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Teoría cinética del calor • / Kinetic theory of heat/:
Sust, física.
Teoría donde se plantea que la temperatura de un cuerpo está determinada por la energía cinética¹ promedio de sus partículas y que una adición de calor incrementa dicha energía.
- Entiéndase energía cinética como la energía que posee un cuerpo en razón de su movimiento.
Sirius Black estaba aburrido y cualquiera que le conociera sabría que detestaba sentirse así.
En su opinión, la vida era demasiado corta para caminar en una línea recta junto a todos los demás; fue un golpe de mala suerte, entonces, terminar atrapado en una escuela antiquísima donde se requería mucho de eso. Con el tiempo había llegado a la conclusión de que la verdadera prueba en Hogwarts no iba de pasar exámenes o tolerar sus clases, por muy molestas que resultaran algunas; se trataba de ver las mismas caras, caminar los mismos pasillos e interactuar con la misma gente, día tras día por siete años, todo mientras vivían en un maldito castillo aislado del mundo. Definitivamente no sentiría ninguna nostalgia cuando se graduara en un par de meses.
La sola perspectiva de libertad le producía un cosquilleo en la espalda que pocas cosas lograban despertar en él últimamente. Remus mencionó el fin de semana pasado que parecía un preso contando con rayas en la pared los días restantes para que su condena terminara, y aunque claramente sus palabras tenían un tono burlón que a Sirius no le gustó, lo cierto era que a veces se sentía así; como si estuviera pagando una condena por el crimen de nacer con el apellido que tenía. La maldición Black, que tenía fama de volver locos a sus antepasados, a él le mordió el culo con el defecto de la impaciencia.
Para Sirius, el verano no podía llegar lo suficientemente rápido.
En otras circunstancias la espera habría sido más fácil. Tolerable, al menos. Pero como parecía ser costumbre últimamente en su vida, las cosas se jodieron muy temprano ese año, cuando su mejor amigo decidió empezar a comportarse como un idiota controlado por su polla. O, mejor dicho, un idiota cuya polla estaba siendo controlada por una pelirroja que disfrutaba jugar a la difícil.
A Sirius le parecía ridículo todo el asunto de Evans y no dudó en decírselo a su amigo en cada oportunidad que tenía. James podría tener a quien quisiera, cuando quisiera; pero allí estaba, detrás de las faldas de Evan como si lo que ella tenía entre las piernas no fuese lo mismo de cualquier otra chica. Parecía que lograr cogérsela se convirtió en lo único en su cabeza las veinticuatro horas del día y todo —todos— lo demás, pasó a un segundo plano.
Era patético. Cada día de James arrastrándose detrás de esa chica solo hacía que la mecha de por sí corta de Sirius, ardiera con más velocidad.
Por supuesto, a él no le gustaba Evans. Detestaba esa actitud de santurrona que siempre mostraba, el acto de ‘soy demasiado buena para mezclarme con los sucios mortales’. Pura mierda. Sirius sabía que era igual o más cruel que ellos; había visto pequeños destellos de su verdadera personalidad aquí y allá antes de que volviera a esconderse tras el escudo de defensora social. Y mira, él no era quien para juzgar el carácter de otros, pero al menos tenía la decencia de mostrar sus verdaderos colores desde el principio. Evans, en cambio, era como una araña especialmente molesta que atrapaba a la gente en su red sin siquiera parecer que lo intentaba, y había logrado enredar a su amigo en ella.
Y vaya que estaba enredado, el pobre idiota.
James había hecho hasta lo imposible por llevarse a Evans a la cama. La situación se había tornado tan ridícula en los últimos años, que Sirius consideró la posibilidad de que la pequeña arpía tuviera algún tipo de magia oscura sobre él. El James Potter que conoció en primer año era alguien que sabía lo que quería y lo obtenía fácilmente, con apenas hablar y mover un par de fichas. Ellos eran cazadores, no presas. Perseguir a una niña que ni siquiera sabía como funcionaba el mundo no era algo propio de su mejor amigo y Sirius se comería sus malditos zapatos si James hubiese cambiado tanto sin alguna influencia mágica de por medio.
Había empezado lento y con cosas pequeñas: intentar mostrarse más aplicado en sus clases, presentar sus trabajos con dedicación y evitar se atrapado en medio de alguna fechoría. Luego vino el reducir las escapadas nocturnas con los merodeadores porque estaba demasiado ocupado pasando tiempo en la biblioteca con Evans, o decidir unilateralmente que el grupo ya no haría más bromas en la escuela. Fue a comienzos de ese año cuando puso el último clavo en el ataúd de la diversión de Sirius, al reunirlos como grupo para informar que se mantendría alejado de las peleas con Snape y sugerirle a ellos que hicieran lo mismo.
Por supuesto sugerir en idioma Potter se traducía como ordenar. Incluso cuando lo planteaba como una opción que podían rechazar, cada uno de ellos sabía que solo les daba la ilusión de elegir. James Potter no era el tipo de persona a la que se podía desobedecer sin esperar consecuencias, sin excepciones para los amigos. Los años a su lado le enseñaron a Sirius que alguien como él convenía tenerlo como aliado y no como enemigo.
La mayoría de las veces ni siquiera le molestaba jugar bajo las reglas de James. Era un tipo agradable, quien sabía pasar un buen rato sin pensar demasiado sobre lo que los demás opinaran al respecto. Tenían ideas muy similares en cuanto a lo que conllevaba divertirse, así que seguirle la corriente muchas veces implicaba hacer cosas con las que estaba más que satisfecho. No sintió que sus ordenes fueran precisamente eso, hasta ahora.
James se había convertido oficialmente en un aguafiestas.
Lo de Snape fue la gota que derramó el vaso porque su amistad, en gran parte, había girado en torno a la aversión mutua que tenían por la molestia grasosa. Burlarse juntos de Snivellus en el tren durante aquel primer viaje afianzó el vinculo tentativo que surgió entre ellos cuando se conocieron y, a partir de allí, hacer su vida imposible era algo que disfrutaban planear y ejecutar; especialmente James. En ocasiones Sirius sentía que el desagrado de su amigo por Snape era incluso más profundo que el suyo, como si la sola idea de Snape, su mera existencia, le repugnara hasta el punto de las náuseas.
Molestar a Snape eran lo que hacían; su cosa. Incluso Remus y Pete se mantenían fuera de ello la mayoría del tiempo porque entendían su lugar, ¿Cómo lo había cambiado James por un par de tetas y un coño?
Además, sin importar todo lo que dijera James sobre madurar y tener cosas más importantes que hacer con su tiempo que desperdiciarlo en un don nadie grasiento, Sirius aún podía notar cuanto detestaba a Snape, las ganas que tenía de golpear su orgullo inútil una y otra vez, hasta que se rindiera a sus pies y los mirara con respeto, como todos los demás. Sirius entendía porque él se sentía igual. Deseaba arrastrar al idiota por el fango hasta que llorara, quería hacerlo rogar por su atención.
Él podía ver las mismas intensiones grabadas en la mirada aparentemente tranquila de James. Siempre que Snape estaba cerca, algo en su lenguaje corporal cambiaba y se volvía tenso; una fuerza en reposo a la espera de hacer erupción. Era como si el odio ardiente que estuvo allí por casi una década se hubiese transformado en una frialdad contenida, pero con la misma capacidad de quemar.
Y era eso lo que más frustraba a Sirius; si James realmente hubiese superado su aversión hacia Snape, él también habría avanzado sin mirar atrás. Si hubo algo cierto en toda la sarta de estupideces dichas por su amigo en los últimos días, fue que la bola de grasa no merecía tanta atención. Snape era insignificante en el gran orden de las cosas y dedicar más de un pensamiento a él ya era desperdiciar el tiempo. Pero era difícil ceñirse a esas palabras cuando se hizo obvio que James solo las decía de dientes para afuera y la única razón de su cambio de miras fueron los susurros de Lily Evans en su oído. Más que el cambio, lo que revolvía el estómago de Sirius era el control que ella tenía sobre su amigo.
En conclusión, Sirius estaba aburrido y frustrado; una combinación desagradable para cualquiera, pero especialmente insoportable para él. Con su piel picando por algo de acción y sin poderla rascar golpeando su saco de boxeo favorito, a Sirius no le quedó de otra que recurrir a su medida de emergencia para situaciones así: el sexo.
En un mundo ideal, coger con alguna chica al azar y luego ir cada quien por su camino sería pan comido; después de todo, ambas partes habían obtenido lo que querían del trato y deberían poder terminar las cosas sin demasiado ruido. Lastimosamente, un internado lleno de mocosas dramáticas estaba lejos de ser el mundo ideal que Sirius anhelaba. Tener sexo con alguien Hogwarts a menudo terminaba con más molestias que beneficios; Sirius prefería evitar los gritos y lágrimas despechadas mientras comía en el gran comedor, muchas gracias, así que mantenía su actividad sexual relativamente controlada.
Y bueno, la relatividad se quedaba corta a veces. Era un hombre en la flor de su juventud y con necesidades físicas, después de todo, necesidades que su mano derecha no siempre podía satisfacer. Pretender que se mantuviera célibe cuando la única forma que tenía de sacar su frustración era entre las piernas de alguna chica, sería pedir demasiado. Llegados a ese punto solo le quedaba arriesgarse y esperar no arrepentirse de ello más tarde.
Entonces, luego de unos días de consideración, optó por una Ravenclaw que no insistía en agitarle las pestañas sin vergüenza alguna cuando se topaban en clases o el comedor. Era bonita, no hablaba demasiado y, por encima de todo eso, parecía más sensata que la adolescente promedio. Sirius la catalogó como lo mejor de lo peor en la, ya de por sí reducida, lista de opciones. Con su decisión tomada, solo bastaron unos cuantos intercambios de palabras para conseguir una reunión a media noche en la sala de los menesteres de la cual, si todo iba como planeaba, saldría más fresco que una lechuga.
Escaparse a escondidas del Gryffindor fue fácil; aprendió a hacerlo incluso antes de tener pelos en los huevos. Fue el llegar a la sala lo que se tornó un poco más complicado. Uno pensaría con su mejor amigo como head boy, quien, por cierto, pertenecía a un grupo llamado ‘los merodeadores, deambular por el castillo a hurtadillas sería un juego de niños; sin embargo, últimamente la realidad de Sirius rara vez se ajustaba a las expectativas. James había tomado la brillante decisión de patrullar el castillo con su compañera de deberes, también conocida como la mojigata más insufrible de Hogwarts, quien seguro como el infierno no dejaría a Sirius romper el toque de queda para poder echarse un polvo.
Fue por esa razón que a las doce menos quince se aventuró por los pasillos bajo la capa de invisibilidad y con el mapa del merodeador como seguro adicional de que no se toparía con algún obstáculo en forma de maestro, o Merlín no lo quiera, de mocosa pelirroja. Sirius casi esperaba que James descubriera las cosas faltantes y lo confrontara por tomarlas sin avisar, así tendría una excusa para recordarle porque se vio aorillado a eso en primer lugar.
Fue el mapa lo que le permitió notar la figura de Snape caminando un piso por encima de su cabeza y como su trayectoria tarde o temprano se toparía de frente con el punto marcado como James Potter. En otras circunstancias Sirius hubiese ignorado ese hecho y se habría dirigido a su cita, sabiendo que escucharía los detalles sobre el castigo Snivellus por saltarse el toque de queda directo de la boca de James; después de todo, Evans no podría argumentar nada en contra de James por cumplir sus responsabilidades como head boy.
Pero Sirius llevaba semanas frustrado, deseando que su amigo se sacudiera de encima a su pseudo novia y volviera a ser James; su James y no esa copia descolorida con la que se vio obligado a lidiar. Entonces corrió el tramo de escaleras hacia arriba, dobló por el pasillo y aguardó a unos pasos de donde James estaba recostado contra una pared, con la mirada fija en el punto cada vez más cercano de Snape. Si para cuando esos dos se toparan no empezaban a saltar chispas, Sirius aparecería y se aseguraría de encender las llamas él mismo.
Para gran decepción suya el encuentro no fue, ni de cerca, tan explosivo como esperaba. En cambio, Snape se congeló en cuanto apareció por el pasillo y sus ojos se fijaron en James. Ninguno de los dos habló hasta que su amigo se empujó lejos de la pared y acortó la distancia entre ellos. Sirius lo siguió con cuidado de no delatar su presencia; algo en el ambiente le decía que no era prudente revelarse todavía.
—¿Fuera de tu casa a esta hora Snape? Supongo que no necesito decirte que estás en problemas.
El tono de James era plano, desprovisto de cualquier emoción tangible. A oídos de cualquier persona sonaría incluso aburrido, pero no engañaba a Sirius. La línea de sus hombros estaba repentinamente tensa y la mano en la que sostenía su varita encendida con un lumus se había apretado alrededor de la madera, en preparación para un posible duelo. Por encima de eso, lo más revelador fue la tranquilidad con la que abordó la situación. James era como el fuego: siempre en movimiento, impredecible y peligroso; en contraposición, la calma antinatural daba la impresión de que algo malo estaba por suceder.
Snape pareció notarlo también. Su propia quietud tenía poco que ver con el saberse atrapado infringiendo las normas de la escuela, y mucho con el instinto de supervivencia que seguramente había desarrollado después de tantos años en el extremo receptor de esa varita. Tenía la guardia tan en alto como la de James; un pie ligeramente delante del otro y las manos listas para lazar hechizos o puñetazos, lo que sea que la ocasión requiriera. Sirius se preguntó si, al igual que él, Snape se sentía depredado por el silencio repentino en el pasillo.
—¿Y bien?
James siguió acercándose. La luz directa sobre su cara, en contraste con la oscuridad del pasillo, solo aumentaba esa aura de peligro, de caos inminente.
—¿Dónde está Lily?
Las palabras de Snape tomaron a Sirius por sorpresa y le recordaron no solo la existencia de la chica pelirroja, sino también la de su propia cita. No necesitó revisar la hora para saber que llegaría tarde a eso y, la verdad sea dicha, no creía poder irse, incluso sabiendo que habría consecuencias al día siguiente. La pregunta aparentemente fuera de contexto solo sirvió para que su curiosidad sobre lo que sucedía allí aumentara.
—Lejos —dijo James y aunque fue solo una palabra, a Sirius le pareció una respuesta extraña. Toda la conversación hasta ahora lo hacía, en realidad.
—¿Volverá?
—Seguramente, pero no pronto. Me aseguré de eso.
Sirius no pudo evitar mirar el mapa y confirmar que, en efecto, Lily estaba al otro lado del castillo, rodeada por varios puntos más; reconoció entre los nombres algunos de sus compañeros de casa. Parecían dirigirse a las habitaciones de McGonagall y Sirius tuvo la certeza de que James había pedido algunos favores.
Para ese punto Sirius estaba más allá de confundido. No se suponía que las cosas marchasen de esa forma. James debería haberse burlado por atrapar a Snivellus con las manos en la masa y luego Snape, como el absoluto perdedor que era, habría sobre reaccionado ante la broma y atacado. Después de alguno gritos y maldiciones, las cosas derivarían en una gran pelea y Sirius aparecería para asegurarse de que su bando no perdiera. En cambio, los dos chicos frente a él se observaban con esa tensión extraña colgando entre ellos, haciendo que la piel de Sirius se erizara y el pasillo se sintiera helado en plena primavera.
Un segundo pasó, luego dos y tres; entonces, James se movió cuando había dejado de esperar que algo pasara; agarró la túnica de Snape y lo estampó contra la pared con un golpe tan fuerte, que Sirius se preguntó si el ruido había alertado a algún profesor.
El fuego controlado que hervía antes bajo los pies de los presentes, de repente estalló con fuerza suficiente para incendiar el castillo y el maldito bosque prohibido junto con él. En seguida Snape enterró sus uñas en los brazos que le mantenían sujeto y Sirius pudo notar con asombroso detalle cuan profundamente se hundieron y como lastimaron la piel desnuda de James hasta sacar sangre. Sirius sintió que su abdomen se tensaba. A Snape le gustaba arañar como un sucio gato callejero; en más de una ocasión luego de enredarse con él en una pelea física, terminaría marcado, con líneas de color rojo vibrante en la carne normalmente blanca.
El silencio volvió, pero esta vez con una sensación ominosa; ese instinto de correr o morir.
Cuando James se abalanzó contra la boca de Snape, prácticamente estrellando sus dientes juntos, Sirius no lo vio venir. O quizá una pequeña parte de él, la misma que pensaba en James con una bomba sin seguro y había estado siguiendo la conversación con una emoción pegajosa gestándose en su estómago, lo había hecho. En cualquier caso, apenas logró cubrir su boca antes de que una exclamación saliera de ella. Ni siquiera registró el sonido hecho por mapa y la varita que se precipitaron al suelo desde sus manos, opacado como estaban por la sangre latiendo en sus oídos.
Por un momento Sirius esperó que las cosas fueran hacia el sur desde allí; que Snape mordiera a James hasta desgarrar sus labios, lo apartara con asco y le diera una patada en las bolas. Deseó que maldijera a su amigo con algo de esa magia oscura en la que estaba metido, cualquier hechizo que le enviara volando lejos y permitiera que el mundo de Sirius volviera a la órbita correcta. Incluso esperó ser atrapado y obliviado por Snape en medio de un arrebato de rabia, para asegurarse que la imagen grabada a fuego en sus pupilas muriera antes de dejar una impresión más allá.
Cuando las manos de Snape cayeron en el cabello de James y tiraron fuerte, con rabia y rencor, Sirius casi sintió que podía respirar de nuevo; solo que, en lugar de moverse lejos, la boca de Snape aterrizó en el cuello de James y mordió con fuerza, para luego lamer la herida como si pudiera desangrarlo y chupar su vitalidad directo desde allí. La varita de James, única fuente de luz en el pasillo, cayó al suelo y le permitió a Sirius notar con horror lo íntimamente que estaban enredados sus cuerpos en un manojo de piernas y túnicas oscuras.
Snape, a quien siempre imaginó frígido cuando ocasionalmente se encontraba pensando en cómo sería en la cama, ahora se frotaba con abandono contra el cuerpo firme de James y jodidamente lloriqueaba, susurrando cosas que Sirius no podía entender por mucho que lo deseara. Prongs, por su parte, besaba como siempre pensó que lo haría; exigente, desenfrenado, y brusco. Cuando apartó la túnica de Snape y comenzó a sacudir lo que Sirius solo podía suponer era su polla, las estocadas secas y rápidas resonaron obscenamente fuertes. Los suspiros y murmullos de Snape pronto se convirtieron en una sinfonía sexual completa.
Sirius quería apartar la mirada. Él quería correr y estrellarse contra una pared, ir a donde estaban esos dos y separarlos él mismo, o simplemente saltar de la primera ventana que encontrara con vistas directas al lago. No hizo ninguna de esas cosas; en cambio, se quedó allí de pie con la mirada fija en las dos figuras medio tragadas por la oscuridad. No podía dejar de ver, no podía moverse. Era como si ese peso que sentía en el abdomen bajo de repente se hiciera infinitamente más denso y la gravedad lo mantuviera pegado al suelo.
—Creo que voy a…
La voz de Snape no se parecía en nada a la que Sirius conocía. Sonaba destrozado, apenas lo suficiente cuerdo para hilar media oración. Supo el momento exacto en el que terminó porque se desinfló sobre el cuerpo de James, con la respiración marcada por una agitada sucesión de inhalaciones y exhalaciones. Sirius notó entonces que su propio pecho subía y bajaba a un ritmo igual de frenético.
El pasillo volvió al silencio casi antinatural de antes.
James no apartó a Snape como Sirius esperaba, o se burló de él por tener un orgasmo de la mano de su enemigo; en su lugar permitió que Snape se apoyara en su pecho, mientras deslizaba la mano por su espalda como quien consuela a un niño. Cuando finalmente lo dejo ir fue para recoger su varita del suelo y arrastrar el cuerpo deshuesado de Snape dentro de un aula vacía.
Pasaron varios minutos en los que Sirius solo se quedó inmóvil, mirando sin ver la puerta que se había cerrado con los dos chicos detrás. Para cuando la sensibilidad en sus piernas regresó, otras cosas se hicieron dolorosamente evidentes. Estaba medio recostado contra una pared, apenas manteniéndose en pie. De alguna manera había terminado pisoteado el mapa en medio de su confusión y ahora lucía como un andrajoso pedazo de papel junto a su varita, todavía encendida.
Lo peor de todo, y la realización que casi fue suficiente para hacerlo querer recostarse de nuevo: estaba duro. No simplemente duro; tenía una erección que dolía, con su polla llorando suficiente liquido preseminal para dejar un punto húmedo en su ropa interior.
Mierda.
Esto no podía estarle pasando, debía ser un sueño. Una pensadilla, más bien. Solo en sus peores pesadillas, esas que no se atrevía a contarle a nadie, se pondría duro con la idea de James, Snape y el sexo apresurado en un rincón del castillo. Él no era así; cualquier idea extraña que pudo o no haber tenido cuando era más joven, desapareció como se suponía que debía una vez maduró lo suficiente para verla como la estupidez que era.
Sí, estaba en medio de una pesadilla. Una muy vivida, pero irreal, al fin y al cabo. Cerraría los ojos y se despertaría al día siguiente con la sensación de que tuvo un mal sueño, pero sin recuerdo de lo que trataba. Solo tenía que volver a los dormitorios, a la seguridad de su cama y entonces todo habría terminado.
Debía irse.
Sin poder evitarlo, se encontró caminando en dirección opuesta a donde se suponía que debía ir. Oyó a lo lejos su propia voz susurrar un alohomora y notó con horror que su mano entreabrió la puerta lo suficiente para poder asomarse sin ser descubierto. La imagen que lo recibió fue la de Snape doblado contra un escritorio, con su camiseta y nada más, mientras un James completamente vestido, a excepción de su pene, se estrellaba con fuerza en su interior.
Las estocadas de James eran prácticamente animales, moviendo un poco el escritorio cada vez que entraba y salía. Snape se aferraba a la mesa como si su vida dependiera de ello, con las uñas enterradas en la madera y la boca abierta babeando sobre la superficie. Sirius tendría una clase en ese salón al día siguiente. Se preguntó si al observar la mesa con la luz del sol encontraría marcas de uñas que podría reconocer porque antes habían estado en su cuerpo. Se pregunto si James, sentado a su lado, lo vería buscarlas y sabría lo que Sirius había visto; entendería lo que anhelaba.
Antes de poder detenerse, llevó la mano debajo de su pantalón sin siquiera molestarse en sacar el botón del ojal. No le importó que se reventara y callera al piso, o que la tela se hubiese enanchado dolorosamente en la piel de su cintura. Su mente estaba centrada en su pene, el ardor que lo consumía y el deseo puro de hacer algo, cualquier cosa, para calmarlo.
Pronto se acariciaba con furia, al ritmo desenfrenado que el pene de James entraba en Snape. La fuerza del acto entre ambos resonaba en su cuerpo como si hiciera ambos, recibir y dar a partes iguales. Se permitió imaginar el calor apretado de Snape envuelto en su pene, mientras tomaba a su mejor amigo hasta que sus bolas chocaban con las nalgas de Sirius. Ninguno pararía hasta que estuviesen satisfechos, semen caliente llenándolo al mismo tiempo que se dejaba salir el suyo en el culo de a quien siempre consideró un perdedor.
Se vino dolorosamente rápido e incluso después de terminar, todavía se quedó allí observando hasta que James gruñó el nombre de Snape y cayó flácido sobre su espalda. Aun miraba mientras Snape arrastraba su mano bajo la mesa y bombeó media docena de golpes en su pene antes de terminar. Vio como, con una lentitud extraña y casi dulce, James los limpió a ambos y al lugar. Recién pudo apartarse de la puerta cuando los dos salieron y tomaron caminos opuestos, incluso después de lo que sucedió allí dentro y el beso demasiado intimo que Sirius los vio compartir antes de abandonar la habitación.
Con pasos lentos y apenas consientes, Sirius caminó de vuelta a los dormitorios, se metió en su cama y cerró los ojos. Mañana cuando despertara se aseguraría de haber olvidado esa pesadilla.