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Love struck.

Summary:

Mantén a tus amigos cerca y a tus enemigos más cerca es la filosofía de vida de Ash, pero incluso él sabe que se la ha tomado demasiado a pecho cuando empiezan a florecer sentimientos románticos por Eiji Okumura, diablos, ¡Eiji Okumura! El pertiguista jodidamente presumido con quien lleva toda su vida universitaria peleando. Pero a veces, el amor llega de golpe (literalmente).
O el amorío universitario entre un nerd y un jock de diferentes pandillas.

Notes:

✩ Notas del autor: ¡Hola mis bonitos lectores! ¿Qué es esto? Como sabrán, hace poco estuve en una hospitalización igual intensa y lo unico que quería y pensaba era en escribir algo lindo y estupido que me diera confort, pero todas mis tramas activas están más o menos densas así que taran. Este fic es basicamente un AU universitario donde Ash es líder de pandilla y el único que le hace frente es Eiji (por supuesto, del bando contrario, es decir, de Yut-Lung), por eso tienen una rivalidad bien intensa que va cambiando a algo rosita y lindo con los capítulos.

✩ Género: Au University/ Fluff/ Domestic Comedy/ Enemies to friends to lovers.

✩ Ship: AshEiji/ MaxGriffin/ WongLung.

✩ Advertencias: Aclaro desde ya que no hay advertencias muy fuertes, el pasado de Ash no es canon en el fic. Pero sí hubo un incidente en Cape Cod con el entrenador de béisbol el que si bien, nunca pasó a "mayores" es tema para Ash, porque a fin de cuentas es fuerte que un adulto en quien confías te manipule así, aun si te das cuenta de adulto, este punto y que Griffin se haya enlistado en la guerra sumado a su relación con Max, son los principales quiebre de Ash, pero más que nada, es un adolescente encontrando su lugar en el mundo, nada tan terrible.

¡Espero que les guste!

(See the end of the work for more notes.)

Chapter 1: Prologo.

Chapter Text

Aslan se quedó dormido con la esperanza de que al despertar las cosas serían diferentes por arte de magia, que sus problemas se habrían resuelto como si hubiese llegado a una realidad paralela, o tal vez, yendo un poco más lejos al narcisismo, deseó que el mundo se hubiese moldeado a sus propias necesidades como las historias que suele escribir. Al abrir los ojos esta mañana se dio cuenta de que absolutamente nada había cambiado y al contrario de sus vacilantes expectativas, empeoraron. Tal como todos los días, se quitó la sábana de lino pegoteada y empapada de sudor mientras el verano sangraba desde la ventana y el apartamento se inundaba por una patética canción.

«Oh, My Darling Clementine», mierda, la canción favorita de Griffin, Ash adora escucharlo tararearla mientras prepara con su sonrisa energética el desayuno sobre aquella isla de granita ridículamente extravagante para la que ahorró desde que estaban en Cape Cod.

Oh my darling, oh my darling.

Oh my darling, Clementine.

Una canción para ancianos por donde se mire, la interpreta Freddy Quinn y es tan mala que ninguna estación de radio la dilucida y convienen escuchar el mismo casete una y otra vez pese a la existencia de aplicaciones como Spotify, pero su hermano es chapado a la antigua, es parte de su encanto, Ash lo piensa, uniéndose al tarareo de la canción. No es su tonada favorita. No es su género favorito. No es su cantante favorito. Ni siquiera es su ritmo favorito. Aun así…

You are lost and gone forever.

Dreadful sorrow, Clementine.

Pero Max está ahí cuando va a unirse a la canción y Ash sabe que el universo no ha cambiado y todos los problemas que lo acomplejan siguen ahí, que el invasor no desaparecerá de su apartamento por muy fuerte que apriete los párpados, que deberá lidiar con la carcasa que la guerra convirtió a Griff, que Irak habita en cada rincón de su apartamento, royendo bajo la alfombra, pudriendo el suelo de madera e incluso, esa colcha regalona que esconde bajo la cama. Sí, nada cambió esta mañana.

—Okumura te pateó el trasero.

Tampoco el odio que le tiene a Eiji Okumura.

Mierda, el maldito Eiji Okumura.

—Debiste ver cómo lo dejé a él. —Responde, permitiendo que Shorter le limpie la sangre del labio con un trapo envuelto de alcohol, el aroma a gasa entremezclada con antiséptico le punza las fosas nasales y le quema las pupilas igual que jugo de limón fresco, es desagradable—. Quedó con un ojo morado gracias a su boca floja.

—Aja. —Shorter presiona levemente bajo su nariz con el trapo improvisado, el desinfectante escurre hacia sus pliegues abiertos consiguiendo que el simple roce del aire escalde como si su cuerpo fuese una tetera con la temperatura al máximo y la sangre burbujease contra la tapa, arde un infierno—. Estoy seguro de que te llevaste la peor parte, Okumura parecía bien parado luego de la pelea.

 —¡Auch! ¡Duele! —Y Aslan no se molesta en hacer su insatisfacción consciente—. Sé más suave con las curaciones, bruto.

—Eso le pasa por enfrentar a Yut-Lung, boss. —Bones se clava con reticencia frente a la escena, se toca el hombro, parece roto y probablemente lo esté, los matones chinos dan miedo. Aunque claro, Ash jamás se dejará intimidar por otra pandilla universitaria, lo ha dejado obvio desde el primer año.

—Ese sujeto cree que puede tener lo que quiera. —Gruñe, frunciendo el entrecejo ante la falta de suavidad con la que Shorter lo desinfecta. ¿Hola? Es delicado, ¿acaso a nadie le importa? Cierto, han infundido la imagen de que es un depredador voraz, el asesino que llegó de Cape Cod, esos rumores lo atormentan desde su llegada, pero le han sido útiles y los ha sabido aprovechar.

—¿Acaso no puede? —Alex cuestiona, apoyándose contra la pared de granita, se encuentran detrás del comedor de la facultad principal, donde los profesores no transitan y los estudiantes se profesan demasiado asustados para asomarse—. Tiene una familia poderosa.

—¡Claro que no! —Gimotea porque la boca aún le sangra, el bastardo le dio un golpe en la quijada, se las pagará—. No puede llegar y tomar todo lo que quiera solo porque es un Lee.

—Díselo a él. —Shorter presiona el algodón contra las encías de Ash, el antiséptico escurriendo por la herida abierta crea un charco de sangre a sus pies, esas gotas carmesíes no tardan en absorberse por la tierra bajo su planta y la tela de las converse, Max lo va a regañar, aunque ¿a quién diablos le importa?—. El señorito cree que puede armar su propia pandilla, actúa como el dueño de la ciudad.

—Estaría bien si fuesen inofensivos o se quedaran en amenazas. —Bones bufa, dejándose caer bajo la sombra del techo de lata, los tubos oxidados crujen a sus espaldas—. Pero son aterradores.

—Es verdad, los chinos dan miedo.

—¡Sí! ¡Sí! Los chinos son unos doble cara.

—¡Los chinos son terribles!

—¡Oye! —Shorter gimotea, genuinamente indignado—. Sí saben que soy chino y eso es racista, ¿no?

—Excepto nuestro chino, era lo que Bones y Kong querían decir. —Aslan se intenta disculpar en el nombre de sus subordinados—. Quién traicionó a los suyos para unirse al bando correcto, así que en teoría sigue siendo un traidor pero de los buenos. —El aludido se quita los lentes de sol, elevando una ceja solo para manifestar su indignación y reticencia.

—Gracias por la ayuda, Ash. —Chasquea con sarcasmo.

—Cuando quieras, para eso somos amigos. —Como agradecimiento Shorter le arroja la gasa sucia y el algodón a la cara, renunciando a ser su enfermera, ni siquiera le paga.

—Aunque debo decir que Okumura estuvo genial. —Claro que Bones se pone de su lado, es fanático del nombrado y es terrible disimulándolo—. A pesar de los matones que trae Lee, todos le temen al jefe. —No los culpa siendo sincero, los rumores que rondan alrededor de su pasado son realmente… Aterradores, unos más que otros, no quiere conocerlos en su totalidad si es sincero.

—Son unos cobardes.

—Okumura es el único que le hace frente. —Probablemente, por eso lo odia—. Siempre es quien está dispuesto a enfrentarte ya sea a golpes o en una discusión. —Más razones para aborrecerlo, si existe algo que Ash no soporta es la terquedad (reflejo de su propio carácter porfiado, aunque ignora esto a conveniencia).

—Sí que tiene pelotas. —Kong silva, anonadado—. Más siendo deportista, es peligroso que se meta en tantas peleas, puede costarle la carrera.

—Escuché que irá a las olimpiadas el otro año.

—Wow, ¿lo has visto saltar?

—Sí, sí. —Gruñe fastidiado de que el tema sea ese insoportable—. Lo entiendo.

—Lo entiendes pero no haces nada. —Arthur toma la palabra, apartándose del rincón techado con una mueca de absoluto desagrado e inclusive asco, un chiquillo de apenas metro y medio le dejó los nudillos resentidos y la nariz quebrada cuando intentó atacar a Yut-Lung—. ¿Qué haremos con esa pandilla? —La pregunta pende en el aire veraniego igual que las hojas de los alerces, Aslan se aparta del muro, una bruma de polvo se desprende junto al traqueteo de sus converse.

—¿Qué vamos a hacer? —Repite divertido, confrontando a Arthur cara a cara con una risa altanera, deslizando sus manos dentro de los bolsillos de su chaqueta de mezclilla, imponiendo respeto, poder y miedo—. ¿Acaso no es obvio? —El ambiente cambia, nadie se atreve a mover músculo alguno, se quedan congelados esperando las palabras de su líder porque esa es su ley—. Nos vamos a guerra.

—¿Estás seguro, Ash? —Hay un sentimiento inteligible goteando en la voz de Shorter—. Deberíamos pensarlo mejor, esto es demasiado precipitado.

—¿Escucharon? —Pero es terco y lo ignora, prefiere enterrar el mal presentimiento que le apuñala el corazón—. ¡Desde hoy estamos en guerra con las otras pandillas!

Yes, boss!

Tiene 22 años.

Es líder de una pandilla.

Es miserable.

Max lo hizo miserable.

Suspira, pateando una lata vacía de Coca-Cola hacia los basureros a las afueras del casino, es inútil, gracias a esa pelea ya no llegó a las clases de la tarde y pronto tendrá su periodo de exámenes, claro, no es que él necesite estudiar en casa o esforzarse mentalmente para ser genial, ese entendimiento literario es innato, pero aún así, es frustrante perder el control, suficiente tenía con Max y Griffin en casa, no necesitaba que la universidad también se convirtiese en un ambiente hostil. Todavía siendo consciente de las nocivas consecuencias y el estrés acumulándose como una gotera en su cabeza no iba a dejar que Yut-Lung se saliese con la suya emboscando a su pandilla, no lo soporta.

—Ash… —Shorter está caminando a su lado, se dirigen hacia la salida por ese viejo camino rocoso cerca de la facultad de deportes—. ¿Cómo estás? —El aludido se acaricia la barbilla con una sonrisa altanera, presiona su herida y siente las primeras costras formarse en su arco de cupido.

—Esto no es nada. —Dice lo más petulante que puede—. Me recuperaré en un par de días.

—No me refería a eso. —Vacila frunciendo el entrecejo, consiguiendo que los lentes se hundan entre sus nacientes arrugas igual que grietas en el desierto—. ¿Cómo estás?

—¿Bien? —Pero lo empuja un poco más.

—¿Cómo estás sobre tu familia? Ya sabes, con Max. —Se detiene, sus converse se clavan a la arcilla como si hubiesen arrojado raíces debajo de las suelas hacia el centro de la tierra, se queda paralizado en el pasillo, procesando una y otra vez este pedazo de la conversación.

—¿Por qué…?

—¡Chicos! ¿Se van a quedar ahí todo el día? Morimos de hambre.

Aunque no llegó a terminar la conversación, de hecho, no aludieron al tema en el transcurso hacia el McDonald’s, Shorter no puede evitar rumiar sobre que la interrogante no habría sido: «¿por qué me lo preguntas?» sino: «¿por qué me lo preguntas tú?». Se ha cuidado de no mostrar interés para husmear en la intimidad de Aslan porque lo conoce, si lo presiona para que hable no dudará en alzar sus muros para regresar a su fortaleza impenetrable de hiperalerta y soledad. Le recuerda a un gato paseándose por los escombros de una albardilla, mientras más lo llama y le ruega para que baje del óxido podrido, con más ganas se pasea por la orilla, ignorando el inminente peligro adrede, sacando sus garras del tejado y engrifándose.

Pero eso forma parte del trato cuando eres amigo de Aslan, sabe, al igual que lo saben Bones, Kong, Alex y los demás miembros de la pandilla. Hay que dejar de lado lo que el instinto grita que no debe pasarse por alto y dar rodeos a las sospechas. Puesto que con Ash permitirle preservar el silencio es fundamental para entablar relaciones cercanas, permitirles que les cierre la puerta en la cara y darse la vuelta en lugar de insistir jalando la perilla. Le preocupa que ese silencio lo mate algún día, sea lo que sea que lo acompleje cree que debe ponerlo en palabras, porque sino se pone en palabras, sino se comparte, sino se libera y se finge que no es real, termina volviéndose un poco irreal.

No desaparece por eso, claro.

Shorter Wong lo comprende mejor que nadie.

—Los combos del día son una gran estafa. —Ni siquiera el gimoteo de Bones contra los nuggets lo despierta de su trance, la interrogación se sigue sintiendo fresca en su boca, quiere darle ese espacio seguro a Aslan, permitirle que saque lo que tenga que sacar y asegurarle de que no se mofará de su sufrimiento por bruto que lo crea—. Siempre están agotados o añejos.

—Debimos ir a comer al Chang Dai. —Ash ríe, llevándose una papa grasienta y deprimida a la boca, conteniendo un jadeo de dolor por la herida para hacerse el valiente, eso lo hace rodar los ojos con irritación y sobre todo, tristeza.

Confía en mí, quiere decirle.

Confía en alguien sino puedo ser yo, pero habla.

Sino hablas te ahogarás.

—Solo si Nadia lo prepara, la cocina de Shorter apesta.

—¡Oye! —Recién cae en la cuenta del insulto—. Mi cocina es genial, solo estás celoso de mi talento innato, señor no puedo partir ni siquiera un huevo. —No le servirá rumiar en el tema una y otra vez en su cabeza y lo sabe, esto es igual que una pelota dentro de una tómbola en un juego de azar.

—Sí claro. —Ash bufa—. La última vez acabamos en el hospital.

—Tú eras quien quería probar recetas dulces.

—No pensé que lo hornearías en la sandwichera, ¿quién hace eso? Por poco no explota la casa.

—Igual te lo comiste. —Le rebate, satisfecho, robándole unas papas del llamativo paquete rojo con una sonrisa de triunfo y altanería.

—Y por eso terminé en la sala de urgencias, estaba crudo. —Bufa amurrado—. Me perdí las pruebas de selección por tu culpa. —Ash se da cuenta de lo que acaba de decir demasiado tarde, impresiona arrepentido así que Shorter no lo va a presionar, pero por supuesto…

—¿Va a entrar al equipo de béisbol, jefe? —No todos tienen esa misma capacidad de mentalizar.

—Yo no…

—¡Eso es increíble! Su hermano debe estar muy orgulloso, quería ser beisbolista antes de enlistarse en la guerra ¿verdad?

—Sí. —Ash se hace pequeño dentro de su chaqueta de mezclilla, toda la diversión y juventud en su rostro se esfuma para darle paso a su característica indiferencia, a ese muro impermeable que nadie puede y teme que nadie pueda atravesar jamás—. Lo está.

La charla fluye alrededor de las pandillas y de cómo le patearán el trasero a la dupla: Yut-Lung Lee/ Eiji Okumura. Sin embargo, la pregunta continúa estando ahí y cuando menos Shorter lo espera se abre paso a su consciencia, arrojando raíces igual que un rosal infestado de parásitos. Un año antes, él y Aslan compartían dormitorios en la facultad. Una noche lo escuchó discutir con su hermano por teléfono, gritándole cosas sobre que ojalá no volviera de Irak y lo dura que había sido su partida por algo que no alcanzó a percibir sobre un entrenador de béisbol y Cape Cod, Shorter entró a su cuarto con un aporreo, aterrado sin comprender la razón hasta que vio la expresión de soledad de su mejor amigo, se veía tan… pequeño, tenía los ojos atiborrados de lágrimas y se había hecho un ovillo entre las mantas de la cama, como si buscase consuelo o una mínima señal de calidez.

«¿Qué quieres?» le dijo iracundo, pero Shorter pudo notar la manera en que se le quebraba la voz y cómo sus dedos apretaban desesperados el teléfono. Quería llamarlo para que bajara de su tejado, no para domesticarlo, sino para aplacar esa inherente soledad.

«Déjame solo, Shorter».

No logró responder nada, ni fue capaz de abrazarlo, no creía que Aslan quisiera hablar del tema (¿o Shorter era demasiado cobarde para indagar?), así que se dio la vuelta y nunca más hablaron de esa noche. Lo lamentó una y otra vez, porque mientras más conocía a Ash, más consciente se volvía de esa desmesurada fragilidad recubierta por una fachada de depredador, no era un lince, era un gatito paseándose por un tejado que se desmorona a pedazos. Algo acomplejaba a su preciado amigo, algo lo lastimaba, algo lo atañía con respecto a su familia, a su pasado e inclusive con respecto a sí mismo, y ¿qué hacía él?, ¿qué hacía su gran confidente?, su bro, su hermano de otra madre, su segundo al mando, su hombre de confianza.

Nada.

Absolutamente nada.

—Nos vemos mañana. —Por mucho que quisiese presionarlo no sabía cómo y caían en este impasse.

—Sí. —Donde temía demasiado perder su amistad así que lo dejaba solo, cautivo de pensamientos horribles sobre que siempre estaría solo tragándose su dolor, sin podérselo contar a un alma, lo dejó solo, sin una persona cerca a su lado—. Ash… —Sé que te pasó algo.

—¿Sí? —Habla conmigo, por favor—. ¿Qué ocurre?

Confía en mí.

Sino es en mí en otra persona.

Habla con quien sea, pero habla.

—No es nada.

Cobarde.

Por supuesto Ash ignora completamente la batalla mental que su mejor amigo lidia mientras camina hacia su apartamento y se despide de los chicos. Okumura le dio una paliza, si bien, no es raro que las cosas suban de tono hasta los puños entre ellos dos, esta pelea fue especialmente agresiva. Aslan suspira, pateando piedras y hojas secas hasta su morada, solía ser un lugar acogedor, Griffin lo ayudó a elegirlo aun estando lejos, prometiéndole que apenas regresara a Nueva York vivirían juntos, se lo prometía con un tono meloso y vaporoso, como si quisiese compensarlo por esa tremenda ausencia que la guerra implicó (¿guerra? Fue solo una excusa, no quería tenerlo cerca).

—¡Aslan! —Pero Griff luce genuinamente contento al verlo entrar, eso le quiebra el corazón, porque fantaseó toda su infancia con ese momento de intimidad, donde fuesen él y su hermano mayor nada más—. ¿Cómo te fue en las clases? —Deja la mochila encima del sofá antes de arrojarse en el cojín.

—Bien. —No es mentira, solo escamotea burdamente que ha faltado a todas por la confrontación—. La otra semana empiezo con los primeros exámenes. —Griffin tararea, se halla cocinando frente a la estufa, huele de maravilla, es un aroma cálido y francamente adictivo, Jim es un terrible cocinero y lamentablemente Ash heredó sus nulas habilidades culinarias, se morían de hambre sin Jennifer.

—¿Cómo te fue en el equipo?

—Grandioso. —Okey, esta si es una mentira—. Es super divertido jugar béisbol.

—Me alegro. —La sonrisa tan sincera de Griff le aplasta el corazón, envolviéndolo en una mano que se cierra en un puño violento y clava sus garras para que la culpa le duela—. Me preocupaba, no te veías muy entusiasmado con la idea cuando te la propuse.

—Lo sé. —¿Cómo negárselo? Le dijo que una de las razones que tuvo para mantenerse con vida fue verlo jugar béisbol en la universidad—. Debí darle una oportunidad antes.

—Te dije, señorito sabelotodo. —Solo entonces se da vueltas, perdiendo la ternura de su sonrisa en un santiamén—. ¿Qué te pasó? Tu carita… —La sartén cae de golpe encima del fogón, apenas apaga el gas corre hacia el más joven para acunarle el rostro entre sus rasposas manos, manos que han sostenido armas, manos que han matado gente, manos que le daban esperanzas, manos que ahora le pertenecen a alguien más, manos que destruyen y rompen.

—No es nada. —Lo aparta con un golpe suave, es cruel, sabe que ha cruzado un límite porque el añil que reflejan esos ojos es jodidamente transparente y expresivo, tan diferente a su verde pétreo—. Me peleé con unos idiotas, no fue la gran cosa.

—¿Eiji otra vez?

—Incluso tú sabes que es un idiota y que no debería meterse conmigo. —Se encoge de hombros, es bueno para restarle importancia a la gravedad de la situación, no duda en hacerlo—. Les enseñamos una lección a esos presumidos.

—Oh Aslan. —Odia que lo llame con ese tono—. Te he pedido que te comportes.

—Solo quieres impresionar al viejo. —Gruñe, la ira escurre por su voz, goteando entre sus dientes hasta abrirle la herida, el aire se vuelve denso dentro del cuarto, los pulmones le pesan.

—Aslan. —Advierte.

—Solo quieres que me porte bien por tu noviecito. —Gruñe despectivo y traicionado.

—Prometido.

—¿Qué…?

—Max es mi prometido ahora. —Apenas susurra, es acá cuando Ash se percata de que la mano de su hermano se encuentra adornada por un sobrio anillo de oro—. Me pidió matrimonio anoche y…

—No. —Se para de golpe, saca sus garras y muestra sus colmillos—. No puedes hablar en serio.

—Aslan.

—¡Así que esa fue la verdadera razón para que te fueras tanto tiempo! —Grita, los ojos le lloriquean y no comprende el motivo para estar tan sensible, ya debería tenerlo asumido, no es una prioridad para su hermano, por eso lo dejó abandonado en Cape Cod con ese entrenador—. Vaya. —Se ríe, iracundo, tensando sus puños hasta que cada vena le palpita igual que un latigazo de electricidad y las heridas cortan, transformando a esas costras sanadoras en cuchillas—. Todo tiene sentido ahora.

—¿A dónde vas? —Ni siquiera se dio cuenta de la brusquedad con la que se paró hasta quedar frente a la puerta—. Es tarde. —Le suplica—. Por favor no te vayas.

—Pero él vendrá ¿no es así? Él vendrá porque lo amas más que a mí. —No debe preguntar, la mueca de resignación de Griffin se lo dice todo—. No te preocupes, no les arruinaré la noche, diviértanse.

Se va y corre.

Corre.

Corre, corre y corre.

La cabeza le hierve a pesar del atardecer, las piernas le pesan como si sus músculos fuesen hormigón y sus huesos un picadillo de vidrio que se despedaza más y más con cada paso que da, incrustándole los bordes desde dentro hasta rasgarlo, corre sin saber la meta, corre porque necesita correr, corre para quedar tan agotado que no pueda pensar, sino piensa no le dolerá. Pero le duele, una sensación de dolor omnipotente lo aletarga, haciendo que sea pesado hasta respirar, Aslan siente que escapa, es como si el suelo que acabase de pisar se desintegrara al instante y quedase en el aire por un solo segundo, debe seguir corriendo para no caerse a ese precipicio, no es consciente de cuánto caerá si lo hace o si podrá regresar, así que corre. Corre de Cape Cod. Corre de Nueva York. Corre de su vida.

Su vida parece escrita por alguien más y lo odia.

Tiene veintidós años y siente que su vida se ha terminado porque está cansado, tan cansado.

Y claro que es tonto y caprichoso haber reaccionado así a las palabras de Griffin cuando lo único que Aslan desea es verlo feliz, pero tardó tanto tiempo en recuperarse del incidente con ese entrenador de béisbol, en volver a confiar en un adulto, en dejar a alguien entrar, se esforzó por construir algún futuro ficticio donde fuesen su hermano y él, tener que incluir a Max lo mató, es como si un invasor hubiese derrumbado las puertas de su fortaleza, de ese refugio hermético que tanto se esforzó por construir y convertir en un hogar, en hacerlo suyo, en hacerlo Ash Lynx, y ese pedante entró carente de consentimiento a su intimidad, lo vio todo y le quitó todo lo que tenía, dejándolo desvalido y tan vulnerable que parece estar en Cape Cod otra vez.

Pero no solo es eso, sino que Max lo hizo consciente de que Griffin, su héroe, su grandioso hermano, no volvía porque tenía otra prioridad, puesto que se enamoró y está bien, claro que lo está, pero Ash lo necesitaba, mierda, y se siente como un parásito porque sabe que probablemente le recuerda al mayor todas las cosas que no hizo para protegerlo y por eso se está desligando, saqueando aquel universo interno al que tanto cariño le puso, dejándolo hueco, a fin de cuentas, sin su esencia ¿qué se supone que es? La farsa de la farsa, la copia de la copia, el grandioso lince de Nueva York, ¡bravo!

De cualquier manera, el pitido de su celular no lo deja pensar, así que contesta, ha corrido hasta la universidad por inercia. Da una profunda calada de aire tibio antes de apretar el botón verde encima de su pantalla.

—Aslan. —Obviamente es Griff quien le suplicará que vuelva, que arreglen las cosas pero no las van a arreglar, la guerra no duró diez años, era él quien se dedicaba a extender su ausencia excusa tras excusa y le jode que no tenga las pelotas suficientes para admitirlo. Lo cambió por Max.

—¿Qué? —Gruñe, corriendo y corriendo, el abismo se come el suelo, se derrumba el mundo a sus pies pero el mundo no ha cambiado y todo sigue siendo lo mismo—. ¿Vas a tratar de convencerme?

—No… —Lo hace trizas que su tono se encuentre plagado de tristeza—. Sé lo terco que eres.

—¿Por eso no querías volver? —Finalmente se atreve a preguntar, las lágrimas se han amontonado en sus ojos y caen patéticamente por su rostro igual que una tormenta, la sal le quema la herida y le da igual, es patético, es pequeño y tiene muchas ganas de llorar—. ¿Desde cuándo…?

—Max no es la razón por la que no regresé.

—¡¿Entonces cuál es la maldita razón?! —Grita, el pecho le sube y le baja erráticamente.

—Aslan.

—Soy yo. —No es una pregunta—. Soy yo, apenas soportas verme. —Y no espera respuesta.

—Es mentira.

—¡No lo es! —Todo le duele—. ¡Ni siquiera me escribiste! Prometiste enviarme cartas, me sentía como un idiota esperando que lo hicieras, debiste cortar el contacto directamente si tanta repulsión te da verme, admítelo, apenas puedes soportar el asco que te da que casi me hayan abusado.

—¡Aslan!

—Aslan, Aslan, Aslan. —Lo imita con un graznido, cabreado y herido—. ¿Sabes qué? Si tanto quieres hacer tu vida con Max hazla, me da exactamente igual que te vayas y te desligues de mí, tu cara de asco me da asco y odio sentir ese asco por mí, tengo suficiente. Si te hubieras preocupado habrías vuelto a casa, habrías llamado a papá, ¿acaso no se te ocurrió cómo me afectaría tu ausencia?, ¿lo mucho que me dolería ser rechazado por algo que ni siquiera comprendía? Era apenas un niño y tú me prometiste… Pero lo trajiste a él y ya me da igual, has tu vida lejos de mí.

—No hablas en serio.

—No me esperes esta noche. —Cuelga.

Cuelga, se deja caer en el piso y llora.

No consigue dimitir el llanto, porque se ha vuelto consciente del daño, la podredumbre y el malestar que crecen en su interior y que cada segundo que pasa aprisionado sin poder volcar esas cosas ante su voto de silencio y el temor a desbaratar la copia de la copia, siente que esa podredumbre se alza, devorándolo todo paso tras paso, todo ocurriendo durante una caída que no parece llegar, mientras se siente roto, mientras se siente como un montón de piezas que permanecen a la fuerza unidas en la historia de alguien más porque el tema es demasiado incómodo y Jim no supo tratarlo, así que lo han ignorado y Griffin tampoco quiere hablarlo, ¡cielos! Mejor finjamos que no existe y que nada ha pasado. Pero algo pasó y se rompió, y no, no es que haya llegado a algo físico, sin embargo, el miedo, la sensación de impotencia y vulnerabilidad, la fragilidad… Eso lo desmoronó, aunque bueno, sigue desmoronándose en realidad, cree que lleva veintidós años haciéndolo. O tal vez, es la adolescencia.

Quizás, está exagerando.

—¡Mierda! —Grita, pateando impotente, frotándose los párpados con brusquedad una y otra vez con la esperanza de que eso corte el llanto, alza su rostro con cólera listo para maldecir otra vez y…

—H-Hola. —No.

No. No. No.

—¿Qué haces acá? —Eiji Okumura está parado enfrente.

—Estaba guardando las cosas del club de deportes cuando escuché el alboroto.

—Oh.

—Sí. —Eiji se acaricia la nuca, incómodo.

—¿Escuchaste algo de eso?

—Tal vez. —Es un terrible mentiroso y eso lo hace gimotear, sintiéndose aún más miserable.

¿Por qué? ¿Por qué la vida le hace esto? ¿Acaso no era suficiente? No, debe patearlo mucho más si todavía está en el piso, cosa que no se pueda levantar durante un buen rato. No basta con esa dura y punzante sensación de vergüenza expandiéndose desde su estómago hacia su tráquea, plantando un nudo que ni siquiera lo deja respirar. No basta con haberle escupido veneno al único ser humano cuyo amor y perdón anhela con desesperación. No basta con seguirles arruinando la vida a quienes ama. Claro que no. Le da tanto miedo que las personas buenas que ama descubran que es una farsa por no haberles contado, que es una copia de una copia y se crean engañados e incluso mortificados cuando esa jamás fue su intención, como Griffin.

Te van a odiar.

 —¿Estás bien? —Eiji se demora en arrojar aquella interrogante, la atmósfera es sofocante y Ash no tiene ganas ni energías para luchar.

—Quiero estar solo. —Gruñe, mirando con satisfacción el ojo morado que le dejó, lo merecía.

—Lo entiendo. —Dice eso pero se arroja a su lado de un solo golpe, dejándolo boquiabierto.

—¿Acaso eres idiota? —Pregunta con irritación, arrancándose las lágrimas de la cara para darle una mueca de absoluto desagrado—. Quiero que me dejes solo, ¿o tu inglés es demasiado malo? —Uy, ha picado en una fibra sensible y lo confirma por las arrugas que nacen entre sus tupidas cejas.

—Eres un idiota. —Bufa—. Ni siquiera me agradas.

—Si soy tan idiota sé inteligente y vete. —Ash rueda los ojos, atrayendo sus rodillas hacia su mentón, están en la parte de atrás de las canchas, donde solo hay tierra y contenedores vacíos que dan hacia el río artificial creado por la facultad de agronomía—. No me hagas darte otra paliza.

—Yo te di una paliza. —Rebate porque es insoportable.

—¿Por qué diablos no te vas? —Sus dientes castañean por la fuerza de sus palabras—. ¿Acaso eres masoquista?

—Porque no se deja sola a una persona llorando. —Le rebate con la misma irritación, no obstante, algo cambia en esa conversación, sus ojos se suavizan, casi impresionan dulces—. Llorar solo es… —Musita, imitando su posición, encogiéndose hasta convertirse en un ovillo tiritón—. Es triste.

¿Triste?

Ja.

Supone que es triste, no está seguro, ya no está seguro de nada ni quiere confrontar nada.

No es que Aslan no haya intentado hablar del tema antes, no es menor que uno de sus pocos adultos de confianza haya querido abusarlo y no entendiese la gravedad hasta la mayoría de edad donde se forzó a confrontarlo. Pero cada vez que pone el tema recibe menosprecio, le restan la gravedad por no haber llegado a una violación o un toqueteo y quedarse en un simple coqueteo de adulto con un niño, un juego inocente algunos dicen, haciéndolo sentir exagerado y loco. Sí, Ash enloquece cuando hacen menos real su situación, como si fuese una tontería o una cuestión imaginada y puede ser, ha pasado una buena cantidad de años del incidente, sin embargo, el regreso de Griff a su vida despertó esos viejos fantasmas y ninguno de los dos se hace responsable. ¿Por qué otras personas tienen ese poder para escoger lo que es suficientemente grave?, ¿no basta que le afecte? Aparentemente no.

Por eso ha optado por mostrarse más adaptado y mejor de lo que está, por formar una pandilla, por muy burdo que suene es su manera de protegerse, de cuidarse y tomar las riendas de su vida, no va a permitir que Yut-Lung ni Eiji Okumura ni nadie le quiten esa leve ilusión de seguridad.

—Mi papá y yo teníamos una horrible relación. —Pero entonces, el moreno suelta esas palabras al aire, hundiendo sus yemas en los bordes de sus rodillas, luciendo extraordinariamente frágil aunque Ash era quien estaba sollozando hace un minuto—. Él falleció hace algunos años, nos la pasábamos peleando porque yo creía que era una decepción para él, que no me quería cerca y de cierta forma mirarme le enfermaba, él nunca me dijo o hizo nada para que cambiara de idea.

¿Por qué le está diciendo esto? No tiene idea, pero no puede apartar la mirada del japonés.

—No hablamos del tema hasta que su enfermedad fue irreversible y me explicó que había pasado por cosas muy duras durante su infancia, vivió su propia guerra, no fue él mismo desde entonces, y no sé, no lo justifico, tal vez creyó que criándome con dureza me haría fuerte o algo así, o quizás vio demasiado de sí mismo en mí y se desquitó, da igual, me amaba, ese es el punto. —Y Eiji lo mira con sus ojos de gacela, son brillantes y cálidos a pesar de la hinchazón—. No conozco a tu hermano ni pretendo comparar nuestras situaciones, pero probablemente Griffin también está lidiando con sus propias guerras.

—No tienes idea de lo que hablas. —Saca garras y colmillos porque es un animal herido.

—Cierto. —El japonés suspira con una sonrisa amarga—. Es lo que deduje por lo poco que escuché. —Medita con parsimonia, consiguiendo que sus pestañas luzcan tan oscuras como el carboncillo bajo el manto de las estrellas, es un cuadro curioso que lo deja embelesado—. Imagínate, si yo con mi poco entendimiento del inglés y el nulo conocimiento que tengo de ustedes puedo concluir eso, imagínate lo mucho que debe amarte tu hermano mayor en realidad.

—Eso no… —El pecho le quema, debe sacarlo, debe hablarlo o no será real—. Solo quiero que Griffin confronte el tema.

Así que habla, por primera vez, habla.

—Quiero que me dé alguna respuesta porque me hace sentir enfermo que evite el tema así, sí, debe ser duro para él, no es que yo haya pasado por algo grave, pero me duele que me haya evitado, me hace sentir como una clase de peste. —Se encoge contra sí mismo, las lágrimas secas agrietan sus mejillas, se muerde la boca aún adolorida—. Me pasó a llevar trayendo a Max a nuestro hogar, él es la única persona con quien me sentía completamente seguro, es infantil y lo sé, pero no puedo evitar sentirme tan traicionado, debió preguntarme, debió considerar mi bienestar, debió protegerme. —Es acá, cuando cae en la cuenta de lo que ha hecho y a quien se lo ha dicho.

—No creo que sea tonto ni infantil. —Eiji se inclina hacia sus propias rodillas, ya ha anochecido—. Tampoco creo que sea poca cosa lo que te ocurrió. —Vacila, alzando sus manos al aire siendo presa de un pánico repentino y exuberante, es gracioso—. Prometo no contarle esto a nadie, por cierto.

—¿Por qué? —Aslan es desconfiado.

—Esto es demasiado personal. —Eiji es impermeable—. Sé lo que es pasarla mal y no abusaré de eso.

—Ya veo.

Se quedan en silencio, hechos dos ovillos frente al tenue canal de agua que pasa ante la cancha, sus zapatillas se golpean, sus músculos crujen resentidos por la pelea que tuvieron en la mañana, jamás se imaginó que de todas las personas encontraría consuelo en quien más aborrece, irónico, piensa, pero ni siquiera debería sorprenderle porque la vida siempre halla maneras de seguirlo pateando.

—Deberías hablar con tu hermano. —Es lo que Eiji musita antes de pararse, limpiándose sus shorts con palmadas torpes y nerviosas—. Él no sabrá por lo que estás pasando a menos que le cuentes, no puede leer mentes ¿verdad?

—Supongo. —El japonés se encoge de hombros, a pesar del calor veraniego está tiritando ya que ese uniforme es ridículamente ligero—. Si le cuentas a alguien te patearé el trasero, Okumura.

—Soy yo quien siempre te lo patea de todas maneras. —Ríe, dejándolo a solas.

Aslan se recuesta contra el suelo, mira las estrellas con el anhelo de que al levantarse las cosas serán diferentes por arte de magia, que llegará a una realidad paralela donde es un lince y no le preocupa nada, o tal vez, yendo un poco más lejos al narcisismo, espera que el universo se amolde a sus ansias y que Max ya no esté en el apartamento al regresar, que su lugar seguro siga intacto y Griffin escuche lo que tiene que decir a pesar de la culpa. Al volver a casa, se da cuenta de que absolutamente nada ha cambiado: Max sigue ahí, Griff sigue mirándolo con esa cara, la guerra de pandillas que él mismo desató sigue ahí, sus exámenes para la siguiente semana siguen ahí, todo sigue ahí. Oh my darling, oh my darling.

Oh my darling, Clementine.

Sí, nada cambió esta noche.

You are lost and gone forever.

Tampoco el odio que le tiene a Eiji Okumura.

Dreadful sorrow, Clementine.

Aún.