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Fablan las piedras

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En uno de los pasajes del Cantar del Mío Cid, el rey Alfonso VI le dice a Rodrigo Díaz de Vivar: “Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras”. Hoy podríamos afirmar lo mismo sobre nuestro tiempo.

La invasión de Ucrania por el ejército de la Federación Rusa, el 24 de febrero de 2022 (aunque se puede sostener que la agresión empezó con la ocupación de Crimea, en 2014) lleva más de dos años y la factura del conflicto es inmensa.

La información sobre las bajas de ambos ejércitos es poco precisa. Una estimación realizada en agosto del año pasado concluyó que las bajas en el ejército ruso ascendían a aproximadamente 300.000 soldados muertos y heridos y las del ejército ucraniano en torno de 170.000 -190.000. Hoy, la suma total se aproxima al medio millón. A ello se agregan las bajas entre los civiles, predominantemente en el lado ucraniano. De acuerdo a la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, desde la invasión se habían producido 30.457 perdidas civiles, aunque esta estimación seguramente subestima el impacto del conflicto.

Las consecuencias directas del conflicto desatado por Rusia, son inmensas. Especialmente para Ucrania. Pero, también son importantes las reverberaciones que, a modo de ondas sísmicas, se extienden al resto del orbe en las formas más inesperadas. Por ejemplo, Ucrania fue, tradicionalmente, uno de los grandes exportadores de trigo a países del Tercer Mundo.

La invasión rusa y la retórica de sus gobernantes ha revivido el recuerdo de los acontecimientos de la década de 1930 y el estruendoso fracaso de la política de apaciguamiento del país agresor, cristalizada en el Acuerdo de Munich.

Aunque es cierto que la aplicación de las lecciones del pasado al presente siempre será una tarea difícil, llena de acechanzas. la reacción de los Estados Unidos y Europa occidental fue la correcta. Sin enfrentar directamente a Rusia, apoyan a Ucrania con fuertes sanciones a ésta y ayuda militar a Ucrania, incluyendo suministros de armas y equipos. La sangre la ponen los ucranianos que luchan con gran coraje contra un enemigo muy superior en personal. En algún momento, el presidente ruso, Vladimir Putin, puso en duda la existencia de una nación ucraniana. Pues bien, su imprudente agresión ha tenido el efecto de forjar esa nación en el campo de batalla. Y así es como se escribe la historia.

El costo político de esta agresión para Rusia es enorme.

La invasión fue condenada en dos Resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas; motivó a Finlandia y Suecia a sumarse a la Alianza Atlántica; revivió la OTAN; determinó a los países europeos a retornar a sus niveles de gasto militar anteriores a la caída del Muro de Berlín y a pensar en un esquema propio para su defensa regional. Rusia ha quedado cada vez más aislada y ahora depende, esencialmente, de China.

En este contexto, en un momento en que existen muchos motivos para que fablen las piedras, se destaca el viaje del presidente Putin a Corea del Norte. Que el presidente de una de las grandes potencias y miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, emprenda una “amistosa visita de Estado”, con gran fanfarria, a una de las dictaduras más férreas y longevas, del planeta, es un signo del aislamiento político y ético en que se encuentra Rusia.

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