirándola primero a ella y después a su familia. 

Raquel le apretó la mano sin poder quitarse la sonrisa de la cara. Se colocó un mechón de pelo detrás de la oreja antes de colocar la mano en la espalda de su hija para que esta se acercase un poco más a Sergio.

—Paula, cariño, ¿te acuerdas de Sergio? —La pequeña ladeó la cabeza, entornando la mirada mientras hacia memoria. 

—No mucho —le contestó a su madre antes de devolverle la mirada a Sergio—. Hola.

Este le sonrió, ofreciéndole la mano—. Hola, Paula. Me alegro mucho de verte.

La niña le dio la mano, estrechándola sin quitarle la mirada curiosa de encima. Sergio intuyó que la pequeña tenía un arsenal de preguntas para hacerle, como aquella primera vez que se vieron y no tuvo reparos en preguntarle si estaba saliendo con su madre. Sin embargo, esta vez no abrió la boca, y tras soltarle la mano, regresó al lado de su madre. Sergio carraspeó, desviando su atención hacia la madre de Raquel.

—Marivi —la saludó con una pequeña reverencia de la cabeza, a lo que la mujer respondió frunciendo el ceño.

—¿Y mi abrazo? ¡Ven aquí, anda! —exclamó acercándose a él con los brazos abiertos. Sergio se quedó paralizado cuando esta lo abrazó con efusividad; quiso colocarse las gafas, pero sus brazos habían quedado atrapados bajo los de ella. Al apartarse, Marivi le pellizcó una mejilla—. Qué alegría me da verte tan feliz y tan guapetón. Porque eso es lo que merece mi hija, un hombre bueno, guapo y feliz que la quiera de verdad. Porque tú la quieres de verdad, ¿no?

—Mamá... —se echó a reír Raquel ante la cara de circunstancia de Sergio—. No es momento de hacer interrogatorios.

—Bueno, hija, era una preguntita de nada. Hemos cruzado medio mundo para venir a verle, tendré que asegurarme de que merecerá la pena, ¿no?

Sergio se ajustó las gafas—. Yo... no sé si merecerá la pena pero... sí puedo asegurarle que haré todo lo que esté en mi mano para que así sea.

Marivi miró a su hija con media sonrisa—. Siempre me ha gustado este muchacho para ti —dijo dándole un ligero toque con el codo. 

Sergio sonrió levemente, sujetándose las gafas con un dedo a la vez que agachaba la cabeza en un intento de esconder su evidente timidez causada por falta de experiencia con los halagos. Carraspeó y volvió a levantar la mirada hacia las tres mujeres que tenía frente a él.

—Bueno pues eh... ¿listas para conocer vuestra nueva casa? 

Paula fue la primera en responder, dando un salto de entusiasmo. 

Tras cargar el equipaje en el maletero del Jeep, salieron rumbo a la nueva casa. En circunstancias normales, el silencio que reinó en el coche durante los primeros minutos del trayecto le habría parecido una bendición a Sergio. Sin embargo, en esos momentos, cada segundo que pasaba el silencio le resultaba más asfixiante. Sentía que debía romper el hielo, entablar conversación y hacerlas sentir bienvenidas, pero no sabía cómo hacerlo. No quería forzar una conversación, no se le daba bien, pero tampoco quería que pensasen que era un antipático aburrido.

Aquellos pensamientos se esfumaron cuando sintió la mano de Raquel posarse sobre la suya en la palanca de cambio. La miró de reojo unos segundos, sonriendo de lado.

—Están agotadas... —murmuró Raquel como si hubiese podido leer sus pensamientos. Aunque probablemente se había percatado de que las miraba a través del espejo retrovisor cada pocos segundos. 

Sergio asintió despacio, obligándose a no analizar cada minúsculo detalle. Después de todo acababan de llegar de un largo viaje, era muy probable que ninguna tuviese ganas de hablar a causa del cansancio.

Notó que Raquel se removió en su asiento, acercándose más a él a la vez que giraba su mano y deslizaba sus dedos entre los de ella.
Por inercia, bajó la mirada a sus manos entrelazadas y sonrió levemente. Sintió unas enormes ganas de decirle lo mucho que apreciaba que estuviese allí, que hubiese creído en él lo suficiente como para cambiar radicalmente no solo su estilo de vida, sino también la de las dos personas más importantes para ella.

Aprovechó una recta en el camino para volver a mirarla, pero esta vez Raquel se encontraba observando la frondosa vegetación que delimitaba el camino y no se dio cuenta.
Le brotó una sonrisa en los labios como cada vez que la miraba; las casi tres semanas que habían pasado juntos en Palawan habían sido inolvidables, sin duda alguna, las mejores de su vida. Pero las había vivido con cierto temor, temor al último día, pues sabía su tiempo juntos tenía fecha de caducidad, ya que veía imposible que Raquel estuviese dispuesta a dejarlo todo para irse con él. En el mejor de los casos, podrían verse una vez al año en algún país a medio camino. 

Esta vez, sin embargo, era muy consciente de que Raquel había venido para quedarse, y aquello le generaba una sensación en el estómago que no era capaz de describir, excedía a toda sensación de felicidad que había experimentado hasta el momento. Solo sabía que aquel conjunto de sensaciones, por primera vez, le hacían ver cierto sentido a la vida.

—¿De verdad estás aquí? 

Raquel giró la cabeza, arqueando una ceja. Se echó a reír cuando percibió en su mirada que la pregunta iba totalmente en serio. Le apretó la mano a la vez que volvía a inclinarse hacia él.

—Lo estoy, sí —murmuró antes de plantar un beso en su hombro. Después levantó el mentón para mirarle—. Pero puedo pellizcarte si no te lo terminas de creer... —sugirió a través de una sonrisa traviesa.

Sergio rio, acariciándole la mano con el pulgar.

—No hace falta. Te creo.

Raquel le guiñó un ojo, y él sintió ganas de besarla en ese mismo instante, pero se limitó a apretarle la mano a la vez que pisaba el acelerador para llegar a su nuevo hogar cuanto antes.

Raquel se llevó sus manos unidas a su regazo a la vez que apoyaba la cabeza en el cristal de la ventana, devolviendo la mirada al exterior. Hacia rato que habían dejado atrás la costa y parecían estar adentrándose en un bosque cada vez más denso. No pudo evitar sentir cierta inquietud; había pasado la mayor parte de su vida en la ciudad, rodeada de gente, vehículos y ruido urbano casi las 24 horas del día. Verse de repente en plena naturaleza, sin nada ni nadie alrededor en kilómetros a la redonda, le generaba una sensación de inseguridad a la que no estaba acostumbrada. 

Cerró los ojos y respiró hondo, forzándose a pensar en que todo iba a ir bien, que aquel lugar era transitorio, y que pronto encontrarían su lugar en aquella parte del mundo. Lo importante en esos momentos era mantenerse unidos, pasase lo que pasase.

—Hemos llegado —anunció Sergio tras parar el coche frente a la cabaña de madera que había alquilado para los próximos meses.

Al no recibir ningún tipo de reacción, ambos echaron un vistazo al asiento trasero. Abuela y nieta se habían quedado dormidas, apoyadas la una en la otra. Raquel se mordió el labio, sintiéndose culpable de su cansancio.

—¿Las dejamos dormir un rato? —preguntó Sergio en voz baja. 

Raquel levantó la mirada hacia él, dudosa.

—No sé si es muy buena idea... Tienen que adaptarse al nuevo horario. 

—15 minutos no va a suponer mucha diferencia. —Raquel ladeó la cabeza.

—...Supongo que no. 

Dando un suspiro, volvió a apoyar la espalda en el respaldo del asiento. Echó un vistazo a la construcción de madera que tenían delante. Se trataba de una cabaña relativamente nueva de dos pisos, no muy grande pero suficiente para los cuatro. Estaba rodeada de enormes árboles de tronco delgado, y aquel camino de tierra que habían recorrido parecía ser el único acceso al lugar.

—¿Qué te parece? —preguntó Sergio un tanto nervioso.

Sabía que no era la casa ideal, ya que de momento necesitaban algo pequeño y aislado donde pasar desapercibidos unos meses en caso de que Alberto denunciara a Raquel por haber sacado a Paula del país sin su permiso, pero le inquietaba el no haber podido contar con su visto bueno antes de alquilarla. Raquel apartó la mirada de la casa para sonreírle. La sinceridad que encontró en su mirada logró apaciguar sus nervios, dejando paso a la ilusión.

—Tiene buena pinta. —Sergio le devolvió la sonrisa.

—¿Quieres verla? 

—Después —dijo a la vez que se quitaba el cinturón de seguridad para poder girarse hacia él. 

Su mano fue directa a su barba, la cual acarició con la yema de sus dedos mientras repasaba cada detalle de su rostro con la mirada. Solo habían pasado dos meses desde que se había marchado de Palawan, pero, por alguna razón, aquellos dos meses se le hicieron más largos que todo el año que pasó sin saber de él tras el atraco.

—¿Cómo estás? —preguntó con una calidez en su voz que dejaba entrever lo mucho que lo había echado de menos. 

Sergio sonrió.

—Bien. Pero debería ser yo el que te pregunte a ti... yo no me he movido de aquí —dijo agarrando su mano a la vez que giraba la cabeza para besar el centro de su palma.

Aquel gesto dibujó una suave sonrisa en sus labios.

—¿Cómo estás tú? ¿Qué tal ha ido el viaje? —preguntó, mirándola con absoluta adoración.

Raquel dejó escapar un suspiro a la vez que su mano se escurría de entre los dedos de Sergio hasta aterrizar en su propio muslo.

—Diría que agotada, pero creo que sobrepasé ese término hace días. —Rio más por frustración que por gracia—. Se me ha olvidado lo que es dormir más de dos horas seguidas. —Llevaba tantas horas de sueño acumuladas, que tenía la sensación de estar viviendo un mismo día sin principio ni fin.

Sergio frunció los labios, dándose cuenta por primera vez de los signos de cansancio que marcaban su rostro. Tomó su mano y volvió a acercarla a su boca para besar sus nudillos.

—Bueno, afortunadamente eso tiene fácil solución. Puesto que mañana no tienes que madrugar... —le recordó a través de una leve sonrisa antes de besar el interior de su muñeca sin romper el contacto visual—. Ni pasado —añadió en un susurro, tirando suavemente de su brazo para besar su codo. Continuó ascendiendo por su brazo desnudo gracias a la camiseta de manga corta que llevaba puesta. Los labios de Raquel se curvaron en una sonrisa natural—. Ni al otro. Ni al otro... —Su voz se desvaneció al alcanzar la base de su cuello.

Raquel dejó escapar un suspiro de placer al sentir el suave tacto de sus labios y el roce de su barba contra su piel. Cerró los ojos y ladeó la cabeza, ofreciéndole más espacio a su boca, entregándose a aquella sensación que había añorado tantos días. 

Se estremeció por completo cuando Sergio abrió ligeramente sus labios, depositando un beso húmedo bajo su mandíbula; aún le sorprendía que, a aquellas alturas de su vida, alguien pudiese despertar su cuerpo de aquella manera, como si nunca antes hubiese experimentado el roce de unos labios con su piel.

Enlazando sus brazos detrás del cuello de Sergio, lo atrajo aún más hacia su cuello, mientras que las manos de Sergio buscaban apoyo en su cintura. Sintió sus dedos clavándose bajo sus costillas a la vez que pellizcaba un tramo de su piel con los dientes, succionando con la fuerza justa para ponerle la piel de gallina.

—Mmh... —ronroneó Raquel más fuerte de lo que pretendía. 

Entreabrió los ojos para comprobar que las ocupantes del asiento trasero siguiesen dormidas y, tras no ver indicios de lo contrario, bajó las manos al cuello de Sergio y levantó su cabeza para asaltar su boca con un beso que llevaba reprimiendo todo el trayecto. 

Esta vez fue él el que no pudo contener el gemido de sorpresa que le provocó sentir de nuevo el sabor de su boca en sus labios. 

Se besaron despacio pero con urgencia, una mezcla explosiva que los dejó sin aliento en pocos segundos. 

—Cuánto necesitaba esto... —Exhaló Raquel, apoyando la frente en su boca. 

Respirando pesadamente, Sergio frotó su espalda, intuyendo que había algo más que una referencia física detrás de sus palabras; una carga invisible que no había estado ahí en su anterior viaje. Se apartó unos centímetros para poder mirarla a los ojos, temiendo encontrar arrepentimiento en ellos.

—¿Ocurre algo? —preguntó con cautela—. Te noto preocupada. 

Raquel apretó los labios, sintiéndose al borde de las lágrimas cuando Sergio le acarició la mejilla con la parte trasera de sus dedos. 

Estuvo a punto de achacar su estado al profundo cansancio que arrastraba, ya que no quería ensombrecer el reencuentro con sus propios fantasmas, pero tampoco quería mentirle. Siempre había sido sincera con él, incluso cuando apenas se sabía su nombre y aún así sintió la confianza suficiente para hablarle sobre el maltrato que había sufrido a manos de su ex marido.

Tragó el nudo que se le había formado en la garganta y dejó que Sergio levántese su cabeza de nuevo tras colocar un nudillo bajo su mentón.

—Es mi madre... Me dio un buen susto en el barco y no he podido separarme de ella ni un segundo desde entonces —explicó.

Sergio frunció el ceño con preocupación.

—¿Qué tipo de susto? —Raquel suspiró, echando un vistazo a la parte trasera para cerciorarse de que su madre dormía.

—No sé si fue por su enfermedad pero... se desorientaba todo el rato. Y un día se perdió. La dejé volver sola al camarote porque Paula quería quedarse un rato más viendo a unos delfines y, no sé cómo, terminó en la sala de máquinas. Tardamos más de una hora en encontrarla... —Se frotó la frente con los dedos, volviendo a sentir la tensión de aquel día y el miedo a que pudiese haberle ocurrido algo peor—. Llegué a pensar que se había caído por la borda —añadió en una risa que difícilmente concordaba con el miedo que desprendía su mirada.

Sergio tragó con fuerza, entendiendo por dónde iban los tiros. 

—Vaya... lo siento mucho. Tuvo que ser horrible. Debería haberle pedido a... —Raquel negó con la cabeza, recordando lo mal que lo había pasado su madre cuando "aquel hombre extraño" las seguía a todas partes.

—Hubiese sido peor. —Sergio la observó en silencio unos segundos, parecía verdaderamente afectada por aquel incidente.

—Bueno, por suerte no pasó nada grave, y ya estáis aquí. Ya estáis a salvo, Raquel —intentó tranquilizarla, acariciando su brazo con cariño.

Raquel le miró a los ojos, sintiendo por fin la fuerza que necesitaba para verbalizar aquello que llevaba días rondándole la cabeza.

—Sergio, tengo miedo de que este cambio tan brusco pueda empeorar su enfermedad —confesó por fin. Agachó la mirada, abrumada por el conflicto que estaba sintiendo. No se arrepentía de estar con él, pero el haber involucrado a su familia en todo aquello comenzaba hacer mella en su conciencia—...Y no dejo de sentirme culpable por haberla sacado de su entorno. Pero es que dejarla con Marta... 

—No era una opción —Sergio completó su frase a la vez que sujetaba su cara con ambas manos para que le mirase—. No le des más vueltas, Raquel. Has hecho lo mejor para tu madre. No sé qué tipo de efectos tendrá el cambio de entorno en su evolución, eso solo lo podremos saber con el tiempo, pero te puedo asegurar de que aquí no le va a faltar nada. Ya sea tratamiento, clases, visitas al medico, una cuidadora que la acompañe, cariño... todo lo que sea necesario lo tendrá. —Raquel se mordió el labio, conmovida por la seguridad con la que se expresaba—. No conozco a tu hermana, pero por lo que me has contado, dudo mucho que se hiciese cargo de tu madre. Por lo menos no de la manera que ella merece. En ningún sitio va a estar mejor que contigo —añadió la última frase mirándole fijamente a los ojos con la esperanza de que el mensaje calara en ella y volviese a confiar en su decisión.

Raquel asintió despacio, mordiéndose el labio—. Gracias... —susurró con lágrimas formándose en las esquinas de sus ojos. 

Sergio se apresuró a colocar sus pulgares bajo sus párpados, dispuesto a borrar cualquier lágrima que se atreviese a mojar sus mejillas.

—Todo va a ir bien. Ya lo verás —murmuró antes de posar un pequeño beso en sus labios.

Raquel asintió, forzando una sonrisa.

—Sí. Todo va a ir bien —repitió a modo de mantra, aunque por dentro estuviese llena de dudas.

Aún así, el haber admitido su inseguridad con él, había logrado deshacer un poco de ese nudo que llevaba días oprimiéndole el pecho.

Anhelando sentirse, ambos bajaron la mirada a los labios del otro. Sin embargo, el sonido de un bostezo frustró el inicio de un segundo beso. 

Giraron la cabeza a la vez, a tiempo para ver cómo Paula se desperezaba estirando los brazos hacia arriba. Aquel movimiento terminó despertando también a Marivi, quién miró a los lados con cara de no reconocer el lugar dónde había despertado.

—¿Hemos llegado ya? —preguntó la pequeña con voz ronca mientras se restregaba los ojos con la parte trasera de sus dedos.

(...)

—¡Mamá, mira! ¡pone mi nombre! —exclamó Paula sorprendida, señalando a un trozo de madera que colgaba sobre una de las puertas del piso superior.

El ambiente había cambiado por completo desde que Paula se había despertado, contagiando su entusiasmo por explorar la casa al resto de la familia.

Ya habían visto el exterior y la planta baja donde estaban el salon y la cocina. Y ahora se encontraban frente a una de las cuatro puertas que había en la planta superior.

—¡Anda! Debe ser que esta es tu habitación, ¿no? —respondió Raquel, arqueando una ceja. 

Paula giró la cabeza hacia Sergio, mirándolo con los ojos grandes y llenos de ilusión.

—¿Es la mía? —Sergio asintió, devolviéndole la sonrisa—. ¿Puedo pasar?

No pudo evitar reír ante la educación de la niña.

—Por supuesto —respondió él con un movimiento de la mano. 

Paula no tardó ni dos segundos en agarrar el pomo de la puerta, abriéndola de par en par. Aspiró una bocanada de aire al ver el que sería su cuarto.

Raquel sujetó la mano de Sergio, reteniéndolo frente a la puerta, y rodeó su cintura con sus brazos desde atrás, apoyando su barbilla sobre su hombro. 

—¿Lo has hecho tú? —preguntó señalando al trozo de madera con mirada tierna.

Sergio sonrió de lado, girando la cabeza para poder mirarla.

—Un nuevo hobby —explicó. Raquel sonrió.

—Eres adorable —murmuró, dejando un pequeño beso en su hombro. Él colocó sus manos sobre las de ella, agradecido—. ¿Ya te has aburrido del origami?

—No. Me quedé sin papel.

Raquel se echó a reír, deshaciendo el abrazo para poder tomarle de la mano. 

Entraron juntos a la habitación. Marivi y Paula estaban sentadas en la cama, abriendo los multiples paquetes que habían encontrado sobre esta. Paula no dejaba de hablar y mirar con ilusión cada uno de los regalos que iba abriendo.

Tras abrir el último, Paula se acercó a Sergio, sonriendo ampliamente. 

—Muchas gracias por lo regalos, Sergio.

La sonrisa genuina de la pequeña le enterneció—. De nada. Espero que te guste tu nueva habitación.

La niña asintió con la cabeza varias veces—. Es muy chula.

—Venga, vamos a ver la mía, que estoy impaciente por abrir mis regalos —bromeó Mariví.

Sin embargo, esta no pudo contener su sorpresa cuando, al abrir la puerta, también encontró varios paquetes sobre su nueva cama.

—¡Pero bueno! Esto parece Navidad otra vez.

—No esperaba que fueses tan detallista... —comentó Raquel mientras observaban a abuela y nieta abrir los paquetes con la misma ilusión de antes.

—Dos meses dan para mucho —respondió agachando la mirada hacia Raquel, que se encontraba a su lado, agarrada a su brazo.

Ella arqueó una ceja de manera sugestiva—. ¿Eso significa que yo también tendré regalos?

Él ladeó la cabeza—. Es posible...

Raquel le apretó el brazo, mordiéndose el labio.

—Pero los tuyos están escondidos. No son aptos para abrir en familia...

Raquel le sonrió, intrigada.

(...)

Una vez vista la casa, y tras haber subido las maletas a su habitación correspondiente, Sergio las dejó solas para que pudieran ducharse y asentarse en su nuevo hogar.

Aprovechó aquel momento para encender la chimenea, ya que la temperatura había bajado considerablemente desde que se había puesto el sol. 

Se quedó un rato observando la luz anaranjada que emanaba del fuego mientras reproducía en su mente cada segundo de aquel día. Aún persistían sus dudas sobre si todo aquello era real, o la soledad de los últimos meses había provocado que su cerebro crease un mundo ficticio. De cualquier modo, prefirió no despertar nunca de aquel sueño.

—¿Cariño?

Un cosquilleo recorrió su espalda al escuchar la voz de Raquel llamándolo de aquella manera. Al girarse, la encontró descendiendo las escaleras de madera junto a Paula, quien ya estaba en pijama y llevaba su pelo aún húmedo recogido en dos trenzas.

—Mi madre se acaba de ir a dormir, la pobre está agotada y no aguantaba más en pie. ¿Te importa quedarte con Paula un rato mientras me ducho?

Sergio sacó las manos de sus bolsillos, asintiendo a la vez—. Por supuesto. Sin problema. —Raquel sonrió, llevando una mano detrás de su nuca a la vez que se ponía de puntillas para besar sus labios suavemente.

—Gracias —murmuró al apartarse—. Tardo nada. 15 minutos.

—No te preocupes.

La observó marcharse hasta que desapareció en lo alto de las escaleras. Al bajar la mirada dio un respingo al encontrar a Paula observándolo intensamente. No había caído en que "quedarse con Paula" implicaba estar solo con ella. Sergio se recolocó las gafas, nervioso.

—Tengo hambre —rompió el silencio la pequeña.

—Pues eh...—Le echó un vistazo a su reloj de pulsera—. Aún no he preparado nada para cenar... —lamentó—. Vamos a la cocina, a ver qué podemos hacer.

La pequeña se subió a uno de los taburetes que había a un lado de la barra y observó cómo Sergio abría todo los armarios de la cocina.

—¿Qué te apetece? 

—Pues... no sé, ¿qué tienes?

Sergio fue nombrando cada cosa que veían sus ojos, hasta que una de ellas pareció llamar la atención de la pequeña.

—¿Puedo cenar cereales? 

—Eh... sí, claro.

Sacó las multiples cajas que había comprado unos días antes. Desconocía las preferencias alimenticias de sus nuevas compañeras, así que en vez de arriesgarse y decantarse por una, terminó comprando un poco de todo. Lo cuál resultó en una despensa hasta arriba de productos que probablemente no acabarían antes de volver a mudarse.

Sacó también un bowl del armario de los platos y se encaminó hacia la despensa. 

—¿Qué leche te gusta? ¿De avena, de soja, de almendras, de arroz...?

Paula se le quedó mirando, perpleja—. ¿No tienes de la normal?

—¿De vaca?

Paula asintió. Sergio echó un vistazo a la torre de cajas que ocupaba uno de los laterales de la despensa.

—Sí. Sí tengo. ¿La prefieres entera, semidesnatada, desnatada, sin lactosa...?

Paula volvió a hacer una mueca, confusa. Se encogió de hombros.

—No sé... La que esté rica

Sergio se rascó la nuca, observando las cajas. Se decantó por la entera, y regresó frente a la pequeña.

Mientras Paula miraba con indecisión las diversas cajas de cereales, él desenroscó el tapón de la caja para verter un poco de leche en el bowl.

—¡Noooo! —exclamó la pequeña, provocándole un respingo que resultó en leche derramada sobre la encimera.

Sergio quedó paralizado, mirándola perplejo.

—Primero los cereales —explicó la pequeña, indignada—. Si no se van a desbordar los cereales cuando los eche. —Sergio carraspeó, colocándose las gafas.

—Perdón. Tienes toda la razón. Disculpa.

La pequeña ladeó la cabeza mientras él agarraba un trapo para recoger la leche.

—¿Nunca has comido cereales? 

—Pues... la verdad es que no lo recuerdo.

—¿Y qué desayunas entonces?

—Normalmente café. O té.

Paula abrió los ojos, sorprendida—. ¿Solo?

—No suelo tener hambre por las mañanas.

—Mamá te va a regañar —advirtió la pequeña. Una efímera sonrisa ocupó los labios de Sergio.

El gesto que había hecho con las cejas le había recordado a Raquel.

—¿Por qué?

—Porque el desayuno es la comida más importante del día. No debes ir a trabajar con el estómago vacío.

—Ah... Pero... si como algo a media mañana para compensar, no pasaría nada, ¿no?

Paula se quedó pensando unos instantes.

—No sé —concluyó encogiendo un hombro—. Luego le preguntas a mi madre.

Sergio sonrió, embelesado. Tras varios minutos de indecisión, Paula terminó mezclando varios cereales en el cuenco, pero echó tantos que, al añadir la leche, estos terminaron derramándose por los bordes igualmente. 

—Uis... —dijo encogiendo los hombros a la vez que emitía una pequeña risa.

Sergio terminó riendo con ella—. Parece que tu teoría de los cereales primero falla... —Le chinchó.

Paula arrugó la nariz.

—No falla, es que he echado de más porque tengo mucha hambre —explicó.

Sergio contuvo la risa—. Entiendo. 

Tras comerse los cereales que habían caído sobre la encimera, Paula hundió la cuchara en el bowl. Sergio aprovechó para echar un vistazo a la nevera, había comprado de todo, y aún así no sabía que preparar para la cena. Después de varios minutos de deliberación interna, sacó unos filetes de pollo para preparar junto a un revuelto de verduras.

—¿Entonces eres el novio de mamá otra vez? —preguntó Paula tras varios minutos de silencio.

Sergio se giró hacia ella. 

—Pues... sí. Sí lo soy. 

—¿Y la quieres mucho? —preguntó la pequeña con sonrisa pícara.

Sergio tragó saliva, intentando esconder su incomodidad—. Eh...—Se ajustó las gafas—. Claro. Claro que sí. —Sonrió. 

Paula entornó la mirada, como si una duda acabase de entrar en su cabeza.

—¿Entonces por qué rompisteis? 

—Eh, pues... Lo cierto es que técnicamente no rompimos. Veras... yo tuve que marcharme de viaje y... no pudimos vernos durante varios meses —explicó, añadiendo una breve sonrisa.

—Pues vaya viaje largo... —dijo rodando los ojos.

Sergio rio—. Tanto como el que habéis hecho vosotras.

Paula asintió. De repente vio cómo a la pequeña se le iluminaban los ojos.

—¿Quieres que te cuente una cosa que me pasó en el viaje?

—Claro —respondió Sergio intentando mostrar su mismo interés. 

Escuchó atentamente las historias que Paula le contaba sobre los días que habían pasado en Mexico y las aventuras que había vivido en el barco. Raquel había hecho un buen trabajo manteniéndola al margen de los problemas, pues Paula parecía haber vivido una experiencia completamente diferente, libre de malos recuerdos. Incluso encontraba gracioso el día que su abuela decidió "jugar al escondite". Parecía guardar buenos recuerdos de aquellas 3 semanas de viaje.

Le sorprendió la habilidad que la pequeña tenía para enlazar una anécdota con otra, y cuando quiso darse cuenta, había pasado más de veinte minutos sin apenas intervenir.

—Oye, tu madre está tardando mucho, ¿no? —interrumpió Sergio tras comprobar que había pasado más de media hora desde que Raquel había subido a su habitación. Paula se encogió de hombros, bebiéndose el resto de leche del bowl—. Voy a ver cuanto le queda. Enseguida vuelvo —la pequeña asintió a la vez que rellenaba el bowl, ya vacío, con más cereales.

Subió los escalones de tres en tres, pero no tuvo que buscar mucho, ya que nada más abrir la puerta del dormitorio que compartirían, la encontró tumbada en la cama, dormida.

Entró sigilosamente en la habitación y se acercó a la cama. Ni siquiera había llegado a ducharse, ya que la ropa limpia seguía preparada a los píes de la cama. Echó un vistazo a los demás objetos que había sobre la cama. Al parecer había encontrado sus regalos y no había podido resistirse a abrirlos. 

Rio para sí, arrodillándose a un lado de la cama. Apartó con dos dedos un par de mechones que se habían escurrido hacia su cara y sonrió al verla dormir. Parecía más relajada de lo que había estado en toda la tarde, e incluso podía intuir una pequeña sonrisa en sus labios. 

Bajó la mirada al percatarse de que abrazaba algo contra su pecho. Se trataba de la carta que le había escrito para acompañar los regalos.
Una carta que había escrito de manera espontánea en un momento de debilidad, cuando la echaba tanto de menos que hasta le costaba dormir. Había expuesto todos sus sentimientos, pensamientos e ilusiones en esa carta, además de agradecerle una y otra vez aquel nuevo comienzo que ella le había regalado al aceptar una vida a su lado.
Acarició su mejilla con sus dedos y sonrió, sintiéndose el ser humano más afortunado del planeta.

Tras observarla dormir unos instantes, depositó un beso en su frente y se levantó despacio. Le quitó las botas con sumo cuidado para no interrumpir su sueño y después sacó una manta gruesa de una de las cómodas del cuarto para arroparla.

Luchando contra sus propios deseos de tumbarse a su lado y vigilar sus sueños,
cerró la puerta con cuidado y regresó a la cocina, donde Paula seguía devorando su segundo bowl de cereales. 

—Tu madre se ha quedado dormida... —anunció desde la puerta—. ¿Me ayudas a preparar la cena?

Paula saltó del taburete, exclamando un sí con predisposición.

Chapter 5: Diez

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5. Diez

 

Habían pasado diez meses desde que ella y su familia habían pisado suelo Filipino. El tiempo había volado y, a su vez, Raquel sentía que llevaba media vida viviendo en aquella isla de bosques frondosos, playas paradisiacas y gente acogedora. 

Echando la vista atrás desde aquella hamaca con vistas a la playa que ahora formaba parte de su patio trasero, los días más duros de su nueva vida se fueron difuminando en su memoria. Nada parecía tan grave como lo había sentido en su día. Quizás porque había sido afortunada y los miedos que había traído consigo nunca llegaron a materializarse.

La enfermedad de su madre, por ejemplo, no había empeorado. Al contrario, la reducción de estrés y el estímulo de un nuevo entorno habían contribuido a mejorar su estado de ánimo y habían estabilizado su enfermedad. Su memoria seguía fallando de vez en cuando, pero al menos estaba receptiva y se dejaba ayudar.

Tampoco le costó acostumbrarse a la vida en plena naturaleza como había temido, aunque detestaba el hecho de tener que mudarse de casa cada dos meses. Tendía a encariñarse muy rápido de los lugares y dejarlos atrás le generaba un halo de tristeza que tardaba días en quitarse de encima. 

A Paula le pasaba lo mismo, pero ella mostraba su frustración a través de enfados. Quizás fue aquello lo que más dolores de cabeza le había traído hasta el momento. Paula siempre descargaba su rabia contra ella, era su mecanismo de defensa desde que se había divorciado de su padre. Y había días que aquella actitud de su hija simplemente la sobrepasaba. Lloraba contra la almohada, a veces por frustración, otras porque no podía evitar sentirse mala madre. Afortunadamente, el apoyo y enorme paciencia de Sergio para mediar entre las dos, hacían más llevaderas aquellas situaciones desesperantes.

Pero por suerte, aquel ir y venir había terminado. Al menos de momento. Por fin habían encontrado la casa perfecta para sus circunstancias, en la que esperaban poder vivir por un tiempo indeterminado. La casa era amplia, abierta, no muy alejada de la civilización, y tenían la playa a escasos pasos. Desde que habían llegado a aquella última casa, dos meses atrás, sus vidas parecían haber adquirido por fin cierta normalidad, y aquello se reflejaba en el estado anímico de todos. Paula se había incorporado a un colegio local tras meses de homeschooling y parecía entusiasmada con sus nuevos compañeros y maestros; su madre también había iniciado unas clases enfocadas al refuerzo de su memoria que la hacían estar mucho más centrada. Y ella estaba feliz de verlas contentas.

Pero la mayor fuente de tranquilidad llegó en forma de email hacía escasas semanas. Según la información que les habían proporcionado los hackers de Sergio, Alberto no la había denunciado por sacar a su hija del país. La carta que le había dejado a su hermana antes de marcharse, donde le explicaba por qué se iba y le pedía que interviniera en la disputa con Alberto, parecía haber surtido efecto. No había autoridades internacionales buscándolas. Finalmente podían hacer vida normal sin tener que estar alerta las 24 horas del día, ni sospechar de cada persona que se les quedase mirando más de cinco segundos seguidos. 

Por fin eran libres –o tan libre como se podía ser estando con un fugitivo–, y la paz mental que sentía desde aquella noticia se reflejaba en cada poro de su piel. Además, para coronar aquel cúmulo de fortunios, su relación con Sergio iba viento en popa y a toda vela. No podía pedirle más a la vida.

Raquel suspiró, retomando la lectura que había interrumpido con aquella reflexión.

Quizás sí podía pedirle algo más, pensó para sí misma tras terminar de leer el artículo. 

Levantó la mirada al ver a Sergio cruzar el porche de camino a la playa. Cargaba unos tableros de madera que había ido a comprar esa misma mañana. 

—Cariño. 

Sergio frenó en seco al escuchar la voz de Raquel. Miró hacia el interior pero no la vio hasta que esta se incorporó en la hamaca, dejando caer sus pies descalzos al suelo; Sergio le sonrió a modo de buenos días.

—¿Estás muy ocupado? 

—Pues... estoy arreglando el techo del barco. Se prevén lluvias para la semana que viene y... —Frunció el ceño—. ¿Por qué? 

—Es que estaba leyendo un artículo muy interesante y... me ha picado la curiosidad.

Sergio dirigió la mirada a la tablet que Raquel tenía sobre su regazo.

—¿Un artículo sobre qué? 

—Ven. 

Intrigado, dejó los tableros apoyados en un pilar y se sacó las zapatillas para entrar en la casa. Se sentó a su lado en la hamaca a la vez que Raquel le entregaba la tablet con el artículo en cuestión. Sergio se ajustó las gafas antes de leer el titular. Raquel apretó los labios, a punto de echarse a reír cuando Sergio abrió los ojos de par en par, empujando sus cejas a lo más alto de su frente.

—¿Orgasmos femeninos? 

Raquel se mordió el labio sonriendo y asintió.

—¿Y qué... qué es lo que... qué es lo que te ha... generado curiosidad? —Titubeó—. Tú debes saber mucho más que yo sobre el tema.

Raquel volvió a sonreír; le encantaba ponerle nervioso con aquel tema, pues a pesar de haberse conocido muy a fondo durante los diez meses que llevaban conviviendo, aún le costaba hablar de sexo abiertamente.

Aprovechando que la estaba mirando, Raquel respiró hondo y se inclinó hacia él echándole una mirada sensual. Rodeó su cuello con sus brazos, haciendo que la mirada de Sergio descendiera a sus labios conforme se acercaba.

—No quiero que me expliques nada. Quiero que me ayudes a batir mi propio récord —murmuró a través de una sonrisa, dejando un minúsculo beso en sus labios. 

Sergio tragó saliva, aquella insinuación en su voz le había provocado una contracción de deseo en el abdomen. Bajó la mirada al artículo antes de responder.

—Récord de... ¿orgasmos? —preguntó para asegurarse. 

Raquel asintió, mirándole con aquella intensidad tan suya que Sergio quedó petrificado unos segundos. 

—¿Y Cuál... —carraspeó—...cuál es tu... récord? —completó la pregunta a la vez que empujaba el arco de sus gafas con su dedo índice.

—Cinco.

Sergio volvió a abrir los ojos de par en par.

—Pero...

Bajó la mirada a la tablet, sintiéndose estúpido por lo desinformado que estaba sobre el tema.

—¿De una sola vez o...?

—En una sola noche. —Se echó a reír al ver la expresión desencajada de Sergio—. Tenía 23 años y la libido por las nubes... —añadió.

Volvió a acercarse a su boca mientras sus dedos deshacían los dos botones superiores de su camisa.

—Ya no tengo 23 años... pero las ganas te puedo asegurar que siguen intactas —susurró a escasos milímetros de sus labios a la vez que introducía la mano por la abertura de su camisa; Sergio tragó saliva, observándola embelesado.

Esta arqueó una ceja, mirándole profundamente a los ojos mientras acariciaba su pectoral con suavidad.

—¿Qué me dices?

Sergio desvió la mirada—. Pues eh... yo ya sabes que no tengo ningún problema con eso, pero... ¿qué pasa con...

—Darna y mi madre van a recoger a Paula del colegio después de su clase de memoria —se anticipó Raquel—. Van a llevarla a comer fuera y después a ver una obra de teatro, así que estamos solos hasta la hora de la cena.

Sergio sonrió levemente—. En ese caso... —murmuró llevando una de sus manos al muslo izquierdo de ella para acariciar su piel desnuda bajo la tela de su camisón blanco. Le dio un apretón—. Termino de arreglar el techo y nos ponemos a ello —concluyó con un pico en los labios, devolviéndole la tablet antes de levantarse. 

Raquel le siguió con la mirada, perpleja—. ¿En serio, Sergio? —No pudo esconder su indignación.

—Ya lo tengo empezado, Raquel. Sabes que no me gusta dejar las cosas a medias —explicó, recolocándose las gafas. 

Raquel puso los ojos en blanco, volviéndose a tumbar en la hamaca, pues sabía que intentar cambiar su planning del día era una pérdida de tiempo.

—Espero que al menos le pongas el mismo empeño a esto luego —añadió levantando la tablet. 

Sergio dejó escapar una pequeña risa de camino al porche.

 

12:55

Raquel abrió los ojos, confusa. Le llevó varios segundos darse cuenta de que se había quedado dormida en la hamaca. Echó un vistazo a su reloj y comprobó que ya casi era la hora de comer. Decidió preparar algo rápido. Se decantó por una ensalada de fruta que colocó en un tupper de cristal, y salió hacia la playa en busca de Sergio. 

Cuando ya estaba a medio camino, se percató de que el barco estaba amarrado en la orilla y no había nadie dentro. Frunció el ceño, preguntándose dónde estaría, pero enseguida sus oídos percibieron el ruido de agua cayendo a presión. Se giró hacia la casa y lo encontró en un lateral de la misma donde hacía poco habían instalado una ducha exterior para los días más calurosos. 

Aprovechó que Sergio estaba de espaldas para acercarse sigilosamente. Se apoyó de lado en la pared de la casa, a un par de metros de él, y pinchó un trozo de fruta mientras se deleitaba con las vistas con una sonrisa pícara en los labios.

Se fijó en cómo los músculos de su espalda se movían a medida que se aclaraba el pelo, y cómo la espuma del champú se escurría por el centro su espalda, formando una especie de rio espumoso. Se echó a reír al ver la raya de piel morena que dividía su espalda de la parte inferior de su cuerpo. Era la primera vez en 10 meses que había cogido algo de color, pero el no haberse quitado los vaqueros mientras trabajaba bajo el sol había provocado que ahora sus piernas y su trasero se vieran más blancos de lo habitual.

Se mordió el labio, deseando estar mordiendo otra cosa. Volvió a levantar la mirada cuando el ruido del agua cesó. Sergio acababa de cerrar el grifo y se disponía a agarrar la toalla que colgaba de un gancho a un lado de la ducha.

—Tengo que darte la razón.

Sergio se giró al escuchar la voz de Raquel a sus espaldas.

—La idea de la ducha exterior ha sido todo un acierto —cedió antes de introducir otro trozo de fruta en su boca.

Sergio sonrió mientras terminaba de atarse la toalla alrededor de las caderas y agarraba otra más pequeña para absorber el agua sobrante de su torso y cabello. 

—¿Cuánto tiempo llevas ahí? 

Raquel retorció los labios, separándose de la pared para caminar hacia él.

—No el suficiente —lamentó, parándose a un paso de él.

Sonrió al observarlo de cerca; le encantaba cómo el pelo mojado se pegaba a su frente y le daba un aspecto desenfadado, como si no hubiese roto un plato en su vida. Notó que Sergio miraba el bowl de frutas, por lo que pinchó un trozo de mango y se lo ofreció acercando el tenedor a sus labios. Este no dudó en atrapar la fruta entre los dientes y tirar de esta hasta liberarla del punzante mental. 

—Mmmh, qué bueno. 

Raquel asintió, siguiendo con la mirada las gotas de agua que caían de su pelo y se resbalaban a toda prisa por su torso hasta perderse bajo el pliegue de la toalla. De repente fue consciente del calor que hacía aquel día. 

—¿Has terminado ya de arreglar el techo? —preguntó de manera casual a la vez que levantaba la mirada.

Tomó otro trozo de fruta en un intento de sofocar el calor que viajaba en oleadas por su cuerpo.

—No. Aún me queda reforzar las juntas y darle una mano de pintura impermeabilizante para que no se estropee la madera. Espero poder acabarlo mañana.

—Sabes que no hay prisa, ¿no? —dijo en tono burlón.

Desde que Sergio había comprado aquel barco a un pescador local dos semanas atrás, se había dedicado casi exclusivamente a restaurarlo, dejando el resto de actividades a un lado.

—Lo sé —respondió él cogiendo el último trozo de fruta con los dedos—. Pero quiero tenerlo acabado para dentro de dos semanas.

Raquel frunció el ceño, dejando el bowl vacío sobre el estante de los champús.

—¿Por qué? ¿Qué pasa dentro de dos semanas?

Sergio la miró con la ceja ligeramente arqueada mientras masticaba la fruta. Raquel sintió que había algo que se le escapaba, alguna celebración especial de la que se había olvidado. Intentó hacer memoria, pero por esas fechas sólo recordaba un cumpleaños, y era el de Paula. No veía la conexión, a no ser que quisiera llevarla a navegar como regalo de cumpleaños.

Sergio tragó el pedazo de fruta y desvió la mirada hacia la toalla que tenía en las manos. 

—Por nada.

Colgó la toalla pequeña y agarró sus gafas del estante para ponérselas.

—Solo es la fecha límite que me he propuesto para terminarlo. 

Raquel entornó la mirada, poco convencida, pero no quiso indagar. Tenía cosas mejores en mente.

—Entonces por hoy has terminado, ¿no? —preguntó con voz suave a la vez que descansaba las palmas de sus manos en los hombros de Sergio.

—Efectivamente —respondió apartándole el pelo de los hombros.

Raquel sonrió de manera insinuante—. Bien. 

—¿Bien por qué? ¿Tienes algo en mente? —fingió no entender su contento.

Raquel apretó los labios, ladeando la cabeza. Él no pudo evitar sonreír ante aquel gesto y agachando la cabeza posó sus labios sobre los de ella, dejando un beso suave, un roce simple pero cargado de complicidad. 

—Soy todo tuyo —murmuró, rozando sus labios al hablar.

Raquel le mordió el labio inferior como respuesta y volvió a presionar sus labios mientras sus manos acariciaban los tonificados músculos de sus hombros, deshaciendo las gotas que habían quedado estáticas en su piel. Sintió cómo las manos de Sergio se asentaban en sus caderas con decisión, arrugándole el camisón al clavar los dedos en su piel. El roce ascendente de la tela le provocó unas suaves cosquillas que le hizo separarse de su boca dando un suspiro.

Se sonrieron a la vez; tenían la costumbre de hacer aquella pequeña pausa para mirarse. Era su forma de sentirse más presentes, más conectados. Despacio volvieron a acercarse. Abrieron sus bocas a la vez, pero Sergio fue más rápido a la hora de atrapar el labio inferior de Raquel, haciéndola emitir un ronroneo de placer que le erizó la piel y le impulsó a dar un paso al frente, acorralándola sutilmente entre su cuerpo y la pared.  

Raquel sonrió contra sus labios, encantada con la forma en que su pierna derecha se había colado entre las suyas. Rodeó su cuello con ambos brazos, girando la cabeza hacia un lado para facilitar el encuentro de sus lenguas. Gimió sin pudor cuando las manos frías de Sergio descendieron por sus muslos y se colaron bajo su camisón. Sintió sus largos dedos reptar bajo la goma de su ropa interior y agarrar sus nalgas con firmeza, pegándola aún más a su cuerpo.

Raquel exhaló en su boca al sentir la presión de su muslo contra el centro de su pubis, el cual estaba más que receptivo al tacto después de las fantasías que habían ocupado su mente a raíz del artículo que había leído aquella mañana.

Sergio sonrió para sí cuando Raquel comenzó a frotar las caderas contra su muslo, rozando intencionadamente su punto sensible. Permaneció quieto en aquella posición, dejándola buscar su propio placer; sentir cómo se masturbaba con una parte de su cuerpo disparó aún más su deseo, causándole una erección instantánea.

Arrastrado por el momento, llevó la mano derecha a la nuca de ella e inclinó su cabeza hacia atrás con urgencia, buscando ahondar en la humedad de su boca. Un sonido ronco de placer escaló por la garganta de Raquel, retumbando en la suya propia. Pensó en levantarla del suelo y cargarla hasta la cama para poder enterrarse entre sus piernas hasta que se pusiese el sol, pero intuyó que si se apartaba justo en aquel momento, Raquel le fulminaría con una mirada asesina.

Mientras ella seguía disfrutando de aquella placentera fricción, Sergio abandonó sus labios y adhirió su boca al borde de su mandíbula a la vez que rodeaba su cintura con un brazo. La pegó aún más a su cuerpo con la intención de que sintiera lo excitado que estaba, pero Raquel frenó en seco. 

—Uno —la escuchó mascullar a la vez que expulsaba todo el aire de sus pulmones.

El aumento de presión entre sus piernas había terminado de desencadenar el ansiado orgasmo. Sergio se separó unos centímetros y levantó la cabeza, mirándola divertido. Sus mejillas estaban coloradas y su respiración alterada.

—¿Ya? 

Raquel se mordió el labio, aún aturdida por aquel orgasmo relámpago. Se humedeció los labios antes de hablar.

—Cariño, llevo horas esperándote. 

Él rio, encorvándose para plantar un beso de cariño en su hombro. 

—No sabía que te urgía tanto.

—Pues sí, sí que me urgía.

Tomó unas cuantas respiraciones antes de llevar las manos a su barba y acariciar su cara con los dedos.

—De todas formas no te relajes, que esto acaba de empezar —susurró de manera sensual.

Sergio arqueó una ceja—. ¿Entonces va en serio lo del reto? 

Raquel sonrió, arrastrando los dedos por su torso y abdomen hasta alcanzar el borde de la toalla. Sergio contrajo los músculos de su abdomen, pensando que iría a quitarle la toalla allí mismo, pero en vez de eso, sus dedos perfilaron su miembro a través de la toalla. 

—Bueno... puedes tomártelo como un reto o... una manera de celebrar que por fin tenemos un día entero para nosotros, sin necesidad de fijar un objetivo concreto. 

Sergio apretó los labios a la vez que bajaba la mirada entre sus cuerpos; los dedos de Raquel habían dejado las caricias sutiles para encorvarse alrededor de su erección, aún cubierta por la toalla. Comenzó a masajear su pene en movimientos ascendentes, y cuando volvió a buscar sus ojos, la vio fruncir los labios de manera inocente, como si no estuviese provocándole de manera descarada. Nunca se había planteado el sexo como un reto, pero ahora que ella lo había sugerido, tenía curiosidad por comprobar hasta qué punto eran capaces de llegar.

Se relamió el labio inferior, mirándole fijamente a los ojos—. Ocurre que... a mí me gusta fijar objetivos. Y cumplirlos. 

Raquel escondió una sonrisa mordiéndose el labio inferior.

—¿Y crees que puedes estar a la altura de este? Así, sin haberlo estudiado de antemano ni nada —le provocó, arqueando una ceja que manifestaba duda. 

Sergio estuvo a punto de sonreír, pero optó por seguirle el juego. Entornando la mirada, colocó una mano detrás de su nuca—. ¿Me está subestimando, inspectora? —murmuró cerca de sus labios.

Una descarga de placer le atravesó el abdomen y se perdió entre sus piernas al escucharle hablar de esa manera. Abrió los labios para hablar, pero cuando estaba a punto de contestarle, Sergio retrocedió un paso, deshaciendo el contacto entre sus cuerpos.

Empujando su cadera izquierda con los dedos, la giró hacia la pared. Raquel frunció el ceño, sorprendida con aquel movimiento, pero no opuso resistencia y apoyó ambas manos en la pared. Por lo general solía ser ella quien llevaba la voz cantante en los asuntos de cama, pero de vez en cuando Sergio sacaba el carácter serio y demandante del profesor que siempre conseguía hacer que le temblasen las piernas, y no de miedo precisamente. 

—¿Qué pretende hacer, profesor? —provocó ella mirándole con una sonrisa por encima del hombro. 

Sergio se acercó un poco más y le retiró pelo hacia el hombro opuesto antes de bajar uno de los tirantes de su camisón. Raquel contuvo la respiración al sentir cómo sus dedos cruzaban su espalda deslizándose lentamente por su piel hasta alcanzar el otro tirante.

—Voy a demostrarte que llevo mucho tiempo estudiándote —añadió mientras bajaba el otro tirante despacio. 

Su camisón quedó colgando de sus codos, dejando al aire su pecho y una buena porción de su espalda. Raquel no supo qué decir, su reacción natural fue cerrar los ojos cuando sintió uno de sus nudillos ascendiendo por su columna. Este frenó a la altura de su cuello y levantó con los dedos los mechones que cubrían su piel.

—Punto número uno: te encanta que te bese aquí.

Sus omóplatos descendieron unos centímetros al sentir sus labios en el centro de su nuca, un roce que le recorrió la espina dorsal en forma de descarga eléctrica. Sergio notó aquella leve sacudida de su cuerpo y sonrió para sí mismo, satisfecho. Continuó estimulando aquel punto erógeno mientras sujetaba sus caderas para que no huyera. Tras unos segundos, bajó los labios hacia su hombro izquierdo, asegurándose de que su barba rozase su piel en el trayecto como a ella le gustaba. Mordió la curva de su hombro con suavidad mientras ascendía con las manos por sus costados. Al llegar a sus costillas, se desvió hacia el frente.

—Punto número dos —murmuró a la vez que cubría sus pechos desnudos con ambas manos y apretaba sus pezones ya erectos entre sus dedos. La sintió estremecerse bajo su tacto, y tuvo que tragar saliva para no perder el control en ese mismo momento.

Sin embargo Raquel no se lo puso fácil, pues en vez de dejarse dominar, arqueó la espalda hacia atrás hasta pegar sus cuerpos, atrapando su erección entre sus nalgas. Dejó escapar un pequeño gruñido ante aquella provocación.

—Punto número tres —añadió ella echándole una mirada burlona por encima del hombro. 

Sergio se humedeció el labio inferior, mirándola fijamente.

—¿Pasamos al cuatro entonces? —murmuró él pegando sus labios a su oído al mismo tiempo que bajaba una de sus manos por su abdomen.

Depositando un beso detrás de su oreja, levantó su camisón e introdujo una mano entre sus piernas. Acarició la parte interna de sus muslos con la palma de la mano, evitando acercarse demasiado a su sexo. Continuó masajeando su pecho a la vez que acariciaba la suave piel de sus muslos, disfrutando de cómo la respiración de Raquel se volvía más pesada con cada roce ascendente. 

Raquel apretó los párpados, sintiendo que su humedad aumentaba por momentos. Pero aquellas caricias tímidas comenzaron a mermar su paciencia. Necesitaba sentir sus dedos entre sus piernas, enterrandose una y otra vez en su sexo hasta que sus piernas cediesen al placer, pero Sergio no parecía tener la misma prisa. 

Se mordió el labio cuando volvió a pellizcarle el pezón antes de abandonar su pecho y abrazar su cintura con un brazo mientras su otra mano continuaba maniobrando entre sus piernas. Contuvo la respiración cuando la siguiente vez, el lateral de la mano de Sergio rozó su centro. Pero en vez de permanecer ahí como ella deseaba, la mano volvió a descender por su otro muslo. 

Raquel emitió un gruñido de frustración. Frunció el ceño cuando lo escuchó reír detrás.

—¿No te gusta? —preguntó Sergio fingiendo desconocimiento.

—Sí. Pero agradecería que dejases de ignorar el punto C.

—¿Punto C? 

Cansada de aquel juego, Raquel agarró la muñeca de Sergio y llevó su mano al centro de sus piernas. 

—Punto C.

Sergio sonrió, notando su ropa interior húmeda. Plantó un pequeño beso en su cuello antes de acercar la boca a su oído.

—Pero para eso mejor nos deshacemos de esto primero, ¿no? —murmuró a la vez que enganchaba el borde de sus bragas con el pulgar.

Raquel aspiró una bocanada de aire cuando Sergio tiró de la prenda hacia abajo. Esta se escurrió con rapidez por sus piernas hasta terminar en el suelo. 

Esta vez Raquel no tuvo que insistirle, pues Sergio volvió a colocar la mano entre sus piernas, deslizando dos de sus dedos entre sus expectantes labios. Su miembro palpitó al sentir en sus dedos el calor que irradiaba del centro de sus piernas. Tragó saliva, intentando recomponerse, pero los gemidos ahogados de Raquel y la manera en que su culo presionaba su erección cada vez que rozaba su clitoris, lo llenó de impaciencia.

—¿Vamos a la cama? —preguntó en un susurro mientras sus dedos continuaban deslizándose a lo largo su sexo, tentando la entrada a su vagina con la yema de los dedos.

Raquel sacudió la cabeza—. Después —respondió en una exhalación casi orgasmica.

De pronto llevó una mano hacía atrás y tiró de la toalla, dejándolo completamente desnudo. Se mordió el labio al sentir el peso de su pene en la curva de su espalda. 

Sin poder esperar un segundo más, separó las piernas y se puso de puntillas, agarrando la base de su pene para guiarlo a su entrada. Sergio gimió excitado al sentir su humedad abrazándole el glande. Impulsado por un instinto animal, presionó su mano libre contra su abdomen a la vez que se enterraba en su interior, estremeciéndose al escucharla espirar. Agarrando sus caderas con firmeza, comenzó a entrar y salir de su cuerpo mientras su otra mano seguía estimulándole clitoris en movimiento circulares. 

Escuchando las respuestas de su cuerpo, modificó la velocidad e intensidad de sus movimientos; Raquel estiró los brazos para contrarrestar la fuerza de sus embestidas, y en menos un minuto, un orgasmo más intenso que el anterior hizo flaquear sus piernas, pillándola por sorpresa. Incapaz de articular palabra, Raquel apartó la mano de Sergio de entre sus piernas y clavó los dedos en su cadera, frenándolo. Este reposó la cabeza en su hombro, respirando pesadamente.

—¿Dos? —preguntó con una sonrisa pícara en los labios al sentir las contracciones de su vagina exprimiéndole el miembro. 

Raquel asintió, respirando por la boca. Mantuvo los ojos cerrados, entregándose por completo a aquella agradable sensación antes de que se desvaneciera. Aún le sorprendía lo rápido que era capaz de llegar al orgasmo con Sergio. No sabía cómo lo hacía, pero tenía la habilidad de desconectar su voz interior, aquella que tantas veces le había saboteado un orgasmo preocupándose por tonterías como los pelos que se había dejado en las ingles tras una depilación rápida, o si a su pareja le molestaría el olor natural de su vagina.

Echando la vista atrás se dio cuenta de que muchas veces su mente se dispersaba como mecanismo de defensa, porque no se sentía cómoda o no sabía poner límites, lo cual muchas veces le había llevado a hacer cosas que no sentía o quería. Sobre todo con Alberto. Todo aquello terminó generándole cierto rechazo hacia el sexo. Y tras su divorcio, lo evitó a toda costa.

Hasta que llegó Sergio. 

Con Sergio volvió a recuperar la autoestima y las ganas de sentir el tacto de otra persona. Y a pesar de haber sido completos desconocidos la primera vez que se acostaron, aquella noche se sintió más cómoda y deseada que durante gran parte de su vida. Sergio a primera vista daba la impresión de ser un hombre maniático y frío, pero aquello solo era una fachada. Con el tiempo comprobó que era la pareja más generosa, cariñosa y comprensiva con la que había estado nunca. 

—Sigue —pidió una vez su respiración había vuelto a la normalidad. Dejando un beso en su hombro, Sergio levantó la cabeza y volvió a apartar su pelo ligeramente mojado de sudor hacia el hombro.

—¿No prefieres ir dentro? 

Raquel giró la cabeza para mirarle y, agarrando su barbilla con una mano, lo atrajo hacia sus labios. 

—Aún no —respondió antes de saborear sus labios en un beso lento.

La comodidad de una cama era irremplazable, pero le resultaba excitante hacerlo al aire libre rodeados de aquel precioso paisaje. Algo que era impensable cuando su familia estaba en casa.

Sergio comenzó a prenetrarla de nuevo a un ritmo lento, consciente de que podría resultar molesto para ella si aplicaba más fuerza. Le acarició la espalda con la yema de los dedos mientras sus lenguas seguían danzando en el interior de sus bocas. Raquel rompió el beso cuando el cuello comenzó a dolerle, y volvió a colocar las manos en la pared, inclinándose hacia delante un poco en busca de una postura más placentera.

Aprovechando aquella posición, Sergio levantó su camisón y agarró sus glúteos con ambas manos, apretándolos entre sus dedos mientras observaba cómo su pene entraba y salía de ella. Acarició su curcusilla con el pulgar, observando cómo el choque de sus cuerpos generaba pequeñas olas en su piel.

Apretando sus nalgas de nuevo, deslizó el pulgar entre sus glúteos y presionó suavemente su ano. Notó que Raquel se estremecía ante aquel contacto, por lo que no dudó en repetir el gesto, esta vez dibujando pequeños círculos a su alrededor. La escuchó exhalar repetidamente, pero fue ella quien le robó el aire a él cuando arqueó la espalda, enterrando su pulgar en su interior.

Se mordió el labio, intentando no perder el control mientras su miraba seguía fija en la unión de sus cuerpos; aquella imagen le provocó un cosquilleo en los dedos de los pies que comenzó a ascender poco a poco por sus piernas. Sabía que estaba cerca, pero no quería acabar antes de llevarla al orgasmo al menos una vez más. Raquel se quejó cuando Sergio paró de pronto, retrocediendo un paso para salir de su cuerpo. 

Se giró ante la falta de contacto y su camisón terminó de caer al suelo al bajar los brazos. Arqueó una ceja cuando lo vio arrodillarse ante ella. Se apoyó en la pared, ya que sus piernas seguía débiles tras el orgasmo y se echó a reír cuando Sergio levantó una de sus piernas y le sacudió la arena del pie para plantar un beso en su empeine. Continuó lentamente por su tobillo, gemelo y rodilla, hasta alcanzar la parte interna de su muslo, el cual lamió y mordisqueó hasta que Raquel comenzó a emitir los primeros gemidos. Arrimándose más a su cuerpo, colocó la pierna doblada de Raquel sobre su hombro y la miró antes de dar el siguiente paso.

—Avísame cuando estés cerca —pidió justo antes de adherir su boca a su sexo. 

Raquel sintió una descarga de placer al sentir la humedad de su lengua adentrarse entre sus labios. Lamió sus pliegues sin prisa, saboreando su lubricante natural cuando este bañó sus labios y barbilla. Tras unos minutos, se detuvo en su clitoris para estimularlo con movimientos rápidos de su lengua, alternando entre la punta y la parte plana de la misma.

Raquel apoyó la cabeza en la pared, sintiendo cómo pequeñas olas de placer comenzaban a formarse en su bajo vientre. Aspiró una bocanada de aire cuando Sergio introdujo dos dedos en su vagina y los curvó hacia su pubis, rozando con las yemas el area rugosa de su vagina. Una combinación de estímulos explosiva que hizo temblar sus piernas. Raquel se encorvó hacía delante, comprimiendo el abdomen ante aquella sacudida de placer que anunciaba un orgasmo inminente.

—Sergio —advirtió con urgencia, tirando de su pelo para que se apartase. 

Este se puso en pie de inmediato y, asaltando su boca con un beso lascivo se guió a ciegas con la mano. Abrazando su cuello y enredando una pierna alrededor de sus caderas, Raquel arqueó la espalda, ayudándole a encontrar la entrada; sus gemidos se entremezclaron en sus bocas cuando su pene volvió a entrar hasta los más profundo de su vagina. Sergio sujetó su pierna en el sitio a la vez que comenzaba a moverse en su interior. Raquel se mordió el labio, le encantaba sentir su pecho pegado al suyo mientras se mordían los labios y sus caderas chocaban con fuerza en cada embestida. Tras unos instantes, Raquel liberó sus labios para mirarle. Adoraba ver cómo su expresión facial cambiaba cuanto más se aproximaba al orgasmo.

—¿Sabes qué es lo que más me pone de todo y aún no te has dado cuenta? —dijo Raquel con la voz entrecortada.

Sergio rozó su nariz con la suya, mirándola con intensidad.

—Verte y escucharte disfrutar —murmuró ella cuando Sergio no dio una respuesta—. Pero sueles ser demasiado calladito —le reprochó.

Como respuesta a aquella provocación, Sergio colocó una mano bajo su mandíbula para asegurarse de que no desviaba la mirada de ahí en adelante. Apartando los labios, reflejó en su garganta cada sensación de su cuerpo, gimiendo y gruñendo cada vez que entraba en ella.

Raquel le arañó la espalda, la cual se encontraba mojada por las gotas de sudor y agua que caían desde su nuca. Se mordió el labio, sonriendo, y apretó los músculos vaginales para provocarlo un poco mas. Sergio masculló una palabrota al encontrarse a las puertas del orgasmo. Entonces Raquel arrastró una mano entre sus cuerpos para tocarse y poder llegar al mismo tiempo que él. Una leve presión bastó para conseguir su objetivo.

—Joder —gruñó Sergio al sentir cómo las contracciones vaginales de Raquel estrangulaban su pene, provocándole una descarga de placer que le instó a acelerar aún más sus embestidas. Con un último empujón se dejó ir, completamente extasiado. 

La pierna de Raquel se escurrió de su mano, y dejó caer su peso sobre el cuerpo de ella, entregándose a la sensación de paz que quedaba tras el orgasmo. Raquel le acarició la espalda con la punta de los dedos, aún abrumada por la avalancha de sensaciones que recorrían su cuerpo. Permanecieron abrazados en silencio, sintiendo los latidos y el aliento del otro en su propia piel.

Tras unos instantes, Sergio estiró el brazo hacia la llave de la ducha para abrirla. Dando un paso atrás se colocó bajo el torrente de agua, sintiendo un inmenso alivio cuando esta entró en contacto con su piel, la cual ardía a causa del esfuerzo y el calor que hacía aquel día.

Raquel se echó a reír y tomando su mano se unió a él bajo el chorro de agua para limpiarse la mezcla de fluidos que se escurrían por el interior de sus piernas. Sergio la envolvió entre sus brazos, plantando un beso de cariño en su frente, y suspiró, satisfecho.

Raquel se abrazó a su cintura, mirándole con un brillo especial en los ojos. Deseó quedarse allí abrazada a su cuerpo desnudo bajo el agua tibia de la ducha por el resto del día. Poco le importaba el reto después de aquella increíble experiencia sensorial.

Como si hubiese leído su mente, Sergio echó un vistazo a su reloj de pulsera.

—Tres en menos de 45 minutos... Este reto va a resultar más fácil de lo que pensaba.

Raquel rio antes de apoyar su mejilla en su pecho. Respirando hondo, cerró los ojos; tenía la sensación de que su cuerpo había perdido la mitad de su peso. Pero después se dio cuenta de que tenía una sed de perros. Contra su propia voluntad, Raquel deshizo el abrazo.

—Creo que necesito beber agua —lamentó, haciéndole reír.

 

13:20

"Llamar niñera." Leyó mentalmente en el calendario que colgaba del frigorífico mientras le daba un trago a su vaso de agua. Raquel frunció el ceño, extrañada. Aquella no era su letra y tampoco recordaba tener nada importante aquel día en concreto como para necesitar una niñera.

—Cariño, ¿has escrito tú esto? 

Sergio, que se encontraba sentado en la isla central de la cocina comiendo un sándwich, levantó la mirada hacia donde señalaba Raquel. Dejó de masticar un segundo, como si acabasen de pillarlo con las manos en la masa.

—Eh... sí. He sido yo —admitió apartando la mirada.

Le dio otro bocado a su sándwich, fingiendo leer una revista de cocina filipina que había sobre la mesa. Raquel se aproximó a él y apoyó los antebrazos en la encimera.

—¿Y qué pasa ese día? ¿Tenemos algún evento? —preguntó totalmente desorientada.

Sergio intentó buscar una excusa convincente, pero su mente pareció haber entrado en un callejón sin salida—. Es... una sorpresa —confesó muy a su pesar. 

Una sonrisa se dibujó en los labios de Raquel. Pero después recordó lo del barco y sus prisas por tenerlo listo a tiempo. 

—¿Es una sorpresa porque te apetece o... es por algo en especial? —

Sergio permaneció callado. Raquel ladeó la cabeza

—Cariño, si es una fecha importante prefiero que me lo digas. Soy malísima para recordar fechas y no quiero decepcionarte cuando no recuerde tu cumpleaños o algún aniver...

De repente dejo de hablar al recordar que el cumple de Paula coincidía con el aniversario del atraco.

—¿Es porque va a hacer dos años que nos conocimos?

Sergio asintió despacio, mostrando cierta timidez. Raquel sonrió, enternecida, y rodeando la encimera, envolvió su cuello con los brazos. Besó su mejilla con afecto; aún le sorprendía lo detallista y romántico que podía llegar a ser. 

—¿Y qué has preparado? —preguntó mordiéndose una esquina de su labio inferior.

Tenía una relación amor-odio con las sorpresas, ya que le encantaban pero a la vez no soportaba la intriga.

—Si te lo digo deja de ser sorpresa —respondió Sergio empujando sus gafas hacia arriba antes de devolver su atención a la revista, esperando que así dejase el tema.

—Tiene que ver con el barco, ¿verdad? ¿Vamos a salir a navegar? —insistió ella acariciando su nuca con la palma de su mano.

Sergio espiró—. No te voy a contar nada. Tendrás que esperar al sábado. 

Raquel sonrió para sí, segura de que había dado en el clavo. 

—Está bien... pero sé que he acertado, si no no te pondrías tan nerv...

De repente Sergio cerró la revista y se giró hacia ella en el taburete. Agarrando su cara entre sus manos la atrajo hacia su boca para callarla con un beso.

—Tenemos un reto que retomar —le recordó. 

Raquel rio contra sus labios, pero su técnica funcionó, pues el tema quedó olvidado cuando sus manos se posaron en su culo, pegándola a su cuerpo a la vez que devoraba sus labios como si llevasen meses sin verse.

El ambiente comenzó a calentarse a una velocidad de vértigo mientras se manoseaban por encima de la ropa. Sergio se puso en pie, aún enganchado a sus labios.

—¿Vamos al dormitorio? —murmuró él separándose unos centímetros de su boca. 

Raquel sacudió la cabeza mientras deshacía el botón de sus pantalones—. Aquí —murmuró.

Sergio levantó la mirada hacia la puerta—. ¿Y si viene alguien? 

Raquel dejó caer sus párpados—. ¿Acabamos de follar al aire libre y te preocupa que puedan pillarnos haciéndolo en la cocina?

Sergio desvió la mirada, sintiéndose estúpido; pero la cocina era la cocina... ahí comían a diario. Era prácticamente la zona más transitada de la casa.

—Además, van a estar fuera todo el día... No va a venir nadie.

—Esta bien —cedió antes de enterrar el rostro en su cuello.

Cerrando los ojos, Raquel retrocedió unos pasos hasta sentarse en el taburete que él había dejado libre. Suspiró al sentir sus besos húmedos descendiendo hacia el escote de su vestido mientras sus manos se deslizaban por sus muslos, arrastrando consigo su vestido.
Entrelazó los brazos detrás de su cuello, separando las piernas para que pudiese situarse en medio. Poco a poco, Sergio fue agachándose, depositando besos en su abdomen y muslos a través de la tela de su vestido. Levantó la mirada cuando por fin se encontró entre sus piernas. Besó el lateral de sus rodillas antes de proceder a quitarle la ropa interior. 

—¡Darna! —exclamó Raquel de repente, atrapando la cabeza de Sergio entre sus piernas—. ¡Qué haces aquí! —preguntó con voz nerviosa mirando hacia la puerta.

Alarmado, Sergio intentó levantarse, pero lo quiso hacer tan rápido que la velocidad le jugó una mala pasada, haciéndole perder el equilibrio y terminó cayendo de espaldas al suelo. A Raquel le dio tal ataque de risa al verlo tirado en el suelo boca arriba cual cucaracha, que no fue capaz de seguir con la broma.

Se llevó una mano al estómago, sintiendo una punzada de dolor de tanto reír—. Perdón, perdón, perdón.

Le extendió la mano para ayudarle a incorporarse. Pero la risa le había dejado sin fuerzas y terminó en el suelo junto a él, riendo a carcajadas. Sergio permaneció impasible, como si aquel susto le hubiese causado un derrame cerebral. Raquel se tumbó de lado y agarró su mandíbula para girarle la cabeza y que le mirase.

—Perdón, cariño. —Frunció los labios para prevenir otra risotada—. No pensaba que iba a colar. 

Sergio por fin se movió para enderezarse las gafas, ya que se habían torcido durante la caída—. No sé si mereces más orgasmos después de esto —dijo con voz seria. 

Raquel apretó los labios, intentando prevenir otra carcajada, pero las mejillas comenzaron a dolerle y terminaron cediendo ante sus ganas de reír. Raquel intentó taparse la boca, pero Sergio ya había fruncido el ceño, molesto.

—Lo siento. Pero ha sido graciosísimo. 

Notó una minúscula y efímera sonrisa en los labios de Sergio, pero no pudo ver más, pues de repente se abalanzó sobre ella, besándola con efusividad. 

El cuarto y quinto orgasmo tuvieron lugar allí mismo, en mitad de la cocina. Para el sexto ya se habían trasladado al dormitorio, y aunque con él habían batido el ansiado récord de Raquel, ninguno mostraba signos de querer parar, por lo que continuaron disfrutándose durante horas en la intimidad de su dormitorio.

—Diez...—suspiró Raquel.

Giró la cabeza cuando Sergio se tumbó a su lado respirando con pesadez.

—Creo que he llegado a mi límite —confesó, exhausta. 

El sueño comenzó a nublar su mente y sus párpados triplicaron su peso en segundos. Ni si quiera fue capaz de abrir los ojos cuando Sergio la envolvió en sus brazos y besó su hombro, murmurando algo que no llegó a escuchar, pero intuyó que era bonito.

20:43

Sergio y Raquel se encontraban en la cocina preparando la cena cuando Marivi y Paula regresaron de su día en la ciudad. Darna se marchó tras una breve conversación con Raquel, y Marivi se fue a su cuarto a ducharse. Paula se quedó en la cocina picoteando de unos aperitivos que había preparado Sergio.

—Mami, ¿puedo jugar a Roblox en la tablet hasta que esté lista la cena? 

—Esta bien. Pero solo hasta la cena. 

—Vale. 

Paula salió corriendo hacia el salón. Sergio miró a los lados, buscando la pila de platos que había sacado unos minutos antes. Los localizó al lado de Raquel.

—Cariño, ¿me puedes acercar los platos?

Raquel arrugó la nariz, mirando la distancia que los separaba; tenía agujetas en todos los músculos de las piernas y molestias en las ingles, por lo aquellos dos metros le parecieron tan largos como una pista de atletismo. Aún así se puso en pie y le llevó los platos. Sergio se echó a reír al ver que era incapaz de caminar normal.

—Idiota —masculló Raquel, dejando los platos a su lado.

Sergio la agarró del brazo y besó su cabeza con cariño—. Todo reto físico tiene sus consecuencias.

Raquel reprimió un quejido al volver a sentarse en el taburete. Paula regresó a los pocos segundos con la tablet en mano.

—Sergio —llamó su atención la pequeña mientras se sentaba en un taburete de la cocina.

Se giró de lado para poder atenderla—. Dime.

—¿Qué es un... orgasmo? —leyó en la pantalla.

Los ojos de Sergio se abrieron de par en par ante aquella pregunta y rápidamente buscaron los de Raquel, quien parecía igual de sorprendida e incómoda con la pregunta.

Sergio carraspeó, colocándose las gafas. Siempre que Paula tenía dudas sobre vocabulario la niña acudía a él, ya que había sido su profesor particular durante sus primeros meses en Palawan, pero aquella pregunta le puso nervioso, pues sentía que hablar de sexo con ella era algo que le correspondía a su madre. Sin embargo, no vio en Raquel ninguna intención de intervenir.

Volvió a mirar a Paula, quien lo estaba observando detenidamente, y carraspeó de nuevo.

—Pues eh... es... —Se rascó la barba mirando a Raquel una vez más—. es algo que le gusta mucho a tu madre.

—¡Sergio! —le reprochó esta de inmediato.

Este se encogió de hombros, sin saber qué añadir. 

—Pero ¿qué es? ¿Algo de comer? —insistió la pequeña.

Sergio ladeó la cabeza, dando a entender que en cierto modo así era.

—¿Puedo probarlo?

—¡No! —intervino Raquel—. Digo sí. Quiero decir...—Se apretó el tabique nasal con los dedos—. No es comida, y claro que podrás pobrarlo, cuando seas lo suficientemente mayor. Los... orgasmos son cosas de adultos. 

—¿Como la cerveza y el vino?

—¡Exacto! 

—Ah. Vale. 

Raquel suspiró, sintiendo que había salido bien del paso. Ya había hablado de sexo con su hija anteriormente, pero solo desde el punto de vista reproductivo. Sin embargo, aún no se sentía cómoda para hablarle de sus otros beneficios. Y menos aquel día.
Paula agachó la cabeza de inmediato, devolviendo la atención a la tablet para abrir el juego. Sergio se acercó a Raquel por detrás con la sartén aún en la mano. 

—¿Ves por qué te insisto en que cierres las aplicaciones cuando dejes la tablet? —susurró en su oído de camino al fregadero.

Raquel puso los ojos en blanco. Detestaba cuando llevaba razón. 

Chapter 6: Paula

Notes:

Hola de nuevo!!

Desmantelando Wattpad me di cuenta que tenía un one-shot sin publicar. Estaba a medio acabar, porque no me convencía del todo. Pero como no me gusta dejar las cosas a medias, here it is. Espero que os guste.

Chapter Text

6. PAULA

MIERCOLES, 16 oct.

—Sergio. —La voz de Raquel atravesó el ruido incesante de su máquina de afeitar, interrumpiendo su concentración. 

Apagó el aparato y dirigió la mirada hacia la puerta a través del espejo. La encontró apoyada en el dorso de la misma, observándole en silencio.

—¿Estás ocupado? —preguntó al mismo tiempo que soltaba la puerta para aproximarse a él.

—Eh... no. No, no. 

Dejó la maquina en su soporte y se giró hacia ella con una sonrisa cálida en sus labios.

—Has llegado antes hoy, ¿no? —señaló echando un vistazo rápido a su reloj antes de envolver su cintura con ambos brazos. 

Descansó el peso de ambos contra el borde de madera del lavabo a la vez que levantaba una ceja de manera interrogante. Desde que Paula había comenzado a asistir a un colegio local, se había convertido en rutina que Raquel hiciese parada en una pequeña cafetería que habían descubierto juntos el primer día en el camino de vuelta. Allí compraba café para llevar y algún dulce típico de la zona y después desayunaban juntos en el porche sin prisa. Pero aquel lunes, al parecer, había comenzado diferente. 

Raquel asintió—. He pensado que podríamos desayunar hoy en el pueblo. Necesito hacer unas compras.

—Por supuesto. Termino de vestirme y vamos.

Raquel susurró un vale, pero en vez de apartarse para dejarle continuar, posó ambas manos en su torso desnudo; Sergio la miró divertido antes de bajar la mirada a sus manos; le llamó la atención la manera en que acariciaba su vello pectoral, un tanto distraída y sin rumbo, lo cual distaba mucho de otras mañanas en las que Raquel irrumpía en el baño en su busca porque se había despertado con la libido por las nubes. Esta vez su mente parecía ir por un lado y su cuerpo por otro. 

Supo que aquello era más serio de lo que pensaba cuando, sin haberle mirado a los ojos una sola vez, Raquel rodeó su torso con ambos brazos en busca de un abrazo. No dudo un segundo en estrecharla contra su cuerpo a la vez que depositaba un beso de cariño en su hombro izquierdo.

—¿Ocurre algo? —preguntó en un murmuro mientras frotaba su espalda lentamente. 

Tras una respiración profunda, Raquel levantó la cabeza, apartándose unos centímetros—. Paula.

Sergio tragó saliva, preocupado. Cada vez que madre e hija discutían sentía todo el peso de la responsabilidad sobre sus hombros. Aunque Raquel le había insistido innumerables veces que había sido su decisión mudarse allí, no podía evitar sentirse culpable de las restricciones que la vida a su lado suponían para ella y su familia.

—¿Habéis vuelto a discutir?

—No. 

Sergio liberó un discreto suspiro de alivio.

—…Pero su cumpleaños es en unos días y no sé qué hacer —continuó mientras deshacía el abrazo. 

Sergio aprovechó el distanciamiento para agarrar su camisa, la cual colgaba de un gancho en la puerta. 

—Hoy de camino al colegio me ha preguntado si íbamos a preparar algo y no he sabido responderle… —añadió mientras tomaba asiento sobre el retrete—. Es la primera vez que no lo va a poder celebrar con sus primos y amigas de España y… temo que me lo eche en cara de alguna manera. 

Sergio mantuvo la mirada fija en el suelo, pensando en las diferentes posibilidades que tenían, mientras sus dedos empujaban los botones a través de los ojales de su camisa de manera casi independiente. 

Pensó en el santuario de Tarseros al que Paula llevaba tiempo pidiendo ir, pero enseguida descartó la idea, puesto que a aquellas alturas del año ese tipo de lugares estaban abarrotados de turistas extranjeros. 

Pensó también en la tienda de cerámica que ofrecía clases de iniciación para familias, pero concluyó que era un buen regalo, no una manera de celebrar un cumpleaños.

Tras varios segundos, buscó la mirada de Raquel—. ¿Qué sugieres?

Raquel encogió los hombros—. No sé, estoy completamente en blanco. Esperaba que tú me dieses alguna idea. 

Sergio soltó una pequeña risotada—. Raquel, este año ha sido la primera vez que he celebrado mi cumpleaños desde que tenía 15 años, y fue en contra de mi voluntad, ¿qué te hace pensar que sepa algo de celebraciones?

—Que conste que fue Paula la que lo organizó todo —añadió Raquel, levantando ambas manos a la defensiva. 

Sergio sonrió de lado, recordando pequeños fragmentos de aquel día. 

Nunca le había gustado ser el centro de atención, ya que siempre le llevaba a un estado de incomodidad que difícilmente lograba disimular, por eso evitaba mencionar su cumpleaños con la esperanza de que pasase desapercibido. Pero aquel día le pillaron por banda, y a pesar de su reticencia, le vendaron los ojos poco antes del atardecer y le hicieron caminar hacia la playa donde habían preparado una cena especial en su honor sin que él se hubiese percatado lo más mínimo. 

Bajo la estructura de madera que había construido semanas atrás a modo de sombrilla, las tres involucradas habían colocado una mesa redonda plegable y habían decorado la zona y toda la estructura con pequeñas lucecitas blancas, globos de colores y figuritas de origami -de las dos únicas formas que Raquel y Paula había logrado aprender a hacer. 

Fue tal su sorpresa que tardó varios segundos en reaccionar, a pesar de que sobre la mesa había claramente regalos y una tarta. No fue hasta que Paula se lanzó a abrazar su cintura cantando “cumpleaños feliz” a pleno pulmón que, con lagrimas en los ojos, se echó a reír. 

Horas más tarde, soplando las velas que descansaban sobre una imperfecta tarta de Oreo que Paula había preparado junto a su abuela, y rodeado de las tres mujeres de su nueva vida, supo que jamás olvidaría su 41 cumpleaños.  

—Podríamos organizar algo parecido —sugirió con aquella imagen en mente. 

Levantó la mirada hacia Raquel, quien arqueó una ceja.

—¿Una fiesta sorpresa?

Sergio asintió. 

—Pero… ¿solo nosotros tres?

—Podemos invitar a algunas compañeras de su clase, y se lleva bastante bien con los nietos de Darna, podríamos invitarlos también.

Raquel se mordió la esquina del labio inferior con duda—. ¿No es un poco arriesgado invitar a gente desconocida a casa? Aún no sabemos nada de sus familias.

—Los hackers hicieron un informe sobre el colegio y no encontraron nada sospechoso. No va a haber problema por invitar a unos cuantos niños. 

Raquel ladeó la cabeza, pensativa. 

Aproximándose despacio, Sergio le extendió la mano—. Vamos a desayunar y lo organizamos todo tranquilamente.

Raquel no pudo evitar esbozar una sonrisa ante su predisposición y, dejando caer su mano sobre la suya, se puso en pie. 

— Vamos. —Asintió con determinación.

VIERNES, 18 oct.

Lo que empezó como una inocente fiesta de cumpleaños para una niña de nueve años terminó convirtiéndose en una improvisada gymkhana de 8 pruebas diferentes. 

Raquel se llevó la mano a la mandíbula, observando estupefacta el plano que Sergio se encontraba diseñando en esos momentos en su despacho. 

—Cariño, creo que se te está yendo de las manos —le advirtió—. El cumpleaños es en dos días, no te va a dar tiempo a preparar todo eso.

—Por supuesto que va a dar tiempo. Tenemos todo el finde por delante y la mayoría de estas pruebas solo requieren materiales que tenemos por casa. Esta tarde saldré a comprar el resto. 

Poniéndose en pie, agarró a Raquel de la cintura con ambas manos y besó con entusiasmo el lateral de su cabeza antes de dirigirse a una cajonera cercana. 

Raquel se echó a reír, siguiéndole con la mirada. Vio que sacaba unos folios gruesos de unos cajones e inmediatamente regresaba a su escritorio.

—Está bien. Pero no te olvides de que son niños y es muy probable que no se tomen todo tan en serio como esperas —le advirtió mientras se sentaba en el borde del escritorio para observar más de cerca su plan.

—Pues entonces no obtendrán su recompensa —respondió con calma sin levantar la mirada del trazo que estaba realizando.

Raquel volvió a reír, mordiéndose el labio a la vez que sacudía la cabeza de lado a lado. Optó por no añadir nada más y dejarle disfrutar de su plan; ya escarmentaría él solito en unos días.

Echó un vistazo a las ocho hojas que había sobre el escritorio, cada una de ellas dedicada a una de las pruebas. Dos de estas se realizarían en el agua y el resto en la arena. No parecían complicadas, pero solo de imaginarse a Sergio intentando controlar a un grupo de niños y niñas de varias edades le entraba la risa. Risa que reprimió apretando los labios con fuerza mientras deslizaba el lateral de su mano sobre estos, fingiendo estar analizando el contenido.

De pronto Sergio levantó la mano izquierda, apuntando hacia ella.

—Por cierto, voy a necesitar que te lleves a Paula lejos de aquí el domingo. 

—¿Por qué? 

Ambos levantaron la mirada hacia la puerta; Paula acababa de entrar en el despacho sin que ninguno de los dos se diese cuenta y había escuchado su ultima frase. 

Sergio titubeó, pasmado. 

—Pues porque… —Empujó sus gafas hacia arriba con el dedo, nervioso—. Porque tengo una reunion de trabajo muy importante y… no puede haber ningún tipo de ruido en casa —justificó.

La pequeña ladeó la cabeza, extrañada.

—Pero si nunca hago ruido.

—Ya pero… 

Sergio tragó saliva, dirigiendo la mirada hacia Raquel en busca de ayuda. Esta se levantó del escritorio de inmediato y se aproximó a su hija haciendo un gesto con la mano.

—No le hagas caso, ya sabes lo maniático que puede llegar a ser Sergio a veces. 

Vio de reojo cómo este resoplaba en desacuerdo, pero hizo oídos sordos y se agachó frente a su hija, tomándola de las manos.

—Hace mucho que no tenemos un día solo de chicas, ¿qué te parece si nos vamos de compras el domingo y comemos fuera juntas? Las dos solas.

Aquella proposición hizo que se le iluminaran los ojos a Paula, quien sonrió de oreja a oreja.

—Vale.

—Bien —murmuró Raquel, plantando un beso en su mejilla.

—Pero, ¿y la abuela? Ella sí que hace ruido, sobre todo cuando se cuela un bicho en su habitación y se pone a gritar como una loca.

Raquel rio—. Tienes razón. Pues la invitamos también. Ven, vamos a preguntarle a ver qué le parece el plan.

Antes de cerrar la puerta, Raquel se giró hacia Sergio para guiñarle un ojo, quien agradeció el gesto con un leve movimiento de cabeza. 

LUNES, 21 oct.

Como habían acordado, Raquel recogió a Paula del colegio a las dos en punto y después hizo parada en un supermercado para que a Sergio le diese tiempo a recoger a las compañeras de Paula y llegar a casa antes que ellas.

—¿Qué vamos a hacer hoy? —preguntó Paula, sujetando el carro de la compra mientras su madre colocaba las bolsas en el maletero del Jeep.

—Pues lo de siempre, ¿no? Siesta, merienda, deberes…

Paula frunció los labios—. ¿No vamos a hacer nada especial?

—¿Como qué?

—¿Celebrar mi cumpleaños? —Sonrió ilusionada.

Raquel frunció el ceño—. Pero mi amor, ya lo celebramos ayer con la abuela, incluso elegiste tus regalos.

—Pero mi cumpleaños es hoy… no ayer.

Raquel se sacudió las manos tras cerrar la puerta del maletero—. Lo siento, cariño, pero no he preparado nada para hoy. Pensé que con lo de ayer era suficiente. 

Tuvo que morderse la lengua para no revelar la sorpresa allí mismo cuando Paula agachó la cabeza entristecida.

—Pero si te apetece podemos salir a bucear y estrenamos las aletas que compramos ayer —sugirió, intentando animarla. 

La niña se encogió de hombros—. Bueno.

Raquel dejó escapar un discreto suspiro cuando finalmente aparcó el Jeep frente a la casa; había logrado llegar hasta allí sin estropear la sorpresa, y ya solo quedaba el último paso. La camioneta de Sergio estaba en su lugar habitual, por lo que supuso que todo había salido bien. Ahora solo quedaba lograr que Paula fuese al porche trasero por sí sola sin que sospechase nada.

Una vez bajaron las bolsas del Jeep, Raquel fingió no encontrar las llaves en su bolso. 

—Vaya, creo que me he dejado las llaves en casa. Cariño, ¿te importa ir a ver si Sergio ha dejado la puerta trasera abierta?

Paula asintió, y sin dudar un segundo, procedió a rodear la casa. Raquel, que no quería perderse su reacción, la siguió de cerca con disimulo. Al doblar la última esquina, vio que la niña frenaba en seco. Frunció el ceño al no escuchar ni una sola voz, pero la cara de sorpresa de su hija calmó sus nervios. Se acercó a ella y observó a su lado el resultado de toda una mañana de trabajo; habían decorado el porche con globos, guirnaldas y serpentinas de colores, y aunque había quedado un poco recargado para su gusto, la cara de emoción de su hija hizo que las horas invertidas mereciesen la pena. 

—¿Es para mí? —preguntó ilusionada, levantando la mirada hacia su madre.

Raquel le sonrió—. Bueno… eso pone ahí, ¿no? —respondió acariciando su cabeza con cariño a la vez que señalaba el cartel de “Felicidades, Paula” que colgaba de columna a columna.

La niña le miró con la boca abierta—. ¡Me has engañado!

—Un poquito —murmuró Raquel guiñándole el ojo—. Ven, vamos.

Subieron las escaleras del porche agarradas de la mano, pero Paula no tardó en soltarse para correr hacia la mesa, la cual estaba repleta de dulces y diversos platos de comida.

—¡Cupcakes! —exclamó emocionada, pero antes de que pudiese agarrar una, seis personitas saltaron de detrás de la mesa gritando a la vez: ¡Sorpresa! 

Sergio, Marivi y Darna aparecieron por la puerta inmediatamente después, uniéndose al griterío. Paula dio tal respingo, que se enganchó a la cintura de su madre asustada, pero tan pronto como vio que eran sus amigas del colegio, se llevó las manos a la boca y miró a su madre llena de emoción. 

Raquel le acarició el pelo con cariño—. Feliz cumpleaños, mi amor. 

La niña estrujó su cintura con fuerza en respuesta—. Gracias, gracias, gracias.

Sus compañeras de clase fueron las siguientes en correr a felicitarla, seguidas de Darna y sus nietos, y por último Mariví y Sergio.

Tras la merienda y la apertura de regalos, llegó el momento más esperado por todos –pero especialmente por Sergio: la gymkhana. Para sorpresa de Raquel, no solo logró que los niños se sentasen en un tronco caído que había en la playa y le prestasen atención, sino que además logró despertar su entusiasmo. 

—Bien, como veréis, tengo aquí un cofre lleno de sorpresas que solo podréis descubrir si conseguís abrirlo. Para ello necesitáis este llavero el cual contiene ocho llaves, pero solo una de ellas abre el cofre, por lo que deberéis intentar conseguir tantas llaves como sea posible.

—¿Y cómo conseguimos las llaves? —preguntó Paula entusiasmada.

—A eso iba. 

Desplegó el plano que había esbozado días antes. Los niños observaron el mapa embelesados.

—Para conseguir las ocho llaves deberéis superar cada una de estas ocho pruebas que iré explicando poco a poco.

—¡Qué guay! —exclamó Paula, contagiando su emoción a los demás niños.

—Bien, las reglas son las siguientes: Punto número uno, nada de nombres propios. 

Raquel se llevó una mano a la boca, intentando frenar una carcajada que no pasó desapercibida por Sergio. Este le lanzó una breve mirada, molesto, a lo que ella gesticuló un “perdón” con los labios.

Sergio estiró el cuello, recuperando la concentración—. Como iba diciendo… los nombres propios no están permitidos en esta gymkhana, por lo que cada uno de vosotros elegirá el nombre de un animal y lo escribirá en una de estas pegatinas —explicó mientras sacaba un fajo de pegatinas del bolsillo de su pantalón y lo colocaba sobre el cofre. 

—¡Me pido koala! —exclamó el nieto de seis años de Darna, lanzándose a por las pegatinas.

—¡Yo delfín! —gritó una de las niñas, corriendo a quitarle el fajo de pegatinas.

—No vale, yo también quiero delfín —se quejó otra de las niñas.

Sergio cerró los ojos, intentando no perder la paciencia. Con un carraspeo de garganta, los niños volvieron a prestarle atención.

Sergio extendió la mano hacia el más pequeño—. Primero las reglas, después lo demás. 

El niño, cohibido, le devolvió las pegatinas.

—Punto número dos, nada de empujones, gritos o insultos, sois un equipo y deberéis trabajar como tal. Y punto número tres, el contenido del botín se repartirá entre todos los participantes por igual. ¿Entendido?

Los niños asintieron a la vez. 

—Ahora sí, podéis proceder a elegir vuestro animal.

(…)

Agotada, Raquel se sentó en el último escalón del porche a observar la última de las pruebas. En ella, los niños debían adentrarse en el agua y encontrar un mínimo de 20 piedras blancas que debían llevar, una a una, hasta un cesto que Sergio había colocado en la arena. Todo ello en menos de 5 minutos. 

Le sorprendió la inagotable energía que seguían mostrando los niños incluso después de dos horas corriendo, saltando y nadando sin parar. Sonrió de manera inconsciente cuando Paula chocó la mano de Sergio al dejar su piedra en el cesto, e inmediatamente después se echó a reír al ver que una de las niñas aprovechaba el despiste de Sergio para echar tres piedras de una sola vez. 

—¡Arbitro! Ya hay más de 20 —exclamó el nieto mayor de Darna señalando al interior del cesto. 

Sergio se inclinó sobre este para hacer recuento.

—22 piedras. Efectivamente, prueba superada —concluyó Sergio parando el cronometro que sostenía en la mano izquierda. 

Los niños comenzaron a gritar y saltar, celebrando su victoria.

Tras entregarles el llavero con las siete llaves que habían conseguido –habían sido descalificados de una de las pruebas por unos empujones–, Sergio se encaminó hacía Raquel, visiblemente cansado. 

Raquel le dedicó una sonrisa y acarició su espalda cuando este se sentó a su lado en el escalón.

—Al final la gymkhana ha sido todo un éxito. Enhorabuena.

Sergio exhaló pesadamente—. Gracias. Y gracias por ayudarme a controlarlos. Pero por favor, recuérdame que no vuelva a hacerlo… Me va a explotar la cabeza —murmuró, masajeando sus sienes con los dedos.

Raquel apoyó la mejilla en su hombro, riendo. Levantó la mirada cuando este bajó los brazos.

—Es la primera vez que has estado con tantos niños juntos, ¿verdad?

—Y con un poco de suerte la última —respondió asintiendo.

Raquel soltó una carcajada—. Eres un exagerado, tampoco se han portado TAN mal. 

—Lo sé… lo sé. Pero ¿por qué tienen que chillar tanto? ¿No pueden hablar en un tono normal?

Sonriendo, Raquel rodeó sus hombros con ambos brazos, acercando la nariz a su mejilla—. Porque lo viven todo con más intensidad —susurró, plantando un pequeño beso en su barba—. Y porque les ha encantado tu gymkhana, no seas tan quejica —añadió dándole un golpecito en la espalda al apartarse.

Devolvieron la mirada hacia la playa cuando escucharon a los niños gritar de emoción, lo cual significaba que habían logrado dar con la llave correcta. Nada más abrir el cofre, un globo plateado con forma de nueve salió volando hacia el cielo, pero Paula pudo agarrar el cordel a tiempo y, girando la cabeza en la dirección de Sergio, le sonrió.

Raquel pudo ver de reojo cómo a Sergio se le iluminaba la cara con aquel gesto, y no pudo evitar morderse el labio, derretida ante aquella conexión especial que comenzaba a forjarse entre su hija y su pareja. 

Mientras los demás niños se repartían los juguetes que contenía el cofre, Paula se acercó a ellos, arrastrando consigo el globo. Se paró frente a Sergio, y sin mediar palabra, envolvió su cuello con ambos brazos, abrazándole con fuerza.

Aquel abrazo le pilló tan desprevenido, que tardó varios segundos en colocar sus brazos alrededor de la pequeña. 

—Muchas gracias por la gymkhana —murmuró Paula, estrujándolo con más fuerza.

Sergio sonrió para sí, y frotó su espalda como respuesta. 

—¿Lo has pasado bien?

La niña asintió, deshaciendo el abrazo—. Ha sido el mejor cumple de los nueve que he tenido.

Raquel y Sergio rieron a la vez, enternecidos.

Haciendo un gesto con la cabeza, Sergio sonrió—. Me alegro mucho. 

Paula se quedó mirándole un rato, como debatiendo algo mentalmente. Un segundo después y de repente, la niña plantó un beso en su mejilla y salió corriendo hacia la playa de nuevo. 

Sergio se quedó pasmado; Paula nunca antes le había dado un beso y no supo cómo procesar aquella muestra de cariño. Raquel sonrió, notando su confusión interna. Frotando su espalda, se puso en pie para dejarlo un rato a solas con sus pensamientos. 

(…)

Darna y sus nietos fueron los últimos en marcharse, alrededor de las 9 de la noche. Para entonces Paula ya estaba agotada, y tras darse un baño, se fue directamente a la cama.

—Déjalo, mañana lo recogemos —comentó Sergio desde la hamaca del porche al ver que Raquel se disponía a recoger la mesa.

Raquel arqueó una ceja—. ¿En serio? ¿Vas a poder conciliar el sueño con todo este desorden? —se burlo.

Sergio entornó la mirada, e ignorando su comentario, sacó un brazo de la hamaca.

—Ven, descansa un rato —dijo en un tono suave.

Incapaz de rechazar tal proposición, Raquel se encaminó hacia él y tomó su mano. Con cuidado de no desestabilizar la hamaca, se acurrucó a su lado. Sergio inmediatamente rodeó su cuerpo con un brazo y apoyó la mejilla en su cabeza a la vez que suspiraba lentamente. Raquel cerró los ojos, dejandose invadir por el cansancio que había estado tratando de ignorar durante las últimas horas.

Tras unos segundos volvió a abrir los ojos, consciente de que si se quedaba dormida ahora, se pondría de muy mal humor cuando Sergio la despertase para ir a la cama. Sus ojos dieron de lleno con el globo que Paula había dejado atado a una de las columnas y que ahora flotaba sobre ellos.

—Nueve años… —comentó en voz baja, aún sin poder creerlo—. Qué locura…

Sergio deslizó la yema de sus dedos a lo largo de su brazo, fijando la mirada en el globo también.

—¿Cómo fue? 

Raquel frunció el ceño, confusa ante su pregunta. 

—Tenerla —aclaró Sergio.

Raquel siguió la dirección de sus ojos y se dio cuenta de que también miraba al globo. Sonrió de lado, algo incrédula.

—¿Me estás preguntado sobre el parto de mi hija? 

—Pues… sí. —Giró el cuello para mirarla—. Creo que nunca me lo has contado y tengo curiosidad.

Raquel sonrió, invadida por la ternura.

—Pues fue… duro. —Giró la cabeza, fijando la mirada en el techo para traer de vuelta aquellos recuerdos—…El embarazo más que el parto, en realidad. El parto fue sorprendentemente rápido. Pero el embarazo fue horrible… muchas nauseas, muchos mareos, anemia… pero no dejé de trabajar ni un momento. De hecho rompí aguas estando en comisaría —rio. Su mente se fue llenando de más y más recuerdos de aquella época—. Todo el mundo llevaba semanas insistiendome que me cogiese la baja y descansase, pero nada, como buena cabezota continué al pie del cañón hasta el último día. Y terminó siendo un absoluto caos, Ángel tuvo que llevarme al hospital en una patrulla porque la ambulancia no terminaba de llegar. El pobre estaba más nervioso que yo. —Volvió a reír. 

Sergio frunció el ceño—. ¿Y el padre?

Raquel respiró hondo, notando que su cuerpo reaccionaba con asco al pensar en ese hombre que deseaba con todas sus fuerzas poder borrar de su memoria.

—Alberto se encontraba en otra ciudad por trabajo, no llegó hasta la mañana siguiente —explicó. Giró la cabeza para mirarle—. Mi hija conoció antes a Ángel que a su propio padre. Curioso ¿no? —añadió con risa irónica. 

Desvió la mirada hacia la oscuridad del bosque al encontrar una mezcla de preocupación y tristeza en los ojos de Sergio—. Pero la verdad es que me dio igual… —continuó—. Fue tenerla en brazos y olvidarme de absolutamente todo el mundo. 

Sergio se quedó observando la nostalgia que desprendían sus ojos unos segundos.

—Debió ser muy bonito…—comentó en un murmuro.

Raquel asintió—. Sí. 

Volvió buscar sus ojos y sonrió.

—Era pequeñísima, ¿sabes? Pesó solo 2,500 gramos. Y tenía poquito pelo, pero bastante más oscuro que ahora. 

Sergio le devolvió la sonrisa, intentando imaginar el momento.

Raquel suspiró—. Y así fue como vino al mundo —concluyó, volviendo a descansar la cabeza en su hombro.

Sergio besó su frente con cariño, pasando a acariciar su espalda. Permanecieron en silencio un rato más, hasta que Sergio volvió a verbalizar uno de sus pensamientos.

—¿Y siempre supiste que querías ser madre?

Notó que Raquel hacía una mueca—. En realidad nunca me lo planteé.

Sergio elevó las cejas, y girando la cabeza, volvió a buscar sus ojos—. ¿No fue buscada?

—No. Para nada. Alberto y yo llevábamos muy poco tiempo juntos cuando me quedé embarazada.

—Vaya… menuda sorpresa debió ser, ¿no? —dijo riendo.

Sintió que había pisado en terreno pantanoso cuando Raquel no rio ni respondió, sino que se quedó callada mirando a la nada varios segundos. Sergio se humedeció los labios y colocó su mano libre en el borde de su mandíbula para recuperar el contacto visual.

—No hace falta que me lo cuentes si te apetece hablar de ello… 

Raquel le sonrió.

—No, no es eso. Es que… —rio incómoda—… hacía mucho tiempo que no me paraba a pensar en aquella época y, cada vez que lo hago me doy más cuenta de lo ciega que estaba y lo fácil que le resultó manipularme a ese hij… —se frenó a sí misma. 

Respiró hondo antes de proseguir.

—Nos conocimos un septiembre cuando me trasladaron a su comisaría y empezamos a salir a las pocas semanas. Él era el policía más admirado y reconocido de todo Madrid, y yo… pues una tonta que se enamoró de ese espejismo de profesionalidad y simpatía que mostraba delante de todos. Al principio todo era perfecto; éramos la pareja del momento en comisaría y yo me sentía en una nube por estar saliendo con alguien tan popular, y tan reconocido en su trabajo. Qué tontería —rio, avergonzada. 

Exhaló, recuperando el hilo de la historia—. Yo por entonces no tomaba la píldora, la había dejado de tomar porque no me sentaba bien y no quise probar ninguna otra, pero siempre utilizábamos preservativo. —Ladeó la cabeza—. Bueno, o eso creía yo, porque la noche que me quedé embarazada descubrí que se había quitado el preservativo sin avisar. 

Frunció los labios, sintiendo rabia por aquella actitud egoísta. 

—Nunca prestaba atención a esas cosas, porque confiaba en él. Pero aquel día tuve como un presentimiento, ¿sabes? Y me dio por fijarme; vi que no lo llevaba puesto y entonces le frené. Cuando se lo dije, el muy caradura me contestó que no me preocupase, que se lo había quitado otras veces y no había pasado nada. —Rio con sarcasmo, tragándose todo los insultos que deseó poder decirle a la cara en esos momentos—. Después de aquello a mí se me quitaron las ganas de seguir…, pero terminó convenciéndome con su palabrería, y porque yo por esa época era una blanda que estaba muy enamorada.  O cegada más bien. 

Hizo una pausa, sintiendo que a su garganta le costaba pronunciar las siguientes palabras.

—Y le dejé seguir —Bajó la mirada—. Se corrió fuera, pero aún así… dos semanas después el test salió positivo.

Sergio la observó en silencio varios segundos, notó que los ojos le brillaban a causa de unas lágrimas que se aferraban al párpado para no desbordarse. Tragó saliva, deseando poder fulminar a aquel hijo de puta.

—¿Te arrepientes? 

Raquel inspiró, cerrando los ojos.

—De lo único que me arrepiento es de no haber podido elegir cuando. Estaba en un momento crucial de mi carrera, y no quería perder la oportunidad de convertirme en inspectora por el hecho de ser madre. Así que volví al trabajo dos meses después de dar a luz. —Frunció el ceño—. Me avergüenza admitir que mi hija se ha criado con mi madre más que conmigo, pero no puedo ignorar la realidad. Mi trabajo era mi obsesión aquellos años y desafortunadamente me he perdido muchos momentos de la infancia de mi hija por ese motivo. —Suspiró—. Pero ya no hay vuelta atrás. 

Sergio apretó los labios, empatizando con su dolor.

—Ella no se acuerda de nada de eso…, era solo un bebé.

—Pero yo sí. Sé que sus primeros pasos los dio en casa de mi madre, y que fue ella la que escuchó su primera palabra, y cuando lloraba porque se caía o se asustaba siempre corría a mi madre antes que a mí. —Tragó el nudo que se había formado en su garganta—. Siempre me arrepentiré de eso, pero no de tenerla.

Sergio acarició su espalda, mirándola a los ojos y sin saber qué más añadir—. Gracias por contármelo… —murmuró—. Imagino que no debe ser fácil recordar algo así.

—No lo es… Pero bueno, al menos ahora tengo todo el tiempo del mundo para estar con ella y verla crecer —añadió, forzando una sonrisa. 

Sergio sonrió levemente, porque a pesar de aquellas palabras, la tristeza persistía en su mirada. Así que sintió la necesidad de cambiar el rumbo de la conversación.

—No quiero que acabes el día con ese sabor amargo, así que… ¿me permites que cambie de tema?

Raquel sonrió—. Claro. 

—Vale. 

Se removió un poco para poder tumbarse de lado y tenerla de frente. Raquel arrugó la nariz, entre divertida e intrigada por su gesto.

—Con todo esto del cumpleaños y la fiesta hay algo que ha pasado desapercibido… 

Raquel entornó la mirada, intentando adivinar a qué se refería.

—No sé si te acuerdas pero… hace exactamente dos años, en España, hubo un atraco. 

Raquel abrió la boca, fingiendo sorpresa, pero captando de inmediato el asunto.

—Nada importante, fue cosa de poco, se llevaron unos... mil millones de euros de nada.

Raquel no pudo evitar sonreír, enternecida con su manera de contarlo.

—…Pero lo importante de esa fecha es que un tal profesor conoció a una tal inspectora… y se enamoraron.

—Ah… ¿Entonces están de aniversario?

—Efectivamente. Pero no lo han podido celebrar porque el aniversario coincide con el cumpleaños de la hija de la inspectora.

—Vaya… ¿y qué van a hacer? —preguntó, elevando el mentón.

—Pues… El profesor tiene un plan preparado para el día siguiente, pero la inspectora no sabe nada aún.

Raquel abrió la boca, llena de curiosidad. Se mordió el labio—. ¿Y no le piensa decir de qué trata?

—No, solo le va a pedir que meta un par de mudas en una mochila y que esté lista mañana a las 10 de la mañana.

—A las 10 de la mañana… —repitió, intrigada. 

Sergio asintió—. Y que no se preocupe por su madre y su hija porque está todo organizado. 

—Entiendo…, y quieres que se lo comunique yo, ¿no?

—Exacto.

Raquel agachó la cabeza, riendo.

—Vale, pues se lo haré saber.

—Gracias.

Volvió a reír—. De nada.

Sergio le devolvió la sonrisa, y esta se acercó a su boca para besarle, pero ambos dieron un respingo cuando algo cayó al suelo de repente, resonando en el silencio de la noche. Al incorporarse vieron que había un gato sobre la mesa del porche, devorando los restos de comida que quedaban en los platos. 

Raquel miró a Sergio, arqueando una ceja—. ¿Sigues queriendo dejarlo para mañana?

Chapter 7: Aniversario

Notes:

Dios mío, lo rápido que se oxida una cuando deja de escribir unos meses!

No sé si este capítulo pega mucho con los anteriores, siento que he perdido la capacidad de meterme en los personajes, pero bueno, me apetecía subirlo coincidiendo con el aniversario de estos dos personajes.

Pd: si hay algún typo perdonadme, me da toda la pereza releerlo.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

7. ANIVERSARIO

 

—Lista —anunció Raquel dejando la mochila sobre la mesa del porche. 

—Bien. Mete esto también. 

Siguió con la mirada los objetos que Sergio le entregaba deslizándolos sobre la mesa. Frunció el ceño al ver que se trataba de una peluca oscura y unas gafas de sol.

—¿Y esto? ¿Vamos a salir en un desfile? —bromeó. 

Ladeó la cabeza cuando Sergio continuó metiendo cosas en su mochila sin hacer caso a su pregunta.

—¿Me vas a decir ya qué vamos a hacer? 

Había estado toda la mañana y parte de la noche anterior intentando sonsacarle información sobre los planes que tenía para celebrar aquella fecha tan señalada, pero Sergio no había soltado prenda en ningún momento.

—Vamos a hacer algo que no hemos hecho hasta el momento —respondió sin apartar la mirada del interior de su propia mochila.

—¿Sexualmente hablando o…?

Sergio frenó en seco y levantó la mirada por encima del marco de sus gafas, encontrándose de lleno con la sonrisa pícara de Raquel.

—Anda, cuenta —insistió, dándole levemente con el codo.

Sergio suspiró, dejando caer sus hombros—…Vamos a hacer turismo —cedió finalmente a la vez que cerraba la mochila y se la colgaba a la espalda.

Raquel levantó las cejas—. ¿Turismo? 

Sergio dejó entrever una pequeña sonrisa ante la cara de genuina sorpresa de Raquel. Desde que había vuelto a Filipinas con su madre y su hija, apenas habían podido salir del perímetro donde se encontraban sus diversas casas por el riesgo que aquello suponía. La única vez que habían podido recorrer la isla libremente había sido durante aquel primer mes tras haberse reencontrado, cuando solo estaban los dos, e incluso entonces habían evitado los lugares emblemáticos por temor a ser reconocidos por los turistas. Él no echaba de menos viajar, al fin y al cabo estaba más que acostumbrado a aquel estilo de vida un tanto ermitaño, pero sabía que Raquel sí, y aunque no lo hubiese verbalizado, era consciente de sus ganas de escapar de la rutina. Así que encontró la excusa perfecta en aquella fecha.

Raquel se mordió el labio, ilusionada—. ¿Y qué vamos a ver? ¿El Nido? —Aquella última pregunta salió de su boca a modo de susurro, como si tuviese miedo a estar equivocada.

Manteniendo una mirada estoica para no desvelar nada, Sergio agarró su mochila y se la entregó—. Ya lo verás.

 

(…)

 

De camino a aquel misterioso lugar donde celebrarían su aniversario, Raquel no pudo evitar viajar mentalmente al pasado. Dos años habían pasado. No dejaba de sorprenderle aquella cifra. El tiempo había pasado volando pero a su vez sentía aquel atraco a años luz, como si se tratase de un fragmento de una vida pasada de la que ella ya no formaba parte. Habían encontrado un equilibrio tan perfecto en aquel lugar recóndito del mundo, que todo lo demás parecía ficción. 

Por esa razón hacía mucho tiempo que no se paraba a reflexionar sobre el atraco y los días sucesivos. No le gustaba hacerlo. Habían sido días tan intensos, tan llenos de frustración, ansiedad y pocas horas de sueño que, a largo plazo, habían derivado en un amasijo de recuerdos difusos difíciles de discernir de los sueños que de vez en cuando seguía teniendo de aquellos días. Pero Sergio había querido celebrar el día que se conocieron, y era imposible no asociarlo a aquel atraco.

Liberó el aire de sus pulmones, recordando su primera conversación con él en el bar Hanoi. Aquellos momentos con él sí los recordaba con nitidez, pues había sido su chaleco salvavidas en aquel naufragio. Y aunque después ella misma le hubiese arrancado la careta y él resultase ser el causante del hundimiento, no podía estar más agradecida de que se interpusiese en su camino. En solo cinco días aquel hombre, con sus tres identidades, le había despertado curiosidad, atracción, ternura, decepción, rabia, furia… todo un abanico de emociones que la empujó a cuestionarse muchos aspectos de su vida. 

La última vez que lo vio, a las puertas del hangar donde se había comprometido a ayudarle escapar, estaba segura de que nunca más le volvería a ver. Con el tiempo asumió que había sido una pieza efímera pero imprescindible cuyo único propósito era reconducir su vida hacia el camino correcto, lejos de la policía y todos los Albertos que la rodeaban.

Pero allí estaba dos años después, en un barco cochambroso que él mismo había restaurado, de camino a celebrar su historia. Y todo gracias a unas coordenadas pintadas con rotulador en las esquinas de cuatro postales que afortunadamente habían sobrevivido a la limpieza anual escondidas entre las páginas de un libro.

Sonrió, incrédula. Lo impredecible que podía llegar a ser la vida a veces…

Cansada de estar sola en los bancos traseros del barco, aprovechó que atravesaban una zona tranquila para ponerse en pie y entrar en la pequeña cabina donde se encontraba Sergio. Este también parecía estar cansado de estar sentado, pues había apartado el asiento y permanecía de pie frente al volante.

—¿Cuánto queda? —preguntó situándose a su lado.

—Unos 20 minutos.

Inspirando, agarró la mano libre de Sergio y entrelazó los dedos con los suyos, apoyando la barbilla en su hombro para observarlo; el viento que entraba de frente agitaba los mechones de su melena oscura, la cual se había dejado crecer varios centímetros en los últimos meses. Su barba también lucía más larga de lo habitual, desdibujando la línea donde terminaba su barba y comenzaba el cabello. Se preguntó si aquel cambio de look había sido premeditado específicamente para aquella ocasión, ya que también había sustituido sus características gafas por lentillas.

Sergio sonrió al percibir su mirada de reojo—. ¿Qué?

Raquel se irguió ante aquella pregunta—. ¿Qué de qué?

—Estabas pensando algo.

Esta sonrió—. Estaba pensando que pareces otro sin las gafas.

Sergio rio enérgicamente—. ¿Estás rememorando cierta conversación de hace dos años o lo dices en serio? —preguntó con una ceja arqueada, a lo que Raquel sonrió.

—Ambas. 

Incapaz de dejar de sonreír, Sergio recordó aquella primera noche con ella en el falso hangar. Analizándola desde aquel punto del presente, no pudo evitar sentir cierta ternura por aquel Sergio tan ingenuo que pensaba salir ileso de una noche de sexo con la inspectora del atraco, sin ser consciente de que en realidad, pedacito a pedacito, la inspectora le había robado el corazón en tiempo record. 

—Lo que nunca me quedó claro es si te gusto más con o sin gafas… —añadió, girando la cabeza un instante para mirarle a los ojos.

Guiñando un ojo, Raquel se puso de puntillas—. Me gustas de todas las maneras posibles —murmuró antes de depositar un beso en su mejilla—. Pero sin gafas pareces más terrenal, más… Sergio, y menos el Profesor. Y hoy me apetece mucho disfrutar de ese Sergio.

Este la miró, sonriente—. A mí también.

Devolviendo la mirada al océano, Sergio liberó su mano para rodear su cintura y pegarla a su costado a la vez que presionaba sus labios contra su sien, dejando un suave beso en esta.

Tras cerca de hora y cuarto de viaje, finalmente llegaron al destino. Los ojos de Raquel se iluminaron nada más ver un cartel que anunciaba “El Nido” en grandes letras negras. 

Llevaba queriendo visitar aquel municipio y sus playas paradisíacas desde su primer viaje a Filipinas. Por aquel entonces había reservado varios tours para visitar la zona, pensando que las coordenadas no la llevarían a ningún lado, tours que tuvo que cancelar por razones obvias. Pensó que podría hacerlos más adelante, pero entre unas cosas y otras, el tiempo había volado y la rutina les había engullido.

Cuando giró la cabeza en busca de Sergio, este la estaba observando con una sonrisa cómplice en los labios.

—Siempre aciertas —comentó él, haciendo un gesto de resignación.

Raquel encogió un hombro—. Nos conocemos muy bien.

Tras ayudarle a amarrar el barco al muelle, Raquel se recogió el cabello en una coleta alta y sacó de la mochila la peluca que Sergio le había entregado antes de partir, pero este la frenó cuando se disponía a colocársela. 

—Déjala.

Raquel frunció el ceño, confusa—. ¿Seguro?

Sergio asintió; aunque había sido su idea, quiso dejar a un lado al “profesor”, aquella parte de su cerebro que buscaba controlar cada mínimo detalle para no correr riesgos. Pero esta vez quería disfrutar sin restricciones y hacer que aquel día fuese lo más normal posible. Ambos lo merecían.

—Con las gafas es suficiente. 

—Esta bien…

Volvió a meter la peluca en la mochila, por si las moscas, y se la colgó a la espalda.

—¿Entonces cuál es el plan? —preguntó mientras recorrían la pasarela de madera que conducía al puerto.

—El plan es que no hay plan. 

Raquel arqueó una ceja—. ¿El hombre que planea todo al milímetro no tiene plan para hoy?

—Hoy toca agudizar la improvisación. Podemos hacer lo que te apetezca.

Raquel le miró, perpleja—. ¿En serio no has planeado nada? 

—…No hasta las 4 de la tarde. 

Su expresión cambió a una sonrisa—Ah… Y, ¿qué pasa a esa hora? —preguntó con mirada curiosa.

—Pues que… tenemos que irnos a otro lugar.

Raquel entornó la mirada, intuyendo cuál sería ese otro lugar, pero prefirió no indagar esta vez.

—¿Entonces ahora tenemos tiempo libre?

—Efectivamente. ¿Qué te apetece hacer primero?

—Comer —respondió sin pensarlo, logrando que Sergio soltase una carcajada—. Me muero de hambre, no he podido desayunar por los nervios —confesó, mordiéndose el labio.

—Pues venga, vamos. 

Esta vez fue él el que tomó su mano y, entrelazando los dedos, aligeraron el paso.

 

Tras caminar varios minutos por las calles de aquel pueblo costero, entraron a un pequeño restaurante con patio interior y vistas a la montaña. Aún era temprano, por lo que el restaurante estaba prácticamente vacío y un camarero de avanzada edad no tardó en aparecer para tomarles nota. Sergio tuvo claro que quería algo sencillo, ya que otras veces que había experimentado con platos desconocidos, había acabado en el retrete retorciéndose de dolor durante horas. Raquel, en cambio, sí quiso probar algo nuevo, y el simpático camarero le aseguró que le traería el plato estrella de la casa.

Aprovechando la privacidad que ofrecía aquel patio rodeado de vegetación, Raquel se deshizo la coleta y levantó las gafas de sol, dejándolas sobre su cabeza a modo de diadema. Cuando levantó la mirada, vio que Sergio la observaba con una sonrisa un tanto enigmática.

—¿Qué pasa?

Este se humedeció los labios, tomándose su tiempo para responder—. Nada, que estás especialmente guapa hoy.

Raquel sonrió con timidez; era tan poco habitual que Sergio saliese de su zona de confort para decirle algo bonito, que cuando lo hacía siempre lograba alborotar a las mariposas que habitaban en su estómago desde el día que lo conoció. 

—Gracias… Tú también estás muy guapo —murmuró apoyando los codos sobre la mesa para acercarse un poco más a él—. ¿Te he dicho ya lo mucho que me gusta cómo te queda el pelo así?

Sergio sacudió la cabeza, dejando entrever una pequeña sonrisa. 

—Pues me encanta. Te da un toque más… salvaje —añadió en un susurro, inclinándose hacia delante a la vez que le guiñaba un ojo de manera coqueta. 

Mirando por encima de su hombro hacia el interior del restaurante, agarró el codo de Raquel y tiró de ella hasta que sus labios se encontraron en un beso relámpago. 

Raquel se echó a reír, enternecida por su gesto y lo nervioso que siempre se ponía cuando mostraba su lado cariñoso en público.

—Tranquilo, que no hay nadie —susurró acariciando su antebrazo.

Sergio exhaló, asintiendo a la vez que llevaba sus dedos índice y pulgar hacia su ceño para recolocar unas gafas que no estaban en su lugar habitual.

Raquel rio bajito, ladeando la cabeza—. Eres tan mono…

Este agachó la cabeza, riendo un tanto avergonzado.  El camarero reapareció en ese momento con sus bebidas, prolongando unos segundos más el silencio y las sonrisas cómplices.

—Oye, ¿puedo hacerte una pregunta? —murmuró ella sin dejar de acariciar su antebrazo con la yema de sus dedos.

—Claro.

—¿Por qué hoy? 

Sergio frunció el ceño, confuso—. ¿Cómo?

—Que… ¿Por qué has elegido hoy para celebrar nuestro aniversario? 

La pregunta le pilló tan desprevenido que permaneció con la boca entreabierta varios segundos, sin saber qué decir.

—Pues eh… ¿no lo sé? —Dejo escapar una risa nerviosa—. Ya sabes que no he tenido muchas parejas y… Nunca he celebrado un aniversario, no sé muy bien cómo va esto. Mi única referencia era mi hermano, y él lo celebraba todo. Pensé que sería lo adecuado celebrarlo el día que nos conocimos… ¿No lo es? 

Raquel apretó su mano, dedicándole una sonrisa—. Lo es. Solo que… Bueno, al que conocí hace dos años fue a Salva… Y no es que le tenga especial cariño a aquel supuesto sidrero —bromeó arqueando una ceja.

—Tienes toda la razón. Perdóname, no había caído en que…

—No, no, no —se apresuró a frenarle cuando notó que su semblante se tornaba serio—. No tienes por qué pedir perdón, me encanta que hayas organizado todo esto. De verdad. Lo que pasa es que…, aunque nos conociésemos ese día, no es un momento de mi vida que me guste recordar. Por todo lo que pasó alrededor. Quizás podríamos fijar la fecha de nuestro aniversario en otro día, tomar de referencia algún momento que sea especial para los dos, ¿no? —Inclinó la cabeza, buscando su mirada.

Sergio apretó los labios, asintiendo a la vez que sus ojos adquirían un brillo especial—. ¿Como el día que apareciste en Palawan?

Raquel le sonrió—. Por ejemplo.

—Me parece bien. Pero entonces es dentro de una semana… —advirtió.

—Lo sé.

—¿Quieres que organize algo nuevo para la semana que viene?

El camarero volvió a aparecer, interrumpiendo su conversación.

—No hace falta. Ya me encargo yo —susurró guiñándole un ojo antes de apartar los brazos de la mesa para que el camarero pudiese colocar los platos.

Fried chicken with rice for the gentleman and… Crocodile Sisig for the lady, enjoy! —El camarero hizo una pequeña reverencia antes de retirarse. 

Sergio apretó los labios, aguantando la risa que le provocó la cara de estupefacción de Raquel.

—¿Ha dicho Cocodrilo o es otro de esos false friends que parecen una cosa pero luego significan otra?

Sergio sonrió, orgulloso de que recordase aquel concepto que una vez había explicado a Paula en su presencia—. Ha dicho Cocodrilo, sí.

Raquel arrugó la nariz, mirando el plato con algo de recelo.

—Estás a tiempo de pedir otra cosa.

—No. No… En realidad tiene buena pinta. No es algo que me apetezca a las 11 de la mañana pero… —Agarró el tenedor con determinación—. Hay que probarlo todo en esta vida —concluyó, pinchando uno de los trozos de carne rebozada para acercarlo a su boca.

—¡Espera! 

Raquel levantó la cabeza, frunciendo el ceño. Observó con intriga cómo Sergio rebuscaba algo en el interior de su mochila e inmediatamente se echó a reír cuando este sacó una colorida cámara desechable.

—¿En serio?

Sonriendo como un niño pequeño, Sergio rebobinó el carrete con el pulgar y acercó la mirilla a su ojo derecho.

—Adelante, ya puedes.

Raquel soltó una risotada irónica—. Ni de coña.

Sergio bajó la cámara—. ¿Por qué? Quiero captar tu reacción.

—¿Para qué? ¿Para reírte de mí después?

—Para tener recuerdos tuyos para cuando decidas abandonarme.

Aunque había utilizado su mismo tono bromista, aquel comentario le provocó una punzada en el estómago. No era la primera vez que decía algo parecido, y comenzaba a sospechar que debajo de tanta broma existía una inseguridad real. 

Tragó saliva, dirigiendo la mirada a la cámara—. ¿De cuántas fotos es el carrete? —cambió de tema; no era momento de abordar aquella duda.

—Dieciocho.

Inspiró—. Te dejo que me hagas una. Pero normal, nada de mientras como —le advirtió levantando el dedo índice.

Sonriendo, Sergio volvió a colocar el visor delante de su ojo mientras Raquel apoyaba los brazos sobre la mesa, posando para la cámara.

—Feliz no aniversario —murmuró Sergio justo antes de apretar el disparador, captando así la sonrisa natural de Raquel.

(…)

Una vez terminaron de comer, se dirigieron a las afueras del pueblo para realizar el Canopy Walk, una ruta que el dueño del bar les había recomendado y que culminaba en Taraw Cliff, el punto más alto del lugar con unas espectaculares vistas sobre la costa. Lo que no les había advertido es que dicha ruta implicaba cascos, arneses, y un estrecho puente colgante de 75 metros. 

Raquel atravesó el puente sin problema. Siempre le habían gustado los deportes de aventura y sentir la adrenalina del momento, por lo que ver sus pies suspendidos a varios metros de altura sobre el frondoso bosque no le asustó lo más mínimo.  Al contrario, estaba tan fascinada con las vistas que no se dio cuenta de que Sergio se había quedado rezagado varios metros atrás hasta que llegó a la punta.

—¿Estás bien? —levantó la voz para que este la escuchara desde su posición.

Sergio asintió, pero la rigidez de su cuerpo y la manera en que sus dedos se aferraban a las cuerdas paralelas del puente delataban su estado real. Preocupada, Raquel volvió a colocar el mosquetón de seguridad en el cable superior y retrocedió hasta alcanzarlo. 

—Creo que me voy a volver… —le escuchó mascullar con voz poco convincente cuando estuvo frente a él.

Raquel tocó su mejilla—. Sergio, estás a nada de cruzarlo. Mírame a mí —le pidió, levantando su mentón con los dedos para que dejase de mirar al suelo.

Una vez sus ojos se anclaron a los suyos, pudo ver lo realmente aterrado que estaba. Sergio no era una persona cobarde o asustadiza, ni mucho menos, pero siempre necesitaba saber de antemano a qué riesgos se iba a enfrentar para hacer un ejercicio mental y prepararse. Pero aquel puente les había pillado de sopetón, y la apariencia endeble del mismo sacó a flote su miedo a las alturas.

—Vamos, confía en mí.

Raquel agarró una de sus manos con firmeza, la cual estaba húmeda por los nervios, y comenzó a caminar hacia atrás, guiándolo despacio para evitar que el puente se balancease.

—Sigue caminando y no dejes de mirarme.

Sergio humedeció sus labios, haciendo caso a sus palabras. La tranquilidad y seguridad que le trasmitían sus ojos hizo que sus pasos se volvieran más seguros, y en pocos segundos alcanzaron el final del puente.

—Ya está.

Tan pronto como volvió a sentir suelo firme bajo sus pies, toda la tensión se desvaneció en un suspiro.

—Gracias —susurró a la vez que agarraba su cara entre sus manos y la besaba con efusividad. 

Afortunadamente, el resto del camino fue más sencillo, y pudo olvidarse del pequeño susto, pudiendo disfrutar de las aves que sobrevolaban sus cabezas y las plantas exóticas que encontraba por el camino.

Como el dueño del bar les había prometido, las vistas desde aquel pico eran espectaculares. Desde aquella altura se podía percibir las diferentes tonalidades del océano, las barcas que iban y venían dibujando estelas en la playa, y toda la vegetación que enmarcaba el paisaje.

Permanecieron en silencio varios minutos, observando las vistas apoyados en la barandilla del mirador. 

—¿Sabes? Acabo de caer en que no tenemos ni una sola foto juntos… —quebrantó el silencio Raquel.

—Pues eso se puede solucionar pronto —respondió Sergio sacando la cámara del bolsillo de su mochila. Se quedó mirando el aparato unos segundos—. ¿Cómo la hacemos?

—Me imagino que no tiene temporizado, ¿no?

—No.

—Pues… ¿una selfie? —sugirió.

Ambos se giraron para que el pasaje quedase a sus espaldas, y sosteniendo la cámara con su mano derecha, Sergio se dispuso a hacer la foto.

—Cariño, como no bajes el brazo un poco vamos a seguir sin tener foto juntos… 

Este se echó a reír al darse cuenta de que a la altura que tenía el brazo el encuadre solo capturaría la frente de Raquel—. Perdón. 

Pero en vez de bajar el brazo unos centímetros como ella esperaba, Sergio rodeó su cintura con su brazo libre y la levantó del suelo, capturando su sorpresa en una foto. Raquel golpeó su pecho, echándose a reír.

—Idiota. Seguro que he salido movida. 

Sin dejar de sonreír, Sergio rebobinó el carrete de nuevo—. Venga, ahora la buena.

Posando una mano en su espalda, la situó delante de sí para poder abrazarla desde atrás. Raquel se acomodó contra su cuerpo, sonriendo a la cámara que esta vez había colocado a la altura perfecta. Sin embargo, justo cuando Sergio presionaba el disparador, este apretó su costado con los dedos, provocándole cosquillas y desestabilizándola frente a la cámara.

—¡Sergio! —gruñó frustrada.

Este rio con más fuerza—. Perdón, perdón. Ahora en serio.

—Trae, mejor la hago yo.

No opuso resistencia cuando Raquel le quitó la cámara.

Do you want me to take the photo for you? —Un joven extranjero que acababa de llegar al mirador se ofreció a hacerles la foto.

Intercambiaron miradas unos segundos.

Sure, thanks —respondió Sergio antes de que las dudas les asaltaran.

Raquel le entregó la cámara al joven y, volviendo a posicionarse junto a Sergio, dejó que este rodease su cintura con el brazo.

—Como se te ocurra hacerme cosquillas, te llevas codazo en la costillas —masculló mirándole de reojo.

—Con un pareado así, cómo no hacerte caso… —susurró en su oído antes de besar su mejilla con cariño.

Raquel se echó a reír, sacudiendo la cabeza antes de apoyarla en su hombro para la foto.

—Okay, say cheeseeee.

Pegados el uno al otro, ambos dedicaron su mejor sonrisa a la cámara.

(…)

En el camino de vuelta al puerto, decidieron tomar la calle principal del pueblo, la cual se encontraba repleta de decenas de puestos de alimentos, ropa y objetos decorativos hechos de madera. Motos y bicicletas pasaban con frecuencia en ambas direcciones, esquivando a la multitud con cuestionable precisión.

Pasearon entre la gente sin prisa, charlando de manera distendida hasta que uno de los puestos llamó la atención de Raquel. Se trataba de un pequeño puesto de bisutería hecha a mano. 

—Qué bonitos —murmuró a la vez que deslizaba los dedos por la selección de anillos. 

—¿Cuál quieres? —preguntó Sergio, colocándose a su lado.

Raquel levantó la mirada, sonriente—. ¿Cuál te gusta a ti?

—A ver… 

Tras observar el expositor un instante, sacó de la caja un anillo alargado color plata y seguidamente tomó la mano derecha de Raquel. Deslizó el anillo a lo largo de su dedo anular y sonrió al ver que había escogido la talla correcta sin conocerla. 

Mientras sostenía la mano de Raquel, adornada con aquel anillo, se dio cuenta del gran simbolismo que tenía aquel gesto que acababa de hacer sin pensar, y de repente, delante de sus retinas, se proyectó una imagen:  era él, en un futuro, deslizando una alianza en ese mismo dedo. Fue un microsegundo, pero lo vio con tanta claridad que su corazón se aceleró como si acabase de explotar un petardo a su lado.

Notó que los dedos de Raquel se escurrían de entre los suyos, y cuando volvió a enfocar la mirada, vio que Raquel miraba su propia mano con una sonrisa, totalmente ajena a lo que acababa de ocurrir en su mente. Tragó saliva, sintiendo los latidos desbocados de su corazón en la misma garganta. 

—Me encanta —la escuchó murmurar. 

Sergio asintió cuando esta levantó la mirada en busca de su opinión—. Te queda bien.

—Sí… Creo que me voy a quedar este.

Sergio le devolvió la sonrisa—. Perfecto. 

Tras pagar el anillo, continuaron recorriendo aquel mercado dados de la mano. Sentir aquel nuevo inquilino en el dedo de Raquel hizo que no pudiese quitarse aquella imagen de la cabeza; ¿habría sido una pequeña premonición? ¿Un deseo de su subconsciente? 

Lo cierto era que siempre había detestado las bodas, quizás porque un gran número de las bodas a las que había asistido habían sido de su hermano, y verlo realizar el mismo ritual con una mujer diferente cada vez -para terminar separándose a los pocos meses- había echado a perder la importancia de aquel evento. Pero ahora…

Perdió el hilo de sus pensamientos al percatarse de que habían llegado al puerto. En vez de dirigirse al muelle donde tenían amarrado el barco, caminó hacia una pequeña oficina de turismo a pie de playa. Sin apenas mediar palabra, el guía los invitó a subir a una de las barcas tradicionales que habitualmente se veían en las playas de Palawan.

—¿Small Lagoon? —insinuó Raquel mientras tomaba asiento.

Una sonrisa suya le basto para saber que había acertado una vez más.

Como había anticipado, aquella barca los llevó por las principales islas que formaban El Nido, visitando sitios tan conocidos como Small Lagoon y Big Lagoon. Pero el sitio que logró dejarla sin palabras fue Secret Lagoon, donde se adentraban en aquellos momentos. 

A medida que la barca avanzaba entre las enormes paredes de roca oscura, los ojos de Raquel se hacían más grandes, queriendo abarcar toda la belleza que se cernía sobre ella. Como con los otros lugares, tuvo la sensación de estar dejando atrás el mundo real, adentrándose a su vez en uno imaginario, uno que había visto decenas de veces en postales y películas, pero que jamás pensó pisar algún día.

Aquel paisaje la había dejado tan anonadada que tardó varios minutos en percatarse de lo vacío que estaba aquel lugar tan turístico, a diferencia de los anteriores en los que apenas había podido bajarse de la barca. Giró el cuello, esperando encontrar una hilera de barcas detrás de la suya, pero solo encontró agua. Frunció el ceño, extrañada.

—¿Dónde está todo el mundo? —preguntó mientras descendía de la barca y dejaba sus cosas sobre la arena, pero Sergio no pareció escucharla. 

Observó cómo este le entregaba un fajo de billetes al barquero que los había llevado hasta allí y se despedía de él con unas palabras en el lenguaje local. Raquel arqueó una ceja, empezando a intuir el motivo por el cual un sitio tan habitualmente turístico estaba completamente vacío.

—Han clausurado la playa por desprendimiento de rocas —explicó Sergio de manera natural, dejando su mochila al lado de la suya en la arena.

Raquel abrió la boca, fingiendo sorpresa—. ¿Y no será que les has sobornado para que te dejen la playa unas horitas? —preguntó elevando las cejas a la vez que envolvía su cuello con ambos brazos.

Sergio colocó las manos a la altura de sus caderas, entornando la mirada a la vez que la pegaba a su cuerpo—. Bueno… esa es la versión que nadie debe saber. 

Raquel sonrió, poniéndose de puntillas para besar sus labios. Este automáticamente abrió su boca, atrapando sus labios en un beso apretado.

—¿Entonces estamos completamente solos? —ronroneó a mitad de beso, trazando la forma de sus brazos con la palma de sus manos hasta llegar al borde de su camisa.

Sergio masculló un sí, liberando sus labios unos segundos para que ella pudiese quitarle la camiseta. Aún no había tocado la arena la camiseta cuando deslizó las manos bajo su vestido, agarrando sus nalgas con la misma decisión con la que ella se aferraba a su cuello para retomar el beso. 

Sus labios se entrelazaron sin prisa, saboreandose con la tranquilidad de saber que nadie les observaba. Tras un rato, sintió las manos de Sergio ascendiendo poco a poco por su espalda, levantando a su vez el vestido y dejando a la vista el bikini negro que llevaba debajo. Raquel se apartó unos centímetros para ayudarle a deshacerse de la prenda, pero cuando fue a retomar el beso, Sergio se agachó para sacar de las mochilas sus gafas de buceo y los snorkels.

—Toma.

Raquel le miró perpleja—. ¿Ahora? ¿No puede esperar unos minutos? 

Sergio echó un vistazo a su reloj—. Quedan pocas horas de sol… si nos entretenemos no vamos a poder ver nada.

Raquel hizo una mueca de descontento, pero sabía que llevaba razón. Además la idea de hacer snorkel había surgido de ella, si perdía la ocasión no tendría a quién echarle la culpa mas que a ella misma.

—Está bien.

Sin añadir palabra, llevó las manos a su espalda y tiró de las cuerdas de su bikini, dejando que este cayese a la arena. Los ojos de Sergio siguieron la trayectoria de la prenda, e inmediatamente después ascendieron en busca de los de ella.

—Al menos que se me pongan morenas, ¿no? —justificó ante la mirada perpleja de Sergio.

Lanzándole una mirada provocativa, se giró sobre sí misma y comenzó a caminar hacia en el agua.

—Raquel. 

Esta frenó en seco, segura de que le iba a advertir de que no era buena idea hacer topless en aquel lugar, aunque estuviesen solos. Pero al darse la vuelta vio que Sergio había sacado de su mochila un bote de protección solar.  

Colocó los brazos en jarra cuando vio que este vertía una cantidad considerable de crema en la palma de su mano y procedía a esparcir la sustancia por ambos pechos, acariciando su piel con extrema delicadeza. No pudo evitar sonreír ante aquel gesto, y observando el rostro concentrado de Sergio, dejó que este terminase de untar la crema. 

—La piel de los senos es muy fina, te podrías quemar incluso a esta hora —explicó, volviendo a guardar la crema.

Su sonrisa creció unos centímetros—. Gracias, mis tetas están encantadas con que te preocupes por ellas. 

Sergio sonrió con la mirada—. Para mí es un absoluto placer —respondió, inclinándose para dejar un beso en cada una.

Raquel se echó a reír, colocándose las gafas de bucear—.  Anda, vamos.

(…)

Pasaron las siguientes dos horas haciendo snorkel a lo largo del arrecife de coral que bordeaba la playa, buceando entre los coloridos peces que los habitaban. Sergio dejó la actividad un rato antes que ella, cansado del agua, y se sentó sobre una de las toallas a observarla desde la orilla. Allí, a solas con su mente, volvió a recordar el anillo y su visión. 

Se humedeció los labios, nervioso. ¿Qué le estaba pasando? ¿Por qué de repente el concepto de matrimonio no le provocaba rechazo? Nunca había sido una persona tradicional, ¿por qué de repente no podía dejar de pensar en ello? ¿Realmente quería casarse?

¿Y ella? ¿Querría casarse? ¿O había salido tan escaldada de su anterior relación que tan solo la idea de vestirse de novia de nuevo le provocarían nauseas? Nunca habían hablado del tema…

¿Algún día lograría reunir el coraje para preguntarle?

Su mente regresó al presente cuando vio que Raquel se quitaba las gafas de buceo y comenzaba a caminar hacia la orilla. Incluso a varios metros de distancia, pudo ver que sus ojos irradiaban pura felicidad, y en ese momento supo que sí, que quería verla caminar hacia él vestida de novia algún día. 

Sonrió para sí, en paz con aquel pensamiento; no sabía cuándo ni cómo, pero algún día le pediría que se casase con él.

—¿En qué andas pensando? —preguntó ella al llegar a su altura mientras estrujaba el agua sobrante de su cabello. 

—En que me gustaría inmortalizar este momento —murmuró mirándola a los ojos con una leve sonrisa en los labios. 

Raquel le devolvió la sonrisa, ajena a lo que acababa de ocurrir en su mundo interno—. ¿Aún quedan fotos?

Echó un vistazo a la ventanilla del carrete—. Dos.

—¿Puedo hacer la última?

Sergio asintió—. Pero antes vuelve a salir del agua.

Raquel frunció el ceño, divertida. 

—¿Quieres una foto a lo chica Bond?

—No sé quién es esa chica.

Raquel puso los ojos en blanco, haciendo un gesto con la mano antes de volver al agua. 

Sergio le dio un par de directrices, mirándola a través del pequeño visor de la cámara. El sol ya se había puesto hacía unos minutos, y el cielo se había teñido de un tono anaranjado idílico para la foto. 

La calma del lugar, las gotas de agua que destellaban en su desnudez, la felicidad que ella trasmitía… todo quedó grabado en el negativo de la cámara, al igual que en su mente. 

—Mi turno —dijo extendiendo el brazo hacia él. 

Sergio le entregó la cámara. Sin tener tiempo para preguntarle qué foto quería hacer, Raquel se arrodilló sobre su regazo, pegando su torso desnudo al suyo a la vez que asaltaba su boca. Un gemido de sorpresa resonó en su garganta, pero no tardó en adaptarse al ritmo de sus labios, anclando las manos en la curva de sus caderas.

Tras el sonido del disparador, Raquel frenó el beso, y sin perder el contacto con sus labios, estiró el brazo para meter la cámara en la mochila—. Carrete agotado.

Sergio aclaró su garganta—. Recuérdame que guarde esa foto antes de que la vea tu madre.

Raquel rio, enterrando los dedos entre sus mechones. Volvió a besar sus labios, perdiéndose libremente en la profundidad de su boca hasta que sus pulmones le pidieron tregua.

—Ahora sí, ¿no? —susurró mientras abandonaba su boca para besar la parte trasera de su oreja. Comenzó también a mover sus caderas, buscando el roce con su creciente erección.

—Por favor —respondió él con voz ronca, deslizando sus dedos bajo la braga de su bikini para apretar sus nalgas y aumentar la fricción de sus cuerpos. 

Raquel dejó caer su mandíbula, liberando una exhalación de placer. Abranzándose a sus hombros, enterró la cara en su cuello, succionando su piel de la manera que a él le gustaba. Sergio tragó una bocanada de aire, sintiendo que un escalofrío de placer le atravesaba el cuerpo.

Llevó las manos a la parte baja de sus nalgas, siguiendo con estas los movimientos de sus caderas y sintiendo en la punta de sus dedos la humedad provocada por aquel continuo roce con su polla. Tragó saliva, deseando poder enterrar la boca donde ahora se encontraban sus manos.

—¿Vamos a la cama? 

Raquel rio contra su piel—. ¿Qué cama?

(…)

Al parecer las sorpresas no habían acabado ahí. Refugiada detrás de una hilera de delgadas palmeras había una pequeña cabaña semi abierta, iluminada con pequeñas antorchas y cuyo centro ocupaba una cama doble con impecables sábanas blancas y un dosel para protegerla de los insectos. También había una mesa con numerosas frutas tropicales cortadas y perfectamente ordenadas, listas para comer. No solo había conseguido que les dejasen la playa para ellos solos, sino que además había pedido que construyesen un pequeño nido exclusivamente para ellos donde pudiesen pasar la noche, redescubriéndose sin prisa ni interrupciones, rodeados de absoluta naturaleza.

—Gracias por este regalo —susurró apoyada en su pecho mientras acariciaba la piel de su antebrazo con la punta de sus dedos—. Ha sido un sueño compartir todo esto contigo.

Levantando la cabeza, Sergio posó los labios en su frente durante varios segundos.

—Para mí también lo ha sido —susurró de vuelta, dejando caer la cabeza sobre la almohada.

Raquel apoyó la barbilla en su pectoral para mirarle. Tenía los ojos cansados, ya que aún no habían pegado ojo y ya eran casi las 6 de la mañana, pero podía ver reflejados en ellos la misma indescriptible felicidad que sentía en su interior.

—¿Sabes? —Ladeó la cabeza, dibujando un circulo invisible bajo su clavícula—. Quizás no sea tan mala idea celebrar esta fecha… después de lo de hoy. 

Sergio peinó su cabello con los dedos, esperando a que levantase la mirada—. O podemos celebrar un “no aniversario” antes del aniversario —sugirió arqueando una ceja.

Raquel rio—. Me parece bien. Todo lo que sea celebrar es bienvenido.

Se quedaron mirándose a los ojos varios segundos, compartiendo una suave sonrisa e infinitos recuerdos.

—Feliz no aniversario, Raquel —murmuró él, acariciando su espalda lentamente. 

Ella le dedicó su sonrisa más sincera.

—Feliz no aniversario, Sergio —susurró, inclinándose hacia su boca para sellar la conversación con un beso.

 

 

 

Notes:

No ha sido un aniversario tradicional..., pero espero que os haya gustado, o al menos que no os haya chirriado demasiado. :) Gracias por leerme.

Chapter 8: Morrison

Chapter Text

8. MORRISON

 

8:11

Aaaaaand I want to rock your gipsy soul —entonó Raquel con la llegada del estribillo mientras llenaba de café recién hecho su taza favorita.

Siguió tarareando la canción, canturreando las pocas palabras en inglés que se sabía, mientras metía dos rebanadas de pan en la tostadora y bajaba la palanca de encendido.

Aaaaaand I want to rock your gipsy soul —volvió a cantar, imitando el quejido del cantante. 

Un gruñido de exasperación se coló entre las notas musicales, alcanzando sus oídos. Sonrió para sí, satisfecha. Al darse la vuelta encontró a un recién levantado Sergio parado bajo el marco de la puerta, tenía los ojos hinchados y cara de pocos amigos.

—¿Puedes apagar esa tortura? —pidió moviendo levemente el brazo hacia la esquina desde donde un pequeño altavoz portátil emitía la canción.

—Buenos días, ¿no?

—Buenos días —respondió sin un ápice de simpatía en la voz—. ¿Puedes apagar la música, por favor? —reiteró.

Inspirando a la vez que tomaba su taza entre sus manos, Raquel se apoyó en el borde de la encimera—. No —pronunció antes de acercar la taza a sus labios y dar un pequeño sorbo al café, sosteniéndole la mirada.

La cara de estupefacción de Sergio estuvo a punto de echar por tierra su semblante serio.

Este se colocó las gafas tras mirarla fijamente varios segundos. 

—¿Puedes al menos bajar el volumen? Me va a explotar la cabeza.

Raquel frunció los labios, ladeando la cabeza a la vez que echaba un vistazo al volumen del aparato. 

—Está a 75 decibelios, no molesta a nadie. 

No tenía ni idea de lo que acababa de decir, pero había contestado la misma estupidez que le había dicho él cuatro días atrás, cuando la había despertado con uno de sus Sirtakis. 

Llevaban cinco días seguidos así, él poniendo sirtakis a las 7 de la mañana mientras preparaba el desayuno, y ella gruñendo porque eligiese ese momento del día para poner su música; todas las mañanas la misma melodía repetitiva que se le clavaba en el cerebro y le crispaba los nervios. Así que había esperado al sábado, día que ninguno de los dos madrugaba, para levantarse antes que él y planear su venganza. Había elegido Van Morrison específicamente porque él no soportaba la voz del cantante, en sus propias palabras: “cantaba como si acabase de haberse golpeado el meñique con un mueble”.

Sergio entornó la mirada, sacudiendo el dedo índice en su dirección—. Sé lo que estás haciendo y no pienso entrar en el juego.

Anticipando sus pasos, Raquel se apresuró a posicionarse delante del altavoz a la vez que él daba dos zancadas hacia el frente. Frenó en seco a escasos centímetros de ella, retándola con la mirada. Estirando los brazos tan lejos como sus manos sobre la encimera le permitieron, Raquel elevó el mentón, sosteniéndole la mirada mientras la música seguía sonando a sus espaldas. 

—Hoy me he despertado yo antes, así que en esta casa se va a escuchar Van Morrison. 

Sergio apretó los labios, el contacto visual inquebrantable, hasta que la tostadora decidió interrumpir la silenciosa batalla devolviendo las rebanadas de pan a la superficie. Ambos giraron la cabeza hacia el aparato, y cuando volvieron a mirarse, Sergio no tuvo la paciencia suficiente para seguir. 

Agachó la cabeza, apretándose el tabique nasal con los dedos de la mano izquierda—. Está bien, haz lo que quieras.

Raquel sonrió, victoriosa, mientras Sergio se alejaba en dirección al armario de las tazas. Tras sacar la suya y llenarla de café, levantó la mirada hacia Raquel, que no había perdido de vista sus movimientos.

—Me voy a desayunar al porche antes de que me empiecen a sangrar los oídos.

Raquel soltó una risa sarcástica—. Anda, sí. No vaya a ser que te contagies de mi BUEN gusto musical. 

Sergio respondió con un bufido desde la puerta, desapareciendo de su campo visual. 

Haciendo una mueca hacia el hueco de la puerta por el que había salido, estiró el brazo para subir aún más el volumen de la música. Sin embargo, aquel enfrentamiento pasó a un segundo plano cuando su hija apareció en la cocina, arrastrando los pies y restregándose los ojos.

—Hola —murmuró la niña, abrazándose a la cintura de su madre. 

Raquel acarició su nuca con cariño, situando la otra mano en su espalda a modo de abrazo.

—Buenos días, mi amor. ¿Te ha despertado la música? —preguntó mordiéndose el labio inferior con remordimiento.

 La niña sacudió la cabeza, apartándose unos centímetros para mirar a su madre.

—Tenía hambre.

Raquel le dedicó una sonrisa—. Ah, entonces vienes en el momento perfecto. ¿Te apetecen unas tostadas con crema de almendra y un zumo de naranja natural? —preguntó levantando las cejas.

Paula asintió con energía, deshaciendo el abrazo para dirigirse a uno de los taburetes de la cocina. Raquel procedió a sacar las rebanadas de la tostadora y metió unas nuevas antes de acercarle el plato y el bote de crema de almendras a Paula para que se echase la cantidad que quisiese. Sonrió al ver que esta movía la cabeza levemente hacia los lados, siguiendo el ritmo de “Brown-eyed Girl”, que comenzaba a sonar en esos momentos.

—¿Te gusta la canción?

La niña asintió, abriendo el tarro de crema de almendra—. Me gusta más que lo que pone Sergio por las mañanas. 

Raquel besó su cabeza de camino al frigorífico, orgullosa—. Muy bien. No olvides repetir eso que has dicho cuando esté Sergio presente.

—Oye, mami, ¿qué vamos a hacer hoy? —preguntó tras darle el primer bocado a su tostada.

Raquel la miró por encima de su hombro mientras llenaba de zumo un vaso que acababa de sacar del armario.

—Pues… no lo sé. ¿Que te apetece hacer? 

—¿Podemos salir a buscar a Misu? —preguntó ladeando la cabeza a la vez que ponía su mirada más triste. 

Raquel colocó el vaso frente a ella, apoyando los antebrazos en la encimera.

—Cariño, Misu es un gato salvaje. Es imposible saber dónde ha ido. Sería como buscar una aguja en un pajar.

—Misu no es salvaje, es muy tranquilo y cariñoso —respondió de manera defensiva—. Seguro que está cerca.

Raquel suspiró, intentando pensar algún argumento que pudiera hacerla entrar en razón. Su hija llevaba semanas hablando del gato que de vez en cuando visitaba su casa en busca de restos de comida. Al parecer, el día que ellos habían salido a celebrar su aniversario, el gato pasó por allí como de costumbre, pero en vez de salir corriendo como ocurría cada vez que aparecía Sergio, el felino permaneció toda la tarde con ellas, haciéndoles compañía en el porche, dejándose acariciar e incluso jugando con nieta y abuela. Hasta les había dado tiempo a ponerle nombre. Desafortunadamente, el gato ya no había vuelto a aparecer desde que Sergio lo pilló robando un trozo de pan de la cocina un par de días después. Pero no había día que Paula no preguntase al respecto.

—¿Si vuelve podemos adoptarlo, por favor? —preguntó esperanzada.

—Si consigues convencer a Sergio… por mí no hay problema. 

—¡Raquel! —exclamó el susodicho desde el salón.

Ambas levantaron la mirada hacia la puerta, donde este apareció dos segundos después.

—Llevo cinco minutos llamándote.

Frunciendo el ceño, Raquel se apresuró a bajar el volumen de la música, preocupada por su tono de voz.

—Perdón, no te he escuchado. ¿Qué pasa?

Este exhaló antes de responder, buscando apaciguar su enfado—. Dime que no has vuelto a dejar el plato del postre olvidado en la mesa del porche.

Raquel levantó ambas manos de inmediato en señal de inocencia al mismo tiempo que Paula se hundía en su asiento, atrayendo la mirada de ambos adultos.

—Oopsies… —masculló la pequeña, encogiendo los hombros. 

Exhalando por la nariz, Sergio se colocó las gafas, dirigiendo la mirada a Raquel.

—Acabo de pillar al mismo gato de siempre subido en la mesa lamiendo el cuenco. 

Casi de manera simultánea, Paula se bajó del taburete de un salto.

—¿¿Ha vuelto Misu?? —exclamó emocionada, corriendo hacia la puerta con la intención de salir al porche, pero Sergio la frenó de inmediato colocando un brazo delante de la puerta.

—Ya no está, ha salido corriendo.

La niña se cruzó de brazos, disgustada—. Jo.

—Por favor, no vuelvas a dejar comida fuera. Ahora ha sido un gato, pero la próxima vez puede ser un animal mucho más peligroso. Hay que recoger todo después de comer, ¿entendido?

La niña asintió, desviando la mirada hacia su madre, un poco cohibida.

—Paula, cariño, ve a recoger el plato. 

Sin rechistar, la pequeña salió de la cocina, dejándoles a solas de nuevo.

—Justo acababa de preguntarme por el gato —explicó Raquel mientras Sergio se aproximaba al fregadero con su taza ya vacía.

—O sea, que lo de dejar el plato fuera no ha sido casual…

—Quiere que lo adoptemos —añadió, cruzándose de brazos a la vez que apoyaba la cadera en la encimera.

Sergio se quedó quieto unos segundos—. Le habrás dicho que no, ¿no?

A su lado, Raquel observó cómo este echaba unas gotas de detergente líquido sobre una esponja y abría el grifo un segundo para humedecerla.

—Le he dicho que si logra convencerte, por mí no hay problema.

—Raquel…

Esta dejó caer sus brazos—. Es un gato, Sergio. No requieren tanta atención como los perros y por lo general son bastante tranquilos. Además, vienen genial para controlar la plaga de ratas.

—No hemos visto una rata en los cuatro meses que llevamos aquí.

—Exacto, porque está el gato rondando la casa.

Sergio suspiró, cerrando el grifo tras aclarar la taza. La colocó boca abajo en el escurridor y se giró hacia Raquel al mismo tiempo que se secaba las manos con un trapo.

—Estamos hablando de un gato salvaje, Raquel. No sabemos qué enfermedades puede tener, es… es muy peligroso.

—Pues lo llevamos a un veterinario antes de tomar una decisión.

No supo qué decir ante aquel argumento; no le gustaban los animales, especialmente aquellos que arañaban, pero Paula llevaba meses pidiendo una mascota, y en el fondo sabía que aquello mejoraría el estado de ánimo de la pequeña, que no dejaba de fluctuar.

Aprovechando su silencio, Raquel se aproximó a él y posó las manos en su torso, atrayendo su atención hacia sus ojos. Sergio apretó los labios, dejándose cautivar por la mirada cálida de Raquel. 

—Por favor… Creo que le vendría muy bien a Paula tener una mascota de la que estar pendiente. Y eso no solo le va a beneficiar a ella, sino también a nosotros —añadió, levantando las cejas para recordarle todas las veces que la pequeña les había interrumpido un momento en pareja porque necesitaba la atención de su madre.

Este volvió a suspirar—. Está bien…, lo pensaré.

Una pequeña sonrisa iluminó el rostro de Raquel, quien murmuró un “gracias” a la vez que se apoyaba en su pecho y se ponía de puntillas para dejar un pequeño beso en sus labios. 

Al separarse, Sergio señaló al altavoz.

—Esta es la mejor parte de todo el disco —comentó justo en el momento en que había acabado la canción, dejando paso a un silencio de varios segundos.

Raquel puso los ojos en blanco, aunque no pudo evitar reír—. Eres idiota. 

Elevando el mentón a la vez que agarraba el cuello de la camisa de su pijama con ambas manos, susurró contra sus labios:

—Algún día admitirás lo bueno que es él y su música.

Sergio bufó a milímetros de sus labios, posando ambas manos en sus caderas—. Lo dudo mucho.

Estuvieron a punto de besarse de nuevo cuando Paula entró en la cocina, obligándolos a reducir el contacto a un leve pico.

—Pues a mí me gusta mucho. Pon otra vez la de “la la la la la”, mamá —pidió la niña, entrometiéndose entre ellos para dejar el cuenco y demás utensilios en el fregadero.

Raquel se echó a reír ante la cara de irritación de Sergio, quien se aclaró la garganta.

—Veo un claro complot contra mis oídos, así que me voy a marchar… Os veo a la hora de comer —informó, besando la frente de Raquel.

Esta frunció el ceño—. ¿Adónde vas? 

—Tengo una reunión con los constructores. ¿Quieres venir?

Raquel arrugó la nariz; aunque le apasionaba el proyecto que habían empezado juntos para mejorar la calidad de vida de los niños en desamparo de aquel país, las eternas reuniones no eran su parte favorita.

—Déjalo. Luego me cuentas qué habéis acordado. 

—Perfecto.

Depositando un beso en su mejilla, Sergio salió de la cocina, dejando a madre e hija desayunando en compañía de Van Morrison.

 

(…)

 

Las mañanas de los sábados solían dedicarlas al mar. A veces paseaban a lo largo de la orilla, otras salían a navegar en familia, o simplemente se sentaban en la arena a disfrutar de las vistas y nadar en las tranquilas aguas cristalinas que formaban parte de su patio trasero. 

Las temperaturas habían subido considerablemente en los últimos días, por lo que aquel día no pudieron resistirse a sacar los bañadores y meterse en el agua. Raquel y Paula se encontraban jugando con una pelota hinchable en el agua, cuando Mariví apareció en la playa acompañada de cerca por Darna.

—Mirad quién ha venido a visitarnos.

Madre e hija giraron la cabeza hacia la arena al escuchar la voz de Mariví, quien caminaba hacia ellas con un bulto en los brazos. Paula abrió los ojos como platos, respirando una bocanada de aire.

—¡Abuela! —Salió corriendo del agua, sin importarle que la arena seca se le pegase al cuerpo al levantarla con los pies—. ¿Dónde lo has encontrado? —preguntó casi sin aliento, a la vez que acariciaba la cabeza del animal con la punta de los dedos con cuidado de no mojarlo en exceso. 

Mariví sonrió—. En mi regazo. Estaba en el porche cuando ha aparecido de la nada y se ha tumbado a mi lado. Es un solete…

El felino estiró el cuello, buscando el contacto con la palma de la pequeña, y ronroneó. Paula buscó a su madre con la mirada, sus ojos pidiendo a gritos lo que ya había repetido varias veces.

—¿Podemos?

Suspirando, Raquel echó un vistazo a su reloj—. Vamos al veterinario antes de que vuelva Sergio.

Paula se abalanzó sobre su madre, abrazándola con fuerza a la vez que repetía “gracias”  una y otra vez. Y en menos de media hora, las tres, junto al gato, se subieron al coche y partieron hacia el pueblo.

 

14:45

—Mierda, ya ha vuelto Sergio —masculló al ver su coche aparcado en su lugar habitual. 

Paula, que estaba sentada a su lado en el asiento del copiloto con el gato sobre su regazo, la miró con preocupación. 

—¿Qué hacemos con Misu?

Raquel inspiró, agarrando el volante con fuerza mientras pensaba en las diferentes alternativas; era demasiado pronto como para decirle a Sergio que habían decidido quedarse con el gato, lo mejor era esperar unos días. 

—Dejad el transportín y todo lo que hemos comprado cerca de la ventana de tu habitación y las metéis desde ahí mientras yo distraigo a Sergio.

Abuela e hija asintieron con determinación.

Cuando Raquel abrió la puerta principal de la casa, Sergio se encontraba en el salón terminando de poner la mesa—. Ey, ya estás de vuelta.

Sergio sonrió a modo de saludo—. ¿Dónde estabais? 

Dejó las llaves del coche en el cesto que tenían en un mueble cerca de la puerta y se acercó a él—. Mi madre estaba un poco inquieta esta mañana, así que salimos a dar una vuelta por el pueblo.

Sergio asintió, satisfecho con su respuesta.

—¿Qué tal la reunión? —preguntó a la vez que rodeaba su cuello con ambos brazos desde un lado.

Sergio dejó el último tenedor sobre la mesa y se giró para devolverle el abrazo, envolviendo la parte baja de su cintura con los brazos. Su mirada, ligeramente achinada, anticipaba buenas noticias.

—Bien, bien. Bastante bien.

Raquel sonrió—. ¿Suena a que habéis llegado a un acuerdo?

—Falta redactar el contrato y firmarlo… Pero sí, parece que sí.

—Enhorabuena, cariño —murmuró a través de una sonrisa antes de ponerse de puntillas y besar sus labios suavemente.

Sergio abrió los labios lo justo para atrapar los suyos en un beso apretado, pero, a mitad de beso, percibió unos movimientos que le llevaron a abrir los ojos. Arqueó una ceja al ver que Mariví y Paula cruzaban el salón de puntillas, como si no quisiesen ser vistas, e inmediatamente liberó los labios de Raquel.

—¿Qué hacen? 

Raquel giró la cabeza justo a tiempo para verlas desaparecer entre las cortinas que conducían a la habitación de Paula. Puso los ojos en blanco internamente y se mordió el labio para no soltar una palabrota.

—No lo sé… Deben estar jugando a algo. ¿Está ya lista la comida? —cambió de tema a la vez que se separaba de sus brazos.

Por suerte, Sergio no pareció darle mayor importancia—. Sí, está lista para servir.

—Genial, pues voy a avisarlas.

Cuando entró en la habitación, estas aún seguían metiendo bolsas a través de la ventana mientras el nuevo miembro de la familia descansaba plácidamente sobre la cama de Paula.

—¿Es que no podéis disimular un poco? —les regañó entre dientes tras cerrar la puerta—. Os ha visto entrar como si fueseis dos ladronas de cómic. 

—Bueno, cariño, eso es que no te has esmerado mucho en distraerlo. 

Raquel levantó las cejas, frunciendo los labios como respuesta al comentario de su madre, pero prefirió dejarlo pasar y se apresuró a ayudarlas a terminar de meter las bolsas.

—Paula, cámbiate de ropa que estás llena de pelos. Y venga, salid antes de que empiece a sospechar, luego colocamos todo.

A pesar de los nervios de las tres implicadas en el secreto, la comida transcurrió con normalidad, excepto por un par de ocasiones en las que Raquel tuvo que fingir un ataque de tos para ocultar los maullidos del gato, momento que Paula aprovechó para excusarse e ir al baño. Aunque le pareció rara esta coincidencia, Sergio no mencionó nada. 

 

18:49

Dado que aquella tarde Paula y Mariví prefirieron retirarse a sus respectivas habitaciones “a dormir la siesta", ellos aprovecharon el silencio para leer un rato en el salón. Sentado en una esquina del sofa, Sergio sostenía un libro en su mano izquierda mientras con la otra acariciaba el tobillo desnudo de Raquel de manera distraída. Raquel, por su parte, ocupaba la otra esquina del sofá, apoyada de lado en el respaldo y con las piernas estiradas sobre el regazo de Sergio. 

Raquel levantó la mirada de su libro cuando notó que Sergio hacía lo mismo, aunque este no la miraba a ella, sino a un punto indefinido en la pared mientras sus ojos parecían estar analizando algo.

—¿Qué pasa? 

Sergio le devolvió la mirada—. Está esto muy tranquilo hoy, ¿no? 

Raquel encogió un hombro, como si no hubiese notado nada. Pero Sergio tenía razón, por lo general, los sábados por la tarde Paula invadía el salón con algún juego de mesa o película para ver en familia. Pero aquel sábado la pequeña llevaba horas sin salir de su habitación.

—Debe estar jugando con mi madre, las he escuchado hablar hace un momento cuando he ido al servicio.

Aceptando su explicación, Sergio retomó la lectura sin darle más vueltas al asunto. Sin embargo, Raquel no pudo concentrarse de nuevo en la suya. Sus ojos repararon en su móvil, que descansaba en el hueco entre sus piernas y el respaldo del sofá, y lo cogió con disimulo. 

Situándolo sobre su libro, lo conectó al altavoz que previamente había escondido detrás del sofá, y, mirando fijamente a Sergio, abrió la aplicación de Spotify y apretó el botón del play. El respingo que Sergio dio al escuchar la música de Van Morrisón a todo volumen le provocó tal carcajada, que ni la mirada asesina que este le lanzó pudo calmarla.

—Raquel, por favoooor —gruñó, dejando caer la cabeza sobre el borde del sofá en un gesto de desesperación. 

Había repetido el mismo modus operandi varias veces en diferentes sitios de la casa a lo largo de la tarde, pero esta última parecía haber rozado el límite de su paciencia. Así que apretó los labios, intentando reprimir la risa, a la vez que apagaba la música.

—Ya paro, lo prometo.

Sergio entornó la mirada, dudando de su palabra.

—De verdad, mira. 

Dejó el móvil a la vista sobre la mesa y volvió a agarrar su libro.

—Gracias.

Fijó la mirada en las páginas de su libro, pero de repente un viejo recuerdo cruzó su memoria, y no pudo dejarlo pasar. 

—Oye. —Esperó a que Sergio levantase la mirada para seguir—. Acabo de recordar que… una de aquellas veces que hablamos por teléfono como profesor e inspectora, me dijiste que te gustaba el karaoke… —Arqueó una ceja, agachando la cabeza—. ¿Era verdad?

—Sí.

Raquel alzó las cejas, sorprendida por la franqueza de su respuesta—. ¿En serio?

—¿Por qué iba a mentir?

—No sé… no sabía que existían los sirtakis con letra.

Sergio entornó la mirada, contrastando con la sonrisa burlona de ella. 

—Para tu información, suelo escuchar todo tipo de música. Pero lo sirtakis me ayudan a despejarme y llenarme de energía sin necesidad de ingerir cafeína. 

Intrigada, Raquel cerró su libro, dejando un dedo entre las hojas para no perder la página en la que había parado.

—¿Y qué solías cantar en los karaokes? 

Sergio encogió los hombros, respirando hondo—. Depende del momento —respondió, devolviendo su atención al libro.

Raquel retorció los labios, intentando imaginarlo con micrófono en mano cantando, pero le fue imposible.

—Dime alguna canción que no me espere de ti ni en un millón de años —instó.

Sergio levantó la mirada hacia el techo, pensativo—. Pues, por ejemplo…, “Por Dejabo de la Mesa” de Luis Miguel.

Raquel dejó escapar una pequeña sonrisa—. Luis Miguel, ¿en serio? —repitió, incrédula. 

Sergio se colocó las gafas—. De hecho diría que es de mis mejores interpretaciones.

Raquel rio—. Baja Modesto que sube Sergio.

—Entiendo que no me creas, pero así es.

Raquel frunció los labios, inclinándose hacia él—. A ver, demuéstramelo. 

Este desvió la mirada—. Es que así en frío… 

—Venga, un poquito. 

Colocando el marca-páginas entre las hojas, cerró el libro y se giró levemente hacia ella. Rio, algo incómodo, pero no se echó para atrás.

Por debajo de la mesa, acaricio tu rodilla… —comenzó a entonar bajito, con la mirada fija en su pierna mientras la acariciaba despacio, esta vez intencionadamente. 

Raquel sonrió, siguiendo la trayectoria de su mano. Sus ojos se encontraron antes del segundo verso, y su timidez pareció esfumarse de golpe.

Y bebo, sorbo a sorbo, tu mirada angelical…

Un fuerte cosquilleo ascendió por su abdomen, sorprendida tanto por su voz, como por su manera de cantarla.

Y respiro de tu boca… —De repente frenó—. ¿Puedes ponerla? —pidió con un brillo especial en la mirada.

Raquel le sonrió—. Claro. 

Cogió el móvil de la mesa y bajó la mirada al aparato para buscar la canción en Spotify. Lo que no esperaba es que Sergio se pusiese en pie, extendiéndole la mano, a los pocos segundos de empezar la melodía de flauta y violín.

Mordiéndose el labio, sus ojos viajaron entre su mano y sus ojos varias veces, hasta que entendió que iba en serio. Posando su mano libre sobre la de él, dejó el libro sobre la mesa y se puso en pie. 

Estaba descalza, vestida con una simple camiseta blanca a modo de vestido y el pelo recogido en un moño medio deshecho, pero cuando Sergio levantó su mano derecha, sosteniéndola cerca de su pecho, y rodeó su cintura con el otro brazo, pegándola a su cuerpo, sintió que estaba en medio de un salón de baile a punto de ponerse a bailar con el amor de su vida. Y no pudo dejar de sonreír. 

Sergio comenzó a cantar a la vez que lo hacía el cantante, y el cosquilleo que había sentido antes se triplicó cuando apoyó la mejilla contra la suya, cantándole al oído mientras se movían lentamente hacia los lados.

Y me muero por llevarte… al rincón de mi guarida, en donde escondo un beso, con matiz de una ilusión. Se nos va acabando el trago, sin saber qué es lo que hago: si contengo mis instintos o jamás te dejo ir.

Raquel se mordió el labio, sintiendo que se quedaba sin aire con cada palabra que pronunciaba. Cerró los ojos, pegándose aún más a su cuerpo, entregándose al momento por completo.

Y es que no sabes lo que tú me haces sentir. Si tú pudieras, un minuto, estar en mí. Tal vez te fundirías, a esta hoguera de mi sangre y vivirías aquí, y yo abrazado a ti. 

Sergio se separó unos centímetros con la intención de cantarle la última estrofa mirándole a los ojos. Raquel se mordió el labio con más fuerza, sintiendo que el corazón se le iba a salir por la boca.

Y es que no sabes lo que tú me haces sentir, que no hay momento, que yo pueda estar sin ti. Me absorbes el espacio, y despacio me haces tuyo, muere el orgullo en mí. Y es que no puedo estar… sin ti…

Supo que tenía lágrimas en los ojos cuando Sergio colocó ambas manos en su cara y le limpió las lagrimas con los pulgares mientras el estribillo se repetía por última vez. Raquel respiró hondo, sintiendo mil cosas a la vez; aún no le había escuchado decir “te quiero”, pero aquel momento le pareció la declaración de amor más bonita de toda su vida. 

La canción llegó a su fin, y Sergio sonrió como si nada. Raquel dejó escapar un suspiro, riéndose de sí misma por lo desarmada que la había dejado con una simple canción de dos minutos y medio.

—Pues sí se te da bien, sí. —Fue lo único que consiguió decir.

Sergio rio, apretando sus mejillas a la vez que besaba sus labios tiernamente. 

Un maullido rompió la burbuja en la que se encontraban, y ambos se separaron, abriendo los ojos como platos; él por sorpresa, ella por temor. 

Cuando miraron hacia la puerta de dónde provenía el ruido, se dieron cuenta de que Mariví y Paula les habían estado observando escondidas tras las cortinas de la puerta. Los ojos de Sergio se fijaron en el gato que Paula sostenía como si de un bebé se tratase, e inmediatamente miró a Raquel, su ceño fruncido.

Raquel se mordió el labio, tocando su pecho con delicadeza. 

—Antes de que digas nada… Lo hemos llevado al veterinario y está completamente sano. Y también hemos pedido cita para ponerle las vacunas pertinentes y el chip. Si decides aceptarlo…, claro.

—Por fiiiii, ¡y te dejamos elegir su nombre oficial! —intervino Paula, saliendo de su escondite.

—Te deja elegir el nombre —repitió Raquel, levantando las cejas para hacerle saber de la importancia del asunto.

Tras un largo e inquietante silencio, y un suspiro, Sergio dio el visto bueno con una única palabra:

—Morrison.

Chapter 9: Ginecólogo

Notes:

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Chapter Text

9. GINECÓLOGO

 

7:00

 

El sonido estridente del despertador cesó a los pocos segundos de haber empezado a sonar, pero fue suficiente para interrumpir el sueño profundo de Raquel. 

Notó movimiento a su lado, e inmediatamente después, el calor corporal de Sergio le arropó la espalda. Le escuchó murmurar un “buenos días” a la vez que deslizaba una mano a lo largo de su brazo, pero no fue capaz de abrir los ojos o mover un músculo; deseaba quedarse durmiendo en la envolvente comodidad de aquella cama hasta que le doliese el cuerpo.

Pero era jueves, y tenía una hija a la que llevar al colegio. 

Elevando el hombro, emitió un leve gemido al sentir que Sergio depositaba un pequeño beso en su piel desnuda. 

—¿Cómo te encuentras?

Aquella pregunta le recordó que, la noche anterior, se había ido a la cama más temprano de lo habitual, aquejada de un malestar general que había aparecido de repente al caer la tarde. Tras haber descansado, Raquel estaba segura de que el culpable había sido el agobiante calor que había hecho durante el día. Afortunadamente, pocos días antes habían comprado una cama con dosel para dormir en el exterior los días más calurosos, una idea que había surgido a raíz de la noche que pasaron en plena naturaleza en Secret Lagoon, y que parecía estar cumpliendo su cometido, pues había dormido del tirón por primera vez en días.

Abrió los ojos cuando Sergio volvió a besar su hombro, esta vez dejando los labios apoyados en su piel varios segundos. Sus párpados se separaron tan solo unos milímetros para que la luz del día no le hiciese daño en la vista, y al girar el cuello encontró la mirada adormilada de Sergio a unos centímetros sobre ella, observándola. 

—Mejor. 

Su voz sonó ronca a causa de las horas que llevaba sin beber una gota de agua.

—¿Quieres que lleve yo a la niña al colegio?

Carraspeó para deshacer la molestia y sacudió la cabeza, sonriendo levemente a la vez que acariciaba su barba con la yema de los dedos.

—No hace falta. Estoy mucho mejor.

Sergio la miró unos segundos, queriendo asegurarse de que lo decía en serio y no por obligación. Aunque su mirada parecía menos dispersa que el día anterior, no pudo evitar llevar el dorso de la mano a su frente para comprobar si la febrícula que había tenido la noche anterior había desaparecido. 

Raquel rio, enternecida por su preocupación—. Estoy bien, de verdad.

Agarrando su mano, besó su palma en agradecimiento y, girando el cuello un poco más para poder mirarle de frente, enterró los dedos en su cabello aún sin peinar. Entornó la mirada al darse cuenta de que debía apartar la mano varios centímetros para que los mechones se deslizasen entre sus dedos por completo.

—Te ha crecido un montón el pelo —señaló mientras volvía a repetir la acción.

Sergio se echó a reír—. ¿Eso es una indirecta para que me lo corte?

Una sonrisa relajada elevó la comisura de los labios de Raquel—. No, era solo una observación. Estás guapo.

Devolviéndole la sonrisa, Sergio se inclinó hacia ella—. Entonces me lo dejo un tiempo más —murmuró rozando sus labios al hablar. 

Raquel asintió, cerrando los ojos a la vez que Sergio posaba sus labios sobre los de ella. Atrapó su labio inferior cuando este rodeó su cintura con un brazo, pegándose a su cuerpo por completo, una posición que le permitió sentir su erección matutina contra su nalga. Llevó la mano derecha hacia su nuca, manteniéndolo pegado a su boca a la vez que entreabría los labios, invitándolo a profundizar el beso. Un pequeño gemido acarició su garganta cuando la humedad de su lengua calmó al instante la sed con la que se había despertado.

Supo por su forma de besarla que no buscaba nada más allá de unos cuantos besos antes de empezar la rutina diaria, pero su cercanía, su torso desnudo pegado a su espalda y el casi imperceptible movimiento de sus caderas buscando tímidamente el roce con su trasero, despertaron su deseo. 

Sergio reprimió un gruñido cuando Raquel arqueó la espalda, aumentando la presión sobre su miembro. Este clavó los dedos en su cintura, queriendo frenarla cuando comenzó a frotar su culo contra su entrepierna de manera inocente, pero perdió toda fuerza de voluntad cuando el placer de aquella fricción entre sus cuerpos hizo crecer su erección hasta su punto álgido. Tuvo que dejar de besarla para tomar una bocanada de aire, aire que quedó atrapado en sus pulmones cuando Raquel sustituyó el movimiento de sus caderas con caricias de su mano a través del pantalón. Sergio tragó saliva, conteniéndose; no quería incitarla a hacer nada que pudiese cansarla, ya que la noche anterior había estado pachucha. Sin embargo, su maestría a la hora de tocarle comenzó a nublar su mente, y se vio forzado a hablar antes de que perdiese toda capacidad de raciocinio. 

—Raquel, si no te ape…

—Me apetece —le interrumpió ella de manera tajante antes de que acabase la frase.

Terminó de girarse por completo, quedando tumbada cara a cara frente él, y una ceja arqueada bastó para que Sergio asintiera enérgicamente. Este regresó a sus labios con decisión, asaltando su boca a la vez que su mano reptaba por su cadera, trepando bajo su camisón. Sin dejar de saborear sus labios, volvió a descender por su nalga, arrastrando la palma por la parte trasera de su muslo de camino a la rodilla. Dobló los dedos al alcanzar la corva y colocó su pierna sobre su propia cadera, atrayéndola aún más hacia su cuerpo mientras absorbía su labio inferior. 

Aprovechando el pequeño hueco que quedó entre ellos, Raquel levantó la goma del pantalón del pijama de Sergio, empujándolo unos centímetros hacia abajo a la vez que cerraba el puño alrededor de su polla. Sergio jadeó contra sus labios, moviendo la pelvis en dirección a su mano un par de veces para prologar la agradable sensación. Raquel sonrió para sí, interrumpiendo el beso para ver las muecas de placer que hacía mientras le masturbaba. Sin embargo, este abrió los ojos a los pocos segundo de haber perdido el contacto con sus labios.

—Quedan 15 minutos para que se despierten —advirtió en un murmuro, con la mirada fija en su boca.

—Bueno…, ¿y cuándo ha sido eso un impedimento? —respondió ella, elevando las cejas.

—Dos veces. 

Raquel frunció el ceño, dejando la mano quieta. Su mirada confusa lo instó a continuar.

—Una porque con las prisas nos caímos de la cama y el ruido las despertó. Y la otra porque le diste a posponer a la alarma y no nos dimos cuenta de que estaba sonando hasta que golpearon la puerta. 

Raquel agachó la cabeza, riendo a la vez que llevaba la mano a su pectoral.

—Tienes toda la razón. 

Se mordió el labio inferior, mirando de reojo cómo Sergio, a pesar de su propia advertencia, continuaba deslizando la palma de su mano a lo largo de su muslo desnudo, generándole unas agradables cosquillas. Estas se intensificaron cuando volvió a buscar sus ojos y se dio cuenta de que él tenía la mirada fija en el mismo lugar.

Inspiró hondo, captando su atención.

—Pues habrá que darse prisa si no queremos que esta se convierta en la tercera, ¿no?

Sergio asintió, mascullando algo que se desvaneció cuando Raquel le besó de repente. Sin perder un segundo más, empujó su cintura hacia el colchón, tumbándola sobre su espalda para poder situarse encima. De manera instintiva, Raquel abrió las piernas, acomodándolo entre ellas a la vez que se aferraba a su cuello con una mano y bajaba sus pantalones con la otra. Tenía la costumbre de dormir sin ropa interior bajo el camisón, por lo que el contacto entre sus sexos fue inmediato cuando Sergio dejó caer el pesó de su cuerpo sobre ella, haciéndoles exhalar a ambos.

Casi de inmediato, Sergio estiró el brazo hacia atrás y tiró de la sábana, que en esos momentos descansaba sobre sus gemelos. La dejó caer por encima de sus cabezas, ocultándolos del mundo y de la posibilidad de que Paula o Mariví los pillasen con las manos en la masa en caso de que despertasen antes. Se sonrieron sin romper el beso, y, apoyándose sobre un codo, Sergio se guió a sí mismo hacia su entrada. Raquel apretó los ojos, algo molesta, cuando sintió su glande abriéndose paso entre sus labios. Por un momento pensó que quizás no estaba lo suficientemente lubricada, pero cuando Sergio empujó las caderas, adentrándose en su cuerpo, una punzada de dolor le atravesó la pelvis.

—¡Para, para, para! —exclamó empujando el centro de su abdomen.

Asustado, Sergio se apartó de inmediato. La misma punzada de dolor le sacudió el cuerpo cuando este salió de su interior, y tuvo que morderse el labio inferior con fuerza para no soltar una burrada.

Arrodillado entre sus piernas y con cara de extrema preocupación, Sergio tartamudeó—. ¿Qu.. qué ha pasado? ¿Qu… qué he hecho?

Raquel solo pudo mascullar un “joder” mientras una de sus manos presionaba su bajo vientre.

—¿Qué pasa, Raquel? Me estás asustando.

 Esta liberó una bocanada de aire cuando el dolor cesó segundos después.

—No quiero ni tocarme por si es lo que creo que es —comentó, tapándose la cara con las manos. 

Frunciendo aún más su ceño, Sergio se subió los pantalones, tumbándose a un lado.

—No entiendo… ¿A qué te refieres? ¿Qué ha pasado?

Raquel suspiró, dejando caer las brazos a cada lado de su cuerpo—. Creo que me ha salido un bartolino. 

Giró la cabeza a tiempo para ver cómo Sergio parpadeaba, confuso.

—Un bar… ¿Un qué?

—Un bartolino. Un bulto en la entrada de la vagina. 

Las cejas de Sergio se elevaron para luego unirse de nuevo en un ceño fruncido. Iba a hacer una nueva pregunta cuando Raquel le agarró la mano.

—Vamos al baño, necesito que me eches un vistazo —comentó a la vez que apartaba la sabana para salir de la cama, pero tan pronto como intentó incorporase, un nuevo pinchazo surgió del centro de su pelvis, esparciéndose rápidamente hacia sus piernas. Raquel gruñó, mordiéndose el labio una vez más—. Mejor aquí. Mejor aquí —repitió casi sin aliento, volviéndose a tumbar. 

Preocupado, Sergio agarró sus gafas de la mesita de noche—. Déjame ver. 

Raquel apoyó los pies en el colchón con cuidado, doblando las piernas al mismo tiempo que Sergio se adentraba bajo la sábana. Este se recostó entre sus piernas, ajustándose las gafas, mientras Raquel dejaba la mirada fija en el cielo azul que se vislumbraba a través de la tela del dosel. Sus párpados temblaron involuntariamente cuando notó los dedos de Sergio apartando sus labios menores. 

—Veo un bulto, sí. Lado izquierdo.

Raquel apretó los ojos, maldiciendo en voz baja. 

—¿Cómo de grande?

—Del… tamaño de un garbanzo. Quizás un poco más grande. —Salió de debajo de la sábana y se tumbó a su lado—. ¿Es algo malo?

Raquel le sonrió levemente para tranquilizarlo—. No, ya me ha pasado alguna vez… Pero es muy molesto, voy a necesitar pedir cita con un ginecólogo.

Sergio asintió con decisión—. Está bien. Yo me encargo de ello en cuanto vuelva de dejar a Paula en el colegio. 

Raquel giró la cabeza hacia él, llevando una mano a su mejilla—. Gracias. ¿Puedes también traerme un ibuprofeno, por favor?

—Claro. 

Besó su frente antes de salir de la cama. 

 

(…)

 

—Esto es lo que he encontrado —informó colocando los tres post-its delante de ella en la mesa del comedor. Todos ellos contenían un número de teléfono y la correspondiente dirección—. Este es el más cercano, pero he leído opiniones muy variadas —dijo señalando al primero—. Este tiene buena pinta pero es una clínica pequeña y no tienen hueco hasta la semana que viene. Y luego está este, —añadió dejando caer el dedo sobre el último post-it—. Tiene muy buenas reseñas, el problema es que está en Puerto Princesa y no nos daría tiempo a ir y volver antes de que la niña salga del colegio.

Raquel dejó su taza de café sobre la mesa tras darle el último sorbo y despegó el último papel.

—No pasa nada, voy yo. Tú te quedas aquí con ella. 

Sergio agarró el papel, quitándoselo de las manos—. No.

Raquel levantó la cabeza, mirándolo con la boca semi-abierta—. ¿Cómo que no?

Sergio sacudió la cabeza, desviando la mirada—. No voy a dejar que vayas sola en esas condiciones.

Raquel dejó escapar una pequeña risa de incredulidad—. ¿Qué condiciones? Estoy perfectamente. Es un bartolino, Sergio, no me he roto la pierna ni nada por el estilo.

—Me da igual. No vas a ir sola.

Raquel se cruzó de brazos, levantando el mentón a la vez que fruncía el ceño.

—¿No voy a ir sola? ¿Desde cuándo tomas tú las decisiones por mí?

Sergio volvió a desviar la mirada, incómodo con su gesto desafiante. Cuando vio que no contestaba, Raquel se acercó a él.

Voy a ir sola, ¿está claro? —repitió con firmeza, agarrando el papel con dos dedos para quitárselo. 

Este no opuso resistencia cuando el papel se deslizó entre sus dedos. Dejó caer los brazos, impotente. 

—Raquel…

Al volver a mirarle, Raquel encontró a un Sergio totalmente diferente, un Sergio vulnerable.

—Quiero ir contigo… —Su voz sonó suave, dejando entrever su preocupación—. Quiero saber qué ocurre.

Ladeando la cabeza, Raquel deshizo los pasos que les separaban y tocó su barba con la yema de sus dedos.

—Ya te he dicho lo que ocurre.

—¿Y si no es eso? ¿Y si es algo más grave?

—Cariño, conozco mi cuerpo, sé que es eso. Lamentablemente lo grave suele ser mucho más silencioso que esto. No es nada, de verdad. Además, llevamos meses evitando ir a sitios concurridos juntos, no vamos a arriesgarnos ahora por una simple visita al ginecólogo. —Colocó ambas manos en su rostro para que le mirase—. Te mantendré informado de todo, ¿de acuerdo?

Observándola en silencio unos segundos, no le quedó más remedio que asentir. 

 

 

13:35

—¿Dónde está mamá? —preguntó Paula a la vez que abría la puerta trasera del Jeep para dejar su mochila. 

Sergio esperó a que la pequeña se subiera al asiento del copiloto para contestarle—. Ha tenido que ir a la ciudad a hacer unos recados. Volverá por la noche. 

—Ah, vale.

Le sorprendió la tranquilidad con la que la niña aceptó la información. Él, en cambio, había pasado toda la mañana pendiente del móvil, esperando impaciente la llamada de Raquel. Hacía escasos minutos le había escrito por fin para comunicarle que había llegado a Puerto Princesa, y que había parado a comer antes de dirigirse al ginecólogo, pero aún así, no era capaz de deshacerse del nudo que se le había formado en el estómago en el momento en que la vio partir. 

—¿Y quién va a venir conmigo a clase de pintura entonces?

Sergio frunció los labios; se habían olvidado de ese pequeño detalle.

—Pues… ¿Te importa que vaya yo? 

Aunque era una actividad que madre e hija habían empezado para pasar tiempo juntas, no dudó en ofrecerse voluntario; esperaba que aquello pudiese distraerle un rato e hiciese volar el tiempo que quedaba para que Raquel regresase.

La niña se encogió de hombros—. No. 

—Pues vamos.

 

Dado que la clase empezaba dos horas más tarde, decidió llevar a la pequeña a comer a una pizzería que quedaba en la misma calle que la escuela de arte. Mientras esperaban la pizza favorita de ambos -4 quesos-, llamó a casa para avisar a Darna y Mariví de que comerían fuera y volverían más tarde. Después de comer, decidieron ir caminando a la escuela, ya que quedaba cerca y les habían sobrado unos minutos.

—¿Podemos entrar? —pidió Paula al pasar por delante del escaparate de una librería. 

Sergio le sonrió—. Claro.

Paula fue directa a la sección para niños mientras él paseaba entre los pasillos sin rumbo concreto, leyendo sin mucho interés los títulos que entraban en su campo visual de manera aleatoria al andar. Sin embargo, hubo uno que le hizo frenar sus pasos. Levantó la mirada para comprobar en qué sección se encontraba y, seguidamente, tomó el libro en sus manos para leer la contraportada. Intrigado, cogió otros dos más. 

This is how you vagina.

Sergio abrió los ojos como platos cuando escuchó a Paula leer el título del primer libro que había cogido. Rápidamente, lo giró para esconder la portada bajo su axila, pero la niña continuó leyendo en voz alta los títulos de los otros dos libros que tenía en las manos, también sobre vaginas. 

Shhh. —Miró alrededor, avergonzado.

La niña levantó la mirada, confusa—. ¿Qué pasa?

Tragó saliva, sintiendo que le ardían las mejillas—. Nada que… estamos en la zona de lectura y no se debe hablar —se inventó—. ¿Has encontrado ya un libro que te guste? —cambió de tema antes de que la niña sospechase de su nerviosismo. 

—Sí, este —respondió mostrándole una novela gráfica titulada “Zita, the spacegirl”.

—Muy bien, vamos a pagar.

Colocó el libro de Paula sobre los tres que había cogido él y se dirigió con paso firme al mostrador. Notó la mirada de la dependienta en su cara mientras esta escaneaba el código de barras de los libros, pero no fue capaz de levantar la mirada de su cartera, listo para pagar y salir de allí cuanto antes. 

 

(…)

Sentado frente a un caballete, con un puñado de pinceles a su derecha, y pegotes de pintura aún sin mezclar a su izquierda, no fue capaz de quitarse a Raquel de la cabeza un solo segundo. Se preguntó si ya le habría atendido el ginecólogo, o si, por el contrario, aún seguía sentada en la sala de espera, esperando su turno. Había sacado varias veces el móvil para escribirle, pero todas ellas había terminado borrando el mensaje y guardándolo de nuevo; no quería atosigarla. Ella había prometido escribirle en cuanto supiera algo, por lo que se obligó a esperar. No obstante, a medida que pasaban los minutos y no recibía noticias, su preocupación aumentaba. Por muy segura que la hubiese visto aquella mañana, temía que aquel bulto fuese algo totalmente diferente, algo más grave que ni siquiera se atrevía a mencionar en pensamientos, pero que estaba ahí, atemorizándole desde las sombras.

La risa de Paula lo sacó de sus pensamientos, suavizando su ceño fruncido.

—¿Qué es eso?

Sergio miró a la pequeña, quien se había acercado a su puesto para echar un vistazo a su cuadro, y después miró al lienzo que tenía delante. Levantó las cejas al encontrar un circulo rojo en el centro, un circulo que se parecía demasiado al bulto rojizo que había ocupado su mente desde la mañana, y que no recordaba haber pintado de lo abstraído que había estado.

—Es… la bandera de Japón.

Paula arrugó la nariz, ladeando la cabeza.

—¿Y por qué te divierte Japón?

Su pregunta le recordó que la profesora había propuesto una temática en la que debían basarse para realizar su cuadro. Pero por supuesto, su mente había estado demasiado ocupada para pensar en algo que no fuese Raquel.

—Pues eh… no sé. Me parece graciosa su bandera —dijo la primera tontería que se le pasó por la cabeza.

Sin llegar a entender su explicación, Paula regresó a su puesto para coger su cuadro y poder mostrárselo. 

—Yo he pintado al señor Morrison jugando con su peluche favorito —le mostró orgullosa.

Sergio le sonrió, observando el gato blanco y gris que la niña había pintado en el centro del lienzo—. Te ha quedado muy bien.

Apenas había acabado la frase cuando una vibración le hizo dar un respingo. Sacó el móvil de su bolsillo a la velocidad de la luz cuando este le notificó la llegada de un mensaje. 

Efectivamente es un bartolino. En un rato te llamo. Besos.

Sergio exhaló pesadamente, cerrando los ojos un momento ante la sensación de tranquilidad que le invadió. Volvió a leer el mensaje un par de veces y, tras contestarle, lo guardó de nuevo, sonriendo de oreja a oreja. 

—¿Quién era? —preguntó la niña, intrigada por su reacción. 

—Tu madre, que ya ha terminado de hacer los recados.

—¿Le puedes decir que me traiga chuches como las que compramos la ultima vez que estuvimos en la ciudad? —pidió ladeando la cabeza a la vez que juntaba las manos.

No pudo evitar sonreírle—. Por supuesto.

—¡Gracias! 

Tras mandar el mensaje, vio que Paula se había quedado mirando su lienzo, como intentando comprender qué había de gracioso en aquel punto rojo.

—Oye, ¿me ayudas a mejorarlo? —le propuso, señalando al cuadro con la punta del pincel.

La pequeña sonrió, ilusionada—. Vale. 

 

17:10

Acababan de entrar en casa cuando la melodía de su móvil anunció la entrada de una llamada. Sergio soltó la bolsa de los libros sobre la mesa del salón y salió al porche dando un par de zancadas. 

—¡Raquel! ¿cómo estás? ¿Has salido ya de Puerto Princesa?

Hola, cariño. No, aún no, pero estoy bien. ¿Cómo estáis vosotros? ¿Qué tal ha ido el día?

Sergio sonrió, feliz de escuchar su voz después de tantas horas. Se sentó en una de las sillas exteriores, fijando la mirada en el mar—. Bien, bien. Bastante bien. Paula y yo hemos comido en el pueblo y después la he acompañado a su clase de pintura. 

Pudo sentir su sonrisa al otro lado del teléfono.

¿Has pintado tú?

Sergio rio—. Bueno… digamos que lo he intentado. Paula me ha tenido que ayudar para que no pareciese un cuadro de un niño de 3 años.

Raquel rio.

—¿Y tú? ¿Qué te ha dicho el ginecólogo? Deberías salir ya o te va a tocar conducir de noche… —le recordó, echando un vistazo a su reloj.

De eso quería hablarte. Al final tengo que quedarme aquí esta noche. Me van a operar mañana por la mañana. 

Sergio se puso en pie de inmediato, sintiendo que un escalofrío le recorría el cuerpo. 

—¿Cómo? ¿Operar? ¿Por qué?

Tranquilo, no es tan serio como parece. Me tienen que hacer una incisión para drenar el líquido, es algo muy sencillo. El ginecólogo me ha dicho que podría probar con baños de agua tibia, pero que lo ve muy agrandado para que se deshaga por sí solo, así que la mejor solución es operar.

—Pero ¿así? ¿De un día para el otro? 

Sergio se pasó la mano por el pelo, bajando hasta su barba, mientras caminaba de un lado al otro del porche, su mente funcionando a mil por hora.

Podría dejarlo para la semana que viene, pero ya que estoy aquí… Además me molesta mucho cuando me siento.

—Está bien. Dime en qué hotel estás y salgo para allá ahora mismo.

Sergio, ni se te ocurra —le frenó Raquel con rotundidad.

—Raquel.

No, escúchame. 

Sergio exhaló por la nariz, apretando el puño que tenía libre. 

Te tienes que quedar allí con Paula. No tiene sentido que vengas, me han citado a las ocho de la mañana, así que seguramente esté de vuelta a la hora de comer. No es nada, de verdad. Además, estoy acostumbrada a ir sola a estas cosas, voy a estar bien. 

—Ya sé que estás acostumbrada a ir sola y que vas a estar bien pero yo quiero estar allí contigo.

Su confesión y la genuina preocupación que emanaba de su voz, la dejaron sin habla unos segundos. 

Suspiró—. No quiero que conduzcas de noche… Y menos en el estado de nerviosismo en el que estás.

Pues vuelve, yo mismo te hago la incisión. Estoy perfectamente capacitado para ello.

—Cariño, admiro tu naturaleza autodidacta, pero no voy a dejar que juegues a los médicos con mi entrepierna. Al menos no de verdad —añadió el último comentario  en un tono jocoso, intentando quitarle hierro al asunto.

Volvió a suspirar al no recibir ni una tímida risa del otro lado del teléfono.

Sergio… no quiero que pienses que no valoro tu preocupación. Me encantaría que estuvieras aquí conmigo, acompañándome, pero las circunstancias son las que son, y sabes que Puerto Princesa es un punto negro en el mapa… no podemos dejar que nos vean juntos, es muy pronto aún.

Sergio apretó los ojos, apoyando un brazo en una de las columnas del porche. Pocas veces había odiado tanto lo que había hecho como en aquella ocasión. 

Dejó caer el brazo con impotencia—. Está bien. Me quedaré aquí.

Gracias… Te iré contado cómo va todo, ¿de acuerdo?

Sergio asintió, pronunciando un pequeño “de acuerdo”.

¿Me puedes pasar a Paula? Prefiero contarle yo misma que no voy a llegar a casa hasta mañana.

—Claro.

Le entregó el móvil a la pequeña tras encontrarla sentada en el sofá leyendo el libro que le había comprado esa misma tarde, y se sentó en el sillón que había al lado. Observó cómo la pequeña charlaba con su madre mientras pasaba las coloridas páginas del libro, escuchando atentamente las palabras de su madre y reaccionando de una manera muy madura. Pensó en cómo antes Paula se echaba a llorar cada vez que Raquel salía a cualquier lugar sin ella, y cuánto había cambiado su actitud desde que se habían mudado a aquella casa. 

Agachó la mirada cuando de repente sintió peso sobre su regazo; Morrison había saltado sobre sus piernas y se encontraba dando vueltas en busca de una postura cómoda. Acarició su pelaje por inercia.

Paula le devolvió el móvil tras despedirse de su madre con un sonido de beso.

—Bueno, parece que se lo ha tomado bien.

Sergio levantó la mirada hacia Paula—. Sí. 

—Oye, os voy a dejar ya. Voy a buscar algún sitio donde cenar para irme a la cama pronto.

—Baka Kainan está bastante bien. Te gustará.

Raquel sonrió—. Veré si no queda muy lejos. Gracias por la recomendación.

—De nada. Descansa, ¿vale?

Lo haré. Buenas noches, cariño. Hablamos en unas horas.

—Buenas noches.

 

Por más que lo intentó, Sergio no fue capaz de pegar ojo en toda la noche. Las pocas veces que se le habían cerrado los ojos por el cansancio, se había despertado sobresaltado a los pocos segundos, buscándola a su lado. Era la primera vez en casi un año que se iba a la cama sin ella al lado, y aquel pensamiento le provocó una sensación desagradable en el estómago. Ya no recordaba lo que era dormir sin ella, y tampoco quería recordarlo. Por lo que, cansado de dar vueltas, salió de la cama para hacerse un café. 

De camino a la cocina vio los libros que había comprado aquella tarde. Los sacó de la bolsa y se los llevó al despacho junto a una taza de café solo recién hecho. Y el amanecer le sorprendió empezando el tercer libro.  

El sonido del móvil interrumpió su lectura. Abrió la notificación para leer el mensaje de Raquel.

“Ya estoy en el ginecólogo. Entro a quirófano en breve.”

Tragó saliva, intentando controlar los nervios.

“Gracias por avisar. Que salga todo bien. Llámame en cuanto salgas.”

“Por supuesto, no te preocupes. Besos.”

El móvil volvió a sonar pocos minutos después, pero esta vez el sonido provenía de la alarma. Dejó marcada la página en la que se había quedado y cerró el libro para ir a darse una ducha.

El efecto del tercer café seguía recorriendo sus venas, por lo que no notó una pizca de cansancio cuando cogió el coche para llevar a Paula al colegio. Recibió un nuevo mensaje de Raquel en el camino de vuelta, avisándole de que ya había salido del quirófano y que todo estaba bien. Solo tenía que reposar un par de horas antes de poder marcharse. El alivio que sintió dejó paso a una ola de cansancio que le hizo arrastrar los pies hasta su cuarto. Se tumbó en la cama con la intención de seguir leyendo, pero sus ojos cedieron ante el peso de sus propios párpados antes de llegar a la tercera línea. 

Notó que una mano le acariciaba el pelo, y poco después escuchó la voz de Raquel susurrando su nombre. Se despertó de repente, asustando.

—¡Raquel!

Miró a los lados, desorientado. No sabía si estaba en su casa o se había teletransportado a Puerto Princesa de alguna manera, pues sentía que Raquel estaba cerca, pero delante solo estaba el libro que había estado leyendo y que ahora descansaba abierto sobre su estómago. Asumió que se había quedado dormido mientras leía.

Parpadeó varias veces, colocándose las gafas.

—Ey.

Sergio giró la cabeza de repente y Raquel no puedo evitar reír ante la cara de desconcierto que puso al encontrarla arrodillada a un lado de la cama.

—Soy yo, sí —respondió a la pregunta que encontró en su mirada.

—¡Has vuelto! —exclamó de repente, agarrando su cara con ambas manos a la vez que depositaba pequeños besos por toda su cara. 

Raquel se dejó besar mientras reía a causa de su efusividad. 

—¿Cómo estás? —preguntó una vez paró para recuperar el aliento.

Raquel le sonrió, acariciando su barba con los dedos—. Dolorida. Pero bien. ¿Me haces un hueco?

—Por supuesto.

Apartando la sábana, Sergio se hizo a un lado. Tras quitarse las sandalias, Raquel se tumbó en la cama con cuidado. Sergio pasó un brazo por debajo de su cuello, abrazando su cintura a la vez que depositaba pequeños besos en su hombro. 

—¿Qué tal el viaje? ¿Cuándo has llegado?

—Hace una media hora. Pero me daba pena despertarte.

Sergio frunció el ceño—. ¿Y qué hora es ahora?

—La una y media.

Sergio se sentó de repente, preocupado—. ¿Y Paula? ¿Ha ido alguien a por ella?

Raquel posó una mano en su pecho para que se tumbase de nuevo—. No te preocupes, ha ido mi madre con Darna. 

Sergio exhaló, aliviado. Raquel se removió, sacando de debajo de su costado el libro que Sergio había estado leyendo.

“The Vagina Bible” —Leyó en voz alta. Arqueó una ceja, mirándole divertida—. ¿Has estado leyendo sobre vaginas?

Sergio notó un calor repentino en sus mejillas—. Eh… Sí. Sí. La verdad es que me ha ayudado mucho a entender todo respecto a la operación. Además hay información muy muy interesante. ¿Sabías que hay bebés que nacen de nalgas? 

Raquel sonrió—. Lo sé. 

—Son partos muy complicados que en la mayoría de ocasiones acaban con el fallecimiento del bebé o nacen con lesiones muy graves. Pero hay una maniobra, bastante complicada por cierto, para ayudarlos a nacer.

Raquel frunció los labios, aguantándose la risa—. Te veo entusiasmado con el tema. 

Sergio se colocó la gafas—. Bueno, es que… no sabía prácticamente nada sobre el aparato reproductor femenino y… me ha parecido interesante. 

No pudo dejar de sonreír mientras acaricia su melena con cariño—. Eres adorable.

Sonriendo, Sergio se inclinó hacia ella para depositar un beso en sus labios—. Me alegro de que estés de vuelta —murmuró, mirándola a los ojos.

Raquel sonrió—. Y yo —respondió del mismo modo—. Por cierto, he tenido que volver en taxi, me han prohibido conducir durante un tiempo. Así que tienes que ir o mandar a alguien a que traiga el coche de vuelta.

—Sin problema —murmuró besando su hombro.

—Ah, también voy a necesitar un enfermero que me cure la herida las próximas cuatro semanas, ¿conoces alguno por la zona?

Sergio entornó la mirada, intentando averiguar si hablaba en serio o estaba bromeando. 

Su sonrisa la delató.

Riendo, Raquel agarró su mentón con una mano para besar sus labios—. Es broma —susurró—. El trabajo es todo tuyo si lo quieres.

—Por supuesto que lo quiero. Voy a ser el mejor enfermero que hayas conocido en tu vida. Sobre todo ahora que lo sé todo sobre vaginas —bromeó, haciéndola reír.

Estiró el brazo para dejar el libro sobre la mesita mientras Raquel se acurrucaba a su lado, descansando la cabeza sobre su pecho.

Cerró los ojos, feliz de estar en casa—. Te he echado de menos —confesó, frotando su pecho con cariño.

Sergio sonrió, apoyando la parte baja de su mejilla en la cabeza de ella—. Y yo a ti.

Notes:

Seguramente no era lo que esperabais al leer el título, pero espero que os haya gustado. Gracias por leer y por los comentarios que habéis ido dejando en los diferentes capítulos. <3

Chapter 10: Cicatrices

Notes:

Que no iba a escribir más OS? verdad.
Que las visitas al médico son aburridísimas? También.

Aquí va un capítulo más de esta colección de One-Shots sin sentido.

Chapter Text

10. CICATRICES

 

—Listo.

Le dio una palmada en el muslo a la vez que dejaba un beso en la parte interna del mismo. Dejando la gasa y demás objetos sobre la mesita de noche, volvió a tumbarse a su lado, descansando una mano sobre su abdomen.

Raquel posó su mano sobre la suya, estirando las piernas a la vez que giraba la cabeza para dedicarle una sonrisa de agradecimiento.

—¿Cómo lo ves?

—Bastante bien. Ya no segrega líquido.

—Bien. Entonces pediré cita para que retiren el catéter.

—¿Es necesario?

Raquel ladeó la cabeza, a lo que Sergio respondió recolocándose las gafas.

—No parece muy complicado de retirar… Puedo hacerlo yo mismo.

Raquel rio—. No vamos a discutir por lo mismo otra vez. Además, aprovechando que estaba allí pedí que me realizaran otras pruebas y me tienen que dar los resultados. Tengo que ir de todas formas.

Sergio frunció el ceño—. ¿Qué pruebas?

—Una citología y una mamografía.

Este asintió; había leído tanto sobre el cuerpo femenino en las dos últimas semanas que no le hizo falta preguntar cuál era el objetivo de aquellas pruebas.

—¿Puedo al menos acompañarte? No me bajaré del coche si eso es lo que te preocupa.

Raquel le sonrió, llevando la mano a su mejilla para hacerle una caricia, pero cuando fue a contestar, un fuerte golpe y el ruido de varios platos haciéndose añicos contra el suelo hizo que ambos se sentaran en la cama, sobresaltados.

Ambos pensaron de inmediato en Mariví, quien últimamente andaba muy torpe y había roto varios platos en días anteriores, pero cuando un llanto rompió a los pocos segundos, ambos se miraron con preocupación.

—Paula —dijeron a la vez.

Aún en sus respectivos pijamas, salieron del cuarto a toda prisa. Al entrar en la cocina encontraron a la pequeña de pie, rodeada de cristales y con las manos presionando su barbilla.

Raquel aspiró una bocanada de aire al ver que había sangre chorreando entre sus dedos.

—¡Paula!

Se acercó a ella lo más rápido que pudo, caminando de puntillas entre los trozos de cristal. Se agachó frente a su hija, mirando con preocupación los hilos de sangre que manchaban sus manos.

—¿Qué ha pasado?

La niña, que no podía dejar de sollozar, señaló el borde de la encimera. Raquel levantó la mirada hacia Sergio, quien le devolvió la misma mirada de preocupación.

—Déjame ver que te has hecho.

Apartando los dedos de la niña, Raquel pudo ver una brecha de unos dos centímetros bajo su mentón, de la cual no paraba emanar sangre.

—Mierda…

—Va a necesitar puntos de sutura —murmuró Sergio.

Raquel asintió—. Ve preparando las cosas.

Sergio asintió con determinación y salió de la cocina mientras Raquel acariciaba la nuca de su hija, intentando tranquilizarla. Con la otra mano sacó un trapo de un cajón cercano.

—Cuando cuente hasta tres quitas las manos, ¿vale, cariño?

La niña asintió, provocando que dos lagrimas se derramaran por sus mejillas.

—Una, dos… tres.

Apretando los ojos, Paula bajó los brazos e inmediatamente después Raquel cubrió la herida con el trapo, intentando no ejercer demasiada presión sobre la zona, pero aún así Paula se quejó, pisoteando el suelo.

—Me duele, me duele, me duele mucho.

—Lo sé, mi amor, lo sé. Pero se pasará pronto, ya verás. ¿Puedes sujetar el trapo?

La niña asintió, llevando una mano al trozo de tela.

Cargándola en brazos, Raquel sorteó como pudo los trozos de cristal del suelo y se dirigió al baño privado que tenían en el dormitorio, donde Sergio guardaba el botiquín. Lo encontró allí, colocando sobre unas tiras de papel higiénico los instrumentos que iba a necesitar.

Pasando por su lado, situó a la pequeña delante del lavabo. Sujetó su cabeza cerca de este y salpicó la zona con agua tibia para limpiar la sangre que había teñido de rojo toda su barbilla y parte del cuello. El contacto del agua logró apaciguar el llanto de la niña, quien se atrevió a abrir los ojos para mirar su propio reflejo en el espejo.

—¡Mamá! —exclamó asustada, agarrando la muñeca de su madre, al ver la brecha que había bajo su barbilla.

—Shh. Asusta, lo sé. Te has hecho un corte al golpearte la barbilla con el borde de la encimera, pero ya está, no pasa nada, mamá te lo va a curar.

La niña no pudo contener las lágrimas a pesar de sus palabras. Sin embargo, logró mantenerse quieta mientras su madre limpiaba la herida con agua y jabón.

—¿Te duele algo más? ¿El cuello, la boca…?

La niña sacudió la cabeza, absorbiendo los mocos que fluían de su nariz a causa del llanto.

—Cuando quieras, Raquel —informó Sergio.

Paula abrió los ojos como plato al ver a través del espejo la aguja curvada que Sergio sostenía entre los dedos.

—¿Para qué es eso? —preguntó aterrorizada.

Sergio miró a Raquel, dudando si responder él mismo o esperar a que ella lo hiciera. Raquel se adelantó.

—Es para cerrar la herida, cariño. Si la dejamos así va a ser muy complicado cortar la sangre y se te puede infectar. Y eso duele mucho más, te lo aseguro.

Paula volvió a echar un vistazo a la aguja, analizando la situación con temor.

—¿Vamos a ello? —instó Raquel.

A pesar del miedo que sentía, la niña asintió despacio.

Tras secar bien la zona con una toalla y echar unas gotas de antiséptico, Raquel le dio paso a Sergio con la mirada.

—Sujétale la cabeza —murmuró él, situándose delante de la pequeña.

Paula se tensó al escuchar aquellas palabras, y aún más cuando sintió las manos frías de su madre presionando sus mejillas.

—Necesito que estés muy quieta mientras te doy los puntos, ¿entendido?

La niña asintió varias veces sin quitarle ojo a la aguja que cada vez estaba más cerca de su piel—. ¿Duele?

—Menos que tus pellizcos.

Aún con lágrimas en los ojos, Paula se echó a reír, olvidándose por un instante de la aguja al recordar las numerosas veces que había pellizcado el brazo o pierna de Sergio cuando este parecía desaparecer con sus pensamientos en mitad de una conversación. Aquella reacción logró derretir la seriedad que había dominado el rostro de Sergio hasta el momento.

Este dejó asomar una sonrisa—. Venga, que no va a ser nada —murmuró, guiñándole un ojo a la pequeña a la vez que se encorvaba sobre ella.

Paula cerró los ojos, conteniendo la respiración. Con cierta reticencia, dejó que su madre elevase su barbilla unos centímetros para facilitarle la visión a Sergio.
Con la aguja a milímetros de la piel de la niña, Sergio agachó la cabeza al sentir que algo le bloqueaba el otro brazo; Paula había apresado su antebrazo buscando un lugar donde agarrarse.

Sonrió levemente—. Te doy permiso para que me pellizques si quieres, pero no te muevas lo más mínimo a partir de… ya.

Paula masculló un “vale”, cerrando los ojos con fuerza segundos antes de que la aguja entrara en su piel y volviese a salir por el otro lado de la brecha. La niña dejó escapar un suspiro de alivio al darse cuenta de que no había dolido tanto como imaginaba, y volvió a abrir los ojos, orgullosa de sí misma.

—Uno. Bien, ¿no? —preguntó sonriente.

Paula le devolvió la sonrisa—. Sí.

Sergio miró a Raquel un instante, cuyos ojos habían dejado a un lado la preocupación y ahora desprendían tranquilidad y confianza.

—Pues venga, vamos a por los cuatro que quedan. Del tirón, sin pensarlo. ¿Vale?

—Vale.

Sin darle tregua al miedo, Sergio volvió a insertar la aguja en la piel de la pequeña. Esta vez la niña no cerró los ojos y siguió con curiosidad los movimientos de la aguja.

—Listo —anunció este pocos segundos después mientras cortaba el hilo.

Paula miró a su madre después de que esta depositara un beso de cariño en su cabeza—. No me ha dolido nada, mamá.

Raque le sonrió—. ¿Has visto?

Pero la felicidad de la pequeña fue rápidamente reemplazada por una mueca de desagrado cuando volvió a mirarse en el espejo. Rozó con la punta de los dedos el hilo negro que tenía bajo la barbilla.

—¿Y esto es para siempre?

Raquel no pudo evitar reír—. No, mi amor. En cuanto se te cure la herida esos puntos van fuera.

La niña exhaló—. Menos mal.

—Solo que te quedará una pequeña cicatriz en su lugar, pero no pasa nada, ¿a que no?

La niña negó con la cabeza.

—Y ahora… —inició cogiéndola de la cintura para sentarla sobre el lavabo— nos tienes que contar qué ha pasado. Bueno, mejor nos quitamos ese pijama asqueroso primero, ¿no? —dijo desviando la mirada a la mancha de sangre que tenía en la camiseta del pijama.

Paula miró con asco su propio pijama—. Sí, mejor.

Mientras Paula se bajaba del lavabo de un salto, los ojos de Sergio y Raquel se encontraron, y ella automáticamente le regaló una sonrisa de agradecimiento, tanto por haber mantenido la calma, como por siempre tener las palabras correctas con su hija.

—Gracias —le susurró, dejando un pico en sus labios, antes de acompañar a su hija a su dormitorio.

(…)

—Pero bueno, ¿qué hace mi niña todavía aquí? —preguntó Marivi al regresar de su paseo mañanero con Darna y encontrar a su nieta en la cocina desayunando con Sergio. Miró su reloj de muñeca para asegurarse de que había leído bien la hora—. ¿No deberías estar ya en el colegio?

Paula levantó el mentón sin decir una palabra, mostrándole el motivo por el cual seguía allí. Mariví inmediatamente se llevó una mano a la mejilla.

—Andaaa, pero ¿qué ha pasado? ¿Cómo te has hecho eso? —preguntó mientras rodeaba la isla para sentarse al lado de su nieta.

—Se me ha volcado el taburete cuando intentaba coger un vaso y me he dado en la barbilla con la encimera.

Marivi frotó la espalda de la pequeña mientras esta tomaba un sorbo de leche de su tazón de cereales.

—Ay que ver… ¿Y quién te ha puesto esos puntos?

—Sergio —respondió con una sonrisa a la vez que giraba la cabeza para mirar al susodicho.

Este sonrió tímidamente.

—¿Y te ha dolido?

—Muy poquito.

—Qué buen médico tenemos en esta casa, ¿eh?

Paula asintió.

—Ya me hubiese gustado a mí tener uno así cuando tu madre era pequeña, porque vaya ratos me hacía pasar. Ese era uno de mis mayores miedos cuando ella tenía tu edad… —añadió señalando los puntos de la niña—, que se cayera y se abriese la cabeza, o se rompiese un hueso. Pero tu madre era una cabra loca, nada que ver contigo. Ella siempre tenía que escalar todo lo que se encontraba por el camino. Cada vez que íbamos al parque pasaba más tiempo colgada de una rama que tocando el suelo.

Sergio sonrió para sí, escuchando con atención los recuerdos de Mariví mientras removía su café.

—Pero mírala ahora, 40 años y ni un rasguño.

—No es verdad, mamá sí tiene cicatrices. En la pierna y aquí —le recordó Paula, señalando un punto de su propio costado.

Mariví frunció el ceño, como intentando hacer memoria—. Pues se las habrá hecho ya de mayor porque yo no recuerdo verlas.

—¿A que sí, mamá? —preguntó Paula al ver entrar a su madre por la puerta, ya duchada y vestida.

—¿Qué cosa?

—¿A que tú sí tienes cicatrices? —Su pregunta hizo ralentizar sus pasos.

—Em… sí, claro. Como casi todo el mundo.

—¿Cómo te las hiciste? —preguntó llena de curiosidad.

Sus ojos fueron directos a Sergio; nunca se lo había contado, ni a él ni a su propia madre, pero supo que no hacia falta cuando estos le devolvieron la más pura empatía.

—No… no lo recuerdo.

Forzó una sonrisa antes de girarse para sacar un vaso del lavavajillas.

—Jo. —La niña devolvió la atención a su abuela—. ¿Y tú, abuela? ¿Tienes alguna?

—Uy, yo tengo para dar y regalar. Mira…

La voz de su madre contándole a su hija sobre las cicatrices que se había hecho durante sus numerosas caídas y tropiezos se fue desvaneciendo poco a poco, al mismo tiempo que una nube negra de recuerdos se apropiaba de su mente. Había logrado mantener encerrados a aquellos fantasmas más de un año, pero aquella inocente pregunta por parte de su hija hizo que estos enseñasen de nuevo las garras, trayendo de vuelta los gritos, las faltas de respeto, los golpes. Todo encapsulado en aquellas dos marcas que su exmarido había dejado en su piel.

Un foco de calor en el pelo la arrastró de vuelta al presente. Sonrió levemente al darse cuenta de que eran los labios de Sergio, quien la había abrazado por la espalda al percatarse de su sospechoso silencio.

Le agradeció el gesto acariciando su antebrazo, pero ninguno de los dos dijo nada; ambos sabían que no era el momento.

—¿Y tú, Sergio?

Este se giró al escuchar su nombre. Carraspeó a la vez que se colocaba las gafas.

—Por supuesto, sí. Alguna tengo. Pero desde luego no tantas ni tan divertidas como las de tu abuela —añadió sonriendo.

 

(…)

Agotada, Raquel arrastró los pies hasta la cama mientras se quitaba la ropa, dejando las prendas esparcidas en el camino. El susto de la mañana y las subsecuentes horas habían drenado toda su energía. Para completar el día, los nietos de Darna habían ido a ver a Paula después del colegio y habían terminado pasado la tarde con ellos. Y como era de esperar, Paula había vuelto a sacar el tema de las cicatrices. Un tema que pareció fascinar a los pequeños, pero que a su mente no le vino nada bien. Intentó distraerse saliendo a nadar un rato a solas, pero esto solo derivó en más cansancio físico.

Sin molestarse en sacar su camisón del cajón, se metió en la cama en ropa interior. Sintió que sus párpados pesaban el doble al tumbarse en la cama. Se giró de lado y dobló las rodillas, enterrando una mano bajo la almohada a la vez que cerraba los ojos.

Escuchó a Sergio entrar en la habitación a los pocos minutos, pero no tuvo fuerzas para abrir los ojos de nuevo. Supo que estaba recogiendo la ropa que ella había dejado tirada en el suelo cuando tardó más tiempo de lo normal en ocupar su lado de la cama.

Inspiró aliviada cuando sintió que posaba una mano en su costado al mismo tiempo que besaba su frente; el calor de su mano y la suavidad de sus labios regalándole la calma que necesitaba.

—Buenas noches —susurró Sergio antes de tumbarse con cuidado a su lado.

Buenas noches se escuchó decir a sí misma, pero estaba tan cerca de sucumbir al sueño que no estaba segura de si lo había dicho verbalmente o solo en su mente.

Estuvo a punto de quedarse dormida cuando algo la hizo aferrarse al último hilo de conciencia; Sergio había dejado la mano posada en su costado y, creyéndola dormida, había deslizado los dedos hacia su cicatriz, situada a unos tres centímetros por encima del hueso de la cadera.

Notó la yema de sus dedos trazando el contorno de la cicatriz, la cual tenía forma triangular, como la punta de una lanza. Él la había rozado, tocado, e incluso besado incontables veces, pero ahora parecía hacerlo de otra manera, como si nunca antes se hubiese planteado por qué ese tramo de piel tenía un aspecto diferente al resto.

—Fue la hebilla de un cinturón —respondió a la pregunta que él no se había atrevido a hacer.

Abrió los ojos justo a tiempo para ver cómo Sergio levantaba la mirada hacia ella.

—Lo usaba como látigo cuando se enfadaba.

Sergio tragó saliva, sus párpados temblando ante aquella aberrante realidad.

—Raquel, no hace falta que…

—Quiero. —Le interrumpió—. Más bien, lo necesito.

Sergio asintió, dispuesto a escucharla a pesar del malestar e impotencia que le causaba saber su pasado.

—Solía ser muy cuidadoso, porque los moretones desaparecían en unos días, pero las cicatrices no. Pero ese día lo hizo mal, y me clavó la hebilla en uno de los golpes.

Sergio le mantuvo la mirada, admirando la entereza con la que era capaz de contar los maltratos sufridos.

—¿Se lo dijiste al médico?

Raquel sacudió la cabeza—. No fui. Nunca fui. —Exhaló—. Intenté cerrarla yo misma con puntos de aproximación. Por eso quedó así de mal. —Rio con tristeza a la vez que bajaba la mirada a su propia cicatriz.

Sergio pasó el pulgar por encima de esta, deseando poder borrarla junto a todos los malos recuerdos que escondía. Después siguió deslizando la mano hacia su muslo, donde se encontraba la otra cicatriz. Siempre había visto aquellos cinco centímetros de piel rasgada como un simple arañazo mal curado, pero después de aquella confesión presentía que era mucho más que eso.

—Y ¿esta? —preguntó en un susurro, con cierto temor a saber la verdadera historia.

Raquel frunció el ceño, sintiendo que su garganta se estrechaba, impidiéndole hablar; esa dolía más, mucho más que la anterior. Ya no por el dolor físico, sino por todas las consecuencias psicológicas que acarreó.

—Te forzó —afirmó Sergio en un hilo de voz a raíz de su silencio, incapaz de pronunciar la palabra real.

La rabia que desprendía su mirada hizo temblar su labio inferior—. Sí.

Se giró hacia atrás para tumbarse sobre su espalda, incapaz de mantenerle la mirada un segundo más; aquellos recuerdos la hacía sentir sucia, inútil, despreciable.

El cambio de postura hizo que dos lágrimas resbalaran por sus sienes, mojando su pelo.

—Muchas veces ni me daba cuenta de lo coaccionada que estaba. —Respiró hondo en un intento de frenar las lágrimas—. Y al final lo que consiguió es que repugnase el sexo durante años —confesó.

No quiso entrar en más detalles, admitirlo en voz alta había sido suficiente para deshacer gran parte de la angustia que había resurgido aquella mañana.

Sintió que Sergio deslizaba una mano bajo sus hombros y la atraía hacia su cuerpo, abrazándola con fuerza.

—Lo siento mucho, Raquel. Lo siento mucho —susurró, dejando pequeños besos en su pelo.

Esta exhaló una bocanada de aire, entregándose a aquel abrazo sanador.

—Sé que es imposible, pero si hay algo que pueda hacer para ayudarte a olvidar todo aquello…

—Eres la primera persona a la que me he atrevido a contárselo —admitió ella, interrumpiéndole. Levantó la cabeza para mirarle—. Ya me estás ayudando más de lo que te imaginas.

Deslizando el pulgar por su mejilla, Sergio le secó una lágrima que había quedado estática sobre su pómulo.

—Espero que nunca dejes de contarme cosas —murmuró—. Yo estaré dispuesto a escucharte siempre.

Raquel sonrió de manera genuina, acariciando su rostro con los dedos.

—Gracias —susurró antes de descansar la cabeza en el hueco que había entre su hombro y cuello. Respiró hondo, llenando sus pulmones de su olor, un olor familiar que siempre lograba calmarla.

Sergio permaneció despierto un largo rato después de que ella se quedase dormida sobre su pecho, acariciando su pelo mientras su mente pensaba en aquel individuo que tanto odiaba. Esa misma noche se prometió que, si sus caminos se volvían a cruzar en algún momento, le haría pagar por cada golpe.

Chapter 11: Intimidad

Notes:

¡Feliz Navidad a tod@s!

(See the end of the chapter for more notes.)

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11. INTIMIDAD

 

—Cariño, ¿has visto por algún lado mi…

—¡Raquel!

Esta frenó en seco al escucharle exclamar su nombre desde la ducha como si acabase de pisar el suelo recién fregado.

Sergio reprimió un gruñido—. ¿No-no puedes llamar a la puerta antes de entrar? 

—¿Llamar a la puerta? —repitió ella frunciendo el ceño—. ¿Desde cuándo eso es una norma en mi propio baño? 

Sergio miró por encima de su hombro, evitando girarse—. No es una norma, es sentido común; si la puerta está cerrada, lo más adecuado es llamar.

Raquel puso los ojos en blanco—. ¿Has visto mi anillo? —preguntó haciendo caso omiso a su sermón—. El que me regalaste en el viaje. No lo encuentro por ninguna parte.

—No, no lo he visto —respondió de manera cortante—. ¿Puedes salir, por favor? 

Raquel soltó el mango de la puerta para cruzarse de brazos—. A mí no me hables así, ¿eh? que tampoco es para tanto. Además, siempre he entrado sin llamar y nunca te has quejado.

En ese momento se dio cuenta de que había algo raro en su postura. Estaba girado hacia la pared a pesar de que el grifo de la ducha estaba en un lateral, y su brazo derecho estaba sospechosamente pegado a su costado, como si su mano estuviese ocupada en… algo. 

Las piezas encajaron de repente y una leve sonrisa irrumpió en sus labios—. ¿Te estabas masturbando?

—Raquel, por favor —bufó Sergio, nervioso.

Su reacción le confirmó que su tono de voz no había nacido de un enfado, sino de la frustración de haber sido interrumpido a las puertas de un orgasmo.

Raquel levantó las manos en el aire, dando un paso hacia atrás—. Está bien. Está bien, me voy. Sigue con lo que sea que tengas entre manos —añadió con retintín antes de cerrar la puerta.

Apoyó la cabeza en el marco de la puerta, dejando escapar una pequeña risita a la vez que se mordía el labio; era la primera vez que lo pillaba en una situación así, y una parte de ella deseaba entrar de nuevo para seguir pinchándole. Sin embargo, lo conocía lo suficiente como para saber que, en esos momentos, se estaba muriendo de vergüenza y deseando que lo tragase la tierra.  

 

Sergio apareció en el porche quince minutos más tarde mientras ella desayunaba. Raquel apartó la mirada del océano cuando lo sintió acercarse, pero ni siquiera había abierto la boca para saludarle cuando este levantó el dedo índice en su dirección.

—Ni una palabra al respecto, por favor —advirtió antes de sentarse a su lado en la mesa.

Raquel deslizó dos dedos a lo ancho de sus labios, fingiendo que cerraba una cremallera. Observó callada cómo este acercaba la silla a la mesa y cogía la cafetera para servirse café, aparentando normalidad. Sin embargo, su propia mente seguía estancada en el incidente del baño.

—¿Has logrado lo que querías al menos? —no pudo evitar preguntar, escondiéndose detrás de su propia taza de café.

Sergio mantuvo la mirada fija en el líquido oscuro que poco a poco llenaba su taza—. Pues no. No he… podido —recalcó, devolviendo la cafetera a su sitio.

Raquel frunció los labios, aguantándose las ganas de reír—. Vaya. Lo siento. La próxima vez, no sé, pon un cartelito avisando de que te estás masturbando y no te interrumpo.

Sergio levantó la cabeza, lanzándole una mirada de irritación que consiguió arrancarle una risotada. 

Se llevó una mano a la boca en un intento de recobrar la compostura—. Perdón. Lo siento, lo siento. Es que —Apretó los labios a la vez que elevaba los hombros, reprimiendo una nueva carcajada—, me hace gracia que te lo tomes tan a pecho.

—A mí no me hace ninguna gracia. Ninguna. 

Raquel ladeó la cabeza, intentando comprender el por qué de su reticencia a hablar del tema. Extendió la mano sobre la mesa, buscando agarrar su muñeca, un contacto que hizo que este la mirase un momento, pero enseguida volvió a evitar sus ojos.

—¿Por qué te molesta que sepa que te masturbas? Es algo natural, Sergio. He convivido con varios hombres, no me pilla por sorpresa.

Sergio sacudió la cabeza, manteniendo la mirada fija en la taza de café que aún no había acercado a sus labios—. En mí no lo es. Yo no hacía estas cosas antes. 

Raquel entornó la mirada—. Venga ya, Sergio. 

Este titubeó—. Lo hacía muy de vez en cuando, por una razón meramente fisiológica —aclaró—. Pero ahora… ahora es… diferente. 

Raquel frunció el ceño, intrigada—. ¿En qué sentido?

—Pues en que… —Tragó saliva, mirándola de reojo varias veces, como si mirarla directamente a los ojos supusiese perder toda autoridad sobre sus propios secretos.

Raquel arqueó una ceja, instándole a seguir.

—Pues que pienso en ti —confesó, señalándola con un movimiento de la mano—. Antes no había nada y no significaba nada, pero ahora estás tú, todo el rato. Y-y me avergüenzo, porque no… no quiero que pienses que soy un pervertido que no aguanta ni tres semanas sin sexo.

Raquel sonrió de lado, soltando su muñeca para llevar ambas manos a su rostro. Giró su cabeza, obligándolo a hacer contacto visual. Esta se mordió el labio, observando su rostro de cerca.

—¿De verdad crees que me puede molestar saber que te masturbas pensando en mí? 

Este desvió la mirada, evidenciando su respuesta. 

Raquel sonrió—. Eres adorable —susurró, acariciando su mejilla con el pulgar antes de plantar un beso en sus labios—. No me molesta lo más mínimo, si eso es lo que te preocupa. —Soltó su rostro para regresar a su posición anterior—. De hecho, me lo pienso tomar como todo un halago. No todo el mundo es capaz de despertar el apetito sexual de un ser racional como tú —dijo de manera jocosa a la vez que agarraba su taza de café.

Sergio puso los ojos en blanco, a pesar de que sus labios mostraban una sonrisa tímida. Sonriendo, Raquel se reclinó en su silla antes de darle un sorbo al café. Sergio hizo lo mismo, pero terminándose todo el contenido de su taza de un solo trago. Permanecieron en silencio varios segundos, hasta que la reflexión interna de Sergio lo llevó a preguntar algo que ni él se esperaba.

—¿Tú lo haces?

Raquel levantó la mirada, distraída—. ¿El qué?

Sergio sintió calor en las mejillas, pero a pesar de la vergüenza que le provocaba hablar de aquello, quiso saber su respuesta—. Ya sabes…

Raquel captó la insinuación al momento, pero hizo una mueca, fingiendo haber perdido el hilo de la conversación.

—Que si te… ya sabes —insistió él, señalándose a sí mismo como ejemplo.

Raquel se mordió el labio, sonriendo—. No voy a contestar hasta que lo digas con todas las letras.

Sergio bufó—. Que si te masturbas —dijo a toda velocidad.

Esta sonrió orgullosa—. Por supuesto. Sí. —Sus ojos captaron el momento en que Sergio tragaba saliva, probablemente asaltado por imágenes mentales de ella en aquella situación tan intima. 

—¿Cuándo? —preguntó en un susurro, más hacia sí mismo que hacia ella, pues pasaban prácticamente las 24 horas del día juntos y nunca la había pillado en una situación comprometida.

—¿Cuándo? —Rio ella—. Pues no sé, cuando me apetece. La verdad es que este último año muy poco, no he sentido la necesidad. Pero cuando estaba soltera… casi a diario.

Sergio asintió, despacio, fijando la mirada en la taza que aún sostenía entre sus manos; deseó preguntarle si alguna vez había pensado en él mientras lo hacía, como le pasaba a él, pero la profunda timidez que le generaba aquel tema hizo que aquella pregunta quedase confinada en su mente.

—Hablando de las tres semanas de sequía—retomó Raquel a la vez que subía las piernas a la silla. Apoyó los pies descalzos en el borde de la misma, descansando la taza semi-vacía sobre sus rodillas—. He llamado al ginecólogo hace un rato.

Sergio levantó la cabeza tan pronto como escuchó aquella palabra. Se recolocó las gafas, expectante, a la vez que devolvía la taza de café a la mesa.

—Me han dado cita para el viernes —desveló dejando entrever una pequeña sonrisa.

Sergio parpadeó—. ¿El viernes? ¿Este?

Raquel asintió, provocando que este se pusiese aún más nervioso.

—Qué casualidad porque, justamente ese día había planeado ir a Puerto Princesa a comprar la decoración navideña. Ya sabes que por esta zona no hay mucha cosa…

Raquel elevó las cejas, fingiendo sorpresa—. Qué casualidad, sí. 

—Así que podríamos ir juntos…, ¿no?

Raquel encogió un hombro, frunciendo los labios—. Sería lo lógico.

—Es simplemente por ahorrar gasolina —añadió él, quitándole hierro al asunto.

Raquel reprimió una sonrisa apretando los labios a la vez que asentía—. Por supuesto. Tú siempre has estado muy concienciado con el medioambiente —le siguió el rollo.

Sergio susurró un “sí”, y ambos se echasen a reír ante la lamentable excusa que había improvisado para convencerla de dejarse acompañar. Cuando las risas cesaron, Sergio no pudo dejar de mirar la sonrisa que transmitían sus ojos. 

—¿Puedo? —preguntó él en voz baja, queriendo cerciorarse de que no lo había dicho en broma.

Raquel le guiñó un ojo—. Puedes. 

Sergio llenó sus pulmones de aire, intentando contener la inmensa alegría que lo invadió de repente.

—Eso sí, habrá que buscar niñera. Porque intuyo que nos vamos a… entretener. 

La insinuación que portaba aquella última palabra hizo que a Sergio se le erizase la piel y se le escapase todo el aire que había retenido. Se humedeció los labios, volviendo a tocar el arco de sus gafas con el índice.

—E-Es una buena idea, sí.

Raquel le sonrió—. Esta tarde llamo a la madre de Evelyn a ver si nos puede hacer el favor.

—Ya estoy lista, hija —interrumpió la conversación Marivi, quien acababa de salir al porche colocándose el sombrero que siempre se ponía cuando iban a salir.

Ambos se giraron para saludarla. Raquel se terminó de un trago lo que le quedaba de café y se puso en pie.

—Vamos.

Colocando una mano en el hombro de Sergio, se inclinó para besar su mejilla.

—Voy a llevar a mi madre a la peluquería, te veo luego. 

—De acuerdo, pasadlo bien.

—Y tú. Aprovecha que te quedas solo varias horas —añadió dándole unas palmadas en el hombro.

Este puso los ojos en blanco, sintiendo que sus mejillas ardían, pero no pudo quitarle ojo a la sonrisa pícara que esta le lanzó antes de marcharse.

 

14:05

 

Raquel despegó el post-it de la puerta del frigorífico y leyó mentalmente el mensaje que Sergio le había dejado.

—¿Y bien? —preguntó Mariví, sirviendo la sopa que Sergio había dejado preparada antes de salir.

—Ha tenido que salir por no sé qué de la obra. Luego nos dirá. 

Dejó el trozo de papel sobre la encimera justo en el momento en que una pelota volaba por delante de sus ojos y aterrizaba en el fregadero. Paula encogió los hombros, anticipando la mirada seria de su madre. 

—Paula, no es el momento ni el lugar para jugar a las palas. Guárdalas. 

—¿Podemos jugar después de comer? —preguntó esperanzada mientras dejaba a un lado el regalo que le había hecho su amigo invisible del colegio.

—Después de comer tienes deberes que hacer. Cuando los termines ya veremos.

—Jo… Vale. 

 

Cuando Sergio regresó unas horas después, la casa estaba a oscuras y completamente vacía. El ruido de unas voces lejanas lo guiaron hasta el porche trasero. Sonrió al encontrar a las tres allí; Raquel jugaba a las palas con su hija cerca de la orilla mientras Marivi ojeaba una revista sentada en una tumbona. 

Se quitó los zapatos y caminó hacia esta última.

—Buenas tardes, Mariví —murmuró a la vez que tomaba asiento en la tumbona de al lado.

Esta levantó la mirada de su revista para sonreírle—. Hola, hijo. ¿Cómo ha ido la reunión? —preguntó extendiendo el brazo para acariciar su rodilla. 

Sergio le devolvió la sonrisa, asintiendo—. Bien, bien. Todo solucionado.

—Me alegro. —La mujer sacudió la revista para erguir las hojas de la misma—. Por cierto, la sopa te ha quedado de maravilla. 

Sergio volvió a sonreír, haciendo un gesto con la cabeza a modo de agradecimiento.

 Mariví retomó la lectura tras aquella breve conversación, por lo que Sergio dirigió su atención a las otras dos integrantes de la familia. Observo el ir y venir de la pelota con una sonrisa en los labios, riendo para sí cada vez que Paula gruñía porque Raquel no llegaba a tiempo a golpear la pelota. Pero el juego perdió toda inocencia cuando, de un momento a otro, Raquel se quitó la camiseta para secarse el sudor y después la lanzó a la arena, quedándose en sujetador. Sergio tragó saliva, intentando ignorar su piel desnuda y el movimiento de sus pechos cada vez que esta se movía, pero por más que lo intentaba, sus ojos siempre terminaban viajando de vuelta al sujetador de encaje negro que envolvía su piel. 

Estiró la tela de sus pantalones, intentando disimular los inicios de una erección.

—Hijo, ¿tú eres más de tortilla bien hecha, poco hecha o un termino medio?

Sergio parpadeó ante aquella intromisión. Despegó la mirada de Raquel para girar el cuello hacia la persona que le había realizado la pregunta—. ¿Cómo? 

—Que cómo te gusta la tortilla.

Sergio carraspeó, procesando la pregunta—. Pues eh… ni muy hecha ni poco hecha. Un termino medio. Supongo. 

Marivi asintió—. Buena elección.

Sergio frunció el ceño, mirando con extrañeza como esta garabateaba algo en la revista.

—¿Qué bebes con la comida: cerveza/vino, agua o refresco? Bueno…, esta la puedo responder yo misma —añadió a la vez que dibujaba un circulo en la hoja—. Agua, claramente —masculló—. Esta otra también es muy evidente… —habló para sí misma mientras trazaba un nuevo círculo en la revista.

Sergio abrió la boca—. ¿Me está haciendo un test? 

Mariví sonrió, mostrándole el título del mismo—. Es para saber qué tipo de pareja eres.

Sergio frunció el ceño, intentando comprender la relación entre las preguntas sobre comida y el comportamiento en pareja, pero su línea de pensamiento se vio interrumpida cuando Raquel se aproximó a ellos.

—¡Ey! Has vuelto —murmuró esta a través de una sonrisa. Apoyando una mano en su muslo, se inclinó para besar sus labios—. ¿Qué tal ha ido? —preguntó en una exhalación a la vez que se arrodillaba frente a él, apoyando un brazo en su rodilla izquierda.

Sergio tardó varios segundos en reaccionar, hipnotizado por el vaivén de su pecho al respirar y las gotas de sudor que resbalaban por su cuello. Raquel levantó las cejas, esperando su respuesta, mientras se recogía el pelo en una coleta alta para aliviar un poco del calor que sentía. Sergio se recolocó las gafas, obligándose a mirarla a la cara.

 —Bien, bien. Hubo un… problema de logística, pero ya está solucionado.

Raquel sonrió de nuevo, apretando su muslo con los dedos—. Me alegro.

Sergio tragó saliva, desviando la mirada a la mano de esta y al gesto inocente que, sin ella saberlo, había disparado un torrente de sangre a su entrepierna.

—A-ahora vuelvo —masculló él a la vez que se levantaba de la tumbona como si esta estuviese ardiendo.

Raquel frunció el ceño, apartándose para dejarle salir. Permaneció callada unos segundos, siguiéndolo con la mirada hasta que, al darse cuenta de la posición en la que estaba y toda la conversación que habían tenido aquella mañana, lo entendió todo.

—Mamá, hazme el relevo. Enseguida vuelvo —dijo de manera apresurada, dejando la pala sobre el regazo de su madre sin perder de vista a Sergio.

Mariví levantó la revista para echar un vistazo al objeto que había dejado sobre sus piernas—. ¡Uy!, pero si yo soy malísima en esto, cariño.

—Da igual, Paula te enseña.

Sin darle espacio de tiempo para rechistar, Raquel salió detrás de Sergio con paso ligero.

 

—¡Sergio! —llamó su atención al verlo dirigirse al dormitorio.  

Este redujo la velocidad de sus pasos al escucharla, pero solo tuvo tiempo para girarse cuando las manos de Raquel agarraron su cara y sus bocas colisionaron en un beso ardiente. Sus labios reaccionaron de inmediato a aquel estímulo, al igual que sus manos, que no tardaron en rodear la cintura desnuda de ella, pegándola a su cuerpo. Un gemido ronco resonó en su garganta cuando Raquel presionó su abdomen contra el bulto de su pantalón, dejando en evidencia lo tremendamente excitado que estaba.

Llevó una mano a su nuca, la cual encontró ligeramente húmeda por el sudor, e invadió su boca en busca de su lengua. Sin soltarla un solo segundo, Sergio caminó a ciegas hacia atrás hasta chocar con la puerta del dormitorio. Soltó su cintura un instante para palpar la puerta en busca del pomo. Lo giró tan pronto lo encontró y volvió a cerrar la puerta una vez dentro. La aprisionó contra esta, apoyando la frente contra la suya al romper el beso. 

—Raquel, no deberíamos…

El médico no les había especificado qué tipo de prácticas debían evitar, por lo que ambos decidieron de mutuo acuerdo abstenerse de todo contacto sexual para asegurarse de que la incisión curase bien y rápido. Pero ninguno de los dos sospechó que fuese a ser tan difícil, especialmente los últimos días cuando Raquel ya se encontraba bien físicamente. 

—Lo sé —respondió ella, deshaciendo los botones de su camisa a toda velocidad, sin intención de frenar—. Pero no eres el único que lo está pasando mal. 

Lo cierto era que había conseguido mantener sus hormonas a raya hasta aquel día, pero el incidente de aquella mañana y la posterior conversación habían abierto las compuertas de golpe, y verlo tener dificultades para controlar sus propios impulsos, solo consiguió ponerla aún más cachonda.

—Solo tenemos que esperar tres días más —recordó él en un murmuro, intentando mantener la cabeza fría. Sin embargo, otra parte de su cuerpo, cada vez más notable contra el abdomen de ella, no hacía más que llevarle la contraria.

—Cállate —le regañó en un susurro, empujando su camisa hacia atrás antes de volver a asaltar sus labios.

—Está bien. —Sergio sacudió los brazos, dejando caer la camisa al suelo. 

Apoyó un antebrazo en la puerta a la vez que abandonaba el beso para descender por el cuello de Raquel, lamiendo las gotas de sudor que salpicaban su piel. Raquel suspiró, cerrando los ojos al mismo tiempo que sus dedos arañaban el centro de su torso de camino a su pantalón; abrió el botón y bajó la cremallera de estos en cuestión de segundos. Sergio gruñó excitado cuando la mano de Raquel se perdió en el interior de sus calzoncillos y comenzó a masajear su erección. Impaciente, empujó las caderas hacia su mano, queriendo aumenta la fricción, y volvió a asaltar sus labios con hambre. 

Cuando ya no le quedaba más aire en los pulmones, Raquel rompió el beso, lanzándole a la vez una mirada de deseo. Mordiéndose el labio inferior, empujó sus pantalones y ropa interior hacia abajo con su mano libre. Después deslizó la espalda a lo largo de la puerta hasta quedar en cuclillas frente él, su mano aún alrededor de la base su polla. Sergio contuvo la respiración, anticipando lo que estaba a punto de ocurrir. 

—¿Es esto lo que imaginabas esta mañana en la ducha? —preguntó Raquel con mirada pícara antes de rozar la parte baja de su glande con la punta de la lengua.

Sergio apretó los dientes, reprimiendo un gemido. Raquel repitió la acción, esta vez llevándose consigo un hilo de líquido preseminal. Sergio se mordió el labio, observando cómo esta se relamía los labios antes de volver a deslizar su boca semi-abierta a lo largo de su pene. 

Al regresar a la punta, Raquel levantó la mirada—. No me has respondido. 

Sergio tragó saliva, asintiendo—. S-Sí… más o menos. 

Raquel le sonrió, y, acercándose unos milímetros más, abrazó su glande con los labios, gimiendo suavemente. Sergio se estremeció al sentir las vibraciones de su gemido en la piel sensible de su glande, y observó atentamente cómo su polla desaparecía centímetro a centímetro en el interior de su boca, hasta que sus labios se juntaron con su mano a mitad de camino.

Tragó saliva, intentando contenerse para no perder la cabeza en ese mismo momento, pero las diferentes texturas de su boca, y la manera tan experta que tenía Raquel de llevarlo al límite, combinando movimientos de la mano con lametones y succiones, nublaron su mente en cuestión de segundos, y supo que estaba perdido. 

Sin embargo, cuando más cerca estaba del desenlace final, Raquel frenó en seco y se puso en pie. Esta rodeó su cuello con ambos brazos, haciendo que sus narices entraran en contacto. Incapaz de quejarse, Sergio giró la cabeza para besar sus labios, pero Raquel se apartó a los pocos segundos.

—Sigue tú —le pidió en un murmuro.

Sergio se quedó paralizado, pues su mente estaba abrumada por el placer que no llegó a procesar sus palabras a tiempo—. ¿Qué?

Raquel tomó una de sus manos y la llevó al lugar donde antes había estado su boca—. Sigue tú, quiero ver cómo te tocas. 

Un cosquilleo le recorrió la espalda, no supo si por vergüenza o por puro morbo, pero estaba tan cerca del final, que no se atrevió a contradecirla. Cerrando el puño alrededor de su polla, comenzó a masturbarse delante de ella. Sintió que sus mejillas ardían, por lo que decidió camuflar aquella reacción de su cuerpo enterrando la cara en la curva de su cuello. 

Raquel cerró los ojos unos segundos, dejándose llevar por los cosquilleos que le provocaban sus labios. Respiró pesadamente, sintiendo que su abdomen se contraía cada vez que los nudillos de Sergio le rozaban la piel al tocarse. Estaba tan excitada que estaba segura de que con tan solo apretar las piernas sería capaz de desencadenar un orgasmo, pero no quería perderse aquel momento tan íntimo que él le había dejado presenciar, por lo que volvió a abrir los ojos, justo en el momento en que Sergio le bajaba un tirante del sujetador con su mano libre, desnudando uno de sus pechos. Lo manoseó unos instantes antes de encorvarse sobre este e introducirlo en su boca. Lamió su pezón con ahínco, a la vez que aumentaba la presión sobre su propio miembro. Raquel se mordió el labio, sintiéndolo gimotear contra su piel. Supo que estaba cerca del orgasmo cuando este volvió a su cuello, su respiración cada vez más agitada. De repente frenó, y un golpe de calor inundó su abdomen. Raquel abrazó su torso cuando este dejó caer su peso sobre ella, sacudido por olas de placer. Acarició su espalda en silencio, aguantando el peso de su cuerpo. Sonrió para sí misma cuando lo escuchó balbucear algo ininteligible, pero que sonó a palabras de absoluta devoción. 

Una vez los efectos del orgasmo se desvanecieron, Sergio se agachó para subirse los pantalones y recoger su camisa del suelo, pero algo salió despedido del bolsillo de esta, opacando sus respiraciones aún agitadas.

—Mi anillo —exclamó Raquel agachándose para recoger el objeto metálico. 

—Lo he encontrado esta mañana haciendo la cama, estaba enredado en las sábanas… 

Raquel se mordió el labio, devolviendo el anillo a su dedo corazón—. Menos mal. Creía que lo había perdido. 

Sonriendo, Sergio limpió con su camisa los restos de semen que habían acabado en el abdomen y pecho de Raquel. Esta ladeó la cabeza, agradecida por el gesto.

—Al final voy a tener que darle la gracias al dichoso anillo —comentó en un murmuro, mirándola con timidez.

Raquel le sonrió—. Yo también.

Manteniendo el contacto visual varios segundos más, Raquel envolvió sus dedos alrededor del pomo—. Te dejo que disfrutes de la paz mental, yo tengo un partido que retomar.

Aún con el pantalón a medio abrochar, Sergio agarró su muñeca antes de que pudiese salir del cuarto—. ¿Y tú?

Raquel levantó el mentón, dejando que este plantase un pequeño beso en sus labios—. Ya me encargaré de reclamar lo que es mío el viernes —susurró de manera sensual a la vez que le guiñaba un ojo.

Sin decir una palabra más, giró el pomo de la puerta y salió del dormitorio, dejándolo a solas con aquella nueva imagen en la cabeza.

Notes:

Gracias mil por leer estos trocitos de vida que se me van ocurriendo. Y gracias especialmente a aquellas que dedicáis un trocito de vuestro tiempo a dejar un comentario aquí, sois la razón por la que aún sigo compartiendo estos OS aquí. (Y perdonadme que no os haya contestado aún, soy lo peor, lo sé, pero leo y aprecio cada uno de ellos <3).

Chapter 12: Bebés

Notes:

Mi intención era subir este OS para finalizar el año, pero la nochevieja se me complicó. Así que ¡Feliz Año Nuevo! Y espero que os guste este nuevo capítulo. Trae mucho dialogo, espero que no se haga pesado.

Chapter Text

12. BEBÉS

 

9:03

—¿Ya estás moviendo los dedos de los pies? —preguntó Raquel con tono burlón.

Sergio apretó la parte exterior de sus muslos con las manos, aspirando una bocanada de aire.

—Es eso... o cambiar de postura. —Reprimió un gemido cuando esta se inclinó hacia atrás, apoyando las manos a unos centímetros de sus rodillas—. Y no creo que estés por la labor —añadió, forzándose a despegar la mirada de la forma tan cautivadora que tenía de balancearse sobre su cuerpo, como si aquello no le supusiese ningún esfuerzo. 

Raquel se mordió el labio, sonriendo; adoraba ver cómo lograba desarmarlo por completo cuando se ponía encima y llevaba la voz cantante. 

Cambió la dirección de sus movimientos, abandonando las subidas y bajadas para moverse de atrás hacia delante. Notó que la respiración de Sergio se volvía errática muy pronto con aquel nuevo estímulo, por lo que decidió darle una pequeña tregua. 

La mirada entornada de Sergio volvió a ella cuando sintió la presión de sus manos sobre su abdomen, y este agradeció que hubiese parado con un suspiro. 

—Pensaba que aguantarías más después del maratón de estos días... —comentó Raquel arqueando una ceja.

Quiso decirle que eso era imposible cuando tenía delante a la mujer más sexy del mundo haciendo maravillas sobre su cuerpo, pero su boca estaba ocupada llevando oxigeno a sus pulmones. 

Raquel deslizó las manos por su torso en dirección ascendente, hasta tumbarse por completo sobre él. Colocó las manos a cada lado de su cabeza, haciendo que sus dedos se perdieran entre sus mechones oscuros, y entornó la mirada.

—¿Estás perdiendo facultades? —le provocó en un murmuro antes de enterrar la cara en su cuello y morderlo de manera juguetona. 

Sergio giró la cabeza hacia un lado, riendo bajito. Cerró los ojos un instante, incapaz de ignorar la suavidad de sus labios rozando su piel. 

—Es que me lo pones muy difícil —murmuró de vuelta mientras acariciaba su espalda desnuda con la yema de los dedos. 

La sintió reír contra su piel y, sonriendo, apoyó la mejilla contra su cabeza mientras esta seguía repartiendo pequeños besos por su cuello. 

Sergio respiró hondo, llevando hasta su nalga la otra mano, que hasta ese momento había estado estática en su muslo. Acarició su redondez de manera distendida mientras pensaba en las prácticamente 24 horas que llevaban sin salir del dormitorio desde que habían regresado de Puerto Princesa. El ginecólogo le había comunicado a Raquel que todo estaba correcto y que podía retomar su vida normal. Pero aquello de vida normal tenía poco, pues desde que se encontraron por primera vez en Palawan, no habían pasado tantas horas seguidas follando. Pero Raquel estaba insaciable, y él no tenía la más mínima intención de frenarla, incluso con el obstáculo añadido de no estar solos en casa. 

Tras unos segundos de descanso, apretó ligeramente su culo con los dedos, empujando sus caderas hacia sí para indicarle que podía seguir. Raquel captó su mensaje y comenzó a moverse despacio, dejando que este marcase el ritmo con sus propias manos. Sin embargo, el golpe de unos nudillos en la puerta del dormitorio hizo que ambos se quedasen quietos al mismo tiempo. 

Hubo unos segundos de absoluto silencio.

—¿Echamos el cerrojo anoche? —preguntó él en un murmuro salpicado de evidente preocupación.

Raquel levantó la cabeza para mirarle—. Yo no. 

—Yo tampoco...

Raquel echó un vistazo atrás por encima de su hombro, pero no encontró rastro de la sábana. Recordó que esta había ido a parar al suelo cuando, en una lucha por el dominio, Sergio había invertido sus posiciones, empujándola hacia los pies de la cama para tumbarse sobre ella. 

Volvió a mirarle, trasmitiéndole su preocupación ante la posibilidad de no tener nada con lo que taparse si Paula o su madre decidían entrar sin permiso.

Volvieron a escuchar aquellos golpes en la madera, y el pánico inundó la mirada de ambos. Raquel se apartó lo más rápido que pudo para que Sergio pudiese salir de la cama y recoger su pijama del suelo, mientras ella buscaba su camisón por todos lados. Lo encontró en una esquina de la cama.

—¿Mamá?

—¡No entres! —exclamó a la vez que metía los brazos por los huecos del camisón, pero la advertencia llegó en el mismo momento en que su hija giraba el pomo y entraba en el cuarto.

 Raquel se bajó el camisón justo a tiempo para ver cómo la pequeña se llevaba las manos a los ojos, aspirando una bocanada de aire, como si acabase de presenciar algo prohibido. 

Cuando giró el cuello en busca de Sergio, lo encontró de espaldas, terminándose de subir los pantalones. No cabía duda de que los había visto desnudos.

—¡Paula, cuántas veces te he dicho que no debes entrar sin llamar! —le regañó. 

—Pero si he llamado, pero no contestabais —respondió cruzándose de brazos de manera defensiva—. Pensaba que os habíais ido…

Raquel giró la cabeza al escuchar la puerta del baño, donde Sergio había buscado refugio tras balbucear algo que ella no llegó a captar. 

Raquel exhaló, intentando recuperar la calma—. Perdona, cariño, no te hemos escuchado —dijo más calmada. Extendió la mano, indicándole a su hija que se acercase—. Pero la próxima vez espera a que alguien te de permiso.

Paula se acercó a ella.

—¿Por qué estabais desnudos? —preguntó con timidez mirando hacia la puerta del baño.

—Pues… porque a veces nos gusta dormir sin pijama. —Carraspeó, peinando el  cabello de su hija con los dedos—. Por eso muchas veces te encuentras la puerta cerrada y debes esperar a que te demos permiso.

Paula retorció los labios, asimilando sus palabras. 

—¿Qué querías? ¿Ha pasado algo? —cambió de tema antes de que se le ocurriese una nueva pregunta. 

La cara de Paula se iluminó cuando recordó lo que había venido a preguntar—. ¿Cuándo vamos a poner los adornos de navidad?

Raquel dejó caer sus hombros, decepcionada y un tanto molesta con que aquel fuese el motivo que la había dejado con un polvo a medias.

—Cariño, es domingo y son las 9 de la mañana... Tenemos todo el día por delante.

—Pero ayer dijisteis que íbamos a poner el árbol por la tarde y al final os pasasteis toda la tarde trabajando en la oficina.

Raquel apretó los labios, desviando la mirada cuando su mente se llenó de imágenes de lo que verdaderamente habían hecho en aquella oficina.

Acarició el brazo de su hija hasta agarrar su mano.

—Tienes toda la razón, se nos fue de las manos el trabajo. Pero de hoy no pasa, te lo prometo.

—Lo ponemos después de desayunar, sí o sí —advirtió la pequeña, frunciendo el ceño.

Raquel asintió—. Por supuesto. Oye, ¿está la abuela despierta?

Paula asintió—. Se acaba de levantar.

—¿Qué tal si preparáis juntas el desayuno? —sugirió, acariciando sus mejillas.

—¿Puedo elegirlo yo?

Raquel sonrió—. Claro.

—¡Vale! —exclamó ilusionada.

Paula salió del dormitorio a toda velocidad, tirando de la puerta al salir. Raquel dejó escapar un suspiro, recostándose contra el cabecero de la cama.

—¡Ya puedes salir! —Levantó la voz para que Sergio la escuchara.

Este abrió la puerta despacio, mirando de reojo hacia la puerta del dormitorio.

Cuando vio que la pequeña ya no estaba, se acercó a la cama y se sentó en la esquina de la misma, descansando sus manos unidas sobre su regazo.

—Me ha visto el culo, ¿verdad? —dijo tras una pausa.

Raquel apretó los labios, intentando no reírse—. De lleno.

Sergio asintió, agachando la mirada hacia sus manos—. Espero no haberle creado un trauma —añadió, levantando la cabeza. 

Raquel dejó escapar una pequeña risa—. No creo, no tienes un culo TAN feo —recalcó—. El mío es bastante más bonito…, pero el tuyo no está nada mal. 

Sergio sacudió la cabeza, sonriendo levemente—. Tu hija ha estado a punto de pillarnos en pleno acto y tú sigues con tus bromas.

Raquel encogió un hombro—. Pero no nos ha pillado. Es tontería martirizarnos por algo que no ha pasado, ¿no? —añadió antes de gatear hasta donde él estaba. 

Sergio apartó las manos cuando Raquel hizo el ademán de sentarse sobre su regazo. Como un baile ya ensayado, ella envolvió su cuello con ambos brazos a la vez que él posaba las suyas en su cintura.

—La puerta sigue estando abierta —advirtió cuando Raquel dejó un beso en sus labios.

—La he mandado a preparar el desayuno. No va a molestarnos. Al menos no en los próximos 20 minutos —murmuró, besuqueando su cuello nuevamente. 

Arrastró las rodillas hasta pegarse por completo a su cuerpo, y comenzó a frotarse contra su entrepierna, buscando recuperar lo perdido. Pero a pesar de sus maniobras, y que Sergio se mostraba receptivo, notó que su cuerpo seguía rígido, tenso por el susto, y supo que no habría manera de recuperar lo que “la navidad” había interrumpido. 

Dando un suspiro, abandonó su cuello para mirarle a los ojos.

—No va a haber manera de levantarla después de esto, ¿verdad? —dijo con evidente decepción.

Sergio negó con la cabeza—. Me temo que no.

Levantándose de su regazo, Raquel le extendió la mano—. Pues venga, a la ducha.

 

 

9:40

Raquel fue la primera en aparecer en la cocina tras darse una ducha y vestirse. Llevaba puesto un vestido holgado color menta de tirantes, y el pelo suelto aún húmedo. Sergio, por su parte, seguía en el baño secándose el pelo. 

Madre e hija la saludaron al verla entrar mientras colocaban los platos en la isla central. 

—¿Dónde está Sergio? —preguntó Mariví. 

—Terminando de arreglarse. Enseguida viene.

—La abuela ha dicho que estabais haciendo el amor —comentó Paula como si nada mientras se subía a su taburete. 

Raquel giró la cabeza hacia su madre, mirándola con seriedad—. ¿En serio, mamá?

Marivi se encogió de hombros—. ¿Llevo o no llevo razón?

—Sí, pero tampoco es necesario que la niña lo sepa.

—Ni que fuese algo malo.

—Pero ¿qué es “hacer el amor” exactamente? —intervino Paula ladeando la cabeza, pensativa—. ¿Dormir desnudos?

Raquel abrió la boca, buscando las palabras correctas para explicárselo, pero su madre se adelantó.

—Pues mira, es cuando el pito del hombre entra en-

—¡Mamá! —exclamó Raquel, escandalizada. 

—Hija, estas cosas hay que contarlas sin tapujos porque si no luego buscan información donde no deben. 

—Lo sé. Pero te recuerdo que tiene 9 años, no 14. 

Paula suspiró, apoyando los codos en la encimera para sujetar su cara—. No me estoy enterando de nada.

Raquel levantó la mano cuando vio que su madre abría la boca de nuevo—. Déjame a mí. 

Cogiendo su taza de café, Raquel se sentó al lado de su hija.

—Verás, hacer el amor es… cuando dos adultos que se quieren mucho y son pareja, se desnudan para darse muchos besos y abrazos. Y, a veces…, porque no pasa siempre —añadió mirando a su madre—, juntan sus partes intimas mientras se abrazan, y se dan mucho amor. ¿Entiendes?

Paula se quedó pensando unos segundos—. ¿Eso no es lo que se hacía para tener bebés?

Raquel sonrió—Exacto, sí. ¿Te acuerdas que lo hablamos hace un tiempo? ¿Lo de la semilla y esas cosas?

Paula asintió.

—Pues eso es.

—Ah.

Raquel observó el rostro de su hija, quien pareció perder interés en el tema tras aquella explicación.

—¿Alguna pregunta más? —insistió por si acaso. 

Paula negó con la cabeza, llevándose un pedazo de tortita a la boca—. Lo he entendido. Gracias. 

—Genial. —Sonrió—. Ah, y por favor, —dijo mirando a ambas—, nada de mencionarle esto a Sergio. Se pone muy nervioso con estos temas.

Como si hubiese estado esperando la mención de su nombre para aparecer, Sergio entró en la cocina arremangándose los puños de la camisa.

—Buenos días —saludó sonriente.

—Buenos días —respondieron Mariví y Paula a la vez, siguiéndolo con la mirada.

Sergio sacó su taza del armario y procedió a llenarla de café. Después tomó asiento en el último taburete que quedaba libre, junto a Mariví.

—Qué bien huele todo —comentó observando los huevos revueltos, las rebanadas  de pan con aceite y tomate, y las tortitas que Marivi y Paula habían preparado para desayunar. 

Levantó la mirada al percatarse del silencio que se había apoderado de la cocina con su presencia.

—Estáis muy calladas… —comentó, observando a cada una de ellas, incómodo.

—Mamá no nos deja hablar contigo —explicó Paula.

Raquel puso los ojos en blanco, dejando caer su frente sobre su mano. Miró de reojo cuando notó la mirada confusa de Sergio sobre ella.

—No le hagas caso. Yo no he dicho eso, cariño —añadió dirigiéndose a Paula.

—Has dicho que no le hablemos que se pone nervioso con los temas del amor —añadió esta.

Sergio frunció el ceño, aún más confuso. Raquel agitó la mano, quitándole hierro al asunto. 

—¿Qué tal si hablamos de cómo vamos a decorar la casa para Navidad? —sugirió mirando a su hija.

—¡Vale! —exclamó Paula entusiasmada.

 

(…)

—¿Cómo la ves? ¿Está recta? —preguntó Sergio sujetando el pico de la estrella.

Paula inclinó la cabeza hacia un lado y al otro, mirando fijamente el objeto desde el sofá. 

—Creo que sí.

Sergio descendió de la escalera para observar el árbol desde abajo. Era la primera vez en su vida que decoraba uno, ya que su familia siempre había sido más de belenes, y no estaba muy seguro de saber hacerlo correctamente. Para colmo, había comprado el más grande que tenían en la tienda sin darse cuenta, por lo que dudaba que los adornos que había comprado fuesen suficientes para cubrirlo entero.

—¿Qué ponemos ahora? 

Paula sacó de la caja los espumillones—. Esto.

Sergio agarró la punta del espumillón plateado que le entregó Paula y volvió a subirse a la escalera.

—¡Nooooo! —exclamó esta cuando se dispuso a atarlo a la punta de una rama—Así no es. Es alrededor. En círculos —explicó. 

Sergio desató el nudo y volvió a colocar la tira brillante alrededor de la copa del falso abeto—. ¿Así?

—Sí —respondió Paula entregándole otro.

Una vez habían colocado todos los espumillones, continuaron con las bolas del mismo color plata. Sergio colocó las de arriba mientras Paula adornaba la parte inferior.

—Sergio —llamó su atención la niña tras un silencio. 

—Dime —respondió, concentrado en colocar el cordel de otra bola.

—¿Cuánto tarda una mujer en embarazarse?

Aquella pregunta inesperada hizo que las piernas de Sergio temblaran, sacudiendo la escalera en la que estaba subido al tener medio cuerpo inclinado hacia el árbol. A punto de perder el equilibro y caer al suelo, cerró el puño alrededor de la copa del abeto como último recurso, lo que provocó que cayesen al suelo todas las bolas que habían colocado hasta el momento.

—¡Haaaala! —exclamó Paula llevándose las manos a las caderas. 

Raquel, que se había quedado en la cocina con su madre recogiendo, salió al escuchar el ruido. 

—¿Qué ha pasado?

Sergio se bajó de la escalera con torpeza y se giró hacia Raquel, colocándose las gafas. 

—Nada que… he perdido el equilibrio un segundo y casi me caigo. Pero estoy bien. Estoy bien.

Raquel se mordió el labio, sacudiendo la cabeza—. ¿Quieres que lo haga yo?

—No, no. No hace falta. Ya casi hemos acabado. —Le sonrió.

Esperó a que esta se marchase para dirigir su atención a la niña.

—¿Por qué quieres saber eso?

Paula encogió los hombros, agachándose para recoger las bolas que tenía alrededor.

—Porque mamá y tú lleváis mucho tiempo haciendo el amor y a mamá no le ha crecido la tripa. ¿Cuánto tarda en aparecer el bebé?

Sergio carraspeó, cogiendo una de las bolas que había caído en el sofá—. Pues no lo sé. Pero es que… nosotros no estamos buscando un bebé, Paula.

—Entonces, ¿por qué hacéis el amor si no queréis bebés? —preguntó confusa.

—Pues porque nos… gusta.

—¿Los bebés?

—No, lo otro.

—¿El qué?

—Hacer el amor —masculló en voz baja, desviando la mirada hacia la bola que estaba colocando. 

Paula ladeó la cabeza, mirándole desde abajo—. Pero ¿eso no era para hacer bebés? —preguntó frustrada.

—Sí y no —respondió, agachándose para coger una nueva bola.

Paula bufó, dejando caer los hombros—. No lo entiendo.

—Creo que será mejor que te lo explique tu madre. Sabe bastante más que yo sobre esto.

Paula ladeó la cabeza, mirando las bolas que aún seguían en el suelo.

—Pero entonces, ¿mamá no va a tener un bebé?

—No.

Paula frunció los labios, decepcionada—Jo. Pues vaya.

Sergio volvió a agacharse a recoger el resto de bolas, evitando mirar a la niña por si aquello la invitaba a hacer más preguntas. 

—Sergio.

Este cerró los ojos, conteniendo la respiración.

—Dime.

—¿Podemos poner música navideña?

Aliviado, Sergio dejó escapar todo el aire que había retenido en sus pulmones y se puso en pie.  

—Por supuesto. —Sonrió.

 

 

13:10

Como si el destino quisiese ponerlos en un nuevo aprieto, aquel domingo Darna apareció con sus nietos. Solía tener los fines de semana libres, pero algún domingo que otro la invitaban a comer para que Paula jugase con sus nietos. Lo que no esperaban es que aquel día apareciese con su nueva nieta de mes y medio  en brazos. 

Paula fue la encargada de avisar a todos de que Darna había llegado con un bebé. 

—Pero ¡qué tenemos aquí! —Mariví se llevó las manos a la cara, inclinándose para ver a la bebé—. Pero qué cosita más linda… ¿Cómo se llamaba? —intentó hacer memoria.

—Maya —respondió Darna, apartando la manta del cuerpecito de la pequeña. 

La bebé agitó los brazos, abriendo los ojos brevemente.

—A ver —pidió Paula a la vez que se ponía de puntillas para ver a la pequeña—. Qué mona es…

—Es preciosa —añadió Raquel, tocando su piececito. 

Sergio asintió, sonriendo.

—¿Quieres cogerla? —ofreció Darna.

Raquel se quedó paralizada unos segundos; hacía años que no sostenía a un bebé en brazos, y aquel hecho la hizo sentir insegura. Pero aún así no pudo negarse. 

—Bueno, vale. —Sonrió.

Una sensación cálida invadió su estómago cuando Darna colocó a la bebé en sus brazos. Inevitablemente, su mente se inundó de recuerdos de Paula cuando era bebé, y un nudo se formó en su garganta al darse cuenta de lo rápido que había pasado el tiempo. Todos aquellos recuerdos los sentía lejanos, como si los hubiese visto en una película que no terminaba de recordar del todo.

Acercó a la bebé a su pecho, meciéndola con cuidado. En un momento dado, la niña abrió los ojos.

Raquel levantó las cejas, dedicándole una sonrisa—. Hola, preciosa —susurró, acariciando su mejilla con el dedo índice.

Levantó la cabeza al sentir la mano de Sergio en su hombro. Este se pegó a su espalda para observar mejor a la pequeña. Raquel se mordió el labio al ver la mirada tierna con la que miraba a la niña.

—¿Quieres cogerla tú?

La sonrisa de Sergio desapareció de golpe con aquella pregunta.

—Mejor no. Es muy pequeñita —respondió.

Raquel se echó a reír.

—¿Vuestros padres cuántas veces hicieron el amor para tener a tu hermana? —escucharon a Paula preguntar a sus amigos. 

Sergio y Raquel intercambiaron miradas. Afortunadamente, Darna estaba distraída hablando con Mariví y no llegó a escuchar la pregunta de Paula. Ambos niños se encogieron de hombros, el pequeño imitando al mayor, pues no había entendido a qué se refería.  

—Paula, ¿qué tal si les enseñas el árbol a tus amigos? —sugirió Raquel antes de que la pregunta derivase en otra conversación sobre sexo. 

—¡Es verdad! Hemos puesto un árbol de navidad super chulo. Venid.

Los tres niños salieron corriendo hacia el interior de la casa, dejando a los adultos con la bebé. 

Raquel se giró hacia Sergio para mostrarle mejor a la niña.

—¿Cuánto hace que no ves uno de estos así de cerca? —preguntó a través de una sonrisa sin poder dejar de acariciar la suave piel del rostro de la bebé.

Sergio acarició la cabeza de la pequeña con extremo cuidado—. Pues más de dos décadas… diría yo. Desde que nació mi sobrino.

Raquel abrió los ojos como platos, levantando la cabeza para mirarle—. ¿Tienes un sobrino? —preguntó perpleja.

Sergio balbuceó al darse cuenta de que nunca se lo había mencionado—. Eh… sí. Uno. 

—¿Y dónde está?

—No lo sé. Es… una larga historia —añadió al ver la expresión de confusión de Raquel.

—¿Otro día me la cuentas? —Arqueó una ceja de una manera un tanto pasivo-agresiva.

Sergio movió la cabeza—. Por supuesto.

 

18:17

—Mamá, quiero un bebé —concluyó Paula después de que Darna y sus nietos se marchasen.

Raquel se echó a reír mientras recogía los restos de la merienda que habían dejado en la mesa del porche. Llevaba toda la tarde esperando aquella petición, pues había visto a Paula muy interesada en Maya. Casi no se había despegado de su mecedora, para disgusto de sus amigos. 

—Aún queda un mes para que vengan los Reyes. Puedes pedírselo a ellos —sugirió.

—No quiero un juguete, quiero que tú tengas un bebé de verdad, como Maya. 

Raquel se mordió el labio, soltando el trapo con el que estaba limpiando la mesa para sentarse en una silla—. Ven aquí —susurró extendiéndole la mano. 

Sentó a su hija sobre su regazo, apartándole el pelo hacia la espalda. 

—Tener un bebé no es tan fácil como parece, cariño. Depende de muchas cosas.

Paula frunció el ceño—. ¿De qué cosas? Si ya haces el amor con Sergio, ¿qué falta?

Raquel sonrió, enternecida—. Mi amor, Sergio y yo no hacemos el amor para tener un bebé. Lo hacemos porque… porque es nuestra forma de demostrarnos que nos queremos mucho. Pero eso no significa que vayamos a tener un bebé. 

Paula ladeó la cabeza, llevando sus brazos alrededor de su cuello—. ¿Y qué pasa con la semilla? ¿No tiene?

Raquel sonrió—. Sí que tiene. Pero mamá se toma unas pastillas para que esa semillita no haga crecer un bebé en mi tripa. ¿Entiendes? 

Paula abrió la boca, asintiendo. Después exhaló con tristeza—. ¿Entonces nunca vais a tener un bebé? ¿No queréis?

Raquel encogió los hombros, dirigiendo la mirada al atardecer; en ese momento se dio cuenta de que en realidad nunca lo habían hablado. Ni siquiera ella consigo misma.

—Pues… No lo sé. No lo hemos hablado. —Volvió a mirar a su hija, arqueando una ceja—. Oye pero, ¿tú por qué quieres un hermanito de repente? Si nunca te han gustado los bebés —preguntó, pinchándole la tripa con el dedo índice—. Ni siquiera los de juguete. Siempre pedías peluches.

Paula apartó su mano, retorciéndose de risa, antes de encoger los hombros—. Parece divertido. 

—Mira que lloran mucho, ¿eh? Y luego no se pueden devolver. Una vez están aquí ya es para siempre.

—…¿Para siempre siempre?

—Para siempre siempre.

Paula arrugó la nariz—…Entonces me lo voy a pensar unos días más, ¿vale?

Raquel sonrió, guiñándole un ojo—. Me parece bien. —Frotó su espalda, mirándola con cariño—. ¿Me ayudas a terminar de recoger todo esto?

Paula asintió, escurriéndose de su regazo.

 

Más tarde, viendo que su madre y su hija se habían enfrascado en un juego de Mancala, Raquel fue a buscar a Sergio al despacho, donde este se había refugiado cuando el nivel de decibelios en la casa había sobrepasado su límite.

—Menudo día… —comentó Raquel en una exhalación, cerrando la puerta tras de sí. 

Sergio le sonrió de lado, dejando sobre la mesa el libro que estaba leyendo. Raquel echó el cerrojo con discreción y se aproximó al escritorio. 

Sergio empujó la mesa con ambas manos, apartando la silla para que Raquel tuviese espacio suficiente para sentarse en su regazo. Sin embargo, esta vez prefirió permanecer de pie, situándose detrás de la silla para abrazar sus hombros desde atrás. Depositó un pequeño beso bajo su oreja.

—Paula me acaba de decir que quiere un bebé —reveló en un murmuro. 

Notó que este dejaba de respirar un instante para después soltar una risa nerviosa.

—Al parecer ese es el tema del día, ¿no?

Raquel se incorporó y rodeó la silla para apoyarse en el escritorio, frente a él.

—¿Tú qué opinas?

Sergio frunció el ceño—. ¿De que Paula quiera un bebé?

—De tener uno juntos.

Su mandíbula cayó unos milímetros, perplejo con la pregunta. Sintió que la humedad de su boca se evaporaba de repente, dejándole la garganta seca.  Carraspeó con fuerza, desviando la mirada.

—Pues eh… no sé. Nunca me he parado a pensarlo… —masculló. Levantó la mirada—. Pero lo que yo diga o piense es irrelevante, Raquel. Tú eres la que tienes que pasar por todo el proceso, tu decisión es la que importa. 

—Por supuesto. Y no te lo estaría planteado si tuviese las ideas claras. 

Sergio tragó saliva; ¿le acababa de insinuar que estaba dispuesta a tener un hijo con él? 

—No sé qué decirte ahora mismo. No… Es algo que jamás ha entrado en mis planes. No porque no me gusten los niños —se apresuró a aclarar—, sino porque… toda mi vida adulta ha estado focalizada en el atraco. Nunca… nunca me he visto en ese papel. —Se quedó callado, sin saber qué añadir.

Pensó en lo mucho que había cambiado su perspectiva al respecto desde que Paula había entrado en su vida. Sin embargo, un hijo propio, por alguna razón, le parecía algo similar a dar un salto al vacío. Una responsabilidad que excedía sus capacidades. 

Volvió a mirarla—… ¿Tú quieres? 

Raquel inspiró, fijando la mirada en un punto indefinido detrás de él.

—Tampoco lo sé… Hubo un tiempo en el que quise darle una hermana o un hermano a Paula, pero cuando las cosas comenzaron a torcerse con Alberto… lo descarté por completo. Afortunadamente. Y a estas alturas de la vida la verdad es que no le veo mucho sentido; tengo cuarenta años… soy fugitiva… vivo con el ladrón más buscado de toda España… —Rio para sí—. Meter un bebé en toda esa ecuación me parece una locura. 

Sergio asintió, de acuerdo. 

Raquel dio un paso al frente, devolviéndole la mirada al mismo tiempo que se situaba entre sus piernas. Sergio llevó las manos a sus piernas de manera instintiva. 

Enterró las manos en su cabello, sonriendo con ternura—. Pero no puedo negar que me imagino tener un bebé con esa mirada rasgada tuya y esos hoyuelos… y se me cae la baba. Por no decir algo más obsceno —añadió en un murmuro, echando una mirada a sus manos.

Sergio sonrió, acariciando la parte trasera de sus muslos bajo el vestido, mientras su mente imaginaba aquello que ella había descrito. 

—No tenemos por qué tomar una decisión ahora mismo —murmuró él.

—Lo sé —respondió ella, arrastrando las manos por sus brazos hasta tomarle de las muñecas. Tiró de estas, pidiéndole de manera silenciosa que se levantase. 

Al hacerlo, las manos de Sergio se deslizaron de sus mulos a su culo, causando que se le erizase la piel. Se mordió el labio, un gesto que no pasó desapercibido para Sergio.

—Podemos volver a planteárnoslo más adelante —añadió él con la mirada fija en su boca.

—Sí —murmuró ella—. Bebé o no, siempre podemos seguir practicando, ¿no? —sugirió de manera coqueta mientras deshacía los botones superiores de su camisa. 

Sergio dejó escapar un suspiro cuando Raquel comenzó a depositar pequeños besos en su pecho—. Eso sin duda.

Deslizando los dedos bajo su ropa interior, apretó su culo con ambas manos, pegándola a su cuerpo. Raquel sonrió de lado, abandonando los botones de su camisa para dirigir ambas manos a su mandíbula, y, poniéndose de puntillas, enganchó sus labios con los suyos, desencadenando un beso húmedo, ardiente de deseo.

—¿Puerta? —balbuceó Sergio contra sus labios mientras se desabrochaba él mismo el pantalón.

—Cerrada —respondió ella en un murmuro, echando hacia atrás la cabeza para que sus labios descendiesen por su cuello. 

Sergio succionó su piel, apartando el libro a ciegas. Agarrando sus caderas con firmeza, la sentó sobre el escritorio, situándose entre sus piernas.

Levantó la cabeza para mirarla—. ¿Con cerrojo? 

—Con cerrojo.

—Bien —susurró antes de abordar su boca con desesperación.

 

 

Chapter 13: Humo

Notes:

Un pequeño regalo de Reyes anticipado. Espero que os guste. Este es el último capítulo que subiré en una larga temporada, aunque no sé si llegaré a retomarla algún día, pero por si acaso: mil gracias por leerme y comentar, sois geniales. <3

Chapter Text

13. HUMO

 

—¿Crees que venderán turrones en algún puesto de estos? —preguntó Raquel al pasar por delante de un puesto de dulces típicos filipinos.

Sergio se echó a reír, deslizando su mano bajo la de ella para tomarla de la mano—. Pues no lo sé. Pero puedo averiguarlo. ¿Cómo de grave es el antojo?

—Mmh… 7 en una escala de 10.

Sergio redondeó sus labios, fingiendo preocupación—. En ese caso veo más efectivo pedirle a uno de mis hombres que nos envíe un paquete urgente desde España. 

Raquel le sonrió, acariciando el dorso de su mano con el pulgar, pues sabía que era capaz de hacer tal cosa. Este giró la cabeza para mirarla, devolviéndole la sonrisa.

—¿Cuál es tu favorito? —preguntó con curiosidad mientras seguían paseando por el mercado callejero en el que se encontraban.

—El blando de almendras, sin duda. ¿El tuyo?

—El de yema de huevo.

Raquel hizo una mueca—. Tú tienes que ser especial para todo, ¿no?

Sergio soltó una carcajada antes de encoger los hombros—. Es el que compraba mi madre. Supongo que hay un factor nostalgia detrás.

Raquel volvió a sonreír, enternecida.

Un fuerte olor a pescado fresco golpeó sus narices al girar la esquina del abarrotado mercadillo. Raquel se llevó la mano libre a la nariz en un intento de bloquear el olor, no porque este le disgustase, sino porque a su nariz le resultó confuso recibir aquel estímulo cuando su mente no hacía más que pensar en turrones. 

Sergio entrelazó sus dedos con los de Raquel, atrayéndola hacia su costado para evitar que la marea de gente que caminaba en la dirección opuesta los separase. 

—¿Qué está pasando hoy? ¿De dónde ha salido toda esta gente? —preguntó Raquel.

—Navidad está a la vuelta de la esquina —comentó Sergio, agachando la cabeza para no golpearse la frente con la lona de la pescadería—. ¿Tienes por ahí la lista?

—Sí. 

Metió la mano en el bolsillo de su pantalón y sacó el trozo de papel blanco donde, antes de salir de casa, habían apuntado todo lo que necesitaban comprar de cara a las próximas semanas. Querían evitar a toda costa tener que salir de casa durante las vacaciones de Navidad, dado que la zona se llenaba de turistas extranjeros.

—¡Señora Raquel! 

Ambos se giraron a la vez al escuchar la voz de Darna a lo lejos. Raquel frunció el ceño con preocupación al ver la expresión desencajada que esta traía.

—¿Qué ocurre? ¿Y mi madre? —preguntó al ver que esta no la seguía. 

Normalmente, Sergio y ella hacían la compra los viernes antes de recoger a Paula del colegio, pero aquel día Mariví había insistido en ir con ellos al pueblo para comprar unos regalos. Algo que no le hizo particular gracia a Raquel.

Darna se agarró las manos con fuerza, agachando la cabeza con culpabilidad—. No lo sé, me despisté un segundo y ya no estaba a mi lado. No logro encontrarla por ningún lado. 

Raquel sintió que toda la sangre de su cuerpo caía a sus pies, dejándola débil, confusa.

—¿Cómo dices? —masculló, agarrando con fuerza la mano de Sergio.

La cuidadora no se atrevió a levantar la cabeza, consciente del error tan grave que había cometido—. Lo siento mucho, señora… No-no debí despistarme. Tienen que ayudarme a buscarla, por favor.

Raquel se llevó una mano a la frente al mismo tiempo que cerraba los ojos, intentando ahuyentar la neblina que anegó su mente de repente. ¿Había escuchado bien? ¿Su madre había desaparecido en un mercadillo atestado de gente?

—¿Dónde ha sido? No ha podido ir muy lejos —escuchó a Sergio preguntar con aparente calma, pero su forma de apretarle la mano indicaba que estaba tan preocupado como ella. 

Raquel aspiró una bocanada de aire, intentando serenar los latidos descontrolados de su corazón que le impedían respirar con normalidad.

—En el puesto de la fruta. Estaba pagando unas manzanas cuando la he perdido de vista.

Raquel apretó los dientes, furia inundando sus ojos a medida que su cerebro asimilaba aquellas palabras.

—¡¿Me estás queriendo decir que has perdido de vista a mi madre enferma de Alzheimer por unas putas manzanas?! —acusó con rabia.

Darna retrocedió unos pasos, aterrada por la mirada de esta. Agarrando el brazo de Raquel, Sergio se interpuso entre ambas, consciente de que la gente alrededor comenzaba a mirarlos con extrañeza. 

—Calma, Raquel. —Sergio le indicó que bajase la voz con un gesto de la mano.

Esta levantó la mirada, el ceño fruncido y los dientes aún apretados—. ¿Cómo cojones quieres que me calme? Mi madre se acaba de perder en un mercadillo abarrotado de gente y ni siquiera podemos pedir ayuda a la policía porque su hija es una jodida fugitiva. 

—Lo sé, pero reaccionando de esa manera no vamos a conseguir nada. 

—Sergio, es una mujer de 70 años con Alzheimer —masculló entre dientes—. Le puede pasar cualquier cosa.

Sus ojos dejaron de percibir el presente, siendo opacados por imagines de su madre perdida, desorientada, buscando ayuda en la gente equivocada. Enterró los dedos en su pelo, abrumada por un calor repentino que la hizo hiperventilar.

Sergio agarró su cara entre sus manos, forzándola a hacer contacto visual—. No le va a pasar nada porque la vamos a encontrar antes —pronunció con firmeza, transmitiéndole con la mirada la confianza que esta necesitaba.

Le llevó varios segundos apartar aquellos pensamientos catastróficos e intrusivos de su mente, pero la mirada insistente de Sergio y el calor familiar que brotaba de sus manos lograron mantener anclada su cordura. 

Sergio asintió cuando notó que volvía en sí y soltó su cara para girarse hacia la cuidadora.

—Lo mejor será que nos dividamos. Darna, vuelve al puesto donde estabas por si sigue por allí cerca, pregunta en los puestos cercanos por si alguien la ha visto. Raquel, tú sigue por esta calle hasta la salida. Yo buscare en los puesto de la calle paralela. Nos vemos en el coche dentro de 20 minutos, la hayamos encontrado o no.

Darna asintió, marchándose de inmediato, pero Raquel permaneció clavada en el sitio, bloqueada. Sergio volvió a tocar su mejilla, haciendo que esta levantase la mirada hacia sus ojos.

—¿Estás bien? ¿Prefieres que la busquemos juntos?

Raquel sacudió la cabeza—. La encontraremos antes si buscamos por separado. 

Su voz sonó más estable, más calmada, por lo que Sergio decidió seguir adelante con el plan.

—Nos vemos en el coche en 20 minutos. —Le recordó antes de besar su cabeza y desaparecer entre la gente. 

Raquel se giró sobre sí misma, su visión nublándose momentáneamente. Empezó a caminar en dirección opuesta a la que había tomado Darna, mirando a un lado y a otro en busca de una cara conocida. Sin embargo, a medida que los minutos pasaban y no la encontraba, su ansiedad crecía, ralentizando sus pasos. Pronto, aquel lugar comenzó a distorsionarse ante sus ojos, adquiriendo un aspecto extraño, hostil, un lugar en el que jamás debería haber metido a su madre, y una sensación de profundo arrepentimiento invadió su cuerpo.

Abrumada, se detuvo en mitad de la gente; sabía que jamás la encontraría en ese estado. Tras un largo rato, sus ojos percibieron un claro de luz a lo lejos, y se encaminó hacia este sin apenas parpadear. Aire fresco acarició su piel al salir de entre aquella marea de gente desconocida, trayendo claridad a su mente. De repente algo captó su atención en la distancia. Un sombrero. Un sombrero conocido. Era ella. 

—¡Mamá! —gritó a pleno pulmón, cruzando la calle sin mirar.

Unas motos alertaron de su imprudencia tocando el claxon varias veces, pero su mente no registró aquel sonido, pues estaba demasiado centrada en no perder de vista aquel sombrero. 

Dejó de correr cuando vio que el sombrero no se movía del sitio; su madre estaba allí, sentada en un banco mirando al mar con una expresión de paz en el rostro, ajena al caos que había ocasionado.

Al llegar, Raquel se arrodilló ante ella, cediendo ante el cansancio.

—Mamá, estás aquí —masculló en un sollozo, soltando toda la preocupación en un suspiro de alivio a la vez que apoyaba la frente en sus rodilla. 

Notó que su madre acariciaba su cabeza con delicadeza.

—¿Qué te pasa, cielo? ¿Te has perdido?

Aquellas palabras acabaron con su alegría de golpe. Al levantar la cabeza pudo comprobar que su madre no estaba bromeando, que estaba allí físicamente, pero su mirada le pertenecía a otra persona. 

—¿Quieres que llame a tu madre, cariño? —Esta se tocó la pierna, como si estuviese buscando un objeto en sus pantalones—. Vaya, creo que me he dejado el teléfono en casa, qué tonta. Pero bueno, tú no te preocupes, quédate aquí conmigo que seguro que tu madre viene a por ti enseguida —añadió acariciando su rostro con una mano.  

Su labio inferior tembló—. Mamá, soy yo, Raquel —murmuró agarrando una de sus manos entre las suyas a la vez que se sentaba a su lado en el banco.

Mariví le siguió con la mirada—. ¿Raquel? —repitió.

Raquel asintió, esperanzada, pero la sonrisa que esta le devolvió fue diferente, desconocida, y supo que no la había reconocido.

—Qué nombre tan bonito. Yo me llamo Maria Victoria. 

Las lágrimas que había logrado contener hasta el momento, cayeron de sus ojos a borbotones, trazando varias lineas de tristeza en sus mejillas—. Lo sé. —Tragó saliva—. Lo sé. 

Con lágrimas bloqueando su visión, Raquel sacó el móvil de su mochila para avisar a Sergio. Le escribió un mensaje, a sabiendas de que el nudo que se había formado en su garganta le impediría hablar. Cuando volvió a mirar a su madre esta había vuelto a su posición inicial, con la mirada perdida en el mar, tal y como la había encontrado.

Hacía tiempo que su enfermedad no asomaba de manera tan evidente. En las últimas semanas había tenido algún que otro despiste, como meterse en el mar completamente vestida, o dejarse el fuego de la cocina encendido, provocando que toda la casa se llenase de humo. Pero nunca había llegado hasta el punto de no reconocerla a ella, y aquello le rompió el corazón de un solo golpe. 

Entrelazando los dedos con los de su madre, apoyó la cabeza en el hombro de esta, dirigiendo también la mirada al mar. Aunque observar el mar siempre le había traído paz, el nudo que seguía oprimiendo su garganta bloqueó aquel efecto sanador que solía tener en ella. Quiso reprimir un sollozo, pero este fue más fuerte que ella, y no pudo evitar echarse a llorar. 

Mariví llevó su otra mano al regazo de Raquel, acariciando su muslo con cariño—. No llores, cielo. Aquí estás segura.

Aquellas palabras que había pronunciado con la intención de tranquilizar a una extraña, Raquel las sintió como sal cayendo directamente en la herida.

—¡Raquel! 

Esta se incorporó al escuchar la voz de Sergio, quien exhaló pesadamente al localizarlas en aquel banco. Cruzó la calle dando un par de zancadas y se acercó a ellas pasando ambas manos por su cabello; un gesto que denotaba alivio. Los ojos enrojecidos de Raquel le alertaron de que algo no andaba bien.

—¿Dónde estaba? —masculló intentando analizar la situación, pues Mariví a primera vista parecía estar bien.

—Aquí sentada.

Mariví miró al hombre alto que tenía a su lado. 

—Ay, ¿la conoce? ¡Menos mal! porque la pobre no para de llorar. Creo que se ha perdido.

Sergio miró a Raquel, preocupación y empatía chorreando de sus pupilas. Esta le devolvió un gesto de resignación. 

—¿Y Darna? —cambió de tema a la vez que se limpiaba la humedad que habían dejado sus propias lagrimas en sus mejillas.

—Ya la he avisado… Le he dicho que nos espere en el coche.

Raquel asintió, dirigiendo la atención a su madre. Apretó la mano de esta con la intención de captar su atención—. Marivi, tenemos que irnos.

—¿Yo? ¿Con ustedes?

—Sí. Te vamos a llevar a casa.

Esta miró a ambos—. ¿En coche?

Raquel forzó una sonrisa—. Claro.

—Menos mal, porque llevo toda la mañana caminando y me duelen a horrores las piernas. 

Se puso en pie con la ayuda de Raquel, sonriendo con agradecimiento a ambos. Cuando Raquel pasó por su lado, Sergio la sujetó del brazo para entregarle las llaves del coche.

—Iros a casa —murmuró cuando esta miró las llaves—. Yo me encargo de comprar lo que falta y vuelvo en taxi.

Raquel asintió, cerrando los ojos cuando este plantó un beso en un lateral de su cabeza.

 

23:11

Fue un día largo para todos, eterno, pero especialmente para Raquel.

Aunque Mariví recuperó poco a poco sus recuerdos una vez pisó suelo conocido, de vez en cuando se abstraía, perdiendo el hilo de la conversación o dejando una tarea a medias. Raquel intentó llevarlo con normalidad, fingiendo que el susto de aquella mañana había sido eso, un susto. Pero Sergio sabía que le había afectado más de lo que dejaba entrever. Por lo que al salir del baño aquella noche, y no encontrarla en la cama como era habitual, se inquietó. 

Tras buscarla por toda la casa, identificó la silueta de Raquel sentada en los escalones del porche, rodeada de oscuridad. La luz de la luna era el único foco de luz que había en el exterior, además de un punto anaranjado que se movía a la vez que su mano. 

Raquel bajó el brazo al escuchar ruido a sus espaldas, queriendo esconder el cigarro que sostenía entre sus dedos. 

—Puedo ver el humo —murmuró Sergio, sin ningún tipo de intención más que hacerle saber que era él.

Raquel subió la mano a su regazo de nuevo, sin girarse para mirarle.

—Si vienes a darme el sermón sobre los efectos adversos del tabaco, te puedes marchar por donde has venido.

Consciente de que aquel tono hostil provenía del estrés vivido aquel día, Sergio se sentó a su lado, un escalón por encima de ella, sin decir una sola palabra. Permanecieron así varios minutos: ella fumando, él estando, mientras las suaves olas del mar ambientaban su silencio.

—¿Puedo? —preguntó Sergio un rato después.

Raquel arqueó una ceja cuando vio que se refería al cigarro. Miró sus dedos con duda.

—No lo vas a tirar, ¿no?

Este sacudió la cabeza—. No.

Le entregó el cigarro, mirando con desconfianza cómo agarraba el cilindro de papel con el dedo pulgar e índice. Levantó las cejas cuando este se lo acercó a los labios y le dio una calada como si lo llevase haciendo toda la vida. Sin embargo, este empezó a toser cuando el olor alcanzó su cavidad nasal.

—¿Qué tabaco es este? Huele a mofeta —dijo entre tos y tos. De pronto encontró la respuesta en sus propios recuerdos, y torció el cuello para mirarla—. ¿Marihuana? 

La no respuesta de Raquel confirmó sus sospechas.

—¿De dónde la has sacado?

Esta encogió un hombro—. Una policía que se precie siempre tiene su camello de confianza —bromeó. 

Sergio abrió la boca con la intención de decirle que la posesión de drogas en aquel país estaba penado hasta con la pena de muerta, pero supo que no era el momento de andar con leyes, que Raquel tenía una herida reciente en el alma que intentaba curar con las herramientas que conocía. 

Le devolvió el cigarro, sacando la lengua un par de veces para eliminar la sequedad que este le había dejado en la boca. 

—¿Cómo estás? —preguntó tras un nuevo silencio, observando cómo esta le daba una nueva calada al porro.

Raquel liberó el humo hacia el cielo—. Bastante jodida —admitió sin atreverse a mirarle. 

Por mucha cama y confidencias que hubiesen compartido hasta el momento, los miedos que aún no terminaba de afrontar ella misma era terreno que aún no se había atrevido a cruzar con él. No porque no confiase en él, sino porque hablarlo implicaba darla una dimensión real. 

Sergio se inclinó hacia ella, depositando un beso de cariño en su cabeza. Raquel automáticamente cerró los ojos, sintiendo que las lágrimas resurgían en estos a raíz de aquel gesto. Respiró hondo, esperando a que estas se disolvieran solas. 

—Estoy aquí si quieres hablarlo —murmuró Sergio, deslizándose en el escalón para reducir la distancia entre ellos.

Raquel apoyó la cabeza en su rodilla, dándole las gracias sin decir una palabra. Poco después, esta inspiró, incorporándose de nuevo.

—¿Crees que Darna me perdonará? 

Sergio frunció los labios; sabía que en el camino de vuelta habían tenido una discusión, pero desconocía las dimensiones de la misma. Al volver a casa, había  percibido una actitud un tanto hostil por parte de Raquel hacia ella, por lo que decidió darle el resto del día libre para asegurarse de que las cosas no empeoraban; Darna era una persona maravillosa, entregada a su trabajo y muy leal, y no podían permitirse el lujo de cambiar de cuidadora a la primera de cambio, por motivos evidentes.

—¿Podrás perdonarla tú?

Raquel exhaló; el paso de las horas le había permitido reflexionar y ver todo desde una perspectiva más alejada. Lo que finalmente le llevó a darse cuenta de que su manera de lidiar con la situación no había sido la más acertada. 

—No tengo nada que perdonarle, no fue culpa suya. Me podría haber pasado a mí, a ti, a cualquiera.

Sergio asintió—. Estoy seguro de que el lunes Darna volverá como si nada. Aunque una llamada tuya no le vendría mal.

Raquel se relamió el labio inferior, asintiendo. En ese momento decidió que la llamaría al día siguiente para disculparse por la actitud de mierda que había tenido con ella. 

El silencio retornó tras aquella breve conversación, y con él la impaciencia de Sergio. Quería ahondar en el tema, hacer que sacase toda la angustia que se estaba guardando, pero no sabía cómo.

Agachó la mirada a sus manos, las cuales se frotó sin motivo alguno—. Raquel…, sé que lo de hoy ha sido un jarro de agua fría… y que…

—Me siento tan impotente… —la escuchó murmurar en un suspiro. 

Sergio se quedó callado, con la esperanza de que tomase su silencio como una invitación a seguir. Notó como su pecho se hinchaba, llenándose de aire. 

—Pero sobre todo me siento una completa idiota —añadió, atreviéndose a mirarle por fin.

Sergio contuvo la respiración, sintiendo una punzada en el estómago al encontrar lágrimas en sus ojos.

—Estaba tan convencida de que viniendo aquí todo iría a mejor, ¿sabes? —Rio con sarcasmo—. De verdad pensaba que trayéndomela conmigo, a la playa, lejos de todo, la enfermedad no la iba a encontrar, como si fuese un virus ambiental o algo. —Volvió a reír. Sacudió la cabeza, sintiéndose ridícula. Apretó su tabique nasal, el cigarro aún entre sus dedos—. Pero lo de esta mañana ha sido tremenda zancadilla. Me siento como si acabase de chocar con una pared que alguien ha puesto ahí aposta, para abrirme los ojos.  

Sergio tragó saliva, escuchando con temor aquella revelación. No pudo evitar preguntarse si aquello iba más allá de la enfermedad de su madre, si verdaderamente se estaba arrepintiendo de haber dejado su vida por estar allí con él. Pero no tuvo el coraje suficiente para preguntarle. 

 Raquel inspiró, soltando después todo el aire por la nariz—. Hoy me he dado cuenta de que… de que no puedo hacer nada —dijo con resignación—…que por más que me empeñe en sujetarla, ella va a seguir avanzando. Y un día simplemente se irá. Y no volverá, aunque esté aquí. 

Dos lágrimas cayeron de sus ojos a toda velocidad, alcanzando el borde de su mandíbula y precipitándose sobre su regazo, humedeciendo sus pantalones. No supo si fue la confesión, o efecto de la droga que estaba fumando, pero de repente la invadió una enorme sensación de alivio, como si airear sus miedos hubiese deshecho un nudo que no sabía que tenía en mitad del pecho.

—Mi madre fue al contrario —inició él, fijando la mirada en la estela plateada que dibujaba la luna en el mar. 

Raquel giró la cabeza, mirándolo con intriga, pues nunca antes le había hablado de la enfermedad de su madre. 

—Su mente estuvo perfecta hasta el final, pero su cuerpo se fue degenerando a pasos agigantados, hasta que se convirtió en su propia tumba. 

Raquel tragó saliva, horrorizada.

—Las últimas semanas solo podía mover los ojos para comunicarse. Y nunca he sido capaz de borrar esa imagen de mi retina. —Sergio agachó la cabeza—. Lo que más me duele es pensar en lo difícil que tuvo que ser para ella esas últimas semanas, el miedo que tuvo que sentir ahí dentro, atrapada con sus pensamientos, sin poder hablar, sin poder abrazar o poder sentir nuestras caricias…

Levantó la cabeza cuando sus ojos se llenaron de lágrimas, intentando que estas no se derramasen.

—Lo siento mucho… —murmuró Raquel, frotando su rodilla con afecto. 

Aquel roce hizo que su mente regresase al presente, y se limpió las lágrimas de inmediato, carraspeando—. Perdón, no debería haber sacado el tema, estamos hablando de tu madre.

—No, no —Raquel se apresuró—. No pasa nada. 

—Lo que quería decir con esto es que…—prosiguió—. Sé cómo te sientes. Conozco esa impotencia. Y… quiero que sepas que estoy aquí, para lo que necesites, cuando lo necesites.

Raquel sonrió levemente, apretando su rodilla—. Lo sé. 

Sergio le mantuvo la mirada, apretando los labios a la vez que asentía. Tras unos segundos, este exhaló ruidosamente, sintiendo que se había quitado un peso de encima.

—¿Tienes otro de esos por ahí? —preguntó de repente, limpiándose sus propias lágrimas mientras señalaba al cigarro con los ojos.

Raquel levantó las cejas, preguntándole con la mirada si iba en serio. Este hizo un gesto de afirmación con la cabeza.

—No vas a ser tú la única en colocarse aquí. Trae.

Raquel rio levemente, sacando del bolsillo de su pantalón el otro porro que había liado. Se lo entregó junto a un mechero y observó asombrada cómo Sergio lo encendía y le daba una calada larga. 

—Despacio o te va a dar un pelotazo —advirtió entre risas.

Sergio se encogió de hombros, sacudiendo la cabeza—. Una noche es una noche —añadió, dándole varias caladas seguidas bajo la mirada perpleja de Raquel. 

Como Raquel había vaticinado, en cuestión de minutos, los efectos del porro convirtieron a Sergio en otra persona. Tumbado en los escalones como si de una tumbona se tratase, comenzó a hablar de todo y de nada, hasta que le dio por ponerse a contar chistes. Todos ellos malísimos según Raquel, quien solo podía observarlo con la boca abierta, riendo a carcajadas con cada chorrada que soltaba. Pero en el momento álgido del lamentable show, un ruido captó la atención de Raquel. Abrió los ojos como platos cuando, echando una mirada hacia el interior de la casa, vio a Paula cruzar el salón, caminando en dirección a ellos.

—¡Ay, la niña! —masculló Raquel—. Viene la niña. Corre, escóndelo.

Sergio se incorporó de repente, mirando a una mano y a otra sin saber a qué se refería. Raquel empujó sus manos hacia la arena, susurrándole que enterrase el porro. Aún seguían removiendo la arena cuando Paula se situó delante de ellos con los brazos en jarra y cara de pocos amigos.

—Habéis despertado al señor Morrison con vuestras risas —se quejó.

Ambos se miraron, serios, haciendo un esfuerzo monumental para no romper a reír.

—Vaya, lo siento, cariño —dijo Raquel—. No nos hemos dado cuenta.

—¿Es que no pensáis iros a dormir?

—No —respondió Sergio al instante, ganándose un manotazo de Raquel, quien no pudo contener la risa—. Es viernes —justificó este.

Paula frunció el ceño, entornando los ojos—. ¿Qué os pasa?

Sergio la señaló con el dedo y abrió la boca, sorprendido—. Eres igualita a tu madre con ese gesto. 

Raquel frunció el ceño—. Qué va, si es clavada a mi madre. 

—Qué dices, sois dos gotas de agua. Mírale la nariz —insistió Sergio, señalando a la pequeña.

Paula arrugó la nariz, incómoda con la mirada analítica que recibió de ambos a la vez.

—Estáis raros… —añadió, tapándose la cara con ambas manos.

Raquel logró escapar del bucle y devolver la atención a su hija—. ¿Qué querías, cariño?

Esta suspiró, dejando caer sus manos—. Que os vayáis a dormir, que estáis haciendo mucho ruido y además los chistes de Sergio no tienen gracia —sentenció antes de subir los escalones y regresar al interior de la casa sin darles tiempo a reaccionar. 

Sergio abrió la boca, ofendido, mientras Raquel rompía a reír a carcajadas.

—¿Has visto como sois iguales? Tampoco le gustan mis chistes.

Raquel sacudió la cabeza, mordiéndose los labios—. Qué tonto eres. Anda, vamos a dar un paseo a ver si se te pasa el colocón —sugirió, agarrándole la muñeca para levantarlo del suelo.

Raquel observó anonadada como este le sonreía, envolviendo su cintura con ambos brazos.

—Raquel... 

Esta levantó las cejas, esperando la continuación de la frase. 

—Eres the best. 

Raquel rompió a reír, apoyando la cabeza en su pecho—. Tú si que eres the best. Anda, vamos... Tina Turner.

Incapaz de borrar la sonrisa de sus labios, tiró de él hacia la playa. Este siguió sus pasos con torpeza, pues no estaba acostumbrado a andar descalzo por la arena, y volvió a retomar sus chistes malos. Raquel volvió a reír con cada uno de ellos, y pensó que, a pesar de lo terriblemente mal que había empezado el día, era la persona más afortunada del mundo, porque lo tenía a él.

 

Chapter 14: Negociación

Notes:

Vengo con un nuevo cristalito para el Caleidoscopio porque tengo mi otro fin abandonadisimo y me siento culpable. Espero que os guste aunque no tenga mucha "chicha".

Chapter Text

14. NEGOCIACIÓN

 

––¡Sergio!

Este levantó la cabeza con parsimonia. Fijó la mirada en la puerta del despacho, esperando a que Raquel entrase en cualquier momento. No se inmutó cuando esta abrió la puerta de forma un tanto violenta; llevaba dos días esperando aquella reacción, incluso le sorprendió que hubiese tardado tanto en darse cuenta.

––¿Dónde está? ––inquirió Raquel, clavándole una mirada poco amigable. 

Sergio hizo un gesto de duda con los labios, fingiendo no saber sobre qué estaba preguntando, pero cuando fue a abrir la boca con la intención de responder, Raquel se adelantó.

––No te hagas el sueco y dime ahora mismo dónde lo has escondido ––añadió soltando el pomo de la puerta para acercarse al escritorio––. No tengo el horno para bollos.

Sin perder un ápice de calma, Sergio elevó los antebrazos, mostrándole las palmas de sus manos en señal de inocencia.

––Esta vez no he sido yo. Te lo prometo. 

Raquel frunció el ceño, apoyando una mano en el escritorio y la otra en su cadera mientras le miraba fijamente a los ojos.

––¿Ah, no? ¿Y quién ha sido? ¿El director general de la Asociación de Enemigos del Tabaco? ––replicó con sarcasmo, elevando las cejas. 

Sergio empujó sus gafas con los dedos, riendo brevemente para sí. 

––Pues… no sé si existe dicha asociación, pero habría sido realmente cómico ––bromeó ladeando la cabeza. 

Su tono jocoso hizo que el ceño de Raquel se acentuase aún más, lo cual terminó por incomodarle. Carraspeando, volvió a ajustarse las gafas y colocó las manos sobre el teclado de su portátil. 

––Ha sido Paula ––añadió a la vez que devolvía su atención a la pantalla.

––¿Paula? ––repitió Raquel incrédula. 

––Sí. Le pareció divertido y… Bueno, yo no soy quién para prohibirle nada a tu hija.

Raquel se mordió la comisura de los labios, agachando la mirada mientras asimilaba aquellas palabras. 

Su mente la llevó a España y recordó cómo antes evitaba a toda costa fumar en presencia de su hija para no inculcarle aquel mal hábito. Pero en su nuevo país de residencia, sin un lugar de trabajo al que acudir y con los nervios a flor de piel, era prácticamente imposible. Paula la había pillado fumando y había empezado a hacer preguntas al respecto, y por supuesto, Sergio no se había cortado un pelo a la hora de dar detalles sobre lo efectos nocivos del tabaco. 

A veces se arrepentía de haber sucumbido ante aquel vicio, sobre todo por la razón tan absurda que le había empujado a probarlo. Querer encajar en aquel mundo de hombres que dominaba su antiguo trabajo la había llevado a hacer innumerables estupideces como aquella. Pero en esos momento, con la mente cargada de preocupaciones y la ansiedad acechando, necesitaba más que nunca darle una calada a un cigarro. 

––Y, ¿sabes dónde puede haberlo escondido? ––preguntó tras unos segundos.

––Es posible ––respondió él sin levantar la mirada del ordenador, pero pudo percibir el suspiro de alivio que liberó al escuchar su respuesta.

––¿Y? ¿Me lo vas a decir?

Sergio dejó de teclear y levantó la cabeza.

––No puedo. Me hizo prometerle que no te lo diría.

––¡Sergio! ––gruñó Raquel con exasperación a la vez que apretaba los puños––. ¿En serio me vas a hacer conducir una hora para ir a comprar más tabaco?

Manteniendo la calma, Sergio bajó la pantalla de su portátil y apoyó los antebrazos en el escritorio. 

––Preferiría que no lo hicieras, pero no voy a romper una promesa por un chantaje.

Atónita, Raquel se quedó mirándole varios segundos, hasta que sus ojos se desviaron hacia el portalápices situado en una esquina del escritorio.

––Está bien ––masculló––. Esta bien… ––Volvió a repetir en un murmuro a la vez que cogía un lápiz del portalápices y se sentaba frente a él. 

Notó que Sergio la observó con curiosidad mientras procedía a recogerse el pelo en un moño descuidado que atravesó con el lápiz para fijarlo en el sitio. Después colocó ambas manos extendidas sobre la mesa y respiró hondo, buscando concentración. Sin embargo, cuando volvió a abrir los ojos segundos después, la sonrisa que encontró en los labios de Sergio la descolocó. 

––¿De qué te ries?

––No te había visto hacerte ese moño desde aquella vez que me pusiste el detector de mentiras.

Su voz desprendía una ternura poco habitual en él, lo cual la dejó ensimismada unos instantes.

––Te queda bien ––añadió en un murmuro.

Raquel apretó los ojos, negándose a ser arrastrada por aquel recuerdo, y sacudió la cabeza levemente.

––No me distraigas.

Volvió a centrarse en su respiración, y tras un nuevo suspiro, le miró con firmeza.

––Voy a ir directa al grano: ¿Qué quieres a cambio?

Esperó a que este le contestase, pero Sergio permaneció callado, observándola con una casi imperceptible sonrisa y una mirada que aludía a la nostalgia. Arqueó una ceja, instándole a hablar. 

––¿Quieres que haga la cama todos los días nada más levantarme? ¿Que saque la basura más a menudo? ¿Qué deje de colgar la toalla mojada junto a las demás después de ducharme? Dime ––demandó––. Estoy dispuesta a cualquier cosa.

Sosteniéndole la mirada, Sergio se inclinó hacia delante.

––Quiero que te tomes las cosas con calma y me dejes ayudarte.

Raquel volvió a fruncir el ceño, esta vez por confusión.

––No puedo ni pretendo prohibirte que fumes, pero últimamente se te está yendo de las manos. Te has acabado más de medio cartón en una semana, Raquel… Vas a hacer polvo tus pulmones por querer lidiar con los problemas tú sola.

Esta agachó la mirada un instante, consciente de todo aquello. Pero no podía evitarlo, desde el día en que su madre se había desorientado en el mercado callejero, todo había ido cuesta abajo. Además de los continuos lapsus, Marivi llevaba varias semanas escapándose de casa a horas aleatorias del día para meterse en el mar, ropa incluida. Por lo que llevaba mucho tiempo sin poder pegar ojo; temía que si se despistaba un solo segundo, la encontraría flotando boca abajo a orillas del mar. Sergio había insistido en colaborar, pero ella se veía incapaz de relegar aquella responsabilidad en otra persona. Para colmo, Paula estaba más rebelde que nunca y se enfadaba con ella cada vez que la pillaba encendiendo un cigarro. 

––Si te digo la verdad… prefiero asfixiarme con el humo del tabaco a que vuelvan los ataques de ansiedad ––confesó a través de una sonrisa cansada.

Aquel gesto a Sergio le recordó a su primera cita, cuando esta le confesó los malos tratos que había sufrido. Preocupado, extendió las manos hasta agarrar una de las suyas.

––Yo prefiero que no tengas que elegir ninguna de las dos.

Raquel tragó saliva, luchando por mantener a raya sus emociones; no quería llorar, no era el momento más oportuno para abrir esas compuertas, por lo que el esfuerzo la hizo titubear unos segundos, sin saber qué decir.

––Y… ¿qué propones? ––Encogió los hombros––. Porque yo no sé cómo hacerlo.

Sergio la miró fijamente a los ojos.

––Que te tomes unos días de descanso.

Raquel puso los ojos en blanco; no era la primera vez que le hacía esa sugerencia, pero le parecía algo tan descabellado que siempre terminaba haciendo oídos sordos. 

––Salir de casa unos días te va a hacer bien, Raquel. Sé que te sientes responsable de tu madre y tu hija, pero no tienes por qué cargar con todo el peso tú sola todos los días de tu vida. Necesitas descansar, pasar un tiempo contigo misma, y aquí no lo estás consiguiendo. Déjame ayudarte ––insistió apretándole la mano.

Raquel frunció los labios, sosteniéndole la mirada.

––¿De verdad me estás pidiendo que te deje solo con mi madre y mi hija?

Este asintió––. Bueno. ––Se colocó las gafas con el pulgar––. Solo solo no estaría. Por supuesto le pediré a Darna que pernocte el tiempo que sea necesario.

Raquel se mordió el labio con inseguridad. 

––Además, ya estuve solo con ellas una vez, cuando fuiste al ginecólogo, y todos salimos vivos de la experiencia ––bromeó a través de media sonrisa––. Pero para que te quedes más tranquila aún, he encontrado algo que nos puede servir con tu madre ––puntualizó a la vez que volvía a abrir el portátil. 

Lo giró hacia un lado para que ella también pudiese ver la pantalla. Raquel frunció el ceño.

––¿Un dispositivo de geolocalización?

Sergio asintió.

––Pero esta pulsera es mucho más discreta que los dispositivos que usa la policía. Tu madre no se dará cuenta de que la estamos controlando y nosotros no tendremos que estar alerta todo el tiempo. Y por supuesto, nos permitirá llegar antes de que se meta en el agua o se escape del perímetro que establezcamos.

Raquel leyó la descripción del artículo con atención.

––Lo acabo de pedir, llegará en dos días. Así que te puedes marchar con toda tranquilidad, tu madre va a estar bien.

Raquel suspiró, pasando ambas manos por su cabello hasta asentarlas en su nuca. 

––No sé, Sergio… Es-

––Piénsatelo ––insistió––. Aquí no eres capaz de desconectar, es la única solución que encuentro.

Esta dejó caer sus manos.

––Pero, ¿dónde cojones voy a ir yo sola?

Sergio encogió los hombros, desviando la mirada un momento.

––Donde más te apetezca. Puedes ir a un retiro espiritual…, a un resort de 5 estrellas…, a una granja a cuidar vacas…

Raquel rio con cansancio ante aquella ocurrencia. Sergio inclinó la cabeza, esperando con paciencia su respuesta. La vio morderse el labio, pensativa. 

––Si acepto… ¿me dirás dónde está el tabaco?

Sergio se echó a reír y, frunciendo los labios, negó con la cabeza. 

––Me temo que no puedo. Pero te puedo dar las coordenadas… ––bromeó. 

Raquel volvió a reír, lo cual prolongó unos instantes más la sonrisa en los labios de Sergio. Permanecieron callados un rato, mirándose, hasta que Sergio apartó la silla y le hizo un gesto con la mano para que se acercase. Sin dudarlo un segundo, Raquel se puso en pie y rodeó el escritorio hasta sentarse de lado sobre su regazo. De manera instintiva enterró una mano en su cabello a la vez que rodeaba su cuello con la otra, descansando la cabeza en su hombro. A su vez, Sergio envolvió su cuerpo con los brazos, sujetándola en el sitio mientras dejaba un par de besos en su frente. 

––¿Estás seguro? ––preguntó Raquel mientras acariciaba su nuca con el pulgar.

––Total y absolutamente seguro.

Raquel enterró la cara en su cuello, emitiendo un quejido de irritación mezclado con aceptación que le hizo reír. 

––Imagino que eso es un… ¿acepto? ––preguntó, girando la cabeza para mirarla a los ojos. 

Raquel se mordió el labio, asintiendo con reticencia. Sonriendo, Sergio inclinó la cabeza para depositar un pequeño beso en sus labios. 

––Pero más vale que me mantengas informada de todo lo que pase aquí ––le advirtió esta al apartarse.

––Eso ya lo veremos.

Raquel abrió la boca, dándole una palmada en el hombro, pero la conversación no pudo ir a más, pues Sergio colocó una mano en su nuca, atrayéndola hacia su boca para besarla.

 

Una semana después

––¿Qué haces? ––le preguntó Paula, quien había aparecido de la nada para sentarse a su lado en el sofá. 

Sergio levantó la mirada un segundo.

––Escribir un email ––respondió sin dejar de teclear.

––¿Y de qué va? ––volvió a preguntar la pequeña mientras arrastraba las rodillas por el sofá para acercarse a él.

 Sergio bloqueó el móvil antes de que pudiese echar un vistazo.

––Nada interesante ––respondió guardándolo en su bolsillo del pantalón––. ¿Querías algo?

Paula dejó caer su peso sobre sus propios talones, suspirando.

––¿Cuándo va a volver mamá? 

Sergio se ajustó las gafas.

––Pues eh… en un par de días.

Paula agachó la mirada, entristecida. 

––¿Por qué? ¿La echas de menos?

Paula asintió.

––¿Tú no?

¿Que si la echaba de menos? Llevaba toda la tarde redactando un email diciéndole lo mucho que la quería y la echaba de menos. De hecho, estaba a dos líneas más de rogarle que volviese a casa inmediatamente, que no aguantaba ni un día más sin ella y que la idea que había tenido había sido una absoluta estupidez. 

Y es que los dos primeros días habían sido llevaderos, estaba contento porque a ella le estaba sentando muy bien aquel retiro, se lo había contado en los email que intercambiaban a diario. Pero el tercero y el cuarto se le estaban haciendo muy cuesta arriba, sobre todo porque la situación con Marivi se había estabilizado gracias a la pulsera de geolocalización, y Paula pasaba la mayor parte del tiempo en su cuarto con el señor Morrison. Tenía más tiempo libre del que había anticipado y aquello le llevaba a pensar, y pensar inevitablemente le llevaba a echarla de menos. 

––Mucho ––respondió cuando notó que la pequeña fruncía el ceño al no recibir respuesta.

––¿Podemos llamarla? ––preguntó la pequeña, esperanzada.

Sergio contuvo la respiración. Tenía muchas ganas de hablar con ella, pero él mismo había puesto unas condiciones y romperlas iba contra sus propios principios. 

––Es que… Ya sabes que está de viaje y es difícil dar con ella… pero podemos escribirle un mensaje.

El rostro de la pequeña se iluminó.

––Vale.

––¿Qué te parece si me escribes en un papel lo que le quieres decir y luego le mando una foto?

––¡Guay! ––exclamó antes de bajarse del sofá de un salto––. ¡Hola, abuela! ––saludó la pequeña a Mariví que justo en esos momentos salía de su cuarto acompañada de Darna.

––Mi amor, vamos a preparar la cena, ¿nos ayudas? ––preguntó Mariví sonriente. 

La pequeña dirigió la mirada hacia Sergio.

––Es que iba a escribir una cosa para mamá.

Sergio le sonrió.

––No te preocupes, lo hacemos después de cenar.

Esta le devolvió la sonrisa.

––Vale.

 

(…)

 

Raquel dejó la tarjeta de la habitación sobre la mesa y inmediatamente sacó el teléfono móvil del cajón donde lo había guardado.

Habían pasado exactamente cuatro días desde que había salido de su casa con una mochila llena de ropa y una reserva a nombre de Lucía González en el Hennan Resort Alona Beach de Plangao. Y como cada día, a las 7 de la tarde, encendió el móvil para leer el email diario que Sergio le había prometido.

Era lo único que había conseguido de él, y aunque el primer día le había sabido a poco, sobre todo porque se había pasado el día llorando, liberando toda la angustia que había acumulado en las últimas semanas, y no esperaba recibir algo tan escueto, ahora los esperaba con especial ilusión. En cierto modo agradecía que Sergio hubiese mantenido las distancias. Necesitaba sentir esa soledad para reencontrarse con sí misma, con sus gustos y sus necesidades para retomar la cordura y no perderse por el camino de la preocupación. Ahora estaba mucho más tranquila, podía pensar sin la sensación de que su mente era un laberinto sin salida. Y aunque odiaba darle la razón, Sergio había estado en lo cierto; necesitaba distanciarse para poder volver a respirar. 

Frunció el ceño cuando, tras un par de minutos, el esperado email no llegó. Deslizó el menú de configuración para comprobar que estaba conectada a la red, y no pudo evitar ponerse nerviosa al ver que funcionaba correctamente. 

Móvil en mano, se levantó de la cama y comenzó a caminar de un lado al otro de la habitación, mordiéndose la uña del dedo pulgar sin apartar la mirada de la pantalla. Algo iba mal; Sergio nunca se retrasaba sin una razón de peso. Las preocupaciones que había logrado extinguir los últimos días comenzaron a resurgir con fuerza, haciendo que cada minuto que pasaba, una nueva tragedia atravesase su mente, cerrándole el estómago.

Dio un respingo cuando el móvil empezó a sonar de pronto. Se llevó una mano al pecho, sintiendo que el corazón se le iba a salir del mismo; Sergio le había dicho que solo llamaría en casos de emergencia, y él nunca faltaba a su palabra. 

Con manos temblorosas, apretó el botón verde en la pantalla. 

––¿Qué ha pasado? ––preguntó alarmada nada más descolgar.

––Tranquila, todo está bien, no te pongas nerviosa ––se apresuró a decir casi a la misma vez que ella.

Raquel paró en seco. Cerró los ojos a la vez que liberaba toda la tensión en un suspiro.

––¿Seguro?

––Seguro. Paula y tu madre están ayudando a Darna con la cena en estos momentos.

Dejó caer su peso sobre la tumbona de la terraza, aliviada.  

––Joder, vaya susto me has dado.

––Lo siento, no era mi intención. Debería haber avisado antes…

Raquel frunció el ceño, extrañada.

––¿Por qué me llamas entonces?

Este permaneció callado.

––¿Sergio?

Lo escuchó carraspear a la vez que se removía en el sitio, dejando en evidencia su propio nerviosismo. Raquel arqueó una ceja, intrigada.

––Algo ha pasado… ––añadió con tono de sospecha. 

––Que no, de verdad.

––¿Entonces por qué estás nervioso?

––No estoy nervioso. 

Raquel rodó los ojos.

––Cariño, puedes ser el mejor ladrón del mundo, pero como mentiroso te tengo calado. Dime qué ha pasado.

––Que no ha pasado nada, de verdad ––insistió. Volvió a carraspear al darse cuenta de que había subido el volumen de su voz––. Te he llamado porque… Bueno, porque te echaba de menos y… quería escuchar tu voz.

Un cosquilleo inesperado ascendió por el estómago de Raquel, dibujándole una sonrisa genuina en los labios.

––Bueno, y Paula. Paula también quería hablar contigo ––justificó. 

––¿Me has llamado porque me echabas de menos? ––repitió sin poder dejar de sonreír.

––No te burles.

Raquel rio, enternecida.

––No me estoy burlando. 

––Te estás riendo.

––Bueno, es que es todo un halago que hayas roto tus propias reglas porque me echabas de menos. 

––La eterna fisura de todos mis planes ––comentó él, fingiendo desazón.

Raquel rio de nuevo y se mordió el labio inferior, sintiendo aquel familiar cosquilleo con más intensidad.

––Me alegro de que lo hayas hecho, yo también te echaba de menos  ––confesó––. Y a Paula también, por supuesto ––añadió, imitándolo.

––¿Cómo estás? ––preguntó Sergio, más relajado tras su confesión.

Raquel sonrió. Subió las piernas a la tumbona para terminar de tumbarse en esta. Apoyando la espalda en el respaldo, cruzó las piernas a la vez que se cambiaba el móvil de oreja.

––Bien. Muy bien. Acabo de volver de mi tercer masaje de la semana y ha sido increíble. Creo que me ha quitado contracturas que tenía desde el 2011.

Lo escuchó reír al otro lado.

––Me alegro.

––¿Y tú? Cuéntame cómo ha ido el día, estaba esperando tu email.

––Pues la verdad que muy tranquilo… Por la mañana ambas han estado en sus respectivas clases, por lo que he podido trabajar sin ningún tipo de distracción. Y por la tarde Paula se ha metido a jugar con Morrison en su habitación y a tu madre le ha dado por ordenar su armario, así que no hay mucho más que contar, no he hecho nada especial.

––Aparte de echarme de menos ––añadió ella.

––Aparte de echarte de menos ––confirmó él.

––Oye y… ¿qué echas de menos exactamente? ––indagó ella con tono insinuante, mordiéndose el pulgar.

Percibió su sonrisa tímida en los segundos que tardó en contestar.

––Pues… no sé, todo. Es raro estar en casa sin ti.

––Venga, seguro que puedes ser más específico… 

Este titubeó, sin saber muy bien por dónde quería llevar la conversación.

––No sé qué deci-

––Yo echo de menos tus manos, por ejemplo ––le interrumpió ella.

Notó una pequeña aspiración al otro lado del teléfono, y supo que había logrado desestabilizarlo. 

––Me encantaría que estuvieses aquí y que te tumbases a mi lado en la tumbona… y que me besases despacio mientras acaricias mis-

––Raquel ––la interrumpió, avergonzado. 

Esta rió.

––¿Qué pasa? Antes no te cortabas un pelo cuando hablabas conmigo con toda la carpa escuchando, ¿ahora te da pudor?

––Eh-es distinto… Ah-aquello era parte de un plan. Estaba guionizado y ensayado multiples veces.

Raquel frunció los labios.

––Pues qué lastima… Tenía ganas de contarte qué llevo puesto y que me preguntases sobre mi postura sexual favorita. 

Sin verlo, supo que se estaba recolocando las gafas, inquieto. 

––¿Quieres saberlo? ––le provocó. 

––Pues eh…

Lo escuchó removerse en la silla. Se lo imaginó dirigiendo la mirada a la puerta, nervioso por si alguien entraba en esos momentos. Volvió a sonreír. 

––Lo segundo lo tengo bastante claro… pero si quieres contarme lo primero, adelante.

Raquel chasqueó la lengua.

––No sé… En realidad, si no me lo pides tú, no tiene gracia.

Lo escuchó resoplar.

––Está bien… 

Se aclaró la garganta, regalándose unos segundos antes de hacer su ya característica pregunta.

––Inspectora, ¿Qué lleva puesto?

Raquel se mordió el labio, sintiendo que un cosquilleo de placer le recorría la espalda. Aquel tono de voz grave que a veces usaba, y el hecho de que la llamase inspectora, era su más absoluta debilidad. 

––Pues verá… llevo un… simple albornoz blanco de algodón con el logo del hotel ––respondió, echándose un vistazo a pesar de ser innecesario. 

––¿Ya está? ––preguntó tras una pausa.

Raquel asintió, emitiendo un sonido de afirmación.

––¿Y debajo?

––Debajo solo un tanga negro. Ya te he dicho que acabo de volver de un masaje… 

Lo escuchó respirar pesadamente, y no pudo evitar sonreír. 

 ––Está muy callado… Profesor. ¿No va a hacerme más preguntas? ––inquirió a la vez que deshacía el nudo de su albornoz. Este se deslizó hacia los lados sin esfuerzo, dejando al descubierto su cuerpo semidesnudo al sol del atardecer––. ¿O es que está ocupado imaginándome sin albornoz?

Se mordió el labio, esperando con anticipación su respuesta. Frunció el ceño cuando el silencio se prolongó más de lo normal y apartó el móvil de su oreja para mirar la pantalla. La llamada seguía activa, por lo que volvió a pegar el aparato a su oreja.

––¿Profesor?

Sergio se aclaró la garganta, como si acabase de salir de un trance.

––Estoy aquí.

Raquel rio para sí.

––¿Y bien? ¿No me va a contestar?

––Sí. 

––¿Sí qué?

––Sí estaba… pues eso.

Raquel rodó los ojos.

––Sergio, no va a pasar nada por que digas un par de guarradas por teléfono. De verdad.

––¡Sí estaba imaginándote desnuda! ––pronunció alto y claro––. Desnuda del todo, sin tanga ni nada. 

Raquel apretó los labios, intentando no reírse. 

––¿Eso es una indirecta para que me lo quite?

Su pregunta le hizo titubear. 

––…Porque no me importaría recibir unas cuantas órdenes de usted, profesor.

Lo escuchó removerse en su sitio, inquieto.

––No… no creo que sea el mejor momento para eso…

––¿Por qué?

––Porque tu hija va a aparecer en cualquier momento y no quiero que me pregunte por qué no me levanto de la silla para ir a cenar.

Raquel soltó tal carcajada que su espalda se despegó del respaldo unos segundos.

––Qué tonto eres ––comentó, sacudiendo la cabeza.

––Qué le voy a hacer, soy débil.

––Está bien, hoy lo dejo pasar, pero esto tenemos que practicarlo, que te veo un poco oxidado en cuanto a seducción telefónica. 

––Pues no sé cuándo, como no sea tú en el cuarto y yo desde el despacho…

Raquel volvió a reír.

––Hablando de la reina de Roma… ––comentó Sergio, indicándole que su hija había entrado en el despacho.

––¿Quién es la reina de Roma? ––escuchó la voz de su hija a lo lejos. 

Raquel ladeó la cabeza, sintiendo unas repentinas ganas de verla y abrazarla.

––Tu madre ––respondió Sergio en broma.

Se imaginó a Paula frunciendo el ceño, ofendida.

––Mentira. Mi madre no es porque ella odia a los reyes y las reinas y todos los príncipes y esas cosas ––dijo de manera defensiva. 

––¿Policía y antimonárquica? ––susurró al teléfono––. Eres un sueño, inspectora.

Raquel sonrió.

––Anda, pásamela. 

––A sus órdenes.

Lo escuchó levantarse de la silla.

––Oye, Sergio.

––Dime.

Sonrió para sí.

––Gracias.

 

 

Dos días después

Giró la cabeza cuando Sergio se sentó a su lado en la arena y pasó un brazo por su espalda, apoyando la mejilla en su hombro mientras devolvía la mirada a la orilla, donde se encontraba Paula jugando a las palas con Mariví. Cerró los ojos y respiró la brisa del mar, sintiéndose en un estado de paz que había olvidado tiempo atrás. 

––Dime una cosa, ––inició Sergio.

Raquel levantó la cabeza para mirarle.

––¿cuántos cigarros te has fumado en estos días? ––preguntó levantando una ceja.

Raquel retorció los labios.

––No tantos como crees. 

Sergio frunció el ceño, agachando levemente la cabeza.

––Dos o tres máximo. No más ––añadió ella.

––¿Por hora o por día?

––Por día, claro.

Sergio la observó unos instantes, intentando descubrir si mentía, pero no encontró indicios. 

––Bien.

Sergio rio para sí.

––¿Quieres saber algo gracioso?

Raquel le sonrió.

––Por supuesto.

––Paula escondió el tabaco j-

––¿Justo debajo de mi culo? ––Raquel acabó su frase.

Sergio la miró perplejo.

––¿Cómo lo has sabido?

Raquel rio.

––Lo sé desde antes del viaje. Cuando mencionaste las coordenadas me acordé de que Paula tenía en su escritorio un dibujo de la playa y una equis un tanto sospechosa justo al lado de esta palmera. No fue complicado unir los puntos.

––Vaya. Recuérdame que le enseñe a deshacerse de las evidencias de robo.

Raquel levantó su dedo índice.

––Ni se te ocurra. Con un ladrón en la familia tenemos bastante.

Sergio sonrió, besando su sien con cariño.

––¿Piensas recuperarlo? ––preguntó, señalando a la arena con los ojos.

Raquel ladeó la cabeza, echando un vistazo al mar.

––No. Mejor que se quede ahí, para casos de emergencia.

Sergio asintió, complacido con su respuesta. 

––Sabia decisión.

Chapter 15: Miedo

Notes:

Mil gracias a quienes dejasteis un comentario en el anterior capítulo, prometo no ser perezosa y responder a todos esta semana.
He visto que esta recopilación de one-shots sin sentido ha superado las 10000 visitas, así que aquí viene otro más para celebrarlo. Enjoy! 💙

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15. MIEDO

 

—¡Mamá! —exclamó Paula con entusiasmo subiendo los escalones del porche a toda velocidad.

Raquel cerró la revista que estaba ojeando, dejando caer los pies sobre el suelo de madera para levantarse de la hamaca.

—¿Qué pasa?

La niña se paró frente a ella con las manos escondidas detrás de la espalda, sonriendo ampliamente. Raquel arqueó una ceja al ver la bolsa de plástico que no lograba esconder del todo con su pequeña figura.

—Adivina dónde hemos estado.

Raquel retorció los labios.

—Mmmh, no sé... ¿El mercado?

—¡Sí!

—¿Y qué habéis comprado? Te veo muy emocionada —comentó acariciando su rostro con cariño.

—Algo MUY guay. Pero lo tienes que adivinar.

Levantó la mirada al ver a Sergio aparecer en el porche con otra bolsa, esta bastante más grande que la que escondía Paula.

—¡Venga, mamá! —urgió la niña con impaciencia.

—Está bien, pero dame alguna pista.

Paula desvió la mirada unos instantes mientras pensaba.

—Es como un cuento pero no tiene páginas.

Raquel frunció el ceño, confusa. Miró a Sergio por si este le ofrecía alguna pista más, pero él se limitó a encoger los hombros.

—Pues no tengo ni idea... la verdad.

—Otra pista y ya. Es redondo y viene en una caja de plástico.

—¿Un Dvd?

—¡Sí! Bueno, no. —La pequeña se giró hacia la mesa del porche—. ¡Veinte DVDs! —exclamó sonriente a la vez que vaciaba el contenido de la bolsa sobre la mesa. Raquel miró perpleja cómo las cajas caían unas encima de otras sobre la superficie de madera.

—Pero cariño, si no tenemos reproductor de DVDs...

—No teníamos —matizó Sergio alzando la otra bolsa.

Raquel elevó las cejas cuando este se aproximó a ella.

—¿Tú qué? ¿De repente te ha dao por montar un videoclub en casa?

Sergio se ajustó las gafas, echando un breve vistazo al montón de películas. —Estaban en oferta... —justificó.

Raquel agachó la cabeza levemente, aguantándose la risa. —Como si el precio fuese un problema...

Paula agarró el antebrazo de su madre, reclamando su atención.

—¿Podemos hacer sesión de cine esta noche?

Raquel abrió la boca, desconcertada por el repentino entusiasmo de su hija. Titubeando, agarró la muñeca de Sergio para echar un vistazo a su reloj.

—Es un poco tarde ya, ¿no?... Aún no has hecho los deberes y mañana hay cole. —No es tarde, todavía es de día, y tengo pocos deberes hoy —respondió de inmediato, como si ya tuviese las preparadas las respuestas.

Raquel balanceó la cabeza, poco convencida.

—Aún así, creo que es mejor dejarlo para el viernes, mañana tienes que madrugar y ya sa-

—Nooooo —interrumpió—. ¡Hoy, por fa! Sergio dijo que podíamos...

Raquel miró al implicado, quien inmediatamente desvió la mirada.

—Hasta hemos comprado palomitas —añadió Paula—. Por fa, mamá...

Raquel se mordió el labio, sintiéndose débil ante la mirada esperanzada de su hija. Hacía mucho tiempo que no la veía tan ilusionada con un plan, por lo que, muy a su pesar, terminó cediendo. Su suspiro de rendición puso una sonrisa de oreja a oreja en el rostro de Paula.

—Corre a hacer los deberes, anda —dijo dándole una palmada en el trasero.

La niña se lanzó a la cintura de su madre, abrazándola con todas sus fuerzas antes de salir corriendo hacia su cuarto.

—¡Ve preparando las palomitas, Sergio! —gritó Paula ya desde el interior de la casa. Raquel no pudo evitar echarse a reír cuando este le devolvió una mirada de culpabilidad.

—Lo siento, no pensé que fuese a tomárselo tan en serio.

Raquel sacudió una mano, quitándole importancia al asunto, y se acercó a la mesa para echar un vistazo a los títulos que habían adquirido. Algunos de ellos le llamaron la atención.

—Fight Club, Siete años en el Tibet, Seven... Hay muchas de Brad Pitt, ¿no? — preguntó arqueando una ceja.

Sergio asintió, empujándose las gafas con el pulgar.

—Es que... lo has nombrado tantas veces que... tenía curiosidad.

—¿Curiosidad por conocer a mi amor platónico de la adolescencia? —preguntó con sonrisa pícara, girándose hacia él.

Este volvió a asentir, bajando la mirada brevemente cuando Raquel posó las manos sobre sus pectorales.

—Y por lo que he podido ver..., tenemos muchas cosas en común.

Raquel frunció el ceño, entre confusa y divertida.

—Ya sabes... mismos ojos azules, mismo tono de rubio...

Raquel se echó a reír, apoyando la frente en su torso. Tras unos segundos volvió a levantar la cabeza, llevando las manos alrededor de su cuello.

—Qué tonto eres —susurró a través de una sonrisa a la vez que se ponía de puntillas para besar sus labios.

Sergio sonrió a mitad de beso, llevando las manos a su cintura para sujetarla y no perder el contacto con sus labios, pero un carraspeo de garganta le impidió ahondar en su boca.

Ambos se apartaron con disimulo, dirigiendo la mirada hacia el interior de la casa, desde donde Mariví les sonrió.

—Paula me ha dicho que venga a ayudar con unas palomitas...

 

19:20

—Mejor elige otra.

—Pero yo quiero ver esta... —refunfuñó Paula.

—Paula, no vamos a ver una película de miedo —añadió Raquel de manera tajante —. La última vez que viste algo parecido con la tía Marta estuviste dos semanas con pesadillas.

—Pero tenía 5 años, ahora ya soy mayor...

Raquel sacudió la cabeza.

—No lo suficiente. Esta película es para mayores de 16 años.

Paula frunció el ceño, cruzándose de brazos.

—Pues no quiero ver otra.

—Estupendo. Problema solucionado.

Raquel empezó a recoger las carátulas, apilándolas unas sobre otras.

—¡Jo, mamá!

—Palomitas listas —anunció Sergio entrando en el salón junto a Marivi.

Se quedó parado al percibir enfado en los gestos de ambas. Miró a una y a otra, intentando descifrar la situación.

—¿Qué pasa?

—Mamá no me deja ver Scream.

—¿Por qué? —preguntó mientras dejaba el bowl de palomitas sobre la mesa. —Porque es de miedo y dice que no voy a dormir después.

Agarró la caja de la película cuando Raquel se la ofreció con la intención de que leyera la sinopsis.

—¿Tú me dejas? —preguntó Paula esperanzada.

Sergio titubeó, mirando brevemente a Raquel.

—No es algo que dependa de mí...

La niña dejó caer los hombros, decepcionada. Sergio se ajustó las gafas.

—Pero si tu madre me permite dar mi opinión...—inició buscando la mirada de esta tras haber leído la caratula.

Raquel hizo un leve gesto afirmativo con la cabeza.

—No parece que sea para tanto, y ella ya sabe distinguir entre ficción y realidad. Paula asintió una y otra vez, mirando a su madre.

—Yo no estoy tan segura.

—Bueno, la verdad es que nunca he visto una película de miedo, pero imagino que deben ser poco creíbles, ¿no?

—¿Nunca has visto una película de miedo? —preguntó Paula perpleja—. Mamá, tenemos que verla sí o sí.

Raquel exhaló, cansada de discutir.

—Está bien, está bien. Veremos Scream, pero no quiero escuchar ni una sola queja después —advirtió.

—¡Prometido! —respondió Paula, quitándole la película de las manos—. Vamos, sentaros todos —ordenó con impaciencia a la vez que se dirigía hacia el reproductor de Dvds.

Mientras Paula intentaba averiguar cómo insertar el Dvd en aquel aparato que no recordaba haber visto en toda su vida, Raquel tomó la mano que le ofrecía Sergio y le siguió hasta el sofá con desgana.

—¡Ya está! —exclamó Paula, regresando con ellos.

Sonriente y llena de una evidente ilusión, le entregó el mando a su madre y agarró uno de los bowls de palomitas antes de sentarse en el hueco que habían reservado para ella en el centro del sofá, entre su madre y su abuela.

La película comenzó a los pocos segundos, inundando la instancia de silencio y música de suspense, pero pronto, los gritos angustiados de la protagonista, quien intentaba huir de su asesino, se mezclaron con los resoplidos de Mariví.

—Pero ¡quítale las pilas al teléfono y echa a correr, niña! —exclamó Marivi con indignación, levantándose del sofá—. Hay que ver qué gente más idiota. Yo me voy a dormir, que a mí estas cosas me ponen muy nerviosa.

Raquel pausó la película.

—¿Te acompaño?

Su madre negó con la cabeza, inclinándose para besar la frente de su nieta.

—No te preocupes. Vosotros seguid con la película.

—Buenas noches, abuela —masculló Paula con la boca llena de palomitas. —Buenas noches —repitieron al unísono Sergio y Raquel.

Esta última siguió con lo mirada los pasos de su madre hasta que la vio cerrar la puerta de su dormitorio.

—Dale, mamá —urgió Paula.

—Voy.

Tras presionar el botón del play, dejó el mando sobre la mesa y subió las piernas al sofá, aprovechando la ausencia de su madre para acurrucarse más cerca de Sergio. Este le sonrió, ofreciéndole palomitas a la vez que pasaba su brazo libre por encima de sus hombros. Raquel agarró un puñado, susurrando un gracias antes de devolver su atención a la película.

Intentó seguir el hilo de la trama, pero su mente fue incapaz de mantener el interés más de 2 minutos seguidos; recordaba haberla visto años atrás, e incluso gustarle, pero el paso del tiempo había hecho que la película pareciese más una parodia que una película de terror.

Bajó la mirada cuando notó que Paula se tumbaba de lado en el sofá después de haberse terminado el bowl de palomitas. Apoyó la cabeza sobre su regazo, descansando una de sus manos sobre su rodilla. Raquel no pudo contener las ganas de deslizar los dedos a lo largo de la melena rubia de su hija, mientras observaba cada una de sus reacciones. Sin embargo, un fuerte estruendo recobró su atención en la película. De manera casi instintiva, le cubrió los ojos con la mano cuando apareció la primera secuencia sangrienta, pero Paula gruñó, agarrándole los dedos para apartar la mano.

—Mamá, que ya sé que es ketchup, no me da miedo —aseguró esta, molesta. —Perdón, ha sido un reflejo.

Raquel se mordió el labio, preguntándose si quizás la estaba protegiendo más de la cuenta.

—¿Tú crees que esa máscara hubiese quedado bien en el atraco? —murmuró Sergio en su oído, llevándose su atención.

Raquel sonrió de lado, levantando la cabeza para mirarle.

—Pues... no parece muy cómoda. Además, el público os habría relacionado con los yanquis y no habríais caído tan bien.

—¡Shhhhh!

—Perdón —respondieron ambos a la vez, compartiendo una risa silenciosa cuando esta dejó de mirarles.

Continuaron comentando la película en susurros casi imperceptibles para no molestar a Paula, quien parecía la única realmente interesada en la trama.

—¡Puaj!

Ambos devolvieron la atención a la pantalla cuando vieron que Paula se tapaba los ojos. Para su sorpresa, en la pantalla solo había una pareja dándose un beso en la boca. Raquel apretó los labios, divertida.

—¿No te inmutas con la sangre pero te da asco un beso? ¿Tú de qué estás hecha? ¿eh? —chinchó a su hija, intentando hacerle cosquillas en el costado con los dedos.

—¡Es que da asco! —exclamó, rompiendo a reír cuando su madre doy con su punto débil.

—Cómo te va a dar asco un beso.

—¡Porque dan asco, hay babas! —exclamó entre risas, retorciéndose por las cosquillas—. ¡Para, mamá! Que no me estoy enterando.

Raquel dejó de hacerle cosquillas y giró la cabeza al notar que Sergio la miraba. Sonrió cuando se dio cuenta de que sus ojos viajaban a su boca varias veces.

—¿Qué? —preguntó pícara.

—Me han dado envidia —murmuró, señalando a la pantalla con un gesto de la cabeza.

—¿Sí? —murmuró Raquel, estirando el cuello hacia sus labios.

Sergio no dudó en deshacer el resto del camino, agachándose hacia ella para unir sus labios, un gesto que no pasó desapercibido para Paula.

—¡Paraaaaaaaaaaaaaaaad! —exclamó la pequeña, llevándose las manos a la cara de nuevo.

A ciegas, se bajó del sofá, quedando sentada en el suelo de espaldas a ellos mientras los implicados sonreían contra los labios del otro. Tras unos segundos, Raquel se apartó.

—Algún día te gustarán más los besos que las películas de miedo —comentó, despeinando los mechones de la pequeña.

Paula hizo una mueca de asco, negando con la cabeza a la vez que se peinaba con ambas manos.

—No porque yo nunca le voy a dar un beso en la boca a NADIE.

Raquel miró a Sergio cuando este le dio con el codo.

—Deberías grabar esas palabras, pueden ser muy útiles en el futuro.

Raquel rio, apoyando el rostro en su hombro.

 

22:45

Raquel regresó a su dormitorio después de cerciorarse de que su madre e hija dormían plácidamente en sus respectivos cuartos. Frenó en seco cuando una mano se posó pesadamente sobre su hombro al cerrar la puerta. Al girarse encontró a Sergio junto a esta.

—¿Qué haces ahí?

—Nada... —masculló este, pero su expresión denotaba lo contrario.

Raquel apretó los labios, forzándose a aguantar la risa; supuso que aquel era su intento -fallido- de venganza por haberle asustado -sin querer- al tocarle la nuca en el momento álgido de la película. Aquella inocente caricia había hecho que soltase un grito tan agudo que incluso Mariví salió de su cuarto para ver qué pasaba y Paula tuvo que parar la película al verse incapaz de dejar de reír. En consecuencia, Sergio se había puesto colorado como un tomate de la vergüenza.

—¿Pretendías asustarme escondiéndote detrás de la puerta? —preguntó con un halo de ternura en su voz.

Sergio parpadeó.

—No...

Ladeando la cabeza, Raquel le dio unas palmadas en el pecho a la vez que elevaba las cejas.

—Cariño, que soy policía... Tendrás que currártelo mucho más si quieres asustarme.

—Eras —matizó Sergio dándole un toque en la nariz con el índice—. Además, alguna vez te he asustado ya, no presumas de entereza —añadió al mismo tiempo que daba un paso al frente.

Raquel frunció el ceño, retrocediendo al ritmo de sus pasos.

—¿Cuándo?

Sergio rodeó su cintura con los brazos cuando las piernas de esta chocaron con el borde de la cama.

—No.... me acuerdo ahora mismo.

Raquel rio.

—Porque no ha pasado —afirmó ella, deslizando ambas manos por sus hombros hasta llegar a su cuello.

—Sí ha pasado —susurró él a centímetros de su boca antes de inclinarse hacia delante para presionar sus labios con los suyos.

Raquel negó con la cabeza, clavándole los dedos en la nuca a la vez que se dejaba succionar el labio inferior.

Manteniéndolo pegado a su boca, Raquel se tumbó despacio en la cama, trayéndolo consigo. Siguiendo la inercia de sus movimientos, Sergio apoyó las rodillas en el colchón, colocando una entre las piernas de ella. Se sonrieron durante una breve pausa y, deslizando una mano por su espalda, Raquel lo instó a tumbarse sobre ella. Esta exhaló en su boca al notar la presión de su muslo entre sus piernas cuando este dejó caer su peso por completo.

—Y ¿hay algo que te dé miedo de verdad? —preguntó él con curiosidad mientras besaba la comisura de su boca.

Raquel se relamió los labios, respirando hondo.

—Por supuesto, no soy de piedra. Me dan miedo las enfermedades... la soledad, el-

—¿Y algo que no le dé miedo a toda la humanidad? —interrumpió este riendo.

Raquel se quedó pensando, mirándole a los ojos.

—Me aterran los perezosos —confesó de repente.

Sergio levantó las cejas.

—El animal —aclaró—. No puedo verlos, me da la impresión de que están fingiendo esa lentitud y en cualquier momento van a echar a correr.

Por un momento Sergio pensó que le estaba vacilando, pero cuando ella no se echó a reír entendió que era verdad. Entonces soltó una risotada, ganándose una palmada en el hombro.

—Era lo último que me esperaba.

—Más te vale no usarlo en mi contra —le advirtió, clavándole el dedo en el centro de la clavícula.

Sergio sonrió.

—Claro que no —murmuró, buscando sus labios de nuevo.

Raquel hizo vibrar sus cuerdas vocales al recibir un nuevo beso de su parte.

—¿Y tú? —preguntó con retintín, empujando su pecho levemente para detener el beso—. ¿Le tienes miedo a algo?

Este asintió, pero unos suaves golpes en la puerta le impidieron dar una respuesta. Ambos giraron la cabeza hacia la puerta.

—Lo sabía...—Raquel apretó los ojos, mascullando una palabrota.

—A lo mejor solo tiene hambre... no ha cenado nada después de las palomitas —intentó justificar Sergio.

Raquel hizo una mueca de duda.

—¿Quién es? —preguntó Raquel elevando el tono de voz para que se le escuchase desde el otro lado de la puerta.

—¿Puedo pasar? —pidió permiso Paula con timidez.

Ambos intercambiaron miradas. Raquel rodó los ojos cuando Sergio le pidió tranquilidad con un gesto de la mano.

—Claro —respondió él a la vez que rodaba hacia su lado de la cama.

Paula abrió la puerta despacio, como con miedo a recibir una represalia.

—¿Necesitas algo, cariño? —preguntó Raquel, sentándose en la cama.

Paula dirigió la mirada al suelo.

—¿Puedo dormir aquí? —preguntó tras unos segundos.

Raquel exhaló pesadamente, a punto de soltar el sermón que tenía preparado desde antes de que empezase la película, pero se contuvo al ver que a su hija se le llenaban los ojos de lágrimas.

—Ven aquí —murmuró, extendiendo los brazos en el aire.

Paula corrió hacia el lado de la cama de su madre, abrazándose a su cuello tan pronto como la alcanzó.

—¿Qué ha pasado?

Paula sollozó.

—No puedo dormir… Cada vez que cierro los ojos aparece el señor de la máscara... —contó entre lágrimas. Se apartó un poco para poder mirarle a la cara—. Te prometo que no me ha dado miedo la película, pero mi cabeza piensa que va a aparecer el de la mascara y me asusto.

Raquel frotó su espalda.

—Tranquila... no pasa nada.

—Por fi, déjame dormir aquí…

Raquel suspiró, haciéndose a un lado para que su hija pudiese ocupar el centro de la cama.

—Anda, sube.

Paula obedeció de inmediato, buscando refugio bajo la sabana.

—Pero esto es una excepción, mañana duermes en tu cama.

Paula asintió, limpiándose las lágrimas.

—Gracias, mami.

—Será mejor que me vaya a dormir al sofá —comentó Sergio.

—¡No! —exclamó Paula, agarrando su antebrazo.

Este se quedó parado, mirando a Raquel. Normalmente, cuando Paula tenía una mala noche, Raquel se iba a dormir con ella o él se iba al salón, ya que la pequeña quería la atención absoluta de su madre, pero esta vez parecía interesada en que estuvieran los dos.

—No te vayas.

—Pero es que… vamos a estar muy apretados.

—Da igual. Quiero que durmamos los 3 aquí —comentó tumbándose boca arriba entremedias de los dos.

Raquel encogió los hombros, a punto de reír por la cara de sorpresa de este.

—Está bien… —musitó él, volviéndose a tumbar en la cama lo más cerca posible del borde.

—Pero no os deis besos —advirtió Paula, haciéndolos reír.

 

04:50

—Raquel —susurró Sergio por tercera vez, consiguiendo por fin atravesar la barrera del sueño.

Raquel gimió en respuesta, desperezándose.

—¿Qué quieres? —masculló con voz ronca sin llegar a abrir los ojos.

—Necesito ayuda.

—¿Ayuda con qué?

—Enciende la luz.

Gruñiendo, Raquel estiró el brazo y a tientas buscó el interruptor de la lampara de noche. Apretó los ojos casi al mismo tiempo, molesta por el repentino contraste de luz.

Al abrirlos poco después, no pudo evitar reír cuando vio que Paula había invadido el espacio personal de Sergio mientras dormía. La mitad de su cuerpecito estaba encima de él, con una pierna estirada sobre su abdomen y ambos brazos alrededor de su cuello, aferrándose a este como si estuviese a punto de caerse por un precipicio.

—¿Cuál es el problema? —preguntó, incorporándose sobre un codo para poder mirarle.

Este la miró de reojo con cara de pocos amigos.

—No puedo moverme y necesito ir al servicio urgentemente.

—Apártala con cuidado, no se va a despertar —respondió dejando caer la cabeza sobre la almohada.

—Lo habría hecho ya si mis brazos no estuviesen atrapados debajo —musitó con impaciencia.

Raquel dirigió la mirada a sus brazos; el izquierdo estaba completamente enterrado bajo el cuerpo de su hija, pero el derecho solo tenía la pierna encima. Podía apartarla perfectamente, pero lo notó tenso, incómodo con aquel contacto. Raquel suspiró, volviendo a incorporarse.

—Esto te pasa por dormir tieso como un muerto —comentó en un susurro a la vez que se inclinaba para agarrar con delicadeza el tobillo de su hija.

Primero apartó la pierna, estirándola en el estrecho hueco que había entre los dos. Después retiró el brazo que descansaba sobre el cuello de Sergio, girando su cuerpecito levemente hacia fuera para que Sergio pudiese incorporarse.

—Gracias —masculló este a la vez que se sentaba en la cama.

Tras ponerse las chanclas a toda prisa, se dirigió al servicio con paso ligero.

Raquel permaneció sentada de lado en la cama, observando cómo su hija cambiaba de postura entre sueños. Apartó con los dedos un par de mechones que se habían posado sobre su rostro y sonrió al ver tranquilidad reflejada en su rostro. 

—¿La cambio a su cama? —sugirió Raquel cuando vio a Sergio regresar del servicio—. Duerme como un tronco, no creo que se entere.

—Por mí puedes dejarla, no me molesta.

Raquel le sonrió agradecida, volviéndose a tumbar. Sergio hizo lo mismo con cuidado, tumbándose de lado en dirección a Raquel. Ambos permanecieron en silencio unos instantes, observando a la pequeña que ahora dormía boca arriba con uno de sus brazos apoyado en la almohada y el otro sobre su propio estómago.

—¿Por qué habrá querido que me quede? —preguntó Sergio en un murmuro.

Raquel encogió un hombro.

—Quizás se siente más protegida con tu presencia ante la posible amenaza de un hombre enmascarado —bromeó.

—Eso es porque aún no ha descubierto los tremendos guantazos que es capaz de dar su madre.

Raquel apretó los labios, aguantándose la risa a la vez que estiraba el brazo para tocar la zona de su cara que años atrás había experimentado la fuerza de su mano.

—O quizás es que te empieza a ver como una figura paterna —comentó ella en un susurro. 

Notó que Sergio contenía la respiración, como si aquella fuese la primera vez que un pensamiento así cruzaba su mente. Sin embargo, no dijo nada al respecto,  simplemente se quedó mirando a la hija del amor de su vida con una sensación nueva e inquietante llenándole el estómago.

—Oye, al final no me has contado qué te da miedo… 

Sergio devolvió la mirada a Raquel. Sonriendo, colocó su mano izquierda sobre la de ella, que seguía apoyada en su mejilla, y la arrastró hacia su boca para besar su palma.

—Otro día te cuento, ahora no es el momento.

Raquel hizo una mueca en desacuerdo, pero un bostezo le recordó que aún era de madrugada y su cuerpo pedía dormir.

—Esta bien… —musitó, cerrando los ojos.

En pocos minutos ambos se quedaron dormidos, con las manos entrelazadas sobre el cuerpo de Paula.

Chapter 16: Pesadilla

Notes:

Hace tiempo alguien me pidió por CC que hablase de cuál era el miedo de Sergio, así que, aprovechando el puente, he escrito este One shot. Es cortito pero espero que os guste.

PD: llevo un año sin ver la serie y hace mucho que no escribo. Siento que estoy oxidada, espero que no estén muy "out of character".

Chapter Text

16. Pesadilla

Un brusco movimiento de la cama la despertó en mitad de la noche. Raquel entreabrió los ojos, confusa. Incorporándose en la cama, miró a un lado y al otro con la intención de averiguar si aquella sacudida que había sentido había sido real o producto de un sueño. 

Permaneció quieta varios segundos, conteniendo la respiración para poder escuchar cualquier ruido que pudiese venir de la habitación de su hija o su madre, pero no percibió ni un solo movimiento. Todo parecía tranquilo. Pensó que quizás había sido un pequeño terremoto; había vivido algo parecido una madrugada en Madrid años atrás. Sin darle más vueltas, volvió a tumbarse en la cama. No había mirado el reloj, pero por la oscuridad que invadía el cuarto presentía que no pasaban de las 3 de la mañana. 

Al girarse sobre su costado, su mano cayó sobre el pecho desnudo de Sergio, quien dormía boca arriba a su lado. Se acurrucó más cerca de él, buscando su calor reconfortante, y acomodó la mejilla en el hueco de la almohada sobre su hombro.   Acarició su cuello con la punta de la nariz a la vez que cerraba los ojos; le encantaba quedarse dormida así, respirando el olor de su piel. Sin embargo, cuando ya estaba a pocos segundos de ceder al sueño, la cama volvió a temblar, pero esta vez supo que no se trataba de un terremoto sino que era Sergio el que movía la cama con sus propias sacudidas.

Preocupada, se incorporó en la cama y encendió la lampara de su mesita para ver qué le ocurría. Él seguía sacudiendo sus extremidades de una manera extraña, como si en sueños estuviese luchando por liberarse de algo o alguien. 

—Sergio, —pronunció su nombre varias veces, dándole pequeñas palmadas en la cara para que despertarse.

Este comenzó a balbucear palabras sueltas, pero eran tan débiles que era prácticamente imposible descifrarlas. El balbuceo se mezcló con sollozos y gruñidos de angustia, provocando que su respiración fuese cada vez más superficial y acelerada. 

—¡Sergio, despierta! 

Viendo que las palmadas no surtían efecto, Raquel lo agarró por los hombros y sacudió su cuerpo con energía hasta que este finalmente abrió los ojos. 

Aliviada, se sentó sobre sus propios talones a la vez que Sergio se incorporaba en la cama aspirando una bocanada de aire como si llevase varios segundos sin poder respirar. Descansó pesadamente la espalda contra el cabecero de la cama al mismo tiempo que palpaba a ciegas la mesita de noche en busca de sus gafas. Raquel lo observó en silencio, aún preocupada; fuese lo que fuese lo que había soñado, lo había dejado realmente afectado.

—¿Estás bien? —Raquel le preguntó, posando una mano sobre su muslo.

Sergio asintió, tragando saliva a la vez que se ponía las gafas con ambas manos. A pesar de su gesto, Raquel supo que no estaba bien, que su mirada rígida y su forma de respirar denotaban un incipiente ataque de ansiedad. 

Sin pensárselo dos veces, salió de la cama y tomó su mano.

—Ven, vamos a dar un paseo. 

Apartando las sabanas con su otra mano, Sergio se apresuró a salir de la cama con algo de torpeza. Raquel notó su vulnerabilidad en su forma de aferrarse a su mano, como si se encontrasen atravesando un túnel largo y oscuro y su única guía hacia la salida fuese ella. 

Al alcanzar la puerta del dormitorio, Raquel entrelazó los dedos con los suyos y abrió la puerta con sigilo. Lo guió a través del salón hacia el porche trasero de la casa para dirigirse a la playa. Aunque sabía que a él no le gustaba caminar descalzo por la arena, decidió no entretenerse en aquel detalle y continuó caminando hasta la orilla del mar; aquel contacto con la naturaleza, poco agradable para él, le ayudaría a salir de su mente antes. 

Notó un cambio casi inmediato en él cuando el aire fresco de la playa entró en contacto con su piel. Su mano se relajó bajo la suya y su respiración recuperó el ritmo normal. Aún así, prefirió no preguntar hasta que él sintiese la necesidad de hablarlo. 

Continuaron caminando en silencio por la orilla unos minutos más, hasta que él decidió parar y simplemente observar el mar. A pesar de que aún no había amanecido, la media luna que había aquella noche permitía ver las pequeñas olas que fluían con suavidad hacia la orilla. 

Raquel aprovechó que Sergio le soltaba la mano para abrazar su propia cintura, ya que la tela fina del camisón con el que dormía no era suficiente para resguardarla de la fría brisa nocturna. 

—He soñado con mi hermano… —comentó por fin con voz calmada.

Raquel giró la cabeza para mirarle. Él le devolvió la mirada brevemente.

—Hacía mucho tiempo que no soñaba con él —añadió, fijando la mirada en el horizonte.

Raquel apretó los brazos alrededor de su propio cuerpo, queriendo reprimir un escalofrío. 

—Y… ¿qué pasaba en el sueño? 

Vio como Sergio fruncía el ceño, como si le doliese físicamente hablar de ello.

—Era sobre el atraco. Cuando murió. —Tragó saliva con fuerza, asintiendo de manera nerviosa—. He vuelto a escuchar los jodidos tiros como si estuviese allí mismo. 

Su voz estuvo a punto de quebrarse. Cuando giró la cabeza para mirarla, Raquel pudo ver que sus ojos estaban inundados de lágrimas. Llenó sus pulmones de aire a la vez que acariciaba su brazo desnudo; hacía meses que Sergio no hablaba de su hermano y lo cierto era que no sabía muy bien cómo abordar el tema. Le costaba mucho empatizar, ya que el Berlín que ella había conocido tenía muy poco que ver con el Andrés que conoció él. Ella había conocido a un ser despreciable, arrogante y misógino, cuya muerte no le produjo ni un ápice de pena. Pero para Sergio él era su hermano mayor, el que le había cuidado durante sus peores años y con el que había compartido numerosas vivencias; al que no soportaba de pequeño porque le gastaba bromas y le hacía de rabiar, pero al que admiraba como un héroe. Su única familia tras la muerte de sus padres.

—Intenté salvarle pero ni siquiera en un maldito sueño soy capaz de conseguirlo —añadió con rabia.

Al agachar la cabeza, una lágrima se desprendió de sus pestañas y chocó contra el cristal de sus gafas. Se las quitó de inmediato para secarse los ojos con el dorso de la mano. Raquel se situó frente a él y esperó a que se colocase de nuevo las gafas para abrazar su cuello con las manos y mirarle a los ojos. 

—Sergio, tu hermano tenía una enfermedad degenerativa… —le recordó de la manera más delicada que pudo—. Él eligió morir así. 

Sergio agachó la cabeza de nuevo, sacudiendo la cabeza de lado a lado. 

—Pero no merecía morir así. No allí. Fue todo culpa mía, él quería hacer otro atraco y yo le hice cambiar de opinión. Si no hubiese venido conmigo hoy seguiría vivo. 

Raquel deslizó las manos hasta sus mejillas para redirigirle la mirada a sus ojos.

—O no. Eso no lo sabrás nunca. Además, sabes muy bien que si fue contigo fue por decisión propia, él no era precisamente altruista.

Sergio frunció los labios, lo cual acentuó aún más su ceño.

—Raquel, fueron solo unos minutos. Unos jodidos minutos más y él podría haber atravesado el túnel junto a los demás —añadió entre dientes, apretando su dedo indice y pulgar mientras gesticulaba con la mano—. ¿Sabes lo mucho que me perturba eso? —Aquella última pregunta logró quebrarle la voz.

Sergio dejó escapar un gruñido a la vez que dejaba caer su mano. Miró hacia otro lado al sentir que nuevas lágrimas se le formaban en la comisura de los ojos. Inevitablemente, las lágrimas desbordaron sus ojos, mojando las manos de Raquel. Esta ladeó la cabeza, intentando contener sus propias lágrimas.

—Unos minutos más y os habría pillado la policía —le recordó con calma. Tragó saliva, buscando su mirada—. Estaban a la vuelta de la esquina… Tu hermano os salvó de entrar en la cárcel. A todos.

Sergio giró la cabeza, negándose a escuchar sus palabras. Raquel dejó caer sus manos cuando este se apartó unos pasos; necesitaba caminar para poder controlar sus pensamientos. Raquel permaneció en el sitio, observándole desde la distancia; sabía que él era plenamente consciente de todo lo que le había dicho, pero en esos momentos de vulnerabilidad, cuando la añoranza alcanzaba un nivel insoportable, cualquier alternativa parecía mejor que la propia realidad. 

Volvió a abrazarse la cintura al sentir que el frío le ganaba terreno a su calor corporal.

—¿De verdad crees que él tenía la intención de salir de allí? —no pudo evitar preguntar. 

Sergio dejó de caminar al escuchar aquella pregunta. 

—Porque yo estoy segura de que no —añadió—. Sabía que le quedaban meses de vida y prefirió morir de la manera más heroica posible. Él sabía que era imposible salir de ahí sin que alguien se sacrificase por el resto. 

Dándose la vuelta bruscamente, Sergio caminó hacia ella con paso firme. 

—Elegimos este sitio juntos —masculló entre dientes, agitando la mando a la vez que le clavaba la mirada—. Él quería salir de allí.

Raquel se mantuvo inquebrantable, sosteniéndole la mirada.

—Eligió pensando en ti. 

—¿En mí? —Sergio rio con sarcasmo—. ¡Pero si no me gusta el mar!

Raquel decidió no decir nada más, el dolor había regresado a sus ojos y por nada del mundo quería abrir aún más una herida que todavía se resistía a curar. Tras un intenso silencio, Sergio dejó caer la cabeza, derrotado. 

—Puede que cambiase de opinión allí dentro…—inició tras una exhalación, levantando la cabeza para mirarla—. Pero él quería salir. Quería aprovechar el tiempo que le quedase de la mejor manera posible, por eso elegimos un lugar con playa. Quería atiborrarse a mojitos mientras tomaba el sol todo el día en una de las mejores playas del mundo. —Rio entre lágrimas, levantándose las gafas con una mano para poder secarse las mejillas.

Raquel deshizo la distancia entre ambos y rodeó su cuello con los brazos, regalándole el abrazo que tanto necesitaba. Sintió como los brazos de Sergio le estrujaban la cintura al mismo tiempo que enterraba la cara en su cuello para ahogar un llanto que ya no supo reprimir.

—Lo siento… —sollozó—. Sé que para ti no era una buena persona… —volvió a sollozar—. Pero era mi hermano. Y le echo mucho de menos.

—Lo sé —murmuró Raquel, acariciándole la nuca.

Apretó su cuello con más fuerza, haciéndole saber que estaba ahí y que le entendía a pesar de la diferencia de opiniones. Permanecieron en aquel abrazo varios minutos, hasta que Sergio dejó de llorar y pudo recuperar la calma. Aflojó los brazos cuando sintió que se incorporaba. 

—Estás helada —advirtió él en un murmuro tras agarrar sus brazos para deshacer el abrazo. 

Casi al instante, un escalofrío le recorrió el cuerpo. Raquel se mordió el labio, abrazándose la cintura de nuevo mientras él restregaba las gafas en su pantalón del pijama para secarlas.

—Hace un pelín de frío —comentó, elevando los hombros a la vez que se acercaba todo lo humanamente posible a su pecho para que este la envolviera con sus brazos. 

Sergio la apretó contra su cuerpo mientras frotaba su espalda con la mano extendida para que entrase en calor. Pero viendo que sus tiritones solo empeoraban, esta vez fue él el que le agarró la mano a ella. 

—Volvamos dentro. 

 

La sábana y el abrazo apretado de Sergio devolvieron el calor a su cuerpo en cuestión de segundos. Aunque los tiritones habían cesado hacía tiempo, prefirió permanecer en aquella postura un rato más, a pesar de que la pierna que tenía entre las de Sergio se le estaba quedando dormida por el peso que ejercía la de Sergio sobre la suya. Raquel emitió un leve gemido de satisfacción a la vez que frotaba su mejilla contra el vello de su torso. 

—¿Recuerdas cuando me preguntaste a qué le tenía miedo? —Sergio preguntó de la nada. 

Raquel estiró el cuello, elevando le mentón para poder encontrar sus ojos. 

—Es verdad, nunca me lo llegaste a decir. Aunque… —Movió la cabeza de lado a lado—, después de la conversación que hemos tenido hoy puedo intuir por dónde van los tiros. —Sacó una mano de entre sus cuerpos para llevársela a la boca al darse cuenta de lo que acababa de decir—. Perdón, no es el mejor momento para usar esa expresión…

Sergio rio, subiendo una mano hasta su cabeza para acercarla y poder besar su pelo.  Raquel volvió a mirarle y levantó las cejas, instándole a responder. Con los ojos entreabiertos, Sergio le sostuvo la mirada varios segundos.

—Mi mayor miedo es que te pueda pasar algo por mi culpa… No me lo perdonaría en la vida. 

Raquel intentó con todas sus fuerzas no poner los ojos en blanco. Deshizo el abrazo para poder colocar la cabeza en la almohada frente a él. 

—Cariño, no puedes cargar con la culpa de todo lo que le pase a los demás… —murmuró acariciándole la mejilla con la punta de los dedos. 

Sergio bajó la mirada.

—Pero estás aquí por mí y si…

Raquel colocó el pulgar sobre sus labios, impidiéndole continuar.

—Estoy aquí porque quiero —aclaró con firmeza—. Te lo he dicho ya muchas veces. Si estoy aquí es porque soy inmensamente feliz, y si me pasa algo será como consecuencia de la vida que he elegido. Pero a mí nadie me obliga a estar donde no quiero. Ya no. 

Sergio apretó los labios, asintiendo una vez. 

—Así que ve buscándote otro miedo porque ese no me sirve —sentenció dándole unas palmadas en el pecho.

Sergio rio para sí.

—Lo intentaré…

—Más te vale —le advirtió, acercándose más a su cuerpo para apoyar la mejilla en su hombro.

Sergio envolvió su cuerpo con el brazo a la vez que pegaba su mejilla a la frente de ella. Tras un breve silencio, Raquel volvió a incorporarse.

—Oye.

Sergio elevó las cejas, anticipando una pregunta.  

—Lo de que no te gusta el mar… —Raquel agachó el mentón a la vez que arqueaba una ceja, formulando la pregunta con aquel gesto.

Sergio rodó los ojos, dejando entrever una leve sonrisa. 

—Aba. No me gustaba —aclaró.

Raquel sonrió ampliamente antes de volver a descansar el rostro sobre su hombro. 

—Ya decía yo…

Chapter 17: Nochevieja

Notes:

Muchas gracias por los comentarios del anterior capítulo <3 me alegro de que aún quede gente con ganas de leer estos pedacitos sobre Serquel. Vengo con otro one-shot más, cuyo tema se puede deducir con tan solo ver el título.
Espero que os guste y perdonadme si hay alguna errata o typo. Y feliz año nuevo anticipado :)

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

17. NOCHEVIEJA

Raquel puso los ojos en blanco al escuchar el claxon del coche desde la cocina; Sergio y su enervante puntualidad. 

—Ya voooy —respondió aún sabiendo que no le escucharía.

Rasgó la lista de la compra del block de notas que tenían en la puerta del frigorífico y se dispuso a salir, pero algo le llamó la atención. Se quedó mirando fijamente el calendario que había justo al lado, hasta que el claxon sonó por segunda vez. Resoplando, agarró su mochila y se dirigió a la entrada de la casa. 

—Cinco minutos, Raquel —le reprendió a la vez que arrancaba el coche. 

—Por cinco minutos no se va a acabar el mundo, Sergio —respondió ella, haciendo énfasis en su nombre—. Por cierto, quedan dos días para nochevieja —añadió mientras se ponía el cinturón. 

—Pero sabes perfectamente que si llegamos tarde al mercado, aunque sean cinco minutos, resulta imposible comprar con tranquilidad.

Raquel se cruzó de brazos. 

—¿Me has escuchado?

Sergio se quedó callado al percibir su tono hostil. Asintió a la vez que se empujaba las gafas hacia el entrecejo, atreviéndose a mirarla solo de reojo.

—Sí, que quedan dos días para nochevieja.

Raquel hizo un gesto de impaciencia con las manos al ver que no añadía nada más al respecto.

—¿No vamos a hacer nada especial?

Sergio giró la cabeza a la vez que fruncía el ceño.

—¿Especial en qué sentido?

Raquel arqueó una ceja. 

—No me digas que tampoco has celebrado una nochevieja en toda tu vida…

Sergio resopló al mismo tiempo que metía marcha atrás para salir del aparcamiento. 

—Por supuesto que sí. No todos los años… pero sí, he tomado las uvas y todas esas cosas.

Raquel sonrió para sí.

—¿Y qué son “todas esas cosas”? ¿cómo sueles celebrarla? —preguntó con curiosidad, elevando el mentón. 

—Pues… 

Sergio miró a un lado y al otro del cruce y esperó a que pasase un coche antes de tomar la carretera principal hacia el pueblo.

—…Cuando mis padres aún vivían solíamos celebrarla con los vecinos del piso de arriba. Un matrimonio mayor que no tenían hijos. Mis padres no eran muy sociables… pero estos vecinos solían cuidarnos a mi hermano y a mí cuando mis padres tenían algún compromiso y, nunca pedían nada a cambio; supongo que sabían que no nos sobraba el dinero. Una nochevieja, mi padre decidió invitarles a cenar con nosotros a modo de agradecimiento y… terminó convirtiéndose en tradición —añadió con media sonrisa—. Cenábamos juntos mientras veíamos el especial de nochevieja de TVE y luego jugaban con nosotros a las cartas o al parchís para que no nos quedásemos dormidos antes de tiempo. 

Raquel se mordió el labio, ensimismada. Sonrió al ver que Sergio se echaba a reír.

—Recuerdo que la primera vez que vinieron a casa trajeron una bandeja enorme llena de marisco. Yo jamás había visto eso y me negaba a probarlo porque el olor me provocaba arcadas. Pero claro, mi madre no quería hacerle el feo a los vecinos y se pasó toda la cena dándome con la rodilla bajo la mesa hasta que probé unos langostinos… Terminé vomitando todo lo que había comido.

Raquel rio con él.

—Ahora entiendo por qué tanta aversión hacia cualquier cosa que provenga del mar.

Sergio rio, asintiendo.

—Afortunadamente al año siguiente solo trajeron jamón y queso.

Raquel elevó las cejas. 

—Qué majos… —murmuró.

Sergio asintió de nuevo, visualizando aquellos fragmentos de felicidad de su infancia. 

—Fueron lo más cercano a unos abuelos que tuve —añadió a través de una pequeña sonrisa. 

Raquel frunció los labios, recordando que, tiempo atrás, Sergio le había contado que nunca llegó a tener una relación cercana con ninguno de sus abuelos, ya que su madre no se llevaba bien con sus propios padres, y sus abuelos paternos vivían en San Sebastián, lugar que por circunstancias de la vida solo pudo visitar un par de veces en toda su infancia. El único contacto que tuvo con ellos fue telefónico, además de recibir alguna que otra carta por su cumpleaños. 

—Oye y… ¿de mayor? O dejaste de celebrarla después de…

Sergio llenó sus pulmones de aire, clavando la mirada en la carretera.

—Alguna vez he ido a un cotillón, obligado por mi hermano, evidentemente… pero poco más. Ha habido años en los que he estado tan centrado en otras cosas que he tardado semanas en darme cuenta de que habíamos cambiado de año. —Rio con desgana.

Sergio le dedicó una pequeña sonrisa aprovechando que habían parado en un stop.

—¿Y tú? ¿Cómo son tus nocheviejas?

—¿Mis nocheviejas? —Raquel ladeó la cabeza—. Pues… han cambiado mucho. Antes de casarme las pasaba con mi familia por parte de madre: abuelos, tíos, tías, primos… Eramos un montón. Cenábamos en casa de mi tía Teresa, que era la única casa donde cabíamos todos, y mi padre amenizaba la cena contando los mismos 5 chistes malos de todos los años… que por alguna razón cada año nos hacían más gracia. —Rio para sí, sacudiendo la cabeza—. Y después de tomar las uvas, brindábamos y bailábamos hasta bien entrada la madrugada. Ah, y una tradición que teníamos los Murillo era que, el primero que dejaba de bailar, tenía que ir a comprar los churros para toda la familia —contó orgullosa—. Lo pasábamos tan bien… —Se mordió el labio al recordar momentos específicos de aquellas nocheviejas—.  Pero con el tiempo cada primo empezó a formar su propia familia y… la cosa se fue disolviendo. Los últimos años me tocó celebrarla con la familia de mi ex… —añadió con desagrado—. Una cena normal y corriente. O bueno, más bien una tortura… No soportaba a mi suegra. 

—¿Por qué?

Raquel exhaló pesadamente.

—Porque aun teniendo 3 hijos me tocaba a mi ayudarla en la cocina y a servir la cena. Según ella, los hombres de la casa estaban allí para disfrutar, no ayudar. —Rodó los ojos con desprecio—. Ni siquiera estando amamantando a mi hija de dos meses me dejó tranquila.  

—No me puedo creer que siga existiendo gente así de… —Notó que Sergio apretaba el volante, conteniendo las ganas de verbalizar un insulto.

—¿Retrograda? —ofreció ella.

—Por decirlo de una manera bonita…

Raquel sonrió levemente.

—En fin… 

Puso fin al tema con un suspiro. Se giró levemente en su asiento para poder mirarle.

—Sería bonito empezar una tradición juntos, ¿no? 

Sergio apartó la mirada de la carretera un segundo para mirarla. La ilusión que encontró en sus ojos dibujó una sonrisa en sus labios.

—Aunque bueno, con este tiempo… —añadió ella a la vez que echaba un vistazo fuera de la ventana. El día estaba soleado y hacía un calor casi veraniego, un ambiente muy diferente al que estaba acostumbrada a vivir por esas fechas en Madrid—… cuesta hacerse a la idea de que estamos llegando a fin de año.

Bajó la mirada al notar que Sergio soltaba la palanca de cambios para posar la mano en su rodilla.

—¿Qué sugieres?

Raquel sonrió ante aquella muestra de interés. Retorció los labios, pensativa. 

—Pues, no sé… Me gustaría continuar con las tradiciones de toda la vida aunque estemos lejos de España, sobre todo por Paula. No quiero que se olvide de sus raíces.

Sergio asintió, de acuerdo.

—Pues… ¿Empezamos con la cena? —sugirió él—. Aparte de uvas, ¿qué más hay que comprar?

—Marisco —respondió de inmediato. Rio al ver su cara de poker—. Lo siento, sé que no te gusta… pero no puede faltar un plato de marisco en la mesa en nochevieja.

Sergio apretó los labios, asintiendo.

—No pasa nada, he aprendido a tolerarlo —se dijo a sí mismo más que a ella.

Raquel le sonrió, frotando su pierna.

—¿Qué más?

—Champán. Para brindar. O cava… lo que prefieras. Y un buen vino tinto para acompañar la cena. Por supuesto tenemos que comprar jamón, si es que encontramos en algún sitio. También aceitunas, queso… Ah, y no puede faltar una buena tortilla de patatas… —dejó de hablar al ver que Sergio se echaba a reír. Sonrió para sí—. ¿Qué?

—Te noto un poco hambrienta.

Raquel se mordió el labio a la vez hacía una mueca.

—Echo de menos la comida española…

Sergio sonrió.

—Tendremos un menú 100% español entonces —le prometió a la vez que apretaba su rodilla.

Raquel se mordió el labio, aguantándose las ganas de agarrarle la cara y plantarle un buen beso en los labios.

—¿Qué más hay que preparar? 

—De momento eso es todo. Lo demás podemos ir improvisándolo. 

 

La compra de los viernes que normalmente hacían en una hora, esta vez tardaron más de tres en completarla. Como Sergio había anticipado, el mercado estaba abarrotado a dos días de la mayor celebración del año. Sin embargo, lograron encontrar casi todos los ingredientes que necesitaban para su menú improvisado. 

Sergio emitió un suspiro de alivio al entrar de nuevo al coche tras meter todas las bolsas en el maletero. Presionó sus sienes con la yema de los dedos, queriendo deshacerse del barullo que aún seguía atronándole los oídos. Raquel, mientras tanto, sacó la lista de la compra para asegurarse de que habían comprado todo lo necesario. A pesar de haber repasado la lista varias veces, seguía sintiendo que faltaba algo. Dejó caer los brazos a la vez que fijaba la mirada en la calle, intentando hacer memoria. De repente, cayó en aquel pequeño detalle que llevaba toda la mañana rondándole la mente.

Agarró el antebrazo de Sergio cuando este se disponía a arrancar el coche.

—Espera.

—¿Qué pasa?

—Se nos ha olvidado algo importante —respondió, abriendo la puerta del coche para bajarse.

Sergio dejó caer la cabeza contra el reposacabezas. 

—No me hagas volver a ese infierno…

—No te preocupes, quédate aquí, vuelvo enseguida —murmuró depositando un pequeño beso en sus labios antes de bajarse del coche.

Sergio frunció el ceño al ver que, en vez de ir hacia al mercado, Raquel tomaba la dirección contraria hacia una tienda de ropa. Intrigado, decidió bajarse y acompañarla. 

Nada más cruzar el umbral de la tienda, le llamó la atención la cantidad de ropa de lunares que había colgada por todas partes; por un momento sintió que se había teletransportado al barrio más castizo de Andalucía, aunque las prendas poco tenían que ver con los típicos vestidos de gitana. 

Localizó a Raquel al fondo de la tienda, mirando unos artículos. 

—¿Qué se supone que necesitamos de aquí? —preguntó al alcanzarla.

—Ropa interior roja. 

Sergio estiró el cuello.

—¿Para qué?

—Para llevarla en nochevieja. Da buena suerte, ¿no lo sabías?

Sergio frunció el ceño, riendo con sarcasmo.

—¿En serio?

Ignorando su expresión de incredulidad, Raquel sacó tres perchas del estante para mostrarle los diferentes modelos.

—¿Qué estilo prefieres? ¿Boxer, brief o tanga?

Sergio rio nervioso.

—Ninguno.

Raquel ladeó la cabeza.

—No te voy a comprar calzoncillos de abuelo… bastantes tienes ya.

Sergio entrecerró los ojos, molesto.

—No son de abuelo. Y son mucho más cómodos que cualquiera de esos.

—¿Qué tal este otro?

Sergio arrugó la nariz, horrorizado.

—Pero si le falta la parte de atrás.

Raquel apretó los labios para frenar una carcajada.

—No le falta nada, es así.

Sergio observó la prenda una vez más, intentando encontrarle el sentido.

—No entiendo —concluyó.

Raquel le mostró las gomas.

—Esto realza el culo. Es sexy. 

Sergio rodó los ojos.

—Por dios…

—¿Qué te parece este otro? —preguntó a la vez que le mostraba otro suspensorio, este con forma de elefante. 

Sergio abrió los ojos como platos e inmediatamente empujó su mano hacia abajo para que escondiera la prenda. 

—Raquel, por favor… —masculló avergonzado, mirando a un lado y al otro.

Esta vez no pudo contener la risa. 

—Anda, vete al coche, yo me encargo de elegir —le urgió, presionando su pecho con la palma de la mano para empujarlo hacia la salida.

Sergio la miró con recelo. 

—O cubre todo, o no me lo pongo —le advirtió.

Raquel volvió a reír.

—Vaaaale. Abuelo.

 

31 de Diciembre

—¿Te queda mucho? —preguntó Raquel, golpeando la puerta del baño con los nudillos.

—Un minuto —respondió Sergio desde el otro lado. 

No era habitual que cerrase la puerta del baño para cambiarse, pero aquel día se había negado a probarse delante de ella la ropa interior roja que le había comprado para la ocasión, y eso que le había elegido el modelo más sencillo de boxers. 

Raquel se acercó al espejo que tenían sobre la cómoda para mirarse una vez más. Aunque no tenían planeado salir de casa, habían acordado vestirse más formal que de costumbre para celebrar aquella fecha señalada. Ella había escogido un vestido midi verde botella con escote barco y manga corta. También se había pintado los labios de un rojo intenso, y llevaba el pelo suelto, ligeramente ondulado, sobre los hombros. 

Se giró sobre sí misma cuando escuchó la puerta del baño abrirse. Sergio apareció vestido con un impecable pantalón de traje azul oscuro y una camisa blanca a medio abrochar. Llevaba en la mano la chaqueta del traje y una corbata, que finalmente había descartado ponerse debido al calor. 

Raquel lo observó de arriba abajo.

—Mmh… Se me había olvidado lo atractivo que estás con traje… —comentó con voz seductora a la vez que deshacía la distancia entre ellos.

Sergio soltó la chaqueta sobre la cama y le devolvió la mirada, embelesado. Sus manos viajaron a la cintura de Raquel casi por instinto cuando esta se detuvo frente a él.

—Tú también estás… —Su voz se desvaneció al volver a recorrer su cuerpo con la mirada. 

Raquel se echó a reír al ver que era incapaz de finalizar la frase. 

—¿Guapa? —intentó ayudarle.

Sergio rio nervioso y, asintiendo, se humedeció los labios.

—Espectacular. Estás espectacular. 

Raquel le guiñó el ojo a modo de agradecimiento y, estirando el cuello, plantó un breve beso en sus labios.

—¿Te los has puesto? —preguntó arqueando una ceja.

Sergio rodó los ojos.

—Sí.

Raquel retorció los labios, no del todo convencida. 

—Necesito pruebas.

Exhalando, Sergio introdujo el pulgar por debajo del pantalón para levantar la goma de los boxers y que pudiese verlos. Conforme, Raquel le dio unas palmadas en el pecho y, sonriendo, buscó su mano para entrelazar sus dedos.

—Vamos. 

 

Paula y Mariví no tardaron en llenarlos de halagos al verlos salir por la puerta del dormitorio juntos. 

—¡Estáis guapísimos! —exclamó Paula, acercándose a ellos para entregarles a cada uno un gorro de fiesta que ella misma había confeccionado con trozos de cartulina.

—Gracias, cariño —murmuró Raquel. 

—Qué chulo, ¿Me lo puedo poner ya? —preguntó Sergio.

—Noooo, es para después de la cena.

—Ah, de acuerdo.

—Venga, todo el mundo a sentarse que hay mucha comida y a este paso nos van a dar las uvas —urgió Mariví—. Nunca mejor dicho.

No queriendo hacer esperar más al resto de comensales, se aproximaron a la mesa central del porche, la cual habían decorado con un simple mantel rojo. También habían comprado algunas velas y centros para decorarla, pero habían terminado colocándolos en otros muebles por falta de espacio.

Raquel murmuró un gracias a través de una sonrisa cuando Sergio le apartó la silla para que se sentase. Echó un vistazo a los numerosos platos que habían pasado toda la tarde preparando. Tan solo eran cuatro persona aquella noche, pero en la mesa había todo un banquete. 

Buscando la mirada de su madre, Raquel estiró el brazo sobre la mesa.

—Gracias por ayudarnos a preparar todo esto, mamá —comentó, apretando la mano de su madre. 

—Yo encantada, cariño mío. Ya lo sabes —respondió, llevando ambas manos al rostro de su hija para acercarla y besar su mejilla con cariño.

Raquel frotó su brazo en respuesta. 

—Bueno, ¿comenzamos? —preguntó girando el cuello para mirar a Sergio. 

Este asintió a la vez que Paula exclamaba un sí.

(…)

—No puedo más —concluyó Raquel, inclinándose hacia atrás con la mano presionando su estómago. 

Llevaban cerca de dos horas charlando y compartiendo anécdotas de nocheviejas pasadas mientas picoteaban de los diferentes platos de comida. 

—Vamos a tener sobras para toda la semana —observó Marivi. 

Paula rio para sí. 

—Mama, ¿sabes cómo se queda un mago después de cenar? —preguntó con sonrisa traviesa. 

Raquel frunció el ceño, extrañada con la pregunta. 

—No, ¿cómo?

—Magordito —reveló, echándose a reír. 

Raquel sonrió, no porque le hubiese hecho gracia, sino porque aquel inocente chiste le había recordado a su propio padre. Paula no lo había llegado a conocer, pues falleció años antes de que ella naciera, pero tenía muchos gestos y comportamientos que le recordaban a él. Retorció los labios, intentando no emocionarse al pensar en lo bien que se habrían llevado si se hubiesen llegado a conocer. Afortunadamente, Paula desvió su atención a Sergio, por lo que pudo controlar las lágrimas manteniendo los ojos cerrados unos segundos.

—Sergio, ¿tú te sabes algún chiste?

Este agachó la mirada, evitando el contacto visual.

—Alguno me sé… pero no se me da nada bien contarlos —respondió, sonriendo con timidez.

Paula ladeó la cabeza, fingiendo un puchero.

—Por fa, cuenta uno.

Dejando el tenedor sobre su servilleta, miró a sus compañeras de mesa, quienes le devolvieron una mirada expectante. 

—Esta bien… —Carraspeó a la vez que inconscientemente rascaba el mantel con lo mano—. Va un señor al médico y le dice: “Doctor, tengo el cuerpo cubierto de pelo. ¿Qué padezco?" Y el doctor le responde: “padece uzte un ozito”.

Paula echó la cabeza hacia atrás, riendo a carcajadas. Sergio elevó las cejas, sorprendido por haber hecho reír no solo a Paula, sino también a Mariví. Raquel terminó riendo también, más que por el chiste en sí, por la reacción de shock de Sergio.

—¡Cuenta otro! —pidió Paula.

Terminó contando tres chistes más, animado por las carcajadas incesantes de Paula.  Cuando los chistes se agotaron, decidieron recoger la mesa y pasar la última hora antes de las campanadas jugando a las cartas. Primero jugaron al burro, pero no tuvo mucho éxito, puesto que Sergio entregaba las cartas demasiado rápido y Mariví demasiado despacio, generando un embotellamiento de cartas que terminó frustrando a Paula. Después jugaron al mentiroso, que transcurrió sin incidentes, y por último al UNO. 

—¡Cinco minutos! —exclamó Paula con nerviosismo, volviendo a contar las uvas que había colocado en línea recta sobre una servilleta de papel.

—¿De verdad esto cabe en la boca? —preguntó Sergio mirando las suyas con duda. 

Levantó la mirada al ver que Raquel no le contestaba. Cerró los ojos de inmediato al ver la sonrisa burlona de esta.

—No digas lo que estás pensando —le pidió. 

—¿Qué estoy pensando?

—Algo inapropriado seguro.

Raquel se echó a reír. Deslizando una mano por su espalda, se acercó a su oído.

—Solo iba a decir que en la mía sí. 

Sergio apretó los ojos, obligándose a pensar en uvas y solo en uvas. 

—¡Cuatro minutos! —exclamó Paula.

Sergio agradeció la distracción con un suspiro. Aún con la sonrisa en los labios, Raquel apoyó los antebrazos en la mesa y miró a su madre e hija.

—¿Qué tal si aprovechamos estos últimos minutos para compartir lo mejor que nos ha pasado este año? —sugirió, elevando las cejas.

Paula levantó la mano al instante.

—Lo mejor que me ha pasado este año ha sido aprender a nadar en el mar —dijo orgullosa—. ¡Y aprender a pescar!

Raquel le sonrió. 

—Para mí lo mejor ha sido verte superar todos esos miedos y adaptarte tan bien a nuestro nuevo hogar —le respondió con cariño. 

Paula le devolvió la sonrisa. Raquel apoyó la espalda de nuevo en la silla a la vez que dirigía la mirada a Sergio.

—Y volver a encontrarme contigo, por supuesto —añadió, posando su mano sobre la de él.

Este le sonrió con timidez.

—Para mí lo mejor de este año ha sido ver a mi hija feliz de nuevo —comentó Mariví mientras se colocaba el gorro de fiesta que les había hecho Paula.

Raquel miró a su madre; la honestidad que encontró en sus ojos le hizo fruncir los labios.

—Mamá…

—Es la verdad, cariño. Nunca te he visto tan feliz como ahora.

—…Me vas a hacer llorar —le advirtió, susurrándole un gracias. 

—¡Ah! y conocer a Michael, el carnicero del mercado. Qué muchacho más bien formado —añadió, provocando la risa de todos.

Raquel se llevó una mano a la cara, riendo a la vez que sacudía la cabeza.

—Faltas tú —advirtió Paula, señalando a Sergio.

Este carraspeó, cohibido por la atención. Aún así logró sostenerles la mirada y sincerarse.  

—Para mí… lo mejor ha sido que me hayáis aceptado como uno más de vuestra familia. 

—Oooh —exclamaron Paula y Mariví a la vez, aplaudiendo la respuesta.

—¡Faltaría más! —añadió Mariví.

Raquel le frotó la espalda, incapaz de dejar de sonreír. 

—¡Un minuto! —exclamó Paula nerviosa, botando en su silla. 

Sergio fijó la mirada en su reloj de pulsera, ya que él era el encargado de anunciar los últimos doce segundos del año, puesto que en la televisión Filipina lo hacían de manera distinta. 

Señaló a Paula cuando el segundero alcanzó el número nueve y Paula inmediatamente comenzó a sacudir su pandereta como habían practicado para anunciar los cuartos previos a las campanadas. Paró tan pronto como  Sergio cerró el puño y se preparó para tomar la primera uva. 

—¡Una! —anunció Sergio a la vez que cogía una uva de la mesa y se la echaba a la boca—. ¡Dos! —exclamó, masticando las dos uvas tan deprisa como pudo—. ¡Tres!

A la séptima uva fue incapaz de articular palabra, lo que provocó la risa de las demás. Paula terminó escupiendo las suyas y tomó el relevo.

—¡Once! —exclamó la pequeña, observando divertida cómo los adultos masticaban las uvas a toda velocidad.

—¡¡Y doce!! —gritó, lanzando confetti al aire a la vez que hacía sonar su matasuegras—. ¡Feliz año nuevo!

—¡¡¡Feliz año nuevo!!! —repitieron los demás.

Aún con la boca llena de uvas, Raquel abrazó a su madre mientras Paula corría a abrazar a Sergio. 

Como si lo hubiesen acordado, se reservaron el último abrazo el uno para el otro. Sonriendo, Raquel caminó hacia sus brazos abiertos y enterró la cara en su torso, dejando que sus brazos envolvieran su cuerpo. Respiró hondo, disfrutando de la paz que le generaba saber que estaba en el lugar correcto.

—Feliz año nuevo, mi amor —le susurró Sergio al oido a la vez que la apretaba contra su cuerpo.

Raquel contuvo la respiración, sintiendo un intenso cosquilleo en todo su cuerpo a raíz de aquellas palabras. Sergio no era muy dado a usar palabras cariñosas, pero esta vez le había hecho con tanta naturalidad que la dejó completamente aturdida.  Apartándose unos centímetros, llevó las manos a su rostro y acarició sus sienes con los pulgares, sin saber qué decir.

—Espero que esta sea la primera de muchas nocheviejas juntos —añadió él en un susurro.

Raquel se mordió el labios, sintiendo que los ojos se le llenaban de lágrimas. 

—Yo también —murmuró antes de ponerse de puntillas y presionar sus labios con los suyos. Fue tal su ímpetu que las gafas de Sergio se le clavaron en el puente de la nariz, pero no le importó. Sergio se echó a reír cuando estas se escurrieron hacia arriba y aprovechó un breve distanciamiento para quitárselas del todo.

—Te quiero tanto —masculló Raquel entre besos. 

Sergio la estrechó más fuerte entre sus brazos, entregándose a aquel beso con todo el cóctel de sentimientos que sentía por aquella mujer.

Queriendo ofrecerles un momento de privacidad, Mariví se llevó a Paula a la cocina para que le ayudase a traer las copas para el brindis. Cuando regresaron minutos después, aún seguían acaramelados, con los brazos alrededor del otro mientras hablaban en susurros. Mariví tuvo que carraspear para hacerse notar.

—Toca brindar, ¿no?  

Sergio y Raquel deshicieron el abrazo con algo de reticencia.

—Por supuesto —respondió Sergio, sonriente, indicándole con la mano que le entregase la botella—. Vamos a ver… —masculló, retorciendo el corcho de la botella para sacarlo unos milímetros. Presionando el borde con el pulgar unos segundos, el corcho salió despedido hacia la playa. 

—¿Puedo probarlo? —preguntó Paula, viendo cómo Sergio llenaba las copas de aquel curioso líquido dorado.

Sergio buscó la aprobación de Raquel con una breve mirada. Esta le guiñó una ojo a modo de afirmación.

—Por supuesto —respondió él, vertiendo un poco del líquido en su vaso de cristal. 

Paula se puso de pie en su silla para estar a la altura de los demás y poder brindar. 

—Arriba…, abajo…, al centro… 

Chocaron sus copas con cuidado, intercambiando miradas cómplices.

—¡Y pa dentro! —exclamó Mariví, bebiéndose todo el líquido de un solo trago, a diferencia de Sergio y Raquel, quienes prefirieron saborearlo poco a poco.

Paula hizo una mueca de desagrado al primer contacto del líquido con su lengua, provocando las risas de los adultos.

—¡Puaj! —Sacudió la cabeza a la vez que sacaba la lengua esperando que el sabor agrio de la bebida desapareciera—. Esto está asqueroso, ¿por qué todas las bebidas de los mayores están tan malas?

—Espero que mantengas esa opinión dentro de unos años —le dijo Raquel, frotando su hombro cuando pasó por su lado—. Y ahora… —inició dirigiéndose hacia el altavoz portátil para encenderlo. Buscó en su teléfono la playlist que había preparado para la ocasión. 

Sergio arrugó la nariz cuando Raquel se aproximó a él con mirada sugerente. 

—¿Lo de bailar es obligatorio? 

—Si no te va a tocar ir a por churros —advirtió Mariví mientras comenzaba a mover las manos a un lado y al otro al ritmo de la música.

Raquel levantó las cejas, divertida y a la vez sorprendida de que su madre se hubiese acordado de aquel detalle.

—No me importa ir a por los churros… —le dijo a Raquel cuando esta tiró de su mano para llevarlo al centro del salón. 

Raquel elevó el mentón, pegándose a su cuerpo a la vez que rodeaba su cuello con ambos brazos. 

—¿Seguro?

Sergio exhaló; por mucho que lo intentase, no podía resistirse a bailar con ella. 

 

Cerca de las tres de la mañana, Sergio entró en su dormitorio y se sentó en la cama con pesadez para quitarse los zapatos. Raquel entró pocos segundos después.

—Se ha quedado dormida nada más rozar la almohada —comentó, cerrando la puerta tras de sí.

—No siento los pies —se quejó él, moviendo un pie y el otro en movimientos circulares. 

Raquel rio para sí.

—Qué exagerado eres… —comentó, parándose frente a él.

—No estoy acostumbrado a bailar tanto —justificó, levantando la mirada. 

Raquel ladeó la cabeza.

—No sé yo si “estar de pie y mover la cabeza de vez en cuando” cuenta como bailar…—comentó de manera burlona a la vez que apoyaba las manos en sus hombros—. Pero espero que no estés demasiado cansado… —susurró, inclinándose sobre él para besar sus labios—. Porque ahora empieza la fiesta privada.

Sergio gimió sutilmente ante el contacto suave de sus labios. Llevó las manos al cuello de Raquel de manera instintiva a la vez que saboreaba sus labios sin prisa. Aprovechando que ella comenzaba a desabrocharle la camisa, estiró el brazo y apagó la luz.

Raquel rompió el beso, confusa.

—¿Por qué apagas la luz?

Sergio titubeó.

—Porque es más romántico así…

Raquel frunció el ceño.

—Nunca apagamos la luz —señaló. 

Entornó la mirada con sospecha.

—No será por la ropa interior…

Sergio se quedó callado.

—Sergio… —masculló ella con exasperación. 

—Parezco un payaso, Raquel.

Esta rodó los ojos, incorporándose. 

—Además me quedan muy apretados. No me gusta.

Notó que Sergio posaba las manos a los lados de sus rodillas, impidiendo que se alejara. Raquel suspiró, resignada.

—Está bien. Está bien… se queda apagada, pero no vas a poder ver lo que llevo debajo de este vestido —le advirtió.

Sergio tragó saliva.

—…¿Qué llevas debajo del vestido?

Agarrando los dedos de su mano derecha, arrastró su mano por debajo del vestido hasta que él mismo continuó en dirección ascendente. Sergio tragó saliva al sentir lo que parecía ser un body de encaje; su cuerpo reaccionó casi al instante a aquella imagen mental. Resignado, se inclinó para volver a encender la luz. Raquel sonrió triunfante.

—¿Prometes no hacer ningún comentario?

Raquel deslizó dos dedos a lo largo de sus labios, prometiendo no hablar. Mordiéndose la uña del dedo pulgar, retrocedió un paso y observó cómo Sergio se ponía en pie y comenzaba a desabrocharse el cinturón. Estaba tan acostumbrada a verlo con los típicos boxers anchos de color blanco que el mero hecho de ver la goma negra de los boxers a través de la apertura del pantalón le generó una punzada de placer en el centro del vientre. Cruzó las piernas con disimulo y siguió la trayectoria de sus manos con la mirada hasta que se sacó los pantalones. Se humedeció el labio inferior con la parte trasera de la lengua mientras se deleitaba con las vistas. Era cierto que le quedaban un pelín apretados, pero nunca le admitiría que se los había comprado de una talla menos con esa intención. 

Chasqueó la lengua, aproximándose a él de nuevo.

—No sé de qué te avergüenzas, te quedan como un guante. 

Sergio puso los ojos en blanco, sintiendo un calor intenso en las mejillas. Volvió a sentarse en la cama, colocando sus manos unidas sobre su entrepierna.

—Suficiente, ahora tú.

Raquel rio y, girándose, le pidió ayuda con la cremallera. El vestido cayó al suelo por su propio peso. Sergio se quedó sin palabras al ver a Raquel en aquel body rojo de encaje que dejaba poco a la imaginación. Volvió a girarse y permaneció frente a él unos instantes, disfrutando de su mirada hambrienta.

—¿Qué te parece? 

Sergio se recolocó las gafas que ya no llevaba puestas, haciéndola reír. 

—Es… muy bonito.

Sonriendo, volvió a inclinarse sobre él para encontrarse de nuevo con sus labios. 

Dejándose invadir por su boca, Sergio llevó las manos a su trasero, el cual apretó sin miramientos. Raquel le mordió el labio inferior como respuesta, queriendo más de sus manos. Sergio volvió a apretar sus nalgas a la vez que tiraba de ella para que se sentase sobre su regazo. Raquel no dudó en obedecer y, colocando una rodilla a cada lado de su cuerpo, se sentó sobre sus piernas dejando un pequeño espacio para que sus manos pudiesen seguir deleitándose con su piel desnuda. Sergio gimió de placer cuando Raquel le agarró el cuello y se adentró en su boca mientras buscaba el roce de su más que evidente erección. Volvió a apretar sus nalgas, y, descendiendo por la parte trasera de sus muslos, intentó abrir sus piernas aún más para aumentar la fricción entre sus cuerpos. Abrió los ojos como platos al notar algo que no esperaba.

—Creo que te lo he roto…

Raquel rio contra sus labios.

—No lo has roto. Es así.

Sergio frunció el ceño, dirigiendo la mirada entre sus cuerpos. 

—¿Cómo va a ser a… oh.

Raquel asintió, mordiéndose el labio. Agarrando su muñeca, empujó su mano más adentro, hasta que sus dedos quedaron alineados con la abertura. Comenzó a balancear las caderas, buscando el roce con sus dedos esperando que notase la humedad en ellos. Raquel cerró los ojos y dejó caer la mandíbula al sentir que Sergio arqueaba dos dedos y presionaba su entrada, pidiendo acceso. Exhaló todo el aire de sus pulmones al descender sobre ellos. Se relamió los labios cuando los sintió por completo en su interior.

—Entiendo… —susurró él, completamente cautivado.  

Raquel le sonrió, sosteniéndole la mirada mientras volvía a mover las caderas. Gimió suavemente cada vez que sus dedos volvían a adentrarse en su cuerpo.

—¿Quiere ver qué más se puede hacer? —preguntó con voz ahogada y mirada cargada. 

Sergio asintió, tragando con fuerza.

—Pues quítate los boxers —ordenó con impaciencia. 

 

El amanecer los sorprendió aún despiertos. Raquel giró la cabeza de repente, buscando la mirada de Sergio. 

—Son casi las siete, van a ser las campanadas en España.

Este levantó las cejas, sin saber muy bien qué quería decir con eso.

—¿Y si volvemos a tomarnos las uvas? —sugirió, incorporándose en la cama. 

—Bueno, por qué no —concedió, estirándose en la cama para desperezarse. 

Mientras Sergio buscaba acceso a TVE en la tablet, Raquel corrió a la cocina a buscar las uvas que habían sobrado. Sintió una mezcla de nostalgia e ilusión al entrar en el dormitorio y escuchar la voz de Anne Igartiburu anunciando que pronto sonarían los cuartos. Se sentó al lado de Sergio en la cama y colocó el bowl con las uvas sobre su regazo.

—Ropa interior roja… doble de uvas… ¿No estamos abusando un poco de la suerte? 

Raquel negó con la cabeza.

—Nos merecemos toda la suerte del mundo —respondió, apoyando la mejilla en su hombro a la vez que dirigía la mirada a la pantalla.

Esperando a que Anne anunciase la primera campanada, Raquel decidió que aquella sería su nueva tradición: tomarse las uvas en la cama por segunda vez, a la hora española, estuviesen en la parte del mundo que estuviesen. 

Notes:

Si tenéis alguna sugerencia, duda o pensamiento que compartir también me podéis escribir aquí: https://curiouscat.me/MakenaIsABeach

Chapter 18: Mindanao

Notes:

Porque hace 6 años que se estrenó la serie que nos llevó a conocer a estos personajes... aquí va un nuevo capítulo.

Espero que se sigan pareciendo a ellos mínimamente (y si no, pido disculpas de antemano porque hace mucho tiempo que no veo la serie y tengo los personajes bastante desdibujados). Espero que lo disfrutéis igualmente.

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

18. Mindanao

Raquel protestó cuando la sabana que la protegía del frío de la mañana se deslizó por su brazo unos centímetros, dejando parte de su torso al descubierto. Estuvo a punto de tirar de ella para taparse de nuevo, pero se quedó quieta al sentir que Sergio posaba los labios en la curva de su hombro para depositar un pequeño beso. El calor del mismo se expandió por todo su hombro, como si sus labios hubiesen echado raíces en su piel. A aquel primer beso le siguieron otros tantos, pequeños y casi imperceptibles, que repartió por su cuello, brazo y omóplato. 

—Mmmh, buenos días…—masculló aún sin abrir los ojos. 

Sergio sonrió contra su piel a la vez que apretaba la mano que tenía apoyada en su cadera, de la cual Raquel no se había percatado hasta ese momento. Volvió a sentir la presión de sus labios segundos después; su calor se expandió aún más rápido por su piel, generándole tal sensación de paz y tranquilidad que estuvo a punto de quedarse dormida de nuevo. Sin embargo, Sergio recuperó su atención volviendo a apretar su cadera, esta vez de una forma un tanto autoritaria, como si no quisiese que durmiese más, a pesar de que aún quedaba una hora para que sonase el despertador. 

La mayoría de mañanas empezaban así, él besando su hombro antes de levantarse para ir a dar su paseo matinal mientras ella seguía durmiendo un rato más hasta que sonase el odiado despertador. Pero esa mañana, al parecer, Sergio tenía otra intención. Sus besos se prolongaron más de lo habitual, y su forma de agarrarle la cadera denotaba un cambio de planes. Despejó todas sus dudas cuando deslizó la punta de sus dedos bajo el borde lateral de su ropa interior, tentando su pubis de manera sutil. Su respuesta natural fue elevar un poco la rodilla, ofreciéndole más espacio; por muy poco que le gustase madrugar, no sería ella quien rechazase un polvo mañanero. 

Sergio se arrimó a ella hasta pegar su torso a su espalda desnuda e introdujo el resto de la mano bajo su ropa interior a la vez que arrastraba el lateral de su dedo índice a lo largo de su sexo, pasando livianamente por su clítoris. Raquel exhaló, sintiendo que su temperatura corporal aumentaba. Ya no echaba de menos la sábana ni tenía sueño. Gimió suavemente cuando Sergio arqueó la espalda, pegando las caderas a su trasero; su erección más que notable.

—Espero que eso no sea el mando de la tele… —rompió por fin el silencio. 

Sergio se echó a reír. Pegándose aún más a ella, comenzó a mover las caderas,  frotándose intencionadamente con su nalga.

—Para nada —su murmuro ronco le provocó un escalofrío de placer.

Raquel abrió los ojos por fin y giró la cabeza para mirarle. Un remolino de sensaciones le comprimió el abdomen al ver el deseo que reflejaban sus ojos.

—¿Te apetece? —le preguntó en un murmuró, rozando su mejilla con la punta de la nariz hasta plantar un beso en la misma.

Raquel se mordió el labio, su libido disparado. Agarrando la mano que aún seguía entre sus piernas, arqueó las caderas hasta que él mismo introdujo dos dedos en su interior; Sergio exhaló por la boca al sentir la humedad en sus propios dedos.

—¿Tú qué crees? —le respondió justo antes de que este se abalanzase a devorar su boca. 

Raquel rio sobresaltada, haciendo que su propia risa entorpeciese el beso durante unos segundos. Giró su torso todo lo que pudo para poder alcanzar sus labios más cómodamente pero Sergio prefirió desviarse hacia su cuello. Gimiendo suavemente, Raquel cerró los ojos y volvió a apoyar la cabeza en la almohada mientras se centraba en la forma en que los labios de Sergio succionaban la fina piel de su cuello y sus dedos bombeaban su interior con una impaciencia poco habitual en él a esas horas de la mañana; parecía como si llevase horas anhelando hacerle el amor.

Se incorporó levemente cuando Sergio arrastró el brazo izquierdo bajo sus costillas con la intención de rodear su torso y pegarse por completo a su espalda. Estuvo a punto de reñirle cuando este retiró los dedos de su interior, pero su forma de agarrar la goma de su ropa interior y tirar hacia abajo para quitársela hizo que se contagiara de su impaciencia, por lo que llevó la mano hacia atrás y le ayudó a deshacerse de sus propios calzoncillos. Arqueando la espalda en su dirección, sus cuerpos se alinearon casi sin necesidad de guiarlos. Su boca se abrió automáticamente cuando sintió su glande húmedo abriéndose paso entre sus labios, y una bocanada de aire escapó de sus pulmones cuando, agarrando su cadera con firmeza, Sergio se introdujo por completo de un único empujón. Su suspiro de alivio le acarició el cuello, erizándole la piel. Permaneció quieto unos segundos, dibujando una hilera de besos desde su cuello hasta su hombro, hasta que ella misma le instó a moverse con un breve apretón de nalga. Este rio contra su cuello.

—Voy —susurró, mordiendo su hombro como respuesta a su impaciencia. 

Agarrando su muslo como punto de apoyo, comenzó a mover las caderas a un ritmo cómodo y constante. Raquel llevó la mano hacia atrás y enterró los dedos en su melena para guiar su boca a aquel punto de su cuello que le hacía perder el sentido durante unos segundos. Tragó con fuerza, ahogando un gemido cuando este deslizó la lengua por el lugar exacto, causando varias descargas de electricidad que recorrieron su columna hasta perderse en el centro sus piernas. Se humedeció los labios y tomó aire al sentir que sus embestidas, cada vez más suaves y ligeras gracias a su lubricación natural, incrementaban el ritmo rápidamente.

—He soñado que nos arrestaban —comentó mientras mordisqueaba su hombro.

Sorprendida por el comentario, Raquel giró la cabeza, encontrándose con la mirada extasiada de Sergio. 

—¿Y eso te ha puesto cachondo? —preguntó con una ceja arqueada.

—No. —Jadeó—. Pero nuestro reencuentro de después sí.

Raquel sonrió, sus ojos desviándose a su boca entreabierta. 

—¿Ah, sí? ¿Y cómo fue ese reencuentro? —preguntó curiosa, elevando las cejas.

Sergio apretó los ojos cuando ella cerró las piernas y tensó los músculos, incrementando la fricción entre sus cuerpos. Sus párpados temblaron mientras intentaba reprimir un gemido. A pesar de sus maniobras para desestabilizarlo, continuó hablando. 

—Estábamos…los dos…solos. En una celda. Pero…había más gente. Periodistas…Policía…Presos. Todos…querían entrevis…tarnos. 

Raquel se mordió el labio, disfrutando de cómo su rostro se retorcía de placer con cada penetración. 

—¿Y nos pusimos a follar delante de todos? —preguntó atónita. 

Sergio asintió, haciendo que una gota de sudor se deslizase por su sien. Percibiendo que necesitaba una tregua, Raquel le frenó agarrándole de la cadera y se giró hacia él. Sin poner resistencia alguna, Sergio se dejó caer sobre su espalda a la vez que suspiraba profundamente. Apartando la sábana hacia los pies de la cama, Raquel se situó sobre su pelvis, agarró la base de su erección y lo alineó con la entrada de su vagina sin perder de vista su mirada.

—No sabía que te iba el exhibicionismo… —comentó.

Un gemido reverberó en la garganta de Sergio cuando descendió sobre su erección, uniéndolos de nuevo.

—No me va —respondió él en una exhalación. 

Raquel apoyó las manos en su abdomen al mismo tiempo que las de él se aferraban a la curva de sus caderas, acompañándola en el suave vaivén. 

—Es cosa del subconsciente —añadió sin poder dejar de mirar el movimiento de su cuerpo danzando sobre el suyo. 

—Ya.

Raquel arqueó la espalda, buscando la inclinación que a él resultaba más placentera. Sergio masculló una palabrota entre dientes al sentir el aumento de presión alrededor de su pene. Buscando compensar la situación, acercó el dedo pulgar a su clítoris y comenzó a dibujar círculos sobre este. Raquel se mordió el labio, disfrutando de aquel roce. 

—¿Y qué más pasaba en el sueño? ¿Nos aplaudieron al terminar? —preguntó poco después, inclinándose sobre él para besar sus labios.

Sergio llevó la mano izquierda a su nuca, sujetándola cerca de su boca a la vez que absorbía su labio inferior. Elevó las caderas unas cuantas veces, arrancándole un par de gemidos que le recorrieron la garganta, transformándose en placenteras vibraciones que pudo sentir hasta en las plantas de los pies. 

Se apartaron a la vez al sentir que les faltaba el aire. 

—No lo sé —respondió, dejándola recuperar su posición anterior. La observó recogerse el pelo en una mano—. Me he despertado justo antes de acabar —explicó.

—Ahora entiendo por qué estás al borde del orgasmo cuando solo acabamos de empezar…

Sonriendo, Sergio se incorporó y rodeó su cintura con un brazo. Lamió y mordisqueó su clavícula y cuello mientras ella se balanceaba sobre él. Impaciente, llevó el pulgar entre sus cuerpos para estimular su clitoris y llevarla más rápido al orgasmo, pues no estaba seguro de poder aguantar mucho más; notó que sus piernas se tensaban cuando su pulgar presionó su clítoris.  

—Ahí, no te muevas —le suplicó en un murmuro.

Aunque aquella postura era un tanto molesta para sus lumbares, permaneció quieto, dejando que persiguiese ella misma su propio placer. Tragó saliva, consciente de que si perdía la concentración un solo segundo se correría al instante. 

Vio que la vena de su frente sobresalía, y que su respiración se volvía cada vez más errática, señal de que su orgasmo estaba cada vez más cerca. Pero de repente decidió parar.

—¡Ey! —protestó Raquel, lanzándole una mirada de irritación.

Sergio plantó un beso en sus labios, murmurando un perdón antes de agarrarla con firmeza de la cintura para cambiar de posición. La giró hacia la cama, quedando ella tumbada sobre su espalda, sus piernas aún enlazadas detrás de su cintura. Posó otro beso en sus labios antes de retomar el ritmo. 

—¿Y por qué nos arrestaron? ¿Cómo nos encontraron? —preguntó, clavándole los talones en los glúteos para profundizar aún más las penetraciones. 

Ambos gimieron al unísono.

—Uno de los transportadores me delató —respondió entre dientes antes de enterrar la cara en su cuello.

Un escalofrío de placer le recorrió la espalda al sentir su aliento rozándole el cuello. Se humedeció los labios una vez más a la vez que arqueaba las caderas en el ángulo preciso para que su pelvis rozase su clítoris con cada empujón. La tensión en la parte baja de su vientre no tardó en reaparecer.

Clavando los dedos en sus nalgas, Sergio aceleró sus embestidas, dejándola a ella sin aliento y a él mismo luchando por no gemir más alto de la cuenta. Raquel buscó su boca en un intento de amortiguar los gemidos de ambos, pero a esas alturas ya había perdido el domino sobre su conciencia. En cuestión de segundos, ambos sucumbieron al placer. Raquel cerró los ojos, dejándose llevar por las olas de placer de aquel primer orgasmo del día. Sergio colapsó sobre ella segundos después, exhausto. 

Permanecieron en silencio un buen rato, sintiéndose.

 

—¿Sabes qué día es hoy? —preguntó Raquel una vez sus respiraciones habían vuelto a la normalidad. 

—¿Lunes? —balbuceó contra su esternón.

Raquel rio. 

—20 de enero —le recordó, removiéndole el pelo.

—Lunes 20 de enero… —repitió él, levantando la cabeza para mirarla. Intentó hacer memoria, pero su cerebro seguía adormecido por el cóctel de hormonas post-orgasmo.

—Ni idea, ¿no?

—Me preguntas en un momento poco lúcido para mi cerebro —justificó, haciéndose a un lado para no aplastarla.

Tumbándose de lado, Raquel tiró de la sábana con el objetivo de taparse, pues el sudor de su piel se había enfriado, haciéndola más susceptible al frío de la mañana.

—Hace exactamente 1 año que vine a Palawan para quedarme… —murmuró, deslizando la punta de los dedos a lo largo de su brazo.

Una sonrisa genuina surgió el rostro de Sergio, quien no pudo resistirse a besarla de nuevo. Al separarse, mantuvo la mano en la base de su mandíbula, la mirada fija en sus labios.

—Ya ha pasado un año… —comentó en un murmuro, deslizando el pulgar por su mejilla.

—Parece mucho más, ¿verdad?

Este buscó su mirada.

—La verdad es que desde que llegaste he dejado de prestarle atención al tiempo.

Raquel se mordió el labio, observando su rostro con cariño. 

—Qué mono eres —susurró antes de acercase a su boca para depositar un beso. Se relamió los labios al apartarse—. Oye ¿Y si salimos a cenar fuera para celebrarlo? —preguntó, acariciando su pecho de manera distendida.

—¿Los cuatro?

Raquel retorció los labios.

—Bueno, yo había pensado en los dos… Hace tiempo que no salimos solos. Y hoy Darna se queda a dormir de todas maneras… 

Este sonrió de lado.

—Me parece bien. 

Raquel le devolvió la sonrisa, pero la de él se esfumó de golpe.

—Mierda —masculló, apretando los ojos.

—¿Qué? 

—Hoy no puedo… 

Raquel frunció el ceño.

—¿Por qué?

Sergio emitió un suspiro.

—Tengo que recoger un paquete en Mindanao. No creo que me dé tiempo a volver antes de la hora de cenar… Podría cambiar la fecha, pero el transportador llegó el sábado a la isla y no me gustaría hacerle esperar más…

Raquel se incorporó y apoyó la mejilla sobre el talón de su mano. 

—¿Y si voy contigo? 

Sergio elevó las cejas.

—…¿Lo dices en serio? 

Raquel asintió, apretando los labios.

—Son varias horas de barco… —le advirtió.

Raquel encogió un hombro.

—Me encanta navegar durante horas en el barco cochambroso. —Su comentario sarcástico hizo reír a Sergio—. Bromas aparte, me apetece acompañarte —añadió.

Sergio sonrió con la mirada.

—Y a mí que me acompañes —murmuró colocando un mechón de pelo detrás de su oreja.

Raquel le devolvió la sonrisa.

—Pues vamos.

—Vamos —asintió antes de besarla. 

 

(…)

 

—Creo que deberíamos optimizar nuestro plan de huida en caso de ser localizados —comentó Sergio, apartando la mirada del océano para buscar la de Raquel, quien estaba sentada a su lado observando la bandada de garcetas que sobrevolaba el barco.

—¿Qué plan? —respondió, devolviéndole la atención.

—Exacto, ni siquiera lo tenemos debidamente memorizado. Debemos optimizarlo y memorizarlo, no vaya a ser que pase como en mi sueño.

—¿Aún sigues dándole vueltas al sueño? 

—¿Y si se trata de una señal?

Raquel rio para sí.

—¿Desde cuándo crees en las señales, Mister Escéptico? 

Sergio tartamudeó.

—Que no crea en los signos zodiacales y todo eso del horóscopo no significa que no crea en otras señales…

Raquel fingió sorpresa.

—Entiendo.

Sergio se recolocó las gafas, devolviendo la mirada al océano.

—Crea o no, pienso que es necesario darle una vuelta al plan. 

—¿Y qué sugieres? —preguntó, consciente de que si lo había sugerido era porque él ya había elaborado toda una trama en la privacidad de su mente. 

—Creo que deberíamos optar por la dispersión. Si permanecemos juntos en todo momento se lo estaríamos poniendo demasiado fácil y nos perjudicaríamos a nosotros mismos. 

—¿A qué tipo de dispersión te refieres?

—Pues… Creo que lo más acertado sería que, en caso de emergencia, tú te fueses con Paula y tu madre a alguna isla cercana, por ejemplo Mindanao. No es la capital pero sigue siendo una isla lo suficientemente grande para esconderse y poder huir por diferentes medios de transporte. 

—Si pretendes que me quede quietecita escondida en una isla mientras tú te encargas de solucionarlo todo lo llevas claro.

Volvió a recolocarse las gafas, incómodo con el tono de voz que había utilizado Raquel.

—Mi intención no es aislarte ni que no colabores, pero considero que es lo más seguro para ti y tu familia. 

—¿Para mí y familia? —repitió incrédula—. ¿Y tú? ¿No eres parte de mi familia?

Sergio se apretó el tabique nasal con los dedos, arrepintiéndose de sus propias palabras.

—Claro que lo soy. Por supuesto que sí. —Dejó escapar un suspiro antes de volver a mirarla—. Me refería a que Mariví y Paula se sentirán más seguras contigo. Escapar de la policía, no solo de la policía, sino de la Interpol —recalcó—, puede resultar verdaderamente traumático para ellas. Lo mejor será que permanezcas con ellas en un sitio que esté relativamente aislado hasta que pase el peligro y podamos volver a encontrarnos, en casa o cualquier otro sitio.

Raquel sacudió la cabeza, nada conforme.

—Lo siento pero no estoy de acuerdo. 

Sergio suspiró, rindiéndose. Sabía que, al menos ese día, no lograría convencerla. 

—Pues nada, mejor improvisamos, seguro que así todo irá sobre ruedas —concluyó, molesto.

Raquel se cruzó de brazos.

—Pues ya está, solucionado.

No volvieron a mencionar el tema durante el resto del viaje y el enfado inicial se fue desvaneciendo conforme se acercaban a su destino. 

 

Tras amarrar el barco al muelle, Sergio partió hacia el punto de encuentro donde había quedado con el transportador. Raquel tuvo que quedarse en el puerto, ya que ni siquiera sus hombres más cercanos sabían de su relación. Y era mejor así, cuanto menos gente lo supiera, más seguros estaban. 

Cansada de pasear por el puerto, se desvió a un pequeño parque con vistas al mar y se sentó en un banco de piedra. Sacó el libro que había traído para ese rato que estaría sola y comenzó a leer. Tan solo llevaba cinco páginas leídas cuando unos pasos captaron su atención.

Hello. 

Raquel levantó la cabeza al escuchar la voz de un hombre. 

Excuse me, do you live here? —El hombre preguntó con un fuerte acento francés.

Raquel parpadeó, tomada por sorpresa. 

Emmm, no. Why? 

I… Do you know where is the…—El hombre abrió un mapa de papel que llevaba en la mano y leyó el nombre de un lugar que por su manera de decirlo parecía impronunciable.

I don’t know. I’m sorry.

Raquel agachó la cabeza, fingiendo que seguía leyendo. Sin embargo, el hombre continuó insistiendo, acercándole el mapa para mostrarle el punto al que quería ir. Raquel se hizo a un lado y sacudió las manos, repitiendo que no conocía el lugar. 

—¿Española? —preguntó el hombre con sorpresa, señalando a las páginas de su libro.

Raquel lo cerró de inmediato. 

I can’t help you, sir. I’m sorry —repitió, forzando una sonrisa. 

Ohh, okay, okay —respondió, dando un paso atrás—. What’s your name?

Raquel abrió la boca, pero se frenó a tiempo. Hacía tanto tiempo que no usaba su identidad falsa que le costó acordarse de su seudónimo. 

—Cristina —respondió manteniendo la sonrisa forzada—. I have to go now —añadió, poniéndose en pie. 

El hombre le ofreció la mano, la cual ella estrechó brevemente.

Nice to meet you, Cristina. I leave you now. Sorry for bother you.

It’s okay. Bye.

—Good Bye.

Sin más, comenzó a caminar en dirección al puerto. No echó la vista atrás hasta que estuvo lo suficientemente lejos del lugar. Al mirar de nuevo el hombre ya no estaba. Frunció el ceño al darse cuenta de lo rara que había sido aquella interacción. Dudó si realmente había sido extraña, o se debía a que hacía mucho tiempo que no trataba con turistas. Decidió quitarle importancia y regresó al barco.

 

Sergio apareció cuarenta minutos más tarde, cargando en la parte trasera de la moto que había alquilado una caja rectangular del tamaño de un ordenador. Tras dejar el paquete guardado en el barco, dedicaron el resto del tiempo a recorrer la pequeña población y sus alrededores. El plan inicial pasó a ser merienda, ya que aún les quedaba el viaje de vuelta y Sergio no era partidario de navegar durante la noche. Terminaron eligiendo un restaurante local a unos metros de la calle principal. El lugar no era demasiado grande, pero parecía tener buena fama entre los locales, pues todas las mesas estaban ocupadas a pesar de la hora habitual del almuerzo ya había pasado. 

—¿Qué hay en el paquete? —preguntó Raquel tras darle un sorbo a la coca-cola que le acababa de traer el camarero.

—Nada importante.

Raquel agachó la cabeza a la vez que elevaba una ceja.

—Si no fuese importante me lo dirías. 

Sosteniéndole la mirada, se inclinó hacia ella. Raquel acercó la oreja.

—Es… un secreto —murmuró.

Raquel rodó los ojos, volviendo a descansar la espalda en el respaldo de la silla.

—Cuando volvamos a casa lo verás —añadió él.

—Cómo te gusta hacerte el misterioso.

Este sonrió, dándole un golpecito en la punta de su nariz con el dedo índice. 

—Mucho.

Raquel arrugó la nariz, sacándole la lengua antes de darle otro trago a su bebida. Cuando fue a dejar el vaso, sus ojos se fijaron en una figura que le resultó familiar. En la barra del restaurante estaba el mismo hombre que le había hablado en el puerto. Aunque estaba de espaldas, su camiseta con estampado de flores coloridas y sombrero de paja eran inconfundibles en aquel lugar. 

—¿Qué pasa? —preguntó Sergio, notando el cambio en su mirada. Echó un vistazo sobre su hombro, pero no encontró nada raro. 

Raquel sacudió la cabeza, sustituyendo su seriedad por una breve sonrisa.

—Nada… Ese hombre, lo he visto antes en el puerto.

—¿Cuál? —Volvió a mirar hacia la barra—. ¿El que parece un turista perdido?

—Efectivamente. 

Sergio permaneció callado, pues el camarero había vuelto a su mesa para entregarles la comida que habían pedido. 

Thank you —dijeron ambos a la vez.

—¿Crees que nos está siguiendo? —preguntó Sergio una vez el camarero se había marchado. Aunque allí pocas personas entendían y hablaban español, nunca podía estar del todo seguro.

Raquel negó con la cabeza.

—No creo… Pero me ha resultado un poco extraño. Se me ha acercado para preguntarme dónde estaba no sé qué lugar, se ha puesto un poco cansino. Tenía un acento francés muy cerrado y era difícil entenderlo. 

Sergio tragó saliva, intentando mantener la calma.

—¿Te ha preguntado algo fuera de lo normal?

—Nada, solo si vivía aquí y mi nombre.

—Le has dado el…

—Por supuesto —le interrumpió. 

Sergio asintió, volviendo a mirar al hombre de reojo. Este parecía más pendiente del comensal que tenía al lado en la barra que de ellos. Sin embargo, Sergio no se quedó tranquilo.

—¿Nos vamos? 

Raquel frunció el ceño, negando con la cabeza.

—No. Seguro que es un simple turista. Solo me ha sorprendido encontrarlo aquí, nada más. Quizás este lugar es más conocido de lo que pensábamos.

Agarró el tenedor y pinchó un trozo de pollo del plato, demostrando su intención de permanecer en el restaurante. 

—Yo no estoy tan seguro, podría ser un policía disfrazado. Incluso si es un simple turista puede haberte reconocido, Europa estuvo empapelada con tu cara durante meses.

—No me ha reconocido —le aseguró mirándole a los ojos. 

Sergio permaneció callado ante aquella muestra de seguridad.

—Y tampoco nos están siguiendo. Nadie sabía que íbamos a estar aquí, ni siquiera yo sabía que iba a venir aquí esta mañana. 

—El transportador sí.

Raquel ladeó la cabeza, sonriendo levemente.

—Creo que el sueño de hoy te ha afectado más de lo que pensaba…

Este desvió la mirada, incómodo. No pudo negar que en parte llevaba razón.

—No pienses más en eso, ¿vale? Cambiemos de tema, anda —sugirió Raquel, señalándole al plato que probase la comida.

Lograron mantener una conversación normal, aunque los ojos de Sergio se desviaban de vez en cuando al turista francés, que seguía intentando entablar conversación con cualquiera que se sentase a su lado en la barra. Sin embargo, el verdadero pánico llegó unos minutos después cuando dos policías entraron en el restaurante.

Sergio sintió que su pulso se disparaba y que su garganta se cerraba. Su cerebro se bloqueó, no supo cómo reaccionar, no estaba preparado. A pesar de haber vivido situaciones similares, nunca se había sentido tan vulnerable.

Raquel posó su mano sobre la de él en la mesa, pidiéndole sin palabras que se calmase, que analizase la situación antes de reaccionar de una forma que pudiese llamar la atención de los policías. Este agachó la cabeza y siguió comiendo a pesar de que en su garganta se había formado un nudo que le impedía tragar con normalidad.

Sintió que el alma se le salía del cuerpo cuando estos pasaron por su lado, pero afortunadamente no se detuvieron. Sergio suspiró discretamente.

Continuaron hacia la barra. El turista se puso tenso cuando estos lo rodearon y empezó a balbucear frases en un perfecto inglés.

Raquel abrió la boca, perpleja.

Para sorpresa de todos, los policías empezaron a cachearlo delante de todos. Por la forma de hablarle y tratarle, daba la impresión de que ya le conocían, que no era un delincuente cualquiera.

De una riñonera que llevaba escondida bajo la camisa estampada, los policías sacaron varias carteras y móviles que había estado robando. Raquel abrió los ojos e inmediatamente comprobó que tenía todas sus pertenencias. Asintió cuando Sergio le preguntó con la mirada. Al final no había estado del todo equivocada, había algo raro en aquel turista. O más bien aquel ladrón disfrazado de turista.

 

—Jodeeeer —exclamó Sergio aliviado una vez estaban lejos de todo el tumulto. Después de aquel pequeño susto había decidido comer rápido y salir de allí cuanto antes—. Qué jodido susto, hostia.

Raquel le miró con los ojos como platos antes de echarse a reír. 

—Creo que nunca te he escuchado soltar tantos tacos juntos.

—La ocasión lo merece —justifico, estrujando su mano a la vez que tiraba de su brazo para traerla hacia sí.

La envolvió en sus brazos y besó su cabeza a la vez que la abrazaba con fuerza, como si hubiese estado a punto de perderla. Raquel no puedo evitar reír para sí mientras le devolvía el abrazo.

—¿Y si cocinamos algo en nuestro barquito y cenamos tranquilamente sin nadie alrededor?

Raquel elevó el mentón para mirarle y sonrió.

—Me parece un planazo —murmuró, subiendo los brazos a su cuello antes de fundirse en un beso. 

—Y de paso fijamos el plan de huida —añadió a la vez que retomaban el camino hacia el puerto.

Raquel se quedó quieta, lanzándole una mirada de odio.

—Eso ya lo veremos.

Notes:

Para que haya un nuevo capítulo deberán alinearse los astros y que Álvaro e Itziar coincidan en algún lugar y/o vuelvan a trabajar juntos (mensaje dedicado especialmente a Natally <3)

Chapter 19: Caja

Notes:

No, no se ha dado el milagro de que Álvaro e Itziar coincidan en el espacio/tiempo actual... pero me sentía mal por dejaros con la duda sobre qué había en la caja, así que aquí tenéis. Espero que os guste. Ahora sí que sí, me despido hasta que se produzca el milagro. Un millón de gracias una vez más.

Chapter Text

19. Caja

—Morrison… —Sergio pronunció con tono de advertencia desde su escritorio.

Sin apartar la mirada, el gato dio un paso al frente, aproximándose a la caja que Sergio había dejado en una esquina de su despacho. El gato dio un segundo paso. Sergio exhaló por la nariz.

—Un paso más y te encierro en tu jaula todo el día  —volvió a advertirle, señalándole con el dedo índice, pero el gato hizo caso omiso de sus palabras. Tan solo un segundo después, este se abalanzó sobre la caja de un salto y comenzó a arañar el cartón como si estuviese intentando desenterrar un tesoro. 

Sergio masculló una palabrota a la vez que se levantaba de la silla para acudir a frenarlo. Para entonces, Morrison ya había logrado arrancar un trozo de cartón, dejando a la vista parte del contenido. Agarrándolo del lomo, lo apartó de la caja. El gato protestó con un maullido.

—Ya te he dicho que no hay nada para ti ahí dentro, cabezón —Le regañó, sosteniéndolo a la altura de sus ojos. 

El gato volvió a maullar, esta vez más bajito, como con resignación. Sergio agachó la mirada para ver el destrozo que había hecho. La caja llevaba ahí varios días, intacta. Aún no la había abierto porque estaba esperando encontrar un hueco para poder revisar el contenido con tranquilidad y poder entregárselo a Raquel de otra manera. No sabía exactamente cómo, pero al menos quería cambiar el contenido a una caja más bonita. Pero entre unas cosas y otras aún no había encontrado tiempo.

Salió del despacho con el gato en brazos y lo llevó hasta su jaula, la cual se encontraba en una esquina del salón, junto a su bowl de agua. Lo metió en la jaula y cerró la puerta. 

—Ahora te vas a quedar ahí hasta nuevo aviso, por desobedecerme. 

El gato permaneció sentado, mirándole como si no hubiese roto un plato en su vida.

—Y no me mires así. Sabes perfectamente lo que has hecho.

Raquel, quien salía en ese momento de la cocina, arqueó una ceja al escuchar sus palabras.

—¿Qué ha hecho?

Sergio se colocó las gafas, suspirando.

—Ha abierto la caja a arañazos. 

—¿La caja que no me dejabas abrir a mí?

—Esa misma.

Raquel frunció los labios.

—Vaya. Me siento robada. 

Recorrió la distancia que los separaba hasta situarse a su lado frente al gato.

—¿Puedo ver ya lo que es? 

Sergio sopesó su pregunta; la caja ya estaba abierta y, conociéndola, aprovecharía cualquier despiste suyo para echar un vistazo al contenido. No le quedaba más remedio que dársela tal y como había llegado.

—Está bien… ¿De cuánto tiempo libre dispones?

Raquel frunció el ceño, extrañada.

—¿Cuánto tiempo necesito para verlo? 

—Depende de lo que te recrees. 

Raquel ladeó la cabeza, aún más confusa e intrigada. Echó un vistazo al reloj de Sergio.

—Tengo que recoger a Paula dentro de hora y media, ¿es suficiente?

—Imagino que sí. Siéntate —le pidió antes de regresar al interior de su despacho. 

Raquel tomó asiento y lanzó una mirada a Morrison por encima de su hombro, mostrando su emoción con un movimiento de cejas. El gato respondió con un maullido triste, haciendo que Raquel entornase la mirada. 

—No me maúlles así. Si te suelto se va a enfadar conmigo. 

Sergio reapareció en ese mismo momento cargando la caja en sus manos. Impaciente, Raquel subió las piernas al sofá mientras observaba cómo este situaba la pesada caja sobre la mesita, tapando con la palma de su mano el hueco que había abierto el gato.

—Antes que nada tengo que advertirte de que no he podido comprobar qué hay dentro exactamente. —Empujó sus gafas con el dedo pulgar—. Quiero decir… sé lo que hay pero no sé cuáles son, por lo que si hay alguna que te incomoda o no quieras guardar, me la das y yo me deshago de ellas. 

Raquel asintió, frunciendo el ceño; aún no era capaz de intuir a qué se estaba refiriendo.

—Vale.

Sentándose a su lado, Sergio apartó la mano y terminó de abrir la caja. Raquel abrió la boca al ver que dentro había varios tacos de fotografías. Fotografías suyas y de su familia. Exhaló, sorprendida. 

—Pero, ¿de dónde has sacado esto? —preguntó perpleja, sus ojos saltando de una foto a otra sin poder asimilar lo que estaba viendo. Había estado convencida de que sería algún alimento español difícil de conseguir en Filipinas o algo por el estilo, en ningún momento se le pasó por la cabeza que fuese algo tan personal.  

Miró a Sergio, incrédula.

—¿Cómo las has conseguido? Las guardaba mi madre en el altillo de casa —explicó a la vez que estiraba la mano para agarrar uno de los tacos. Levantó la mirada al darse cuenta de que Sergio no decía nada. Este tenía los labios apretados y su mirada era una mezcla de adoración y tristeza—. ¿Qué? —preguntó en voz baja, anticipando una mala noticia. 

Sergio se colocó las gafas antes de hablar. 

—…Tu hermana ha puesto la casa de tu madre en venta.

Raquel se quedó quieta; su mirada se fue desenfocando a medida que aquella bomba calaba en su mente. Sabía que aquello ocurriría tarde o temprano, pero no esperaba que fuese tan pronto. Apenas llevaban un año fuera del país. Tragó el nudo que se le había formado en la garganta.

—¿Cuándo? —Su tono de voz se tornó grave. 

Sergio le sostuvo la mirada.

—Hace unas tres semanas… Mandé a alguien en cuanto me enteré para que intentase guardar lo que pudiese.

Observó que Raquel agachaba la cabeza y fijaba la mirada en el taco de fotos que tenía sobre su regazo. Sin embargo, sabía que no estaba prestando atención a aquella primera foto.

—Aún estamos a tiempo de comprarla a través de…

Raquel le interrumpió sacudiendo la cabeza. 

—No. —Forzó una sonrisa—. ¿Para qué? No vamos a volver.

Sergio agachó la mirada, sintiendo el dolor que escondían sus palabras. Él no sentía arraigo por ningún lugar, pero ella había pasado la mayor parte de su vida en Madrid, en aquella misma casa. Asumir que nunca más pisaría el suelo del que había sido su hogar durante décadas no debía ser nada fácil para ella, por mucho que intentase disfrazarlo de resignación. 

—Lo sé, pero…

Raquel volvió a sacudir la cabeza, recuperando la firmeza habitual de su mirada.

—No. No hagas nada. Sabía que esto iba a pasar en algún momento. Además, esa ya no es nuestra casa, que haga lo que quiera con ella. 

Sergio asintió, a pesar de percibir cierto resentimiento en sus palabras. Raquel hizo un esfuerzo por sacar de su pensamiento aquella noticia y devolvió su atención al taco de fotos que había sacado de la caja. Este contenía fotos de sus padres de jóvenes. Se mordió el labio, emocionada; hacía tantos años que no las veía, que no pudo evitar que los ojos se le llenasen de lágrimas. Su madre las había guardado meses después de la muerte de su padre y nunca más las volvió a sacar.

Parpadeó para deshacer las lágrimas mientras observaba una foto de ellos en los inicios de su relación. Su padre tenía el brazo derecho sobre los hombros de su madre, quien tenía agarrados sus dedos con ambas manos mientras se miraban con un amor que traspasaba la imagen. Ladeó la cabeza, incapaz de apartar la mirada; siempre había envidiado la relación de sus padres, esa complicidad y amor duradero e inquebrantable que se procesaban sin importar las circunstancias. Sonrió con tristeza, pensando en sí su madre llegaría a reconocerse cuando las viera. 

—¿Ese es tu padre? —interrumpió sus pensamientos Sergio.

Raquel asintió, sonriendo. 

—De él saqué la nariz —añadió riendo, mostrándole una foto en la que era muy evidente el parecido. 

Sergio sonrió.

—Paula se parece mucho tu a madre —destacó de esa misma foto.

—Sí, ¿verdad? 

Raquel se mordió el labio, pasando a la siguiente foto. Continuaron viendo las demás en silencio, hasta que llegaron a una foto color sepia donde su madre sostenía a un bebé. Notó que Sergio se aproxima con interés. 

—¿Ese bebé eres tú?

Raquel asintió, sonriente. 

—Qué pequeñita… —comentó, quitándole la foto para poder verla más de cerca. 

Raque rio.

—Pues pesé 3 kilos y medio… Mi madre siempre me ha dicho que le costó mucho “echarme”. 

Sergio apartó la mirada de la foto un instante para sonreírle. Raquel pasó a la siguiente, que también era de ella, tomada unos meses después. Como aún no podía sostener su propia cabeza, sus padres la habían colocado en el sofá entre dos cojines. Salía mirando hacia arriba mientras sonreía ampliamente, parecía como si alguno de sus padres estuviese detrás de la cámara agitando algún juguete para hacerla reír. 

Notó que Sergio se inclinaba hacia ella y, al mirarle, pudo ver que se había quedado embelesado con la foto. No pudo evitar sonreír. 

—¿Qué? ¿Se te está despertando el instinto paternal? —le chinchó, pero lejos de ponerse nervioso como ella había anticipado, Sergio le devolvió una pequeña sonrisa. De repente sintió un remolino de nervios en el estómago; ¿Y si respondía que sí? ¿Que lo había estado pensado y que sí le gustaría ser padre? 

—No, pero es que sales muy mona —respondió, quitándole la foto de las manos. 

Raquel exhaló; le sorprendió no saber distinguir si se sentía aliviada o un poco decepcionada. Aclaró su garganta. 

—La verdad es que sí, fui un bebé muy achuchable —dijo sonriendo. 

Dejó el taco que había estado mirando sobre el regazo de Sergio y sacó uno nuevo. Este contenía más fotos tomadas en diferentes momentos de su infancia. Se demoraron un buen rato en aquel montón, pues Sergio no paraba de hacerle preguntas sobre cada una de ellas. Le llenó de ternura que tuviese tanto interés en saber cómo fue su infancia, las cosas que hacía y qué le gustaba por aquel entonces; quizás porque la suya había sido muy diferente y no era un tema que abordase con otra gente. 

Su semblante cambió al llegar a la última foto del montón; en ella aparecía Raquel con unos 4 años de edad, sentada en el sofá y con su hermana recién nacida sobre sus piernas. Ver aquello en esos momentos le sentó como un jarro de agua fría. Antes de que brotasen emociones que no estaba preparada para sentir, colocó la foto al final del montón y lo dejó sobre la mesa. 

El siguiente taco contenía aún más fotos de ella con su hermana, por lo prefirió apartarlas. 

—Toma.

Sergio agarró las fotos.

—¿Qué hago con ellas?

Raquel tragó saliva al sentir la garganta tensa, señal de que si continuaba mirando esas fotos las lágrimas no tardarían en aparecer. No es que hubiese tenido una relación extraordinariamente buena con su hermana, al contrario, eran tan diferentes que las discusiones y enfados habían sido constantes a lo largo de su adolescencia y vida adulta.

Sin embargo, su infancia juntas había sido muy bonita; habían pasado interminables horas juntas jugando, bailando, compartiendo historias… y en cierto modo le dolía que no hubiesen logrado mantener esa buena relación. 

—Guárdalas, ahora no me apetece verlas —masculló a la vez que sacaba otro taco de la caja. 

Sergio asintió y comenzó a apartar de aquel montón todas las fotos en las que salía su hermana. Soltó una carcajada al ver una de las fotos. Raquel frunció el ceño.

—¿Qué?

Sergio le mostró la foto que le había hecho reír. En ella aparecía Raquel con unos 6 años disfrazada de policía. La gorra era tan grande que casi no se le veían los ojos. Mordiéndose el labio, Raquel agarró la foto; recordó en ese instante que su padre le había dejado su gorra para la foto.

—Tenías bien claro a qué querías dedicarte… —comentó de manera burlona Sergio. 

Raquel sonrió.

—Con un padre policía, ¿qué esperas?

La dejó sobre el montón de fotos bueno y continuó viendo las siguientes. Sin haber pasado la foto por completo, reconoció el vestido de novia que llevó en su boda e inmediatamente le entregó el taco a Sergio.

—Estas las puedes tirar sin problema. Todas en las que salga él, da igual con quién salga. 

Sergio asintió e inmediatamente se puso a apartar las fotos mientras Raquel sacaba uno de los últimos tacos de la caja. Se llevó la mano a la cara cuando llegó a las fotos de su adolescencia. 

—Madre mía qué pintas… —comentó horrorizada al ver los peinados y prendas que se llevaban por aquella época.

Sergio dejó en el suelo el taco de fotos desechado y echó un vistazo a la foto que estaba mirando Raquel.

—¿Por qué parece que te recortaste el flequillo en clase de plástica? 

Raquel le empujó del hombro, aguantándose de risa. Sergio rio.

—En serio, ¿Por qué?

—La influencia vasca, hijo. Te persigue incluso viviendo en Madrid.

Sergio elevó las cejas. 

—No recordaba que eras vasca…

Raquel ladeó la cabeza.

—Bueno… en realidad los vascos son mis padres, yo nací en Madrid, pero con poquitos meses mis padres se mudaron al pueblo de mi madre.

—¿De dónde eran? —preguntó con especial interés. 

Raquel sonrió.  

—¿Qué pasa? ¿Se te pasó ese detalle cuando me investigaste? —preguntó elevando las cejas. 

Sergio se recolocó las gafas.

—Pues la verdad es que sí, no le di mucha importancia al lugar de nacimiento.  

Raquel inspiró.

—Mi padre era de Bilbao y mi madre de un pueblo cerca de San Sebastián, Astigarraga.  Vivimos allí unos 5 años hasta que a mi padre lo destinaron a Madrid.

—Entonces vivimos bastante cerca el uno del otro durante una época… —señaló Sergio, pensativo.

Raquel sonrió.

—¿Qué te parece? A lo mejor hasta coincidimos en algún lugar cuando éramos pequeños.

Compartieron una sonrisa antes de devolver la mirada a la foto a la vez. 

—Pues no te quedaba tan mal… 

Raquel rodó los ojos, resoplando. 

—Eso es que estás perdidamente enamorado de mí… —comentó, dándole con el hombro—. Porque salgo feísima. 

Sergio sonrió para sí, sin atreverse a levantar la mirada de la foto. Raquel sonrió al ver que se había ruborizado.

Continuaron viendo las demás fotos, comentando y riendo sobre las poses ridículas que tenía en algunas. También le comentó sobre sus amigas de la adolescencia que aparecían en las fotos y lo que sabía de cada una de ellas en la actualidad. También le mostró la única  foto que tenía con su primer novio del instituto. Un chico tímido y reservado; rubio con los ojos claros y saltones. El que era considerado el “empollón” de la clase. Mucha gente se burlaba de él por sus gafas gruesas y su forma de vestir, y nadie daba crédito cuando Raquel aceptó salir con él. Apenas duraron un año y pocos meses, y nunca fueron más allá de unos cuantos besos, pero lo recordaba con mucho cariño. 

Raquel se quedó a mitad de frase al pasar de foto y ver qué venía después. Pegó el taco a su pecho tan rápido como pudo a la vez que un calor intenso ascendía a sus mejillas. Fue tan rápida que a Sergio ni siquiera le dio tiempo a ver quién salía en la foto. Este levantó la cabeza, extrañado.

—¿Qué pasa? 

Raquel se mordió el labio, avergonzada.

—Salgo desnuda…

Sergio resopló, riendo.

—¿Y no quieres que te vea desnuda? Porque llegas un par de años tarde.

Raquel entornó la mirada, preguntándose si debería mostrársela.

—Prométeme que no te vas a reir. 

—¿Por qué me voy a reír? 

—Porque doy vergüenza ajena.

—Venga ya…

—Tenía 20 años y me creía… —Exhaló—. No sé qué me creía, pero debería haber quemado estas fotos hace tiempo.

—Seguro que no es para tanto.

Raquel apretó los ojos a la vez que apartaba la foto de su pecho para mostrársela. 

No escuchó nada. Ni una sola palabra o risotada salió de la boca de Sergio. Intrigada, abrió levemente el ojo derecho para ver la foto. En ella aparecía tumbada boca arriba en un sofá oscuro. La foto estaba hecha desde arriba y solo se le veía de las caderas para arriba. Su pelo largo y ondulado, con destellos rojizos, estaba estirado sobre el brazo del sofá y ella salía mirando a la cámara, mordiéndose la uña del pulgar y riendo mientras intentaba tapar el objetivo con su otra mano. 

Ladeó la cabeza, no estaba tan mal como la recordaba. Salía hasta guapa. 

—¿Me la puedo quedar? —preguntó Sergio tras un silencio.

Raquel abrió los ojos como platos. Sergio encogió los hombros ante su mirada de sorpresa.

—Sales muy… —Movió la mano, intentando buscar una palabra que no sonase grotesca.

Raquel levantó las cejas, divertida.

—Muy…

—Muy bien, muy… —Se recolocó las gafas.

—¿Sexy?

Extendió la palma hacia ella.

—Por ejemplo. 

Raquel rio a la vez que le entregaba la foto.

—Para ti. Guárdala donde no la vaya a ver Paula.

—Por supuesto.

—No puede ser… —masculló Raquel al ver que tras aquella foto había otra más. Y detrás de esa, otras cuantas más. Se llevó la mano a la mejilla a la vez que se mordía el labio. 

—¿Quién te las hizo? —preguntó Sergio con curiosidad sin apartar la mirada de las fotos.  

Raquel suspiró.

—Mi novio de la época. Le iba la fotografía y el mundo audiovisual… 

—¿Y se las distes a tu madre para que te las guardase? —preguntó con la cara desencajada.

—Esa es la cosa… No sé cómo acabarían ahí. Y creo que prefiero no saberlo —añadió arrugando la nariz. 

Fijó la mirada en la foto que sostenía Sergio; en ella salía tumbada boca abajo en la cama, su cara descansaba sobre sus antebrazos mientras miraba a cámara. De fondo: su trasero iluminado por la luz natural que entraba por la ventana. No sonreía, pero su rostro trasmitía calma y seguridad. La foto en sí era bastante bonita. Y además tenía cuerpazo, para qué negarlo.

—¿Me puedes pasar ese cojín? 

Raquel tiró del cojín que tenía al lado y se lo entregó. Soltó una carcajada cuando Sergio lo colocó sobre su regazo.

—¿En serio?

Sergio se colocó las gafas a la vez que le mostraba la foto. 

—¿Tú te has visto?

Raquel rodó los ojos, pero no pudo contener la sonrisa.

—La verdad es que no salgo nada mal, pero fui un poco inconsciente… Si llegan a caer en las manos equivocadas… no quiero ni imaginarme lo que podría haber pasado.

—Por suerte han caído en las manos correctas —señaló Sergio colocando las fotos junto a la primera que Raquel le había dado.

Raquel le sonrió antes de sacar el último taco de la caja. Le dio la mitad a Sergio. Aquel contenía fotos más aleatorias: celebraciones familiares, cumples varios, fotos de Paula, Paula recién nacida, Paula en la guardería, Paula con sus amiguitos…

—Eh…, ¿Raquel? 

Esta levantó la cabeza.

—¿Quién es la pelirroja que te está agarrando un pecho?

Raquel se echó a reír incluso antes de ver la foto. Sergio giró la foto para mostrársela. La foto fue tomada durante una cena con compañeros de trabajo. Alicia había decidido agarrarle una teta para hacerla reír y estropear la foto. 

—Alicia. Una antigua amiga. Nos conocimos en la academia de policía… éramos de las pocas chicas allí, así que nos hicimos muy amigas. Fue mi mejor amiga durante años.

—¿Fue?

—Sí, es que…—La mirada de Raquel recayó en el reloj de Sergio. Abrió los ojos como platos al ver la hora que era—. ¡Joder, Paula! —exclamó, dejando las fotos sobre la mesa—. Me tengo que ir, otro día te cuento sobre Alicia —dijo a la vez que se ponía en pie. Sergio hizo lo mismo un segundo después. Rodeó su cuello con ambos brazos, poniéndose de puntillas—. Muchas gracias por las fotos, me ha encantado volver a verlas —susurró antes de plantar un suave beso en sus labios—. Te veo luego. 

Sergio asintió, siguiéndola con la mirada hasta que se marchó. Permaneció de pie un rato, mirando aquella última foto. ¿Por qué le sonaba tanto aquella pelirroja?

Chapter 20: Tormenta

Notes:

Un pequeño regalo de Reyes anticipado (aunque no haya habido interacción Alvitz...). A ver si este 2024 cae la breva y nos regalan un mísero like.

No sé si algo de lo mencionado en este episodio ya había ocurrido en anteriores, espero que no, pero tengo memoria Dory. Y perdón por los posibles typos.

Chapter Text

20. Tormenta

La alarma del reloj analógico que tenía sobre su mesita de noche sonó a las 22:30 como cada noche. Normalmente, la alarma le pillaba ya en la cama, pero aquel día habían tardado más en limpiar la cocina y aún seguía en el baño lavándose la cara. 

—Cariño, ¿puedes apagarla? —pidió en voz alta al escuchar que Sergio entraba en el dormitorio. 

El irritante sonido cesó a los pocos segundos. Tras secarse la cara, Raquel colgó la toalla y aplicó pequeños puntos de crema hidratante en su rostro que después extendió con suaves toques de las yemas de sus dedos. Sergio entró en ese momento al baño y le dejó algo sobre el lavabo. Raquel agachó la mirada brevemente.

—Gracias —murmuró, sonriéndole a través del espejo cuando este se situó a su lado.

—Darna me acaba de decir que se avecina una tormenta tropical —comentó Sergio mientras deshacía los botones de su camisa con calma—. Es probable que no pueda venir mañana a trabajar.

La sonrisa de Raquel se desvaneció con aquella noticia. 

—¿Es peligrosa?

—No es de las peores… Al parecer nos pasará de refilón, pero debemos estar preparados por si hay algún cambio —explicó a la vez que se quitaba la camisa y la doblaba con una habilidad fruto de años de práctica. 

Raquel asintió despacio, apretando los labios; en el casi año y medio que llevaba viviendo allí, el tiempo había sido casi idílico, con alguna que otra ola de calor que poco tenían que ver con las que había experimentado en Madrid. Sin embargo, sabía que Sergio había vivido una de aquellas temidas tormentas tropicales al poco de llegar a Filipinas y cómo esta había destrozado gran parte de la primera casa en la que había vivido. 

—Mañana saldré a primera hora del día a comprar lo necesario.

Raquel asintió mirándose a sí misma en el espejo. Respiró hondo para impedir que los nervios se hiciesen con su estómago, pero le fue más difícil controlar sus pensamientos, que no tardaron en imaginar las consecuencias que podría acarrear la llegada de aquella tormenta. 

—¿Y si nos vamos a un hotel? —sugirió, girándose levemente para mirarle.  

Sergio negó con la cabeza.

—No vamos a estar más seguros que aquí —le aseguró con absoluta tranquilidad a la vez que se quitaba las gafas con ambas manos y las dejaba en un estante.

Raquel se mordió el labio, no tan convencida. A pesar de que habían elegido aquella casa porque era la más robusta que habían encontrado y que las primeras semanas habían reforzado sus puntos más débiles, el no haber vivido una experiencia similar le generaba una sensación de inseguridad difícil de ignorar. 

Una vez terminó de desvestirse, Sergio dejó la ropa perfectamente doblada dentro del cesto de la ropa sucia y se metió en la ducha. El ruido del agua logró sacarla de su propia mente y, suspirando, se lavó las manos y cerró el tarro de crema para guardarla. Después cogió la caja de pastillas anticonceptivas que Sergio le había traído de su cajón. Al inclinarla, un blíster prácticamente vacío cayó sobre su palma. Frunció el ceño, confusa; tenía la sensación de haber empezado la caja la semana anterior. 

—Oye, ¿había más pastillas en el cajón? 

—Creo que no. Es lo único que he encontrado. 

—Mierda —masculló para sí—. ¿Podrías pasarte mañana por la farmacia a comprar más?

—Claro.

—Te dejo la caja al lado de las gafas —añadió dejando la caja vacía en el estante.

—Vale. 

Presionando la última burbuja del blíster, se llevó la pequeña pastilla blanca a la boca, la cual tragó sin necesidad de tomar agua y continuó con su rutina de noche.

 

05:10

—Sergio —susurró Raquel, dándole pequeñas palmadas en el hombro para despertarlo.

—¿Eh? —balbuceó este aturdido.

—Despierta. 

Parpadeó varias veces mientras de incorporaba sobre uno de sus codos. 

—¿Qué pasa? —preguntó con voz ronca a la vez que se ponía las gafas.

Raquel acercó el dedo índice a su oreja, indicándole que escuchase. La tormenta había llegado antes de lo esperado y el ruido del fuerte viento la había despertado. 

—¿Qué hacemos? —preguntó preocupada. 

Sergio exhaló y, apartando la sábana, salió de la cama para coger su móvil, el cual, por costumbre, había apagado y guardado en la cómoda más alejada de la cama. Elevó las cejas con sorpresa al recibir una notificación al encenderlo.

—Es un mensaje de Darna… —comentó, levantando la mirada. 

Nerviosa, Raquel se arrodilló en la cama al mismo tiempo que Sergio regresaba a su sitio para leer el mensaje juntos. En él, Darna les proporciona la última información sobre la tormenta, la cual había cambiado de rumbo y ahora se dirigía a una isla vecina; les pedía que tuviesen mucho cuidado y que no saliesen de casa bajo ningún concepto. 

—Joder —masculló Raquel, apartando la sabana para salir de la cama. 

Sergio se dirigió al armario. 

—Vístete y ve a llenar la bañera del baño de Paula, es la habitación más segura de toda la casa, pasaremos allí el tiempo que dure la tormenta —dijo con determinación mientras se ponía la ropa más cómoda que pudo encontrar—. Cuando termines ven a ayudarme a traer el baúl de emergencias. 

Raquel asintió y, sin perder un segundo, corrió hacia el armario. Buscó el chandal que solía ponerse los días más fríos, pero no logró encontrarlo; se maldijo por tener todo tan desordenado. Terminó poniéndose unos leggings negros, la primera camiseta que agarró y una sudadera con capucha que rara vez se ponía porque le quedaba muy larga. 

Entró al dormitorio de Paula con sigilo; su hija seguía durmiendo completamente ajena al ruido exterior con Morrison acurrucado a sus pies. Rápidamente, tapó la bañera y abrió el grifo de agua fría al máximo. Mientras la bañera se llenaba, regresó al dormitorio y echó un vistazo alrededor por si había algún juguete que pudiese estorbar, pero todo estaba en su sitio; claramente su hija era bastante más organizada que ella. 

Dio un respingo cuando sintió que algo le rozaba las piernas. Al agachar la mirada encontró a Morrison caminando entre sus piernas.

—Morrison, vuelve a la cama —le regañó en un susurro. 

El gato respondió con un maullido antes de tumbarse patas arriba para que le rascase. Raquel lo tomó en brazos.

—Lo siento, pequeño, pero ahora no puedo entretenerme. 

Besó su cabeza y lo devolvió a la cama con Paula. Esperó con impaciencia a que se llenase la bañera y después salió del dormitorio. En el salón, el ruido del viento era más mucho más intenso, pero evitó detenerse por temor a que el miedo pudiese paralizarla. Se colocó la capucha, haciendo un apretado lazo bajo su mentón y sacó dos gafas de buceo que guardaban en un mueble del salón. 

Una ráfaga de viento se coló en la casa cuando deslizó la puerta de salida al porche, tirando al suelo varios objetos que había en el camino; la corriente era tal que tuvo que emplear toda la fuerza de su cuerpo para poder volver a cerrar la puerta. Exhaló, atónita; al impresionante viento se sumó el rugido del mar, que a pesar de estar a varias decenas de metros de la casa, el ruido de las olas rompiendo era ensordecedor. Jamás había vivido nada igual. 

Giró sobre sí misma. Aún no había salido el sol, por lo que la luz era escasa, pero pudo ver que la mayoría de macetas que tenían en el porche habían salido rodando, solo un único crotón quedaba en pie, arrinconado por el viento en una esquina. Tampoco había rastro de las cortinas y mucho menos de sus zapatillas. 

—¡Vamos, Raquel! —escuchó la voz de Sergio mezclada entre el viento. 

Lo divisó al otro lado del porche, terminando de asegurar con cuerdas los pocos muebles que tenían allí fuera. Le ayudó a ponerse las gafas y, agarrando su mano fuertemente, descendieron los escalones del porche. Apretó los labios con fuerza cuando los granos de arena que levantaba el viento le arañaron las mejillas. El cobertizo no estaba a más de 15 metros de la casa, pero el recorrido se le hizo eterno, pues aunque Sergio le bloqueaba parte del viento, cada paso que daba sentía que estaba empujando un bloque de hormigón cuesta arriba. Tras un interminable minuto, notó que Sergio se detenía y le soltaba la mano para abrir la puerta. Sintió un profundo alivio cuando entraron en el cobertizo y la presión del viento se desvaneció de golpe. Raquel fue directa al baúl. 

—¿Está todo? —preguntó Sergio, exhalando con pesadez.

Raquel echó un vistazo rápido al interior.

—Sí, creo que sí.

—Bien, vamos a llevarlo al salón y volvemos a por los tablones de madera antes de que empeore el tiempo.

Raquel asintió, agarrando una de las asas con ambas manos. Afortunadamente, el camino de vuelta fue más rápido a pesar del peso extra, ya que la dirección del viento jugaba a su favor.

(...)

Mientras Sergio tapaba ventanas y puertas con los tablones, Raquel regresó al dormitorio de su hija. Se sentó en el borde de la cama y acarició su cabello hasta que Paula comenzó a removerse.

—Mi amor…

—¿Ya es hora de ir al cole? —murmuró la pequeña aún sin abrir los ojos. 

—No, hoy no hay cole.

—¿No hay cole? —repitió incorporándose medio adormilada. 

—Shh, sigue durmiendo. Hoy no hace falta madrugar, vamos a pasar el día aquí contigo.

—¿En mi habitación? —preguntó entre sorprendida e ilusionada.

—Sí. Todo el día, como si estuviésemos acampando. 

—Qué chuli. —Sonrió, volviendo a tumbarse.

—Vamos a hacer un poquito de ruido mientras colocamos las cosas, pero tú sigue durmiendo, ¿vale? —añadió, inclinándose para depositar un beso en su frente. 

—Vale —respondió a través de un bostezo. 

Raquel se quedó unos minutos más observándola hasta que se quedó dormida. Se puso en pie al mismo tiempo que Sergio entraba en la habitación empujando varios tableros de madera.

—¿Ya está todo?

—Sí, solo queda esta habitación. ¿Has traído todo lo demás?

—Sí. Voy a despertar a mi madre.

Explicarle la situación a su madre fue más difícil de lo que pensaba. Mariví se negaba a salir de la cama e insistía en que aquel ruido era “un viento de nada”. Al final consiguió convencerla prometiéndole que podría seguir durmiendo en la habitación de Paula. Al volver, Sergio ya había tapiado la ventana, por lo que la habitación estaba prácticamente a oscuras. Se apresuró a encender la lampara de noche para que su madre no se tropezase con nada al entrar. 

—Pero qué habéis montado aquí… —comentó Mariví llevándose una mano a la mejilla al ver cómo la habitación de su nieta se había convertido en un pequeño refugio—. Bueno, haced lo que queráis, yo me voy a echar un ratico más que es muy temprano —añadió mientras se sentaba en el hueco libre que quedaba en la cama de Paula. 

—No te preocupes, puedes dormir todo lo que quieras—le recordó Raquel mientras le ayudaba a quitarse las zapatillas y meterse en la cama. 

—Buenas noches —sentenció, girándose sobre su costado a la vez que se arropaba hasta la mejilla. 

Raquel devolvió su atención a Sergio, quien estaba comprobando por tercera vez que los tableros estuviesen fijos. Exhausto, dejó caer el martillo al suelo, generando un fuerte ruido. Raquel le regañó con la mirada, pero ni su hija ni su madre se inmutaron. 

—Perdón —murmuró.

Ladeó la cabeza al ver con más detalle las pintas de Sergio. Aún seguía con las gafas de buceo puestas y el viento le había revuelto tanto el pelo que varios mechones habían quedado de punta. Para colmo, había empezado a llover justo cuando estaba metiendo los últimos tablones y se había mojado toda la parte trasera. Se acercó a él y le quitó las gafas de buceo mientras él se sacudía los grumos de arena de la ropa. Un puñado de arena cayó al suelo cuando la goma de las gafas le sacudió el pelo. Notó que su respiración seguía acelerada a causa de la adrenalina del momento, por lo que colocó ambas manos en su rostro para forzar el contacto visual. 

—Ey, tranquilo, ya está todo listo. —Limpió el sudor de sus sienes con los pulgares mientras le sostenía la cabeza. Le tomó unos segundos, pero sonrió cuando Sergio al fin le devolvió la mirada—. Vamos a estar bien.

Sergio asintió, tragando saliva. Deslizó las manos por su cuello y pecho, sosteniéndole la mirada hasta que se calmó.

—Te he traído otra ropa por si necesitabas cambiarte, está en el baño. 

—Gracias. 

Lo observó marcharse, sorprendida con su propia calma. Aquello le hizo darse cuenta de que si aquella situación le hubiese ocurrido en otro momento de su vida, probablemente estaría ahogándose en un ataque de ansiedad. Sin embargo, Sergio le proporcionaba la seguridad que nunca antes había sentido con nadie. Hacían un buen equipo en todos los sentidos. Además, no había mayor tranquilidad que saber que todo lo que le importaba estaba allí, entre aquellas cuatro paredes. 

Mientras Sergio se cambiaba, Raquel preparó la cama que había improvisado con el colchón hinchable que solían usar cuando se quedaban a dormir los amigos de Paula y se tumbó en ella, al fin y al cabo no tenían otra cosa que hacer. Sergio se unió a ella poco después. Al abrazarlo, Raquel notó que seguía tenso, pendiente de cada ruido que se escuchaba fuera.

—Sergio, apaga el piloto —le susurró, frotando su abdomen—. No podemos hacer nada más. 

Este entrelazó los dedos con los suyos, acercando su mano a sus labios para besarla. 

—Lo sé. —Giró la cabeza para mirarla—. Pero no quiero que os pase nada. 

—Deja de sentirte responsable de cada cosa que pasa, por favor —le pidió con cierta frustración al percibir culpa en su tono de voz—. Hasta donde yo sé no manejas el tiempo. No es culpa tuya que nos esté pasando por encima una tormenta tropical. 

Sergio llenó sus pulmones de aire y lo soltó poco a poco en un intento de relajarse. 

—Lo sé, lo sé… Perdón —murmuró. Desvió la mirada a sus manos entrelazadas—. Todo esto me ha recordado a la tormenta de hace 2 años y me he puesto nervioso —confesó. 

Raquel se mordió el labio, arrepentida de haberle hablado con tanta contundencia sabiendo que él ya había pasado por una situación así. Liberando su mano, se abrazó a su cintura y acomodó su mejilla sobre su hombro. 

—Lo siento. Tuvo que ser horrible pasar por algo así solo. 

Cerró los ojos cuando Sergio acarició su pelo con los dedos. Le vino a la mente la imagen de Sergio tumbado bajo una mesa esperando a que el tifón pasase. 24 largas horas solo, sin agua, sin comida, sin nada que hacer… lidiando con el miedo a que la casa pudiese desplomarse sobre él. 

—¿Qué hiciste para pasar el tiempo? 

Sergio respiró hondo, levantando la mirada al techo. 

—Nada. Ahorrar energía. Si pasaba algo nadie iba a ir buscarme, porque nadie sabía que estaba allí… dependía de mí mismo. 

Raquel frunció los labios, sintiendo un nudo de angustia en el estómago. Al menos ahora tenían a Darna y algún que otro conocido en la isla que irían a buscarlos si algo ocurría. 

—¿Y cómo conseguiste no volverte loco? 

—Meditando.

Raquel resopló, incrédula.

—En serio, funciona. No sé cuándo me vas a creer… Deberías probarlo.

—Cuando tú pruebes a bañarte desnudo en el mar. 

Sergio rodó los ojos.

—No hay punto de comparación. Bañarse desnudo en el mar es peligroso, meditar solo trae beneficios.  

Raquel se incorporó sobre un codo para poder mirarle. 

—¿Peligroso porque hay un pececillo que se puede meter por la uretra y anclarse ahí dentro? —repitió con retintín la excusa que él le había puesto varias veces.

—…Entre otras cosas.

—Pues lamento decirte que busqué al dichoso pececillo en internet y sería todo un milagro que llegase aquí desde el Amazonas para acampar en tu pene, sobre todo porque vive en agua dulce. Además, es más un mito que una realidad —concluyó, orgullosa de su hazaña. Llevaba tiempo esperando que surgiese la conversación para echarle en cara que había pillado su mentira. 

Sergio no supo qué decir ante aquella revelación, confiaba en que Raquel no perdería el tiempo en comprobar la mentira que le echó, pero se equivocó.

—¿No vas a decir nada? —preguntó, arqueando una ceja.

Sergio carraspeó.

—Los animales evolucionan más rápido que nosotros… No es totalmente imposible.

Raquel dejó caer la frente contra su hombro, desistiendo. 

—Lo digo en serio.

—Déjalo. Si no quieres probarlo no pasa nada, pero no hace falta que te inventes excusas absurdas. 

—Es que no parece nada cómodo…

—¿Y estar en una misma posición con la mente en blanco durante horas sí?

Sergio asintió, plenamente convencido. Raquel sacudió la cabeza; hacían un buen equipo, pero en cosas cotidianas a veces eran absolutos polos opuestos. Se echó a reír por lo absurdo de la conversación, pero al menos parecía haberle ayudado a despejarse. Buscó su mirada cuando sintió que Sergio le agarraba la mano. 

—Ahora en serio. No estaba pasando en un buen momento… Vivía aislado del mundo, sobreviviendo a base de latas de atún y llorando la muerte de mi hermano… Si no hubiese sido por la meditación en ese momento es muy probable que hubiese… buscado otra salida —confesó.

Raquel tragó saliva, agradecida de que no hubiese dicho la palabra que había insinuado; se le revolvió el estómago solo de pensarlo. Volvió a descansar la cabeza en su hombro y acarició su cuello con los dedos. 

—Me alegro de que te ayudase a aguantar —murmuró tras un silencio. 

—Yo también —susurró, besando su frente. 

Paula se despertó una hora más tarde y, como consecuencia, también su madre. La pequeña alucinó con el estado de su habitación y aunque el viento le asustaba de vez en cuando, no paraba de hacer preguntas al respecto. Mariví, en cambio, no estaba tan contenta. Quería salir a pasear y se enfurruñaba cada vez que le recordaban que no podía. 

Desayunaron galletas y leche sentados en el suelo alrededor de una pequeña mesa blanca que Paula usaba para dibujar. Después jugaron a las cartas, pero tuvieron que parar al poco de empezar porque Morrison no dejaba de asaltar la mesa para mordisquear las cartas. Paula no tardó en inventar un plan B y, entregándoles uno de sus muñecos a cada uno de ellos, improvisó un teatrillo del que ninguno pudo librarse. Raquel sonrió para sí, a pesar de lo grave de la situación, el día no estaba yendo tan mal como había anticipado.

A la hora de comer, Sergio improvisó una pequeña cocina en el escritorio de Paula. Sacó del baúl un pequeño hornillo de gas y puso a hervir agua. Mientras tanto, Mariví se llevó a Paula y a Morrison a la cama para leerles un cuento. Raquel sacó de una caja utensilios y demás ingredientes y se los acercó a Sergio. Frunció el ceño al notar algo raro en él.

—¿Llevas puestos mis pantalones? —preguntó intentando aguantarse la risa.

Sergio agachó la cabeza para comprobarlo; había estado tan cansado cuando se cambió de ropa que no prestó la más minima atención a la prenda que agarró de la pila de ropa. 

—Ya decía yo que notaba los tobillos un poco fríos. 

Raquel se echó a reír. 

—No pasa nada, puedes quedártelos —añadió, dándole una palmada en el culo antes de entregarle el paquete de pasta. 

La peor parte de la tormenta llegó por la tarde, mientras jugaban al Party Junior. Aunque Sergio intentaba camuflar el ruido exterior leyendo las preguntas más fuerte, el miedo era visible en los ojos de Paula y Mariví. Raquel intentó mantenerse serena, pero con cada golpe que oía fue perdiendo el equilibrio que había logrado mantener toda la mañana. De pronto se escuchó un fuerte crujido y cómo algo se estampaba contra el suelo. Paula pegó un chillido, seguido de otro cuando a los pocos segundos se fue la luz, dejando la habitación completamente a oscuras.

—¡Mamá! —exclamó gateando sobre la mesa a ciegas para llegar antes a su madre.

Raquel la abrazó y apretó contra su pecho e intentó tranquilizarla mientras Sergio acudía al baúl de emergencias para sacar una linterna. Notó que Paula se relajaba cuando Sergio encendió el aparato. Dejó la linterna apoyada verticalmente contra un libro y regresó a la mesa. No era la luz más agradable ni potente, pero era suficiente para iluminar toda la estancia. 

—¿Qué ha pasado, mamá? ¿Por qué se ha ido la luz? —preguntó Paula aún con lágrimas en los ojos.

—No lo sé, cariño… Es posible que se haya caído un árbol y haya afectado a la red eléctrica, pero no te lo puedo asegurar.

—¿Cuándo va a acabar la tormenta? —preguntó haciendo un puchero.

—Pronto, mi amor. Pronto.

—No me gusta esto ya, quiero irme de aquí.

—¿Y si aprovechamos la oscuridad para ver una película? —sugirió Marivi con la intención de distraerla—. Tenías alguna descargada en la tablet, ¿no?

Los ojos de Paula se iluminaron levemente, aunque el miedo seguía presente en su rostro.

—Tengo la de Toy Story…

—¡Perfecto! Esa es muy entretenida —dijo su abuela, levantándose para coger la tablet de la niña. 

—¿Te apetece verla? —le preguntó Raquel.

La niña asintió, saliendo de su regazo. Tomando la mano de su madre, la llevó hasta su cama. 

—¿Quieres ponerte los auriculares y así no escuchas la tormenta? —le sugirió Raquel, pero Paula sacudió la cabeza.

—No. Quiero que la veáis conmigo.

—Está bien.

Paula le hizo un gesto con la mano a Sergio para que también se uniera. Sentada entre las piernas de su madre, con Morrison sobre su regazo y Sergio y su abuela a cada lado, presionó el play. El audio apenas lograba ocultar el ruido de la tormenta, pero la película logró captar la atención de Paula, pues no despegó la mirada un solo segundo. Sin embargo, la película no tuvo el mismo efecto en Raquel. No podía dejar de pensar en lo que podría estar ocurriendo fuera. Cada golpe que escuchaba volvía a acelerarle el corazón. Cerró los ojos un momento, pidiendo mentalmente a cualquier dios que le escuchase que parase aquella tormenta cuanto antes; a esas alturas le daba igual quedar de hipócrita por ser atea. Volvió a abrir los ojos cuando notó que Sergio le agarraba la mano. Entrelazando sus dedos, se llevó su mano temblorosa a su regazo y la apretó con fuerza para transmitirle su tranquilidad.

—Toda va a salir bien —le recordó Sergio en un susurró.

Raquel asintió, forzando una sonrisa.

 

22:23

—Parece que ya ha pasado lo peor, ¿no? —comentó en un susurro mientras regresaba del baño.

Miró hacia la ventana tapiada. Ya apenas se oía el viento y parecía que había dejado de llover. Se acurrucó al lado de Sergio en la cama. Su madre y su hija se habían quedado dormidas al poco de terminar la película y prefirieron no despertarlas para cenar. 

—Eso o estamos en el ojo de la tormenta…

Raquel le dio una palmada en el pecho.

—No bromees con eso. 

Sergio le sonrió.

—Sí, parece que ya se ha alejado. —Suspiró con alivio—. Pero es mejor que pasemos aquí la noche.

Raquel asintió, de acuerdo. Cerró los ojos un instante, sintiendo que la tensión de todo el día comenzaba a convertirse en sueño. La tormenta había acabado. Por fin. Levantó la cabeza al escuchar un pitido lejano que se repetía una y otra vez. 

—¿Qué es eso?

Sergio echó un vistazo a su reloj de pulsera. Eran las 22:30.

—Tu alarma. 

Dejó caer la cabeza, aliviada por un mili-segundo. Después recordó lo que aquello suponía.

—Joder, ahora se me va a descontrolar todo.

—Puedo intentar ir a comprar mañana…  —comentó, pero ambos sabían que tardarían unos días en volver a la normalidad. 

Raquel soltó un suspiro, dirigiendo la mirada al techo unos segundos. 

—Si te soy sincera… si no las compras no sería el fin del mundo.

Sergio frunció el ceño, agachando la barbilla para mirarle a los ojos.

—Llevo tiempo queriendo dejar las pastillas…—continuó—, quizás debería aprovechar ahora.

Sergio abrió la boca, pero no supo qué decir.

—¿Tú que opinas? —añadió, girándose para apoyarse en sus codos.

Sergio tragó saliva.

—Pues eh… no sé… ¿quieres dejarlas por algo en concreto o…?

Raquel suspiró, encogiendo un hombro.

—Estoy cansada de depender de una pastilla. Son muchos años ya, quiero dejar descansar a mi cuerpo.

Sergio le sonrió, apartando un mecho de pelo de su rostro.

—Pues entonces no hay nada más que hablar.

Raquel frunció el ceño, sorprendida con su reacción.

—¿En serio? ¿Te parece bien?

Sergio encogió los hombros.

—¿Por qué no?

—Pues porque tendremos que volver a los preservativos. 

—Bueno, ¿y qué problema hay?

Raquel se mordió el labio, sintiendo unas irrefrenables ganas de besarle por toda la cara. Cualquiera de sus exparejas le habría puesto mil pegas. Agarrando su cara con ambas manos, plantó un beso en sus labios. Sergio se echó a reír sin llegar a entender su entusiasmo.

—Gracias por hacerlo todo tan fácil —murmuró acariciándole las mejillas con los pulgares.

Sergio subió la mano por su espalda, relamiéndose los labios.

—Lo mismo digo —susurró, colocando su mano izquierda en su nuca para acercarla de nuevo a sus labios, pero el ruido de una rama cayendo al suelo al otro lado de la pared los frenó. 

Raquel exhaló.

—Miedo me da salir ahí fuera.

—No pienses en eso ahora...

 

Chapter 21: Mentiras

Notes:

¡Buenas! He estado mala estos días así que he aprovechado para plasmar otra idea que tenía pendiente. Y Muuuuchas gracias por los comentarios en el anterior capítulo, me hace muy feliz que siga habiendo interés por estos one-shots. <3

Chapter Text

21. Mentiras

Paula apareció en el salón con un cuaderno bajo el brazo y un lapicero en la otra mano. Echó un vistazo alrededor antes de hacer contacto visual con su madre, quien se encontraba leyendo un libro en la hamaca.

—Mamá, ¿sabes dónde está Sergio?

 Raquel cerró el libro que estaba leyendo y se incorporó para buscarlo con la mirada.

—Estaba aquí hace un segundo… Ah, mira, ahí viene.

Paula se giró hacia la puerta de la cocina; Sergio regresaba de prepararse un café. 

—¿Me estabais buscando? 

Paula asintió, acercándose a él. 

—¿Cómo se dice en inglés: Tengo una cicatriz debajo de la barbilla? 

—I’ve got a scar under my chin.

—¿Me lo puedes escribir, por fa? —preguntó asegurándose de poner su mirada triste más convincente.

—Claro.

Paula le siguió hasta la mesa del salón donde Sergio dejó el café. Le entregó la libreta y el lápiz cuando este se sentó en el sofá. Raquel no pudo aguantarse la curiosa y abandonó la hamaca para acercarse a ellos.

—¿Aquí? —preguntó Sergio señalando con la punta opuesta del lápiz el primer renglón vacío.

—Sí.

Raquel posó una mano en la espalda de su hija mientras echaba un vistazo al cuaderno.

—¿Por qué no me lo has pedido a mí? Yo también sé inglés —le dijo Raquel sin poder esconder del todo su indignación.

Paula la miró con desconfianza.

—Es que son los deberes del cole…

—¿Y no crees que sepa hacerlos? 

La niña encogió los hombros, sin atreverse a decir nada. 

—Otros sí, pero lo de inglés…

Raquel le dio una discreta colleja a Sergio cuando este sonrió para sí.

—No hablaré tan bien como Sergio, pero sé lo suficiente para ayudarte con la tarea —comentó mientras rodeaba el sofá para sentarse en el hueco libre.

—Listo.

—Gracias, Sergio.

Paula arrugó la nariz al intentar leer lo que ponía.

—¿Por qué escribes tan raro? 

Sergio se recolocó las gafas.

—No es raro, es cursiva.

Paula retorció los labios.

—¿Eso es una u o una v? —preguntó señalando la primera palabra.

—Una v.

Paula suspiró. No del todo convencida, decidió dirigirse a la otra punta del sofá donde se había sentado su madre.

—Mamá… ¿me lo puedes escribir tú? 

Raquel sonrió, lanzando una mirada breve a Sergio.

—Por supuesto.

—No es una competición —susurró Sergio mientras agarraba la taza de café para darle un sorbo.

Raquel decidió ignorarlo.

—¿Para qué necesitas esa frase? —preguntó Raquel a la vez que le devolvía la libreta y el lápiz.

Paula abrazó la libreta y se sentó en la mesa frente a ellos.

—Es para un juego que hacemos en clase de inglés, se llama “2 truths, 1 lie”. Mañana me toca a mí. ¿Queréis que os lea mis frases? —preguntó ilusionada.

Ambos asintieron a la vez, sonriendo.

—Tenéis que decir cuál es mentira. Bueno, vosotros lo vais a saber enseguida… Bueno, da igual. La primera es: “I was born in Madrid.”, la segunda: “My favorite fruit is kiwi”, y la tercera la que habéis escrito vosotros. 

Raquel frunció los labios, girando el cuello para mirar a Sergio.

—¿Cuál crees que puede ser?

Sergio le devolvió la mirada mientras se acariciaba la barbilla con los dedos.

—Es verdaderamente complicado…

Paula rodó los ojos, consciente de que estaban fingiendo.

—Sabéis que es la del kiwi, no os hagáis los tontos. 

Su reacción hizo reír a ambos. Raquel posó la mano en la rodilla de Paula para captar su atención.

—Oye, cariño, están muy bien tus frases, pero creo que deberías cambiar la primera… Es mejor no mencionar nada de Madrid o datos tan personales. 

Paula hizo una mueca de tristeza, dejando caer sus hombre.

—¿Y qué pongo? No se me ocurría nada.

—Puedes poner que tienes un gato llamado Morrison —propuso Sergio.

—Eso ya lo saben… fue mi “show and tell”. 

—Pues… puedes poner cuál es tu juguete favorito… o algo que sepas hacer. 

Paula aspiró una bocanada de aire.

—¡Puedo poner que me gusta coleccionar conchas! —exclamó, separando la libreta de su pecho para incluir la nueva frase. Se quedó parada tras unas palabras y miró al techo, confusa—. ¿Cómo se decía conchas?

—Shells —se apresuró Raquel.

Sergio se echó a reír. 

—¡Eso! Gracias, mamá. 

Sin añadir más, Paula regresó a su cuarto dando pequeños saltos. 

—¿Por qué te picas tanto? —preguntó Sergio con media sonrisa mientras dejaba la taza vacía en la mesa.

Raquel frunció el ceño a la vez que cogía su libro de la mesa. Subió los pies al sofá y apoyó la espalda en el brazo del mismo.

—No me pico —masculló, abriendo el libro por la página que estaba leyendo.

Sergio volvió a reír. Raquel exhaló, cerrando el libro de nuevo.

—No me gusta que se subestime mi conocimiento del inglés solo porque no sé pronunciar bien ciertas palabras —confesó con evidente irritación que denotaba años de haber sufrido los mismos prejuicios. 

Sergio carraspeó.

—Perdón, no pretendía…

—No me refería a ti —intervino con un tono de voz más calmado. Sacudió una mano, queriendo quitarle hierro al asunto—. Es cosa del pasado. Pero que mi hija piense que no voy a saber hacer un simple ejercicio de inglés del cole me jode bastante, la verdad. 

—Por si ayuda… Creo que tu pronunciación ha mejorado mucho desde que vives aquí.

Raquel ladeó la cabeza, agradecida.

—Gracias —murmuró.

—¿Hacemos uno de esos nosotros? —sugirió Sergio señalando hacia atrás con un movimiento de cabeza.

Raquel arqueó una ceja. 

—¿El juego?

—Sí.

—Por qué no. 

Sonrió levemente antes de dejar el libro en la mesa y sacar una libreta del cajón.

—¿En inglés? —añadió Sergio con sonrisa burlona.

Raquel entornó la mirada.

—On pouvez le faire en français…

—Gde my mozhem eto sdelat' na russkom yazyke —añadió él con un perfecto acento ruso.

Show-off —masculló Raquel, entregándole un trozo de papel y un boli.

Pasaron los siguientes minutos en silencio, intercambiando miradas mientras pensaban en qué frases incluir. 

—Las tengo —anunció Raquel dejando el boli sobre la mesa. Observó a Sergio escribir en su trozo de papel—. ¿Has acabado? 

Sergio asintió. 

—¿Quieres empezar?

—Empieza tú.

—Va. —Raquel carraspeó antes de leer sus frases—. La primera es: Con 19 años me rapé al 0 tras perder una apuesta. —Levantó la mirada para ver la relación de Sergio, pero este se mantuvo Serio—. La segunda: Me he tirado en paracaídas dos veces. Y la tercera: Tuve un piercing en el pezón varios años. 

La mirada de Sergio descendió a su pecho al instante. Raquel se mordió el labio, aguantándose la risa. 

—¿Puedo hacer preguntas?

—Puedes. 

—¿En cuál de ellos? 

Raquel rio. 

—¿Es relevante?

—No, pero quiero saberlo.

—El derecho. 

La mirada de Sergio quedó fija en su pecho pero sabía que estaba analizando mentalmente cada una de sus palabras. 

—¿Alguna pregunta más?

Sergio frunció los labios, aún analizando las opciones.

—La primera es demasiado específica… no creo que sea mentira. La segunda… te veo plenamente capaz de tirarte en paracaídas, aunque quizás han sido más veces. Y la última… creo que estás intentando despistarme porque ya tienes un piercing…

Raquel encogió los hombros.

—¿Y bien?

—¿De qué era la apuesta que perdiste? —preguntó levantando la mirada.

—Pues fue una tontería… Mi compañera de habitación siempre se olvidaba de llevarse la toalla a las duchas y me tocaba ir a mí a por ella. Era un buen paseo y un día me harté, le aposté que si regresaba a la habitación en bolas, yo me raparía  al cero. Lo dije medio en broma, pero ella se lo tomó en serio. Y lo hizo. Así que me tocó apechugar.

Sergio asintió despacio, asimilando sus palabras.

—¿Dónde hiciste paracaidismo? 

—En Ocaña y Évora, Portugal —respondió sin pestañear o dudar—. La de Portugal fue con mi padre —añadió con un brillo de nostalgia en la mirada. 

—¿Y por qué el piercing en el pezón y no otro lugar?

—Porque quería hacerme el piercing en la nariz pero no estaba bien visto que una aspirante a policía nacional llevase perforaciones, así que tuve que hacérmelo donde no se viese. Y me pareció sexy —añadió encogiendo un hombro. 

Sergio respiró hondo, sosteniéndole la mirada. 

—Eres demasiado buena mintiendo… —comento.

Raquel se echó a reír.

—Bueno, ya, suficientes preguntas. ¿Cuál dices?

Sergio se recolocó las gafas. 

—Voy a decir que la mentira es… la última. Nunca tuviste un piercing en el pezón.

—¿Seguro?

—Seguro. No recuerdo haber visto ninguna cicatriz y tampoco aparece ningún piercing en las fotos que te hiciste desnuda —explicó con convicción.

Raquel sonrió durante varios segundos antes de hacer un ruido de alarma con la boca. 

—Error. Es la primera. 

Sergio no pudo evitar mostrar su sorpresa elevando las cejas.

—En realidad fui yo la de la toalla y mi amiga la que tuvo que raparse —añadió. Rio al recordarlo.

Sergio tragó saliva, anonadado.

—¿Entonces tuviste un piercing en el pezón? 

Raquel asintió. 

—¿Puedes levantarte la camiseta un segundo?

Raquel echó la cabeza hacia atrás, riendo a carcajadas. 

—Luego. Ahora tú. Lee las tuyas —le instó dándole en el muslo con el pie.

Sergio agarró el papel donde había escrito sus frases y empujó sus gafas hacia arriba.

—Ahí van. La primera: he vivido en cuatro países diferentes. 

—Vale… creo que esa la tengo bastante clara. 

—La segunda: trabajé de taxista una temporada de mi vida.

Raquel arqueó una ceja, intrigada. 

—Y la tercera: he nadado desnudo en un lago. 

Sergio le devolvió la mirada tras dejar el papel bocabajo en la mesa. Raquel entornó la mirada ante aquella última frase. Hacía pocas semanas habían estado hablando del tema y siempre le había dado la impresión de que nunca lo había hecho, pero en realidad solo había mencionado que no le gustaba o que era incómodo.

—La segunda es la mentira.

Sergio mantuvo una expresión neutra.

—¿No me vas a hacer ninguna pregunta?

Raquel sacudió la cabeza.

—No me hace falta. Sé que has vivido en España, Rusia, Estados Unidos y Filipinas… La segunda podría ser verdad, siendo taxista se puede recabar mucha información sobre una ciudad sin levantar sospechas, pero… no creo que corrieses ese riesgo. O quizás fue en otro país, pero no sé, no me convence. Y la última, creo que la has puesto para despistarme porque es un tema reciente y crees que pensaré que es la falsa, pero es verdad. La mentira es la segunda.

Sergio apretó los labios.

—Has acertado —concedió con una leve inclinación de cabeza. 

Raquel le sonrió, orgullosa.

—Debería haberlas puesto más difíciles. 

—Explícame lo del lago —le pidió Raquel a la vez que se acercaba a su lado del sofá. Acarició su cuello con la parte trasera de sus dedos mientras esperaba a que iniciase la historia. Sergio desvió la mirada.  

—Pues… fue hace muchos años. Cuando quise adentrarme en el mundo del robo. Mi hermano se negaba a que lo hiciera, estaba empeñado en que fuese médico, o profesor, pero yo quería ser como mi padre. Intentó disuadirme contándome todo lo malo que podía ocurrir, situaciones desagradables que le habían ocurrido a él, y cuando eso no funcionó, se inventó unas pruebas físicas que debía pasar si quería unirme a su próximo robo. Una de ellas implicaba cruzar a nado un lago en pleno febrero. Sin ropa. Una gran putada, la verdad. Pero lo hice. Y lo conseguí. El agua estaba asquerosa y helada, pero lo conseguí. Y ya no pudo prohibirme nada.

—O sea, que tienes un pequeño trauma con lo de nadar desnudo…—murmuró deslizando la mano hacia su nuca para enredar su dedo índice entre sus mechones. 

—No. Simplemente no me gustó la experiencia. 

—Ya…

Sergio carraspeó, girándose levemente hacia ella.

—Cuéntame tú lo del piercing —añadió Sergio, dándole una palmada en la rodilla.

Raquel soltó una carcajada.

—Me sorprende que le estés dando más importancia al piercing que al hecho de que me pasease desnuda por una academia abarrotada de tíos. 

Sergio tensó la mandíbula.

—Prefiero ignorar ese detalle.

Raquel se mordió el labio a la vez que bajaba el mentón.

—¿Por qué? ¿Te pone celoso? 

—No, me pone de mal humor por lo que pudieron pensar o decir de ti esos degenerados. 

Raquel ladeó la cabeza. 

—No te preocupes, solo me vieron dos novatos y Alicia los amenazó con arrancarles la lengua si decían algo. —Rio. Escuchó la voz de Alicia en su mente como si aquello hubiese ocurrido apenas unos meses atrás. 

—¿Qué quieres saber sobre el piercing? —volvió a cambiar de tema. 

—¿Cuándo te lo hiciste? ¿Te dolió?

—No recuerdo exactamente… tendría unos 20, 21 años… Fue poco después de las fotos, eso sí lo recuerdo. Y dolerme… la verdad es que no. Me dolió bastante más el de la nariz.

—¿Y por qué te lo quitaste?

Raquel suspiró pesadamente, pensando en la razón que la llevó a quitárselo definitivamente. 

—El innombrable opinaba que era obsceno y me pidió que me lo quitase… Y yo como una tonta le hice caso. Como siempre le hacía caso con todo —lamentó, rodando los ojos—. Pero bueno, al final me vino bien… Habría sido muy incomodo amamantar a Paula con el piercing.

Sergio sonrió levemente. Un silencio les acompañó durante varios segundos.

—¿Alguna pregunta más? 

—Creo que no.

—¿Jugamos otra vez? Me ha gustado. 

Sergio se inclinó para plantar un leve beso en sus labios.

—Luego. Ahora toca hacer la comida —añadió, tomando su mano para levantarla del sofá. A regañadientes, Raquel le acompañó a la cocina.  

 

 

Los días en que el calor era soportable solían salir a pasear por la playa después de comer, aprovechando que Paula y Marivi se echaban una siesta. Aquel día no fue diferente. Caminaron descalzos por la arena, dados de la manos, mientras se inventaban mentiras para engañar al otro.

—La última es mentira —señaló Raquel sin darle muchas vueltas.

Sergio resopló.

—¿Cómo lo has sabido?

—Cariño, casi no soportas a Morrison, ¿cómo vas a haber tenido tres mascotas de pequeño?

—Pues… podrían haber sido de mis padres —intentó justificar.

Raquel hizo un chasquido con la lengua a la vez que se detenía frente a él, obligándolo a detenerse también. 

—No me la cuelas —susurró, apoyando las manos en sus hombros. 

En ese momento se percató de que estaban lo suficientemente alejados de la casa como para que Paula y su madre no apareciesen por allí por sorpresa. Por lo que decidió poner su plan en marcha.

Sergio agachó la mirada cuando Raquel comenzó a deshacer los botones de su camisa de lino.

—¿Qué haces?

—¿No te apetece darte un baño? —propuso con voz sugerente.

Sergio giró la cabeza hacia el mar; el agua estaba tranquila y brillaba de una manera especialmente tentadora. Dejó que Raquel le quitase la camisa y observó como esta bajaba los tirantes de su propio vestido, el cual quedó arrugado a la altura de sus caderas. Su mirada fue directa a sus pechos desnudos. Llevó la mano izquierda a sus costillas y deslizó el pulgar por las pequeñas manchas de su pezón derecho que siempre había identificado como pecas. 

—Entonces esos no son lunares… —dedujo sin despegar la mirada.

Raquel sonrió.

—Nop. No lo son. 

El pezón se irguió con el roce insistente de su pulgar y un agradable cosquilleo recorrió el vientre de Raquel. Se mordió el labio en un intento de controlar su mente y agarró su muñeca para apartar la mano de su cuerpo; no quería desviarse de su verdadero propósito.    

Aún agarrando su muñeca, lo condujo hacia la orilla. Allí terminó de quitarse el vestido frente a él y se puso de puntillas para rozar sus labios, buscando el inicio de un beso. Automáticamente, las manos de Sergio se anclaron a sus caderas a la vez que se lanzaba sobre sus labios. Raquel le respondió con un leve gemido que hizo vibrar sus labios. Llevó las manos a la abertura de su pantalón y deshizo el botón. Bajó también la cremallera, provocando que estos se deslizasen hacia abajo. Sergio sacudió las piernas hasta que cayeron alrededor de sus tobillos y pudo lanzarlos hacia la arena.A punto de perder el equilibrio, Raquel dio paso hacia atrás, el agua le rozó los talones. Sonrió agradecida cuando Sergio colocó una mano bajo su nuca, ayudándola a mantenerse de puntillas mientras sus bocas seguían acariciándose. Profundizó el beso, buscando desestabilizar su mente mientras hundía los pulgares bajo el borde de sus calzoncillos, pero al primer intento de quitárselos, Sergio le agarró ambas muñecas. 

—Raquel —le regañó tras romper el beso.

Esta se mordió la comisura de los labios. 

—Venga… Es el momento perfecto. El agua está caliente, tranquila… No va a aparecer nadie…—Viendo que su ceño fruncido y expresión seria no cedían, prefirió no insistir—. Bueno, da igual, no pasa nada. Métete así. 

Dando un nuevo paso hacia el agua, introdujo los dedos en los laterales de su ropa interior y se la quitó. La lanzó hacia donde estaba su vestido y se adentró en el agua. Cuando el agua alcanzó sus rodillas, se giró hacia él y, mirándole a los ojos, se dejó caer hacia atrás con los brazos abiertos. Se dejó abrazar y mecer por el agua varios segundos antes de regresar a la superficie. Cuando se quitó el agua de los ojos vio que Sergio seguía observándola desde la arena, quieto como un pasmarote. 

—¿Te vas a meter o no? El agua está buenísima. 

Llenó sus pulmones de aire y volvió a sumergirse en el agua. Buceó más adentro hasta que perdió el contacto con la arena. Liberando el oxígeno acumulado en su boca, subió a la superficie. Sonrió al ver que por fin se había metido en el agua y avanzaba con rapidez hacia ella. Cerró los ojos y extendió sus extremidades para que el agua elevase su cuerpo a la superficie. Quiso flotar, pero Sergio no le dejó. Pegó un chillido de sorpresa cuando, nada más alcanzarla, le agarró el brazo y tiró de ella. Su otro brazo envolvió su cintura, impidiéndole girarse.

—No sé qué tipo de brujería me haces —le dijo entre dientes, pegando su espalda a su torso.

Raquel respiró una bocanada de aire, sorprendida al notar que no había barrera textil entre sus cuerpos. 

—Estás desnudo —masculló. 

Se giró sobre sí misma como pudo y echó un vistazo entre sus cuerpo. Sí. Definitivamente estaba desnudo. Una sonrisa de orgullo se apoderó de su rostro y, apretando sus mejillas con una mano, plantó un beso en sus labios. Sergio relamió el agua salada que había dejado en sus labios. 

—Mierda, me he perdido el momento —lamentó al darse cuenta de que se había perdido el momento inicial—. ¿Cómo te sientes? —le preguntó, batiendo las piernas para mantenerse a flote.

La testaruda seriedad de Sergio permaneció perenne en su rostro. 

—Raro. 

Raquel ladeó la cabeza, pidiéndole con la mirada que le diese una oportunidad a su cuerpo de relajarse. Alejándose de él, tomó su mano y se adentró un poco más en el agua, para que probase a nadar. 

Poco a poco Sergio se fue relajando y por fin se permitió sentir el agua en cada rincón de su cuerpo. Dejó entrever una pequeña sonrisa al darse cuenta de la agradable sensación de no tener nada oprimiéndole la piel. Parecía una estupidez, pero la falta de aquella prenda le hacía sentirse más ligero, más libre, más en paz.

—No se está tan mal… —admitió por fin, buscando la mirada de Raquel—. Se está muy a gusto, de hecho. 

Raquel le devolvió la sonrisa, acercándose a él. 

—Te lo dije —le susurró a unos centímetros de sus labios.

Aprovechando que Sergio se había quedado ensimismado en sus labios, sacó una mano del agua y apretó su cabeza hacia abajo, hundiéndolo en el agua. Riendo a carcajadas, echó a nadar para alejarse de él todo lo posible, pero Sergio no tardó en alcanzarla. Notó que le agarraba el tobillo y rápidamente tomó una bocanada de aire antes de sumergirse en el agua. Los brazos de Sergio volvieron a abrazarla por detrás, apretándola contra su cuerpo. 

—Ya sabes que toca ahora, ¿no? —le dijo al oido cuando ambos salieron a la superficie. 

—¿Sexo desenfrenado en el agua? —bromeó. Sabía perfectamente qué iba a decir.

—Meditación. 

—¿Meditación desnudos?

Sergio rio, sacudiendo la cabeza.

—No tienes remedio.

Chapter 22: Lisboa

Notes:

Muchas gracias por los mensajes en el anterior capítulo, me encanta leeros <3

Este capítulo tiene un poco de trampa porque he sacado casi todo de mi otro fin "En Cualquier Lugar" (aunque han cambiado varias cosas), pero sentía que debía formar parte de estos one-shots. Espero que os guste. Hace mucho que no veo la serie y no recordaba qué cosas sabía Raquel, así que si hay alguna incoherencia, por favor, decídmelo que lo cambio inmediatamente.

Chapter Text

22. Lisboa

18:45

Raquel levantó la tapa del baúl de emergencia y echó un vistazo al interior con pocas esperanzas de encontrar el libro de Paula que llevaban semanas buscando. Su hija juraba y perjuraba que no estaba en el colegio, y ya habían puesto su dormitorio patas arriba intentando encontrarlo. Después de buscarlo también por toda la casa, a Sergio se le ocurrió que quizás lo habían metido por error en el baúl de emergencias cuando recogieron todo los días posteriores a la tormenta. 

Sacó algunos objetos y removió otros, intentando llegar al fondo, pero no sirvió de nada, el libro no estaba allí. Al volver a meter los objetos en el baúl, una de las botellas de gas comprimido se le escurrió de la mano y terminó chocando contra el suelo.

—Mierda —masculló entre dientes. 

Cuando se agachó a recogerla, sus ojos repararon en un detalle: el golpe había levantado levemente una de las tablas del suelo, dejando al descubierto un falso suelo. Intrigada, apartó el botella y levantó con los dedos el borde de la tabla. Esta cedió, generando un crujido que parecía indicar que aquello llevaba mucho tiempo sin abrirse. Dentro había algo con aspecto de papel blanco. Quitó también las tablas adyacentes hasta que pudo sacar dos sobres grandes. Tosió al sentir que el polvo le resecaba la garganta. Bajó la tapa del baúl y se sentó en este para comprobar qué había dentro de los sobres. A primera vista parecían un montón de folios con cálculos, dibujos y otros datos que no lograba leer. Los folios estaban tan bien encajados en el sobre que prefirió no sacarlos. 

Cuando el polvo por fin se asentó, pudo ver que en el falso suelo había varias latas de conserva vacías y algunos papeles más sueltos. Dejó los sobres sobre el baúl y se agachó a recoger los papeles sueltos. Al tocarlos se dio cuenta de que no eran papeles, sino fotografías. Cuando las giró vio que se trataban de fotos de Sergio con su banda en la casa de Toledo donde habían preparado el atraco. Las tres fotos parecían pertenecer al mismo momento, ya que todos se encontraban sentados alrededor de una mesa al aire libre y parecían estar celebrando un cumpleaños.

Reconoció a Silene y a Aníbal sentados juntos, este último tenía la mano apoyada en el muslo de ella mientras ella se aferraba a su cuello, juntando sus mejillas. También reconoció a Andrés con su mirada prepotente... y también a los otros dos fallecidos en el atraco. Había 3 más que no recordaba haber visto antes: un muchacho joven de ojos claros que en una de las fotos parecía estar gritándole algo al cámara; otro hombre que por su aspecto parecía extranjero, y una mujer joven de cabello oscuro que en una de las fotos se encontraba inclinada sobre la tarta, soplando las velas. Sonrió cuando sus ojos repararon en Sergio, sentado al fondo de la mesa, manteniendo las distancias con los demás pero sonriendo y observándolos con un brillo especial en la mirada.

—¿Lo has encontrado? 

Dio un respingo al escuchar la voz de Sergio tan cerca. Levantó la mirada; estaba parado en la puerta, observándola con el ceño fruncido.

—No, tampoco está en el baúl —respondió a la vez que se ponía en pie—. Pero mira lo que he encontrado.

Sergio se aproximó a ella con cierta reticencia. Se quedó mirando las fotos varios segundos, como si no las hubiese visto en mucho tiempo. 

—Podrías poner alguna en el portaretratos vacío que tienes en el-

—No —le interrumpió.

Raquel frunció el ceño ante su contundente respuesta.

—¿Por qué no? 

—Es mejor que estén aquí —respondió despegando la mirada de las fotos—… Alguien podría verlas y reconocerlos. Es un riesgo innecesario —explicó al notar su mirada escéptica. 

Raquel ladeó la cabeza, percibiendo algo más allá de la preocupación. 

—¿Seguro que no eres tú el que no las quieres ver? —preguntó con delicadeza, agachando el mento buscando hacer contacto visual, pero Sergio apartó la mirada.

Permaneció callado, sin atreverse a aceptar lo que estaba sintiendo en esos momentos. Raquel agarró su mano y lo guió al baúl para sentarse a ver las fotos juntos. 

—Cuéntame algo sobre ellos —le pedió, sosteniendo las fotos frente a él.  

Sergio arqueó una ceja.

—Quiero conocer a tu banda —insistió.

—¿Qué quieres que te cuente?

—No sé... lo que quieras. Lo primero que se te venga a la cabeza al ver estas fotos. 

Sergio llenó sus pulmones de aire antes de fijar la mirada en la primera foto. Tardó tanto en hablar, que Raquel pensó que terminaría optando por no decir nada, privándola de conocer a aquel grupo de personas que habían sido tan cruciales en su plan. Pero no fue así. Poco a poco, según le venían los recuerdos, le fue hablando de cada uno de ellos. De cómo los había conocido, cómo les había convencido para realizar el atraco, por qué confiaba en ellos... También le habló de los fallecidos, de lo culpable que se sentía de sus muertes a pesar de que todos eran consciente de la alta probabilidad de no salir de allí con vida. Todos se habían unido al plan voluntariamente, pero el sentimiento de culpa por los que no habían logrado salir de allí vivos seguía incrustado en su mente, y era evidente en la forma con la que sus ojos miraban las fotos. 

—Les echas de menos, ¿verdad?  —comentó, deslizando la mano a lo largo de su espalda. 

Sergio frunció los labios a la vez que asentía levemente.

—Fueron mi familia.

Raquel le sonrió; sabía que le costaba mucho mostrar afecto hacia otras personas, pero su lenguaje corporal fue suficiente para responder por él. 

—Son mi familia —remarcó.

—¿Y quién es tu favorito? —preguntó con picardía, arqueando una ceja. 

Sergio echó la cabeza hacia atrás, riendo.

—Ninguno. Todos eran... son igual de importantes. 

Raquel ladeó la cabeza, incrédula.

—Venga ya... en todos los grupos y familias hay un favorito aunque nadie lo diga. No me creo que todos te cayesen bien. Y no estoy hablando de su competencia criminal, me refiero a nivel humano. ¿Quién te caía mejor? —insistió. 

Sergio apretó los labios, negando con la cabeza.

—No pienso responder. 

Raquel rodó los ojos.

—Vale, pues déjame formularlo de otra manera: Imagínate que estáis otra vez en la casa de la moneda y os han puesto una bomba. La policía os pisa los talones y en la huida solo te da tiempo a salvar a uno de ellos... ¿A quién de todos estos elegirías? —preguntó acercándole la foto. 

Sergio entornó la mirada.

—Eres muy mala... 

Raquel sonrió, encogiendo los hombros.

—Es un juego psicológico inofensivo —justificó. 

Sergio volvió a reír. Le quitó la foto de las manos y la observó detenidamente durante varios segundos.

—¿Y bien? ¿A quién salvarías? 

—Creo que... a Nairobi. 

Raquel frunció el ceño, volviendo a mirar la foto.

—¿Quién es Nairobi?

Sergio señaló a la joven que soplaba las velas. Raquel retorció los labios.

—¿Por qué ella?

—Pues... porque de todos considero que es la más buena. No me ha dado nunca problemas, siempre se ha mantenido positiva, ha logrado mantener un ambiente alegre a pesar de las horas de estudio y la tensión durante el atraco... Además, de todos... ella es la única que no merecía estar allí. 

Raquel levantó las cejas, sorprendida con aquella última frase.

—¿A qué te refieres?

—A que todos los demás han cometido algún que otro delito más o menos grave que podrían haber evitado. Pero ella lo hacía por necesidad. Tenía un hijo al que mantener, su pareja la abandonó, su familia le retiró la palabra cuando se enteraron de que se había quedado embarazada fuera de matrimonio... y su etnia tampoco jugaba a favor a la hora de encontrar un trabajo digno. Evidentemente estuvo mal lo que hizo, pero si alguien merece salir viva de allí y empezar una vida de cero... esa es Nairobi. 

Raquel frunció los labios, conmovida por la historia de aquella desconocida.

—Pues espero que esté disfrutando de la vida que no ha podido tener —comentó, acariciando su mejilla con cariño.

—Yo también —murmuró, devolviéndole la mirada. 

Tras un breve silenció, Raquel recordó los sobres que había encontrado.

—Por cierto, ¿qué guardas aquí? —preguntó, mostrándolos.

Sergio se recolocó las gafas.

—No… no tengo ni idea… Llevan ahí mucho tiempo. —Cogió los sobres y echó un vistazo al exterior, pero no había nada escrito—. Probablemente sean papeles sin importancia… Me los voy a llevar al despacho para revisarlos. Seguramente ya no haga falta guardarlos. 

Ambos se pusieron en pie a la vez.

—¿Y qué hago con las fotos?

Sergio miró las fotos de nuevo; su silencio se alargó varios segundos.

—Déjalas donde estaban.

 

23:45

—Ey... —murmuró Raquel desde la puerta entreabierta de su despacho. 

Sergio alzó la cabeza a la vez que dejaba sobre la mesa los folios que sostenía en las manos.

—Hola… —murmuró, colocándose las gafas con el pulgar. 

Raquel entró en el despacho, cerró la puerta tras de sí y levantó las manos para mostrarle lo que había traído. Sergio sonrió, extendiendo una mano en su dirección.

—¡Ey, lo habéis encontrado!

—No te vas a creer dónde estaba —comentó a la vez que se aproximaba al escritorio. 

Dejó el libro sobre la mesa y elevó las cejas, esperando una respuesta. Sergio encogió los hombros.

—¿En la lavadora? 

—Debajo de la almohada de mi madre. Lo tenía escondido a propósito. Se ve que le ha dado por leer antes de dormir y dice que es su cuento favorito…

—¿No era un libro de matemáticas? —preguntó confuso. 

—Sí. No sé qué leerá, porque además está en inglés, pero no me lo quería dar. 

Sergio rio para sí.

—¿Qué haces aquí todavía, por cierto? —preguntó arqueando una ceja, dando a entender que era raro verle despierto a esas horas. 

Sergio echó un vistazo a su reloj de muñeca y frunció el ceño al ver la hora que era. Por lo general, solía irse a la cama mucho antes.

—Estaba revisando los sobre… no me he dado cuenta de que era tan tarde.

Apartó la silla para hacerle un hueco cuando vio que Raquel rodeaba el escritorio y dejó que se sentase sobre una de sus piernas. Sus brazos automáticamente abrazaron su cintura y ella rodeó su cuello con los suyos, descansando la cabeza en su hombro. Raquel acercó los labios a la base de su cuello y ronroneé bajito al depositar un pequeño beso en la zona. Los brazos de Sergio se estrecharon alrededor de su cuerpo y ella aprovechó que estiraba el cuello para deslizar los dientes inferiores bajo la línea de su barba. Como esperaba, Sergio ladeó la cabeza, intentando huir de aquel contacto que le producía cosquillas.

—Paaara... 

Raquel sonrió contra su piel y hundió la nariz en la curva de su cuello, llenando sus pulmones con su olor.

—Mmh, me encanta cómo hueles… —murmuró en un suspiro a la vez que recorría con la mano las curvas que formaban los músculos flexionados de su brazo derecho.

—¿Ah, sí? —Sonrió para sí.

Raquel asintió mientras repartía pequeños besos a lo largo de su cuello. La mano derecha de Sergio descendió por su cadera y se coló bajo el camisón con la intención de acariciar su muslo. El calor de su palma irradió por toda su piel, haciéndole anhelar más contacto. 

—¿Y a qué huelo? —preguntó con voz sueve mientras ladeaba la cabeza al lado contrario para dejarle más camino libre que recorrer con los labios.

—Pues a... inteligencia, a... sensualidad... Y a aftershave olor brisa marina.

Sergio se echó a reír. Raquel sonrió contra su piel, contagiada por su risa. Cerró los ojos, volviendo a descansar la cabeza en su hombro. Su mano ascendía y descendía por todo su brazo, casi por sí sola, mientras que el resto de su cuerpo se amoldaba a él en aquel abrazo. Podía sentir el calor que desprendía su torso atravesando la fina tela del camisón. Aquello, junto a la suavidad con la que su mano acariciaba su muslo a un ritmo lento, le devolvió el sueño interrumpido. Exhaló, queriendo quedarse allí toda la noche. Permanecieron así un buen rato, hasta que Sergio dejó de acariciar su muslo para agarrar un folio que estaba a punto de caerse de la mesa. Raquel abrió los ojos y vio que lo colocaba sobre el resto de hojas antes devolver la mano a su pierna.

—¿Al final que era todo esto? —preguntó mirando de reojo al montón de folios que tenía esparcido sobre la mesa. 

Sergio espiró, fijando la mirada en ellos.

—Unos viejos documentos de mi hermano… 

Raquel levantó la cabeza con curiosidad.

—¿Conservas documentos de tu hermano?

Aquella información hizo que le vinieran a la mente recuerdos de aquellas horas que pasó sentada a su lado dentro de la fábrica de la moneda cuando fue a comprobar el estado de los rehenes. Aún le costaba asimilar que aquel ser prepotente, con su falsa modestia y comentarios machistas, compartiese genes con Sergio. 

—Sí, bueno… Supongo que al principio me hacían sentir más cerca de él.  —Suspiró profundamente antes de continuar—…Tirar esto era como borrarlo por completo de mi vida… Y no pude. —Sus ojos brillaron, evidenciando su tristeza. 

Raquel apretó los labios con tristeza, no por Fonollosa, sino por la vida tan desafortunada que había tenido Sergio.

—Lo siento mucho —susurró, acariciando su mejilla con el pulgar. 

Sergio levantó la mirada y agradeció sus palabras con una leve sonrisa. Después se inclinó para plantar un beso en su hombro. 

—En fin... Creo que va siendo hora de dar el paso...

—No hace falta que los tires si no estás preparado… Nadie los va a encontrar. 

—Lo sé, es muy improbable, pero mientras estén aquí existe el riesgo.

Sus palabras la intrigaron y, al echar otro vistazo, se percató de que bajo aquel montón de folios había un plano que prácticamente ocupaba todo el escritorio.

—..."Banco de España" —leyó en la esquina inferior derecha de aquel plano—. ¿Por qué tu hermano tenía el plano del Banco de España? —Arqueó una ceja al escucharse a sí misma y deducir la respuesta de inmediato—. No pensaría atracarlo, ¿verdad? —Rió ante aquel absurdo. 

—Pues… sí. Sí lo pensaba. Todo esto son esquemas de su plan.

—Pero eso es una locura. 

—Eso mismo le dije yo. Por suerte logré disuadirlo a tiempo y que se uniese a mi plan.

—Pero, ¿qué pretendían robar? Si ahí dentro solo hay...

—El oro —interrumpió—. Él y su mejor amigo pretendían robar la reserva nacional de oro.

Raquel bufó.

—¿Porque es ligerito de llevar en los bolsillos? —bromeó. 

—Pensaban fundirlo y convertirlo en pequeñas pepitas para sacarlo a través de una tubería. 

Raquel volvió a reír.

—¿Fundir el oro allí dentro? ¿Con qué? ¿con un mechero? 

La mirada seria de Sergio frenó su risa. Apretó los labios, arrepentida.

—Perdón, no pretendía reírme de tu hermano. Pero tienes que admitir que el plan es bastante... Hollywoodiense. 

—En realidad lo tenían todo muy bien atado. —Acercó la silla al escritorio para mostrarle a Raquel uno de los planos—. Su plan era introducir seis hornos industriales para convertir el oro en pepitas. 

Raquel arrugó la nariz, nada convencida.

—Bueno, podría ser factible…, pero ¿cómo pensaban acceder al oro? La cámara acorazada es una auténtica arma de matar si se intenta acceder a ella de manera forzada. Se inunda por completo si... 

Sergio asintió, como si ya conociese esa información.

—…si golpeas la puerta —terminó la frase—. Lo sabían. Por eso diseñaron un plan para secuestrar al gobernador y poder acceder con sus datos. 

Raquel retorció los labios.

—Lo siento pero ese plan hace aguas por todas partes... El gobernador podría negarse a colaborar. Por no hablar de la media docena de vigilantes armados que le siguen a todas partes. 

Sergio asintió.

—Lo sé. Nunca fui partidario de su plan, era muy arriesgado. Aunque… —Entornó la mirada, pensativo. Su silencio continuó varios segundos.

—¿Aunque qué?

—…Con los recursos que tenemos ahora quizás no sea tan imposible. 

Raquel arqueó una ceja cuando vio en sus ojos que su mente comenzaba a maquinar algo.

—No estarás pensando en llevarlo a cabo, ¿verdad? —preguntó medio en broma medio en serio. 

Sergio le sonrió.

—En principio no. 

Raquel abrió la boca.

—¿Cómo que en principio no? —le reprochó con una palmada en el pecho.

Sergio se colocó las gafas e hizo un gesto con la mano.

—Bueno… uno no sabe cuándo va a necesitar un plan B. 

Una pequeña sonrisa quebró su seriedad, dejando ver que estaba de broma.

—Estaría bien que ese plan B no fuese con B de Banco. 

Sergio se echó a reír y presionó el centro de su espalda con la mano para atraerla a su boca. Raquel apoyó una mano en el centro de su pecho, manteniendo la distancia entre sus bocas.

—Ahora en serio. Prométeme que no vas a volver a meterte en una de esas —le pedió con tono firme. Agarró su mandíbula cuando Sergio rodó los ojos, desviando la mirada—. Sergio. Lo digo en serio. 

—Te lo promeeeto —masculló antes de presionar sus labios contra los de ella. 

Raquel acarició su barba mientras sus labios se rozaban con suavidad. Después se apartó unos centímetros y volvió a buscar su mirada.

—¿Seguro? 

Sergio apretó su cintura con las manos, mirando su boca con deseo.

—Seguro, seguro.

 

(…)

 

—Oye... —murmuró Raquel sin despegar la mirada del techo de su dormitorio—. Berlín, Nairobi, Moscú… ¿De que iba todo eso? —preguntó, girando la cabeza para mirarle. 

Sergio sonrió.

—Fue una de las reglas del atraco. Para que todo funcionase correctamente no debían conocerse entre ellos, ni siquiera los nombres propios. Así que acordamos una categoría y cada uno eligió su apodo —explicó.

Raquel asintió, asimilando la información. Se giró sobre su costado en busca de una posición más cómoda.

—¿Y a mí? ¿Qué nombre de ciudad me pondrías? —preguntó sonriente, mordiéndose la comisura de los labios.

Sergio se echó a reír.

—Ninguno. 

La sonrisa de Raquel desapareció al instante. 

—¿Cómo que ninguno? —respondió indignada.

—Los nombres de ciudad están reservados para ladrones. Tú no eres ladrona. 

—Pero formo parte de tu banda, ¿o no?

Sergio titubeó. Raquel arqueó una ceja amenazante cuando este tardó en contestar. 

—Me has hecho prometer que no haré más atracos, ¿por qué me preguntas esto ahora?

—Porque quiero saber si me consideras parte de tu banda.

—Pues claro que no. Eres mi pareja y en la banda están prohibidas las relaciones personales.

—Pues dejo de ser tu pareja lo que dure el atraco. 

Sergio frunció el ceño, preocupado.

—¿Lo dices en serio?

—Si vas a tratarme diferente por ser tu pareja, por supuesto que sí. 

Sergio se apretó el tabique nasal con los dedos sin llegar a comprender su postura.

—Además, ¿te parece poco secuestrar a mi propia familia para irme a vivir con un fugitivo? Creo que merezco ser parte de la banda más que nadie.

Sergio suspiró. 

—Está bien... —inició, recolocándose sobre la almohada. La miró a los ojos—...En el hipotético —remarcó— caso de que tuvieses que elegir un nombre de ciudad... ¿cuál querrías? 

—¿No los pones tú?

Sergio sacudió la cabeza. Raquel ladeó la cabeza. 

—En ese caso… Lisboa —afirmó con convicción—. Siempre que he estado allí me he sentido como en casa y me trae muy buenos recuerdos.

—Lisboa... —repitió él en voz baja deslizando una mano a lo largo de la parte trasera de su brazo. 

Raquel asintió, elevando las cejas.

— Te pega —añadió con una sonrisa que enseguida se reflejó en los labios de Raquel.

—¿Eso quiere decir que seré Lisboa a partir de ahora? 

Sergio volvió a reír, negando con la cabeza. Raquel frunció el ceño, emitiendo un gruñido.

—Sigues sin ser una ladrona... —justificó. 

—¿Pero qué quieres que robe aquí? ¿Una merluza? —reprochó.

—Por ejemplo. Pero debes planearlo con antelación y prestando atención a todos los detalles. Las improvisaciones conducen a graves errores el 95% de las veces y no acepto ladrones incompetentes en mi banda. 

Raquel rodó los ojos, dejando caer la cabeza un instante. Volvió a mirarle a los ojos y se acercó a sus labios, frenando a pocos milímetros. 

—Yo es que soy más de improvisar…, te guste o no —murmuró a la vez que pasaba una pierna al otro lado de su cuerpo para tumbarme sobre él. 

Exhaló al sentir el calor de su piel en contacto con su torso desnudo. Sergio automáticamente posó sus manos extendidas en sus costillas, sujetándola en el sitio al mismo tiempo que elevaba la cabeza y enganchaba su labio inferior entre los suyos, provocándole un escalofrío de placer que recorrió toda su espina dorsal. Aquel mordisco despertó su imaginación y sus ganas de provocarle.

—Y si te robo... ¿un orgasmo? —sugirió con voz suave, consciente de lo mucho que le ponía que le hablase en ese tono—. ¿Eso contaría? 

Sergio sonrió, encogiendo un hombro; sus ojos brillando a pesar de tenerlos casi cerrados. 

Notó que este tensaba las piernas cuando se acomodó sobre su cuerpo, asegurándose de que su pubis quedaba en perfecta alineación con su pelvis. Su mandíbula perdió fuerza y cayó ligeramente cuando comenzó a mover las caderas suavemente, rozando su pene aún inerte. Sonrió, complacida con su reacción, pero enseguida se recompuso, aclarando la garganta y fingiendo desinterés.

—Estoy agotado... no creo que lo consigas. 

Raquel se mordió el labio inferior, sonriendo.

—Ponme a prueba —murmuró a centímetros de sus labios a la vez que aumentaba la presión contra su entrepierna, provocándole un pequeño gruñido de placer que le obligó a cerrar los ojos. 

Tomó su silencio como luz verde y se hizo a un lado unos centímetros para poder acariciar su abdomen mientras descendía por su cuerpo. Sin embargo, Sergio interceptó su muñeca antes de que pudiese alcanzar su objetivo y devolvió su mano a su sitio anterior, sobre su pectoral.

—Está bien. Pero tienes que respetar unas reglas. 

Raquel arqueó una ceja, intrigada. Por supuesto tenía que poner reglas.

—¿Qué reglas? 

La miró con seriedad, como si de repente se hubiese convertido en el profesor y estuviese estableciendo las reglas de un atraco. 

—No puedes utilizar las manos ni la boca ahí abajo, y tienes que conseguirlo en menos de cinco minutos. 

Raquel bufó.

—Hecho. 

Sergio se quitó su reloj y lo dejó sobre su mesita, de modo que ambos pudiesen verlo. Esperó a que la manecilla de los segundos se aproximase al número 12 y volvió a mirarla. 

—Adelante. Tienes hasta menos cinco para alcanzar tu objetivo. 

Sonrió con seguridad, encantada con aquel reto que acababan de improvisar. Sin dilación, retomó el roce de sus cuerpos mientras buscaba sus manos. Entrelazó sus dedos y llevó sus manos unidas hasta la almohada, colocándolas a cada lado de su cabeza a la vez que buscaba unir sus labios en un baile sensual que siempre le encendía en cuestión de segundos. Sin embargo, Sergio decidió no responder al beso y sus labios permanecieron quietos, formando una línea recta. Raquel se incorporé para mirarle y él sonrió con orgullo.

—No me lo vas a poner fácil, ¿no? 

—No sería un robo legítimo en ese caso —ladeó la cabeza, mirándola con superioridad. 

Raquel humedeció sus labios y le devolvió la mirada con la misma intensidad.

—No importa, tengo muy bien estudiado el terreno para saber dónde atacar —murmuró inclinándose de nuevo hacia su boca. Sacudió la cabeza para empujar su melena hacia un lado y enterró la cara en la curva de su cuello, besando y mordisqueando la fina piel de aquel lugar bajo la línea que dibujaba su barba. Apretó sus manos contra la almohada, moviendo las caderas con más determinación sin dejar de absorber su piel. Su miembro comenzó a endurecerse y pulsó contra su pubis, pidiendo más atención que de inmediato cedió, arqueando la espalda hacia él para repartir la humedad de su sexo por toda su longitud. Los primeros jadeos no se hicieron esperar, y supo que esa batalla la tenía más que ganada.
Sonrió contra su cuello y después se incorporó, quedando sentada sobre su pelvis pero sin dejar de mover las caderas. Se percató que, sin querer, le había dejado una marca en la piel, y que él estaba conteniendo la respiración para recuperar el control. 

—Sergio, mírame. 

Este abrió los ojos, pero no duraron ni dos segundos en los suyos, pues descendieron rápidamente a su torso desnudo balanceándose sobre su cuerpo a un ritmo suave pero constante. Raquel se mordió la lengua, sintiendo el calor de su mirada hambrienta en su piel. Sin embargo, no tardó en parpadear repetidamente antes desviar la mirada y fijarla en el techo para evitar más provocaciones. Quiso reír por lo en serio que se había tomado aquello, pero al ver que aquella técnica comenzaba a funcionarle y que su respiración volvía a la normalidad, apretó sus manos, aumentando de nuevo la presión del roce de sus cuerpos, provocando que su propia respiración se acelerase.

—¿En qué estás pensando? —preguntó con sonrisa pícara, dejando escapar un gemido con la intención de desestabilizar su concentración.

—En tu madre. 

Raquel frenó en seco, frunciendo el ceño.

—¡Sergio! —le reprochó con cara de asco. 

Sergio la miró con nerviosismo, como si acabase de darse cuenta de que lo había dicho en voz alta y tartamudeó algo incomprensible. Raquel cerró los ojos, queriendo borrar aquellas palabras de su mente cuanto antes.

—Dime que no has dicho lo que acabas de decir, por favor.

—E... Es lo único que consigue que se me baje...—se excusó—. Solo he pensando en tu madre leyendo el libro, te lo prometo. 

Raquel emitió un quejido de frustración, echando la cabeza hacia atrás.

—Me acabas de cortar todo el rollo. 

Sergio rio brevemente y agarró su cuello con ambas manos, conduciéndola a su boca. La besó con cariño.

—Perdón... —murmuró en un tono suave, llevando ambas manos a sus muslos para acariciarlos—...pero aquí cada uno recurre a sus técnicas para ganar. 

Raquel volvió a mirarle, aún con el ceño fruncido.

—En ese caso tú también deberías seguir unas reglas. 

Sergio exhaló.

—Está bien... 

Raquel levantó el dedo, incorporándose a su posición anterior—. Prohibido pensar en mi madre cuando estemos en la cama. —Tragó con fuerza, reprimiendo un escalofrío de aprensión que le provocó aquellas palabras—. Ahora y siempre —clarificó. 

Sergio asintió.

—Última vez, prometido. 

Dejó escapar todo el aire de sus pulmones, intentando expulsar también aquella información de su mente. Sergio torció el cuello hacia el reloj. 

—Te quedan tres minutos —le informó sonriendo levemente, convencido de que no lo lograría. 

Raquel apoyó las manos en su pecho, clavándole la mirando en los ojos al mismo tiempo que retomaba el vaivén de sus caderas.

—Te vas a enterar —susurró antes de cerrar los ojos para poner toda su concentración en hacer que se corriera.

Las manos de Sergio abandonaron sus muslos para agarrar las sábanas y cerró los ojos. Raquel aprovechó que no miraba para atacar su cuello con besos húmedos. Su erección volvió a crecer hasta su punto máximo, y aquel constante roce de su dureza con su clitoris comenzó a generarle olas de placer que alteraron su espiración y comenzaron a nublar su mente, haciéndole perder por un segundo el objetivo de todo aquello. Frenó un instante para tomar aire y, al arquear la espalda hacia fuera, notó la punta de su glande abriéndose paso entre sus labios. Sonrió con picardía, evitando moverme para no perder aquel contacto, y rió cuando Sergio evitó su mirada, consciente de lo que se disponía a hacer. Empujó las caderas hacia atrás, sintiéndolo entrar en su vagina centímetro a centímetro hasta desaparecer por completo. Exhaló, satisfecha, y se sentó de nuevo sobre su pelvis, dibujando pequeños círculos sobre su cuerpo. Ahora sí que no tenía nada que hacer.

Decidió no perder más tiempo y atacar con toda la artillería pesada. Llevó las manos hacia atrás y las apoyó en sus muslos, inclinando su tronco ligeramente hacia atrás para alcanzar la posición exacta que sabía que le volvía loco y lo mataba de placer. Comenzó a elevar las caderas, subiendo por toda su longitud y bajando hasta su base con ímpetu una y otra vez. Se mordió el labio inferior a la vez que apretaba las piernas para ejercer mayor presión alrededor de su miembro. Aquello le hizo jadear, provocándole a su vez una descarga de placer. Gimió.

—Joder —masculló Sergio entre dientes cuando se dio cuenta de que iba a perder la batalla. 

Arrugó la nariz, intentando contener las muecas de placer que le estaba provocando. Aquello alimentó aún más su ego y, como venganza, aumentó la velocidad con la intención de empujarle a aquel orgasmo que ella tanto deseaba y él tanto evitaba. Sus costillas se expandían y contraían cada vez más rápido y sus nudillos se habían vuelto blancos por la fuerza con la que agarraba las sábanas. 

Soltó una bocanada de aire a la vez que abría los ojos.

—A la mierda —jadeó, soltando las sábanas para agarrarla de las caderas. Tiró de su cuerpo hacia abajo, haciéndole soltar un gemido de sorpresa cuando su cuerpo chocó con fuerza contra su pelvis, profundizando aún más la embestida. 

Dos golpes más sirvieron para empujarlo al precipicio. La apartó rápidamente justo antes de correrse en su propio abdomen. Raquel volvió a su lado de la cama, respirando a través de una sonrisa triunfal mientras observaba las reacciones de su cuerpo ante aquel intenso orgasmo. Sus piernas seguían tensas y su espalda se arqueó unos instantes a causa de las olas de placer que seguían recorriendo su centro.

Raquel humedeció sus labios y sonrió al ver que aún quedaba un minuto para el límite que había establecido.

—¿Y bien? —preguntó tras recuperar el aliento. 

Sergio soltó un suspiro prolongado y abrió los ojos.

—Bienvenida a la banda, Lisboa. 

Raquel sonrió, victoriosa, y se tumbó de medio lado sobre su torso, apoyando la barbilla en la suya mientras acariciaba su cabello con cariño.

—Muchas gracias... profesor.

Chapter 23: Regla

Notes:

¡Hola de nuevo! Creo que este será el ultimo capítulo antes de la llegada de Tokyo (a no ser que haya algo en concreto que queráis leer?). Esto significa que ya no habrá más capítulos en mucho tiempo, porque tendría que volver a verme la serie y ahora mismo no hay ganas ni tiempo.

Espero que os guste este nuevo capítulo. No hay mucho Serquel pero me apetecía escribir algo así. Sé que el 99% de las personas que lee este fic son mujeres, por lo que no creo que os genere rechazo, pero por si acaso aviso: va a haber sangre!! No leer si sois aprensiva/os.

Y GRACIAS a quienes sacáis un ratito para, además de leer, dejar un comentario. Cortos o largos siempre hace ilusión leerlos <3 ¡Gracias!

Chapter Text

23. Regla


La puerta del dormitorio se abrió tras escucharse dos discretos golpes.

—¿Raquel? —escuchó la voz susurrada de su madre. 

Raquel abrió los ojos con desgana; distinguió la silueta de su madre asomada en la puerta. Por un momento consideró hacerse la dormida, no tenía las fuerzas ni las ganas de lidiar con uno de sus brotes. Sin embargo, algo en su postura, en su forma de decir su nombre, le recordó a su madre de años atrás.

—Hola, mamá —murmuró, apoyando un codo en el colchón para incorporarse—. Pasa. —Carraspeó.

Cerrando la puerta tras de sí, Mariví se aproximó a la cama de su hija con sigilo, como si tuviese miedo a molestar.

—He visto a Sergio salir con la niña, me ha dicho que no te encuentras bien… —comentó mientras se sentaba en el borde de la cama con cuidado—. ¿Cómo estás?

Raquel dejó caer la cabeza sobre la almohada, regalándole una leve sonrisa a su madre.

—Bueno… he tenido días mejores.

En realidad hacía años que no se sentía tan mal. Un fuerte dolor en la zona lumbar que irradiaba hacia su vientre la había despertado cuando tan solo llevaba un par de horas durmiendo y no había podido pegar ojo en toda la noche. Para colmo, había manchado las sábanas de sangre, por lo que se había visto obligada a despertar a Sergio para poder cambiarlas. Aquello solo empeoró la situación, ya que, preocupado por su estado, él tampoco pudo retomar el sueño y se pasó toda la noche preguntándole cómo estaba o yendo de un lado para el otro intentando buscar un remedio para su dolencia. Su incesante atención le crispó tanto los nervios que por momentos no sabía si quería echarle las manos al cuello para hacerlo callar o ponerse a llorar en un rincón. Cuando su rechazo se tornó más que evidente, Sergio optó -muy a su pesar- por dejarla descansar e iniciar su rutina matinal antes de tiempo. Ahora que había conseguido relajarse parecía que el dolor le había dado una tregua, pero se sentía agotada, sin fuerzas. 

Inclinándose hacia ella, Mariví colocó la parte trasera de sus dedos sobre la frente de su hija para comprobar su temperatura.

—No tengo fiebre, mamá. Es la regla.

Mariví resopló a la vez que devolvía la mano a su regazo.

—Ay, la regla… Si hay algo que agradezco del paso del tiempo es no tener que lidiar con ese tormento nunca más. 

Raquel sonrió levemente. Mariví volvió a acercar la mano a su frente, esta vez para apartar unos mechones.

—¿Te has tomado algo para el dolor?

Raquel desvió la mirada, aguantándose un suspiro. Ya le había tocado lidiar con Sergio, no le quedaban fuerzas para tener la misma discusión con su madre.

—Vamos, que no —añadió Mariví cruzándose de brazos—. Ya sabía yo…

—No es tan insoportable, mamá.

—Bueno, es que para que algo sea insoportable para ti te tienen que estar cortando la pierna con una sierra y sin anestesia. Venga, dime dónde guardas el ibuprofeno que ahora mismo te traigo uno —preguntó a la vez que se levantaba de la cama.

—Mamá —le advirtió con firmeza—. Estoy cansada y no tengo ganas de discutir. No voy a tomarme nada. 

Agarrando el borde de la sabana, se giró hacia el otro lado y cerró los ojos con la intención de dormir. Mariví suspiró, volviéndose a sentar.

—Casi 30 años pasando por lo mismo y sigues igual de testaruda… ¿Voy a tener que volver a machacarte el ibuprofeno en la sopa como cuando eras adolescente? 

Raquel giró la cabeza y abrió la boca, perpleja.

—¡Mamá! ¿Hacías eso?

—¡Pues claro! ¿Qué te crees? ¿Que el dolor se te iba por arte de magia? No, mi amor.

Raquel rodó los ojos a la vez que se tumbaba sobre su espalda.

—¿Doña Marivi? 

Ambas dirigieron su atención hacia la puerta. Darna asomó la cabeza a través de esta. Sonrió al verlas.

—Buenos días, señora Raquel. Doña Mariví, tenemos que irnos ya o llegaremos tarde a su clase.

—Y tan tarde que voy a llegar, hoy pienso hacer pellas. 

Darna miró a Raquel, confusa por aquella expresión que desconocía. 

—Pero señora… 

Mariví sacudió la mano repetidamente a la vez que negaba con la cabeza.

—Que no, que hoy me quedo aquí. Tengo que cuidar a mi hija.

Darna volvió a buscar la mirada de Raquel con la esperanza de que esta la ayudase a convencerla, pero ella encogió un hombro, como queriendo decir que no había solución.

—Puedes tomarte el día libre, Darna. Yo me encargo hoy. 

—¿Está segura?

—Sí, no te preocupes. 

—De acuerdo… Si necesitan cualquier cosa me llaman.

—Por supuesto.

—Que pasen una buena mañana.

Haciendo una inclinación de cabeza, Darna se retiró. Casi al mismo tiempo, Mariví se puso en pie, se sacó los zapatos y caminó hacia el otro lado de la cama. Raquel la siguió con la mirada. 

—¿Dónde vas? 

—A meterme contigo en la cama, dónde si no —dijo a la vez que apartaba la sábana para subirse a la cama. 

Raquel se echó a reír. Cerró los ojos cuando su madre se acurrucó a su espalda y la abrazó desde atrás, colocando una de sus manos en la parte baja de su abdomen. Aquel cálido y familiar contacto tuvo un efecto calmante casi inmediato. 

—Ya que no quieres tomarte nada, un poco que de calor humano no te vendrá mal —comentó, besando su hombro con cariño.

El abrazo de su madre fue tan cercano, tan tierno, que no pudo evitar emocionarse; llevaba años sin recibir un abrazo tan genuino por parte de su madre. Cerrando los ojos para impedir que se le escapasen las lágrimas, acarició el antebrazo de su madre.

—Te quiero, mamá —murmuró a la vez que colocaba la mano encima de la de ella para darle un breve apretón.

Notó la sonrisa de su madre en el hombro.

—Lo sé, mi amor. Y yo a ti. 

Sonrió para sí, dejándose llevar por los recuerdos. Sin embargo, la risa de Mariví no tardó en interrumpir el cómodo silencio. Raquel miró a su madre por encima de su hombro.

—¿De qué te ríes?

—¿Te acuerdas de cuando te vino la menstruación por primera vez?

Raquel contuvo el aire, sin saber si reír o resoplar ante aquella inesperada pregunta. Optó por lo primero. 

—Claro. Eso nunca se olvida.

Mariví suspiró, levantando la mirada hacia techo.

—Te pasaste toooooda la tarde jugando con el vecino. ¿Cómo se llamaba? Ay…

—Mateo.

—¡Eso! Mateo. Te pasaste toda la tarde jugando con Mateo en el jardín. Que si árbol para arriba, que si árbol para abajo, que si ahora me arrastro por el suelo… ¡No parabais un segundo! —Suspiró—. Cuando pegaste aquel chillido y Mateo vino corriendo a buscarme pensé que te habías caído y te habías abierto la cabeza… Pero no, me llamaste porque tenías el pantalón manchado de sangre. Te habías caído de culo poco antes y pensabas que te había hecho daño. —Rio—. Pobre mía… Casi no te había hablado del tema, así que ni se te ocurrió que pudiese ser la regla, todo te pilló por sorpresa. 12 años recién cumplidos tenías… —suspiró con añoranza—. Después te pasaste el resto de la tarde sentada en el borde del sofá sin moverte, parecías una estatua —añadió riendo.

—Porque me diste una compresa del tamaño de un zapato —justificó—. No podía andar sin parecer un mono. 

—Pues lo que había en aquella época, hija mía… Ojalá haber tenido todo esos cacharros que tenéis ahora. 

Raquel rio para sí.

—Pues pronto le tocará a Paula… —añadió Mariví con una mezcla de tristeza y pena por que su única nieta estuviese creciendo tan deprisa.

Raquel se mordió el labio, sacudiendo la cabeza. 

—Calla, no quiero ni pensarlo… 

—Espero que seas mejor madre que yo y le expliques todo lo que debe saber. 

Raquel giró la cabeza para mirarla.

—No fuiste mala madre, mamá. Eran otros tiempos…

—Lo sé. Pero me arrepiento. Por eso ahora no me callo nada. A veces me paso de rosca, lo sé, pero prefiero no quedarme con las ganas.

Raquel abrió la boca para decirle que hacía bien, pero un dolor punzante le atravesó el vientre, dejándola sin habla. Apretó los ojos y los dientes a la vez que apretaba la mano de su madre contra su abdomen, intentando no dejarse doblegar por el dolor. 

—Tranquila… —murmuró su madre, acariciando su abdomen de lado a lado.

Raquel suspiró pesadamente cuando, tras varios intensos segundos, el dolor desapareció. Masculló una palabrota.

—Cariño, ¿estás segura de que es la regla? —el tono de su madre se tornó más serio.

Raquel frunció el ceño, pues no entendía a qué se refería. 

—¿Qué va a ser si no?

—Podría ser un aborto espontáneo. 

Raquel sintió que la sangre abandonaba su rostro. 

—¿Cómo?

—Si está siendo una regla inusual, es posible que sea un aborto. 

Raquel titubeó, sin saber que decir; nunca se le había pasado por la cabeza aquella posibilidad.

—¿Cuándo fue tu última regla? 

Frunció el ceño, intentando hacer memoria. Lo cierto era que, desde que había dejado las pastillas anticonceptivas, su ciclo se había vuelto bastante irregular. Su cuerpo aún estaba acostumbrándose al cambio. 

—No sé… Hace mes, mes y medio. 

—¿Y os cuidáis cuando hacéis el amor?

Raquel sintió que un calor repentino ascendía hacia sus mejillas. Estuvo a punto de decirle que no le preguntara sobre esos temas, que no se sentía del todo cómoda hablando de su vida sexual con ella, pero se contuvo, sobre todo después de lo que le había comentado.  

—Bueno, no pasa nada si no quieres contármelo, —se adelantó—. Solo quiero que sepas que puede ocurrir. Yo misma tuve dos abortos espontáneos antes de tener a tu hermana.

Raquel giró la cabeza para mirarla.

—¿Qué? ¿Cuándo? 

—Uno al poco de tenerte a ti y el otro un par de años antes de tener a tu hermana. Ese fue el peor. Del primero casi ni me di cuenta, pero ese… Estaba casi de 19 semanas… Tuvieron que hacerme legrado. Sin anestesia ni nada, porque en aquella época ya ves tú… Aunque no recuerdo mucho, la verdad, tuve depresión después y todo lo tengo bastante borroso, pero lo poco que recuerdo fue muy duro.

Raquel frunció los labios, entristecida. 

—Nunca me lo habías contado…

Mariví sonrió con tristeza.

—Ya. Era otro de esos temas que no se hablaban abiertamente… estaba mal visto. Incluso si era espontáneo te miraban con malos ojos.

Raquel se giró sobre sí misma hasta poder abrazarla. Mariví le devolvió el abrazo a la vez que posaba los labios en su frente para depositar un pequeño beso.

—Siento mucho que tuvieses que pasar por eso sola…

Mariví frotó su brazo, sonriendo levemente.

—No estaba sola. Afortunadamente tu padre era un rayo de luz y me acompañó en todo momento. Cómo le echo de menos —añadió en un suspiro.

Raquel asintió, de acuerdo. Tragó saliva, intentando deshacer el nudo que se había formado en su garganta. Respiró hondo antes de incorporarse para descansar la cabeza sobre la almohada al lado de su madre.

—De todas formas… no creo que esto sea un… —Sacudió la cabeza—. Es imposible.

—Cariño, solo es imposible si no hay sexo. Y tú y Sergio no tenéis pinta de ser nada castos…

Raquel arrugó la nariz ante la sonrisa pícara de su madre.

—No, pero tomamos precauciones.

—¿Siempre?

Raquel titubeó un segundo. Siempre era una palabra demasiado rotunda. Y sí, alguna vez habían recurrido a otros métodos anticonceptivos más “rudimentarios” porque se habían quedado sin preservativos. Pero no iba a admitirlo en voz alta. 

—Por supuesto. No nos hemos planteado ser padres. 

—¿No? Pensaba que sí.

Raquel arqueó una ceja, sorprendida.

—¿Por qué?

—No sé… Veo a Sergio tan implicado con Paula que pensé que querría tener uno propio… Además, ¿te has fijado en cómo mira a la nieta de Darna cuando la coge en brazos? Se le cae la baba. 

Raquel se mordió el labio. 

—Sí… me he dado cuenta. Pero la verdad es que no lo hemos hablado… Y no sé si a estas alturas nos lo plantearemos. Yo estoy rozando los 42…

—Bueeeeno, pero hoy en día eso no es un impedimento. ¡Mira la Irma Soriano! tuvo a su último hijo a los 49.

Raquel se echó a reír.

—No sé quién es Irma Soriano… pero bien por ella.

—¿No conoces a Irma Soriano? La presentadora de la Ruleta de La Suerte.

Raquel abrió la boca, fingiendo que captaba la referencia. Mariví comenzó a reír.

—¿Qué? —preguntó contagiada de su risa. 

—¿Te acuerdas de cuando te vino la menstruación por primera vez? 

La sonrisa de Raquel perdió fuerza hasta quedarse en nada. Por muy acostumbrada que estuviese a aquellos fallos de memoria de su madre, le seguían rompiendo el corazón. 

Forzando una sonrisa, negó con la cabeza.

—No. ¿Me lo cuentas?

Apoyó la cabeza en su hombro a la vez que su madre comenzaba a contarle de nuevo, con los mismos detalles, cómo fue su primera vez. 

 

Cuando volvió a abrir los ojos horas más tarde, su madre ya no estaba abrazándola y la cama estaba vacía. Por un momento entró en pánico al recordar que se había quedado a cargo de ella, pero la calma regresó a su cuerpo cuando percibió su voz al otro lado de la puerta. Unos segundos después, la puerta se abrió y Mariví entró despacio para no derramar la taza que llevaba en las manos.

—¡Por fin! Menuda siesta te has echao —comentó al darse cuenta de que estaba despierta.

Raquel le sonrió al mismo tiempo que se incorporaba para apoyar la espalda en el cabecero de la cama.

—Toma, te he preparado una manzanilla.

Raquel susurró un gracias a la vez que extendía los brazos para coger la taza. Frenó cuando el recipiente rozó sus labios y arqueó una ceja, levantando la mirada hacia su madre.

—¿Lleva ibuprofeno?

Mariví encogió los hombros, haciéndose la misteriosa.

—Mamá…

—No lo he encontrado —confesó con hastío. 

Raquel ladeó la cabeza, no del todo convencida.

—No voy a negar que lo he buscado… —añadió—. Pero te prometo que no lo he encontrado. Es solo manzanilla. 

Le dio un pequeño sorbo a la infusión; efectivamente sabía a manzanilla. Se bebió el resto de la infusión casi de un único sorbo. Estaba sedienta.  

—¿Cómo te encuentras? —preguntó, sentándose en el borde de la cama tras dejar la taza sobre la mesita. Peinó su cabello con los dedos. 

—Mejor. ¿Ha vuelto Sergio? 

—Sí. Están en el salón haciendo los deberes.

Frunció el ceño, preguntándose cuántas horas había dormido para que su hija ya estuviese haciendo los deberes del día. 

—¿Quieres que le diga algo?

—No. Voy a darme una ducha antes. 

—Vale.Besó su sien con cariño antes de ponerse en pie y abandonar la habitación. 

Sintió un leve mareo cuando se incorporó de la cama. Llevaba desde el día anterior sin probar un sólo bocado y aún así seguía sin tener hambre. Se dirigió al baño con paso tranquilo y abrió el grifo de la ducha antes de desnudarse. Dejó la poca ropa que llevaba puesta apilada en el suelo y entró en la ducha.
Cerró los ojos, dejándose empapar por el agua aún tibia. Permaneció quieta un buen rato, sin mover un músculo y con la mirada fija en los azulejos de la ducha. Tampoco había un solo pensamiento en su mente, simplemente sentía el agua recorrer cada curva de su cuerpo. Despertó de aquel trance cuando la temperatura del agua comenzó a quemarle la piel. Reguló el grifo y, después, buscó una postura cómoda para retirar la copa. Vertió su contenido en el desagüe y la dejó en un estante tras lavarla. Cuando agachó la cabeza, se quedó mirando el goteo de sangre que caía de su cuerpo, dibujando delgados ríos rojos en la parte interna de sus piernas. Pensó en lo que le había dicho su madre. ¿Y si llevaba razón? ¿Y si había estado embarazada durante unas semanas sin saberlo? La cantidad de sangre y tejidos que había salido de su cuerpo esa misma madrugada le había llamado la atención aunque no hubiese pensado en ello. Sintió un cosquilleo en el estómago, pero no supo identificar su causa.

Levantó la cabeza cuando alguien golpeó la puerta del baño. Vio a Sergio asomado.

—¿Puedo pasar? 

—Claro. 

Sergio comenzó a desvestirse conforme se acercaba a la ducha. Tras quitarse la última prenda, deslizó la mampara de la ducha. No dijo nada cuando Raquel le interrogó con la mirada, simplemente se situó bajo el chorro de agua y la estrechó entre sus brazos, hundiendo la nariz en su cabello mojado. Raquel le devolvió el abrazo, envolviendo los brazos alrededor de su cintura a la vez que apoyaba su mejilla en su pecho. Sintió paz en aquel abrazo. Permanecieron quietos y en silencio varios segundos.

—¿No me vas a preguntar cómo estoy? —preguntó tiempo después, levantando la cabeza para mirarle.

Sergio negó con la cabeza.

—Ya me he dado cuenta de que te molesta que te lo pregunte tan seguido.

Raquel sonrió levemente.

—Estoy mejor. También menos arisca. 

Sergio apretó los labios, asintiendo. Deslizó la mano por su espalda, observándola con preocupación.

—Me alegro. Me he asustado bastante… estabas muy pálida. ¿Es normal?

Raquel inspiró pensando de nuevo en lo que le había dicho su madre. Tras un breve debate interno, prefirió guardarse la duda para ella. Sabía que si se lo contaba, Sergio la sacaría a rastras de la ducha para ir al ginecólogo, y no tenía ganas de ver a nadie y mucho menos de que alguien le inspeccionase el útero. Además, una parte de ella prefería seguir en la ignorancia. Si había habido algo ahí dentro, ya no estaba.

—Pues no del todo… pero llevaba mucho tiempo con las reglas falsas de las anticonceptivas. Supongo que mi cuerpo aún se está adaptando a la normalidad.

—Si vuelve a repetirse lo de anoche, pedimos cita en el ginecólogo —le advirtió.

Raquel asintió, apoyando la frente en sus labios cuando este se dispuso a darle un beso.

—Espero que tengas hambre porque te he preparado un buen plato de lentejas.

Raquel arrugó la nariz.

—¿Lentejas para merendar?

—Has perdido mucha sangre, necesitas hierro.

Raquel rio, sacudiendo la cabeza.

—No es tanto como parece. Lo que pasa es que la sangre es muy escandalosa. Pero gracias, las probaré —añadió, besando el centro de su clavícula. Después estiró el brazo para agarrar el jabón del estante—. ¿Me ayudas?

Sergio le quitó el jabón de la mano.

—Por supuesto.

Chapter 24: Tokio (parte 1)

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24. Tokio

 

—¡Sergio! —exclamó Paula levantándose del suelo de un salto—. ¡Mamá, ha vuelto Sergio! —gritó hacia el interior de la casa antes de correr en dirección a los escalones del porche para esperarlo allí. 

Este la saludó con la mano y una leve sonrisa a la vez que avanzaba hacia la casa. Al subir los escalones, la pequeña se lanzó a abrazarlo, envolviendo su cintura con los brazos.

—¡Has vuelto! 

A pesar de la situación, Sergio no pude evitar sonreír ante aquel recibimiento.

—Ey… ¿Qué tal estás? —preguntó mientras dejaba la mochila en el suelo y acariciaba su cabeza con la otra mano—. Qué guapa estás con esas trenzas —añadió cuando Paula se apartó. 

Aprovechó para agacharse frente a ella, quedando a la altura de sus ojos. 

—Me las ha hecho mamá. 

—Te quedan muy bien —comentó a la vez que abría a ciegas la cremallera de su mochila y sacaba una pequeña caja de cartón que no pasó desapercibida para Paula.

—¿Qué es eso?

Sonriendo, le entregó la caja. 

—¿Para mí? —preguntó ilusionada.

Sergio asintió. La pequeña tomó la caja y retiró la cinta adhesiva a toda prisa. Abrió la boca con sorpresa a la vez que sacaba una figura de madera.

—¡Una rana! 

—Es una rana de la suerte. Mira… —Sergio cogió la figura de madera y sacó el palo que venía insertado en la rana—. Si frotas el palo hacia arriba con este relieve de aquí hará un sonido muy muy parecido al croar de las ranas. 

Paula aspiró una bocanada de aire cuando Sergio rozó el relieve tal y como le había dicho y pareció que la rana cobraba vida. 

—A ver. 

La pequeña agarró la rana y frotó el palo como le había enseñado Sergio. Sus ojos volvieron a iluminarse de emoción.

—Qué chuli. Gracias —añadió, abrazándose a su cuello con entusiasmo. 

Sergio frotó su espalda con cariño, devolviéndole el abrazo. Al abrir los ojos vio a Raquel parada en el centro del porche, observándolos con una sonrisa de ternura en el rostro; vestía unos simples pantalones anchos blancos y una camiseta verde sin mangas. Sergio tragó saliva al sentir un cosquilleo intenso en la boca del estómago. Llevaba cuatro días sin verla, pero le pareció una eternidad más. 

—¿Has traído algo para mí? —preguntó con fingida envidia cuando sus ojos se encontraron. 

Sergio forzó una sonrisa; lo único que traía eran malas noticias y no sabía por dónde empezar a contárselo. Agachando la mirada, se puso en pie. Raquel se aproximó a él y, ajena a la nube negra que rondaba su mente, apoyó una mano en su pecho y se puso de puntillas para plantar un pequeño beso en sus labios.

—Bienvenido —le susurró, volviendo a besar sus labios. 

Sergio quiso retenerla unos segundos más apoyando una mano en la parte baja de su espalda, pero Paula le robó su atención, tirando del brazo de su madre. 

—Mira, mamá, mira lo que hace —comentó haciendo sonar la rana de nuevo.

—Ya veo. Muy guay —respondió acariciando el rostro de su hija. 

—¡Señorita Raquel, su mamá! —exclamó Darna, casi sin aire. 

Todos se giraron hacia ella, alertados por su tono de voz. 

—¿Qué pasa?

—Se me escapó. Quería meterse en el agua. Ayúdeme —explicó con voz entrecortada. 

—¿Por dónde ha ido?

—Por allá —respondió Darna, señalando a la zona de árboles.

—Mierda —masculló Raquel para sí; era una zona de la playa más profunda y peligrosa. Echó a correr de inmediato, dejando atrás a Darna, quien no pudo seguirle el ritmo. 

Sergio dudó si unirse a la búsqueda o quedarse allí con Paula, quien se había quedado paralizada mirando hacia la arboleda con preocupación. Carraspeó a la vez que colocaba una mano en el hombro de la niña para captar su atención. 

—No te preocupes, seguro que está bien. 

A pesar de sus palabras, la preocupación se acentuó en su rostro. Se agachó a su lado y tomó sus antebrazos para girarla en su dirección. 

—¿Quieres que te cuente por qué se llama rana de la suerte? —preguntó on la intención de distraerla. Su técnica pareció funcionar, pues Paula le miró por fin y, mostrando una casi imperceptible sonrisa, asintió.

 

Raquel corrió a través de la arboleda tan rápido como le permitieron las chanclas de dedo que llevaba puestas. 

—¡Mamá! —gritó al localizarla arrodillada en el agua con los brazos extendidos—. ¡Mamá! 

Entró en el agua sin pensárselo y la agarró del brazo para que no avanzase más.

—Mamá, ¿estás bien? 

Mariví tocó su cara con ambas manos sin dejar de reír pero apenas hizo contacto visual con ella, parecía estar sumida en una realidad que solo ella podía ver. 

—¿Tienes frío? —añadió, pero su madre seguía sin escucharla, simplemente reía. 

Exhaló aliviada de haberla encontrado antes de que le hubiese dado por sumergirse y abrazó su cintura para dirigirla hacia la arena.

—Vamos fuera, ¿eh? Vamos. 

El escalón de arena se deshizo con el peso de su cuerpo, haciendo que perdiese el equilibrio por un segundo, pero logró recuperarlo al pisar una roca fija. Empujó la espalda de su madre, proporcionándole la fuerza necesaria para romper la presión de las olas. Darna llegó cuando ya estaban casi fuera y colocó un pañuelo alrededor de su cuerpo. Le levantó también el vestido empapado para que este no se ensuciase de arena.

—Vamos a llevarla a su habitación para que se cambie —comentó Raquel cuando ya estaban a pocos metros del porche. 

—Sí, señorita. 

—Mamá, ¿qué ha pasado? —preguntó Paula cuando las vio llegar.

—Nada, cariño, la abuelita —hizo una mueca, queriendo restarle importancia al asunto. 

—Qué niña más guapa —comentó a su vez Mariví, acariciando su barbilla.  

Raquel miró a Sergio, quien seguía parado en el mismo lugar del porche.

—Mi madre, que ha vuelto a meterse vestida en el agua… —explicó al pasar por su lado. 

—Qué rica está el agua —añadió Marivi. 

Iba a acompañarla al cuarto para asegurarse de que se quitaba toda la ropa mojada, pero Sergio le agarró la muñeca.

—Raquel.

Comprobó que Dana acompañaba a su madre y se giró hacia él. Tomó su cara entre sus manos mientras este seguía observando a su madre marcharse.

—Cariño, ¿qué tal el viaje? —preguntó al darse cuenta de que apenas habían tenido tiempo para hablar. 

Se extrañó cuando este le devolvió la mirada y agarró su mano para bajarla.

Sergio la observó unos segundos, intentando disfrazar su preocupación con una mirada serena. Raquel desprendía tanta paz, tanta tranquilidad… que odiaba tener que romper aquella burbuja. 

Aspiró por la boca antes de hablar. 

—Haz las maletas —dijo asintiendo. 

Notó un ligero cambio en el rostro de Raquel, como si hubiese anticipado algo malo pero no quisiese saltar a ninguna conclusión. 

—¿Qué pasa? 

Vio que los ojos de Sergio se desviaban hacia la playa e intuyó que no estaban solos. Sergio aspiró aire por la boca dos veces antes de dejar caer la bomba. 

—Tokio está aquí. 

Aquellas tres palabras la dejaron helada; que Tokio estuviese allí solo les traería problemas, lo supo y lo sintió al instante. Seria, Raquel giró la cabeza hacia la playa, pero Sergio la frenó antes de que se le ocurriese salir a buscarla.

—Raquel, Raquel, hasta que no sepamos exactamente lo que ha pasado ya sabes lo que tienes que hacer. Tienes que irte con tu madre y con la niña a Mindanao —se apresuró a decir.

Raquel le devolvió una mirada de incredulidad. 

—Y a pesar de que este no es un lugar seguro, tú te quedas.

—Es lo mejor.

—Porque tienes que solucionarle a Tokio un problema. 

Sergio asintió despacio.

—Tú solo.

Volvió a asentir, anticipando una reprimenda de su parte. Sin embargo, el rostro de Raquel se relajó y hasta mostró una leve sonrisa. Tras unos segundos de incertidumbre, Raquel dio un paso al frente, se aferró a su nuca y le plantó un beso ardiente en los labios que lo dejó anonadado varios segundos. Lo besó con tal fuerza que las gafas se le clavaron en el entrecejo, pero no le importó y, colocando una mano en su cintura y otra en su nuca, respondió a aquella muestra de deseo con la misma intensidad. 

En los cuatro días que había estado fuera apenas había tenido tiempo para echarla de menos, aquella llamada del transportador americano acaparó por completo su pensamiento y le robó horas de sueño, pero ahora que la tenía pegada a su cuerpo y podía saborear sus labios y oler su piel, toda la añoranza acumulada se le vino encima. Deseó poder ignorar lo que les esperaba fuera en la playa y prolongar aquel beso hasta que sus pulmones dijesen basta. Y lo consiguió durante unos segundos mientras absorbía su labio inferior, pero Raquel se apartó de repente, devolviéndolo a la realidad. Raquel le clavó la mirada.

—Si tienes en mente esconderme para que no me vea, ya te puedes ir quitando eso de la cabeza —dijo lanzándole una mirada desafiante salpicada de ternura.

Sin más, se dirigió con paso firme a la playa, dejándolo completamente atónito. 

Sergio titubeó un instante, sin saber qué hacer; había sido lo suficientemente ingenuo como para pensar que Raquel le haría caso y no anticipó un encuentro con Tokio, al menos no tan pronto. Cuando salió a la playa, ambas ya se habían visto y caminaban la una hacia la otra con mirada amenazante. Aceleró el paso para frenar lo que fuera que tuviesen intención de hacer. 

—¡Eh! —advirtió cuando percibió la hostilidad con la que Tokio se acercaba a Raquel. 

Logró frenarla empujándola con su brazo extendido. Tokio le lanzó una mirada de absoluto desprecio a Raquel. 

—¿Qué hace esta hija de puta aquí? —preguntó sin quitarle la mirada de encima.

—Tranquila que es una de los nuestros.

Tokio lo miró con incredulidad.

—Digamos que he cambiado de bando —añadió Raquel.

Temeroso, Sergio volvió a colocar un brazo delante de Tokio cuando esta dio un paso al frente.

—¿Sabes quién cambia de bando en las guerras? Los traidores —dijo a pocos centímetros de su cara.

Raquel le sostuvo la mirada mostrándose firme.

—Tokio —le advirtió Sergio.

—La gente de mierda —añadió haciendo énfasis en la última palabra.

—¡Tokio! —volvió a recriminarle Sergio.

Raquel elevó el mentón y parpadeó despacio esperando a que soltase todo el veneno.

—¿Sabes qué pasa con esas ratas? 

Raquel elevó las cejas.

—Que pueden cambiar una, dos, cien millones de veces. —Se giró hacia Sergio con las últimas palabras.

—Tokio, por favor —insistió él.

—Que te va a traicionar. 

Sergio desvió la mirada, espirando. 

—¡Que te va a traicionar a ti como les traicionó a ellos!

—Eso no va a pasar —le contestó con convicción. 

—¿Ah, no? ¿Cómo lo sabes? Dime ¿cómo lo sabes? —levantó la voz. 

—Lo sé —le respondió del mismo modo.

—¿Ah, sí?

—Y tengo la absoluta certeza —añadió mirándole directamente a los ojos. 

Tokio sonrió con incredulidad.

—¿Qué certeza? ¿La de tu bragueta? 

Harta de cómo se dirigía a Sergio, Raquel le propinó una bofetada que la sacudió del sitio y la dejó atónita. Sergio la agarró de la cintura para prevenir que se acercase más a Tokio.

—Si el profesor dice que soy una de los vuestros es que lo soy —le dijo con firmeza cuando esta le devolvió la mirada—. ¿Te queda claro?

—Vaya hostia me has dao, ¿no? —dijo con la mano aún donde había recibido el golpe.

Sergio la miró de reojo, incómodo al recordar las que él mismo recibió años atrás; si alguien conocía la fuerza de las bofetadas de Raquel ese era él. 

—Así no nos vamos a llevar bien, inspectora —añadió Tokio.

Raquel dio paso al frente, encontrándose de nuevo con la mano de Sergio, la cual le impidió avanzar más. 

—Lisboa —pronunció con seriedad—. Me llamo Lisboa.

Tokio rio para si antes de girarse hacia Sergio y lanzarle una mirada incrédula. Este no supo qué añadir, por lo que, desviando la mirada, decidió que era el momento de cambiar de escenario. 

—Bueno y… ahora después de este entrañable encuentro. Vamos, por favor, a tomar un te. 

Ambas volvieron a hacer contacto visual, esperando que la otra diese el primer paso.  

—Por favor —insistió Sergio, señalando hacia la casa. 

 

Sentadas en cada esquina de la mesa, el ambiente y hostilidad entre ambas se apaciguó cuando se centraron en el asunto que los había llevado a reunirse: Rio. Tokio les contó todo lo que sabía e hizo varias preguntas al no comprender por qué aún no habían salido noticas al respecto. Cuando preguntó si lo estaban torturando, Raquel fue la que se lo confirmó sin ningún tipo de tapujos; ella había visto y oído de todo a lo largo de su carrera como policía. Aún así se negó a creerlo y se dirigió a Sergio, quien le dio ejemplos de lugares donde se seguían produciendo aquel tipo de atrocidades. El punto de inflexión llegó cuando Sergio le preguntó si habían comprado más teléfonos satelitales y Tokio le confirmó que Helsinki también había obtenido uno en el mercado negro. 

—Hay que convocar a la banda —sentenció Sergio antes de caminar apresuradamente hacia la playa. 

Tokio lo siguió. Raquel los observó desde el porche, pero enseguida retrocedió cuando escuchó la voz de su hija desde el interior. 

—Mamá, tengo hambre —comentó cuando se encontraron de frente. 

Aquellas palabras le devolvieron de golpe a la realidad. Se dio cuenta de que, con tanta charla, se les había pasado la hora de la merienda. 

—Ven, vamos a preparar la cena. 

Colocando una mano en su espalda, la dirigió hacia el interior de la casa.

—¿Qué te apetece cenar hoy? —preguntó al entrar en la cocina. 

Paula se subió a uno de los taburetes de la isla central. 

—Tortilla de patatas.

Raquel elevó las cejas, sorprendida.

—¿Tortilla de patatas? Es un poco laborioso para la cena, ¿no?

—Pero es la comida favorita de Sergio y acaba de llegar… 

Raquel se mordió el labio, enternecida con la ocurrencia de su hija. Miró en la pequeña despensa donde guardaban las patatas, pues recordaba que habían usado las últimas hacía pocos días. Como sospechaba, el cesto estaba vacío.

—Pues… me temo que no nos quedan patatas. ¿Lo dejamos para mañana?

Paula encogió los hombros, resignada. Raquel abrió el frigorífico y al instante recordó que aquella mañana había sacado a descongelar unas pechugas de pollo para usar en la cena.

—¿Qué te parecen unas fajitas? 

Paula se irguió, asintiendo efusivamente. 

—¿Puedo cortar el pimiento?

Sin llegar a contestar, Raquel sacó una tabla del armario y la colocó delante de ella en la encimera. Cogió algunos pimientos de varios colores y los puso sobre la tabla.

—Pero con mucho cuidado —le advirtió antes de entregarle el cuchillo. 

—Con los nudillos por delante —respondió su hija con retintín. 

Sergio siempre se lo repetía cuando cocinaban juntos. De hecho había sido él el que les había enseñado a colocar la mano correctamente para evitar cortarse en un descuido. Sacó una segunda tabla y se dispuso a trocear las pechugas de pollo en delgadas tiras. 

—¿Tú quién eres? —escuchó a su hija preguntar con curiosidad tras unos minutos de silencio. 

Cuando miró por encima de su hombro vio a Tokio parada en la puerta observando a Paula. Raquel frunció el ceño casi de manera automática, cerrando el puño con fuerza alrededor del mango del cuchillo que tenía en la mano. Por mucho que ya la hubiese visto y hubiesen estado varias horas hablando de la situación de Rio, verla en la privacidad de su casa le generaba un profundo rechazo. Respiró hondo, forzándose a relajarse. 

—Es una amiga de Sergio —se adelantó, dejando el cuchillo para girarse sobre si misma. 

Cuando esta la miró, Raquel le advirtió con la mirada que si no se comportaba, habría consecuencias. 

Paula ladeó la cabeza, sin despegar los ojos de la desconocida. 

—¿Sergio tiene amigas?

Aquella inocente pregunta hizo reír a Tokio, quien carraspeó al darse cuenta de su desliz. Se acercó a la isla de la cocina y apoyó los antebrazos en la encimera, quedando frente a la pequeña. Sonriendo, extendió la mano derecha en su dirección.

—Me llamo Tokio, ¿y tú?

—Paula —respondió la niña estrechándole la mano. Después continuó cortando el pimiento como si nada—. ¿De verdad eres amiga de Sergio?

Tokio balanceó la cabeza, indecisa. 

—Más que amigos… somos casi familia.

Paula ladeó la cabeza hacia el otro lado.

—¿Y por qué nunca nos ha hablado de ti? —preguntó extrañada.

Tokio levantó la mirada hacia Raquel, quien la vigilaba de reojo mientras echaba el pollo a la sartén.

—Buena pregunta. 

—¿Eres su prima?

Tokio frunció los labios, sacudiendo la cabeza.

—¿Entonces?

—Sergio es como mi… padrino.

—¡Anda, Sergio también es mi padrino!

—No, cariño. Sergio es tu padrastro —le corrigió Raquel mientras ponía una tapa en la sartén y seguidamente acudía a observar cómo iba con los pimientos. 

—¿Y cuál es la diferencia? —preguntó confusa, levantando la mirada hacia su madre. 

—Padrastro es la nueva pareja de tu madre, padrino puede ser cualquiera. Tiene que ver con el bautizo y temas religiosos —explicó mientras empujaba los trozos de pimiento con el cuchillos para cambiarlos a un plato y poder echarlos a la otra sartén.

—Ah. —Quedó pensativa unos segundos—. ¿Y yo tengo padrino?

—Pues… sí. Sí tienes. ¿Te acuerdas de Ángel, mi compañero de trabajo?

—¿El que venía a casa todos los domingo? —dijo con desagrado.

Raquel sabía que su hija lo detestaba porque siempre aparecía por casa el único día libre que podían estar juntas sin distracciones. 

—Ese mismo.

—Pues no me gusta, quiero cambiarlo —concluyó, agarrando el último pimiento para cortarlo.

Raquel levantó la mirada cuando percibió que Tokio se aguantaba la risa.

—Eso no se puede cambiar, cariño. Pero da igual, no tiene ninguna función real. 

Una vez Paula terminó de cortar el último pimiento, Raquel cogió la tabla y echó los trozos de pimiento junto al resto. Después sacó del congelador una bolsa transparente que contenía cebolla troceada y añadió un puñado al pimiento. 

—¿Y qué haces aquí? —cambió de tema Paula.

—Pues… visitar a Sergio y… ver si me puede ayudar con un problemilla.

—Seguro que sí. Sergio es muy bueno resolviendo problemas. Los de mis deberes los hace super rápido, aunque no me deja verlos hasta que los he hecho yo primero.

Tokio no pudo evitar sonreír, ladeando la cabeza. 

—Veo que pasas mucho tiempo con Sergio…

Paula se encogió de hombros, como si fuese algo lógico.

—Es mi padrastro.

—¿Y lleváis mucho tiempo aquí?

—Pues…

—Cariño, ve a avisar a la abuela para que vaya poniendo la mesa —interrumpió Raquel.

—Vale —respondió bajándose del taburete de un salto—. Ahora vengo —le dijo a Tokio antes de salir de la cocina. 

Tokio le guiñó un ojo como respuesta y la siguió con la mirada hasta que desapareció por la puerta. Cuando giró la cabeza se encontró de lleno con el ceño fruncido de Raquel. Se irguió en el sitio. 

—Mucho cuidado con usar a mi hija para sacar información. Si tienes alguna pregunta me la haces a mí directamente, pero a mi hija la dejas en paz. 

Tokio levantó ambas manos, fingiendo inocencia. 

—Solo trataba de mantener una conversación.

Raquel entornó la mirada, nada convencida.

—En dos semanas hará 2 años. ¿Alguna pregunta más? —preguntó a pesar de que su tono de voz invitaba a callarse. 

Tokio elevó brevemente las cejas, probablemente sorprendida con aquella respuesta. 

—No, por ahora no tengo ninguna más. 

—Muy bien —concluyó Raquel antes de girarse hacia las sartenes. Removió el pollo y después añadió las especias.

—¿Puedo ayudarte en algo? —preguntó tras unos largos segundos de absoluto silencio. 

—Ya está casi listo, pero puedes ir a ayudar a mi madre a poner la mesa.

Tokio asintió a pesar de que no la estaba mirando y se giró para salir de la cocina. Justo en ese momento entró Sergio, portando la misma mirada seria. Tokio contuvo la respiración, nervios aflorando de nuevo. 

—¿Ya has hablado con ellos? —preguntó con impaciencia. 

Sergio asintió. 

—¿Cuándo llegarán? 

Sergio se empujó las gafas.

—Dada la seriedad del asunto hemos tenido que saltarnos algunos protocolos para que lleguen cuanto antes. Estarán aquí pasado mañana, espero que temprano. 

Tokio asintió, sintiendo que los nervios de su estómago se intensificaban y expandían por todo su cuerpo. Hacía cerca de 3 años que no veía a los miembros de la banda; el motivo de la reunión no era ni mucho menos el ideal, pero tenía muchas ganas de volver a verlos. Notando que Sergio había dejado de prestarle atención, decidió marcharse. 

Este se acercó a Raquel y, situándose detrás de ella, apoyó el mentón en su hombro a la vez que colocaba su mano extendida sobre su estómago. Raquel cerró los ojos momentaneamente, sintiéndose arropada por aquel calor familiar, y situó su mano libre sobre la de él. Él también cerró los ojos, inspirando a la vez que sentía la respiración de ella en la palma de su mano. Ambos eran conscientes de que la cuenta atrás había comenzado, y que, aquella vida que conocían y habían creado juntos, estaba a punto de terminar, pero ninguno se atrevía a verbalizarlo.

—¿Hablamos luego? —murmuró en su oido, como si tuviese miedo a decirlo más alto.

Raquel asintió, apretando su mano ligeramente. Sergio respiró hondo, abrazándola con más fuerza durante varios segundos. 

—Sergio. Me encanta estar así… pero como sigas distrayéndome se me van a quemar los pimientos —señaló Raquel, frotando su mano. 

Sergio sonrió y, plantando un beso en su hombro, deshizo el abrazo. Observó que aún faltaban las tortillas, por lo que se acercó al armario y sacó el paquete. Juntos, terminaron de preparar la cena sin mencionar una sola palabra sobre el asunto que en pocos días los llevaría a alejarse de su hogar. 

Con Paula y Marivi presentes, el tema Rio también quedó descartado durante la cena, por lo que los primeros minutos de la misma fueron algo incómodos, llenos de silencio y ruido de utensilios. Por suerte, Paula supo romper el hielo preguntándole a Tokio toda serie de preguntas, desde cuál era su comida favorita hasta cómo conoció a Sergio, historia que disfrazó como un encuentro fortuito cuando, estando de fiesta, perdió a sus amigos y él se ofreció a llevarla a casa en su Seat Ibiza rojo del 92. 

—Darna, por favor, prepara la habitación de Marivi para nuestra invitada. Se quedará un par de días con nosotros —Sergio comentó una vez esta había terminado de cenar. 

Darna asintió, retirándose casi de inmediato. Tokio sacudió la mano, negando con la cabeza a la vez que intentaba tragar lo antes posible. 

—No hace falta, puedo dormir en el sofá.

—¡O puede dormir conmigo! —exclamó Paula emocionada.

—Tokio necesita privacidad —aclaró Raquel—. La abuela dormirá contigo.

Paula hizo una mueca de desacuerdo pero no protestó.

—De verdad, no me importa dormir en el sofá, o incluso en esa hamaca. No quiero molestar.

—No te preocupes, hija —le aseguró Marivi—. Me encanta dormir con mi nieta y esa hamaca para dormir es una tortura.

Tokio sonrió levemente, agradecida con su amabilidad, y asintió.

—Bueno, gracias. 

Tras el postre, Raquel se marchó a acostar a su madre e hija, dejándolos a solas. Tokio fijó la mirada en su cuchara que, al girarla, vertió helado ya derretido sobre el plato. Escuchó la risa de Paula a lo lejos y no pudo evitar mirar hacia el interior con curiosidad. 

—¿Todo esto es real? —preguntó buscando la mirada de Sergio.

Sergio dirigió la mirada al interior también; no podía verla, pero sabía qué estaba haciendo en ese preciso momento. Sonrió para sí. 

—Tan real que a veces pienso que es un sueño. 

Tokio agachó el mentón a la vez que elevaba las cejas, sorprendida con aquellas palabras.

—¿El profesor se volvió poeta? —comentó, manteniendo la boca semiabierta. 

Sergio rodó los ojos, sonrojándose. Bajó la mirada a su plato vacío, sin saber qué decir. Escuchó la silla de Tokio crujir cuando esta se inclinó hacia delante. Levantó la mirada.

—Siento decir esto pero… yo no termino de creérmelo. Algo me huele muy mal.

Sergio inspiró, sosteniéndole la mirada.

—No me corresponde a mí convencerte. Pero vas a estar en esta casa unos días y necesito que dejes a un lado tus prejuicios. Por el bien de todos.

Tokio frunció los labios, reclinándose en su silla. El hecho de que Sergio le sostuviese la mirada tanto tiempo y con tanto seguridad le confirmó que aquellas palabras iban muy enserio. Asintió despacio; lo respetaba demasiado como para negarse.

—Lo intentaré. 

Chapter 25: Tokio (parte 2)

Notes:

Buenas! Aquí está la segunda parte. No sé cómo estará porque ahora mismo no estoy pasando un buen momento y no tengo muchas ganas de nada. Pero espero que al menos sea legible. Infinitas gracias por los comentarios del capítulo anterior, son imprescindibles cuando falta la inspiración. Gracias <3

(See the end of the chapter for more notes.)

Chapter Text

TOKIO (Parte 2)

 

01:15

Sergio abrió la puerta del dormitorio con sigilo y entró sin encender la luz; era tarde y no quería despertar a Raquel. Después de cenar, se había quedado hablando con Tokyo en el porche y no fue hasta que esta bostezó repetidamente que se dio cuenta de lo tarde que era. Él, sin embargo, tenía la mente muy encendida y, tras mostrarle dónde estaba el cuarto de Mariví, se quedó un rato más fuera, repasando y anotando toda la información que había recibido aquel día.

Cruzando el dormitorio descalzo, entró al baño, se desnudó y se dio una ducha rápida. Normalmente dormía en ropa interior o con pantalones de pijama, pero toda su ropa estaba guardada en el armario, cuyas puertas de madera crujían cada vez que se abrían, por lo que evitó hacerlo para no despertarla. Apartó la sábana, se sentó en la cama despacio y se quitó las gafas con ambas manos para dejarlas sobre la mesita de noche. Contuvo la respiración cuando escuchó que Raquel se removía a sus espaldas. 

—¿Dónde estabas? —preguntó en un susurro ronco. 

Sergio se giró para mirarla, pero solo pudo distinguir el contorno de su hombro y cadera. Permaneció quieto unos segundos, pues no estaba del todo seguro de si lo había preguntado conscientemente o había hablado en sueños, como a veces ocurría.

—Estoy despierta —aclaró Raquel, como si le hubiese leído la mente. 

Sergio exhaló, volviendo a levantar la sábana. 

—Fuera —respondió en un murmuro a la vez que se tumbaba boca arriba en la cama—. No tenía sueño. ¿Te he despertado? —lamentó, girando la cabeza hacia ella.

Raquel sacudió la cabeza. Casi de manera instintiva, Sergio levantó el brazo derecho y lo acomodó alrededor de sus hombros cuando se arrimó a su costado. 

—Creo que no he llegado a dormirme del todo… —comentó a la vez que descansaba la cabeza en su hombro.

Por más que intentó despojarse de aquella terrible noticia, Rio regresaba a su mente cada vez que cerraba los ojos. A pesar de no conocerlo en persona, sentía pena por aquel muchacho; nadie merecía el maltrato que probablemente estaba recibiendo en aquellos momentos por parte de alguno de sus ex-compañeros. Alicia fue la primera que le vino a la cabeza, quizás porque era el caso más cercano y que más le había dolido. Había visto su transformación en primera persona, cómo se fue deshumanizando con cada caso hasta el punto cometer atrocidades que aún deseaba poder olvidar. Si ella estaba al cargo de Rio, estaban muy jodidos. 

Cerró los ojos cuando sintió los dedos de Sergio masajeando su cabeza. Un cosquilleo agradable le recorrió el cuero cabelludo, devolviéndola al presente. Suspiró a la vez que enredaba su pierna derecha entre las suyas y enterró la nariz en la curva de su cuello. Su piel olía a su gel favorito y a él. No tenía otra forma de definirlo, porque nada ni nadie olía como él; era un olor suave pero tremendamente adictivo. A veces dudaba de si era un olor real o producto de su imaginación, porque nadie podía oler tan bien de manera natural. 

Sonrió, sintiéndose en paz. Aquella sensación le hizo darse cuenta de que la burbuja en la que habían estado viviendo había explotado, que sus días de estar tirados en la cama durante horas, sin una sola preocupación, se habían acabado y que, con suerte, podrían alargar aquella normalidad un día más, hasta que llegase la banda. Todo lo que viniese después era incierto.

Tragó saliva.

—Sergio…

—¿Mmh?

—Quiero que mañana sea un día normal. 

Notó que los dedos de Sergio se quedaban quietos. 

—No quiero enfadarme o medir lo que hago o digo simplemente porque ella esté aquí. Sé que no vamos a tener mucho tiempo más, pero al menos hasta que llegue el resto de la banda quiero que todo siga igual. 

Sergio asintió, posando los labios en su frente a la vez que acariciaba su pelo con la yema de los dedos. 

—Se lo diré. 

Raquel inclinó la cabeza para mirarle, sin llegar a despegar la mejilla de su hombro.

—¿Y tú? ¿Vas a poder desconectar? 

Sergio respiró hondo, dirigiendo la mirada al techo.

—Probablemente no. —Agachó la cabeza para mirarla—. Pero intentaré no decir nada.

Raquel exhaló a la vez que volvía a acomodarse en su hombro. Deslizó la mano por su pecho hasta curvarla en sus costillas. 

—¿Crees que cabe la posibilidad de que se haya olvidado del número de teléfono y siga por ahí escondido? 

—No. Es Rio, domina los números como nadie. Además, Tokio me ha confirmado que la obligaba a repasarlos cada cierto tiempo… Es imposible que los haya olvidado.  

Raquel cerró los ojos al sentir un vacío en el estómago; aún sabiendo que la posibilidad era ínfima, tenía la esperanza de que hubiese otra explicación. 

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó en un murmuro casi imperceptible, como si ni ella misma quisiese saberlo aún.

—No lo sé…

Lo sabía, de eso estaba segura. Sabía que la maquinaria ya estaba en marcha, pero hasta que no estuviese cada pieza debidamente engrasada no iba a decir nada. 

—Si vas a meterte en la boca del lobo… sabes que iré contigo, ¿no?

Notó que su cuerpo se tensaba ligeramente.

—No creo que sea lo más acertado, Raquel…

Raquel levantó la cabeza, apoyándose en su pecho. A pesar de la oscuridad, pudo ver que Sergio le evitaba la mirada. 

—No me voy a ir con mi madre y mi hija a Mindanao mientras tú te juegas la libertad solo —le advirtió de nuevo. 

Sergio titubeó.

—Jamás iría solo. Pero sería un error permanecer juntos, el peligro de que nos atrapasen a los dos sería mucho mayor y no podemos hacerle eso a-

—Si permanecemos juntos hay más probabilidades de que todo salga bien y mejor —rebatió con contundencia, dejándole con la palabra en la boca—. Eres un genio en lo que haces. Pero yo también. 

Sergio quedó mudo ante aquel argumento. Optó por levantar las palmas de las manos con la intención de poner freno a la conversación. 

—Vamos a dejarlo ahí, no nos adelantemos a los acontecimientos. Aún no sabemos lo suficiente como para estar pensando en eso ahora. 

Raquel ladeó la cabeza, consciente de que estaba postergando una conversación que tarde o temprano llegaría. 

—Está bien. Pero no pienso quedarme de brazos cruzados, eso tenlo claro. 

—Lo sé —respondió en un suspiro que sonó a resignación. 

Raquel volvió a apoyar la cabeza en su hombro, intentando ignorar aquel detalle; recordó que aquella probablemente sería su última noche de tranquilidad y no quería que un enfado tonto la opacase. Notó que su mano, que hasta entonces había estado en su pelo, descendía por su hombro y acariciaba su brazo con la punta de los de los dedos.

—¿Qué tal habéis estado estos días? ¿Qué habéis hecho? —preguntó él en un tono suave.

—Pues… bien. Fuimos un par de días a la ciudad a comprar ropa nueva. No sé cuándo ha sido pero Paula ha crecido dos centímetro de la noche a la mañana y casi todo se le ha quedado pequeño.

—Sí, ¿no? La he notado más alta.

Raquel asintió con una sonrisa agridulce en los labios. 

—…Y el resto del tiempo hemos estado aquí, sin hacer mucho, la verdad. Te hemos echado de menos —añadió en un murmuro a la vez que trazaba el borde de su mandíbula con el pulgar. 

Sergio agachó la cabeza para mirarla. 

—¿Las tres?

Raquel asintió.

—Mi madre sobre todo. No ha parado de preguntar por “el muchacho ese que hace unos desayunos muy ricos”.

Raquel sonrió al escucharlo reír. 

—¿Eso significa que me toca hacer el desayuno mañana?

—Efectivamente.

Sergio asintió, frunciendo los labios.

—Vale…

Raquel sonrió contra su piel antes de depositar un beso en su hombro. Dobló la pierna buscando cambiar de posición pero frenó en seco al notar un calor poco habitual contra la parte interna de su muslo.

—¿Estás desnudo? —preguntó incrédula, a punto de reír.

—Eh… sí. No quería despertarte con el ruido del armario. Pero ya que estás despierta… 

Raquel enroscó la pierna alrededor de sus caderas antes de que se le ocurriera levantarse. 

—Quieto ahí.

—Raquel, no sé dormir sin ropa. Es incomodísimo.

Presionando la parte trasera de sus muslos con el talón, logró que se girara hacia ella, quedando frente a frente. Rodeó sus hombros con el brazo a la vez que la mano de Sergio se posaba en su glúteo por inercia. 

—¿Quién ha dicho nada de dormir? —murmuró, elevando las cejas a la vez que rozaba la punta de su nariz con la suya. 

Lo sintió tragar saliva justo antes de que su mirada descendiera a su boca. 

—¿Te apetece? —pareció sorprendido. 

—¿Después de cuatro días sin verte? —respondió con ironía. Acarició su nuca con cariño—. Pero si tú no quieres no pas…

Sergio se inclinó hacia ella y presionó sus labios contra los suyos, cortándola a mitad de frase. Raquel encogió los hombros a la vez que se aferraba a su cabello, respondiendo a aquel contacto íntimo con la misma firmeza. 

—Sí me apetece —murmuró contra sus labios, asintiendo. Volvió a besarla, esta vez con más calma, permitiéndose saborear sus labios. Se apartó tras varios segundos—. Pero no sé si podré desconectar del todo —admitió, apartándole un mechón de la cara. 

Raquel asintió, comprensiva. Era normal que con un problema de tal envergadura, la mente y el cuerpo se desentendiesen. Y sobre todo en él, que pensaba y repensaba cada detalle miles de veces. Pero por mucho que quisiesen ayudar a Rio, no había nada que pudiesen hacer para cambiar la situación. Al menos por el momento. Y no estaba dispuesta a renunciar a su vida por algo que quedaba fuera de su alcance. 

Tomando aire por la nariz, dirigió la mano a su pectoral y arrastró los dedos por el centro de su abdomen. 

—Podemos probar…

Sergio se humedeció los labios, siguiendo la trayectoria de su manos hasta que esta se detuvo bajo su ombligo. Cerró los ojos al sentir la calidez de su mano alrededor de su pene. 

—Y si te apetece parar en cualquier momento, dilo —murmuró mientras comenzaba a masajearlo a un ritmo lento. 

Sergio asintió, tragando saliva. Apoyó la frente en la suya, fijando la atención en ella, en su respiración, en lo que le provocaba el simple tacto de su mano. Cuanto más la sentía, más consciente era de lo mucho que la había necesitado aquellos días, y que por mucho que quisiese alejarla para protegerla, no estaba del todo seguro de poder aguantar su ausencia cuando todo el caos explotase. 

Apretó los párpados, queriendo expulsar aquel pensamiento de su cabeza.

—Piensa solo en lo que está pasando en esta cama, entre nosotros… —le murmuró, sintiendo el resultado de sus movimientos cada vez más notable contra la palma de su mano.

Sergio volvió a asentir al mismo tiempo que sus dedos reptaban bajo la tela de su pantalón hasta agarrar su nalga. Apretándola, la acercó a su cuerpo, aumentando la presión sobre su miembro. Sus párpados templaron al mismo tiempo que liberaba un suave gemido.

Raquel tragó saliva, reprimiendo las ganas de quitarse el pijama, sentarse sobre él y follarlo hasta cansarse. Pero no quería llevar la voz cantante, quería que él decidiese si aquello ascendía un escalón más o lo dejaban ahí, por lo que continuó masturbándole a pesar de que comenzaba a dolerle la muñeca por la falta de espacio. 

Su respiración se volvió más ligera en cuestión de segundos y sus músculos se tensaron. Raquel se estremeció cuando, dejando entrever su impaciencia, Sergio agarró la goma de su pantalón del pijama y tiró del mismo. Paró para poder ayudarle a deshacerse de la prenda, que terminó de empujar con los pies. 

La mano de Sergio regresó a su muslo, del cual tiró hasta que sus caderas volvieron a juntarse. Se mordió el labio inferior al sentir la presión de su erección en contacto con su pubis y jadeó cuando Sergio comenzó a mover las caderas, generando una fricción con su clítoris especialmente placentera para ella. Notó que varias gotas de líquido preseminal mojaban su sexo y se extendían con la ayuda de sus movimientos, agilizando el roce. Reprimió un gemido, temblando de placer. 

Agarrando su nuca con firmeza, Raquel atrajo su boca a la suya, buscando ahogar sus gemidos. Aquello terminó de liberar su mente de cualquier pensamiento ajeno a ella y, desesperado por sentirse en ella, la empujó hacia el colchón. Raquel se amoldó a aquella nueva postura abrazando sus caderas con las piernas y colocó las manos a cada lado de su cuello con la intención de guiar el beso, pero Sergio se apartó. 

Empujó el colchón con ambas manos para separar sus torsos unos centímetros.

—Quítate eso —demandó, molesto con la prenda.

Sonriéndole, agarró el borde de la camiseta con ambas manos, la sacó por encima de su cabeza y la lanzó al suelo. Inmediatamente, la boca de Sergio se abalanzó sobre uno de sus pechos, devorándolo como si llevase años sin probarlo, mientras que el otro recibía atención de su mano. Raquel se mordió el labio con fuerza, a punto de soltar una palabrota, cuando Sergio apretó más de la cuenta y un dolor punzante le atravesó el cuerpo; estaba a punto de venirle la regla y los tenía más sensibles e hinchados de lo habitual. Sin embargo, no le hizo falta decírselo, la reacción de su propio cuerpo bastó para que lo entendiese.

—Perdón —lamentó en un murmuro, pasando a repartir delicados besos por el pecho dolorido. 

Raquel le agradeció el gesto con un beso en el hombro.

—Te he echado tanto de menos —masculló Sergio con evidente nostalgia en su voz a la vez que ascendía hacia su cuello, mordisqueando su piel.

Raquel sonrió y clavó la yema de los dedos en su cabeza, presionándolo contra la base de su cuello. Este absorbió su piel como respuesta, generándole unas cosquillas que hicieron temblar sus párpados. Tiró de su pelo justo a tiempo para evitar que le dejase una marca y, agarrando su cara entre sus manos, buscó el contacto visual.

—¿Qué has dicho? No te he escuchado bien —mintió con tal de volver a escucharlo.

—Que te he echado de menos —repitió con claridad, observando su rostro con deseo.

Raquel sonrió ampliamente; viniendo de él, que nunca había verbalizado un “te quiero” y mucho menos a la cara, ya era más de lo que podía esperar. 

—¿Cuánto? —instó con picardía.

Este se relamió los labios antes de besarla con una fuerza capaz de dejar moretones. Al borde de quedarse sin aliento, giró la cabeza y apoyó su mejilla en la de ella. 

—Tanto que no sé explicarlo con palabras —murmuró en su oído a la vez que agarraba sus muslos y retomaba la fricción entre sus cuerpos.

Abrumada por su confesión y la creciente ola de placer que estaba a minutos de ahogarla, no pudo aguantar más. Arqueó la espalda y, deslizando una mano entre sus cuerpos, le ayudo a alinearse con su vagina. Exhaló complacida al sentirlo en su interior y se abrazó a su torso con fuerza para contrarrestar sus embestidas. Al cerrar los ojos, dos lagrimas que no había notado formarse escaparon de entre sus párpados y mojaron sus sienes. 

 

10:14

—Uy, ¿y esa muchacha de ahí quién es? —preguntó Mariví sorprendida.  

Tokio saludó tímidamente con la mano desde la puerta de la cocina cuando todos se giraron hacia ella.

—¡Abuela, es Tokio! —respondió Paula, dándole con el codo—. Menos mal que has aparecido porque Sergio estaba apunto de comerse las últimas tostadas.

Sergio abrió la boca, fingiendo indignación.

—Eso es mentira. 

—No lo es, te he pillado intentando cogerlas —añadió, rodeando el plato con los brazos mientras le lanzaba una mirada amenazante.

—Pero es que Tokio no sabe que en esta casa la norma es que quien se levanta después de las 10 se queda sin desayuno. 

Paula ladeó la cabeza, entornando los ojos.

—Eso te lo acabas de inventar. 

Sergio apretó los labios a punto de echarse a reír. Se distrajo cuando Raquel agarró su muñeca para mirar la hora en su reloj.  

—Bueno, yo voy a aprovechar a salir a hacer unas compras. Os veo luego.

Inclinándose sobre la encimera, agarró el mentón de Sergio y plantó un pequeño beso en sus labios antes de marcharse. Atónita, Tokio la observó pasar por su lado sin decir nada.

—¿Quieres la tostada con tomate y aceite, huevos revueltos o mermelada? —le preguntó Sergio tras un silencio.

Le costó unos segundos reaccionar. 

—Mmh… tomate está bien. Gracias —dijo a la vez que se sentaba en el taburete que había dejado libre Raquel.

Sergio le acercó los ingredientes para que ella misma se echase la cantidad que quisiese. 

—Gracias.

—¿Cuánto tiempo te vas a quedar? —preguntó Paula sin quitarle el ojo de encima.

Tokio miró a Sergio antes de responder.

—Pues no lo sé… Unos días, supongo.

Paula sonrió, emocionada. 

—¿Te apetece jugar a algo después? Tengo un montón de juegos de mesa. 

Tokio respiró hondo en un intento de controlar sus nervios; detestaba que le hiciesen preguntas recién levantada. 

—¿Conoces Candyland? Es mi favorito. O podemos jugar a Chutes & Ladders que es más fácil…

—Pero, ¿tú no tienes cole? O algo.

Paula sacudió la cabeza, sonriendo. 

—Tenemos vacaciones esta semana.

—¿Ah, sí? Qué suerte la mía… 

Sergio carraspeó, pidiéndole en silencio que tuviese paciencia. Tokio puso los ojos en blanco.

—Paula, ve a ayudar a tu abuela a preparar el bolso. Darna debe estar a punto de llegar para recogerla. 

Paula exhaló, dejando caer los hombros. 

—Voy…

Mariví dio un respingo cuando su nieta le agarró la mano. 

—¡Ah, que la abuela soy yo! —exclamó entre risas a la vez que se bajaba del taburete—. Hasta luego, queridos.

Tokio las siguió con la mirada a la vez que le daba un bocado a la tostada. 

—Aún no me puedo creer que estés viviendo con esta gente —comentó una vez se habían marchado, riendo para sí. 

Sergio frunció el ceño, molesto.

—Tokio, te pido un poquito de respeto. No te lo pido, te lo exijo.  

Esta elevó las cejas, sorprendida con su actitud.

—Yo jamás me he metido con tu relación, así que espero lo mismo de tu parte.

—¿Aparte de prohibirla durante meses quieres decir?

—E-Eso es otro tema —titubeó, agitando la mano—. Además, si me hubieseis hecho caso en su día hoy no estaríamos metidos en esta situación. 

La mirada de Tokio perdió fuerza, como si acabase de recibir un golpe inesperado. Sergio agachó la mirada arrepentido al darse cuenta de lo que había dicho.

—Lo siento. No… no debería haber dicho eso. 

Tokio dejó la tostada en el plato.

—No, tienes razón. Fuimos unos niñatos. 

Sergio sacudió la cabeza, recolocándose las gafas.

—Uno no puede controlar de quién se enamora. 

Tokio frunció los labios, evitando parpadear para no dejar en evidencia las lágrimas que habían comenzado a formarse en sus ojos. Sergio apartó la mirada tras un incómodo silencio y comenzó a recoger los platos sucios.

—No pretendo que te caigan bien, ni que os hagáis amigas, pero si no te agrada su compañía te invito a quedarte en tu habitación hasta que llegue el resto. Y por supuesto no quiero ningún comentario malintencionado. Es probable que este sea el último día que pasemos en familia en mucho tiempo y no quiero que nada lo estropee.

Tokio asintió despacio, asimilando sus palabras. 

—Entendido.

 

(…)

 

Volvió a salir del cuarto unas horas más tardes, cansada de estar confinada entre cuatro paredes sin nada que hacer. Encontró el salón vacío y toda la casa parecía estar tranquila, el único ruido que se escuchaba procedía de la cocina. Se asomó a la puerta, esperando encontrar a Sergio, pero era Raquel la que estaba frente a los fogones. Pensó en retroceder lentamente y huir antes de que la viese, ya que estaba de espaldas.

—Si estás buscando a Sergio está en la playa con Paula. 

Quedó paralizada al escuchar su voz, sorprendida de que hubiese notado su presencia. Terminó de entrar en la cocina, fingiendo normalidad. 

—La verdad es que no… Venía a por un vaso de agua —inventó mientras se encaminaba hacia el frigorífico.

Raquel señaló a uno de los armarios superiores. 

—Ahí tienes los vasos.

Murmurando un “gracias”, sacó un vaso y la jarra de agua del frigorífico. Bebió lentamente mientras la observaba de reojo. Estaba caramelizando cebolla y sobre la encimera había varias patatas. No estaba haciendo nada fuera de lo normal y aún así sentía repulsa por aquella mujer. Lo más leve que su instinto le pedía era que saliese de allí, que aquella mujer no era de fiar, pero las palabras de Sergio seguían rondando su mente. No hacía falta que se hiciesen amigas, simplemente debía ser cordial, al menos mientras averiguaba si su presencia allí escondía algún propósito. 

—¿Necesitas ayuda? —preguntó mientras dejaba el vaso en el fregadero.

Raquel la miró por primera vez, sin una expresión clara en el rostro. 

—¿Sabes cortar patatas?

Tokio frunció los labios echando un vistazo a los tubérculos. 

—Serían las primeras de mi vida. 

Raquel le lanzó una mirada crítica.

—Pero no debe ser tan difícil, ¿no? —añadió sacando uno de los cuchillos del soporte de madera.

Raquel le agarró la muñeca de inmediato y le retiró el cuchillo de hoja ancha de las manos.

—Con ese cuchillo lo único que vas a conseguir es rebanarte un dedo —comentó mientras lo devolvía a su sitio. Haciéndose a un lado, sacó un pelapatatas de uno de los cajones—. Vigila que no se queme la cebolla, yo me encargo de las patatas. 

Tokio asintió, colocándose frente a la sartén. Echó un vistazo; aún parecía cruda.

—¿Qué es lo que estamos haciendo?

—Tortilla de patatas.

—¿Con cebolla? —preguntó incrédula. 

—Una con y otra sin. Sergio no soporta la tortilla con cebolla.

—Por eso lo decía. En la casa de Toledo solo estaba permitida la tortilla sin cebolla.  Cuando nos quejábamos siempre soltaba que “la tortilla española original solo lleva-“

—“Patata, huevo y sal” —dijeron al unísono con el mismo retintín. 

Se miraron a la vez, sonriendo levemente. 

—Veo que sigue en sus trece. 

—Y ahí va a seguir. Pero al menos le gusta la cebolla en otros platos.

Tokio elevó las cejas al darse cuenta de que había terminado de pelar todas las patatas en apenas unos minutos y ya estaba colocando una nueva sartén en los fogones. 

—Remuévela —le pidió, señalando a la cuchara de madera que había apoyada en un plato vacío.

Tokio asintió, poniéndose a ello de inmediato. Tras lavar las patatas, Raquel sacó una tabla y comenzó a cortarlas en rodajas finas.

—¿Cómo es posible que no hayas pelado una sola patata en toda tu vida? —comentó incrédula.

Tokio titubeó, encogiendo los hombros. 

—No me ha hecho falta. Siempre me he asegurado de tener a alguien que cocinase por mí —añadió guiñando un ojo.

—Pero ¿ni siquiera en estos 3 años?

Tokio alzó las cejas.

—¿Ahora que soy multimillonaria me voy a poner a cocinar? —bufó—. Ni de coña. Teníamos a una familia que nos lo hacía todo. Creo que esto ya está, ¿eh? —añadió, apartándose para que Raquel pudiese agarrar el mango.

—Y si siempre rehuyes de la cocina, ¿qué haces aquí ayudándome? —preguntó mientras sacaba la cebolla de la sartén. 

Tokio sonrió de lado.

—Touché. 

Raquel levantó la mirada, esperando una respuesta real. Su seriedad consiguió borrar la sonrisa de su rostro.

—Porque respeto a Sergio. Y no quiero generarle más problemas.

Raquel asintió, percibiendo sinceridad en sus palabras. Sin añadir más, se dirigió al frigorífico y sacó un cartón de huevos, el cual le entregó junto a un bol de cristal. 

—Pues espero que al menos sepas cascar huevos. 

—De eso sé un poco más, aunque no estos precisamente —bromeó.

Raquel rodó los ojos, aguantándose la risa. 

 

La comida fue mejor de lo que pensaba. Haber pasado un rato juntas hizo que ambas se relajasen en presencia de la otra y conversasen con naturalidad. Sin embargo, no consiguió deshacerse de sus dudas.

Después de comer, Mariví se retiró a echarse una siesta mientras que el resto se marchó a la playa. Tokio declinó unirse a ellos, fingiendo estar cansada. Aprovechó que la casa estaba prácticamente vacía para rebuscar entre las pertenencias de Raquel cualquier cosa que pudiese dejar en evidencia un posible contacto con el exterior: un móvil escondido, un ordenador sospechoso, cartas… Sin embargo, los pocos aparatos electrónicos que encontró parecían pertenecer a Sergio. 

Tras cerca de una hora buscando sin éxito, Tokio resopló, sintiéndose estúpida. Si en dos años Sergio no había encontrado nada sospechoso, ¿qué pensaba encontrar ella? Raquel era demasiado inteligente como para dejar cualquier indicio al alcance de todos. 

Resignada, agarró la toalla que le había dado Sergio el día anterior y se dirigió a la playa. La extendió en la arena a una distancia prudencial de ellos, no demasiado lejos como para parecer que los evitaba pero tampoco lo suficientemente cerca como para invadir su privacidad. Se quitó la ropa, se puso las gafas de sol y se sentó en la toalla, abrazando sus rodillas. 

Divisó a Raquel en el mar, nadando, mientras Sergio y Paula continuaban construyendo un impresionante castillo de arena que habían empezado aquella mañana. Desde ese momento no pudo apartar la mirada de ellos; era la primera vez que veía a Sergio interactuar con niños y le sorprendió la naturalidad con la que lo hacía. Parecía una persona completamente distinta; no paraba de sonreír y bromear con la niña. Interactuaban como auténticos padre e hija. 

Raquel salió del agua poco después, captando toda la atención de Sergio, quien en esos momentos tenía un cubo de agua en las manos.

—¡Ahí no, Sergio! —le regañó Paula, empujando sus brazos para que el agua cayese en el foso y no sobre una de las torres.

Sergio abrió los ojos como platos al ver el destrozo que había causado con su despiste.

—Perdón —masculló, soltando el cubo y cogiendo un puñado de arena húmeda para intentar arreglar la torre. 

Tokio se echó a reír; por muy Sergio que fuese, seguía siendo hombre. 

Respirando hondo, se dejó caer de espaldas sobre la toalla. Colocó las manos detrás de su cabeza y cerró los ojos. El sol y la agradable temperatura relajaron sus músculos; por primera vez fue consciente de toda la tensión que había acumulado desde que abandonó Costa Rica.

Estuvo a punto de quedarse dormida cuando la voz de Sergio volvió a captar su atención. 

—¿Te has untado protector solar? —le habló a Raquel.

Se tumbó de lado para poder observarlos. Raquel estaba tumbada boca abajo en su toalla mientras Sergio permanecía de pie a su lado. 

—Sí.

—¿Antes o después del baño? —preguntó aún sabiendo la respuesta.

Sin molestarse en levantar la cabeza, Raquel agarró el bote de crema y lo levantó para entregárselo.

—Tú mismo. 

Sentándose de lado en la toalla, Sergio vertió un chorreón de crema sobre su espalda y la extendió a lo largo de sus hombros y brazos, asegurándose de no dejarse un tramo de piel sin cubrir. Tokio elevó las cejas. Aún sabiendo que eran pareja, le costaba asimilar que Sergio pudiese tocar a una mujer sin sufrir un cortocircuito mental. 

—Se me hace raro verte con bikini —le escuchó decir con tono jocoso a la vez que levantaba el lazo del bikini para pasar la mano por debajo.

—Me lo he puesto por no hacerte pasar un mal rato.

—¿A mí? 

Raquel se incorporó sobre su codo y giró la cabeza.

—¿Te habría parecido bien que hubiese aparecido desnuda con ella aquí? 

Sergio titubeó.

—Es que no la conoces… puede molestarle. 

Raquel bufó.

—Estoy segura de que a ella le hubiese dado igual, pero tu te habrías ofuscado igual.

—Eso no lo sabes.

—¡Tokio! 

Dio un pequeño respingo al escuchar su nombre; por un segundo pensó que le había pillado escuchando la conversación. Se incorporó en la toalla y levantó sus gafas. 

—¿Te importa si hago topless?

Agachó la cabeza a la vez que arqueaba una ceja.

—¿A mí? Si no lo hago yo es por no provocarle un ictus a este —respondió, señalándolo con un gesto de la cabeza. 

Raquel soltó una carcajada genuina que contrastó con el ceño fruncido de Sergio. 

—Sois…—Sergio apretó los labios, sin saber qué decir—. Es cuestión de modales, nada más. Pero haced lo que queráis. 

Tokio rio, colocándose de nuevo las gafas. Giró la cabeza cuando sintió una sobra frente a ella. Era Paula.

—Hola.

—Hola. —Le sonrió.

—¿Quieres jugar? —le preguntó.

—Mmmh, ¿a qué?

—Podemos jugar a que tú eres un señor malvado que viene al castillo a secuestrar a la princesa y yo el dragón que aparece para impedirlo —explicó, mostrándole sus muñecos. 

—¿Y si quiero secuestrar al príncipe en vez de a la princesa? 

Paula retorció los labios, ladeando la cabeza. Encogió los hombros.

—Vale. 

Tokio le guiñó un ojo, sonriendo.

—Pero déjame que me de un baño primero, ¿vale?

—¿Puedo ir contigo? —preguntó entusiasmada, soltando los juguetes.

Tokio entornó la mirada.

—Solo si consigues atraparme —respondió justo antes de levantarse de la toalla y echar a correr.

Paula rio, echando a correr tras de ella. Fingió un grito de sorpresa cuando la pequeña consiguió atraparla al llegar a la orilla. Después se agachó, invitándola a trepar sobre su espalda y, asegurando sus piernas alrededor de su cintura, se adentró en el mar.

—¡Corre, tápate la nariz! —advirtió justo antes de lanzarse contra una ola. 

Al salir a la superficie sus ojos repararon de nuevo en Sergio y Raquel. Él se había tumbado a su lado en la toalla y acariciaba su abdomen de manera distendida mientras charlaban con una complicidad palpable incluso a aquella distancia. Sintió una mezcla de envidia y nostalgia. Apenas unas semanas atrás había sido ella la que había estado así, pero tuvo que estropearlo todo por su incapacidad para adaptarse a una vida tranquila.

—Ay, no veo nada —la risa de Paula, quien intentaba sin éxito apartarse el pelo de la cara, robó su atención. 

Giró la cabeza y se echó a reír al ver su pelo todo enmarañado en su cara. Soltó sus piernas y se giró para poder ayudarla. La niña suspiró aliviada. 

—Gracias.

—Oye, ¿has jugado alguna vez a Marco Polo?

La ilusión en sus ojos se lo dijo todo.

 

(…)

 

Tumbada en la hamaca del porche, volvió a pensar en Rio. Había logrado mantener su pensamiento a raya todo el día gracias a Paula, quien no la había dejado sola un segundo. Pero ahora que todos se habían ido a dormir y que el silencio de la noche servía de altavoz para su mente, no pudo contener los pensamientos negativos. ¿Seguiría vivo? ¿Lo tendrían arrestado o había muerto en la persecución? ¿Qué pensaría de ella? ¿La odiaría? 

Desvió la mirada cuando vio de reojo que alguien salía de la casa. Frunció el ceño al ver que era Raquel. Vio que apoyaba los codos en la barandilla de madera y miraba hacia el mar a pesar de que no se veía nada. Pensó en hacer algún ruido para que notase su presencia, pero no pudo evitar observarla cuando vio que hundía la cara en sus manos. ¿Estaría llorando? 

Agachó la mirada, sintiéndose culpable. Aunque aún no confiaba en ella del todo, aquel día en familia le había permitido ver un lado de ella que distorsionó la imagen de policía dura y cruel que tenía de ella.

Apretó los dientes cuando, al intentar sentarse, las cuerdas de la hamaca crujieron. Raquel se incorporó de inmediato al escuchar el ruido, pero no se giró y, por el gesto que hizo, pareció que se limpiaba las mejillas. 

Decidió acercarse a ella.

—¿Estás bien? —preguntó con una timidez poco habitual en ella.

Raquel asintió, manteniendo la mirada fija en la oscuridad.

—No te había visto —comentó tras aclararse la garganta. 

Tokio se situó a su lado.

—Tenía calor en la habitación… —se excusó.

Raquel encogió los hombros.

—Puedes hacer lo que quieras —sonó cansada, como si no tuviese ganas de hablar con nadie.

—...¿Seguro que estás bien?

Raquel sacudió la cabeza.

—No quiero hablar de ellos. 

Tokio apretó los labios, incomoda. Pensó en dejarla a solas, pero algo en su interior le pedía que se disculpase con ella.

—Raquel…—Arrugó la nariz al pronunciar su nombre real—. Quería pedirte disculpas por mi reacción de ayer… y por haber dudado de ti. Me pilló por sorpresa encontrarte aquí porque el capullo de Sergio no me dijo nada y… me encabroné. Lo siento. 

Raquel la escuchó sin mostrar ninguna reacción.

—No voy a negar que me cuesta acostumbrarme a ver a Sergio con pareja, pero que además seas expolicia… creo que tengo derecho a pensar que puedas tener segundas intenciones, ¿no? —bromeó.

Raquel respiró hondo, girándose por fin para mirarla. 

—Si hubiese querido arrestar a Sergio lo habría hecho hace 2 años cuando encontré las coordenadas de este lugar… o hace 3 cuando lo sorprendí en el hangar. No tengo tanta paciencia como para montar un circo de dos años… y mucho menos involucrando a mi familia.

Tokio arrugó la nariz, confusa.

—¿Cómo? ¿El hangar?

Raquel sonrió a pesar de la tristeza que transmitían sus ojos.

—No os lo llegó a decir, ¿no?

Tokio frunció el ceño.

—Descubrí su escondite el mismo día que escapasteis. 

Elevó las cejas, asombrada.

—La verdad es que ahora no recuerdo si mi intención era arrestarlo o echarle la bronca por hacerme recorrer medio Toledo a pie —Rio para sí—. Pero sí, estuve en el hangar. Unas horas antes de que salieseis por el túnel. Y estaba tan cabreada que podría haberlo matado allí mismo.  —Suspiró—. Y sin embargo lo que conseguí fue darme cuenta de la increíble persona que era y lo jodidamente enamorada que estaba de él. 

Esta vez no escondió las lágrimas que descendieron por sus mejillas, aunque sí las detuvo con los dedos cuando estas alcanzaron su mandíbula. 

—Así que le ayudé a escapar, aún sin saber si lo volvería a ver, porque Ángel despertó del coma ese día y si no hubiese sido por mí, habría dado la dirección del hangar y ni tu, ni yo, ni él estaríamos aquí ahora mismo. Así que si aún te preocupa que pueda estar de parte del bando contrario… creo que puedes estar tranquila.

Tokio abrió la boca, pero no fue capaz de articular palabra durante un buen rato. 

—Algún día me vas a tener que contar la historia completa porque me acabas de dejar atónita. 

Raquel rio para sí.

—Te la contaré si algún día llegamos a ser amigas —murmuró antes de girarse para volver al interior.

—Raquel.

Esta frenó y la miró.

—Gracias. 

Raquel le sonrió levemente y sin más regresó al interior de la casa. 

Tokio permaneció allí de pie, aún sin dar crédito a lo que acaba de escuchar y con una nueva perspectiva sobre aquella mujer. 

Notes:

PD: He creado una cuenta en twitter (siempre será twitter) para avisar cuando publique un capítulo, si queréis seguirla es @make_makena (sé que algunos me seguís en mi cuenta original pero no me gusta poner nada por ahí porque me sigue gente a la que no le interesan nada los fics y no quiero spammear). Gracias por leer <3

Chapter 26: Banda

Notes:

Pues según he leído por ahí hoy hace 7 años que se estrenó la serie? Qué locura.

Ahí va un nuevo capítulo para celebrarlo. Infinitas gracias por los comentarios y, como siempre, disculpad si hay algún error o falta. Enjoy!

Chapter Text

 

BANDA

 

23:45

 

Sergio dejó caer la carpeta con los documentos de su hermano a los pies de la cama, donde Raquel se encontraba sentada untándose crema hidratante en las piernas. Esta miró la carpeta antes de levantar la mirada.

—Vamos a atracar el Banco de España. 

A pesar de sonar tranquilo, su ceño fruncido y toda su compostura transmitía frustración. Raquel le sostuvo la mirada sin ningún tipo de reacción evidente.

—¿Me tengo que hacer la sorprendida o…? —comentó cuando el silencio se prolongó varios segundos.

Sergio se recolocó las gafas.

—¿No vas a intentar disuadirme? 

Raquel ladeó la cabeza sin apartar la mirada.

—¿Tengo alguna posibilidad de convencerte?

Sergio exhaló, preocupación emanando de su mirada.

—Es una jodida ratonera, Raquel. Es prácticamente imposible salir vivos de allí. 

Comenzó a andar de un lado al otro de la habitación, dejando entrever su inseguridad.

—No solo es imposible salir vivo de allí sino que además el plan de mi hermano no nos sirve. No podemos irrumpir en el banco como él lo había planteado. Son muchas variables a tener en cuenta y tenemos muy poco tiempo. 

—Si no estás convencido, no lo hagas, Sergio. Podemos intentar rastrear a la policía, ver si han hecho algún viaje sospechoso fuera del país…

Sergio sacudió la cabeza, parándose frente a ella.

—No hay tiempo. Sería como buscar una aguja en un pajar y si lo están torturando no va a aguantar más de unos pocos meses. Y no me refiero a que vaya a dar información comprometida sino físicamente. Tenemos que actuar pronto.

Raquel dio un pequeño suspiro.

—¿Y entonces qué quieres que te diga? 

Sergio desvió la mirada antes de agachar la cabeza. 

—No lo sé —murmuró a la vez que se quitaba las gafas para frotarse los ojos con los dedos—. No lo sé —masculló entre dientes, sentándose a su lado en la cama.

Raquel cerró el bote de crema y lo dejó sobre la mesita de noche antes de girarse hacia él. Acarició su espalda con calma mientras observaba su rostro; tenía unas marcadas ojeras bajo sus párpados y los ojos ligeramente rojos de no haber dormido.

—¿Y si tratas de dormir un rato? No has pegado ojo desde que volviste.

—No puedo. Lo intento pero no logro dejar de pensar.

—¿Has probado a meditar? 

Sergio asintió, apretando los labios.

—Pero nada.

Raquel ladeó la cabeza; solo lo había visto así una vez, cuando empezó a tener pesadillas recurrentes con la muerte de su hermano y desarrolló miedo a dormir. Así que decidió recurrir a lo único que le funcionó en aquel momento.

—Ven, túmbate —murmuró, sentándose en la cama con las piernas cruzadas. 

Sergio la miró extrañado. 

—¿Para qué?

—Ahora verás.

Viendo su reticencia, tiró de sus hombros hasta que este cedió y se tumbó boca arriba, colocando la cabeza sobre sus piernas dobladas. Le retiró las gafas y dobló las patillas para dejarlas sobre la mesita de noche y se apartó el pelo antes de colocar las manos a ambos lados de su cabeza. Sergio cerró los ojos casi de manera automática al sentir el contacto de sus dedos.

—Relaja los músculos… —murmuró a la vez que comenzaba a masajear su cuero cabelludo con la yema de los dedos. 

Lo escuchó suspirar mientras descendía hacia su rostro, variando la presión del masaje. 

Su ceño se suavizó con el roce de sus pulgares, los cuales trazaron después su nariz mientras el resto de sus dedos masajeaban sus mejillas.

—Mañana saldré temprano con Tokio.

Estuvo a punto de regañarle por seguir pensando en el asunto, pero necesitaba saber qué iba a pasar al día siguiente.

—¿Sabes a qué hora volveréis más o menos?

—Tarde, de noche probablemente. Pasaremos antes por el hotel para que puedan asearse y cambiarse. Ya le he dicho a Darna que seremos cuatro más para cenar. Le he sugerido que pida comida a algún restaurante para ahorrarle trabajo. 

Raquel asintió, de acuerdo.

—Por cierto. —Carraspeó—. No quiero que malinterpretes lo que voy a decir pero… convendría que no os vieran cuando lleguemos. A ninguna de las tres. Al menos hasta que pueda explicarles por qué les he convocado. Son muchos y no sé cómo pueden llegar a reaccionar… Ya viste a Tokio.

Raquel sonrió levemente y asintió a la vez que descendía por su cuello para masajear sus trapecios. No le hacía especial gracia tener que esconderse en su propia casa, pero entendía su postura.

—Aprovecharé para hablar con Paula. 

Continuó hacia el centro de su clavícula e introdujo las manos por el escote de su camisa, acariciando sus pectorales con las palmas de sus manos. Frenó cuando los botones le limitaron el movimiento. Sacó las manos y deshizo dos de los botones.  

—Quítatela.

Sin rechistar, él mismo terminó de deshacer los botones y se incorporó lo suficiente para poder quitársela. Raquel se la quitó de las manos cuando vio que se disponía a doblarla y la lanzó al otro lado de la cama.

—Eso puede esperar.

A regañadientes, volvió a tumbarse sobre sus piernas. Raquel colocó dos dedos de cada mano en su mentón y comenzó a realizar masajes circulares a lo largo de su mandíbula, ascendiendo lentamente por su rostro hasta detenerse en sus sienes. Notó que poco a poco se relajaba y no pudo evitar sonreír cuando vio que a él se le dibujaba una leve sonrisa en los labios.

—¿Qué?

—¿Eh?

—Estás sonriendo, ¿en qué piensas?

—Nada, me he acordado del bofetón que le diste a Tokio ayer. Hoy parecía otra. 

Raquel sonrió para sí. 

—Pero eso ha sido por ti, no por mi bofetón. Se nota que te tiene mucho respeto. No sé cómo lo conseguiste porque tiene pinta de ser muy desconfiada —comentó, colocándose detrás de la oreja un mechón de pelo que se le había escapado al agachar la cabeza.

La garganta de Sergio vibró, dándole la razón ante aquella suposición. Raquel llenó sus pulmones de aire, levantando la mirada hacia la nada mientras deslizaba las manos hacia sus hombros. 

—La verdad es que me ha sorprendido lo cercana que ha sido con Paula… pensaba que no le gustaban nada los niños. Aunque quizás es culpa de esa coraza de dura que finge llevar… 

Suspiró, deslizando las manos hacia su pecho de nuevo. 

—Debe de haber tenido una vida complicada… ¿alguna vez te ha contado algo?

Bajó la mirada al darse cuenta de que no le contestaba. Su boca estaba entreabierta y no pareció inmutarse cuando retiró las manos de su cuerpo. 

—¿Sergio? —susurró. 

Viendo que no obtenía respuesta, sostuvo su cabeza con ambas manos hasta poder sacar las piernas y colocó la almohada bajo esta antes de salir de la cama. Se agachó a su lado y lo observó unos segundos mientras peinaba su cabello con los dedos. Por fin parecía dormido, tranquilo. Raquel frunció los labios; sin razón aparente, sintió unas irrefrenables ganas de llorar, por lo que decidió salir al porche a tomar aire fresco y calmarse.  

 

Día siguiente.

20:55

 

—Pero ¿por qué tengo que irme a dormir tan temprano? Quiero esperar a Sergio y a Tokio —refunfuñó Paula, cruzada de brazos frente a su estantería de libros.

—No es temprano, cariño, es la misma hora de siempre. Y no sabemos a qué hora llegarán Sergio y Tokio. Mañana los verás. 

—Pero mañana no tengo colegio, puedo irme a la cama más tarde.

Raquel se mordió el labio, incapaz de encontrar la manera de sosegar el enfado de su hija.

—Anda, ven.

Paula sacó un libro de la estantería y regresó a la cama arrastrando los pies. Raquel tomó el libro que le entregaba su hija y apartó la sábana para que esta se tumbase a su lado. Dejó el libro apoyado en la pared y se tumbó de lado hacia ella. Paula, aún enfadada, se negó a devolverle la mirada. 

—Te voy a decir la verdad —murmuró, acariciando el contorno de su rostro con la punta de los dedos. 

Aquello logró captar su atención, pues Paula levantó las cejas, buscando su mirada. Humedeciéndose los labios, prosiguió.

—Sergio me ha pedido que no salgamos a recibirlos cuando lleguen porque viene con varios amigos que no nos conocen. 

—¿Más amigos? —preguntó abriendo los ojos con sorpresa.

Raquel asintió.

—¿Cuántos?

—Cuatro. Y un bebé.

—Un bebé —repitió en un susurro, sus ojos iluminándose de ilusión.

—Así que es mejor que nos vayamos a dormir ya. Mañana por la mañana le veremos. 

—¿Y por qué no quiere que nos vean? ¿Cree que no les vamos a caer bien a sus amigos?

Raquel sonrió para sí, acariciando de nuevo su rostro.

—No, claro que no. Lo que pasa es que no saben que vivimos con él, y quiere contárselo antes de que se lleven la sorpresa. 

—Pues ya podría contárselo de camino en el barco —añadió rodando los ojos. 

Raquel rio, en cierto modo de acuerdo con ella, pero dudaba que Sergio fuese a hacerlo con tanta rapidez.

—Por cierto, —Tragó saliva, considerando si aquel era el momento idóneo para contarle sobre lo que ocurriría en las próximas semanas. La mirada atenta de su hija le impidió quedarse callada. Tomó aire—. ¿Te acuerdas por qué vino Tokio?

Paula asintió.

—Porque necesita que Sergio le ayude con un problema. 

—Pues… en relación a eso, Sergio y yo vamos a tener que salir de viaje un tiempo… para poder ayudarla. Aún no sé cuándo, pero será pronto. Quería que lo supieras, por si oyes a Sergio hablar de un viaje.

Paula entornó la mirada, entristecida. 

—¿Van a ser muchos días?

Raquel tragó saliva. ¿Qué debía decirle si aún todo era una incertidumbre. 

—No lo sé todavía… depende del tiempo que tardemos en solucionar el problema. Pero al menos uno o dos meses… 

Sintió que la garganta se le estrechaba al mencionar el tiempo que estaría lejos de ella; contando con que todo saliese bien. Solo lo había hecho una vez antes, cuando viajó a Filipinas con las coordenadas que le había dejado Sergio, y aunque había estado bastante entretenida, aquellas dos semanas sin ella se le hicieron un mundo. 

—Pero eso es mucho, ¿no?

La preocupación en la mirada de su hija le hizo trizas el corazón, pero se obligó a sonreír para que no percibiese su propio miedo. Sacudió la cabeza.

—Parece mucho, pero luego pasa volando. Los primeros días parecen que no se van a acabar nunca, pero después pasa muy rápido y cuando menos te los esperes estaremos aquí de nuevo. Además, te llamaré todos, todos los días.

—¿Y no puedo ir con vosotros? —Notó en su tono de voz que, más que una pregunta, era una frase de resignación. 

—No, mi amor… 

—¿Y si prometo portarme bien? 

—Mi amor, no es por eso… Tú siempre te portas bien, más allá de algún enfado que otro. Es porque va a ser un viaje muy largo y aburrido. Y vamos a estar muy muy ocupados. Además, perderías muchos días de cole… Es mejor que la abuela y tú os quedéis aquí hasta que acabe el curso el mes que viene, y después os vais un tiempito a Mindanao a esperarnos, ¿qué te parece? Mindanao te gusta mucho. 

Paula encogió los hombros con desgana. 

—¿Puede venirse Morrison?

Como si hubiese estado esperando la mención de su nombre para hacer acto de presencia, el gato maulló y saltó sobre la cama. Caminó entre ellas hasta acurrucarse entre los brazos de Paula. Raquel sonrió, acariciando su lomo.

—Claro. 

Paula suspiró, agachando la mirada.

—¿Qué? —instó Raquel, peinando su cabello.

—¿Cuándo vamos a hacer un viaje los tres? Siempre que hacéis un viaje es solo vosotros. 

Raquel sonrió de lado antes de besar su frente con cariño. Dejó la mejilla apoyada en esta y cerró los ojos a la vez que inspiraba, intentando mantener los malos pensamientos a raya. 

—Tienes razón. Te prometo que cuando volvamos haremos un viaje los tres juntos —logró decir sin que le temblase la voz—. ¿Dónde te apetece ir? —preguntó, apartando la cabeza para mirarla.

—Mmmh… de camping.

Raquel elevó las cejas.

—¿De camping?

Paula asintió, sonriente.

—A un bosque donde haya muchos animales y una cascada enorme. 

Raquel rio.

—Me gusta tu idea. Aunque no sé yo si a Sergio le va a agradar mucho la idea de dormir en una tienda de campaña… ¿Quizás mejor un viaje en caravana?

—O las dos cosas.

Raquel sonrió. 

—Tambi

Ambas se quedaron calladas al escuchar ruido fuera. Paula aspiró una bocanada de aire. 

—¿Son ellos? —susurró, tapándose la boca. 

Se escuchaban varias voces, pero ninguna lo suficientemente distinguible. 

—Imagino que sí.

Notó en la expresión de su hija sus enormes ganas de salir corriendo a saludar, por lo que agarró el libro que había escogido y se lo mostró, dándole a entender que había llegado el momento de dormir.

—Bueno, ¿lo leemos?

—Vale…

—¿Una página tú, una yo? —sugirió al mismo tiempo que abría el libro y rodeaba su cuerpecito con un brazo. 

Paula asintió, acurrucándose en su costado a la vez que sujetaba una de las cubiertas del libro para mantenerlo abierto. Como era de esperar, Paula se quedó dormida tras unas cuantas páginas. Aún así, Raquel continuó leyendo, inventándose frases incoherentes para comprobar que realmente estaba dormida. Cuando, tras varios minutos, no obtuvo respuesta de la niña, cerró el libro y lo dejó con cuidado sobre la mesita de noche. Permaneció en la cama de su hija, tumbada boca arriba contemplando el techo sin ningún pensamiento concreto en la mente.

—!¿Qué cojones estamos haciendo aquí?!

Frunció el ceño al escuchar claramente la voz enfadada de uno de los miembros de la banda. Comprobó por tercera vez que Paula seguía durmiendo y salió del cuarto cerrando la puerta tras de sí. Se detuvo a escuchar detrás de las cortinas del pequeño hall que unía el cuarto de su hija con su baño particular. Sintió impotencia al escuchar las palabras llenas de rabia con las que aquel muchacho se dirigía a Sergio. Apretó los dientes, aguantándose las ganas de salir y callarle la boca a aquel maleducado, pero entonces habló Sergio, con la calma y firmeza que le caracterizaba. Se mordió la uña del pulgar mientras lo escuchaba nombrar cada uno de los fallos que habían cometido ellos y la lealtad con la que los demás habían actuado. 

—El que no está es Berlín.

Se mordió el labio, percibiendo la emoción en su voz.

—Ni Olso. Ni Moscú.

La mesa quedó en absoluto silencio varios segundos. No sabía si Sergio les había comentado algo ya o no, pero sintió que aquel era el momento de aparecer. Y así hizo. Apartando las cortinas, caminó hacia Sergio con normalidad. Este la miró de reojo un segundo y por su compostura entendió que había hecho lo correcto.

—¿Perdona? —expresó Nairobi con estupefacción al verla aparecer.

Las caras de sorpresa se dejaron notar de inmediato, pero nadie más abrió la boca. Sin apartar la mirada de sus comensales, Sergio tomó su mano cuando se situó a su lado y la subió a su hombro; sintió que le apretaba los dedos en agradecimiento.

—Es de los nuestros —explicó Tokio.

Raquel asintió, sosteniéndole la mirada. 

—Yo cometí un error —confesó Sergio—. Perdí el control. Y la banda estuvo ahí. 

Raquel apretó su hombro como gesto de apoyo y retrocedió unos pasos para sentarse en la hamaca que había detrás para dejarle continuar. 

—Ahora Rio ha cometido un error, como todos nosotros. No os voy a pedir que sintáis lo mismo que siento yo pero… Pero yo me siento responsable, de que algún hijo de puta le esté dando descargas eléctricas colgado de los tobillos.

Tokio apretó los labios, sus ojos inundados de lágrimas. Nairobi exhaló pesadamente y lanzó una mirada complice a su amiga antes de dirigirse a Sergio.

—Yo voy —dijo con firmeza.

Helsinki, sentado a su lado, rodó los ojos. 

—Tú no vas a ir, Nairobi. Porque si tu vas a ir, yo también voy.

—Ya la hemos liao —masculló Denver, abriendo las manos.

Sergio y Tokio intercambiaron miradas de satisfacción. 

—Estáis todos como un puto cencerro —añadió Denver, apretando los puños sobre la mesa intentando contenerse.  

—¿Y… qué tiene pensado hacer exactamente? —preguntó Mónica, colocando una mano sobre el antebrazo de Denver para que se calmase.

—Aún no hay nada cerrado. Pero os lo haré saber muy pronto. Evidentemente tenemos que intervenir cuanto antes. 

—Vale, vale —interrumpió Nairobi, irguiéndose en su silla—.  ¿podemos rebobinar unos segundos? Porque es que yo sigo flipando. ¿Qué hace esta aquí? —preguntó Nairobi señalando a Raquel con la barbilla. 

—Lisboa —corrigió Sergio, molesto—. Está aquí porque es mi pareja.

—¿Tu qué? —repitió con voz aguda. Se echó a reír, mirando al resto en busca de apoyo.

Denver ladeó la cabeza, frotándose la frente con incredulidad. 

—Es coña, ¿no? —insistió Nairobi.

—En absoluto —intervino Raquel, poniéndose en pie para situarse de nuevo al lado de Sergio. Esta vez apoyó la mano en el hombro opuesto, mostrando más cercanía. 

—Sé que puede resultar chocante para algunos de vosotros… —continuó Sergio a la vez que rodeaba la cintura de Raquel con su brazo derecho—, y no pretendo que me deis vuestra aprobación. Solo os pido que confiéis en ella como confiáis en mí. 

Nairobi rio con sarcasmo, girando la cabeza hacia Tokio, quien no le devolvió el gesto de desagrado. 

—Yo lo siento, profesor, pero no me fio de ningún madero —comentó Denver con desprecio, sin llegar a hacer contacto visual con ella—. Y mucho menos de los que estuvieron al mando del atraco. 

—Entiendo tu postura, pero Ra, —Carraspeó al darse cuenta de su desliz—. Quiero decir… Lisboa, no es ningún “madero”. Ahora es una más de la banda.  

Raquel apretó su hombro, pidiéndole en silencio que no insistiera. 

—Pero en fin… no quiero desviarme del tema. Ahora que todos sabéis qué esta pasando y por qué estamos aquí, vamos a relajarnos un rato y comer algo, que nadie ha probado bocado aún. Adelante, por favor —instó antes de dirigir su atención a Raquel—. Ve a por la silla que hay en mi despacho. 

Raquel arqueó una ceja.

—¿Seguro?

Sergio asintió, soltando su cintura para dejarla marchar. Todos excepto Tokio intercambiaron miradas de desconfianza mientras Raquel se alejaba.

—Ahora en serio, ¿te tiene secuestrado? ¿Hay que sacarte de aquí? —preguntó Nairobi sin apartar la vista de la puerta por donde había desaparecido Raquel. 

—Dime por favor que lo de Rio era un invento y en realidad estamos aquí para salvarte a ti —suplicó Denver. 

Sergio rodó los ojos.

—No me tiene secuestrado, dejad de decir tonterías. 

—Chicos, va en serio —intervino Tokio—. Llevo dos días aquí, son pareja. A mí también me costó asimilarlo, pero es así. 

Sergio hizo un gesto afirmativo con la cabeza en agradecimiento. Nairobi se disponía hacer un nuevo comentario cuando Raquel apareció por la puerta, provocando un nuevo silencio. Sergio hizo a un lado su silla para dejarle hueco, a lo que Raquel respondió con una sonrisa mientras tomaba asiento. 

—Bueno, a comer —alentó Sergio, tomando su copa de vino para darle un sorbo. 

Los primeros minutos de cena fueron extremadamente incómodos para todos, la conversación no terminaba de fluir y los comentarios que hacían sobre la comida para llenar el silencio sonaban demasiado forzados. Raquel intentó sacarles conversación haciéndoles preguntas sobre el viaje hasta allí y sus respectivos lugares de procedencia, pero sus respuestas eran tan escuetas que era más que evidente que no estaban cómodos con su presencia. Estuvo a punto de marcharse varias veces, pero en cada intento, Sergio sujetó su muslo bajo la mesa, impidiendo que se levantara. Le susurró que tuviese paciencia, así que, el resto de la cena, se limitó a comer y escuchar.  

 

 

06:35

 

—Raquel.

Sonrió al escuchar su nombre en la voz de Sergio y ronroneó cuando sintió el calor de su mano en su hombro. Volvió a repetir su nombre varias veces y la presión de su mano en su hombro se hizo cada vez más notable. Gruñó al notar que el sueño se le escapaba poco a poco. 

Al abrir los ojos vio que Sergio estaba completamente vestido y en su lado de la cama había una maleta abierta a medio hacer. Frunció el ceño, confusa.

—¿Qué haces con la maleta?

—Necesito que me lleves a Puerto Princesa. 

Parpadeó, aún medio adormilada.

—¿Cómo? ¿Cuándo? —Lo siguió con la mirada cuando este regresó a su lado de la cama para terminar de hacer la maleta. 

—Ahora. Esta tarde salgo para Palermo.

Aquellas palabras le provocaron un vuelco en el estómago. Empujó la cama con las manos para sentarse.

—A Palermo —repitió en un murmuro, aún intentando asimilar sus palabras. 

—Tengo que hablar con el amigo de mi hermano. Él es tan dueño del plan como lo fue mi hermano, conoce todo al dedillo y puede ayudarnos mejor que nadie. He intentando llamarle pero el único número que tengo ya no existe.

—Pero, ¿tiene que ser hoy mismo?

Sergio asintió reiteradamente. 

—No podemos perder más tiempo. 

Raquel suspiró, observando cómo cerraba la maleta sin prestar demasiada atención a cómo había colocado la ropa, señal de que realmente tenía prisa.

En cuestión de unos minutos, Raquel estaba vestida y sentada en el asiento del copiloto del coche mientras Sergio daba marcha atrás para salir del aparcamiento. Dio un sorbo al café que él le había preparado mientras dormía y fijó la mirada en la carretera de tierra enmarcada por frondosos árboles por la que avanzaban despacio. A pesar de recorrer ese camino varias veces a la semana para llevar a su hija al colegio, esta vez sintió que estaba perdida, que aquel lugar había cambiado de la noche a la mañana. Pensó en lo que aquel recorrido suponía. Sergio estaba abandonando el que había sido su hogar durante dos años y no parecía importarle, aun sabiendo que posiblemente nunca regresaría; estaba demasiado ensimismado en el plan como para darse cuenta de aquel detalle. 

Sintió un intenso dolor en la garganta por aguantarse las ganas de llorar. Tragó con dificultad el nudo que se le había formado en la garganta y se obligó a pensar en otra cosa, pues tenían tres largas horas de trayecto por delante hasta el aeropuerto de Puerto Princesa.

—¿Has dormido algo? —le preguntó en un murmuro. 

—Poco.

Raquel exhaló, cerrando los ojos; sabía que aquel “poco” en él significaba nada. Había visto el pájaro rojo de origami en la mesa del porche al salir de casa, indicio de que había estado despierto pensando en el atraco.

—Le he contado a Tokio parte del plan. 

Raquel elevó las cejas.

—Y… ¿bien?

—También le parece una locura, pero está dispuesta a hacer lo que haga falta. 

Raquel meneó la cabeza, nada sorprendida.

—En cuanto puedas necesito que organices el trayecto a Italia para toda la banda. Cada pareja debe ir por una ruta diferente, por supuesto evitando grandes aeropuertos y estancias en hoteles de renombre. Si necesitas ayuda con cualquier cosa puedes consultar con los hackers.

Raquel asintió, un poco confusa. 

—Debe estar listo cuanto antes, porque una vez haya hablado con Martín te llamaré para que os pongáis en marcha.

—Está bien… Pero ¿por qué Italia? ¿Qué vamos a hacer allí?

—Mi hermano compró un monasterio a las afueras de Florencia hace unos años. La mayoría de los planos, maquetas, documentos sobre el Banco de España están allí. Y es un buen lugar donde escondernos mientras preparamos todo.

—Pero ¿no es peligroso preparar el plan desde Europa? ¿Y si nos descubren?

—Es peligroso llegar hasta allí, pero confío en tu criterio. Una vez en el monasterio estaremos seguros siempre y cuando todo el mundo siga las normas. 

Raquel asintió una vez más, humedeciéndose los labios.

—¿Has cogido la carpeta?

—Sí, está en la maleta.

Echó un vistazo al exterior, acababan de entrar en la carretera principal. Respiró hondo; cuanto más se alejaban, más sentía el vacío en el estómago.

—¿Y si se niegan a obedecerme? 

—No lo harán. Tienes a Tokio de tu parte, no habrá problema.

Raquel ladeó la cabeza, no del todo segura. 

 

(…)

 

El sonido del freno de mano puso fin a casi dos horas de absoluto silencio; Raquel no había sido capaz de verbalizar ninguno de los pensamientos que rondaban su mente y Sergio había estado demasiado concentrado en el trayecto mientras repasaba mentalmente todo lo que debía hacer en las próximas horas. 

Al abrir la puerta, Raquel respiró una bocanada de aire al darse cuenta de algo. 

—No te has despedido de Paula. 

Sergio se quedó quieto, aún sujetando el volante. Masculló una palabrota que Raquel no llegó a entender. Ambos fueron conscientes al mismo tiempo de que volver era ya imposible si no quería retrasar más el viaje. Inclinándose hacia ella, sacó de la guantera un cuaderno pequeño que guardaban para la lista de la compra y escribió algo en la primera página. 

—Dásela cuando vuelvas —le dijo, entregándole el cuaderno.

Raquel lo abrió para leer la nota. En ella le pedía perdón por haberse marchado sin despedirse y le hablaba de todas las cosas que harían a la vuelta. Le pedía, además, que cuidase bien de Morrison y le diese mucho cariño a su abuela. Frunció el ceño al llegar a una palabra que no entendía. 

—¿Aikido? —leyó.

Sergio sonrió de lado.

—Es una palabra japonesa que me enseñó un día volviendo del colegio. Estaban aprendiendo sobre artes marciales y se ve que le hizo gracia. A veces me la dice al despedirse —explicó, riendo para sí—. Es súper interesante en realidad.

Raquel sonrió, intentando ignorar la punzada que sintió en el pecho. ¿Volverían alguna vez a aquella normalidad?

Tras guardar el cuaderno en su bolso, salió del coche. Se detuvo al lado del maletero y esperó a que Sergio sacase la maleta. Permanecieron de pie frente a frente unos segundos, sin saber qué decir o cómo despedirse. Fue Sergio quien, respirando hondo, dio un paso al frente y, colocando una mano en su nuca y otra en su cintura, la envolvió en sus brazos. Raquel cerró los ojos y se abrazó a su torso, abrumada por un torbellino de emociones. 

—Te prometo que vamos a volver —murmuró, plantando un beso en su cabeza mientras la estrechaba con fuerza entre sus brazos.

Raquel apretó los ojos, intentando evitar que las lágrimas brotasen; deseaba creerle, pero su lado realista era infinitamente más fuerte. Era tan improbable que volviesen a vivir aquella vida que prefirió tomárselo como un adiós. Si el destino decidía darles una segunda oportunidad, ya se vería.

—Ten cuidado, por favor —le murmuró, sabiendo que si alzaba mínimamente la voz la emoción le delataría. 

Sergio asintió. Llevando las manos a sus mejillas, plantó un beso en sus labios, un beso cargado de recuerdos y palabras no dichas. 

—Nos vemos en unos días —le prometió a la vez que deshacía el abrazo.

Raquel asintió, sintiendo un intenso frio cuando se apartó. Se abrazó a si misma, intentando retener un poco de su calor. Con un último beso en la frente, Sergio se despidió.

Apoyada en el coche, ya sin poder aguantarse las lágrimas, lo observó marcharse con su maleta hacia el aeropuerto. 

Chapter 27: Monasterio

Notes:

Espero que os guste el nuevo capítulo y gracias por los comentarios del anterior. Es probable que este sea el último capítulo en una larga temporada, o quizás el último definitivamente, no lo sé, pero cada vez me siento más alejada de estos personajes y me cuesta ponerme a escribir. Espero que lo entendáis y disfrutéis de los que ya están subidos tantas veces como necesitéis. ¡Gracias infinitas!

Chapter Text

27. MONASTERIO

 

02:49

Tumbado boca arriba en el sofá de Martín, con las manos entrelazadas sobre el estómago, Sergio suspiró a la vez que abría los ojos; no podía dormir. Era su cuarta noche allí y su cuerpo comenzaba a resentirse a causa de la incómoda postura que aquel pequeño sofá le obligaba a adoptar. Se quedó mirando el enorme zepelín de madera que colgaba del techo; la luz de la calle que entraba por la ventana proyectaba su gigantesca sombra sobre la multitud de objetos apilados en la pared. ¿Quién en su sano juicio tendría tal armatoste en medio de su casa?¿Y por qué un zepelín?

Se irguió en el sofá de repente.

—¡Martín! 

Salió corriendo hacia el dormitorio de este. Abrió la puerta y encendió la luz sin importarle que estuviese durmiendo; la idea que acababa de tener era demasiado relevante como para esperar a la mañana.

—Martín. —Sacudió su hombro para despertarlo.

El argentino gruñó, agitando la mano como si quisiese espantar una mosca.

—Martín, ¿conoces a algún fabricante de zeppelins o empresa que los alquile? —insistió hasta que este se removió. 

Martín entreabrió los ojos despacio y lo miró con incredulidad. 

—Mirá si me vas a venir a despertar para preguntar semejante boludez, ¡Andá a buscar en internet, pelotudo! —exclamó, girándose en la cama para darle la espalda.

Arrastrando la silla del escritorio, se sentó frente a él.

—Martin, es importante. Ya sé qué podemos hacer para sembrar el caos. 

—¿Suicidarte lanzándote de un zepelín? Tenés todo mi apoyo. Ahora dejame dormir o te juro que te reviento las pelotas. 

Sergio se quedó callado, observándolo sin moverse de la silla en la que se había sentado. Sabía que aquello le pondría más nervioso que cualquier cosa que pudiese decir. Después de varios minutos de absoluto silencio, Martín resopló con fuerza. 

—¡Son las 3 de la mañana! —exclamó a viva voz mientras se incorporaba en la cama—. Dale, contame rapidito que quiero dormir. 

Sergio apoyó los codos sobre sus propias rodillas y le sonrió.

—Vamos a lanzar dinero desde el cielo. O más bien desde unos zeppelins, a poder ser. 

Martín arqueó una ceja, esperando que añadirera más información.

—Dinero falso, imagino.

Sergio negó con la cabeza.

—Dinero de verdad. 

Martín le sostuvo la mirada.

—¿En serio pensás botar la plata que robaste?

—Sería solo una pequeña parte, ni lo notaríamos.

—Ah no, vos realmente perdiste todas la neuronas allá en Filipinas —comentó, volviéndose a tumbar en la cama.

—Piénsalo. Es la manera más inofensiva de generar caos y de que la gente se ponga de nuestra parte. 

—Y una ruina también.

—¿Se te ocurre algo mejor?

Martín no supo qué contestar. Su plan original era perfecto, pero al incorporarse la banda de ladrones más famosa de los últimos tiempos, algunos detalles eran inviables, como la entrada al banco. 

Viendo que no aportaba nada, Sergio se recolocó las gafas, sonriendo con la mirada.

—¿Cuántos zeppelins me puedes conseguir?

 

 

15:09

 

Contuvo la respiración al ver aparecer un coche en la distancia. Aún sin saber si era ella, notó que su corazón se aceleraba, disparando su temperatura corporal. Humedeció sus labios mientras se ajustaba la corbata; hacía tanto tiempo que no se ponía un traje que se sentía aprisionado por la tela. 

El coche comenzó a frenar hasta pararse a pocos metros de ellos. Sergio tragó saliva, mirando de reojo a Martín antes de devolver la atención al vehículo. De atrás bajaron Denver y Mónica con el hijo de estos en brazos, mientras que del asiento del copiloto descendió Tokio, quien corrió a saludarlo. Él solo pudo sonreír y reciprocar un breve abrazo, porque toda su atención estaba pendiente de Raquel. Fue la última en bajar del coche.

Aunque intentó mantener las formas, el brillo en su mirada y su mandíbula ligeramente caída delataron su sorpresa; acostumbrado a verla con ropa de playa -y sin ella-, le resultó chocante verla aparecer vestida toda de negro: botas negras, pantalones holgados negros, chaqueta de cuero negra… un color que hacía resaltar su melena larga y rubia. Parpadeó, sintiendo que estaba viendo a la Raquel del pasado, a la inspectora al mando del atraco pero sin cargas emocionales y con una seguridad capaz de doblegar a cualquiera que tuviese las agallas de contradecirla. Por primera vez veía a Lisboa. 

Raquel cerró la puerta del coche y con semblante serio se dirigió a ellos. Sergio saludó a Denver y Mónica casi sin ser consciente de ello, pues no podía apartar la mirada de Raquel. Volvió a tragar saliva cuando la tuvo frente a frente. La seriedad de Raquel desapareció unos segundos mientras se saludaban con la mirada. Tomando sus manos, Sergio plantó un tímido beso en su mejilla antes de girarse hacia Martín.  

—Palermo, te presento a… —Se quedó callado, no había pensado ni contrastado con ella cómo debería presentarla. Aunque ya le había hablado brevemente sobre Raquel a Martín, estaba tan poco acostumbrado a hablar de su vida personal que le resultaba incomodo. 

—Lisboa —completó finalmente Raquel, ofreciéndole la mano.

Martín sonrió con picardía mientras le estrechaba la mano. 

—Así que existís de verdad… —Soltó una risotada.

Raquel frunció el ceño, confusa. Sergio carraspeó, recomponiéndose. 

—Lisboa, te presento a Palermo, amigo de mi hermano y cerebro del plan. 

—Y contame, ¿cuánto te pagá este pelotudo por ser su novia?

—¡Martín! —masculló entre dientes Sergio sin darse cuenta de su desliz.

Raquel entornó la mirada, molesta, pero prefirió no añadir leña al fuego. Martín sonrió, abriendo los brazos. 

—Vamos, muchachos, estaba bromeando. —Tomó la mano de Raquel entre las suyas e hizo una leve reverencia—. Es un verdadero placer para mí conocer a la única mujer que consiguió robarle el corazón a este ser de hielo. Mis felicitaciones, no debió ser nada fácil. 

Raquel levantó una ceja.

—La verdad es que solo tuve que usar mi arma un par de veces —comentó con naturalidad, provocándole una carcajada al argentino. 

El motor de un segundo coche se escuchó en la distancia. Todos se giraron a la vez. Como había ocurrido antes, el coche aparcó en la altura de la carretera donde se encontraban y del mismo bajaron Helsinki y Nairobi. 

—¿Pero vamos a planear el atraco en este cuchitril? —comentó Nairobi tras bajarse del coche y saludar a sus compañeros, refiriéndose a la casa de campo que habían usado como punto de encuentro. 

—Aún no hemos llegado —explicó Sergio—. Tenemos que esperar a dos miembros más. 

—¿Dos miembros más? —repitió Nairobi con estupefacción. 

—Este golpe requiere mayor colaboración, pero son viejos conocidos, no hay nada que temer. 

Miró su reloj de muñeca y se frotó la frente al ver que ya llevaban 30 minutos de retraso. 

—Para ir ahorrando tiempo…—elevó la voz para captar la atención de todos—. Os voy a hablar brevemente sobre ellos. Los nuevos miembros de la banda son Marsella y Bogotá, fueron amigos y socios de Berlín. Como ya sabéis, los detalles personales están completamente prohibidos, pero son de la más absoluta confianza y espero que los tratéis con respeto.

Tras varios minutos de espera, el cuarto coche apareció en el horizonte. Sergio se dirigió a la puerta del garaje de la casa para abrirla. En vez de aparcar fuera como el resto, los nuevos miembros de la banda metieron el coche en el garaje de la casa como Sergio les había indicado. Del vehículo bajaron dos hombres altos y corpulentos con cara de pocos amigos. Saludaron al resto con un leve gesto de la cabeza. Algunos respondieron con un tímido “hola” mientras que otros intercambiaron miradas de incomodidad. 

Sergio dio una palmada tras frotarse el polvo de las manos.

—Bueno, ahora que estamos todos vamos a ir retomando el camino. Marsella, Palermo, vosotros venís conmigo. Bogotá, tú acompaña a Helsinki y Nairobi. Denver, conduce tú el otro coche, Raquel viene conmigo —añadió, mirándola directamente a ella.

Este asintió, encaminándose hacia el coche con paso firme.

—Seguidme, y por favor, no os despistéis, no hay apenas señal por el camino. 

Fue el último en subirse al coche tras comprobar que todo estaba en orden. Arrancó el motor mientras dirigía la mirada a Raquel, sentada a su lado. Se sonrieron un instante; deseó preguntarle cómo estaba y cómo habían sido los últimos días en la isla, pero se sintió cohibido con la presencia de Marsella y Palermo, especialmente la de este último, por lo que se reservó las preguntas personales para más tarde y aprovechó el trayecto para actualizarla sobre el plan. 

 

 

14:51

 

Colocó el retrato de su hermano en el caballete mientras los demás terminaban de entrar en la capilla que su hermano había transformado en algo parecido a una galería de objetos robados.

—Tomad asiento, por favor —les pidió, señalando a una zona de la capilla donde había varias sillas plegables. 

Echó un vistazo a su alrededor y cogió una pequeña tiza que encontró tirada en el suelo, con la que escribió “bienvenidos” en la pizarra. Cuando se giró ya todos estaban sentados y en silencio. Se quedó mirándolos, sin saber muy bien cómo proceder. Había estado tan absorbido por el plan que no tuvo tiempo para preparar lo que iba a decir aquel primer día.  

Hubo risas contenidas cuando terminó de escribir “otra vez” bajo el mensaje de “Bienvenidos”. 

—Bien, muchos de vosotros ya sabéis las normas, pero hay gente nueva y conviene recordarlas. Lo primero es que no quiero nada de relaciones personales —captó de reojo la silueta de Raquel, quien le arqueó una ceja cuando se giró a mirarla—. Bueno, esa norma…

Denver soltó una de sus risa características. Viendo que le perdían el respeto, Sergio se irguió y elevó la voz. 

—Lo segundo es que no quiero nada de nombres personales ni apellidos.

—Profesor, —llamó su atención Nairobi— ¡al solomillo! ¿Cómo vamos a entrar en el banco de España?

Sergio miró a Martín, quien le devolvió una mirada complice mientras asentía. Aquel gesto le dio la seguridad que necesitaba para exponer la idea que había pensado apenas unas horas antes. 

Tiró de la manta que cubría la impresionante maqueta del Banco de España que su hermano había construido años atrás, generando una nube de polvo que tardó varios segundos en asentarse. 

—Haciendo mucho ruido —anunció con una sonrisa misteriosa. 

—¿Vamos a mandar al banco una batucada? —bromeó Nairobi riendo.

Sergio agitó el dedo índice, regresando al frente de la clase. Se cruzó de brazos y entornó la mirada.

—Vamos a lanzar dinero del cielo —murmuró. 

—¿Nuestro dinero? —preguntó Denver con voz aguda. 

Sergio asintió despacio. 

—Para poder entrar en el banco con todo lo que necesitamos y sin levantar sospechas tenemos que generar caos en la ciudad. ¿Y qué mejor manera que generar caos lanzando móntenos de dinero desde el cielo? 

Todos permanecieron en silencio, escuchando con atención.

—Para ello usaremos varios zeppelins. Los dirigibles estarán programados para acudir a unas coordenadas GPS, y solamente cuando lleguen a ellas, abrirán sus compuertas. Después, estarán volando en círculos con un radio de 250 metros, soltando fajos a intervalos de 40 segundos durante 50 minutos. Eso, a 300 metros de altura es como si estuviera cayendo maná del cielo. En total, soltaremos 140 millones de euros.

Denver resopló, torciendo el cuello para mirar al resto. 

—Sale carete meternos en la boca del lobo, ¿no?

Sergio le sonrió.

—A ti, a todos nosotros nos han llamado Robin Hoods. Tiene sentido que parte de todo ese botín acabe en la gente. Además, lo que estamos haciendo en realidad es una partida de ajedrez. Estamos moviendo unas fichas que, a su vez, obligan a Inteligencia a mover otras fichas.

—Y Prieto solo podrá hacer una cosa —añadió Raquel, robando la atención de todos. 

Se produjo un silencio.

—Mandar al ejercito —aclaró al ver las caras de confusión. 

Varios de ellos asintieron.

—¿Y entraremos fingiendo ser parte del ejercito? —preguntó Mónica.

—Efectivamente —le respondió Sergio, señalándola con el dedo pulgar.

Varios miembros de la banda intercambiaron miradas; algunos escépticos, otros emocionados o indiferentes. 

Sergio dejó la tiza y se sacudió las manos. 

—Bueno, tras este pequeño adelanto, pasamos a la primera tarea del día. 

Caminó hacia un armario de madera al fondo de la capilla para agarrar dos objetos conocidos por todos y regresó a su posición frente a la clase. Metió la fregona en el cubo y les miró.

—Limpieza general.

Denver resopló con más fuerza.

—¿Con to el dinero que tenemos no podemos contratar a alguien pa que nos limpie? 

—Nadie que no sea miembro de la banda puede entrar en este monasterio. Nadie. ¿Queda claro?

Denver rodó los ojos. 

—Por cierto —Se recolocó las gafas—. No hay suficientes habitaciones para todos, por lo que la mayoría tendréis que compartir.

—Sin problema —comentó Bogotá, guiñándole el ojo a Nairobi. 

Esta hizo una mueca de desagrado.

—¡Tsh! Respeto a mi amiga —intervino Helsinki.

—A lo largo de la tarde os entregaré el horario de clase y cuadrante de tareas a realizar. Y no quiero escaqueos, que nos conocemos —advirtió Sergio levantando el dedo índice.

Nairobi levantó la mano.

—¿Sí?

—¿La habitación la elegimos nosotros o nos las asignas tú?

—Pues eh… —Se recolocó las gafas al darse cuenta de que no había pensado en ese detalle—. Supongo que no habrá problema en que elijáis vosotros mismos las… 

Antes de que pronunciase la última palabra, Nairobi ya estaba en pie lista para salir de la capilla a toda prisa. Tokio la siguió tan pronto se dio cuenta. 

—¡Eh, esperad! —exclamó Denver, yendo tras de ellas.

En cuestión de segundos, él y Raquel se habían quedado solos en la capilla. Suspiró antes de girar la cabeza hacia ella, quien ladeó la cabeza sonriendo. Consciente de que por fin estaban a solas, Sergio abrió los brazos, invitándola a acercarse. 

Descruzando los suyos, Raquel caminó hacia él, sus ojos abandonando la seriedad que habían adoptado con Lisboa. Se abrazó a su cintura y enterró el rostro en su pecho a la vez que él apoyaba la mejilla en su cabeza.

—Por fin —murmuró él mientras la estrechaba entre sus brazos. Inspiró, sintiéndose en paz. 

El olor familiar de su cabello borró de su memoria todos los momentos de angustia de los últimos días y le transportó de inmediato a las playas de Palawan, a su hogar, a lo felices que habían sido. Frotó su espalda, queriendo sentirla, pero el tejido rígido de su chaqueta de cuero le recordó dónde estaban y todo lo que estaba en juego.Tragó saliva y giró la cabeza hasta que sus labios entraron en contacto con su frente. Plantó un pequeño beso en esta antes de erguirse. 

—¿Cómo estás? —preguntó tras un prolongado silencio, deshaciendo el abrazo para acariciar su mejilla. 

Raquel cerró los ojos momentáneamente al sentir su tacto. Encogió un hombro, levantando la mirada.

—Si no pienso en ellas bien.

Sergio frunció los labios, sintiendo una punzada en el pecho que solo podía identificar como culpabilidad. Debería haber insistido para que se quedase con ellas, pensó. 

—¿Cómo fue…? —Tragó saliva, incapaz de terminar la pregunta.

—Difícil, pero creo que lo entendió. Le he puesto todo los planes que se me han ocurrido para que esté distraída.

Sergio asintió y volvió a besar su frente, un beso que prolongó varios segundos. 

—Van a estar bien —le aseguró sosteniéndole la mirada. No se lo había dicho, pero había contratado a dos hombres más aparte de su transportador habitual para reforzar la seguridad de Mariví y Paula. 

Raquel asintió.

—Lo sé —Carraspeó, tomando las manos de Sergio—. Bueno qué, ¿vamos a ver qué habitación de mala muerte nos han dejado?

Sergio sonrió y, sin soltar su mano, se inclinó hacia un estante donde había una pequeña caja de latón. Sacó de esta una llave alargada. Raquel arqueó una ceja. 

—No hace falta, he reservado la mejor para nosotros. 

 

(…)

 

Raquel dejó caer los hombros, decepcionada al ver la habitación oscura y fría que había tras la doble puerta de madera. 

—¿Esto es lo mejor que había?

Sergio titubeó, recolocándose las gafas. 

—Bueno… es la más grande. Te-tenemos un lavabo y todo —añadió, apartándose para que lo viera.

Raquel hizo una mueca mientras se adentraba en el cuarto; un olor parecido a una mezcla de polvo e incienso inundó su nariz y le hizo toser un par de veces. 

Las dos únicas ventanas que había en el cuarto tenían los cristales tintados y daban a un pasillo interior del monasterio, por lo que, a pesar de ser aún de día, la luz era escasa, proporcionándole un aspecto de mazmorra abandonada. Sintió que un escalofrío le sacudía el cuerpo; no supo si echarle la culpa al frío o al tenebroso aspecto del cuarto. 

Abrazó su propia cintura y se adentró un poco más en el que sería su nuevo dormitorio. En el lado derecho, contra la pared, había una cama de madera con un colchón desnudo ligeramente hundido en la parte central. No había rastro de sábanas ni de almohadas. En la pared, sobre el cabecero de la cama, colgaban varios cuadros de Santos que no conocía ni le interesaba conocer. También había cruces por todas partes. Se mordió el labio, anticipando largas noches de insomnio. 

Giró la cabeza al percibir de reojo una luz cálida. Sergio se encontraba en la entrada, encendiendo las múltiples velas que había por las paredes y sobre los pocos muebles que decoraban el cuarto. Este chasqueó la lengua con hastío cuando la cerilla se le apagó.

—Tengo que comprar más cerillas —comentó, dejando la caja vacía sobre un montón de libros. Sacó de su soporte la última vela que había encendido y continuó encendiendo el resto.

Suspirando, Raquel se sentó en una esquina de la cama a esperar a que terminase. Apretó los dientes al sentir que la madera crujía con su peso; no parecía muy estable. 

Echó un vistazo alrededor, la tenue luz anaranjada de las velas le dio un poco de vida a aquel antro, pero sabía que le costaría acostumbrarse a la frialdad de aquellas paredes de piedra. 

Una vez terminó de encender todas las velas, Sergio se acercó a ella con una libreta y un boli en la mano.

—Sé que no es lo que esperabas pero… Apunta aquí todo lo que necesites o quieras sacar del dormitorio, podemos hacer los cambios que quieras. 

Raquel cogió los objetos y los dejo a un lado de la cama para tomar su mano. 

—Ahora mismo solo te necesito a ti —comentó con voz suave, tirando de su mano para que se sentase a su lado en la cama.

La estructura de madera crujió con fuerza cuando Sergio tomó asiento, pero ninguno de los dos le prestó atención. Rodeando su cuello con ambos brazos, Raquel presionó sus labios contra los suyos, iniciando un beso que llevaba semanas soñando. 

Se estremeció cuando Sergio respondió al beso con la misma intensidad y sus manos reptaron por su cintura a través de la apertura de su chaqueta. De repente sintió que una ola de calor le recorría el cuerpo y que la chaqueta de cuero se le pegaba a la piel. Soltó su cuello para poder quitársela; como si lo hubiesen ensañado, Sergio le sujetó el rostro para evitar despegarse de sus labios mientras se quitaba la prenda. Raquel la lanzó al suelo y sus manos regresaron a su melena; deslizó los dedos entre sus mechones mientras se dejaba guiar por sus labios.

Agarrado a su cintura, Sergio se sentó más cerca; la cama volvió a crujir. Se besaron hasta que no les quedó más aire en los pulmones. 

Ambos suspiraron al apartarse. 

—No sabía que te iba a echar tanto de menos —confesó Raquel, apoyando la frente contra sus labios.

Notó que Sergio fruncía los labios, depositando un pequeño beso en su frente. Raquel levantó la cabeza en busca de su mirada, la luz de las velas se reflejaban en sus pupilas dilatadas, añadiéndole un brillo especial.  

—¿No te da la sensación de que llevamos meses sin vernos?

Sergio asintió, acariciando su mejilla con el pulgar. Se mordió el labio, bajando la mirada a su boca. Quería responderle verbalmente, pero no pudo resistir la tentación de besarla de nuevo. Inclinándose sobre ella, se adentró en su boca sin preámbulos, provocándole un gemido de sorpresa. Casi al mismo tiempo se escuchó un fuerte crujido, y las patas delanteras de la cama cedieron de repente, interrumpiendo el beso. El colchón quedó inclinado y Sergio rodó sobre ella hasta que ambos terminaron contra el tablón de madera del pie de la cama. 

Se miraron un segundo antes de echarse a reír.

—Empezamos bien —comentó Sergio con ironía. 

—Al menos se ha roto ahora y no en mitad de la noche… —añadió Raquel, imaginándose la situación. 

Sergio rodó sobre su espalda hasta quedar tumbado a su lado y estiró el brazo sobre su cabeza. Alcanzó la libreta y destapó el boli con los dientes.

—Necesitamos… otra cama —narró Sergio mientras lo apuntaba.

Raquel se echó a reír. 

 

19:49

No había más camas grandes en todo el monasterio, pero afortunadamente Sergio encontró unos bancos de madera que parecían bastante robustos y que, colocados juntos, soportarían el peso de ambos sin problema. Decidieron colocar la nueva cama en el centro del cuarto, junto a las ventanas, principalmente porque a Raquel le incomodaba dormir con tantos Santos sobre su cabeza. Sergio se ofreció a cambiarlos de lugar pero ella prefirió dejarlos donde estaban; aunque no era creyente, prefería no tentar a la suerte…

Tras retirar toda la estructura de la antigua cama, colocaron un escritorio en su lugar y dedicaron el resto de la tarde a limpiar el dormitorio y deshacer la maleta. Sergio terminó bastante antes que ella, por lo que aprovechó para ver qué hacían los demás y a su vez repartir el horario de la semana. 

Tras colocar toda su ropa, Raquel hizo la cama con las sabanas que había traído Sergio. Como último toque, colocó un espejo con forma de sol junto al lavabo. Era pequeño, pero al menos servía para verse la cara, y añadía un toque moderno al dormitorio. Dejando escapar un suspiro, se situó delante de la puerta para volver a inspeccionar la habitación. Ya no olía a polvo ni a incienso, sino al ambientador de brisa marina que afortunadamente había comprado Sergio. 

Escuchó que la puerta se abría a sus espaldas, pero no le dio tiempo a girarse, pues los brazos de Sergio rodearon su cintura casi de inmediato. Apoyó las manos sobre las de él, recostándose sobre su torso. Este besó su hombro mientras observaban su nuevo dormitorio.

—¿Un poco mejor? —preguntó, apartándole el pelo hacia un lado para poder besar su cuello. 

Raquel asintió, sonriendo al sentir el roce de sus labios contra su piel.

—Mejor, sí.