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Vorágine

Summary:

Sarada Uchiha, estudiante y aspirante a convertirse en jugadora profesional de handball, tiene sus objetivos en claro. Sin embargo, su estado emocional trastabilla luego de un hallazgo indeseado. Las dudas crecen, y sus ideales se verán agitados, pero solo una persona enredará su vida de forma inadvertida.

Notes:

¡Hola a todos! Gracias por acercarse a leer ♥ Este es el primer fanfic (espero de muchos) en español que subiré a una plataforma. Tendrá un salto temporal luego del primer capítulo, y es probable que le de desarrollo a otros personajes y ships más allá del BoruSara. Iré improvisando cosas sobre la marcha, igual... ya les puedo advertir que empezará algo dramático (aunque sin triángulos amorosos, lo aseguro), pero prometo que valdrá la pena. Si algún día encuentro tiempo o me animo lo traduciré al inglés. En fin, ¡gracias y que lo disfruten!

Chapter Text

Rebote tras rebote, en saltos altos, una pelota iba y venía a las manos de una chica de facciones serias, ojos y cabello negros. A metros de ella, un arco la esperaba. A pesar de ser un objeto inanimado, ella sentía que le gritaba, que la desafiaba.
Hacía poco se había determinado a cumplir su sueño: convertirse en una jugadora profesional de balonmano. Sus padres tenían prestigio por ser importantes deportistas, pero en realidad había sido Naruto Uzumaki quién la había inspirado. Sus discursos en la televisión tras ganar su quinta medalla de oro en los juegos olímpicos, como capitán del equipo nacional de handball, propulsaron su amor por aquel deporte. No obstante, no fue hasta que lo conoció en persona días atrás, en la visita a la tierra natal de su familia, que conoció su verdadero aura. Después de recibir un discurso motivador, todo en ella se aclaró.
Ella iba a competir en las olimpiadas. Transpiraría gotas de sudor y esfuerzo y se convertiría en la capitana del equipo nacional.
Para ello debía ser una mejor jugadora. Más que ayer. Menos que mañana. Solo el cielo sería su límite. Así pensaba.
Picó la pelota y aceleró el paso. El aire le golpeaba fuerte la cara, pero sus ojos estaban concentrados en ese arco. Rápido, más rápido, ese gol no se marcará a menor velocidad. Inventó una defensora en el medio de su camino con su imaginación, y la esquivó con un cambio astuto de una mano a la otra. Amagó con tirarla por la izquierda de la última persona invisible que la esperaba en el área, y la lanzó por su derecha como misil. Gol.
Exhaló y la tensión comenzó a disiparse. De repente se había entusiasmado, y ahora respiraba agitada.
– ¿Qué sentido tiene que apuntes a un arco sin portero?
La chica se estremeció. Una voz a sus espaldas observaba, apoyando su hombro sobre el marco de la puerta de entrada al estadio en el que ella estaba practicando hacía horas. Con su otro brazo abrazaba una pelota de básquetbol.
Se miraron fijamente a los ojos, sin cruzar una palabra. Estaba congelada, se sentía incapacitada para contestar. No acostumbraba a hablar con extraños, y mucho menos con chicos de su edad de expresiones arrogantes, así como él la veía.
– Tengo que practicar para mi partido de más tarde, así que vete.
¿¡Quién se cree que es!? pensó ella. Obviamente no le iba a decir eso. Era un tanto tímida, solo se animaría a gritarle algo así a un conocido. Él estaba a cara de perro y ella no tenía ánimos de pelear con nadie.
En silencio se fue a hacia las gradas a buscar su mochila. No importa, ya era hora de volver. Era su último día allí; al siguiente debían regresar. Por razones de trabajo, su familia viajaba constantemente de un lugar a otro. Esperaba que algún día dejaran de mudar de domicilio y se establecieran en alguna ciudad. Esa aldea en la que estaban, Konohagakure, tenía la calidez que a ella le gustaba.
Se puso la campera con torpeza, y en un acto de nerviosismo, volvió a atarse los cordones. Estaba embroncada, y al mismo tiempo intimidada. No estaba familiarizada con el lugar, ni con su gente. Evitar un berrinche contra un grosero como él era un mal necesario. Al fin y al cabo, cualquier otra persona la intentaría echar de allí y no quería generarle grandes problemas a sus padres.
Sintió un chasquido a sus espaldas.
– Perdón, creo que fui un poco rudo.
Rubio, de ojos celestes, se le había acercado a menos de un metro. Cuando ella volteó, la proximidad generó que se le ruborizara la cara ligeramente.
– ¿Quieres que practiquemos juntos? – le propuso, frunciendo el labio hacia un costado, rascándose la nuca. – ¿Juegas handball, no? Yo podría tratar de bloquearte para que practiques, y luego tú haces lo mismo conmigo.
Luego de unos segundos, ella se recompuso y colgó su mochila en el hombro.
– No, te dejo tranquilo.
Ya acercándose hacia la puerta, escuchó el golpeteo de la pelota en el piso de madera. Sintió el chiflido que hacía la zapatilla al hacer un movimiento, el balón rebotando, y pudo oír hasta el mismo aire fragmentándose en un instante, finalizado con un fuerte estruendo contra la canasta de básquet.
El hambre de su ambición la estaba superando. Había algo en esos sonidos que la tenían atrapada en esa cancha como si de un imán se tratara.
Si me quiero convertir en la capitana del equipo, tengo que…
– ¿Eh? – se sorprendió él, al ver que la chica de lentes rojos parecía crucificarlo con la mirada mientras se le aproximaba.
– Está bien, juguemos.
Anonadado, inclinó la cabeza. Ella soltó el balón que llevaba en las manos y comenzó a hacerlo rebotar contra el suelo.
No había un solo ruido allí, salvo el de la pelota repiqueteando. Sobre una mirada punzante se alzó una ceja, y luego de dicha señal, entró a correr.
La reacción del chico fue inmediata y la siguió. A los pocos segundos la alcanzó, pero ni bien intentó taparle la libertad de su camino, ella ya había virado hacia el otro lado. Desafiado, se esforzó dando zancos hasta entrometerse una vez más en su campo de juego. No obstante, ya era tarde; pegó un salto furioso y la pelota desembocó en un ángulo peculiar, sacudiendo la red del arco con vehemencia.
Mientras ella buscaba el balón, él la contempló.
Seguro se cree interesante discutía para sus adentros. Aparenta ser alguien famoso por estos lugares. Es probable que sea algún jugador importante, porque dudo que tratara así a los demás si no lo fuera.
– Eres muy buena – observó él.
Resopló. Un comentario así no le cambiaba nada. Aunque no podía mentirse demasiado a sí misma; apenas lo escuchó, estuvo a punto de agradecerle, incluso atisbó a sonreírle. No, no voy a aceptar halagos, decir algo así debe ser una nimiedad para él.
Volvió a picar la pelota. Así repitieron el ejercicio unas veces más, en algunas con más chances para él, y en otras para ella. Al final, en todas marcó el gol.
– Que tal si atajo un poco, ¿te parece? – ofreció, guardando las manos en sus bolsillos. Su remerón y shorts deportivos no tenían un solo rasguño, ni una sola mancha.
– Si crees que puedes hacerlo – contestó la chica. Caminó de reversa hacia el medio de la cancha y esperó a que acomode en el arco.
– Con el tamaño que tiene este arco, cualquiera puede atajar.
Ese comentario no logró apaciguar su paso. Decidida, brincó en el aire y aventó la pelota contra el suelo, a la espera de que el ángulo que daría de rebote fuera impredecible y distrajera su atención. No obstante, él la logró atrapar.
– Te lo dije.
La chica chasqueó la lengua, con una mano apoyada en su cadera. Tan pronto el balón volvió a ella, aceleró. Una vez más, a pesar de apuntar hacia un ángulo calculado, el chico atajó.
La sonrisa de su rostro le provocó rabia.
– Soy mejor arquero de lo que creía, o tú…
– ¡Cállate! – le gritó, y en un parpadear de ojos llegó al área y apuntó con una fuerza descomunal.
Fue imposible de atajar. No solo fue rápida, sino que, de haberlo intentado, alguna de sus muñecas habría sufrido las consecuencias.
– Vamos, ¿qué esperas? – ella le llamó la atención.
Había estado un minuto, tal vez más, confundido.
Luego de practicar por media hora, tomaron un descanso para tomar agua. Sin pensarlo, ella vació lo que le quedaba de su botella de un trago.
– ¿Quieres?
Él estaba apenas sudado. En su cansancio se transparentaba algo de su persona tras esa vestimenta impoluta y despojada de rasgaduras.
– ¿Hace cuánto entrenas?
– Desde chico. Mi padre me enseñó.
Acomodó sus lentes por un extremo, mirando hacia un costado. Las gradas metálicas estaban pintadas del mismo color de sus prendas, al igual que las columnas de ese estadio.
– ¿Juegas en un equipo?
– Si – le confirmó, bebiendo agua. Se secó la boca con una mano y le volvió a ofrecer la botella. – Entreno y juego en los juveniles del equipo de Konoha todos los días. Algún día espero ascender al equipo principal y competir en los torneos más importantes.
– ¿Quieres jugar para el País del Fuego?
– Si es posible – se encogió de hombros. – Falta mucho para eso. ¿Y tú, en que equipo estás? Me imagino que no eres de aquí porque nunca antes te había visto.
Ella tomó su pelota y emprendió la marcha hacia la cancha.
– Veo que no te gusta mucho hablar…
No sé para qué me metí en esto. ¡Estoy practicando con uno que juega para el club más importante del país! Esta fue una muy mala idea.
– ¿A dónde vas? – le preguntó él.
La chica seguía sumergida en sus pensamientos. Seguro irá después con sus compañeros y se reirá de la situación. Si, tiene cara de ser uno de esos.
– ¡Ey! – la detuvo, apoyando una mano en su hombro. – Ahora nos toca jugar básquet – con su otro brazo, rodeaba un balón anaranjado más grande que el que habían usado para practicar hándbol.
Ella se cruzó de brazos. Descubrió su diferencia superior en altura y se le escapó una sonrisa burlona.
– ¿No eres demasiado bajito para jugar básquetbol?
– ¡No lo soy! – protestó él, frunciendo el entrecejo.
Soltó una risita, que en poco se convirtió en una risa sin filtro.
– No le veo la gracia.
– Yo sí – insistió, sonriendo.
Semi encorvado, golpeó la pelota contra el piso, manteniendo un eje y ritmo equilibrado, seguro bajo su mano. Entró a correr y, alcanzado varias veces por la chica, la regateó, evitando que le arrebate el balón. Al estudiarla, se encontró con que no solo era buena para llevar la delantera en el juego, sino también para generar oposición y presionar al jugador que poseía el balón.
Él tenía una ventaja, más allá de los conocimientos acumulados en el deporte, que le permitía paliar con su dificultad para maniobrar un buen dribling. Al final de cuentas, la altura si resultaba ser un extraño beneficio para él en el campo de juego.
El primer lanzamiento al aro fue perfecto, sin una sola duda de por medio y con un gran impulso como obrador. A pesar de las apariencias, el chico podía elevarse muy alto en el aire.
Después de varias veces llegando al punto clave para asestar, consiguió quitársela. Cuando lo hizo, se detuvo y la devolvió.
– ¿Qué haces? Si me la sacas tienes que intentar lanzarla.
– ¿Por qué?
– Porque así es el juego, ¿qué otra cosa pensabas hacer? – intrigado, cruzó sus brazos detrás de su nuca.
Ante la invitación, la pelinegra lanzó la pelota hacia el aro, pegando contra el caño del mismo y saliendo disparatada hacia un costado. Él sonrió de oreja a oreja.
– ¿Qué gracia le ves? – lo enfrentó ella.
Atemorizado por la reacción, dio un paso atrás.
– Por lo visto te falta práctica para esto – le indicó, y se fue a buscar el balón.
– ¡Tú! – gritó, interrumpida por el pelotazo que se le acercaba.
Se acomodó unos metros más atrás. Atisbó una, dos, tres veces, pero por mucho que se acercara, en ninguna pudo acertar.
Suspiró preocupada. Su semblante se había puesto mucho más rígido. Una mueca amarga dibujaba su boca al mirar caer el último balón. No es posible que no pueda hacer esto. Tengo que lograrlo, incluso aunque no se trate de handball, siento que esto será un logro que me acercará a mi sueño todavía más. Sin pensarlo, con la frente arrugada, apretó su puño con fuerza.
El chico miró su reloj y agarró la pelota.
– Toma – dijo al extender su mano para que la agarre.
De frente, acomodó sus brazos, de manera que quedaron en la posición correcta para el lanzamiento. Cuando ella amagó a tirarla, le hizo señas para que se detenga.
– ¡No, no!
Entonces, se ubicó detrás de ella y le tomó los brazos con sus manos por detrás, indicándole el modo en el que tenía que ajustarlos sobre el aire.
– Así.
Estaba tan cerca que le había dado un escalofrío. Tan pronto se acostumbró a ello, el chico la soltó. Ella respiró hondo para concentrarse, y arrojó el balón.
Boink, boink, boink. La pelota picó en el suelo tras haber descendido por el centro del aro.
– ¡Sí! – celebró, pegando un pequeño saltito.
Estaba tan contenta que no podía contenerlo. La esperanza que había perdido revivió con el doble de entusiasmo. Si podía lograr aquello que en un momento le pareció imposible, podía alcanzar lo que quisiera.
Él regresaba lentamente, abrazando la pelota por un brazo. Por fin se lo podía ver transpirando un poco. Aun así, sus prendas seguían intactas.
– Entonces, ¿ya te vas? – le preguntó ella.
Imprevisiblemente, cuando llegó a donde estaba, se inclinó tomando su rostro con gentileza y la besó.
Fue instantáneo, cálido y sentimental. No duró más de unos segundos.
Permaneció paralizada, embelesada, mareada. Enmudecido, él viró rápidamente a buscar sus pertenencias y sin haber girado en un solo momento, se fue.
Había un estadio repleto de gradas. Su suelo era un parqué de madera. Dos arcos medianos se oponían el uno al otro en los extremos del lugar, y tal vez había un par de aros de baloncesto. Nada de esto parecía estar allí.
Apretó los labios. Jamás había hecho eso. Era atípico que algo así la mantuviera estancada de pie en una cancha, aturdida.
Ni siquiera me dijo su nombre…

Chapter 2

Summary:

¡Buenas! Llegó la hora de actualizar. Espero no haberme sobrepasado con la longitud de este capítulo. También reitero (para evitar que me acribillen, jaja) que no habrán triángulos. Dicen por ahí que las apariencias engañan...
¡Amo leer sus comentarios y agradezco muchísimo su apoyo! Espero que les guste esta actualización ~

Chapter Text

Seis años después

            En un pasillo bullicioso, una muchacha de cabellos oscuros caminaba con una expresión relajada junto a su amiga, una chica colorada, de piel morena y ojos miel. La historia que le relataba a sobremanera no parecía interesarle demasiado, aunque eso no causaba que dejara de prestarle atención.

            – A todo esto, el director dijo que este año esperaban promocionar algunos de sus nuevos estudiantes al equipo oficial – mencionó, dándole un codazo. – Sarada, ¿qué pasa? Pensé que estarías más entusiasmada.

            – Lo estoy – contestó. Su tono no convencía a su amiga. – Eso no quita que debamos concentrarnos en los exámenes.

            – ¡Uff! – refunfuñó. – Recién comenzamos, además, ¿no se supone que tu sueño es unirte al equipo nacional de handball? Este es tu momento para demostrar todo lo que te esforzaste durante estos años, ¿no? – la alentó, apoyándose en el hombro de Sarada. – Mira que yo también quiero serlo y no tendré piedad como tu competidora – agregó, guiñándole el ojo.

            – No hay necesidad de que digas eso. Ambas podemos unirnos al equipo – le dijo y suspiró. Su amiga sonrió como respuesta.

            Entraron a un salón. Algunas caras conocidas las esperaban allí, y en cuanto las reconocieron, les hicieron señas. Una chica vestida con una campera verde alzaba la mano mientras su compañera sentada atrás las llamaba.

            – ¿Por qué tardaron tanto? – habló la chica de pelo corto. Tenía una vincha verde adornando su pelo.

            – Sarada me acompañó a hablar con Hanabi – explicó la colorada, acomodando su pelo con un ademán. – Wasabi, Namida, ¿ya sacaron fotocopia a los apuntes de esta materia?

          – Pensaste que lo olvidaría, Chocho – contestó y le entregó dos juegos de hojas abrochadas. – Por cierto, ¿cuándo piensan llenar los formularios para unirse al equipo?

            – Ya lo hicimos – avisó Sarada. Tocó el puente de sus lentes con un dedo y añadió: – Las inscripciones cierran mañana.

            – Así que vamos a ser solo nosotras cuatro – dijo la joven sentada detrás de Wasabi. Vestía un conjunto deportivo naranja y su peinado consistía en dos coletas altas. – Podríamos pedirle a Sumire que se anote… la voy a extrañar ahora que va a cursar otra carrera.

            – No te preocupes, tendremos materias en común. En kinesiología se estudia anatomía, así que la veremos en la clase de mañana. 

            – ¿Quieren ir a tomar algo hoy? – sugirió Wasabi. – Esta semana inauguraron un bar nuevo en la esquina.

            – Me uno si tienen buenos licuados – respondió Chocho. Volteó a ver a Sarada, quién ya se había sentado y había abierto un libro para leer. – Sarada, ¿vienes?

            – Lo siento, tengo que estudiar.

            Chocho interrumpió su lectura al apoyar su mano en el banco con fuerza.

            – ¿¡De qué estás hablando!? Te la pasas leyendo todo el rato. ¿Solo llevamos una semana de cursada y vienes a decir que “tienes que estudiar”?

            Para Sarada la facultad era su máxima prioridad. Bueno, en realidad, la segunda, ya que primero estaba su meta de alcanzar a jugar en el equipo más importante de su país. Igualmente, tener un excelente desempeño académico podría llegar a influenciar en las recomendaciones que harían para las competiciones.

            No obstante, el estudio no se reducía al material de las cátedras de su carrera; cuando regresaba a su casa, Sarada se sentaba por horas y horas a leer libros, ver documentales, analizar consejos y hasta mirar videos explicativos sobre como llevar adelante un equipo, las estrategias básicas de liderazgo y hasta métodos para motivar compañeros con bajo estado anímico.

            En su día a día no cabían distracciones, su tiempo libre consistía en esforzarse por aprender más, y eran tantas las horas que ocupaba haciéndolo, que hasta su madre, quién trabajaba incansablemente el día entero, se preocupaba por ella.

            “Sarada, deberías salir con tus nuevas amigas” le dijo ella la noche anterior. Después de tantos años emigrando de ciudad en ciudad, la familia Uchiha por fin se había establecido en Konohagakure. En el interín, Sarada había perdido casi todas sus amistades.

            La única persona con la que había compartido más de un par de años en su vida, y cuya amistad aun continuaba, era Sumire Kakei. Ambas se conocieron unos ocho años atrás en la academia y mantenían una muy buena relación. A pesar de ello, chicas como Chocho, Wasabi y Namida la habían recibido como una integrante más de su grupo. De lo poco que sabía de ellas, es que las conoció a los cuatro durante una estadía de no más de un par de meses que tuvo en Konoha.

            Por un momento, pensó que salir con ellas podía servirle de aprendizaje para relacionarse con quienes serían sus compañeras de equipo, pero, luego de recapacitar sobre la falta de genuinidad en ese acto, cayó en la cuenta de lo mucho que necesitaba socializar con otros.

            – Está bien, iré con ustedes – confirmó al cerrar su libro.

            Eso era un avance. Sarada sabía que, más allá de su más grande anhelo, había una vida allí que la esperaba a ser vivida. Durante un largo tiempo, sus únicas preocupaciones habían girado en torno a ese deseo, y a nada más que ello. Tal vez su madre tenía razón cuando decía que para motivarse en la vida había que hacer cosas inoportunas.

            – Mira quién vino – comentó Wasabi, guiñándole el ojo a Namida.

            Así lo vio entrar, con un aire tan relajado pero también tan sombrío. Silencioso, un tanto rígido, su rostro llamaba la atención de casi todo el salón. Kawaki ingresó con una mano en el bolsillo junto a Shikadai, que estaba a su lado, acompañado de Mitsuki y Inojin. A Sarada no le había tomado más que el primer día para aprenderse sus nombres, sobre todo porque ellos siempre estaban juntos. También había aprendido que se trataban de los miembros del equipo de baloncesto más fuerte de Konoha. 

            Kawaki estaba callado, como siempre. No parecía ser alguien tímido, pero no era demasiado elocuente. Parecía sereno, lejos de comportarse como un payaso, o de buscar llamar la atención. Eso le generaba curiosidad a Sarada. Había cosas de él que no se podían ver a simple vista, y es probable que tampoco lo pudieran ver sus propios amigos.

            – Mmm, es bastante apuesto – comentó Chocho. Todas las chicas observaban al grupo, pero Sarada solo tenía los ojos puestos en él.

            Alguien cerca de ellas chasqueó la lengua.

            – Deberían estar más preocupadas por empezar a practicar para el torneo – las regañó una chica cuyo cabello oscuro lo tenía atado por una coleta alta.

            – ¿Quién eres tú? – preguntó Wasabi, quién al inclinar la cabeza gestualizó molestia.

            – Tsubaki Kurogane – se presentó la otra muchacha, sin mover la vista de los apuntes que estaba subrayando. – Si las voy a tener de compañeras de equipo, espero que no sean así de molestas.

            El comentario causó quejas en ellas. Sarada resolló, imaginando lo que esperaba al finalizar las clases. Con la cabeza apoyada en su mano, contemplaba de soslayo a Kawaki, que se había sentado no tan lejos de ellas junto a Shikadai. Alguna vaga idea rondaba en su cabeza al hacer el intento de adivinar que podía haber en su mente. Lo mucho que sabía de él era poco. Su nombre solo, tal vez.

            Las impresiones de la primera semana no alcanzaban para hacerse un escenario de lo que la esperaba. Los exámenes del cuatrimestre eran su único objetivo de frente. Pensó, era mejor olvidarse de algo que no aportara a sus estudios, entre eso, la persona detrás de un rostro tan taciturno. A pesar de ello, frente a sus ojos, ninguno de sus comentarios y movimientos pasaban por alto.

            Shikadai estaba desparramado en su silla como si estuviera en su propia casa, despreocupado, aunque ciertamente malhumorado.

            – No era mentira que iba a faltar el primer mes de clases.

            – Te lo dije – advirtió a su izquierda el chico de tez blanca pálida. – Después le costará retomar el ritmo.

            Poco y nada, Kawaki casi que no tenía palabras para intercambiar. Al parecer, Mitsuki también era igual de callado, mas acompañaba la plática con su aspecto risueño.

            La clase se tornó engorrosa, densa, infinita. Sin reservas, su profesor, Kakashi Hatake, hacía comentarios sarcásticos acerca del ánimo de los alumnos. Ninguno prestó demasiada atención a sus explicaciones, como tampoco a sus bienintencionados intentos de provocarles risas.

            Con el curso dado por terminado minutos antes, las chicas marcharon hacia el café fuera del instituto. Poco a poco, Sarada se fue dispersando en la conversación, esforzándose por entender las travesuras que relataban. A menudo mencionaban a un tal Boruto, quién parecía ser el que más cantidad de pillerías se atribuía. Entre las anécdotas, la más llamativa fue la del vagón de tren en el primer día de la academia.

            Poco después, al llegar, en la entrada del bar había una chica entregando cupones. Sarada lo tomó y leyó: vale por una tarde de té.

            – ¡Escuchen! ¿Qué tal si tomamos té? Tienen una increíble variedad por lo que estoy viendo en el menú – sugirió entusiasmada cuando se sentaron.

            – Yo tal vez pida un batido – dijo Wasabi, señalando en la carta el dibujo de un batido de matcha.

            – ¿Qué hacen aquí? – preguntó una voz por detrás.

            Los chicos se aproximaron, parándose junto a la mesa. Inojin soltó su bloc de hojas frente a Chocho.

            – Estoy dibujando lo que me pediste.

            Su amiga se entusiasmó, y entró a charlar con él de forma animada. Sarada resopló al escuchar las quejas, impresionada por las habilidades artísticas del rubio. Casi todos allí tenían talentos más allá de su habilidad para el deporte. Mientras Inojin tenía afinidad con el arte, Shikadai participaba en torneos de ajedrez y Mitsuki en competiciones de juegos de cartas. No todos tenían pretendido dedicarse a ser jugadores profesionales; de hecho, unos cuantos habían decidido estudiar la licenciatura solo con el fin de extender sus estudios.

            De pronto, la puerta del bar fue abierta con intensidad por una muchacha que provocó que todos los concurrentes viraran a comprobar de quién se trataba. Sus cabellos azulados llegaban hasta la altura de su cadera, y unos bellos ojos oscuros examinaban el sitio. Caminaba con estilo, como si se tratara de una modelo de pasarela, demostrando en ello los encantos que dejaban boquiabiertos no solo a los varones, sino también a las mujeres.

            El chico del mostrador se desbordaba en gentileza al atenderla, procurando recibir una sonrisa como respuesta a sus ademanes coquetos; mas nada causaba una pizca de interés en ella. Sarada escuchó los comentarios, que sin reparo la veneraban como a una diosa.

            – Puede que sea antipática, pero es tan linda que le perdonaría cualquier cosa – sostuvo uno de los chicos que se acercaron a la mesa. Sarada lo reconoció como Iwabee Yuino, uno de sus compañeros de clase.   

            Sus amigas cotilleaban por lo bajo, señalando sus prendas de ropa. Vestía unos shorts cortos, negros con figuras de planetas y estrellas, y tenía puesta una remera holgada de blanco brillante. Allí, el único que parecía no prestarle el más mínimo de atención era Kawaki.

            – Vamos a pedir – dijo él, dirigiéndose a Mitsuki. El chico risueño asintió y lo siguió en silencio.

            Pasaron junto a ella sin hacer el más mínimo gesto. Al principio, la chica no tuvo reacción, pero tras unos segundos inclinó la cabeza para mirar a Kawaki de reojo.

            – ¿Quién es ella? – preguntó al fin Sarada.

            – Ada, la capitana del equipo de handball del instituto Kara – respondió Chocho, e hizo una mueca para suprimir sus ánimos airados. – Es una chica irrespetuosa y trata mal a todos los que son de nuestro instituto, así que no sé por qué la están mirando – esto último pareció ir dirigido a los demás.

            Otra capitana pensó Sarada. No podía negar que la belleza de la chica hacía poner en duda hasta su propia opinión de las mujeres, pero había algo en ella que la frustraba. Era su rival.

            Por supuesto, la intrigaba el hecho de que Kawaki la haya ignorado.

            – ¿Es algo de ese chico Kawaki? – Sarada soltó la pregunta finalizando casi en voz baja, casi arrepentida a mitad de camino.

            – ¿Mmm? – Chocho se sorprendió. Vaciló apoyando la cara sobre su mano y entrecerró sus ojos miel viendo por el rabillo del ojo a su amiga. – No, para nada. Jamás vi a Kawaki interesado en una chica.

            Sarada suprimió la sorpresa, y al término de unos cuantos minutos sin dar respuesta, se sobresaltó. Había olvidado su falta de discreción.

            – B–bueno… ¿qué vamos a pedir? – dirigiéndose a todas, suspiró aliviada al ver que ninguna había distinguido su ademán de incomodidad.

            De hecho, todos estaban observando a la persona que estaba tras ella.

            – Sarada Uchiha – la mencionó Ada. A la morocha la invadió un escalofrío por toda la espalda, crucificada por la voz de la otra chica. Ese tono desprendía tirria, hasta disgusto quizás. – Escuché que tú aspiras a ser capitana del equipo.

            ¿En qué momento…? Sarada maldijo para sus adentros.

            Ada se estiró sobre la mesa con elegancia para alcanzar el libro que Sarada había dejado a su costado. Al revisar la tapa infirió una mueca de rechazo que se transformó levemente en una sonrisa burlona.

            – Pobre de tu equipo si aceptan a una solterona comelibros – articuló, mirándola con desdeño. – Con esos lentes no durarás mucho en la cancha.

            Sin devolver el libro que tenía de título el nombre “Cumbres Borrascosas”, se retiró. Tras ella se esparcía en el aire el rico aroma de su perfume.

            Sarada tragó saliva. Sus ojos permanecieron clavados en la sucia superficie de madera. Sentía una rabia que anudaba su garganta y le hacía hervir la sangre. Varios pensamientos volátiles brotaron de su mente, pero no encontró el modo de hacerlos salir de su boca.

            – Te dije que es una engreída – reconoció Chocho, quién no se percataba del estado iracundo en el que se encontraba la morocha. – No le prestes importancia a lo que dice, a nadie le interesa su opinión, ¿no es así?

            Tardía reacción, pero el resto de las chicas sentadas allí concordaron con Chocho. Entrecruzaron comentarios para reafirmar lo que ella había dicho, y hasta la llenaron de cumplidos para calmar la tensa situación.

            Nada de lo dicho y entredicho detuvo la ola de juicios que surcaban su cabeza. Sarada apretó los puños, más decidida que antes, aunque sin ideas sobre qué hacer al respecto. Solo tenía ganas de irse de allí. Acomodó su campera y pidió permiso para salir.

            – ¿A dónde vas? – quiso saber Wasabi.

            – Me voy a estudiar, aquí pierdo tiempo.

            Durante su regreso a casa, discutía consigo misma acerca de lo que debería haber replicado en ese instante. Estaba furiosa, sobre todo porque le había quitado el libro. A pesar de que en un principio había conseguido recuperar la estima, pronto sus ánimos volvieron a decaer.

            Tiene razón. Me la paso leyendo esas historias cuando debería concentrarme en jugar mejor. Mañana entrenaré. Voy a demostrarle que soy capaz de ser la capitana y mucho más que eso. Así pasaba, prometiéndose tareas y maneras para practicar el deporte, o anotando mentalmente los nuevos libros que podía leer.

           Se dejó apoyar en una de las paredes de la garita del autobús, cruzando sus brazos y también las piernas. La noche estaba callada, ya oscurecida. Una brisa fresca le provocó un titiriteo que logró enfriar sus reflexiones.

            Allí rememoró a Kawaki. Debía admitir que su actitud frente a Ada atraía en ella ideas que no era capaz de delinear. Le había dejado una sensación indescriptible, de la que no se podía despojar fácilmente. Aunque no tuviera palabras para definirlo, dudas llegaron a ella mientras veía que se acercaba, por fin, el autobús.

            Parece que no le interesa cualquier chica. Esa conclusión ya era un tanto redundante. Resulta que no soy la única que jamás ha salido con nadie.

            Por un momento estuvo a punto de agregar a su lista de cosas que no hizo, entre esas, tener novio, el hecho de dar un beso, pero pronto un recuerdo borroso la visitó. Cierto. Había ocurrido allí mismo, en Konoha. Inconscientemente, acarició su labio inferior con su dedo índice. Absorta en aquella reminiscencia tórrida, cerró los ojos.

            Sacudió la cabeza y alzó la mano para pedirle al chofer que se detenga en aquella parada. Otra vez pensó en Kawaki. Así que nunca tuvo interés en alguna chica. Quién sabe, tal vez sea gay.

♦ ♦ ♦

            Al día siguiente la primer clase fue de anatomía. Sarada se alegraba al saber que se reencontraría con Sumire después de años. La energía positiva y gentileza de la pelivioleta solía animarla con facilidad. A pesar de su pasado oscuro, su amiga era por demás de una buena persona, alguien en quién podía confiar.

            No obstante, el resto de las chicas también, en tan solo pocos días, se habían convertido en personas que se ganaron su confianza. Al llegar, Chocho le sugirió de ir a la biblioteca para pedir prestado el mismo libro que Ada le quitó. Todas le regalaron sus cupones para tomar té y con entusiasmo le hablaron de lo ansiosas que estaban por comenzar el entrenamiento, mencionando que irían a pedirle a la entrenadora que pronto la elijan como capitana del equipo.

            – Qué importa lo que lees, con quien sales o lo que haces con tu vida – esta vez Chocho la sermoneaba. – Al final de cuentas eso no te convertirá en una mejor jugadora, lo sabes mejor que yo.

            Tenía razón. Ciertamente, Sarada se arrepentía de haberse maquinado tanto con lo que Ada le dijo. No se había dedicado durante mucho al deporte y al colegio como para preocuparse por ello.

            Tal vez, el hecho de no haber estado entrelazada en romances, era más bien un beneficio para su reputación. No necesitaba de eso. Los noviazgos eran conflictivos, muy a menudo problemáticos y no valía la pena mantenerse ocupada pensando en si le iban a contestar el mensaje, si a su pareja le gustaba otra persona, y demás caos que, creía, involucraban el estar enamorada.

            – Además, los chicos son una gran distracción – añadió Chocho. – Bueno, también lo son las chicas, si es que te gustan.

            – Sarada – enseguida la llamó una voz dulce. – ¿Cómo estás?

            La Uchiha estaba de espaldas, formando parte del círculo de plática con sus amigas. Cuando giró para verla, abrió los ojos de par en par y una enorme sonrisa se esbozó en su rostro. Sumire adoraba ver esa alegría ilustre de Sarada, mas notó que algo en ella estaba extraño.

            – ¿Que tal son tus profesores? – Sarada la llenaba de preguntas, sin darle respiro para responder.

            – Son muy buenos – Sumire apretó la carpeta que tenía en brazos contra su pecho y comprobó que la otras chicas la saludaban. – Tendremos algunos en común.

            – ¿Te vas a anotar para jugar con nosotras? – fue Namida la que se le dirigió.

            – No sé si tendré un horario disponible para handball… pero me anotaré.

            El profesor ingresó al salón. Era conocido como Konohamaru Sarutobi, popular por ser parte de una familia de reconocidos deportistas. Él era, justamente, entrenador del equipo masculino de balonmano del instituto, y al igual que Sarada, tenía la intención de llegar a competir para el equipo nacional.

            Poco después de presentar el programa de la materia, Konohamaru explicó que formarían grupos de tres para realizar trabajos prácticos durante el cuatrimestre. A cada uno le asignaba un número y les indicaba el primer tema que debían preparar.

            Primero llamó a Chocho, seguida de Shikadai e Inojin. Luego, Namida, Wasabi y Tsubaki fueron nombradas, y tras ellas, Iwabee, Denki, un chico de lentes que siempre llevaba consigo una computadora portátil, y Metal Lee, quién torpemente acomodó su asiento junto a sus compañeros.

            – Mitsuki, Sarada Uchiha y Boruto Uzumaki serán el equipo siete – informó.

            Sarada intentó ubicar a Mitsuki ni bien los mencionó, topándose con una leve sonrisa de confirmación a distancia de ella. Asumiendo que Boruto estaría sentado cerca de él como el resto de los varones, se transladó junto a su asiento.

            – Y quedarán Sumire Kakei y Kawaki como último grupo – finalizó el profesor, tomando nota.  

            De frente a la chica de ojos oscuros, se hallaba Mitsuki, examinándola con sus ojos miel, como una serpiente. Su apariencia era particular, mas él resultaba ser más agradable de lo que aparentaba.

          Rápidamente, Sarada comenzó a enumerar los horarios que tenía disponibles, advirtiendo las actividades y entrenamiento que harían extracurricularmente, así como teniendo en cuenta tiempos de descanso y posibles lugares para reunirse a estudiar. Mitsuki era una persona sencilla, abocado a cambiar su cronograma con ligereza, dispuesto y flexible. Para su suerte, él era el compañero de equipo ideal.

            Sin embargo, aun faltaba el otro integrante del grupo.

            – ¿Y Boruto… Uzumaki?

            Allí cayó en la cuenta. ¿Podría tratarse de un familiar del capitán Uzumaki? se entusiasmó internamente. Tenía la esperanza de seguir de cerca a la figura que la inspiró en primer lugar. Estar próxima a uno de sus familiares originaba en ella cierto orgullo.

            – Estará ausente el primer mes de clases – repuso Mitsuki luego de una pausa.

            Sarada alzó una ceja, anonadada. No podía creer que el posible familiar de alguien a quién admiraba un montón fuera un chico, para ella, tan irresponsable.

            ¿Quién es ese idiota? ¡¡Shannaroo!!

           

 

Chapter 3

Notes:

¡Buenas! Acá va el tercer capítulo... Créanme que estoy más impaciente que ustedes por seguir con lo que viene a continuación, ja. Muchas gracias por leer, adoro mucho sus comentarios y espero que sigan disfrutando la historia!

Chapter Text

            Pasado un mes, la concentración de Sarada había flanqueado de forma alarmante. Sentada, con las manos tirando de sus cabellos, apoyada en su escritorio, se cuestionaba en qué momento había perdido el control. Leía y releía, en su vigésimo intento, los apuntes de historia que debía estudiar para la lección del día siguiente, y luego de recorrer párrafos sin guardar una sola idea, gimió frustrada.

            Poco a poco, rendirse se convirtió en una idea tentadora. Ni siquiera había servido consultar la biografía de Naruto Uzumaki para motivarse, puesto que le había resultado imposible también de leerla. Culminaron por fin sus intentos, dejando caer sus brazos y cabeza sobre la mesa, exhausta.

            Estaba bloqueada.

            Algunas sospechas habían recaído en el pasar de los días, sobre que fue el encuentro con Ada lo que había perturbado su perfecto, icónico régimen. Ya no se atrevía a negar que sus palabras provocaron una fosa profunda en su terreno más fuerte, el estudio.

            Así fue como Sarada decidió cambiar su rumbo esa noche, y en lugar de permanecer en su habitación aguardando un milagro, se dirigió hacia el living comedor, donde su madre esperaba, sentada en el sillón y dando una impecable orquesta de bostezos, a su padre, quien llegaba, como todos los jueves, a altas horas de la noche. Aquellas eran las horas asignadas en las que Sasuke Uchiha entrenaba estudiantes de la universidad. El resto de la semana, practicaba baloncesto a la par del equipo oficial, junto a Naruto y otras célebres figuras como Rock Lee y Kiba Inuzuka.

            – Sarada – la invitó su madre, Sakura Uchiha, una mujer preciosa de corta melena rosada y ojos verdes, dando una palmadita a su costado. – ¿Te vas a dormir?

           La joven Uchiha se aproximó hacia ella sin emitir el más mínimo sonido, ni esbozar la más tímida sonrisa. Esto no pasó inadvertido ante la erudita vista maternal, y acto seguido, agregó:

            – ¿Qué ocurre?

            A corta distancia, recostada en el respaldar del sillón, su hija cruzó los brazos.

            – No puedo estudiar.

            – Oh – repuso Sakura, asombrada. – Tranquila, tómate un descanso. Ve a leer algo para dispersarte y continúa estudiando mañana.

            Sarada miraba al suelo, enfocada en sus pies delgados pero robustos, convencida de que no había para contemplar nada más interesante.

            – Mamá, ¿a qué edad tuviste tu primer novio?

            – ¿Eh? – esa duda la asaltó desprevenida.

            Al ver que su hija, cabizbaja, torcía el labio, se puso a recordar. Después de un minuto, contestó:

            – A los diecinueve años – con la respuesta, sus mejillas se ruborizaron sutilmente. – A esa edad tu papá y yo comenzamos a salir.

            – ¿En serio?

            Sakura asintió con una dulce sonrisa. Ante esa confirmación, Sarada relajó la tensión de sus hombros.

            – ¿Por qué la pregunta? – añadió Sakura, viendo la preocupación en el rostro de su hija. Rara vez Sarada se inquietaba por asuntos como tal. – ¿Te gusta alguien?

            Paralizada, con gotas de sudor develando su nerviosismo, la muchacha negó con ambos brazos.

            – ¡N–no! Solo tenía curiosidad.

            Sakura flexionó los labios hacia arriba e inclinó levemente su cabeza. Pensó en lo rápido que había crecido. Sarada ya era una adulta, recién había superado su adolescencia. Tarde o temprano iba a hablarle de amor, y aunque por lo pronto no creía que eso pudiera suceder, el hecho de que tuviera tales dudas le aseguraba que algún día conocería alguien que la iba a hacer feliz, que tendría una persona ante la cual haría los mismos gestos tiernos que los de ese momento.

            El día siguiente fue caótico para ella. Había dormido tan solo cuatro horas, bebido incontables litros de té energético, y leído todos los apuntes de la materia a las apuradas. Un nudo cerraba su garganta al contestar el examen. A sabiendas de lo mal que le había ido, Sarada evitó la conversación posterior a la prueba con sus amigas. Chocho parecía estar indignada por la dificultad, mientras que Tsubaki, al fin amiga de las chicas, hacía énfasis en lo fácil que fue.

            Ya no tenía muchas alternativas. Probablemente, tendría que hacer un recuperatorio y esforzarse para obtener una buena nota. El estrés la ahogaba, pero debía hacerlo un paso al costado porque esa tarde había algo más importante que la esperaba.

            Finalizadas las clases, Sarada fue a buscar a Mitsuki al sector donde estaban sus casilleros. El pasillo lindero, bullicioso, estaba repleto de estudiantes que iban y venían. Lo encontró guardando uno de sus libros y lo llamó haciendo señas.

            En ese tiempo, Mitsuki se había convertido en un gran amigo para ella. Además de ser sereno y muy sabio, era un gran confidente. Entre ellos había una agradable conexión, resultado de trabajar juntos por varios días. La sensación reconfortante era mutua y parecía inquebrantable, aunque Sarada sabía que pronto ese equilibrio flaquearía por el último miembro del grupo. Procuraba, no con grandes esperanzas, que el chico llamado Boruto Uzumaki hiciera honor a su apellido, y al impecable trabajo en equipo de su padre en el deporte.

            Allí mismo, en el fondo de la sala, un joven de mediana estatura descubría a la Uchiha. Recién había llegado a dejar sus pertenencias cuando observó que su amigo hablaba con una chica que le resultaba familiar.

            Junto a Mitsuki y Sarada pasaba una corriente de estudiantes, por lo que a Boruto se le dificultaba verla. No obstante, pudo distinguir sus lentes rojos, sus facciones angulares, sus preciosos ojos oscuros y su parca expresión. Él la recordaba con un temple menos aplacado, más bien enérgico.

            A pesar de poner en duda si se trataba de la misma persona que tenía en mente, no podía quitarle los ojos de encima.

            Cuando por fin se decidió por acercársele, Sarada ya se había marchado, y Mitsuki había girado para regresar hacia los casilleros. Al verlo, su amigo manifestó:

            – Llegas tarde – y después de que Boruto se encogiera de hombros, añadió: – ¿Por qué no viniste a rendir el examen?

            – Haré el recuperatorio – se excusó, llevando una mano atrás de la cabeza. – Solo vine a ver el primer partido de las chicas.

            En lo que quedaba de tiempo previo al partido, Mitsuki puso al día a Boruto sobre lo dictado en clases, las actividades que tenían pendientes y unas pocas novedades sobre sus amigos.

            Llegada la hora del partido, se acomodaron en el sector de las gradas, ubicadas en un primer piso, apoyándose en unas barandas. Atrás estaban ubicados los demás espectadores, entre esos estudiantes y familiares.     

            – ¿Que tal tu entrenamiento en Kirigakure? 

            – Estuvo bien. Kagura fue promocionado a capitán del equipo, así que tuvimos menos tiempo para practicar – explicó Boruto, quién observaba a los entrenadores ingresar al campo mientras descansaba la cabeza sobre su brazo derecho.

            – Me imagino que esta vez sí trajiste un souvenir para Hima – Mitsuki lo sugirió con cierta burla en su voz.

            La reacción de Boruto ante su comentario lo dijo todo.

            – Era por eso por lo que estaba enojada conmigo… – resolvió el rubio, refregándose la cara como signo de frustración.

            A través del espacio que había entre los dedos que le tapaban sus ojos, divisó varias siluetas vestidas con prendas correspondientes al equipo de Konoha entrando a la cancha. Una de ellas parecía instruir a sus compañeras con fuerte determinación.

            – ¿Esa no es la chica con la que hablabas hace un rato?

            Tras chequear acerca de quién hablaba su amigo, Mitsuki asintió emitiendo un ligero “mm”, a lo que Boruto agregó, rebuscando:

            – ¿Quién es? – visiblemente, su rostro se tensaba y sus labios se retraían al formular la pregunta, cosa que no pasó desapercibida ante la lúcida astucia de Mitsuki.

            – Pronto la conocerás.

            A consecuencia de esa pícara respuesta, Boruto resopló. Todavía no reunía evidencias suficientes para determinar si aquella era esa chica, y eso, para su disgusto, lo desconcertaba. Permanecieron callados hasta que escucharon el sonido del silbato anunciando el arranque del partido.

            Quién claramente dirigía la dinámica del equipo era Mirai Sarutobi, prima de su profesor Konohamaru, que era la actual capitana. Ella estaba en su último año y pronto competiría en ligas mayores, aunque mantenía su puesto como líder a la espera de encontrar a la reemplazante adecuada.

            Al término de unos minutos, Boruto notó lo mucho que destacaba la participación de Sarada, quien ejecutaba las jugadas y pases con excelencia. Ocupaba el puesto de pivote, jugador con un rol similar al de un centrocampista, con capacidad para adaptarse entre la defensa de los rivales y aprovechar los espacios que permitían adentrarse hacia el arco. Tsubaki y Wasabi jugaban a la delantera, Namida y Sumire formaban la defensa, Mirai acompañaba a Sarada y Chocho cuidaba la portería.

            Boruto percibió la destreza de Sarada en tan solo los primeros pases. A pesar de su personalidad calculadora, no se detenía ni un solo segundo en el juego y tomaba decisiones con seguridad. Lo único que lo mantuvo confundido fue la falta de entusiasmo a la hora de marcar goles.

            El equipo de Konoha se hizo con la victoria sin grandes dificultades, habiendo poseído la pelota la mayor parte del tiempo y definiendo con jugadas limpias y claras. Una vez terminado el juego, el grupo se reunió para hablar sobre el resultado con su entrenadora Hanabi Hyuga.

            – ¡Mira quién regresó! – señaló un muchacho a espaldas de Mitsuki y Boruto. – ¡El hijo del capitán Uzumaki!

            El joven Uzumaki, también mitad Hyuga, ignoró la mención de su nombre. Estaba absorto observando el comportamiento de Sarada, quién no mostraba las más mínimas intenciones de festejar, como si haber ganado hubiera sido una nimiedad.  

            – ¿Es cierto que estuvo ausente un mes? Pff, jamás será capitán del equipo de básquetbol… – dijo otra en contestación. – Já, por algo debe haber elegido ese deporte, es que no hay modo de que supere a su padre en el hándbol – entre risas, sus colegas concordaron.

            Boruto chasqueó la lengua. Llevaba puesta una campera deportiva negra cuyos brazos, hacia la altura de los bíceps, estaba atravesada por una franja magenta, y bajo la misma, vestía una musculosa blanca estirada. Irritado, metió las manos en los bolsillos y sin decir nada, se marchó.

           

            Las repercusiones del examen que tomó Sarada aquel viernes empeoraron su estado de ánimo. Cada tanto, las palabras de Ada resonaban en su cabeza, y con una sacudida trataba de ahuyentarlas, para más tarde volver a absorberlas. De esa manera, se la pasó el fin de semana evitando pasar el rato en su pieza, esquivando las preguntas con que su madre la abordaba y buscando consuelo al entrenar con su padre.

            Incluso él, Sasuke Uchiha, notó el cambio en el temperamento de su hija. Por lo general, Sarada salía a correr con él todos los domingos por la mañana, y era tal su entusiasmo, que se despertaba con dos horas de anticipación y le preparaba un ligero desayuno. Aquella vez se quedó dormida. En un principio, supuso que la facultad la agotó demasiado esa semana, pero al ver el modo en que eludía hablar acerca de sus compañeros, comenzó a sospechar que podía deberse a otra cosa hasta que, hablándolo con Sakura por la noche, descubrió lo que sucedía.

            Lo cierto era que Sarada no ponía oposición alguna a relacionarse con sus amigas. De hecho, aceptando a la fuerza su estado de caos emocional, ahora accedía a todas sus invitaciones, sin preocuparse por sus deberes.

            Llegó entonces el lunes, día en el cual Boruto tampoco concurrió a clases.

            A sabiendas de que Sarada estaba fuera de sí hacía unas semanas, y de que Boruto no había asistido a las lecciones, Mitsuki se planteó en hacerse cargo del trabajo que debían entregar al día siguiente. Sin embargo, acudió junto a ella a una clase de consulta con Konohamaru. Cuando entraron al salón, lo encontraron hablando con Moegi, otra de sus profesoras.

            – No sé por qué, pero tengo la idea de que están saliendo – comentaba haciendo ademanes con sus manos. – Me llama la atención que regresen todas las tardes juntos.

            – Puede ser – Moegi se llevaba un dedo hacia su perilla, pensativa.

            – ¡Oh! – finalmente Konohamaru se percató de su presencia. – Sarada, Mitsuki, adelante.

            La Uchiha se dispersó con la intriga hasta que Moegi irrumpió con otro recuerdo.

            – Espera, ahora que me acuerdo, hace unos días los vi hablando en el pasillo.

            Sarada, cuyos lentes resplandecían opacando su visión, alzó una ceja.

            – ¿De quiénes hablan? – por alguna razón, quería aclarar de que no estaban hablando de ellos.

            – Ah, lo siento – se disculpó Konohamaru, llevando una mano a su nuca. – Nos estábamos refiriendo a Kawaki y Sumire.

            ¿A quiénes?

            La respuesta no la inmutó a Sarada.

            – Mmm – zumbó entre los labios apretados de Mitsuki. – Es posible.

            – ¿Ves? Tengo esa idea desde hace unos días… En fin, ¿en qué puedo ayudarlos?

            Los pensamientos de Sarada la marearon. Que dos personas regresaran juntas a sus casas no quería decir que estuvieran teniendo citas. Además, si así fuera, Sumire ya se lo habría dicho. También estimó que esas reuniones se daban por necesidad de hacer sus trabajos en grupo, así como sucedía con ella y Mitsuki. Y no, para Sarada, Kawaki no era el tipo de chico que pudiera gustarle a su amiga. Más bien, tal vez había una mínima posibilidad, pero él aparentaba ser sumamente antipático.

            ¿No?

            Él era alguien huraño, poco sociable. Imaginaba que sus amigos, entre ellos Mitsuki, habían logrado romper con esa frialdad de su carácter después de muchos años. Ciertamente, Sumire lo conocía menos que los demás.

            Mas eso no era todo. Sarada estaba convencida casi al ciento porciento de que él y ella tenían cuantiosas similitudes, y una de esas era que no tenían interés por entablar una relación amorosa. Hasta ese momento, una de las razones por las que se sentía tranquila era por saber que no era la única.

            Resopló como si hubiera ganado una discusión con sus profesores y como si se estuviera burlando de lo ridícula que era su teoría.

            Antes de despedirse de Mitsuki, recordó que había olvidado su campera en los vestidores contiguos al estadio. Después de chequear la hora de su reloj, decidió que era mejor buscarlo mañana.

            No fue hasta que se acercó a pocos metros de la parada de colectivo, que su anterior convicción se derrumbó.

            Ahí estaban, Sumire y Kawaki. Ella había peinado su cabello violeta en dos largas trenzas que llegaban hasta por debajo de su cadera y sonreía con simpatía mientras miraba a un calmado Kawaki hablándole con las manos en los bolsillos.

            Solo eran ideas, se apresuró Sarada a creer. Por el contrario, si realmente fuera cierto lo que decía Konohamaru, tendrían que estar abrazados, o por lo menos ir caminando tomados de la mano.

            No obstante, el aura que ambos desprendían era demasiado sugestivo. Continuó caminando lentamente para no alcanzarles el paso, y los siguió por dos cuadras. Una vez que pararon en la siguiente parada de autobús, Kawaki deslizó su brazo detrás de los hombros de Sumire.        

            Era cierto. Absolutamente todo.

            Por fin brotaron los verdaderos sentimientos de Sarada, que sintió un confuso espasmo en todo su cuerpo. No tenía muy en claro que fue eso. Tal vez fue la bronca, o quizás la sorpresa, pero entró en pánico y regresó hacia la universidad.

            Era obvio, que más podía ser. Ya está. Todos estarán juntos y felices, y yo estaré sola… balbuceó internamente. No, no puedo decir eso, tengo a mamá y papá, tengo a mis amigas. Sin embargo, un hormigueo arañaba su pecho.

            No puedo estudiar, jugué mal el otro día, ¡y para colmo me preocupo por cosas como esta! Maldita sea…

            El subidón de adrenalina no se detuvo hasta que llegó al instituto. Al término de unos minutos, comprendió que debía despejar su mente y recapacitar. Debía dejarse de pensar en cosas tontas como esa. Estudiaría, entrenaría, estudiaría. Esas fueron sus metas desde pequeña. En ninguna estaba incluida preocuparse por temas como esos.

            Se dirigió a los vestuarios. Frente a su casillero estaba colgada una campera roja con el símbolo de los Uchiha grabado en la parte trasera. Dubitativa, se abrigó con ella.

             De algún modo, Sarada se había atribuido la burla de Ada como una realidad, como una especie de vaticinio acerca de su vida. Ya no podía separar una cosa de la otra. Se echaba la culpa de todo. Tenía bronca por estar tan bloqueada, por alterarse al ver a sus compañeros juntos.

            Estuvo a punto de irse cuando, proveniente del estadio, ya acercándose hacia la puerta, escuchó el golpeteo de la pelota en el piso de madera. Sintió el chiflido que hacía la zapatilla al hacer un movimiento, el balón rebotando, y pudo oír hasta el mismo aire fragmentándose en un instante, finalizado con un fuerte estruendo contra una canasta de básquet.

Chapter 4

Notes:

Buenas! Perdón si la narración se nota algo inconstante, no tuve mucho tiempo para editar y se me ha hecho difícil avanzar este capítulo, pero espero que lo disfruten! Muchas gracias por su apoyo ♥

Chapter Text

                Cuan familiar eran esos sonidos. Por inercia, se aproximó a la cancha a chequear quién era la persona que estaba entrenando.

            Allí estaba, un joven de cabellos rubios, que llevaba puesta una remera blanca de bordes negros, haciendo rebotar una pelota de baloncesto contra el suelo. Al principio no percibió la presencia de alguien más en el lugar, hasta que decidió ir a buscar la botella de agua que había dejado en un rincón.

            Una vez que hicieron contacto visual, muchos sentimientos rondaron en sus cabezas. Se convenció, finalmente, de que esa era la chica que él había conocido jugando al balonmano, mientras ella descubría por primera vez que ambos iban al mismo instituto.    

            – ¿Tú…? – él intentó iniciar la conversación, algo ansioso por preguntarle muchas cosas. Por la forma en que ella lo había mirado, pensó que lo había reconocido.

           Sin embargo, Sarada estaba helada, al punto de que sus labios parecían haberse sellado como un glaciar. Cuando recordó ese momento, ese exacto último y único beso que le había dado, su rostro se enrojeció. Rápidamente, se alejó del estadio y salió a correr por los pasillos para huir del instituto lo más pronto posible. Él, sorprendido por su reacción, no pudo siquiera atinar a moverse. Después de un minuto se lamentó no haberla seguido.

            Llegó por fin el día siguiente. Como consecuencia de lo visto anteriormente, Sarada había tenido una noche difícil y un sueño inconciliable. Esa mañana estaba tan cansada, que solo a rastras consiguió mover su banco junto al de Mitsuki. Relajó su cuerpo apoyándose en el respaldar de la incómoda silla de su pupitre y suspiró.

            Apenas abrió sus ojos, se topó con otros ojos celestes que la miraban fijamente.

            Ambos se sobresaltaron. El chico que estaba frente a ella, estupefacto, era el mismísimo Boruto Uzumaki, aquel indisciplinado, ausente, irresponsable compañero de equipo que ella había anticipado, le iba a causar serios dolores de cabeza, muchos más de los que ya tenía.

            – ¿Se conocen? – quiso saber, bien oportuno, Mitsuki.

            Aun tenían los ojos clavados el uno en el otro, entre perdidos en la nada e intentado decirse algo, hasta que Boruto se corrió, rogando no haberse ruborizado.

            – No – se adelantó Sarada. – Así que tú eres Boruto – señaló, poco a poco creciendo en ella signos de molestia.

            – Y tú debes ser Sarada – dijo por lo bajo.

            – ¿Se puede saber por qué faltaste un mes a clases? – dicha pregunta era más bien una gruñona interrogación. – Mitsuki y yo tuvimos que trabajar más de la cuenta porque te tomaste vacaciones.

            – Tenía cosas que hacer – se excusó Boruto, sin voluntad de elaborar más.

            – ¿Qué cosas? – objetó rápidamente Sarada, que olfateó un curioso aroma que provenía de él. – ¿Ponerte perfume de mujer, quizás?

            Mitsuki abrió los ojos como platos, dirigiéndose hacia un alarmado Boruto que balbuceaba erráticamente sus explicaciones.

            – … y ella lo dejó en mi mesa, y como estaba apurado no me fijé que era su desodorante, ¡es en serio! – juraba el chico con gotas de sudor cayendo por sus mejillas como cataratas.

            – Nada de tonterías, ahora deberás trabajar horas extra para compensar tu ausencia. Mitsuki y yo tenemos que prepararnos para los demás exámenes que están por venir – Sarada había encontrado el castigo perfecto. Una sonrisa estuvo a punto de escapársele como impulso perverso, y que logró reprimir no sin antes ser advertida por aquel detestable nuevo compañero.

            – ¡Yo también tengo que rendir exámenes, sabes! ¡Más que ustedes!

            Buscó complicidad, o más bien piedad en su mejor amigo, pero este simplemente se limitó a encogerse de hombros con la expresión más neutral jamás vista.

            – Necesito estas dos semanas para recuperar los parciales a los que falté. Por favor, ¡haré lo que sea!

            – ¿Lo que sea? – en su pregunta se deslizaba un tono propio de una villana.

            Terminada la clase, Sarada había planificado una venganza prometedora, carente de fallas, que causó nuevos berrinches de parte de Boruto. Por los pasillos de la planta baja, Mitsuki caminaba delante de ellos, entretenido por la conversación que se daba a sus espaldas.

            – ¡Estás loca! ¡Ni loco haré eso!

            – Entonces no hay trato – objetó ella, sobrecargando la pila de libros que Boruto llevaba en sus brazos. – Resume esto antes del fin de semana y envíanos una copia del borrador para que revisemos el trabajo.

            – N–no, ¡Sarada!

            – ¡Boruto!

            De brazos cruzados, tuvieron una discusión muda uno frente al otro, pensando cuál era la mejor estrategia para hacerse con la victoria. Súbita malicia se dibujó como una casi imperceptible sonrisita en la cara de la morocha cuando recordó un detalle de la primera vez en que se conocieron.

            – ¿Todavía juegas baloncesto?

            – Si, ¿por qué? – inquirió Boruto, desconfiado, alzando una ceja. Guardó las manos en sus bolsillos y levantó su mentón ligeramente, cuestionándola con una mueca rígida en su boca. – Además de estudiar tengo que entrenar, si es que preguntas por eso.

            Una inesperada risa burlona lo recibió del otro lado. Sarada se acomodó los lentes por las patillas con su dedo índice, inclinando la cabeza a un costado.

            – Sigues siendo bajito para el deporte.

            Boruto memorizó esa sonrisa sincera; aunque fuera socarrona, era la primera que le había visto desde que regresó. Siempre estaba seria, con los hombros tiesos y reservados, la frente arrugada, y con ojos opacados por váyase a saber qué problema.

            A consecuencia de su observación, se dio cuenta de que le pasaba un par de centímetros de altura. Entonces, se aproximó hasta que fue capaz de forzarla a que alce la mirada. Ella se inquietó, retrocediendo un paso involuntario.

            – Soy lo suficientemente alto para lanzar al aro, ¿y tú?

            Tragó saliva, preparada para aumentar la apuesta de las burlas, pero la repentina sonrisa de Boruto la detuvo.

            – Podríamos decidirlo en la cancha, ¿quieres? – le propuso, devolviéndole los libros que tenía encima.

            – No tengo tiempo para estos juegos – lo rechazó y se dio la vuelta. – Te veo mañana, Mitsuki – dijo al pasar por al lado del joven que los apreciaba con curiosidad.

            Mitsuki se acercó a Boruto y agarró un libro. El Uzumaki se había quedado viendo como se marchaba la Uchiha, casi echando humo por las orejas del enfado.

            – Repartamos la tarea entre los dos, no le digas a Sarada – le advirtió, volviéndose a espiarla por el rabillo del ojo. El otro chico lo sorprendió quitándole el libro de prepo.

            – No, lo haré yo. Si tú me ayudas se dará cuenta, ella no es ninguna tonta – dedujo en un gruñido. Soltó su mochila a fin de guardar los apuntes y emprendió la marcha hacia la salida con lentitud.

            – ¿Estás seguro?

            – Sí. Prefiero hacer lo que pide y no involucrarme en sus problemas.

             Menos mal que Mitsuki no le creyó lo más mínimo sus palabras, porque pronto el Uzumaki siguió el rastro de lo que la chica hacía como rutina.

            Cuando estaban tomando lección, Sarada metódicamente anotaba todo lo que decía el profesor. Ella acomodaba el celular al principio para grabar todas las explicaciones, y una vez terminada, le pedía a su compañera más cercana sus apuntes, completando así hasta el más mínimo detalle que se le escapaba. Durante los recreos, a pesar de las insistencias de sus amigas, se quedaba a subrayar con diversos resaltadores de colores esas mismas anotaciones, y más tarde revisaba el material relativo a la cátedra para complementar su estudio.

            Acabada la cursada, la Uchiha almorzaba con Chocho y el resto del equipo de handball a las apuradas. Se retiraba antes que las demás, aprovechando esos quince minutos extra para consultar la biblioteca. Luego les hacía consultas a los profesores y pasada poco más de una hora, se iba a entrenar.

            Aquellos días vistió vaqueros azules y remeras holgadas, la mayoría rojas, salvo una bonita blusa rosa que se puso el viernes. Había llegado con una energía diferente, probablemente debida al recuperatorio que debía tomar, o al partido de la tarde.

            Por las ojeras marcadas que tenía Sarada, Boruto pudo deducir que había dormido poco. O peor, porque tan pronto consiguió verla de frente, se encontró con que sus ojos tenían las escleras enrojecidas, lo que significaba que en realidad había pasado de largo y estaba despierta desde ayer. En apariencia, no se denotaba ese cansancio propio de la falta de sueño.

            Desde el comienzo de las clases, Sarada solamente había bebido café. Boruto contó en total cinco latas de café macchiato frío, que no fueron más porque se habían agotado en todas las máquinas expendedoras.

            Al regreso de la biblioteca se topó con ella en las escaleras. Estaba sentada con un bentō a sus costados y un cuadernillo apoyado en sus piernas, repasando en silencio. Casi que no había tocado su comida, la cual estaba ordenada y cocinada de tal forma que era notable el afecto expresado en su preparación.

            – Oye, ¿no deberías almorzar?

            Volteó y elevó su cabeza para ver a Boruto, que tenía la campera colgada sobre su hombro izquierdo y que con su otra mano sostenía un refresco embotellado.

            – Ya lo hice – dijo secamente, retornando a la lectura. – No molestes.

            – Deberías comer más porque vas a necesitar esa energía para el examen.

            – ¿Esto te divierte? ¡Te dije que no molestes!

            – ¿Por qué estás tan agresiva? Sólo te daba un consejo.

            – ¡No necesito tus consejos! – le gritó. Enfurecida, guardó precipitadamente su almuerzo, acomodó los cuadernillos bajo uno de sus brazos y se fue dando zancadas.

            Boruto suspiró. Él también tenía que rendir el mismo examen. No quería ocupar el tiempo que le quedaba preocupándose por algo que no le incumbía. Ella misma se lo dijo. Sin embargo, el hecho de que se lo remarcara causaba el efecto contrario.

            El salón estaba vacío, colmado de un aire áspero y mudo. Al término de unos minutos, Sarada apareció en la entrada. Hallarlo estudiando la dejó congelada. Dubitativa, amagó con regresar, pero luego de considerar las pocas alternativas que tenía para estudiar en paz, decidió quedarse.

            Se sentó en la punta más alejada del rubio, lo que a él le generó tanta gracia que no supo cómo disimularla. Sarada le lanzó una mirada asesina, acompañada de un gesto recargado de furia. Nada de esto desinhibió los ánimos que tenía Boruto de enseñarle una brillante sonrisa.

            Pese a las ariscas iniciativas, Sarada no se sentía bien como para discutir con él, ni con nadie. Le faltaba una hora para rendir y estaba segura de que era mejor resignarse a que seguir intentándolo. Debía admitir que no pasaría la prueba, otra vez. Su coraje ya se había quebrado; continuaba aún su bloqueo emocional a la hora de estudiar, de practicar, de leer.

            De quedar perdida apuntando a un punto blanco, en el limbo, pasó a casi caerse de la silla cuando Boruto se sentó precipitadamente delante de ella.

            – ¿Estás enojada conmigo?   

            Arisca, pensó en gritarle, incluso imaginó qué satisfacción sentiría al lanzarle el almuerzo por la cabeza, pero tras un minuto vacilando, contestó:

            – No.

            Él sabía que le decía la verdad. No estaba enojada con él, sino más bien, con ella misma. Una urgencia extraña brotó de la voz de Boruto, que replicó:

            – ¿Estás enojada por lo del beso?

            De repente, a Sarada le dio un vuelco el corazón. Su jugada directa la había tomado descuidada. Intentó taparse la cara para ocultar el rubor de sus mejillas, en vano.

            – Si estás enojada, te…

            – ¡Cierra la boca!

            Boruto obedeció. Sus actitudes eran singulares, aceptó Sarada a regañadientes. Llevaba rato conflictuada por el recuerdo de lo que sucedió aquella tarde revoltosa, y cada vez que él se le dirigía, no podía evitar rememorar ciertas cosas.

            Pero, de veras, ese chico era obstinado. Esta vez, accedió a la atención de Sarada de manera más sutil:

            – ¿Me ayudas con esto? No logro entender este tema, el de los juegos olímpicos, me enredo cada vez que creo haberlo aprendido.

            Si era solo parte de una actuación, Sarada reconocía que aquella expresión con que Boruto la miró fue lo suficientemente buena para persuadirla. Tal vez era difícil resistirse a una persona tan inocente, si bien estaba segura de que se convertiría en un ser mucho más irritante si lo seguía ignorando.

            – Está bien.

            En el transcurso de la hora que les quedaba, Sarada se dedicó a explicarle todo lo que había malinterpretado del material de estudio, y resolvió cada una de las dudas que fueron surgiendo en el medio.

            Lo malo como consecuencia de tomarse el trabajo de profesora, fue que llegada la hora de tomar el examen, tenía un suave y silencioso dolor de cabeza. Fruto del escaso almuerzo, estaba también levemente mareada. Contestó todas las preguntas con cierta desconfianza, aunque más segura de sí misma. Haber usado su última hora para ayudar a Boruto le había servido para fijar conceptos que de otro modo no los habría recordado.

            – Lo siento, Sarada – se disculpó la profesora Moegi. – Tienes la opción de recuperar este parcial a fin de cuatrimestre o recursar la materia.

            – Gracias – dijo la Uchiha con voz fingidamente pacífica antes de retirarse del aula.

            Boruto, a quién se le notaba el buen resultado en el rostro, no tardó en acercarse a Sarada para hablar con ella. Sin siquiera molestarse por él, lo ignoró, y se apuró hacia los vestuarios donde la estaba esperando su equipo.

            Se había prometido no ofuscarse en el fracaso de ese examen. Si se ponía a pensar en ello, no jugaría con energía esa tarde y el partido que la esperaba era uno muy importante.

             Por fin tendría la oportunidad de volver a la cancha y jugar para su equipo, de darlo todo por trabajar juntas y ganar. Estaba convencida de que ese sería el día en que remontaría su motivación, porque en los partidos, la adrenalina que corría por sus venas, la concentración y el dinamismo al dar pases, causaba en ella algo difícil de describir, pero que bien sabía que elevaba su espíritu hacia el esplendor.

            Ninguna de sus compañeras, lamentablemente, notaba el inestable estado físico de Sarada, que luego de cinco minutos corriendo, empezó a sentir debilidad al trotar. También sentía un retorcido mareo al mirar de un lado al otro. Entre idas y venidas, ya no comprendía muy bien lo que estaba haciendo en su lugar. Jugaba incoherente, moviéndose junto al resto solo por instinto, cuando su rol se trataba exactamente de generar jugadas nuevas y creativas, de improvisar.

            Justo en el preciso instante que intentó esquivar a una defensora del equipo contrario, se dio cuenta de lo que le pasaba. Pero ya era tarde. El no haber comido lo suficiente al mediodía, poco en el desayuno, y trasnochar, causó eso. Al doblar hacia su derecha para buscar otro camino, sus piernas se mezclaron en confusión y cayó al suelo bruscamente.

            Chilló. Se había golpeado la nariz, mas ese no era el peor golpe que tenía. Su pie izquierdo le ardía mucho, muchísimo. Entre lágrimas de dolor lo sujetó, cayendo en la cuenta de lo que le estaba pasando.

            Todo le salía mal. Todo, absolutamente todo.

Chapter 5

Notes:

Se preguntarán por qué cambié el título del fanfic, y es que la verdad nunca me gustó demasiado. El día que decidí escribirlo, casualmente en la lista de música que estaba escuchando había una que tenía ese título y dije "ya fue, le pondré así por ahora".
Estoy bastante indecisa sobre como seguir los próximos capítulos, ¡pero creo que este les va a gustar! Por cierto, de verdad, ¡muchas gracias por leerme! Sus comentarios me encantan y animan a seguir escribiendo

Chapter Text

                Sobre una camilla cubierta por una sábana pulcra, de patas desequilibradas, Sarada esperaba a su madre. Ya le habían hecho los estudios necesarios para comprobar que su lesión solo se trataba de un esguince. El pronóstico más optimista le prometía que en un mes y medio ya estaría en forma para volver a jugar.

            Claro, ninguna de las justificaciones de Sakura la convencía para no acelerar su rehabilitación. Lo último que quería escuchar era que iba a demorar más en regresar a jugar.

            No existía nada peor para ella que ese panorama. Se negaba a aceptar que debía permanecer más de una semana sin jugar. Tan pronto recobró la tranquilidad, se puso a pensar en alternativas para seguir entrenando. Entre ellas, tenía pensado practicar puntería al arco, aunque tuviera que hacerlo sentada.

            Según el resultado de los análisis, Sarada debía usar una bota ortopédica, diseñada especialmente para lesiones del pie. Para ayudarse a caminar, utilizaría un par de muletas y evitaría usar las escaleras. En el peor de los casos, empezaría los ejercicios de rehabilitación pasado un mes.

            Con muletas sostenidas a ambos lados, la mente en frío y un notable ánimo decaído, Sarada entró al salón el lunes siguiente. Todos sus compañeros se acercaron a ella, brindándole atención y apoyo emocional, salvo una sola persona.

            Lo cierto era que Boruto quería hablar con ella a solas, y sabía que las atenciones de sus amigas eran una prioridad. Sin embargo, el juicio de Mitsuki lo acechó durante toda la jornada.

            – ¿Por qué la estás evitando? – se le acercó por fin a la salida. – Debe esperar que tú también le hables.

            – No la estoy evitando – negó Boruto con fervosidad ante la expectante mirada de serpiente. – Aún no es el momento.

            – ¿Y cuándo lo va a ser?

            – Mañana.

            Boruto cumplió con su palabra. Al día siguiente se acercó a Sarada en el receso. Ella estaba sentada en su pupitre, encargándole la compra de un refresco. Una vez que su amiga se fue, Boruto la encaró.

            – ¿Cómo estás?

            Desde que se conocieron, o más bien, reencontraron, Sarada intentaba repeler cualquier intento de acercamiento de Boruto. A sabiendas de esa actitud, el Uzumaki había llegado a ella para impresionarla. Soltó varios libros en su banco y la miró fijo.

            – Ya terminé el trabajo. No recibí ninguna respuesta de tu parte.

            – No tuve tiempo – se excusó ella, escrutando la pila de apuntes que le habían dejado frente a ella. Sería imposible cargar con todos ellos hasta la biblioteca. – Tendrás que devolverlos tú.

            – Están a tu nombre.

            – Puedes devolverlos igual si te doy mi carnet – le explicó ella y empezó a revolver en su mochila. Luego de un minuto, sacó de ella el comprobante que tenía como socia.

            – Bien – aceptó Boruto, casi a regañadientes. Estuvo a punto de volverse, pero la necesidad que le surgía espontáneamente lo detuvo.

            Él se podía imaginar lo que Sarada sentía en esos momentos. Su voz no tenía el mismo timbre que la semana anterior, ni tampoco sonaba como en el día en que jugó su primer partido. Y también estaba muy lejos de ser lo que él recordaba de aquella vez.       Por razones faltas de explicación, tenía ganas de ayudarla, de darle consejos, de asistirla como fuera posible. Había experimentado derrotas en el pasado, y tenía la creencia de que había que ayudar a todo el que necesitara. Así de abnegado podía ser.

            – ¿Que más quieres que haga por ti?           

            – ¿Tú? ¿En serio, tú me estás preguntando eso?

            – Si, yo – afirmó, parándose de frente a su pupitre. – Hice todo lo que me pediste.

            – ¿Todo…? – ahí fue cuando Sarada se percató del fuerte aroma a perfume de mujer que había. – ¿Eso que huelo es…?

            Boruto se encogió de hombros y le sonrió de oreja a oreja.

            – ¿Te convencí?

            – Tch.

            Sarada quería reír, pero le lanzó la mirada más cruda posible.

            – Ah, cierto – ahora Boruto tenía una sonrisa taimada. – Me debes algo.

            – No te debo nada, aun nos debes unos cuántos trabajos.

            – Pero lo del perfume no estaba en el trato.

            – ¡Yo no te dije que lo hagas! ¡No hay ningún trato!

            – Bueno – le contestó secamente. Se retiró haciendo el mejor acto fingido de molestia y decepción. – Te iba a ofrecer algo a cambio de tu ayuda, pero si lo dices…

            – ¿Qué me ibas a ofrecer?

            – No sé, lo que tú quieras. Sólo pídelo.

            Boruto pensó en una lista de cuantiosas cosas probablemente desearía. Estaba dispuesto hasta pagarle dinero para que le ayude a estudiar. Esa hora del viernes que usaron para repasar la materia le funcionó tan pero tan bien que se había sacado una nota sobresaliente. Aunque en realidad él la quería ayudar sin busca de un favor a cambio, creía que la mejor forma de abrirse paso y convertirse en buenos compañeros sería intercambiando favores.

            – Quiero hablar con tu padre.

            – ¿Mi padre?

            Inesperado. También fue inesperada la manera en la que a ella se le iluminó la cara al mencionarlo.   

            – Sí, quiero hablar personalmente con tu padre, Naruto Uzumaki. Mitsuki dijo que él era tu papá, ¿no es así?

            – ¿Por qué querrías hablar con él? No tiene nada de interesante.

            – ¿¡Nada!? – la emoción en Sarada incrementaba en cada palabra. – ¿Cómo que nada? ¡Es el mejor jugador de handball del momento! ¡Y además es capitán del mejor equipo de la historia!

            – No le veo lo grandioso. Me parece mejor Sasuke… ¡Espera!

            Boruto cayó en la cuenta de la persona que estaba hablando. Sasuke Uchiha era el mejor jugador de básquetbol que había visto jamás, una leyenda tan solo de nombre. Por muchos años lo había admirado, por tanto tiempo había querido verlo en persona, y hasta ese momento había pasado un detalle por alto.

            – ¿Lo conoces?

            – Es mi padre.

            – ¿¡De veras!? – se acercó más hacia ella, exaltado. Sarada marcó distancia alejándolo con su mano. – ¡Si me dejas conocerlo, te presentaré a mi papá!

            – ¿Eres tonto? Me dijiste que me darías algo a cambio de mi ayuda. Si te lo presento, me tendrás que ofrecer otra cosa más.          

            – Ah, es verdad – lamentó llevándose una mano a la cara. – Está bien, hablaré con él para que lo conozcas si me dejas estudiar contigo.

            – ¿Estudiar conmigo? ¡Jamás!

            – ¡Pero…!

            – ¡Definitivamente no!

            Sarada no se lo podía creer, pero terminó en la biblioteca sentada en la misma mesa que Boruto. A pesar de sus incontables negaciones, el chico la logró convencer al jurarle que se pondría ese perfume hasta que ella se recuperara de la lesión. Como dos locos atados a una apuesta carente de sentido, se pusieron a estudiar para los próximos exámenes. 

            Sería muy irritante tener que explicarle todo lo dado en ese mes que faltó, pero la recompensa de conocer a Naruto y poder preguntarle sobre su experiencia era tan tentadora que le enseñaba a Boruto con los ánimos por fin renovados. Quizás, Naruto sabría que decirle para hacer que sus pies volvieran a tierra y enfocarse nuevamente en aprobar todas las materias y convertirse en capitana del equipo. Tenía un enorme obstáculo en el medio, sin dudas, pero estaba segura de que ya no habría más nada que pudiera desmotivarla.

            Después de un largo rato, Boruto comenzó a aburrirse. Había simulado leer con curiosidad esos apuntes aburridos por mucho, y ya se había cansado de sostener tal farsa frente a ella. La miró de soslayo y descubrió uno a uno detalles de su perfil, como sus cejas pronunciadas, sus mejillas ligeramente curvadas, sus pequeñas orejas, el fino y rojizo marco de sus lentes, y lo que le cautivó súbitamente, sus largas pestañas y ojos negros rebalsados de brillo, que no podía negar, le parecían preciosos.

            Apartó la vista a la fuerza, a sabiendas de que Sarada lo regañaría, asustado por lo mucho que disfrutaba ver sus facciones. Se enfocó en su hoja, inventando un resumen a medida que rayaba las oraciones con su lápiz, hasta que por fin encontró el ritmo de estudio.

            Al haber pasado unos minutos, Sarada espió de reojo lo que estaba haciendo Boruto, sorprendida por su habilidad para resumir tan rápido y conciso el texto que estaban leyendo. Inadvertida, pasó a contemplar aquellos ojos más azules que los de Naruto Uzumaki, su modelo a seguir. Observó sus labios apretados y tensos, la sutileza con la que caían sus mechones de pelo y su nariz respingada hacia arriba, la más bella que había visto en su vida.

            Cuando se percató de lo mucho que le gustaba aprovechar de esa vista, corrió la cara abruptamente. Abrumada, se le habían ido las ganas de estudiar, por lo que cerró su libro y se separó de la mesa tirando la silla hacia atrás.

            – Creo que es hora de irme.

            – ¿Por qué? Aún no terminamos.

            – Lo siento, pero será mejor que el resto lo dejemos para otro momento. Te enviaré un correo con mis apuntes.

            Confundido, la vio marcharse arrastrándose con dificultad usando las muletas.

♦ ♦ ♦

                Pese a que no estaba habilitada para entrenar, Sarada atendió todas las prácticas de su equipo. En su reemplazo jugaba Sumire, que había adaptado otro rol distinto al suyo para jugar.

            El equipo jugaba bien, tenía buen ritmo y coordinación. A pesar de la falta de una jugadora como ella, habían sido capaces de demostrar su espléndida sintonía. Sarada se alegraba de que lograran trabajar así, empero, se le escapa un sentimiento de agonía, un hilo de preocupación. Si no se recuperaba jamás, sabía que podrían jugar sin ella.

            Allí residieron ideas que la carcomían, que la perseguían como una pesadilla repetida que todas las noches rogaba no ver nunca más. Su meta más grande era convertirse en capitana, en ser líder, en ser una persona cuya falta haría que a un equipo le costara recobrar su fuerza.

            El hecho de que haya fallado por ser irresponsable y haya terminado en ese estado, lesionada, la recargaba con mayor culpa. Se asignaba ese pesar como un millar de pisoteadas en su espalda, derrumbando su autoestima. No había sido suficiente el ser humillada por la jugadora de Kara, clásico rival de Konoha.

            Las emociones negativas la habían hasta mareado, pero necesitaba volver pronto.

            Boruto se la cruzó al ingresar al estadio, preguntándose hacia donde iba, y por qué tenía una expresión en la que parecía que pronto iría a llorar.   

            – ¿Sarada?

            – ¡¡Déjame sola!! – masculló ella, violentamente avanzando por uno de los pasadizos laterales.

            – ¡Sarada ten cuidado! ¡Te vas a caer así!

            – ¡¡Aléjate!!

            Estaba severamente angustiada. El corazón le latía fuerte, la cansaba esa vorágine de sentimientos malos. Ni siquiera tuvo remordimiento alguno por haberlo echado a Boruto a los gritos. Se apoyó en un rincón, casi en completa oscuridad, al borde del llanto. Si lo hacía ahí en ese momento, nadie la vería.

            – ¿Qué haces aquí? – la interrumpió, desgraciadamente, Boruto.

            – No te importa.

            – Si me importa.

            No podía contestarle. Ese nudo en la garganta le apretaba tan fuerte que si lo soltaba, no podría parar de llorar. Necesitaba liberarse de esa bronca, quería evitarla a toda costa.

            – Te veo triste. Bueno, siempre lo estás, pero ahora, peor que nunca.

            – ¿Y?

            – No te quiero ver triste.

            Un débil calor se agitó en su pecho al escuchar esas palabras, pero la terca, resignada Sarada, decidió reprimir esa corazonada aullándole poco modestas palabras.

            – ¿Y que quieres que haga?

            – Cuéntame lo que te pasa. Yo podría ayudarte…

            – ¿Tú? – ella resopló. – ¿En qué piensas ayudarme? Si no sirves para nada.

            – Gracias por los halagos – dijo con ironía, ahora enfadado. – Bien, no sirvo para nada.

            – ¡Sí! ¿Quién te crees que eres para venir a decirme estas cosas? Todo lo que has hecho hasta ahora no me aportó en nada. ¡Y ahora vienes y me reprochas que estoy triste! ¡Pues lo estoy!

            – Vamos, ¿qué sucede?

            Se cruzó de brazos. De ningún modo le confesaría la verdad. No iba a contarle como la habían hecho sentir las palabras de Ada, y como eso desencadenó una increíble inseguridad en su persona. Pensaría que era ridículo, que no tenía sentido.

            – ¿Quieres algo? No te pediré nada a cambio.

            Puso las manos en sus bolsillos y le sonrió.

            – Adelante, pídeme lo que quieras.

            Sarada chasqueó la lengua, mirando de costado. Su orgullo le estaba prohibiendo abrirse frente a él. Sin embargo, al ver que Boruto decidió marcharse, se envalentonó, o más bien, soltó sin remediar en la solicitud que le hacía.

            – Quédate – así salió de su boca una débil y quebradiza súplica que provocó en Boruto un escalofrío.

            No tardó en darse cuenta de la repercusión que podía tener lo que dijo, por lo que Sarada, avergonzada, tomó sus muletas en un acto desesperado y se apresuró para salir en bravos saltos de ahí. Cuando quiso disparar, Boruto la detuvo rodeándola con sus brazos.

            – ¿Esto te sirve?

            Escondió su cabeza sobre el hombro de ella, abrazándola con delicadeza. Sarada pudo oler su fino perfume de mujer, y se vio impregnada de un aura reconfortante, pacífico. Qué injusto era lo mucho que le gustaba ese abrazo. Hundió su rostro contra el hombro de Boruto, permaneciendo en silencio, quietos, durante un buen rato.

            Logró resistirse de las ganas que tenía de llorar. Su compañía la había calmado y le había transmitido una tranquilidad que tanto anhelaba.

            – Gracias, Boruto.  

           

           

           

           

Chapter 6

Notes:

Disculpen el hiatus que me tomé para escribir, sigo algo perdida con la idea de lo que quiero hacer, y llevo un tiempo sin narrar. No revisé nada así que perdón si hay errores, lo haré en otro momento, pero espero que disfruten el capítulo! Gracias gracias por leer!!

Chapter Text

           Era martes por la tarde. Pronto iba a anochecer. En el sector que le correspondía a la audiencia del estadio principal, Sarada estaba sentada, con su bota ortopédica abierta, dejando respirar su pie vendado. A un costado reposaban sus muletas, y también unos cuadernillos arrugados a los que les faltaba su tapa.

            Un hombre alto de cabellera platinada y ojos negros se acercó lentamente hacia ella y se sentó a su lado.

            – Tú debes ser Uchiha Sarada.

            Sarada lo observó con desconfianza. Le resultaba conocido. Debía tener aproximadamente unos cincuenta años, o más, mas su apariencia era la de un joven de apenas pasados los treinta y cinco. Lo espió de reojo, preguntándose en que otro lugar lo había visto, hasta que por fin, recordando los incontables partidos del famoso jugador Naruto Uzumaki, se percató que él no era ni más ni menos que Kakashi Hatake, el director técnico de la selección de handball de su país.

            No pudo esconder la curiosidad que le causaba, que cuando él miró para su lado, se animó a preguntarle:

            – Usted es… ¿Kakashi?

            Kakashi sonrió levemente y asintió.

            – Tú debes ser Sarada, la hija de Sasuke y Sakura Uchiha. ¿No me recuerdas?

            Sarada se inquietó por un momento, nerviosa por no saber en que otro lugar lo había visto antes.

            – Oh, bueno, no importa, tus padres han estado muy pocas veces en Konoha. Yo fui su profesor – se presentó con calma y simpatía. – Ellos estudiaron aquí, al igual que los demás jugadores de su generación.

            – Lo sé, mi madre me contó sobre esta universidad antes de venir aquí – se animó a seguir con la plática, ahora ansiosa de preguntarle acerca de Naruto, que era realmente el único acerca del cuál quería hablar.

            Ella pensaba que si conocía más sobre la historia de Naruto en esa universidad, podría salir de su propio bloqueo emocional. Sabía que Naruto había superado cuantiosas dificultades antes de convertirse en el capitán del equipo más ganador de todos los tiempos. En sus discursos, mencionaba a menudo lo mucho que le importaba su equipo, y expresaba a los cuatro vientos lo mucho que se esforzaría para continuar con su sueño.

            – Boruto Uzumaki – dijo de repente Kakashi. – Él también es hijo de uno de mis alumnos más llamativos. Y aunque veo mucho de Naruto en él, parece que, más bien, admira a otra persona – fue relatando, y en su última palabra, apuntó hacia ella con su dedo índice.

            Sarada no le creía que podía ser ella. Boruto no la conocía demasiado, y de ningún modo podía sentir admiración por ella, que pensó, con las actitudes que tenía con él, probablemente no lo merecía.       

            – Tu padre.

            Resopló. Por supuesto que lo idolatraba. Sasuke era un gran jugador de básquetbol, figura importante para la selección de su país. Algún que otro fanático suyo tenía que haber en esa universidad, y Boruto, quién le suplicó para conocerlo, era uno de ellos.

            – ¿Qué hace usted aquí?

            Mientras Sarada acomodaba su bota y se aseguraba de ajustarla bien, Kakashi veía con ojos críticos de espectador el partido de baloncesto que en los que jugaban algunos de sus compañeros, entre ellos, Boruto, Mitsuki y Kawaki.

            – Me encargaron la percepción de potenciales jugadores para incorporar a nuestras selecciones – explicó súbitamente Kakashi. – Mi tarea es observar sus partidos y regresar a la capital con una nueva estrella.

           Un desaparecido, olvidado deseo volvió a palpitar en el alma de Sarada, que se irguió de un salto brusco, tambaleando con el impulso. Estuvo a punto de sumergirse en dicha emoción, hasta que recordó, desgraciadamente, que estaba lesionada.

            – ¿C–cuando tiene que regresar?

            Kakashi se levantó, puso sus manos en los bolsillos y le volvió a sonreír.

            – En tres meses, tal vez más, tal vez menos, eso dependerá de si encuentro la persona que estoy buscando – reposó su vista en el juego disputado entre el equipo de Konoha y los visitantes, y tras un minuto de muda reflexión, miró hacia el techo. – Claramente, Uzumaki Boruto se destaca como jugador, pero aún está muy lejos de destacar de la manera en que lo hizo su padre, y además dudo de que ese sea su objetivo. Tengo la expectativa de encontrar a alguien que sobresalga, y para hacerlo tiene que convencerme al ciento por ciento. Como no tengo prisa, evaluaré todas las opciones antes de tomar mi decisión.

            – ¡Yo se lo demostraré! – vociferó Sarada con tanta energía que podía invocar a los dioses. – Yo… – quiso seguir, y su voz le tembló.

            – ¿Ah? ¿En qué equipo juegas? – le preguntó, tratando de amoldar su tono de voz para que no se escuchara como una pregunta de incredulidad, sino más bien de curiosidad. Pues, Kakashi conocía a sus padres pero no sabía que deporte su hija había elegido practicar.

            – En el equipo de balonmano de esta universidad – respondió con seriedad Sarada, dispuesta a darle un intenso sermón de por qué la debía considerar. Ahora que no tenía como mostrarle sus habilidades y sus capacidades de liderazgo en la cancha, tenía que hacerlo al menos con palabras carismáticas.

            El hombre, alto y esbelto, sonado el silbato de fin de partido, le dio la espalda, pronto a salir de allí. No lo pudo ver, pero él hizo una mueca de alivio, serenado al saber que la hija de su alumna Sakura tenía el mismo vigor que ella, y al percatarse de que tenía delante suyo a una potencial candidata, puesto que reunía las características que estaba buscando en el jugador que quería promocionar.

            – Bueno, es hora de irme. Espero verte pronto – dijo y la saludó alzando su mano en el aire.

            Kakashi Hatake… cuando me recupere… pensó al verlo alejarse. Entonces, escuchó como repiqueteaba una pelota contra el suelo de madera, ausente de personas, salvo de una sola que había decidido quedarse, que ahora le sonreía.

            – ¡Sarada! – la saludó con alegría Boruto. Gritó algo agitado, asfixiado después de un peleado juego, acalorado por tanto correr, esquivar, y saltar. Destapó su botella de agua y bebió casi la mitad de ella en un parpadear de ojos. – ¡Viniste a verme!

            La chica se cruzó de brazos y su rostro se petrificó en una perfecta mueca seria, que a Boruto, en secreto, le encantaba ver.

            – ¡Ni en sueños! ¡Tenemos que terminar el trabajo hoy! – protestó en un gruñido. – ¡Cámbiate rápido que quiero volver temprano a mi casa!

            Poco más de unos cuarenta minutos después, Sarada lo esperaba a Boruto afuera del estadio, a un costado de los cambiadores. Le había dejado un mensaje para avisarle de que la biblioteca ya había cerrado sus puertas, pero a sabiendas de que no lo leería rápido, decidió que era mejor buscarlo.

            Sin embargo, los minutos pasaban, y pasaban, y Boruto no aparecía. Sarada comenzó a preocuparse, no por él, sino más bien porque creía que la había dejado plantada, o que se había olvidado de que se tenían que encontrar en la biblioteca. Trató de tranquilizarse leyendo uno de los apuntes, en vano.

            Cuando por fin vio a Boruto, no fue de la manera que tenía esperada. Tres chicas hablaban con él, caminando a su lado, riéndose de algún tonto chiste que él seguro les habría contado.

            – Por fin te encuentro – le dijo al toparse con ella. Su cara de irritada lo asustó tanto que tragó saliva y pensó si sería buena idea morderse la lengua. – Te estuve buscando pero pensé que te habías ido.

            – Acabo de mandarte tres, ¡tres mensajes! – le reclamó Sarada, haciendo lo imposible por apaciguar su temperamento. – Ya es tarde. Ni siquiera tenemos a donde ir a estudiar.

            Torció la boca, pensando en que se habían perdido ese tiempo porque Boruto había estado haciéndose el galán con dichas chicas. Cuanto más lo pensaba, más se enojaba. Más ganas tenía de gritarle a los cuatro vientos y de avergonzarlo delante de ellas. De hecho, especuló lo suficiente como para a estar a solo una palabra de hacerlo, pero ni bien se acordó de como podía volverse en una recriminación contraproducente, cerró la boca y se conformó con quedarse callada ante sus pedidos de que lo perdone.

            Estaba tan enojada… ¡pero también tan tentada de reírse! ¿Por qué olía tan bien? Mejor dicho, ¿por qué usaba todavía ese perfume de mujer? ¿Acaso creía que la apuesta duraría por toda la eternidad?

            – ¡Adiós Boruto! – se despidieron luego de intercambiar saludos con él y con Sarada, que no las podía reconocer en lo más mínimo.

            Aparentemente, Boruto ya se había cambiado. Tenía puesta una remera informal de color negro y sobre ella, una campera tipo buzo con capucha de color rosa que combinaba demasiado bien con su pelo rubio.

            – Vamos a estudiar a otro lugar. ¿Qué te parece Kaminari Burguer? Tengo un montón de descuentos si quieres usar…

            – ¡Ya no! – Sarada le cortó la propuesta, apresurada para irse, esta vez con un mejor mecanismo de tracción de esas incómodas muletas. Aun así, a Boruto siempre le preocupaba cada vez que la veía marcharse furiosa, temiendo que se volviera a caer.

            – ¿Por qué no? A esta hora hay pocas personas, y podemos encontrar una mesa con suficiente espacio para dejar los libros, y… ¡¡Sarada!!

            – ¡No me hables más! – tal vez Sarada estaba enojada por algo más que por quedar plantada.

              – ¡Por favor, te pido perdón! – insistió él, que la seguía en un trote suave.

            Cansada de correr, cansada de huir, cansada de esa marea de emociones, que ya no tenían sentido, que ya se mezclaban entre unos y otros y de los cuales Sarada no podía guiarse por ninguno, se detuvo frente al ascensor, cerca de las escaleras, aproximada al rincón de ese pasillo aledaño.

            Para seguir adelante, debía dejar las cosas en claro. Tenía que empezar con Boruto, que era al primero que quería sacarse de encima porque era una verdadera molestia.

            Así escuchó de nuevo esa oferta tan hartante que se decidió a interrumpirla con descontrolada vehemencia.

            – ¿Quieres alg…?

            – ¡Quisiera saber por qué me besaste!

            Ay no… no debí… por dentro, Sarada caía en la cuenta de que eso era lo último que deseaba confesar, pero ya lo había dicho, y Boruto ya lo había escuchado.

            – ¿Eh?

            Sarada chasqueó la lengua y corrió su cara hacia un costado. Boruto, en cambio, examinó su boca cerrada en un instante de debilidad, haciendo memoria del beso que ella le había mencionado.

            Finalmente, se encogió de hombros, guardando las manos en los bolsillos de su campera canguro, con una sonrisa que se le escapaba entre sus labios.

            – ¿Te parece chistoso? – lo atacó Sarada de manera tajante, sin poder creerse que él se estaba tomando ese reclamo para la broma.

            – Definitivamente no.

            – Idiota.

            Boruto frunció el entrecejo.

            – ¿Cómo me dijiste?

            – ¡Idiota! – le gritó. – ¡Ese fue mi primer beso!

            Sarada se arrepintió de haber soltado tal verdad.

            – También fue el mío.

            Boruto pasó una mano con nerviosismo por su nuca, y mirando hacia un costado agregó:

            – Y también fue el último.     

            Sarada quedó perpleja. Un remolino confuso le empezó a dar vueltas en su cabeza. Locamente remoloneaba en sus pensamientos ese descubrimiento. No, seguro le estaba mintiendo. Le estaba tomando el pelo. Y ahora se burlaría de su cara de tonta.

            – No te creo, ¡no juegues conmigo!

            – ¡Estoy diciendo la verdad!

            – Ay, no, ¡es que se te nota en la cara! ¡Deja de hacerte el gracioso! – exclamó. Estaba tan avergonzada que quería huir de allí. Preparó sus muletas para huir como un ciervo de un cazador, pero Boruto la detuvo una vez más.

            – ¡Sarada! ¡Qué tengas cuidado, te dije! Si te caes te volverás a lastimar.

            – Mejor, así me lesiono el otro pie y puedo venir a clases en silla de ruedas – chilló incorporándose otra vez para escapar.

            – ¡No seas estúpida!

            Boruto se dio cuenta de su propio error demasiado tarde, y Sarada se aproximó a él con toda la furia.

            – ¡Te haces el galán delante de todas, y ahora me dices que en tu vida soy yo la única a la que has besado!    

            – ¡Yo no me hago el galán! – Boruto resopló sin entender esa indicación. – Si lo dices por esas chicas, me estaban preguntando por la universidad. Son compañeras del equipo contra el que jugamos y ni siquiera saben mi nombre.   

            Cerró sus ojos y suspiró, agobiado.

            – Ya, dejemos el trabajo para otro momento. Si quieres, podemos coordinar para terminar la tarea en nuestras casas.

            Aunque para Sarada la discusión no había terminado, Boruto le había dejado demasiado en claro las pocas ganas que tenía de pelear. La esperó a que lo siguiera, con el rostro sereno, como si nada hubiera pasado. A ella le intrigaban muchas cosas pero ya no quería saber nada más de él. Después de haber confesado sus dudas acerca de la primera vez en que se conocieron, se creía incapaz de mirarlo a la cara.

            El silencio que hubo entre ambos al salir de allí no era suficiente para cortar con la tensión. Sarada se prohibió verlo por el rabillo del ojo, y caminaba concentrada en el ruido que las muletas hacían al golpear el suelo, puesto que era el único que oía.

            Boruto estaba totalmente inadvertido de lo que había hecho. El corazón de ella galopaba como si estuviera corriendo hacia el infierno. Le había dicho que había sido su único y último beso sin más, y ahora tenía el coraje de irse como si fuera una nimiedad.

            No, no iba a soportar que se fuera de esa forma, ¡era absolutamente intolerable!

            – ¡Espera!

            – ¿Qué?

            Sarada soltó sus muletas, apoyó sus manos en los hombros de Boruto y le dio un beso rápido.

            – ¡Nunca más me vuelvas a besar! – lo retó Sarada, contrariadamente.

            A pesar de ser el que había dado por terminada la discusión, más allá de haberse tomado a la ligera la anterior pregunta de esa chica, Boruto no pudo, ni tuvo oportunidad, de evitar que su rostro enrojeciera. No hubo una reacción diferente en Sarada, que agachaba la cabeza y recogía sus muletas con la cara totalmente roja.

            – ¡Qué rara eres!

            – ¡Y tú eres una molestia! – replicó casi tartamudeando, por fin levantada.

            Boruto se paró delante suyo.

            – Oye, si tienes algún problema conmigo, será mejor que me lo digas ahora – la desafió con su rostro ridículamente sonrojado, con ese dulcísimo y empalagado perfume desprendiéndose de su cabello.

            Si un extraño los hubiera visto a tan solo unos metros de allí, no habría podido dilucidar qué carajos hacía un chico y una chica de pieles rojas como tomates escupiendo su rabieta de quejas el uno al otro a los gritos. Para su suerte, nadie estaba allí cerca.

            – Tengo demasiados problemas contigo para decírtelos ahora, ¡si empezara ahora terminaría para cuando hayan cerrado las puertas del edificio! – se burló Sarada, caóticamente enojada. – ¿¡Y qué es eso de “será mejor”!? ¿Con qué me vas a amenazar ahora, con besarme?

            – ¡No haré eso con una ogra como tú!

            – ¡Entonces sal de mi camino y déjame irme!

            Boruto dio un paso al costado, pero Sarada no se movió.

            – Adiós – le dijo con frialdad.

            – Adiós – contestó él, mismamente enfadado.

            “Clac, clac” hacían las muletas golpeando el suelo, ruido que sacó de quicio a Boruto y asesinó lo último que le quedaba de cordura. Se interpuso en el camino de Sarada y la besó sin vacilar.

            – ¿¡Qué haces!? – rugió ella, despegándose de sus labios unos cuantos segundos después de compartir el beso.

            – Nunca más me vuelvas a besar – dijo Boruto en un tono burlón. Dio media vuelta para irse y volvió amarrado por su capucha, de la que Sarada tiraba. – ¡Agh! ¡Decídete ya de una vez!

            Sarada quería volver unos minutos atrás. Había metido la pata desde el momento en que mencionó lo que más le molestaba de él. Aunque no había vuelta atrás, tampoco quería ceder. Pero él la miraba, expectante, de una forma que la tenía atrapada en un embrollo en el que estaba enredada. Y ese beso quería repetirlo.

            Boruto la besó de nuevo, rodeando su espalda con sus brazos, mientras ella apoyaba los suyos juntándolos tras su cuello. Se resignaron por completo, sin tener la más pálida idea de lo que hacían o debían hacer, sin pensar, embelesados.

Chapter 7

Notes:

Buenas, vuelta con esta historia, hacía mucho que no la actualizaba por lo que han visto 😅 Pero regresó, como se debe! Todavía queda bastante por contar, ojalá que disfruten de este nuevo capítulo! Muchas gracias por leerme y comentar, espero saber de lo que piensan hasta el momento o sus sospechas de como va a continuar
¿Qué tan tsunderes podrán llegar a ser estos dos? 🤭

Chapter Text

            Las semanas pasaban a través de la vida de Sarada de una manera exótica. Era como si ella estuviera cayendo escalón por escalón constantemente de una escalera de incontables pisos, con un final que parecía jamás llegar. Cuando creía que no podía caer más, llegaba algo nuevo para bajarle toda esperanza de estabilidad.

            Ciertamente, las cosas habían cambiado en su vida desde que Ada le dio un vuelco con una pregunta inesperada, una que no debía resolver pero que ella se forzaba a responderla, creyendo que eso era necesario, que eso le importaría a los demás.

            Sin embargo, todo se había convertido en un caos mayor desde el día en que se esguinzó. Normalmente existen altibajos, son cotidianos en el transcurso de cada vida y etapa, pero Sarada podía asegurar que estaba cayendo al vacío y no había modo de parar.

            Ya no creía en nada. Todos los días sabía que algo nuevo malo le iba a pasar. Si no era una mala nota, otra carga sumada a su rehabilitación, una amiga cancelando una salida, o la biblioteca sin un solo espacio para estudiar, alguna nueva situación mítica nacería por arte de magia para atormentarla y empeorar una vez más sus desdichas.

            Basta, basta, ¡basta ya! así dijo desde que llegó el lunes media hora más tarde porque el colectivo se había averiado. Una semana después, la cantidad de bastas que gritaba para sus adentros, no terminaban de ser pronunciados hasta altas horas de la noche.

            Por lo general, cuando espirales de malas rachas suceden así de catastróficos, las personas tienden a agarrarse de aquello que le dé el mínimo de esperanza para terminar con todos sus males; ya sea religión, supersticiones, TOCs, o hasta la sonrisa de aquél rubio de bigotes que ella misma se había jurado detestar.

            Boruto llevaba más o menos quince minutos contemplando el precioso, pero arrugado de frustración, semblante de Sarada, hasta que decidió interrumpirla de la forma menos agraciada para ella:

            – ¿Hace cuánto estás leyendo la misma oración? ¿No se supone que eres tú la que debe explicarme este tema? A este ritmo, ambos terminaremos recursando todas las materias del cuatrimestre.

            – ¡YA cállate!

            Y así terminaron no solo expulsados de la biblioteca, sino también suspendidos de entrar por una semana.

            Sarada quería arrancarle todos los pelos de la cabeza; no, más bien, arrancarle primero toda la cabellera rubia a ese imprudente y desconsiderado chico que había llegado solo y tan solo para provocarle locura. Fueron tales las desgracias que la perseguían desde que lo conoció, que incluso se tomó el tiempo de buscar en internet si había alguna especie de mitología en cuanto a rubios de ojos celestes relacionada con la mala suerte.

            Pero no, allí estaba, tonto y gruñón, de pie frente a ella, examinándole los labios amargos con sus rubias cejas fruncidas, indultado de cualquier crimen que la superstición le haya adjudicado.

            – Siempre estás enojada.

            – Será por tu culpa.

            – ¿Mi culpa? ¿De qué tengo la culpa yo? ¡Hice todo lo que me pediste! ¿Cuántas veces más quieres que te pida perdón por lo de la biblioteca?

            – Olvídalo – desistió Sarada, alejándose del ingreso al instituto.

            – Espera – Boruto la detuvo tomándola de la muñeca. – Lo digo en serio. ¿Te está pasando algo?

            Sarada no quiso contestar. Apenas tenía el más mínimo ánimo de abrir la boca para hablar. Sus lagrimales comenzaban a arderle como el fuego. La garganta la sentía como una fogata eterna.

            – No es nada – se decidió por articular, finalmente.

            – No creo que no sea nada, Sarada.

            Esa última oración de Boruto le cruzó el espíritu causando que se le erizaran los pelos. Había en su tono algo de motivación, un poco de reprimenda y tal vez algo de genuina preocupación. Esa misma consternación en la suavidad de la voz de Boruto la había estremecido, pero de ningún modo Sarada se iba a atrever a admitirlo.

            – Ocúpate de tus asuntos.

            Estaba claro que Boruto no se había convencido con esa evasiva, mas decidió soltarla.

            – Sé que algo te pasa. Cuando quieras hablarlo con alguien... – pensó entonces que era mejor guardarse el resto de la promesa para sí mismo.

            Sarada había determinado, conducida por la desesperación, que el límite sería el llanto. Una vez que no pudiera resistirse y terminara llorando, se daría por vencida. No sabía que clase de acciones debería tomar en ese caso, pero estaba más que segura que debía parar su caída al precipicio antes de perder la cordura.

            Pues, no es nada fácil mantenerse inmune a las consecuencias de una perdición de tales dimensiones. Lo cierto era que pasaron dos meses y la psique de Sarada se había desgastado severamente. Había considerado tomarse vacaciones, pero su propia naturaleza le impedía tomar una decisión tan inconsciente.

            No obstante, en efecto, Sarada se vio obligada a tomarse tal descanso, aunque solo por cuatro días.

            Mientras Mitsuki intuyó que el receso de Sarada merecía respeto, Boruto no pudo percibir esa necesidad en absoluto. Así fue como, tan solo pasado un día, y casi la totalidad de otro, sin escuchar nada de Sarada, se atrevió a interrumpir su paz ficticia.

            – Hola! Como no escribes nada en el grupo desde el miércoles, quería saber si estás viva – fue el mensaje que envió el Uzumaki.

            – Claro que estoy viva, ¡idiota! – contestó Sarada en su mente, y luego a través del celular.

            – Me alegra – a Boruto se le deslizó una sonrisa bufona al teclear la ironía.

            Sarada estuvo a punto de sincerarse desde lo más profundo y oscuro de su alma, hasta que Boruto, con otro mensaje de texto, anticipó:

            – Por favor no me digas que estás triste porque yo no estoy muerto.

            Ni ella supo por qué se le escapó una ligera risa al leer su celular. Inspirada por la diabólica felicidad que le generaba el trato tajante hacia él, respondió:

            – Lo estoy.

            Se arrepintió de eso tan pronto lo envió.

            – ¿Por qué estás triste?

            Boruto iba a saber que Sarada había leído su mensaje puesto que ella en ningún mensaje se había salido de la conversación. En los segundos que tardó en inventarse una vana excusa, el chico ya había reaccionado.

            – No importa el por qué. Pero conozco un buen remedio para la tristeza.

            Seguro es alguna tontería.

            – Llorar.

            – Patético.

            Boruto se rió.

            – En serio lo digo.

            Y yo también.

            – Lo sé. ¡Nos vemos el lunes!

            Sarada cerró sus ojos. Ya no tenía ganas de llorar.

           No logró despejarse demasiado en sus vacaciones ya que su padre se fue de viaje para una competencia, razón por la cual sus planes con él se vieron arruinados. Por suerte, Sakura instó a que entrenara su puntería para lanzar al arco.

            El consejo de Sakura resultó ser exitoso. Sarada podía practicar intentos de golear el arco sin hacer mucho esfuerzo físico, de modo que no arriesgara la recuperación de su lesión. La sesión de práctica, a solas, fue muy grata para ella, y se convirtió tal vez en el primer momento de paz en semanas.

            El autoestima de Sarada todavía flaqueaba debido a la incertidumbre de lo que iba a suceder avanzando los días. La sobrecarga producto de una cadena de ocurrencias contrariadas algún día le hizo querer abandonar su carrera e incluso su sueño de ser deportista, capitana del equipo. Pero entendió de algún modo que dejar que la vorágine consumiera sus emociones solo generaba más problemas, y muchas veces estar preocupada conducía a no realizar bien otras cosas, como estudiar.

            Estudiar junto a Boruto, o más bien, ayudarlo a repasar y ponerse al día con las asignaturas, en cierto modo le fue útil. Quizás sería que aunque ella fuera inteligente, estudiar a solas tenía ciertas desventajas. Explicar o hablar sobre los temas dados con un compañero facilitaba el entendimiento y en caso necesario también, la memorización, cosa que sola, con su mente saturada de negatividad, leyendo en el mismo escritorio monótono, silencioso y aburrido de su habitación no era posible de concretar.

            La variedad en las personas suele ser subestimada, y pocos entienden de verdad el concepto auténtico de trabajar en equipo. Boruto se había transformado en una especie de compañero de estudio, y en parte también Mitsuki. Sin embargo, con Boruto se complementaban de manera más enérgica, vehemente...

            Y Sarada no podía evitar notar ese detalle. Que había buena química, y si bien la química como característica y actitud de la relación de dos o más personas puede ser específica de algo en particular como el estudio, ella sabía que también estaba esa otra química, como una especie de vibración tácita entre ambos al hablar, al mirarse, al estar uno junto al otro.

            Para destacar, desde aquella tarde en que en un revuelo de recriminación, curiosidad e impulso llevó a que se besaran no una, sino tres veces, Boruto y Sarada no habían vuelto a hablar del tema. Dejaron que termine, se quedaron callados, y bloqueados para decir palabras volvieron juntos sin mencionar el tema.

            ¿Por qué? Sarada se lo cuestionaba todos los días, cada vez con mayor frecuencia. Por más que intentara actuar el papel de ignorancia, de a ratos su corazón bombeaba con furia y su estómago se cerraba. Cuando pensaba en que lo iba a ver, era inevitable ese cambio en su ánimo, por más mínimo que fuera.

            Pero Boruto no decía nada. Y la inquietud del beso – los besos – se desvirtuó en inseguridad y desconfianza. Él le había dicho que nunca había besado a alguien más, mas no sabía que quería de ella. Además, una competencia muda nacía entre ambos cada vez que veían pasar a Kakashi Hatake por la universidad.

            Sospechó que quizás él estaba tramando algo en ella. También consideró una demencia el haberse besado cuando hacía tan poco se conocían, digamos, no habían pasado más que un par de semanas del día en que Boruto regresó. No obstante, teniendo en cuenta el hecho del pasado, donde la besó el primer y único día que la vio luego de practicar deporte por unas horas, tampoco había una base congruente para adjudicar ese momento como una idea descabellada.

            ¿Por cuánto más postergarían la charla correspondiente?

            Sarada no se planteaba hacer algo al respecto. En el fondo tenía un deseo que no pudo delinear ni conceptualizar, pero su estudio estaba primero. Recuperarse al menos un poco emocionalmente era su prioridad.

            Un viernes en el que su equipo estaba jugando un partido con un contrincante fuerte y relevante, Sarada miraba sentada en las gradas. Su celular estaba en silencio dentro de su mochila, sus apuntes permanecían apoyados a su costado y su mente divagaba una vez más en la preocupación por su futuro deportivo.

            – Sarada – la llamó alguien detrás suyo.

            Boruto apareció a sus espaldas; estaba cambiado y llevaba su mochila colgada de un solo brazo. En sus brazos sujetaba un libro que Sarada reconoció como de la biblioteca.

            – ¿De dónde lo sacaste?

            – Fui a preguntar si nos dejaban regresar y logré convencer a la bibliotecaria de que ya dé de baja la suspensión. Aproveché para pedir este libro que el otro día dijiste que era útil para estudiar de atletismo – explicó el chico y lo dejó sobre sus piernas, sentándose a su lado.

            – ¿Qué haces?

            – ¿Cómo que haces? Gracias, ¿no?

            – ¿No lo sacaste para ti?

            – ¿Eh? – expresó confundido y la miró. – Es para ti, ¿qué pensaste?

            Sarada sintió una inmediata gratitud, pero decidió esconder esa pequeña emoción creciente reflejada en su rostro y guardó el libro.

            – Gracias.

            – No hay de qué – contestó Boruto, sonriente. – ¿En qué pensabas?

            – ¿Cómo?

            – Sí, ¿en que andas pensando? Tienes la cara larga.

            – ¿De dónde sacas eso? – se aventuró a esquivarlo, simulando que se concentraba en una jugada de la partida.

            – Sarada.

            Ella volteó a verlo, con el semblante serio y hastiado, cansada.

            – En lugar de sonreír te la pasas frunciendo las cejas, cuando seas vieja estarás repleta de arrugas – le dijo y le sacó la lengua, guiñándole el ojo.

            – Sonreír también genera arrugas – objetó Sarada, acomodándose los lentes.

            – ¡Vamos! ¿Qué te sucede?

            – Está bien – por fin cedió la morocha. Contempló a su equipo con la mirada nostálgica y cierta congoja acumulada en sus ojos y admitió: – Siento que esta lesión es una señal de que no estoy hecha para esto.

            – ¿¡Cómo!? Estás loca.

            La Uchiha se sorprendió por la respuesta del Uzumaki y se preparó para empezar una nueva pelea.

            – ¿No era que tu principal inspiración fue mi padre? Se lesionó muchas veces durante su carrera, pero nada de eso le impidió convertirse en un gran jugador – a Boruto no le fascinaba la idea de hablar bien de su progenitor, pero era una tarea necesaria para animar a su amiga. – Me extraña que no lo hayas pensado antes, pero es normal que los deportistas se lesionen, y un esguince no es algo tan grave en comparación a lo que padecieron otros. Ya estás cerca de recuperarte, ¿no es así? Deberías enfocarte en planificar qué actividades vas a hacer para reincorporarte en lugar de perder tiempo maquinándote con tonterías.

            Y le dio una palmadita en el hombro.

            – Pudiste sobrellevar estas semanas difíciles con mucha actitud, lo estás haciendo muy bien, ¡eres increíble, Sarada! – la animó con palabras pronunciadas de emociones firmes y motivadoras, sonriendo con enorme sinceridad y al borde de sonrojarse de lo contento que lo ponía ver su perseverancia.

            – Boruto... – susurró Sarada, inundada de un sentimiento cálido y pacífico. Conmovida por sus vitoreo y halago, por fin le contestó esa sonrisa, dulcemente.

            El chico rubio se levantó de repente, vigorizado.

            – ¡Vamos! Te invito a comer a Kaminari Burguer, ¿vienes?

            Sarada miró tímidamente hacia un costado y se acomodó el cabello detrás de la oreja. El corazón le volvió a latir bruscamente, se mordió los labios y luego de hacer tiempo por unos segundos respondió.

            – Bueno, vamos.        

Chapter 8

Notes:

(See the end of the chapter for notes.)

Chapter Text

               Era de tarde, casi atardecer. Boruto y Sarada recién se habían sentado y evaluaban que podían pedir para comer. Cuando Sarada tomó su decisión, Boruto se levantó de inmediato para realizar el pedido, pero fue detenido por un tironeo de su chaqueta.

               – ¿Qué haces? – lo regañó Sarada, tenía las cejas fruncidas.

               – Voy a pedir la comida – avisó Boruto encogiendo los hombros.

               – Espera que tengo que darte el dinero – Sarada le soltó la chaqueta y comenzó a escarbar dentro de su mochila, la cual estaba perfectamente ordenada.

               – Yo invito – dijo él llevando su pulgar hacia el pecho, sonriendo con orgullo.

– ¿Por qué? No digas tonterías, espera que estoy buscando la billetera.

               – Está bien, Sarada. Tengo dinero suficiente, ¡no te preocupes!

               La pelinegra le lanzó una mirada antipática.

               – Te dije que te invitaba – siguió argumentando el rubio. –  Tomalo como una compensación por la suspensión de la biblioteca, ¿okey?

               Sarada suspiró y desistió.

               Al rato Boruto apareció con una bandeja con dos hamburguesas en combo con gaseosa y papas fritas, y un vaso térmico descartable que contenía el caramel macchiato que Sarada le había indicado.

               – ¿Tanto vas a comer? – lo cuestionó, de brazos cruzados. – No deberías comer esta comida chatarra si vas a entrenar para jugar esta semana.

               – Esta comida chatarra – señaló Boruto, dejándole la bandeja a Sarada para que la utilice y desenvolviendo la hamburguesa picante. – tiene suficientes calorías que me darán mucha energía para el partido del viernes.

               Boruto dio un primer bocado, masticó ansiosamente y cerró los ojos para disfrutar el sabor de la sabrosa y grasosa hamburguesa de Kaminari Burguer.

               – Ah, necesitaba esto.

               – ¿Engordar?

               – ¿Qué, me vas a decir que el caramel macchiato no te hace engordar? – le contestó Boruto luego de tragar la comida, aprovechando que Sarada había comenzado a beber y no podía responderle con presteza. – Espera, ¿crees que subí de peso? – añadió y se puso a hacer memoria de la cantidad de hamburguesas que había comido el último tiempo.

               Sarada sonrió con maldad, pero después se terminó arrepintiendo y decidió darle una respuesta con sinceridad.

               – Comer en Kaminari Burguer de vez en cuando no te hará engordar. Entrenas todos los días, ¿no? Da igual el peso, lo que importa es tu desempeño y que tu equipo ejecute las estrategias y jugadas con eficacia.

               Boruto se alegró por su cambio de actitud.

               – Pareces la capitana del equipo.

               La Uchiha lo miró sorprendida, halagada por esa observación. Hacia el costado estaban sus muletas apoyadas, y sobre la mesa se encontraba el libro que Boruto tomó prestado de la biblioteca para que pudieran estudiar para los nuevos exámenes que se avecinaban en unas semanas. Lo contempló mientras le daba fin en cuestión de minutos a su menú y atentaba con abrir el siguiente.

               Cuando Boruto desenvolvió la otra hamburguesa se la acercó para instarla a que le dé un bocado.

               – ¿Quieres?

               La comida chatarra tiene su nombre por una razón, sin embargo, su olor le sacudía el estómago y la tentaba con darle un mordisco a ese medallón de grasa que, según ella, la haría engordar. Le dio un vistazo a sus ojos azules, que la miraban con tan buen ánimo a pesar de todo lo sucedido. En un momento se preguntó qué razón lo traía a Boruto acompañarla así después de tantas discusiones en las que – debía admitir – ella lo reprendía y hasta buscaba alejarlo.

               En aquellas semanas difíciles, al igual que sus demás amigos, Boruto había sido imprescindible para darle movimiento a sus días y no permitirle que quede estática lamentando sus desgracias.

Era como si estuvieran en un partido y él se hubiera asegurado de no dejarla sentada en la banca esperando a hacer un cambio con los jugadores titulares; en toda ocasión la había motivado hasta con las más tontas excusas. Quizás Boruto Uzumaki no tenía la misma vocación que ella, pero si estaba claro que actuaba como la mano derecha del capitán; ese jugador de apoyo que se hacía cargo de mantener en pie al líder para asegurar todavía más un equipo seguro y un juego exitoso, aquél cuya relevancia a menudo era invisible a ojos de los espectadores pero resultaba imprescindible para el capitán.

Comprendiendo esa observación, Sarada se dignó a darle un bocado a la hamburguesa.

– Eh – a Boruto lo impactó su actitud; no había previsto esa reacción. – Pensé que… digo, toma, yo me voy a comer las papas. Aunque si las quieres, sabes, estoy bastante lleno…

Sarada accedió a todas sus ofertas, generando aun más asombro en él. ¿Cuándo fue que cambió su actitud? De pronto se había convertido en alguien más accesible no solo para una simple charla, sino también para ser mirada. Viendo como su compañera le pedía un poco de refresco para digerir la comida, pensó en qué debía hacer a continuación. Tal vez por fin había encontrado la ocasión perfecta para hablar del tema.

Apreció sus labios por un instante y abrió la boca para formular su pregunta.

– No recuerdo cuando fue la última vez que comí esto – asentó ella interrumpiéndolo, a gusto con el menú. Sarada se percató de que Boruto había pedido ese segundo combo con otra intención, dado que la hamburguesa no tenía picante, a diferencia de la que él probó. – ¡Gracias!

– De nada – la sonrisa de Sarada, más linda de lo esperada, deslumbró la suya. – Creo que… deberíamos venir aquí más a menudo. Quiero decir, para variar de vez en cuando, quizás todos los viernes, así no nos aburrimos de la biblioteca, ¿no?

– Es difícil concentrarse aquí con tanto ruido.

– Bueno, ¿y los jueves? ¿O miércoles? O quizás debería ser martes, porque en los demás días tenemos partido – propuso Boruto, corrigiéndose una tras otra sugerencia. – O podríamos ir a la biblioteca y venir aquí para despejar la mente un rato y recargar energías, ¿qué piensas?

A Sarada le resultaba una pésima idea. De hecho, siempre pensó que deambular por la calle, aunque sea para pasar el tiempo de ocio con amigas, era un desperdicio de tiempo el cual podría estar ocupándolo para cosas más importantes, como estudiar y entrenar. Entonces, le dio un golpecito en la frente a Boruto.

Borutonto, no podemos malgastar el tiempo en distracciones, tenemos que recuperar nuestras notas. Ahora que lo pienso, debería armar un cronograma de estudio así le sacamos el jugo a cada minuto que tengamos; voy a separar las horas en que estemos en la biblioteca y dejaré tarea para que continuemos en casa.

Boruto, que estaba bebiendo de su refresco, puso los ojos en blanco.

– Ya que piensas armar un cronograma – e hizo un gesto de desagrado, pensando por dentro “¡Nerd!”. – por qué no haces un pequeño espacio para que comamos en Kaminari una vez por semana – y ante su hosca reacción, añadió: – ¡Tenemos que despejarnos un poco! Se me va a fritar el cerebro si lo único que hacemos en estas semanas es estudiar.

– De acuerdo – Sarada desistió, meneando la cabeza, harta de renegar con él. Era tortuoso discutir con alguien tan cabezadura, por lo que consensuar con él le ahorraría peleas sinsentido.

Boruto celebró de forma patética, según ella, dando un salto y sacudiendo los brazos en señal de festejo. Los clientes allí presentes vieron su acto de ridículo y murmuraron por lo bajo burlándose de él.

               – Por cierto – mencionó el Uzumaki. – ¿Cuánto harás la rehabilitación? Cuando te permitan comenzar a hacer ejercicio, avísame para que practiquemos juntos un poco de handball, y de paso te enseño de básquet – palabra remarcada con exagerado orgullo.

               – ¡Demasiado que tengo que estudiar contigo! Además, todavía me debes presentar a tu papá, lo prometiste.

               Boruto se rascó la nuca.

               – Cierto… hablaré con él primero y cuando sepa que día puedes visitarnos te aviso.


               Aquel fin de semana, a pesar de su mentalidad sobre exprimir cada minuto disponible para estudiar, Sarada terminó accediendo a la invitación de Chocho que le imploraba por ir a ver en fecha de estreno la última película romántica tipo cliché que había en cartelera.

               Chocho, vestida coqueta para la ocasión, usaba jeans fucsias a juego con su cartera, se había planchado el cabello peinándolo en una media coleta y dos rodetes y tenía puesta una blusa blanca de flores amarillas. Sarada, a falta de costumbre con las salidas, tuvo que tomar prestado un vestido blanco con corazones que su madre usó con frecuencia en sus años de temprana juventud.

               Sosteniendo el balde de pochoclos, Chocho tomaba puñados y los comía mientras Sarada chequeaba la sala a la que debían ingresar, transportándose ayudada de una sola muleta, con la bota todavía puesta.

               – ¿Tienes idea de cuál es la duración de la película? – quiso saber la Uchiha.

               – En la página decía que dura 139 minutos.

               – ¿¡Más de dos horas!? – chilló Sarada, preparando las entradas para entregar a los recepcionistas del cine, ubicándose en la fila junto a su amiga. – ¡Pero si las películas románticas no son tan largas! – protestó palmeándose la frente. – Ay, podría estar estudiando para el parcial de anatomía…

               Chocho le chasqueó los dedos frente a su cara.

               – Despiértate Sarada, llevas varias semanas deprimida por la lesión y por las notas de tus exámenes, necesitas invertir tu tiempo en mirar una película para olvidarte por un rato de todo.

               – Con más razón debería estar estudiando, ¡tengo que salvar el semestre!

               – Lo harás, quédate tranquila – la regañó Chocho, acercándole el balde de pochoclos para que agarre un puñado. – Además, son 139 minutos bien invertidos, ¿te das cuenta, que vamos a ver el perfecto rostro de Tomaru por más de dos horas?

               La colorada tenía una expresión de enamoramiento reflejada en sus ojos brillosos. Sarada tenía simulada envidia por su amiga, que teniendo notas buenas aunque no perfectas, estaba despreocupada y dedicaba sus días a admirar la belleza de los jugadores de baloncesto que viajaban desde otras aldeas a competir contra el equipo de Konoha. Se había encaprichado particularmente con Shinki, aunque el muchacho parecía ser demasiado seco y áspero que a su parecer era poco compatible con la alegre y mordaz personalidad de Chocho.

               Su amiga estaba en lo correcto; a pesar de que la película tuviera un argumento de romance demasiado soso, se divirtió viendo las reacciones y comentarios que hacía cada vez que el galán aparecía en pantalla o se quitaba la remera. Algo de emoción surgió en ella en una despedida angustiante previa al final, que conmovida y con ojos llorosos comentaron al salir de la sala.

               Chocho limpiaba sus ojos de miel enrojecidos y Sarada simuladamente secaba su nariz con un pañuelo descartable, recalcando los momentos más épicos del filme. Post–cine, fueron a cenar en un conocido restaurant de sushi de la aldea, inaugurado hacía pocos meses atrás por familiares del famoso Ichiraku Ramen.

               – ¿Te divertiste? – quiso saber Chocho, sonriéndole.

               – La verdad es que sí – admitió Sarada mientras buscaban una mesa donde sentarse. – A pesar de durar dos horas, se me pasó rápido.

               – ¡Viste! Te lo dije, lo ibas a disfrutar. Sobretodo esos abdominales marcados de Tomaru – dijo entusiasmándose con la imagen que tenía en mente. Chocho dejó su cartera en el asiento acolchonado que eligieron junto a la ventana. – No se encuentran chicos como esos en Konoha.

               – ¿Estás segura? – Sarada se acomodó frente a ella y dejó su muleta en el lado interno del asiento. – En la universidad seguro que hay muchos con cuerpos más atléticos que él ¿te olvidaste que la mayoría de los chicos son deportistas?

               – ¿Así que le prestas atención a eso? – la embromó Chocho. – Me dejaste con la boca abierta Sarada, al final la alumna sobresaliente no solo estudia apuntes.

               – Tonterías.

               El mozo, atento y elegante, se acercó a dejarles la carta a ambas.

               – Veamos, los jugadores de fútbol no entrenan dentro del instituto, ¿no? Ahora que lo pienso, la mayoría juega deportes en los que usan camiseta – Chocho estaba más enfocada en la lista mental que hacía de los deportistas que conocía, que del menú. – Espera, ¿quizás algún boxeador? Iwabe me dijo que él practica hace años y quería especializarse para ser entrenador.

               – Tal vez – coincidió Sarada, leyendo las opciones disponibes y los distintos tipos de piezas que se preparaban en el restaurant. Encontró entre las propuestas un combo para dos personas. – ¿Lo viste pelear alguna vez?

               – Sí, pero será que lo conozco desde chica que no me genera nada ver su torso desnudo, y eso que es una rata de gimnasio. Aunque es buen cocinero, no sería un mal candidato si te llega a interesar – evaluó Chocho, revisando la lista de tragos en la carta.

               – No estoy interesada en tener citas, demasiado ya que hoy salí contigo al cine y el otro día en Kaminari.

               – ¿En Kaminari? – la colorada captó ese detalle del cual no estaba informada. Al ver el sobresalto de Sarada se dio cuenta del jugoso chisme que estaba a punto de averiguar. – ¿Con quién fuiste a Kaminari?

               – C–con nadie, ¡nadie! Fui yo sola, para pedirme un caramel macchiato… ¡en serio! Estoy tratando de estudiar en otros lugares para salir de la zona de confort, quiero decir, la biblioteca no siempre es el mejor lugar para concentrarse.

               Chocho entrecerró los ojos, la escuchó atentamente y analizó cada mínima mueca del rostro de Sarada para detectar la mentira. Con un resultado no concluyente, decidió que en lugar de hostigarla con preguntas, sería mejor averiguarlo por su propia cuenta, porque no había nada más emocionante que buscar y hallar las pruebas a que escuchar pretextos.

               – Bien, ya entendí, con decirme nadie era suficiente. En fin, ¿pedimos este menú para dos?

               – Sí, claro.

               – ¡Saquémonos una foto! – exclamó Chocho aproximando su celular hacia ella para tomar una selfie.

               La intuición de Sarada estaba afinada, la rápida aceptación de Chocho le generó desconfianza. ¿Por qué razón había decidido esconder la reunión con Boruto? ¿Sería que algo de ello le avergonzaba? Si destacaba el hecho de lo incongruente que habían sido sus encuentros, ya sea desde la primera vez que lo conoció, como aquella tarde de fiebre inexistente en que no tuvo mejor remedio para reclamarle lo del beso que robarle otro más, podía formular una nueva incertidumbre en su vida.

               De todos modos, como tanto ella como él no volvieron a hablar del tema, supuso que hicieron un pacto silencioso para omitirlo. Tan solo eran equipo para realizar trabajos prácticos, eran compañeros de estudio y claramente, rivales aspirantes a ser elegidos por Kakashi para la promoción, y luego de eso, simples extraños cuyo lazo de amistad se desharía ni bien se gradúen y sigan sus propios caminos.

               Sin embargo, Sarada pensaba que tener a Boruto como contacto era una estrategia fantástica, porque su único propósito era conocer a la figura que mayor admiraba, el deportista Naruto Uzumaki. Al final, conocerlo tuvo su ventaja. Una vez que pasara lo necesario, Boruto se convertiría en un conocido que recordaría en anécdotas contadas en el futuro.

               Después de eso, no quería tener nada que ver con él. Había accedido a colaborar con su rival con un objetivo claro, no para tener una amistad. Pero todos sus planes se vieron alterados en la semana siguiente cuando Sakura le pidió que reserve ese viernes por la noche porque iban a visitar unos amigos quienes resultaron ser ni más ni menos que la familia Uzumaki.

                

Notes:

Buenas buenas, milagrosamente les traigo un nuevo capítulo a esta historia con la que tuve un bloqueo creativo bastante importante. Supongo que en parte tiene que ver con que la idea original no fue más que una idea que decidí implementarla para este fanfic, pero también debería haber tomado nota de la secuencia que tenía planificada. Ahora que ya me organicé más con lo siguiente a escribir, espero poder actualizar con más frecuencia.

Si ven errores hagan la vista gorda porque no lo releí para editarlo!

Como siempre, gracias por leerme, si hay algo que me motiva mucho a escribir estas historias es el apoyo de ustedes 😊

PD: no se asusten si vuelvo a cambiar el título del fic 😖