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Alaia Sierra
Aktualitateko erredaktorea / Redactora de actualidad
Elkarrizketa
Esti Berganzo
Hija de Ana Rueda, residente en el centro Arabarren de Gasteiz

«Mientras mi madre esté ahí no voy a parar, voy con todo; estoy muy cansada y muy triste»

La madre de Esti Berganzo ha tenido en Arabarren heridas, golpes, desgarros y una mala higiene, afirma su hija. Llega a la entrevista con NAIZ con un cuaderno de más de 50 páginas que recopila denuncias y quejas y se declara «cansada y triste». La Diputación de Araba anuncia una inspección especial.

Esti Berganzo, frente a la residencia.
Esti Berganzo, frente a la residencia. (Iñigo URIZ | FOKU)

¿En qué momento se dieron cuenta de la situación en la residencia?

Mi madre ingresó el año pasado en abril. En agosto tuvimos el primer problema porque no se sabe cómo se cayo de la cama. Tiene una hemiplejia en el lado derecho, se mueve difícilmente. Tenía puntos de sutura en la ceja, en el hombro, en el brazo, la mano, la cadera, la rodilla y el pie izquierdo. ¿Explicaciones? Ninguna. Me dijeron que las barreras estaban puestas. Era imposible. Al final reconocieron que no lo estaban. Las explicaciones siempre son «no se sabe, lo vamos a mirar». A partir de entonces empiezan a aparecer lesiones en los brazos, desgarros epidérmicos sangrantes, moratones...

Cuando ponemos quejas, van por escrito para que consten en Diputación porque si las expresas de manera verbal se pierden. La directora no quiere decir nada por escrito y se limita a darte contestaciones vacías que no te llevan a ninguna parte, porque sabe que está pillada. Entonces te quedas atrapada en un bucle del que no puedes salir. Hemos recurrido varias, por no decir 15 veces. Cada 15 días viene una chica de Diputación, le cuento cosas, le mando emails, fotos... Luego nos reunimos y resulta que no tienen constancia de nada de eso.

La Diputación va a abrir una inspección extraordinaria.

Ojalá, porque las ordinarias no están sirviendo de absolutamente nada. Dicen que no la hacen desde octubre del año pasado y entonces mi madre ya se había caído y eso ya tenía que constar, porque fuimos a enseñar las fotos. Puede haber errores humanos, pero lo que me enoja profundamente es que nadie me dé una explicación. Nos tienen metidos en una nube de la que no quieren que salgamos, escondiendo todo para que no salga nada. Estoy muy cansada y muy triste porque nadie se merece estar así.

En los PAI (Plan de Atención Individualizada), escriben que mi madre tiene una hemiplejia en el lado izquierdo cuando la tiene en el derecho. Está escrito por la jefa de las auxiliares, que la despidieron. Pone que usa bragapañal y no había pañales para mi madre. Ahora sí porque me ha faltado a mí bajar al almacén a buscarlos. El PAI está mal y nadie se ha dado cuenta hasta que lo hemos leído. Nadie sabe nada ahí dentro.

«Aquí hay profesionales, no todas, que son maravillosas y valen su peso en oro, pero no dan abasto»

También denuncian falta de personal...

En Diputación nos dicen que los ratios se cumplen, que tiene que haber tres auxiliares más la de refuerzo. Cuando me lo dijeron, me entró la risa. Le dije que las bajas no se cubren, que no hay personal suficiente. Son 25 personas y solo para darles de comer en boca están siete personas, más dar de comer a los que todavía son «semiválidos» y atenderles. Es inviable, me da igual que se cumplan los ratios, que no se cumplen. Hay auxiliares que valen su peso en oro pero no dan abasto.

Para llegar a este punto, ¿cuál ha sido el proceso?

He hablado hasta con el señor [Gorka] Urtaran [diputado de Políticas Sociales]. Vino al poco de inaugurar el centro a hacerse la foto y le enseñé la cara de mi madre, le dije que ya no anda y le pregunté si había hablado con los familiares o había visto cómo están los residentes. Me dijo que no, que no me preocupara porque lo iban a mirar. Fue en agosto del año pasado y no he tenido noticias. Ya me molesta en lo personal que me estén diciendo que van a hacer cosas y no lo hagan. Estoy súper cansada de tanta excusa y e inventiva.

A usted hace poco le llegó una carta anónima, una advertencia.

Sí, el 5 de septiembre. La recogí en recepción y estaba abierta. Ya ni la correspondencia va a ser privada, te van a abrir las cartas. Se supone que es de una trabajadora o trabajador. No me gusta lo que en la carta dice que dicen de mi madre, evidentemente eso no se lo voy a pasar. Me preocupa seriamente que diga que apareció otra señora con moratones y que nadie dijo nada, me preocupan seriamente las alusiones que se hacen a que ellas tienen miedo de hablar y la última línea me aterroriza: «Cuidad mucho de vuestros familiares y estáos muy atentos».

Es mucha molestia como para que sea mentira, arriesgándote a que se enteren de quién eres. Parece que no se puede hacer nada y lo dejamos ahí. Al día siguiente mi madre aparece con el pie morado y me dicen que no lo habían visto. A los seis días me llaman hora y media después de que yo me fuera diciendo que le han hecho un desgarro y que se han dado cuenta cuando estaba empapada de sangre. ¿Cómo? No lo saben.

La residencia Arabarren, en el barrio de Lakua. (Jaizki FONTANEDA / FOKU)

¿Hasta dónde están dispuestas a llegar?

Mientras mi madre esté aquí, yo no voy a parar, hasta que esté bien. Me da igual, voy con todo. A nivel burocrático no sé cuál es la solución, pero entiendo que algo en lo que sea partícipe Diputación tiene que estar controlado. No puede ser que aquí dentro pasen cosas y nadie de explicaciones. Esto se paga con el dinero de mi madre y con nuestros impuestos y hay señores que están cobrando por gestionarlo. Alguien tendrá que dar cuentas de lo que pasa aquí. ¿Por qué esto está en un limbo que no se puede tocar? ¿Quién está gestionando esto que no se puede meter mano?

¿Lo que vive su madre lo viven otros residentes?

Yo veo que todos están igual. Hay gente que no dice nada por miedo a represalias. En el tiempo de las visitas, cuando coincidimos los familiares y charlamos un rato hay mucha gente, el 80%, que no está a gusto pero cuando llega el momento de hablar no quieren decir nada. Estamos pagando 1.500 euros todos los meses y, aunque fuera gratis, a mí me han dicho que esto era un hotel de cinco estrellas. Entiendo que nadie va a hacer cosas a mala fe, pero releo esta carta… Y han pasado cosas que no puedo contar y te dejan sin poder dormir. ¿Qué hago? ¿La saco? Ya no puedo hacer más, porque los familiares vamos a acabar mal. Si ella estuviera bien, yo estaría bien. A veces me parece que se está riendo en mi cara. Ocultan todo lo que está pasando ahí dentro para que parezca lo que querían vender, un hotel.

«Una residente me dijo que las trabajadoras dicen que están hartas de limpiarles el culo y que a ver si se mueren pronto. Si ella que puede hablar, protesta y no hacen nada, ¿cómo serán con mi madre?».

¿En estos días, después de hacerlo público, ha cambiado algo?

Yo no he notado nada. Entiendo que las auxiliares estén molestas porque se ha dicho que la plantilla no es profesional. En Diputación me dicen que sí, que tienen el título, pero este es un trabajo que tiene que ser vocacional. No estás trabajado con zapatos, estás trabajando con gente. Si no te gustan las personas mayores dedícate a otra cosa. Aquí hay profesionales que son maravillosas, pero no todas. Oigo malas contestaciones, veo malas formas de dejar a la gente en las butacas.

Otro de los problemas ha sido la temperatura de las habitaciones en verano.

No hay aire, solo suelo radiante. Ideal, pero llegó agosto y estábamos a 29 grados en las habitaciones. Ya lo avisé el año pasado. Solo hay aire acondicionado en las zonas comunes. La trabajadora social me ha dicho este año que se han dado cuenta ahora de que no tienen aire en las habitaciones. Luego tienen la poca vergüenza de mandarnos a los familiares un email en el que se dice que en las habitaciones habrá de 20 a 22 grados, pero por la noche cierran las ventanas y durante el día las abren. No se han muerto todos porque Dios no ha querido.

Cuando la puerta principal se cierra queda otra abierta hasta las 22.00. Está rota y cualquiera puede entrar por la noche. Yo espero que esté cuidada y con una puerta cerrada como en su casa. He pasado noches aquí. Bajaba, subía, entraba, salía y no había nadie. Se cuela alguien y puede hacer lo que le dé la gana. Y durante el día entra cualquiera sin probar quién es.

Mi madre no habla, no sé qué le duele o qué le pasa. ¿Qué quieren que haga? Estamos agotados. Estoy muy cansada y muy triste. No voy al cine porque no hay cobertura, vivo con el teléfono encima, vengo todos los días, hay días que ni como, un día a la semana me quedo a acostarla para mirarle todo el cuerpo. Así no se puede vivir. Eso es lo que estoy sintiendo yo. ¿Qué no está sintiendo mi madre cada vez que le hacen una herida, que no sabe lo que le está pasando, por qué tiene todo el pañal meado? Dicen que ellos no se dan cuenta de nada, pero una señora que es capaz de hablar me dijo que dicen que están hartas de limpiarles el culo, que a ver si se mueren pronto, que los mandan callar… Yo voy a casa y no duermo, porque si ella que puede hablar, se da cuenta de las cosas, protesta y no cambian nada, ¿cómo serán con mi madre? Me muero por dentro cada día un poquito. No quiero que mi madre se vaya, pero a veces pienso que sería mejor para ella.