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Identidad y poder

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Juan Pedro Arocena | Montevideo
@|“Somos idea”. Y en buena medida por haberlo sido, el Partido Nacional es también el partido político más antiguo del continente que, a la vez, ha conservado trascendente vigencia. En una democracia, el sistema de partidos políticos “parte” (de allí lo de “partido”) a la ciudadanía en base a conjuntos de ideas diferenciados. Cuando un partido político conserva su ideario está conservando su identidad. Pero un conjunto de ideas e ideales, por sí mismo, no lo acerca al poder. Los partidos que no visualizan este extremo corren el peligro de mantener una identidad muy definida pero que, al operar siempre lejos del poder político, no inciden sobre la realidad que es, en última instancia, el objeto de su existencia.

En democracia, acercarse al poder, implica tomar contacto con la gente, es decir con un universo de problemáticas tangibles de corto plazo, algo más alejado al sistema de ideas que adoptó el partido. Los partidos políticos superan esta dificultad utilizando diversas estrategias. La existencia de un líder carismático (caudillo) es una de ellas. La gente se ve atraída por las características personales del líder y éste consolida su liderazgo cimentándolo no sólo en sus cualidades, sino muy particularmente a lo largo de una gran trayectoria en defensa de sus profundas convicciones. La política de alianzas es otra forma de acercarse al poder permaneciendo fiel al ideario. Los partidos coalicionan con otros a partir de un común denominador, también integrado por ideas, pero de características más generales.

Así se construye el poder en democracia. Los distintos sectores que forman un partido consolidan una unión partidaria conservando sus perfiles de mayor detalle identitario para unirse tras un conjunto de principios muy precisos. El siguiente paso es la coalición. Pero siempre detrás de estas sucesivas y crecientes organizaciones está la comunidad de ideas como un sistema de círculos concéntricos cada vez más amplio.

Siendo así, la cercanía a la gente se logra para constituir poder, el que se va edificando a través de varios puentes: liderazgos, carismas, sectores, partidos y coaliciones, pero todos ellos obedecen a un sistema de ideas que los sustenta y les hace conservar sus respectivas identidades.

Existen también estrategias de poder viciosas. El “catch-all party” es una de ellas. Se trata de una organización partidaria que, en el desenfreno de su carrera hacia el poder, va adoptando todo y de todo: personas e ideas. El ejemplo más emblemático en la región es el Partido Justicialista Argentino que albergó la extrema izquierda montonera, la extrema derecha de la triple A, el liberalismo de Carlos Menem y el centrismo de Duhalde.

Al adoptar todo el universo de ideas posible el partido pierde identidad. No se trata ya de un “partido” sino de una estructura de poder cartelizada que pretende sustituir con su existencia la competencia de partidos en el seno del sistema político. En Argentina fue una triste historia que desembocó en el kirchnerismo y que transformó al país más rico de Sudamérica en un modelo populista en donde la pobreza arañó el 50% de la población.

Otra estrategia viciosa es la demagogia. Que los partidos políticos persigan ayudar a resolver los problemas de la gente, y hacerlo llegando a grupos cada vez más extendidos de la población está muy bien. Pero ello debe lograrse a través de un conjunto de ideas que personas y partidos han sostenido durante su larga trayectoria y con cuya imposición se pretende llegar al beneficio del mayor número. El partido demagógico abandona este precepto invirtiendo el orden de los factores. Ya no se busca el poder para beneficiar a la gente, sino que se promete beneficiar a determinados sectores para llegar al poder.

En democracia las urnas mandan. El camino hacia el poder debe tomarse con decisión, acatarse con disciplina y entusiasmo militante, sin abandonar nunca la identidad partidaria que nos hace decir: “somos idea”.

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