Experience Sociology 3rd Edition Croteau Solutions Manual
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Brief Outline
Social Science as a Way of Knowing
Doing Research
Types of Research
Thinking Critically: How to Assess Research
A Changing World: Technology and Social Research
Learning Objectives
1. Differentiate social science research from everyday reasoning.
2. Describe the four key elements of sociological research.
3. Describe the role of theory in social science research.
4. Describe the features, strengths, and weaknesses of the major data collection methods.
5. Apply ethical standards to the challenges researchers encounter in conducting research.
6. Compare and contrast the three approaches to social science research.
7. Describe tactics for evaluating a scientific study.
8. Describe the impact of new technologies on social science research.
Lecture Outline
A. Social Science as a Way of Knowing
1. The Limits of Everyday Thinking
• Unquestioned trust in authorities
• Unquestioned acceptance of “common sense”
• Unquestioned acceptance of traditional beliefs
• Generalizations based on personal experience
• Reliance on selective observation
• Biased observation and interpretation
2. The Elements of Social Science Research
a. Patterns in Social Life
• Identifiable, repeating patterns in human thought and action
• Social scientists use a variety of techniques to describe and measure these
patterns.
IM – 2 | 1
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No reproduction or distribution without the prior written consent of McGraw-Hill Education.
IM – 2 | 2
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•
Focus groups, using a moderator, enable researchers to expand the number of
people interviewed.
c. Field Research
• In some cases, the researcher tries to remain separate from the activities being
studied; in others, the researcher engages in participant observation: both
observing and actively taking part in the setting or community under study.
d. Existing Sources
• Secondary data analysis; content analysis
e. Experiments
• Data gathering in which the researcher manipulates an independent variable under
controlled conditions to determine if change in an independent variable produces
change in a dependent variable, thereby establishing a cause and effect
relationship
3. Research Ethics
• ASA “Code of Ethics”: primary goal of ethical guidelines is “the welfare and
protection of the individuals and groups with whom sociologists work”
• Anonymity; confidentiality; informed consent
4. The Research Process: A Student Example
• Basic research process:
o Choose and explore a general topic.
o Identify a specific research question.
o Design the research study and specify the data to be collected.
o Consider ethical dimensions and obtain necessary permissions/approval.
o Collect, analyze, and interpret the data.
o Report the results.
C. Types of Research
1. Positivist Social Science
• Assumes the social world, like the natural world, is characterized by laws that can
be identified through research and used to predict and control human affairs
• The concept of value-neutrality
2. Interpretive Social Science
• Focuses on an understanding of the meaning people ascribe to their social world;
tends to deal directly with people’s values, beliefs, and opinions
3. Critical Social Science
• Aims explicitly to create knowledge that can be used to bring about social change;
especially, to better understand and reveal the dynamics of power in society
D. Thinking Critically: How to Assess Research
• The peer-review process
• Ask at least these questions:
o What is the research question?
o What is the theory informing the research?
o How are variables operationalized?
o What is the sample?
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XIX
»Ahora volved los ojos a Galicia, donde está el general Mina; volvedlos
luego a Barcelona, donde está el gran patriota Jorge Bessieres y veréis que
estos campeones de la libertad tampoco están mano sobre mano. ¿Seremos
menos aquí? ¿Nos espantaremos de la libertad? No, señores. Adelante
siempre adelante. ¡Viva la libertad! Yo, el más humilde de esta asamblea
yo, que he venido aquí porque me repugnaban los infames manejos de los
de allá; yo, que estoy pronto a derramar hasta la última gota de mi sangre
hasta la última, señores, por el triunfo de la causa; yo, que jamás recib
destino de los tibios ni lo solicité; yo, que soy hombre puro, si hay hombres
puros en España, os propongo con el corazón henchido de patriotismo que
aceptéis desde luego la idea republicana, como ha propuesto mi esclarecido
amigo el ciudadano X...»
Varios oradores pidieron la palabra. Después de una breve disputa sobre
quién había de usarla, don Patricio Sarmiento se levantó y habló de este
modo:
—Después del elocuentísimo discurso del fénix de los ingenios
comuneros, don José Manuel Regato, ¿qué puedo decir yo, que soy un triste
maestro de escuela, un oscuro preceptor de la tierna juventud? Pero si de
algo sirven los consejos de un viejo que se ha quemado las cejas estudiando
la historia del pueblo romano, quiero alzar esta noche mi humilde voz en
este augusto recinto para enseñaros lo que no sabéis. Vuelvo los ojos en
torno mío y veo zapateros, sastres, talabarteros, comerciantes, taberneros
colchoneros y otros artífices, gente toda muy honrada, muy patriota, muy
digna, pero que no está versada en la historia romana. (Rumores de
disgusto.) No trato de ofender a nadie: afirmo un hecho y nada más, y como
yo creo que para tratar ciertos asuntos, es necesario haberse quemado las
cejas... (Interrupciones donosas), haberse quemado las cejas, como me las
he quemado yo, de aquí infiero... Esas interrupciones y cuchicheos no
hacen mella en mi ruda entereza, no señor; (El orador se amostaza) y as
digo como el gran Temístocles: «pega, pero escucha.» ¿De qué se trata? De
adoptar la idea republicana. Bien, yo pregunto a la docta asamblea
¿Cuándo se estableció la República en Roma? Y la docta asamblea me
contestará que el año 509 antes de Jesucristo. Muy bien contestado. ¿Y
cuándo concluyó la República de Roma? El año 29. Total de tiempo en que
existió la forma republicana: 480 años. Está muy bien. (Más fuertes
rumores.) Ahora pregunto: ¿cuáles fueron las causas que determinaron a los
romanos a cambiar de forma de gobierno?
Los rumores se trocaban en tumulto y una voz gritó:
—¡Que se calle ese pedante!
—¡Que se vaya a la escuela!
—Al indocto grosero que de este modo me interrumpe —gritó don
Patricio agitando los brazos y poniéndose muy encendido—, le contestaré
que él es quien debe ir a la escuela a aprender lo que ignora.
—¡Aquí no se quieren estafermos! —aulló una voz, de la cual no se
tendrá idea sino considerando de qué modo puede hablar el aguardiente.
—Señores —dijo el presidente con aquel formulismo parlamentario que
algunos hombres quieren llevar a donde quiera que se oiga el sonsonete de
un discurso—, no demos a España y a Europa el triste espectáculo de una
discordia entre individuos de esta nobilísima asamblea. No se diga que
andamos a la greña como los masones, a quienes yo aplico aquello de riñen
los pastores y se descubren los hurtos. (Prolongadas risas.)
—¡Que se calle don Patricio!
—¡Que se calle Pelumbres!
—Pues a mí no me da la gana de callarme... ¡a ver! —exclamó una voz
que salía del formidable pecho de un hombre tiznado, fiero, corpulento, que
parecía personificación de una fragua—. Y si a mi no me da la gana de
callarme, a ver quién es el guapo que me cierra el pico... ¡A ver!
Diciendo esto, se levantaba el señor Pelumbres entre la multitud apiñada
en los bancos. Su figura, así como su voz, pondrían miedo en toda asamblea
que no fuera la de los Comuneros.
—Ciudadano Pelumbres —dijo el presidente—, ¿qué dirá la Europa s
no guardamos la compostura propia de hombres de gobierno?... ¿Qué dirá?
—Eso es, ¿qué dirá? —repitieron don Patricio y los que deseaban que
hablase.
—Es preciso tener moderación —continuó el presidente—. Puesto que
el ciudadano Sarmiento estaba en el uso de la palabra, continúe su erudito
discurso, que tiempo tiene de hablar el ciudadano Pelumbres. Yo le
concederé la palabra, esperando en tanto de su finura y buen sentido que no
interrumpa al orador en este importantísimo debate.
Ya entonces empezaba a ser costumbre el llamar importantísimo debate
a cualquier inútil disputa suscitada por la envidia o la vanidad.
—Señor presidente —gruñó Pelumbres, tambaleándose como un yunque
sin equilibrio—, lo que digo es que el ciudadano Sarmiento es un animal..
y a mí no me soba nadie.
Cayó en el asiento como quien se echa a dormir.
—Señor presidente —dijo con trémula voz Sarmiento—. La asamblea
conoce bien mi carácter y mis servicios... no necesito responder a los cargos
que me ha dirigido el ciudadano Pelumbres, porque la asamblea sabe muy
bien que yo...
—Sí, sí —gruñó la asamblea.
Estaba el buen Sarmiento en pie, con el cuerpo doblado por la cintura
recogiéndose a un lado y otro los faldones de la levita, como quien se va a
sentar y no se sienta.
—Agradezco las manifestaciones de simpatía de este ilustre areópago —
dijo el orador—, y me parece que no debo molestar más al ilustre areópago
y que los injustos cargos que el ciudadano Pelumbres me ha dirigido, no
deben contestarse sino con un magnánimo silencio.
—Bien, muy bien.
—Por lo cual me siento, dejando a nuestro esclarecido presidente la alta
honra de continuar este importantísimo debate, para que nos diga su
opinión, que es lo que más nos importa.
Rumores diversos manifestaban el deseo de que hablase el Castellano
Romero Alpuente se dispuso a hacer el gusto a sus presididos. Antes de
copiar aquí su discurso, convendrá decir que el célebre demagogo de los
tres años no era un jovenzuelo fogoso, como algunos creen, sino un vejete
atrabiliario y furibundo, alto, flaco, descuadernado, anguloso, de gárrula
elocuencia, de vulgares modos. Era tanta su fealdad, debida en primer
término a la longitud de sus narices, que no es fácil se encontrara entonces
ni se haya encontrado después su pareja. Alcalá Galiano, al lado suyo, se
tenía por un Adonis.
Había sido magistrado de la Audiencia de Madrid, y en su vida privada
era el hombre más inofensivo, más manso y para poco que imaginarse
puede. El mismo que en público encarecía la necesidad de cortar no sé
cuántos miles de cabezas, era incapaz de matar un mosquito. ¡Pobre carnero
viejo que, habiendo leído algo de Robespierre y de Marat, quería parecerse
a ellos! Pero solo los tontos confundían su clueco balido con el rugir de
leones y panteras. Sus discursos, que alborotaban las Cortes y los clubs
eran un conjunto de garrulidades terroríficas, de chascarrillos y vulgares
idiotismos. Carecía de formas literarias, y su lenguaje familiar era a veces
tan divertido como sus amenazas demagógicas, que aquella bendita
generación no tomaba siempre en serio. Algunos le llamaban el Guzmán (e
gracioso) de las Cortes. Tuvo además el pobre don Juan Romero Alpuente
la desgracia de que en lo mejor de sus triunfos parlamentarios le saliera un
enemigo folletinista, que usando el nombre de don Pedro Tomillo Alvado, le
puso de hoja de perejil.
—«Caballeros comuneros —dijo Alpuente con voz que no tenía nada de
temerosa—, o hay confianza en los hombres del partido, o no hay confianza
en los hombres del partido. Si hay confianza en los hombres del partido, no
se planteen cuestiones prematuras. Si algo debe hacerse se hará. No
conviene precipitarse, no conviene comprometerse. Las cosas vendrán por
sus propios pasos. El partido es el partido, y el que no crea que el partido es
como debe ser, espere a ver en qué para el partido y se convencerá
(Rumores. Asentimiento general.)
»Por consiguiente —prosiguió, satisfecho del éxito de su exordio—
esperemos, llenos de patriotismo, y no hablemos por ahora de
republicanismo. El partido es un partido que debe estar preparado para
empuñar el timón de la nave del Estado si se le llama con este fin
(Muestras de regocijo.) Y se le llamará, ciudadanos caballeros, pues ¿quién
lo duda? El segundo gobierno constitucional sigue la misma desatentada
senda que el primero. El país está lo mismo hoy que ayer. El pueblo soporta
las mismas cadenas; los tiranos no han cambiado, los mandarines siguen
los peligros crecen. El gobierno cree que va a durar mucho, ¿pues no lo ha
de creer? Pero yo quiero ver cómo se las compone con las tramas de la
Junta Apostólica en Galicia, con los guardias destituidos, con los obispos
rebeldes, con la conspiración de Vinuesa, con la del Abuelo, con los
tumultos de Zamora, con el motín de Alcoy, donde han sido destrozadas
todas las máquinas, con el robo de la valija de Aragón, con los sucesos de
Valladolid... Me parece que les cayó quehacer, ¿eh? (Risas.) Yo pregunto
¿cuál es el medio de que se acaben los trastornos? Establecer la libertad en
toda su integridad. Esto es axiomático. Que los absolutistas vean una mano
terrible dispuesta a caerles encima en cuanto chisten, y entonces se meterán
bajo una silla. Y no me hablen a mí de conspiraciones demagógicas y
republicanas. Aquí no hay nada de eso, y si lo hay es amaño de los
constitucionales masones para desacreditar a nuestro partido. Ellos tienen e
lema de dar palos y gritar “que nos pegan”, lo cual ya no hace efecto
porque se va descubriendo la picardía. (Carcajadas y bravos.)
»Seamos prudentes, seamos cuerdos. Sigamos defendiendo nuestros
sacrosantos principios... hoy más libertad que ayer y mañana más que hoy..
No nos arredremos, no volvamos la cara atrás. Adelante, siempre adelante
Pero vayamos con pie seguro. A su tiempo se enseñarán los dientes. Pues
¡qué!, ¿creen que si logramos empuñar el timón de la nave del estado (esta
figura de la nave era la única que se había asimilado en su carrera
parlamentaria el orador comunero), estaremos mano sobre mano, sin hace
nada, como el gobierno de la coletilla? Y ahora viene el repetir lo que ya se
dijo en 1811:
¡Mirad qué gobernación!
¡Ser gobernados los buenos
por los que tales no son!
»En suma, señores, el partido declara por mi conducto que no quiere ser
vasayo; que planteará el sistema en toda su pureza. Si para esto es preciso
la violencia, venga la violencia. Si es preciso la guerra civil, venga la
guerra. La Providencia salvará al partido. No olvidéis, señores, que e
Criador del Universo bendijo también los esfuerzos que hicieron Matatías
y sus hijos para evadirse de la justa dominación del impío Antioco
Epifáneo. Entre tanto desechemos la idea de República. La Constitución
establece la monarquía y nosotros respetamos al rey constitucional. No se
diga que el partido ha sido el primero en alterar la augusta ley. Dejémosles
que ellos se caigan solos; y si nos hicieren ascos y no quisieren nuestra
ayuda para mantenerse derechos, ¿me entiende usted?, si prefieren apoyarse
en la Santa Alianza y en sus diplomáticos, enviados, farsantes, zascandiles
espías y soplones, en los que fueron pajes de escoba del rey Pepillo, en los
serviles españoles de todas clases y ropajes, con bandas, cruces y calvarios
en los de mitra, bonete e hisopo, en los seráficos, angélicos, en los
tostadores y sus familiares, plumistas, guardas, alfileres, corchetes y
agarrantes, en los que dicen el rey mi amo... entonces nos retiraremos
dejándoles que vayan a donde quieran, pues como dicen en mi tierra
cuanto más se desvía el borrego, mayor topetazo pega.»
Atronadoras exclamaciones de entusiasmo acogieron la frase final de
discurso de Romero Alpuente, orador que, como se ha visto, no ha dejado
de tener herederos en la política española.
Una voz que parecía cien voces, gritó:
—¡Viva Riego!
Contestó un alarido, y desde entonces el importantísimo debate se
convirtió en un importantísimo aquelarre. Romero Alpuente se fue, y en su
lugar el señor Regato se dispuso a presidir (no hay otro verbo que pueda
emplearse propiamente) el resto de lo que es forzoso llamar sesión.
Un orador pidió que se hiciesen manifestaciones contra la Santa Alianza
en la persona de sus plenipotenciarios, idea que fue acogida con
satisfactorio y general asentimiento por la asamblea, y procediose a
nombramiento de una comisión que se encargase de rociar con peladillas
los cristales de las casas donde vivían los embajadores de Austria y Rusia
No se había calmado la efervescencia causada por este suceso cuando un
joven de buen porte, tan correcto de traje como de estilo y hasta afeminado
pronunció un discurso de energúmeno sobre el plan de Vinuesa y e
escarmiento que debía hacerse en la persona de aquel malvado aborto de
infierno, compendio de todos los crímenes.
Aseguró también que Vinuesa estaba conspirando dentro de la cárcel, y
que si no se ponía remedio en ello, imaginaría un nuevo plan absolutista
para matar la libertad. Acusó al infante don Carlos de complicidad con e
cura de Tamajón, y afirmó que todo porrazo dado a Vinuesa sería porrazo
dado a la corte. Aumentando en fogosidad a cada instante, llegó a sostener
que el gobierno se estaba portando traidoramente en este negocio, y que a
él (al orador) le constaba que había intenciones de absolver al de Tamajón y
aun darle una mitra, si era menester. Aseguró que el pueblo no debía
consentir tal iniquidad, porque si la consentía no era digno de la fama que
había adquirido en Portugal, Nápoles y el Piamonte, países que nos habían
tomado por modelo, estableciendo la libertad al mágico grito de «¡Vivan los
discípulos de España!»
Al discurso del joven, contestó otro mozalbete de muy distinta figura
educación y modales (pues en aquella asamblea había locos de todas
clases), diciendo que la culpa de todo la tenían los masones, que dando a la
nación el nombre de populacho y haciendo el bu con la anarquía, estaban
poniendo las cosas como en los tiempos ominosos. Hizo reír al auditorio
afirmando que bien pronto se prohibiría con pena de pecado morta
pronunciar el nombre de Riego; pero que él (el orador) estaba resuelto a
exhalar el último suspiro diciendo ¡Viva Riego!, en atención a que Riego
había enjugado el llanto del pueblo español. Esta figura, tan original como
patética, produjo gran entusiasmo, con el cual, excitándose el espíritu de
orador, dijo que él sabía el modo de resolver el asunto de Vinuesa; que e
pueblo, como soberano que era, podía hacer su real gana, porque e
gobierno recibía dinero de la Santa Alianza para ir arreglando la cama a
despotismo, y esto no se debía consentir.
Mezclando berzas con capachos, aseguró que él había entrado en la
prisión de Vinuesa y le había visto escribiendo planes y más planes; que
corría mucho dinero absolutista para sacarle de la prisión y ponerle al frente
de un gobierno despótico, y que el orador y Pelumbres, al salir una mañana
de la taberna, habían oído una conversación sospechosa entre dos clérigos
de la cual dedujeron que Vinuesa se comunicaba constantemente con sus
cómplices. Concluyó diciendo que él (el orador) no se pararía en barras, y
que si los conspiradores vieran media docena de cabezas clavadas en otras
tantas pértigas junto a la Mariblanca de la Puerta del Sol, doblarían la cerviz
(única palabra pedantesca que se permitió el orador en su largo discurso)
ante el pueblo re-soberano.
Después de este joven plebeyo, otro joven decente habló de los que
clavaban constantemente el puñal en las entrañas de la madre patria, y
anunció su resolución de ocupar el primer puesto el día del peligro
sacrificando su existencia al triunfo de la libertad. Puso cual no digan
dueñas a los masones, acusándoles de afrancesados e impostores, pues
muchos, dijo, profanaban el nombre de Riego, tomándole en sus asquerosas
bocas, siendo así que para pronunciar palabra tan angélica, debían
enjuagarse un mes antes con miel rosada. Afirmó que Calatrava era un bajo
adulador, Feliú un traidorzuelo, Martínez de la Rosa un mandria, Cano
Manuel un bobo, Toreno un pedante, Argüelles un embustero. Después de
mucho divagar, propuso a la asamblea que se diese un voto de gracias a don
José Manuel Regato por lo bien que había conducido los diversos asuntos
de la Comunería desde su origen. Regato estuvo a punto de llorar de
emoción, y para demostrar de un modo incompleto su agradecimiento
convidó a cenar a varios de los más granaditos. La sesión terminó
alegremente entre las alegres endechas del himno, que sonaban bajo las
bóvedas de la fortaleza:
Es en vano calumnie la envidia
al caudillo que adora el ibero;
hasta el borde del hondo sepulcro
nuestro grito será: ¡viva Riego!