LA RIVALIDAD INTERNACIONAL POR LA
REPÚBLICA DOMINICANA
Y EL COMPLEJO PROCESO DE SU
ANEXIÓN A ESPAÑA (1858-1865)
Archivo General de la Nación
Vol. CXCI
LUIS ALFONSO ESCOLANO GIMÉNEZ
LA RIVALIDAD INTERNACIONAL POR LA
REPÚBLICA DOMINICANA
Y EL COMPLEJO PROCESO DE SU
ANEXIÓN A ESPAÑA (1858-1865)
Santo Domingo, D. N.
2013
Cuidado de la edición: Área de Publicaciones
Autor: Luis Alfonso Escolano Giménez
Corrección: Luis Alfonso Escolano Giménez y William Capellán
Diagramación: Harold M. Frías Maggiolo
Diseño de cubierta: Cristian Cohén Simó
Motivo de cubierta: Mapa de la República Dominicana revestido de su bandera,
rodeado de buques simbolizando la amenaza de otras naciones.
Primera edición, 2013
©Luis Alfonso Escolano Giménez
De esta edición
©Archivo General de la Nación (vol. CXCI), 2013
ISBN: 978-9945-074-88-8
Impresión: Editora Mediabyte, S.R.L.
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Impreso en República Dominicana / Printed in the Dominican Republic
Índice
INTRODUCCIÓN . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .11
CAPÍTULO I
EL RETORNO DEL CAUDILLO AL PODER: LA ACTUACIÓN
DEL RÉGIMEN SANTANISTA ENTRE 1858 Y 1861
1. La naturaleza política del santanismo . . . . . . . . . . . . . . . . .27
2. El agravamiento de la cuestión monetaria a partir
de 1858 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .31
3. El incidente consular de 1859: entre la injerencia
externa y la defensa de la legalidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . .41
4. Últimas emisiones monetarias antes de la anexión . . . . . . .62
CAPÍTULO II
EL COMPLEJO PANORAMA DIPLOMÁTICO DOMINICANO
DURANTE EL CONFLICTO CONSULAR DE 1859
1. El protectorado de Cerdeña sobre Santo Domingo:
una opción inviable . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .68
2. Últimas secuelas de la matrícula de Segovia . . . . . . . . . . . .74
3. Las relaciones dominiconorteamericanas y su efecto
sobre las potencias europeas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .79
4. El conflicto consular y el agravamiento de la tensión
entre la República Dominicana y las potencias europeas . .99
8
Luis Alfonso Escolano Giménez
5. El progresivo reacercamiento de la
República Dominicana a España . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .120
6. Las principales amenazas externas contra la República
Dominicana: Haití y los Estados Unidos . . . . . . . . . . . . . 135
7. Nueva misión de Cazneau como agente especial de los
Estados Unidos en la República Dominicana (1859-1860).143
CAPÍTULO III
LA INTERVENCIÓN DE LAS POTENCIAS EUROPEAS
EN EL CONFLICTO DOMINICO-HAITIANO
A PARTIR DE LA TREGUA DE 1859
1. La mediación de Francia y Gran Bretaña: ¿tregua
o paz definitiva? . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .162
2. Papel de España en la cuestión dominicohaitiana y
aumento de la rivalidad entre las potencias europeas . . .190
CAPÍTULO IV
INFLUENCIA DE LA CRISIS ECONÓMICA DOMINICANA EN LA
ARTICULACIÓN DEL PROYECTO ANEXIONISTA
1. La situación económica de la República Dominicana
hasta 1861. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .229
2. La inmigración española en la República Dominicana . .243
3. Las relaciones comerciales dominicanas antes
de la anexión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .262
4. Los proyectos de inversionistas norteamericanos
entre 1859 y 1861. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .279
CAPÍTULO V
DE LA
LAS RELACIONES EXTERIORES
REPÚBLICA DOMINICANA EN VÍSPERAS
DE SU ANEXIÓN A ESPAÑA
1. La misión del general Alfau ante el Gobierno
español (1859-1861) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .324
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
9
2. Actitud franco-británica ante la creciente influencia
de España en la República Dominicana . . . . . . . . . . . . . .346
3. El papel de los Estados Unidos en la coyuntura
dominicana preanexionista . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .358
4. Las últimas interferencias franco-británicas antes de
proclamarse la anexión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .365
CAPÍTULO VI
LOS PREPARATIVOS INMEDIATOS DE LA ANEXIÓN
1. Últimas gestiones de Santana en busca del
protectorado o de la anexión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .380
2. Fases y fundamentos de la negociación entre Santo
Domingo y La Habana . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .402
3. La precipitación de los acontecimientos durante los
primeros meses de 1861 . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .448
CAPÍTULO VII
PRINCIPALES REACCIONES ANTE
EL HECHO CONSUMADO DE LA ANEXIÓN
1. El sinuoso camino hacia el hecho consumado
de la anexión . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .482
2. España acepta la reincorporación de Santo Domingo . . .499
3. Repercusión internacional de la proclama anexionista . .530
4. Eco de la anexión en la prensa española . . . . . . . . . . . . . .558
CAPÍTULO VIII
LOS PRIMEROS CONATOS REVOLUCIONARIOS EN
SANTO DOMINGO Y EL ESTALLIDO FINAL DE 1863
1. El estado de la opinión pública a la llegada de
las primeras tropas españolas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .580
2. El alzamiento de Moca en mayo de 1861 . . . . . . . . . . . . . .588
3. La frustrada expedición de Sánchez y Cabral
desde Haití . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .594
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Luis Alfonso Escolano Giménez
4. La crónica del levantamiento de febrero de 1863 . . . . . . .609
5. El principio del fin de la etapa anexionista:
la insurrección de agosto de 1863 . . . . . . . . . . . . . . . . . . .634
FUENTES DOCUMENTALES . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .667
FUENTES HEMEROGRÁFICAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .669
BIBLIOGRAFÍA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .671
SIGLAS Y ABREVIATURAS UTILIZADAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .681
ÍNDICE ONOMÁSTICO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .683
Introducción
E
ste trabajo trata de responder a las dos cuestiones planteadas en su propio título –la rivalidad internacional por la
República Dominicana y la anexión de Santo Domingo a España–,
a fin de dilucidar la naturaleza de un hecho tan insólito en la
historia como la reincorporación de Santo Domingo a su antigua
metrópoli, proclamada el 18 de marzo de 1861. El desarrollo de
las páginas que siguen parte, pues, de la necesidad de explicar,
en clave interna y externa, las causas de la anexión dominicana a
España, así como el rápido fracaso de la misma, lo cual permite
comprender, a su vez, el estallido de la Guerra de la Restauración,
que puso fin a la experiencia anexionista en 1865. Los hechos
analizados, cuyo sesquicentenario se conmemora justo ahora, tuvieron lugar en el breve lapso de solo siete años, de modo que nos
encontramos, sin duda, ante uno de esos períodos en los cuales
el ritmo histórico parece acelerarse y, por ende, su estudio resulta
de muy especial interés para comprender la evolución posterior
de los acontecimientos.
La perspectiva con que se aborda esta investigación, dada su
temática, se encuadra en el ámbito teórico de la historia de las
relaciones internacionales, por lo que presta particular atención
a las principales dimensiones de las mismas, en lo concerniente a
los aspectos políticos y diplomáticos, pero también a los de índole
económica, tales como las finanzas y el comercio. Se pretende
analizar las diversas dinámicas implicadas en las relaciones entre
los diferentes países, que no son tan solo las establecidas entre sus respectivos gobiernos, e igualmente se busca abarcar,
por ejemplo, los proyectos de inversión llevados a cabo por
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Luis Alfonso Escolano Giménez
ciudadanos particulares, los movimientos migratorios y diversas
actividades profesionales de carácter privado.
El complejo proceso que desembocó en la anexión de Santo
Domingo a España supone una actuación de la política exterior
española que integra de forma explícita las tácticas de una diplomacia más o menos sutil y una expedición militar, en el sentido estricto del término. La reincorporación de un país independiente a
su ex metrópoli constituye una ocasión excepcional, que permite
indagar en la imbricación entre las vertientes política y militar de
la acción exterior de un Estado, en este caso concreto el español.
En efecto, la actuación de España en América tenía una prioridad
absoluta, que era la preservación de Cuba y Puerto Rico frente
a la amenaza estadounidense, y hacia ese objetivo básico estaba
orientada prácticamente toda la política exterior del ejecutivo de
Madrid, que veía dichas provincias antillanas como una parte inalienable del territorio español.
Así pues, las gestiones de los diferentes gobiernos dominicanos
concluyeron con un resultado no por desusado menos previsible,
dada la insistencia de aquellos, por lo que casi podría hablarse
de una intervención española teledirigida desde otro país, cuyo
poder tanto político y económico, como diplomático y militar, era
mucho más limitado. De ahí el enorme interés de rastrear cómo
llegó a producirse una anexión, cuya viabilidad era más que dudosa, según vino a ponerse de manifiesto en 1863, cuando estalló el
levantamiento contra España que dio lugar a la restauración de la
República Dominicana en 1865.
Este trabajo no aborda los hechos de armas que se produjeron durante ese conflicto bélico, sino la fase de los antecedentes
más directos de la anexión y los primeros pasos de esta, así como
su fracaso final. Para consolidar el nuevo estado de cosas se hizo
necesaria la presencia de un contingente de tropas españolas en
Santo Domingo, por lo cual la participación de la Armada resultó
necesaria para el transporte y desembarco del Ejército expedicionario, en un territorio que aún no formaba parte de España y
que le era poco conocido, con todos los peligros que tales circunstancias conllevaban. La posición indudablemente estratégica
de la isla Española, ubicada entre Cuba y Puerto Rico, y más en
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
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concreto el valor, quizás sobredimensionado, pero no por ello
menos significativo, atribuido a la bahía de Samaná, demandaban
una expedición naval de cierta magnitud, para ocupar varios puntos en el plazo más breve posible.
Cabe afirmar que, con independencia del fracaso final del
experimento anexionista, que por su propia naturaleza tuvo el
desenlace que era de esperar, la intervención mediante la cual
España se apoderó del territorio dominicano fue impecable, incluso modélica, como puede deducirse del testimonio autorizado
de quienes en ella participaron en calidad de militares. Resulta
también muy significativo que los dos principales jefes de la expedición, tanto el brigadier Peláez de Campomanes como el general Joaquín Gutiérrez de Rubalcava, tuviesen un destacado papel
durante las negociaciones previas con el Gobierno dominicano,
como representantes de las autoridades españolas, y en particular
del gobernador de Cuba, general Serrano.
En cuanto al principal escenario de estos hechos, la República
Dominicana, su historia entre 1844 y 1861, período denominado por la historiografía dominicana con el nombre de Primera
República, viene definida por una serie de factores básicos. El más
determinante de ellos es la crisis estructural del nuevo Estado,
como consecuencia de su inestabilidad política y su debilidad
económica, que llevó a los diversos gobiernos de la República a
buscar la ayuda de una potencia extranjera, por medio del protectorado o del simple establecimiento de relaciones diplomáticas.
El segundo elemento que marcó dicha etapa es la constante
amenaza a la independencia dominicana por parte de Haití, materializada en varias invasiones contra su territorio. Esta fue la causa
de nuevas gestiones en aras de obtener un acuerdo de paz duradero entre los dos países de la isla, para lo cual el Gobierno del presidente Báez recurrió a la mediación de Francia, Gran Bretaña y los
Estados Unidos. Aun así, no fue posible alcanzar un cese definitivo
de las hostilidades, sino tan solo una serie de treguas sucesivas,
con la garantía francobritánica.
Además de la compleja tesitura interna en que se encontraba
sumida la isla Española, recaían sobre ella las injerencias externas
14
Luis Alfonso Escolano Giménez
derivadas de la rivalidad existente entre los Estados Unidos, Gran
Bretaña, Francia y España, en un área de tanta importancia geoestratégica como el mar Caribe. En este contexto, las apetencias
territoriales del Gobierno norteamericano en la bahía de Samaná
eran consideradas por las potencias europeas como un peligro
cierto, dados los antecedentes anexionistas de aquel país. España,
que durante los primeros años se había resistido a involucrarse
directamente en las cuestiones que afectaban a su antigua colonia,
dio un giro de ciento ochenta grados a esa política de no intervención, y en 1855 decidió reconocer a la República Dominicana,
con el objetivo de actuar sobre el terreno y hacer frente así al
expansionismo estadounidense en el Caribe. La anexión de Santo
Domingo a España se inscribe pues en una dinámica de implicación cada vez mayor en la situación interna dominicana por parte
del ejecutivo de Madrid, a través tanto de sus agentes diplomáticos
en el área antillana, como de los sucesivos gobernadores de Cuba
y Puerto Rico, en su calidad de máximas autoridades españolas en
dicha región.
El proceso anexionista ha sido visto desde España como un
capítulo más de la política exterior llevada a cabo por el llamado
Gobierno Largo de la Unión Liberal (1858-1863). Por ello, en general la historiografía española lo ha considerado dentro de la misma
línea que otras intervenciones o expediciones militares del período
unionista, con las cuales sin duda presenta algunas características
en común. En este sentido, la anexión es un hecho que cabría incluir dentro de esa política «propia de la burguesía moderada que
rige la península ibérica entre 1843 y 1868, emprendida por razones de prestigio sin intención de alterar sustancialmente un statu
quo celosamente defendido por las grandes potencias»,1 a la que
se ha referido José María Jover en muchas de sus obras. Así pues,
dentro del campo de la historia de las relaciones internacionales de
España, la mayor parte de los estudios mantienen este tratamiento.
En cualquier caso, debe subrayarse la atención más bien escasa
que la historiografía española ha prestado a esta cuestión, a pesar
1
José María Jover Zamora, España en la política internacional: siglos
Madrid, Marcial Pons, 1999, p. 143.
XVIII-XX,
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
15
de que tuvo consecuencias muy relevantes para la propia España.
Entre ellas, no se puede obviar su importante contribución al
agravamiento de la crisis económica y política en los años finales
del reinado de Isabel II, quien fue destronada en 1868, ni mucho
menos su influencia en las posteriores insurrecciones de Cuba y
Puerto Rico, cuyo estallido tuvo lugar en ese mismo año. Los autores españoles que han abordado el estudio de la anexión suelen hacer mucho énfasis en los aspectos directamente relacionados con
España, pero dejan al margen las interferencias de otros países, o
cuando menos las relegan a un segundo plano. Además, el objeto
de estudio de la mayor parte de los trabajos que han profundizado
en este período de la historia de las relaciones dominicoespañolas
es la reincorporación de Santo Domingo a España, entre 1861 y
1865, así como sus antecedentes más inmediatos, de modo que la
etapa previa a los mismos carece de la necesaria atención.
Por lo que se refiere a los trabajos realizados desde otras perspectivas, tales como las derivadas del análisis de la prensa, o con
la vista puesta en el propio desarrollo del proceso anexionista,
puede apreciarse en ellos una tendencia a aislar el fenómeno,
por lo cual este también queda descontextualizado, al menos en
cierta medida. Ambas posturas son las más habituales a la hora
de tratar los hechos que nos ocupan, aunque aparte de estos dos
enfoques principales pueden encontrarse algunos estudios que
abordan la cuestión desde el planteamiento propio de la historia
de las relaciones internacionales, es decir, sin centrarse tan solo en
uno o dos países, sino con una visión de conjunto, pero son aún
relativamente escasos.
Por consiguiente, se ha tratado de incluir en el marco de análisis conceptual que sirve de referencia a esta investigación monográfica las variables más relevantes para comprender mejor el
fenómeno anexionista en la República Dominicana, así como la
rivalidad internacional que lo acompaña. Al abordar la cuestión
se ha tomado en cuenta de forma prioritaria los aspectos económicos, políticos, diplomáticos, culturales e identitarios de la misma, ya que permiten analizar desde distintos ángulos la actuación
de los diferentes países que tuvieron un mayor protagonismo en
16
Luis Alfonso Escolano Giménez
el acontecer de este período de la historia dominicana. Por otra
parte, se ha buscado un equilibrio en el empleo de las fuentes,
entre las procedentes de las diversas potencias europeas implicadas (España, Francia y Gran Bretaña), las estadounidenses y las
propiamente dominicanas. Debe señalarse también que dichas
fuentes son en gran parte inéditas, lo cual constituye una de las
principales aportaciones que se ha pretendido realizar con este
trabajo, ya que sin duda ofrecen la posibilidad de obtener nuevos
datos, que pueden servir para ampliar la perspectiva desde la que
ha de estudiarse un tema de esta naturaleza, el cual por su propia
complejidad requiere una explicación multicausal.
Nuestra principal hipótesis parte de la necesidad de explicar
la anexión de Santo Domingo a España en función de un marco
que abarque más allá de las dinámicas internas de cada uno de
estos dos países, por tratarse de un hecho en el cual la rivalidad
internacional jugó un papel determinante, no solo en su génesis
sino también en su posterior evolución y desenlace. Por otro lado,
no puede perderse de vista las importantes implicaciones políticas, económicas, sociales e ideológicas internas del problema, en
los casos español y dominicano, principalmente, imprescindibles
también para comprender la planificación de un proyecto tan
excepcional como la anexión, y la posterior ejecución del mismo.
Aunque la historia dominicana comparte numerosas características con la de otros países de Latinoamérica, presenta también
algunas peculiaridades que hacen muy atractivo su estudio. La más
importante de ellas es precisamente la serie de intentos que llevaron a cabo los dos principales dirigentes políticos de esta etapa, en
pos de obtener la protección directa de alguna potencia extranjera frente a la amenaza que representaba Haití para la independencia dominicana. En efecto, Pedro Santana y Buenaventura Báez,
quienes ocuparon la presidencia durante la mayor parte del período 1844-1861, utilizaron de forma recurrente, para justificar esta
política, el argumento del peligro que suponía Haití, su belicoso
vecino del oeste, que había controlado toda la parte oriental de la
isla entre 1822 y 1844. Esta amenaza para la independencia dominicana motivó asimismo la intervención de las diversas potencias
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
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con intereses en la isla, Gran Bretaña y Francia principalmente, en
calidad de mediadores entre ambos países, a petición del ejecutivo de Santo Domingo.
La historiografía dominicana, sobre todo la más reciente, ha
puesto de relieve que la existencia de dicha amenaza, aun siendo
cierta, no agota las explicaciones de esta tendencia al anexionismo o al protectorado por parte de los principales líderes políticos
dominicanos. Numerosos estudios han resaltado acertadamente
las causas de orden económico, como una de las razones de mayor
peso que impulsaron a los dos presidentes mencionados a obtener
la ayuda de alguna potencia extranjera. También cabe reseñar el
relevante papel jugado por la rivalidad entre ambos caudillos, que
apostaban por una u otra potencia en función de sus propios intereses políticos, como un medio en el que apoyarse para conquistar el poder o para conservarlo frente al adversario respectivo, y
frente a la pequeña burguesía que comenzaba a surgir en el norte
del país.
En efecto, el enfrentamiento entre los conservadores y el incipiente liberalismo surgido en la región del Cibao tuvo un fuerte
componente de carácter económico, debido sobre todo a la política monetaria aplicada por los gobiernos de Santana y Báez, que
consistía en la emisión masiva de papel moneda. El agiotaje derivado de esa política perjudicó en un determinado momento, de
forma particularmente grave, a los comerciantes y a los pequeños
propietarios tabacaleros de la región septentrional. De hecho, la
cuestión monetaria está en el origen del levantamiento que estalló en julio de 1857 en Santiago y otras poblaciones del Cibao
contra el gobierno de Báez. Tanto este como Santana pertenecían
al grupo de los grandes terratenientes del sur y del este que había
ostentado el poder desde los tiempos de la colonia, y que luchaba
para no perderlo frente a la pequeña burguesía que había comenzado a desarrollarse en el norte del país, como consecuencia de
la creciente actividad económica generada en torno al cultivo,
procesamiento y comercialización del tabaco.
Así pues, el medio que concibió la vieja clase dirigente para
conservar su tradicional poder político y económico fue la
18
Luis Alfonso Escolano Giménez
obtención del apoyo de una potencia extranjera, que además le
permitiese sanear la precaria situación financiera que el Estado
dominicano venía padeciendo desde sus orígenes, y defenderse
de las agresiones de Haití. Este objetivo de aferrarse al poder,
aun a costa de enajenar parcial o totalmente la soberanía dominicana por medio del protectorado o la anexión, condujo a la
realización de numerosas gestiones en ese sentido por parte de
los Gobiernos de Santana y Báez. El hecho de que el primero se
inclinara más por España o los Estados Unidos, y que el segundo
lo hiciese por Francia, solo demuestra que ambos coincidían en
alcanzar el mismo objetivo, aunque con aliados que podían ser
diferentes según su propia conveniencia. Tras la guerra civil que
enfrentó a la burguesía liberal del norte con el régimen baecista
que la había llevado a la ruina, entre 1857 y 1858, y de la que
salió reforzado Santana, quien volvió a ocupar la presidencia, sus
partidarios apostaron decididamente por la reincorporación de
Santo Domingo a España como la única vía para mantenerse en el
poder. Cuando el Gobierno español aceptó la anexión, también el
propio Báez se puso a su disposición, en busca de alguna prebenda, y fue nombrado mariscal de campo del Ejército español.
Dicha rivalidad interna, sin embargo, no habría alcanzado la
repercusión que finalmente tuvo fuera de sus fronteras, de no
haber sido porque coincidió con otra rivalidad a mayor escala, la
que existía entre los Estados Unidos y los países europeos con más
intereses en el Caribe (España, Gran Bretaña y Francia), así como
la que mantenían estos países entre sí. Aunque algunas obras analizan detenidamente las conexiones entre las respectivas áreas de
influencia, y las sucesivas relaciones de alianza o enfrentamiento,
el estudio de la política seguida por España permite comprender
la evolución desde una inhibición casi total al comienzo de este
período, tras ser desechada la posibilidad de ocupar la recién
creada República, hasta la aceptación de una anexión de dudosa
viabilidad. No cabe duda de que el objetivo de cerrar el paso a
los Estados Unidos influyó de manera determinante en los diversos Gobiernos españoles a la hora de adoptar una u otra política
hacia la República Dominicana, por ejemplo, y tal como ya se ha
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
19
señalado, cuando España reconoció en 1855 la independencia de
la que había sido su primera posesión en América.
Este análisis permite establecer una serie de parámetros que
nos sitúan en un escenario en el cual los intereses comerciales
de ciertos sectores de la burguesía española fomentaban algunas
actuaciones en materia de política exterior que son, en buena
medida, equiparables a las realizadas por otros países. Las expediciones militares no constituyen, en absoluto, una excepción en
el contexto internacional de la época, como prueba el hecho de
que en México y Cochinchina el Gobierno español prácticamente
se limitó a secundar la iniciativa de Francia, sobre todo, y de Gran
Bretaña, en menor medida. La relación estratégica existente entre
los ejecutivos de París y Madrid durante la mayor parte del reinado de Isabel II explica muchas de las decisiones adoptadas por
el Gobierno español en cuestiones de naturaleza exterior, bien
como emulación de su vecino del norte, o bien como forma de reforzar una alianza que convenía a ambos Estados. Puede afirmarse
que la anexión de Santo Domingo a España en modo alguno se
encuentra desvinculada del resto de la política internacional y colonial española, sino que revela la permanente preocupación por
preservar el dominio sobre Cuba y Puerto Rico, para lo cual era de
vital importancia controlar, directa o indirectamente, el territorio
dominicano.
Sin embargo, estas apreciaciones no impiden constatar el fracaso de una acción exterior carente de bases sólidas en las que
sustentarse, tanto de carácter económico, dadas las limitaciones
del aún incipiente capitalismo español, como ideológico y estrictamente político, con un nacionalismo muy débil y un régimen
liberal cuyas deficiencias eran evidentes. Aunque parezca contradictorio, no obstante, esa misma sociedad a la que se negaban
numerosos derechos políticos, así como la prensa, en muchas
ocasiones sin distinción de ideologías, apoyaron, pese a sus limitaciones y a sus pocas consecuencias prácticas, una política exterior
que encontró amplio eco en el país y logró convertirse en algunos
momentos en una política nacional que polarizó la atención de
la naciente opinión pública. En determinados momentos fue esta
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Luis Alfonso Escolano Giménez
incluso la que impulsó y dirigió la política exterior del Gobierno
español, por lo que, aunque los intereses que a través de ella se defendían en realidad fuesen muy a menudo ajenos al verdadero interés nacional, dicha política despertó una cierta conciencia, que
puede considerarse moderna, con respecto al papel que España
debía desempeñar en el mundo.
En definitiva, al abordar el proceso descrito, esta investigación
pretende proporcionar argumentos suficientes para explicar las
razones que llevaron al ejecutivo de Madrid a aceptar una anexión
que había rechazado sistemáticamente, casi desde que se proclamó la República Dominicana en 1844. Los estudios que incluyen
la anexión dominicana en el capítulo de las empresas llevadas a
cabo por el Gobierno de la Unión Liberal, dentro de su llamada
política exterior de prestigio, tienden a obviar que en este caso
se trata de una historia que arranca de muchos años atrás, y en la
que se entrelazan muy diversas cuestiones. La más importante de
todas ellas fue la tenacidad de los presidentes Santana y Báez en
su búsqueda de apoyo exterior, y en concreto el de España, hasta
que el primero de ellos obtuvo eco en el general Serrano, cuyos
poder e influencia eran decisivos por ser el gobernador de Cuba y
un miembro relevante de la Unión Liberal, y también como personaje muy destacado del círculo íntimo de Isabel II.
Otro aspecto que debe tenerse en cuenta con objeto de comprender los hechos es la creciente importancia de la opinión
pública, dado el auge de la prensa política, que en su inmensa
mayoría acogió positivamente la noticia de la proclamación de la
soberanía española por parte de las autoridades dominicanas, así
como la práctica unanimidad de los partidos políticos a la hora de
aceptar los hechos consumados en Santo Domingo.
Resulta imprescindible ponderar también el rol jugado por
la coyuntura internacional, que era propicia para acometer esta
aventura, puesto que el principal obstáculo, Estados Unidos, se
encontraba sumido en la mayor crisis de su historia y al borde
de una guerra civil, que estalló finalmente en abril de 1861.
Mientras tanto, las otras dos principales potencias con intereses
en el área, Gran Bretaña y Francia, no tenían intención alguna
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de enfrentarse con España por la cuestión dominicana. Parecía,
pues, un momento apropiado para asegurar la posesión de Cuba
y Puerto Rico mediante la ocupación de Santo Domingo, sin
temor a reacciones opuestas por parte del Gobierno norteamericano, que no estaba en condiciones de hacer respetar los principios de la doctrina Monroe, ni de ningún otro que pudiese
poner en peligro el éxito de la empresa. Influyó asimismo el interés del Gobierno español del momento en fortalecer su imperio
colonial con la adquisición de un territorio tan estratégicamente
situado entre Cuba y Puerto Rico, y por desviar la atención de la
opinión pública nacional hacia el exterior. El hecho de la anexión se explica, pues, en función de múltiples causas, entre las
cuales hay una –la perseverante insistencia del régimen santanista– que debe destacarse como condición necesaria, aunque no
suficiente, de todo el proceso.
No obstante, las respuestas contrarias a dicho acontecimiento
desde el interior de Santo Domingo permiten vislumbrar ya en
1861 un fracaso que, tal vez, solo podría haber evitado una política
mucho más liberal por parte de España, cuya administración fue,
sin embargo, muy negativa para la inmensa mayoría de la sociedad
dominicana. Las protestas y conatos más o menos aislados que se
sucedieron entre mayo de 1861 y febrero de 1863 dieron paso
finalmente, a partir de agosto de este último año, a una insurrección que se extendió por todo el país con enorme rapidez, la cual
concluyó con la salida de las tropas españolas y la restauración de
la independencia, en 1865.
En líneas generales puede afirmarse que ello ya era conocido,
pero no así el itinerario detallado a través del cual la compleja red
de relaciones internacionales hizo que la actuación de España en
este conflicto de intereses fuese en aumento. Por consiguiente,
se atiende principalmente a las gestiones realizadas con España
y los Estados Unidos, pero también con otros países, a fin de establecer cómo la rivalidad entre ellos jugó un papel decisivo en
la evolución de la política desarrollada por el Gobierno español
hacia la República Dominicana, y en especial con respecto a la decisión final de aceptar la anexión. También se analiza la situación
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Luis Alfonso Escolano Giménez
interna del país, en particular su inestabilidad política y la crisis
financiera, que hacían al Estado dominicano muy vulnerable y
susceptible de ser objeto de injerencias externas. La conjunción
de todos estos factores provocó que el territorio dominicano fuera
apetecido y disputado por diversas potencias, dada su enorme importancia geoestratégica y su elevada potencialidad en numerosas
dimensiones, tales como la agricultura, la minería, la industria, el
comercio y la navegación.
Tras hacer un recorrido por los acontecimientos más relevantes
de la historia dominicana de este período, cabe subrayar que en
su evolución jugaron un papel muy importante, incluso decisivo,
las intrigas diplomáticas de los agentes de los Estados Unidos, oficiales u oficiosos, así como las de los cónsules de España, Francia
y Gran Bretaña. Quizás a estas alturas ya resulte poco menos que
innecesario hacerse la pregunta de cómo llegaron a ejercer dichos países, por medio de sus representantes en Santo Domingo,
una influencia tan poderosa sobre las más variadas cuestiones de
la política dominicana, tanto exterior como interior. Aunque la
respuesta pueda parecer algo obvia, no por ello deja de ser interesante, toda vez que permite explicar el origen de esa injerencia extranjera, que generó tanta conflictividad dentro y fuera de
las fronteras dominicanas, la cual condujo a una anexión que la
mayoría de la población dominicana no deseaba, y lo que es aún
más grave, a una guerra en la que murieron miles de personas.
El historiador José Gabriel García, quien fue contemporáneo de
los hechos que constituyen el objeto de este trabajo, señala las
razones de los mismos, y expresa su opinión, «por estar las cosas
tan claras como la luz, de que todas las gestiones de anexión o
protectorado extranjeros nacieron en el país y fueron alimentadas
por los mismos hombres, sin que el fracaso de un plan los desanimara para pensar en otro».2
Se ofrecen al lector en secuencia cronológica los principales
factores que facilitan la comprensión, desde diversas perspectivas, de uno de los períodos más convulsos de la historia de la
2
José Gabriel García, Compendio de la historia de Santo Domingo, 4.ª edición,
Santo Domingo, Publicaciones ¡Ahora!, 1968, vol. III, p. 56.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
23
República Dominicana, que todavía se encontraba en una etapa
muy incipiente de su proceso de consolidación nacional.
La trayectoria de esta investigación conllevó prolongadas fases de búsqueda documental en numerosos archivos de España,
Francia, Gran Bretaña y la República Dominicana, entre los cuales
tengo que resaltar de modo muy especial los fondos del Archivo
del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, en Madrid,
y los del Archivo General de la Nación, en Santo Domingo. Antes
de concluir estas líneas introductorias, debo agradecer el generoso apoyo recibido desde la Dirección de dichos repositorios, en
concreto por parte de Pilar Casado y de Roberto Cassá, respectivamente, al igual que la continua ayuda del personal a su cargo.
Asimismo he de mencionar que la tarea de adaptación de mi tesis
doctoral, cuya extensión es muy superior a la del presente libro,
fue posible gracias al respaldo que me brindó a lo largo de todo el
proceso la Universidad Iberoamericana (UNIBE), y en particular
su Decanato de Investigación Académica, del cual formo parte.
Sin la colaboración de tantas instituciones y personas, entre las
que quiero recordar a mis directores de tesis, Manuel Lucena
Salmoral y Teresa Cañedo-Argüelles Fábrega, así como a mis familiares y amigos, la labor habría resultado mucho más ardua, por
lo que esta obra, tal como se presenta ahora, está en deuda de
gratitud con cada uno de ellos.
Capítulo I. El retorno del caudillo al poder: la
actuación del régimen santanista entre 1858 y 1861
E
l extendido fenómeno del caudillismo presenta en la
República Dominicana sus propias peculiaridades. El general
Santana, que fue el principal dirigente político del período de
la Primera República, se mantuvo en el poder gracias principalmente al apoyo de varios grupos socioeconómicos importantes, el
primero de los cuales era el de los hateros o criadores de ganado,
que eran más numerosos en las regiones este, sur y noroeste del
país. Otro grupo lo constituían los cortadores de madera, más
concentrados en el sur, mientras que el tercero estaba formado
por la burguesía exportadora e importadora del país, compuesta sobre todo por extranjeros que contaban con el apoyo de los
cónsules de sus respectivos países. El cuarto grupo era el que la
historiografía dominicana denomina la pequeña burguesía urbana intermediaria, integrada por comerciantes al por menor, en su
mayoría de origen dominicano, así como por los escasos profesionales, artesanos y empleados que vivían en los núcleos urbanos
más importantes. El último grupo estaba representado por los pequeños propietarios o arrendatarios, principalmente tabaqueros,
de la región del Cibao.
En cualquier caso, quien dirigía el aparato político dominicano
era la oligarquía terrateniente de hateros y cortadores de madera
del sur y el este, a la que pertenecían tanto Santana como su único
rival de importancia, Buenaventura Báez. Los dos representantes
de dicho grupo social estaban convencidos de que la anexión a un
26
Luis Alfonso Escolano Giménez
país extranjero era el único medio del que disponían para impedir
que el poder se trasladara al mismo tiempo de región y de grupo
socioeconómico. El poder de estos caudillos locales se vio reforzado
por las alianzas que establecieron a nivel nacional con otros grupos
regionales, pero su carácter meramente coyuntural quedó de manifiesto con la ruptura definitiva entre Santana y el grupo liberal
cibaeño, que se había sublevado contra Báez en julio de 1857.
Otro de los problemas recurrentes al que también se vieron
enfrentados ambos caudillos fue la situación desastrosa de las finanzas públicas, que se agravó aún más con las sucesivas emisiones
monetarias. En enero de 1858 el Gobierno de los liberales cibaeños, con sede en Santiago de los Caballeros, publicó un decreto
aprobado por el Congreso Constituyente de Moca, que desconocía
como deuda pública el papel moneda emitido por el ejecutivo de
Báez a partir del 7 de julio de 1857. Con ello quedaban sentadas
las bases de lo que fue uno de los incidentes diplomáticos más
sonados de la historia de la República Dominicana, que tuvo lugar
a lo largo del año 1859, como consecuencia de un decreto que el
ejecutivo de Santo Domingo publicó en mayo de ese año. Por medio del mismo se estipulaba el arreglo de la cuestión suscitada por
el papel moneda emitido durante la administración Báez, el cual
debía depositarse para ser canjeado, a razón de un peso fuerte por
cada 2,000 pesos de aquella moneda.
La respuesta colectiva de todo el cuerpo consular acreditado
en Santo Domingo se caracterizó por la dureza en la forma y, sobre todo, la claridad con que los cónsules expresaron su rotundo
rechazo a aceptar la solución dada por el gabinete de Santana al
problema del papel moneda, lo que llevó al ministro de Relaciones
Exteriores a responderles en un tono igualmente duro. La suspensión de las relaciones diplomáticas y la salida de los agentes de
Francia, Gran Bretaña y España trajeron consigo una humillación
por parte de las dos primeras potencias al Gobierno dominicano,
cuando este se vio obligado a aceptar los términos impuestos por
aquellas si quería ver restablecidas sus relaciones. La actitud moderada de España en este asunto, al no presentar sus exigencias
bajo amenaza alguna, fue sin duda uno de los argumentos que
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
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influyeron a la hora de optar Santana definitivamente por dicho
país en su búsqueda del protectorado o la anexión de la República
Dominicana a una potencia extranjera.
No obstante, las emisiones monetarias continuaron, y mientras Santana negociaba la anexión a España, el ejecutivo de Santo
Domingo emitió casi 40 millones de pesos, que dejó como herencia al nuevo régimen español. Por si ello fuera poco, el Gobierno
de la República, días antes de proclamarse la anexión, fijó un tipo
de cambio de 250 pesos nacionales por uno fuerte, operación que
debía realizarse en el plazo de un año.
1. LA NATURALEZA POLÍTICA DEL SANTANISMO
Un régimen como el impuesto desde el comienzo de la vida
independiente de la República Dominicana, en el que Santana
ejerció el poder de forma absoluta, sin cortapisa alguna, gracias al
artículo 210 de la Constitución, solo puede sostenerse por medio
de la represión. Un régimen basado en el dominio de la cultura
rural ganadera sobre la agraria, y en el desprecio, o cuando menos la indiferencia, hacia la cultura urbana, y encarnado en el
despotismo de un jefe militar que gobernaba el país como si se
tratara de un cuartel, no puede considerarse, más que nominalmente, una República. Sin embargo, cabe resaltar el interés de
Santana por mantener una apariencia de legalidad, aunque fuese
mínima, como se deduce de las sucesivas reformas constitucionales del año 1854, que le garantizaban la permanencia en el cargo
durante dos períodos consecutivos, o del mencionado artículo
de la Constitución promulgada en 1844, que le confería poderes
omnímodos.
En ese sentido, el hecho de haber ocupado el poder en 1849
y 1858, a través de sendos golpes de Estado, no impidió a Santana
recurrir al refrendo de dichos actos anticonstitucionales mediante
la convocatoria de elecciones. En 1849 aquel no pretendió hacerse con la presidencia, por lo que resultó elegido Espaillat, quien
renunció ante el temor de no poder ejercer sus funciones de una
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Luis Alfonso Escolano Giménez
forma verdaderamente independiente. Cuando Báez accedió a la
presidencia en ese mismo año, lo hizo, por supuesto, también con
el apoyo expreso de Santana, pero las diferencias que surgieron
pronto entre ambos líderes pueden explicarse quizás más bien
en clave de contradicción cultural, que por razones de carácter
verdaderamente ideológico o de intereses económicos. El nuevo
presidente tenía poco que ver con el despotismo descarado del
hatero, o con el fiero autoritarismo del soldado, ya que había
adquirido las nociones formales de lo que significa un régimen
republicano, algo que Santana ignoraba y/o despreciaba casi por
completo, a excepción de aquello que le permitiera perpetuarse
en el poder con algún viso de legitimidad.
A diferencia de Báez, que había vivido varios años en el extranjero, principalmente en Europa, Santana solo estuvo fuera de la
República Dominicana algunos meses, durante su exilio en las islas
de Guadalupe y Saint Thomas. En un ambiente tan cosmopolita
como el de Saint Thomas, el general Santana tomó contacto también con la masonería, de la cual se hizo miembro el 30 de junio
de 1857. Cuando regresó a la República Dominicana, de la mano
de los liberales cibaeños, Santana fue tomando posiciones para recuperar algo que él pensaba que le correspondía poco menos que
por derecho propio: el poder. Hay que resaltar el hecho de que el
cauto e inteligente Santana demostró, en muy poco tiempo, que
los revolucionarios habían cometido un error mayúsculo al acudir
en su busca para derrocar a Báez.
El manifiesto del 27 de julio de 1858 fue el primer paso
firme dado por el santanismo para hacerse con el control de
la situación, tras la caída definitiva de Báez y su salida del país.
Esta especie de programa de gobierno lo único que anunció fue
una vuelta al pasado, con el restablecimiento de la Constitución
promulgada en diciembre de 1854, la más reaccionaria de
cuantas había tenido la República Dominicana hasta entonces.
Los diversos actos del caudillo permiten una interpretación
favorable o desfavorable, según el juicio de intenciones que
se haga al respecto, pero de lo que no cabe duda es de que el
santanismo, en cuanto régimen, nunca defendió la realidad de
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
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una República Dominicana independiente, porque no creía en
ella ni la consideraba útil para sus planteamientos ideológicos,
sociales, económicos, políticos y culturales.
Cabe preguntarse a qué enemigo se pretendía neutralizar de
forma prioritaria, y cuál fue el objetivo primordial de Santana al planificar la entrega de la República a un país extranjero, y finalmente
la anexión de aquella a España. Es evidente que las luchas contra
Haití preocupaban sobremanera a todos los grupos sociales dominicanos, aunque quizás no en la misma medida, y que el santanismo
pretendió acabar con esa amenaza continua mediante la ayuda de
España, a cambio de la soberanía dominicana. Sin embargo, tuvo
tanta o incluso más importancia que dicho objetivo el de impedir
las revueltas y sublevaciones que siguieron produciéndose durante
el último mandato de Santana, que comenzó oficialmente el 31 de
enero de 1859, tras haber ganado las elecciones de forma arrolladora, algo que ya era habitual. El 30 de agosto de ese mismo año
cundió la alarma como consecuencia de una supuesta conspiración
contra el régimen santanista, lo que provocó la expulsión del país
del general Sánchez y de otros muchos militares y civiles. Pocos
días más tarde, el 7 de septiembre, se sublevó en Azua el coronel
Vargas, que era partidario de Báez y a quien las tropas del Gobierno
derrotaron fácilmente, dados los escasos apoyos con que contaba,
después de lo cual se produjeron muchas ejecuciones de individuos
involucrados en la insurrección. El levantamiento más relevante
fue, sin duda, el del general Ramírez, que estaba destacado en la
zona fronteriza y de quien se comprobó que toleraba y participaba
en un comercio clandestino fomentado por el Gobierno haitiano.
En lugar de defenderse de tales acusaciones, Ramírez se sublevó,
aunque su intentona también fue sofocada con rapidez, de modo
que el cabecilla hubo de buscar refugio en Haití junto a los generales Taveras y Morillo. Esta insurrección se saldó asimismo con
numerosas condenas a la pena capital, como casi todas las que se
habían producido anteriormente contra Santana.
El santanismo no era un grupo homogéneo en sus componentes, ni tampoco en los planteamientos o la mentalidad de los mismos, por lo que no resulta sencillo definir el régimen impuesto
30
Luis Alfonso Escolano Giménez
por este grupo en términos categóricos, bien como una dictadura
militar, más o menos encubierta, bien como un autoritarismo caudillista. Aun siendo cierto que reúne elementos de ambos tipos de
regímenes, es posible considerarlo como un régimen oligárquico, formalmente acogido a los cánones republicanos en uso en
aquellos momentos en casi todos los países iberoamericanos. Sin
embargo, a diferencia de otros Estados de dicha área, la República
Dominicana estaba en manos de un sector social al que no interesaba la construcción de un Estado nacional. Los dominicanos eran
conscientes de su nacionalidad diferenciada frente a Haití, pero
quizás no tanto frente al resto de América Latina, pues se puede
admitir la existencia de una identidad latinoamericana relativamente homogénea, al menos en el plano teórico, hasta las últimas
décadas del siglo XIX. Esta ausencia de una identidad definida se
aprecia también, por ejemplo, en el intento de Núñez de Cáceres
de unir el nuevo Estado Independiente de Haití Español a la Gran
Colombia en 1821.
En un país sin apenas vías de comunicación, desarticulado territorialmente y económicamente desestructurado, resultaba poco
menos que imposible la conformación de un Estado nacional orgánico. Si a ello se añade la fuerte conflictividad política derivada de
una lucha por el poder, a menudo con las armas en la mano, entre
los diferentes grupos sociales, caudillistas, ideológicos y/o regionales del país, la dificultad se convertía en insuperable. La tendencia del régimen oligárquico a renunciar a la soberanía nacional a
cambio de la protección de sus intereses por parte de una potencia
extranjera, y las actividades subversivas de los sectores opuestos al
Gobierno se retroalimentaban mutuamente. Así, la coexistencia de
la amenaza haitiana y las revueltas internas incidían en una apuesta
más decidida aún del santanismo a favor de la anexión o el protectorado, y frente a esta posibilidad, que se veía cada vez más próxima, no hizo sino redoblar los esfuerzos, en ocasiones conjuntos, de
Haití y los dominicanos contrarios a la misma.
En tales circunstancias, la situación tenía que desembocar
en una sublevación que derrocase a Santana, en una nueva invasión por parte de Haití, o en la culminación de los proyectos
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
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anexionistas del Gobierno dominicano, vistos como única solución frente a las amenazas anteriores a fin de conservar el poder
que habían venido ejerciendo tradicionalmente. Esta última opción fue la que acabó por imponerse, aunque dado su carácter
incompatible con la realidad sociopolítica, económica y cultural
dominicana, demostró su inviabilidad y fracasó al poco tiempo de
haberse puesto en marcha. Los aspectos económicos, y muy en
particular el crítico estado de las finanzas dominicanas, que tanta
importancia tuvieron también en la decisión adoptada por el grupo dirigente de la República, así como en el desastroso resultado
final de la experiencia anexionista, requieren un detenido análisis
para comprender mejor cómo influyeron en el desarrollo de los
acontecimientos.
2. EL AGRAVAMIENTO DE LA CUESTIÓN MONETARIA
A PARTIR DE 1858
Según los cálculos efectuados por el responsable de la contaduría de Hacienda, que presentó un informe al respecto el 13 de
abril de 1859, entre el 23 de abril de 1857 y el 12 de junio de 1858,
fecha de la capitulación de Santo Domingo, el Gobierno que presidía Báez había emitido papel moneda por valor de 59,700,000
pesos.1
Estos datos, sin embargo, deben tomarse con mucha cautela,
debido a las probables interferencias políticas a la hora de realizar los cálculos, así como por la gran dificultad que suponía
contabilizar correctamente todas las emisiones dada la situación
de guerra en la que aquellas se produjeron. Estas dificultades se
pusieron muy de relieve cuando, poco tiempo después de llevarse a cabo la anexión, las autoridades españolas se empeñaron en
«clarificar definitivamente tan complicado problema». Por este
motivo, Santana se vio obligado a crear una comisión especial
de Hacienda, a fin de determinar «la cantidad de papel moneda
1
Antonio Lluberes, «La revolución de julio del 1857», en Eme Eme, vol. II,
No. 8, Santiago de los Caballeros, 1973, pp. 18-45; véase pp. 25 y 31.
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Luis Alfonso Escolano Giménez
circulante en el territorio dominicano». El comisario regio y
superintendente delegado de Hacienda de Santo Domingo,
Joaquín M. de Alba, señaló en una comunicación del 5 de diciembre de 1861 dirigida a dicha comisión que, de acuerdo con los datos del informe emitido por aquella el 13 de septiembre, la suma
total de papel moneda en circulación ascendía a 83,495,950 pesos.
Por otra parte, el 12 de diciembre del mismo año, la Cámara de
Cuentas de Santo Domingo indicó que no había podido realizar
un informe completo sobre la cuestión monetaria a causa de la
inexistencia de un archivo del cual extraer los datos necesarios
para ello, y culpó a la guerra de 1857-1858 de haberlos destruido o
dispersado. A pesar de ello, la Cámara presentó en su informe una
relación de las diferentes emisiones e incineraciones que habían
tenido lugar entre 1858 y 1861, cuyas cifras podía certificar, de
las cuales resultaba una cantidad de papel moneda circulante de
75,037,652.75 pesos.2
Una diferencia tan considerable entre los datos arrojados por
el primer y el segundo informes dan idea de la complicada tarea
que suponía hacer un recuento exacto de las numerosas emisiones monetarias realizadas a lo largo de la Primera República, así
como de la suma total en circulación en esos momentos.
Frank Moya Pons coincide con la opinión de que «los datos que
había en aquella época eran pocos y no siempre confiables», pese
a lo cual sostiene que desde 1844 a 1861 los sucesivos Gobiernos
dominicanos realizaron al menos treinta y tres emisiones monetarias, sin más respaldo que el crédito del Estado. Indudablemente,
tal como afirma el mencionado autor, Santana y sus ministros dejaron al Gobierno español «con las manos atadas», ya que antes
de proclamar la anexión decretaron una nueva tasa de cambio
de 250 pesos dominicanos por un peso fuerte. Este tipo resultaba
muy «favorable para los tenedores de papel moneda nacional»,
en comparación «con las tasas a que llegó a cotizarse el peso dominicano en los meses siguientes a la Revolución». De hecho, el
peso dominicano pasó de una cotización de 1,100 unidades por
2
César A. Herrera, Las finanzas de la República Dominicana, 3.ª edición, Santo
Domingo, Tolle Lege, 1987, pp. 55-59.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
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peso fuerte en julio de 1857 a un valor que oscilaba entre 3,125
y 4,750 por peso fuerte justo un año más tarde, si bien es cierto
que en diciembre de 1859 se había recuperado hasta un tipo de
cambio oficial de 500 pesos nacionales por cada peso fuerte. En
cualquier caso, concluye Moya, «las dificultades confrontadas por
el Gobierno español en los años siguientes para satisfacer los intereses de los tenedores de papeletas fue, como se sabe, una de las
causas más importantes de la guerra de la Restauración».3
Esta insólita y recurrente utilización de las emisiones monetarias es explicada por Jaime Domínguez, quien señala que esta medida constituía una fuente de ingresos muy importante para los
diferentes Gobiernos dominicanos, aunque también reconoce la
dificultad que implica contabilizar de forma exhaustiva las sumas
emitidas. Según dicho autor, «el Estado, para cubrir los déficits,
recurría a la emisión de papel moneda y a empréstitos con particulares», generalmente personas de la «burguesía comercial capitaleña», pero nunca pudo obtener préstamos en el extranjero. El
reducido valor del peso dominicano llevó a todos los Gobiernos
de la República a tratar de aumentar sus reservas en pesos fuertes,
que eran monedas acuñadas con una aleación de plata y otros
metales, equivalentes a 20 reales españoles o a 5 francos de oro
franceses. Por otra parte, una onza de oro tenía un valor de 16
pesos fuertes.4
Domínguez indica que «el Estado dominicano necesitaba pesos fuertes para comprar armas y costear los gastos de misiones
diplomáticas en el exterior», así como «para pagar los sueldos de
altos funcionarios» quienes, «a medida que el papel moneda se
fue devaluando, […] exigieron que sus salarios fuesen pagados
en moneda fuerte». La principal vía que permitía al Gobierno
adquirir este tipo de moneda era el «cobro de los derechos de
3
4
Frank Moya Pons, El pasado dominicano, Santo Domingo, Fundación F. A.
Caro Álvarez, 1986, pp. 149 y 162.
Jaime de Jesús Domínguez, «La economía dominicana durante la Primera
República», en Tirso Mejía-Ricart (ed.), La sociedad dominicana durante la
Primera República 1844-1861, Colección Historia y Sociedad, No. 31, Santo
Domingo, Editora de la Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD),
1977, pp. 85-108; véase pp. 94 y 104.
34
Luis Alfonso Escolano Giménez
importación, de tonelaje, de permisos […] pagados por buques
extranjeros, de las ventas de bienes nacionales», así como a través
de «la compra de moneda fuerte» tanto en el mercado internacional como a corredores y agentes de cambio, que «compraban
moneda fuerte a un precio en moneda nacional, para luego revenderla a un precio superior». Este autor afirma que la mayor
parte de los gastos gubernamentales se cubría por medio de los
ingresos aduaneros y de la emisión de papel moneda,5 de ahí la
gran importancia de este capítulo en la evolución de las finanzas
del Estado dominicano a lo largo de la Primera República.
El 30 de enero de 1858 el Gobierno de Santiago publicó un
decreto aprobado por el Congreso Constituyente de Moca, que
tuvo una enorme «importancia histórica» y «una trascendencia
capital para los intereses económicos de la República». El mismo
desconocía «como deuda pública, el papel moneda, los vales, obligaciones o pagarés emitidos por el Gobierno de Báez, desde el 7 de julio»
de 1857, lo que acarreó graves consecuencias y ocasionó el primer incidente que afectó a las relaciones internacionales de la
República, determinado por causas económicas. En opinión de
Manuel A. Peña Batlle, el Gobierno presidido por Báez «era un
Gobierno legítimo y constitucional», por lo que «sus actos obligaban a la República siempre que fueran concluidos en virtud de
facultades legales capaces de comprometer el consentimiento del
Estado». Es decir, «el único Gobierno […] investido de la representación constitucional de la República Dominicana» era el de
Báez, «mientras el Gobierno de facto instalado en Santiago no
asumiera la representación total y efectiva del pueblo dominicano». Dicho autor considera que «los Gobiernos de hecho, generales, pueden comprometer a los Estados» con las medidas que
adopten en el ejercicio de sus funciones, aunque «esta regla no
es aplicable cuando se trata de Gobiernos de hecho locales, que
coexisten con el Gobierno de derecho», pues «un Gobierno simplemente local no tiene en realidad la representación del Estado». Peña
5
Jaime de Jesús Domínguez, Economía y política en la República Dominicana, años
1844-1861, Publicaciones de la UASD, vol. CCXXXVI, Colección Historia y
Sociedad, No. 29, Santo Domingo, Editora de la UASD, 1977, p. 24.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
35
sostiene que esta sola circunstancia era «suficiente para desposeer
de consecuencias» el mencionado decreto, pero concede que «la
solidaridad de los Gobiernos sucesivos, en sus actos, tiene un límite forzoso», ya que aquella solo se refiere «a las obligaciones
contratadas por un Gobierno en interés de la administración» del
Estado. Por lo tanto, «todas aquellas obligaciones que se hicieran en interés personal» de Báez, eran «obligaciones inoperantes
respecto del crédito público» y tan solo podían comprometer la
persona del presidente, del mismo modo que «todas las obligaciones concluidas con menosprecio de las leyes», dado que el Estado
«solo puede comprometerse de acuerdo con esas disposiciones»,
y por medio de los poderes legalmente «investidos de la facultad
de comprometer el crédito nacional». En conclusión, la actuación
del Congreso Constituyente habría resultado «más ecuánime […]
si en vez de dar una disposición general y definitiva» se hubiera
limitado a ordenar una selección metódica de las medidas adoptadas por el Gobierno de Báez en materia económica, a fin de
anular únicamente «las que se concluyeron de un modo ilegal
o en beneficio personal del presidente», y sancionar en cambio
todas aquellas que se atuvieran al ordenamiento legal y al interés
general.6
Otro decreto del Congreso Constituyente, fechado el 10 de
febrero de 1858, vino a completar los efectos del anterior, al considerar los miembros de aquella asamblea que era «de imperiosa
necesidad precisar de una manera definitiva el montante del papel moneda
legalmente puesto en circulación», así como «el de la deuda flotante que
pesa sobre el país», ya que no se tenían datos fidedignos al respecto.
Los diputados trataron de «contener el mal» dando autorización
al Gobierno para que ordenase «retirar de la circulación y destruir los
billetes […] emitidos ilegalmente por las administraciones pasadas», de
los tipos de 10 y 20 pesos nacionales. En una decisión tan drástica como injustificable, el Congreso reunido en Moca declaró
ilegales todas las emisiones del Gobierno de Báez, y no solo las
6
Manuel Arturo Peña Batlle, «Historia de la deuda pública dominicana
en la Primera República» [III], en Boletín del Archivo General de la Nación,
vol. IV, No. 17, agosto 1941, pp. 188-200; véase pp. 195-198 (las cursivas son
del autor).
36
Luis Alfonso Escolano Giménez
posteriores al 7 de julio de 1857, ya que habían comprometido
«gravemente el crédito de la nación», por lo que debía adoptarse una
medida que protegiera «a los tenedores del papel moneda legalmente
emitido». Lo cierto es que el decreto del 10 de febrero no se limitó a retirar los billetes emitidos por la administración baecista,
sino que también autorizó la emisión de nuevos billetes de 200,
150, 40, 20, 10 y 5 pesos nacionales para reemplazar aquellos. A
juicio de Peña Batlle, la validez de estas disposiciones era «aún
más discutible porque, como Gobierno local de facto», las autoridades de Santiago no podían «determinar la suerte de ninguna
cuestión de interés general». Ahora bien, al calificar esta clase de
coyunturas como de transición, el autor mantiene la necesidad
de atribuir «alguna consecuencia a las disposiciones emanadas
de estos Gobiernos locales», en particular «si posteriormente han
logrado imponerse y llegar al manejo cabal de la cosa pública».
Por último, aunque Peña Batlle admite la posible eficacia de tales
medidas, señala que el Gobierno provisional no podía desconocer
de un modo tan radical las emisiones de Báez, y menos aún «basándose en los motivos recónditos y posibles» que hubiese podido
tener aquel para realizarlas, puesto que aparentemente se habían
hecho con arreglo a la legislación vigente y con ellas se habían
comprometido frente a terceros, los tenedores de esos billetes, el
crédito y la honorabilidad del Estado dominicano.7 La emisión de
papel moneda que realizó el Gobierno provisional de Santiago en
virtud del decreto del 10 de febrero ascendió a un total de más de
20 millones de pesos.8
El Congreso, que continuó en ejercicio como cámara legislativa
tras haber votado en febrero de 1858 la nueva Constitución, aprobó
el 9 de marzo de ese año otro decreto, impropiamente llamado así
según Juan Bosch, quien lo define como «el primer documento
de la historia dominicana en el que se advierte la presencia de un
plan elaborado» con objeto de poner en marcha una política monetaria coherente. El primer artículo del mismo estipulaba que la
unidad monetaria que regiría en todo el territorio de la República,
7
8
Ibídem, pp. 198-200 (las cursivas son del autor).
C. A. Herrera, Las finanzas... p. 42.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
37
así como «en las oficinas del Estado, para la recaudación de todos
los derechos e impuestos y pago de todos los sueldos» sería el peso
fuerte de plata. Resulta interesante constatar la intención del legislador, que en el artículo cuarto «establecía un premio para las
personas que pagaran los impuestos de importación, exportación y
de puerto», siempre y cuando el pago fuese efectuado en moneda
de plata. Dicho premio consistía en un descuento sobre el importe
total a abonar, que sería de un 4% en caso de que el pago se hiciera
en monedas de 50, 25 y/o 20 centavos; de un 6% si se abonaba en
piezas de 10 centavos; de un 7% si las monedas eran de 5 centavos,
y de un 8% cuando las monedas fuesen de 2.5 centavos. Tal como
subraya Bosch, lo que se pretendía con esas bonificaciones era adquirir «la mayor cantidad posible de monedas de plata para formar
con ellas una reserva monetaria legítima», que debía servir para
respaldar el peso nacional, cualquiera que fuese el material de esta
moneda. Esta intención se ponía de manifiesto más claramente aún
en el artículo octavo, por el cual el Ministerio de Hacienda quedaba
autorizado para suspender, previo aviso a importadores y exportadores, «la continuación del descuento sobre el pago de aquellas
monedas cuya importación» hubiese alcanzado la suma que el
Gobierno estimara «suficiente para los cambios y transacciones del
comercio del país».9
Una de las últimas actuaciones en materia monetaria del
Congreso reunido en Moca tuvo lugar el 11 de marzo de 1858,
cuando se autorizó al poder ejecutivo a contratar un empréstito
por valor de 500,000 pesos fuertes,10 aunque por supuesto las
gestiones, si es que comenzaron, no llegaron a concretarse en
acuerdo alguno, puesto que el Gobierno provisional de Santiago
tenía ya los días contados. En efecto, la capitulación de Báez fue
el principio del fin de la experiencia que había comenzado un
9
10
Juan E. Bosch Gaviño, Capitalismo tardío en la República Dominicana, 3.ª edición,
Santo Domingo, Alfa & Omega, 1990, pp. 131-132.
Antonio de la Rosa, Las finanzas de Santo Domingo y el control americano, Santo
Domingo, Editora de Santo Domingo, 1976, p. 24. Esta obra fue publicada
originalmente en 1915, en París, bajo el título Les finances de Saint-Domingue
et le contrôle américain (Antonio de la Rosa es el seudónimo del autor haitiano
Alexandre Poujol).
38
Luis Alfonso Escolano Giménez
año antes en el Cibao, y, para comprender la evolución de los
hechos, es preciso observar los movimientos de los cónsules acreditados en Santo Domingo. José María Gautier, uno de los hombres más próximos a Báez, acusó a los comerciantes extranjeros
radicados en el Cibao de haber abusado de la «credulidad de los
campesinos», así como de haber organizado el levantamiento.
Gautier también acusó a Hood, el agente de Gran Bretaña, de
ser «franco partidario y cómplice de la revolución», por haber
contribuido a impedir que la misma fuese desvelada antes de
estallar.11
Por su parte, Alejandro Angulo Guridi, favorable a los
insurrectos, en un opúsculo titulado Santo Domingo y España,
publicado sin el nombre de su autor en Nueva York, en 1864,
advierte también la influencia ejercida por los representantes
diplomáticos europeos, aunque en otro sentido. Así, Angulo señala que «cuando terminó la guerra solicitaron que el Gobierno
[…] les abonase las sumas» de papel moneda que poseían a
razón de 100 pesos nacionales por un peso fuerte, a lo que
aquel se negó. Dicho autor asegura que el Gobierno «estaba
dispuesto a abonar a los tenedores sus valores nominales por
el mismo precio efectivo a que los habían adquirido», tras lo
cual quedó en silencio el asunto. En su opinión, esta aparente
calma se debió «a que los cónsules de Inglaterra y Francia azuzaban a Santana y los suyos para que derrocaran el Gobierno de
Valverde». Entre los motivos que aduce para justificar dicha suposición, Angulo indica en primer lugar que los mencionados
agentes diplomáticos temían, sin fundamento, que el gabinete
de Santiago tuviese intención de celebrar algún tratado con el
de Washington. Este autor añade, además, otra razón de peso:
el rumor de que los cónsules «tenían parte en el agio de sus
súbditos con el papel moneda de Báez», y creyeron «muy fácil
el conseguir de Santana y sus adláteres el pago en la forma
11
A. Lluberes, «La revolución de julio...», p. 32. El autor cita al propio José
María Gautier, «Notas sobre la historia reciente de Santo Domingo...», en
Emilio Rodríguez Demorizi, Informe de la Comisión de Investigación de los E. U.
A. en Santo Domingo en 1871, Academia Dominicana de la Historia, vol. X,
Ciudad Trujillo, Editora Montalvo, 1960, p. 307.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
39
solicitada», por lo que pospusieron el asunto para cuando la
situación se hubiera estabilizado un tanto.12
Si bien es cierto que no existen pruebas concluyentes de una
participación directa de los diplomáticos europeos en los hechos
reseñados, no es menos cierto que la coincidencia en el tiempo
de algunos de ellos permite establecer una posible relación entre las protestas de aquellos contra las medidas anunciadas por
la llamada Comisión Inspeccionaria y Reformadora y el manifiesto del 27 de julio. La mencionada comisión había publicado el
día 13 de junio una orden según la cual todo el papel moneda
emitido por la administración anterior debía depositarse dentro
de un plazo de cinco días en la oficina de Hacienda de Santo
Domingo, a cambio de un recibo que no sería negociable antes
de que el Congreso adoptase una resolución al respecto. Como
ya se indicó, los agentes europeos rechazaron tal decisión al
considerarla un ataque directo contra la propiedad privada, que
afectaba también a los ciudadanos extranjeros residentes en la
República, cuyos intereses ellos representaban. Por otra parte, la
respuesta del ministro de Relaciones Exteriores, Pablo Pujol, no
satisfizo las demandas consulares pues justificaba la medida señalando que el ejecutivo debía acatar las disposiciones aprobadas
por el Congreso. Sin embargo, a juicio de José Gabriel García,
el movimiento contra la Constitución de Moca y el Gobierno
de Santiago «estaba concertado desde mucho antes de la capitulación de Báez», y los pueblos del sur «no esperaban sino la
iniciativa tomada por la capital, para responder a ella con sus
pronunciamientos».13 En cualquier caso, ambas explicaciones
pueden ser ciertas, ya que no solo no resultan contradictorias
sino que son perfectamente compatibles.
García indica asimismo que, al poco tiempo de iniciarse
la reacción encabezada por Santana contra las autoridades de
Santiago, aquel ordenó el 16 de agosto de 1858 que se prepararan y pusieran en circulación billetes de caja de 50, 20, 10, 5 y 2
12
13
Alejandro Angulo Guridi, «Santo Domingo y España», en E. Rodríguez
Demorizi, Antecedentes de la anexión a España, Academia Dominicana de la
Historia, vol. IV, Ciudad Trujillo, Montalvo, 1955, pp. 334-375; véase p. 346.
J. G. García, Compendio... vol. III, p. 283.
40
Luis Alfonso Escolano Giménez
pesos, hasta la cantidad que fuese necesaria para cubrir la que
hubiera en circulación de los tipos de 200 y 300. Esta medida, que
solo afectaba a las tres provincias del sur, Santo Domingo, Azua,
y El Seibo, oficialmente tenía por objeto evitar en ellas el fraude.
Mientras tanto, una vez hecha su entrada en Santiago, Santana
encontró que los billetes emitidos el 8 de agosto por el Gobierno
del general Valverde «carecían de garantía efectiva y envolvían en
sí un hecho contrario al artículo 140 de la Constitución». Por ello,
el 3 de septiembre prohibió la circulación de los mismos, «ordenando que sus tenedores los entregaran en el término de quince
días en las respectivas administraciones de Hacienda», a cambio
del correspondiente recibo. Ese papel moneda sería amortizable
«en un plazo fijo, tomándose por base el valor de 100 pesos nacionales por cada uno de los expresados billetes». Como es lógico, las
reacciones a esta nueva vuelta de tuerca a la cuestión monetaria
no se hicieron esperar, por lo que al día siguiente Santana intentó tranquilizar a los que se habían sentido más perjudicados. En
efecto, el hombre fuerte de la nueva situación manifestó que, después de un detenido examen de la materia, podía asegurar que el
estado financiero de la República «no ofrecía motivo alguno para
inspirar la extraña inquietud que advertía». A juicio de Santana,
si se tomaban en cuenta las vicisitudes pasadas, la situación no era
tan desventajosa como generalmente se suponía, y acto seguido
intentó demostrarlo al señalar que la suma total de papel moneda reconocida por el Gobierno ascendía a 40 millones de pesos.
Dicha cantidad, equivalente a unos 300,000 pesos fuertes, era «la
suma necesaria para la circulación efectiva o medio de cambio
en las transacciones» de todo el país. Aunque el propio Santana
reconoció que, bien por la mayor o menor demanda de los artículos exportables, bien por la escasez o abundancia de papel moneda en los mercados, esa suma sufría alguna fluctuación, sostuvo
que rara vez se llegaba a superar la cifra de 250,000 pesos fuertes.
Según el general, con solo dos años de economía y tranquilidad,
el papel moneda que se encontraba circulando en esos momentos
podría amortizarse fácilmente.14 César A. Herrera señala que el
14
J. G. García, Compendio... vol. III, pp. 286-287.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
41
monto exacto de circulante que reconoció el Gobierno en dicha
ocasión fue de 45,290,430 pesos dominicanos.15
En realidad, los problemas monetarios se agravaron aún más
a lo largo de la última administración de Santana, constituyendo
una fuente de conflictos, no solo a nivel interno, sino también en
el plano de las relaciones exteriores. El 25 de agosto de 1858, los
cónsules acreditados en Santo Domingo se dirigieron al general
con motivo de la nueva emisión de «papeletas» que este había
autorizado el día 16 para informarle de que, tras ser consultados
al respecto por sus respectivos nacionales, ellos les habían aconsejado positivamente que no las recibiesen.16 Con ello quedaban
sentadas las bases de lo que fue uno de los incidentes diplomáticos
más sonados en la historia de la República Dominicana, que tuvo
lugar a lo largo del año 1859.
3. EL INCIDENTE CONSULAR DE 1859: ENTRE LA INJERENCIA
EXTERNA Y LA DEFENSA DE LA LEGALIDAD
Santana acudió al Senado Consultor el 5 de enero de 1859
para rendir cuentas de su gestión interina al frente del ejecutivo,
exponiendo en primer lugar que la administración anterior había
dejado vacías las arcas del Estado y que cada día se descubría un
nuevo fraude. A continuación pasó a referirse al espinoso asunto
del papel moneda que se encontraba «fuera de curso por efecto de
una disposición del Gobierno provisional», que había determinado
su depósito en las oficinas de Hacienda de la capital. Dado que esa
medida había empezado a tener cumplimiento, se hallaban en dicha oficina «algunas cantidades selladas y rotuladas», mientras que
grandes sumas de papel moneda continuaban aún en manos de
15
16
C. A. Herrera, Las finanzas... p. 43. El autor cita como fuente la Gaceta Oficial,
No. 6, Santo Domingo, 14 de septiembre de 1858.
Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares, Fondo Asuntos
Exteriores, caja 54/5225, carpeta No. 7 (en adelante: AGA, AAEE, seguido de
los números de caja y carpeta correspondientes), s. l., 25 de agosto de 1858.
El documento es una minuta escrita en francés, en la cual aparece como
destinatario el «general», sin más (la palabra «papeletas» aparece en español
en el original).
42
Luis Alfonso Escolano Giménez
particulares, por haber tenido lugar el pronunciamiento contra las
instituciones de Moca antes de que finalizara el plazo fijado para su
amortización. Al resumir las diversas disposiciones adoptadas por
su Gobierno en materia monetaria, recordó que había ordenado la
amortización de los billetes de 150 y 200 pesos, y su sustitución en
el curso público con los emitidos el 16 de agosto del año anterior.
También indicó que «había decretado que fuesen retirados de la
circulación los billetes del tipo de 100 pesos nacionales […], emitidos por el Gobierno del ex presidente Valverde» el 8 de agosto,
puesto que los mismos «habían perjudicado gravemente los intereses del fisco». Tras el discurso de Santana, el Senado procedió al
escrutinio de las actas electorales, que dieron la victoria a las candidaturas de aquel y del general Antonio Abad Alfau a la presidencia
y vicepresidencia de la República, respectivamente, cargos de los
cuales tomaron posesión el 31 de enero de 1859.17
El 5 de mayo de 1859 el Gobierno dominicano hizo público un
decreto, en el que se estipulaba el arreglo de la cuestión suscitada
por el papel moneda emitido durante la administración de Báez,
el cual debía depositarse en la contaduría general «para ser canjeado por bonos o vales en moneda fuerte», a razón de un peso
fuerte por cada 2,000 de aquella moneda.18 La respuesta colectiva
de todo el cuerpo consular acreditado en Santo Domingo llegó el
9 de mayo, y en ella los representantes diplomáticos de Francia,
Gran Bretaña, España y los Países Bajos expusieron al ministro de
Relaciones Exteriores, Miguel Lavastida, lo siguiente:
Qu’ils ont reçu de leurs nationaux respectifs d’unanimes
réclamations contre le décret publié par le Gouvernement
dominicain le 5 de ce mois et [sic] fixant à $32,000 papelettes
le taux de l’once ou le remboursement contre des bons du papier monnaie émis par le Gouvernement du président Báez.
[...]. Ayant confiance dans les promesses faites publiquement et à différentes reprises par l’administration actuelle;
les soussignés pensaient pouvoir s’en rapporter à sa justice
pour que cette question fut équitablement résolue.
17
18
J. G. García, Compendio... vol. III, pp. 302-307.
Ibídem, p. 310.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
43
Cet espoir a été déçu et contrairement à tous les principes
de droit et d’équité le Gouvernement dominicain veut forcer ses créanciers à accepter une valeur insignifiante en
paiement de ce qui leur est dû.
Les lois en vigueur dans la République s’opposent à une
semblable prétention qui établerait d’ailleurs un précédent
inadmissible surtout dans un pays exposé à des continuelles
révolutions.
Pou ces motifs les soussignés [...] considèrent nul et sans
valeur le décret publié le 5 de ce mois, en ce qui concerne à
leurs nationaux.
La République Dominicaine est responsable non seulement
des papelettes émises par le Gouvernement de Mr. Báez,
mais encore de tous les bons ou valés [sic] souscrits à cette
époque et les soussignés après s’être constamment opposés
à toutes les tentatives faites pour s’écarter de ce principe
et avoir en même temps cherché à concilier les désirs du
Gouvernement dominicain avec les justes intérêts de leurs
nationaux n’ont plus devant le décret qui vient d’être publié
d’autre alternative que de provoquer des mesures de nature
à assurer le remboursement de ce qui est légitimement dû
aux étrangers placés sous leur protection.19
19
Archivo General de la Nación, Santo Domingo, Fondo Relaciones Exteriores
(en adelante: AGN, RREE), leg. 12, expte. 3, Saint André, Hood, Faraldo
y León-Lavastida, Santo Domingo, 9 de mayo de 1859: «Que han recibido
de sus respectivos nacionales reclamaciones unánimes contra el decreto
publicado por el Gobierno dominicano el 5 de este mes, fijando a 32,000 pesos
dominicanos el precio de la onza o el reembolso contra los bonos del papel
moneda emitido por el Gobierno del presidente Báez […]. Habiéndose fiado
de las promesas hechas públicamente y en diferentes ocasiones por la actual
administración, los abajo firmantes pensaban que podían confiar en su justicia
para que esta cuestión fuera resuelta equitativamente. Esta esperanza se ha
visto defraudada y en contra de todos los principios de derecho y de equidad
el Gobierno dominicano quiere forzar a sus acreedores a aceptar un valor
insignificante en pago de lo que se les debe. Las leyes vigentes en la República
se oponen a semejante pretensión, que establecería además un precedente
inadmisible sobre todo en un país expuesto a continuas revoluciones. Por
estos motivos, los abajo firmantes […] consideran nulo y sin valor el decreto
publicado el 5 de este mes, en lo concerniente a sus nacionales. La República
Dominicana es responsable no sólo de los billetes emitidos por el Gobierno
del Sr. Báez, sino también de todos los bonos o vales suscritos en aquella
época y los abajo firmantes, después de haberse opuesto constantemente a
44
Luis Alfonso Escolano Giménez
La dureza de la forma y, sobre todo, la claridad con que los
cónsules expresaron su rotundo rechazo a aceptar la solución dada
por el Gobierno de Santana al problema del papel moneda, llevaron a Lavastida a responderles en un tono igualmente duro. En su
comunicación, fechada el 13 de mayo, el ministro de Relaciones
Exteriores echó en cara a aquellos el tono de su nota, que tanto
desdecía «de la moderación y templanza que las naciones cultas
emplean en sus relaciones internacionales». Acto seguido, les reprochaba también su desconocimiento «del derecho público de
la nación hasta el extremo inconcebible de declarar arbitrario,
injusto, nulo, de ningún valor un acto del poder legislativo». Por
último, Lavastida indicó a los agentes extranjeros que no había
informado al resto del Gobierno de su escrito, persuadido como
estaba de que los miembros del mismo «se sorprenderían penosamente con su lectura», sino que había decidido devolvérselo,
confiando en que tal determinación fuese «considerada como
una prueba valedera del vivísimo deseo» que abrigaba de que el
incidente no llegara a ser «motivo de contestaciones» que, si no se
evitaban a tiempo, podrían «conducir a desagradables polémicas».
En caso de que los cónsules insistieran en formular una protesta,
el ministro mostró su esperanza de que lo hiciesen en términos
que no hirieran el decoro de su Gobierno, ni menoscabaran el
honor y la independencia de la nación.20
Al día siguiente, pese al intento de Lavastida de que los diplomáticos reconsiderasen su postura, estos se limitaron a enviarle
de nuevo la misma nota que les había sido devuelta, pidiéndole
que la pusiera en conocimiento del Gobierno sin más demora, y
añadiendo además una velada amenaza al insinuar que el asunto
20
todas las tentativas hechas para apartarse de este principio y al mismo tiempo
haber intentado conciliar los deseos del Gobierno dominicano con los justos
intereses de sus nacionales, ante el decreto que acaba de publicarse no tienen
más alternativa que provocar medidas de naturaleza tal que aseguren el
reembolso de lo que legítimamente se debe a los extranjeros puestos bajo su
protección» (la traducción es nuestra).
AGN, RREE, leg. 13, expte. 12, Lavastida-cónsules de Francia, Gran Bretaña,
España y Holanda, Santo Domingo, 13 de mayo de 1859 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
45
podría acarrear serias consecuencias.21 Lavastida respondió a los
cónsules que el Gobierno dominicano nunca se opondría a que
en los casos en que creyesen «alteradas las cláusulas de los tratados
o en circunstancias determinadas», elevaran «a conocimiento del
ejecutivo protestas reverentes y respetuosas con el fin de favorecer
los intereses de sus respectivos nacionales y mantener incólumes
los convenios internacionales». Sin embargo, prosiguió el ministro con más firmeza quizás en la forma que en el fondo, jamás se
prestaría a que por su conducto llegasen a manos del presidente
de la República «notas o protestas que sobre ser irrespetuoso el
tono» en que estaban redactadas, contuvieran ataques manifiestos al derecho público interno de la nación.22 En conclusión,
Lavastida devolvió una vez más la nota que le habían remitido los
representantes europeos, en lo que constituía una inusitada escalada de tensión entre el débil Gobierno dominicano y el cuerpo
diplomático en pleno.
Sin más esfuerzos de unos por rebajar, si no el tenor de sus
exigencias, sí al menos el modo de presentarlas, ni del otro por
acceder a algún tipo de negociación sobre el contenido de una
medida que, si bien de carácter interno, no dejaba de afectar a los
intereses de numerosos ciudadanos extranjeros residentes en la
República Dominicana, se produjo una ruptura de las relaciones
entre las dos partes enfrentadas. Esta forma de presión tan drástica fue comunicada el 18 de mayo a Lavastida por los cónsules,
quienes le informaron de que su conducta para con ellos no les
dejaba más alternativa que interrumpir sus relaciones oficiales
con el Gobierno dominicano y regresar a Europa.23 Cabe asegurar que detrás de la firme postura adoptada por el ministro de
Relaciones Exteriores se encontraba el propio Santana, sin cuya
aprobación y respaldo Lavastida nunca habría osado hacer frente
a los poderosos agentes europeos, y menos aún hasta el punto
21
22
23
Ibídem, Saint André, Hood, Faraldo y León-ministro de Relaciones Exteriores,
Santo Domingo, 14 de mayo de 1859 (es copia).
Ibídem, Lavastida-cónsules de Francia, Gran Bretaña, España y Holanda,
Santo Domingo, 17 de mayo de 1859 (es copia).
Ibídem, leg. 12, expte. 3, Saint André, Hood, Faraldo y León-ministro de
Relaciones Exteriores, Santo Domingo, 18 de mayo de 1859.
46
Luis Alfonso Escolano Giménez
de arriesgarse a una ruptura de relaciones diplomáticas con los
Gobiernos representados por ellos. No obstante, esta apuesta tan
fuerte no iba a salirle bien al Gobierno dominicano, sino más bien
todo lo contrario, pues supuso una humillación que resultó en
todo caso inútil, ya que condujo a una cesión incondicional ante
los planteamientos esgrimidos por los cónsules.
En un último intento de reconducir la situación, antes de que
la crisis se tornara irreversible, Lavastida dirigió el 20 de mayo una
nota de respuesta a los diplomáticos. En ella señalaba que el presidente de la República no era capaz de «comprender cómo y en
virtud de qué autoridad» podían «considerar injusto y nulo» el
decreto emitido por el poder legislativo, es decir, el poder en el
que «reside actual y esencialmente la soberanía». El ministro llegó
a afirmar que «si un Gobierno aceptara el principio de que los
agentes extranjeros pueden interponer su veto respecto a las resoluciones soberanas del poder legislativo […], desde el instante
mismo que esto hiciera hollaría los fueros de la nación cuyos destinos rige […] y miserablemente se suicidaría». Según Lavastida,
el propio presidente estaba persuadido de que su proceder «no
debía dar margen a ninguna desavenencia desagradable», sino
que «por el contrario era el medio más adecuado para evitar todo
linaje de disgustos». Después de esta defensa de la conducta que
había seguido en todo el asunto, el ministro continuó su escrito
en un tono más agresivo, y criticó el hecho de que los cónsules,
en vez de seguir sus conciliadoras insinuaciones, insistiesen en no
elevar una protesta razonada en la que no se menoscabara la soberanía nacional, teniendo en cuenta que el incidente no estaba
«llamado por su naturaleza a llevar las cosas al extremo» al que
aquellos querían llevarlas, porque la cuestión era «más de forma
que de fondo». En estas palabras está la verdadera clave del incidente: el Gobierno dominicano solo reclamaba que las quejas
contra el decreto se presentaran de un modo que respetase, más
que el principio de no injerencia en las cuestiones internas de
un Estado soberano, los usos y costumbres diplomáticos a la hora
de expresar una protesta, con independencia del carácter de la
misma. Por otra parte, Lavastida indicó que los representantes
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
47
europeos no podían «declarar en la ocasión presente, sin la [...]
venia de sus respectivos soberanos, suspensas, interrumpidas
o rotas las relaciones oficiales» con la República Dominicana, y
que «aun en la suposición de que estuvieran investidos de atribuciones diplomáticas» para ello, el incidente provocado no exigía
«por su naturaleza la inmediata suspensión de las relaciones» y
lo que es más, «en todo caso correspondería la iniciativa del paso
al Gobierno de la República», que era el ofendido. El ministro
concluyó su respuesta expresando su convencimiento de que los
Gobiernos europeos, una vez informados de las causas que habían
motivado el incidente actual, no podrían sino «aprobar el proceder y mesurada conducta del dominicano».24
Carlos Federico Pérez subraya que este conflicto diplomático, «evidentemente desproporcionado a sus causas», fue interpretado por «la naturaleza recelosa de Santana […] como
manifestación de las animosidades europeas contra él, esta vez
bajo el estímulo de intereses personales». En efecto, el mencionado autor señala también que al parecer los cónsules «eran
parte del conflicto por sí mismos, ya que se decía que alguno
de ellos» había aprovechado su amistad con Báez para hacerse
con grandes sumas del papel moneda emitido por el Gobierno
de aquel. José de la Cruz Castellanos, súbdito español que había sido nombrado representante del Gobierno dominicano en
Londres y París, fue admitido en calidad de tal por el Gobierno
británico en agosto de 1859. Antes de presentar sus credenciales, Castellanos formuló al secretario del Foreign Office, lord
Russell, una queja «por la falta de respeto con que se había
conducido su cónsul y por el escándalo ocasionado al suspender las relaciones oficiales sin estar autorizado para ello», razón
por la cual pidió que se le amonestase y que se le sustituyera.
Russell admitió que los cónsules se habían excedido, y después
de expresar las simpatías de su Gobierno por la República
Dominicana, pidió a Castellanos que aguardase hasta saber lo
que se convenía con los otros países. Tal como afirma Pérez, la
24
Ibídem, leg. 13, expte. 12, Lavastida-cónsules de Francia, Gran Bretaña,
España y Holanda, Santo Domingo, 20 de mayo de 1859 (es copia).
48
Luis Alfonso Escolano Giménez
admisión de las credenciales de aquel por parte del gabinete de
Londres significaba obviar la ruptura de relaciones «decretada
caprichosamente por los cónsules».25
Por su parte, Felipe Alfau fue nombrado enviado extraordinario y
ministro plenipotenciario de la República Dominicana en Madrid,
adonde llegó el 11 de julio de 1859. En su primer despacho desde
la capital española, fechado el 22 de julio, Alfau refirió a Lavastida
el contenido de su primera entrevista con el ministro de Estado,
Calderón Collantes, a quien informó «del incidente provocado
por los cónsules, haciéndole observar que la cuestión actual era
de forma y no de fondo». Calderón le respondió que aún no había
tenido tiempo de leer y estudiar las notas relativas a dicho asunto,
ya que el cónsul de España en Santo Domingo acababa de llegar
también en esos días, pero que si las cosas habían pasado en los
términos que Alfau decía, podía asegurarle que el incidente tendría una solución satisfactoria.26
En una comunicación que dirigió al ministro de Relaciones
Exteriores, el secretario de la legación dominicana en Madrid, cargo que desempeñaba el español Álvarez Peralta, incluyó la traducción francesa de la correspondencia a que dio lugar el incidente
con los cónsules. Álvarez Peralta le indicó que esa traducción, así
como su contestación «a un artículo del Journal du Havre, reproducido por el Pays, periódico de París […] fueron publicadas por La
Patrie, periódico ministerial del Imperio». Sin embargo, dada «la
cortesía del Gobierno español de atribuir la llegada» del cónsul
Faraldo a motivos familiares, Alfau había decidido no publicar ni
decir «nada en los diarios de Madrid concerniente al conflicto
consular».27 Ello no impidió que la noticia apareciese en la prensa,
y el 24 de agosto La América se hizo eco de la misma en su portada,
y dedicó un extenso artículo a explicar los pormenores del asunto
25
26
27
Carlos Federico Pérez, Historia diplomática de Santo Domingo (1492-1861), Santo
Domingo, Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña, 1973, pp. 354-355.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos para la historia de la República Dominicana,
vol. IV, Academia Dominicana de la Historia, vol. LV, Santo Domingo, Editora
del Caribe, 1981, pp. 199-200.
AGN, RREE, leg. 13, expte. 3, Álvarez de Peralta-ministro de Relaciones
Exteriores de la República Dominicana, Madrid, 24 de julio de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
49
del papel moneda.28 En otro despacho, fechado el 24 de agosto, el
representante de la República Dominicana en Madrid informó a
Lavastida de la reunión que había mantenido con O’Donnell,
quien le anunció que Faraldo no volvería a ocupar el puesto
de cónsul de España en Santo Domingo, lo que en su opinión
significaba que el Gobierno español no había aprobado la conducta observada por aquel.29
El 12 de octubre, Alfau comunicó al ministro dominicano de
Relaciones Exteriores «los términos del arreglo de la cuestión
consular» a que había llegado Castellanos con el ejecutivo de
Londres. Según dicho arreglo, Russell reconoció en primer lugar que «Hood y los demás cónsules se habían excedido de sus
facultades al manifestar que consideraban nulo y sin valor el decreto del poder legislativo», que regularizaba «la desmonetización
y tipo para la indemnización del papel moneda emitido» por el
Gobierno de Báez. En el segundo punto del acuerdo, Russell declaró que «el referido cónsul iría de nuevo a Santo Domingo a
protestar respetuosamente», y que el hecho de ir en un buque de
guerra no significaba que llevase intenciones hostiles. Por último,
y «en prueba de que las relaciones entrambos países no habían
sufrido menoscabo», la reina Victoria recibiría a Castellanos en
su carácter de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario
de la República Dominicana en la capital británica. Castellanos
también había expresado al agente del Gobierno dominicano en
Madrid su confianza en que la solución que diera al conflicto consular el gabinete de París había de ser la misma que adoptase el
de Londres. Sin embargo, Alfau fue convocado el día 11 a las diez
de la noche para celebrar una conferencia con el ministro español
de Estado, quien le manifestó que Walewski, ministro de Asuntos
Extranjeros de Francia, le había dirigido «una nota en que le anunciaba que el Gobierno francés de acuerdo con el inglés había resuelto enviar sus respectivos cónsules a Santo Domingo en buques
de guerra con orden expresa, no a los referidos cónsules, sino a
los comandantes de los buques de pasar al Gobierno» dominicano
28
29
La América, año III, No. 12, Madrid, 24 de agosto de 1859.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 208-209.
50
Luis Alfonso Escolano Giménez
una nota, en la cual le pedirían que retirara el decreto que había
originado el conflicto. Walewski invitaba al Gobierno español a tomar la misma medida, y el propio embajador de Francia en Madrid
«le instaba para que aceptase ese acuerdo, pretextando que sin una
resolución enérgica el Gobierno dominicano no accedería a nada».
En tales circunstancias, Alfau hizo notar al ministro de Estado que
«la resolución del Gobierno imperial difería no poco de la tomada
por el británico, y que por lo tanto no era posible creer que lord J.
Russell faltase a lo que de palabra y por escrito había ofrecido y dicho» a Castellanos. El representante de la República Dominicana le
expresó, además, su extrañeza por el hecho de que los pasos que el
mismo Calderón Collantes le «había ofrecido dar con los gabinetes
de Francia e Inglaterra para orillar» la cuestión «en la medida de lo
justo» no hubiesen producido ningún fruto. En último lugar, Alfau
preguntó al ministro qué pensaba hacer el Gobierno español ante
esa tesitura, a lo cual respondió lo siguiente:
1.º […] Que el paso que Francia e Inglaterra iban a dar,
fuese o no violento, era de todo punto contrario al derecho
de gentes;
2.º que el Gobierno de S. M. C. [su majestad católica] no
tomaría parte en tales medidas;
3.º que ya había escrito a los representantes de España en
París y Londres para que nuevamente y con más eficacia
procurasen conseguir se adoptase una resolución que no
lastimase los derechos de un pueblo por el cual S. M. C. se
interesaba y […]
4.º que en todo caso contara el Gobierno dominicano que el
de la reina mediaría si los de Francia e Inglaterra acudiesen
a la violencia.30
Al concluir su despacho, Alfau insistió a Lavastida en que el
honor nacional y el decoro del Gobierno dominicano no consentían que se cejara lo más mínimo en la línea de conducta
que habían adoptado, pues era necesario demostrar a Francia y
30
AGN, RREE, leg. 13, expte. 3, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Madrid, 12 de octubre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
51
Gran Bretaña que aunque «débiles por carecer de medios para
resistir», su fuerza residía en «la razón y el derecho». En el caso
extremo de que la situación tomase proporciones hostiles, mediaran amenazas y/o enviasen «algún ultimátum, y sin olvidar de
acudir a la mediación de los agentes españoles», siempre que
España no tomara parte en el asunto, el ministro de Relaciones
Exteriores debería formular «una protesta-memorándum», en el
que se tendría que distinguir «la cuestión de forma (sobre la cual
versa el debate) de la de fondo», ya que el Gobierno dominicano
nunca se había negado a escuchar y atender las reclamaciones
que le fuesen dirigidas «en el modo y forma» apropiados. Alfau
sugirió también a Lavastida que propusiera un arbitraje para
resolver el diferendo, y finalmente le recomendó que ganase
tiempo, dando «largas al asunto».31
El representante del Gobierno dominicano en Madrid volvió a
dirigirse al ministro de Relaciones Exteriores de la República, y le
informó de que Álvarez Peralta, al leer los partes telegráficos enviados por los embajadores de España en París y Londres, que le
enseñó el subsecretario de Estado, había comprobado que «eran
unas mismas las instrucciones que llevaban los cónsules de Francia
e Inglaterra». Por ello, con el fin de neutralizar los esfuerzos del
Gobierno francés, dirigidos a conseguir que España se adhiriese
«a sus injustificables miras», Alfau había remitido el día 14 una
nota a Calderón Collantes acerca de la cuestión. Ese mismo día,
ambos mantuvieron una nueva reunión, en la cual el ministro de
Estado manifestó que deploraba que el cónsul de España hubiese
comprometido a su Gobierno, al firmar «con los demás cónsules
las notas consabidas», y que Francia y Gran Bretaña, «obrando
como habían resuelto hacerlo, traspasaban todo principio de justicia». Sin embargo, Calderón le indicó que por el momento no
podía anunciarle la resolución de su Gobierno sobre el particular,
pues para ello debía consultar previamente con el Consejo de
Ministros. Alfau señaló que el Gobierno español no podía «menos
de estar perplejo acerca de la resolución» que había de tomar,
ya que por una parte veía el derecho y la justicia que asistían a la
República Dominicana, pero por otra se veía «comprometido por
31
Ibídem (las palabras en cursiva aparecen subrayadas en el original).
52
Luis Alfonso Escolano Giménez
su cónsul a obrar de concierto con las demás potencias, adoptando
medidas ajenas a su rectitud» y opuestas a «los intereses de su política en América».32
El ministro español de Estado hizo llegar a Alfau una nota en
la que aludía, aunque sin mencionarlo directamente, a «un suceso
reciente» que había «venido a alterar en parte las relaciones de
cordialidad» que desde hacía «mucho tiempo existían entre los
dos Gobiernos». Acto seguido, Calderón le expresó su «esperanza
de que en breve» cesaría todo motivo de desavenencias, y le indicó
que «los compromisos que en el asunto» al que se refería, de nuevo
sin hacer mención expresa del mismo, ligaban al Gobierno español no habían sido obstáculo para que este continuara dando al
de la República pruebas evidentes del interés que le inspiraba. El
estilo casi críptico del mensaje enviado por el ministro de Estado
hizo que el secretario de la legación dominicana en Madrid incluyese una serie de «advertencias» con relación a su contenido
en la copia que remitió a Lavastida. En una de ellas le explicaba
que «con la expresión en parte», Calderón quería significar que
las relaciones no estaban «interrumpidas diplomáticamente hablando». Álvarez Peralta resaltó además el hecho de que en ese
párrafo no se dijera que la República había cometido falta alguna,
ni tampoco que el cónsul de España era el responsable del conflicto entre ambos países. Con respecto al «vocablo compromisos»,
aclaró el secretario que «el ministro español no podía […] tomar
una resolución per se ipsum sin antes explorar la voluntad de los
Gobiernos de Francia e Inglaterra acerca del modo» en que se
debía «orillar la cuestión dominico-consular».33
Tras entrevistarse una vez más con Calderón, el agente de la
República en Madrid informó a Lavastida de los puntos principales que habían abordado durante su encuentro, celebrado el
6 de noviembre. El primero de ellos era la actuación a seguir por
32
33
Ibídem, 24 de octubre de 1859.
Ibídem, Calderón Collantes-Alfau, Madrid, 24 de octubre de 1859 (es copia;
las advertencias de Álvarez Peralta están fechadas el 25-X-1859. El texto en
cursiva aparece en el documento escrito con unos caracteres diferentes para
llamar la atención del ministro dominicano de Relaciones Exteriores, salvo
las expresiones en parte y per se ipsum, que están subrayadas en el original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
53
el nuevo cónsul de España en Santo Domingo, quien presentaría
«una nota (firmada por él solo o colectivamente con sus demás
colegas) en la cual no habría palabra alguna malsonante», que
pudiese herir la susceptibilidad del Gobierno de la República. El
otro punto consistía en que, una vez «dado el paso de pedirse» por
parte del mencionado cónsul «la anulación o modificación del
decreto del Senado, los ulteriores pasos para el arreglo definitivo»
los daría el propio Alfau en la capital española.34
Mientras en Santo Domingo habían comenzado ya las negociaciones entre el Gobierno dominicano y los representantes
de las potencias europeas, Alfau dirigió una importante comunicación al ministro de Relaciones Exteriores, fechada el 6 de
diciembre. En ella, aquel le expuso las razones por las cuales el
Gobierno español aún no lo había recibido en su carácter de
enviado extraordinario y ministro plenipotenciario, a diferencia
de lo sucedido en Londres. En primer lugar, Alfau indicó al ministro que «Báez y Segovia habían propalado el rumor, el uno
en Francia y el otro» en España, de que próximamente se iba a
verificar un alzamiento en la República a favor del ex presidente,
que la administración de Santana «no tenía elementos de estabilidad, y que sus hombres entrarían muy pronto en tratos con los
angloamericanos». Según el agente de la República Dominicana,
«el Gobierno francés, patrocinador por miras políticas de Báez
y su partido», se había visto además «aguijoneado por los parciales informes» de un alto funcionario del Ministerio de Asuntos
Extranjeros, que era muy amigo del ex presidente y al parecer
estaba «interesado […] en el negocio de las papeletas». Por todo ello,
el ejecutivo de París no había querido ni desaprobar la conducta
de su cónsul, ni recibir oficialmente a Castellanos, y lo que era
aún peor, había «interpuesto toda su influencia […] con el de
España» para que este «se apartase de toda política conciliadora y
no conviniese en estipulación alguna» con el propio Alfau. Se trataba, en efecto, de un momento especialmente complicado para
la política exterior española, ya que el gabinete de O’Donnell
34
Ibídem, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana,
Madrid, 9 de noviembre de 1859.
54
Luis Alfonso Escolano Giménez
acababa de declarar la guerra a Marruecos, a lo que se unían las
dificultades que Gran Bretaña intentaba suscitarle, dados sus intereses en el norte de África. Era pues lógico que el ejecutivo de
Madrid no deseara «dar la menor sombra de disgusto a Francia,
su aliada natural en caso de guerra con la Gran Bretaña», incluso aunque comprendiese que importaba mucho a sus intereses, completamente distintos de los de Francia en América,
no consentir que se menoscabara la independencia y soberanía
de la República Dominicana. Como consecuencia de todos los
factores mencionados, Alfau juzgaba explicable que el Gobierno
español no hubiera «podido tomar una resolución franca en
consonancia con sus buenos deseos, con sus miras políticas y con
los principios del derecho y la justicia», así como el hecho de
que su conducta, si bien diferente de la de Francia, no por ello
era idéntica a la de Gran Bretaña. Es más, en opinión de dicho
agente, España habría tomado «la iniciativa para orillar buenamente el conflicto» consular, «si Inglaterra no le hubiese suscitado embarazos en la cuestión de Marruecos y si Francia», que tan
a tiempo sabía «aprovecharse de las circunstancias para realizar
sus miras políticas, no hubiera venido con su poderosa influencia a sembrar dudas […] en el ánimo» del Gobierno español. En
la conclusión de su despacho, Alfau resumió del siguiente modo
las garantías ofrecidas por Calderón Collantes el 3 de diciembre,
fecha de la última reunión que había mantenido con él:
1.º Que la República podía contar con la benevolencia y
protección de España.
2.º Que su Gobierno no daba mayor importancia al asunto
de los cónsules.
3.º Que el nuevo cónsul español lleva instrucciones muy amplias para neutralizar cualquiera pretensión exagerada del
de Francia.35
35
Ibídem, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana,
Madrid, 6 de diciembre de 1859 (las palabras en cursiva aparecen subrayadas
en el original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
55
El nuevo ministro dominicano de Relaciones Exteriores,
Felipe Dávila Fernández de Castro, comunicó el 7 de diciembre
a los representantes de la República en París y Madrid los últimos
acontecimientos que habían tenido lugar en Santo Domingo. El
relevo al frente del ministerio se produjo precisamente a raíz de
la renuncia de Lavastida, quien se había mostrado «inconforme
con el giro impreso al asunto».36 Ese giro vino dado por la llegada
a la rada de Santo Domingo de tres buques de guerra, el 30 de
noviembre, con los cónsules de Gran Bretaña y Francia a bordo.
Los comandantes de dichos barcos se dirigieron al Gobierno dominicano para pedirle que «indemnizase a sus nacionales de la
pérdida que habían sufrido», con ocasión del decreto sobre el
papel moneda, y «añadieron que si se reconocían dichos perjuicios y se saludaban sus pabellones con 21 cañonazos», los cónsules
desembarcarían para volver al ejercicio de sus funciones.37
La nota británica señalaba que un extranjero residente en un
país solo podía «reconocer como legales los actos […] de la autoridad legítimamente constituida», y que no debía «fidelidad a ningún
partido levantado en armas contra dicha autoridad, cuyos actos»
debía «considerar como los legítimos actos del Estado» en tanto durase «su control sobre el país, considerándose como válidos dichos
actos respecto de cualesquiera obligaciones pecuniarias» que hubiera podido «contraer esa autoridad con un extranjero». El escrito
del ejecutivo londinense señaló a continuación que los diferentes
Gobiernos dominicanos tenían por costumbre «hacer emisiones de
papel moneda» con mucha frecuencia, y que «los extranjeros, aun
cuando pudieran, no tendrían el derecho de cuestionar la validez
de dichas emisiones. Del mismo modo, tampoco podrían ser obligados en las diarias transacciones del comercio, a […] aceptar o
rechazar el dinero del país de acuerdo con sus apreciaciones sobre
la posibilidad de éxito o fracaso de los partidos contendientes».
Por esta razón, el Gobierno británico planteó que «todo extranjero, poseedor bona fide del papel moneda emitido por el […]
Estado, debidamente constituido y reconocido como tal, en el
36
37
C. F. Pérez, Historia diplomática... p. 362.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 230-231.
56
Luis Alfonso Escolano Giménez
momento de la emisión, por los Gobiernos extranjeros», tenía
derecho, cualesquiera que fuesen «los cambios políticos […] en el
Gobierno del Estado, a la garantía de sus intereses». Por último, el
comandante del buque informó al ejecutivo de Santo Domingo de
que se había «abstenido […] de saludar la bandera de la República»,
dado que tenía instrucciones de no hacerlo hasta que aquel hubiera
dado su «aquiescencia a la demanda» que le acababa de someter, y
hubiese «saludado la bandera británica como demostración de regocijo por el feliz arribo a un buen entendido» con Gran Bretaña.38
En un tono conciliador, el Gobierno dominicano respondió a
los comandantes de ambos barcos que «jamás se había negado a
reconocer los perjuicios reales y probados que por cualquier medida de uno de los poderes del Estado se hubieren irrogado». Sin
embargo, en cuanto al saludo, Dávila Fernández de Castro les indicó que «era uso y costumbre no hacerlo la plaza sino después de
los buques», y tras el intercambio de varios mensajes consiguieron
ponerse de acuerdo en torno al «principio de indemnizar las pérdidas reales», pero no acerca del saludo, ya que las autoridades dominicanas se negaban a hacerlo a menos que fueran obligados por
la fuerza. Los comandantes insistieron repetidamente, haciendo
entender que «dicho saludo era indispensable porque tenían órdenes de sus Gobiernos» de exigirlo, por lo que ante la posibilidad
de una «ruptura con naciones tan poderosas», que «habría sido de
fatales resultados tal vez para la existencia de la República», esta
solo pudo resistir cuatro días, hasta que se vio obligada a ejecutar
dicho saludo el 3 de diciembre, cuando «hubo de ceder a la fuerza
protestando solemnemente» contra la violencia de que había sido
objeto. Terminada así la crisis, los cónsules bajaron a tierra, ante
lo cual el ministro de Relaciones Exteriores indicó a los representantes de la República Dominicana en Europa que, una vez
restablecidas las buenas relaciones con Francia y Gran Bretaña, el
ejecutivo de Santo Domingo abrigaba la esperanza de que la cuestión del papel moneda fuese arreglada de forma amigable. En su
mencionado despacho del 7 de diciembre, Fernández de Castro
aludió también a la conducta seguida por España «en tan amargas
38
C. F. Pérez, Historia diplomática... pp. 360-361 (las cursivas son nuestras).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
57
circunstancias», y la describió como «completamente opuesta» a
la que habían mantenido Francia y Gran Bretaña. En efecto, según la narración del ministro, el buque Don Juan de Austria, a cuyo
bordo venía el nuevo cónsul de España, llegó a Santo Domingo
el 3 de diciembre y tras efectuar el saludo de rigor, «lejos de tomar
una actitud hostil entró en el puerto», y cuando «presentó su reclamo lo hizo desnudo de exigencias incompatibles con el decoro» de
la República. Fernández de Castro ponderó «esta conducta noble y
mesurada» en contraste con la de las otras dos potencias europeas,
y dio instrucciones a Alfau para que manifestase al ministro español
de Estado la gratitud del Gobierno dominicano por ello.39
El comandante del Don Juan de Austria, Francisco Montero, se
dirigió al presidente de la República Dominicana para comunicarle que el Gobierno español le había ordenado cerciorarse de
si el de la República estaba dispuesto a atender el derecho que
tenían «los súbditos españoles a recibir en cambio del papel moneda emitido» por Báez, del cual «eran poseedores de buena fe»
cuando fue «declarado sin valor, una indemnización mayor» de
la que se le señalaba, y que no podía «considerarse en manera
alguna como una compensación». En la misma línea que la nota
inglesa, la española subrayó que los diferentes ejecutivos de la
República habían emitido papel moneda, y que de igual modo
que los súbditos extranjeros no podían «oponerse a la validez de
aquellas emisiones», tampoco podían estar sujetos «a las pérdidas
que por consecuencia del triunfo de los partidos habrían de sufrir
sino se respetase ese papel adquirido de buena fe». En este punto,
el comandante del buque español estableció una clara diferencia
entre la posición de los súbditos extranjeros y la de los nacionales
que seguían «las luchas políticas de su país». Como consecuencia
de ello, el Gobierno de España no podía admitir, y suponía que
tampoco el de la República Dominicana, la anulación de «los actos
de sus predecesores de una manera tan absoluta como lo haría si
insistiese en llevar a cabo su decreto» del 5 de mayo. Con base en
tales argumentos, el Gobierno español solicitó al dominicano que
reconociera, con respecto a los extranjeros, «los compromisos»
39
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 231-232.
58
Luis Alfonso Escolano Giménez
del que lo había precedido, y los interpretase y sostuviese «tales
como eran en el momento [en] que subió al poder». Es más, aquel
le pidió también que «si intentase hacer una nueva emisión de
papel moneda» para sustituir el de anteriores administraciones, lo
hiciera, en lo referente a los ciudadanos extranjeros, «dando a su
nuevo papel un valor igual al del papel» que amortizase, «según
el valor que tenía antes de su amortización». Al concluir, Montero
expresó la confianza del ejecutivo de Madrid en que el de Santo
Domingo haría «justicia a las justas reclamaciones de los súbditos
españoles», y como prueba de ello había enviado un cónsul general para reanudar las relaciones oficiales en el momento en que
el Gobierno de la República asintiera a los principios expuestos
en su nota. Por último, el representante de España acordaría con
aquel el tipo de cambio que debería hacerse del papel moneda.40
Pese a la gratitud de las autoridades dominicanas hacia España
por el tono moderado de sus comunicaciones, la segunda nota
del comandante del Don Juan de Austria, dirigida esta vez al ministro de Relaciones Exteriores, revela que aquellas no se habían
mostrado tan complacientes con la reclamación española como
con las destempladas exigencias presentadas por Francia y Gran
Bretaña. Así, Montero se quejó de que la respuesta recibida no satisficiese «en manera alguna a la reclamación» que tenía la orden
de presentar, puesto que el Gobierno dominicano no reconocía
«de una manera positiva el derecho de los poseedores de buena
fe del papel moneda emitido por el ex presidente Báez a recobrar
el valor íntegro que dicho papel tenía» cuando su desmonetización o amortización fue decretada. Sin el cumplimiento de esta
condición, el cónsul de España no podía entrar en el ejercicio
de sus funciones oficiales. Acto seguido, el comandante manifestó
su sorpresa por el hecho de que, concedido ya a los jefes de los
buques francés y británico lo que él reclamaba, le parecía que la
contestación a su nota del día anterior habría debido ser idéntica
a la segunda que recibieron aquellos.41
40
41
AGN, RREE, leg. 12, expte. 5, Montero-jefe del poder ejecutivo de la
República Dominicana, río Ozama, 4 de diciembre de 1859.
Ibídem, Montero-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, río Ozama, 5 de diciembre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
59
Ante esta protesta por la injusta discriminación sufrida, que
premiaba los métodos coercitivos empleados por los Gobiernos
de Francia y Gran Bretaña frente a la mesura diplomática del
ejecutivo de Madrid, Fernández de Castro tuvo que acceder a las
peticiones de Montero. Este quedó tan satisfecho con la respuesta
del ministro que le informó de que el nuevo cónsul de España,
Mariano Álvarez, bajaría esa misma tarde a tierra para tomar posesión de su cargo.42
El último acto de la previsible rendición incondicional del
Gobierno dominicano ante las tres potencias europeas tuvo lugar
el 12 de diciembre de 1859, fecha en la que aquel y los cónsules de
Francia, Gran Bretaña y España firmaron un protocolo por medio
del cual se acordó lo siguiente:
1.º El Gobierno dominicano se obliga a recoger el papel
moneda emitido por el ex presidente Báez dando en pago
títulos de una renta de seis por ciento, que creará al efecto
con la denominación de «Deuda Interior»; en las condiciones descritas a continuación.
2.º La deuda interior consistirá en títulos que llevarán el interés anual de un seis por ciento, pagadero por semestres, que
vencerá en 1.º de enero y 1.º de julio de cada año.43
Tal como explica De la Rosa, el protocolo estipuló que el
ejecutivo de Santo Domingo se comprometía a convertir el papel
moneda de la administración Báez a una tasa de 500 pesos nacionales por un peso fuerte, «contra obligaciones de la deuda interior»
establecida en el mencionado acuerdo, obligaciones que «debían
ser amortizadas y podían ser recibidas por el Gobierno dominicano
en compensación de los derechos de aduana». Asimismo, los bonos
del Tesoro, de los que eran tenedores los súbditos extranjeros, así
como «todas las deudas contraídas legítimamente frente a ellos por
42
43
Ibídem.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 4, Santo Domingo, 12 de diciembre de 1859 (es
copia; las cursivas son del documento).
60
Luis Alfonso Escolano Giménez
el ex presidente Báez, serían arreglados, convertidos y amortizados
en las mismas condiciones y de igual forma».44 El 28 de diciembre,
el Senado emitió un decreto por el que aprobaba todo lo estipulado
en los ocho artículos del protocolo, y ordenaba que las referidas
estipulaciones se hicieran extensivas, no solo a todos los extranjeros
residentes en el territorio de la República, «sino también a los dominicanos poseedores de aquel papel moneda».45
El enfriamiento de las relaciones entre el Gobierno dominicano y los de Francia y Gran Bretaña fue inevitable, como se
deduce del contenido de algunas comunicaciones dirigidas por
Fernández de Castro a Alfau. En una de ellas, fechada el 14 de
enero de 1860, el ministro le aseguró que no tenía ninguna duda
de que «el único móvil de tan inmotivado atropellamiento de parte de dos naciones que se llaman cultas» había sido su interés de
hacer pasar el territorio dominicano a manos de los haitianos. No
contento con semejante afirmación, acusó a ambas potencias de
algo aún más grave, puesto que según Fernández de Castro se había querido provocar a la República a una ruptura para proteger
con ella el desembarco de los filibusteros que estaban en Curazao,
armados ya y prontos a salir, esperando la oportuna ocasión de
la invasión anglofrancesa. El ministro de Relaciones Exteriores se
congratuló por el hecho de que la prudencia del ejecutivo dominicano hubiese «frustrado sus maquinaciones», y expresó su
confianza en que la firmeza de carácter con que aquellos países
encontrarían a los dominicanos en la desgracia, les haría conocer
que era inútil intentar lo que no conseguirían sin «pasar por el
oprobio de destruir una nación entera».46
En tales circunstancias, no resulta extraño que las miradas de
Santana y su Gobierno se volvieran cada vez más hacia España en
busca de la protección que tanto ansiaban, por lo que Fernández
de Castro recomendó con repetida insistencia al enviado de la
República en Madrid que agilizase al máximo las negociaciones
44
45
46
A. de la Rosa, Las finanzas de Santo Domingo... p. 23.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 4, Santo Domingo, 28 de diciembre de 1859. El
documento lleva la firma del presidente del Senado, Tomás Bobadilla, y del
secretario, Pedro P. de Bonillas.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 239-240.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
61
pendientes con el Gobierno español. De hecho, en su despacho
del 23 de diciembre de 1859, el ministro le dio, para concluirlas, un plazo perentorio, pues no debía prolongar su estancia en
aquella capital por espacio «mayor de un mes». En cualquier caso,
fuera cual fuese el resultado de dicha negociación, Fernández de
Castro no tuvo reparo alguno en subrayar, en la comunicación
que remitió a Alfau el 7 de enero de 1860, que de entre los papeles
que cada uno había «representado en el reciente drama», el de
España había sido «el más noble».47
El ministro de Relaciones Exteriores también encargó al representante del Gobierno dominicano en Madrid, el 23 de diciembre de 1859, la contratación de un empréstito directamente
o por medio de su colega de París, hasta la suma de 300,000 pesos
fuertes. Fernández de Castro añadió en sus instrucciones a Alfau
que no dejara de realizarlo por pequeña que fuese la cantidad
conseguida, y le autorizó a ofrecer las garantías que estimara oportunas como respaldo del préstamo. Pocos meses más tarde, el 7 de
marzo de 1860, el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, Ricart
y Torres, repitió a aquel el mismo encargo que le había hecho
su predecesor anteriormente, facultándolo, en esta ocasión, para
contratar un empréstito hasta la cantidad de cinco millones de
francos. Por último, el 20 de junio Ricart lo volvió a autorizar, en
nombre del Gobierno de la República, a contraer un préstamo en
Europa por la suma de uno a dos millones de pesos fuertes, sin
indicarle las condiciones bajo las cuales debía llevarlo a cabo, a fin
de que pudiese solicitarlo «con más probabilidades de buen éxito». Además, el ministro comunicó a Alfau que se había retirado
la autorización a Castellanos para hacer lo propio.48
Estos sucesivos intentos de obtener recursos en el extranjero
son sin duda muy reveladores de la pésima situación financiera en
que volvía a encontrarse el Estado dominicano, o más bien, del déficit crónico que venía padeciendo, y que no hizo sino empeorar
día tras día. El ejecutivo de Santana acudió otra vez al expediente
habitualmente utilizado por todas las administraciones anteriores,
47
48
Ibídem, pp. 235-237.
Ibídem, pp. 236, 247-248 y 269-270.
62
Luis Alfonso Escolano Giménez
y se lanzó a una nueva carrera de emisiones monetarias, que fueron
ya las últimas antes de consumarse la anexión de Santo Domingo
a España.
4. ÚLTIMAS EMISIONES MONETARIAS ANTES DE LA ANEXIÓN
Tal como indica Carlos Federico Pérez, durante el último
período de Santana en la presidencia de la República, la evolución interna del país estuvo más vinculada que nunca a sus
relaciones internacionales, hasta el punto de que el «vertiginoso
desarrollo» de los acontecimientos la condujo «hacia uno de sus
momentos culminantes», como cabe denominar la anexión a
España.49 Sin embargo, la praxis política del Estado dominicano
no se vio tan afectada como para no recurrir a las tradicionales
emisiones monetarias, con las que agravaba cada vez más la ya
crítica situación de sus finanzas. Así se explica que tras el arreglo del conflicto consular, el año 1860 comenzase con una gran
actividad en lo referente a la emisión de papel moneda, «pues
el circulante se encontraba deteriorado, depreciado y se comprobaban además frecuentes falsificaciones». Por todo ello, el
Senado aprobó un decreto el 4 de enero, con el cual autorizaba
al ejecutivo a efectuar una nueva emisión de billetes por importe
de 50,000 pesos fuertes. Durante la discusión de dicho decreto,
«algunos senadores se opusieron a que fuera consignado en los
billetes el valor de moneda fuerte», ya que consideraban, como
subraya Herrera, «con razón, que sin respaldo de ninguna especie, sino únicamente la palabra oficial, que tantas veces había
rodado por la bancarrota, el valor intrínseco de los mismos sería
fijado por las necesidades del público» y muy en particular por
las del comercio. No obstante, el Gobierno ordenó de inmediato
la nueva emisión, que estuvo a punto de provocar un completo
desastre, puesto que «la moneda metálica extranjera […] dejó
de circular ante la llegada de estos billetes y hubo una protesta
sorda en todas las esferas públicas». Así las cosas, el 26 de marzo
49
C. F. Pérez, Historia diplomática... p. 342.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
63
el ejecutivo no tuvo otra alternativa que someter al Senado un
proyecto de ley que derogaba el decreto anterior, por el cual se
suspendió la circulación del papel moneda recién emitido, que
debía ser recogido y amortizado.50
Por su parte, De la Rosa señala que la mencionada emisión dio
lugar también a gran cantidad de falsificaciones, y pese a la medida que ordenaba a los tenedores de billetes del Tesoro depositarlos en las administraciones de Hacienda «contra recibos o bonos
a consolidar ulteriormente», el volumen de moneda falsa alcanzó
tales proporciones que hubo de aprobarse una ley especial contra
los falsificadores. En ella quedaba establecida la pena de muerte
para los mismos, así como la de trabajos forzados a perpetuidad
para sus intermediarios, lo que da idea de la enorme magnitud del
problema. De la Rosa sostiene que el propio Estado dominicano,
con «sus procedimientos antieconómicos, […] había contribuido
singularmente» a aumentarlo, ya que para emitir papel moneda,
el Gobierno no se dirigía ya al cuerpo legislativo, sino que «este
daba una especie de autorización general, en virtud de la cual
se hacían las emisiones». De este modo tan peculiar, con la sola
«declaración del ministro de Hacienda de que la caja pública estaba
vacía y que faltaba dinero para hacer frente a los gastos del Estado, el
poder ejecutivo permitía las emisiones», y según dicho autor fue
así como se procedió en 1860.51
Sin embargo, el por entonces ministro de Hacienda, Pedro
Ricart y Torres, solicitó autorización al Senado el 28 de marzo de
ese año para emitir diez millones de pesos, con el pretexto de
que iban a utilizarse para amortizar los billetes deteriorados por
el uso. El Senado aprobó esta nueva emisión con la condición de
que no pudiera «aumentarse el número, ni distraerse del objeto»
para el que había sido autorizada. Tan solo Tomás Bobadilla, en
opinión de Herrera, «trataba con certero juicio el problema de
la circulación monetaria», sobre el cual planteó en el Senado claras advertencias e «interesantes proyectos, ceñidos todos a planes
más racionales», que obviamente no encontraron el eco necesario
50
51
C. A. Herrera, Las finanzas... pp. 49-50.
A. de la Rosa, Las finanzas de Santo Domingo... pp. 24-25 (las cursivas son del
autor).
64
Luis Alfonso Escolano Giménez
para haberse podido llevar a la práctica. Por el contrario, las
emisiones continuaron, e incluso al menos una de ellas fue
aprobada en una sesión secreta del Senado, celebrada el 19 de
abril, en la cual se autorizó una nueva emisión de 10 millones
de pesos. Santana comunicó al Senado el 17 de mayo que, dadas
las graves circunstancias por las que atravesaba la República, el
Gobierno se veía en la necesidad de disponer del papel moneda
cuya emisión había autorizado la cámara en marzo, y solicitaba
permiso para destinarlo a fines militares, debido a la movilización
de tropas, en lugar de emplearlo para sustituir el que se encontraba en mal estado. En su respuesta, el Senado autorizó al Gobierno
a poner en circulación 10 millones de pesos, y además a disponer
de las sumas que considerase necesarias de los 10 millones que le
había autorizado emitir por la resolución del 19 del mes anterior,
es decir, la sesión secreta cuyo contenido no consta en el acta de
ese día. Con esta última, y en el espacio de menos de un mes, se
completó una emisión total de 20 millones de pesos.52
Debido a la llegada desde Venezuela a territorio dominicano
de inmigrantes canarios, que huían de la difícil situación política
reinante en dicho país, el Senado volvió a autorizar al ejecutivo
para realizar cuantos gastos estimara convenientes con objeto de
atender los costes derivados de esa coyuntura excepcional. En virtud de ello, el Gobierno aprobó el 13 de agosto otra emisión de 10
millones de pesos y, por último, una más de 8 millones de pesos, el
28 de diciembre.53 De este modo, si se exceptúa la fallida emisión
de enero, mientras Santana negociaba la anexión a España, su
Gobierno emitió casi 40 millones de pesos, «en cientos de miles de
papeletas que dejaría como herencia al nuevo régimen español».54
Por si todo ello fuera poco, ya se ha indicado que uno de los últimos decretos emitidos por el Gobierno dominicano, pocos días
antes de proclamarse la anexión, fue el que fijaba un tipo de cambio de 250 pesos nacionales por un peso fuerte, operación que
debía realizarse en el plazo de un año. Tal como sostiene Herrera,
52
53
54
C. A. Herrera, Las finanzas... pp. 50-52.
Ibídem, p. 52.
F. Moya Pons, «Datos sobre la economía dominicana durante la Primera
República», en T. Mejía-Ricart (ed.), La sociedad dominicana... pp. 13-39; véase
p. 29. Para la obra de Mejía-Ricart, véase más arriba la nota No. 4.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
65
resulta obvio que el propósito de dicha medida era «entregar a
la administración española que se haría cargo en breve de los
problemas de la hacienda pública, un patrón o equivalencia para
el canje» de los más de 100 millones de pesos en billetes que circulaban por entonces en la República Dominicana.55
Este regalo envenenado del Gobierno que había gestionado la
anexión acabó por convertirse en un auténtico quebradero de cabeza para las autoridades españolas, las cuales se vieron desbordadas ante las dimensiones de un fraude tan descomunal, cometido
por el propio Estado dominicano desde sus inicios. Un problema
con raíces tan profundas habría requerido mucho tiempo para
ser corregido, o al menos, para haber podido paliar sus perniciosos efectos parcialmente, pero tiempo fue justo lo que no tuvo
España en Santo Domingo, de modo que las medidas adoptadas,
con independencia de su mayor o menor grado de acierto, no
surtieron el efecto deseado, tan necesario para sanear las finanzas
dominicanas.
Sin embargo, lo cierto es que el Gobierno español no valoró
adecuadamente la verdadera importancia de la cuestión monetaria, ni la analizó en todas sus vertientes, cuando debió haberla medido con el máximo rigor, a fin de saber si disponía de los recursos
necesarios para solucionarla con rapidez y eficacia. También debe
tenerse en cuenta que las negociaciones que entabló Alfau en
Madrid no iban encaminadas a la anexión del territorio dominicano a España, sino más bien a obtener su ayuda y protección, lo
cual no incluía poner en marcha una administración de nueva
planta en Santo Domingo. A lo sumo, el protectorado implica el
establecimiento de una serie de compromisos, sobre todo de tipo
militar, para la defensa del territorio protegido frente a las amenazas exteriores, y en algunas ocasiones contempla también ciertos
aspectos de carácter político y económico, aunque generalmente
muy limitados. En todo caso, si el ejecutivo de Madrid hubiera
sido más prudente a la hora de aceptar la anexión, con todas las
responsabilidades que esta suponía, por ejemplo en materia financiera y monetaria, entre muchas otras, es posible que no hubiese
55
C. A. Herrera, Las finanzas... p. 53.
66
Luis Alfonso Escolano Giménez
actuado de la forma precipitada y poco reflexiva en que lo hizo, y
con ello su decisión final quizás habría resultado muy diferente.
No obstante, la urgencia de la situación financiera era solo una
más de las numerosas preocupaciones del Gobierno dominicano,
puesto que otros elementos externos venían periódicamente
a complicar la ya de por sí inestable vida de la joven República.
Entre los principales factores de desequilibrio se encontraban la
permanente amenaza haitiana, y la no menos constante y peligrosa actividad de los Estados Unidos, cuyas gestiones diplomáticas
para obtener algún establecimiento naval en la isla adquirieron
un renovado ímpetu a partir de 1859. Todo ello compone un escenario lleno de intrigas, en las cuales tomaron parte, hasta su
desenlace en 1861, en primer lugar los dos países que comparten
la isla Española, Haití y la República Dominicana, así como las
potencias mediadores en el conflicto entre ambas, Francia y Gran
Bretaña. Completan el reparto de papeles principales las dos naciones más interesadas en el control de las Antillas: por un lado se
encontraba España, que intentaba luchar para no perderlo, y por
el otro, los Estados Unidos, que ya habían tomado conciencia de
su necesidad de dominar un espacio de importancia tan grande
para sus intereses geoestratégicos.
La partida de ajedrez iniciada unos años antes estaba a punto
de entrar en su fase final, de modo que todos buscaban situar bien
sus piezas sobre el tablero para estar en las mejores condiciones de
jugarla con posibilidades de ganar algo en ella. En tales circunstancias, no es de extrañar que los jugadores más débiles trataran
de apoyarse en otros más fuertes con la esperanza de asegurarse
así, si no la victoria, al menos un resultado final en el que no se
vieran excesivamente perjudicados. Pues bien, un personaje de
las características de Santana se introdujo en este complejo juego
de política internacional, e incluso llegó a acelerar el ritmo de los
acontecimientos, gracias a lo cual obtuvo su objetivo más ansiado:
la ayuda de un poder extranjero para apuntalar el régimen autoritario en que ejercía su poder personal de forma omnímoda.
Capítulo II. El complejo panorama diplomático
dominicano durante el conflicto consular de 1859
L
a aguda interrupción del comercio dominicano, que se había
agravado aún más por la absoluta desconfianza en la moneda circulante en el país, trajo como consecuencia que los ingresos de la
hacienda pública, derivados casi exclusivamente de las aduanas,
quedaran reducidos a una suma irrisoria, lo que llevó a los representantes de Gran Bretaña y Francia a proponer a sus Gobiernos
la única salida posible que veían para este problema. Según dichos
agentes, la República Dominicana no podría sostener su independencia durante mucho más tiempo a no ser que se pusiera bajo
el protectorado de una nación extranjera, para lo que plantearon
la opción de Cerdeña, después de haber descartado a España, en
teoría porque no estaba capacitada para asumir esa carga, ni sería
prudente que lo hiciera con dos colonias esclavistas tan próximas
a la isla de Santo Domingo, lo que sin duda también confirma la
rivalidad existente entre las diversas potencias con intereses en
las Antillas. Por otra parte, el conflicto consular por el asunto del
papel moneda dejó el campo libre a la actuación de los agentes
norteamericanos, con el consiguiente recelo europeo hacia el
resultado de las gestiones de aquellos, ante un Gobierno dominicano acosado por la penuria financiera y la suspensión de sus
relaciones diplomáticas con los países más poderosos.
En una coyuntura de fuertes transformaciones socioeconómicas y políticas a nivel continental y antillano, la viabilidad
de la República Dominicana como nación seguía estando en
juego. La permanente amenaza que representaba Haití para la
68
Luis Alfonso Escolano Giménez
independencia dominicana se vio reforzada, en cierto modo,
con el respaldo del ex cónsul de Francia en Puerto Príncipe a las
aspiraciones del régimen de Soulouque, empeñado en dominar
toda la isla. Esta situación fue hábilmente presentada al Gobierno
español por parte del dominicano, en solicitud de ayuda, la cual
finalmente se hizo innecesaria tras la caída del emperador y la
subsiguiente tregua. Por su lado, los agentes norteamericanos
continuaron en pos de obtener alguna concesión territorial en la
República Dominicana, bien fuese en Samaná, bien en otro punto
que se considerase apropiado para establecer la ansiada base naval.
Si el ejecutivo de Washington quería inaugurar una audaz política
imperialista, no pudo hacer una mejor elección para el puesto de
agente especial en Santo Domingo que la del general Cazneau, a
pesar de lo cual su nombramiento se hizo con el acuerdo expreso
de que la cuestión de la base naval debía dejarse en suspenso hasta que los problemas internos de los Estados Unidos alcanzasen
una solución pacífica. Así pues, al menos por el momento, a los
agentes norteamericanos solo les quedaba la opción de reactivar
la firma de un tratado entre ambos países, como medio de lograr
algún día ese objetivo tan deseado, e impedir al mismo tiempo el
acercamiento de la República Dominicana a España.
1. EL PROTECTORADO DE CERDEÑA SOBRE
SANTO DOMINGO: UNA OPCIÓN INVIABLE
A comienzos de 1859 nada parecía presagiar las graves complicaciones que llevarían a la suspensión de las relaciones diplomáticas entre la República Dominicana y las tres principales potencias
atlánticas europeas. El 31 de enero de ese año, Martin T. Hood,
el cónsul de Gran Bretaña en Santo Domingo, recibió un despacho del Foreign Office en respuesta a otro suyo, fechado el 22 de
diciembre, en el que Hood afirmaba que tanto él como el cónsul de Francia opinaban que sería admisible poner la República
Dominicana bajo el protectorado de Cerdeña. El conde de
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
69
Malmesbury, secretario del Foreign Office en el gabinete tory del
conde de Derby, quien ejerció como primer ministro hasta junio
de 1859, le informó de que el Gobierno británico no lo consideraba apropiado, y que el ejecutivo de París estaba de acuerdo con la
opinión que Londres había adoptado con respecto a la propuesta
de ambos diplomáticos.1
En otra comunicación de carácter confidencial dirigida
a Malmesbury, Hood le explicó las razones por las que había considerado conveniente sugerir dicho protectorado. En
opinión del representante de Gran Bretaña en la República
Dominicana, esta había ido decayendo progresivamente desde
su independencia a pesar de ser uno de los territorios más fértiles y productivos de las Antillas, decadencia que él atribuía a
circunstancias accidentales, sin relación con causa física alguna
ni con las capacidades de la propia isla. Hood no dudó en asegurar que las frecuentes invasiones haitianas, origen de grandes
pérdidas y de la destrucción de numerosas propiedades, habían
sido una de las principales causas de dicha decadencia. Aun así,
aquel también reconoció que existían otras causas, tales como
las interminables disensiones internas, provocadas por hombres
ambiciosos, y que resultaban en revoluciones destructivas y guerras civiles, así como en las intrigas de aventureros, procedentes
principalmente de los Estados Unidos y en la, según sus palabras,
vergonzosamente mala administración de los fondos públicos.
Sin embargo, ninguna circunstancia había contribuido más a la
ruina de la República Dominicana que la obstinada y, desde el
principio desesperada, resistencia ofrecida por el ex presidente
Báez a la voluntad nacional. Hood subrayó que dicha resistencia, de casi doce meses, y los efectos de esta sobre la actividad
económica habían paralizado por completo la iniciativa comercial, provocando la suspensión total del trabajo y el consiguiente
empobrecimiento general, hasta un grado tal que había hecho
desaparecer el mercado de bienes importados ni existía producto alguno para la exportación.2
1
2
The National Archives, Londres, Foreign Office (en adelante: TNA, FO)
23/39, Malmesbury-Hood, Londres, 31 de enero de 1859 (minuta).
Ibídem, Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 7 de enero de 1859.
70
Luis Alfonso Escolano Giménez
El cónsul de Gran Bretaña tampoco pudo dejar de mencionar
que esa interrupción del comercio había sido agravada aún más
por la absoluta falta de confianza en la moneda circulante del país,
debido a las continuas, arbitrarias y extraordinarias emisiones de
papel moneda. Como consecuencia del estado en que se encontraba el comercio, los ingresos de la hacienda pública, derivados
casi exclusivamente de las aduanas, habían quedado reducidos a
una suma muy pequeña, mientras que el gasto público, si bien no
había aumentado, tampoco había disminuido a causa de los preparativos para la defensa, que Hood consideraba necesarios dada
la proximidad del fin de la tregua con Haití. La renovación de la
tregua y la continuada tranquilidad dentro de la República mejoraría sin duda la situación de la población, pero el país apenas se
vería aliviado de sus apremiantes apuros pecuniarios, puesto que
la mayor parte de sus ingresos sería consumida por la liquidación
de las reclamaciones más urgentes, y cada año dejaría al Gobierno
un creciente déficit que, en las circunstancias existentes en esos
momentos, solo podía afrontarse por medio de nuevas emisiones
monetarias, en perjuicio de todo el país.3
A juicio del agente de Gran Bretaña, la única salida posible a este
problema sería un préstamo, que permitiese saldar las reclamaciones más apremiantes y amortizar el papel moneda en circulación,
pero acto seguido aseguró que había poca o ninguna esperanza de
obtenerlo, excepto en los Estados Unidos, por lo que según Hood
el remedio sería peor que la enfermedad. Incluso llegó a expresar su temor a que si se consiguiera un préstamo, este solo serviría
como incentivo para renovadas disensiones y revoluciones, en las
que se derrocharía la suma total así obtenida. Por tanto, reducida a
esta condición, la República Dominicana no podía sostener su independencia durante mucho más tiempo, e inevitablemente acabaría
convirtiéndose en una provincia de otro Estado, a no ser que se
pusiera bajo el protectorado de una nación que desease y pudiese
tomar una carga semejante. La primera alternativa no satisfaría las
miras políticas de Gran Bretaña y Francia, por lo que el establecimiento de un protectorado parecía convertirse en una absoluta
3
Ibídem. Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 7 de enero de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
71
necesidad. Por otra parte, era innecesario entrar en la cuestión de
si dicha solución sería vista con buenos ojos por los dominicanos,
dados los ofrecimientos en tal sentido hechos por los sucesivos
Gobiernos de la República a Gran Bretaña, Francia y España, tanto conjuntamente como por separado. Además de subrayar como
un hecho indudable que esta era universalmente aceptada como
la solución más deseable, pese a su corta experiencia en el país,
el cónsul se mostró convencido de quesería recibida con alegría
y gratitud por todos los partidos. No obstante lo más llamativo
son las razones que alegaba para encomendar el protectorado a
Cerdeña, ya que por razones políticas ni Gran Bretaña ni Francia
habían juzgado oportuno hacerse cargo del mismo, mientras que a
su entender España no tenía poder para hacerlo, ni sería prudente
que lo hiciera con dos colonias esclavistas tan próximas a la isla de
Santo Domingo. Por su parte, los Estados Unidos solo aceptarían el
protectorado como medio para alcanzar un fin al que se oponía la
política de Europa, y Haití no podría encargarse de ello ni aunque
los dominicanos aceptasen una idea semejante, lo cual parecía desde luego poco menos que imposible. Tampoco sería aconsejable
para los intereses francobritánicos que la influencia de cualquier
gran potencia marítima europea se extendiera en esa parte del
mundo, por lo que las posibilidades eran muy limitadas. Dinamarca
y Suecia presentaban la gran objeción de las diferencias en cuanto
a religión, costumbres, clima y lengua. Con Portugal la dificultad insuperable se encontraba en la supuesta antipatía nacional existente
entre las razas española y portuguesa, mientras que el estado de
tiranía en Nápoles hacía imposible esa alternativa. Holanda ofrecía
algunas ventajas, pero no tantas como Bélgica o Cerdeña, y de estas
dos la segunda parecía ser la mejor opción, si se la pudiera inducir
a hacerse cargo del protectorado.4
En la conclusión de su despacho, Hood enumeró las numerosas cualidades del reino de Cerdeña, entre ellas su excelente
administración pública, así como una pequeña pero muy respetable Armada, por lo que sin duda le sería ventajoso tener una base
naval en aguas del Caribe, y un territorio al que podría enviar sus
4
Ibídem. Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 7 de enero de 1859.
72
Luis Alfonso Escolano Giménez
excedentes de población sin necesidad de perderlos como súbditos.
El diplomático señaló también que no estaba consciente de que
un aumento de la influencia sarda en esa parte del mundo pudiera perjudicar a ninguna otra nación. Asimismo, reconoció que al
principio sería necesario un gasto considerable para poner el país
en condiciones de poder progresar, pero auguró que al cabo de
unos pocos años la prosperidad del mismo sería tanta que permitiría cubrir toda la inversión hecha e incluso obtener un buen superávit en los ingresos. Las condiciones del protectorado deberían
ser, en su opinión, más rigurosas que las del de las islas jónicas, y si
después de un cierto tiempo pudiese acordarse de forma apropiada
la conversión del protectorado en una colonia, esto sería quizás el
único estímulo para que Cerdeña aceptara las costosas obligaciones
del protectorado. Al mismo tiempo, esta medida sería una gran ventaja para los propios dominicanos, y contribuiría muy eficazmente
a la riqueza directa del país y al beneficio indirecto de las naciones
que comerciasen con él, particularmente Gran Bretaña. Por último,
Hood señaló que el orgullo de los dominicanos, que no era inferior
al de toda la raza española, no vería aceptable el protectorado de
Cerdeña o de cualquier otro Estado pequeño si no iba acompañado
del apoyo real o moral de las potencias mediadoras, así como del
de España, que debería ser invitada a tomar parte directamente en
la convención por medio de la cual se estableciera el protectorado,
sobre todo teniendo en cuenta lo que expresaba el artículo segundo de su tratado con la República Dominicana. En una postdata,
el cónsul de Gran Bretaña informó a Malmesbury de que había
mostrado esta comunicación a su colega francés, quien le había
prometido escribir a Walewski en el mismo sentido.5
En un despacho posterior, fechado el 22 de enero, Hood siguió insistiendo en su propuesta de protectorado a pesar de la
revolución que había derrocado a Soulouque en Haití, pues consideraba que este hecho no alteraba en modo alguno la necesidad
de poner la República Dominicana bajo la protección de una potencia europea. A su juicio, aunque dicha revolución podía producir una suspensión temporal o permanente de las hostilidades,
5
Ibídem. Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 7 de enero de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
73
con o sin un tratado de paz y reconocimiento, lo que ayudaría con
seguridad a mejorar las expectativas de la población, no pensaba
que la situación del país pudiese mejorar tanto como para ofrecer
la optimista esperanza de que podría mantener su independencia
sin ayuda extranjera.6
En el rechazo de Gran Bretaña y Francia al establecimiento
de un protectorado sardo en Santo Domingo, aparte de las razones puramente estratégicas que tuvieran ambos Gobiernos con
respecto al equilibrio de poderes en las Antillas, pudo contribuir
también la tensa situación prebélica existente en Europa. De hecho, en el verano de 1858, el primer ministro sardo, conde de
Cavour, se había entrevistado con Napoleón III en Plombières,
donde firmaron un pacto secreto, por medio del cual se pusieron
de acuerdo para enfrentarse juntos a Austria, que dominaba una
gran parte del norte de la península itálica. El reino de Cerdeña,
cuyo principal territorio continental era el Piamonte, obtendría
los territorios austríacos de Lombardía y el Véneto, así como los
ducados de Parma y Módena, mientras que Francia sería recompensada con Saboya y Niza. A fin de permitir la intervención de
aquel país sin que apareciese como agresor, Cavour debía provocar un ataque austríaco contra Cerdeña, mediante el fomento de
la actividad revolucionaria en Lombardía.
Finalmente, el conflicto bélico estalló en 1859, y en el mismo
los Ejércitos francosardos derrotaron al austríaco. Tras una guerra
bastante breve, durante la cual tuvieron lugar las célebres batallas
de Magenta y Solferino, en junio de dicho año, los piamonteses
se apoderaron de Lombardía, cedida por Austria a Napoleón III,
quien la cedió a su vez a Cerdeña. En este contexto, es lógico pensar que la política exterior de Gran Bretaña y Francia tendería a
extremar la prudencia, para minimizar así la posibilidad de que se
produjeran nuevos focos de tensión en las relaciones internacionales. Por ello, cabe afirmar que no era el momento de ensayar en
la República Dominicana la fórmula del protectorado, y mucho
menos aún de contar con Cerdeña, que se encontraba al borde de
una guerra de imprevisibles consecuencias.
6
Ibídem, 22 de enero de 1859.
74
Luis Alfonso Escolano Giménez
2. ÚLTIMAS SECUELAS DE LA MATRÍCULA DE SEGOVIA
Otro asunto que ocupó también la atención del cónsul de Gran
Bretaña en Santo Domingo fue la llamada matrícula de Segovia,
que había sido mencionada por Santana en un discurso pronunciado el 5 de enero de 1859 ante el Senado, en el que se refirió a
una memoria relativa a dicha cuestión que le había presentado el
Ministerio de Relaciones Exteriores. Según el presidente, en esos
momentos, «la mayor parte de los individuos que indebidamente
fueron matriculados como súbditos españoles» habían vuelto a
adoptar la nacionalidad dominicana y prestaban sus servicios a
la República. El documento redactado por el ministro Lavastida
no se andaba con rodeos a la hora de describir la conducta del
por entonces cónsul de España en Santo Domingo, Antonio María
Segovia, quien había querido injerirse en los negocios públicos
dominicanos, pretensión «incompatible con la independencia nacional» que recibió «una repulsa absoluta» de Santana. La firme
actitud mostrada por este ante el diplomático español, continúa la
memoria, «como echaba por tierra el edificio de sus miras ambiciosas, enconó su ánimo de tal suerte que juró hacerse dueño de
los destinos de la República, y árbitro de su administración interior». Por todo ello concibió el proyecto de derribarlo de la presidencia, poniendo en su lugar a Báez, para convertir la República
Dominicana «en una como disimulada y vergonzante colonia de
España».7
El intervencionismo del polémico cónsul originó también una
petición de documentos en 1859 por parte del Gobierno norteamericano al representante de España en Washington, concretamente
de unos originales relativos a las dificultades planteadas por Segovia
ante un posible tratado entre la República Dominicana y Haití, que
habían sido enviados por la Secretaría de Estado a dicha legación en
7
Ibídem, 15 de enero de 1859. La Memoria acerca de las circunstancias y principales
causas que provocaron los sucesos políticos ocurridos en la República desde el año
de 1856 hasta el alzamiento nacional de julio de 1857, dirigida por el secretario,
encargado del Despacho de las Relaciones Exteriores, al excelentísimo señor don Pedro
Santana… está fechada en Santo Domingo el 30-XII-1858, y se publicó en
1859; véase pp. 2-3.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
75
agosto de 1856.8 Sin embargo, la cuestión de la matrícula era, con
mucho, la que permanecía más viva, como lo demuestra un despacho dirigido en abril de 1859 al ministro de Estado por Tiburcio
Faraldo, cónsul de España en Santo Domingo, quien se refirió a
la real orden de 2 de diciembre de 1856, reproducida el 10 de noviembre del año siguiente. En ella, el Gobierno español mandaba
que el consulado en Santo Domingo «procediese a la revisión de
los asientos de matrícula, hechos en virtud del artículo 7.º del tratado de reconocimiento entre España y la República Dominicana».
Debía excluirse de dicha matrícula a «todos aquellos individuos
que no estuviesen comprendidos» en alguna de las tres clases que
se prefijaban en las citadas reales órdenes. El agente diplomático
señaló que sus antecesores, «tal vez por las azarosas circunstancias»
que había atravesado la República desde aquella época o por otras
causas, no pudieron cumplir dichas disposiciones, por lo que los
asientos de matrícula seguían en la misma forma en que se encontraban en 1856.9
Según Faraldo, tras examinar los expedientes instruidos y una
vez confrontados los documentos justificativos de nacionalidad,
de acuerdo con las estipulaciones del Gobierno, el número de
8
9
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación, Madrid, fondo
«Política», subfondo «Política Exterior», serie «República Dominicana», leg.
H 2374 (en adelante: AMAE, H 2374), Lliddletot-Comyn, s. l., 14 de febrero
de 1859.
Ibídem, Faraldo-ministro de Estado, Santo Domingo, 1 de abril de 1859.
Mediante real orden fechada el 2 de diciembre de 1856, el ministro español
de Estado dio al cónsul Segovia estas instrucciones:
«El Gobierno [...] se ha servido resolver proceda V. S. a la revisión de
los asientos de matrícula hechos en virtud del artículo 7.º del tratado de
reconocimiento entre España y esa República Dominicana, excluyendo de
la matrícula a todos aquellos individuos que no estén comprendidos en las
tres clases siguientes:
1.ª Aquellos que hayan nacido en el territorio español de la península, o
en cualquiera otro de los dominios españoles, y que habiendo residido en
la República de Santo Domingo y adoptado la nacionalidad dominicana,
quieran recobrar su nacionalidad primitiva.
2.ª Todos aquellos que habiendo nacido en España o en los referidos
dominios españoles no hayan renunciado a su nacionalidad española.
3ª. A los hijos mayores de edad de los mencionados súbditos españoles
(hayan, o no, estos fallecido) que opten por la nacionalidad española»
(AGA, AAEE, 54/5224, No. 6).
76
Luis Alfonso Escolano Giménez
personas con derecho a ser matriculadas como súbditos españoles
quedaba «reducido escasamente a la vigésima parte» de los 1,320
que figuraban en los registros consulares. La razón alegada por
el cónsul para tan drástica disminución era que la mayor parte
de los matriculados antes de las aclaraciones del Gobierno eran
indudablemente de origen español, pero tanto ellos como sus
padres habían nacido en el territorio de la República, por lo que
no estaban comprendidos en la primera clase, es decir, en la de
aquellos que habían «nacido en el territorio de la península o en
cualquiera de los actuales dominios españoles». Además, Faraldo
informó de que muchos de los que se habían matriculado como
comprendidos en la tercera clase, tenían «justificada la nacionalidad de sus padres por la mera declaración de una o dos personas
del país», prueba que no le parecía «suficiente para acreditar su
origen». El cónsul indicó que figuraban también en la matrícula
«algunas personas, que si bien nacidas en los actuales dominios
españoles, renunciaron a su nacionalidad por haber admitido y
desempeñado empleos y cargos de la República, después de haberse inscrito como súbditos» españoles, y a continuación planteó
al ministro de Estado lo siguiente:
Para excluir de los registros a todos los que no se hallan comprendidos en las tres clases que determina la real orden del
10 de noviembre de 1857 es indispensable o bien retirar todos los certificados de matrícula librados por mis antecesores,
o declarar nulos por medio de un anuncio oficial, aquellos
que se hubiesen expedido a personas no comprendidas en
las tres clases ya mencionadas. Cualquiera que sea el medio
que se adopte, envolverá siempre la censura indirecta de la
conducta oficial observada por los agentes de S. M. C. que me
precedieron en el desempeño de este consulado.10
Lo que Faraldo sugirió fue que, como habían transcurrido ya casi
dos años desde la última aclaración, quizás el Gobierno español, «aun
opinando de la misma manera que en 1857 en cuanto al fondo de
10
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
77
la cuestión», creyera conveniente «por consideraciones políticas de
actualidad, modificar aquellas disposiciones, a lo menos en cuanto a
la manera de llevarlas a cabo». Por ello, el cónsul consideró necesario
consultar al ministro «antes de publicar la exclusión de todas las personas» que figuraban «como súbditos españoles en los registros de
matrícula, sin estar comprendidos» en ninguna de las tres clases que
establecían las mencionadas normas.11
De este documento cabe extraer una serie de conclusiones,
en primer lugar la clara manipulación de los criterios que debían adoptarse en la matriculación, a fin de permitir que muchos ciudadanos dominicanos pasasen a ser españoles de modo
arbitrario y discrecional. Por otra parte, las últimas palabras de
Faraldo en el sentido de recomendar alguna fórmula por medio
de la cual se salvara la difícil situación en la que se encontraba,
apelando a las circunstancias del momento, hacen pensar en
la perspectiva de un acercamiento cada vez mayor entre ambos
Gobiernos, que probablemente no quería ver ensombrecido por
este problema.
Resulta muy interesante ver cómo Alejandro Angulo Guridi
trató conjuntamente la cuestión de la injerencia de Segovia en
la política dominicana y la del protectorado en su periódico La
República, en junio de 1859, lo que sin duda venía a subrayar la
estrecha relación existente entre ambas. Angulo se sirvió del proyecto de protectorado que había presentado Segovia al Gobierno
dominicano en 1856, para hacer una cerrada defensa de la soberanía de la República Dominicana frente a cualquier modificación
de su estatus político en ese sentido. Así pues, el periodista publicó
el texto que debía servir de base al tratado de dicho protectorado,
con numerosas anotaciones.
11
Ibídem. Para un estudio actualizado de la matrícula de Segovia: Amadeo
Julián, «Rafael María Baralt. Su vida, obras y servicios prestados a la República
Dominicana», en Clío, año 81, No. 183, enero-junio 2012, pp. 43-125; véase
pp. 71-86. Asimismo, sobre los antecedentes de dicha cuestión: Luis Alfonso
Escolano Giménez, «El comienzo de las relaciones diplomáticas entre España
y la República Dominicana en 1855», en Revista Complutense de Historia de
América, vol. 37, 2011, pp. 277-299; véase pp. 286-290.
78
Luis Alfonso Escolano Giménez
En el punto que establecía como nombre de la República el de
Hispano-Dominicana, Angulo acotó que «la hoz protectora empezaría a funcionar cortando el árbol por su base, pues desde luego
la República Dominicana dejaría de existir para que en su lugar
se creara un cuerpo político mixto de español y dominicano», y
añadió: «¡Véase, pues, con cuánta razón sospechamos del abuso
con que el señor Segovia hizo correr la matrícula de españoles!».
Al abordar el apartado en que se estipulaban las facultades del
comisario regio nombrado por el Gobierno español, así como los
requisitos que debía cumplir, el comentarista señaló que lo que en
realidad se proponía era una «semicolonia», pues el mencionado
comisario «sería el totum potum de la ex República Dominicana»
y «tendría al presidente de la República […] en la condición de
su prisionero». A su juicio, todas las medidas planteadas en estas
bases apuntaban a un único objetivo, el de hacer «muy fácil barrer
en un abrir y cerrar de ojos los miserables restos de la República,
y dar un salto atrás». Dado que, excepto los cargos de presidente
y vicepresidente de la República, senadores, diputados y ministros
del Gobierno, que serían siempre ocupados por dominicanos, todos los demás empleos públicos podrían ser desempeñados por
españoles, Angulo concluyó afirmando que «el aspecto general
de la República sería el de un país conquistado», con lo que no
dejaba lugar a dudas sobre su posición contraria a cualquier experimento de este tipo con España. En todo caso, añadió que el
protectorado no se justificaba tampoco con el argumento de la
amenaza haitiana, pues la República Dominicana había podido
y podía resistir a sus enemigos, por lo menos a los que tenían «la
franqueza de presentársele como tales»,12 en irónica alusión a las
veladas intrigas de Segovia, y quizás también a otras no menos
peligrosas para la independencia dominicana, como las de los
cónsules de Francia y Gran Bretaña.
12
«Bases de un tratado de protectorado», en E. Rodríguez Demorizi,
Relaciones domínico-españolas, 1844-1859, Academia Dominicana de la Historia,
vol. III, Ciudad Trujillo, Montalvo, 1955, pp. 401-407; véase pp. 401-406. El
documento y las notas de A. Angulo Guridi fueron publicados en el periódico
La República, Santiago de los Caballeros, No. 16, 19-VI-1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
79
3. LAS RELACIONES DOMINICONORTEAMERICANAS
Y SU EFECTO SOBRE LAS POTENCIAS EUROPEAS
La permanente inquietud que suscitaba en los representantes
diplomáticos europeos la intervención de los norteamericanos en
los asuntos de la República Dominicana se hace patente en varias
comunicaciones que dirigió Hood a Malmesbury. En una de ellas,
fechada el 22 de enero, el cónsul de Gran Bretaña informó de
la intención del Gobierno dominicano de enviar un agente a los
Estados Unidos, pero reconoció que ignoraba con qué objeto. No
obstante, aseguró que tanto Saint André como él mismo sostenían
la opinión de que, cualquiera que fuese el objeto de dicha misión,
debía ser opuesta a los intereses europeos, y que cualquier secretismo que se observara hacia ellos en esa materia solo contribuiría
a confirmar sus sospechas. Hood afirmó también que el ministro
de Relaciones Exteriores no admitiría tal intención, a pesar de
lo cual creía que el asunto estaba ya tan avanzado que se había
elegido a Antonio Madrigal para esa misión. Acto seguido explicó
que se trataba del mismo agente enviado a los Estados Unidos por
el Gobierno del ex presidente Valverde.13
Por su parte, Malmesbury remitió a Hood la copia de un despacho del embajador de Gran Bretaña en París relativo a los objetivos de la misión de Coen, otro enviado del Gobierno dominicano, aunque en este caso a Europa.14 El cónsul de Gran Bretaña en
Santo Domingo volvió a referirse a Madrigal en su despacho del 7
de febrero, e informó de su partida ese mismo día con destino a los
Estados Unidos. Pese a que se justificaba su viaje con el pretexto de
que lo hacía tan solo en relación con actividades comerciales privadas, Hood aseguró que la naturaleza de sus negocios en la capital
dominicana no le permitía creer semejante afirmación. Como consideraba lo más probable que el objeto de esa visita fuera la obtención
de un préstamo en los Estados Unidos, y en tal caso era de temer que
estuviese autorizado a dar una garantía territorial, también informó
de todo ello al representante de Gran Bretaña en Washington.15
13
14
15
TNA, FO 23/39, Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 22 de enero de 1859.
Ibídem, Malmesbury-Hood, Londres, 2 de febrero de 1859 (minuta).
Ibídem, Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 7 de febrero de 1859.
80
Luis Alfonso Escolano Giménez
Llama la atención que mientras Hood y Saint André sospechaban de los fines del viaje de Madrigal, lo mismo ocurría con
Elliot, quien aseguró al secretario de Estado, Lewis Cass, tal como
se señaló más arriba, que dicho viaje obedecía a la recomendación
en ese sentido de una compañía francesa que había obtenido del
Gobierno dominicano las concesiones necesarias para explotar
todas las minas y otros recursos naturales del país.
Según Welles, «la misión de Madrigal a Washington y la feliz
coincidencia de la segunda misión de Cazneau a Santo Domingo,
fueron utilizadas desde un principio por Santana como medio eficaz para convencer a las autoridades de las Antillas españolas de
que los Estados Unidos estaban ávidos de adquirir las ventajas que
España vacilaba tanto en aceptar».16 Tal como señala el mencionado autor, la maniobra surtió el efecto buscado, sobre todo como
consecuencia de la llegada de Cazneau a Santo Domingo. Así, el
14 de julio de 1859, y ya en ausencia de los cónsules europeos,
el representante de España en Saint Thomas, Federico Segundo,
dirigió un despacho al ministro de Estado en el que le informaba
de la presencia de Cazneau en la capital dominicana, donde ya había presentado sus credenciales al ministro Lavastida, según este
mismo había anunciado en carta particular, si bien agregó que
aún ignoraba el objeto de la misión del agente norteamericano.
Segundo indicó además lo siguiente:
Sobre este hecho, que puede llegar a tener bastante importancia, circulan versiones más o menos fundadas, siendo la
más probable la de que el Sr. Cazneau insistirá en concluir
definitivamente su antiguo tratado y, como consecuencia de
él, continuará sus negociaciones relativas a la península y
bahía de Samaná, donde los norteamericanos desean, desde
hace años, establecer su estación naval. Se dice que a fin
de conseguir este objeto, el señor Cazneau está autorizado
para ofrecer al Gobierno dominicano un empréstito de dos
millones de pesos.
16
Sumner Welles, La viña de Naboth. La República Dominicana 1844-1924, 2.ª
edición, Santo Domingo, Editora Taller, 1981, vol. I, p. 201.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
81
También se asegura que la idea de dicho agente al desembarcar primero en Puerto Plata pasando de allí a la capital
de la República, ha sido con el fin de preparar la opinión
pública en el interior del país neutralizando de este modo
cualquiera oposición que pueda después encontrar en el
Gobierno. Desgraciadamente el país se halla en el peor estado posible en todos conceptos: todo en él es nominal menos
el desorden y la más completa confusión, y si Cazneau está
realmente autorizado para dar dinero es de temer que no
le sea muy difícil el obtener un pronto y para él favorable
resultado en sus negociaciones.17
El cónsul de España en Saint Thomas advirtió así de que la
precaria situación económica de la República Dominicana podría
ser un factor muy a tener en cuenta por el régimen santanista
a la hora de negociar algún tipo de acuerdo con Cazneau. Por
supuesto, el Gobierno estadounidense tampoco lo ignoraba, pues
había recibido información al respecto, como la que contenía el
despacho que remitió Elliot a Cass el 21 de mayo, en el que señalaba que el tesoro estaba en completa bancarrota y «no había ninguna moneda metálica en circulación». El agente del ejecutivo de
Washington afirmó además que toda la República se encontraba
llena de papel moneda, el cual «en su intrínseca carencia de valor
y en su rápida depreciación solo era comparable con el dinero
continental» del tiempo de la revolución norteamericana.18
En efecto, como subraya Welles, «el comercio del Cibao, que
había caído en manos de unos pocos comerciantes europeos, estaba paralizado», y los agricultores «descorazonados por sus tristes
experiencias durante el Gobierno de Báez, se habían abstenido de
sembrar sus campos». De hecho, durante el mes de mayo, «solamente un barco en lastre y una goleta con media carga entraron
en el puerto» de Santo Domingo. Por otra parte, debido a la falta
de un tratado de comercio entre los Estados Unidos y la República
17
18
AMAE, H 2374, Segundo-ministro de Estado, Saint Thomas, 30 de junio de
1859.
S. Welles, La viña de Naboth... vol. I, p. 191.
82
Luis Alfonso Escolano Giménez
Dominicana, los buques norteamericanos eran obligados a «pagar excesivos derechos de tonelaje en los puertos dominicanos».
Como consecuencia de ello, pocos barcos estadounidenses los
visitaban, de modo que los ciudadanos norteamericanos se veían
«obligados a dar su carga a buques de bandera europea», y «los
negocios con los Estados Unidos decrecían constantemente», hasta el punto de que a mediados de 1859 tan solo existía una casa
comercial de ese país en toda la República Dominicana.19
Aunque las gestiones de Madrigal en Washington no habían
dado ningún fruto concreto, su misión «intrigó al secretario Cass,
quien se decidió de una vez a utilizar los servicios» que, sin vacilación, el general Cazneau había puesto a su disposición. Este
era consciente de que, por ingenuos que fuesen los inversionistas
norteamericanos, le resultaría muy difícil atraerlos hacia «un país
con el cual el suyo no tenía ningún tratado». Cuando por fin en
abril de 1859 fue nombrado agente especial de los Estados Unidos
en la República Dominicana, Cazneau «recibió instrucciones de
procurar un arreglo equitativo de las reclamaciones de ciertos
ciudadanos americanos […]; pero al mismo tiempo se le dijo
que estaba lejos de la intención» del Gobierno estadounidense
«aprovechar los apuros de la República Dominicana para exigir
un arreglo perentorio» de las mismas.20
Sin embargo, esas instrucciones tan concretas no fueron
obstáculo para que el agente especial, al poco tiempo de su
llegada, informara detenidamente de la grave situación creada
por la crisis monetario-consular, defendiendo la actuación del
Gobierno dominicano, cuya primera preocupación había sido
«desembarazarse de esta equivocada inundación de papeletas».
El general indicó que «la enorme cantidad de sus poseedores
naturalmente deseaban colocarlas a la par con las primeras
emisiones de la moneda nacional, que todos reconocían como
dinero legítimo», y denunció que «los especuladores al por
mayor» eran «los que más clamaron por esto». No obstante,
fue aún más lejos en sus explicaciones del conflicto, al señalar
19
20
Ibídem, pp. 191-192.
Ibídem, pp. 194-195.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
83
que «la reincorporación» de la República Dominicana a Haití
supondría «una segura muerte de sus esperanzas de crear una
República libre y próspera en esta isla». Con relación a ello,
Cazneau aseguró también que a pesar de que el Gobierno dominicano había firmado una tregua con el haitiano, aquel se
encontraba «bajo una abrumadora amenaza», pues a su juicio el
movimiento de descontento europeo daría «oportunidades en
esa dirección o hacia la obligada restauración de Báez», y pronosticó que si los cónsules regresaban «fuertemente apoyados
en sus demandas por sus respectivos Gobiernos», no veía cómo
podría la República Dominicana mantener su independencia.
Según el agente especial, la consideración de los infortunios
que gravitaban sobre el futuro de ese país le había llevado a
darle tanto espacio a la cuestión monetaria, ya que ningún representante de los Estados Unidos podía «ver con indiferencia total»
lo que estaba pasando allí, pues se trataba de «la muerte inmediata o la renovada existencia del único Estado» independiente
de las Antillas, cuyo problema estaba a punto de tener solución
desfavorable.21
Con estas palabras, aparte de obviar la existencia de Haití
como país también independiente, Cazneau intentaba espolear
la atención de Washington sobre los asuntos dominicanos, con lo
que desde el mismo comienzo de su segunda actuación diplomática rebasó los supuestos límites de su misión especial en Santo
Domingo.
En tales circunstancias, no es de extrañar que el cónsul de
España en Saint Thomas, en una nueva comunicación que dirigió
al ministro de Estado el 14 de julio, le informase de que «según las
cartas y noticias recibidas» el día anterior desde la capital dominicana, nada se había «descubierto de positivo todavía respecto del
verdadero objeto de la misión del general Cazneau». Sin embargo,
el cónsul Segundo pudo señalar que aquel ya había «presentado
dos reclamaciones de indemnización, fundadas en perjuicios causados» al capitán de un buque mercante de los Estados Unidos y a
21
Alfonso Lockward, Documentos para la historia de las relaciones domínico-americanas,
vol. I (1837-1860), Santo Domingo, Editora Corripio, 1987, pp. 333-335.
84
Luis Alfonso Escolano Giménez
un ciudadano del mismo país, pero acto seguido añadió que «aun
suponiendo exacto el hecho», no era creíble que ese «envejecido
y hasta poco importante asunto», fuese el único que hubiera motivado la misión de aquel agente, siendo más bien de presumir
que solo fuese «un pretexto para ganar tiempo aprovechando las
circunstancias» que se le pudieran presentar «favorables para obtener después las tan ansiadas concesiones relativas a la península
y bahía de Samaná». En el mismo despacho se lee la contestación
que se le dio a Segundo, el 8 de septiembre, en el sentido de que
transmitiese cuantas noticias recibiera acerca de la misión de
Cazneau.22
Tanto las gestiones de Madrigal en los Estados Unidos como
la presencia de Cazneau en la República Dominicana suscitaron
asimismo las sospechas del ejecutivo de Londres desde el momento en que tuvo conocimiento de las mismas. El cónsul de
Gran Bretaña en Santo Domingo, Martin T. Hood, ya en Londres
tras haber abandonado su puesto junto a los representantes de
Francia y España, remitió a Edmund Hammond, quien era subsecretario del Foreign Office, el extracto de una carta que le
habían dirigido desde la capital dominicana, fechada el 5 de julio. En ella su corresponsal le informó de un artículo publicado
en un periódico norteamericano, que anunciaba la llegada de
Antonio Madrigal a Washington con el propósito de firmar un
tratado con el Gobierno de los Estados Unidos, y solicitar al mismo tiempo un préstamo, tal como había adelantado el propio
Hood en febrero. El artículo subrayaba que, si bien el Gobierno
dominicano contaba con muchos recursos, se encontraba muy
necesitado de un préstamo en aquellos momentos. El periódico
llegó incluso a afirmar que el Gobierno estadounidense exigió
que la península de Samaná le fuese dada en garantía, lo que
Madrigal había aceptado, asegurando que su Gobierno no pondría ninguna objeción a tal propuesta. A continuación, el autor
de la carta manifestó que esta era, sin duda, la causa segura de la
llegada del general Cazneau a la capital dominicana, y concluyó
22
AMAE, H 2374, Segundo-ministro de Estado, Saint Thomas, 14 de julio de
1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
85
advirtiendo que si no se daban algunos pasos enérgicos a tiempo,
las partes interesadas obtendrían con toda probabilidad lo que
llevaban mucho tiempo deseando y no habían conseguido anteriormente por medio de la injerencia.23
El propio representante de la República Dominicana en París
y Londres, José de Castellanos, se encargó de atizar los recelos que
el Gobierno británico sentía hacia las actividades poco claras de
Cazneau en Santo Domingo. Castellanos alertó de ellas a Russell,
secretario del Foreign Office tras la formación de un nuevo gabinete en Londres, el primero considerado verdaderamente liberal,
encabezado por Palmerston, cuya profunda hostilidad hacia los
Estados Unidos y su agresiva política exterior eran bien conocidas,
por sus etapas anteriores al frente del Foreign Office. En el despacho que envió a Russell, fechado en París el 21 de julio, el agente
del Gobierno dominicano indicó que las nuevas comunicaciones
que le habían llegado exigían imperiosamente, no solo que se
consolidaran las buenas relaciones entre ambos países, sino que el
Gobierno británico protegiese al de la República Dominicana «en
los graves particulares» que tenía «que someterle como de alta influencia para el equilibrio de la paz general entre las grandes potencias de Europa y de América». Concretamente, Castellanos se
refirió a Cazneau como portador de una misión secreta que tenía
que cumplir en nombre del Gobierno de los Estados Unidos. Por
si acaso, le recordó que era la misma persona que en 1855 había
estado allá con otra comisión del gabinete de Washington, como
ya sabía el de Londres. Es más, el representante de la República
Dominicana informó a Russell de que Cazneau había sido recibido por el Gobierno dominicano «para ser oído; y como ya se traslucía el principal motivo de su pretensión», el ejecutivo de Santo
Domingo, que deseaba conservar «su independencia y soberanía
armonizando siempre con las potencias europeas», deseaba aún
«más que antes, la sombra y el favor» del Gobierno británico «para
hacer fuertes sus principios en bien general», aunque añadió, con
toda intención, que esos deseos se debilitarían si continuaban
interrumpidas las relaciones amistosas entre ambos Gobiernos.
23
TNA, FO 23/39, Hood-Hammond, Londres, 12 de agosto de 1859.
86
Luis Alfonso Escolano Giménez
Castellanos aseguró además que con respecto a este grave asunto
tenía comunicaciones muy significativas, que urgía mucho poner
en conocimiento del Gobierno británico, motivo por el cual insistió en ser recibido para la presentación de sus credenciales. No
obstante, aquel también se valió de otros argumentos, tales como
la buena disposición del Gobierno dominicano
para permitir a la compañía inglesa de vapores trasatlánticos, la traslación de la estación de Saint Thomas a la
bahía de Samaná, como lo intenta hacer hace tiempo,
donde además de encontrar las inmensas conveniencias,
que ofrece el mejor puerto, su salubridad, abundancia
de maderas y de productos agrícolas, existe esa riqueza
de minas de carbón de piedra, cuya explotación se empieza a promover.24
La prueba más evidente del interés de Gran Bretaña por lo
que estaba ocurriendo en la República Dominicana viene dada
por las informaciones que el ejecutivo de Londres recibía desde
el propio escenario, adonde había destinado un buque de guerra.
En su primer despacho, fechado el 22 de julio y remitido por el
Almirantazgo británico al Foreign Office, el teniente Murray, comandante del Skipjack, informó de su llegada a Santo Domingo el
día 12 de ese mes. Una vez allá había comunicado al capitán del
puerto que su misión consistía en proteger los intereses de los súbditos británicos, en ausencia del cónsul. Aunque el capitán había
insistido en preguntarle si tenía intención de visitar al Gobierno
dominicano, Murray evitó darle una respuesta afirmativa, con el
pretexto de que, debido al estado de las relaciones entre ambos
países, necesitaba tomarse algún tiempo para pensar en ello. Sin
embargo, al no haber sucedido nada que lo llevara a hacerlo, se
había abstenido de mantener comunicación alguna con las autoridades, excepción hecha del propio capitán del puerto. Tras ponerse
en contacto con David León, el antiguo vicecónsul de Gran Bretaña
en Santo Domingo, lo encontró aún en su calidad de tal con respecto
24
TNA, FO 23/40, Castellanos-Russell, París, 21 de julio de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
87
a Londres, y dispuesto a mantener correspondencia tanto con el
Foreign Office como con el cónsul Hood, aunque por supuesto sin
reconocimiento oficial por parte del Gobierno dominicano, con el
cual no sostenía relación alguna. El comandante había recibido de
él la ayuda necesaria, así como la mayor parte de la información
que había obtenido sobre las personas a las que estaba encargado
de investigar. Acto seguido pasó a referirse a Cazneau, de quien
aseguró que había presentado, inmediatamente después de su llegada, las reclamaciones por el asunto de la goleta Charles Hill, pero
que una vez hechas, no había vuelto a insistir en ellas hasta el 19 de
julio, tiempo durante el cual el agente de los Estados Unidos había
permanecido recluido en su casa. La explicación que dio Murray de
este extraño comportamiento, con base en los rumores que corrían,
fue que al parecer aquel estaba esperando recibir ciertos poderes o
documentos desde Washington.25
El agente comercial de los Estados Unidos en Santo Domingo,
Jonathan Elliot, en sus conversaciones con el comandante del
buque británico, le informó de sus razones para no unirse a la
protesta y retirada de los cónsules de los países europeos. En primer lugar, aquel tenía la orden terminante de no arriar nunca la
bandera, sino que, en el caso de que hubiera cualquier problema
con el Gobierno dominicano, debería esperar la llegada de la asistencia necesaria. En segundo lugar, Elliot afirmó que se había anticipado a los cónsules en varias semanas al presentar ante dicho
Gobierno las reclamaciones de los ciudadanos norteamericanos.
El agente comercial le aseguró también que ningún ciudadano
estadounidense se le había quejado por los mismos motivos denunciados en las reclamaciones planteadas por los cónsules. Con
relación a Cazneau, aquel dijo a Murray que el general había sido
enviado como agente especial, y que estaba esperando la llegada
de un buque de guerra en apoyo de sus reclamaciones, el cual
no abandonaría el puerto de la capital hasta que la cuestión se
hubiera solucionado satisfactoriamente. Sin embargo, Elliot no esperaba que se pudiese alcanzar un acuerdo sin coacción, sino que
25
Ibídem, teniente Murray-comodoro Kellett, Santo Domingo, 22 de julio de
1859 (es copia).
88
Luis Alfonso Escolano Giménez
preveía un aprieto con el Gobierno dominicano en cuanto llegara
el barco. A continuación, Murray subrayó que el agente comercial
no era una persona muy discreta, y que le había manifestado su
molestia por haber sido reemplazado en la conducción del asunto
por Cazneau, cuya misión, si tenía otros objetivos ocultos, al parecer Elliot no los debía conocer. Además, este había comentado al
ex vicecónsul de Gran Bretaña que Washington consideraba más
conveniente el nombramiento de un completo extraño para conducir un asunto tan desagradable que permitir a su agente permanente en Santo Domingo mezclarse con el mismo.26
Al final de su comunicación, el comandante del Skipjack refirió la llegada de una fragata de la Marina estadounidense, el 16
de julio, cuyo capitán traía el encargo de arreglar las diferencias
con la República Dominicana. Murray advirtió que cada vez que
Cazneau había visitado el barco con el agente comercial, el general se encerraba con el capitán mientras que Elliot se retiraba a la
sala de guardia. Uno o dos días después de su llegada empezó a correr el rumor de que el buque había traído una suma de 400,000
dólares, destinados a excitar una revolución en el Cibao, al tiempo
que insistían en sus reclamaciones para estorbar al Gobierno dominicano. Según el comandante británico, se decía que la gran
mayoría de la población de esa provincia estaba deseando convertirla en un protectorado de los Estados Unidos. Aunque a su juicio tal cantidad de dinero era a todas luces increíble y totalmente
desproporcionada para el fin que se le atribuía, la elección de
Cazneau para esa misión llevaba a que la gente sospechase que
había algún objetivo oculto por parte del Gobierno norteamericano. Ante tal situación, el ejecutivo de Santo Domingo manifestó
su gran sorpresa por la actitud estadounidense de apoyo a unas
reclamaciones que decía oír en esos momentos por primera vez.
Uno de los últimos rumores que circularon por la capital era que
la comisión de Cazneau había sido anulada por la de la fragata,
pero que el general tenía intención de permanecer en la isla a
título particular. Por último, Murray señaló que no había habido
26
Ibídem (las palabras entire stranger aparecen subrayadas y entre signos de
exclamación en el original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
89
ningún barco británico en Santo Domingo desde su llegada, y expresó su convicción de que casi el único súbdito británico en ella
era David León.27
Este hecho revela con claridad que las medidas adoptadas por
el Gobierno dominicano para amortizar el papel moneda emitido
por Báez no pudieron afectar a muchos súbditos de Gran Bretaña
por la sencilla razón de que apenas los había, como subrayó el comandante, aparte del propio ex vicecónsul, quien se encontraba
entre los perjudicados, según se verá más adelante. Por otro lado,
llama la atención que buena parte de la información transmitida
por Murray a sus superiores consistiera en meras suposiciones o
estuviese basada en rumores, con lo que ello tiene de poco fiable.
Sin duda, tal circunstancia permite hacerse una idea de las dificultades a las que se enfrentaban los diversos actores internacionales
para disponer de datos suficientemente contrastados y veraces
sobre lo que estaba ocurriendo en la República Dominicana.
La vinculación de la cuestión monetaria y el subsiguiente
conflicto consular con la misión de Cazneau se encuentra en una
carta que el antiguo cónsul de Francia, Saint André, dirigió a Hood
el 28 de julio. En ella, aquel escribe que la llegada de Cazneau
a Santo Domingo daba una nueva importancia al incidente que
había motivado la salida de los cónsules europeos, pues así se ponía de manifiesto cuál era la verdadera intención del Gobierno
dominicano al no permitirles tan siquiera reclamar en favor de los
intereses perjudicados de sus nacionales.28
También hizo lo mismo, aunque en un sentido diferente, el
representante de la República Dominicana en París y Londres,
José de Castellanos, que en un despacho remitido al ministro
dominicano de Relaciones Exteriores señaló que había mencionado la misión de Cazneau para excitar «de algún modo la
apatía con que procedía» lord Russell en una cuestión tan vital
como la recepción oficial de sus credenciales por el Gobierno
británico. Castellanos señaló a continuación que conociendo la importancia que adquiría «diariamente la República
27
28
Ibídem.
TNA, FO 23/39, Saint André-Hood, París, 28 de julio de 1859.
90
Luis Alfonso Escolano Giménez
Dominicana, por su preciosa situación geográfica, por razón de
sus producciones, y sobre todo por las aspiraciones» que desplegaban «incesantemente […] los Estados Unidos por entrar
en posesión de una parte de su territorio. Teniendo presente
la oposición» que hacían las potencias europeas a que tuvieran
efecto aquellas aspiraciones, él procuraría sacar todo el partido
que pudiese «de las ventajas excepcionales de ese país, […]
apoyado en el conocimiento» que tenía de cuanto había pasado
con los Gobiernos de Francia, España y Gran Bretaña, cuando
Cazneau quiso arrendar Samaná en 1854. Al concluir, el agente del ejecutivo de Santo Domingo expresó su esperanza en la
ilustración de esos Gobiernos, así como su confianza en que
se empeñarían en ayudar a crecer a la República Dominicana
«hasta verla una potencia estable, rica y de gran utilidad para
las naciones de ambos hemisferios».29
Sin embargo, los motivos de preocupación tanto para el
Gobierno dominicano como para los Gobiernos europeos con
respecto a los Estados Unidos no se limitaban a la misión de
Cazneau, aunque esta fuera el más preocupante, dados los precedentes del personaje. El mismo agente diplomático, en otra
de sus comunicaciones al ministro de Relaciones Exteriores, le
informó de una noticia que había leído en la prensa respecto a
la aprobación en Missouri de una ley en la cual se declaraba que
«todos los negros que se encontrasen dentro del territorio del
Estado en 1860» se considerarían esclavos del último dueño que
hubieran tenido, y además prohibía «la emancipación para lo
sucesivo». Castellanos indicó asimismo que se habían propuesto
iguales medidas en los estados de Mississippi, Luisiana, Alabama,
Carolina del Norte, Virginia y Maryland, entre otros, y que se había declarado «que ningún negro esclavo» por rico que fuese pudiera «emanciparse en la Luisiana y los estados mencionados» si
pretendía quedarse en ellos. Ya en el terreno de las predicciones,
el representante de la República Dominicana en París y Londres
aventuró que los estados del norte, viendo que ese número
29
AGN, RREE, leg. 13, expte. 4, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 30 de julio de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
91
inmenso de negros libres había de emigrar hacia su territorio, se
preparaban «para no admitirlos, negándoles los derechos de ciudadanía», como ya había hecho el estado de Indiana. Castellanos
subrayó que «todas estas medidas, y las que para aprovechar la
gran emigración» que iba a producirse ese año en el sur de los
Estados Unidos, acababa de dar el presidente de Haití, al abrir
las puertas de su territorio a los expulsados de la Unión americana, obligaban al ejecutivo de Santo Domingo a «meditar la
manera de contrabalancear los males» que pudiesen «sobrevenir
a la República Dominicana por esa masa enorme de negros libres que en breve» serían «otros tantos ciudadanos haitianos».
Por último, el agente diplomático aseguró al ministro que llamaría la atención de los Gobiernos europeos al respecto, con base
en las reflexiones que se desprendían de lo comprometido del
conflicto, para que en vista de los males que amenazaban a la sociedad actual con tan raras disposiciones, procurasen armonizar
con el Gobierno dominicano, «favoreciéndole y ayudándole a
crecer y a hacerse rico y fuerte». Castellanos había dado cuenta
de todo ello a Alfau, para que lo hiciera «así valer ante la corte
de España, más interesada que las otras» en que se mantuviesen
«las cosas en buen orden por las Antillas», donde aquella tenía
aún muchos intereses que salvaguardar.30
Por su parte, el ya mencionado subsecretario del Foreign
Office, Edmund Hammond, redactó una memoria tras entrevistarse con el representante de la República Dominicana, quien
le había expuesto el deseo de su Gobierno de mantenerse en
los mejores términos con Gran Bretaña y libres frente a los
Estados Unidos. Castellanos le dijo que estaba en contacto con
las compañías de vapores, a las que había ofrecido establecerse
en Samaná, pues el Gobierno dominicano consideraba como la
mejor garantía contra todo intento por parte norteamericana
de poner un pie en ese punto que el mismo fuese previamente
ocupado por las compañías inglesas. Con relación a su solicitud
de que se sustituyera a Hood, el agente afirmó que al ejecutivo
30
Ibídem, leg. 12, expte. 22, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores de
la República Dominicana, París, 31 de julio de 1859.
92
Luis Alfonso Escolano Giménez
de Santo Domingo le gustaba el cónsul de Gran Bretaña, y lo
consideraba inofensivo, pero creía que había sido manejado en
la crisis por el de Francia. Pese a ello, su opinión a este respecto
había cambiado tanto que estaba muy satisfecho con él, y había desistido de pedir que Hood no volviese a Santo Domingo.
Aunque Castellanos dijo algo también contra el regreso de los
cónsules en buques de guerra, Hammond le respondió que ese
asunto era competencia de sus respectivos Gobiernos, pero en
cualquier caso el tono general de la conversación fue bueno, y
aquel quedó muy satisfecho ante la perspectiva de ser recibido
en breve por la reina Victoria.31
El Gobierno británico contaba además con otras fuentes
de información para mantenerse al corriente de lo que estaba
sucediendo en la República Dominicana. Así, por ejemplo, el
general Heneken, ciudadano dominicano de origen británico,
era una especie de corresponsal ocasional del Foreign Office, del
cual había sido agente secreto en Puerto Plata desde antes de la
independencia dominicana, hasta que se establecieron relaciones
diplomáticas entre Londres y Santo Domingo.32
En una de sus comunicaciones, con carácter confidencial,
Heneken resaltó que la llegada de Cazneau tuvo lugar tan solo
un mes después de que los cónsules europeos hubieran salido
de Santo Domingo, como si fuese un movimiento concertado. El
general informó al Foreign Office de que algún tiempo más tarde se habían unido a Cazneau su esposa y el coronel Fabens, de
quien dijo que era uno de los subalternos del filibustero Walker.
Heneken afirmó que no pretendía entrar en los motivos o circunstancias que llevaron al cuerpo consular a actuar como lo hizo en
un asunto que quizás debería haber consultado con sus respectivos Gobiernos. Sin embargo, aquel no se ahorró el comentario
de que la decisión de los cónsules había dejado el campo abierto a las intrigas norteamericanas, y el hecho era que Cazneau se
31
32
TNA, FO 23/40, memoria presentada por Edmund Hammond sobre su
entrevista con Castellanos, 20 de agosto de 1859.
Rufino Martínez, Diccionario biográfico-histórico dominicano (1821-1930), 3.ª
edición [corregida por Diógenes Céspedes], Santo Domingo, Editora de
Colores, 1998, pp. 511-514; véase p. 511.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
93
veía en esos momentos completamente libre a la hora de llevar
adelante sus gestiones en la capital dominicana.33 Asimismo, en
todos los planteamientos expuestos por dicho informante hay que
tener siempre muy en cuenta su condición de firme partidario
de Santana, de quien era buen amigo. Es más, durante la última
presidencia de este, Heneken fue a Curazao y Saint Thomas «con
el carácter de enviado especial para el arreglo de las deudas contraídas por la República» a lo largo de la administración de Báez.34
El informante del Foreign Office subrayó también que ya
habían sido rechazados dos tratados entre los Estados Unidos y
la República Dominicana a través de la actuación conjunta de
Francia y Gran Bretaña, uno en 1854, negociado por el propio
Cazneau, y el otro en 1856, negociado por Elliot. A su juicio, el
objetivo del Gobierno norteamericano en aquella etapa era aparentemente poner un pie en el país, para facilitar la proyectada
conquista de Cuba, pero Heneken mantenía desde hacía mucho
tiempo la opinión, según él corroborada por los acontecimientos,
de que los planes de Washington no solo iban en aumento de
día en día sino que comprendían un área mucho más extensa.
La agitación que se había producido en los Estados Unidos a
favor del posible reinicio de la trata de esclavos tendía evidentemente a competir con, y a rechazar, toda la política británica en
África, de lo cual él deducía que los intereses de los esclavistas
norteamericanos contemplaban adquirir la absoluta posesión de
todas las Antillas mayores, con el claro propósito de extender la
esclavitud. Acto seguido, el general mencionó que en la República
Dominicana solo vivía una miserable comunidad, que ocupaba una
posición geográfica de la mayor importancia, con un territorio relativamente vasto, a merced de todas las tentaciones y engaños de un
adversario astuto. Heneken aseguró incluso tener muy poca confianza en los miembros del Gobierno contra tales peligros, y aunque
reconoció que la Constitución del país prohibía la enajenación de
cualquier parte de su territorio, consideraba posible una repetición
en la República Dominicana de las tácticas estadounidenses contra
33
34
TNA, FO 23/40, Heneken-Wodehouse, Puerto Plata, 25 de agosto de 1859.
R. Martínez, Diccionario biográfico-histórico... pp. 511-513.
94
Luis Alfonso Escolano Giménez
México. De hecho, por medio de mecanismos tales como un golpe de Estado, Santana podía ser inducido a convertirse en dictador, desafiando la Constitución, y el Gobierno llevado a acceder a
cualquier tipo de arreglo que le fuera propuesto. En conclusión,
Heneken tenía fuertes razones para sostener esta opinión, y esperaba que mereciese la atención del ejecutivo de Londres, cuyo
tratado con la República Dominicana se encontraba ya próximo a
su vencimiento. Por todo ello, y dado que había muy poco tiempo
que perder, el general apremió al Foreign Office para que actuara, si decidía hacer algo al respecto.35
Otros informantes de los que dispuso el Gobierno británico
eran las personas que desde Santo Domingo mantenían correspondencia con su ex cónsul en dicha ciudad, aunque es de suponer que muchas de esas comunicaciones le fuesen enviadas por el
propio David León. En una de las cartas remitidas a Hood se volvió
a indicar que la fragata de guerra estadounidense Sabine, según los
rumores que corrían, traía a bordo 300,000 dólares en oro, una
suma evidentemente destinada a tentar a alguien. La misma fuente
informó de que un individuo recién llegado de Samaná aseguraba
que varios comerciantes de Puerto Plata habían enviado personas
allá para comprar tierras, por las que ofrecían elevadas cantidades, lo que confirmaba su opinión con respecto a las intenciones
de los norteamericanos en ese punto. En otra misiva, su anónimo
remitente señaló que resultaba bastante extraño que el Gobierno
de los Estados Unidos, el cual ya tenía un agente en la capital dominicana, hubiera elegido a Cazneau para una misión de tan poca
importancia como la de las reclamaciones. Con relación a la gran
cantidad de oro que transportaba la Sabine, además de transmitir
el rumor de que iba a darse en préstamo al partido político del
Cibao, comunicó que durante su estancia en Washington, Valverde
y Mallol, presidente y vicepresidente del Gobierno provisional de
Santiago, habían llegado a un acuerdo con el Gobierno norteamericano por el cual las provincias del Cibao deberían declarar su independencia y ponerse bajo la protección de los Estados Unidos.
Otros rumores que circulaban decían que el préstamo iba a ser
35
TNA, FO 23/40, Heneken-Wodehouse, Puerto Plata, 25 de agosto de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
95
ofrecido al ejecutivo de Santo Domingo con la condición de que
Samaná fuese dada como garantía, mientras que otros afirmaban
que se trataba simplemente del renovado intento de hacer un tratado. El corresponsal concluyó que, en cualquier caso, el objeto
real de la visita de la fragata a las aguas dominicanas con toda
seguridad no podía ser tan solo el de sostener las reclamaciones
por el asunto de la goleta Charles Hill y el papel moneda de un
ciudadano estadounidense. Según el contenido de una de las
cartas, el 27de julio llegó a Santo Domingo una fragata mercante
norteamericana procedente de Nueva York con los siguientes pasajeros a bordo: Antonio Madrigal, quien después de una ausencia de cinco meses solo traía consigo una factura de provisiones
muy pequeña; la esposa de Cazneau, que había traído una casa de
madera y muebles, lo cual revelaba su intención de una estancia
prolongada; y por último un tal «Mr. Fabin [sic]», quien decía
ser coronel de las expediciones de Walker, que también transportaba un pequeño surtido de provisiones, consignado al cuñado
de Madrigal. En opinión del informante, todo esto resultaba muy
sospechoso porque no podía concebir cómo Madrigal, tras una
ausencia tan larga, regresaba sin la carga que había ido a comprar
y junto a semejantes compañeros de viaje. Dicha circunstancia, así
como la llegada simultánea de la Sabine, le dieron pie para creer
que estaba en marcha algo más que las reclamaciones por los casos ya mencionados. La Sabine zarpó el 30 de julio, supuestamente
con destino a Curazao, pero había tomado una dirección diferente, por lo que en realidad debió dirigirse a Ocoa o a Samaná. El 3
de agosto el Senado se reunió en sesión extraordinaria, a la que
asistieron todos sus miembros. Al poco de comenzar, Cazneau entró y permaneció con los senadores durante más de cuatro horas a
puerta cerrada, después de lo cual circuló el rumor de que aquel
había hecho una oferta por Samaná.36
En sus instrucciones a Hood, antes del regreso de este a Santo
Domingo, el secretario del Foreign Office, John Russell, le indicó
36
TNA, FO 23/39. Extractos de varias cartas remitidas a Hood desde Santo
Domingo, fechadas en agosto de 1859. El tal míster Fabin no es otro que
Fabens, el socio de Cazneau.
96
Luis Alfonso Escolano Giménez
que entre los asuntos sobre los que Castellanos había llamado su
atención se encontraba la aprensión del Gobierno dominicano
hacia los propósitos de los Estados Unidos. El representante de la
República aludió a la llegada de Cazneau como indicio de la naturaleza de tales propósitos, e insistió en la importancia de un buen
entendimiento entre Gran Bretaña y la República Dominicana,
por el cual esta última se viera estimulada a sostenerse contra
cualquier proyecto subversivo que amenazase su independencia.
Además, Castellanos le había dicho que buena parte de la población negra norteamericana estaría tentada de buscar refugio en la
isla de Santo Domingo, como consecuencia de las leyes tan severas
que se habían aprobado en varios estados de la Unión. Russell
también informó al cónsul de Gran Bretaña en Santo Domingo de
la buena disposición del Gobierno dominicano, siempre según lo
expuesto por su agente, en lo relativo al traslado de la escala de la
compañía naviera británica desde Saint Thomas a Samaná, todo
ello con el fin de contrarrestar cualquier intento por parte de los
Estados Unidos de poner un pie en dicho punto. El secretario
del Foreign Office prescribió a Hood que, a su llegada a Santo
Domingo, averiguase en qué medida lo señalado por Castellanos
estaba en concordancia con las instrucciones y deseos del Gobierno
dominicano. En caso de que así fuera, el cónsul debía adoptar
un lenguaje y una conducta tales que dejasen claro a aquel que
el ejecutivo de Londres apreciaba su deseo de conservar su independencia, y que lamentaría mucho la aparición de cualquier
circunstancia que pudiera llevarlo a un choque con los Estados
Unidos. Russell le ordenó, además, abstenerse cuidadosamente
de animar al Gobierno dominicano a que esperase ningún tipo de
actuación por parte del británico, y menos aún por la fuerza, en
nombre de la República Dominicana. Londres no buscaba adquirir una influencia exclusiva sobre la misma, sino que quería verla
próspera y en paz con Haití, por lo cual le recomendaba que negociara con ese país, así como con los Estados Unidos, para evitar
ofensas o sentimientos de envidia por cualquier demostración evidente de favor o preferencia hacia las naciones comerciales. Con
este término cabe suponer que Russell se refería, en particular, a
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
97
las potencias marítimas europeas, y más concretamente a Gran
Bretaña y Francia. Por último, aquel señaló a Hood que, al reanudar sus funciones, el Gobierno británico deseaba que mantuviese
buenas relaciones no solo con el de la República Dominicana,
sino también con los representantes de las potencias extranjeras
acreditados en ella. En lo referente a estos últimos, debía evitar
con especial cuidado toda lucha por alcanzar una influencia superior, y con respecto al primero, si desafortunadamente surgiera
cualquier diferencia, no debía llevar la discusión hasta el extremo,
sino suspenderla, e informar al ministro de Relaciones Exteriores
de que lo hacía así para consultar al ejecutivo de Londres sobre
la misma.37
El secretario del Foreign Office adjuntó también, como anexos, las copias de dos despachos remitidos por el representante de
Gran Bretaña en Washington, Lyons, que hacían referencia a la
información sobre los intentos norteamericanos de apoderarse de
Samaná por medio de un tratado. En el primero de ellos, Lyons
indicó que el secretario de Estado, Lewis Cass, le había asegurado
que nunca había oído nada ni de Madrigal, ni de ninguna otra
negociación con la República Dominicana. No obstante, para corroborarlo, Cass llamó al jefe de negociado del departamento de
Estado, y le preguntó si Madrigal o cualquier otro representante del
Gobierno dominicano eran conocidos en dicho departamento, a
lo cual el funcionario respondió que no, pues nunca había existido
nada relativo a un tratado. Por lo que respecta a las negociaciones
para garantizar un empréstito, u obtener la cesión de un territorio,
el mencionado jefe afirmó que algo semejante era imposible. Cass
dijo después que el Gobierno de los Estados Unidos no había reconocido formalmente a los de Haití y la República Dominicana,
y que era cierto que un agente comercial llamado Cazneau se encontraba en Santo Domingo, pero que con toda seguridad no se
ocupaba ni de negociar un tratado, ni de solicitar cesión territorial
alguna. El embajador de Gran Bretaña en Washington hizo referencia en último lugar al informe enviado a Londres por Hood sobre
estas cuestiones, y señaló que quizás podía tener su origen en un
37
TNA, FO 140/4, Russell-Hood, Londres, 14 de octubre de 1859.
98
Luis Alfonso Escolano Giménez
intento del Gobierno dominicano para conseguir un préstamo de
especuladores privados en el mercado norteamericano, por lo que
haría averiguaciones sobre el asunto.38
Pocos días más tarde, Lyons volvió a dirigir una comunicación
a Russell, en la cual advirtió que Cazneau había ido a la República
Dominicana en calidad de agente especial del Gobierno de los
Estados Unidos, y que sus funciones eran por ello cuasi diplomáticas,
más que comerciales. Dicho agente consideraba que el representante
de Gran Bretaña en Santo Domingo no debía relajar su vigilancia
sobre los actos de Cazneau, pese a la tranquilizadora información
que le había dado Cass. El propio Lyons explicó que el secretario
de Estado solo podía hablar de lo que Cazneau estaba autorizado a
hacer según sus instrucciones, y acto seguido añadió que los agentes
de los Estados Unidos parecían ser algo propensos a actuar haciendo
caso omiso de las órdenes de sus superiores de Washington.39
Este comentario del embajador de Gran Bretaña es muy
acertado, al menos en el caso de Cazneau, quien, aunque tenía
unas instrucciones concretas, no se ceñía a ellas en absoluto, sino
que continuamente las sobrepasaba, tal como ha quedado ya de
manifiesto en numerosas ocasiones. En este despacho, Lyons
incluyó una copia de otro que le acababa de remitir el cónsul de
Gran Bretaña en Nueva York, M. Archibald, el cual había hecho algunas pesquisas cerca de los principales financieros de esa ciudad,
para averiguar si conocían alguna propuesta de préstamo planteada por el Gobierno dominicano. Dado que ninguno de ellos había
oído hablar del asunto ni conocía a Madrigal, Archibald solicitó
información a la casa Rassine, que normalmente era la que más
se ocupaba del comercio con Santo Domingo. En ella le informaron de que mantenían una correspondencia constante con los
miembros más destacados del Gobierno dominicano, los cuales
según le dijeron eran comerciantes, y que si Madrigal, a quien conocían, hubiese ido a los Estados Unidos con objeto de conseguir
un préstamo para dicho Gobierno, sin duda les habría entregado
cartas de presentación. En la mencionada casa afirmaron además
38
39
Ibídem, Lyons-Russell, Washington, 5 de septiembre de 1859 (es copia; se
trata de un documento anexo al anterior, igual que los dos siguientes).
Ibídem, 13 de septiembre de 1859 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
99
que Madrigal había ido por allí no hacía mucho tiempo, pero solo
para comprar algunos emblemas masónicos y armas que quería
llevar de vuelta a Santo Domingo. Finalmente, el cónsul de Gran
Bretaña aseguró que en Rassine consideraban ridícula la idea de
que el Gobierno dominicano fuera capaz de contratar un empréstito en el mercado de Nueva York.40
Estas comunicaciones revelan el interés del Gobierno británico
por descubrir las intenciones de unos y otros, así como la dificultad
a la que se enfrentaban todos los actores a la hora de fijar sus respectivas estrategias debido a la escasez de información fiable, y a lo
confuso, cuando no contradictorio, de muchas de las noticias que
se recibían con relación a la República Dominicana. En cualquier
caso, la importancia que Londres concedía a lo que allá pudiese
suceder queda bien demostrada tanto por las sucesivas gestiones
que hizo el Foreign Office a fin de corroborar los datos que le llegaban, como por la permanencia de un buque de su Armada en
Santo Domingo durante seis semanas, de modo que los intereses
británicos en la República Dominicana recibieran toda la protección necesaria durante la ausencia del cónsul de Gran Bretaña.41
4. EL CONFLICTO CONSULAR Y EL AGRAVAMIENTO DE LA TENSIÓN
ENTRE LA REPÚBLICA DOMINICANA Y LAS POTENCIAS EUROPEAS
Sin embargo, las causas de la tensión en las relaciones entre
las potencias europeas y la República Dominicana no se limitaban
a las ya aludidas, sino que también estaba presente de forma palmaria la cuestión consular tras el abandono de Santo Domingo
por parte de los agentes diplomáticos de Francia, Gran Bretaña y
España como consecuencia del decreto sobre la amortización del
papel moneda emitido por Báez. En una coyuntura tan compleja,
José de la Cruz de Castellanos, ciudadano español residente en
París, solicitó a su Gobierno «autorización para admitir el cargo de
representante de la República Dominicana cerca de los Gobiernos
40
41
Ibídem, Archibald-Lyons, Nueva York, 12 de septiembre de 1859 (es copia).
TNA, FO 23/40, vicealmirante Stewart-secretario del Almirantazgo, Halifax
(Nueva Escocia), 21 de septiembre de 1859 (es copia).
100
Luis Alfonso Escolano Giménez
de Francia e Inglaterra». El embajador de España en esa capital dirigió una recomendación al ministro de Estado, con el argumento
de que en la República Dominicana existían «muchos intereses españoles y siendo el señor Castellanos una persona respetable, de
conocida adhesión» a su país, era muy conveniente para España
que se le confiasen los intereses de la República en Europa.42 En
respuesta a su petición, el ministro de Estado, Calderón Collantes,
transmitió a Castellanos la autorización del Gobierno español
para aceptar dicho cargo.43
Aquel, tras recibir el 20 de junio los documentos que le acreditaban para el ejercicio de sus funciones, de manos de Alfau,
procedió a presentarlos ese mismo día en el Ministerio francés de
Asuntos Extranjeros, donde encontró una «respuesta no […] del
todo anuente», por lo que creyó conveniente suspender del todo
sus gestiones, a la espera de la resolución que adoptara al respecto
el ministro dominicano de Relaciones Exteriores. Según la información que dieron a Castellanos, el Gobierno francés había dicho
al dominicano que no tenía inconveniente en admitir el enviado
extraordinario que nombrase, siempre que fuera súbdito de la
República Dominicana. El diplomático aseguró entonces a su interlocutor que había dejado de ser español desde el momento en
que aceptó el encargo de representar a la República Dominicana,
pero que antes de hacerlo así había pedido el permiso necesario
al Gobierno español, de modo que «desde ese momento debía
entenderse que […] había adoptado la nacionalidad dominicana, pues no de otra manera podía representarla con los poderes
que de ella había recibido». El jefe de política del Ministerio
de Asuntos Extranjeros le propuso que hiciese cambiar sus credenciales de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario
por las de encargado de negocios, porque así lo vería mejor el
Gobierno francés, a lo que Castellanos respondió que no sería decoroso para él «representar a la República en Inglaterra como enviado extraordinario, y en Francia como encargado de negocios».
42
43
AMAE, fondo «Tratados», subfondo «Negociaciones s. XIX» (No. 171),
serie «República Dominicana», subserie «Política Exterior, 1858-1861», leg.
TR 111-005, Mon-ministro de Estado, París, 9 de mayo de 1859.
Ibídem, Calderón Collantes-Castellanos, Aranjuez, 16 de mayo de 1859
(minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
101
Finalmente, el funcionario del ministerio convino en que se le
admitiría la presentación de las credenciales», si el Gobierno dominicano aseguraba al francés que su enviado era súbdito de la
República Dominicana, y si antes de ir a presentar sus credenciales ya lo hubiera hecho en Londres. La explicación del agente, por
lo demás bastante benigna, era que al parecer en París no querían
«dar entrada en el rango de los ministros plenipotenciarios a los
representantes de las Repúblicas pequeñas», por consideración
a los de las grandes potencias. Alfau, que estuvo presente en la
reunión, trató de allanar la dificultad manifestando la urgencia
que tenía el Gobierno dominicano en que se recibiese a su representante, «pero todo se consideró inútil, hasta esperar la respuesta
afirmativa del Gobierno de la República». Por ello, en su despacho del 25 de junio, Castellanos pidió al ministro dominicano de
Relaciones Exteriores que enviara al Gobierno francés una «respuesta lisa y llana, limitada a decir» que cuando se le nombró para
representar a la República ya era «súbdito reconocido, declarado
y tenido como tal en ella».44
En la misma comunicación, el diplomático acusó recibo de
las reflexiones que el ministro le había hecho en la suya del 20
de mayo, sobre la necesidad de oponerse a los males que Báez
intentase ocasionar a la República durante su permanencia en
Europa, así como de los documentos relativos a la oposición de
algunos cónsules al decreto por el que se amortizaba el papel
moneda emitido por Báez. Además, Castellanos adjuntó un
artículo que había hecho poner en el periódico El Amigo de la
Religión, rebatiendo «cuanto había dicho La Presse, relativo al mal
estado de las cosas en esa República». Por último, el representante del Gobierno dominicano le indicó que se había dirigido al
secretario del Foreign Office, para informarle de la recepción de
las credenciales que le acreditaban como agente de la República
en Londres, y pedirle que fijara una fecha para poder presentárselas a la reina, aunque por el momento no había obtenido
respuesta.45
44
45
AGN, RREE, leg. 13, expte. 4, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 25 de junio de 1859.
Ibídem.
102
Luis Alfonso Escolano Giménez
Sin embargo, esta iba a tardar todavía porque, tras su llegada
a Londres, Hood empezó a trasladar al Foreign Office una serie
de documentos sobre la cuestión monetaria, como hizo en el
despacho que remitió a Russell el 1 de julio, al que adjuntó una
copia de la carta que le había dirigido el 6 de mayo un grupo
de súbditos británicos residentes en Santo Domingo. Del mismo
formaban parte el propio David León y su hijo, sumando en total siete firmantes, entre los cuales, junto a los dos apellidados
León, había dos García y un Montás, miembro este último de
una familia con larga tradición dominicana, y al igual que los
otros de origen no anglosajón. En su escrito, los súbditos británicos informaron al cónsul del decreto que establecía la amortización del papel moneda emitido durante la administración del
ex presidente Báez, a una tasa de 32,000 pesos de dicha emisión
por una onza de oro, o de 2,000 por cada peso fuerte, mientras
que el tipo de cambio normal era en esos momentos de 3,200 pesos del papel moneda de la República por onza, y de solo 1,200
cuando se prohibió la circulación del papel moneda Báez. Los
firmantes declararon ser poseedores de una considerable cantidad de dinero en tal moneda, que procedía principalmente de
ventas efectuadas cuando su valor no se había visto afectado aún
por la coyuntura de la guerra civil. En su opinión, el mencionado
decreto estipulaba arbitrariamente un valor nominal para el papel moneda, cuya liquidación era, además, onerosa para sus titulares. Por todo ello, consideraban que lo justo para ellos mismos
así como para sus acreedores, era no aceptar una solución que
les había sido impuesta tan violentamente, y que veían como un
ataque directo contra sus propiedades, y al mismo tiempo contraria a todas las leyes de la equidad. Los afectados concluyeron
por solicitarla intervención de Hood en el asunto, para que les
proporcionase la protección a la que creían tener derecho como
súbditos británicos.46
46
TNA, FO 23/39, Hood-Russell, Londres, 1 de julio de 1859. El primer
documento anexo a este despacho es una copia de la carta dirigida a Hood
por David León, Henry Ripley, Edmund S. A. Montás, D. León Jnr. [junior],
Alexander [apellido ilegible], A. García y Moses García, fechada en Santo
Domingo, el 6-V-1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
103
Cabe subrayar que tanto David León, sefardí nativo de Jamaica
y vicecónsul de Gran Bretaña en Santo Domingo, como William
Breffit, vicecónsul en Puerto Plata, de origen inglés, nombrados
ambos en 1849, venían desempeñando tales cargos desde entonces
sin recibir a cambio remuneración alguna, y su principal actividad
era el comercio.47 Así pues, quizás no andaba muy desencaminado
Cazneau cuando aseguró en una de sus comunicaciones a Cass,
fechada el 2 de julio de 1859, que según se decía el cónsul y el vicecónsul de Gran Bretaña «habían realizado grandes negocios con
este dinero», en alusión al papel moneda Báez, pero que en cambio los cónsules de Francia y España, «quienes no tenían intereses
personales envueltos en el problema, habían actuado puramente
por motivos políticos».48
En su despacho del 1 de julio, Hood remitió también a Russell
un artículo, titulado «Juicio que ha formado el que suscribe sobre
el arreglo que conviene hacer en la cuestión del papel emitido
por Báez», acompañado de la traducción del mismo al inglés. Su
autor, el senador Felipe Dávila Fernández de Castro, se declaraba convencido de que ese papel era «una propiedad como otra
cualquiera de las garantizadas por la ley», y en consecuencia sus
tenedores no podían «ser despojados de ella». Fernández de Castro
fue más allá al asegurar incluso que «las autoridades del Cibao
cuando prohibieron la circulación de dicho papel no pudieron
tener en mira quebrantar la ley [...], sino solo tomar una medida entonces necesaria», y por ello opinaba que, pasadas aquellas
circunstancias, el decreto del Gobierno de Santiago debía «estimarse como no escrito» en cuanto pudiera inferir perjuicio a los
tenedores del papel. A su juicio, si dicho papel «entrase de nuevo
en la circulación, se causaría una perturbación considerable en el
crédito, perjudicial a sus mismos dueños», tenedores en esos momentos de la moneda nacional circulante, por lo que el papel de
la emisión Báez debería ser definitivamente recogido, y sus dueños, indemnizados. El senador propuso que para hacer efectiva
la indemnización se creara «un papel de deuda, llamada Deuda
47
48
Ibídem, Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 10 de enero de 1859.
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, p. 334.
104
Luis Alfonso Escolano Giménez
Interior con una renta de 3%; amortizable, en más o menos tiempo». Una vez estimado el papel de Báez al cambio que debía tener,
dicho papel debía cambiarse por títulos de esa deuda a razón de
un 50%, con objeto de abonar a los tenedores un 6% de su capital
reconocido, hasta que se les amortizase el total del mismo. Por
último, Fernández de Castro admitió que si bien no era justo enriquecer a los que tenían «ese papel mal habido», tampoco lo sería
empobrecer a quienes lo tuviesen «con título legítimo y a cambios
bajos», de modo que para aproximarse a un término medio equitativo sugirió que se fijara el tipo de cambio a 323 pesos por un
peso fuerte.49
En otra comunicación, esta vez dirigida a un subsecretario del
Foreign Office, Hood incluyó una carta que acababa de recibir de
Heneken, a quien presentó como un íntimo amigo y apoyo político del general Santana, a cuyas órdenes había servido durante
algún tiempo como coronel, además de ser ya bien conocido en
el Foreign Office. Tras esta introducción del personaje, la carta
de Heneken comienza con una denuncia de la conducta del ministro dominicano de Relaciones Exteriores, Lavastida, que en su
opinión no tenía paralelo en la diplomacia, y con la que se había
enajenado la buena voluntad y las simpatías de todos los Gobiernos
que mantenían relaciones con la República. Según el autor de la
misiva, no había nada ofensivo en la nota de los cónsules, y en defensa de ella echó mano de un argumento que debía parecerle más
que suficiente, pues señaló que el mismo lenguaje fue empleado
en época del anterior cónsul de Gran Bretaña, Robert Hermann
Schomburgk, para oponerse a la ley contra la conspiración. En esta
ocasión se trataba de un caso más extraño incluso, puesto que el
conflicto se refería tan solo a lo que él denominó insignificantes
asuntos monetarios. Es más, continuó, el país estaba en una situación favorable para recuperarse, y los ingresos del año en curso
excederían los 500,000 pesos fuertes, puesto que se calculaban
unos 540,000, mientras que los gastos rondarían como máximo los
49
TNA, FO 23/39, Hood-Russell, Londres, 1 de julio de 1859. El segundo
documento anexo al despacho es un artículo periodístico firmado por Felipe
Dávila Fernández de Castro, del cual no consta la fecha, el lugar, ni el nombre
del medio en que fue publicado (las cursivas son del original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
105
325,000 pesos fuertes. Por lo tanto, no había necesidad de sacrificar los intereses políticos del país, y mucho menos los pecuniarios. Heneken concluyó reconociendo que siempre había visto a
Lavastida como un yankee en el fondo, y aconsejó que el Gobierno
británico no vacilase en este caso, sino que adoptase una posición
digna y se mantuviera firme en ella. De hecho, a su juicio dicho ministro no merecía seguir teniendo voz en las cuestiones públicas.50
Así las cosas, no es de extrañar que Castellanos comunicara
al ministro Lavastida que el secretario del Foreign Office le había dicho el 28 de junio que, tras haber suspendido el cónsul de
Gran Bretaña «sus relaciones oficiales con el Gobierno dominicano», el ejecutivo de Londres no podía recibir las credenciales
de Castellanos, «mientras no supiese lo que había motivado ese
rompimiento». En su despacho de respuesta a Russell, le indicó
que uno de los motivos que había tenido el Gobierno dominicano
para haberse apresurado a enviarle las cartas credenciales era para
que pudiese manifestar al Gobierno británico «lo inconducente
del procedimiento» de Hood en el asunto. Por ello, prosiguió
el diplomático, esperaba que si creía conveniente recibirlo a
la presentación de sus credenciales o, en otro caso, oyera «las
informaciones que estaba autorizado a darle, para el allanamiento de
esas dificultades». Sin embargo, en un nuevo despacho Russell
insistió a su vez en que, «subsistiendo las razones dadas anteriormente de no estar aún bien informado de cuanto» había pasado
en el particular de los cónsules, tenía que decirle a su pesar que
el Gobierno británico no podía recibirle. Castellanos informó
también al ministro dominicano de Relaciones Exteriores de que
había hecho traducir al inglés las notas que habían mediado entre
los cónsules y Lavastida, traducción que publicó el periódico The
Times el 14 de julio, para que pudiesen «todos fijarse en la ligereza»
con que habían procedido aquellos. Además, comunicó a Felipe
Dávila Fernández de Castro lo que estaba sucediendo, para que
hiciera reproducir estas publicaciones en Holanda y Dinamarca,
50
Ibídem, Hood-Edmund Hammond, Londres, 21 de julio de 1859. El
documento anexo es: Heneken-Hood, Mines of Balmoral, 20 de junio de
1859.
106
Luis Alfonso Escolano Giménez
donde ostentaba la representación del Gobierno dominicano, y
le adelantó la conducta que iba a seguir cuando le fuese posible
tratar la cuestión, haciéndose firme en el asunto vital de pedir
satisfacción por el poco respeto con que se habían conducido
los cónsules, faltando a las formas exigidas por la buena cortesía,
y nunca permitir que se entrara «antes en el terreno de las reclamaciones hechas» por ellos. Según el agente de la República
Dominicana en París y Londres, Alfau mantendría en Madrid la
misma actitud que él a este respecto.51
Pese a sus respuestas anteriores, Russell consideró oportuno
dirigirse a Castellanos el 25 de julio para, después de reiterarle
que el Gobierno británico no había decidido aún la línea a seguir
con relación a las gestiones que precedieron a la retirada del cónsul de Gran Bretaña, proponerle que fuese a Inglaterra y diera sus
explicaciones sobre el asunto, de acuerdo con las facultades que
se le habían dado. El secretario del Foreign Office aseguró que
estaría encantado de recibirlo a tal fin, pero siempre con la condición de que ello no prejuzgaba la cuestión de su final recepción
como enviado de la República Dominicana en Londres. Russell le
indicó que la misma debía depender necesariamente del parecer
que su Gobierno, una vez informado de todas las circunstancias
del caso, pudiese adoptar sobre los actos que habían ocasionado
la interrupción de las relaciones diplomáticas entre Gran Bretaña
y la República Dominicana.52
El 16 de agosto, desde Londres y tras su entrevista con el
secretario del Foreign Office, Castellanos le escribió una nota
resumiendo el contenido de la misma, que había tenido lugar el
día 10, y en la que Russell «convino en que, no debió el cónsul»
de Gran Bretaña «ir en su posición más allá de donde la cortesía
le autorizaba». A la pregunta de si «tenía el cónsul las facultades diplomáticas necesarias para haber tomado el nombre de
su Gobierno y haber establecido un conflicto en la República
Dominicana, declarando interrumpidas sus relaciones», según
51
52
AGN, RREE, leg. 13, expte. 4, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 13 de julio de 1859.
TNA, FO 23/40, Russell-Castellanos, Londres, 25 de julio de 1859 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
107
el representante de aquella, Russell convino también «en que
no las tenía». Acto seguido, Castellanos afirmó que no tocaba al
Gobierno de la República exigir demostración alguna, sino que
correspondía al Gobierno británico hacerla, «por haberse traslimitado [sic] su cónsul en sus funciones», y expresó la convicción
de que sería sin duda «conforme a la severidad que caracteriza
todos los actos de tan ilustrado Gobierno». Por ello, «convendría
a los intereses de ambos Gobiernos que se mandase otro cónsul
[...], y con esta prudente medida llenaría la súplica que en ese
particular «hacía el Gobierno dominicano, petición de la que
Castellanos desistió pocos días más tarde. Por último, se habló
también de que se pensaba en que volviesen los cónsules en buques de guerra de sus respectivos Gobiernos, para hacerse oír, y
a continuación aquel preguntó qué ventajas les traería adoptar
tal medida, respondiéndose que ninguna otra que la de hacer
un gasto inútil. En efecto, a su juicio así era porque tan pronto
como los cónsules presentaran sus reclamaciones con la cortesía y respeto debidos, el Gobierno dominicano explicaría a los
Gobiernos cuyos nacionales se habían quejado de la monetización del papel Báez, las justas razones en que se había fundado
para hacerlo a ese precio, y que para obtener semejante resultado no era necesario ocupar la Marina de Guerra.53
Si bien Castellanos parecía con sus palabras querer desincentivar las medidas de fuerza, al mismo tiempo las estaba provocando
con su tajante reafirmación de la legalidad del decreto amortizador, sobre la que no cabía duda alguna ni, por tanto, era posible
dar marcha atrás.
En su respuesta al representante de la República Dominicana,
el secretario del Foreign Office señaló que efectivamente estaba
de acuerdo con él en que los cónsules se habían excedido en sus
poderes al declarar nulo y sin valor alguno el decreto por el que
se regulaba la tasa de cambio del papel moneda emitido por el
Gobierno anterior. Sin embargo, no veía suficiente razón para recomendar al Gobierno británico el cambio de su cónsul en Santo
Domingo, y por ello, Hood recibiría las instrucciones necesarias
53
Ibídem, Castellanos-Russell, Londres, 16 de agosto de 1859.
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Luis Alfonso Escolano Giménez
para regresar a su puesto junto a sus colegas dentro de pocas
semanas. Con respecto a la recepción de Castellanos como enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República
Dominicana en Londres, Russell le manifestó que después de oír
sus explicaciones, y habiendo acordado con el Gobierno francés
que volviesen los cónsules a Santo Domingo, el ejecutivo británico no tenía razón para posponer más tiempo la recepción de sus
credenciales por la reina.54
Resulta interesante constatar que el acuerdo que menciona
el secretario del Foreign Office solo se refiere al gabinete de
París, mientras que se obvió en esta cuestión al de Madrid, que al
parecer se limitaría a secundar las decisiones adoptadas por los
otros dos. Finalmente, Russell le anunció algunos días después
que el acto de la recepción tendría lugar el 26 de agosto,55 con
lo que terminaba, al menos por el momento, uno de los frentes
de la crisis abierta entre la República Dominicana y las potencias
europeas.
Mientras tanto, el agente de la República no había perdido el
tiempo durante su estadía en Londres, y con una carta de recomendación de la casa Rothschild, con la que le ligaban relaciones
amistosas, se presentó al secretario de la compañía de vapores trasatlánticos, para que le informara de qué pensaban ellos sobre el
traslado de la estación que tenían en Saint Thomas a Samaná, en
vista de las ventajas de este lugar sobre aquel, y que Castellanos le
expuso minuciosamente. El secretario de la compañía naviera le
respondió que era un pensamiento que los había ocupado siempre, pero que presentaba «algunos graves inconvenientes» que no
habían podido aún vencer. En cualquier caso, le dijo que hablaría
al director de la Compañía del buen deseo del Gobierno de la
República, cuando Castellanos «le formulase las ventajas que les
ofrecía para halagarlos en el cambio, y que todo se tomaría en consideración». Por ello, tras resumirle el contenido de su entrevista
con Russell, aquel solicitó al ministro dominicano de Relaciones
Exteriores que le detallara qué conveniencias superiores a las que
54
55
Ibídem, Russell-Castellanos, Londres, 20 de agosto de 1859 (minuta).
Ibídem, 23 de agosto de 1859 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
109
disfrutaban en Saint Thomas les ofrecía el Gobierno dominicano.
Castellanos fue aún más allá, y le comunicó su opinión de que no
sería difícil encontrar en Londres una casa que quisiera «hacer un
préstamo a la República», una vez que hubiesen terminado «las
diferencias suscitadas por los cónsules, y restablecídose la anterior
armonía, y después de haber arreglado la paz» que debía hacerse
entre Haití y la República Dominicana. Para ello, el representante
de esta tendría que disponer de «los poderes necesarios, con las
amplias y minuciosas instrucciones del caso, a fin de no encontrar
embarazo por falta de explicaciones», e igualmente para lo relativo a la compañía naviera, de modo que pudiera «arreglar ese contrato sin embarazos». Castellanos concluyó su despacho indicando
al ministro que su principal esfuerzo tras ser reconocido por los
Gobiernos de Gran Bretaña y Francia, sería tratar de conseguir
que los mismos influyesen sobre Haití «para hacer un tratado de
reconocimiento de la independencia de la República Dominicana
y paz durable», por lo que también le pidió las instrucciones correspondientes, con objeto de lograr dicho fin. En su opinión, de
ese tratado habían de depender todos los bienes que él esperaba
proporcionarle a la República Dominicana.56
Todas estas iniciativas dan idea de las ambiciosas miras del
agente diplomático a la hora de afrontar la misión que tenía por
delante, cuando aún no había sido recibido para la presentación
de sus credenciales, y en París ni siquiera se había aceptado su
nombramiento.
En el despacho que envió a Lavastida el 29 de agosto,
Castellanos le puso al corriente de la respuesta de Russell del día
20, en la que el secretario del Foreign Office, tras reconocer la
falta del cónsul de Gran Bretaña, había admitido la recepción de
sus credenciales. Según la interpretación del representante de la
República Dominicana, esto era «lo mismo que haber anulado
cuanto hizo el cónsul, y restablecido las cosas al estado que tuvieron hasta el 9 de mayo», que era cuanto él le había pedido en
sus comunicaciones escritas y de palabra. Después de describir la
56
AGN, RREE, leg. 13, expte. 4, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, Londres, 16 de agosto de 1859.
110
Luis Alfonso Escolano Giménez
ceremonia de presentación de sus credenciales, Castellanos expresó su propósito de regresar a París para intentar ser recibido
también por el Gobierno francés, y por último, se congratuló «por
el triunfo […] obtenido en el conflicto que provocaron los cónsules extranjeros, tan justamente considerado» por el Gobierno
británico, y tan prontamente resuelto a favor del dominicano. En
ello había tenido mucha parte la actividad que desarrolló para no
perder un instante, así como las influencias de sus buenos amigos,
en particular el embajador de España en Londres, Francisco Javier
de Istúriz, quien hizo de él «la más favorable recomendación»
antes de su primera visita a Russell, y «otras mil circunstancias»
que habían facilitado la terminación de un estado de cosas muy
perjudicial para el comercio de la República Dominicana.57
Si bien es cierto que la solución distaba mucho de ser tan favorable para los intereses del Gobierno dominicano como la había
pintado su representante en Londres, también lo es que el secretario del Foreign Office censuró la actuación del cónsul de Gran
Bretaña en Santo Domingo, como se deduce de la respuesta que
este le dirigió el 29 de agosto. En ella, Hood expresó su profundo
pesar por el hecho de que Russell hubiese encontrado necesario
desaprobar cualquier aspecto de su gestión, y le aseguró que, profesando un sentimiento amistoso hacia los miembros del Gobierno
dominicano, no tuvo la menor intención de alejarse de la cortesía
y el respeto que era su deber observar para con un Gobierno extranjero, ni creyó que su conducta, en esta ocasión, podría haber
sido considerada con otros ojos por el ejecutivo de Santo Domingo.
Lo más interesante de su escrito, no obstante, es el argumento con
el que intentó justificar su actuación, según el cual debido a una interpretación, evidentemente errónea, de las muy claras y repetidas
instrucciones que había recibido de obrar en estrecho acuerdo con
su colega francés, a menudo había seguido un curso que su propio
juicio no aprobaba por completo. De hecho, en su descargo el cónsul llegó a afirmar que si en esta cuestión hubiera actuado solo y con
independencia, no se habría dirigido al Gobierno dominicano en
unos términos tan duros, ni habría cargado con la responsabilidad
57
Ibídem, 29 de agosto de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
111
de suspender por su cuenta las relaciones oficiales o dejar su puesto
al frente de la legación británica.58
Se tratara o no de una simple excusa, resulta muy revelador
respecto a la verdadera naturaleza del caso, en el que las decisiones colegiadas de los cónsules quizás no fueran tan unánimes, e
incluso se podría hablar de utilización del asunto por parte de
alguno o algunos de ellos para sus propios fines, en razón de
intereses particulares de carácter político y/o de otro tipo. En
este sentido, también cabe recordar que Cazneau atribuyó una
intencionalidad política al papel jugado en la cuestión por los
representantes diplomáticos de Francia y España, mientras que
el de Gran Bretaña habría sido, siempre según el agente especial
norteamericano, el más perjudicado desde un punto de vista estrictamente económico.
Una vez resuelto el conflicto con el Gobierno británico, al menos en apariencia, Castellanos respondió un despacho del ministro
francés de Asuntos Extranjeros en el que este se había mostrado
dispuesto a recibirlo como enviado extraordinario de la República
Dominicana en París. Sin embargo, tan buena disposición no impidió que Castellanos se quejara por la actitud del cónsul de Francia
en Santo Domingo, para lo cual se valió del reconocimiento que
hizo el Foreign Office de que el representante de Gran Bretaña
había faltado «a la forma respetuosa con que debió» plantear sus
reclamaciones al Gobierno dominicano. Acto seguido, Castellanos
añadió que si se había «declarado que un cónsul faltó», la falta era
«de todos, porque la representación fue colectiva, y mucho mayor
la del cónsul francés, porque fue él quien tomó la iniciativa, y la
exposición fue redactada por él y en su propio idioma». Dicho esto,
el agente dominicano fue más allá al considerar que «sería una
rara anomalía que los cónsules de unos Gobiernos llegasen a Santo
Domingo en actitud pacífica, y otros con carácter hostil, sin esperar
por ello resultado alguno útil». No obstante, aquel trató de conciliar posturas, fundado en la idea de que el Gobierno francés era «el
protector general de la paz del mundo, y de las naciones liberales»,
y solicitó al ministro que le comunicara la resolución escrita que
58
TNA, FO 23/39, Hood-Russell, Londres, 29 de agosto de 1859.
112
Luis Alfonso Escolano Giménez
decidiese dar a dicha cuestión, para transmitirla a su Gobierno.
Por último, casi de forma tangencial, el diplomático mencionó
que la República Dominicana buscaba el apoyo y la protección de
Francia «para poder conservar su soberanía nacional tan amenazada por muchos lados». Así pues, Castellanos manifestó al ministro
de Asuntos Extranjeros su esperanza de que el ejecutivo de París
restableciera las relaciones oficiales indebidamente interrumpidas
por el cónsul de Francia y que, como consecuencia natural de ello,
admitiese sus credenciales.59
En la comunicación que envió el 13 de septiembre al ministro dominicano de Relaciones Exteriores, Castellanos le informó
de la incómoda situación en que se encontraba ante el gabinete
parisino, pues había confiado en que no tendría más problemas
una vez solucionadas las diferencias con el Gobierno británico,
al creer que este obraba de acuerdo con el de Francia. Lo que
ocurrió en realidad fue que el ministro de Asuntos Extranjeros le
había asegurado a su vuelta de Londres que ambos países estaban
«de acuerdo en cuanto a volver a mandar sus cónsules en buques
de guerra a hacer sus reclamaciones; pero que no consideraba
aún restablecidas las relaciones oficiales, y no lo estarían mientras
su cónsul no estuviese instalado en Santo Domingo, satisfecho el
pabellón francés, y saludado conforme a ordenanza». El enviado
del Gobierno dominicano le expresó «con frases enérgicas y sentidas» la sorpresa con que le oía pronunciarse en aquellos términos,
y le propuso que empezaran por hablar sobre el diferendo que
había alejado a los cónsules de Santo Domingo. Entrando de lleno
en la cuestión, se limitó «a no pasar de la forma indecorosa en que
el cónsul francés se había expresado», y trató de que el ministro le
respondiese «si era o no una falta haberse expresado en términos
irrespetuosos, al establecer su reclamación, y si también lo era haber interrumpido las relaciones oficiales, por causa tan pequeña,
introduciendo un grave conflicto entre ambos Gobiernos. Aunque
aquel se resistía a calificar el hecho, Castellanos no quiso pasar de
ahí, y lo forzó a decir «que veía que su cónsul había estado ligero en
59
AGN, RREE, leg. 13, expte. 4, Castellanos-ministro de Asuntos Extranjeros de
Francia, París, 10 de septiembre de 1859 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
113
ambas cosas». Como el ministro no había querido llamarla falta,
el agente dominicano le hizo ver que «una ligereza cualquiera»
cometida por un empleado de ese carácter era «una grave falta,
y falta que exigía una reparación conforme a los males que ella
había inferido, y era la que […] pedía en nombre del ofendido
Gobierno de la República».60
Para acentuar el contraste entre la actitud de una y otra potencia, el representante de la República Dominicana habló «de lo satisfecho que había salido del Gobierno inglés, cuyo ministro había
reconocido al punto la falta de su cónsul, la cual sería reparada
volviéndole a mandar a representar en términos respetuosos».
Como aquel no encontraba razón para haber interrumpido las
relaciones oficiales, subsanó el daño mediante el restablecimiento
de las mismas. Además, Castellanos entregó al ministro francés
de Asuntos Extranjeros una copia de la nota que le había pasado
Russell, y le rogó que meditase «mucho acerca de la resolución
que debería dar a esta cuestión, a fin de no contrastar de una
manera tan marcada con lo resuelto por el Gobierno británico».
A continuación, el diplomático señaló a Lavastida que pensaba
oponerse al regreso del cónsul Saint André a Santo Domingo, por
la conducta irregular que había observado allá también en otros
asuntos, y esperaba que Francia les hiciera «completa justicia en
todo». Por último, aquel se refirió al obstáculo puesto por el ejecutivo de París a su recepción, dado que no había llegado aún la
respuesta del Gobierno dominicano a la cuestión planteada por
el francés, en el sentido de que reconocería al enviado extraordinario siempre que este fuese ciudadano dominicano. Castellanos
aseguró al ministro de Asuntos Extranjeros que estaba autorizado
por su propio Gobierno para informarle de que, antes de recibir
sus credenciales, había adoptado la nacionalidad dominicana, con
un permiso previo del ejecutivo de Madrid. Por tal motivo, dicho
ministro le preguntó si estaba naturalizado dominicano, a lo que
Castellanos respondió que sí, por el hecho de haber renunciado
60
Ibídem, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, París, 13 de septiembre de 1859 (el texto en cursiva aparece
subrayado en el original).
114
Luis Alfonso Escolano Giménez
a la nacionalidad española de la que gozaba, «con permiso de ese
Gobierno y adoptado la dominicana sin cuyo requisito no podría
llevar su representación y poderes».61
La susceptibilidad de Francia hacia esta cuestión meramente formal, además de tratarse de una maniobra con la cual ganar tiempo,
parece asimismo dejar entrever un cierto recelo hacia la posibilidad
de que España, por medio de uno de sus súbditos, pudiese jugar
un papel cada vez más activo en la política exterior de la República
Dominicana. La rivalidad de Gran Bretaña, Francia y España entre
sí, y la de las tres potencias europeas frente a los Estados Unidos
continuó siendo hábilmente utilizada en los meses siguientes por
el Gobierno dominicano, con el fin de alcanzar sus propias metas.
El 30 de septiembre Castellanos volvió a dirigirse al ministro
dominicano de Relaciones Exteriores y le comunicó que el responsable del Quai d’Orsay aún no había respondido su nota del
día 10, por lo que le había solicitado de nuevo que resolviera la
cuestión consular en los mismos términos que el gabinete británico, y aceptase la presentación de sus credenciales. A continuación,
el diplomático acusó a los enemigos del Gobierno dominicano
de «hacerle por la prensa el mayor mal» que podían, sin cesar,
por medio de «publicaciones malignas», y como prueba de ello le
adjuntó un recorte del periódico Las Novedades, de Madrid, del 20
de septiembre. Castellanos pidió a Alfau que respondiera a ese
escrito con la publicación de la nota que le había pasado Russell,
«a fin de neutralizar el mal» que querían inferir a la República,
pero no explicitó en ningún momento quiénes eran los que trataban de perjudicar al Gobierno dominicano.62
En su despacho del 15 de octubre, el agente del ejecutivo de
Santo Domingo en París indicó a Lavastida que seguía sin recibir
ninguna respuesta del ministro francés de Asuntos Extranjeros
a sus dos comunicaciones anteriores, fechadas el 10 y el 20 de
septiembre, respectivamente. Aunque consideraba imposible
que el cónsul de Francia hubiera salido hacia Santo Domingo, si
así hubiese sido y se presentase nuevamente al Gobierno de la
61
62
Ibídem.
Ibídem, 30 de septiembre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
115
República, aconsejó a su inmediato superior que procediera de
un modo compatible con la justicia que habían reclamado y con
«el decoro sagrado de la nación dominicana». Según Castellanos,
el cónsul de Gran Bretaña cambiaría los términos de su representación, y si ellos fuesen aceptables en opinión de Lavastida, su
respuesta debería ser sencilla, limitándose a decir que dado que
aquel no tenía carácter diplomático y teniendo el Gobierno de
la República su representante diplomático en Londres, le había
dado todas las instrucciones necesarias para que pudiera arreglar la cuestión. Por último, le recomendó que «si los cónsules
extranjeros volviesen a representar colectivamente en términos
admisibles», lo que a su juicio no era «de esperar, por no estar
ninguno de los otros en el mismo caso» que el británico, debería
acoger solamente la representación de este, dándole la respuesta indicada, y rechazar las otras, por no estar advertido por sus
agentes diplomáticos en París y Madrid de haberse restablecido
las relaciones oficiales. En efecto, Alfau le había avisado el 11 de
septiembre de que en España él se encontraba en el mismo caso
que el propio Castellanos en Francia.63
Todavía el 31 de diciembre de 1859, el representante de la
República Dominicana en París insistió en que no creía que fuera obstáculo para la admisión de sus credenciales por parte del
Gobierno francés la objeción que este había planteado sobre el
asunto de la nacionalidad, pues había quedado fuera de toda
duda que era dominicano desde que asumió el encargo de representar a la República. Sin embargo, la parte más interesante de
este despacho es la dedicada a la información sobre las actividades
en Francia de Báez, quien se movía «con sumo ahínco» para volver a Santo Domingo, tenía dinero y lo gastaba «en todos sentidos,
procurando atraerse a todos» los que consideraba que podían favorecer sus proyectos. De ello alertó al ministro dominicano de
Relaciones Exteriores, a fin de que lo tuviese «presente siempre
para oponerle la misma resistencia», sobre todo en París, donde
Báez quería mantener viva la idea de que podía volver a dominar
la República, «difundiendo por todos los medios la decadencia»
63
Ibídem, 15 de octubre de 1859.
116
Luis Alfonso Escolano Giménez
cada vez mayor que sufría el poder de Santana, según sus partidarios. Por esta razón, Castellanos consideraba indispensable subvencionar algunos periódicos, para que en ellos se hablara «constantemente del verdadero estado del país», y de lo que repugnaba
«allí la dominación de Báez, hasta extinguir completamente sus
incansables pretensiones». Acto seguido, aseguró que sin tales
esfuerzos se perdía mucho terreno todos los días, algo que el
diplomático veía más claro que el ministro en Santo Domingo,
porque París era el centro desde donde se impulsaban todas las
cosas buenas y malas que se reflejaban en los demás pueblos del
mundo, de modo que en su opinión no había «cosa peor que […]
callar y dejar hablar al maldiciente».64
Quien no guardó silencio, sino que estimó oportuno ponerse
en contacto con los Gobiernos europeos, fue el propio Báez, que
entregó al embajador de España en París una comunicación que
este hizo llegar al ministro de Estado. Su objeto era solicitar que
las potencias de Europa procurasen «impedir de alguna manera las medidas de violencia» a las que, según el ex presidente, se
entregaba el Gobierno dominicano «en contravención a lo estipulado en el convenio» de junio de 1858, «relativo a la dimisión
de la presidencia del mismo Báez», que se había negociado bajo
los auspicios de los cónsules de España, Francia y Gran Bretaña.
El representante del Gobierno español en París, quien ignoraba
las circunstancias de este asunto, que además era de naturaleza
delicada, se limitó a manifestar al ex presidente dominicano que
transmitiría su escrito al ministro de Estado.65
En dicha misiva, Báez calificó a Santana como implacable enemigo suyo, lo acusó de estar «mal avenido siempre con la paz y el
orden públicos», y afirmó que había condescendido con los que
creían, aunque él nunca lo creyó, que su dimisión «pondría fin
a las turbulencias» de su país. Dejó la presidencia bien persuadido de que se la entregaba a un hombre ambicioso, cuyo único
pensamiento político había sido siempre, y lo era también en
aquellos momentos, «la enajenación de una parte del territorio
64
65
Ibídem, 31 de diciembre de 1859.
AMAE, H 2374, Mon-ministro de Estado, París, 26 de agosto de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
117
dominicano». No obstante, al hacer este sacrificio y firmar la convención del 12 de junio, el ex presidente pensó que «si Santana
intentaba sustraerse a las obligaciones de aquel compromiso
procuraría estorbárselo la influencia de los tres agentes autores
por decirlo así del documento citado», y por ello se preguntó que
si las firmas de los cónsules europeos no significaban alguna garantía moral en aquel documento, qué otro significado podrían
tener. Llevado de este convencimiento, y viendo cuán distintos
de la intención de dichos agentes diplomáticos habían sido los
resultados, se había decidido a denunciar a los tres Gobiernos la
escandalosa manera en que Santana había violado y continuaba
violando la estipulación. Según Báez, «seiscientas o más personas
que voluntariamente o por coacción hubieron de ausentarse del
país, pero que por la letra y espíritu del convenio debían quedar
enteramente libres de volver a sus hogares», habían sido declaradas proscritas de hecho, mientras que a otros sujetos que allá
quedaron al abrigo de la capitulación se les perseguía, como le
había sucedido al general Cabral, quien se vio obligado a refugiarse en el consulado de Francia, desde donde huyó al extranjero.
«Semejantes atentados, [...] la persecución política suscitada en
forma de acusación contra ministros, senadores, y una multitud
de personas de forma [sic], de arraigo, y de la mayor importancia en el país; y en fin, otros actos de tiranía», producían un
cúmulo de males, y una efervescencia tal, que no solo anulaban
el objeto de la convención, sino que conducirían «infaliblemente
a nuevas discordias civiles y a la ruina de aquel país».66
El ex presidente de la República Dominicana señaló, en suma,
que el hecho «de haber tenido origen el violado convenio en una
intervención» de los tres cónsules; el desaire que de su infracción
resultaba a estos y a sus Gobiernos; la conducta que con ellos mismos había observado posteriormente el Gobierno de Santana, así
como la noticia cierta de que este andaba en tratos para vender
la bahía de Samaná, eran datos que sin duda merecían ser tomados en la más seria consideración por los Gobiernos de España,
66
Ibídem, Báez-ministro de Estado, París, 24 de agosto de 1859 (se trata de un
documento adjunto al anterior).
118
Luis Alfonso Escolano Giménez
Francia y Gran Bretaña, puesto que en ello estaban empeñados
«en cierta forma su decoro, su política general en América, y hasta
la causa sagrada de la humanidad y de la justicia». Báez terminó su alegato a favor de una nueva injerencia extranjera en los
asuntos dominicanos en nombre de «las numerosas y desgraciadas
víctimas de la desleal conducta del general Santana», y expresó
en forma altisonante que no podía «menos de invocar el auxilio
y protección de las tres grandes naciones en cuya garantía moral
confiaron aquellos desgraciados».67
Como consecuencia de esta comunicación, el Ministerio de
Estado encargó un informe a su dirección política, en el que se explicaban las condiciones del acuerdo firmado por ambos generales
y los tres cónsules mencionados. El jefe del negociado de América
indicó que lo procedente en este asunto era acusar recibo a Báez
de un modo lacónico y sencillo, dado que no podían asegurarse
de la exactitud de sus asertos hasta que llegase a su destino el nuevo cónsul de España. Aun así, mientras tanto se podía preguntar
por la vía habitual a los Gobiernos de Francia y Gran Bretaña cuál
era la conducta que pensaban seguir en el particular, y para dar
a este paso un carácter confidencial, los embajadores de España
en París y Londres, Mon e Istúriz, deberían hacer verbalmente las
gestiones necesarias.68
Así se hizo el 24 de octubre, fecha en la que se acusó recibo
de su escrito a Báez, y el 2 de noviembre, en que se transmitieron a los dos embajadores instrucciones al respecto. Mon informó de que Báez había dirigido al ministro francés de Asuntos
Extranjeros una comunicación igual a la que remitió al ministro
de Estado, pero que el Gobierno francés, ni la había contestado, ni había tomado el asunto en consideración. El embajador
añadió que «la demanda del general Báez no podría ser resuelta
sino después de oír los informes del cónsul de Francia en Santo
Domingo», y que hasta ese momento la atención del ejecutivo
de París se había limitado a promover el regreso del mismo a
su destino. Sin embargo, según las explicaciones dadas por el
67
68
Ibídem.
Ibídem, informe de la dirección política del Ministerio de Estado, Madrid, 23
de septiembre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
119
Ministerio de Asuntos Extranjeros, era poco probable que este
se interesara en la pretensión del ex presidente. En efecto, contra ella se presentaban «a primera vista muchas objeciones; ya
porque los términos del convenio de 12 de junio no serían tan
explícitos» como Báez había pretendido hacer ver, ya porque
las persecuciones contra sus partidarios podían «ser ocasionadas por hechos posteriores al convenio», y también porque el
Gobierno francés quería evitar que se le acusara «de influir y de
mezclarse en las cuestiones interiores de otros Estados».69
En la actitud de Francia, sin duda, tuvo asimismo mucho que
ver la que adoptó el Gobierno británico. En efecto, tras recibir
una carta de Báez, el secretario del Foreign Office solicitó un informe a Hood, en el que este aseguró que Santana había hecho
todo lo que estaba en su mano para que aquellos opositores políticos suyos que habían permanecido en el país fuesen respetados;
pero que el presidente de la República no podía impedir que los
particulares se vengaran por los perjuicios, reales o imaginarios,
que hubiesen sufrido. Es más, hasta el momento de su salida de
Santo Domingo, el cónsul de Gran Bretaña no tuvo conocimiento de que existiera agitación política alguna, ni supo de ningún
motivo serio que la justificase, excepto las medidas adoptadas
con relación al papel moneda. La única parte de la misiva del
ex presidente dominicano que parecía estar bien fundada era
aquella en la que había afirmado que Santana estaba negociando
la venta de la bahía de Samaná al Gobierno de los Estados Unidos.
Hood creía firmemente que esto era cierto, y de hecho había comunicado al Foreign Office la información en su poder sobre el
asunto. Pese a todo, no pensaba que hubiera en esos momentos
ninguna circunstancia que justificase la intromisión del Gobierno
británico, ni de ningún otro, en los problemas internos de la
República Dominicana. Aun así, a su juicio la posible enajenación
de Samaná reclamaba una seria atención por parte del gabinete
londinense, si deseaba evitar que ese plan se llevara a cabo, lo
que parecía algo inminente. Báez había basado su llamamiento
69
Ibídem, Mon-ministro de Estado, París, 28 de noviembre de 1859.
120
Luis Alfonso Escolano Giménez
al Gobierno de Gran Bretaña en la supuesta obligación contraída
por Hood al firmar el acuerdo del 12 de junio de 1858, argumento
que este agente rechazó por considerarlo infundado, y mencionó
que cuando su predecesor, en 1857, se quejó a Báez por su violación de los términos de la reconciliación con Santana, el entonces
presidente negó que Schomburgk tuviese derecho a intervenir,
aunque su firma había sido estampada en ese documento del mismo modo que la de Hood en la convención de 1858.70
5. EL PROGRESIVO REACERCAMIENTO DE LA
REPÚBLICA DOMINICANA A ESPAÑA
En las palabras del representante de Gran Bretaña en Santo
Domingo no se aprecia, pues, una gran estima hacia la persona de
Báez, lo que explica en buena medida la actitud adoptada hacia
él por el Foreign Office y por el Ministerio francés de Asuntos
Extranjeros, de común acuerdo, como habían venido haciendo
en todo lo relativo a la República Dominicana. En el caso del
Gobierno español puede afirmarse lo mismo, pero solo hasta cierto
punto, pues no fue siempre así en todas y cada una de las cuestiones que se presentaron. El cónsul de España en la capital dominicana actuaba por lo general en sintonía con sus colegas de Francia
y Gran Bretaña, como cuando determinó, de acuerdo con ellos,
escribir al ministro plenipotenciario de España en Washington,
participándole la salida para aquel punto de Madrigal.71
No obstante, parece claro que el nuevo cónsul, Tiburcio
Faraldo, que tomó posesión de su cargo en marzo de 1859, desempeñó un papel algo más activo que su antecesor. El 22 de marzo, Faraldo informó al ministro de Estado de que en esa misma
fecha debía embarcarse el senador Fernández de Castro con destino a Dinamarca, a fin de «arreglar definitivamente las diferencias suscitadas entre su Gobierno y el de aquel país, con motivo
70
71
TNA, FO 23/39, Hood-Russell, Londres, 17 de septiembre de 1859.
AMAE, fondo «Correspondencia», subfondo «Consulados», serie «República
Dominicana», leg. H 2057 (en adelante: AMAE, H 2057), Del Castilloministro de Estado, Santo Domingo, 7 de febrero de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
121
de la reclamación presentada por el comodoro Mr. Christmas».
El representante de España señaló que el Gobierno dominicano había resuelto dar este paso para neutralizar el efecto de los
informes que aquel pudiera haber dado al ejecutivo danés, e incluso expresó su deseo de que, si Castro llegaba a Copenhague
antes de haberse adoptado allí una resolución extrema, fuese
posible un arreglo pacífico de las diferencias. Faraldo apostó
también por que la República Dominicana no se viera «en la
alternativa de conceder por la fuerza» lo que no había querido
«otorgar de grado», y «presenciar impasible el bloqueo de sus
puertos, y la paralización del escaso comercio» que ese país sostenía exclusivamente con las Antillas danesas.72 Lo cierto es que
estas palabras más bien parecen escritas por el propio Gobierno
dominicano, tal es el énfasis puesto en la defensa de su postura,
que por un observador neutral.
Si bien no puede deducirse como algo evidente, sí cabe
apuntar una posible tendencia, en el sentido de un mayor acercamiento a los intereses dominicanos, que quizás quede más
clara a la luz del despacho que envió al ministro de Estado el
embajador de España en Copenhague, Gutiérrez de Terán, con
motivo de la llegada de Castro a esa ciudad. En su explicación
de los hechos que habían originado el conflicto, aquel señaló
que tres barcos daneses fueron capturados durante el bloqueo
de Puerto Plata establecido por Báez, y que según Fernández
de Castro, «sujeto muy instruido», la razón parecía estar de
parte de aquella República, puesto que el bloqueo había sido
establecido en toda regla y publicado en la forma acostumbrada. Aunque la administración del presidente Santana no tuvo
parte en el acto contra el cual reclamaba el Gobierno danés,
«deseosa de facilitar el desenlace de estas dificultades», había
autorizado a su enviado para que propusiera un arbitraje, y dejó
a la voluntad del gabinete de Copenhague la designación de la
potencia que lo hubiese de desempeñar. Esta era, pues, la razón
principal por la que Gutiérrez de Terán llamó la atención del
ministro, ya que tenía «entendido que en la lista de naciones
72
Ibídem, Faraldo-ministro de Estado, Santo Domingo, 22 de marzo de 1859.
122
Luis Alfonso Escolano Giménez
amigas de la República Dominicana» que traía Castro para que
el Gobierno danés pudiera elegir la que mejor le pareciese,
España figuraba como una de las primeras. Por ello, el diplomático había considerado necesario ponerlo en conocimiento
del ejecutivo español, a fin de saber cuál era su parecer a este
respecto, y en qué términos debería expresarse él si España fuera elegida como mediadora entre ambos países. Sin embargo,
quiso dejar claro que no se trataba de una necesidad perentoria
de instrucciones para encargarse de la mediación, sino que tan
solo buscaba «tener una especie de seguridad de que por parte
de España» no habría inconveniente alguno llegado el caso, a
pesar de lo cual no se abstuvo de pedir al ministro que le comunicase su opinión acerca del asunto lo antes posible.73
El ministro de Estado, Calderón Collantes, respondió a
Gutiérrez de Terán que si el Gobierno de Dinamarca le indicara su
propósito de someter la cuestión al fallo arbitral del ejecutivo de
Madrid, debía manifestarle que no era de presumir que el mismo
pusiese obstáculo a la aceptación de este encargo. Una vez que el
Gobierno danés, de acuerdo con el dominicano, formulara con
arreglo a los usos establecidos la demanda conveniente, se darían
al agente de España en Copenhague las instrucciones oportunas
teniendo en cuenta la naturaleza del asunto, sobre el que debía
facilitar cuantos datos pudiese reunir.74
En esta misma línea de acercamiento progresivo entre los
Gobiernos dominicano y español se encuentra la petición hecha
por Lavastida al cónsul Faraldo, como consecuencia de los fallecimientos del arzobispo de Santo Domingo y de su obispo coadjutor
en 1858 y 1857, respectivamente,75 tras los cuales la Iglesia dominicana había quedado «en estado de orfandad «y sujeta «a la administración extraña» del obispo de Curazao. El ministro de Relaciones
73
74
75
Ibídem, Gutiérrez de Terán-ministro de Estado, Copenhague, 12 de mayo de
1859.
Ibídem, Calderón Collantes-embajador de España en Copenhague, Aranjuez,
23 de mayo de 1859 (minuta).
María Magdalena Guerrero Cano, Disciplina y laxitud: la Iglesia dominicana en
la época de la anexión, Servicio de Publicaciones, Universidad de Cádiz, 1989,
pp. 51-52.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
123
Exteriores habló a Faraldo de que el ejecutivo, deseoso de remediar
esta situación, se había dirigido al papa en enero de 1859, con objeto de proponerle para el Arzobispado de Santo Domingo a Antonio
María Cerezano, residente en Puerto Rico, «sujeto conocido por su
saber y moralidad y por haber administrado la diócesis de aquella
isla en sede vacante». Lavastida lamentó que aún no se hubiera recibido ninguna contestación, y añadió que el Gobierno dominicano
estaba muy interesado en que la Santa Sede nombrase a Cerezano,
por lo que deseaba «interponer en este asunto el influjo y valimiento» del gabinete de Madrid, a fin de que por medio de su embajador en Roma se obtuviera dicho fin.76
También es muy significativa la comunicación reservada que
remitió Faraldo al ministro de Estado para informarle de la llegada a Santo Domingo del «viajero norteamericano míster Gage
después de haber recorrido y estudiado detenidamente los distritos más feraces y las zonas más ricas en productos minerales del
territorio dominicano». El cónsul indicó que aunque la opinión
general atribuía a Gage «la representación de una empresa comercial de su país», algunos lo consideraban un emisario secreto
de los Estados Unidos. En cualquier caso, lo cierto era que había
dirigido al Gobierno dominicano una exposición en la que manifestó el deseo de llevar al territorio de la República una numerosa
colonia de súbditos americanos. A dicha exposición acompañaba
un extenso interrogatorio del que Faraldo incluyó una copia, y
aseguró que la tendencia política que envolvían algunas de las
preguntas contenidas en el mismo, sobre todo la segunda, la
tercera y la cuarta, dejaban ver muy claramente la mano del ejecutivo de Washington. Según el diplomático, esta sospecha se veía
confirmada por «haber traído míster Gage cartas de recomendación para el presidente Santana, suscritas por varios senadores y
personas influyentes en el Gobierno de la Unión». Además, señaló
que nada tenía de extraño que los Estados Unidos, «ambicionando y no pudiendo conseguir la adquisición de Cuba», quisieran
poseer toda o parte de la isla de Santo Domingo, desde la que,
76
AGA, 54/5225, No. 5, Lavastida-cónsul de España en Santo Domingo, Santo
Domingo, 12 de mayo de 1859.
124
Luis Alfonso Escolano Giménez
«una vez apoderados directa o indirectamente del territorio dominicano, podrían sin grandes dificultades […] llevar a cabo sus
planes de invasión» contra la colonia española. A pesar de todo,
Faraldo no quiso parecer alarmista, y admitió la posibilidad de que
el proyecto del aventurero norteamericano no ocultase ningún
plan político, pero tratándose de los Estados Unidos, «cuya tendencia absorbedora» era bien conocida, las más ligeras suposiciones y
«los temores menos fundados» se convertían en evidencia, cuando
podían referirse de alguna manera al porvenir de Cuba. No obstante,
lo más curioso de su despacho es cuando a continuación afirmó que
Santana siempre había «manifestado marcada repulsión a todo» lo
que procediera de los Estados Unidos, y no parecía dispuesto a proteger la inmigración norteamericana, tal como le aseguró el ministro
de Relaciones Exteriores, quien añadió que «el Gobierno había acogido con frialdad las proposiciones de míster Gage».77
Si bien es cierto que Faraldo era, por así decir, un recién llegado al escenario dominicano, también lo es que debía contar con
todos los antecedentes del caso, para lo que tenía a su disposición
tanto los fondos del archivo consular, como la propia información
que le hubiese podido facilitar personalmente su predecesor en el
cargo. Por esta razón, cabe intuir que por debajo de lo que parece
una interpretación en extremo benigna, o cuando menos ingenua,
de la política exterior de Santana, existe cierta ambigüedad en la
actitud que mantenía el representante del Gobierno español hacia
el dominicano, al margen de los agentes de Francia y Gran Bretaña.
Con respecto a las cuestiones planteadas por Gage, la primera
preguntaba si «desearía el pueblo de Santo Domingo y su
Gobierno que viniesen emigrados de los Estados Unidos a fijarse
en la República como agricultores, mecánicos, comerciantes y
trabajadores». Las siguientes, entre ellas las que más llamaron la
atención del cónsul de España, eran:
2.ª ¿Se les concederían iguales privilegios que a los naturales
del país?
77
AMAE, H 2057, Faraldo-ministro de Estado, Santo Domingo, 23 de abril de
1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
125
3.ª ¿Se les concedería el derecho de votar para la nominación de los empleados públicos lo mismo que a los ciudadanos nativos?
4.ª ¿Se les permitiría ejercer cargos públicos lo mismo que a
los dominicanos?
5.ª ¿Cuál inmigración se preferiría que viniese de los Estados
Unidos, negros, de color, o blancos?
6.ª ¿Se les permitiría traer intereses al país, es decir, mercancías, utensilios de agricultura, máquinas de vapor, herramientas […], y cualquiera otra cosa necesaria?.78
Y así hasta un total de diecinueve preguntas, algunas de las
cuales se referían a asuntos tales como derechos de importación
y exportación, impuestos, servicio militar, derecho a «adquirir y
poseer terrenos», libertad de culto y enseñanza, instrucción pública, libertad de expresión, y restricciones y monopolios existentes
sobre el comercio y la industria.79 La sospecha que despertaron las
actividades del viajero norteamericano se puso de relieve en la respuesta del ministro de Estado, quien aludió al temor de que la misión de Gage ocultara en efecto algún plan contra Cuba. Calderón
encareció la importancia de que Faraldo continuase a la mira de
las gestiones de aquel para dar cuenta al Gobierno español de su
resultado, y comunicar lo que ocurriese al gobernador de Cuba si
fuera necesario.80
Sin embargo, los proyectos de colonización estadounidenses
no eran los únicos que preocupaban al representante de España
en Santo Domingo, sino que también siguió de cerca los progresos
del contrato firmado entre el Gobierno dominicano y una compañía anglofrancesa para la explotación de los bosques, las minas de
carbón, oro y plata, el guano, etc. que se encontraran en el territorio de la República. Una vez vencidas «las dificultades que la empresa concesionaria oponía al anticipo de un millón de francos,
condición esencialísima» por parte del Gobierno dominicano, la
78
79
80
Ibídem (se trata de una copia, adjunta al documento anterior).
Ibídem.
Ibídem, Calderón Collantes-cónsul de España en Santo Domingo, Aranjuez,
13 de junio de 1859 (minuta).
126
Luis Alfonso Escolano Giménez
negociación había terminado, y en un plazo breve se haría efectiva
la cantidad estipulada. Faraldo indicó al ministro de Estado que,
siendo pues un hecho consumado, omitía hacer reflexiones acerca de las ventajas y perjuicios que podrían «resultar a la República
de una concesión tan lata» como la que acababa de obtener la
mencionada compañía,81 palabras que dejan entrever un claro recelo por las posibles consecuencias de todo tipo, implícitas en un
acuerdo de tales características.
El mencionado contrato no llegó a buen puerto, dada la
suspensión de las relaciones diplomáticas entre la República
Dominicana y las potencias europeas tras la crisis por la cuestión
monetaria. A pesar de ello, pronto volvieron a presentarse ocasiones para intentarlo de nuevo, como se deduce del contenido de
un despacho de Castellanos al ministro dominicano de Relaciones
Exteriores, en el que señaló que con motivo de las diferentes publicaciones que había hecho «poner en los periódicos de Europa
para dar a conocer la importancia de la República Dominicana,
por su situación geográfica», sus riquezas minerales, la feracidad
de sus suelos, y la abundancia de sus maderas preciosas, habían
acudido a él «muchos capitalistas, para imponerse de las facilidades» que el Gobierno dominicano ofrecería a aquellos que decidieran establecerse allí, «para emplear sus capitales en la explotación de esas minas, principalmente en las de carbón» de Samaná.
No obstante, el diplomático solo había podido darles seguridades
vagas que no podían dejar satisfecho a ninguno de los que con el
mejor deseo buscaban hacer buenos negocios, porque todos le pedían muestras del carbón de Samaná, y como no disponía de ellas,
tenía que aplazarlo para cuando las recibiese. Además, prometía
ampliarles las noticias de las conveniencias que el ejecutivo estaba
dispuesto a ofrecer, no solo a los que estuvieran interesados en
explotar esas minas, sino también a los que fuesen a establecerse
con sus familias como colonos agricultores e industriales. Por ello,
Castellanos pidió al ministro que le enviara algunas muestras de
carbón de piedra de dichas minas, con indicación de los terrenos
que las rodeaban, y le especificase si eran de propiedad estatal o
81
Ibídem, Faraldo-ministro de Estado, Santo Domingo, 17 de abril de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
127
particular, las conveniencias que el Gobierno proporcionaría a los
inversores que quisieran explotarlas, así como toda la información
que pudiese proporcionarle para satisfacer los deseos de quienes
planearan radicarse en la República.82
Con todo, el principal punto en el que puede apreciarse un
mayor distanciamiento entre la postura española y la francobritánica frente al Gobierno dominicano fueron sin duda las decisiones adoptadas en relación con el regreso de los cónsules a Santo
Domingo. Saint André indicó a Hood que Faraldo le había informado de que el Gobierno español había aprobado su conducta
plenamente, pese a lo cual, no queriendo exponerse de nuevo a
los peligros personales que los amenazaban en Santo Domingo y
que hicieron tan necesaria su salida conjunta de esa ciudad, había
solicitado un cambio de destino. Si bien Saint André dijo comprender su deseo, pensaba que el ejecutivo español no le concedería lo que solicitaba antes de haber obtenido las satisfacciones a
las que tenía derecho.83
Sin embargo, el cónsul de Francia en Santo Domingo se equivocó. En realidad, la actuación de Faraldo no solo no fue ratificada por su Gobierno con una adhesión incondicional a los planteamientos de Londres y París, sino que además nombró un nuevo
cónsul y actuó de forma muy diferente al presentar su reclamación contra el decreto amortizador del papel moneda emitido por
Báez. En efecto, las instrucciones remitidas por el Foreign Office
al Almirantazgo estipulaban que el oficial al mando del buque
que condujese a Hood a Santo Domingo no saludara la bandera
dominicana a su entrada en aguas de la República. No obstante, si
recibiese una respuesta expresiva de un completo consentimiento
por parte del Gobierno dominicano a las exigencias de la nota,
seguida de un saludo a la bandera británica, debía devolver el
saludo y a continuación el cónsul desembarcaría. En todo caso,
insistían las instrucciones, este no lo haría sin tal consentimiento
previo, seguido por el saludo, y hasta que el cónsul desembarcara
82
83
AGN, RREE, leg. 13, expte. 4, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 15 de noviembre de 1859.
TNA, FO 23/39, Saint André-Hood, París, 28 de julio de 1859.
128
Luis Alfonso Escolano Giménez
todas las comunicaciones con el Gobierno dominicano por parte
del británico tenía que mantenerlas el oficial al mando del buque por sí solo. Si la respuesta del Gobierno dominicano no fuese
plenamente satisfactoria, el oficial se remitiría al Almirantazgo
para nuevas instrucciones, pero no tenía que aguardar en Santo
Domingo hasta que llegaran, sino que debía dirigirse a Saint
Thomas y desembarcar allí a Hood.84
Finalmente, el 3 de diciembre de 1859 el Gobierno dominicano se vio forzado a ceder ante las exigencias planteadas por los
comandantes de los buques de guerra francés y británico en nombre de sus respectivos Gobiernos, y tras el saludo a las banderas
de ambos países los dos cónsules bajaron a tierra ese mismo día.
Hood se dirigió el 5 de diciembre al nuevo ministro de Relaciones
Exteriores, Fernández de Castro, expresándole su deseo de concluir lo antes posible un arreglo definitivo de los compromisos
financieros contraídos por la pasada administración con los súbditos británicos, y le pidió que lo recibiese junto al representante
de Francia.85 El día 10, Hood escribió al ministro una carta particular, redactada en español, a la que acompañaba una nota que le
habían prometido los cónsules la noche anterior, en la que vería
el gran deseo de estos de llegar a un arreglo, puesto que habían
«duplicado el tipo y quitado un 25% de la parte» que se debía recibir en las administraciones. A continuación le recordó que, según
le habían dicho ya, esta era la última modificación que podían
admitir, por lo que esperaba que le fuera posible aceptarla y así
reunirse de nuevo esa misma noche para redactar el protocolo. En
caso contrario, prosiguió el agente de Gran Bretaña, sus esfuerzos
habrían sido infructuosos y tendrían que dejar a otros el arreglo
de una cuestión que tanto les había ocupado y enterado.86
En un documento oficial del Gobierno dominicano, fechado
el 11 de diciembre, puede leerse que aunque el ejecutivo de la
República no consideraba justo indemnizar el papel moneda
84
85
86
TNA, FO 23/40, Foreign Office-Almirantazgo, Londres, 13 de octubre de
1859.
AGN, RREE, leg. 12, expte. 16, Hood-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Santo Domingo, 5 de diciembre de 1859.
Ibídem, 10 de diciembre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
129
Báez, que había sido adquirido por sus tenedores a los tipos de
40, 50, 60 o 64,000 pesos la onza, a un cambio mayor de los 32
fijados por el decreto del Senado; y pese a que lo convenido en
las notas cruzadas entre aquel y los comandantes de las fuerzas
navales europeas había sido «solo indemnizar individualmente a
los súbditos franceses, ingleses, y españoles de las pérdidas que
probasen haber experimentado y a cubrir» las que «no alcanzase
el mismo decreto», quiso autorizar a su ministro de Relaciones
Exteriores para que, «en obsequio de la armonía que deseaba volviese a reinar entre las partes» en conflicto, propusiera «crear una
renta que constituyese una deuda interior» a un interés del 5%,
con la que recogería el mencionado papel, «no ya al tipo justo
del decreto del Senado», sino a razón de 20,000 pesos la onza, es
decir, «más de tres veces el del último curso que tuvo cuando se
recogió». No obstante, los cónsules desconocieron esos principios
de justicia y «propusieron a su vez el tipo de 4,800», pero como el
Gobierno dominicano veía imposible «tomar en consideración tal
propuesta, hizo un esfuerzo, en obsequio de su deseo de conciliar
los pareceres, hasta 16,000», y accedió «a las demás exigencias de
interés y plazo en que se había de amortizar la deuda». A pesar de
«tan cuantiosas larguezas de parte» del ejecutivo dominicano, los
cónsules «no creyeron poder proponer como último término más
que el tipo de 8,000» pesos nacionales por onza de oro. El escrito
señala también que en esta situación el Gobierno de la República
creyó que no era digno de ella someterse a tales exigencias, y propuso como último término el tipo de 12,000 pesos nacionales por
onza de oro, y aceptó las demás condiciones contenidas en «las bases del arreglo y su modificación posterior, con excepción de la de
los vales dados en pagos legítimos por la administración anterior»,
cuyo reembolso harían al mismo tipo que el de dicho papel moneda. Pero esta rebaja tampoco fue suficiente para los diplomáticos
europeos, que se negaron a todo acuerdo y desecharon una oferta
que, más que en la justicia, estaba «basada en una abnegación
del derecho» que asistía al Gobierno dominicano, «en obsequio
de la conservación de las buenas relaciones con potencias cuya
amistad» había tenido en tan alto aprecio. Por último, concluye
el documento, los miembros del gabinete estaban convencidos de
130
Luis Alfonso Escolano Giménez
que los cónsules no podían «tener instrucciones para chocar tan
de frente contra los principios de la más evidente justicia, ni hollar
los del derecho internacional», por todo lo cual se remitirían a los
Gobiernos de Francia, Gran Bretaña y España en reclamación de
sus desconocidos derechos.87
Los términos en que está redactado el escrito resultan bien expresivos de la humillación a la que tuvo que someterse el Gobierno
dominicano, y de la resistencia que trató de oponer frente a las
pretensiones de los agentes europeos. El 12 de diciembre, Hood
explicó a Russell que después de varias entrevistas con el ministro de Relaciones Exteriores, ese mismo día habían llegado a un
ajuste final de la cuestión del papel moneda. Es también muy
interesante constatar que, según el cónsul de Gran Bretaña, las
conversaciones se habían desarrollado en el clima más amistoso y
conciliador, al cual, así como a las grandes concesiones hechas por
los representantes de los países europeos, debía atribuirse principalmente el feliz resultado de sus reclamaciones. Este se vio facilitado asimismo por la dimisión de Lavastida y el nombramiento en
su lugar de Fernández de Castro, a quien el diplomático británico
consideraba una persona moderada y culta. Solo al final de su
despacho, Hood mencionó que el cónsul de España había llegado
a Santo Domingo el día 3 y desembarcado el 5, después de lo cual
se había unido a los de Francia y Gran Bretaña en sus entrevistas
con el ministro.88
En una comunicación posterior, Hood informó con algo más
de detalle sobre la llegada del nuevo agente de España, Mariano
Álvarez, en un buque de dos cañones cuyo capitán no tenía instrucciones de exigir un saludo al cual además no habría podido
responder. Por consiguiente, tras un intercambio de notas muy
similares a las que habían pasado entre el capitán Moorman y
el Gobierno dominicano, Álvarez desembarcó dos días más tarde. El representante de Gran Bretaña aprovechó también para
elogiar la habilidad con que los comandantes de los buques de
guerra francés y británico habían manejado la correspondencia
87
88
Ibídem, expte. 3, Santo Domingo, 11 de diciembre de 1859 (minuta; no se
indica a quién va dirigido el documento).
TNA, FO 23/39, Hood-Russell, Santo Domingo, 12 de diciembre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
131
con el Gobierno dominicano. Hood aseguró incluso que a ello
cabía atribuir no solo el éxito de su propia misión, sino que había
sido igualmente de gran ayuda para que el arreglo de la cuestión
monetaria resultara más sencillo de lo que habría sido en otra
circunstancia.89
Es curioso que el Gobierno español enviase a su agente diplomático en un pequeño buque de guerra, pero este hecho admite
la siguiente interpretación: dada la reducida potencia artillera del
barco del que se trataba, sus cañones no podrían responder en
caso de exigir el saludo de las baterías portuarias. Con ello, se
salvaban las apariencias ante Francia y Gran Bretaña, so capa de la
no disponibilidad de una embarcación de mayor porte, mientras
que por otra parte se evitaba someter a la República Dominicana a
una humillación como la que acababan de inferirle los buques de
dichos países. Pese a la clara voluntad del cónsul de Gran Bretaña
de minimizar las diferencias entre la actitud española y la francobritánica, estas tuvieron unos efectos que no se iban a hacer
esperar mucho tiempo. Así, el 14 de diciembre, el mismo día en
que había informado al secretario del Foreign Office de la satisfactoria solución alcanzada, Hood se dirigió al ministro dominicano
de Relaciones Exteriores, lamentando tener que hacerlo tan poco
tiempo después del feliz acuerdo por un motivo tan desagradable. A la vez que le expresó su convicción de que el Gobierno
dominicano estaba animado de un sentimiento amistoso hacia su
colega de Francia y hacia él mismo, y que no aprobaría ni permitiría que se cometiera ningún acto de violencia u ofensa contra
ellos, debió sin embargo avisarle de los rumores que circulaban
por la ciudad, que no parecían infundados. Según sus noticias,
varios jóvenes, algunos de los cuales eran altos funcionarios del
Gobierno, se habían reunido con objeto de decidir la forma y el
momento de llevar a cabo un proyecto consistente en asesinarlos
o algún otro acto violento grave. El diplomático dijo no sentir la
menor alarma, pero como cualquier acto de esa naturaleza podría
ser posteriormente atribuido al propio Gobierno dominicano,
consideraba su deber transmitirle dicha información para que el
89
Ibídem, 14 de diciembre de 1859.
132
Luis Alfonso Escolano Giménez
ejecutivo pudiese adoptar las medidas que estimara necesarias en
tales circunstancias.90
Hood no tuvo más remedio que poner esta situación en conocimiento de Russell, al que indicó que cuando el Gobierno
dominicano se sometió a las exigencias hechas por los capitanes
de los buques, había cedido tan solo a un confuso sentimiento
de temor; pero que, al desaparecer el aparente peligro, el miedo
había cesado con él y ahora buscaban vengarse en el cónsul de
Francia y en él mismo por ese temor que habían experimentado innecesariamente. Fuera como fuese, los miraban como si
se hubieran impuesto sobre ellos, y en consecuencia intentaban
vengarse, lo cual era un hecho que ya no admitía duda alguna.
Es más, desde el momento de su desembarco habían recibido
información acerca de las amenazas lanzadas y les llegaban advertencias de todas partes urgiéndoles a mantenerse en guardia.
Aunque al principio no quisieron darles la menor importancia,
más tarde se habían visto obligados a hacerlo, tras obtener un
mejor conocimiento de la situación real del país. A juicio del
representante de Gran Bretaña, el Gobierno dominicano había
tenido que recurrir al terror para sostenerse, tal como demostraban las atrocidades que al parecer se habían cometido en los últimos meses. Los instrumentos ejecutores de ese terror estaban en
la nómina de empleados del Gobierno y no solo habían dicho,
sino que continuaban diciendo públicamente que era necesario
acabar con ellos o envenenarlos. El hijo de un senador, colaborador
muy cercano del presidente, se encontraba a la cabeza de este
grupo, que tenía también entre sus miembros a los hijos de dos
ministros cuyos nombres no citó, y fue solo después de conocer
estas circunstancias, frente a los indicios que indirecta y continuamente se les ofrecían, cuando Saint André y el propio Hood
se habían visto en la necesidad de escribir una carta al ministro
de Relaciones Exteriores. Este se apresuró a verlos y, con el mal
disimulado propósito de castigarlas, intentó que le revelasen los
nombres de las personas que les habían dado esa información,
90
AGN, RREE, leg. 12, expte. 16, Hood-Dávila Fernández de Castro, Santo
Domingo, 14 de diciembre de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
133
a lo que ambos cónsules repusieron que, por una cuestión de
seguridad personal, no podían acceder a su petición, pero en
cambio le indicaron quiénes eran las personas de las que se decía que estaban a la cabeza de este grupo, y cuyos antecedentes
justificaban plenamente tal suposición. En una segunda visita,
Fernández de Castro insistió en su primera solicitud y, a partir de
la conversación que mantuvo con cada agente por separado, los
dos habían llegado muy particularmente a la conclusión de que
el Gobierno necesitaba los servicios de las personas que habían
mencionado, y que por ello no se atrevió ni se atrevería a hacer
nada en el asunto. Esto quedaba probado además por el hecho
de que aún seguían celebrándose reuniones con el objetivo que
ya habían señalado al ministro. Respecto al futuro inmediato,
Hood juzgó difícil decir lo que podría suceder, pues la presencia del buque de guerra británico apenas parecía ya producir
efecto, y por último aseguró a su superior que las personas que
hablaban de asesinato eran capaces de cualquier cosa, pensando
que podían contar con el apoyo o al menos la indiferencia del
Gobierno dominicano.91
Los agravios sufridos por una y otra parte como consecuencia
de esta cuestión no tardaron en provocar un nuevo empeoramiento de las relaciones entre la República Dominicana y Gran Bretaña
y Francia, tal como se puso de relieve en la comunicación que dirigió Fernández de Castro a su homólogo británico el 22 de diciembre. En ella, el primero se quejó de «las dolorosas circunstancias»
que habían acompañado la llegada a Santo Domingo de los
buques de guerra de las Marinas francesa y británica, con objeto
de hacer una reclamación, y que le obligaban «al penoso deber
de someter a la consideración» de los Gobiernos de Gran Bretaña
y Francia, en nombre del suyo, un memorándum que contenía
los hechos que habían tenido lugar, así como las pruebas que los
acreditaban. El ministro también manifestó a Russell el deseo del
Gobierno dominicano de que se persuadiese de la sinceridad con
que siempre había apetecido la amistad del de Gran Bretaña, y
cuánto había sentido que «una equivocada inteligencia de sus
91
TNA, FO 23/39, Hood-Russell,Santo Domingo, 19 de diciembre de 1859.
134
Luis Alfonso Escolano Giménez
intenciones» hubiera hecho «inútiles sus esfuerzos por mantenerle en aquella persuasión». Asimismo, Fernández de Castro esperaba que apreciase como una prueba de ese buen deseo el paso
que había dado su Gobierno por la presente, «dirigida a justificar
a la República de cualquier sombra que un erróneo concepto»
hubiera hecho pesar sobre ella, así como la buena voluntad con
que se habían prestado a todas las facilidades necesarias para «el
arreglo de la cuestión principal felizmente terminada a satisfacción de unos y otros».92
Pese a estas palabras tan conciliadoras y propias del lenguaje
diplomático, la verdadera opinión del ministro queda expuesta
con meridiana claridad en un despacho que este remitió el día 23
de diciembre a Felipe Alfau, el agente de la República en Madrid.
Sus términos no dejan espacio a la ambigüedad: «la dignidad lastimada» del Gobierno dominicano hacía preciso que aquel guardase, respecto a los embajadores de Francia y Gran Bretaña en
la capital española, «por lo menos una reserva en sus relaciones
diplomáticas, adecuada al profundo sentimiento que la humillación, tan gratuitamente inferida al pabellón dominicano», había
causado en los miembros del ejecutivo de Santo Domingo. Por el
contrario, Fernández de Castro recomendó a Alfau la mayor cordialidad con respecto al ministro español de Estado, y que le transmitiera que el Gobierno de la República había hecho «el más alto
aprecio de la conducta noble y comedida» con que los agentes de
España en aquellas aguas habían procedido en el cumplimiento
de sus instrucciones. Según el ministro, dicha conducta tuvo un
«mayor realce en la forma violenta y pocos miramientos», de que
con sobrada razón se quejaban los dominicanos, «empleados por
Francia e Inglaterra en sus reclamaciones a la República».93
Así pues, las repercusiones de los hechos que habían ocurrido
estaban llamadas a pesar cada vez más en el ánimo del Gobierno
dominicano, y sobre todo del propio Santana, a la hora de confiar en la buena voluntad de otros Gobiernos, que no dudaban
92
93
TNA, FO 23/40, Dávila Fernández de Castro-Russell, Santo Domingo, 22 de
diciembre de 1859.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 235-236.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
135
en pisotear su orgullo y avasallarlo con una amenazadora exhibición de fuerza. Sin duda, este nuevo conflicto marcó un antes
y un después en las relaciones de ambas potencias europeas con
la República Dominicana, que se quedaba así aún más sola frente a Haití, y en la tesitura de tener que elegir entre España y los
Estados Unidos para sostenerse, siendo la primera opción la que
contaba con el beneplácito del presidente. Para negociar con el
Gobierno español, aquel podía valerse de la presencia en Madrid
de Alfau, quien contaba con unas extensas instrucciones que le
daban amplio margen de maniobra. Según Rodríguez Demorizi,
«las circunstancias políticas frente a Haití y el egoísmo y la falta de
visión política de los estadistas españoles, desviaron de su curso
salvador la bien orientada aspiración dominicana», formulada en
la misión de Alfau.94
Con ello, Demorizi pretende establecer una diferencia entre
el protectorado que debía solicitar Alfau, de acuerdo con las instrucciones del Gobierno dominicano, y la anexión, que según
dicho autor habría sido la solución impuesta por las autoridades
españolas, un planteamiento que, si bien debe matizarse, puesto
que España no podía imponer, en el sentido estricto del término, esa modalidad, en lo fundamental es acertado. En efecto, los
representantes de España en las Antillas, entre ellos el cónsul en
Santo Domingo, consideraban la opción anexionista como la más
favorable para los intereses españoles.
6. LAS PRINCIPALES AMENAZAS EXTERNAS CONTRA LA
REPÚBLICA DOMINICANA: HAITÍ Y LOS ESTADOS UNIDOS
El antiguo cónsul de Francia en Puerto Príncipe, Maxime
Raybaud, quien, desprovisto de investidura oficial, había regresado a Haití, desde allá se trasladó a Santo Domingo y dirigió el
3 de octubre de 1858 un escrito a Santana, que constituye un «estridente testimonio de la intervención descarada de un extranjero en la política interna de otro país». Carlos F. Pérez matiza
94
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... p. 11; véase la nota No. 8.
136
Luis Alfonso Escolano Giménez
su juicio al añadir que, innegablemente, «en parte, tal demasía
tuvo mucho que ver con el hábito que habían creado los gobernantes dominicanos abrazados sin reservas a la consigna de una
protección extranjera». El hecho es que Raybaud recomendó al
presidente, con una mezcla de falso paternalismo y menosprecio
hacia «las más elementales normas de respeto», que considerase
las dos únicas alternativas que, en su opinión, se ofrecían a la
República Dominicana: caer en manos de los Estados Unidos,
o volver a la unión con Haití. No resulta necesario aclarar que
«esta última disyuntiva era, desde luego, la que él creía más
apropiada» para los dominicanos. Según sus propias palabras,
Raybaud tan solo deseaba «buscar con miras de humanidad un
arreglo […], para conciliar el honor y las pretensiones de los dos
partidos, antes de las desgracias cuyo temor» había motivado su
viaje a Santo Domingo. En esa alusión a las posibles desgracias
que se derivaran del rechazo de su propuesta se advierte una velada amenaza, consistente en emplear «las ansias absorbentes de
Soulouque en caso de nuevas veleidades pronorteamericanas»
del Gobierno dominicano, como un instrumento de presión en
contra del mismo. Sin embargo, Santana no se dejó impresionar
y «reaccionó con la energía exigida por el inusitado entrometimiento» del súbdito francés, disponiendo su inmediata expulsión del país. Este incidente, no obstante, iba a tener importantes
consecuencias, la primera de las cuales fue reanudar las gestiones
encaminadas a obtener la ayuda de España, puesto que como subraya Pérez, «los españoles habían probado, con Segovia, ser los
que tenían las manos más sueltas en los asuntos dominicanos».
Además, aquellos estaban en cierto modo ligados a la República
por un «cuasi compromiso en defensa del mantenimiento de la
soberanía dominicana», a tenor de lo que establecía el artículo
segundo del tratado dominicoespañol.95
En efecto, el ministro de Relaciones Exteriores, Miguel Lavastida,
se dirigió el 21 de octubre de 1858 a su homólogo español para
hacerle una sucinta relación del estado en que se encontraba la
República Dominicana, así como de los acontecimientos políticos
95
C. F. Pérez, Historia diplomática... pp. 345-346.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
137
que justificaban «el recelo de una nueva invasión» por parte de
Haití. En su misiva, Lavastida se refirió al hecho de que Raybaud
había hecho una descarada propaganda «en favor del enemigo», y
lo acusó de actuar oficiosamente en nombre del Gobierno haitiano. A continuación, el ministro rechazó las afirmaciones vertidas
por aquel en su carta a Santana, como la de que los países europeos consideraban que la República Dominicana había caído «en
el último grado de miseria social», u otra en el sentido de que la
fortuna pública estaba arruinada, pues si nada le debían a nadie, y
lo que se debían a sí mismos era «tan poco que las rentas públicas
de un año podrían cubrirlo», Lavastida se preguntó dónde estaba
«la pretendida ruina de la fortuna pública». Con respecto a las «supuestas disensiones políticas» y «los odios incurables» a que aludía
Raybaud, el ministro señaló «la reciente prueba que de su unión y
fraternidad» habían dado los pueblos de la República, después de
la salida de Báez. Sin embargo, lo más grave de todo era la libertad que se había tomado de anunciarles «el cansancio, el disgusto
y hasta el arrepentimiento de las potencias mediadoras», ante lo
que Lavastida volvió a preguntarse retóricamente quién lo había
autorizado «para invocar su nombre suponiéndoles sentimientos»
que ellas no habían expresado. Si bien no lo estimaba cierto, aquel
denunció también que el ex cónsul de Francia en la capital haitiana
pretendía hacerse creer autorizado, aunque secretamente, por alguna de dichas potencias, y era tal el atrevimiento de su lenguaje al
dirigirse al presidente, que en efecto parecía estar desempeñando
una misión secreta».96
El ministro de Relaciones Exteriores hizo también una crítica
de la actuación de ambas naciones, que se habrían de «arrepentir
algún día de haber presenciado en silencio» las «salvajes agresiones» haitianas, aunque acto seguido indicó que Soulouque era
consciente de que llegaría el día en que esos países pusieran «un
veto a sus excesos». Por esta razón, Raybaud había denunciado la
supuesta intención del Gobierno dominicano de entregar el país a
96
Vetilio Alfau Durán, «Don Miguel Lavastida: apuntes y documentos para su
biografía», en Clío, año LI, No. 139, enero-diciembre 1982, pp. 97-125; véase
pp. 109-114.
138
Luis Alfonso Escolano Giménez
los Estados Unidos, algo que Lavastida calificó como una «emponzoñada calumnia», con la que aquel solo pretendía «romper los
lazos de buena amistad» existentes entre la República y las potencias mediadoras, e infundir temor y desconfianza en la población
dominicana de origen africano. Para evitar toda susceptibilidad por
parte de España, el ministro afirmó con rotundidad que «esa soñada anexión a los Estados Unidos» era lo más absurdo de todo lo
que había escrito el ex cónsul en su libelo, puesto que con ellos no
tenían «ningún lazo, conexión ni simpatía». A juicio de Lavastida,
las propuestas de Raybaud en el sentido de que la República debía unirse a Haití, así como sus insinuaciones de que si lo hacían
sin ofrecer resistencia, Soulouque perdonaría a los dominicanos,
les concedería los empleos administrativos y judiciales, e incluso
les permitiría hablar en su propia lengua, revelaban que conocía
a fondo la intención del emperador haitiano. De todo ello extrajo
el ministro la conclusión de que eran, «pues, de Soulouque las promesas […], y suyas por consiguiente las amenazas», y la de que era
cierta la invasión, por lo que el papel que se lo anunciaba debía ser
visto «como una declaración de guerra aplazada para la conclusión
de la tregua» vigente de dos años, que vencía en febrero de 1859,
aunque sin descartar la posibilidad de que no esperase hasta esa
fecha. En tales circunstancias y tras conocer los planes de Raybaud
de «llevar la propaganda […] a lo interior del país», Santana había
ordenado su expulsión de la República, desde donde partió con
destino a Haití, lo que sin duda venía a confirmar las sospechas de
espionaje que pesaban sobre él, según Lavastida.97
El ministro de Relaciones Exteriores concluyó su comunicación haciendo un llamamiento al Gobierno español, con el
argumento de que «los conatos de una invasión de Haití sobre
el territorio dominicano» suponían «el más grande atentado y la
más escandalosa vulneración» del artículo segundo del tratado
que España y la República Dominicana habían firmado en 1855.
Por medio de dicho artículo, la primera reconocía la independencia de la segunda con todos los territorios que la constituían
en ese momento, o que la constituyeran en lo sucesivo, territorios
97
Ibídem, pp. 115-118.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
139
que el Gobierno español deseaba y esperaba que se conservasen
«siempre bajo el dominio de la raza que hoy los puebla», sin que
pasaran «jamás, ni en todo ni en parte, a manos de razas extranjeras». Lavastida, fiel a su estilo, volvió a lanzar una serie de preguntas al respecto, tales como por qué pretendía Haití «atacar
los derechos más sagrados» del pueblo dominicano, o con qué
títulos querría «justificar su atroz irrupción sobre un territorio
que solo a los dominicanos, y después de estos a la España, […]
de facto y de jure» podía pertenecer. En opinión del ministro,
Soulouque no reconocía el derecho, y solo cedería ante el uso de
la fuerza, por lo que dirigió a su homólogo español una petición
directa de ayuda «para rechazar la profana presencia del haitiano» invasor, y le manifestó su esperanza de que España se uniese
«a las potencias mediadoras […], y con sus recursos inmediatos»
impidiera que Soulouque perturbase la paz de aquellos países.
Tras aludir a la conservación de Cuba y Puerto Rico en poder de
España, Lavastida se refirió por último a la necesidad de obligar
al emperador de Haití a reconocer y respetar «la integridad del
territorio hispanodominicano», en expresión que el ministro
utilizó de forma claramente intencionada. En caso contrario, y
«si las potencias mediadoras en la contienda dominicohaitiana»
no ejercían «inmediatamente sus buenos oficios para contener
las agresiones de Soulouque», la guerra sería inevitable, con lo
que el ministro planteó al Gobierno español la tesitura ante la
que se encontraba la República en unos términos realmente
inquietantes.98
En la misma fecha de la comunicación anterior, 21 de octubre de 1858, el agente comercial de los Estados Unidos en Santo
Domingo, Jonathan Elliot, informó al secretario de Estado norteamericano, Lewis Cass, de la situación provocada por la carta de
Raybaud, al que acusó de haber impedido que los Estados Unidos
auspiciaran un tratado de paz para la República Dominicana, y
de haber excitado los sentimientos antinorteamericanos. Con ello
había creado un estado de guerra civil, cuyo objetivo principal era
poner la parte oriental de la isla bajo el dominio de los haitianos,
98
Ibídem, pp. 118-120.
140
Luis Alfonso Escolano Giménez
para que así su amplia deuda con Francia estuviese mejor garantizada. A continuación, Elliot indicó que en las entrevistas que
había mantenido con Santana, este le había expresado su firme
deseo de que las relaciones entre ambos países se estrecharan
cada vez más, lo que podría concretarse mediante la firma de un
convenio, que ofrecería una gran cantidad de ventajas a los norteamericanos. Por otra parte, el agente señaló que el Gobierno
dominicano acababa de firmar un contrato con una compañía anglofrancesa, por el que le cedía «el derecho de explotar todas las
minas del país», a cambio de un millón de francos y de iniciar las
operaciones dentro de un plazo máximo de tres años. El Estado
dominicano recibiría además el 10% de la producción bruta de
las minas que se encontraran en terrenos que fuesen de propiedad estatal, aunque todas las minas, «incluyendo las de propiedad
privada», tan solo podrían ser explotadas con el consentimiento
del Gobierno. Según Elliot, ello significaba que tales minas estaban a partir de ese momento abiertas a la empresa, por lo que si
los Estados Unidos firmaran un simple tratado con la República
Dominicana, el mismo serviría de garantía a los ciudadanos norteamericanos para cualquier inversión que decidieran hacer, y por
la misma vía podrían concertar acuerdos para explotar la madera.
Resulta interesante el hecho de que el mencionado agente enviase
a Cass la obra, ya clásica entonces, de Antonio Sánchez Valverde,
titulada Idea del valor de la isla Española, que había sido publicada
en Madrid en 1785, de la cual subrayó que contenía unos datos
muy exactos a ese respecto.99
En la conclusión de su despacho, casi como si no quisiera
darle demasiada importancia, Elliot señaló que el Gobierno de
la República le había comunicado que no era «posible ceder a
una potencia extranjera la jurisdicción exclusiva de cualquier
parte del territorio dominicano». No obstante, si el Gobierno
estadounidense suscribía «un convenio con personas privadas o
con empresas» que fueran propietarias, o que legalmente pudiesen llegar a serlo, «con miras a la obtención de un terreno para
ser utilizado» por aquel, la República Dominicana no tendría
99
A. Lockward, Documentos para la historia... pp. 313-315.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
141
ningún inconveniente en ello. Es más, incluso podría proporcionarles todas las facilidades que estuviesen a su alcance, «con
tal de asegurar al Gobierno de Washington la posesión pacífica
y garantizada de dicho terreno», durante el tiempo que lo desearan. El agente comercial confirmó, por tanto, que cualquier
ciudadano norteamericano podía comprar tierras en aquel país,
y después arrendarlas al Gobierno de los Estados Unidos, con
la garantía de que no habría «interferencia por parte de las autoridades o de otras personas» en lo concerniente a la tenencia
y uso de las mismas para fines comerciales o de cualquier otra
índole, siempre que no pusieran en peligro la soberanía de la
República.100
La trascendencia de esta posibilidad, en caso de ser cierta, se
debe a que abriría una puerta que hasta entonces había permanecido cerrada, permitiendo así al ejecutivo de Washington poner
un pie en Samaná o en cualquier otro punto del territorio dominicano. Una vez más, Santana jugaba a dos bandas, y aunque
sus preferencias siguiesen estando en la opción que representaba España, no por ello descartaba completamente la alternativa
de los Estados Unidos, con la que asimismo podría presionar de
forma más o menos directa al siempre cauto y, en cierto modo,
indeciso Gobierno español.
El ministro español de Estado, Calderón Collantes, respondió
la nota de Lavastida el 23 de febrero de 1859, y le manifestó los
mejores deseos de prosperidad y bienestar de parte de la reina
Isabel II. Calderón también mencionó que los recelos que podía
haber abrigado el Gobierno dominicano, acerca de los propósitos
de Soulouque contra la República, debían haber desaparecido
por completo tras los últimos acontecimientos que habían tenido
lugar en Haití, cuyo resultado había sido la caída del emperador
y la proclamación de la República. En vista de ello, el ministro
de Estado expresó su confianza en que el nuevo Gobierno haitiano, según todas las probabilidades, se apresuraría a «reconocer a Santo Domingo y a mantener las mejores relaciones con su
Gobierno», después de lo cual se limitó a reiterar a su homólogo
100
Ibídem, p. 315.
142
Luis Alfonso Escolano Giménez
la buena voluntad de España hacia la República Dominicana, y le
indicó que nunca sería «indiferente a cualquier acontecimiento
que de un modo directo o indirecto» pudiese afectar a su integridad y su independencia.101
En efecto, el final del régimen de Soulouque vino a cambiar
el panorama de la isla de modo repentino, ya que en diciembre
de 1858 estalló un movimiento revolucionario en la ciudad de
Gonaïves, que se extendió por el resto del país y condujo a la rápida caída del imperio. Carlos F. Pérez explica este hecho como una
consecuencia de los preparativos de guerra contra la República
Dominicana en que, una vez más, se encontraba embarcado el
emperador, quien no había renunciado a su objetivo pese a las
derrotas sufridas en todas las campañas anteriores.102 Esta noticia fue comunicada oficialmente a las autoridades de la localidad
fronteriza de Las Matas por el comandante de un puesto avanzado
haitiano, al que el jefe militar de Las Caobas había enviado para
realizar dicha misión, y en cuyo nombre les aseguró que los haitianos deseaban un arreglo con los dominicanos «sin más efusión de
sangre». Por todo ello, en la proclama que publicó para anunciar
dichos acontecimientos, el propio Santana consideraba el cambio
de régimen que se había producido en Haití «como una garantía
de tranquilidad para Santo Domingo».103
La tregua existente entre las dos naciones de la isla, que estaba a punto de vencer, fue prorrogada por otros cinco años,
a instancias del nuevo presidente, Fabré Geffrard, «a causa del
cansancio por la guerra» que había motivado, al menos en parte,
el derrocamiento de Soulouque. Geffrard también pretendía
con ello ajustarse a «la posición francesa de buscar la satisfacción
de las aspiraciones haitianas por medios que no fueran los de
la hostilidad directa». Así pues, en febrero de 1859, a través de
los cónsules de las potencias mediadoras en Puerto Príncipe y
Santo Domingo, Geffrard hizo llegar su iniciativa al ejecutivo del
101
102
103
Gaspar Núñez de Arce, Santo Domingo, Madrid, Imprenta de Manuel Minuesa,
1865, pp. 55-56.
C. F. Pérez, Historia diplomática... p. 347.
La América, año III, No. 1, Madrid, 8 de marzo de 1859, p. 14. El autor de la
información es Eugenio de Olavarría.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
143
país vecino, que la aceptó poco más tarde. Lavastida añadió la
disposición por parte dominicana a convenir «un tratado definitivo sobre bases aceptables, y con relación a las insinuaciones
francesas de paz señaló que la República, hasta ese momento, se
había limitado a defender su independencia frente a las injustas
agresiones haitianas».104
Tal como subraya Esteban de la Puente, en mala situación
se habría visto el Gobierno español de no haberse producido el
levantamiento contra el emperador de Haití, pero gracias a este
hecho el temor de una invasión se alejó,105 por lo que en Madrid
pudieron respirar más tranquilos, aunque no fuese por demasiado tiempo.
7. NUEVA MISIÓN DE CAZNEAU COMO AGENTE ESPECIAL DE LOS
ESTADOS UNIDOS EN LA REPÚBLICA DOMINICANA (1859-1860)
El agente comercial de los Estados Unidos en Santo Domingo
remitió un despacho al secretario Cass el 21 de marzo de 1859,
en el cual le aconsejó que no enviase ningún agente con el propósito de entablar una negociación destinada a la firma de un
tratado con la República Dominicana. A su juicio, la presencia
de un agente especial haría «suponer a los ignorantes» que los
Estados Unidos buscaban apoderarse del país, además de que las
circunstancias por las que este atravesaba obligarían al Gobierno
dominicano a enviar un agente a Washington. Elliot explicó al
secretario de Estado que tanto el contrato entre dicho Gobierno y
una compañía anglofrancesa, como el intento de obtener un préstamo de cinco millones de dólares en Europa, se habían frustrado,
y que, por otra parte, las cosechas del tabaco y de otros productos
habían sido malas. Todo ello, unido a la gran miseria producida
por la revolución, llevaría los dominicanos a abrir su país a los estadounidenses «como última esperanza». El mencionado agente
104
105
C. F. Pérez, Historia diplomática... p. 348.
Esteban de la Puente García, «1861-1865. Anexión y abandono de Santo
Domingo. Problemas críticos», en Revista de Indias, No. 89-90, 1962, pp. 411472; véase p. 414.
144
Luis Alfonso Escolano Giménez
señaló que por fin había llegado la hora en que los Estados Unidos
podrían disponer en aquellas aguas de una buena estación para su
flota, y de depósitos para sus vapores.106
A continuación, Elliot planteó una alternativa a la bahía de
Samaná, ya que esta presentaba algunos inconvenientes, tales como
la dificultad que tenían para salir de ella los buques veleros, es de
suponer que por ausencia de viento, y lo inhóspito del paraje, que
lo hacía «fatal para los extranjeros». En su lugar apostó por la bahía
de Ocoa, situada a unas sesenta millas al oeste de la capital, y que
el agente consideraba «una de las más perfectas» que jamás había
visto. Según la detallada descripción que de la misma hizo el agente
norteamericano, toda una escuadra podía anclar allí «con seguridad». Muy próxima a dicha bahía, hacia el oeste, se encontraba la
de las Calderas, que en su opinión era también un buen puerto, y
ambas estaban rodeadas de montañas ricas en madera de todo tipo.
Por si esto fuera poco, a causa de su clima seco y excelente agua, no
podía haber otro lugar más saludable donde los marineros enfermos pudieran recobrar la salud. En su calidad de investigador de
posibles ubicaciones de la ansiada base naval de los Estados Unidos
en la República Dominicana, Elliot recomendó a su Gobierno que
enviase a Santo Domingo un pequeño vapor, al que acompañaría
hasta Ocoa para ayudarle a procurarse toda la información correspondiente, eso sí, manteniendo oculto el propósito de la visita. De
ese modo, cuando el Gobierno dominicano ofreciera al estadounidense la concesión de facilidades para su comercio y su flota, el
punto que les interesaba ya estaría «asegurado a un costo muy reducido», algo que el agente estaba en condiciones de lograr, ya fuese
mediante la adquisición en su propio nombre, y el arrendamiento
del puerto elegido por 99 años «a una suma nominal, o bien, por
medio del traspaso o la venta» al Gobierno norteamericano.107
Sin embargo, aún más deprisa que los planes de Elliot marchaban
las gestiones de William L. Cazneau, quien no había desmayado «en
su tenaz empeño de recabar en provecho del interés expansionista
de los Estados Unidos […] estribaciones estratégicas en el
106
107
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 318-319.
Ibídem, pp. 319-320.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
145
territorio» dominicano. Tal como revela la esposa de aquel, Cora
Montgomery, en su folleto titulado Our winter Eden: pen pictures of the
tropics, es decir, Nuestro edén invernal: dibujos a pluma de los trópicos, en
referencia a la hacienda que poseían en Santo Domingo, Cazneau,
dado su interés por obtener «una estación naval o alguna otra
concesión […] equivalente», se había unido a «varios dominicanos
influyentes» con el compromiso mutuo de «no descansar hasta que
hubieran asegurado un áncora de paz y esperanza para la República». En
opinión del norteamericano, la mejor forma de alcanzar tal objetivo
era «fundar un puerto libre y neutral en Samaná», algo en cierto modo
semejante al puerto de Saint Thomas. Siempre según Montgomery,
el proyecto de Cazneau fue sometido al ejecutivo de Washington y
el presidente Buchanan «aprobó la idea», pero «pospuso la acción»,
ya que temía que «pudiera producirse una ruptura de la Unión». No
obstante, después de varias entrevistas, la persuasiva vehemencia de
Cazneau logró convencer al presidente cuando, al final de una de
ellas, Buchanan pidió al general tejano que explicase al secretario
de Estado sus propuestas «sobre el establecimiento de un nuevo centro de
comercio americano, en forma de puerto libre», en Samaná.108
Después de conocer de qué se trataba, Cass preguntó a Cazneau
«si la ejecución de su proyecto habría de ser obra de una empresa
privada o si podía ser una medida nacional», a lo que este respondió
que dicho proyecto «era factible […] en una u otra forma», así como
en forma mixta. Visiblemente interesado por el asunto, el secretario de Estado quiso saber «si Cazneau tenía la intención de volver
a Santo Domingo con ese negocio». Su respuesta fue afirmativa, y acto
seguido señaló que estaba dispuesto a permanecer allá hasta que
Samaná fuera un puerto libre, o la República Dominicana quedase «reducida a una dependencia española». Ante tal disyuntiva, el
presidente exclamó: «¿Una nueva colonia para flanquear a Cuba?»,
108
Enrique Apolinar Henríquez, «Anotaciones del traductor», en Dexter
Perkins, La cuestión de Santo Domingo 1849-1865 [1955], Santo Domingo,
Sociedad Dominicana de Bibliófilos; Editora Corripio, 1991, pp. 65-434;
véase pp. 319-320. El folleto de Cora Montgomery Cazneau, Our winter Eden:
pen pictures of the tropics, se publicó en Nueva York en fecha desconocida (el
texto en cursiva corresponde a las citas del mismo, y la traducción es de
Enrique Apolinar Henríquez).
146
Luis Alfonso Escolano Giménez
y añadió que los Estados Unidos apenas podían «admitir semejante
posibilidad». Cuando Buchanan preguntó a Cazneau si «creía seriamente que España soñaba apropiarse» de la República Dominicana,
este «le replicó que estaba firmemente convencido de que España tenía
todas las cartas de ese juego en las manos, y que jugarlo o no dependía del humor» con que fuera «aceptado en Washington». Como
consecuencia de unas noticias tan alarmantes, el 7 de abril de 1859
Cass nombró a Cazneau agente especial del Gobierno estadounidense en Santo Domingo, con el encargo de observar e informar
sobre «el curso de los acontecimientos» políticos en aquel país.109
Tal como sostiene Charles C. Tansill, si el secretario de Estado
norteamericano quería inaugurar una audaz política imperialista,
no podía haber hecho una mejor elección para el mencionado
puesto, a pesar de lo cual el nombramiento se hizo con el acuerdo
expreso de que la cuestión de la base naval debía dejarse en suspenso hasta que los problemas internos de la Unión alcanzasen una
solución pacífica. Mientras tanto, Cazneau tampoco podría adoptar
ninguna iniciativa a título particular con relación a su idea de establecer un puerto libre en Samaná. A juicio de Cora Montgomery,
ese acuerdo fue un error por ambas partes, del que Cazneau se
arrepintió siempre. En sus instrucciones a aquel, Cass le indicó que
debería familiarizarse con las condiciones en que se encontraba
la República lo más rápidamente posible, y comunicar al departamento de Estado cada cierto tiempo toda la información útil que
pudiera obtener allí. El secretario subrayó además que una de sus
principales funciones sería informar sobre la situación y las posibilidades de estabilidad del Gobierno dominicano, así como acerca de
las perspectivas del comercio y la producción del país, la seguridad
y protección de los extranjeros, en particular de los ciudadanos
estadounidenses, y por último, de cualquier asunto especial que
exigiese la intervención del Gobierno norteamericano.110
Por otra parte, durante el mes de abril de 1859, Elliot envió
una serie de despachos al secretario de Estado, en los que le
109
110
Ibídem, pp. 320-321.
Charles C. Tansill, The United States and Santo Domingo, 1798-1873: a chapter in
Caribbean diplomacy, Baltimore, The Johns Hopkins Press, 1938, pp. 208-210.
Véase C. Montgomery Cazneau, Our winter Eden... pp. 118-121.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
147
informó de la evolución de diferentes casos en los que se encontraban involucrados varios ciudadanos estadounidenses. El denominador común a todos ellos es que se trataba de asuntos en los
que el Estado dominicano se negaba a atender las reclamaciones
presentadas por dichos individuos contra supuestos abusos de
poder de los que habían sido víctimas, cometidos generalmente
durante la guerra, tanto por el Gobierno de Báez como por el de
Santiago. En su comunicación del 26 de abril, tras referirse a uno
de esos asuntos, el agente comercial en Santo Domingo solicitó
a Cass el envío de un buque de guerra que apoyara sus «justos
reclamos» ante el Gobierno dominicano y que, de no ser atendidos, bloquease aquel puerto. Elliot aseguró que no transcurrirían
más de cuarenta y ocho horas sin que las autoridades dominicanas
los resolvieran de forma satisfactoria, pero que si el ejecutivo de
Washington hacía caso omiso de esta situación o no se tomaban
las medidas correspondientes, los norteamericanos residentes en
la República serían de nuevo «víctimas de robo o injusticia en la
primera oportunidad» que se presentase. Según el mencionado
agente, aunque pareciera absurdo, el Gobierno dominicano creía
realmente que los Estados Unidos no le molestarían por temor a
las llamadas «amistosas potencias aliadas de Europa».111
En un despacho posterior, fechado el 29 de abril, Elliot remitió
a la Secretaría de Estado la copia de un convenio firmado entre
la República Dominicana y una compañía francesa, por medio del
cual aquella le cedía «la explotación integral del guano y de todas
las minas de cualquier tipo […], así como la madera» de los terrenos
pertenecientes al Estado, por un período de veinte años para el guano y la madera, y de cuarenta en lo referente a las minas. El agente
llamó la atención de Cass sobre los contratistas, que eran «personas
prominentes del Gobierno francés», el cual debería entregar al
dominicano un millón de francos por el traspaso. A continuación,
anunció que el Gobierno dominicano, siguiendo las orientaciones
de los franceses, había enviado a Washington al señor Madrigal, con
una carta en la que ponía de manifiesto la amistad existente entre la
111
A. Lockward, Documentos para la historia... pp. 321-324 (las cursivas son del
autor).
148
Luis Alfonso Escolano Giménez
República Dominicana y los Estados Unidos, «así como el deseo de
concertar un tratado». No obstante, Elliot transmitió abiertamente
sus sospechas al respecto, ya que al mismo tiempo se decía en Santo
Domingo que el único objetivo de ese tratado era realzar el valor del
convenio, e inducir así a los ciudadanos estadounidenses «a tomar
parte en él, para ser luego trampeados». Además, su opinión sobre
los dominicanos no era demasiado favorable, pues consideraba que
no querrían trabajar, y nada podría persuadirlos a hacerlo. De hecho, la idea de los franceses era traer aprendices de África, pero el
agente preveía el fracaso del contrato de explotación porque ninguno de ellos se sometería por mucho tiempo a trabajar en un país
como aquel. Lo más interesante de su escrito vino cuando señaló
que otra razón del interés de Francia en dicho proyecto venía de
los treinta millones de dólares que Haití le adeudaba, motivo por el
cual aquella deseaba que toda la isla estuviese «bajo el dominio de
los haitianos», a fin de poder cobrar su deuda. Elliot también aconsejó a Washington que si quería «obtener una estación naval o un
depósito de carbón» para sus vapores, podría «lograrlo mediante
un contrato por cuarenta años, similar al concertado con los franceses», puesto que Santana disponía de poderes extraordinarios que
le habían sido conferidos por la Constitución.112
El recién nombrado agente especial de los Estados Unidos
en la República Dominicana llegó a la ciudad de Santo Domingo
el 14 de junio de 1859, y tras presentar sus credenciales al ministro de Relaciones Exteriores mantuvo una primera entrevista
con Santana, en la que vio confirmadas «la difícil posición y las
sombrías perspectivas» de aquel país, según informó a Cass en la
comunicación que le dirigió el 19 de junio. Pero Cazneau era, por
decirlo así, inasequible al desaliento, y no dejó de exponer a su
superior una serie de planes, a cual más disparatado, acerca de
lo que se podría hacer para explotar una tierra tan rica. En primer lugar, el agente describió el valle de La Vega, que permitiría
«desarrollar un espléndido sistema de comunicaciones internas»,
aunque también constituía «una apertura peligrosa», al ofrecer
una fácil entrada «para invasiones provenientes de Haití». Dichas
112
Ibídem, pp. 324-326.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
149
invasiones habían dejado «desolado, de mar a mar, un ancho cinturón de la frontera», el cual era un terreno de elevadas «laderas
montañosas, ricas en minerales» y donde abundaban «la caoba y
otras maderas preciosas». Además, las vertientes que descendían
hacia la costa, tanto al norte como al sur de la isla, presentaban unas
características muy «aptas para el cultivo de café, cacao, índigo y
caña de azúcar». En los dos «extremos de dicha franja de terreno
despoblado» había buenas bahías, pero la de Manzanillo mereció
una atención especial a Cazneau, ya que servía como «puerta de
entrada al valle de La Vega» y Haití poseía su orilla occidental, por
lo que se trataba de «una amenaza permanente contra la independencia dominicana». El proyecto de aquel consistía en establecer
un puerto libre en dicha bahía, ya que en su opinión era un lugar
excelente desde los puntos de vista comercial y político, siempre
que Haití y sus aliados europeos consintiesen en tal arreglo, lo que
no parecía muy probable. Pese a ello, el agente especial refirió a
Cass la idea que había planteado a Santana, según la cual, como
la frontera era «una línea expuesta» y completamente indefensa,
le aconsejó declararla «territorio neutral e invitar que vinieran a
poblarla colonos de todas partes del mundo». Al mismo tiempo,
por medio de una declaración formal de comercio libre y estricta neutralidad, tanto el puerto de Manzanillo como el territorio
fronterizo quedarían bajo la protección de todas las potencias
marítimas. Consciente quizás de lo atrevido de sus propuestas,
Cazneau aseguró que «esta sugerencia de una línea neutral» a lo
largo de la frontera la había hecho en calidad de amigo personal
de Santana. No obstante, creía probable que si la misma fuera
aceptada y puesta en práctica, el Gobierno norteamericano la
consideraría apropiada para las necesidades comunes de ambos
vecinos. Por otra parte, el agente resaltó el hecho de que también
resultaría beneficioso para los Estados Unidos, «al contar con un
puerto intermedio» a la entrada del golfo de México y del mar
Caribe, y además «podría llegar a ser un medio de salvar al vejado
remanente de la raza blanca» en aquella isla de su inminente destrucción. Ahora bien, Cazneau no ignoraba que los representantes de Francia, Gran Bretaña y España quizás se opondrían a tales
150
Luis Alfonso Escolano Giménez
planes, por las mismas razones que los habían llevado a interferir
en contra de la cesión de Samaná, ya que esta «sería demasiado
favorable al progreso americano». A pesar de todo, el agente consideraba que abrir un puerto libre en Manzanillo o en Samaná,
«sería crear una plaza perfectamente independiente para el comercio americano», en un lugar donde tanto lo necesitaba y donde no existía nada parecido en esos momentos.113
La tenaz batalla de Cazneau por conseguir que los Estados
Unidos pusieran un pie en la República Dominicana había vuelto
a comenzar de nuevo e iba a prolongarse durante casi dos años,
pero resulta evidente que sus posibilidades de éxito ya eran bastante reducidas en esos momentos y que cada vez lo serían más,
pues el tiempo corría en su contra. Pese a la indiferencia con que
el Gobierno norteamericano contemplaba las informaciones recibidas desde Santo Domingo, Cazneau intentó una y otra vez espolear el interés de Washington por una base naval en la República
Dominicana, sin dar mucha importancia a las instrucciones que
le había dado Cass de abstenerse de negociar cualquier clase de
concesión territorial.
En un despacho que envió al secretario de Estado norteamericano, el 2 de julio de 1859, Cazneau hizo algunas consideraciones
interesantes sobre la situación política dominicana, eso sí, siempre en contra del partido de Báez, cuyo propósito según aquel era
«dar el poder supremo a los negros». El agente señaló que los jefes
de dicho partido estaban sin duda planeando una insurrección, y
en caso de salir victoriosos habría «llegado a su final el predominio de los blancos en la República Dominicana», los cuales serían
despojados «de sus propiedades y de su nacionalidad, si no de la
vida misma». Frente a esa dramática posibilidad, Cazneau subrayó
que tanto el Gobierno de Santana, como el Congreso y los altos
tribunales estaban «llenos de blancos», pero que la vuelta de Báez
al poder, o «la reanexión a Haití, tan poderosa y secretamente
urgidas por Francia e Inglaterra, los dejaría fuera de tales cargos
[…], para reemplazarlos por negros» elegidos de entre «los grupos más amargamente opuestos a los intereses americanos». El
113
Ibídem, pp. 327-332.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
151
agente también informó a Cass sobre el conflicto consular desatado a raíz de la cuestión monetaria, y le explicó que el cónsul
y el vicecónsul de Gran Bretaña, según se decía, habían realizado
grandes negocios con el dinero emitido por Báez, pero que los
cónsules de Francia y España, en cambio, no tenían «intereses
personales envueltos en el problema», sino que «habían actuado
puramente por motivos políticos». Los tres cónsules, al parecer,
apoyaban la anexión de la República Dominicana a Haití, de
modo que su decisión de ausentarse del país «era adecuada para
un inicio de la suspensión formal de relaciones». A Cazneau le
resultaba doloroso ver al Gobierno dominicano «tan completamente subyugado por sus temores a una coalición europea aliada
de Haití», razón por la cual sentía «la necesidad de relaciones más
estrechas con los Estados Unidos». Aunque temía actuar de manera que pareciese que hacía concesiones a los intereses norteamericanos, el ejecutivo dominicano había resuelto «abrir al comercio
exterior el puerto de Samaná en cuestión de uno o dos meses». El
agente concluyó con sus habituales alabanzas hacia las supuestas
bondades de la bahía de Samaná, donde se podría producir caña
de azúcar, café, cacao y tabaco, entre otros productos, para la exportación. Según Cazneau, en cuanto la Marina estadounidense
tuviera «igualdad de oportunidades frente a la competencia de los
barcos europeos», ese comercio quedaría en sus manos.114
Sumner Welles indica que estos argumentos resultan muy convincentes, sobre todo si se considera que fueron dirigidos «a una
administración del partido demócrata un año antes de estallar la
guerra de Secesión», aunque por supuesto muchos de ellos presentaban una considerable dosis de invención o, cuando menos,
de exageración. Era tanta la importancia que Cazneau daba, o
pretendía que el Gobierno estadounidense diera, a su capacidad
de influir en la situación interna dominicana, que no dudó en informar a Cass de que la intentona del partido baecista para hacerse con el poder había fracasado «como consecuencia de la llegada
del comisionado americano». El 13 de diciembre de 1859 aquel
114
Ibídem, pp. 332-336.
152
Luis Alfonso Escolano Giménez
llamó la atención del secretario de Estado sobre el hecho de que
los principales miembros del gabinete y del Senado se mostraban
«ansiosos de obtener de los Estados Unidos el reconocimiento
de la República por medio de un tratado», y que Santana lo habría propuesto ya si no fuese por el temor que tenía de fracasar,
pues ello acarrearía, en opinión del presidente, el desplome de la
República.115
No parece probable que Cazneau se diera por vencido fácilmente, sino que tan solo habría pospuesto para mejor ocasión su
proyecto de un establecimiento naval en la costa dominicana, pero
también es cierto, tal como señala Enrique Apolinar Henríquez,
que los obstáculos que había encontrado para llevarlo a cabo
desviaron su pensamiento hacia otros objetivos que le debieron
parecer, tal vez, más factibles. Si «la consideración pragmática predominó en su ánimo emprendedor sobre las dificultades […] de
su gestión oficial», debió pensar que algo era mejor que nada. Así
pues, en la mencionada comunicación el agente planteó a Cass
que, siempre que los Estados Unidos estuvieran dispuestos «a reconocer a la República Dominicana, entonces sería posible, para él,
negociar un tratado cuyas estipulaciones» abrirían «a las empresas
americanas las puertas de todos los recursos del territorio dominicano».
Cazneau añadió que sin «traspasar las fronteras de las leyes vigentes, ni violar las concesiones ya otorgadas a otras naciones», los
ciudadanos estadounidenses podrían aprovechar las vastas capacidades de aquel país «casi tan libremente como si se tratara de su
propio suelo».116
Welles, por su parte, considera extraño que «tales argumentos
no indujeran al presidente Buchanan a concertar inmediatamente
en cualesquiera términos que fuesen un tratado con la República
Dominicana», en especial después de haber recibido una carta de
Cora Montgomery.117
En efecto, Montgomery escribió al presidente de los Estados
115
116
117
S. Welles, La viña de Naboth... vol. I, pp. 195-196.
E. A. Henríquez, «Anotaciones...», pp. 323-324 (el texto en cursiva
corresponde a las citas que toma el autor de C. C. Tansill, The United States
and Santo Domingo... p. 211).
S. Welles, La viña de Naboth... vol. I, p. 196.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
153
Unidos el 17 de octubre de 1859 para ponerlo al corriente de cuál
era su percepción sobre los asuntos dominicanos, y comenzó por
asegurarle que Santana se había visto fortalecido con la presencia
de un agente de los Estados Unidos «durante la grave crisis» por
la que atravesaba la República. La esposa de Cazneau describió el
viaje de este atravesando el país desde Puerto Plata hasta la capital,
en un recorrido que le había dado «la oportunidad de sacar del
error a los que tenían la idea de que los Estados Unidos» deseaban anexionarse aquella isla, y calificó dicha idea como el «fantasma negro» de la población de color, cuyos jefes la esgrimían
para atemorizarla siempre que planeaban una revuelta. Según
el relato de Montgomery, los barcos y terratenientes norteamericanos, así como sus simpatizantes, «casi se habían desvanecido
de la vista y de los pensamientos de los dominicanos» cuando el
agente de Washington se presentó allí de nuevo. Sin embargo,
también informó al presidente de que los estadounidenses por
fin podrían usar libremente la bahía de Samaná, y con el pretexto
de que algunos de ellos estaban interesados en tener acceso a las
minas de lo que había resultado ser «una nueva California», aprovechó para mencionar que dichas concesiones se obtendrían tan
pronto como él autorizara un tratado con esa República. Por si
no hubiese quedado completamente claro el objeto de su carta,
Montgomery rogó a Buchanan que atendiese su petición de «no
dejar a la República Dominicana fuera de los límites del reconocimiento de los Estados Unidos».118
Resulta cuando menos curioso que alguien aparentemente
sin función oficial alguna, pues era la esposa de un agente especial del Gobierno norteamericano, se dirigiera al presidente del
mismo en unos términos tan directos con respecto a las cuestiones internacionales que constituían el objeto de la misión diplomática de su marido. José Luciano Franco se refiere al matrimonio Cazneau de forma poco elogiosa, pues describe al general
como «un aventurero, sediento de oro, que se había distinguido
por sus turbios manejos en Texas». Con relación a su cónyuge,
el mencionado autor se limita a reproducir los comentarios que
118
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 339-340.
154
Luis Alfonso Escolano Giménez
John Bigelow escribió sobre ella, publicados por el Evening Post
de Nueva York, el 21 de febrero de 1854, y en los que se hacía
eco de «su fama ya ganada de filibustera». Bigelow «volvió a la
carga sospechando que la señora de Cazneau» era la verdadera
impulsora «del proyecto de ocupar la bahía de Samaná», y el 24
de mayo de dicho año denunció sus actividades en el mismo periódico con estas palabras:
Bueno es que sepa el público algo más acerca de esta comisionada, la misma inexpugnable e inmaculada Clara [sic]
Montgomery […], que en un tiempo fuera la editora del diario Sun, y compañera de armas de Beach el mayor, en cuya
compañía visitó a Cuba y otras regiones del extranjero en
tiempos pretéritos. Terminada esa acción se hizo seguidora
del Ejército norteamericano en la guerra contra México.119
Esta historia tan peculiar, que hacía de ambos cónyuges unos
consumados intrigantes, se completa con otro elemento no
menos sorprendente. En este caso, el protagonista es el propio
Bigelow, quien visitó Santo Domingo en 1854, y al descubrir
que Montgomery era de religión católica, se convenció de que
el papado actuaba «de acuerdo con ella con el fin de ayudar al
imperialismo americano». De hecho, el autor de esta insólita teoría confesó muchos años después al senador Charles Sumner «su
creencia de que las actividades políticas del romanismo» eran «la
fuerza motriz que empujaba a la Unión a penetrar en el Caribe».
En su opinión, dado que la Iglesia católica estaba enfrentada
con Soulouque a causa del «derecho de investir a los sacerdotes
y el nombramiento de sacerdotes de color», Cazneau había sido
destinado a Santo Domingo «como representante de la Iglesia
y del partido antihaitiano». Según Bigelow, la Iglesia de Roma
119
José Luciano Franco, Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe, 17891854, Archivo General de la Nación (AGN), vol. CLIV, Santo Domingo,
Editora Corripio, 2012, pp. 380-381. Las citas de John Bigelow están tomadas
de C. C. Tansill, The United States and Santo Domingo, 1798-1873, pero Franco
no indica las páginas (las cursivas son del autor). La primera edición de esta
obra se publicó en La Habana, en 1965.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
155
prefería ver la isla dominada por los Estados Unidos «más bien
que por un Gobierno refractario a la religión católica», y por ello
no le sorprendería que la presión ejercida sobre el ejecutivo de
Washington para que se anexionase islas de las Antillas «en gran
parte se debiera al interés de Roma». Se trata de una tesis absolutamente descabellada, que es rebatida de forma coherente por
Franco, quien, lejos de extrañas confabulaciones, considera que la
expansión de los Estados Unidos estaba impulsada por «los intereses económicos dominantes en el Gobierno norteamericano». En
efecto, aquellos «se lanzaron en busca de materias primas baratas
para su naciente industria, y de fáciles mercados para sus productos», lo que el mencionado autor ilustra gráficamente al concluir
que, para «apoderarse de todas las riquezas» de esos países, los
Estados Unidos se lanzaron «sobre el Caribe como el buitre sobre
la presa».120
Alguien que tampoco mostraba simpatía alguna por Cazneau
era Jonathan Elliot, quien cuando vio la posibilidad de desacreditar sus actividades en la República Dominicana o de contradecir
sus opiniones acerca de la misma, lo hizo. Elliot remitió un despacho al secretario de Estado norteamericano el 21 de octubre
de 1859, en el que le informó de que algunos estadounidenses
habían comenzado recientemente a trabajar el oro cerca de
Santiago, y que el contrato de explotación minera suscrito por
el Gobierno dominicano con una compañía anglofrancesa había
sido abandonado. Además, dicho Gobierno no había conseguido
el préstamo que pretendía obtener en Europa, y acababa de sofocar una conspiración baecista, con el resultado de diez personas
fusiladas y otras 300 expulsadas del país. Es comprensible que el
agente comercial, dada la situación deplorable en que según él se
encontraba aquella República, tanto económica como socialmente, considerase que los ciudadanos norteamericanos no podían
invertir capital allí «con posibilidades de éxito y seguridad». En
la conclusión de su escrito, Elliot indicó que tal estado de cosas
parecía empeorar cada día más y más.121
120
121
Ibídem, pp. 382-383.
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 341-342.
156
Luis Alfonso Escolano Giménez
Esta visión tan negativa de la situación dominicana chocaba
frontalmente con el tono entusiasta de los informes sobre la misma que Cazneau hacía llegar regularmente a Washington. No
contento con echar un jarro de agua fría sobre las expectativas
que había intentado crear su colega en el Gobierno de los Estados
Unidos, en otra comunicación que dirigió a Cass, fechada el 17 de
diciembre, el agente comercial pasó directamente al ataque. Así
pues, Elliot señaló que Cazneau todavía se encontraba en Santo
Domingo, pero que después de seis meses allí él ignoraba lo que
había conseguido, ya que todo lo hacía «en secreto y cuidándose mucho» del propio Elliot. Más aún, este afirmó incluso que si
no solucionaba pronto el asunto para el cual había sido enviado,
Cazneau no lograría nada en el futuro, puesto que el Gobierno
dominicano estaba totalmente bajo el control de británicos,
franceses y, en particular, españoles, quienes se oponían a que la
República Dominicana tuviera ningún trato, del tipo que fuese,
con los Estados Unidos o sus ciudadanos.122
Sin embargo, subraya Tansill, cuanto más tiempo llevaba
Cazneau en Santo Domingo, más impresionado se mostraba con
la riqueza de recursos naturales de la isla y las posibilidades que
esta ofrecía para que los norteamericanos llevaran a cabo rentables
inversiones en ella.123 De hecho, el 30 de enero de 1860 el agente
especial aseguró al secretario Cass que había detectado «un visible
aumento de buena voluntad y confianza» hacia los Estados Unidos
en todos los sentidos, y se prometía que el ejecutivo de Washington
confirmaría en breve dicho estado de cosas mediante la firma de
un tratado de reconocimiento con la República Dominicana. A
continuación, criticó sin ambages a los enemigos del predominio
norteamericano en las Antillas, por oponerse a toda medida que
pusiera aquel país y sus intereses en la órbita del sistema comercial estadounidense en el Caribe, pese a que «todos los amigos del
progreso» lo deseaban, aunque les resultase «honestamente difícil
de manifestar». Con su habitual optimismo, Cazneau expresó su
firme convicción de que el futuro de la República Dominicana iba
122
123
Ibídem, pp. 344-345.
C. C. Tansill, The United States and Santo Domingo... p. 211.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
157
a depender en gran medida del Gobierno norteamericano, ya que
este tenía la oportunidad de equipararla con los demás estados del
continente, favoreciendo así que los ciudadanos estadounidenses
llevaran allí sus capitales para dar nueva vida a un país que había
sufrido tanto. En caso contrario, el mencionado agente preveía
un horizonte muy oscuro en el que la República desaparecería,
«convirtiéndose en una provincia negra» dentro de Haití, y basó
sus temores en las «proposiciones secretas para un tratado con los
haitianos, buscando ultimar la anexión», que habían sido presentadas al gabinete de Santana y estaban causando no poca ansiedad a
sus principales miembros.124
En un despacho que envió al secretario de Estado el 22 de
febrero de 1860, Cazneau consideraba altamente probable que en
el plazo de solo un año la inversión permanente de los capitalistas y colonos de origen norteamericano, en una zona que calificó
como la más salvaje y menos valorada de la República Dominicana,
habría alcanzado la suma de un millón de dólares. Por otra parte,
cabe resaltar que el agente especial no estaba solo en su promoción de las riquezas dominicanas, sino que habían ido apareciendo
más divulgadores de las mismas, como el también estadounidense
Wilshire S. Courtney, quien publicó en 1860 un interesante libro
de viajes titulado The gold fields of St. Domingo, es decir, Los campos de
oro de Santo Domingo. En esta obra, su autor afirma que la Española
era un inmenso campo de oro desde un extremo al otro, con numerosas ventajas de toda clase, por lo que ofrecía unas enormes
posibilidades de enriquecerse y, además, mucho más fácilmente
que en la lejana California. En 1861 se publicó otro libro acerca
de dicha isla, en concreto una guía de Haití, editada asimismo
por un norteamericano, James Redpath, la cual describe con gran
detalle las oportunidades que aguardaban al inmigrante que se
estableciera en aquel país.125
124
125
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 346-347.
C. C. Tansill, The United States and Santo Domingo... pp. 211-216. Véase Wilshire
S. Courtney, The gold fields of St. Domingo: with a description of the agricultural,
commercial and other advantages of Dominica.[sic]. And containing some account of
its climate, seasons, soil, mountains and its principal cities, rivers, bays and harbors,
Nueva York, A. P. Norton, 1860; y James Redpath (ed.), A guide to Hayti [sic],
Boston, Haytian [sic] Bureau of Emigration, 1861.
158
Luis Alfonso Escolano Giménez
El Gobierno español había accedido a entablar una negociación
con Alfau, y el 14 de febrero de 1860 el ministro plenipotenciario
de la República Dominicana presentó por fin sus cartas credenciales a la reina Isabel II. En esas fechas Alfau tan solo pudo notificar
al Gobierno dominicano que había sido recibido por la reina, así
como la buena voluntad del ejecutivo de Madrid hacia sus propuestas, pues de momento no habían suscrito ningún acuerdo formal al respecto,126 pero mientras tanto en Santo Domingo corrían
cada vez más rumores sobre las gestiones de Alfau.
En efecto, el 4 de marzo Cazneau comunicó al secretario de
Estado norteamericano que el Gobierno de la República había
recibido información de Alfau en el sentido de que España accedía al plan de un protectorado para la República Dominicana.
El agente especial señaló asimismo que el mencionado Alfau era
hermano del vicepresidente, quien mostraba una «decidida predilección» por Francia y España, «y no vacilaría en convertir su país
en una dependencia» de cualquiera de esas dos naciones, siempre
que pudiera hacerse con todas las garantías. Los contactos que
le habían transmitido esta información debían pertenecer a los
círculos oficiales, dado que Cazneau subrayó que la misma era
confidencial y venía «de fuentes tan altas y auténticas» que no podía dudarse «de lo avanzado del estado de las negociaciones para
un protectorado europeo». Más adelante, el propio agente reveló
la opinión de uno de los miembros del gabinete, que decía ser totalmente contrario a ese planteamiento, según el cual se llevarían
aprendices indios y culíes asiáticos a la República Dominicana.
Cazneau preveía que estos planes del grupo encabezado por el
vicepresidente se ejecutarían sin encontrar oposición apreciable
por parte de las masas, y añadió que el proyecto estaba siendo
también «calurosamente acicateado por una pequeña, pero poderosa camarilla interesada en […] el protectorado europeo». Por
último, el agente anunció a Cass que entre los norteamericanos
que estaban solicitando concesiones mineras, así como acuerdos
126
AGN, RREE, leg. 14, expte. 12, Felipe Alfau-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, Madrid, 24 de enero, 8 y 21 de febrero, y 24 de
marzo de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
159
de colonización y otros privilegios del Gobierno dominicano,
había dos personas de quienes se sospechaba que pertenecían a
«una dudosa Asociación de Emigrantes de la […] bahía de Chesapeake».
Aunque reconocía no tener pruebas contra ellos, Cazneau se limitó a reproducir sus propias declaraciones, en el sentido de que
eran «los representantes de una poderosa orden recientemente organizada» con objeto de llevar a cabo una extensiva ocupación en
Santo Domingo, para la que contemplaban el uso tanto de rifles
como de arados. Sin duda, este «lenguaje desgraciado» enfriaba
el propósito del Gobierno dominicano de abrir libremente el país
a los estadounidenses, y lo peor de todo era que tales expresiones
habían tenido lugar en casa del agente comercial de los Estados
Unidos, en presencia de personas manifiestamente contrarias a un
aumento de la influencia norteamericana en aquella República.127
Las alarmantes noticias que llegaban desde Santo Domingo surtieron en Washington un efecto tan decisivo, que el secretario de
Estado escribió a su agente especial, el 30 de marzo, para asegurarle
que el asunto del tratado con la República Dominicana se encontraba sometido en esos momentos a la consideración del presidente
Buchanan. Cabe suponer el ánimo que esas palabras debieron infundir en Cazneau, quien no escatimó esfuerzo alguno para continuar promoviendo unas relaciones más estrechas entre los Estados
Unidos y la República Dominicana.128 Enrique Apolinar Henríquez
comenta la circunstancia de que Buchanan se había presentado a las
elecciones de 1856 como candidato por el partido demócrata, cuyo
programa contenía una defensa a ultranza de la doctrina Monroe y
por tanto reclamaba «una vigorosa política exterior», de modo que la
reacción del Gobierno norteamericano contra la posibilidad, cada
vez más probable, de un protectorado europeo sobre un territorio
de las Antillas no podía hacerse esperar.129
127
128
129
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 348-350 (las cursivas son
del autor).
C. C. Tansill, The United States and Santo Domingo... p. 211.
E. A. Henríquez, «Anotaciones...», pp. 324-325 (el texto en cursiva
corresponde a una cita que el autor toma de la obra de John B. Henderson
Jr., American diplomatic questions, p. 133, de cuya edición no indica ningún
dato).
160
Luis Alfonso Escolano Giménez
El 12 de mayo de 1860 Cazneau remitió un despacho a Cass,
en el que le informaba de la aprobación por el Gobierno dominicano de un decreto que declaraba a Samaná «puerto habilitado
para el comercio exterior», como reiteradamente le había anunciado en anteriores ocasiones. Volvió a insistir también en que, si
los Estados Unidos en algún momento decidieran negociarlo, podrían obtener «la concesión de un depósito y estación de correo
naval allí y ningún otro lugar podría encontrarse mejor que este
en las Antillas». A pesar del tiempo transcurrido desde que llegó
a la República Dominicana, y de los cambios sustanciales experimentados en la situación de la misma, el agente especial seguía
empeñado en animar al ejecutivo de Washington a establecerse
en la isla, bien en Samaná, bien en otros lugares, como la bahía
de Manzanillo. Cazneau incluso ofreció nuevas alternativas en la
costa meridional, y recordó los mencionados proyectos de colonización de «todo el sector fronterizo» con inmigrantes europeos y
norteamericanos.130 En cualquier caso, el general tejano parecía
no darse cuenta de que su tiempo y el de los Estados Unidos ya
se habían agotado, toda vez que estaba a punto de comenzar una
etapa completamente distinta, que desembocaría en la anexión
de Santo Domingo a España.
130
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 350-351.
Capítulo III. La intervención de las potencias
europeas en el conflicto dominico-haitiano a partir
de la tregua de 1859
E
n primer lugar, debe tenerse en cuenta las consecuencias de
la violación de la tregua firmada en 1859 entre Haití y la República
Dominicana por un período de cinco años, que dio paso a una
mayor intervención de las potencias mediadoras (Francia y Gran
Bretaña), a fin de resolver las diferencias de forma negociada y
pacífica. Sin embargo, desde el primer momento se aprecia una
cierta voluntad de apaciguamiento de las justas demandas del
Gobierno dominicano, que denunciaba el intento del nuevo
régimen encabezado por Geffrard de reunificar la isla, aunque
supuestamente por medios indirectos, como el de favorecer el comercio clandestino entre los dos países. Lo que había comenzado
por una queja contra ese estado de cosas pasó a ser una reclamación formal a través de los agentes mediadores, al constatarse
que algunos dominicanos habían sido armados por el Gobierno
haitiano para rebelarse contra Santana.
Sin duda, la aparente equidistancia entre ambos contendientes mantenida por los cónsules de Gran Bretaña y Francia resulta
cuando menos singular, toda vez que la República Dominicana
había actuado siempre en defensa propia frente a los ataques haitianos, y en esta ocasión no se trataba de nada diferente. No obstante, siempre es muy difícil observar una perfecta equidistancia,
y los cónsules en Puerto Príncipe de las dos potencias mediadoras
aplaudieron la intención de Haití de entablar relaciones con la
República Dominicana. Según el ejecutivo de Puerto Príncipe,
162
Luis Alfonso Escolano Giménez
las autoridades dominicanas se habían negado constantemente
a admitir ningún enviado haitiano, lo que hacía imposible todo
entendimiento con ellas. Era un intento más por repartir las responsabilidades, en un gesto sin duda de gran cinismo, puesto que
parece claro que ambos representantes debían saber que Haití
estaba dispuesto a todo tipo de subterfugios seudodiplomáticos,
con tal de apoderarse del territorio dominicano, y por ende cabe
pensar que pretendían salvaguardar una apariencia de exquisita
neutralidad.
De hecho, en Haití acababa de ser restablecida la Constitución
de 1846, en la cual se establece el principio de que la isla es una e
indivisible, y el propio Gobierno haitiano jamás en absoluto negó
que deseara la restauración de esa unidad nacional perdida en
1844, después de que la República Dominicana proclamase su
independencia.
Por otro lado, resulta evidente que el papel cada vez más activo
de Mariano Álvarez, cónsul de España en Santo Domingo, ayudó al Gobierno dominicano a contrarrestar, en gran medida, las
presiones francobritánicas para que firmase un tratado de paz y
reconocimiento con Haití, cuyos términos no dejaban de plantear
serias dudas. Álvarez tuvo que defender la postura dominicana
incluso contra el parecer de su propio colega en Puerto Príncipe,
quien desde el comienzo del conflicto ocasionado por la violación
de la tregua se identificó de tal modo con los planteamientos haitianos, que fue sustituido por otro diplomático más favorable a los
intereses dominicanos y, por ende, españoles.
1. LA MEDIACIÓN DE FRANCIA Y GRAN BRETAÑA:
¿TREGUA O PAZ DEFINITIVA?
La mayor parte de los autores coincide en señalar que la
presencia de un vecino agresivo, o cuando menos amenazador,
como Haití, constituyó una fuente constante de problemas,
temores, y también de pretextos para el Gobierno dominicano, a la hora de gestionar sus relaciones internacionales y sus
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
163
demandas de ayuda externa. Hauch recuerda que a pesar de la
llegada al poder en Puerto Príncipe del presidente Geffrard, en
enero de 1859, y de la firma de una tregua de cinco años entre
ambos países, «el miedo a Haití seguiría siendo la base de los
ruegos de Santana durante los dos años siguientes»,1 hasta que
por fin alcanzó su objetivo cuando proclamó la anexión de Santo
Domingo a España, en 1861.
Por otra parte, también es cierto que «la rivalidad con la nación haitiana» fue «uno de los fundamentos del nacionalismo
dominicano», o al menos se puede afirmar que «la discursiva en
torno a Haití fue un elemento nodal del pensamiento conservador» dominicano a lo largo de la segunda mitad del siglo XIX.
En general, «las percepciones sobre Haití tendieron a girar en
torno a las depredaciones» cometidas por su Ejército, así como
sobre «la usurpación» de una parte considerable del territorio
dominicano, y las frecuentes guerras derivadas de la negativa del
Estado haitiano a reconocer la independencia del otro Estado.
En efecto, «la presencia de un enemigo al otro lado de la frontera
sirvió como justificación para las opciones autoritarias de poder», toda vez que «la pérdida de la soberanía era el precio que
se debía pagar, según esta concepción, a cambio de mantener
aquellos rasgos culturales que se consideraban fundamentales
para la pervivencia del colectivo dominicano». Para la mentalidad de los grupos más conservadores, «entre estos rasgos se
encontraban, sobre todo, los que correspondían al legado hispánico: costumbres, lengua y religión», aparte de los aspectos de
carácter étnico, en que «la herencia racial originaria de España,
la blanca», se contraponía a la africanidad de Haití. Es cierto que
esa «contraposición nacional con Haití se reactivaba» de forma
recurrente, «en función de las perspectivas de plasmación del objetivo anexionista». Este era un recurso que permitía mantener
la hegemonía ante las masas, conformes con la separación de los
vecinos, y al mismo tiempo servía «como medio de perpetuación
del poder social en condiciones de dominio extranjero directo».
1
Charles C. Hauch, La República Dominicana y sus relaciones exteriores 1844-1882,
Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos, 1996, p. 117.
164
Luis Alfonso Escolano Giménez
De hecho, «frente a la relativa ausencia explícita del discurso
antihaitiano en los años inmediatamente previos», dicha funcionalidad se observa «en la reactualización de la amenaza haitiana
por parte de los publicistas adictos» al régimen santanista, justo
antes y en el momento de la anexión, con el objetivo de justificarla ante el pueblo dominicano.2
Algunos autores emplean argumentos más viscerales en su
defensa de una determinada teoría, como es el caso de Jimenes
Grullón, quien detecta en Santana un «desorbitado odio, de indudable origen racista y clasista», contra Haití. Este planteamiento resulta bastante discutible, ya que la contradicción existente
no tenía causas principalmente sociológicas ni étnicas, sino más
bien culturales y, sobre todo, de carácter político, pues el grupo
que gobernaba la República Dominicana no estaba dispuesto a
dejarse arrebatar la independencia de nuevo, como ya había ocurrido entre 1822 y 1844. Además, la teoría de Jimenes Grullón
se contradice a sí misma al menos en un punto. En efecto, este
autor considera que Haití, «al declarar su independencia, quiso
evitar todo satelismo [sic]; y si bien poco a poco su burguesía no
tuvo otro camino que incorporarse al sistema», los gobernantes
dominicanos «siguieron viendo en ese afán decididamente anticolonial y antineocolonial, una seria amenaza a sus bienes y a su
dominio». Dejando a un lado la cuestión de dar por sentada sin
matices la existencia de una burguesía en Haití, que por supuesto es poco menos que imposible, cuando el autor afirma que ese
odio tenía un origen clasista parece olvidar que, según su propio
criterio, las personas que ostentaban el poder en la República
Dominicana pertenecían también a la burguesía. En cualquier
caso, lo cierto es que los sectores que ocupaban el estrato más
alto de la sociedad dominicana compartían una serie de principios, independientemente de su adscripción partidista a Báez o
a Santana, y uno de los principales era sin duda su postura frente
a Haití. Así, por ejemplo, se comprende que el baecista general
2
Raymundo González, M. Baud, P. L. San Miguel y Roberto Cassá (eds.),
Política, identidad y pensamiento social en la República Dominicana (siglos XIX
y XX), Aranjuez; Santo Domingo, Doce Calles; Academia de Ciencias de la
República Dominicana, 1999, pp. 23-26 (las cursivas son del autor).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
165
Sánchez declarase al cónsul de Francia en Puerto Príncipe, en
febrero de 1861, que él y su grupo político se oponían al protectorado español, pero preferían todo a la dominación haitiana.3
Tal como afirma Cassá, entre los elementos que permiten explicar la pervivencia del anexionismo, y «su éxito en la articulación
de los fines de la Primera República», desde un punto de vista más
bien coyuntural, cabe mencionar en primer lugar la lucha contra
Haití, que se tenía que mantener suscitando «posiciones de carácter nacional». A su juicio, estas «tendían a reforzar la vigencia
del ideario anexionista», ya que se trataba de un «tradicionalismo
nacionalista» que, al rechazar lo haitiano, «ensalzaba una perspectiva racista e hispanizante», lo que puede entenderse en términos
semejantes a los de algunas posturas de Jimenes Grullón, pero
más ceñidos a los aspectos políticos y culturales del problema. De
hecho, aparte de calificar de nacional la naturaleza del conflicto
de la República Dominicana con Haití, Cassá incluso reconoce
en él un «contenido históricamente avanzado», si bien en aquella
coyuntura «fortaleció las opciones retrógradas de los sectores dominantes», que se valieron del mismo para sus propios intereses,
algo que parece fuera de toda duda.4
A la vista de esta última interpretación, que resulta mucho más
matizada que la de Jimenes Grullón, resulta difícil sostener rotundamente que los prejuicios étnicos o el odio racista, aunque existieron
en bastantes casos, fuesen el factor definitorio del enfrentamiento
dominicohaitiano, cuyo carácter de lucha nacional se basaba en las
diferencias fundamentales existentes entre ambos pueblos, que no
eran única ni principalmente étnicas, sino sobre todo políticas y
culturales. El fondo de esta polémica, no obstante, ha constituido
y constituye el núcleo de un interesante y vivo debate historiográfico, que genera ramificaciones de todo tipo, tanto políticas y
sociales, como económicas y culturales. Con estas breves líneas
3
4
Juan Isidro Jimenes Grullón, Sociología política dominicana 1844-1966, vol. I
(1844-1898), 2.ª edición, Santo Domingo, Editora Taller, 1976, pp. 100-101 y
108 (el texto en cursiva corresponde a la cita que introduce Jimenes Grullón
de las palabras de Sánchez).
Roberto Cassá, Historia social y económica de la República Dominicana, 14.ª
edición, Santo Domingo, Alfa & Omega, 1998, vol. II, pp. 63-64.
166
Luis Alfonso Escolano Giménez
tan solo se pretende un mero acercamiento a una cuestión del
pasado histórico cuya complejidad requiere un estudio mucho más
profundo, que aborde todos los aspectos del problema.
Un nuevo capítulo de la ya larga crisis entre la República
Dominicana y Haití tuvo lugar a partir de 1859. El 25 de febrero
Saint André, el agente de Francia en Santo Domingo transmitió
al ministro de Relaciones Exteriores un extracto del despacho
que acababa de recibir de su colega de Puerto Príncipe, Mellinet,
quien aseguraba que Geffrard había ofrecido espontáneamente a
los cónsules de Gran Bretaña y Francia en dicha capital concluir
una tregua de cinco años con la República Dominicana. El presidente de Haití también estaba dispuesto a hacer todo lo necesario
para restablecer las relaciones comerciales entre los dos pueblos.
Mellinet expresó su convicción de que, por poco que los dominicanos se prestaran a las intenciones completamente pacíficas de
sus vecinos, podría alcanzarse una reconciliación definitiva, que él
por su parte veía como algo factible a partir de ese momento. Saint
André manifestó al ministro su deseo de comunicar a Mellinet
que el Gobierno dominicano estaba animado de los mismos sentimientos, y que tanto en Santo Domingo como en Puerto Príncipe
se haría cuanto fuese posible para llegar a un arreglo definitivo,
que los intereses de todos exigían.5
Poco después, Saint André informó al ministro de Asuntos
Extranjeros de su país de que el Gobierno de la República no había aceptado la oferta de inmediato, sino que había manifestado
algunas dudas acerca de cómo responder a la misma, y añadió que
era necesario vivir en aquel país para comprenderlo. En efecto, si
Geffrard proponía una tregua de cinco años, eso significaba que
tenía miedo de los dominicanos, y por ello había que exigirle una
suspensión de hostilidades, en vez de por cinco años, por diez.
No obstante, al final Lavastida comunicó al cónsul de Francia que
el ejecutivo de Santo Domingo aceptaba la proposición, respuesta que había transmitido a su homólogo en Puerto Príncipe. En
cuanto a la posibilidad de alcanzar un tratado de paz y comercio,
5
AGN, RREE, leg. 12, expte. 15, Saint André-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, Santo Domingo, 25 de febrero de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
167
Saint André lo consideraba difícil, ya que en Santo Domingo no
se querían a ningún precio relaciones comerciales por la frontera,
ante el temor a una propaganda que tendría como resultado la
desaparición de la nacionalidad dominicana. En cualquier caso,
fuese o no seguida por un tratado, a su juicio la nueva tregua era ya
en sí misma un resultado excesivamente favorable. Es muy ilustrativo
también de las circunstancias de desconfianza reinantes en Santo
Domingo el comentario que hizo el diplomático francés al final de
su despacho, en el sentido de que el Gobierno dominicano había
escrito a los representantes de Francia y Gran Bretaña en Puerto
Príncipe. Aunque ignoraba el objeto de la misiva, achacaba el hecho a la manía existente en Santo Domingo, desde hacía algún
tiempo, de no responder nunca directamente a los agentes de la
mediación acreditados allá, un sistema con el que no sabía qué
se esperaba ganar,6 pero que sin duda revela las malas relaciones
entre ambos diplomáticos y el Gobierno dominicano.
Como documentos anexos a su despacho, Saint André remitió al ministro una copia de la nueva comunicación que habían
enviado desde Puerto Príncipe los cónsules Byron y Mellinet a sus
colegas de Santo Domingo, así como una copia de la carta que
había recibido de Lavastida. En la misma, el ministro aseguró a
Saint André que la República Dominicana estaba «muy dispuesta
a ajustar y convenir un tratado definitivo» con Haití, bajo bases
que fuesen «aceptables y conformes a sus propios intereses», y al
concluir le recordó que hasta entonces aquella no había hecho
«más que defender su independencia nacional de las injustas
agresiones» cometidas por Haití.7
Por lo que respecta a la misiva remitida por Byron y Mellinet,
estos afirmaban que Geffrard había acogido de manera favorable
el consejo que le habían dado de renovar, mediante un convenio
formal entre los dos países, la tregua que acababa de expirar. En
6
7
Archives du Ministère des Affaires Étrangères et Européennes, París
(en adelante: AMAEE París), Correspondance politique, République
Dominicaine, vol. No. 9, Saint André-ministro de Asuntos Extranjeros de
Francia, Santo Domingo, 4 de marzo de 1859.
Ibídem, Lavastida-cónsul de Francia en Santo Domingo, Santo Domingo, 28
de febrero de 1859 (es copia).
168
Luis Alfonso Escolano Giménez
efecto, el presidente de Haití, según aquellos, solo les había
propuesto un compromiso con Francia y Gran Bretaña de no
reemprender las hostilidades antes de cinco años, por lo que le
hicieron observar que esa promesa era suficiente desde el punto
de vista de mantener la paz, pero que sería estéril con respecto a
los intereses materiales de los habitantes de la isla. En todo caso,
lo fundamental es que ambos agentes admitieron que su deseo
de asegurar el reconocimiento de la nacionalidad dominicana se
encontraba con el obstáculo que suponía el artículo cuarto de la
Constitución de 1846, vigente en la nueva República, en el cual se
estipulaba que la isla era una e indivisible. Por su parte, el Gobierno
haitiano no creía poder transgredir la carta magna, o esa fue al
menos la objeción que adujo para no concluir un tratado de paz,
aunque los cónsules consideraban que la verdadera razón de esta
negativa era la esperanza constantemente alimentada por los haitianos de una fusión más o menos próxima entre los dos pueblos.
A falta de esta solución, que les parecía inútil continuar persiguiendo tras haber agotado todos los razonamientos capaces de
hacerla adoptar, se felicitaron por encontrar en la nueva administración al menos unos sentimientos pacíficos, cuyo efecto sería el
de alejar por mucho tiempo todo temor de ruptura, siempre que
el Gobierno dominicano, penetrado de sus verdaderos intereses,
secundara las intenciones del de Haití.8
Sin duda, la aparente equidistancia de los cónsules entre ambos contendientes resulta cuando menos singular, toda vez que la
República Dominicana había actuado siempre en defensa propia
frente a los ataques haitianos, tal como había subrayado con acierto el ministro Lavastida.
En último lugar, Mellinet y Byron encargaron a sus colegas
de Santo Domingo la segunda parte de la tarea que ellos habían
comenzado como agentes de la mediación, y se refirieron a las
condiciones de la tregua que debía firmarse. Estas eran que los
dos países se comprometieran a no enajenar ninguna parte de su
8
Ibídem, cónsules de Francia y Gran Bretaña en Puerto Príncipe-cónsules de
Francia y Gran Bretaña en Santo Domingo, Puerto Príncipe, 28 de febrero de
1859 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
169
territorio en provecho de una nación extranjera; que los cónsules
en Santo Domingo fuesen admitidos a la discusión y firma del convenio; que este no cambiaría en nada la posición ni los derechos
respectivos de las partes contratantes; y como cláusula facultativa
que los ciudadanos de ambos países serían recíprocamente autorizados durante la tregua a comerciar a uno y otro lado de la
frontera, y a circular libremente por los territorios respectivos.
Los dos diplomáticos señalaron también la necesidad de acelerar el arreglo, y expresaron que esta prueba del deseo sincero de
Geffrard de reanudar relaciones con sus vecinos les hacía esperar
que Santana se apresurase a aceptarlo, puesto que en su opinión,
después de todo, dicho acuerdo interesaba aún más al Gobierno
dominicano que al de Haití.9
En un despacho que remitió a Saint André, el ministro
Walewski subrayó la diferencia de sentimientos de Geffrard hacia
los dominicanos, con relación a los del emperador Soulouque, e
indicó que la política del nuevo ejecutivo de Puerto Príncipe al
parecer sería en lo sucesivo tan conciliadora como agresiva había
sido la del anterior. En tal estado de cosas, el temor que manifestaba el Gobierno dominicano desde hacía algún tiempo de verse
atacado sin cesar por los haitianos ya no tendría justificación, por
lo que el ministro creía, pese a las dudas expresadas a este respecto
por Saint André, que el ejecutivo de Santo Domingo no pondría
obstáculos al restablecimiento de relaciones amistosas entre las
dos partes de la isla.10
En abril de ese mismo año Hood, el cónsul de Gran Bretaña
en Santo Domingo, envió un despacho a lord Malmesbury, secretario del Foreign Office, en el que le informó de la aceptación de
la tregua por parte del Gobierno dominicano. Sin embargo, tras
las comunicaciones que él y su colega Saint André habían intercambiado con las autoridades de Santo Domingo, señaló que era
inútil someterles ninguna proposición sin un reconocimiento,
tácito o de cualquier otro tipo, de la independencia dominicana
por parte de Haití. En la línea ya apuntada por el representante
9
10
Ibídem.
Ibídem, Walewski-Saint André, París, 30 de marzo de 1859 (minuta).
170
Luis Alfonso Escolano Giménez
de Francia, el de Gran Bretaña tampoco consideraba posible, en
tales circunstancias, llegar a un arreglo que permitiera la libertad
de paso a través de la frontera entre ambos países. Con respecto
a la cuestión más delicada, relativa al compromiso recíproco de
la República Dominicana y Haití de no ceder porción alguna de
sus respectivos territorios a ninguna potencia extranjera, según
Hood esta materia no había sido abordada todavía por los agentes diplomáticos europeos, puesto que no habían encontrado
una ocasión apropiada para hacerlo con ciertas posibilidades de
éxito.11
Sin embargo, el 4 de abril de 1860, cuando aún no había pasado ni un año desde la firma de la tregua, el Gobierno dominicano
dirigió la primera reclamación a los cónsules de Francia y Gran
Bretaña, debido al «tráfico escandaloso» que tenía lugar en las
fronteras de Las Matas, con el apoyo y la protección del jefe haitiano de Las Caobas. El nuevo ministro de Relaciones Exteriores de la
República, Pedro Ricart, informó también a los agentes europeos
de que los dominicanos que explotaban sus cortes de caoba en la
zona de Petit-Trou eran con frecuencia víctimas de invasiones, por
parte de los haitianos, que entraban en el territorio dominicano
para llevarse bueyes, caballos y todo lo que encontraban. Ricart
comunicó estos hechos a fin de que el armisticio fuese «cumplido
por parte del Gobierno haitiano con la misma religiosidad» con
que lo hacía el de la República Dominicana, y añadió que entender por armisticio «simplemente la quietud de las armas», y que
mientras tanto pudieran «hostilizarse las partes beligerantes por
los demás medios» a su alcance, sería absurdo.12
En este mismo sentido el ministro de Relaciones Exteriores
remitió un despacho a Alfau, el 19 de abril, en el que le comunicó
que, por los informes que había recibido, el Gobierno dominicano
estaba convencido de que el haitiano promovía y favorecía cuanto
podía ese espíritu, que al principio solo era de tráfico. No obstante,
el mismo había pasado a ser después «de sonsaca y proselitismo»
de las poblaciones fronterizas, con objeto de hacerse amigos entre
11
12
TNA, FO 23/39, Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 11 de abril de 1859.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 33-34.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
171
los dominicanos, y así «facilitarse el medio de invadir» el territorio
de Santo Domingo, «con más probabilidades de buen éxito» que
hasta ese momento. Tales razones habían llevado al Gobierno dominicano a movilizar sus tropas, con Santana al frente, para poner
fin a ese estado de cosas, de todo lo cual Ricart indicó al plenipotenciario de la República en Madrid que informara al Gobierno
español.13 El 10 de junio Alfau respondió al ministro que había
puesto en conocimiento del ministro de Estado todo lo ocurrido,
y que este le había dado la seguridad de que España tomaría «una
parte muy activa en el asunto de la mediación» con Haití.14
Ricart se dirigió de nuevo a Alfau el 21 de junio para comunicarle los últimos acontecimientos, y acusó al Gobierno haitiano
de haber empezado abriendo «sus poblaciones a un tráfico ilícito» con las dominicanas, y preparados así los ánimos, de haberlas
lanzado «por último a una rebelión contra su patria». Según el
ministro, el mismo Gobierno haitiano había facilitado a los rebeldes los medios necesarios para llevar a cabo su plan, y en virtud
de ello se quejó a los agentes de la mediación. Ricart explicó a su
representante en Madrid que había caído en poder del Gobierno
la correspondencia que el general Ramírez, jefe de la insurrección, «sostenía con las autoridades haitianas de las fronteras»,
que actuaban y le transmitían órdenes en nombre del Gobierno
de Haití. Ante unas pruebas tan irrefutables de la mala fe de sus
enemigos, nadie podría negar que el Gobierno dominicano estaba «en el derecho de considerar como rotas las hostilidades y de
emprenderlas por consiguiente contra un Gobierno» que se había
«hecho culpable de actos tan reprobados por la civilización y por
el derecho de gentes». A pesar de ello, la República Dominicana
se había abstenido de llevar a cabo ninguna acción de represalia,
con el fin de hacer cuanto estuviese a su alcance para secundar las
miras de las potencias mediadoras, de las que esperaba que sabrían «formar juicio del contraste» entre la postura dominicana
y la de Haití. En su última nota a los agentes de la mediación, el
ministro les había solicitado que pasaran a Puerto Príncipe para
13
14
Ibídem, pp. 34-35.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, p. 269.
172
Luis Alfonso Escolano Giménez
presentar las reclamaciones del Gobierno dominicano al haitiano,
pedir reparación por los perjuicios ocasionados, y evitar la repetición de actos como los que acababan de ocurrir. Ricart se mostró
convencido de que Haití se vería obligado por la mediación «a
observar más estrictamente en lo sucesivo» las estipulaciones internacionales de la misma, y pidió otra vez a Alfau que diera a
conocer estos hechos al Gobierno español, para los fines convenientes a los intereses de la República.15
Dos días más tarde, el ministro dominicano de Relaciones
Exteriores remitió un despacho a los cónsules de Gran Bretaña y
Francia, con motivo de la salida de Hood hacia Puerto Príncipe,
en el que creyó que era su deber «hacer una recapitulación de los
hechos» acontecidos tras la firma de la tregua en 1859. Así, Ricart
señaló que «si bien el Gobierno haitiano, que había manifestado
[...] la mejor voluntad al prestarse a los deseos de la mediación,
renunció por de pronto a invadir» el territorio dominicano «a
tambor batiente y banderas desplegadas, no por eso fue menos
activo y eficaz el género de hostilidades que emprendió contra
la República Dominicana». En efecto, el presidente de Haití se
propuso llevar a cabo «sus fines de conquista y dominación [...]
por caminos cubiertos, y que no habían practicado sus predecesores», y se valieron para ello de los propios merodeadores
dominicanos, a los que se «consentía, protegía y estimulaba a
continuar sus depredaciones» en la zona de Las Matas, San Juan
y Neiba. Siempre según la versión del ministro, aprovechándose de los frecuentes contactos que se producían alrededor del
tráfico ilegal de ganado, los agentes haitianos «hicieron de los
mercados de aquellos contornos el foco de una predicación activa», en favor de las pretensiones de Haití sobre la República
Dominicana. Además, con promesas y dinero, corrompieron la
fidelidad de algunos oficiales dominicanos, entre ellos los generales Ramírez y Morillo, «quienes obedeciendo a las sugestiones
haitianas» se sublevaron en sus puestos de mando. El Gobierno de
la República, que no podía prever «tamaña perfidia» y estaba por
ello desprevenido, logró sin embargo reprimir la insurrección y
15
Ibídem, pp. 273-275.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
173
echar por tierra los planes enemigos. De los mismos existía plena
constancia documental puesto que el general Alcantar, delegado del presidente Geffrard, había expedido en nombre de este
despachos de general de división a Domingo Ramírez y de otros
grados superiores a cinco oficiales más del Ejército dominicano.
Ricart subrayó que este hecho por sí solo bastaba para acreditar
la justicia con que su Gobierno se había quejado de la deslealtad
del haitiano, al que acusó de ser el «único fautor de esos acontecimientos». A su juicio, «bastaría también para que Gran Bretaña
y Francia se diesen por ofendidas, en presencia de actos con que
tan abiertamente» se había violado una tregua negociada gracias
a su mediación.16
Las bases que la República Dominicana planteó a los cónsules,
para que Hood las presentase a su vez en nombre de esta a Haití
«como fundamento esencial para la conservación del statu quo»,
eran las siguientes:
1.º Que los haitianos no puedan traspasar los puntos que ocupaban en la época en que se celebró la tregua.
2.º Que internen a todos los tránsfugas a una conveniente distancia de nuestras fronteras.
3.º Que se prohíba toda comunicación entre ambas partes a fin de
que en lo sucesivo no se reproduzcan los hechos que acababan de
tener lugar.
4.º Que el Gobierno haitiano destituya todas las autoridades que
directa o indirectamente han fomentado la rebelión y muy particularmente al general Alcantar [...].
5.º Que el Gobierno haitiano acuerde al nuestro una indemnización de $400,000 fuertes por los gastos que hasta hoy ha causado
la movilización de las tropas [...] para sofocar la rebelión y los
demás perjuicios ocasionados por ella.
6.º Que el Gobierno haitiano ordene la pronta vuelta a nuestro
territorio de los individuos que fueron conducidos violentamente a Haití por el rebelde Ramírez [...], acordándoseles una justa
indemnización.
16
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 52-55.
174
Luis Alfonso Escolano Giménez
Tales eran las condiciones que el ejecutivo de Santo Domingo
creyó de estricta justicia para el restablecimiento del estado de
cosas anterior a los hechos, de modo que en lo sucesivo Haití respetara más los pactos y convenios internacionales.17
El representante de la República Dominicana en París, José de
Castellanos, informó a Ricart de que el Gobierno francés había
nombrado un nuevo cónsul en Puerto Príncipe, que iba autorizado para manifestar al presidente Geffrard la satisfacción con que
dicho Gobierno vería que entre Haití y la República Dominicana
«se hiciese un sólido arreglo de paz y mutuo comercio».18
Ello explica en buena medida que tras la llegada a la capital haitiana de Levrand, el recién nombrado agente de Francia,
este y el cónsul de Gran Bretaña comunicaran, probablemente
a sus colegas de Santo Domingo, la buena disposición de Haití
para entenderse con las autoridades dominicanas. El acuerdo no
versaría solo sobre los medios de consolidar la tregua existente y
de prevenir de común acuerdo el retorno de los conflictos que
tan desafortunadamente se habían producido en la frontera, sino
también sobre las medidas apropiadas para que la población de
las dos partes de la isla se aprovechara de las ventajas recíprocas
que obtendrían con el intercambio de sus productos. Tanto en el
tono general, como en algunos términos concretos se aprecia un
cierto intento por parte de ambos diplomáticos de restar categoría a la nacionalidad dominicana, empleando palabras como autoridades, en lugar de Gobierno, o las dos partes de la isla, en lugar de
los dos Estados, o las dos Repúblicas, por ejemplo. También llama
la atención el uso de expresiones tales como los conflictos que tan
desafortunadamente se habían producido, para referirse a la violación
de la tregua por los haitianos, como si esta se hubiera producido
por una simple fatalidad o un mero accidente.19
17
18
19
Ibídem, p. 55.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 13, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 15 de abril de 1860.
Ibídem, expte. 1. El documento es la copia de un despacho firmado por
Levrand y Byron, del cual no constan destinatario, lugar ni fecha. Esta última
debe ser en todo caso posterior a abril de 1860 (las cursivas son nuestras).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
175
Puesto que la equidistancia resulta siempre difícil de
mantener, acto seguido los cónsules aplaudieron las intenciones
del Gobierno de Haití, y añadieron que este les había indicado
que las autoridades dominicanas se habían negado constantemente a admitir ningún enviado haitiano, lo que hacía imposible todo
entendimiento con ellas. En un intento de repartir las responsabilidades, Levrand y Byron llegaron incluso a atribuir esa resistencia
a la probable manifestación de sentimientos análogos por parte
del Gobierno haitiano con respecto a una misión dominicana,
a lo que se les respondió asegurando que por el contrario, esta
habría recibido la acogida más cordial si se hubiera presentado.
No es fácil encontrar mayor compendio de cinismo, ya que es evidente que ambos, o cuando menos Byron, debían saber que Haití
estaba dispuesto a todo tipo de subterfugios seudodiplomáticos,
con tal de apoderarse del territorio dominicano, por lo que solo
cabe pensar que pretendían mantener una apariencia de exquisita neutralidad. A continuación, los dos agentes se preguntaron
si, en presencia de tales disposiciones por parte del ejecutivo de
Puerto Príncipe, el de Santo Domingo no asumiría sobre sí una
grave responsabilidad en caso de persistir en su negativa a establecer relaciones con la parte del oeste, de las que cabría esperar al
menos una mejora notable de la situación. Por último, al concluir
señalaron a sus colegas que ahora les correspondía a ellos valorar
el asunto y, si lo juzgaban razonable, hacérselo ver así al Gobierno
dominicano, que comprendería sin duda que toda recriminación
retrospectiva haría estériles los esfuerzos de las potencias mediadoras para garantizar por igual a las dos partes de la isla la paz y la
prosperidad.20
En su respuesta al despacho que les había dirigido el 23
de junio, los cónsules de Gran Bretaña y Francia solicitaron al
ministro dominicano de Relaciones Exteriores que entregase
a Hood, antes de partir hacia Puerto Príncipe, los originales
de los siguientes documentos: el nombramiento del general
Ramírez como general de división de la República de Haití,
fechado el 27 de abril de 1860; una carta del general Alcantar
20
Ibídem.
176
Luis Alfonso Escolano Giménez
al general Ramírez, fechada el 2 de mayo del mismo año, en
la que expresaba la satisfacción del presidente Geffrard; una
carta de Alcantar a Ramírez, fechada el 9 de mayo de 1860,
en que la cual le anunció el envío de municiones de guerra y
dinero; y por último, otra carta de aquel a este, fechada el 27
de abril de dicho año, que contenía instruccciones estratégicas.21 Tales eran los documentos que constituían las pruebas de
la complicidad de los militares sublevados con, por lo menos,
un importante mando del Ejército haitiano, quien era además
persona de confianza del propio Geffrard.
De toda la correspondencia intercambiada entre el ministro
de Relaciones Exteriores y los cónsules, Ricart envió copia a Alfau
porque consideraba «sumamente importante» que estuviera
al corriente de la misma, para los fines que más tarde pudiesen
convenir, y según el resultado de las operaciones que tenía encomendadas. Con este lenguaje tan hermético el ministro se refería sin duda a las negociaciones que el agente de la República
Dominicana desarrollaba en Madrid, a fin de obtener algún tipo
de protección por parte de España para la República. Ricart también le informó de que Hood había salido hacia Haití el 27 de junio, mientras que Santana continuaba al frente del Ejército en la
frontera, a la espera del resultado definitivo de los pasos que diera
la mediación. Por otra parte, el ministro indicó a Alfau que el 3 de
julio había llegado a Santo Domingo un vapor español en el cual
viajaba el general Joaquín Gutiérrez de Rubalcava, quien se dirigía
a La Habana para tomar el mando del apostadero marítimo de ese
puerto, y que después de hacer una visita al Gobierno dominicano
había continuado su travesía.22
El 21 de julio Ricart acusó recibo de un despacho de su agente
en Madrid, según el cual el ministro de Estado le había asegurado que el Gobierno español tomaría una parte muy activa en la
mediación, lo que como era de esperar hacía que la República
se prometiese «los más benéficos resultados de una participación
21
22
Ibídem, Hood, Zeltner-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, Santo Domingo, 24 de junio de 1860.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol IV, pp. 283-284.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
177
eficaz» del mismo en este asunto. Por consiguiente, el ministro de
Relaciones Exteriores expresó su ardiente deseo de que esa promesa del ministro de Estado se llevara a efecto, lo que sin embargo
no tuvo lugar, pese a las palabras de Calderón Collantes en tal sentido. Ricart hizo asimismo mención, si bien solo brevemente, de
la llegada de numerosos canarios que huían de Venezuela, donde
la situación era cada vez más grave, de los cuales para esa fecha ya
se encontraban en territorio dominicano en torno a 1,500, y aún
se esperaban otros «tres buques más cargados». Esta circunstancia
era bien vista por parte del Gobierno dominicano, que fomentaba
«vigorosamente su inmigración» a la República Dominicana.23
El ministro Ricart también envió copia de su correspondencia con los cónsules al representante de la República en París
y Londres, quien le respondió que en su última entrevista con
Thouvenel, ministro francés de Asuntos Extranjeros, había manifestado a este todo lo que estaban sufriendo los dominicanos a
causa de la violación de la tregua. Thouvenel indicó a Castellanos
el interés del Gobierno francés en que el de Haití respetase los
términos del convenio garantizado por Francia y Gran Bretaña,
«y no solo de palabra», sino que el 19 de julio, en respuesta a dos
escritos suyos, le había asegurado «que se disponía a exponer al
Gobierno de Haití las manifestaciones convenientes a ese propósito». El ministro de Asuntos Extranjeros aconsejó al agente de la
República Dominicana que hablara con el secretario del Foreign
Office sobre esta cuestión, lo cual Castellanos no consideró procedente sin una orden expresa de Ricart, sobre todo si se tiene en
cuenta que ya había escrito a Russell en dos ocasiones acerca de
ella, y aún no había recibido respuesta alguna por su parte.24
Thouvenel dirigió un despacho sobre este asunto al cónsul
de Francia en Santo Domingo, cargo que desempeñaba Zeltner
desde abril de 1860. En el mismo, el ministro admitió que la captura de las correspondencias no dejaba «ninguna duda sobre la
existencia de los amaños del Gobierno haitiano para fomentar
23
24
Ibídem, p. 290.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 13, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 31 de julio de 1860.
178
Luis Alfonso Escolano Giménez
la subversión de la parte este de la isla», pese a «las disposiciones
conciliadoras que había manifestado a su advenimiento al poder el
general Geffrard respecto a la República Dominicana». Thouvenel
subrayó que aquellas «autorizaban a pensar que no tomaría la
iniciativa de un rompimiento», y lamentó la vía peligrosa en que
acababa de entrar el presidente de Haití. Por ello, no se debían
«perdonar medios para persuadirle» de que renunciase a tentativas cuyo único resultado sería «favorecer el establecimiento de los
norteamericanos en Santo Domingo», con lo cual se comprometería la independencia de la isla entera. El ministro juzgaba que tal
consideración era «bastante seria para influir en las determinaciones del Gobierno haitiano», y opinaba que este también tendría
en cuenta «las representaciones que el compromiso contraído»
con Francia y Gran Bretaña, «de observar escrupulosamente la
tregua de cinco años», daba a estas el derecho de dirigirle. En
último lugar, Thouvenel señaló que había dado instrucciones al
cónsul de Francia en Puerto Príncipe para que diera en este sentido y de acuerdo con su colega británico todos los pasos que las circunstancias pudiesen exigir. Por su parte, Zeltner debía emplear
su influencia para inclinar a Santana hacia unos sentimientos de
moderación, que se habían «recomendado a ambas partes por sus
intereses respectivos más esenciales».25
Plésance, ministro haitiano de Relaciones Exteriores, respondió a través de una carta enviada a los cónsules de Francia y Gran
Bretaña en Puerto Príncipe las reclamaciones de la República
Dominicana, presentadas primero por Hood en una entrevista,
y posteriormente en dos comunicaciones de los agentes mediadores al ministro. Este comenzó por señalar que solo habían
examinado los documentos en que se encontraban las quejas de
la República Dominicana, así como sus extrañas reclamaciones,
por consideración hacia las potencias mediadoras, y afirmó que
25
AMAE, fondo «Política», subfondo «Política Exterior», serie «República
Dominicana», leg. H 2375 (en adelante: AMAE H 2375), Thouvenel-Zeltner,
París, 30 de julio de 1860. Este documento es una traducción enviada por
Álvarez al ministro de Estado, adjunta a un despacho fechado en Santo
Domingo, el 18-IX-1860 (el original se lo había facilitado el ministro
dominicano de Relaciones Exteriores).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
179
la pretensión dominicana de imponer condiciones a Haití era
inadmisible. Plésance señaló que la tregua había sido aceptada
sin condiciones, y que la violación de la misma no podía tener
más consecuencia que la reanudación de las hostilidades, pero
sobre todo subrayó que tal acto solo daría lugar al ejercicio de un
derecho contra Haití a un Gobierno que estuviese reconocido por
el haitiano, algo que no ocurría en este caso. Es más, el ministro
descalificó las acusaciones dominicanas al considerar que estaban
basadas en presunciones y simples hipótesis, y denunció que las
autoridades de Santo Domingo habían puesto mucho cuidado en
invertir los papeles de cada cual, por lo que a continuación hizo
un repaso de los hechos acontecidos desde febrero de 1859. Así,
tras indicar que la verdadera causa de las reclamaciones era el
temor del Gobierno dominicano a que las relaciones comerciales
entre los habitantes de las regiones fronterizas les hiciesen desear
volver a formar parte de Haití, rechazó las acusaciones de haber
protegido el robo o ayudado a los rebeldes con dinero y municiones. Plésance no pudo por menos de reconocer que el Gobierno
haitiano deseaba ardientemente el restablecimiento de la unidad
nacional, eso sí, según aquel en interés de todas las poblaciones de
la isla, aunque estaba convencido de que la reunificación del este
a la República, para ser duradera y fecunda, debía llevarse a cabo
por el deseo espontáneo de su población.26
Con respecto al general Ramírez, que había pedido apoyo
al Gobierno de Haití, este hecho se puso de inmediato en conocimiento de los representantes de Francia y Gran Bretaña, y se
denegó a Ramírez la ayuda solicitada. Que los rebeldes tuvieran
armas, y que estas incluso procediesen de Haití, no significaba
que se las hubiera entregado el Gobierno de ese país, sino que
ellos mismos las podían haber comprado, a cambio de sus animales o de cualquier otro producto, en los mercados fronterizos,
puesto que las autoridades haitianas no imponían más reglas
que las del libre comercio. Las cartas del general Alcantar, por
26
Ibídem, Plésance-cónsules de Francia y Gran Bretaña en Puerto Príncipe,
Puerto Príncipe, 2 de agosto de 1860. Este documento es una copia adjunta
al despacho enviado por Álvarez al ministro de Estado, con fecha en Santo
Domingo, el 3-IX-1860 (las cursivas son nuestras).
180
Luis Alfonso Escolano Giménez
su parte, solo probaban que este, bajo la influencia de motivos
eminentemente personales y alejándose de la línea de conducta
trazada por el Gobierno de Haití a sus agentes, había simpatizado
con la rebelión de sus amigos del este, lo que cabía explicar por
su origen y sus lazos de parentesco con muchas personas de esa
parte. El Gobierno haitiano, pues, se desmarcó completamente de
la actuación de Alcantar, declarando que nunca había encargado
a este ni a ningún otro de sus agentes hacer promesas, o ayudar
a los sublevados de la frontera. En su conclusión, el ministro de
Relaciones Exteriores de Haití señaló que del contenido de la
nota de las autoridades dominicanas parecía deducirse que estas
consideraban que la tregua ya había dejado de existir. Además, la
vuelta al anterior estado de cosas y el mantenimiento del statu quo
se supeditaba a que se aceptara una petición de reparaciones muy
extrañas e ilegítimas que el ejecutivo haitiano no podría admitir,
pese a lo cual se ratificaba en el respeto de la tregua, aunque reservándose el derecho a rechazar cualquier ataque dominicano que
pudiera producirse. Al final de su misiva, Plésance anunció a los
cónsules que su Gobierno acogería, cualesquiera que fuesen las
circunstancias, a todos aquellos habitantes del este que creyeran
deber buscar asilo en el territorio de Haití, donde se les garantizaba una generosa hospitalidad.27
Esto, por supuesto, no entraba en el espíritu de la tregua entre ambos países, sino que más bien parecía dirigido a atizar los
posibles focos de rebeldía existentes en la República Dominicana,
dándoles la seguridad de que podían contar con un refugio seguro
en caso de necesitarlo. Es decir, todo lo contrario de las supuestas
relaciones de buena vecindad a las que, teóricamente al menos,
debían aspirar dos Gobiernos que habían firmado una tregua y
estaban por ello en paz, aunque fuese solo de manera temporal.
Los representantes de Francia y Gran Bretaña en Santo
Domingo transmitieron a Ricart una copia de la respuesta del
Gobierno haitiano a los agentes mediadores en Puerto Príncipe
con relación a los hechos que Hood y Zeltner calificaron sin ambages como constitutivos de una violación de la tregua existente. En
27
Ibídem (las cursivas son nuestras).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
181
tales circunstancias, ambos diplomáticos no pudieron ocultar la
penosa impresión que esa respuesta había producido tanto a sus
colegas como a ellos mismos, y lamentaron que el viaje de Hood
no hubiera producido un resultado satisfactorio más inmediato
para la República Dominicana. En todo caso, Hood y Zeltner expresaron su confianza en que, como todo el asunto había sido
sometido al juicio de las potencias mediadoras, en un plazo breve
se le daría una solución completamente favorable a los intereses
dominicanos.28
El 3 de septiembre el ministro de Relaciones Exteriores remitió a Alfau un despacho, al que adjuntó copia de los últimos documentos relativos a las gestiones de la mediación con Haití, entre
ellos la nota dirigida a los Gobiernos de Francia y Gran Bretaña
por el de la República Dominicana, tras recibir la respuesta de
Haití a sus reclamaciones. Ricart pidió a su agente en Madrid que
diese conocimiento de todo ello al ministro de Estado, y le indicó
que sería sumamente conveniente plantear a este la hipótesis de
que los ejecutivos de París y Londres, contra las fundadas esperanzas dominicanas, «se negaran a obligar a Haití a acceder» a
sus justas pretensiones. Ante la posibilidad de que esto ocurriese, y juzgando que la dignidad de la República y sus intereses «le
exigirían imperiosamente desentenderse de la mediación para
poder proveer enérgica y eficazmente a su salud y conservación»,
el Gobierno dominicano deseaba saber si podría contar con el
auxilio de España y hasta qué punto.29
A fin de cuentas, esta pregunta no resultaba tan descabellada,
sobre todo teniendo en cuenta que la República Dominicana, en
su memorándum del 4 de septiembre a los Gobiernos francés y
británico, aparte de refutar la contestación haitiana, se limitó a
pedir a las potencias mediadoras que obligaran al ejecutivo de
Puerto Príncipe «a respetar lo pactado» en la tregua, y a satisfacer
los seis puntos de su reclamación.30 En otra comunicación dirigida a Alfau, Ricart le reiteró la firme resolución del Gobierno
28
29
30
AGN, RREE, leg. 14, expte. 1, Zeltner, Hood-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, Santo Domingo, 27 de agosto de 1860.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol IV, pp. 303-304.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... p. 72.
182
Luis Alfonso Escolano Giménez
dominicano de llevar este asunto tan lejos como lo exigían la
dignidad de la República y la conservación de su independencia.
Acto seguido, el ministro de Relaciones Exteriores le manifestó
que los miembros del gabinete esperaban mucho, cualquiera que
fuese el aspecto que tomaran las cosas, «de la actitud franca, benévola y protectora» de España hacia la República Dominicana.31
Ricart volvió a escribir el 15 de septiembre a los cónsules
de Gran Bretaña y Francia en Santo Domingo, para denunciar
nuevas incursiones de ciudadanos de Haití dentro del territorio
dominicano, unas en el sur de la frontera con el objetivo de sacar
considerables partidas de caoba, y otras en el norte para apacentar
sus ganados. Asimismo, les informó de que había ordenado a los
jefes de fronteras que intimasen a aquellos a regresar a su país en
un plazo breve, pasado el cual se emplearía «la fuerza de las armas tanto para desalojarlos» de los lugares que ocupaban, «como
para impedir las transgresiones sucesivas». El ministro estimó conveniente poner esta circunstancia en conocimiento de los agentes
de la mediación «por los ulteriores resultados posibles», y además
les adjuntó la proclama fechada el 12 de agosto que el general
Legros, quien la firmaba como delegado del Gobierno haitiano, había
hecho llegar a las poblaciones dominicanas fronterizas del sur. La
misma venía a confirmar el «plan siniestro» que el ejecutivo de
Santo Domingo atribuía al de Puerto Príncipe contra la tranquilidad y la independencia de la República, en nombre de la unidad
nacional e indivisibilidad de la isla. Ricart subrayó una vez más
el contraste entre dichos actos y «la conducta leal» del Gobierno
dominicano, por lo que en su opinión «todo comentario sería superfluo». En efecto, al concluir, el ministro afirmó que la justicia
y la razón que asistían a su Gobierno eran «tan evidentes, que
ni aun con el auxilio de los más sutiles sofismas se podrían revocar en duda», en clara alusión a los hábiles subterfugios empleados por la diplomacia de Haití en su respuesta a los mediadores
internacionales.32
31
32
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol IV, p. 306.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 75-76 (las cursivas son
del original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
183
Por otro lado, en una circular que envió el 20 de septiembre a
Castellanos y Alfau, Ricart precisó que el general Legros, gobernador de Las Caobas, y quien intentaba «seducir» a las poblaciones
dominicanas de la frontera, era hermano del ministro haitiano del
Interior, hecho que constituía a todas luces un agravante, puesto
que hacía de aquel alguien con contactos en las más altas esferas
del Estado. Por todo ello, el ministro de Relaciones Exteriores
transmitió a sus agentes el deseo del Gobierno dominicano de que
comunicasen este detalle a los ejecutivos ante los cuales ejercían
sus funciones, cuando les informaran del nuevo incidente.33
Debido a la ausencia de Alfau, que se encontraba fuera de
Madrid desde mediados de septiembre, fue el secretario de la
legación dominicana en Madrid, Álvarez de Peralta, quien el 24
de octubre acusó recibo de los documentos remitidos por Ricart
en sus despachos anteriores. El propio Peralta había dado noticia
del contenido de los mismos al subsecretario de Estado, quien le
reiteró la seguridad de que España tenía «a empeño mantener
incólumes la independencia de la República y la integridad de
su territorio». Sin embargo, el alto funcionario no había podido
decirle «por el momento cuál sería la determinación ostensible» que el
Gobierno español tomaría «respecto a la actitud embozadamente
hostil del Gobierno haitiano», dado que el ministro de Estado,
Calderón Collantes, se encontraba muy enfermo. No obstante,
Peralta insistió sobre este particular en otra entrevista con el subsecretario, a fin de que «un negocio tan vital para la República
y de trascendencia política para España» se resolviese «pronta y
satisfactoriamente». Dada su insistencia, aquel le pidió un memorándum en el que se relataran de forma breve los últimos hechos
que habían ocurrido «provocados por Haití», y en el que debía
precisarse lo que el Gobierno dominicano pedía al español acerca
de esta cuestión. Todo ello tenía por objeto que el subsecretario, a
su vez, pudiese presentar una relación pormenorizada del asunto
al general O’Donnell, quien ocupaba de forma interina la cartera
de Estado.34
33
34
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol IV, p. 307.
Ibídem, pp. 315-316 (las cursivas son del original).
184
Luis Alfonso Escolano Giménez
El cónsul de Francia en Santo Domingo se dirigió al ministro
de Relaciones Exteriores para exponerle que acababa de recibir
una carta de los agentes de la mediación en Puerto Príncipe, relativa al deseo de que parecía estar animado el presidente Geffrard
«de terminar de una manera definitiva» la lucha existente entre los
dos países de la isla. Zeltner reconoció que la intención de las potencias mediadoras, desde hacía mucho tiempo, era «transformar
la tregua existente, en un tratado de paz y de comercio, que implicaría naturalmente en primer lugar, el reconocimiento del Estado
dominicano», por parte de Haití. Dichas noticias daban «más peso
a la opinión» que desde su llegada a la República Dominicana, había expresado acerca de este asunto, tanto a Santana, como a los
diferentes miembros del Gobierno. En efecto, continuó el agente,
no contento con dar a los cónsules en Puerto Príncipe, «las seguridades más formales de su intención, en cuanto a restablecer
entre los dos países, relaciones de amistad y de buena vecindad»,
Geffrard había manifestado su deseo de entenderse inmediatamente sobre este asunto con los enviados del Gobierno dominicano. Zeltner subrayó las numerosas ventajas que reportaría un
tratado entre ambos países. A su juicio, la principal sería acabar
con un enfrentamiento cuyo desenlace era por lo menos dudoso,
y «hacer estériles los efectos de una propaganda» que inspiraba
tantos temores al Gobierno dominicano. Según el diplomático
francés, las penas impuestas a los habitantes de las fronteras, convictos del tráfico y de las relaciones con los haitianos, revelaban
a la vez los temores que estas comunicaciones hacían concebir
de cara al futuro, «y la impotencia del Gobierno para conjurarlas». Además, los intereses comerciales de las provincias limítrofes
estaban, desde hacía ya demasiado tiempo, gravemente dañados
por la guerra, como para que el Gobierno no hiciese todos los esfuerzos posibles por devolver a estas poblaciones la salida natural
de sus productos. Por otra parte, una considerable porción del
territorio dominicano estaba en poder de los haitianos, quienes
tendrían que retirarse «a sus antiguas fronteras» una vez que se
hubiera concluido el tratado.35
35
AMAE, H 2375, Zeltner-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, [Santo Domingo, 25 de noviembre de 1860]. Este documento
es una traducción firmada por Gómez Molinero, vicecónsul de España en
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
185
Por si todos estos argumentos no resultasen suficientes,
Zeltner añadió, en forma de no muy disimulada amenaza, que
a fin de cuentas, «no aprovechar las intenciones» del presidente
de Haití era, en su opinión, exponer la República Dominicana
«a un porvenir no lejano tal vez, de nuevas agresiones». Acto
seguido, añadió que no trataba de prever cuál sería el sucesor de
Geffrard, pero que el ministro conocía la existencia en Haití de
«un partido numeroso, enemigo implacable de la raza española», el cual no soñaba sino con la unidad de la isla, partido que
había incitado las frecuentes invasiones, rechazadas, eso sí, por
el las armas dominicanas. Sin embargo, ese peligro mantenía el
país continuamente en agitación, ya que le había impuesto y le
seguiría imponiendo aún más «sacrificios en hombres y dinero,
superiores a sus fuerzas», e incluso era capaz de conducirlo «fatalmente, a una crisis peligrosa» para su propia existencia política. Por último, el representante de Francia aseguró a Ricart que
la convicción de las ventajas que podría obtener la República
Dominicana de un tratado de paz con Haití era la que había
llevado a su Gobierno a encargarle que insistiera a Santana, para
que enviase una misión dominicana a Puerto Príncipe, o recibiera un enviado de Haití.36
Las relaciones entre Francia y la República Dominicana no atravesaban por su mejor momento, como se deduce del contenido de
un despacho remitido el 5 de diciembre por Dávila Fernández de
Castro, ministro interino de Relaciones Exteriores por ausencia
de Ricart, a Castellanos, en el que respondía al enviado por este el
30 de octubre. Fernández de Castro se refirió en su misiva a «las
aparentes satisfacciones dadas» por Geffrard a las explicaciones
que el cónsul de Francia en Puerto Príncipe le había pedido sobre
el asunto de las quejas dominicanas, según señaló Thouvenel al
agente de la República en París. En opinión del ministro interino,
el Gobierno francés y sus representantes en los dos países hacían
«más honor al Gobierno de Haití que el merecido», al suponer
36
Santo Domingo, s. l, s. f. (la fecha que aquí se indica aparece consignada en
el documento original: AGN, RREE, leg. 14, expte. 6).
Ibídem.
186
Luis Alfonso Escolano Giménez
«sinceras sus protestas de inocencia en las repetidas agresiones»
que sus funcionarios habían cometido y continuaban cometiendo
contra la República Dominicana. Es más, dicho Gobierno tenía
también «igual indulgente creencia sobre la verdad» de las ofertas
de paz que hacía Haití a sus vecinos. Sin embargo, pese a estas
duras palabras, el ministro de Relaciones Exteriores afirmó a continuación que en la nota que Zeltner le había hecho llegar poco
antes se hacían al Gobierno dominicano «por primera vez las proposiciones de paz de una manera seria y basada en principios de
justicia que la hacían aceptable». Por este motivo, y siempre bajo
dichas condiciones, Fernández de Castro autorizó a Castellanos a
decir al ministro francés de Asuntos Extranjeros que el ejecutivo
de Santo Domingo estaba dispuesto a hacer cuanto fuese compatible con la dignidad de la República para que los deseos manifestados por el cónsul Zeltner se llevaran a efecto.37
En este mismo sentido, resulta también muy interesante, e
ilustrativa del estado de ánimo del Gobierno dominicano hacia
las potencias mediadoras, la respuesta del ministro de Relaciones
Exteriores, fechada el 16 de diciembre, a la última comunicación
que le había dirigido el agente diplomático de Francia. Fernández
de Castro comenzó manifestándole el sentimiento con que el ejecutivo de Santo Domingo había visto que, al hacerle por primera
vez esa proposición de una manera que resultaba aceptable, en referencia a la oferta de Geffrard, se hubiera creído «necesario emplear tantos argumentos, persuasivos». Con toda razón, el ministro
repuso que la República había pasado diecisiete años en combate
para conquistar esa paz que se le proponía, sin que un solo ataque
por su parte hubiese desmentido la intención inofensiva de los dominicanos, para quienes el estado de guerra con Haití había sido
«un perpetuo estado de tregua», porque nunca habían «hecho uso
de las armas sin haber sido antes invadidos». Fernández de Castro
recalcó el hecho de que se trataba de la primera vez que se hacía a
la República una oferta de paz seria y digna de tomarse en cuenta,
puesto que hasta entonces no se le había expresado esa disposición pacífica de parte del Gobierno haitiano, y al no ser ella la
37
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... p. 79.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
187
que por espíritu de conquista alimentaba la guerra, «tampoco
le tocaba a ella solicitar la paz que no turbaba». Por último, sin
ocultar una reacción algo airada a los términos del despacho de
Zeltner, y al tiempo que le agradeció sus esfuerzos para demostrar al ejecutivo dominicano «las ventajas de una paz fundada en
principio de justicia» como la que proponía, el ministro le espetó
que en opinión de su Gobierno tales esfuerzos eran innecesarios.
En efecto, el mismo estaba dispuesto a hacer cuanto exigiese el
interés del pueblo dominicano, y solo esperaba que se confirmaran esas proposiciones, para cooperar por su parte a la realización
del pensamiento que se le había presentado, si por primera vez
tenía algo de sincero y leal. La coda del documento no deja lugar
a dudas sobre las intenciones del ejecutivo de Santana. En efecto,
Fernández de Castro advirtió al cónsul de Francia que si, como
representante de una de las naciones mediadoras, confiaba tan
poco en la eficacia de su influjo que lo consideraba «insuficiente
para impedir esas nuevas agresiones», los dominicanos esperarían
«entre tanto con las armas en la mano dispuestos a rechazarlas».38
En una entrevista que mantuvieron Santana y su ministro
de Relaciones Exteriores con Zeltner, aquel expresó la buena
disposición del Gobierno dominicano para nombrar un agente
especial que se entendiera con otro, designado por el Gobierno
haitiano, «sobre el arreglo de una paz definitiva» entre los dos
países. Las negociaciones se establecerían precisamente en el
sentido que Francia había propuesto a la República por medio
de su agente en Santo Domingo, y en un lugar neutral.39 En esa
misma línea, Castellanos debía hacer comprender al ministro
Thouvenel que el Gobierno de la República Dominicana había
«probado su buena disposición por hacer la paz» con Haití, y
esperaba lógicamente poder acoger las proposiciones que le
llegasen si, como era natural, las mismas se ajustaban a la conveniencia de ambos Gobiernos.40
38
39
40
Ibídem, pp. 80-81.
TNA, FO 23/43, Fernández de Castro-cónsul de Francia en Santo Domingo,
Santo Domingo, 21 de diciembre de 1860 (es una copia remitida por Hood
al secretario del Foreign Office, el 20-I-1861).
AGN, RREE, leg. 15, expte. 7, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 15 de enero de 1861.
188
Luis Alfonso Escolano Giménez
Por su parte, el 9 de enero de 1861, el representante de la
República Dominicana en Madrid informó a Fernández de Castro
de que no había tenido tiempo de hablar con O’Donnell sobre la
nota de Zeltner, pero que sí lo había hecho con el subsecretario de
Estado, quien le dijo que el cónsul de España en Santo Domingo
ya había aconsejado al Gobierno de la República que se dieran
«largas a este negocio», y que el ejecutivo español aprobaba este
consejo. Alfau reafirmó este mismo punto de vista y señaló que
el Gobierno dominicano debería aparentar que no desestimaba
las proposiciones hechas por el cónsul de Francia en nombre de
Haití, «y que sin contraer compromisos escritos y formales», dejase
«ver deseos de celebrar un convenio de paz» que pusiera fin a la
enemistad de ambos pueblos. Con gran acierto diplomático, Alfau
juzgaba que esta conducta era muy necesaria, porque el Gobierno
dominicano no debía responder «con marcado desaire a la oficiosidad del agente francés, ni menos aparecer» que aceptaba o deseaba «aceptar, sin reflexión y examen, proposiciones» de las que
dependía el porvenir de la República. Mientras tanto se ganaba
tiempo, que era lo que en aquellos momentos más se necesitaba,
para la feliz solución de los asuntos que él estaba gestionando en
España, es decir, la concesión por parte de esta de algún tipo de
protección a Santo Domingo.41
En todo caso, y como si todo siguiese un curso normal, el
ministro dominicano de Relaciones Exteriores dio instrucciones
a Castellanos, el 19 de febrero de 1861, de que recordara a los
Gobiernos de Gran Bretaña y Francia la resolución definitiva acerca del reclamo que les habían hecho contra el Gobierno haitiano.
Fernández de Castro llegó incluso a afirmar, en unos términos
bastante ambiguos, que debían activarse las diligencias necesarias para obtener justicia, antes de que hubiera «de hacerse por
otra nueva tentativa». Poco tiempo después pareció despejarse
el enigmático sentido de esas palabras del ministro. Así, en una
comunicación del 5 de marzo, Fernández de Castro hizo saber al
todavía representante de la República en Madrid que el Gobierno
41
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 336-337 (las cursivas son del
original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
189
haitiano «faltando de nuevo a la fe prometida», había «seducido
con dinero y promesas» al expulso general Sánchez, que se dirigía
a Haití con ánimo, según decía en su proclama, de entrar en el
territorio dominicano por la frontera haitiana. Mientras tanto,
siempre según el ministro, el Gobierno del país vecino se preparaba para una invasión que supuestamente no se haría esperar, eventualidad ante la que el de la República estaba atento, aguardando
los acontecimientos. Para terminar, Fernández de Castro indicó
que sería bueno que el Gobierno francés estuviese prevenido de
ese nuevo atentado, aunque fuera indirectamente, con lo que quizás insinuaba la conveniencia de que la noticia se publicase en la
prensa, o de que alguien la hiciera circular desde Madrid, pero
sin carácter oficial. El objeto de esta maniobra diplomática era,
a fin de cuentas, que en París se hicieran «una idea del grado de
buena fe» con que el ejecutivo de Puerto Príncipe había hecho
«sus pretendidas proposiciones de paz».42
Resulta evidente que el estilo de la diplomacia llevada a cabo
por Fernández de Castro era más agresivo que el de Ricart, ya
que incluso llegó a poner en circulación un bulo como el de que
los haitianos habían comprado a Sánchez, eso sí, tratando de que
la supuesta noticia no pareciese procedente de fuentes oficiales,
para evitar comprometerse.
En otro despacho que envió a Alfau en la misma fecha, el ministro de Relaciones Exteriores subrayó el hecho de que el ejecutivo
de Santo Domingo había contestado a la propuesta del cónsul de
Francia, de conformidad con los deseos expresados por el agente
de la República Dominicana en Madrid, incluso antes de tener conocimiento de ellos. Además, según se deduce de las palabras de
Fernández de Castro, esa actitud de reserva quedaba plenamente
justificada, porque los haitianos habían dado «bien pronto, pruebas
de su mala fe», y para demostrarlo adjuntó la copia de un oficio
de la gobernación provincial de Santiago en el que se daban los
datos de una nueva invasión, ante la que no obstante parecían estar
muy tranquilos. Esto puede explicarse debido al regreso del titular
42
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión…, pp. 83-84 (las cursivas son
nuestras).
190
Luis Alfonso Escolano Giménez
del Ministerio de Relaciones Exteriores, tras una estancia de cerca
de cinco meses en La Habana, acompañado del cónsul Mariano
Álvarez, quienes venían ya dispuestos a dar el paso de proclamar
inmediatamente la anexión de Santo Domingo a España, tal como
se hizo el 18 de marzo de 1861. Ese día, Ricart informó del acontecimiento a los representantes de Gran Bretaña y Francia en Santo
Domingo, y les agradeció sus buenos oficios en las diferencias que
habían tenido lugar entre los Gobiernos dominicano y haitiano,43
pero al mismo tiempo les dejó claro que ya no los necesitaban.
En efecto, la entrada en juego de España hizo que la balanza
se desequilibrara en favor de una solución para la que no hacía
falta recurrir a las potencias mediadoras, sino que las mismas podían ser más bien un estorbo para la realización de dicho plan. El
comienzo de esta nueva etapa, caracterizada por una intervención
más activa de la diplomacia española en los asuntos de la República
Dominicana, y particularmente en la cuestión dominicohaitiana,
se produjo a raíz de la llegada a Santo Domingo del nuevo cónsul
de España, Mariano Álvarez, en diciembre de 1859.
2. PAPEL DE ESPAÑA EN LA CUESTIÓN DOMINICOHAITIANA Y
AUMENTO DE LA RIVALIDAD ENTRE LAS POTENCIAS EUROPEAS
Álvarez puso en antecedentes al ministro de Estado sobre la
conflictiva zona fronteriza entre la República Dominicana y Haití,
dándole algunos datos de carácter histórico. Muchas tierras que
según los antiguos límites deberían pertenecer a la República se
encontraban en poder de Haití, a pesar de haber sido reconquistadas por los dominicanos, quienes habían tenido que abandonarlas
«por ser la población en su mayor parte haitiana y muy costosa y
difícil su conservación». En este caso se encontraban las poblaciones de San Miguel, Hincha y Las Caobas, entre otras. Con relación
a los pueblos más próximos a las fronteras del sur, que eran
Las Matas, San Juan y Neiba, el agente señaló que su principal
riqueza era el ganado vacuno, que escaseaba bastante en Haití.
43
Ibídem, pp. 85-86.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
191
Ello había dado lugar a que, en los catorce meses transcurridos
desde que se pactó la tregua, se hubiera desarrollado «un comercio fraudulento a despecho de las órdenes terminantes» del
Gobierno dominicano, entre los habitantes fronterizos de ambas
Repúblicas. Al principio este tráfico era insignificante, pero había
ido tomando grandes proporciones, hasta tal punto que los que lo
ejercían ya no se contentaban con llevar a Haití animales, la mayor
parte de ellos robados según el cónsul, sino todos sus productos,
como cera, cueros y resina, que antes solían vender en Azua, para
cambiarlos por otras mercancías.44
Respecto a la cuestión más candente en aquellos momentos
entre los dos países, Álvarez aseguró que el Gobierno de Haití
había ordenado a las autoridades fronterizas que patrocinasen y
fomentasen dicho fraude, de modo que los haitianos compraban
sus productos a precios elevados, y para atraerlos aún más les vendían lo más barato posible todo lo que necesitaran. Pero para el
diplomático español eso no era lo peor, sino que el mal estaba
en la propaganda que hacían, valiéndose de esas relaciones, para
convencerlos de «la gran conveniencia de unirse a ellos», puesto
que sus intereses y origen eran los mismos. Tales ideas, a su juicio,
servían «para agitar la terrible cuestión de raza», y preparaban
el campo para cuando invadiesen el territorio dominicano, a fin
de hallar poderosos auxiliares en los que habían sido siempre sus
más encarnizados enemigos. Álvarez se hizo eco también de los
rumores acerca de que Haití había aumentado el contingente de
su Ejército y había comprado armas de pistón, cuyo manejo estaban enseñándoles instructores franceses, por lo que no era difícil
que buscaran algún pretexto y rompiesen la tregua existente. Por
último, el cónsul llamó la atención de Calderón Collantes sobre
el hecho de que esa constante amenaza era muy perjudicial para
el Gobierno dominicano, que si bien estaba dispuesto a rechazar
al enemigo, no podía «calmar la ansiedad pública». Esta situación provocaba que muchas personas se asociaran al partido de
la Unión, bastante numeroso en el Cibao y Puerto Plata, y que
44
AMAE, H 2375, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de mayo
de 1860.
192
Luis Alfonso Escolano Giménez
formasen «coro con los de la capital para reconvenir» al ejecutivo
por no aceptar las proposiciones de los estadounidenses, ya que debido a su ignorancia algunos les hacían creer que aquellos «darían
la seguridad y harían rico al país». Con el argumento de que todo
ello podría perjudicar también a Cuba y a Puerto Rico, Álvarez lo
puso en conocimiento del ministro para que el Gobierno español
decidiera lo más conveniente al respecto y se precavieran de tan
graves males.45
Esta situación de conflicto dio origen a que el Gobierno dominicano se quejara, y no sin fundamento según el cónsul de
España, de que los agentes de la mediación le habían dirigido una
nota diciéndole que todo acto de hostilidad por su parte respecto
a Haití «sería muy severamente apreciado por las potencias mediadoras». En consecuencia, le recomendaron que persistiese «en la
vía de conciliación leal», como la única que permitía esperar un
feliz resultado. Esta semirreprimenda, como la denominó Álvarez,
al parecer se había producido por una queja de Haití, después de
que una patrulla dominicana fuera a un rancho situado dentro
del territorio de la República, a perseguir ladrones de ganado.
El diplomático español aseguró que los agentes de la mediación
se limitaban a transmitir las reclamaciones del ejecutivo de Santo
Domingo a sus colegas de Puerto Príncipe sin comentario alguno, lo que no le parecía suficiente para impedir la propaganda
haitiana, que había perturbado ya la tranquilidad de los pueblos
fronterizos. Álvarez se explicaba «la apatía de los agentes de la
mediación por la cosa pública en Santo Domingo», y el interés
que a su juicio empezaban a manifestar por Haití, dado que Gran
Bretaña «vería con placer a todas las Antillas negras», y si los haitianos se apoderasen otra vez de Santo Domingo, Francia no lo
consideraría ninguna calamidad. Entretanto, los norteamericanos
continuaban trabajando, y esperaban «obtener por el estado de
las cosas, algunas ventajas favorables a sus conocidos proyectos»,
por lo que de nuevo el cónsul se refirió a la necesidad de prevenir
a tiempo los males que en último caso amenazarían a las posesiones de España en las Antillas. En el enterado que figura en el
45
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
193
exterior del despacho se reiteraban las instrucciones que el ministro
de Estado había dado a Álvarez, en el sentido de que ofreciera la mediación del Gobierno español en las diferencias entre los dos países,
lo que se hizo por medio de una orden fechada el 10 de julio.46
La animosidad del representante de España hacia sus colegas
fue en aumento, y cuando comunicó la noticia de que la correspondencia que sostenían los generales Ramírez y Alcantar había
sido felizmente interceptada por las fuerzas leales al presidente
Santana, no pudo evitar un comentario que la dejaba traslucir a
las claras. En efecto, Álvarez afirmó que por más que les pesara
a los agentes de la mediación, ya no podía negarse que Geffrard
y su Gobierno eran los autores de la rebelión. Dichas comunicaciones oficiales confirmaban que la sublevación hacía tiempo que
se estaba fomentando «por los que sin respeto alguno a las dos
grandes potencias» que se decían mediadoras, habían «infringido
la tregua de un modo tan criminal y escandaloso». Estos términos
tan contundentes no hacían sino caldear aún más un ambiente
ya muy tenso de por sí, a lo que contribuyó también la llegada a
Santo Domingo del contraalmirante Pénaud, comandante en jefe
de la división naval francesa de las Antillas. La visita sirvió de pretexto, según el cónsul de España, para que el de Gran Bretaña difundiese «con incalificable intención el rumor» de que tan pronto
como llegase, el mencionado marino exigiría al Gobierno que el
general Santana se retirase de las fronteras. Como es natural, este
rumor los tenía alarmados, por las experiencias pasadas de que
siempre que los haitianos invadían la República, aparecía un buque francés en aguas dominicanas. El jefe de la escuadra francesa
fondeó en la rada de Santo Domingo el 8 de junio, y mantuvo
una entrevista con los miembros del ejecutivo, que le expusieron
francamente la situación de la República. Cuando ya se creía que
iba a poner «rumbo hacia Haití para reprimir la insolencia de
Geffrard y sus negros», como era de justicia e interesaba al honor
de las potencias mediadoras, «toda vez que se le había probado
la criminal propaganda» que hacían en las fronteras, partió para
46
Ibídem, 4 de junio de 1860.
194
Luis Alfonso Escolano Giménez
la isla de Guadalupe.47 La ironía empleada por Álvarez en todo el
despacho no deja lugar a dudas sobre su distanciamiento cada vez
mayor con respecto a la postura que mantenían Zeltner y Hood en
la cuestión dominicohaitiana.
Más aún, el diplomático también informó de que se habían recibido nuevas comunicaciones, según las cuales Ramírez había enviado varias familias dominicanas presas a las cárceles de Haití, donde
permanecieron trece días, a las que no habían liberado hasta que
fracasó la sublevación, e incluso mantenían otras todavía encarceladas. Como el Gobierno había participado el asunto a los agentes
de la mediación, estos dirigieron el 15 de junio una nota al ministro
de Relaciones Exteriores que Álvarez prefirió no calificar. En ella
decían, «con un aplomo envidiable», que no podían admitir que
el Gobierno haitiano pudiese cometer tales actos después de haber
acordado con los agentes de la mediación las obligaciones que le
imponía la tregua, a lo que el cónsul solo añadió: «Esto no necesita
comentarios». Acto seguido señaló que toda mediación suponía
una acción conciliadora entre dos extremos, y que lamentablemente ese no era el carácter dominante en la actividad mediadora de
los representantes de Francia y Gran Bretaña, «ante cuya imparcialidad debían estrellarse las infracciones que cometiese cualquiera
de las dos Repúblicas». Álvarez recordó que los dominicanos nunca
habían invadido el territorio de Haití, y aseguró que si Santana no
hacía una excursión hasta el mismo Puerto Príncipe, era «solo por
respeto a las potencias mediadoras». En este río revuelto, la ganancia era, como cabía esperar, para Cazneau y sus partidarios, ya que
el hecho de estar todo el país en pie de guerra lo empobrecía, al
paralizarse los cortes de maderas y las labores del campo, lo que les
daba ocasión de hacer propaganda. Así, aquellos decían que «las
intrigas de los cónsules ya por sus odios y venganzas personales ya
por otras causas políticas», eran las que impedían que la República
pudiera alcanzar la paz y prosperidad que sin duda tendría, si no
se le estuviesen creando dificultades a cada instante «con dañada
intención». El agente de España subrayó que estas apreciaciones, aunque fueran hechas por un partido enemigo, no carecían
47
Ibídem, 18 de junio de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
195
de fundamento si se estudiaba la historia de los sucesos pasados,
y antes de concluir su misiva llamó la atención del ministro de
Estado sobre un punto de la mayor importancia. Siempre que los
dominicanos se movilizaban contra Haití, quedaba desguarnecida
y casi abandonada la bahía de Samaná, y por lo tanto expuesta a
ser ocupada con cualquier pretexto, circunstancia de la que había
advertido también al ejecutivo de Santo Domingo.48
Pocos días más tarde Álvarez se refirió de nuevo al contraalmirante Pénaud, a quien había visitado a bordo de la fragata francesa Bellone, donde fue recibido conforme a ordenanza y con suma
amabilidad por su parte. Sin embargo, cuando contaba con ser
correspondido como era costumbre en tales casos, vio que no se le
daba esta prueba de atención, algo que lamentó no precisamente
por su persona, sino por el puesto oficial que ocupaba como representante de España. Este, tras eximir en su mayor parte al contraalmirante de dicha falta de cortesía, la atribuyó principalmente al
cónsul de Gran Bretaña, quien desde la partida de Saint André influía en todos los actos del consulado de Francia. Hood se irritaba
«por el apoyo desinteresado y sincero» que, en cumplimiento de
su deber, Álvarez prestaba al Gobierno dominicano, cuya marcha
el representante de Gran Bretaña entorpecía de forma incesante
para crearle dificultades, «sin más que por resentimientos personales indignos» de figurar en un despacho. Siempre de acuerdo
con la versión del agente de España, estas cuestiones, «que nunca
deberían entrar en el terreno de la política», habían influido y
continuaban influyendo extraordinariamente en los negocios de
la República, a la que con frecuencia se le creaban obstáculos, que
quizás no lo serían para otro Gobierno más experimentado y con
hombres de otro carácter. Por último, Álvarez aseguró que cada
día estaba más convencido de que la política de los agentes diplomáticos de Gran Bretaña en las naciones hispanoamericanas, y en
particular en la República Dominicana, era «si cabe más perjudicial a los intereses de las mismas, que las absurdas pretensiones
invasoras» de los Estados Unidos».49
48
49
Ibídem.
Ibídem, 21 de junio de 1860.
196
Luis Alfonso Escolano Giménez
En su respuesta a las últimas comunicaciones, Calderón
Collantes aprobó que el cónsul en Santo Domingo le participara
lo acontecido con el contraalmirante, pero expresó su deseo de
que estos asuntos no alterasen «la exquisita circunspección» con
que debía proceder en el ejercicio de su cargo, para no excitar la
rivalidad de sus colegas. A juicio del Gobierno español, la influencia
que Álvarez ejerciera sobre el dominicano y el apoyo que le prestase
debían ser reservados, de modo que no pudieran comprometerse
por hacer «ostentación o gala de ellos». Así, el ministro le recomendó que en cuantos actos y en cuantas conversaciones resultase
oportuno, expresara el vivo interés de España por la República
Dominicana, y afirmase también que no aspiraba a ejercer sobre
ella un protectorado que excluyera «sus relaciones francas y espontáneas con los demás Gobiernos». Era cierto que el ejecutivo de
Madrid haría cuanto fuese propio de la fraternidad entre España
y la República para la seguridad e independencia de esta, pero
«siempre desinteresadamente y sin otro móvil que el mantenimiento de los lazos» que la seguían uniendo con su antigua metrópoli.
Respecto al conflicto dominicohaitiano, Calderón insistió en la
conveniencia de que España fuera admitida a la mediación entre
las dos Repúblicas, lo que Álvarez debía procurar eficazmente, de
acuerdo con su colega de Puerto Príncipe. El ministro explicó esta
medida al señalar que, como la mediación francobritánica no había
producido «resultado alguno favorable, más bien que por otra cosa
por circunstancias especiales en sus agentes», el influjo de estos
debía ser «contrarrestado por una política más conciliadora y amiga de la República Dominicana». En todo caso, y aunque esto no
fuera así, lo exigiría el interés de España «por su buen nombre en
América, tanto para acrecentar su influencia en esos países, cuanto
para utilizarla en provecho de los intereses de sus naturales y de los
españoles, aun confundidos en ellos».50
Lo cierto es que, por una u otra razón, no consta que Álvarez
cumpliera esta orden superior, por lo que España no formó
parte de la mediación en ningún momento. Cabe especular
50
AGA, AAEE, 54/5224, No. 9, Calderón Collantes-cónsul de España en Santo
Domingo, San Ildefonso, 22 de julio de 1860 (hay dos despachos diferentes
dirigidos a Álvarez, ambos de la misma fecha).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
197
con la posibilidad de que el cónsul y el Gobierno dominicano
considerasen más útil mantener su propio canal de comunicación, al margen de los agentes de las potencias mediadoras,
con vistas, además, a seguir dando los pasos que los condujeron
finalmente a la solución anexionista.
Calderón también se dirigió a Pablo de Urrutia, agente de
España en la capital haitiana, para señalarle que el Gobierno español había procurado siempre, para el mantenimiento de sus
estrechas relaciones con los Estados americanos, así como para la
protección de sus colonias, interponer su mediación en las cuestiones sostenidas entre ellos o con los Gobiernos europeos. Con
respecto a la ruptura de la tregua, el ministro le informó de que
el ejecutivo de Madrid, en su deseo de que el cónsul de España
en Santo Domingo interviniera en ese negocio para beneficio
de la República Dominicana, le había encargado que «procurase obtener la mediación de España en la cuestión a título igual»
que Francia y Gran Bretaña. Calderón comunicó a su agente en
Puerto Príncipe que ya había advertido a Álvarez que procediera
siempre de acuerdo con él, para que así el propio Urrutia pudiese
contribuir por su parte a que el Gobierno haitiano accediera a
los deseos del dominicano. En conclusión, se trataba de que los
esfuerzos y las influencias de ambos diplomáticos se concertasen
«para este caso especialmente y para cuantos incidentes fuere necesario tratar a la vez» en los dos países de la isla.51
Estas consideraciones, que parecen simplemente de sentido
común, no fueron sin embargo tan sencillas de llevar a la práctica,
ya que la diferencia de criterio con relación a la crisis fronteriza no
se produjo tan solo entre el cónsul de España en Santo Domingo,
y los de Francia y Gran Bretaña, sino también entre aquel y su
colega de Puerto Príncipe. En efecto, este aseguró al ministro de
Estado que en la República Dominicana se inventaban y se abultaban excesivamente las noticias con fines particulares, y que los
malcontentos, pero sin precisar quiénes eran estos, excitaban a
la población con un «pernicioso objeto». Según Urrutia, algunos
51
AMAE, H 2375, Calderón Collantes-cónsul de España en Puerto Príncipe,
San Ildefonso, 22 de julio de 1860 (minuta).
198
Luis Alfonso Escolano Giménez
individuos de ambos lados de la frontera debían estar «iniciados e
interesados en las funestas consecuencias» a las que podría conducir el trastorno que se derivaba «de la inobservancia de las órdenes
superiores y las leyes vigentes».52
Anteriormente, el representante de España en la capital haitiana ya había asegurado a Álvarez que, si bien el Gobierno de Haití
conservaba «ideas de fusión de ambas Repúblicas en una», no había tratado ni trataría de «violentar las aspiraciones que pudiese
haber respecto de la unión». Por ello, no se intentaría hostilizar
a los dominicanos, no ya seriamente, sino «tampoco por medio
de amenazas o diversiones con tal objeto», porque bastante que
hacer le daban los descontentos con el cambio del sistema de gobierno que había tenido lugar a comienzos de 1859.53 Quizás estos
eran los mismos descontentos a quienes Urrutia hizo referencia
en su comunicación al ministro de Estado, aunque también cabe
suponer que se trata de un término genérico, sin mayor concreción en uno y otro caso, con el que aludía tan solo a los grupos de
delincuentes y/o rebeldes que pululaban por la frontera entre los
dos países.
El agente de España en Puerto Príncipe trató de rebatir,
punto por punto, lo que Álvarez había expuesto al ministro
de Estado en su despacho del 4 de mayo. Los habitantes de la
frontera de la República Dominicana iban a Haití a comprar distintos productos, llevando para pagar a cambio ganado y otros
efectos, pero si ese comercio era fraudulento, como afirmaba
el cónsul de España en Santo Domingo, a las autoridades dominicanas competía contenerlo y reprimirlo. Urrutia no podía
aceptar como cierto que el Gobierno de Haití hubiese dado instrucciones a sus empleados de la frontera para que fomentaran
el fraude, aunque no negaba que se tolerase, como sucedía en
todas partes, considerando sobre todo el deseo que tenían los
haitianos de formar una sola República en la isla. No obstante,
entre eso y dar instrucciones había mucha diferencia, a juicio
52
53
Ibídem, Urrutia-ministro de Estado, Puerto Príncipe, 23 de junio de 1860.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, Urrutia-cónsul de España en Santo Domingo,
Puerto Príncipe, 5 de mayo de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
199
de Urrutia, quien tachó de «presunción mal apoyada o vaga» la
afirmación hecha por Álvarez de que, para atraerse a los dominicanos, se les pagaba el ganado y los demás efectos que aquellos
introducían en Haití a un precio elevado, y se les vendía lo más
barato posible. Es más, con respecto a las noticias que se propagaban acerca de los preparativos de una invasión, el diplomático
español negó categóricamente que algo así se estuviera haciendo
en ese país, y que el Gobierno haitiano pensase «en semejante
extravagancia», dado que el presidente había licenciado a todos
los soldados que llevaban más de diez años en el servicio militar
activo. En cuanto a la compra de fusiles, Urrutia había verificado
que una partida iba destinada a la Guardia Nacional de la capital,
y que la otra, compuesta de carabinas con bayonetas, era para el
batallón de tiradores de Haití, denominado así a imitación de los
de Vincennes, el cual tendría como máximo 600 hombres, cuyo
instructor era efectivamente un oficial francés.54 Al menos, este
último detalle de la información de Álvarez resultó verídico, ya
que todo lo demás era completamente falso, de acuerdo con lo
que sostenía su colega destinado en Puerto Príncipe.
Según Urrutia, no había nada más en dicho asunto, y aseguró
al representante de España en Santo Domingo que el Gobierno
haitiano no buscaba «rodeos ni quimeras para romper la tregua».
Aquel se permitió incluso aconsejar al ejecutivo de Santo Domingo
que procurase contener el fraude que se hacía por sus fronteras,
«y castigar a los propagandistas de noticias e ideas subversivas,
pero sin oponerse al comercio y tráfico legal, bajo pretextos frívolos». Además, las autoridades dominicanas debían convencerse
de que el contingente del Ejército haitiano, en lugar de aumentar
como se pensaba, cada vez se reducía más, pues todo el anhelo
del presidente Geffrard era que la población se dedicara con preferencia a la agricultura. Por último, con respecto a la intercesión
de los cónsules de Francia y Gran Bretaña en Puerto Príncipe, la
respuesta había sido que si algunos dominicanos se refugiaban en
territorio haitiano por causas políticas, no podían sino admitirlos.
Sin embargo, en lo demás, Haití respetaba «lealmente el objeto y
54
Ibídem, 23 de junio de 1860.
200
Luis Alfonso Escolano Giménez
motivos de la tregua [...], sin mira alguna de agresión contra los
dominicanos», a quienes tampoco se podía negar la libre acción
del tráfico.55
Esta defensa cerrada del Gobierno haitiano, con los mismos
argumentos que el mismo empleó para responder a los agentes de
la mediación incluso después de que Hood fuese a Santo Domingo
con las pruebas de la relación entre los sublevados y, al menos,
un general del Ejército de Haití, llevan a pensar en un planteamiento acrítico de la cuestión por parte de Urrutia. O bien, en
otras posibilidades, como por ejemplo cierto temor o un excesivo
involucramiento del tipo que fuera con las autoridades haitianas,
ninguna de las cuales deja en buen lugar su gestión al frente del
consulado de España en Puerto Príncipe.
El diplomático español reiteró su peculiar postura todavía en
varias ocasiones más. Así, por ejemplo, comunicó a su colega de
Santo Domingo la llegada a la capital haitiana de algunos dominicanos, empujados más bien por la miseria dominante en las
regiones fronterizas, que por efecto de su inclinación al Gobierno
haitiano, pues pese a la abundancia de ganado existente en ellas
no había salida para el mismo en su país. Aprovechó, de paso,
para arremeter contra el Gobierno de la República Dominicana,
porque parecía temer que «el roce y concurso consiguiente de los
vecinos de ambas fronteras», influyese y reprodujese en los dominicanos la idea de la antigua unión. Al menos, el representante
de España en Puerto Príncipe reconoció que era bien evidente
que los dominicanos habían aceptado la separación «con decidida satisfacción y buena voluntad», pero añadió que tal desenlace
tuvo lugar no obstante los muchos años «que hacía se habían
unido y vivido pacíficamente bajo un solo Gobierno». Lo curioso
de estas afirmaciones es que parecen querer decir algo más de
lo que dicen, como cuando acto seguido Urrutia expresó su opinión de que, seguramente, no pasaba «por la imaginación de esos
habitantes, el deseo de volver a unirse con los haitianos, de cuya
antipatía dieron suficientes y cruentas pruebas a las tropas de este
país», en 1855 y 1856. A continuación, insistió en la teoría de
55
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
201
que si algunos díscolos y malcontentos con la situación en Haití
se atrevían incluso a tomar la voz de la mayoría, que no era tal,
el Gobierno dominicano no debería manifestar tanta pusilanimidad, porque era dar demasiada importancia a la política, así como
al orden de cosas reinante en Haití. El colmo del cinismo llegó
cuando el agente señaló la necesidad de que el Gobierno dominicano procurase que los productos del país tuvieran «una salida
regular», ya que de ese modo no se vería «a sus habitantes hechos
unos harapos», que era lo que sucedía en la frontera. Las quejas,
según él injustas, contra el Gobierno haitiano, estaban motivadas
por «la filantrópica caridad» de que eran objeto «aquellos infelices, incapaces de distinguir las condiciones y los sentimientos»
que interesaban a los partidos. El ejecutivo de Santo Domingo, sin
dificultad alguna, podía levantar «las medidas restrictivas referentes a [...] la libertad del tráfico [...], y obtendría seguramente las
ventajas relativas a su nueva posición, ganando las voluntades y la
confianza de sus súbditos, en lugar de manifestarse tan temeroso,
enajenando las simpatías de todos». Tras esta retahíla de despropósitos, Urrutia dio por sentado que la tregua había sido solicitada
por el Gobierno dominicano, y concedida por el haitiano «con la
mejor voluntad por el término de cinco años», cuando en realidad,
como ya se ha visto, ocurrió justo al contrario. Este error de bulto
era tan absolutamente tergiversador que solo cabría atribuirlo a un
interés desmedido por cantar la supuesta generosidad sin límites
del ejecutivo de Puerto Príncipe. Por último, en el delirio de un respaldo tan absurdo como impropio de un diplomático con respecto
al Gobierno ante el que estaba acreditado, aseguró que los haitianos, al «dar buena acogida al infeliz» que se refugiaba en su país,
cumplían con el deber que les imponían su religión y la política,
pero sin especificar cuál. Por otra parte, también el comerciante hacía lo que debía al vender sus géneros a todo el que le pagaba, una
obviedad que remató con algo más discutible o difícil de probar:
que el Gobierno de Haití, en lugar de excitar a la rebelión, había
ordenado que a todo dominicano o haitiano que tratase de vender
una res se le exigiera el documento legal de su procedencia.56
56
Ibídem, 7 de julio de 1860.
202
Luis Alfonso Escolano Giménez
Este cúmulo de desatinos culminó en los últimos despachos
que envió el hasta ese momento cónsul de España en Puerto
Príncipe al ministro de Estado, en el primero de los cuales se refirió a la violación de la tregua como a «las desagradables discordias»
suscitadas por el Gobierno de la República Dominicana contra el
de Haití. Las razones que mencionó para ello fueron, como siempre, «las rencillas» de los dominicanos frente a Haití, «renovadas
con los viajes frecuentes a este país de algunos traficantes», por lo
que el ejecutivo de Santo Domingo había presentado sus quejas
a los mediadores de la tregua, simplemente, en venganza de dicho tráfico. Sin embargo, con la nota que el ministro haitiano de
Relaciones Exteriores les pasó, y con las «contestaciones satisfactorias» que les había dado en diversas ocasiones, aquellos debían
haberse convencido de que no era el Gobierno haitiano el que
turbaba la paz establecida por la tregua, ni tampoco el que buscaba «quimeras para romperla». Por ello, concluyó Urrutia, todo lo
demás que se atribuía a las autoridades fronterizas haitianas era
«exagerado advertidamente y con intención», maniobra en la que
de manera más o menos consciente estaba incluyendo a su colega
Álvarez, a no ser que lo considerase un ingenuo que se dejaba
manipular, lo cual habría sido incluso peor.57
Dos días más tarde informó al ministro de que, como consecuencia de las comunicaciones del agente de España en la República
Dominicana al capitán general de Cuba, estaba recorriendo las
costas de la isla un buque de guerra español, cuyo comandante
se había puesto en contacto con él a su llegada a Puerto Príncipe.
Después, el barco continuó viaje rumbo a Santo Domingo, «con el
único fin de prestar alguna fuerza moral al Gobierno de aquella
República, con la presencia del pabellón español». A pesar de esta
visita, Urrutia mantuvo esa defensa acérrima del Gobierno haitiano que le caracterizaba, e incluso dio un paso más en ella al asegurar que los dominicanos eran, «con su conducta poco discreta»,
los que habían «quebrantado el principio y objeto de la tregua,
violando el territorio haitiano por una partida armada». Por si no
57
AMAE, H 2375, Urrutia-ministro de Estado, Puerto Príncipe, 7 de julio
de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
203
hubiese quedado suficientemente claro, el cónsul insistió en que
el Gobierno de Haití no había tratado ni trataba «de la menor
violencia contra los derechos de la República Dominicana», y sin
más, trajo a colación que Geffrard estaba de visita por el país, con
el único objeto de inculcar a los labradores y demás habitantes
que la riqueza del mismo consistía en el cultivo de las tierras.58
Como cantor de las bondades del presidente de Haití, Urrutia
no tenía rival, y como portavoz de sus campañas de propaganda
tampoco, pero ya solo le quedaba rendir un postrer servicio a la
causa de Geffrard, con una fidelidad verdaderamente encomiable, y digna de mejor causa, pues su misión en Puerto Príncipe
estaba a punto de finalizar. En efecto, en su último despacho oficial al ministro de Estado, Urrutia adjuntó una copia de la orden
del día que el comandante de los distritos de Mirabalais y Las
Caobas había publicado, por disposición del presidente, relativa
a las dificultades con la República Dominicana, debidas al fraude
que se hacía por sus fronteras. Según el todavía cónsul, de dicha
disposición se infería claramente que el Gobierno haitiano, al que
por otra parte le había costado la cantidad de 1,250,000 reales
de vellón anuales, en cada uno de los años que Santo Domingo
había estado unido a Haití, según la liquidación que acababa de
verificarse, no trataba de «seducir a los dominicanos, ni de violar
la tregua existente [...], ni tampoco de aumentar sus obligaciones
con deudas ajenas», pues tenía «muy bastante con las suyas».59
En tales circunstancias no resulta extraño que Urrutia fuese
relevado de su cargo, que quedó ocupado de forma interina por el
segundo de la legación diplomática española en Puerto Príncipe,
Jaime Salceda de Escalante, quien ya en una de las primeras comunicaciones que dirigió a su colega de Santo Domingo dio pruebas
de un estilo muy diferente. Así pues, en respuesta a un despacho
de este fechado el 18 de junio, lo cual permite hacerse una idea
de la casi nula coordinación existente hasta ese momento entre
ambos consulados, Escalante le aseguró que vigilaría muy de
58
59
Ibídem, 9 de julio de 1860.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, Urrutia-cónsul de España en Santo Domingo,
Puerto Príncipe, 3 de agosto de 1860 (se trata de un traslado del despacho
que remitió en esa misma fecha al ministro de Estado).
204
Luis Alfonso Escolano Giménez
cerca las operaciones del Gobierno de Haití, con relación a sus
proyectos contra la República Dominicana.60 Posteriormente, el
hasta entonces vicecónsul pasó a ocupar en propiedad el puesto
de cónsul de España en Puerto Príncipe.61
Por su parte, el agente de la República Dominicana en Madrid
no perdió la ocasión de exponer con tintes dramáticos al ministro
de Estado la situación producida por el intento de sublevación en la
frontera, y subrayó que Haití no había «perdido la esperanza de enseñorearse del suelo dominicano». Reconoció que la tregua vigente
no le permitía de momento «tentar fortuna por medio de las armas»,
sobre todo teniendo en cuenta que cada vez que había invadido el
territorio de la República, sus tropas habían sido completamente derrotadas, pero a su juicio no sería de extrañar que echara mano «de
otros medios para alcanzar sus imaginarios fines». Alfau enumeró los
principales datos de los que disponía, resaltando en primer lugar el
hecho de que todos los oficiales y generales del Ejército dominicano
a los que el Gobierno haitiano había seducido eran «individuos [...]
de color», lo cual no parece especialmente significativo, dado el alto
número de militares dominicanos de esa condición. Tras informar de
que su Gobierno había reprimido la naciente rebelión, quiso dejar
claro que, con todo, la situación de Santo Domingo era más grave que
nunca, ya que Haití empleaba «medios traidores, repartiendo a manos llenas oro entre los individuos de su raza» que vivían en la República
Dominicana. El representante de esta recurrió a un argumento que
sabía infalible para despertar la inquietud del ejecutivo de Madrid, y
presentó como un peligro inminente el que según él estaba en todas
partes, es decir, una guerra de razas, algo que hacía saltar todas las
alarmas por la proximidad de Cuba y Puerto Rico. Alfau reiteró que
esos «temores nada exagerados» no podían disminuirlos los buenos
oficios de las dos potencias mediadoras, porque aparte de «otras
razones de obvia y fácil comprensión», con lo que parecía insinuar
una parcialidad prohaitiana, la solicitud de dichas potencias no había
sido, «ni con mucho, eficaz y provechosa para la República». Por ello,
60
61
Ibídem, Salceda de Escalante-cónsul de España en Santo Domingo, Puerto
Príncipe, 12 de septiembre de 1860.
Ibídem, 25 de octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
205
puso todos los hechos en conocimiento de Calderón Collantes, a fin
de que este le dijese cuál iba a ser la actitud de España respecto a
la cuestión dominicohaitiana, a lo que en respuesta se le dio confidencialmente conocimiento de las instrucciones comunicadas a los
cónsules en Santo Domingo y Puerto Príncipe.62
El primero de ellos remitió una comunicación al ministro de
Estado en la que le informó del resultado de las gestiones de Hood
en Puerto Príncipe, y con respecto a la contestación dada por el
Gobierno haitiano al cónsul de Gran Bretaña, Álvarez manifestó
que del análisis de la misma se desprendían graves consideraciones. En primer lugar mencionó que las justas quejas de los dominicanos eran calificadas de «pretensiones inadmisibles», aunque
no se negaba «la propaganda y levantamiento de las fronteras
promovido por Alcantar», ni se desmentían los documentos originales cogidos a los traidores, que Hood les había presentado. Sin
embargo, se resistían no solo a hacer justicia, como solía hacerse
en tales casos, sino que se negaban a reparar el daño inferido a la
República. Por ello, consideró que este era «el desaire más completo» que podía hacerse a las grandes potencias negociadoras de la
tregua, y que revelaba «bien a las claras lo poco en que los negros
de Haití» respetaban los compromisos que les imponía la mediación. Además, añadió que el general Alcantar conservaba sus grados y empleos, y decía públicamente que si llegaban a molestarle
presentaría las instrucciones que había recibido de su Gobierno.
Según el agente de España, tan atrevido lenguaje se explicaba al
considerar que los haitianos habían confesado en su nota, «sin el
menor rebozo», que solo aguardaban «una ocasión favorable para
por la persuasión», pues no tenían «el suficiente descaro de decir
que por medio de las armas», conseguir con el tiempo el dominio
de toda la isla. Por su parte, el cónsul de Francia y en particular
el de Gran Bretaña le aseguraron que habían escrito ya a sus respectivos Gobiernos, y habían calificado la conducta de Haití de la
manera que esta se merecía, así como el contenido de su nota.63
62
63
AMAE, H 2375, Alfau-ministro de Estado, Madrid, 2 de agosto de 1860 (las
palabras en cursiva están subrayadas en el original).
Ibídem, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 3 de septiembre de
1860.
206
Luis Alfonso Escolano Giménez
En cuanto a las instrucciones recibidas de dicho ministro, para
que procurase eficazmente ser admitido a la mediación entre los
dos países, Álvarez pasó a exponerle el estado en que se encontraba «tan delicada cuestión» en aquellos momentos. Según el cónsul de España, el Gobierno dominicano había considerado la nota
haitiana «como una prueba más, no solo de la mala fe de aquella
República, sino de la ineficacia de la mediación», de modo que
el ministro de Relaciones Exteriores se había dirigido a ambos
Gobiernos, por medio de su representante en París y Londres,
para que comprendieran la justicia con que reclamaba. También
les pedía que concretasen las medidas que la mediación estaba
obligada a adoptar para satisfacer sus reclamaciones, y aunque
así lo esperaba de estas potencias, si la República Dominicana
veía que nada se hacía por ella, estaba resuelta a renunciar a una
mediación que nunca le había reportado beneficio alguno. Por
último, el diplomático español indicó que al mismo tiempo que
se gestionaba ese asunto en París y Londres, el plenipotenciario
dominicano en Madrid recibiría instrucciones para saber del
Gobierno español si los auxilios de buques y pertrechos, ofrecidos
por el gobernador de Cuba a la República, el ejecutivo de Santo
Domingo podía «considerarlos como subsistentes en cualquier
época y circunstancia». Cabe afirmar que esta neutralidad era solo
una apariencia, pues Álvarez estaba detrás de todas las gestiones
del Gobierno dominicano, animándolas e influyendo en ellas. De
hecho, cuando añadió que los dominicanos consideraban dichos
auxilios, y el hecho de prestarlos España, «como mejor y más positiva garantía para imponer a los haitianos en caso de necesidad»,
estaba expresando sin duda sus propias ideas al respecto. Así pues,
ante tales circunstancias, esperaría la resolución de las dos grandes potencias para formar parte de la mediación, en lo que a su
juicio no habría dificultad alguna por parte de Santo Domingo, e
informaría de todo al cónsul de España en Puerto Príncipe.64
Con ello, Álvarez simplemente estaba dando largas a la cuestión, para dar tiempo a que el camino ya emprendido hacia la
anexión se pudiera consolidar cada vez más, hasta convertirse en
una posibilidad real.
64
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
207
Estos extremos pueden deducirse, aunque de manera más o
menos indirecta, del contenido de otro despacho de la misma
fecha que el anterior. En efecto, Álvarez contestó al ministro de
Estado que «la prudencia y circunspección» que observaba en
todos sus actos era tal, ya en las relaciones con sus colegas, ya en
lo referente al Gobierno de la República, que al tacto con que se
conducía «sin hacer ostentación alguna de influencia», debía «la
muy completa» que ejercía no solo en el ánimo del presidente
Santana, sino en todos los individuos de su administración. Es
más, desde su llegada a Santo Domingo siempre les había hecho
entender que los auxilios y protección que España les concediese
eran y seguirían siendo nobles y completamente desinteresados.
En un arranque de sinceridad que dejaba claro el tenor del personaje, el cónsul aseguró que a sus esfuerzos se debía también la
línea de conducta que había hecho seguir a todos los ministros
con los demás agentes diplomáticos, hacia quienes manifestaban
al principio un apartamiento que «nunca podría producir un
resultado favorable para la República». Gracias a este cambio de
actitud, dichos agentes se mostraban exentos de prevención y miraban ya con más confianza la marcha del Gobierno dominicano,
«de cuyos actos, aun de los más insignificantes, estaban recelosos», pero sin que por esto debiera creerse que aumentaban su
influencia. Antes de concluir, Álvarez hizo ver al ministro cómo
comprendiendo anticipadamente la circunspección que este le
había recomendado, él mismo ya había procurado y procuraría
seguirla siempre,65 de lo que resulta fácil deducir que el cónsul era
una persona muy pagada de sí misma, que se preciaba de su gran
habilidad y astucia.
Al menos en algunos aspectos, la información que proporcionó el representante de España en Santo Domingo al ministro era
lo suficientemente veraz y completa como para permitirle hacerse una idea bastante aproximada de la situación interna de la
República Dominicana, por ejemplo en lo relativo a su aspecto
político y a sus partidos. Resulta interesante tener en cuenta que
Álvarez, quizás en su afán por atraer la atención del Gobierno
65
Ibídem.
208
Luis Alfonso Escolano Giménez
español, admitió que nunca había estado el Cibao tan dividido
como en aquellos momentos por los diferentes partidos existentes, e
incluso afirmó que en Santiago había «algunos demagogos que por
tal de derrocar» la administración de Santana preferirían haitianizarse. Como es obvio, el partido haitiano representaba un peligro
que lo hacía bastante temible, puesto que «en caso de conflicto
contaría con la asistencia de Haití y daría que hacer mucho al
Gobierno».66
Poco antes de salir hacia El Seibo, Santana y el agente de
España mantuvieron una entrevista en la que, al hablar de Haití,
de la mediación y de la tregua, el presidente le había dicho que si
las potencias mediadoras continuaban obrando como hasta entonces, «y no [se] imponían a los haitianos, consideraría rota la tregua y obraría como mejor le conviniese». Santana pidió a Álvarez
que hiciera presente al ministro de Estado, «en interés de Cuba y
Puerto Rico, que los negros» crecían en población y riqueza, y que
debía tenerse en cuenta «que cuando Bolívar se encontraba mal
parado en Venezuela perseguido por las tropas reales debió su
salvación a los batallones negros que le envió Boyer». Por último,
le había asegurado que «estaba resuelto a sostener el orden, y que
si llegaba a alterarse la tranquilidad bien fuese por los manejos
haitianos, bien por los demás partidos, caería al momento sobre
los perturbadores y haría con ellos un ejemplar [sic]».67
Debido a la marcha de Álvarez a La Habana, quedó interinamente al frente de la legación de España en Santo Domingo el
vicecónsul, Eugenio Gómez Molinero, quien remitió al ministro
de Estado copia de una comunicación de los cónsules de Francia y
Gran Bretaña en Puerto Príncipe a sus colegas de Santo Domingo.
Dicha copia se la había facilitado reservadamente el ministro dominicano de Relaciones Exteriores, y de ella se podía «deducir
consecuencias claras y precisas acerca de la política» que Francia
y Gran Bretaña sostenían y trataban de desarrollar cada día más
66
67
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 18 de septiembre
de 1860.
AMAE, H 2375, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 21 de septiembre
de 1860. La referencia de Álvarez a Boyer se trata de un error, pues como es
bien conocido, en realidad el presidente haitiano que ayudó a Bolívar fue
Alexandre Pétion.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
209
en aquella región, una política poco conveniente para la parte
española de la isla, a juicio de Gómez Molinero. Según este, «de
la historia de ambas Repúblicas, mejor dicho, de ambas razas», se
deducía asimismo que no era posible «amalgama y comunidad de
intereses entre ellas». Así pues, lo más prudente sería que España
procurase entorpecer o evitar que se llevara a efecto todo cuanto
Haití propusiese con tal objeto, «instigada por influencias extrañas», en clara referencia a las potencias mediadoras. La absorción
de una de esas pequeñas nacionalidades por la que se hiciera más
poderosa de las dos era, en opinión del diplomático, el fin natural y lógico, tal como se desprendía «de su historia, posición
geográfica y elementos respectivos de subsistencia bajo distintos
aspectos». Mientras que la parte española era superior a la haitiana en muchos elementos, esta era «sin embargo superior en uno
de ellos: la población», por lo que su aumento considerable y la
posesión de la parte más pequeña de la isla habían hecho que
Haití propendiese siempre a la invasión. Era pues necesario robustecer en este sentido a Santo Domingo, como se estaba haciendo,
pero la inmigración era lenta, sobre todo para los fines que se
apetecían, y las tendencias haitianas no eran las que menos recelo
debían causar a España. Esas tendencias, unidas a «las miras del
yankee», tenían «harto trabajada la nacionalidad dominicana»,
según lo confesaba ella misma, ansiosa como estaba «de fijar su
suerte y su seguridad». En último lugar, Gómez Molinero señaló
que se le había informado confidencialmente de que existían en
el consulado de Francia «instrucciones para proponer un tratado
de reconocimiento entre las dos Repúblicas», y concluyó que tal
vez el documento del que adjuntaba copia al ministro de Estado
fueran «los preliminares para llevarlo a cabo».68
Como puede observarse, la República Dominicana era un
verdadero nido de intrigas, rumores y conspiraciones de uno u
otro cariz, algo que el Gobierno español no ignoraba en absoluto,
de ahí la reserva que tenía para intervenir más directamente en
ella, pese a la continua insistencia en tal sentido por parte de sus
representantes en Santo Domingo.
68
Ibídem, Gómez Molinero-ministro de Estado, Santo Domingo, 20 de
noviembre de 1860.
210
Luis Alfonso Escolano Giménez
Un observador interesado, pero al mismo tiempo neutral,
de las gestiones de las potencias mediadoras y de España, era
William L. Cazneau, el agente especial de los Estados Unidos
en Santo Domingo, quien en un despacho enviado el 17 de
noviembre de 1860 al secretario de Estado norteamericano se
refirió a la cuestión fronteriza dominicohaitiana. El agente puso
de relieve el hecho cierto de que la línea divisoria entre ambos
países era un asunto aún pendiente de discusión, y que se temía
que fuese «ajustado en términos territoriales adversos para los
dominicanos». A continuación, Cazneau indicó que se le había
informado confidencialmente, al igual que a Gómez Molinero,
lo que demuestra el permanente doble juego de la diplomacia
dominicana, de que Francia insistía en que se firmara un tratado
con Haití, y que incluso se esperaba una fuerza naval en Santo
Domingo para respaldar esa demanda. Por último, el agente se
hizo eco de los rumores según los cuales ese tratado era «el preludio de una anexión» forzosa a Haití, algo de lo que en secreto
nadie dudaba. Por ello, la participación de España en el asunto,
y las acciones que pudiese adoptar al respecto en un futuro inmediato, eran motivo de «ansiosa y confusa incertidumbre» para
todos los miembros del Gobierno dominicano.69 Cabe deducir,
pues, que el criterio expresado por el vicecónsul Molinero, coincidente en este punto con el del propio Cazneau, reflejaba un
verdadero estado de opinión que aquel compartía y, a su vez,
transmitió al ejecutivo de Madrid.
Ante tal ofensiva diplomática, los agentes de España en las dos
capitales de la isla estaban plenamente de acuerdo, como subrayó
Escalante a su colega de Santo Domingo, con el cual coincidía en
que los haitianos no desesperaban de «poder un día dominar toda
la isla», algo que consideraban «obra del tiempo y la persuasión».
Así, al menos, se lo había manifestado a aquél el propio presidente Geffrard, quien añadió que «nunca lo intentaría por medio de
las armas». El cónsul señaló también que, sin embargo, para la
tranquilidad de España y la de la República Dominicana, bastaba
con hacer una breve reseña de la situación de Haití, de la cual se
69
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, p. 364.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
211
desprendía que los haitianos tenían en esos momentos «bastante
que hacer en su pequeño Estado, para dedicar su atención en
la obra [...] de dominar el vecino».70 Esta afirmación significaba
quitar mucho hierro a la amenaza que constituía Haití para la
independencia dominicana, con tanta frecuencia esgrimida por
el ejecutivo de Santo Domingo ante el de Madrid para obtener la
ayuda que le había solicitado, y que este administraba con demasiada prudencia para los intereses de la camarilla santanista.
En una comunicación que dirigió al ministro de Estado,
Escalante le hizo partícipe de estos mismos análisis, «respecto a
la mala fe» del Gobierno haitiano hacia sus vecinos, e indicó que
entre la idea que tenía de «lograr un día hacer de las dos, una
República», y la realización de la misma se interponía un obstáculo, invencible a su juicio. Este era «el estado cada día más triste de
la República haitiana, y la terrible cuestión de raza, siempre palpitante, y que como un fantasma» se levantaba ante el Gobierno a
cada paso que quería dar en la vía del progreso, pues la raza negra
acusaba a los mulatos «de hacer pacto común con los blancos con
objeto de entregarlos a ellos». Según el representante de España,
los negros eran estúpidos y supersticiosos, pero también numerosos y obcecados, y en su idea no los detenían ni los recientes sangrientos castigos. Por ello, aquel concluyó que quien gobernaba
«un país pequeño y sin recursos, con tan poco risueña perspectiva», no era probable que pudiese «dominar a sus vecinos, cuando
a duras penas» lo conseguía con sus propios ciudadanos, pese a lo
cual no estaría menos vigilante para mantenerse al corriente de lo
que pudiera ocurrir.71
En todo este asunto se pone de manifiesto que la visión de
Escalante desde Puerto Príncipe resultaba más matizada que las
de Álvarez y Molinero en Santo Domingo, cuyo principal objetivo
era hacer reaccionar al Gobierno español, aunque para ello fuese
necesario recurrir a una considerable dosis de exageración en sus
análisis sobre la realidad de la isla.
70
71
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, Salceda de Escalante-cónsul de España en Santo
Domingo, Puerto Príncipe, 6 de diciembre de 1860.
AMAE, H 2375, Salceda de Escalante-ministro de Estado, Puerto Príncipe,
8 de diciembre de 1860.
212
Luis Alfonso Escolano Giménez
Esta prudencia vuelve a observarse en la respuesta del cónsul
de España en la capital haitiana a un despacho de su colega de la
República Dominicana, y de la que aquel adjuntó una copia en su
comunicación al ministro de Estado del 8 de diciembre. Escalante
consideraba a Geffrard «el hombre más capaz de su partido», pero
sin embargo su mando era estéril, y el país yacía en una inercia
que le desesperaba, algo que a pesar de sus heroicos esfuerzos
no podía remediar. En opinión de Escalante el motivo era muy
obvio, pues el país estaba compuesto de dos castas, cuyo odio era
proverbial, y por ello, desde que el Gobierno de Geffrard había
subido al poder, aunque lo creía capaz de mejorar el país, no se
atrevía ni tenía tiempo para ello, «siempre en guardia contra su
feroz enemigo». Por tal razón, el diplomático estaba convencido
de que dicho Gobierno, mientras durase su mando, arrastraría
«una vida penosa y llena de ansiedad». Además, añadió que había
puesto todo su empeño en granjearse la simpatía y amistad del
presidente y los ministros, y que sus deseos habían sido colmados
más allá de sus aspiraciones, siendo en esos momentos su posición
«más ventajosa que las de los cónsules de Francia e Inglaterra». Así
las cosas, Escalante no dudó en decir al representante de España
en Santo Domingo que cuando creyera oportuno formar parte de
la mediación, se lo comunicase, y no encontraría dificultad alguna
por parte del Gobierno haitiano, pero acto seguido afirmó que lo
consideraba, al menos por el momento, «de todo punto inútil y
sin resultado».72
Es difícil discernir en qué medida el cónsul expresaba su verdadero criterio a este respecto, o simplemente trataba de resultar
políticamente correcto a los ojos de su colega, que era al fin y
al cabo quien decidía los tempos de la diplomacia española en
la isla, dada la importancia geoestratégica que tenía la República
Dominicana para España, y sus crecientes vínculos con ella.
El responsable de la legación española en Santo Domingo regresó de La Habana el 8 de diciembre, y junto a su despacho de
esa misma fecha remitió al ministro de Estado una copia de la nota
72
Ibídem, Salceda de Escalante-cónsul de España en Santo Domingo, Puerto
Príncipe, 8 de diciembre de 1860 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
213
que el cónsul de Francia acababa de dirigir al Gobierno dominicano, que confirmaba lo que le había expuesto Gómez Molinero
en su última comunicación. Álvarez señaló que, una vez leída con
detenimiento la mencionada nota, se deducían de ella algunas
consideraciones «harto graves», ya que el agente de Francia empleaba cuantos recursos había podido «allegar para arrojar sobre
la República Dominicana, el peso de las consecuencias que en
adelante sobrevinieran en tan delicada cuestión». A su juicio, el
documento de Zeltner traslucía además «la idea de eximirse como
agente de la mediación y de la tregua existente de la responsabilidad de los acontecimientos futuros». De este modo, «si la siempre
invasora Haití intentase apelar a la suerte de las armas contra su
vecina», estaba «en situación de decir a Santo Domingo [...], que
por parte de la mediación se habían gastado todos los medios».
Así pues, la República Dominicana sería la única «causante de
los males que le pudieran sobrevenir». Según el representante de
España en Santo Domingo, esta inesperada proposición de paz,
era «no solo perjudicial a la República Dominicana sino muy particularmente» a los intereses y política del ejecutivo de Madrid en
esa Antilla. Acto seguido, subrayó como un hecho indudable que
si el tratado de paz se llevase a cabo «desaparecería muy pronto
la raza hispanoamericana del suelo de Santo Domingo», puesto
que la población negra de Haití era «más de tres veces mayor que
la total dominicana». Álvarez daba por seguro que los haitianos,
puestos en contacto con los negros y mulatos de Santo Domingo,
ejercerían una propaganda tan activa, que estos, que «por un milagro» se lanzaban «al combate para defender la República, o más
claramente hablando a los blancos» que la dirigían, cesarían en su
entusiasmo.73
Resulta sin duda muy revelador el peculiar concepto que tenía
el diplomático acerca de la nacionalidad dominicana, y cómo lo
manipulaba en función de los intereses de cada momento, aunque en este caso al menos reconoció que quien ejercía el poder
en Santo Domingo era una pequeña minoría blanca, con la cual
aquel se identificaba plenamente.
73
Ibídem, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 8 de diciembre de 1860.
214
Luis Alfonso Escolano Giménez
Álvarez trajo también a colación las consecuencias que de esto
se derivarían para la seguridad de Cuba y Puerto Rico, que dejaba
colegir al ministro, y añadió que como Francia tenía en Haití una
colonia que le producía «sin gasto alguno una fuerte contribución
anual», en referencia al pago acordado tras la independencia,
naturalmente tendía a protegerla. Por otra parte, Gran Bretaña
tampoco dejaría de apoyar un tratado favorable a «su tendencia
de convertir en señores de las Antillas a la repugnante raza negra», aseveración que no merece mayor comentario, pues el tenor
de la misma habla por sí solo. Además, «aunque ya era tiempo de
que los agentes de la mediación [...] dijesen algo», después del
viaje del cónsul de Gran Bretaña a Puerto Príncipe, y en vista de
la respuesta que los haitianos les dieron, no se había adelantado
nada al Gobierno dominicano acerca de sus justas reclamaciones,
lo que según el representante de España demostraba la ineficacia
de dicha mediación. Además, este se felicitó por el firme propósito del ejecutivo de Madrid de aumentar la población española en
la República, «como medio de neutralizar la influencia de otras
razas», lo cual indicaba que había comprendido una de las más
perentorias necesidades de la nacionalidad dominicana. Álvarez
informó al ministro de que los miembros del Gobierno, a quienes
había visto el mismo día de su llegada, le habían manifestado «su
propósito de no acceder a la pretensión del agente francés», idea
en la que por supuesto aquel los apoyaba. Por último, el cónsul
aseguró que no perdonaría medio alguno para arrancar a Santana
de su hacienda de El Seibo, donde se encontraba desde hacía
tiempo, a fin de que con su presencia diese mayor autoridad al
ejecutivo. En cuanto el presidente llegara a la capital, Álvarez le
aconsejaría que, «con las formas más suaves y usando de las fuertes
razones que nadie como él mismo» podía alegar en contra del
tratado, se excusara de acceder a él.74
Desde este momento, la guerra sorda existente entre los agentes de la mediación y el diplomático español no hizo sino aumentar, sobre todo a medida que se aproximaba la ocasión propicia
para llevar a cabo un plan cuyos últimos detalles habían estado
74
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
215
negociando Álvarez y Ricart con el gobernador de Cuba, durante
su estancia en La Habana. En efecto, Serrano estaba al corriente
de todo lo que sucedía en la República Dominicana, ya que la legación española en Santo Domingo lo mantenía permanentemente informado al respecto, e incluso se le empezaron a trasladar
copias de los despachos que dicha legación enviaba al ministro de
Estado.
Por fin, Santana regresó a la capital el 18 de diciembre y al
día siguiente mantuvo una larga entrevista con Álvarez, en la
que le repitió como siempre que su único deseo era que España
«bien por el protectorado o la anexión» asegurase el porvenir de
Santo Domingo. En cuanto al tratado propuesto por el Gobierno
francés entre la República Dominicana y Haití, el presidente dijo
que no se negarían a escuchar las proposiciones que les hicieran,
pero que no podría llevarse a cabo porque las exigencias de Haití
serían tales que habría que «desecharlas como inadmisibles».
Aquel también indicó al cónsul que podía garantizar al Gobierno
español, «de una manera terminante [...] la seguridad de los altos
intereses» que le estaban confiados. Una vez conseguido su objetivo más perentorio, que era alejar el peligro de un acuerdo con
Haití, el cual eliminaría uno de los argumentos tradicionalmente
esgrimidos por los anexionistas, y conforme había convenido con
Serrano, Álvarez salió hacia La Habana el 20 de diciembre para esperar allí la respuesta del ejecutivo de Madrid al asunto de la anexión. En cualquier caso, volvería a Santo Domingo a primeros de
enero, acompañado ya por el ministro dominicano de Relaciones
Exteriores, aunque no hubiera conseguido su empréstito, que era
el pretexto de la visita de Ricart a Cuba, y que de forma un tanto
absurda se mantenía incluso ante el propio Gobierno español.
Para mayor tranquilidad de este, el agente comunicó al ministro
de Estado que durante su breve ausencia Santana no abandonaría
la capital, y que el vicecónsul quedaba encargado del despacho
de los asuntos corrientes,75 como si en aquellos momentos no
estuviera ocurriendo nada de particular que hiciese necesaria su
permanencia en Santo Domingo.
75
Ibídem, 20 de diciembre de 1860.
216
Luis Alfonso Escolano Giménez
En definitiva, las gestiones se encontraban en pleno proceso
de realización, y Álvarez no podía faltar a la conclusión de las mismas, dado que había sido uno de sus principales promotores ante
Serrano y el ejecutivo de Madrid, por un lado, y el Gobierno dominicano, por el otro, único al que no hacía falta convencer, pues ya
lo estaba de antemano.
Mientras tanto, en Madrid los acontecimientos se seguían no
solo desde la distancia, con el retraso que esta imponía, sino con
una demora que quizás pueda justificarse por la poca atención
prestada a un asunto que, al fin y al cabo, no interesaba demasiado
en algunos círculos oficiales, por lo que su resolución no parecía
urgente. Sólo así cabe explicar que, tras solicitarse un informe
al negociado de América de la Dirección Política del Ministerio
de Estado sobre la respuesta que se debía dar a un despacho de
Gómez Molinero del 20 de noviembre, informe que se emitió el
22 de diciembre, la contestación oficial al mismo no fuera enviada
hasta el 28 de enero. Además, el oficial del negociado al que se
encargó dar su parecer se limitó a afirmar que poco podría decir
acerca de la conducta que España debía seguir con la República
Dominicana y Haití, puesto que el Gobierno español había hecho y estaba haciendo, por su parte, «lo posible para conservar
la independencia de la primera […] contra los ataques de los
negros haitianos». En definitiva, lo único que planteó el analista
del Ministerio de Estado era que los cónsules de España en ambos
países se atuviesen en su conducta a este principio. Por lo tanto,
se les debía dar orden de que continuaran como hasta entonces,
«mirando siempre por los intereses españoles, y obrando en todo»
como se les tenía prevenido, de acuerdo con el cónsul en el otro
país, y con las autoridades de Cuba y Puerto Rico. El objetivo era,
pues, «mantener la integridad de la República Dominicana, y
desbaratar de consuno, los planes» que tendiesen a que la raza
española pudiera ser un día absorbida por la negra. Estas instrucciones, plagadas de lugares comunes que volvían a repetirse una
vez más, finalmente fueron remitidas a los respectivos agentes,76
76
Ibídem, informe de la Dirección Política del Ministerio de Estado, Madrid,
22 de diciembre de 1860 (la fecha de envío de la respuesta a los cónsules de
España en Santo Domingo y Puerto Príncipe figura al pie del documento).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
217
simple trámite que se pospuso por más de un mes desde la redacción
de un informe tan obvio como inútil.
Se puede considerar, sin embargo, que la desidia que mostraron los funcionarios del mencionado ministerio a la hora de responder un simple despacho consular, no basta para comprender
la actitud general del Gobierno español ante lo que estaba sucediendo en la isla de Santo Domingo. En definitiva, la complejidad
de la situación venía dada en buena medida por una necesaria
discreción, pues lo último que deseaba España era enfrentarse
abiertamente con Gran Bretaña y, sobre todo, con Francia, con
cuya alianza estratégica había contado en acciones anteriores,
como la guerra de Marruecos, y con la que incluso colaboraba en
esos momentos en Cochinchina.
Por otra parte, las gestiones que llevaban a cabo paralelamente en La Habana Álvarez, Ricart y Serrano complicaban
aún más la ya de por sí enrevesada cuestión dominicohaitiana,
que se mezclaba con dichas negociaciones, a las que había que
añadir, por último, las entabladas por Alfau con el ejecutivo
de Madrid. Estas se habían visto claramente entorpecidas por
la enfermedad de Calderón Collantes, cuya ausencia también
puede ayudar a entender la tesitura por la que atravesaba la
diplomacia española, sobre todo si se tiene en cuenta que su
sustituto era el propio O’Donnell, quien no podía dedicarse en
exclusiva a dirigir la política exterior. Todo ello dio como resultado, pues, los titubeos, las demoras y la descoordinación que
caracterizaron la actuación del Gobierno español en los meses
previos a la anexión, mientras que Álvarez estaba demasiado
ocupado con sus viajes y sus gestiones, entre Santo Domingo
y La Habana, como para dar unas pautas de comportamiento
al vicecónsul. No obstante, el papel jugado por estos agentes
resulta muy importante para seguir la evolución de los hechos
sobre el terreno, aunque siempre con la necesaria prevención
que merecen sus análisis, tan a menudo impregnados de filias
y fobias personales y/o políticas, o del simple deseo de resultar
agradables a los ojos de sus superiores.
218
Luis Alfonso Escolano Giménez
Así, por ejemplo, el cónsul de España en Puerto Príncipe
consideró que las apreciaciones de su colega en la capital dominicana eran justas y exactas, con respecto a las miras que tenía el
Gobierno haitiano «con su suspicaz política, deseando obtener la
amistad de sus vecinos». Según Escalante, esto se lo había confesado el propio Geffrard, quien le habló sobre sus esperanzas para el
futuro, como resultado del convenio que proponía a los dominicanos. En efecto, el presidente le dijo en una entrevista: «¡¡Que era
un error el creer que la raza española de Santo Domingo, y la de
Haití, nunca podrían unirse y hermanarse, y que para probarlo,
solo quería concluir un tratado de amistad entre los dos pueblos,
y que antes de dos años compondrían uno solo!!». Sin embargo,
lo que más había sorprendido a Escalante fue darse cuenta en
esos momentos «de la protección y concurso que los cónsules de
la mediación» prestaban «con empeño a este nuevo sesgo político
de la suspicacia del Gobierno Geffrard». El diplomático declaró su
sorpresa porque hacía poco tiempo que el representante de Gran
Bretaña, en una conversación privada, le había hablado «de la
raza haitiana con el más alto desprecio [...], y considerando como
imposible la unión a la de Santo Domingo, que aunque desmoralizada, consideraba más capaz, y de noble origen en su mayor parte». A juicio de Escalante, aquel tenía que haber recibido después
instrucciones de otra especie, pues más recientemente le había
dicho: «¡Que no comprendía por qué los dominicanos no aceptarían un tratado amistoso con Haití, cuyo beneficio sería común a
los dos pueblos, que al fin tienen un mismo origen, y mucha semejanza y analogía entre sí!». Desde ese mismo instante, el agente de
España comprendió que «la política inglesa con su característico
rasgo de doblez, y [...] egoísmo», se proponía «sacar partido de las
relaciones entre sí de las dos Repúblicas, con perjuicio manifiesto,
no solo de España», a la que sinceramente detestaba, sino también
de la raza española en América. Con respecto al representante de
Francia, obraba sin duda por instrucciones de su Gobierno, pues
personalmente odiaba «con bastante justicia» al Gobierno haitiano, y sus relaciones con él eran «pocas y excesivamente frías».77
77
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, Salceda de Escalante-cónsul de España en Santo
Domingo, Puerto Príncipe, 5 de enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
219
Llama la atención que Escalante subrayase el hecho de que los
cónsules de Gran Bretaña y Francia actuaban de acuerdo con las
instrucciones de sus respectivos Gobiernos, y que las mismas pudieran cambiar en un momento determinado según sus propios
intereses, lo cual forma parte elemental de la política exterior de
un Estado moderno, salvo quizás de la de España, dado el tenor de
este comentario. Resulta asimismo interesante la importancia que
Escalante concedió a cuestiones tan subjetivas como el desprecio
o el odio que al parecer sentían uno y otro cónsul, como si tales
sentimientos personales fuesen los que debieran marcar las líneas
de actuación de un diplomático con respecto al Gobierno ante el
cual se encuentra acreditado en representación del suyo propio.
En respuesta al despacho de Álvarez del 8 de diciembre de
1860, el ministro de Estado aseguró que era consciente de «los
grandes inconvenientes que traería a los españoles establecidos en
esa isla la celebración de un tratado con Haití», en los términos
propuestos por el agente de Francia. Acto seguido, Calderón se
limitó a asumir punto por punto todos los argumentos de Álvarez
contra ese tratado, «porque sin duda alguna llegaría una época,
no muy lejana», en que el mismo produciría «la absorción de la
raza blanca por la negra, mucho más numerosa», lo cual privaría
a España «de todo medio de acción e influencia en aquella parte
de América». Estas causas, así como las «acertadas reflexiones» de
Álvarez, llevaron al ejecutivo de Madrid a recomendarle que aprovechase las buenas disposiciones de los miembros del Gobierno
dominicano, de las cuales seguramente participaría Santana, para
procurar por los medios más convenientes que no se firmara dicho tratado. De este modo, siempre según el ministro, se evitarían
las desagradables consecuencias que, en caso de ajustarse, «habían de sobrevenir a los intereses de los españoles» residentes en
la República Dominicana.78
Esa percepción del tratado como algo negativo bajo cualquier
aspecto era justo lo que deseaba el cónsul de España en Santo
Domingo, que se vio así con las manos libres para continuar
78
Ibídem, 54/5224, No. 10, Calderón Collantes-cónsul de España en Santo
Domingo, Madrid, 14 de febrero de 1861.
220
Luis Alfonso Escolano Giménez
adelante con su proyecto, ya que lo consideraba el medio más
conveniente para impedir el tratado y el cúmulo de desgracias
que al parecer este traería consigo.
Por lo que respecta al Gobierno dominicano, Álvarez no iba a
encontrar muchas dificultades para convencerlo de que rechazase
el tratado, ya que a la predisposición favorable a todo lo que recomendara el agente de España vino a coadyuvar una información
transmitida por el representante de la República en Curazao, R.
de Lima. En efecto, este comunicó al ministro dominicano de
Relaciones Exteriores que, a través de un pasajero llegado desde
Haití, había tenido conocimiento de que el Ejército de dicho país
contaba en esos momentos con una fuerza de 4,000 hombres de
línea, cuya instrucción se había confiado a oficiales franceses de
acuerdo con el emperador. Además, tenían dos vapores de guerra, todo ello con el fin de prepararse para las hostilidades, que
debían romperse tan pronto como finalizase la tregua. De Lima
subrayó también «la influencia de muchísimos dominicanos asilados» en Haití, a los cuales el mismo presidente mantenía, para
«por su conducto entrar en manejos en el interior de la República
Dominicana». Según el cónsul, el plan concebido por Geffrard
era «insurreccionar el país por medio de un movimiento interior,
apoyándolo en las fronteras». Sin embargo, aunque el presidente
confiaba en ella, Francia no se encontraba muy dispuesta en su
favor, debido a un tratado de comercio que el ejecutivo de Puerto
Príncipe no había aceptado, por lo que naturalmente el de París
estaba resentido de su proceder. De Lima recalcó que estos informes procedían de fuentes que él juzgaba seguras,79 con lo cual la
excusa que quizás necesitaba el Gobierno dominicano para dar
largas al asunto del tratado le venía servida, y precisamente en el
momento más oportuno para sus intereses.
No obstante, en Puerto Príncipe continuaban las gestiones en
pro del tratado, y el agente de Francia en esa ciudad, Levrand,
se dirigió el 21 de febrero a Édouard Thouvenel, ministro de
79
AGN, RREE, leg. 15, expte. 2, De Lima-ministro de Relaciones Exteriores de
la República Dominicana, Curazao, 8 de diciembre de 1860 (se trata de un
duplicado).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
221
Asuntos Extranjeros de su país, para ponerlo al corriente de las
mismas. El cónsul de Gran Bretaña y Levrand habían consultado
al ministro haitiano de Relaciones Exteriores, ante la posibilidad
de que Santana rechazase Puerto Príncipe como lugar de las negociaciones, si no convendría al Gobierno de Haití evitar toda pérdida de tiempo, y señalar lo antes posible la ciudad que le pareciera
más apropiada. Sin embargo, el ministro Plésance les comunicó
que el ejecutivo de Puerto Príncipe había recibido noticias muy
graves desde la parte oriental de la isla, según las cuales Santana
quería entregar su país a España, y era inminente un levantamiento general contra semejante traición, acerca de todo lo cual les
iba a escribir y les enviaría dos proclamas de los patriotas dominicanos. Los diplomáticos replicaron a Plésance que las cartas de
sus colegas de Santo Domingo eran de fecha más reciente que
las proclamas. Estos, lejos de compartir tales temores, proseguían
con el acto de reconciliación proyectado, y se felicitaban de haber obtenido de Santana las promesas más formales de facilitar su
realización nombrando plenipotenciarios, una vez que lo hubiese
hecho Haití. Levrand y Byron dijeron además al ministro que, si
los enemigos de Santana lo acusaban de haber vendido su país al
extranjero, los de Geffrard afirmaban que el próximo viaje de este
a las provincias fronterizas, con el pretexto de dar a conocer allí al
presidente, tenía en realidad por objeto favorecer e incluso provocar una sublevación en el país vecino. Los agentes estaban convencidos de que dicha acusación era falsa, como les había asegurado
Plésance, pero que a pesar de ello resultaba indispensable no dar,
en ese momento, el menor motivo de sospecha sobre la buena fe
del Gobierno haitiano, por lo que esperaban que Geffrard pospusiese el viaje proyectado. El ministro consideró lamentable que
un jefe de Estado no pudiera visitar a sus administrados, y que se
estaba calumniando a su Gobierno, pero aseguró que trasladaría
al presidente las observaciones de los cónsules.80
A continuación, Levrand leyó a Plésance parte de una carta
particular enviada por Zeltner desde Santo Domingo, fechada
el 21 de enero, según la cual el presidente dominicano le había
80
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 146-148.
222
Luis Alfonso Escolano Giménez
avisado de una insurrección planeada por un tal Sánchez en el
norte de la República, con la ayuda del Gobierno haitiano, de lo
que tenía pruebas. Santana le repitió que los representantes de
Francia y Gran Bretaña en Puerto Príncipe estaban siendo engañados por Haití, y que este país no tenía ninguna idea seria de paz
con la República Dominicana. Zeltner pidió a su colega que le informase de lo que supiera al respecto, por medio de una carta que
pudiese mostrar a Santana, ya que ante todo había que destruir
esas ideas, sin lo cual no se llegaría a terminar la cuestión del tratado. Entonces, Levrand añadió al ministro Plésance que Sánchez,
quien en efecto se encontraba en Haití, había ido a verlo con un
pretexto bastante torpe. El cónsul de Francia le pidió noticias de
Santo Domingo, y aquel le respondió que su país estaba vendido a
los españoles, y que esta traición era un hecho consumado, lo que
Levrand desmintió con un rotundo es falso. Sánchez también le
dijo que había visitado a Geffrard, pero que no habían hablado de
política, cosa que no le había preguntado Levrand, quien sí le habló en cambio sobre la posible unión de la República Dominicana
con Haití, como consecuencia de un ataque extranjero. A esta
cuestión Sánchez respondió que los dominicanos no querían el
protectorado de España, pero que preferían cualquier otra cosa antes que la dominación haitiana. Por su parte, Byron también puso
en conocimiento del ministro las informaciones que le había facilitado su colega de Santo Domingo sobre el mencionado individuo,
al que se refirió como un hombre de nada, un intrigante sin crédito
ni influencia, que sin duda había ido a Haití para explotar en su
propio provecho la credulidad de las autoridades haitianas. Según
Levrand, el malestar de Plésance era bien visible, pese a lo cual en
su opinión este era más clarividente que los demás ministros y el
presidente con respecto a los tránsfugas dominicanos. Por último,
tras el relato detallado de lo que Levrand denominó incidente, el diplomático indicó a Thouvenel que se había convenido con Plésance
en esperar una nueva comunicación del Gobierno dominicano expresando el deseo de que se eligiera otro lugar diferente de Santo
Domingo y Puerto Príncipe para la negociación del tratado.81
81
Ibídem, pp. 148-149. Rodríguez Demorizi afirma en la nota No. 32 de la
p. 148 lo siguiente: «Estas palabras de Sánchez –que no dejan de honrarle– son
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
223
En estas circunstancias de incertidumbre cada vez mayor
por ambas partes, el agente de España en Puerto Príncipe informó a su homólogo de Santo Domingo de que Geffrard se
disponía a marchar hacia la frontera, a principios de marzo.
Aunque la idea ostensible era «reconocer las fortificaciones de
Haití en esa parte», el presidente iría acompañado de los generales dominicanos Sánchez, Troncoso y otros. Escalante no dudaba de que existía «la intención decidida de intentar alguna
nueva insurrección en ese país», por lo que convenía prevenir
al Gobierno dominicano de que tomase las disposiciones necesarias para impedirla, en caso de que tuviera lugar. El cónsul
aseguró que, por su parte, iba a hacer un último esfuerzo para
que la expedición no se llevase a efecto, y que aún tenía la
esperanza de poder conseguirlo.82
Aunque por el momento la expedición de Sánchez no tuvo
lugar, el Gobierno de Haití, conocedor de los rumores que circulaban sobre la anexión de Santo Domingo a España, y en un
último intento por evitarla, comunicó a Escalante el 15 de marzo
que estaba «dispuesto a reconocer la República Dominicana»,
así como la «integridad de su territorio». Cuando el 22 de marzo
el Gobierno haitiano dirigió esta proposición al de la República,
por medio de los agentes de la mediación, ya era demasiado tarde para impedir nada. Al mismo tiempo, el ejecutivo de Puerto
Príncipe rogó a Escalante que, «en nombre de España, formase
parte de la mediación a fin de dar al tratado con la República
un carácter solemne, sólido, y estable». Así pues, el diplomático,
que al igual que todo el mundo en Haití ignoraba aún que la
anexión ya había sido proclamada, solicitó al representante de
España en Santo Domingo que le dijera si debía aceptar la oferta,
82
bien significativas. Valen por una autorizada y concluyente justificación de la
anexión. Por el peligro haitiano, por preferirlo todo a la dominación haitiana,
fue consumada la anexión». En la nota No. 33 de la misma página añade,
con relación al juicio de Hood sobre Sánchez: «El concepto no puede ser
más injusto. Sánchez dio muestras de ser hombre desinteresado y generoso,
incapaz de las ideas utilitarias de que se le acusa en esta carta» (las cursivas
son del autor).
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, Salceda de Escalante-cónsul de España en Santo
Domingo, Puerto Príncipe, 22 de febrero de 1861.
224
Luis Alfonso Escolano Giménez
o abstenerse hasta nueva orden, cuestión a la que se le respondió
el 17 de abril, casi un mes después de haberse producido aquel
hecho.83
En un despacho del 21 de marzo, Álvarez comunicó al cónsul
de España en Puerto Príncipe la noticia de la anexión del territorio dominicano a su antigua metrópoli, acontecimiento que este,
a su vez, dio a conocer oficialmente al Gobierno haitiano. Además,
Escalante había creído necesario manifestar al mismo «en términos enérgicos, pero políticos, la imprudencia que cometería llevando a cabo la loca empresa» que anunciaban los periódicos, «de
ir a atacar la frontera; probándole hasta la evidencia que de las
graves consecuencias que de tal calaverada pudieran resultar para
este pobre país, el Gobierno de Haití [...] sería responsable a la faz
del mundo». El agente de España expresó la convicción de que,
tras recibir su nota, el ejecutivo de Puerto Príncipe iría con tiento
en su decisión, so pena de que lo pondría «en un grave compromiso retirando el pabellón» y pidiendo su pasaporte, y añadió que
ya había indicado a aquel confidencialmente lo que esto querría
decir. Por otra parte, Escalante informó a Álvarez de que aún no
había llegado a la capital haitiana el canciller del consulado de
Francia en Santo Domingo, pero que si se verificara la visita no lo
perdería de vista, ni a sus manejos. Finalmente, suponiendo que
la legación española en esa ciudad cesaba en su misión, pidió al
ex cónsul que le dijese cuál era la autoridad que quedaba constituida, y con la que debería entenderse en lo sucesivo. Como dato
de última hora, señaló que se publicaba por las calles a son de
tambor una proclama contra la anexión, motivo por el que había
dirigido al Gobierno haitiano una nota de protesta. En cualquier
caso, Escalante hizo ver a Álvarez que sería bueno que se reforzara
la vigilancia de la frontera, aunque a su juicio los haitianos hacían
«mucho ruido para nada probablemente».84
El hasta esos momentos agente de la República Dominicana
en Madrid informó el 24 de abril a Santana, quien ya le había
comunicado la noticia de la reincorporación de Santo Domingo a
83
84
Ibídem, 22 de marzo de 1861.
Ibídem, 8 de abril de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
225
España, que el general haitiano Dupuy se encontraba en Madrid.
Este había llegado para suplicar al Gobierno español que mediase
en los asuntos pendientes entre los dos países de la isla, lo que
Alfau comentó, no sin cierto alivio, al decir que había llegado tarde, puesto que Haití nada tendría «ya que ver con Santo Domingo,
sino con España», y sentenció que era un cuidado menos para
los dominicanos. El antiguo agente añadió además que la prensa
inglesa y francesa se habían «desatado [...] sin freno ni medida»
contra la anexión, pero acto seguido matizó que Francia no se
oponía a la misma, y que Gran Bretaña no había pasado por el
momento ninguna nota de protesta. En cualquier caso, concluyó
Alfau, se opusiera o no aquella, los deseos del Gobierno dominicano se verían satisfechos, porque aparte de «ser perfecto el
derecho de Santo Domingo para declarar» que quería «formar
parte integrante de los dominios de España», esta adoptaba resoluciones propias, y era muy celosa de su honor para consentir que
nadie lo menoscabase.85
En suma, las condiciones que habían permitido llegar al
extremo de que un Estado independiente retrocediera voluntariamente su soberanía a la antigua metrópoli, aunque se tratase
de la obra de un grupo muy reducido que detentaba el poder,
fueron un conjunto de elementos heterogéneos. Entre ellos, la
amenaza haitiana, tanto si era un mero pretexto como si era la
realidad, fue hábilmente manejada por los artífices del proyecto
anexionista para obtener sus fines, pero «la permanente situación de tensión derivada» de aquella no fue el único problema
que se exacerbó en los años previos a la reincorporación de
Santo Domingo a España. En efecto, tal como subraya Franco
Pichardo, «el no menos permanente conflicto político entre
Báez y Santana, el desorden administrativo que abrió paso a la
corrupción, más las desquiciadas emisiones monetarias», que
hacia 1861 ascendían ya a 33, liquidaron toda posibilidad de mejora de la economía dominicana.86
85
86
AGN, RREE, leg. 15, expte. 6, Alfau-Santana, Madrid, 24 de abril de 1861.
Franklin Franco Pichardo, Historia del pueblo dominicano, 2.ª edición, Santo
Domingo, Sociedad Editorial Dominicana, 1993, pp. 261-262.
226
Luis Alfonso Escolano Giménez
A todo esto hay que agregar otros factores, como la permanente
y más o menos velada presencia del expansionismo norteamericano,
y las a menudo tormentosas relaciones con las potencias europeas,
en particular Francia y Gran Bretaña, así como los intercambios
comerciales que mantenía la República Dominicana con otros
países. Moya Pons llama la atención sobre la posibilidad de que
los Estados Unidos aprovecharan la debilidad del Gobierno dominicano para introducir grupos de aventureros que se apoderasen
del país, tal como ya había hecho Walker en Nicaragua, y como
hacían temer también algunos incidentes que tuvieron lugar en el
territorio dominicano.87
Resulta por lo tanto necesario abordar el análisis pormenorizado de los principales frentes que mantuvo abiertos la República
Dominicana en el período inmediatamente anterior a la anexión,
para comprender mejor el proceso por medio del cual esta se fue
articulando de forma progresiva como respuesta a la crisis estructural en que estaba sumido dicho país.
87
F. Moya Pons, Manual de historia dominicana, 10.ª edición, Santo Domingo,
Corripio, 1995, pp. 334-335.
Capítulo IV. Influencia de la crisis económica
dominicana en la articulación del proyecto
anexionista
R
esulta evidente la influencia que tuvo en todo el proceso
preanexionista la siempre difícil situación económica de la
República Dominicana, cuyas autoridades aún no habían llevado
a cabo lo estipulado con relación al papel moneda de la administración Báez, pese a haber emitido una cantidad muy considerable de este, algo que durante las discusiones para el arreglo de la
cuestión dijeron que era impracticable. Los proyectos de inversionistas estadounidenses siempre fueron una gran causa de preocupación para los agentes europeos, dada la necesidad acuciante
del Gobierno dominicano de obtener recursos. Las implicaciones
entre la amenaza haitiana y el peligro norteamericano fueron
puestas de relieve por Hood, cónsul de Gran Bretaña en Santo
Domingo, según el cual la independencia dominicana corría un
riesgo inminente, más por parte de los Estados Unidos que de
Haití. El diplomático estaba convencido de que cuando los dominicanos no pudiesen resistir las hostilidades directas o indirectas
de los haitianos, se echarían en brazos de los norteamericanos, y
para evitar dicha contingencia volvió a proponer a su Gobierno,
como también hizo el cónsul de Francia, el protectorado de una
potencia europea sobre la República Dominicana
En este sentido, por ejemplo, el Foreign Office propuso
como posible solución al conflicto dominicohaitiano, siempre
de acuerdo con el Ministerio francés de Asuntos Extranjeros,
una especie de pacto federal entre las dos naciones de la isla,
228
Luis Alfonso Escolano Giménez
por el cual ambas se comprometerían a no ceder parte alguna
de su territorio a una tercera potencia. Otra de las opciones para
hacer frente a las intrigas norteamericanas, esta vez planteada
por el propio Hood, era la reunificación de toda la isla bajo un
único poder, que sería el de Haití, aunque aquel no lo dijese explícitamente. Tales propuestas quizás respondieran a los intereses de Francia y Gran Bretaña, pero no podían ser bien acogidas
por el Gobierno dominicano, ni tampoco por los de España o
los Estados Unidos, con lo que la rivalidad entre todos ellos se
encontraba en su punto álgido.
En tales circunstancias, mientras unos y otros trataban de obtener ventajas comerciales, o establecer nuevas rutas de navegación
que tocaran en la costa dominicana, la presencia española se hizo
visible en otro orden, ya que no en el comercial, donde seguía
ausente casi por completo, con la llegada de una considerable inmigración de canarios. Los rumores cada vez más extendidos de
algún tipo de acuerdo entre el Gobierno dominicano y España,
suscitados sobre todo a raíz de la visita a Santo Domingo del general español Peláez de Campomanes, unidos a dicha inmigración,
fueron vistos con gran recelo tanto por una parte de la población
dominicana, como por los agentes de las otras potencias.
En cualquier caso, Santana se decantó definitivamente por
alguna forma de unión con España, bien fuese mediante el protectorado, bien por medio de la anexión, pese a que varios miembros de su Gobierno habían venido defendiendo desde bastante
tiempo atrás la opción de los Estados Unidos, lo cual constituye
sin duda un éxito casi personal del cónsul Álvarez. En efecto, su
decidida actuación al fomentar el acercamiento de la República
Dominicana a España, en medio de un juego tan complejo de
intereses internacionales enfrentados, permite comprender en
buena medida el desenlace de dicho proceso en la anexión, de
la cual el mencionado diplomático fue el más firme defensor y
principal intermediario ante las autoridades españolas, tanto de
La Habana como de Madrid.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
229
1. LA SITUACIÓN ECONÓMICA DE LA
REPÚBLICA DOMINICANA HASTA 1861
Roberto Cassá sostiene que una de las principales consecuencias, en el plano político, de la crisis permanente que padeció
la economía dominicana a lo largo del período de la Primera
República, fue «el mantenimiento de la vigencia social de la
ideología anexionista», aunque esta funcionara a menudo de
forma encubierta, porque así convenía a los grupos en el poder. De acuerdo con el mencionado autor, se comprende que
el anexionismo fuese visto como la panacea por una clase dominante «temerosa del retorno a la dominación haitiana, incapaz
de promover el crecimiento económico», y «detentadora de un
poder clasista con sentido regresivo». Así pues, «la prosperidad
que ella misma no podía forjarse pensaba obtenerla mediante
una alianza histórica con una potencia colonial», que diera cabida a sus propios intereses de clase «en un nuevo esquema político, por el cual cedía a dicha potencia la soberanía», a condición
de que se le respetasen privilegios, cargos y funciones. Como
afirma Cassá, el proyecto tardó diecisiete años en hacerse realidad principalmente debido a «la forma en que se manifestó la lucha de influencias entre Francia, Gran Bretaña, Estados Unidos y
España», y su interés por el mantenimiento de la independencia
dominicana, como medio de conservar el statu quo en el Caribe.
Aunque los Estados Unidos tuvieron importantes pretensiones
de apoderarse de la República Dominicana, se encontraron
siempre con la oposición de los otros tres países. Gran Bretaña,
por su parte, era partidaria de la independencia para seguir
disfrutando de la «supremacía económica y comercial sobre el
país», ya que la misma «se basaba en relaciones de comercio que
no requerían la dominación política directa», sobre las que esta
podría tener incluso efectos contraproducentes. Francia mantuvo en general una política muy similar a la de Gran Bretaña, con
la que se unió cuando lo estimó conveniente para hacer frente
al expansionismo norteamericano. Por último, a juicio de Cassá,
España era la más interesada en un dominio directo sobre Santo
230
Luis Alfonso Escolano Giménez
Domingo, lo cual explica «la materialización final del proyecto
anexionista de las clases poderosas del país en torno a dicha potencia». Esta no contaba, a diferencia de Gran Bretaña y Francia,
con los mecanismos económicos apropiados para generar un
nuevo esquema de dominación, que no implicara el final de
la soberanía nacional dominicana. En efecto, los proyectos expansivos españoles necesitaban un retorno al colonialismo para
llevarse a cabo, «aun cuando en América ya era vieja la política
basada en el neocolonialismo». Además, por medio del control
sobre el territorio dominicano, España pretendía fortalecer su
posición en Cuba y Puerto Rico, que eran cada vez más objeto de
pretensiones por parte de los Estados Unidos, de modo que «el
interés especial de España» hacia Santo Domingo se definía en
abierta oposición al interés, también especial, de aquellos.1
El momento propicio para dar el paso definitivo se produjo
como consecuencia del estallido de la guerra de Secesión norteamericana, a partir de la cual se modificó el equilibrio de las
fuerzas presentes en el tablero de las Antillas. A ello se unió también un cierto giro de la política británica, que se hizo más abierta
a las aventuras del imperialismo francés en América, cuyo principal ejemplo fue la actitud que asumió el ejecutivo de Londres
hacia la expedición a México, patrocinada por Napoleón III. Se
puede decir que, aunque ya conocía el interés de Francia por controlar ese país, a medida que se desarrollaron los acontecimientos
en el continente americano, y sobre todo en los Estados Unidos,
llegó incluso a «empujar tácitamente ese plan». En efecto, Gran
Bretaña mostró su deseo de cooperar con Francia para obligar al
Gobierno mexicano a que respetase los intereses de sus respectivos súbditos, y en concreto, para alcanzar un acuerdo en las reclamaciones de estos frente a aquel. Hauch subraya con acierto que
el Foreign Office era consciente de que, «una vez que Napoleón
entrase en México, sería sumamente difícil, a no ser por la fuerza»,
convencerlo para que saliera de allá. Esa actitud tolerante de Gran
Bretaña con respecto a las ambiciones francesas fue la misma que
desplegó en relación con España, puesto que tras dejar de lado la
1
R. Cassá, Historia social y económica... vol. II, pp. 62-67.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
231
oposición directa a la expansión norteamericana y francesa, ya no
necesitaba utilizar a España como ariete en contra de sus antiguas
competidoras.2
Por tanto, España aprovechó esta coyuntura para apoderarse de Santo Domingo, contando con «la neutralidad explícita
de Francia e Inglaterra, e incluso con el apoyo disimulado de la
primera»,3 en el marco de la alianza estratégica hispanofrancesa,
establecida a partir del comienzo de los Gobiernos moderados
en España, en 1844. Este proceso abarcó varios años, que cabe
circunscribir al período 1859-61, durante el cual los diferentes
factores en juego, fundamentalmente políticos, diplomáticos y
económicos, fueron encajando hasta desembocar en la anexión
de Santo Domingo a España, en marzo de 1861.
En un contexto económico como el de la República
Dominicana, no ya solo de estancamiento sino de «descapitalización creciente y constante», era imposible que se diesen las condiciones necesarias para la aparición de una burguesía, aunque
solo se tratara de burguesía comercial. De hecho, los grandes
comerciantes que había en Santo Domingo eran «miembros de
burguesías comerciales extranjeras», y actuaban como agentes
de estas. Dado el régimen de producción precapitalista existente
en la República no puede hablarse de una burguesía comercial
dominicana, y autores como Bosch consideran que dentro de
ese sistema productivo solo podían formarse «pequeños burgueses, especialmente en la actividad comercial». Sin embargo, tal
concepto sociológico no es equiparable a lo que este término
significaba en la Europa o los Estados Unidos de aquella época.
Al describir la actividad comercial ejercida por este grupo, dicho
autor la caracteriza, en lo relativo al comercio nacional, como
«un comercio pobre, en el cual los mejores establecimientos no
pasaban de ser pulperías grandes». Por lo que respecta al comercio internacional, el grupo de los exportadores e importadores
trabajaba con un capital procedente de las burguesías comerciales extranjeras, a las que ellos representaban, de tal manera
2
3
C. C. Hauch, La República Dominicana y sus relaciones exteriores... pp. 123-125
R. Cassá, Historia social y económica... vol. II, p. 67.
232
Luis Alfonso Escolano Giménez
que los beneficios acumulados iban a parar a las burguesías de
sus países de origen, o a aquellas para las que trabajasen en cada
momento. En cualquier caso, Bosch resalta el hecho de que la
burguesía que vendía al pueblo dominicano lo que este consumía, y le compraba lo que producía, «estaba situada en el extranjero», y la República Dominicana no disponía tan siquiera de un
establecimiento bancario para administrar sus finanzas. Así, debido a la inexistencia de una entidad de este tipo, «el Gobierno
emitía moneda sobre la base del dinero extranjero que cobraba
en impuestos de aduana», supliéndose pues la falta de un banco
con el dinero introducido por los comerciantes de tabaco y maderas, dinero que se cambiaba por el papel moneda que emitía
el Estado dominicano.4
En diciembre de 1859, tras el regreso de los cónsules europeos, la situación de crisis económica de la República Dominicana
seguía siendo muy grave, pese a lo cual el interés de las distintas potencias en ella no había decaído, o al menos no del todo.
Entre los más entusiastas se encontraba, como siempre, el agente
especial de los Estados Unidos en Santo Domingo, Cazneau. Este,
en una comunicación dirigida al secretario de Estado Cass el 13
de diciembre, señaló que el Gobierno dominicano había luchado duramente para evitar una deuda interior, a excepción de la
existente «en forma del papel moneda de circulación nacional».
Además, como ya había hecho en anteriores ocasiones y volvería
a hacer más tarde, Cazneau aseguró al secretario que «los principales miembros del gabinete y del Senado» se mostraban ansiosos
por firmar un tratado de reconocimiento con los Estados Unidos.
Según el agente, Santana lo propondría de inmediato si no fuera
por su temor enfermizo a un fracaso, que firmemente creía que se
daría, y en cuyo caso «podría precipitar la ruina de la República».
Aun así, insistió en que en esos momentos los dominicanos harían un tratado que pondría todos los recursos de su territorio
como invitación abierta para que las empresas norteamericanas
fuesen a explotarlos, sin ir en sus estipulaciones más allá de lo
4
J. Bosch, Composición social dominicana. Historia e interpretación, 20.ª edición,
Santo Domingo, Alfa & Omega, 1999, pp. 270-272.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
233
concedido a través de las leyes, u otorgado a otras naciones.
Cazneau concluyó indicando que «la vastísima capacidad» de la
República Dominicana podría ponerse casi gratuitamente en manos de ciudadanos estadounidenses, en pie de igualdad con los
propios dominicanos.5
Más adelante, en mayo de 1860, aquel recordó a Cass que
al llegar había encontrado el comercio norteamericano con la
República en una extrema depresión, ya que los comerciantes
de los Estados Unidos no podían «competir con el doble pago
de impuestos de importación y de costos portuarios», y además
contra una tarifa desfavorable, que no precisó. Por estos motivos,
todos ellos estaban abandonando el comercio en favor de franceses, británicos y daneses, a quienes se les aseguraban «ventajas
preponderantes mediante tratados formales». En tales circunstancias, Cazneau afirmó que había intentado «convencer al Gobierno
dominicano de los incalculables beneficios» que podría reportar
a la República «un libre y activo intercambio con los Estados
Unidos», que era el país que podía «suministrarle los hombres,
el dinero y las maquinarias indispensables» para la explotación
de sus recursos. El agente especial consideraba que ese desarrollo
era el único medio con que se sostendría el Gobierno dominicano de forma permanente, y aunque reconoció que había tenido
que vencer «muchos temores antiamericanos y prejuicios», podía
asegurar que habían sido eliminados. Así pues, gracias a un decreto del 9 de mayo de 1860, los norteamericanos, sus productos
y su comercio debían recibir las mismas ventajas que las naciones
más favorecidas, y Cazneau adjuntó al secretario de Estado una
copia de esa norma, que colocaba por fin en pie de igualdad a
los barcos de todos los países. A continuación, subrayó el hecho
de que la República Dominicana había suscrito tratados «con
todas las potencias comerciales de cierta importancia», salvo con
los Estados Unidos, por lo que los norteamericanos eran los verdaderamente interesados en esta medida, ya que les beneficiaba
más que a nadie, y así también lo habían entendido los autores
de la misma. Sin duda, siempre a juicio del mencionado agente,
5
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 342-343.
234
Luis Alfonso Escolano Giménez
tanto la ampliación de las facilidades portuarias, con la apertura
de Samaná al comercio exterior, como el «cabal establecimiento
del comercio americano sobre bases de igualdad» con el que disfrutaban las naciones más favorecidas, debería dar por resultado
el acaparamiento de una gran parte del comercio dominicano en
manos estadounidenses.6
Por su parte, el agente comercial de los Estados Unidos en
Santo Domingo, Jonathan Elliot, siempre más crítico y realista,
envió un despacho a Cass el 20 de julio de 1860 en el que le indicaba que, en los últimos meses, solo habían arribado al puerto de
Santo Domingo cuatro embarcaciones norteamericanas, y una al
de Puerto Plata. Además, le comunicó que de los diez estadounidenses que habían llegado a la República Dominicana desde el
primero de enero de ese año, con la esperanza de encontrar trabajo en ella, siete ya habían regresado a su país. Por último, se
refirió al precio de los alimentos en los mercados dominicanos,
que era excesivamente elevado, por lo que existía «una miseria
espantosa».7 La carestía de los productos de primera necesidad,
por su relación con la tendencia inflacionista de la economía dominicana, remite a uno de los aspectos estructurales de la crisis,
el de la cuestión financiera, la cual llevaba arrastrándose desde
muchos años atrás y se había visto agravada sobre todo a partir de
la emisión del llamado papel moneda Báez.
En todo caso, este no era el único problema, ni siquiera quizás el mayor de todos los que afectaban a la situación económica
de la República, como puso de manifiesto en abril de 1859 el
cónsul de Francia en Santo Domingo, al afirmar que desde un
punto de vista tanto comercial como político, el país estaba en
una situación deplorable, y que desgraciadamente no cabía esperar ninguna mejora. Con relación al tabaco, único producto
dominicano de exportación exceptuando la madera, aseguró que
ese año escasearía enormemente, debido a una gran sequía que
había destruido todos los plantones de este cultivo, de modo
que lo que se cosechara bastaría como máximo para cubrir
6
7
Ibídem, pp. 350-351.
Ibídem, pp. 352-353.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
235
las necesidades del consumo local. De hecho, aunque en un
principio se había calculado recoger alrededor de 80,000 quintales, lo que representaría un valor sobre el terreno de 1,280,000
pesos fuertes, en esos momentos no se contaba con obtener más
que la octava parte de dicha cantidad. Así las cosas, las importaciones se hacían imposibles, puesto que sin tabaco no había dinero
con que pagarlas, e incluso el propio Gobierno dominicano se
vería en un gran problema por la pérdida de sus únicos ingresos,
los derechos aduaneros. En este sentido, Saint André señaló que
el ejecutivo de Santo Domingo aún tenía la posibilidad de hacer
nuevas emisiones de papel moneda, y aunque ciertamente había
recurrido sin cesar a este medio cómodo de saldar sus gastos, era
un recurso que acabaría por faltarle también, como consecuencia
del abuso que había hecho del mismo. A pesar de todo, según el
diplomático francés, durante el último semestre de 1858 se presentaron en Santo Domingo quince barcos de su país que habían
sido fletados para cargar caoba, una cifra inusitada que se explica
por el temor a una invasión haitiana, lo que empujó a los comerciantes a exportar la mayor cantidad posible de mercancías. Esa
pequeña animación había desaparecido y probablemente ya no
se repetiría, pues aunque no volvieran los tiempos de Soulouque,
el estado del país y la convicción que todo el mundo tenía de que
el final de su existencia política estaba próximo había detenido
toda actividad, y las pocas personas que poseían aún algún capital
no se atrevían a invertirlo. Por último, Saint André insistió en que
estos temores le parecían muy fundados y reconoció que en la
República reinaba una gran miseria, que no se debía tan solo a
la sequía que había echado a perder la cosecha del tabaco, sino
incluso en mayor medida a un desánimo general que se había
extendido por todos los campos.8
Tal como se deduce del contenido de una reclamación presentada contra el Gobierno dominicano, en torno a abril de 1859
al menos un barco mercante francés había arribado al puerto de
8
AMAEE París, Correspondance consulaire et commerciale, République
Dominicaine, vols. No. 2-3, Saint André-Walewski, Santo Domingo, 2 de abril
de 1859.
236
Luis Alfonso Escolano Giménez
Santo Domingo. La reclamación se produjo a raíz del envío de
dos capitanes franceses por parte del cónsul, con lo que probablemente el número de embarcaciones de ese país atracadas en el
puerto fuese mayor, a hacer un peritaje a bordo de un bergantín
de Burdeos, momento en el cual fueron insultados por empleados
del puerto que se opusieron a que aquellos embarcaran.9 Aunque
la presencia de al menos un barco, así como la de los mencionados capitanes, no sea suficiente para determinar la mayor o menor intensidad del tráfico mercantil entre Francia y la República
Dominicana, este dato permite constatar la existencia en 1859 de
cierta actividad comercial, por mínima que fuese, entre ambos
países.
Algunos meses más tarde, el por entonces recién llegado representante de España en Santo Domingo se refirió también a
la cuestión financiera de la República, y lo hizo además en unos
términos que revelaban a las claras la gravedad de la situación, por
lo que no cabe acusarlo de haber pasado por alto un asunto tan
serio. En una entrevista con el ministro de Relaciones Exteriores,
este le había dicho que el Gobierno dominicano no trataba «en
manera alguna de disgustar a las potencias» europeas, de modo
que, a pesar de sus apuros financieros, el ejecutivo no había aceptado el préstamo de medio millón de pesos fuertes que le ofrecían
algunos norteamericanos. Álvarez hizo una breve exposición sobre la hacienda del país, cuyas rentas eran las de aduanas, puertos
y papel sellado, e indicó que los ingresos de la aduana de Puerto
Plata bastaban para cubrir los gastos del presupuesto nacional,
pese a lo cual en vez de haber superávit, había déficit, «debido a la
escandalosa corrupción de los empleados». El ministro se lamentó
de que por el atraso del país no tenía de quién valerse para poner
orden, una disculpa bien original a juicio del agente de España,
quien expresó que en tales circunstancias este problema nunca
tendría remedio. A ello se sumaba que todas las transacciones
se hacían en papel, lo que producía «un agio inmoral y
9
AMAEE París, Correspondance politique, République Dominicaine, vol. No.
9, abril de 1859 (se trata de un borrador, en el que no se especifica la fecha,
ni a quién se dirige la reclamación).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
237
hasta repugnante», de manera que mientras esa moneda no
desapareciese completamente del mercado, y la hacienda no se
corrigiera del cáncer que la devoraba, toda esperanza de mejora
sería ilusoria.10
Álvarez volvió a tratar de esta cuestión muy poco tiempo
después, a raíz de la aprobación por el Senado Consultor de un
decreto que autorizaba al Gobierno para hacer una emisión de
50,000 pesos fuertes, con base «en varios considerandos acerca de
las causas del déficit» que pesaba sobre la hacienda dominicana.
El diplomático español trató de explicar esta medida por cuanto
el ejecutivo de Santo Domingo, apurado «por no tener con qué
cubrir las perentorias atenciones del momento», había acudido
a este recurso para salir del paso. Acto seguido, añadió que el sistema de aumentar la deuda no solo dificultaba su extinción, sino
que creaba mayores complicaciones para el futuro, de todo lo cual
resultaba que esta nueva emisión no solo empeoraba el estado
de la hacienda, sino que dificultaba más y más para el porvenir
que el Gobierno pudiese retirar del mercado el papel moneda
en circulación. Álvarez insistió en la idea de que mientras esto no
sucediera y se moralizara la administración, cosas casi imposible la
primera, y de muy difícil realización la segunda, no podría «caminar con desahogo el erario» público, como ya había indicado con
anterioridad.11
La memoria titulada «Santo Domingo o la República
Dominicana», que el cónsul de España en Santo Domingo envió al
ministro de Estado el 20 de abril de 1860, contiene algunos datos
muy interesantes sobre los aspectos financieros de la economía de
ese país, aunque no sea posible establecer con precisión su grado
de fiabilidad. Según la información proporcionada en la memoria, se recaudaban al año alrededor de 400,000 pesos fuertes, el
valor de las importaciones era de en torno a 1,500,000 pesos fuertes, y el de las exportaciones aproximadamente el mismo. Álvarez
subrayó el hecho de que no existía deuda exterior, pero que en
10
11
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 6 de enero de
1860.
Ibídem, 21 de enero de 1860.
238
Luis Alfonso Escolano Giménez
su lugar había «un cáncer de deuda interior en papel circulante
para todas las transacciones y necesidades de la vida de muy bajo
y fluctuante valor».12
En la misma fecha, el representante de España dio la noticia
de que, debido al deterioro en que se encontraba el papel moneda
circulante en la República, por efecto de su malísima calidad, lo
que causaba graves pérdidas a los tenedores, el Gobierno dominicano había aprobado una nueva emisión por valor de 10 millones
de pesos nacionales. Con estos billetes se pretendía sustituir los
que estaban en circulación, que serían recogidos e inutilizados.
Aunque Álvarez consideraba que la medida era al parecer justa,
reconoció que también daba lugar a la sospecha, y que cabía la
duda de que se abusara de ella. En este sentido, se hizo eco de que
algunos la consideraban como un pretexto para emitir más papel,
por lo que el diplomático señaló que si el Gobierno no practicaba
la operación de tal manera que quedasen satisfechos hasta los más
desconfiados, habría «una baja en los valores con grave perjuicio
del público en general».13
Los peores presagios acerca de los abusos que podrían producirse se cumplieron, y Álvarez, tan favorable al Gobierno dominicano en muchos asuntos, llegó incluso a advertir a Santana
sobre las consecuencias de un acuerdo de la comisión encargada de fijar el precio del papel moneda. En efecto, a finales de
septiembre aquella había modificado el valor del peso dominicano desde los 250 por cada peso fuerte, en que estaba fijado
desde hacía tiempo, hasta los 300 pesos nacionales, por lo que
el cónsul llamó la atención del presidente sobre lo perjudicial
de este acuerdo, y «la inoportunidad y poco tacto» con que se
había adoptado. A su juicio, «el público y más que todo las clases
pobres» eran los que iban a sufrir las consecuencias del mismo,
ya que el comercio, «árbitro de alterar a su antojo los precios de
sus mercaderías», al ver que el propio Gobierno desacreditaba el
papel moneda sería el primero en despreciarlo. Además, Álvarez
12
13
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 87-100; véase p. 89.
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 20 de abril de
1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
239
mencionó otro mal muy grave, toda vez que en Saint Thomas
y en La Habana, donde creían que la República caminaba por
una vía de progreso, serían los primeros en desconfiar de todo
negocio con Santo Domingo. Dado que en Europa el valor del
papel era el barómetro por el que se conocía el estado del crédito y la prosperidad de un país, cuando los Gobiernos europeos
vieran que se había aumentado el valor del peso dirían, y con
fundamento, que los informes del agente de España habían sido
exagerados, o que la operación se había hecho «con el objeto
de hacer una especulación de mala ley». Álvarez admitió que
no sabría qué contestar, cuando tanto los otros cónsules como
él mismo habían informado de que en esos momentos las propiedades rústicas y urbanas habían visto duplicado su valor, que
la inmigración daba los mejores resultados y que la República
prosperaba, a pesar de lo cual su crédito iba en decadencia. Por
último, aquel aseguró a Santana que su objetivo era «mejorar
la condición del país y asegurar su independencia», motivo por
el cual le pidió que se revocase un acuerdo tan perjudicial bajo
todos los conceptos,14 en una actuación cuando menos sorprendente, y que por supuesto desbordaba el límite de sus estrictas
competencias.
La influencia del representante de España en los asuntos públicos dominicanos era tal, que el mismo día de su carta la comisión
se volvió a reunir por convocatoria extraordinaria del gobernador
político, quien hizo notar a los miembros de la misma, según reza
el anuncio oficial, que se había «cometido un error» en el acuerdo
«relativo al precio fijado a la onza de oro en papel moneda». Por
esa supuesta razón, la tasa de cambio para las operaciones del mes
de octubre quedó fijada definitivamente en 4,000 pesos dominicanos por cada onza de oro. Resulta muy llamativa la presencia
en esta comisión, aparte del ya mencionado gobernador político de la provincia de Santo Domingo, del alcalde de la capital
y del administrador de Hacienda, la de dos comerciantes, Ricart
y Pou, que si bien eran dominicanos, descendían de españoles,
14
Ibídem, Álvarez-Santana, Santo Domingo, 1 de octubre de 1860 (es copia).
240
Luis Alfonso Escolano Giménez
ambos de origen catalán,15 que se habían instalado en la República
Dominicana muchos años atrás.
Álvarez informó al ministro de Estado de que la medida que
había adoptado la comisión en primer lugar, «aumentando el
número de pesos nacionales en equivalencia» de la onza de oro,
desvirtuaba aún más el papel moneda del país, y era «contraria
a todos los principios políticos y económicos». Dado que habría
producido lamentables consecuencias en los mercados de los
que se abastecía la República, creando fundada desconfianza, el
diplomático indicó con toda naturalidad que había juzgado «preciso atajar tales consecuencias y evitarlas». Por ello, se apresuró a
exponerlas al Gobierno dominicano, y le manifestó también que
escribía en el acto a Santana para que el acuerdo fuera revocado.
La idea de rectificar dicha medida fue de Álvarez, a quien le
había parecido que hacerla aparecer simplemente como equivocada era el medio más prudente para desvirtuar el objeto de la
misma, que «sin duda alguna sería el de alguna especulación del
momento». Esta conducta, lejos de ser desaprobada, se vio respaldada por el Ministerio de Estado, encabezado entonces por
O’Donnell como consecuencia de la enfermedad de su titular, lo
que permite hacerse una idea de los derroteros tan claramente
intervencionistas emprendidos ya por el ejecutivo de Madrid con
respecto al de Santo Domingo.16
Por otra parte, en vísperas de la salida del ministro Ricart con
destino a La Habana, el presidente de la República lo autorizó a
contratar un empréstito, el cual era conveniente que se celebrase
en esa ciudad, u otra de los dominios españoles, a fin de que se estrecharan cada vez más los lazos entre ambos países. El documento facultaba también a Ricart para ofrecer en garantía del pago de
la renta que fuese estipulada, la de las aduanas de la República.17
15
16
17
Ibídem, Impreso oficial del Gobierno dominicano, fechado en Santo
Domingo, el 1 de octubre de 1860, y firmado por: «El gobernador político,
Valverde. El alcalde constitucional, F. Marcano. El administrador de Hacienda,
R. Hernández. F. Ricart. F. Pou. El secretario, J. Antonio Bonilla y España».
Ibídem, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 13 de octubre de 1860.
AMAE, H 2375, Santana-Pedro Ricart y Torres, ministro de Hacienda de la
República Dominicana, Santo Domingo, 11 de octubre de 1860 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
241
No se trataba, por supuesto, del primer intento del Gobierno
dominicano de obtener algún préstamo, aunque en este caso
sorprende que a la vez que se estaba gestionando la anexión, se
pensara seriamente en la posibilidad de negociar un empréstito
en Cuba, de modo que más bien parece una especie de subterfugio con el que disimular los verdaderos objetivos del viaje de
aquel. El encargo que se hizo en varias ocasiones al agente de la
República en Madrid en el sentido de contratar un préstamo no
había tenido éxito. De hecho, el propio Alfau comunicó a su colega de París que tenía instrucciones de obtener uno por valor de
cinco millones de francos, y al no poder conseguirlo en España le
consultó qué probabilidades habría de hacerlo en Francia. Por su
parte, Castellanos señaló al ministro de Relaciones Exteriores que
era muy difícil alcanzar un empréstito, incluso pequeño como ese,
debido a la desconfianza reinante en los círculos financieros parisinos sobre la tranquilidad de la República, como consecuencia
del peligro en que la creían constantemente, por no estar en completa paz con Haití. El representante de la República Dominicana
en la capital francesa llegó a asegurar que, cuando se firmara esa
paz, la casa Rothschild «facilitaría al Gobierno del general Santana
todo el dinero que necesitase para el engrandecimiento de la
nación dominicana». Castellanos propuso también otra fórmula
para pedir el préstamo, consistente en suscripciones particulares,
según el ejemplo de lo que hacían Gobiernos como el de la Santa
Sede, para lo que en su opinión bastaba con emitir bonos a un
interés del 6%, de una deuda pública creada a tal efecto. Aun sí,
el diplomático era consciente de la necesidad de hacer palpables
las garantías ofrecidas para la seguridad del pago del capital y de
los intereses correspondientes, y de este modo podría encontrarse
el dinero que se quisiera, sin problemas, y sin caer en manos de
ningún especulador. Para ello, convendría que el Gobierno dominicano hiciese un registro de todos los terrenos pertenecientes al
Estado, a fin de entregarlo a los prestamistas, para que estos vieran
la importancia de la fianza, ya que dichos terrenos «se podrían dar
en hipoteca y seguridad del pago».18
18
AGN, RREE, leg. 14, expte. 13, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 15 de abril de 1860.
242
Luis Alfonso Escolano Giménez
En todo caso, la ingenuidad, o por lo menos la excesiva buena
voluntad de Castellanos, se basaba en su desconocimiento casi
absoluto del país cuyo Gobierno representaba ante los de París y
Londres, lo que explica en gran medida la poca adecuación de sus
propuestas a la realidad dominicana de aquellos momentos.
El agente del ejecutivo de Santo Domingo consideraba que
la primera necesidad que este debía abordar era la colonización
del territorio dominicano con familias europeas, lo cual debería
hacer tan pronto como tuviese fondos suficientes para atender a
esos gastos. A juicio de Castellanos, el plan debería basarse en las
concesiones más generosas, para que los prestamistas supieran
que la hipoteca que se les ofrecía se robustecería a medida que
fuesen entrando personas en el país para dedicarse a la explotación de unas tierras que deberían ofrecerse a un precio módico, y con grandes facilidades de pago. De cualquier modo, era
necesario contar con los años que tenían que transcurrir para
que la inmigración comenzara a dar sus frutos, con cuya renta
se deberían pagar los intereses de la suma pedida, a fin de pagar
con ella misma los primeros años de esos intereses, razón por
la cual le parecía muy mínima la cantidad de cinco millones de
francos. En opinión del diplomático, el Gobierno dominicano
no debía temer endeudarse mucho, si iba a emplear ese dinero
en el aumento de la riqueza de aquella, a pesar de lo cual sostuvo que «había muchas cosas que hacer antes que promover un
empréstito», pues casi no sería necesario pedirlo si tales cosas
estuviesen ya trabajadas. Así, Castellanos insistió en la idea de
que los capitalistas jamás invertirían su dinero en la República
Dominicana mientras les dominara la idea de que los haitianos
podría apoderarse de ella, un temor que también obstaculizaba sus intentos de favorecer la emigración hacia allí, de modo
que debía empezarse por hacer la paz con Haití. En segundo
lugar, el Gobierno tenía que dar a conocer el valor de las tierras
de propiedad estatal, así como la riqueza mineral y vegetal de
las mismas, su fertilidad, facilidades de riego y canalización, el
precio de venta a los colonos que pretendiesen adquirirlas, y
demás conveniencias que se les ofrecieran. El representante de
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
243
la República Dominicana recomendó también al Gobierno de
esta que bajase lo máximo posible los aranceles, para prevenir el
contrabando, y resaltó que la posición geográfica excepcional de
la isla hacía que el comercio entre Europa y América necesitara
«elegirla como centro de depósito». Por último, como ya había señalado aquel, el ejecutivo de Santo Domingo debía emitir deuda
pública con hipoteca de todos los bienes del Estado y, una vez hecho esto, anunciar que quería dinero para invertirlo en recoger
el papel moneda y no volver a emitirlo nunca más, y en colonizar
su territorio con todos los inmigrantes que deseasen instalarse
en él. Otros destinos en los cuales debería invertirse el capital
obtenido eran el aumento de la Marina de guerra dominicana,
la regularización del Ejército y la canalización de los numerosos
ríos del país. El Gobierno también tenía que mejorar las vías
de comunicación, con especial énfasis en los caminos vecinales,
y construir incluso líneas de ferrocarril allí donde la abundancia de las producciones lo hiciera más necesario; organizar la
enseñanza pública; ayudar a los agricultores e industriales; y
reformar la administración de justicia. Según Castellanos, con
este programa completo de fomento, unido a la ventajosísima
posición geográfica de la República Dominicana, la feracidad
de sus tierras, su clima, sus riquezas naturales, «sus innúmeros
y abrigados puertos, y las preciosas producciones agrícolas de
su latitud», ninguna nación del mundo «marcharía más breve
a su completo engrandecimiento», y para ella siempre habría
dinero.19
2. LA INMIGRACIÓN ESPAÑOLA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA
La escasez de población era sin duda uno de los problemas
que aquejaban a la República Dominicana desde su nacimiento, por lo que atraer inmigrantes a su territorio constituía una
necesidad prioritaria para el desarrollo económico del país. El
cónsul de España en Santo Domingo se hizo eco de esta cuestión
19
Ibídem (las palabras en cursiva aparecen subrayadas en el original).
244
Luis Alfonso Escolano Giménez
en un despacho que dirigió al ministro de Estado, quien en sus
instrucciones del 30 de septiembre de 1859 le había alertado sobre
la posibilidad de que las disposiciones recientemente adoptadas
en los Estados Unidos sobre las personas de color influyesen en
el aumento de la población de Haití. A juicio de Álvarez, por más
medidas que se dictaran en dicho país sobre negros libertos, estas
no podrían aumentar notablemente la población de Haití, toda
vez que los emancipados de los estados del sur se iban al oeste o
al norte de la Unión, y algunos otros a Nassau, Jamaica y Liberia,
pero no a Haití, ya que despreciaban a sus habitantes. De hecho,
el agente de España pensaba que en ese país no habría más de
600 negros procedentes de los Estados Unidos, los cuales hablaban distinto idioma, eran religiosos y trabajadores, cualidades
que no podían «hermanarse con la holganza y vicios de los haitianos», que habían dejado «bastante semilla cuando dominaron
en Santo Domingo». Álvarez indicó que a pesar de esas leyes,
los negros de la Unión no habían contribuido a aumentar la
población de Haití, sino que por el contrario esta había disminuido desde la independencia, ya que cuando los haitianos se
emanciparon eran 800,000, y en esos momentos no pasaban de
520,000, lo cual atribuyó a la elevada tasa de mortalidad infantil.
No obstante, el diplomático informó a Calderón de los rumores
que corrían acerca de que unos supuestos comisionados franceses iban a llevar a Haití desde los Estados Unidos «un número
considerable de negros», puesto que consideró que se trataba de
un asunto que merecía ser tenido en cuenta por el Ministerio de
Estado.20
En su memoria del 20 de abril de 1860, Álvarez consignó que
la población de la República Dominicana ascendía a un total de
186,700 habitantes, distribuidos entre las cinco provincias del país
del siguiente modo:
20
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 6 de enero de
1860.
245
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
Tabla No. 1. Población de la República Dominicana en 186021
Provincia
Extensión
(en millas
cuadradas)
Población
(total
provincial)
Población
(capital)
Santo Domingo
3,826
85,000
8,000
Azua de Compostela
Santa Cruz
del Seibo
Santiago
de los Caballeros
Concepción
de La Vega
4,419
15,200
1,600
3,709
20,000
1,500
3,462
33,500
7,000
2,584
33,000
3,600
18,000
186,700
Total nacional
Sin embargo, el cónsul añadió que algunas fuentes hacían subir
el total de la población dominicana hasta los 250,000 habitantes, de
los cuales un 80% eran «de origen africano y europeo entremezclado, y el resto españoles y criollos». Con respecto a la localización de
los diversos grupos étnicos, en la provincia de Santo Domingo era
donde había más negros, que procedían de las antiguas haciendas
de los españoles. Mientras tanto, según Álvarez, estaban formadas
por los que en la República Dominicana llamaban «blancos»: en el
Cibao, las poblaciones de Moca, San José de las Matas, San Francisco
de Macorís, y desde Santiago a Guayubín o Dajabón, junto a la frontera con Haití; en el este, El Seibo, Sabana de la Mar, San José de
los Llanos y Bayaguana; y en el sur, Baní. Por su parte, en Neiba, al
suroeste, eran «indios», término con el que aún hoy se denomina
en la República Dominicana a las personas mulatas de piel más clara. Todas estas clasificaciones, como es obvio, carecen por completo
del más mínimo rigor científico, pero resultan interesantes por la
preocupación que revelan en su afán de establecer alguna tipología
dentro de una población tan heterogénea como imposible de delimitar en grupos cerrados. Lo mismo cabe señalar sobre determinadas afirmaciones pintorescas, que no por ello dejan de ser ciertas,
21
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... p. 87.
246
Luis Alfonso Escolano Giménez
pero sin más valor para una memoria de estas características que
el puramente cultural, como la de que «un negro dominicano al
hablar de los de Haití», decía «negros haitianos», y en cambio se
autodenominaba español y blanco.22
El primer grupo importante de inmigrantes llegó a la República
Dominicana de una forma bastante accidentada, y no en las mejores circunstancias, ya que se trataba de personas procedentes de
Venezuela que huían de la guerra civil que había estallado en ese
país, y de la que eran víctimas muchas veces por el mero hecho
de ser súbditos españoles. En diversas comunicaciones enviadas
desde La Guaira al ministro dominicano de Relaciones Exteriores
por un tal Manuel Pereyra, de quien no constan más datos sobre
su actividad o cargo en dicho país, pero que era al parecer de origen dominicano, se señalan algunas características de esta improvisada emigración. Así, en respuesta a una nota de ese ministerio,
del 6 de marzo, en la que se aceptaba su proposición de introducir
en la República Dominicana, cierto número de isleños canarios
que deseaban abandonar Venezuela, Pereyra manifestó al ministro Fernández de Castro que lo que le movía en este asunto era
«menos el lucro», que el poder prestar un servicio a su patria. En
definitiva, había un negocio por medio, y ello también explica que
Pereyra urgiera a Fernández de Castro la realización del proyecto,
ya que el éxito del mismo dependía en gran medida «de tener
listo el buque conductor», para que no hubiese inconvenientes
ni dilaciones. En efecto, dado que el principal motivo que influía
en el ánimo de los canarios para dejar Venezuela, era «su estado
de convulsión política», a medida que se aminoraba esta, iba siendo «menos viva también la determinación» de salir de aquel país.
Pereyra informó al ministro de que el convenio de inmigración
podría incluir personas de ambos sexos y niños, y comprendería
tanto a los mencionados canarios, como a individuos de cualquier
otra nacionalidad que desearan establecerse en la República
Dominicana, siempre que fuesen de buena conducta, lo cual se
acreditaría con la correspondiente certificación.23
22
23
Ibídem, pp. 87-88.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 5, Manuel Pereyra-ministro de Relaciones
Exteriores de la República Dominicana, La Guaira, s. f.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
247
En otra misiva, Pereyra comunicó a Fernández de Castro la
salida de una goleta del Estado dominicano que llevaba a bordo
40 hombres, acompañados de sus familias, los cuales sumaban en
total 159 inmigrantes, un grupo compuesto por tanto de personas
de todas las edades, al que Pereyra describió como «una inmigración de primera clase». La cantidad de los inmigrantes fue mayor
al final, puesto que a última hora se habían embarcado otros,
cuyo número e identidad no consignó aquel en el listado que hizo
llegar al ministro, por lo cual se limitó a pedirle que los hiciera
anotar a su llegada a Santo Domingo.24
Sin duda, esto da una idea bastante clara de la improvisación
con la que se estaban haciendo las gestiones para reclutar a los
inmigrantes, lo que no podía garantizar el escrupuloso cumplimiento de los requisitos exigidos a estos. No es de extrañar, pues,
que el cónsul de España en la capital dominicana transmitiera al
ministro de Relaciones Exteriores las quejas de su homólogo de La
Guaira, acerca de que los capitanes de buques dominicanos que
zarpaban desde ese puerto para el de Santo Domingo con inmigrantes canarios los recibían a bordo sin exigirles el pasaporte que
acreditase su nacionalidad. En opinión de Álvarez, «esta voluntaria negligencia» estaba en abierta contradicción con las normas
que sobre el particular les tenía encargadas el Gobierno español,
hacía nulos los requisitos consulares, y la estadística era imposible.
Además, tampoco podía saberse si entre los inmigrantes llegaban
súbditos españoles de los que habían tomado parte en las luchas
internas de Venezuela. En caso de producirse tal circunstancia, el
consulado de España en Santo Domingo les retiraría su protección y reclamaría al Gobierno dominicano que los vigilara, para
que «nunca pudiesen repetir tan punibles actos».25
Estas quejas no surtieron el efecto deseado, como se deduce de
otra nota que remitió Álvarez al ministro de Relaciones Exteriores,
en la cual volvió a referirse a las justas reclamaciones del cónsul de
España en La Guaira por la misma falta, que seguían cometiendo
24
25
Ibídem. En este documento tampoco figura la fecha.
Ibídem, Álvarez-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, Santo Domingo, 8 de agosto de 1860.
248
Luis Alfonso Escolano Giménez
los capitanes de los barcos tanto dominicanos como extranjeros.
Sin embargo, ya no solo se trataba de esto, sino que Álvarez exigió al ministro que los mencionados capitanes dominicanos no
admitieran bajo ningún pretexto a los súbditos de Venezuela, «revolucionarios de oficio». Según el agente de España, estos iban a
Santo Domingo con objeto de infiltrar en el pueblo dominicano,
y muy particularmente «en la raza negra y de color», las ideas que
habían puesto a Venezuela «en el rango de las tribus salvajes». De
hecho, gracias a su influjo moral, Álvarez había conseguido que
nueve miembros del partido federalista procedentes de Venezuela
y Curazao, entre ellos un jefe de importancia y un español, perturbador profesional según el cónsul, se embarcasen hacia este
último punto, tras amenazarlos con que si no lo hacían así, pediría
su expulsión de la República Dominicana.26
El 11 de mayo de 1860 llegó a Santo Domingo desde Venezuela
el primer grupo, compuesto por 76 inmigrantes, de los cuales 70
eran canarios, todos ellos agricultores, que según el representante
de España habían sido bien recibidos por la población de esa ciudad. Las autoridades se esforzaban en cumplir con lo estipulado
en sus respectivos contratos, les habían dado alojamiento y manutención, e iban a entregarles tierras fértiles para que comenzaran
de inmediato a trabajar en las mismas. Álvarez indicó al ministro
de Estado que él, por su parte, les prestaba la protección a la que
tenían derecho como españoles, y le anunció que se esperaba un
nuevo grupo de inmigrantes desde La Guaira, en respuesta a lo
cual se le dieron órdenes de seguir ayudando en todo lo posible
a esos súbditos españoles, así como a los que llegaran más adelante.27 En otro despacho, el diplomático comunicó a Calderón
Collantes que varios isleños ya habían «desmontado y roturado
trozos de estos magníficos terrenos y hecho sus plantaciones», y se
prometió de antemano el éxito de unas explotaciones gracias a las
cuales aquellos obtendrían abundantes frutos.28
26
27
28
Ibídem, 7 de septiembre de 1860.
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 16 de mayo
de 1860.
AMAE, H 2375, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 21 de junio
de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
249
El 10 de julio fondearon en el puerto de la capital dominicana
dos goletas procedentes de La Guaira, que llevaban a bordo 160
adultos y 87 niños. El día 13 hizo lo propio una fragata francesa,
con 108 de los primeros, y 76 de los segundos; el 19 arribaron otros
dos barcos, uno de Mayagüez y el otro de San Juan de Puerto Rico,
que transportaban 56 personas en total, también procedentes de
Venezuela. Para entonces, Álvarez calculaba ya en 1,200 el número de inmigrantes que habían llegado a la República Dominicana,
aunque todavía estaba ocupado en formar un listado completo
de los mismos. El Gobierno dominicano fomentaba por todos los
medios a su alcance dicha inmigración, lo que el cónsul estimaba como un acto de humanidad que aquel ejercía «con paternal
desvelo», un proceder que sin duda contrastaba notablemente
con el de los venezolanos. En esas fechas, gracias al trabajo de los
inmigrantes, se había desmontado un terreno considerable y se
estaban haciendo grandes plantaciones de café, caña y otras semillas en la ribera izquierda del río Ozama, junto a Santo Domingo.
Álvarez subrayó el hecho de que, a pesar de estar en verano y de
las duras labores agrícolas, entre los canarios recién llegados no
había habido hasta ese momento más que cuatro defunciones,
cifra que aquel no solo no consideró muy elevada, sino que a su
juicio constituía una prueba de que el clima de la isla era más sano
de lo que se pensaba, y en particular favorable a los isleños.29
El Senado Consultor, en respuesta a una nota oficial del vicepresidente de la República, por la que este solicitaba a la cámara
legislativa que votase una suma destinada a sufragar los gastos ocasionados al erario por la inmigración de los canarios al territorio
dominicano, acordó el 17 de julio autorizar al ejecutivo para hacer
todos los gastos necesarios a tal efecto. La única condición que
puso el Senado fue que se le rindieran cuentas en su momento
«a fin de legalizar la erogación», dado que el cuerpo legislativo
no podía aprobar de otro modo sumas que correspondían a los
presupuestos generales del Estado.30
29
30
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 20 de julio
de 1860.
Ibídem, Manuel Joaquín Delmonte-vicepresidente de la República,
encargado del poder ejecutivo, Santo Domingo, 17 de julio de 1860 (es una
copia adjunta al documento anterior, validada por Álvarez).
250
Luis Alfonso Escolano Giménez
En estas palabras, detrás del supuesto argumento legal, podría
quizás entreverse cierta resistencia por parte del Senado a prestar
su plena conformidad con el procedimiento, y sobre todo con la
finalidad del gasto, pues la separación de poderes era una mera
ficción, y el respeto a la legalidad solo se utilizaba como pretexto cuando resultaba conveniente. Lo cierto es que el presidente
del Senado era el conocido pronorteamericano Manuel Joaquín
Delmonte, quien no debía de ver con demasiada satisfacción
la creciente presencia de España en los asuntos internos de la
República Dominicana, y tampoco esta inmigración, que parecía
un instrumento más al servicio de la política proespañola que
había emprendido el Gobierno de Santana. En cualquier caso,
fuera o no así, Álvarez no comentó nada al respecto, pese a enviar
al ministro de Estado una copia de la comunicación con la que
Delmonte respondió al vicepresidente Alfau.
En un panfleto destinado a los isleños residentes en Venezuela,
impreso en Santo Domingo, los canarios llegados a la isla se declaraban muy agradecidos por los favores y protección que habían recibido del Gobierno dominicano, motivo por el cual se
sentían obligados a dirigirse a sus compatriotas, para aconsejarles
que eligiesen la República Dominicana como patria adoptiva. El
tono propagandístico era tan exageradamente descarado que les
aseguraban que, en vez de arrepentirse, tendrían como los que
ya habían llegado allí, razones poderosas para confesar que en
Santo Domingo habían encontrado «la tierra de promisión». En
ella encontrarían terrenos muy fértiles que cultivar, si querían
trabajar por cuenta propia, pero si preferían no aceptar los que
el Gobierno les ofreciera, les sobrarían proposiciones ventajosas
particulares de los agricultores y hacendados. Incluso les animaban a que, por pequeños que fuesen los ofrecimientos que les
hicieran los agentes del Gobierno dominicano en Venezuela, no
se intimidasen, en la seguridad de que al llegar allí encontrarían
mucho más de lo que esperaban. Una prueba de la veracidad de
sus palabras era la resolución que habían tomado de instalarse
también en ese país aquellos que «creyeron hallar en Puerto
Rico, mayores ventajas que las que suponían encontrar en Santo
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
251
Domingo». Su alegato concluyó con lo que era a todas luces una
auténtica consigna publicitaria, que decía lo siguiente: «¡Emigrad
a Santo Domingo y tendréis un porvenir dichoso!».31
No obstante, la realidad se encargó de desmentir con bastante
rapidez estas perspectivas tan halagüeñas, al menos en buena medida. El 20 de julio, el agente comercial de los Estados Unidos en
Santo Domingo informó al secretario de Estado norteamericano
de que ya habían llegado alrededor de 1,000 inmigrantes desde
Venezuela y Puerto Rico, y de que aún estaba por hacerlo otra
gran cantidad. Elliot calificó a estos canarios como «el grupo de
gente más miserable» que había visto en su vida, y señaló que dos
tercios de todo el grupo no tenían más que la ropa que traían
puesta. Mientras tanto, el agente especial del Gobierno estadounidense, en una comunicación que dirigió el 31 de julio al secretario
Cass, mantuvo que el proyecto de protectorado español sobre la
República Dominicana parecía estar en activo proceso de realización en esos momentos. Una de las pruebas que Cazneau adujo
para respaldar su aserto era precisamente la llegada de 1,500 inmigrantes españoles, así como el hecho de que el Gobierno dominicano hubiese contratado tres barcos más, que deberían arribar
a Santo Domingo en breve, llenos de súbditos españoles. Estos
iban a establecerse de forma permanente en territorio dominicano, bajo la protección de la bandera de España, y el mencionado
agente añadió que todas las tierras propiedad de la República se
habían entregado a su uso y ocupación. Por otra parte, el movimiento se desarrollaba de manera sistemática y con tranquilidad,
lo cual demostraba por sí mismo cuán cuidadosos habían sido
los preparativos, según Cazneau, quien indicó que muchas de las
tierras distribuidas a los inmigrantes habían sido adquiridas recientemente por el Gobierno con ese fin. El agente de los Estados
Unidos se refirió también a la llegada, el 28 de julio, de un barco
de guerra español que transportaba cerca de cien inmigrantes,
descritos por un miembro del ejecutivo de Santo Domingo como
31
Ibídem, «A los isleños residentes en Venezuela», Santo Domingo, 18 de julio
de 1860. Se trata de un impreso a cuyo pie aparecen los nombres de treinta
personas, todos varones, tras de los cuales se indica que «siguen muchas
firmas».
252
Luis Alfonso Escolano Giménez
«individuos de la mejor clase, ingenieros, maestros y profesionales
competentes destinados a ocupar posiciones influyentes» en el
seno de la sociedad dominicana.32
Sin embargo, Cazneau expuso al secretario de Estado que
la política de transferir una gran parte del suelo dominicano a
inmigrantes españoles contaba con «celosos, aunque cautos»
adversarios, pues se temía que el gran objetivo ulterior fuera «la
introducción del sistema de servidumbre de obreros culíes», sobre
el modelo establecido por Francia, Gran Bretaña y España en sus
colonias vecinas. Los supuestos enemigos de esa política preveían
que probablemente se producirían «choques entre los patronos
españoles de culíes y las autoridades» dominicanas, lo que daría a
España un pretexto para intervenir con fuertes medidas en defensa de sus súbditos. El agente especial del Gobierno estadounidense mencionó que se temía asimismo que la posición de superioridad otorgada a España no solo podría destruir la independencia
de la República, sino también estorbar seriamente sus relaciones
con los Estados Unidos, en las que los liberales dominicanos fundaban sus esperanzas de regeneración del país. En cuanto a los
partidarios de la dominación española, estos argüían que como la
República estaba «aislada de las simpatías y comunicaciones» con
las demás naciones de América, no tenía «otra alternativa que la
de entregarse sin reservas en brazos» de España, la cual no podía
fallar en tratarlos con generosidad. Según estos defensores del
protectorado, si en Santo Domingo se lograse adoptar el sistema
de trabajadores culíes, la isla se convertiría «en un fuerte eslabón
de seguridad entre Cuba y Puerto Rico», lo que serviría para
mantener esos tres territorios «fuera de las garras de los Estados
Unidos». Otro argumento que esgrimían los partidarios de estas
medidas era que, «en vista de los recelos raciales», el único sistema
laboral seguro y provechoso para los capitalistas era el empleo de
la mano de obra de los culíes, contratados por súbditos europeos
que actuarían bajo la protección de sus respectivas banderas. Así
pues, un suministro continuo de culíes podría mantener la prosperidad económica de las Antillas, al tiempo que introduciría un
32
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 352-354.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
253
factor de equilibrio entre las razas blanca y negra. En suma, estas
eran las razones de aquellos miembros del Gobierno dominicano
que deseaban unir Cuba, Santo Domingo y Puerto Rico en un
destino común, basado en los siguientes principios: la dominación europea, la igualdad entre las razas, y un sistema laboral en
el cual los Estados Unidos no pudiesen tomar parte, de tal modo
que no les interesara adquirir ninguna de dichas islas. Cazneau
volvió a demostrar un optimismo inagotable al afirmar que, aunque no se sabía a ciencia cierta hasta qué punto las decisiones
de Santana lo llevarían «hacia una completa sujeción al dominio
español», estaba convencido de que, incluso en esos momentos, el
presidente de la República haría un gran esfuerzo para sostener
la independencia dominicana. El agente intentó de nuevo que
el Gobierno norteamericano adoptara un papel más activo en el
asunto, y manifestó a Cass que Santana se vería reforzado por medio del oportuno reconocimiento de esa independencia, así como
con alguna demostración pública de «cordial interés» por parte
del ejecutivo de Washington.33
Los problemas expuestos por Cazneau no eran del todo exagerados, tal como se deduce de una nota que envió el cónsul de
España al ministro de Relaciones Exteriores, a quien comunicó
una información que le había transmitido su agente secreto en
Puerto Plata, por medio de una carta fechada el 29 de agosto.
El mismo señaló que, «al ver los enemigos del actual estado de
cosas» que continuaba la inmigración de canarios, propalaban
«rumores subversivos» que atribuían al Gobierno dominicano la
intención de restablecer la esclavitud con el apoyo de España,
y embriagaban a la clase inferior del pueblo para que hiciera
circular «tan alarmantes noticias». El informante de Álvarez en
Puerto Plata añadió que como tenía entendido que iban a enviarse a aquella comarca más isleños canarios, era muy importante que el Gobierno recomendase a las autoridades estrechar
la vigilancia.34
33
34
Ibídem, pp. 354-356.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 5, Álvarez-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Santo Domingo, 12 de septiembre de 1860.
254
Luis Alfonso Escolano Giménez
Otro suceso relacionado con la llegada de los inmigrantes
españoles tuvo como protagonista al agente comercial de los
Estados Unidos, de quien Álvarez aseguró que abusaba de las bebidas alcohólicas. Esta circunstancia perturbaba en tales términos
la razón de Elliot, que una noche salió al balcón de su casa, «y
con palabras descompuestas y a grandes voces» había excitado
a los negros a rebelarse, «diciendo que el Gobierno fomentaba
la inmigración blanca para hacerlos esclavos». Una vez que tuvo
conocimiento de este hecho, Santana ordenó al ministro de
Relaciones Exteriores, en presencia del diplomático español, que
dirigiera un despacho al ejecutivo de Washington para pedir el
relevo del agente comercial de los Estados Unidos, «por perturbador de la tranquilidad pública». Álvarez leyó también una misiva
que Cazneau había remitido al Gobierno dominicano, en la que
se ofreció a informar al suyo, y desaprobaba y lamentaba el suceso. El cónsul aseveró por último que, si bien «los negros y demás
raza de color» que acudían a oír los repetidos escándalos de Elliot
cuando estaba ebrio no daban valor alguno a sus palabras, era
sin embargo altamente perjudicial que escuchasen discursos que
pudieran provocar «cuestiones de raza», algo que por el momento
no existía en ese país.35
Los representantes de Gran Bretaña y Francia también se hicieron eco de la llegada de los diversos grupos de inmigrantes
españoles a la República Dominicana en sus despachos. Así, Hood
comunicó al responsable del Foreign Office que el buque de guerra
Velasco había arribado a Santo Domingo con 68 inmigrantes a bordo, entre ellos varios oficiales e ingenieros militares, de los cuales
se decía que iban pagados por el Gobierno español, mientras que
el resto eran, al parecer, mecánicos. El diplomático indicó que estas personas habían sido enviadas por Felipe Alfau, el agente de
la República Dominicana en Madrid, bajo algún acuerdo secreto
con el Gobierno español, y que se esperaba muy pronto la llegada
de un número mucho mayor. Con respecto a los otros 2,000 españoles, principalmente canarios, Hood dijo que habían elegido
35
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 31 de agosto de
1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
255
la República Dominicana en vez de otros países más próximos a
Venezuela, como consecuencia de las ventajosas proposiciones
que les había hecho el Gobierno dominicano, que también mandó
barcos para llevarlos gratis a Santo Domingo. Además, prosiguió
el agente de Gran Bretaña, se esperaba que llegasen tantos más,
que el éxodo español desde Venezuela casi parecería que estaba
organizado con arreglo a un plan, y como la mayor parte había
escogido establecerse en ese país, cabía esperar que hubiera una
preponderancia muy grande del elemento español, ya considerable, en la escasa población de la República. Hood señaló que casi
todos los recién llegados habían encontrado trabajo en la capital
o en el campo, y que sabía por una fuente de confianza que existía
la intención de formar asentamientos de inmigrantes españoles
en torno a la bahía de Samaná. Por otro lado, los oficiales a los
que se refirió al principio de su despacho habían comenzado a
publicar un periódico, como órgano de los intereses españoles en
la República Dominicana, pero en los dos únicos números aparecidos hasta ese momento no había encontrado ningún artículo
de especial relevancia. En la conclusión de su escrito, el cónsul de
Gran Bretaña manifestó que le era imposible formarse opinión
alguna con respecto a la importancia que debería darse a estos
acontecimientos, por lo que se había limitado a hacer un simple
informe de los hechos y datos que había podido obtener hasta entonces.36 En cualquier caso, ello no obsta para que de sus palabras
pueda extraerse una velada advertencia sobre el cariz cada vez más
preocupante que, a ojos de Hood, estaba tomando la situación
dominicana.
Para entrever cuál era el perfil de la inmigración procedente
de España, resulta interesante constatar, a través de los anuncios
particulares publicados en la Gaceta Oficial de Santo Domingo, la
presencia en esa ciudad de nuevos negocios regentados por españoles. Por ejemplo, cabe mencionar a dos encuadernadores,
Manuel J. García y Fermín Pascual, que hasta que encontraran
un local más apropiado se habían instalado en una de las estancias del edificio de la imprenta nacional, donde contaban con un
36
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 27 de agosto de 1860.
256
Luis Alfonso Escolano Giménez
«rico surtido de pieles, papeles, cartones, instrumentos de dorar
y demás utensilios». Aunque no se indica el origen de los propietarios, la reciente apertura de su establecimiento, así como las
características del mismo, no dejan lugar a dudas de que se trata
de dos inmigrantes españoles, menos aún teniendo en cuenta el
hecho de que ocupaban dependencias de una institución pública,
lo que demuestra un trato muy favorable. Algo semejante podría
decirse de Juan José Menas, quien también acababa de llegar a la
capital, y ofrecía «sus servicios al público dominicano en su profesión de peluquero». Sin embargo, el anuncio más claro es el de
Juan Bautista Gómez, «maestro carpintero y ebanista de Madrid»,
que asimismo había abierto recientemente su negocio en la ciudad de Santo Domingo.37 Estos tres casos permiten quizás ilustrar
la tipología predominante entre los españoles recién llegados a
la República Dominicana, cuyos oficios, si bien eran distintos, se
inscribían en actividades comerciales de carácter principalmente
urbano, que era sin duda el ámbito donde los mismos podrían
encontrar una mayor acogida.
Por su parte, el representante de Francia en Santo Domingo
se refirió igualmente a la cuestión migratoria, la cual situó en el
contexto de la justa preocupación del Gobierno dominicano por
el precio cada vez más elevado que alcanzaban día a día los artículos de consumo básico en el mercado de la capital. Dado que
la única causa de ello era la falta de mano de obra, se había esforzado en remediarla mediante el asentamiento en su territorio de
una inmigración que se dedicara especialmente a la agricultura.
Así pues, Zeltner estableció una clara diferencia entre los artesanos, que debía enviar el agente de la República Dominicana en
Madrid, y los campesinos, que llegaban desde las islas Canarias,
aunque no de forma directa, sino procedentes de otros lugares.
En efecto, el permanente estado de revolución en Venezuela había hecho que más de 6,000 familias isleñas hubiesen abandonado
ya ese país para repartirse por las Antillas, de las cuales más de
2,000 personas habían desembarcado en Santo Domingo. Según
el diplomático, a diferencia de lo afirmado por Elliot, la mayor
37
TNA, FO 23/42, Gaceta Oficial, No. 104, Santo Domingo, 18 de agosto de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
257
parte de los inmigrantes llevaba un pequeño capital, y algunos
tenían incluso varios miles de pesos, dinero que unido al trabajo
incesante de esta raza de labradores infatigables no podía tardar
en dar resultados satisfactorios a la República Dominicana. No
obstante, en esos momentos el precio de los productos había aumentado considerablemente, y la repugnancia de los inmigrantes
a cambiar las monedas que poseían por el papel tan depreciado
del Gobierno había hecho que la tasa de cambio se hubiera elevado de una manera excesiva. Zeltner comunicó al ministro francés
de Asuntos Extranjeros que casi cada semana tenían lugar nuevas
llegadas, y que si las fiebres del país no hiciesen tantos estragos,
una gran parte de ellos se habría repartido ya por el campo para
comenzar los desmontes,38 lo cual sin duda contrasta enormemente con las triunfalistas palabras de Álvarez a este respecto.
Con relación al grupo expedido por Alfau desde la península,
se había observado con cierto asombro la llegada en el convoy de
un teniente coronel de Infantería, dos capitanes, y algunos otros
oficiales, enviados para formar al Ejército dominicano en la táctica
europea. Esos oficiales conservaban sus respectivas graduaciones
en sus regimientos de Puerto Rico o Cuba, y se los consideraba
en servicio. Lo más interesante, sin embargo, fue la apreciación
crítica del agente de Francia acerca de que su primer afán, que
calificó de extraordinario por tratarse de militares, hubiera sido
fundar un periódico y polemizar de forma bastante viva con una
hoja quincenal redactada por algunos jóvenes de la ciudad. Estos
no dejaban de exaltar, con la exageración particular de su raza,
los progresos y el bienestar de la República Dominicana. El periódico español se había propuesto la fácil tarea de disipar su error
y, a juicio de Zeltner, era de lamentar que no hubiese puesto en
ello más prudencia y tacto, de modo que había despertado por
la virulencia de sus artículos el instinto de odio contra la antigua
metrópoli, lo que junto al sentimiento de envidia que anima siempre a los criollos contra las naciones de Europa había producido
38
AMAEE París, Correspondance consulaire et commerciale, République
Dominicaine, vols. No. 2-3, Zeltner-ministro de Asuntos Extranjeros, Santo
Domingo, 18 de septiembre de 1860.
258
Luis Alfonso Escolano Giménez
ya tristes resultados. En efecto, el Gobierno, como creía ver en
la emigración española un apoyo sólido y quería mantenerlo a
toda costa, había prohibido la publicación de la revista Quincena
Literaria. Con ello, al dejar que los redactores del periódico español ganaran el pleito, los había expuesto a la animosidad de la
juventud del país, que no había dejado pasar por alto esta circunstancia sin extender en las provincias rumores de lo más nefastos.
Se aseguraba que varios distritos, entre otros el de Baní, habían
expresado abiertamente sus miedos, y se temía que volviesen sus
simpatías hacia los haitianos, quienes no desaprovecharían ninguna ocasión que se les ofreciera. El cónsul de España se había
apresurado a aconsejar a sus compatriotas que entrasen en una
vía más apropiada para crearse simpatías entre la población del
país, pero hasta entonces sus consejos habían sido rechazados, y
todo parecía indicar que los redactores del periódico El Eco iban
a continuar con su deplorable sistema. No obstante, se esperaban
órdenes de La Habana que pusieran fin a las imprudencias de
estos militares y restableciesen las buenas relaciones que Álvarez
había conseguido entablar, gracias a su esfuerzo, con el Gobierno
y los habitantes de la República.39
Estas palabras reflejan un claro aprecio por parte de Zeltner
hacia la labor desarrollada por el diplomático español, y de ellas
podría deducirse que, o bien los recelos de Álvarez frente a su colega de Francia eran infundados, o bien la situación entre ambos
había cambiado de forma muy considerable.
El agente de la República Dominicana en París transmitió al
ministro de Relaciones Exteriores algunas noticias que habían
aparecido en la prensa norteamericana sobre otro movimiento
migratorio. The New York Herald, en su edición del 30 de octubre
de 1860, se hizo eco de las aspiraciones que tenía Haití de acoger a
todos los negros libres de los Estados Unidos. Dicho diario reprodujo además un artículo del 1 de octubre de 1860, publicado en
un periódico de Nueva Orleans, que confirmaba el mencionado
plan con el anuncio de la salida, el 1 de noviembre, de un vapor
que conduciría la emigración a Puerto Príncipe. Tras leer estas
39
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
259
noticias, Castellanos las puso de inmediato en conocimiento de
los ejecutivos de Londres y París, e incluso escribió a O’Donnell,
a título personal, para explicarle el peligro que corrían todas las
Antillas de quedar «ennegrecidas en breve tiempo», si no se remediaba el problema de la emigración a Haití. Por lo que respecta a Alfau, este había comenzado a hacer gestiones para ver
cómo podían contrarrestar esa emigración «con otra mayor de
blancos para oponer la fuerza con la fuerza». El representante del
Gobierno dominicano en París se dirigió también al capitán general de Cuba, a quien pidió que escribiera a los cónsules de España
en Nueva Orleans y Puerto Príncipe para que le enviasen todas
las noticias que pudieran recoger sobre la emigración de negros
libres a Haití, y las comunicasen asimismo a su homólogo de Santo
Domingo, quien, por su parte, las transmitiría al Gobierno dominicano. Según Castellanos, en esos momentos era más necesario
que nunca tomar medidas muy serias y actitudes enérgicas, puesto
que del engrandecimiento de Haití se derivarían gravísimos peligros para la República Dominicana.40
Sin embargo, los problemas más preocupantes con respecto a la
inmigración no procedían del exterior del territorio dominicano,
sino más bien del interior del mismo, según le fue comunicado al
ejecutivo de Madrid. Así se deduce del contenido de un despacho
que el cónsul de España en Santo Domingo remitió el 18 de septiembre al ministro de Estado, en el cual le informó de que, con
motivo de la inmigración canaria, se había tratado de perturbar el
orden en Puerto Plata,41 tal como ponían de relieve las noticias recibidas desde allá, pero también desde otras partes del país.
En efecto, J. M. Gautier, un comerciante español que actuaba
como agente secreto de Álvarez en el Cibao, describió la situación
reinante en Puerto Plata, donde desde que se supo «la ostensible protección» que España daba a la República y la llegada de
los inmigrantes canarios, se habían tergiversado los hechos, al
extremo de que hubo varios motines que causaron una seria
40
41
AGN, RREE, leg. 14, expte. 13, Castellanos-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, París, 30 de noviembre de 1860.
AGA, AAEE, 54/5224, No. 9, Comyn-cónsul de España en Santo Domingo,
Madrid, 8 de noviembre de 1860.
260
Luis Alfonso Escolano Giménez
alarma. Las demostraciones hostiles que habían tenido lugar
«fueron de carácter tan grave y tan público», que el comandante de armas de dicha población se vio obligado a intervenir por
medio de un bando en el cual llamaba al orden. Gautier aseguró
que Puerto Plata era un nido de norteamericanos, «la mayor parte
sin ocupación conocida y de todos ignorado el objeto de su residencia allí», aunque en su opinión «los principales motores de la
propaganda contra la protección española» habían sido hombres
de alguna influencia, entre ellos el vicecónsul de Gran Bretaña
en esa ciudad. Por otra parte, en Santiago la inmigración de españoles había encontrado igualmente un eco muy poco favorable,
y mucho menos el proyecto de protectorado. La provincia de La
Vega estaba también «muy descontenta con la inmigración», y en
la fiesta del Santo Cerro, que se celebra cada 24 de septiembre en
honor a la Virgen de las Mercedes, hubo «manifestaciones muy
pronunciadas» en contra de ese movimiento migratorio. Aunque
el comerciante reconoció que a su llegada a Santiago, en fecha
desconocida, «había ya alguna efervescencia», la visita del brigadier Peláez a la República Dominicana la había aumentado a un
grado que tenía inquietos a todos los españoles allí residentes. De
hecho, ya no se hablaba «con embargo y mesura como antes», y
la idea de que España pretendía esclavizar el país, malignamente comentada, se había extendido incluso hasta las aldeas más
pequeñas.42
En definitiva, la presencia de los inmigrantes canarios no era
por sí sola, en absoluto, la principal causa de la agitación, sino los
planes cada vez más evidentes del Gobierno dominicano de llegar
a algún arreglo con el de España, que era sin duda lo que provocaba el rechazo de una gran parte de la población, sobre todo por
temor al retorno de la esclavitud.
No obstante, la inmigración canaria resultó fallida por otras
causas, como subrayó el representante de Francia en Santo
Domingo, quien lamentó tener que constatar el completo fracaso
de la misma. Los estímulos que la administración había dado a
42
Ibídem, 54/5225, No. 8, Gautier-Álvarez, Santiago de los Caballeros, 4 de
octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
261
los canarios, las ayudas incluso que aquella había distribuido a los
más necesitados, no habían podido combatir la terrible influencia de las fiebres del país, y se contaban ya más de 1,000 muertos
sobre una población de en torno a 3,000 inmigrantes. Los que
sobrevivían estaban tan atemorizados por la insalubridad de la
isla, que unos regresaban a Venezuela si podían liberarse frente
al Gobierno dominicano de los adelantos que habían recibido,
o se embarcaban clandestinamente, y otros acudían a los diversos consulados en demanda de auxilio. De hecho, varias familias
habían pedido a Zeltner que las enviara a las islas de Guadalupe
o Martinica, por lo que el objetivo gubernamental se había frustrado, y ya se planteaba la cuestión de renovar estas tentativas de
inmigración en Francia o Italia. Se había hablado incluso de la
posibilidad de contratar negros de la costa africana, o culíes indios o chinos, y el diplomático expresó sus dudas sobre si estas
dos últimas clases de inmigrantes soportarían el clima, pero tenía
la firme convicción de que dejar a los europeos poner el pie en
territorio dominicano era exponerlos a una muerte segura. Ricart,
el ministro de Hacienda, que se había hecho notar por su ardor
en atraer la inmigración a la República, estaba a punto de volver
de su misión, después del completo fracaso de la misma, según
se aseguraba, puesto que el empréstito que pretendía contratar
en La Habana había sido rechazado, a pesar de que el cónsul de
España se había trasladado con él a Cuba para apoyar su solicitud.
En opinión de Zeltner, era probable que a su regreso, Ricart continuase sus esfuerzos colonizadores, y quisiera reanudar relaciones
con un tal Méndez, judío, tendentes a montar una nueva compañía destinada de antemano al mismo resultado que la primera, de
las que sin embargo el cónsul no facilitó dato alguno.43
En realidad, el tiempo de dicha compañía, o de cualquier
otra, ya había pasado, porque las negociaciones del préstamo
podían haber fracasado, pero las que de verdad importaban
al Gobierno dominicano seguían en marcha. En todo caso, es
43
AMAEE París, Correspondance consulaire et commerciale, République
Dominicaine, vols. No. 2-3, Zeltner-ministro de Asuntos Extranjeros, Santo
Domingo, 30 de diciembre de 1860.
262
Luis Alfonso Escolano Giménez
interesante analizar algunos de los aspectos más destacados de
las relaciones exteriores de la República Dominicana, desde el
punto de vista económico y comercial, así como las rivalidades y
recelos que las riquezas de este país despertaban en unos y otros.
La anexión estuvo claramente motivada, entre otras razones, por
la crítica situación económica dominicana, que en buena medida no pudo mejorarse como consecuencia de los obstáculos que
encontraron muchos de los proyectos que se fueron sucediendo
en los meses anteriores a marzo de 1861, bloqueados por esas
mismas rivalidades.
3. LAS RELACIONES COMERCIALES DOMINICANAS
ANTES DE LA ANEXIÓN
Una de las principales razones de la rivalidad existente entre
las potencias europeas, así como entre estas y los Estados Unidos,
eran los importantes recursos naturales con que contaba la
República Dominicana, además de algunos de sus productos de
exportación, entre los que destacaba sobre todo el tabaco y, en
menor medida, la ganadería. En este sentido, llama la atención
la respuesta que dio el representante de Gran Bretaña en Santo
Domingo a una circular del Foreign Office, en la que se pedía a
los agentes consulares británicos información sobre la madera de
construcción naval, apta para los astilleros de la Marina británica,
que hubiese en los países donde se encontraban destinados. A tal
efecto, Hood redactó una memoria con los mejores datos que había podido adquirir sobre esa materia, pero reconoció que la misma era completamente nueva en la República Dominicana. Por
ello, lo que hizo no fue más que darla muy escasa, y no demasiado
fiable, información derivada de las observaciones superficiales que
habían hecho durante su recorrido por el país algunos viajeros,
cuya atención no se había dirigido en particular sobre este asunto.
El diplomático añadió que, en cualquier caso, si el Almirantazgo
consideraba que dicha cuestión tenía suficiente importancia, se
podía hacer un estudio más a fondo con un coste no muy elevado,
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
263
y ofreció también la posibilidad de enviar a Londres muestras de
las diferentes maderas para que se experimentara con ellas.44 En
respuesta a una nueva circular del mismo tipo, Hood informó a
Russell de que en la República Dominicana no se cultivaba maíz
ni ningún otro grano con fines comerciales.45
Uno de los apartados de la memoria presentada al ministro de
Estado por el cónsul de España en la capital dominicana, en abril
de 1860, abordaba precisamente la agricultura, la industria y el
comercio de exportación e importación, y en el mismo se refirió a
la distribución por regiones de las principales fuentes de riqueza.
En las provincias del sur, el comercio giraba sobre todo alrededor
de la madera; en El Seibo, al este, la ganadería era la actividad
económica por excelencia; mientras que en el Cibao, por su parte,
el tabaco era el producto de exportación más importante. Según
los datos de Álvarez, este era de excelente calidad y de él se cosechaban, dependiendo del año, entre 60,000 y 80,000 quintales
castellanos, con un valor aproximado de 650,000 a 700,000 pesos
fuertes, sin contar el de consumo interno del país. El tabaco que
se exportaba era comprado en su mayor parte por comerciantes
de Hamburgo, Bremen y otros puntos de Alemania, pero también
se exportaba algo a Puerto Rico, Saint Thomas y Curazao. La principal madera de exportación era la caoba, de calidad superior a
la de Cuba y Honduras, y cuyo precio variaba según el peso de
la madera y la forma de sus vetas, de modo que una pieza podía
venderse por 300 pesos fuertes, y otra de igual tamaño por solo
50. El agente puso de relieve uno de los problemas más graves a
que se enfrentaba esta práctica depredadora de los recursos forestales, puesto que la explotación de la madera preciosa con fines
comerciales no podría hacerse cuando se acabase la que estaba
junto a los ríos, toda vez que su conducción por tierra era imposible debido al excesivo precio de los transportes. Un producto
que tenía asimismo una importancia considerable era la cera de
abeja, que había adquirido bastante incremento, hasta el punto
de que en el año 1859 se exportaron 630,000 libras, con un valor
44
45
TNA, FO 23/39, Hood-Malmesbury, Santo Domingo, 11 de abril de 1859.
TNA, FO 23/42, Hood-Russell, Santo Domingo, 9 de enero de 1860.
264
Luis Alfonso Escolano Giménez
de venta en el extranjero calculado en 250,000 pesos fuertes. Se
exportaban, principalmente al mercado norteamericano, grandes
cantidades de miel, cuyo precio según su calidad era de entre 60
y 80 centavos el galón. También se exportaba ganado y madera
de espinillo, palo santo, mora, guayacán y palo brasil, así como
algunos otros productos, aunque ya a una escala mucho más reducida, entre ellos azúcar y almidón. Por lo que respecta a las
importaciones, estas consistían en harinas de los Estados Unidos
y toda clase de mercancías de Europa. Álvarez subrayó el hecho
de que en la República la caña de azúcar crecía por sí sola, y los
cafetales producían su fruto de forma espontánea, por lo que una
vez sembrado no había más que recolectarlo en su momento, y
el maíz se daba sin cultivo. Pese a ello, tales artículos se importaban del extranjero, incluidos los ladrillos, que se podrían fabricar
al lado de Santo Domingo, en los hornos de los antiguos tejares
españoles. En suma, a juicio del diplomático no existía un país
en que la naturaleza ofreciese tantos recursos, y sus habitantes
vivieran de un modo tan miserable, pues admitió que había algunas cosas relativamente caras, como un buen caballo de montar,
que costaba 150 pesos fuertes. Con relación al comercio existente
con España o sus colonias, había empezado a exportarse ganado
a Cuba, y si alguna empresa de La Habana «dedicase un vapor a
este tráfico, exportaría todos los años cuatro mil reses vacunas»,
cuya carne era mejor que la del «ganado flaco de Florida», que los
norteamericanos estaban cobrando a precios fabulosos.46
Al enviar su memoria al gobernador de Cuba, Álvarez le indicó
que había tenido conocimiento de una orden del Ministerio de
Marina al comandante del apostadero de La Habana, para reconocer los criaderos de carbón mineral de la bahía de Samaná. Por
ello, le parecía muy conveniente que los comisionados que iban
a realizar esos estudios «inspeccionasen los soberbios bosques de
construcción naval» que existían allí, así como «sus feraces terrenos, el río Yuna y los puntos más a propósito para fortificar la entrada de la bahía». El representante de España en Santo Domingo
señaló también que los comerciantes cubanos deberían explotar
46
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 88-89 y 97.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
265
dichas minas, a las cuales se refirió como «un manantial de
riqueza», ya que dispondrían así de grandes reservas y no tendrían
que comprar tan importante artículo a las compañías inglesas. Por
último, Álvarez llegó incluso a recomendar a Serrano que, si las
necesidades del servicio lo permitieran, sería conveniente que formase parte de la comisión alguno de los ingenieros de minas que
tenía el Gobierno en aquella isla, y se refirió más en concreto a uno
de los hijos del ministro Fernández de Castro. El cónsul ya había
comenzado a tejer, para entonces, unas estrechas relaciones con
ciertos miembros del Gobierno dominicano, como se deduce de
esta recomendación, lo que le permitía ganar una mayor influencia sobre el mencionado alto funcionario. Por otra parte, Álvarez
comunicó al ministro de Estado que no solo los Estados Unidos
se interesaban por Samaná, sino que Francia y Gran Bretaña,
debido a «la escasez y carestía de maderas para surtir a los arsenales», intentaban explotar los bosques de esa bahía. De hecho,
el ministro francés de Marina se había informado, por medio del
representante de la República Dominicana en París, «acerca de la
posibilidad de exportar maderas de las costas de Samaná, y si el
Gobierno dominicano accedería a ello».47
Sin embargo, tanto el agente de Gran Bretaña como el de
Francia se ocupaban asimismo de otros artículos de exportación.
El primero, deseando fomentar la industria, que se encontraba
tan descuidada en todos sus ramos, había intentado convencer al
Gobierno dominicano de que estableciera premios o recompensas para todos aquellos que cultivasen en sus parcelas artículos de
exportación, tales como café, azúcar, tabaco y, muy en especial,
algodón. La idea había sido favorablemente recibida, pero Hood
advirtió al Foreign Office de que la falta de dinero se revelaría
como un serio obstáculo para ponerla en práctica.48
Por su parte, Zeltner informó al ministro francés de Asuntos
Extranjeros de que el ejecutivo de Santo Domingo acababa de
47
48
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 30 de abril
de 1860. En este despacho Álvarez trasladó al ministro parte de una
comunicación que había dirigido al gobernador de Cuba.
TNA, FO 23/41, Hood-Edmund Hammond, Santo Domingo, 4 de abril de
1860.
266
Luis Alfonso Escolano Giménez
promulgar un decreto sobre la exportación de ganado. En su
opinión, el momento parecía mal escogido para favorecer la salida de los animales, ya que la carne había alcanzado un precio
insólito. Era de esperar, continuó el diplomático, que no hubieran
guiado al Gobierno los intereses particulares, porque desafortunadamente en esa administración, en la que casi todos los ministros
tenían un comercio, a menudo incluso de muy poca importancia,
no faltaban ejemplos de que un decreto hubiese prohibido o permitido determinada operación comercial en provecho de uno de
los funcionarios. Más tarde, una vez realizado el beneficio, otro
decreto volvía a poner las cosas en el mismo estado que antes. El
decreto en cuestión autorizaba la exportación solo a los puertos
neutrales o amigos, lo que Zeltner veía como una continuación
de la política de Santana, cuyos esfuerzos tendían a aislar completamente a Haití, y a impedir incluso las relaciones comerciales entre los dos países. El cónsul consideraba que el presidente
sostenía este sistema prohibitivo, con las armas en la mano, sin
preocuparse del perjuicio que ello causaba a los intereses de los
dominicanos, que encontrarían fáciles y ventajosas salidas para sus
productos en las provincias haitianas.49
En efecto, es posible que esos intereses particulares existieran,
y que fuesen los del representante de España en Santo Domingo,
quien insistió muchas veces en su idea de que si el comercio de
Cuba «dedicase algunos buques a la exportación de ganado vacuno y de cerda, comestibles y maderas de tantas clases», que
abundaban en la República Dominicana, obtendría beneficios
seguros. Por otra parte, el Gobierno dominicano acababa de
ofrecer a la compañía naviera de La Habana a la que pagaba una
subvención por el vapor que mensualmente tocaba en Puerto
Plata, otra suma igual para que uno de sus barcos hiciera escala
en Santo Domingo, lo que sería muy útil para las comunicaciones entre ambas islas, según Álvarez. Este, en su habitual línea
de autocomplacencia, resaltó el hecho de que desde que existía
49
AMAEE París, Correspondance consulaire et commerciale, République
Dominicaine, vols. No. 2-3, Zeltner-ministro de Asuntos Extranjeros, Santo
Domingo, 27 de mayo de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
267
el consulado de España en la capital dominicana, ningún año
había habido tanto movimiento marítimo como en los primeros
seis meses de 1860, lo que se debía a sus excitaciones a los comerciantes de esa ciudad.50
El 14 de julio fondeó en el puerto de Santo Domingo el buque
de guerra español Don Juan de Austria, cuyo comandante tenía el
encargo de trasladarse a la bahía de Samaná para practicar allí un
reconocimiento en los criaderos de carbón mineral y en los bosques, que tenían «tan buenas maderas de construcción naval a la
orilla del agua». El agente de España acudió al ministro de Guerra
y Marina, e hizo que este ordenase inmediatamente una excavación
de 50 toneladas, así como que profundizaran el terreno lo más posible, con el fin de que a la llegada del barco a Samaná el carbón
estuviese ya dispuesto. El estilo autoritario desplegado por Álvarez
en su trato con dicho ministro resulta, cuando menos, sorprendente, tanto como la naturalidad con que parecía ejercerlo, y el descaro
con que lo expresó en su despacho a Calderón Collantes, de quien
por cierto no consta que le llamara la atención sobre esta manera
de conducirse con el Gobierno dominicano. El diplomático estimaba que no solo por motivos políticos, sino por su interés para
el fomento de la Armada española, era muy necesario que dicha
bahía fuese reconocida detenida y científicamente, tanto para no
depender de los extranjeros en el suministro de carbón, como para
conseguir las mejores maderas de construcción, «en particular curvas», que tanta falta hacían en los astilleros españoles. El Gobierno
dominicano dejaría cortar cuanta madera se quisiera a la persona
que viniese autorizada para ello, sin exigir precio alguno, aunque
debe sobreentenderse que Álvarez se refería a alguien dependiente
de las autoridades españolas. Por último, aquel indicó al ministro
de Estado que el capitán general de Cuba había aprobado su proceder, y le había manifestado que se estaba ocupando detenidamente
de la solución que debía darse a las graves cuestiones presentes en
la República Dominicana,51 pero no concretó más.
50
51
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 2 de julio
de 1860.
Ibídem, 20 de julio de 1860 (la palabra «curvas» aparece subrayada en el original).
268
Luis Alfonso Escolano Giménez
Cabe afirmar que el general Serrano comenzó en esos momentos
a involucrarse en la situación dominicana, a instancias del cónsul,
que actuó siempre como acicate para potenciar cada vez más la intervención de España en los asuntos internos de Santo Domingo,
y muy concretamente la del gobernador de Cuba, cuyo apoyo era
imprescindible para el éxito de cualquier plan.
Por lo que respecta a la anunciada línea de vapores, Álvarez
contó con la colaboración de los hermanos Ginebra, comerciantes españoles establecidos en Puerto Plata, que habían contribuido mucho en todo lo necesario para llevar a cabo su idea de que
un barco español estableciera la comunicación entre las islas de
Santo Domingo y Cuba. Los mencionados hermanos Ginebra
remitieron el itinerario de la nueva línea al agente diplomático,
quien había conseguido, por su parte, que el Gobierno dominicano diese a la misma una subvención de 400 pesos fuertes, así como
la exención de derechos de puerto por entrada y salida para el
vapor Cuba.52 El recorrido de este era el siguiente: zarpaba de La
Habana con destino a Saint Thomas, y hacía escala en Nuevitas,
Gibara, Baracoa, Santiago de Cuba, Santo Domingo, Mayagüez y
San Juan de Puerto Rico. A su regreso desde Saint Thomas hacia
la capital cubana, el barco tenía exactamente las mismas escalas.53
En este itinerario llama la atención sobre todo la significativa ausencia de la ciudad de Puerto Príncipe, o de cualquier otra escala
en las costas de Haití.
Finalmente, el Don Juan de Austria no hizo la prevista expedición a Samaná por algún motivo, pero el asunto seguía en pie,
como recordó Álvarez al gobernador de Cuba, a quien avisó de
que el Gobierno dominicano ya había puesto a su disposición 50
toneladas de carbón, extraídas de los yacimientos de esa bahía.
Sin embargo, el cónsul hubo de reconocer que el mineral no era
de tan buena calidad como el que se encontraba a las orillas del
río Yuna, aunque podría servir para verificar un ensayo cuando
52
53
Ibídem, 1 de agosto de 1860.
Ibídem. Se trata de un documento en el que se consigna el itinerario del
vapor Cuba, fechado en Santo Domingo el 6 de agosto de 1860, y firmado por
Mariano Álvarez.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
269
Serrano enviase algún buque de la Armada española a tal efecto.54
En definitiva, tanto si se llegó a realizar esta prueba como si no, lo
cierto es que el carbón de Samaná nunca fue explotado, de lo que
se deduce que efectivamente su calidad no lo hacía apto para las
necesidades de la navegación a vapor.
En cualquier caso, el buen estado de las relaciones entre el
Gobierno dominicano y los representantes europeos no era aprovechado solo por Álvarez, sino también por su colega de Gran
Bretaña, quien se había valido de esa situación favorable para hacer ver al ejecutivo de Santo Domingo la conveniencia de poner a
todos los extranjeros en pie de igualdad en cuanto a los beneficios
concedidos. Ello implicaba, como es obvio, eliminar la distinción
que dicho Gobierno hacía a favor de las naciones con las que tenía tratados comerciales, y que siempre había sido esgrimida por
los agentes norteamericanos como una razón lógica para desear
tener un tratado con la República Dominicana.55
Por fin, Hood pudo informar al Foreign Office del éxito de
sus esfuerzos para convencer al Gobierno dominicano de lo desventajoso de la mencionada política, que desde un punto de vista
pecuniario, teniendo en cuenta el limitado número de barcos
afectados, le reportaba como máximo un aumento insignificante
de sus ingresos. Mientras tanto, desde el plano político suponía
una continua amenaza contra la independencia de la República,
ya que servía como pretexto, y además bien fundado, para que los
Estados Unidos, que eran casi los únicos perjudicados por esta discriminación, insistiesen en obtener un tratado que los pusiera en
igualdad de condiciones con los otros países. El peligro radicaba
en que los norteamericanos habían procurado, invariablemente,
introducir en los proyectos que planteaban al Gobierno cláusulas
tendentes a poner la República Dominicana, tarde o temprano, en
sus manos. No obstante, tras mucha vacilación, el ejecutivo adoptó
al final la medida que le venía recomendando el agente de Gran
54
55
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 21 de agosto
de 1860. El documento es un traslado al ministro del despacho que Álvarez
remitió en esa misma fecha a Serrano.
TNA, FO 23/41, Hood-Edmund Hammond, Santo Domingo, 4 de abril de
1860.
270
Luis Alfonso Escolano Giménez
Bretaña, quien incluyó en su despacho a Russell una copia del
decreto aprobado por el Senado el 8 de mayo. En este se declaraba que los buques de las naciones con las que la República no
había celebrado tratados quedaban asimilados en el pago de «los
derechos de importación, exportación, toneladas, faro y todos
los demás» concernientes al comercio, a los de las naciones más
favorecidas. A juicio de Hood, el artículo segundo del decreto era
políticamente objetable, puesto que en el mismo se excluía de
esas ventajas a los buques de aquellas naciones que transcurrido
un año desde su publicación, «no hubieran acordado a los de la
República Dominicana igual beneficio». Pese a sus intentos, el diplomático no pudo conseguir una ligera modificación que había
propuesto, en el sentido de sustituir la absoluta limitación a un
año que contenía el mencionado artículo, por una frase en la que
el Gobierno se reservase el derecho de establecer tal limitación si
lo consideraba oportuno.56
Por otra parte, el tratado de comercio dominicobritánico
expiraba en septiembre de 1860, tras diez años en vigor, pero en
él no se especificaba un período de aviso previo a su finalización.
Aunque por regla general este era de doce meses, como el plazo de
vencimiento estaba ya muy próximo, apenas quedaba tiempo para
dar aviso alguno antes de que llegase esa fecha. Por ello, el secretario del Foreign Office dio las instrucciones pertinentes a Hood para
evitar dudas o incluso la rescisión del tratado. Dichas instrucciones
iban en el sentido de proponer al Gobierno dominicano que se
consignara, por medio de una declaración o de un intercambio de
notas, que cualquiera de las partes podría dar a la otra, en la fecha
de expiración o con posterioridad a la misma, el correspondiente
aviso de doce meses. Por último, Russell aclaró que las partes contratantes serían, por supuesto, libres de hacer en cualquier momento modificaciones al tratado, de mutuo acuerdo.57
En su respuesta al Foreign Office, el cónsul informó de que
había presentado al ministro de Relaciones Exteriores el borrador
de declaración, de acuerdo con el modelo propuesto por Russell,
56
57
Ibídem, Hood-Russell, Santo Domingo, 19 de mayo de 1860.
Ibídem, Russell-Hood, Londres, 29 de mayo de 1860 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
271
que Ricart le prometió someter a su Gobierno. Poco tiempo
después, Hood se marchó a Puerto Príncipe, y a su regreso encontró que no se había hecho nada sobre esta cuestión, por lo que
tuvo que presionar al ministro para que la agilizase. Por fin, el 7
de septiembre la declaración fue debidamente firmada por Ricart
y el propio representante de Gran Bretaña, sin ninguna modificación. Sin embargo, Hood señaló al mismo tiempo que no se había
obtenido la sanción previa del Senado, a pesar de que el ministro
había alegado como excusa para el retraso en la firma de la declaración, que esta debía ser sometida antes a dicho cuerpo legislativo. Es más, Santana había aludido a la finalización del tratado
por primera vez en enero de 1859, y posteriormente, en marzo de
1860, se buscó la opinión de los otros agentes sobre la interpretación del artículo décimo del tratado dominicobritánico, relativo
a la duración del mismo, pero no se había intentado obtener el
parecer de Hood al respecto. Cuando, por indicación de Russell,
el diplomático planteó el asunto al Gobierno dominicano, la conducta de este había estado marcada por una gran vacilación. Tales
circunstancias, unidas a las, a su juicio, conocidas doblez y mala fe
de los dominicanos, llevaban a Hood a extraer conclusiones desfavorables con respecto a las futuras intenciones del ejecutivo de
Santo Domingo, que en más de una ocasión no había dudado en
dar marcha atrás a sus propios actos. Por todo ello, la impresión
del cónsul era que aquel consideraba la declaración recién firmada como un instrumento apropiado para mantener vigente el
tratado en tanto esto satisficiera sus objetivos, y rescindirlo cuando
el mismo interfiriese con cualquiera de sus proyectos, utilizando
como pretexto el rechazo del Senado a sancionar la declaración.
Hood admitió que quizás esta conjetura no fuera correcta, pero en
todo caso expresó sus dudas sobre si la declaración sería suficiente
para impedir que el Gobierno dominicano tomase tal rumbo más
adelante. En Londres estos temores no debieron de parecer muy
sólidos, ya que Russell consideró adecuada dicha declaración, tal
cual estaba, para los fines que se habían buscado al proponerla al
Gobierno dominicano.58
58
Ibídem, Hood-Russell, Santo Domingo, 10 de septiembre de 1860.
272
Luis Alfonso Escolano Giménez
No obstante, el representante de Gran Bretaña acabó por
desechar sus propias dudas sobre los sentimientos del Gobierno
dominicano con respecto al asunto, y afirmó que las mismas eran
bastante infundadas, toda vez que el ejecutivo había sometido la
declaración al Senado, y este la había aprobado en todos sus puntos.59 Con esta hábil maniobra, el gabinete de Santana desactivó los
recelos que una actuación diferente podría haber despertado en
el Gobierno británico, y convenció incluso a Hood, cuya aparente
confianza era tan ajena a sus anteriores conclusiones, derivadas de
las supuestas doblez y mala fe de los dominicanos, que resulta difícil
de creer.
Las relaciones políticas y comerciales de la República
Dominicana con las potencias europeas y los Estados Unidos siguieron desarrollándose, pues, dentro de una relativa tranquilidad, hasta muy poco antes de la anexión, pese a los continuos rumores que
hablaban de algún arreglo, cada vez más probable, entre Madrid
y Santo Domingo. En esta línea de normalidad se inscribe, por
ejemplo, un despacho en el que Zeltner envió al ministro francés
de Asuntos Extranjeros una relación de los barcos de su país que
tomaban parte en el comercio de importación y exportación con el
puerto de Santo Domingo. Para justificar su imposibilidad de cumplir con la disposición establecida de dirigir al ministro un cuadro
general de ese comercio, el agente explicó que todos los miembros
del Gobierno dominicano y los altos funcionarios eran comerciantes, o incluso simples tenderos, y como su primera preocupación
era quedar exentos del pago de aranceles, no les interesaba que la
administración publicara estadística alguna. Zeltner indicó que la
mayor parte, por no decir la totalidad, de las embarcaciones que
arribaban a Santo Domingo lo hacían desde el este. En general, se
trataba de buques que abastecían a Saint Thomas del carbón necesario para los paquebotes ingleses, y algunas veces también de
barcos que transportaban bueyes desde la costa de África a las colonias francesas de las Antillas, y que iban después a Saint Thomas a
buscar un cargamento para la vuelta. Sólo había un buque francés
que navegaba de forma habitual directamente desde Europa, en
59
Ibídem, 16 de octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
273
concreto desde El Havre, el Alexandre. A este panorama debían
añadirse dos o tres goletas norteamericanas, que se encargaban
del abastecimiento de víveres, mientras que todas las demás mercancías consumidas en la República procedían de Saint Thomas,
donde eran cargadas en pequeñas goletas dominicanas, holandesas de Curazao, o españolas, de las cuales la mayor no superaba
las 80 toneladas. Algunas embarcaciones inglesas de dimensiones
aún más pequeñas iban desde Jamaica y las islas Turcas a la costa
septentrional de la República Dominicana.60
Por otra parte, el diplomático francés subrayó que los dos únicos puertos de una relativa importancia comercial eran los de Santo
Domingo y Puerto Plata, y señaló también que algunos barcos descargaban en Samaná, desde donde las mercancías tenían que remontar
el río Yuna para repartirse por el Cibao, navegación que era peligrosa y muy malsana debido a las fiebres, que diezmaban incluso a la
población ribereña. Si no fuese por estos obstáculos, según Zeltner,
la región que tenía por cabeza la ciudad de Santiago, y por puerto
principal el de Puerto Plata, estaría llamada a un brillante porvenir,
ya que era la única donde se producía tabaco, del cual se exportaban
grandes cantidades a Alemania. El cónsul lamentó que las comunicaciones fueran tan difíciles en ese triste país, pues en caso contrario
habría podido obtener, en una corta exploración, informaciones
detalladas sobre el cultivo y el comercio del tabaco y del ganado en
aquella parte de la República Dominicana. En cuanto al resto del
país, este no producía nada, o mejor dicho, los habitantes no cultivaban nada más que lo estrictamente necesario para su subsistencia,
es decir, maíz, plátanos, ñame y arroz. El ñame alcanzaba en la bahía
de Samaná un tamaño verdaderamente colosal, y no era extraño ver
allá tubérculos de 40 libras de peso, aunque los más normales pesaban entre cuatro y cinco libras. Además, la calidad de los mismos era
mejor en esa provincia que en las otras. Acto seguido, Zeltner pasó
a referirse a los bosques de caoba y guayacán, fuente de riqueza casi
inagotable que la naturaleza había puesto en manos de una raza que
60
AMAEE París, Correspondance consulaire et commerciale, République
Dominicaine, vols. No. 2-3, Zeltner-ministro de Asuntos Extranjeros, Santo
Domingo, 20 de febrero de 1861.
274
Luis Alfonso Escolano Giménez
no la merecía. El representante de Francia justificó esta opinión tan
subjetiva en que los dominicanos, no teniendo más ocupación que la
de cortar y vender esos magníficos árboles, se dedicaban a robar los
bienes del vecino, y a desguarnecer la isla de sus mejores plantaciones por un lamentable sistema de talas, que tardaría siglos en poder
llegar a recuperarse. Los dominicanos encontraban también en sus
bosques enormes cantidades de colmenas, que les proporcionaban
cera y miel, de la cual una gran parte se exportaba a Inglaterra y
Alemania. En la isla se podía encontrar asimismo, en estado silvestre,
la yuca, que era de una variedad diferente de la yuca de la costa americana, y a partir de la cual se fabricaba un almidón que servía desafortunadamente demasiado a menudo para mezclarlo con la harina
de trigo, debido al precio excesivo de esta, que no dejaba suficientes
beneficios a los panaderos.61
Con respecto al comercio en sí mismo, el cargamento de los
barcos era sobre todo madera de caoba, árbol que alcanzaba unas
dimensiones enormes, cuyas mejores variedades se exportaban a
Liverpool, y las más ordinarias a los mercados de Francia, Alemania
y los Estados Unidos. Muchos buques también cargaban alguna
cantidad de otras clases de madera, que se empleaban para hacer
andamios y apuntalamientos en la construcción. La navegación
francesa había adquirido durante el año 1860, según los datos de
Zeltner, una considerable importancia, con 16 embarcaciones, que
sumaban una capacidad total de 3,564.53 toneladas. Estas habían
ido a Santo Domingo a buscar sus cargamentos con unas condiciones de flete relativamente ventajosas, ya que la tonelada se pagaba
a 80 francos, cuando en el continente solo se podrían obtener 68
o 70, y en las colonias francesas incluso menos. Un único buque
fue despachado con dirección a Marsella, mientras que todos los
demás tenían como puerto de destino El Havre. El cuadro general
de los barcos franceses elaborado por el agente presenta algunos
datos de gran interés para conocer las principales características del
tráfico comercial francodominicano, como por ejemplo sus respectivos puertos de amarre; su origen y destino; su tonelaje; su fecha de
salida; y, sobre todo, la naturaleza de su carga.
61
Ibídem.
Nombre del
barco
Puerto
de amarre
Céara
El Havre
Zèbre
Tonelaje
Puerto
de origen
Puerto de
destino
Carga
Fecha
de salida
250
El Havre
El Havre
madera
10 enero
Nantes
201.68
El Havre
El Havre
madera
1 febrero
El Havre
219.22
Marsella
El Havre
madera
21 febrero
Caen
254.34
El Havre
El Havre
madera
10 marzo
Maurice
Dunkerque
281.18
Guadalupe
El Havre
madera
23 marzo
Sainte
Françoise
El Havre
145.89
Guadalupe
Marsella
madera
10 mayo
Tocopa
El Havre
206.17
St. Thomas
El Havre
madera
2 julio
Alexandre
Sophie César
Ibídem.
275
62
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
Tabla No. 2. Cuadro de las embarcaciones francesas que
zarparon del puerto de Santo Domingo durante 186062
276
Tabla No. 2 (Continuación)
Nombre del
barco
Puerto
de amarre
Tonelaje
Puerto
de origen
Puerto de
destino
Carga
Fecha
de salida
La Guaira
El Havre
madera
11 agosto
El Havre
madera
28 agosto
El Havre
madera
19 septiembre
El Havre
214.18
Marie Félicité
El Havre
174
Alexandre
El Havre
219.22
Zoé
El Havre
179
St. Thomas
El Havre
madera
8 octubre
[...]
El Havre
239.29
St. Thomas
El Havre
madera
27 octubre
Achille
El Havre
307.85
St. Thomas
El Havre
madera
6 noviembre
Elisa Prosper
Burdeos
203.74
St. Thomas
El Havre
madera
13 noviembre
St. Paul
El Havre
299.57
St. Thomas
El Havre
madera
7 diciembre
Malakoff
El Havre
159.10
St. Thomas
El Havre
madera
29 diciembre
Pointe
à Pitre
Pointe
à Pitre
Luis Alfonso Escolano Giménez
Elisabeth
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
277
Lo que resulta más llamativo en el conjunto de los datos del
cuadro, aparte de lo que resaltó el propio Zeltner, es el gran número de buques cuyo puerto de amarre era El Havre, 12 de un total
de 16, mientras que los 4 restantes se repartían entre los puertos
de Nantes, Caen, Dunkerque y Burdeos. Todos ellos, como cabía
imaginar, están situados en la costa atlántica francesa. El motivo
de esta concentración de las embarcaciones en El Havre, bien por
ser este su puerto de amarre o su puerto de destino, o bien ambas cosas, circunstancia esta última que se daba en 11 de los 16
buques, se explica porque El Havre es el puerto importante más
próximo a París, adonde iba destinada la mayor parte de su mercancía. Por otra parte, los barcos registrados tenían un tonelaje
bastante similar, pues aunque oscilaban entre las 145.89 toneladas
del Sainte Françoise, que era el de menor capacidad, y las 307.85
del Achille, la mayoría de ellos, concretamente once, superaban las
200 toneladas pero no llegaban a las 300. El apartado en el que
se encuentra sin duda la mayor heterogeneidad es el relativo al
puerto de origen de las embarcaciones, ya que si bien hay un número considerable procedente de Saint Thomas, 7 en total, otros
3 procedían directamente de El Havre, y 4 de las Antillas francesas, que son cifras también significativas. Las fechas de salida de
los distintos buques se reparten de forma bastante homogénea a
lo largo del año, con la única excepción de los meses de abril y
junio, en que no zarpó ninguno, una homogeneidad que se explica por las características de su carga, que al no depender de
una cosecha estaba disponible en cualquier momento. Por último,
como ya señaló el diplomático, las exportaciones de la República
Dominicana a Francia consistían exclusivamente en la madera,
sobre todo de caoba, por lo que se trataba de un comercio basado
en un recurso limitado, sin posibilidades de mantenerse de forma
indefinida, dado el largo periodo de tiempo necesario para su
regeneración.
Más adelante, Zeltner envió al ministro francés de Asuntos
Extranjeros una reseña sobre el cultivo del tabaco en el Cibao,
cuya cosecha de ese año parecía que iba a ser muy buena, según
sus informaciones. El tabaco destinado a la exportación era, en
278
Luis Alfonso Escolano Giménez
primer lugar, clasificado por categorías, y después envuelto en
hojas de palma, formando un bloque cuyo peso medio era de entre
45 y 55 kg. Su forma más habitual era la de una especie de cilindro
truncado, al que se denominaba serón. De este modo, el comprador podía fácilmente, sin estropear el envoltorio, levantando una
hoja de la parte de arriba, examinar la calidad de la mercancía. El
cónsul indicó que se esperaba cosechar unos 20 o 30,000 quintales
más que en el año anterior, y las previsiones de producción total
ascendían a 100,000 quintales, y aunque no era posible todavía
establecer el precio del tabaco, obtuvo de un negociante los precios alcanzados durante la última campaña, distribuidos en cuatro
categorías. El serón o quintal de primera calidad valía de 12 a 13
pesos fuertes; el de segunda, de 9 a 11; el de tercera, entre 7 y 9; y
el de cuarta, al que se llamaba tripas, que estaba compuesto solamente de hojas cortas y servía para fabricar el interior del cigarro,
costaba entre 5 y 6 pesos fuertes. Zeltner explicó que este era el
precio del tabaco en origen, por lo que debían añadírsele unos
gastos que podían aumentar el valor de cada serón en 4 o 5 pesos
fuertes, y que se cargaban siempre al comprador. Tales gastos eran
los siguientes: en primer lugar el embalaje en hojas de palma, que
costaba 50 centavos; a continuación, el transporte de los serones
al puerto de embarque, que era Puerto Plata, costaba en 1860 dos
pesos fuertes. En último lugar, otros gastos, como los de peso, embarque, inspección y reparación de los envoltorios deteriorados
durante el viaje, ascendían a un peso fuerte, lo que sumado a los
gastos anteriores suponía en total 3.5 pesos fuertes por serón. El
representante de Francia en Santo Domingo aventuró que si la
República Dominicana continuaba en paz, y en el Cibao no se
llegaban a exaltar los ánimos hasta el punto de que estallase un
levantamiento contra el Gobierno, la cosecha de 1861, que debía
estar en plena actividad para mayo, sería una de las mejores que
hubiera habido nunca.63
La normalidad, como se deduce de las últimas palabras de
Zeltner, era cada vez más un espejismo, pese a lo cual en una fecha
tan tardía como el 5 de abril de 1861, el agente de la República
63
Ibídem, 4 de marzo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
279
en París se dirigió a Russell para comunicarle que el Gobierno
dominicano había juzgado necesaria la instalación de un cónsul
en Londres. Este debería proteger los intereses comerciales de los
súbditos dominicanos residentes en esa ciudad, que eran numerosos, según Castellanos, quien acto seguido informó al secretario
del Foreign Office de que Alexander Bell era la persona nombrada por el ejecutivo de Santo Domingo para ocupar dicho puesto.64
Es decir, el propio Gobierno dominicano mantuvo la ficción por
medio de estas actuaciones rutinarias, que aparentaban un desarrollo normal de sus relaciones con los demás países, hasta muy
pocos días antes de proclamarse la anexión.
4. LOS PROYECTOS DE INVERSIONISTAS NORTEAMERICANOS
ENTRE 1859 Y 1861
Los diversos proyectos norteamericanos, todos ellos frustrados
por la intervención europea, principalmente, merecen un análisis más específico, por cuanto si hubiesen tenido éxito, quizás
habrían podido producir un cambio en la actitud del Gobierno
dominicano frente a la salida que se había propuesto dar a la crisis dominicana. En efecto, bien por la mejora de las condiciones
económicas del país, como consecuencia del desarrollo aportado
por dichos proyectos, bien porque estos hubieran desembocado,
como temían las potencias europeas y buena parte de los dominicanos, en la ocupación estadounidense del país, ambas hipótesis
habrían impedido su anexión a España.
El cónsul de España en Santo Domingo, durante el primer
mes desde su toma de posesión, el 5 de diciembre de 1859, se
dedicó exclusivamente a enterarse de cuanto pudiese tener relación con Cazneau, y «sus trabajos respecto a la cesión a los Estados
Unidos de la península y bahía de Samaná». Lo más significativo,
por la rivalidad que reflejaba entre todas las partes con intereses en la República Dominicana, y la desconfianza que la misma
provocaba, es lo que Álvarez dijo de la actitud de sus colegas de
64
TNA, FO 23/44, Castellanos-Russell, París, 5 de abril de 1861.
280
Luis Alfonso Escolano Giménez
Francia y Gran Bretaña, quienes mantenían una cierta reserva con
respecto a ese asunto. El diplomático transmitió a Calderón
Collantes el resultado de sus investigaciones, según las cuales, cuando los buques de guerra de Francia y Gran Bretaña se presentaron
en Santo Domingo y exigieron el saludo en la forma prescrita por
los Gobiernos de ambos países, la irritación había sido grande. Los
partidarios de los Estados Unidos aprovecharon esta coyuntura
para agitar a la población y decir que «antes que sufrir tal humillación querían ser americanos», por lo que el entonces ministro
de Relaciones Exteriores, Fernández de Castro, salió a la calle para
calmar los ánimos y poner fin a esas manifestaciones de descontento. Con relación a Cazneau, Álvarez indicó que era un abogado de
Nueva Orleans, de origen francés, que se había establecido en las
afueras de la ciudad con su esposa, Cora Montgomery. Esta, por su
parte, había escrito en un periódico de Nueva York que era contraria a la dominación de España en Cuba, por lo que Álvarez la acusó
de ser enemiga del nombre español. Las relaciones entre Cazneau y
el agente comercial de los Estados Unidos no solo no eran buenas,
sino que Elliot decía públicamente que aquel era un filibustero,
y que las reclamaciones que debía hacer al Gobierno dominicano
por perjuicios causados a ciudadanos estadounidenses las descuidaba para llevar a cabo sus proyectos personales. Es más, Elliot llegó
a asegurar que le habían informado desde Washington que iban a
retirar a Cazneau sus poderes, porque no daba resultados, y que
el Gobierno norteamericano enviaría un buque de guerra a Santo
Domingo en febrero para reclamar sobre los asuntos pendientes.
Sin embargo, con independencia de lo que ocurriera al final, el
representante de España consideraba que la presencia de Cazneau
en la República Dominicana no tenía más objeto que «esperar una
ocasión favorable a sus designios», de las que con tanta frecuencia
se presentaban en ese país, y por ello no lo perdería de vista. Todo
lo que descubriese sobre las gestiones del agente especial de los
Estados Unidos, y mereciera tenerse en cuenta, lo comunicaría al
ministro de Estado, al embajador de España en Washington y al
gobernador de Cuba.65
65
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 6 de enero
de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
281
Por otro lado, en la primera oportunidad que tuvo, el 18
de diciembre de 1859, Álvarez introdujo en una entrevista con
Santana el tema de Cazneau, lo que demuestra la preocupación
con que veía cada paso que daba el norteamericano. En primer
lugar, el presidente de la República le manifestó su gratitud por la
manera en que se había presentado a negociar, y le aseguró que
«jamás haría la menor cesión de terreno a los Estados Unidos»,
por lo que el cónsul aprovechó para advertirle de «lo que esperaba a la raza de color en Santo Domingo si esto sucediese». En
efecto, aquel hizo ver a Santana el porvenir desgraciado del país si
los norteamericanos pisaban la isla, algo que le causó una honda
impresión. Entonces, el presidente se lamentó de la poca protección que se dispensaba a la República Dominicana, y manifestó
además que se sentía cansado de estar al frente del Gobierno. Al
despedirse de Álvarez, Santana le recomendó muy en particular al
vicepresidente Alfau. El diplomático español habló también sobre
los proyectos de los Estados Unidos con el ministro de Relaciones
Exteriores, quien le dijo que desde que ocupaba el cargo, Cazneau
no se le había presentado ni una sola vez, y que no tenía ningún
asunto pendiente con él. Por último, Fernández de Castro comentó a Álvarez que los principios de su Gobierno eran tales en lo referente a los Estados Unidos, que aunque hacía falta un individuo
para completar el gabinete, no se quería incluir en él a Delmonte
porque estaba considerado como «afecto a la Unión». Pese a estas
expresiones tan tranquilizadoras por parte del ministro, Álvarez
no se fiaba de la sinceridad de las mismas, y confirmó a Calderón
que redoblaría su vigilancia al respecto.66
Entre las cuestiones abordadas por el representante de España
en Santo Domingo, hay dos que merecen un particular análisis,
y que están estrechamente relacionadas entre sí. La mención
que hizo Álvarez de la actitud reservada que había advertido
en sus colegas de Francia y Gran Bretaña, podría llevar a pensar en un hipotético alejamiento de ambas naciones frente a la
postura clara de oposición a la presencia estadounidense en la
República Dominicana, abanderada por España. Este alejamiento
66
Ibídem.
282
Luis Alfonso Escolano Giménez
podría explicarse bien por no querer enfrentarse al ejecutivo de
Washington, bien por recelo a que España volviese a adquirir
demasiada preponderancia en los asuntos internos dominicanos,
como había ocurrido durante la etapa del cónsul Segovia. La segunda cuestión en la que cabe hacer hincapié es la importancia
concedida por el Gobierno dominicano a la forma en que España
había enviado a su agente, a diferencia de lo ocurrido con la
llegada de los buques británico y francés, y que permitió un entendimiento bastante rápido de Álvarez con el ejecutivo de Santo
Domingo. Así pues, la actitud de Hood y Saint André frente a su
colega de España podría estar relacionada con el hecho de que
este, a su llegada a la capital dominicana, no hubiera planteado las
reclamaciones en los mismos términos que ellos, pese al acuerdo
que habían alcanzado los tres países europeos en tal sentido.
Sin embargo, estas hipótesis no deben hacer perder de vista
la real y constante preocupación de los cónsules de Gran Bretaña
y Francia por cerrar el paso a toda tentativa norteamericana de
penetración en la República Dominicana, desde tiempo atrás.
Incluso durante su estancia en Europa, tras retirarse conjuntamente de Santo Domingo, siguieron con atención lo que estaba
teniendo lugar en la isla, como se puede apreciar, por ejemplo, en
una nota de Saint André motivada por las noticias que había recibido desde Saint Thomas y Santo Domingo. En efecto, le informaban en varias cartas de la llegada de Cazneau a la capital dominicana poco después de la partida de los agentes europeos, y de que
aquel se encontraba en tratos con el Gobierno dominicano para
la cesión de la bahía de Samaná. Saint André señaló que Santana
y su gabinete solo pensaban en vender la República, con la vista
puesta en una mera especulación personal, porque se preocupaban muy poco de la opinión general del país y aún menos de la
suerte que les estaría reservada a sus administrados. A su juicio, los
intentos de adquirir un empréstito en Europa pretendían simplemente desviar la atención, y justificar las gestiones que se estaban
llevando a cabo en esos momentos, ya que el Gobierno dominicano tenía un agente en los Estados Unidos desde hacía bastante
tiempo, que trabajaba con ese mismo objetivo. Acto seguido, el
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
283
diplomático aseguró que existía una aversión instintiva contra los
estadounidenses entre la población dominicana, pero que esta se
encontraba en tal estado de miseria que quizás se sometería, sin
decir nada, a un trato del que tan solo se iba a aprovechar media
docena de personas.67
Aunque Cazneau hubiese ido a Santo Domingo con una misión
de carácter oficial, más bien parecía que actuaba en nombre de
una compañía privada, según las cartas que había recibido Saint
André, quien añadió que después de su primera estancia en Santo
Domingo, el general norteamericano había sido ayudante de campo del filibustero Walker. En cuanto a Samaná, el representante de
Francia subrayó la enorme importancia de ese punto para los filibusteros, ya que Cuba estaba a media jornada del mismo, y Puerto
Rico a cuatro horas. Por todo ello, si los Gobiernos de las potencias europeas no querían que la República Dominicana cayera en
poder de los Estados Unidos, era el momento de preocuparse y
hacer algo. Evidentemente, no podría impedirse la firma de un
acuerdo del tipo que se estaba planteando, pero en opinión de
Saint André sí sería posible oponerse a su ejecución, puesto que
el tratado dominicoespañol prohibía a la República ceder parte
alguna de su territorio. De un acuerdo como ese solo podrían beneficiarse Santana, Lavastida, Delmonte y algunos más, pero en
el Cibao, continuó el cónsul, se sentía tal odio hacia Santana y
su entorno, que quizás también se echarían en brazos de los norteamericanos para librarse así del salvaje despotismo del presidente. No obstante, estas tendencias eran pasajeras y desaparecerían
por completo cuando se los convenciese de que no todo le estaba
permitido impunemente al Gobierno de Santana. En ese caso,
renacería la confianza de las masas, que obligarían a la administración a cambiar su política o a abandonar el poder. Según Saint
André, no se podía obtener nada de los dominicanos si no era
empleando con ellos una energía extrema, de modo que el único
remedio que cabía aplicar en tal situación sería quizás entenderse
67
AMAEE París, Correspondance politique, République Dominicaine, vol.
No. 9, nota de Saint André, fechada en París, el 22 de julio de 1859, cuyo
destinatario no figura.
284
Luis Alfonso Escolano Giménez
con los ejecutivos de Londres y Madrid, y enviar de inmediato a
Santo Domingo las fuerzas necesarias para hacerles comprender
que no se podía insultar impunemente a sus agentes. El agente
no olvidó mencionar los intereses de los extranjeros establecidos
en la República, que tampoco debían ser sacrificados arbitrariamente, y con gran optimismo, se mostró convencido de que esta
medida tan drástica daría un valor seguro a la intervención de los
representantes de las potencias europeas. Como consecuencia del
fracaso que iba a experimentar el Gobierno de Santana, lo más
probable era que el pueblo manifestase una aversión unánime
contra toda anexión yankee. Por último, el mismo Santana cedería,
para conservar su posición, y entonces los almirantes y los cónsules
estarían en condiciones de oponerse a cualquier cesión territorial,
con base en el texto del tratado español.68
No puede pasarse por alto, pues, que el motivo fundamental
de la demostración de fuerza de los diplomáticos europeos, al
menos en su origen, como se deduce de la nota de Saint André,
fueron las gestiones de Cazneau en Santo Domingo y el temor a
que los Estados Unidos ocupasen Samaná o cualquier otro punto,
aprovechando la ausencia de aquellos. Por su parte, el agente de
Gran Bretaña comunicó a Russell que, tras su regreso a la capital
dominicana, había sabido que Cazneau había estado animando a
los pocos norteamericanos establecidos en ella a agrandar y arreglar su lugar de culto y su cementerio, ya que esperaba en breve
la llegada del coronel Fabens, acompañado de su familia y un
gran número de ciudadanos estadounidenses. En circunstancias
normales esta información no sería relevante, pero Hood recordó
que tanto Cazneau como Fabens habían servido con Walker en
todas sus expediciones filibusteras, y que había habido y continuaba habiendo comunicaciones constantes, llevadas con el máximo
secreto y misterio, entre Cazneau e importantes miembros de la
administración de Santana. El representante de Gran Bretaña
también se refirió a unas palabras del ministro dominicano de
Relaciones Exteriores, quien precisamente había comentado a
los cónsules que en Santo Domingo no ocurría nada de carácter
68
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
285
público o político sin permiso del Gobierno, por lo que concedió
gran importancia a unos hechos que en otra coyuntura no la
tendrían. A continuación, Hood se preguntó si, so capa de trabajadores o colonos, la introducción de esas personas no podría
tener por objeto una repetición en la República Dominicana de
las escenas vividas en Centroamérica, con Cazneau o Fabens en lugar de Walker. De hecho, ya habían fracasado en otras tentativas,
y no era posible saber a qué recurrirían en esos momentos para
alcanzar su tan deseado objetivo. Es más, independientemente de
cuáles fueran las profesiones de dichos individuos, los hechos del
pasado permitían al diplomático afirmar que no había falta de
disposición, al menos entre algunos miembros del ejecutivo de
Santo Domingo, para vender la independencia de la República a
los norteamericanos, con la esperanza de quedarse con el dinero,
y mitigar así cualquier pena que pudiesen sentir en un destierro
que, como bien sabían, les esperaba por fuerza.69
Así pues, Saint André y Hood veían como una hipótesis muy
probable la venta, en sentido literal, de la independencia de la
República Dominicana, en julio de 1859 y enero de 1860, respectivamente, con lo que la situación no parecía haber mejorado
mucho en ese lapso de tiempo, pese a la llegada de los cónsules
respaldados por sus respectivas Marinas de guerra. Sin embargo,
la información que dio el de Gran Bretaña no era muy precisa en
todos sus extremos, porque el mismo día en que Hood escribió su
despacho, el agente de España informó a Calderón Collantes de
que el 5 de enero había arribado a Santo Domingo un barco procedente de Nueva York, a bordo del cual venía el coronel Fabens.
Este ya había estado en la República después de la retirada de los
cónsules europeos, tal como recordó Álvarez, quien consideraba
que el regreso del coronel no podía tener otro objeto que el de
«gestionar a favor de los proyectos de la Unión», por lo cual el diplomático español aseguró que procuraría destruir sus trabajos.70
69
70
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 7 de enero de 1860. Se
refiere al famoso filibustero norteamericano William Walker, quien se hizo
con el control de Nicaragua entre 1855 y 1857.
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 7 de enero
de 1860.
286
Luis Alfonso Escolano Giménez
La actuación del representante de España estuvo marcada,
desde el comienzo, por un seguimiento exhaustivo de cualquier
proyecto que tuviera origen en los ciudadanos de los Estados
Unidos. Poco después de la llegada de Fabens se produjo, a finales de enero, la de otros cinco norteamericanos, que formaban
parte de un grupo de obreros que había pedido Lavastida. En
realidad se esperaban 27 hombres más, pero estos no quisieron
embarcar porque a la salida del barco corría en Nueva York la noticia de que Santo Domingo estaba bloqueado por fuerzas navales
de España, Gran Bretaña y Francia. En casa del agente comercial de los Estados Unidos, Álvarez habló con uno de ellos, que
se sentía engañado por Lavastida, pues querían que el Gobierno
dominicano permitiese a los inmigrantes «venir con armas para
defender su propiedad», en caso de que esta no fuera respetada.
El cónsul pensó entonces que quien hablaba de esa forma era algo
más que un mecánico y se lo hizo ver así, a lo que el hombre respondió francamente, pues reconoció que no era un obrero, sino
que representaba a otras personas de su país, que había estado en
México, y que le gustaba más la profesión de las armas que trabajar en las minas o en el campo. Aparte de este pequeño grupo,
en Puerto Plata se estaba esperando otro de 70 individuos, lo que
Álvarez atribuyó a un proyecto para introducir en la isla, bajo la
apariencia de pacíficos obreros, aventureros que sirviesen, cuando hubiera ya un número suficiente, para provocar un conflicto
con cualquier pretexto. Tras ello, darían un golpe con el apoyo de
sus partidarios dominicanos, dado que por medio de las gestiones
de Cazneau no conseguían lo que tanto deseaban. El diplomático
español, por su parte, previno a los miembros del Gobierno dominicano del peligro a que se exponían al permitir estas cosas, y aunque siempre le contestaban que no harían nada que disgustase a
España, Álvarez repuso que esas «introducciones de americanos»
en modo alguno podían ser del agrado del ejecutivo de Madrid. Al
mismo tiempo, circulaba entre los comerciantes el rumor de que
el Gobierno dominicano intentaba contratar un empréstito en
los Estados Unidos, circunstancia que aprovechó el agente para
hablar de ese asunto con los ministros, quienes le aseguraron que,
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
287
a pesar de su escasez de recursos para atender las necesidades más
básicas, no pensaban contratar ningún préstamo. Mientras tanto,
Santana seguía en El Seibo, con lo que sus ministros pasaban a ser
los únicos responsables ante la población de las eventualidades
que pudieran ocurrir. En último lugar, Álvarez subrayó el interés
que tenía para las Antillas españolas «conservar a todo trance» la
amenazada nacionalidad dominicana, ya que por el momento no
podía hacerse otra cosa en un país que ansiaba «siempre» volver a
ser regido por España. Estas palabras no plantean muchas dudas
acerca de los pasos que se iban a dar más adelante. Las gestiones
del representante de España contra el empréstito norteamericano
fueron aprobadas por Calderón Collantes, quien además encargó a aquel que continuase informando al ejecutivo de Madrid de
cuanto ocurriera en la República Dominicana.71
Hood también se mantuvo muy activo en este sentido, y en una
comunicación que remitió al secretario del Foreign Office incluyó
un ejemplar de la Revista Dominicana, que se había empezado a
publicar a comienzos de 1860, y que el cónsul calificó como órgano semioficial del Gobierno. El ministro de Relaciones Exteriores
había admitido, en conversación con Hood y su colega de Francia,
que pese a la existencia de una prensa libre, no se permitía publicar ningún artículo sin el previo consentimiento del Gobierno.
Aprovechando la ocasión, los dos diplomáticos le propusieron publicar, en la Gaceta Oficial o en la Revista Dominicana, artículos en
los que se mostraran las mentiras de la propaganda estadounidense, y al mismo tiempo, se dejase clara la oposición del Gobierno
dominicano a las abiertas y evidentes intrigas que llevaban a cabo
Cazneau y sus amigos. Ante esta proposición, Fernández de Castro
simplemente respondió que el ejecutivo de Santo Domingo se expondría así a serias reclamaciones del de Washington, y que no sería capaz de impedir el conflicto que ello lógicamente provocaría.
Como ya había señalado en anteriores despachos, Hood insistió
en que los miembros de la administración estaban decididamente
a favor de los Estados Unidos, y su único objetivo era repartirse
cualquier cantidad de dinero que pudieran obtener del Gobierno
71
Ibídem, 6 de febrero de 1860.
288
Luis Alfonso Escolano Giménez
de ese país, sin preocuparse por los intereses o sentimientos del
pueblo. El agente coincidió con la apreciación de Saint André,
al afirmar que los dominicanos se oponían de forma clara a una
influencia hegemónica de los Estados Unidos en la República.
Hood también compartía, en lo esencial, el análisis de su colega
español sobre las causas de la permanencia del presidente Santana
en El Seibo. Sin el visto bueno de este no se podía adoptar medida alguna relacionada con los asuntos públicos, por lo que según
el representante de Gran Bretaña, Santana parecía tratar así de
ocultar sus verdaderas intenciones, para que en el futuro no se le
responsabilizase de lo que el vicepresidente o los ministros pudieran hacer contra la independencia de la República.72
En un interesante despacho dirigido al secretario del Foreign
Office, Hood trató de nuevo sobre la presencia de Cazneau y
Fabens, quienes continuaban actuando intensamente a favor de
la anexión de la República Dominicana a los Estados Unidos,
esfuerzo en el que, sin duda, eran ayudados por los principales
miembros del Gobierno. Esta repetida acusación chocaba frontalmente, por su rotundidad, con la relativa desconfianza de Álvarez,
quien nunca llegó a formular una denuncia tan grave, sino que se
limitó a expresar una serie de consideraciones acerca de la posible
complicidad del ejecutivo de Santo Domingo con los norteamericanos en algunos asuntos, pero nada más. El cónsul de Gran
Bretaña también informó a Russell sobre el ya mencionado grupo
de supuestos trabajadores, a los que el Gobierno dominicano había pagado el viaje hasta Santo Domingo, y especificó que algunos
de ellos habían estado a las órdenes de Walker. Desde su llegada
se habían dedicado a distribuir panfletos, que por el momento
eran solo de carácter religioso, aunque en opinión de Hood,
con el pretexto de convertir a los dominicanos al protestantismo, dichos folletos estaban claramente destinados a facilitar más
adelante la circulación de un tipo de publicación muy diferente.
El diplomático se refirió a las personas de la misma clase cuya
llegada se esperaba, no solo en la capital, sino también en Puerto
Plata y Samaná, las cuales suponía que, como sus compañeros,
72
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 22 de enero de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
289
estarían armadas con revólveres y rifles. Acto seguido, indicó
que estos norteamericanos, que a su juicio podrían ser llamados
propiamente filibusteros, habían hecho circular el diario The New
York Herald del 14 de enero de 1860, que incluía algunos artículos
sobre Santo Domingo, en los que se presentaba a los Gobiernos
europeos como hostiles a los dominicanos. Estos, de acuerdo con
el periódico, no tenían más que ponerse en manos de los Estados
Unidos para obtener protección, sin la cual el país y su raza blanca
caerían inevitablemente en poder de los negros de Haití. Ante
tal disyuntiva, Hood dudaba qué sería lo peor, pero afirmó que
al calificar como blancos a unos hombres que, según el cónsul,
no podían cometer ningún error con respecto a su propio color,
resultaba evidente que el objeto de esta política era, reservándose
naturalmente la posibilidad de considerarlos negros en el futuro,
por un lado halagar a los dominicanos, y por otro buscar simpatías para su causa en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, esto
proporcionaba al Gobierno dominicano la excusa de un peligro
imaginario, para vender el país. En efecto, el agente subrayó que
los miembros de la administración Santana utilizaban además
cualquier pretexto para alcanzar este fin. Así, por ejemplo, habían
llegado incluso a poner en circulación una noticia según la cual
Maxime Raybaud, el ex cónsul de Francia en Puerto Príncipe,
iba a presentarse en Santo Domingo con una misión hostil al
Gobierno dominicano. Puesto que en su última visita, en septiembre de 1858, los esfuerzos de aquel se habían dirigido a efectuar
la anexión de la República a Haití, el Gobierno dominicano, a la
vez que se permitía la pequeña satisfacción de amenazar con no
recibirlo, utilizaba el asunto como un motivo más para poner el
país bajo la protección norteamericana.73
Mientras tanto, las autoridades de Santo Domingo aún no
habían llevado a cabo lo estipulado con relación al papel moneda, pese a haber emitido una cantidad muy considerable de este,
algo que durante las discusiones para el arreglo de la cuestión
del papel moneda Báez dijeron que era impracticable. Sin embargo, Hood y sus colegas no habían considerado apropiado de
73
Ibídem, 6 de febrero de 1860.
290
Luis Alfonso Escolano Giménez
momento presentar ninguna queja ante el Gobierno dominicano a
este respecto, y esta moderada conducta por parte de los representantes europeos demostraba cuán infundadas eran las acusaciones
lanzadas contra ellos en The New York Herald. Estas observaciones
confirmaban completamente, en opinión de Hood, todo lo que él
había venido advirtiendo acerca de las intrigas americanas, y las
mismas dejaban pocas esperanzas de que la República Dominicana
pudiese continuar mucho más tiempo como un Estado independiente. Por ello, al final de su despacho, el cónsul expuso que,
para impedir que la isla entera cayera en manos de los Estados
Unidos, él mismo y su colega de Francia pensaban que el único
medio posible de oponerse a tal eventualidad sería el establecimiento inmediato de un protectorado europeo. Junto a esta idea,
que ambos habían expuesto ya a sus respectivos Gobiernos en
diciembre de 1858, la otra alternativa que planteó Hood fue la
reunificación de toda la isla bajo un único poder, que no podía ser
otro sino el de Haití, como es obvio, aunque aquel se cuidara de
decirlo explícitamente. Dado el acuerdo que había entre los dos
diplomáticos, Saint André también dirigió un despacho a París
sobre este mismo asunto.74
De todo ello puede extraerse la conclusión de que lo que
preocupaba en realidad a Hood y su colega de Francia era cerrar
el paso a los norteamericanos, aunque para ello fuese necesario
acabar con la independencia dominicana, bien de forma transitoria, a través del protectorado, bien de manera definitiva, con una
unión más o menos forzosa entre los dos estados de la isla. En esta
ocasión, a diferencia de la anterior, en que propusieron Cerdeña
como la mejor opción, los agentes de Gran Bretaña y Francia se
abstuvieron de expresar qué país les parecía más apropiado para
ejercer un protectorado sobre la República, quizás para no entrar
en conflictos de intereses intraeuropeos, que escapaban claramente a su competencia.
Tras una ausencia de dos meses, Santana regresó a Santo
Domingo el 27 de febrero, y al día siguiente mantuvo una entrevista
con el representante del Gobierno español, a la que asistió también
74
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
291
el vicepresidente Alfau. Álvarez llevó la conversación sobre los
norteamericanos, y dijo al presidente que «su propaganda cada
día más activa pondría al fin en peligro la nacionalidad de la
República». Santana le contestó que todas sus simpatías eran hacia
España, que comprendía el objetivo al que se dirigían los Estados
Unidos, y que no haría nada que pudiera disgustar al ejecutivo de
Madrid. Sin embargo, no todos tenían su temple y había muchos
hombres pusilánimes que escuchaban a los norteamericanos y se
hacían partidarios suyos por temor a las invasiones de Haití y a
otras cosas, creyendo que con ello podrían salvar sus vidas y haciendas, constantemente amenazadas. El presidente aseguró que
no temía a los haitianos, y que les daría un escarmiento si se presentasen, pero como «ni él, ni su popularidad ni el tiempo de su
presidencia» eran eternos, podría ser que algún día se encontrara
en diferente situación, y Santana dijo al cónsul que en ese caso no
podría responder de lo que ocurriese. Tanto el presidente como
el vicepresidente le aseguraron que deseaban estrechar sus lazos
de amistad con España, de la cual se consideraban hijos, y recibir
una protección directa que les garantizara su nacionalidad frente a los muchos enemigos que constantemente los molestaban.
Álvarez se limitó a transmitir al ministro de Estado las palabras
textuales de Santana y Alfau, y solo añadió como comentario que
las creía «dictadas por un espíritu de patriotismo y amor por la
madre patria», que no existía en otras muchas personas que se
ocupaban allí de la cosa pública.75
Es decir, en el mismo momento en que los diplomáticos francés
y británico proponían, como solución a la amenaza representada
por los Estados Unidos, el protectorado de una potencia europea
sobre la República Dominicana, el Gobierno de esta ya había elegido cuál iba a ser el país encargado de darle tal protección directa
frente a sus enemigos.
Hood no tardó en dar noticia al secretario del Foreign
Office del cambio de actitud que tanto él como Saint André habían advertido en el Gobierno dominicano con respecto a los
75
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 6 de marzo de
1860.
292
Luis Alfonso Escolano Giménez
norteamericanos. De hecho, al menos por el momento, todos sus
proyectos habían sido completamente abandonados y todas las
propuestas de los agentes estadounidenses, relativas a cuestiones
comerciales y de otra naturaleza, que implicasen monopolios, habían sido rechazadas de plano por el ejecutivo de Santo Domingo.
Este había declarado además su intención de no firmar ningún
contrato con ciudadanos norteamericanos. Por su parte, Ricart,
el nuevo ministro de Relaciones Exteriores, en una reunión con
los representantes de Francia y Gran Bretaña, al tiempo que negó
cualquier intención previa de alcanzar acuerdos inadecuados con
los agentes de los Estados Unidos, les aseguró que el Gobierno
estaba en esos momentos resuelto a no hacer nada en favor de las
pretensiones norteamericanas. El ministro habló incluso de la necesidad de no tomar ninguna medida que pudiera poner en peligro
la independencia de la República, política que consideraba indispensable para conservar y fortalecer las buenas relaciones que el
Gobierno dominicano deseaba mantener siempre con Gran Bretaña
y Francia. Hood y Saint André tenían pruebas que corroboraban la
sinceridad del ejecutivo de Santo Domingo en el hecho de que los
agentes de los Estados Unidos exigían el arreglo inmediato de viejas reclamaciones, que ni siquiera habían mencionado durante los
años anteriores. Otro hecho que iba en la misma dirección era que
aquellos no se privaban de criticar abiertamente a los dos cónsules
europeos, a quienes atribuían toda la responsabilidad por el fracaso
de sus planes. Llama la atención la ausencia de la más mínima alusión al papel desempeñado por el diplomático español, aparte de
que en la entrevista con Ricart estuviesen tan solo el británico y el
francés, ya que en la oposición a los norteamericanos la actividad de
Álvarez no fue menos eficaz que la de Hood y Saint André, sino más
bien al contrario. Por otra parte, el agente de Gran Bretaña adjuntó
en su despacho a Russell una carta privada que había enviado al
entonces ministro de Relaciones Exteriores, Fernández de Castro,
quien no le había respondido, a pesar de lo cual Hood pensaba que
dicha carta había sido uno de los medios que coadyuvaron a que el
Gobierno dominicano cambiara de política.76
76
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 22 de marzo de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
293
En su misiva, el diplomático recordó a Fernández de Castro
que la ausencia de todo intento por parte del Gobierno dominicano para neutralizar la propaganda pública e indisimulada de
los agentes estadounidenses, mientras que se habían adoptado las
más severas medidas contra quienes habían intentado una propaganda similar a favor de los haitianos, podría hacer pensar que el
ejecutivo no solo no se oponía, sino que en realidad favorecía esa
propaganda. En más de una ocasión, Hood había recomendado
al ministro, si no podían tomarse otras medidas más rigurosas,
publicar en la parte no oficial de la Gaceta, artículos que demostraran la imposibilidad del dominio norteamericano en ese país,
donde toda la población, quizás con media docena de excepciones, estaba compuesta de personas de color. Estas, subrayó el representante de Gran Bretaña, bajo las leyes de los Estados Unidos,
no tenían absolutamente ningún derecho político o social, ya que
ni siquiera les estaba reconocida la condición de ciudadanos. El
ministro le había planteado como objeción el temor de que, al seguir su consejo, se producirían complicaciones con el ejecutivo de
Washington, y que ello además abriría la puerta a una discusión en
la prensa, que sería perjudicial para los intereses de la República,
pero Hood creía que el primer temor no era admisible como excusa. Con respecto al segundo, este evidentemente era infundado
ya que, como el mismo Castro había admitido, aunque la prensa
era libre en teoría, sin duda el Gobierno no permitiría la publicación de artículos favorables a los haitianos, dado que ponían
en peligro la independencia del país, y tenía el mismo derecho a
hacerlo cuando aquella era amenazada por los norteamericanos.
No obstante, el cónsul le propuso otro medio a través del cual la
responsabilidad del ejecutivo no se vería expuesta, aun en el caso
de que pudiese haber alguna responsabilidad en el hecho de defender la nacionalidad e independencia de la República, a no ser
por la escasez e insuficiencia de las medidas adoptadas en esa defensa. Así pues, la idea de Hood consistía en hacer lo mismo que
los periódicos ingleses, que estaban llenos de artículos, algunos de
ellos editoriales, otros oficiales, e incluso otros copiados de los periódicos estadounidenses, que demostraban el lugar al que se veía
294
Luis Alfonso Escolano Giménez
relegada la raza de color por parte de toda la población blanca de
ese país. En opinión del diplomático británico, no podía haber
ninguna ofensa en republicar tales artículos en la Gaceta, y de hecho, consideraba que quizás fuera una medida paliativa muy débil
e inadecuada frente al enorme mal que amenazaba a la República.
Sin embargo, Hood esperaba que la misma contribuyese a eliminar la impresión desfavorable de que el Gobierno dominicano
estaba bien dispuesto hacia las pretensiones norteamericanas,
una impresión a la cual las apariencias daban un peso extraordinario, y que era además la predominante tanto en la propia isla
como en Europa. Junto a la carta que dirigió de forma particular
al entonces ministro de Relaciones Exteriores, el agente incluyó
varios números del Times que contenían los artículos a los cuales
había aludido. Por último, Hood justificó su escrito con un solo
argumento: el gran interés que siempre se había tomado por el
bienestar y la independencia de la República, y más en particular
de la raza que habitaba en ella. Según el representante de Gran
Bretaña, este asunto había ocupado gran parte de su atención, así
como la de sus colegas, por lo que la carta de Hood era el resultado no solo de esa preocupación compartida, sino también de una
opinión perfectamente unánime entre ellos.77
Resulta curioso que Hood no mencionara tan siquiera si al
final se publicó algún artículo de los que había hecho llegar al
ministro, lo que parece indicar que no fue así, de modo que es
muy poco probable que la misiva del agente de Gran Bretaña tuviese tanta importancia como quiso concederle su autor, quizás en
un rasgo de inmodestia, o incluso de ingenuidad. Debía de haber
otras razones bastante más sólidas que esa carta para explicar un
cambio de tal naturaleza.
En el mismo despacho en que adjuntó a Russell copia de dicha
carta, el cónsul de Gran Bretaña señaló que si bien el Gobierno dominicano era sincero en las manifestaciones de esta nueva actitud,
los únicos miembros del gabinete Santana en quienes se podía
77
Ibídem, Hood-Felipe Dávila Fernández de Castro, Santo Domingo, 18 de
febrero de 1860 (es copia; este documento figura como anexo No. 4 del
documento anterior).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
295
confiar eran el presidente, el vicepresidente, y los ministros Ricart
y Felipe Fernández de Castro. A su juicio, los ministros Lavastida
y Jacinto Castro, así como el presidente y todos los miembros del
Senado estaban a favor de los Estados Unidos. Además, Hood informó a Russell de que era un hecho, admitido ya por el propio
Santana, que todos los actos que habían producido serias dificultades con las naciones europeas, incluida la arbitraria medida relativa al papel moneda, fueron causados por la directa intervención
o por la influencia indirecta de esas personas, a fin de crear tales
dificultades y complicaciones, que obligasen al presidente y a los
demás ministros a ceder a sus proyectos americanos. Una vez que
tal conducta se vio desvelada gracias a la actuación de los agentes
europeos, y por temor a la reacción de Santana, todos ellos se
habían apresurado a hacer las paces con él, sacrificando temporalmente sus opiniones, y por medio de una mera apariencia de total
acuerdo en sus opiniones. Hood desconfiaba de que esta mejora
de la situación en el Gobierno dominicano fuese permanente, ya
que en su opinión duraría hasta que el partido proestadounidense
dejara de temer el efecto de la vigilancia europea. Por otro lado,
el interés pecuniario que influía en ellos haría también su parte,
y tarde o temprano vencería los escrúpulos de los otros miembros
del ejecutivo.78
Este pesimismo del que hizo gala el diplomático británico no
era compartido por todos sus colegas, en concreto por el español,
quien ya tenía entre manos un plan para contrarrestar el peligro que tanto temían los representantes europeos, con razones
de mayor o menor entidad, según cada caso. En efecto, Álvarez
continuó su labor de seguimiento de las actividades de los ciudadanos estadounidenses en la República Dominicana, e informó
al ministro de Estado de que Fabens había salido con dirección a
Puerto Plata para desde allí dirigirse a Nueva York, adonde iba por
su familia, ya que había decidido establecerse en Santo Domingo.
Durante su estadía en la capital siempre había permanecido en
compañía de Cazneau y estaba en estrechas relaciones con los
hermanos Delmonte y otros propagandistas, para apoyar en todo
78
Ibídem, Hood-Russell, Santo Domingo, 22 de marzo de 1860.
296
Luis Alfonso Escolano Giménez
momento las pretensiones de los norteamericanos. Sin embargo,
no por ello había descuidado sus propios intereses, puesto que había obtenido del Gobierno la concesión del edificio de la aduana
vieja, para almacenar en él maquinaria moderna y otros artefactos
a su regreso de los Estados Unidos, que sería en mayo.79
Por su parte, el Gobierno español estaba satisfecho de los progresos que el cónsul había hecho en sus relaciones con el ejecutivo dominicano, entre cuyos primeros resultados se encontraba el
arreglo de la cuestión del papel moneda Báez. Además, le instruyó para que hiciera comprender a ese Gobierno cuáles eran «sus
verdaderos intereses, y los de toda la raza española en general»,
y le asegurase que el ejecutivo de Madrid seguiría en lo sucesivo
dándole pruebas evidentes de cuán grande era su deseo de prosperidad para la República Dominicana.80 Esta nota meramente
formal, firmada por el subsecretario de Estado, y en la que no
figuraban instrucciones de particular relevancia, fue recibida por
Álvarez, con el alto nivel de autoestima que le era característico,
como un verdadero espaldarazo a su gestión.
En efecto, en respuesta a dicha nota, el agente manifestó a
Calderón Collantes que esa «benévola demostración» por parte
del Gobierno español le obligaba aún más a redoblar su vigilancia
para continuar evitando las intrigas de los norteamericanos. No
obstante, lo más llamativo del despacho fue cuando Álvarez afirmó
que se había nombrado a Pedro Ricart para ocupar el Ministerio
de Relaciones Exteriores por influencia suya, y que gracias a ello
tenía la casi completa seguridad de que los proyectos de la Unión
no se llevarían a cabo. Aunque es probable que, una vez más,
como en el caso de Hood, se tratara de un exceso de confianza
en su propia capacidad para influir en el desarrollo de los acontecimientos, cabe ver una mayor veracidad en esta hipótesis, como
factor desencadenante del cambio de política del ejecutivo dominicano, que en la del diplomático británico. La prueba de ello son
los numerosos casos en que la intervención del agente de España
79
80
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 22 de marzo de
1860.
AGA, AAEE, 54/5224, No. 9, Comyn-Álvarez, Madrid, 10 de febrero de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
297
dio como resultado que se frustrasen los planes de los ciudadanos
estadounidenses. Así, por ejemplo, Álvarez indicó al ministro de
Estado que la proposición de la compañía Whitehurst de Baltimore
había sido desechada, al igual que la de Rolff & Persuhn de Nueva
York. Es más, mientras Ricart continuara desempeñando la cartera
de Relaciones Exteriores, este se había comprometido a mostrar
al representante de España cuantas proposiciones le presentasen,
y a desechar todas las que envolvieran «el pensamiento de destruir
la integridad del territorio» dominicano, tal como acababa de demostrarle. A pesar de la negativa del Gobierno a la propuesta de
canalización del río Yuna, Cazneau no se había dado por vencido,
y para obtenerla, como sabía que aquel estaba buscando fondos
para retirar del mercado el papel moneda, le había ofrecido una
letra de 200,000 pesos fuertes, a sesenta días, y a un 6% de interés.
Eso sí, bajo la expresa condición de que se le concediese la citada
canalización, así como la facultad de establecer líneas de ferrocarril desde el Yuna hasta las poblaciones que juzgara convenientes.
Esta oferta también había sido rechazada, pero era otra prueba
de que en los Estados Unidos no se abandonaba un instante, sino
que cada día era más firme la idea de apoderarse de esa isla, y que
Cazneau aprovechaba cualquier medio u ocasión para «tentar la
pobreza» del Gobierno dominicano, algo que según Álvarez era
muy peligroso.81
El cónsul de España en Santo Domingo volvió a referirse a las
propuestas de las compañías norteamericanas, para señalar que
cuanta más resistencia encontraban, mayor era su tenacidad, e informó al ministro de Estado de que habían dado un nuevo giro a
la oferta de 200,000 pesos fuertes. En efecto, un tal Jeager acababa
de presentar, en nombre de Whitehurst & Co., una solicitud para
fundar un banco mercantil por veintiún años y había ofrecido un
empréstito al Gobierno dominicano, pero siempre a cambio de
concesiones para invadir esa «tierra de promisión», en palabras de
Álvarez, así como la bahía de Samaná, que era su «sueño dorado».
Ricart había dicho al diplomático que, no obstante lo ventajoso
81
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 22 de marzo de
1860.
298
Luis Alfonso Escolano Giménez
que sería para el Gobierno firmar este contrato, que no vacilaría
en aceptar de cualquier potencia europea «para salir de apuros»,
haría que fuese desechado como lo habían sido los demás, y el
agente de España indicó que así lo esperaba de la lealtad del ministro. Sin embargo, la «pertinacia de los Estados Unidos y la activa propaganda de sus agentes» le hacían desconfiar de todo y de
todos, por lo que aseguró a Calderón que redoblaría su celo, y con
ello esperaba poder destruir sus proyectos.82 El ministro le respondió que siguiera contrarrestando los proyectos de los ciudadanos
norteamericanos, si bien le recomendó que se condujese en este
asunto con la mayor prudencia, a fin de «no estimular la presión»
que el Gobierno de los Estados Unidos pretendía ejercer sobre el
de la República Dominicana.83
Álvarez transmitió a Calderón la respuesta que Ricart, como
consecuencia de lo prometido a aquel, había dado a la última
proposición de préstamo hecha por Jeager. En ella, el ministro le
indicó que había comunicado al Gobierno dominicano sus proposiciones de que se le concediera la explotación del guano y la
navegación exclusiva del río Yuna, así como el establecimiento de
un banco y un empréstito de 200,000 pesos fuertes, además de la
facultad de trabajar las minas de carbón que hubiese en la bahía
de Samaná y a orillas del Yuna. Sin embargo, el ejecutivo de Santo
Domingo no podía tomarlas en consideración, dado que tenía en
Europa un comisionado expresamente autorizado «para negociar
los mismos puntos» sobre los que versaban las ofertas de Jeager,
por lo que no estaba en condiciones de adquirir otros compromisos a ese respecto. Debido al rechazo del Gobierno dominicano,
Jeager salió con dirección a Santiago de Cuba, a bordo de una
goleta que era propiedad del senador Delmonte, a quien el diplomático español volvió a referirse como un decidido partidario
de la Unión. En el mismo barco iba también Persuhn, socio de la
compañía Rolff & Persuhn de Nueva York, que no había dejado
de gestionar, pero sin resultado alguno, sobre su pretendida línea
82
83
Ibídem, 23 de marzo de 1860.
AGA, AAEE, 54/5224, No. 9, Calderón Collantes-cónsul de España en Santo
Domingo, Madrid, 9 de junio de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
299
de vapores entre Nueva York y Santo Domingo. Jeager, con quien
Álvarez había hablado muchas veces, le dijo al despedirse que volvería pronto con nuevas propuestas, y que «no perdía la esperanza
de llevar a cabo sus proyectos», pues había visitado algunas partes
de la isla, conocía el gran partido mercantil que de ella podía sacarse y contaba con el apoyo del Gobierno norteamericano. Al
final de su despacho, el representante de España insistió en que
emplearía la mayor vigilancia y haría «la oposición más enérgica»,
para que esas ofertas no pudieran llevarse a cabo nunca.84
Las noticias sobre el peligro que corría la independencia dominicana procedían de fuentes muy diversas y el cónsul de Haití
en Londres también se hizo eco de la intención del ejecutivo de
Washington de procurar obtener la cesión de un territorio considerable en la República Dominicana, y así se lo comunicó al
secretario del Foreign Office. Este a su vez dirigió un despacho
al embajador de Gran Bretaña en París para ponerlo al corriente
de ello, y le pidió que le informase de qué instrucciones iba a dar
el Gobierno francés a su agente en Santo Domingo. Russell hizo
llegar a Hood la opinión del ejecutivo de Francia al respecto y le
ordenó que actuara de acuerdo con su colega de dicho país, a fin
de disuadir al Gobierno dominicano de la idea de enajenar parte
alguna de su territorio en favor de los Estados Unidos, si tuviesen
buenas razones para suponer que aquel estaba contemplando semejante posibilidad.85
Álvarez siguió en todo momento muy de cerca los pasos de los
norteamericanos, y dio noticia al ministro de Estado de que el 22
de mayo habían llegado a Santo Domingo, procedentes de Nueva
York, el coronel Fabens, su esposa e hijos, así como algunos otros
ciudadanos estadounidenses, entre ellos un maquinista, un mineralogista y un horticultor. El valor del cargamento que estos traían
consigo era de 16,000 pesos fuertes «en artículos de comer y arder,
muebles y maquinaria». Además, habían traído 100 faroles para el
alumbrado público de la capital, por encargo del Gobierno, pues
no lo había aún, e incluso «una araña y un telón de boca» que
84
85
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de abril de 1860.
TNA, FO 23/41, Russell-Hood, Londres, 7 de abril de 1860 (minuta).
300
Luis Alfonso Escolano Giménez
Cazneau había regalado a la Sociedad de Amantes de las Letras
para atraerse a sus jóvenes miembros, quienes estaban haciendo
un teatro, y cuya inexperiencia trataba así de fascinar, según el
diplomático español. Casi cualquier cosa era objeto de sospechas en el ambiente enrarecido que se respiraba en la República
Dominicana por entonces, o al menos así lo parecía a ojos de un
observador tan suspicaz como Álvarez. Este mencionó asimismo
que los recién llegados pensaban hacer funcionar una máquina
para lavar el oro en el río Haina, cerca de Santo Domingo. Otras
mercancías que traían aquellos eran carros pequeños, que no
existían en el país, carretones para el muelle y muchos artículos
más, muy útiles y desconocidos en la República Dominicana en
esa época. El representante de España consideró oportuno referir
detalladamente a Calderón todo el cargamento del barco, para
que aquel comprendiera que Cazneau, Fabens y sus compañeros
no perdonaban medio alguno a fin de lograr sus objetivos.86
Por supuesto, Álvarez tampoco perdía ocasión de frustrar todos
y cada uno de los proyectos presentados por los norteamericanos,
con independencia de su carácter o de lo beneficiosos que pudiesen
resultar para el desarrollo de la precaria economía dominicana. Por
ejemplo, tras señalar que el Gobierno dominicano le manifestaba
constantemente su deseo de estrechar en todos los conceptos sus relaciones con España, para salvarse de haitianos y norteamericanos,
el cónsul aprovechó para comunicar al ministro de Estado que estos
últimos siempre importunaban al ejecutivo de Santo Domingo con
alguna proposición. En efecto, Fabens le había propuesto firmar
un contrato para limpiar y dar más profundidad al río Ozama, pero
Álvarez anunció que se opondría a que dichos trabajos se llevaran
a cabo. Incluso el propio Cazneau decía que como no adelantaba nada, se iría a los Estados Unidos al mes siguiente, por lo que
el agente indicó a Calderón Collantes que si no se trataba de una
estratagema y así lo hacía, inmediatamente lo pondría en conocimiento del embajador de España en Washington.87
86
87
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 25 de mayo de
1860.
Ibídem, 20 de julio de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
301
Las implicaciones entre la amenaza haitiana y el peligro
norteamericano fueron puestas de relieve desde Puerto Príncipe
por Hood, quien aseguró al secretario del Foreign Office que,
al decirle en ocasiones anteriores que la independencia de la
República Dominicana corría un riesgo inminente, se refería más
a los Estados Unidos que a Haití. El diplomático estaba convencido
de que cuando los dominicanos no pudiesen resistir las hostilidades directas o indirectas de los haitianos, se lanzarían en seguida
en manos de los norteamericanos, cuyos agentes esperaban ansiosamente esa contingencia para quizás llevar a efecto sus planes
sin perder un momento. De este modo, cuando los Gobiernos
europeos fueran informados de las circunstancias, la ocupación
de Santo Domingo por los Estados Unidos ya se habría convertido
en un hecho consumado. Por todo ello, Hood encareció a Russell
la urgencia de que el ejecutivo de Londres, de acuerdo con el de
París, tomase las medidas más enérgicas para mostrar su descontento hacia la conducta del Gobierno haitiano y asegurase así el
respeto debido a la tregua. En caso de no hacerse de la manera
en que el representante de Gran Bretaña recomendaba, se podía
esperar con toda seguridad que Haití pronto volvería a cometer
nuevos actos hostiles que conducirían a los dominicanos, en el
empobrecido y débil estado en que se encontraban, a salvarse de
una dominación haitiana que les era odiosa mediante la entrega
de su país a los norteamericanos.88
No se podía decir más claro, el peligro se retroalimentaba y por
ello era necesario cortar ese círculo vicioso de una vez por todas, a fin
de evitar las consecuencias que tanto temían las potencias europeas.
Lo cierto es que se trataba de dos amenazas muy diferentes, pues la
representada por los Estados Unidos nunca tuvo un carácter armado, al contrario de la haitiana, pese a lo cual unos y otros ponían en
circulación rumores según sus propios intereses. Así ocurrió cuando
el 29 de julio de 1860 una corbeta de la Marina de guerra norteamericana fondeó en el puerto de Santo Domingo, hecho al que los
partidarios de los Estados Unidos dieron gran importancia, y el cual
aprovecharon para propalar noticias alarmantes, según Álvarez. Este
88
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Puerto Príncipe, 7 de julio de 1860.
302
Luis Alfonso Escolano Giménez
incluso previno al vicepresidente, en ausencia de Santana, «para que
estuviese dispuesto a contestar de un modo digno» si se le hacía alguna exigencia inconveniente, pero sus precauciones, como el mismo
cónsul de España reconoció, fueron inútiles, pues el comandante de
dicho buque le manifestó que procedía de Cartagena y se dirigía a
Pensacola. Por lo tanto, no había nada que temer, ya que se trataba
de una mera escala de un barco de guerra durante su travesía por
el Caribe. Es más, el mencionado oficial ni siquiera fue a visitar a
Cazneau, a quien molestó bastante saber que en cambio aquel sí
había cumplimentado a Álvarez.89
El juego de alianzas y rivalidades era constante, y daba lugar a
extrañas combinaciones, como las que advirtió el agente de España
durante la ausencia de sus colegas de Francia y Gran Bretaña. El
31 de agosto, Álvarez hizo saber a estos que personas de toda su
confianza le habían dado noticia de que varios súbditos franceses
habían visitado a Cazneau, con frecuencia y contra su costumbre,
por lo que creyó conveniente avisarlos, ya que consideraba que
tales entrevistas podían ser tal vez perjudiciales para los intereses
encomendados a su vigilancia. Es decir, aunque el diplomático español solía trabajar por su cuenta, cuando lo estimaba oportuno
también acudía a la colaboración, más o menos directa, de Zeltner
y Hood, como en este caso, lo cual Álvarez explicó al ministro de
Estado con el argumento de que los norteamericanos trabajaban
sin cesar «para adquirir prosélitos». Además, la necesidad de llamar la atención de sus colegas era mayor aún, dado que los individuos a los que se refería eran, unos, partidarios de Haití, otros del
ex presidente Báez, y todos ellos enemigos de la administración
Santana.90 Lo que resulta poco menos que imposible es saber qué
acuerdos podrían alcanzar unas personas de filiaciones tan contrapuestas, pues los que eran favorables a los Estados Unidos nada
tenían en común con los que defendían la unión con Haití ni con
los baecistas, quienes, al menos por entonces, estaban buscando la
protección de alguna potencia europea.
89
90
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 1 de agosto
de 1860.
Ibídem, 3 de septiembre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
303
En este sentido, es muy interesante la reseña que hizo Álvarez
acerca de la situación política en el Cibao, región que a su juicio
nunca había estado tan dividida como en esos momentos, por
los distintos partidos existentes, sobre todo en Santiago, donde
había «algunos demagogos» que con tal de derrocar al Gobierno
preferirían haitianizarse. Los partidos a los que aludió el representante de España eran, en primer lugar, el santanista, que estaba
compuesto por «todos los amantes del orden y la gente de los
campos», y en segundo, el de los baecistas y julistas, que aunque
hacían causa común para atacar al Gobierno, desconfiaban entre
sí y nada adelantarían mientras viviera Santana. A continuación estaban los llamados yankees, que según Álvarez eran un partido con
el que se podía acabar fácilmente, purgando a Santiago y Puerto
Plata de algunos fervorosos partidarios de los norteamericanos,
que «con sus doctrinas fascinadoras» se atraían a los descontentos.
En opinión del cónsul, la gente de los campos y en particular los
habitantes acomodados eran más españoles que dominicanos, por
lo que concluyó que si había «sentimientos de yanquismo allí»,
era entre cierta clase de personas que se creían cultas porque
sabían decir cuatro palabras en inglés o habían pasado un par
de meses en los Estados Unidos. Por último, Álvarez se refirió al
partido haitiano, que consideraba «bastante temible porque en
caso de conflicto contaría con la asistencia de Haití y daría que
hacer mucho al Gobierno», mientras que en Puerto Plata, población eminentemente comercial y habitada por un gran número
de extranjeros, aunque prevalecía el partido americano, este era
más reservado en su propaganda que el de Santiago.91
En cualquier caso, pese al reiterado fracaso de sus proyectos,
los ciudadanos estadounidenses seguían intentándolo una y otra
vez, sin dejarse arredrar por unas circunstancias tan adversas.
El agente que Álvarez tenía en Puerto Plata le informó el 17 de
septiembre de que acababa de arribar a esa ciudad una goleta procedente de Nueva York, con cuatro pasajeros a bordo, provistos de
herramientas, que al parecer se dirigían a la sierra con objeto de
trabajar en las minas de oro, y que eran los mismos que habían
91
Ibídem, 18 de septiembre de 1860.
304
Luis Alfonso Escolano Giménez
intentado explotarlas anteriormente. Estos hombres esperaban en
breve la llegada de otro barco con más trabajadores. En vista de
ello, el diplomático llamó la atención del ministro de Relaciones
Exteriores sobre esa noticia, que revelaba bien a las claras que
los norteamericanos se consideraban con derecho a explotar sin
permiso alguno el territorio dominicano, por lo que le pidió que
su Gobierno dictase alguna medida enérgica que pusiera coto a
tales «desmanes». Álvarez comunicó también al ministro español
de Estado que los ciudadanos estadounidenses, siempre perseverantes en su idea política, no dejaban de «gestionar sobre proposiciones mercantiles, industriales y de otras especies», como la de
establecer cátedras. En ellas enseñarían «la teoría y esencia del
gobierno representativo» a los jóvenes, para hacer de ellos buenos
políticos, todo lo cual tenía por fin, según el representante de
España, introducirse en la República Dominicana y hacer prosélitos. De este modo preparaban el terreno para conseguir, pasado
algún tiempo, añadir un estado más a la Unión y una estrella más
a su bandera, a través de los mismos medios que habían empleado
ya en otras ocasiones,92 como por ejemplo durante la anexión de
Texas. Por su parte, el ministro de Relaciones Exteriores tranquilizó a Álvarez al asegurarle que se habían expedido por el Gobierno
dominicano, sin demora alguna, las órdenes más terminantes para
impedir la explotación de dichas minas de oro.93
Una vez más, los planes de los norteamericanos que iban a la
República Dominicana en busca de fortuna se vieron frustrados,
entre otras razones, por el celo del cónsul de España en Santo
Domingo. Sin embargo, continuaron produciéndose nuevos intentos, lo que no es de extrañar, pues la prensa de los Estados
Unidos publicaba artículos en los que se presentaba la República
Dominicana como un país lleno de riquezas, las cuales solo aguardaban a que alguien fuese a beneficiarse de ellas. Por ejemplo, en
una reseña sobre el ya mencionado libro de Wilshire S. Courtney,
The gold fields of St. Domingo, o Los campos de oro de Santo Domingo, se
92
93
Ibídem, 29 de septiembre de 1860.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 6, Ricart-cónsul de España en Santo Domingo,
Santo Domingo, 29 de septiembre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
305
afirmaba que pocas personas conocían algo de la historia y recursos
de esta isla, que era definida como una de las más hermosas y
fértiles del mundo. El articulista indicó además que, de vez en
cuando, los periódicos informaban de cambios en el Gobierno
o de otras noticias generales, pero que casi nadie conocía la verdadera condición del país, sus habitantes, recursos y comercio.
A juicio de aquel, el libro recién publicado era muy interesante,
porque daba gran cantidad de información con respecto a los
habitantes y recursos de esa «joya del mar», y en particular de
la parte dominicana. Courtney escribió en su obra que un vasto campo, desconocido hasta entonces, se había abierto en ese
país a la industria norteamericana. En efecto, las minas de oro,
tan extensas y productivas como fueron las de California en sus
mejores días, y de las que se habían extraído millones de dólares
sin más herramientas que las manos de los indios, estaban libres
para todos los que quisieran ir a trabajarlas. Por lo que respecta a
la población, en The gold fields of St. Domingo podía leerse que los
habitantes de la República Dominicana, donde se encontraban
las principales minas de oro, eran en su mayor parte blancos, y
no solo eran propicios a la inmigración procedente de los Estados
Unidos, sino que favorecerían cualquier empresa que propendiese al desarrollo de sus recursos. De hecho, estas minas habían
atraído una considerable atención entre norteamericanos de toda
clase, y algunos hombres emprendedores ya estaban ocupados en
explotarlas.94
No obstante, la cuestión que despertó más recelos, por el evidente peligro que representaba para la soberanía e integridad del
territorio dominicano, fue la actividad que tenía lugar en la pequeña isla de Alto Velo, que se encuentra muy próxima a la costa
suroeste de la República. Hood recibió la noticia de que a finales
de agosto habían sido vistos junto al islote dos barcos estadounidenses, los cuales al parecer estaban cargando guano, y también
supo que a principios de ese mes ya habían llegado a Baltimore
dos cargamentos de la misma sustancia, desde Alto Velo y otra
94
AMAE, H 2057. Se trata de un artículo sin fecha ni lugar de publicación,
recortado y acompañado de su traducción.
306
Luis Alfonso Escolano Giménez
isla adyacente, la Beata. El cónsul de Gran Bretaña comunicó esta
información a los de Francia y España, quienes coincidieron con
él en que sería apropiado preguntar al Gobierno dominicano si se
les había otorgado alguna concesión o privilegio, o si los buques
norteamericanos estaban cargando allí de conformidad con las
leyes dominicanas. Hood lo hizo así mediante una carta que remitió al ejecutivo de Santo Domingo, a la que aún no había recibido
respuesta, pese a lo cual el ministro de Relaciones Exteriores le
aseguró que dichos barcos estaban cargando sin permiso alguno,
y en contra de las leyes de la República, por lo que el Gobierno
tenía intención de enviar un buque para advertirles de su infracción. El agente transmitió estos hechos asimismo al oficial naval
superior de Jamaica, y como es natural al propio secretario del
Foreign Office.95
La importancia de un islote tan pequeño y remoto venía dada,
además de por ser parte integrante del territorio dominicano, por
su indiscutible valor económico, según ponen de manifiesto las
cantidades de guano exportadas en las décadas de 1860 y 1870,
cuando se pasó de 219 y 262 toneladas en 1869 y 1870, respectivamente, a 2,743 y 5,748 toneladas en 1871 y 1872. Alto Velo fue de
nuevo causa de un conflicto entre la República Dominicana y los
Estados Unidos, en 1869, a cuenta de las concesiones que había
hecho el Gobierno español a varias personas, tras la anexión de
Santo Domingo, concesiones que más tarde quedaron anuladas
por las autoridades dominicanas, una vez restablecida la independencia de la República.96
Álvarez, por su parte, también se dirigió al ministro de
Relaciones Exteriores con objeto de indicarle que había fundamento para creer que los que estaban al frente de esa especulación
fraudulenta eran al parecer los mismos que habían propuesto la
95
96
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 20 de septiembre de 1860.
José Lee Borges, «República Dominicana: de la Restauración a los primeros
pasos de la “verdadera” influencia estadounidense, 1865-1880», en Revista
Mexicana del Caribe, No. 10, Universidad Autónoma de Quintana Roo, 2000,
pp. 108-148; véase pp. 126-127. El autor cita como fuente de estas cifras el
Boletín Oficial de la República Dominicana, año 5, No. 285, Santo Domingo, 30
de octubre de 1878.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
307
navegación del Yuna y la exportación del guano. El diplomático
español llamó la atención de Ricart sobre la gravedad de tales hechos, que le hacían recordar que Jeager, cuando el Gobierno dominicano se negó a sus proposiciones, le había dicho que lo que
en ese momento no querían hacer «por buenas» más adelante lo
harían «por fuerza». En último lugar, Álvarez pidió al ministro que
le hiciese saber qué medidas pensaba tomar su Gobierno contra
lo que aquel consideraba desmanes de los norteamericanos, quienes, si se les dejara continuar, terminarían por construir «sus casas
de madera en la Beata y luego disputarían la propiedad del territorio» de dicha isla.97 En su respuesta al representante de España,
Ricart le dio noticia de que el ejecutivo de Santo Domingo ya
había mandado a Alto Velo una goleta de guerra, cuyo comandante llevaba instrucciones de «prohibir a todo trance ese comercio
fraudulento».98
El ministro de Relaciones Exteriores contestó también la nota
de Hood, en el mismo sentido que lo había hecho de palabra, y le
confirmó que el Gobierno dominicano no había «consentido por
ningún convenio, permiso o privilegio» la explotación del guano,
sino que había visto con la mayor sorpresa el atentado cometido contra su soberanía sobre la mencionada isla. Sin embargo,
el cónsul de Gran Bretaña no dejó de subrayar en un despacho
enviado a Russell que el ejecutivo de Santo Domingo solo tomó
cartas en el asunto después de la llegada de un buque español que
había pasado junto a Alto Velo, por medio del cual se supo que los
barcos estadounidenses ya habían abandonado ese lugar.99
Hood tampoco perdió de vista las otras cuestiones suscitadas
por la presencia de los norteamericanos en la República, como la
de las minas de oro, y atribuyó a su influencia las órdenes dadas
por el Gobierno dominicano de impedir que aquellos fuesen autorizados a hacer excavaciones en tierras de propiedad pública.
97
98
99
AGN, RREE, leg. 14, expte. 5, Álvarez-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Santo Domingo, 16 de septiembre de 1860.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 6, Ricart-cónsul de España en Santo Domingo,
Santo Domingo, 2 de octubre de 1860 (el texto en cursiva corresponde al
texto entrecomillado por el propio Álvarez en su despacho).
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 4 de octubre de 1860.
308
Luis Alfonso Escolano Giménez
Por otra parte, el agente se refirió a Cazneau, que había adquirido
una gran extensión de tierra cerca de San Cristóbal, y estaba en
tratos para comprar una finca aún más grande, en la que estaban las ruinas de la ciudad de Buenaventura, donde se creía que
existían minas de oro. El dueño de esta finca era un ciudadano
dominicano, a quien el Gobierno se había dirigido para que le
diese una opción de compra preferente, en caso de que quisiera
venderla.100
Con respecto a los temores suscitados en torno a la posibilidad
de que el Gobierno de la República cediese parte del territorio
dominicano a los Estados Unidos, el secretario del Foreign Office
comunicó a Hood, tras haber consultado sobre ese asunto con el
ejecutivo de París, cuál era el mejor modo de alejar los males que
preveía el diplomático. El remedio no era otro que el de conseguir,
mediante su capacidad de influencia, el establecimiento de una
especie de pacto federal entre Haití y la República Dominicana, a
través del cual ambos se comprometerían a no enajenar parte alguna de sus respectivos territorios, y también inducirlos a consentir una delimitación apropiada de la frontera entre los dos países.
Russell anunció además a Hood que iba a remitir un despacho en
este mismo sentido al cónsul de Gran Bretaña en Puerto Príncipe,
y que su colega de Francia recibiría instrucciones similares, por
lo que debía actuar con él en su esfuerzo por llevar a cabo esta
política.101
Lo cierto es que dicha política no se ajustaba a los intereses que
estaban en juego, y menos aún utilizando un término tan ambiguo
como el de pacto federal, que no podía sino despertar los recelos,
no solo del Gobierno dominicano, sino también del español y del
norteamericano, y con razones sobradamente justificadas para
ello en los tres casos. En efecto, parecía apoyarse una solución al
peligro real de penetración de los Estados Unidos en la República
Dominicana mediante una reunificación encubierta de la isla, lo
que no iba a ser aceptado por ninguna de las tres partes mencionadas, dado que ello cerraba el paso a los norteamericanos, y podía
100
101
Ibídem, 5 de octubre de 1860.
Ibídem, Russell-Hood, Londres, 16 de octubre de 1860 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
309
significar una amenaza para las colonias españolas. Huelga decir
que el Gobierno dominicano, y con él la inmensa mayoría de los
habitantes de ese país, preferían cualquier otra dominación a la
de Haití, por lo que la negativa del ejecutivo de Santo Domingo
a un planteamiento de semejante naturaleza estaba de antemano
más que garantizada.
El punto de vista estadounidense sobre la complicada cuestión
de Alto Velo denota precisamente la disparidad de percepciones
que existía entre unos y otros. Así, el 13 de octubre Cazneau dirigió
al secretario de Estado una comunicación al respecto, en la que
comenzó por señalar que «la tutela española sobre la República
Dominicana» era ya un hecho admitido por todos. Es más, dicha
tutela estaba empezando a pesar gravemente sobre los intereses
norteamericanos, como se había comprobado en el caso del guano, extraído de un «pequeño lugar estéril», que nunca había sido
ocupado por nadie, y que de hecho se consideraba inhabitable,
hasta que los trabajadores estadounidenses se establecieron allí.
Los emisarios enviados por el Gobierno dominicano regresaron
con la información de que esos hombres «habían tomado plena
posesión» del islote, y aunque los conminaron a arriar la bandera
norteamericana y abandonar sus trabajos, se negaron a ello con
el argumento de que estaban desarrollando una actividad legal,
bajo las garantías del Congreso de los Estados Unidos. A juicio de
Cazneau, los norteamericanos de Alto Velo se limitaban a «utilizar
para beneficio general de la humanidad los recursos» existentes
en una isla desierta, que todo el mundo había descuidado hasta
entonces como algo sin valor. El agente subrayó que el capital y la
mano de obra necesarios para poner en explotación las insospechadas posibilidades de la isla habían sido obra tan solo de quienes
estaban en posesión de la misma en esos momentos. No obstante, continuó el agente, en contra de la actitud adoptada por esos
ciudadanos estadounidenses, el ministro de Relaciones Exteriores
insistió en que Alto Velo era «considerada como una dependencia
de la República», pese a que estaba «a más de tres leguas de la
costa continental [sic]». El ejecutivo dominicano había asegurado
que la distancia desde aquel islote al de la Beata era menor, lo que
310
Luis Alfonso Escolano Giménez
al parecer no sirvió como título legítimo de propiedad a Cazneau,
según el cual el Gobierno había recibido una explicación completa
del alcance de una ley aprobada por el Congreso norteamericano,
relativa al descubrimiento y explotación del guano. El ejecutivo de
Washington se reservaba el derecho a poner fin a la ocupación de
los puntos donde se realizara tal actividad, cuando se recibiesen
las justas representaciones de una nación amiga, o cuando así lo
estimara conveniente por las circunstancias propias de cada caso.
Ante esta explicación, el Gobierno de la República manifestó una
actitud más amistosa, que sin embargo se vio alterada inmediatamente por las «contraindicaciones de los oficiales españoles
delegados por Madrid para manipular» a dicho Gobierno. A pesar
de todo, el agente especial de los Estados Unidos había obtenido un compromiso «medio renuente» por parte del ministro de
Relaciones Exteriores, y mientras se mantuviesen abiertas las diferentes posibilidades por las que podía optar aún el Gobierno
dominicano, a no hacer nada con respecto a los norteamericanos
de Alto Velo. En cualquier caso, Cazneau consideraba que estas
complicaciones ponían los intereses estadounidenses en un peligro inminente, por lo que había llamado la atención del cónsul de
su país en La Habana sobre la conveniencia de mandar un buque
a aquella isla. Por último, el agente expresó a Cass su esperanza
de que, bajo la presión de las circunstancias existentes, el ejecutivo de Washington aprobara tal medida,102 que quizás aquel veía
como su última oportunidad para impedir lo que ya parecía obvio
a ojos de todo el mundo: la entrega de Santo Domingo a España.
Es decir, en el río revuelto de la compleja coyuntura dominicana, Cazneau pensaba que podría obtener, por fin, alguna ganancia
tanto para sí mismo como para su país, pero para ello necesitaba
la presencia de una fuerza que lo respaldase ante sus rivales europeos, incluso más que ante el propio Gobierno de la República,
que en realidad solo pretendía entregarse al mejor postor.
En sus comunicaciones con los cónsules de España, Gran
Bretaña y Francia, el ministro de Relaciones Exteriores los mantuvo al corriente de los pasos que iba dando su Gobierno con
102
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 358-360.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
311
relación a Alto Velo. Tras el regreso del buque enviado a esa isla,
Ricart les informó de que los individuos que allí se encontraban
habían abierto caminos y construido viviendas, todo ello con
el fin de explotar el guano que la cubría, como ya estaban haciendo. Así pues, el ministro señaló que se trataba de un hecho
contrario a las leyes internacionales, puesto que el derecho de la
República a la soberanía de Alto Velo y Beata era incontestable,
tanto por su posición geográfica, que las situaba dentro de la
jurisdicción legal del territorio dominicano, cuanto porque las
leyes las habían comprendido como parte integrante de la provincia de Azua. En consecuencia de lo anterior, el ejecutivo de
Santo Domingo consideró este hecho «como una injustificable
violación de su territorio», lo que le ponía en aptitud de tomar
cuantas medidas creyera convenientes para reivindicar sus derechos. En virtud de todo ello, y pese a lo que Cazneau había indicado al secretario de Estado de su país, el Gobierno dominicano
decidió «mandar inmediatamente las fuerzas necesarias para intimar el desalojo» de la isla de Alto Velo a los que la ocupaban, «y
si fuese necesario recurrir a las armas para conseguir ese objeto».
Ricart manifestó el deseo de su Gobierno de que esta conducta,
dictada por la necesidad de defender sus derechos, fuera conforme a lo que la conveniencia general exigía. Por ello, el ministro
esperaba encontrar en «la amistosa correspondencia» de las naciones representadas por los agentes europeos todo el apoyo que
la justa causa dominicana pudiese necesitar, en caso de que esta
hallara una oposición superior a sus fuerzas. Por último, Ricart
se refirió al interés constante de los diplomáticos por proteger a
la República de agresiones como la que en esos momentos trataba de rechazar el Gobierno dominicano, motivo que lo había
llevado a darles conocimiento de ella, con la confianza de que
sus respectivos Gobiernos sabrían apreciar la gravedad de lo que
estaba sucediendo en Alto Velo.103
103
AGA, AAEE, 54/5225, No. 6, Ricart-cónsul de España en Santo Domingo,
Santo Domingo, 15 de octubre de 1860. Existe copia de una comunicación
casi idéntica y de la misma fecha, dirigida a Hood, adjunta al siguiente
documento: TNA FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 20 de octubre
de 1860.
312
Luis Alfonso Escolano Giménez
El ministro dominicano de Relaciones Exteriores adjuntó a su
nota anterior una copia del informe presentado por el comandante y los oficiales de la goleta de guerra Merced, que el día 4 de
octubre llegaron a la isla ocupada, donde encontraron un grupo
de hombres y un bergantín norteamericano, con la mitad de su
carga a bordo. Según los marinos dominicanos, en la playa había
guano suficiente para cargar dos buques más, y los que bajaron
a tierra vieron que los estadounidenses incluso habían abierto
un pozo. Por otro lado, el número de carretillas y la cantidad de
provisiones que estaban allí depositadas, indicaban que, o bien el
trabajo debía continuar por mucho tiempo, o bien en el interior
de la isla se encontraba un mayor número de hombres.104
En su respuesta a Ricart, el representante de España en Santo
Domingo subrayó los fundamentos que aquel había alegado para
considerar indisputable el derecho de la República Dominicana
a las islas de Alto Velo y Beata, y por tanto «lo inconveniente e
ilegal de la conducta de los americanos». Álvarez también aseguró
al ministro que el Gobierno español trataría, sin duda, de cooperar en cuanto le fuese posible a una política que tuviera por base
«contrariar y oponerse a las miras interesadas de la Unión», que
tan ostensiblemente empezaban a manifestarse.105 Resulta evidente que hechos como estos eran los que más convenían al cónsul
y al Gobierno dominicano para estimular al ejecutivo de Madrid
a dar, de una vez por todas, los pasos tendentes a establecer el
protectorado, o a anexionarse Santo Domingo.
Por su parte, Hood envió al secretario del Foreign Office una
copia de la carta de Ricart, y señaló que la ley del Congreso de los
Estados Unidos a la que se habían remitido los trabajadores de la
isla debía de ser la del 18 de agosto de 1856, por la cual se autorizaba al Gobierno de ese país a proteger a los norteamericanos
que descubriesen depósitos de guano. Dicha ley estipulaba que
cuando un ciudadano de los Estados Unidos hubiera descubierto,
o descubriese en el futuro, un depósito de guano en cualquier
104
105
Ibídem.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 5, Álvarez-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Santo Domingo, 15 de octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
313
isla, roca o cayo que no estuviera dentro de la jurisdicción legal de
ningún otro Gobierno, ni ocupada por los ciudadanos de ningún
otro Estado, y tomase pacífica posesión del mismo, este pudiera
ser considerado, a discreción del presidente, como perteneciente
a los Estados Unidos. Sin embargo, el agente de Gran Bretaña
afirmó que no parecía que dicha ley fuese aplicable al caso en
cuestión, dado que otra ley, promulgada por el ejecutivo de Santo
Domingo el 25 de abril de 1855, declaró que las islas de Alto Velo y
Beata formaban parte del territorio de la República. Hood indicó
a Russell que, aunque ambas estaban deshabitadas, eran frecuentadas a menudo por pescadores dominicanos, y le informó de que
el Gobierno había enviado ya una pequeña expedición militar
para obligar a los norteamericanos a evacuar la isla. Al concluir
su despacho, el diplomático recordó el hecho de que un ciudadano estadounidense había solicitado al Gobierno dominicano el
monopolio de la exportación del guano de Beata y Alto Velo, lo
cual fue rechazado, y Hood coincidió con Álvarez en que al parecer era esa misma persona la que había tomado posesión de la
isla. En cualquier caso, los cargamentos de guano destinados a los
Estados Unidos habían sido consignados a la compañía Patterson
& Murguiondo, de Baltimore.106
El ministro interino de Relaciones Exteriores comunicó a
los representantes de los países extranjeros en Santo Domingo
el resultado de la operación de desalojo de Alto Velo, que había
sido completamente favorable para los intereses dominicanos. En
efecto, la expedición cumplió su encargo sin mayores dificultades,
y tras la llegada de la misma al puerto de la capital, el Gobierno
de la República puso a disposición del agente comercial de los
Estados Unidos tanto las personas que se encontraban en el islote, como las herramientas que utilizaban para la explotación del
guano. No obstante, Fernández de Castro precisó que el ejecutivo
se reservaba el derecho de reclamar a quien correspondiera «el
pago de los valores sustraídos».107 Hood mencionó en una nota
106
107
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 20 de octubre de 1860.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 6, Fernández de Castro-vicecónsul de España en
Santo Domingo, Santo Domingo, 31 de octubre de 1860.
314
Luis Alfonso Escolano Giménez
dirigida al secretario del Foreign Office que cuando la expedición
llegó a la isla había en ella 12 hombres, a los cuales condujo hasta
Santo Domingo junto con sus tiendas, carros, mulos y demás instrumentos de trabajo, y que aquellos no habían opuesto resistencia alguna. El cónsul de Gran Bretaña señaló además que en esos
momentos no había ningún barco estadounidense en Alto Velo, y
que el último había ido a Jamaica con un cargamento de guano.108
El 17 de noviembre, Cazneau dio noticia al secretario de
Estado de lo que había sucedido con relación al desalojo de los
trabajadores norteamericanos. En primer lugar, el agente subrayó que el Gobierno dominicano, «después de cierta vacilación»,
había decidido «aceptar de lleno la política dictada por sus protectores españoles», y de hecho aquel relacionó la visita hecha a
Santana por el general Peláez de Campomanes, jefe de Estado
Mayor del Ejército de Cuba, con la salida de la expedición hacia
Alto Velo. Cuando se ordenó a los estadounidenses que se encontraban en la isla que recogiesen sus pertenencias en veinticuatro
horas, estos dijeron a los oficiales dominicanos que el gerente,
capitán Kimball, estaba ausente, por lo que no podrían abandonar el lugar hasta su vuelta, debido a la falta del único barco de
que disponían. El comandante de la goleta Merced les contestó que
sus instrucciones eran perentorias, pero que en ausencia de otro
medio, los transportarían entre las dos embarcaciones que habían
llevado a las fuerzas dominicanas. Aunque los norteamericanos
pidieron permiso para que al menos uno de ellos se quedara en
Alto Velo, encargado de vigilar la propiedad de la empresa hasta
que Kimball volviese, e informarle de lo que había ocurrido, el
comandante denegó esta petición, y el grupo entero, con todas
las pertenencias que pudieron cargar, llegó a Santo Domingo
el 27 de octubre. Con autorización del oficial al mando, se dejó
una carta a Kimball para que a su regreso al islote supiera dónde
estaban los hombres que había dejado trabajando allá. Por fin,
el 15 de noviembre apareció el capitán en su barco, que ancló
fuera del puerto, aunque después entró en el mismo por consejo del agente comercial de los Estados Unidos, a pesar de que
108
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 31 de octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
315
temía que esto originase complicaciones, ya que «los miembros
hispanófilos del gabinete dominicano estaban inclinados a confiscarle» el barco. Kimball explicó entonces que él era uno de
los primeros exploradores de guano en las islas del Caribe, y que
había frecuentado Alto Velo entre 1842 y 1860, hasta que dio
comienzo a su ocupación, y ni en todas esas visitas, ni en los siete
meses que llevaban en el islote había encontrado nunca un solo
dominicano en él, excepto en una sola ocasión, hecho al que no
dio mayor importancia. En cambio, el capitán aseguró que en la
Beata encontraba habitualmente haitianos, a los cuales vio siempre en posesión de aquella isla sin que nadie se lo impidiera, y
que, de hecho, las únicas autoridades que se habían personado
en Alto Velo para conocer el objeto de sus trabajos fueron las de
Haití, que no le pusieron ninguna objeción. Así pues, Kimball
dedujo de todo ello que Haití no admitía la jurisdicción dominicana sobre la Beata, que está más cerca de la costa, y que
independientemente de a quién perteneciese, parecía que «el
ejercicio pleno y exclusivo de la soberanía» era ejercido por los
haitianos. Por lo tanto, esa tolerancia le hizo suponer que podía
tomar posesión de Alto Velo de facto, como habitante del islote,
incluso aunque este perteneciera a algún Estado, de modo que
el caso debería considerarse, según Cazneau, «como una entrada
involuntaria dentro del territorio dominicano», y se le podía encontrar un arreglo sin mucha dificultad. El agente insistió en dar
una última vuelta de tuerca a algo que estaba muy claro, y añadió
que Alto Velo y Beata, así como todo el territorio situado frente
a dichas islas, eran un área despoblada donde merodeaban los
haitianos en busca de pasto, que la República Dominicana reclamaba por estar dentro de los límites de la antigua colonia española. Sin embargo, como es natural, Haití negaba tales derechos
con el argumento de que la antigua frontera había sido borrada
para siempre por la fusión de ambos pueblos en una sola nación,
circunstancia que el agente norteamericano aprovechó para recordar que la línea divisoria entre los dos países era, todavía en
esos momentos, un asunto pendiente de discusión.109
109
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 359-364.
316
Luis Alfonso Escolano Giménez
Con respecto a la reclamación, no consta si fue presentada
finalmente, pero existe un borrador de la misma en la que el ministro dominicano de Relaciones Exteriores daba a conocer al secretario de Estado norteamericano la extracción de guano que había hecho Kimball, por cuenta de la casa Patterson y Murguiondo,
en el territorio de la República. Aunque el capitán pretendía excusarse con el pretexto de una ley estadounidense, no era acorde
con la dignidad de un Estado soberano «entrar en discusión con
un particular sobre la interpretación de las leyes de su país», ni
se ofendería menos la dignidad de los Estados Unidos al suponer
que una ley norteamericana hubiese autorizado el despojo de la
propiedad ajena. Con este motivo, el ejecutivo de Santo Domingo
reclamaba ante el de Washington por la extracción ilegal de más
de 1,500 toneladas de guano de Alto Velo, que había perjudicado
a la República en una suma que no figura en el escrito. Por ello,
el Gobierno dominicano solicitaba al de los Estados Unidos la
indemnización por el perjuicio que le había hecho «un súbdito
americano bajo la protección de una ley también americana». En
caso de que su reclamación no fuera atendida, las autoridades dominicanas se cobrarían la suma correspondiente, «ya ordenando
el secuestro de cualquier propiedad de los señores Patterson y
Murguiondo», donde quiera que se encontrase, ya «imponiendo
un derecho doble a todo buque americano» que anclara en los
puertos de la República, hasta conseguir esa cantidad.110
Como es lógico, Álvarez también puso el asunto de Alto Velo
en conocimiento del representante de España en Washington,
Gabriel García Tassara, quien en su contestación a aquel se limitó
a remitirle una copia del despacho que había dirigido al gobernador de Cuba, ya que era todo cuanto podía decir a ese respecto.
Tassara partió del principio de que tanto por la seguridad de Cuba
como por otras razones de peso, España ya debía «aspirar seriamente a la posesión no solo de Santo Domingo sino también más
tarde a la de otros puntos importantes del golfo» de México, y
coincidió con Serrano en advertir que las cosas estaban «a punto
110
AGN, RREE, leg. 14, expte. 8, ¿Fernández de Castro-secretario de Estado de
los Estados Unidos? (se trata de un borrador sin fecha, firma ni destinatario).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
317
de precipitarse». A juicio del agente, la incorporación de Santo
Domingo a España era una de esas cuestiones que cambiaban de
repente la posición española en América, y envolvía en efecto el
peligro de una guerra con los Estados Unidos. Como este país
tenía «la misma ambición», su Gobierno estaba provocando a
España desde hacía mucho tiempo, con los medios que empleaba
para realizarla. Sin embargo, Tassara subrayó que la coyuntura norteamericana no debía hacer a España confiarse demasiado, toda
vez que la discordia que amenazaba con destruir la Unión aún no
había tomado un carácter tal que le imposibilitase «retroceder en
el mal camino», sino que su misma situación «la impulsaría con
mayor facilidad a una empresa tan conforme con su política». De
hecho, el diplomático consideraba tan cierta esa posibilidad, que
incluso cuando dichas cuestiones interiores estaban muy lejos de
la gravedad que habían alcanzado en ese momento, él ya había
indicado al Gobierno español la tendencia de muchos políticos
norteamericanos «a buscar una diversión» en una guerra extranjera. Tassara pensaba que quizás más adelante les sería imposible
hacerlo, pero que por entonces la situación era tal que, en vez
de sorprenderlos en la hora de la debilidad, España se exponía a
provocarles una reacción que retardase esa hora. En esas circunstancias, ningún paso tan grave estaría más «justificado a los ojos
de la verdadera política» que una acción inmediata y formal del
ejecutivo de Washington, o de sus agentes, «para apoderarse de la
isla o de algún punto cuya importancia pudiera ser decisiva» en el
futuro. Por último, el plenipotenciario de España reconoció que
ignoraba en qué medida tenía ese carácter la ocupación de Alto
Velo por una compañía estadounidense, pero insistió en la idea de
que la política española en América debía seguir siendo de expectativa y aplazamiento, ya que la cuestión de Santo Domingo era
muy grande no solo para América, sino también para Europa.111
Estas consideraciones no dejaban de ser, en cierto modo, un
jarro de agua fría sobre los planes de acelerar al máximo las gestiones necesarias para obtener el visto bueno al protectorado o la
111
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, García Tassara-capitán general de Cuba,
Washington, 20 de noviembre de 1860 (es copia).
318
Luis Alfonso Escolano Giménez
anexión por parte del Gobierno español, con cuyo objeto Ricart
y Álvarez se encontraban en La Habana, y a las que Serrano había
dado oídos. Como al parecer ninguno de ellos estaba dispuesto a
posponer por mucho tiempo esos proyectos, el resultado de las
advertencias hechas por Tassara fue una mayor prudencia, pero
no una ralentización del ritmo con el que se llevaban a cabo los
preparativos de los mismos. En cualquier caso, tras conocer la
operación de desalojo de Alto Velo, el representante de España
en Washington no modificó su criterio con respecto a lo que había señalado en su comunicación al gobernador de Cuba. Según
Tassara, las circunstancias en que se encontraban los Estados
Unidos daban aún más fuerza a las razones que lo habían llevado
a expresarse en tal sentido.112
Un mes y medio más tarde, Tassara informó al cónsul de
España en Santo Domingo de que en los Estados Unidos se había
intentado sacar partido del asunto de Alto Velo como maniobra
de distracción ante la coyuntura en la que se encontraba ese país.
Acto seguido, el diplomático sostuvo que, aunque no podía decir
con certeza cuál iba a ser la conducta del Gobierno norteamericano, todo hacía pensar que por el momento no fijaría su atención
en el mencionado asunto.113
Pese a que a principios de marzo la decisión de proclamar la
anexión ya estaba prácticamente tomada, Álvarez recordó al ministro de Estado que en un despacho anterior, al referirse a las
disensiones en el seno de los Estados Unidos, le había expuesto
que eso no sería motivo para que los norteamericanos desistiesen
de sus pretensiones sobre la República Dominicana. En opinión
del agente de España en Santo Domingo sucedería más bien lo contrario, ya que si el norte y el sur se separaban, ambos «trabajarían
con más ahínco para introducirse» en la isla, lo cual parecía haberse
confirmado, tal como pasó a demostrar Álvarez a continuación. En
efecto, este indicó que A. P. Patterson, de cuya llegada a la capital dominicana se creía, con cierto fundamento, que «tenía por
112
113
Ibídem, García Tassara-cónsul de España en Santo Domingo, Washington, 10
de diciembre de 1860.
Ibídem, 20 de enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
319
objeto hacer alguna reclamación sobre el negocio del guano» de
Alto Velo, había traído instrucciones del ejecutivo de Washington
para Cazneau. El 1 de marzo de 1861, Patterson, Fabens y el propio Cazneau ofrecieron al presidente de la República un empréstito de entre 600,000 y 700,000 pesos fuertes, a un interés módico,
y reintegrable a largo plazo, con la condición de que el Gobierno
les hiciera concesiones especiales para la navegación del Yuna.
Además, debía darles permiso para construir un astillero, e introducir en el país inmigrantes norteamericanos pagados por
los Estados Unidos, a fin de que cultivasen la tierra y trabajasen
en los establecimientos que querían fundar. Aquellos solicitaron
también que se les entregaran terrenos para explotar las minas de
carbón, en la bahía de Samaná y a orillas del Yuna, lugares que
acababan de visitar por tierra Cazneau y Fabens, haciendo ver que
iban a otros pueblos para no llamar la atención, «pero sin haberse
por eso descuidado en el tránsito de hacer una activa propaganda». Al consultarle Santana sobre esa cuestión, el cónsul le recomendó que «no los desahuciase completamente, que les admitiese
el escrito que ofrecían presentarle con las proposiciones; que los
tratase con suma consideración, sin exasperarlos con una negativa
repentina», puesto que para ello, que sería la conclusión, siempre
estaba a tiempo.114
En otro orden de cosas, y con el tono más alarmista, Álvarez
transmitió al ministro una noticia sin confirmar, según la cual en
todas las ciudades de los Estados Unidos había agentes para promover la inmigración negra hacia Haití. Con base en lo que tal vez
no eran más que rumores, el diplomático subrayó que dicha inmigración estaba empezando a tomar unas proporciones muy graves
para el porvenir inmediato de Santo Domingo y de las Antillas españolas. De hecho, desde el 2 de enero al 8 de febrero de 1861, el
agente de Nueva York había enviado a Haití más de 3,000 negros y
mulatos, «que más instruidos que los haitianos y muchos de ellos
ricos», iban como ciudadanos norteamericanos «a aumentar la
población y riqueza de la República negra». Desde otras ciudades
114
AMAE, H 2375, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de marzo
de 1861.
320
Luis Alfonso Escolano Giménez
de los Estados Unidos había ido asimismo un número considerable,
por lo que se trataba de un verdadero negocio, cuyo agente general, John Brown, trabajaba «con otros negrófilos en provecho de
la Unión», que veía «con gusto salir de los compromisos» que le
producía esa raza, para que fuera a crearlos en un país que tanto codiciaban. Por si no hubiese bastado con todo lo anterior, al
concluir su despacho Álvarez recalcó que ello probaría al ministro
de Estado que, «lejos de mitigarse las pretensiones americanas y
los peligros de Haití», ambos eran cada día más serios, por lo que
reclamaban una solución rápida y decidida.115
No cabe duda de que, fuera cual fuera la entidad de estas,
como de las anteriores, iniciativas norteamericanas, las mismas se
convertían así, una vez más, en el mejor acicate para espolear la renuente actitud del Gobierno español ante la disyuntiva que tenía
de aceptar o rechazar la anexión de Santo Domingo. La amenaza
que representaban los Estados Unidos era, pues, doble, ya que en
el caso de que España interviniese en la República Dominicana,
correría el peligro de provocar una reacción contraria por parte
de aquellos, pero por otra parte si no tomaba la iniciativa, podrían
adelantársele los norteamericanos. Este círculo vicioso solo pareció romperse cuando estalló la guerra de Secesión, por lo que era
el momento oportuno para llevar a cabo un proyecto largamente
acariciado por el Gobierno dominicano y el cónsul de España en
Santo Domingo, y que a partir de finales de 1860 también fue
apoyado por el gobernador de Cuba, lo cual resultó decisivo para
concluir dicho proceso con éxito.
En todo caso, la repetida utilización del pretexto norteamericano puede hacer perder de vista otros obstáculos, que también
podrían haber dificultado el éxito de los planes anexionistas. En
este sentido, se debe hacer mención de tres principales tipos de
problemas, el primero de los cuales, en el plano interno dominicano, es la oposición cada vez mayor a la anexión que surgió
en el seno de algunos sectores políticos y sociales, a medida que
aquella fue tomando cuerpo. En cuanto a las potencias europeas, existe una diferencia clara entre los recelos con los que
115
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
321
Francia y Gran Bretaña seguían el curso de los acontecimientos,
y las reticencias o dudas que mantenía el Gobierno español a la
hora de dar un paso cuya trascendencia era evidente, y cuyas consecuencias eran poco menos que imprevisibles. La última pata del
trípode es, como resulta obvio, la rivalidad euronorteamericana,
de la que el Gobierno dominicano había sabido aprovecharse
para sus propios fines, jugando a varias cartas según le conviniera
en cada momento, pero esta situación también tenía sus riesgos,
dado que el juego no podría prolongarse indefinidamente.
Ante tal cúmulo de intereses en juego, posturas contrapuestas,
e incertidumbres de todo género, resulta necesario establecer con
claridad cuáles fueron las pautas de actuación más importantes
que guiaron la política adoptada por los diferentes actores, para
comprender la coyuntura dominicana e internacional inmediatamente anterior a la anexión. Así se tendrá una perspectiva cabal
de los hechos que condujeron a ese desenlace, en el que intervinieron factores muy numerosos, cuya diferente relevancia en el
desarrollo del proceso es imprescindible discernir, de manera que
sea posible señalar cuáles de ellos fueron verdaderamente determinantes, y cuáles solo coadyuvaron en un sentido u otro. Para
comprender la anexión, debe tenerse en cuenta la gran dependencia de la política exterior española con respecto a la francesa, las buenas relaciones existentes entre los ejecutivos de París
y Londres, así como las evidentes rivalidades que había al mismo
tiempo entre los tres países europeos, y las de estos con los Estados
Unidos. Había llegado la hora, pues, de optar con claridad, desde
dentro de la República Dominicana para hacer frente tanto a la
amenaza haitiana como a la oposición interna, y desde fuera de
ella para poner freno a las aspiraciones de los diversos rivales.
Capítulo V. Las relaciones exteriores de la República
Dominicana en vísperas de su anexión a España
E
l denominado conflicto consular supuso un claro distanciamiento del ejecutivo de Santo Domingo respecto a los de
Londres y París, y en la tesitura de tener que elegir entre España
y los Estados Unidos para sostenerse, Santana optó por España,
para lo cual se sirvió en parte de la misión que había confiado en
mayo de 1859 al general Alfau. Este propuso al Gobierno español
que ayudara al dominicano a conservar su independencia y a asegurar la integridad de su territorio, mediante el envío de armas,
instructores militares y una inmigración de artesanos, a cambio
de lo cual la República Dominicana se comprometía a no ajustar
tratados de alianza con potencia alguna ni arrendar ningún punto
de su territorio a cualquier otro Gobierno. Asimismo, se ofrecía a
España como garantía material del pago de su ayuda la posibilidad
de construir un astillero en Samaná. Muchas de estas peticiones
fueron atendidas, pero con la especial insistencia por parte del
ejecutivo O’Donnell de que las gestiones de Alfau debían mantenerse en secreto, o aparecer con carácter privado, con el fin de no
despertar las suspicacias de Francia y Gran Bretaña. El Gobierno
dominicano obtendría con ello el establecimiento de una especie
de protectorado, aunque de forma encubierta.
Los cónsules de Francia y Gran Bretaña en Santo Domingo
comunicaron a sus respectivos Gobiernos una sospecha que albergaban desde hacía mucho tiempo en el sentido de que España
estaba dispuesta a aceptar el protectorado sobre la República
324
Luis Alfonso Escolano Giménez
Dominicana. Según el agente de Gran Bretaña, semejante proyecto sería bastante ventajoso, aunque el mismo no resultara, por
lo menos al principio, muy atractivo para una gran parte de los
dominicanos. Así pues, no se observa en ambos diplomáticos la
menor crítica hacia el mencionado proyecto, pero la situación
cambió de signo radicalmente cuando el Foreign Office comunicó a su representante que el Gobierno británico consideraba
que tal oferta implicaría a España en una guerra con los Estados
Unidos. Ya no eran necesarios más argumentos para oponerse a
un posible protectorado español en la República Dominicana,
dado que la guerra era el principal obstáculo para el comercio,
y la libertad para ejercerlo era a su vez el interés primordial que
debía salvaguardar a toda costa la diplomacia británica.
El grado de desencuentro llegó a tal extremo que, en enero de
1861, cuando ya se podía advertir una gran agitación debido a los
rumores de anexión cada vez más fuertes que circulaban por todo
el país, los cónsules de Gran Bretaña y Francia pidieron explicaciones al Gobierno dominicano sobre el asunto. Los términos de
su escrito no podían ser más claros: tras las gestiones llevadas a
cabo por Gran Bretaña y Francia para conservar la independencia
dominicana, esas potencias no sabrían interpretar favorablemente
ningún acto que tendiera a modificarla o destruirla, y que ocurriese a sus espaldas. Pero el ejecutivo de Santo Domingo se sentía
lo suficientemente fuerte con el respaldo de España, por lo que
respondió de forma destemplada a dicha exigencia, y negó haber
firmado ningún tratado con España, con lo que no estaba faltando a la verdad, ya que aún no existía acuerdo formal, y ello le
permitió desactivar una posible oposición a sus proyectos.
1. LA MISIÓN DEL GENERAL ALFAU ANTE
EL GOBIERNO ESPAÑOL (1859-1861)
Las instrucciones que el ministro Lavastida entregó a Alfau
en nombre del presidente de la República, fechadas el 20 de
mayo de 1859, señalaban que su misión tenía por objeto la firma
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
325
de una serie de tratados y convenios. En primer lugar, un tratado
de alianza entre la República Dominicana y España, por el cual
aquella pretendía que el Gobierno español garantizara la integridad del territorio dominicano, cuyos límites eran los que
establecía la Constitución de la República, tal como fueron reconocidos por el tratado de Aranjuez, firmado en 1777. España
debía garantizar también la independencia y soberanía dominicanas, comprometiéndose a auxiliar y ayudar a la República en
toda eventualidad de guerra, así como a mediar en cualquier
dificultad que pudiese ocurrir entre el Gobierno dominicano y
los Gobiernos de otras potencias. Por último, Santana pretendía
obtener el envío de oficiales del Ejército español para la formación e instrucción del dominicano, e incluso que se autorizara
a los soldados licenciados de las Antillas a establecerse en la
República Dominicana para ejercer los oficios que supiesen, dedicarse a la agricultura o engancharse en el Ejército dominicano.
A cambio de estas concesiones, el Gobierno dominicano ofrecía
las siguientes contrapartidas: no celebrar «tratados de alianza, ni
convenios especiales de guerra […] con ninguna otra nación»,
no firmar tratados contrarios a la política y a los intereses de
España, no arrendar puertos o bahías, ni hacer «concesiones
temporales de terrenos, bosques, minas» y ríos a ningún otro
Gobierno. Además, a los oficiales y sargentos instructores enviados a la República Dominicana se les daría el grado de ascenso
inmediato, y a los soldados españoles licenciados que quisieran
dedicarse a la agricultura se los establecería «en terrenos pingües
en los puntos más sanos dándoselos en propiedad perpetua». Las
instrucciones asimismo autorizaban a Alfau «para estipular todas
aquellas concesiones que a su juicio» no lastimasen las libertades
de la República Dominicana.1
Lavastida recomendó al enviado del Gobierno dominicano
que «para encaminar con más acierto las negociaciones» no perdiera de vista que España parecía «tener por principio el no injerirse directa o indirectamente en la marcha política de ningún
otro Estado», y que no quería, «con razón merecer el dictado de
1
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 183-185.
326
Luis Alfonso Escolano Giménez
invasora». Por ello, y por unir a la República Dominicana «con
la monarquía española, los vínculos indisolubles de origen, lengua, religión y costumbres», el presidente deseaba llevar a cabo
«esta íntima y firmísima alianza», que otras razones de alta política también aconsejaban y demandaban imperiosamente. Acto
seguido, el ministro subrayó que «el espíritu filibustero, […]
tan en boga» en los Estados Unidos, era y debía ser tanto para
la República Dominicana como para España «motivo constante
de preocupación y alarma», y que la alianza dominicoespañola
al tiempo que haría desvanecer cualquier pretensión extranjera,
serviría a la República como «escudo contra el filibusterismo». Por
si todo ello fuese poco, Lavastida señaló además que a la sombra
de dicha alianza renacería la calma, la agricultura y el comercio
tomarían vuelo, y el Estado dominicano entraría «por las vías de
los justos progresos». Finalmente, aseguró que esa alianza no sería menos provechosa para España, y que los dominicanos y los
españoles siempre habían vivido «en perfecta armonía sin odios
ni rencores».2
Por otra parte, Alfau tenía instrucciones para acordar también
con el Gobierno español tratados de carácter consular y postal,
así como sendos convenios en materia de inmigración y de líneas
de vapores correo. Con respecto al de inmigración, interesaba a
la República Dominicana que España se comprometiera «a enviar
a sus expensas un número de familias cuyo límite» se dejaba a la
prudencia del propio Alfau. El ministro indicó que la República
no estaba «en aptitud de satisfacer los gastos de una inmigración
numerosa», pero que podía reconocer como deuda nacional la
suma que el Gobierno español desembolsase, bajo una serie de
bases y condiciones a convenir. El enviado dominicano mantuvo
su primera entrevista con el ministro español de Estado, Calderón
Collantes, el 13 de julio, poco después de llegar a Madrid. En ella,
Alfau se había limitado a «insinuar, sin entrar en pormenores»,
el objeto de su misión, y el ministro le había manifestado que
tanto la reina como su Gobierno deseaban «vivamente que las
2
Ibídem, pp. 185-186.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
327
Repúblicas americanas» prosperasen a la sombra de sus propias
instituciones políticas. Además, aquellas, «y muy particularmente
Santo Domingo», debían persuadirse de que España cooperaría
«en la medida de sus facultades a conservar su independencia y a
asegurar su bienestar y progreso».3
El día 19 el agente del Gobierno dominicano se dirigió de
nuevo a Calderón para recordarle su promesa de celebrar con él
una nueva conferencia antes de marcharse a La Granja de San
Ildefonso, donde se encontraba la reina. Dada la urgencia del
caso, por la necesidad no ya de resolver, sino de «preparar siquiera el despacho de los negocios» que lo habían llevado a España,
Alfau solicitó al ministro que él mismo efectuara su presentación a la reina con la mayor brevedad posible. Por otra parte, le
pidió también que, en «lo tocante a las negociaciones», ambos
conviniesen «en sus bases», quedando los detalles a cargo de las
personas que designara Calderón, hasta su regreso del viaje que
este debía hacer por razones de salud. Para tratar de presionar al
ministro, Alfau le expresó el «íntimo convencimiento» que tenía
de que su encargo diplomático versaba sobre asuntos vitales para
la República Dominicana, «y acaso más aún para su antigua y muy
amada metrópoli».4
El 23 de julio, el enviado de la República en Madrid remitió
un despacho a Lavastida, acusando recibo del que acababa de recibir, fechado el 22 de junio, en el que el ministro de Relaciones
Exteriores le había informado de la llegada a Santo Domingo de
Cazneau, con credenciales del Gobierno estadounidense. Alfau,
quien ya conocía la noticia, confesó que la misma lo «traía algo
desasosegado y no poco caviloso», debido al recelo que debían
abrigar de que los Gobiernos europeos, amigos de la República
Dominicana, y muy particularmente el de España, interpretasen
la presencia de aquel en Santo Domingo, «llevados de engañosas apariencias y abultadas estas por Báez y consortes, como una
amenaza a sus intereses políticos en América», o incluso «como un
3
4
Ibídem, pp. 186-188 y 199.
AGN, RREE, leg. 13, expte. 3, Alfau-ministro de Estado, Madrid, 19 de julio
de 1859 (es copia).
328
Luis Alfonso Escolano Giménez
escudo» que buscaban «para poder hacer frente a la complicación
internacional provocada» por el conflicto consular, y «como una
muestra ostensible de simpatía hacia los yanquees». En consecuencia, y
teniendo además en cuenta que ni Santana, ni el propio Lavastida,
«ni los demás miembros del gabinete, ni el pueblo dominicano»
abrigaban «mira alguna favorable a las insidiosas aspiraciones de la
política» norteamericana, Alfau se atrevió a suplicar al ministro que
diera «largas a las negociaciones» que Cazneau estuviese encargado
de llevar a cabo, hasta que él viera claramente el resultado de las
que le habían sido encomendadas en Madrid.5
Es más, el agente de la República Dominicana llegó a asegurar
que no era siquiera posible imaginar que el Gobierno español firmase convenio alguno con el dominicano, y «mucho menos de la
índole» de los que él mismo estaba encargado de proponer y ajustar, si veía al ejecutivo de Santo Domingo entrar en tratos, aunque
fueran de paz y amistad, «con sus naturales enemigos». En tales
circunstancias, «el recelo de España sería natural, su desconfianza
fundada», y su disgusto completamente excusable. Por último,
Alfau apoyó sus afirmaciones con el argumento de «los sinsabores» que siempre habían producido a la República Dominicana
las gestiones de los Estados Unidos, sin olvidar que Báez y sus partidarios, «con el fin de medrar y ganarse las simpatías» de Francia,
España y Gran Bretaña, propalaban que tanto Santana como su
Gobierno servirían de instrumento para que los norteamericanos
se apoderasen de Samaná. En su respuesta al enviado dominicano
en Madrid, fechada el 22 de agosto de 1859, Lavastida le comunicó que todavía ignoraba el carácter diplomático de la misión
confiada a Cazneau, aunque se decía que había sido «nuevamente
acreditado para proponer la celebración de un tratado». Si ello
fuera cierto, el ministro señaló que tan solo podía atribuir el silencio de aquel al hecho de que hubiese «creído más conveniente reservar su pretensión» hasta después de ver el aspecto que tomaban
las cuestiones internacionales que tenía pendientes la República,
y sobre todo la provocada por los cónsules. A juicio de Lavastida,
5
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 204-205 (las cursivas son del
original, excepto las del término yanquees).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
329
quizás el agente de los Estados Unidos había supuesto que en
caso de algunas complicaciones con las potencias europeas podría «obtener el fin de su misión». Sin embargo, el ministro no
aclaró si en realidad Cazneau tenía motivos fundados para albergar
tal esperanza, sino que se limitó a concluir el asunto de forma un
tanto vaga, ya que nada seguro podía decir a Alfau con respecto a
ese particular. Lavastida recomendó a su agente que diese los pasos necesarios para que en los principales periódicos de España se
hablara «con frecuencia de la República Dominicana, haciéndola
mentar muy repetidas veces, para llamar la atención sobre ella, a fin
de crearle el nombre» que se merecía ante esos pueblos amigos.6
Resulta interesante constatar, en este sentido, que el periódico La América publicó un artículo sobre el asunto consular en el
que, a modo de introducción, se hacía referencia a la República
Dominicana como «un país muy poco conocido» entre los españoles, tanto «en su pasado como en sus condiciones presentes».
Según el periódico, dicho país tenía una gran importancia por
lo especial «de su posición geográfica, de la naturaleza de su población y de los nobles recuerdos de su antigua dependencia»
con respecto a España, recuerdos de tal significación que no los
compartía con ninguna otra de las antiguas posesiones españolas.
Acerca del incidente de los cónsules, La América consideraba que
por fortuna se trataba de una mera «cuestión de forma», y no «de
fondo», y antes de pasar a explicarla subrayó que lo que interesaba
a la publicación era «establecer con perfecta evidencia la importancia de las estrechas relaciones» entre España y la República
Dominicana, «por el influjo que esta alianza» había de ejercer en
la conservación de Cuba y Puerto Rico, «y en el respeto de la bandera española en los mares de occidente».7
Dada la imposibilidad de celebrar una nueva entrevista con
el ministro de Estado antes de que este partiese hacia La Granja
de San Ildefonso, Alfau envió a aquel lugar al secretario de la
legación dominicana en Madrid, Álvarez de Peralta, para que
6
7
Ibídem, pp. 201-205.
La América, año III, No. 12, Madrid, 24 de agosto de 1859, p. 1 (las cursivas
son de la revista).
330
Luis Alfonso Escolano Giménez
se reuniera con Calderón Collantes, de modo que el 28 de julio
ambos mantuvieron una conferencia en la que Peralta propuso al
Gobierno español lo siguiente:
a) Que por parte de España se otorgaría:
1.º Promesa solemne de conservar y ayudar a conservar la
independencia de la República, así como de asegurar la integridad de su territorio.
2.º Mediación de España con exclusión de cualquiera otra
potencia amiga, en las dificultades que puedan ocurrir entre la República y otras naciones, eso es, que sea S. M. C. el
único árbitro en los asuntos internacionales de la República.
3.º Intervención y protección de S. M. C. en cualquiera
eventualidad en que la independencia de la República, o la
integridad de su territorio puedan estar amenazadas.
4.º Que S. M. C. dé a la República los medios necesarios para
fortificar aquellos puntos marítimos que más exciten la codicia […], por ejemplo las bahías de Samaná y de Manzanillo,
así como el armamento que pueda necesitarse para guarnecer las plazas y puntos fortificados. Todo ello a título de pagar
la República su costo en los términos que se convengan […].
b) En cambio, por parte de la República Dominicana se
otorgaba:
1.º Promesa solemne a S. M. C. de no ajustar tratados de
alianza con ningún otro soberano o potencia.
2.º Hacer a España todas aquellas concesiones que puedan
servir de garantía material a los nuevos compromisos que
se contraen entre S. M. C. y la República, por ejemplo, un
astillero en Samaná.
3.º Concesión por tiempo determinado a España para que
explote las maderas que puedan necesitarse en el astillero
de Samaná.
4.º La República se compromete a no arrendar puertos o
bahías, y a no hacer concesiones temporales de terrenos,
bosques, minas y vías fluviales a ningún otro Gobierno, y
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
331
fiada en la hidalguía y buena fe de su antigua metrópoli,
aceptará todos los compromisos que S. M. C. tenga a bien
proponer.
5.º Por último, las sumas que hayan de abonarse por armamento, construcción de fortificaciones o por cualquiera
otro concepto, constituirá una deuda de la República con
España, deuda que no pagará intereses y que se amortizará en los términos que se convenga. Y para ello se tendrá
en cuenta, que aunque la República no tiene más que una
deuda interior de unos 400,000 pesos fuertes, su tesoro está
actualmente exhausto, por haber tenido que hacer frente a
una multitud de compromisos contraídos por las dos últimas administraciones.8
Si bien la mayor parte de estas propuestas venían estipuladas
por las instrucciones que Alfau había recibido, o se derivaban
directamente de ellas, existen algunas que no aparecían en las
mismas, o al menos no de una forma explícita, como en el caso
de los puntos tercero y cuarto del primer apartado, y los puntos
segundo, tercero y quinto del segundo apartado.
De la Gándara escribe que el ministro de Estado respondió
a los tres primeros puntos articulados como estipulaciones del
Gobierno español, que este deseaba favorecer a la República por
tener España un alto interés político en que aquella conservase
su independencia, y con respecto al cuarto punto, «no se llegó a
ninguna afirmación concreta y definitiva». Por lo que se refiere
a los compromisos que contraería la República Dominicana con
España, «solo se habló del relativo a la concesión de un astillero
en Samaná, oponiendo el ministro dificultades para aceptarlo».
Álvarez de Peralta informó a Alfau del resultado de su entrevista
con Calderón, y el emisario del Gobierno dominicano se dirigió
al ministro el 30 de julio, resumiendo el contenido de la misma.
En su despacho, aquel insistió en que el Gobierno español «resolviera de una vez y completamente sobre los puntos relativos a
8
José de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra de Santo Domingo [1884], facsímil de la 1.ª edición: Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos;
Editora de Santo Domingo, 1975, vol. I, pp. 115-117 (las cursivas son del
autor).
332
Luis Alfonso Escolano Giménez
garantía de independencia, integridad del territorio, mediación e
intervención», volvió a reclamar «recursos y medios para fortificar
los puntos marítimos de la República», y los demás aspectos de
la base número cuatro del primer apartado, razonando asimismo
«la conveniencia de que España aceptara» las números dos y tres
del segundo. Por otro lado, Alfau recordó a Calderón que no se
trataba de la primera vez que Santana había solicitado a España
«esa alianza íntima que a un tiempo garantizase a Santo Domingo
su independencia y la integridad de su territorio, y a España la
tranquila posesión de sus colonias» antillanas, y se remontó hasta las gestiones de 1846 y 1854, lamentando acto seguido que en
ninguna de ellas se hubiera logrado nada. Finalmente, el enviado
de la República Dominicana subrayó el afán de su presidente por
identificarla con España, en la seguridad de que «solo íntimamente unidas podían cada cual y juntas hacer frente a la invasión tenaz
y formidable de la raza angloamericana». Según De la Gándara,
esta nota «planteaba ya categóricamente la cuestión», al defender
«la necesidad de que entre España y Santo Domingo se estableciese una alianza» lo más estrecha posible.9
Debido a la ausencia del ministro de Estado, el 9 de agosto
Alfau se entrevistó con el general O’Donnell, presidente del
Consejo de Ministros, quien también se encargaba de forma interina de la cartera de Estado. El agente de la República Dominicana
enfatizó «lo mucho que importaba a los intereses internacionales»
de aquella y de España, así como a la política de ambos países, que
se procediera «a estudiar y convenir las bases de las negociaciones» objeto de su misión diplomática. O’Donnell se escudó en la
ausencia de Calderón para no «tomar sobre sí la responsabilidad»
de llegar a un acuerdo con Alfau en asuntos de tanta importancia, y pospuso la cuestión hasta final de mes, cuando el ministro
ya habría regresado a Madrid. En ese momento el Gobierno «se
ocuparía exclusivamente de los diferentes puntos» de la negociación propuesta por el ejecutivo de Santo Domingo a través de su
enviado. Este aprovechó la ocasión para hablar a O’Donnell de
las riquezas que encerraba el suelo de la República Dominicana,
9
Ibídem, pp. 117-118.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
333
llamar su atención acerca de la importancia de Santo Domingo
por la posición geográfica que ocupaba, y «ponerle al corriente
de los hombres y de las cosas» de aquel país, en particular «de
las tendencias y miras» de la administración de Santana. Alfau
consideraba todo ello necesario porque los enemigos de la misma
habían propagado el rumor de que «muy pronto estallaría una
revolución» en la República a favor de Báez, y que por lo tanto ningún Gobierno, «y mayormente el de España entraría en tratos de
importancia» con el dominicano, «si hubiese el menor asomo de
revolución próxima» allí. El agente diplomático estaba seguro de
que «precisamente por saber esto, y para hacer a su patria todo el
mal posible», Báez, con la ayuda de los franceses, procuraba «propalar esos falsos rumores creyendo, y no sin razón, que así lograría
dificultar la realización» de los planes del Gobierno dominicano.
De hecho, Alfau atribuía sobre todo a las «especies vertidas en los
periódicos», el que «el precavido» Gobierno español no hubiera «tomado con más calor (oficialmente hablando) y convenido
sin levantar mano las negociaciones» que él estaba encargado de
proponerle. No obstante, las noticias que se recibían de Santo
Domingo tanto en España como en otros países europeos eran
tranquilizadoras para los intereses del Gobierno de Santana y su
representante en Madrid, tal como le confirmó Lavastida en una
comunicación del 23 de septiembre. En ella, el ministro informó a
Alfau de lo que había ocurrido en la República Dominicana desde
el día 7 del mismo mes, resumiéndolo de forma muy expresiva
con estas palabras: «La facción de Azua murió en su cuna»,10 en
referencia a la fracasada intentona cuyo principal cabecilla fue
Matías de Vargas.
En respuesta a Lavastida, el representante del Gobierno
dominicano en Madrid reafirmó la idea de que el triunfo del
Gobierno sobre los revoltosos era una prueba de que el partido
de Báez no tenía raíces en el país. Además, Alfau volvió a mencionar el hecho de que en Europa «corría válida la voz de que en
breve» el ex presidente subiría de nuevo al poder, y añadió que
10
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 208-211 (las cursivas son del
autor).
334
Luis Alfonso Escolano Giménez
a ese rumor, que él había procurado desmentir, debía atribuirse
el empeño de Francia en desconocer la justicia que asistía a la
República Dominicana, «esperanzada acaso con las falaces promesas» de Báez.11
Alfau dirigió una nota al ministro español de Estado, fechada
el 19 de septiembre de 1859, en la que resumía el resultado de las
conferencias que había mantenido con él e insistía, sobre todo,
en la necesidad de concretar y determinar lo estipulado acerca
del cuarto punto. Siendo este uno de los que habían quedado
pendientes, el agente de la República Dominicana propuso a
Calderón las siguientes bases de convenio: el Gobierno dominicano necesitaba y pedía al español: 2,000 «carabinas Minié con
sus baleros»; 150,000 cápsulas correspondientes a dichas carabinas; 2,000 «correajes completos, con mochilas […]; doce piezas
de campaña del último modelo […], con sus correspondientes
cureñas y utensilios»; y por último 200 sables de caballería de la
fábrica de Toledo.12
Según Alfau, el Gobierno dominicano necesitaba este armamento para formar el núcleo de un Ejército permanente, y solicitó
que el coste del mismo fuese el de fábrica. Su transporte hasta
Santo Domingo correría por cuenta de la República Dominicana
desde cualquier puerto de España adonde el ejecutivo de Madrid
lo llevara, preferentemente Alicante o La Coruña. Con respecto
al punto relativo a la fortificación y artillamiento de Manzanillo
y Samaná, «puertos ambos muy cercanos a Cuba, y que a los intereses de España y Santo Domingo» importaba mucho «conservar
y asegurar», el diplomático dominicano alertó que en ninguno
de ellos había fortificaciones formales. Aquel se valió de tal circunstancia para subrayar la necesidad de estudiar dichos puntos y
pedir al Gobierno español que facilitase al de la República dos ingenieros que hicieran los planos y presupuestos de las obras. Una
vez hechos estos reconocimientos y presupuestos, el Gobierno dominicano pediría un préstamo a España para cubrir el importe total de los mismos, cuyo pago así como el de las armas y municiones
se haría del mismo modo: a razón de un 10% anual. Para hacer
11
12
AGN, RREE, leg. 13, expte. 3, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Madrid, 24 de octubre de 1859.
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, pp. 121-122.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
335
frente a sus compromisos financieros, la República Dominicana
hipotecaría, al pago de las sumas que resultasen de los mencionados convenios, «los bienes nacionales, consistentes en fincas urbanas y rústicas», y el 10% de las rentas de aduanas, advirtiendo en
este sentido que los únicos puertos de importación y exportación
eran Santo Domingo y Puerto Plata. Alfau también pedía en su escrito «mayores facilidades para la emigración» e indicó, de forma
un tanto vaga, algo «sobre los compromisos que gustosamente»
habría contraído el Gobierno dominicano con el español, pero
no tomados en cuenta por este. Sin embargo, sobre lo que insistió
de un modo más tenaz y resuelto fue acerca del cuarto punto,
según De la Gándara porque en esas pretensiones «se cifraba el
interés esencial que Santana perseguía al anudar y activar estos
tratos» con España, y que según dicho autor se reducía a que esta
lo ayudara para mantenerse en el poder.13
La respuesta de Calderón se limitó a expresar su confianza
en que Alfau se hubiese convencido de cuán grande era el deseo
que tenía España de que se consolidara la independencia de la
República Dominicana y se desarrollaran su prosperidad y bienestar. No obstante, el ministro añadió ya al final de su despacho que
tan pronto como se hubiesen restablecido las relaciones entre ambos países, el agente dominicano sería «reconocido oficialmente»,
y recibiría «por escrito una respuesta» satisfactoria a las demandas
que estaba encargado de presentar al Gobierno español. El texto
en cursiva se encuentra en la copia que envió el secretario de la
legación dominicana en Madrid, Álvarez de Peralta, al ministro
dominicano de Relaciones Exteriores, a la que adjuntó una serie
de advertencias, entre ellas una referente a esas palabras. Peralta
las interpretaba como «una promesa formal y escrita de que próximamente» se elevarían «a convenios auténticos las negociaciones
estipuladas», que por el momento no habían tenido un carácter
oficial. De dichas negociaciones se mantenía informado al propio
Lavastida privadamente, excepto de una que se había llevado a
cabo de forma extraoficial, relativa al tratado consular.14
13
14
Ibídem, pp. 117 y 122-123.
AGN, RREE, leg. 13, expte. 3, Calderón Collantes-Alfau, Madrid, 24 de octubre de 1859. Las advertencias de Álvarez Peralta están fechadas el 25-X-1859
(es copia; las cursivas son del original).
336
Luis Alfonso Escolano Giménez
En efecto, Alfau había comunicado en septiembre al ministro de
Estado su condición de plenipotenciario para ajustar con España
un convenio consular que fijara «con claridad los derechos, atribuciones, privilegios, prerrogativas e inmunidades de los respectivos
agentes consulares». Todo ello con el fin de «conseguir la más amplia protección de los súbditos de ambos Estados en sus personas e
intereses». La Dirección Comercial del Ministerio de Estado emitió un informe en el que se consideraba conveniente entablar la
negociación que deseaba iniciar el representante de la República
Dominicana. En opinión de su autor, Díaz del Moral, el convenio
consular que constituía el objeto de la misma «podría servir de
norma, una vez ajustado, para negociar otros análogos» con las
demás Repúblicas hispanoamericanas, que regularizasen la situación de los cónsules de España en aquellos países. Además, sobre
este particular se aseguraba que la mayor parte de los Gobiernos
americanos no reconocían «reglas fijas y uniformes» que evitaran
la ocasión de conflictos. Por estos motivos parecía «conveniente
aprovechar todos los medios» que se ofrecieran para introducir
en América la jurisprudencia que observaba el Ministerio español
de Estado en lo relativo a consulados. De hecho, Díaz del Moral
redactó incluso un proyecto de tratado que sometió a la aprobación del ministro, con el fin de que, en su caso, le fuese remitido a
Alfau para que manifestara al respecto lo que estimase oportuno.15
El 23 de octubre de 1859, el ministro dominicano de Relaciones
Exteriores escribió a Alfau que el Gobierno de la República había aceptado el ofrecimiento de ayuda hecho por el de España
«en todas sus condiciones», y le manifestó la esperanza de aquel
«por las buenas disposiciones» que mostraba el ejecutivo español. Lavastida expresó también su deseo de que se aprovechara
«la ocasión tan favorable» que se presentaba «para estrechar» las
relaciones entre la República Dominicana y España, y se refirió al
nombramiento del general Serrano como gobernador de Cuba,
15
AMAE, fondo «Tratados», subfondo «Proyectos de tratados bilaterales»,
serie «República Dominicana», subserie «Consulares», leg. TR 456-002,
Alfau-ministro de Estado, Madrid, 21 de septiembre de 1859; Informe de
la Dirección Comercial del Ministerio de Estado, Madrid, 13 de octubre de
1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
337
del que bastaban «sus honrosos precedentes» para felicitarse «por
la adquisición de un buen vecino y amigo». El ministro no dejó de
recordar a Alfau que entre sus encargos estaba el de hacer llegar a
Santo Domingo «algunos sargentos instructores para el Ejército»,
y le recomendó que «valiéndose de la introducción» que tenía con
Serrano, acordase con este el envío de cuatro sargentos retirados
del Ejército de Cuba o Puerto Rico. Asimismo, Lavastida le reiteró
«el pensamiento de una inmigración española protegida por ese
Gobierno», que tanto interesaba a la República Dominicana como
a España, por razones de alta conveniencia que sin embargo no
precisó. Por último, el ministro mencionó que Cazneau, después
de su gestión sobre el asunto de la goleta Charles Hill, se había
quedado quieto, sin que hasta ese momento hubiera dado ningún
paso más cerca del Gobierno dominicano, aunque seguía viviendo
en su quinta de San Carlos, a las afueras de Santo Domingo.16
Pocos días más tarde, Alfau, por su parte, se dirigió a Lavastida
para informarle del resultado de una entrevista que había mantenido con el ministro español de Estado, el 6 de noviembre. En
ella, este aseguró al enviado del Gobierno dominicano que, dejando aparte el conflicto suscitado por los cónsules, todas las demás
negociaciones comprendidas en su misión oficial estaban aceptadas por el ejecutivo de Madrid. De hecho, Calderón Collantes
añadió que tan pronto como «se allanase la dificultad consular»,
se haría entre ambos «el cambio de notas, para el caso, con las formalidades de costumbre», requisito previo para la presentación
de las credenciales de Alfau.17
No obstante, Alfau tuvo que esperar aún hasta el 14 de febrero
de 1860 para ser recibido por la reina, en su calidad de enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de la República
Dominicana en Madrid. Mientras tanto, Alfau desarrolló una
intensa actividad, como se deduce de la correspondencia que
mantenía con Lavastida. Así, el 24 de noviembre este le indicó su
satisfacción por las buenas disposiciones del Gobierno español en
16
17
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 211-213.
AGN, RREE, leg. 13, expte. 3, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Madrid, 9 de noviembre de 1859.
338
Luis Alfonso Escolano Giménez
favor del dominicano, pese a lo cual no dejó de transmitirle «la
pena» del mismo por el hecho de que todavía no se lo hubiera admitido como representante oficial de la República. En su despacho,
el ministro se refirió también a una información que había hecho
llegar Alfau al vicepresidente, respecto a la posibilidad de contratar
algunos trabajadores con destino a Santo Domingo. En ese sentido,
Lavastida lo autorizó para que contratase «veinte individuos de diferentes artes y oficios, entre ellos algunos carpinteros de ribera», que
tanto se necesitaban en el país como consecuencia del progreso
de su Marina mercante, debido a la prohibición de que los buques
extranjeros cargaran en las costas dominicanas. Responder a las diversas proposiciones que le llegaban también formaba parte de las
actividades del agente de la República Dominicana en Madrid, que
recibió por ejemplo una carta de Alejandro Mogilnicki, ofreciéndose a establecer en aquel país «el ramo de Correo y Postas con la misma perfección» con que funcionaba en la península ibérica. A fin
de obtener dicho encargo, Mogilnicki solicitó «la inmediata y eficaz
protección» de Alfau, así como su mediación ante el Gobierno de la
República Dominicana, con la que esperaba obtener un resultado
favorable para sus aspiraciones. A Alfau también le fue propuesto
el establecimiento de un colegio en Santo Domingo, asunto sobre
el que pensaba interrogar personalmente al individuo que le había enviado el proyecto, por su utilidad e interés, a fin de saber
los elementos con que contaba para llevarlo a cabo, así como las
exigencias que para el caso haría a la República Dominicana. En
cualquier caso, como dicho proyecto, «por su vastísima importancia, […] exigiría algunos sacrificios permanentes» que él no estaba
autorizado a ofrecer, solicitó al ministro de Relaciones Exteriores
que el Gobierno dominicano le facilitase con toda premura las instrucciones convenientes para la resolución del mismo.18
En una comunicación dirigida a Lavastida, el representante de
la República en España le informó de que ya había «comenzado
a dar los pasos necesarios para la contratación» de los maestros
de oficios que el ministro le había indicado. Una de las primeras
personas contratadas por Alfau fue Antonio Martínez del Romero,
18
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 225-226, 233-334 y 287.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
339
quien aceptó el sueldo mensual de 50 pesos fuertes. Por otra parte,
el Gobierno dominicano aprobó la intención de su agente en
Madrid de fletar un buque en el puerto de Alicante para llevar a
Santo Domingo «el armamento y otros efectos de la República».
Al acusar recibo de esa comunicación del ministro de Relaciones
Exteriores, Alfau le señaló también que el mismo barco transportaría «en calidad de pasajeros inmigrantes algunos individuos,
maestros y oficiales de artes y oficios».19 A tal fin se encontraba en
tratos con un armador de ese puerto, «que pedía 35 pesos fuertes
por pasajero, siendo los objetos medidos por toneladas, para calcular el precio de su transporte». En su opinión, se podría pagar
al armador el importe de todo con madera de caoba, al precio que
esta tuviese en el mercado dominicano cuando el buque llegara a
Santo Domingo.20
El 9 de junio, Alfau remitió un extenso despacho al nuevo ministro dominicano de Relaciones Exteriores, Pedro Ricart y Torres,
a quien informó de la marcha de las negociaciones pendientes
con el Gobierno español. Estas se habían visto interrumpidas, o
cuando menos ralentizadas, en primer lugar cuando Francia e
Inglaterra procuraron, con motivo del conflicto consular, que
la República se malquistara con España. Poco después había estallado la guerra con Marruecos, y tras firmarse la paz con ese
país «estuvo a punto de encenderse la guerra civil», debido a la
sublevación del general Ortega. A todo ello había que añadir la
situación política de Europa, por lo que se comprendía que por
fuerza las negociaciones no hubiesen podido llevarse a cabo con
la prontitud apetecible, aparte de que, «aun sin esos estorbos, los
asuntos diplomáticos, por lo general, exigen tiempo para encaminarlos a buen fin y paciencia para su logro». Después de este largo
preámbulo, el representante de la República Dominicana por fin
19
20
AGN, RREE, leg. 14, expte. 12, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Madrid, 8 de enero y 26 de mayo de 1860.
Mª. M. Guerrero Cano, «Expediciones a Santo Domingo. El fracaso de un
proyecto de colonización (1860-1862)», en Mª. M. Guerrero Cano, Sociedad,
política e Iglesia en el Santo Domingo colonial 1861-1865, Academia Dominicana
de la Historia, vol. LXXXVII, Santo Domingo, Editora Búho, 2010, pp. 285318; véase p. 293.
340
Luis Alfonso Escolano Giménez
anunció a Ricart que a finales de junio iba a salir de Cádiz un
buque español, que llevaría a Santo Domingo «parte del material de
guerra» que se le había pedido, varios oficiales para la instrucción
del Ejército dominicano, así como los maestros de oficios y artesanos que había contratado. Lo más importante era que este barco
había sido puesto a su disposición por el Gobierno español de forma gratuita, de modo que el Gobierno dominicano solo tendría
que abonar al comandante del mismo los gastos de manutención
de la gente que enviaba. En este sentido, Alfau recomendó que
el pago de dicha cantidad se hiciera inmediatamente efectivo a
la llegada del buque. Dado que no disponía de fondos suficientes
para hacer un anticipo a las personas contratadas por él, había
acudido al Gobierno español para que le proporcionase «algún
dinero a título de préstamo», suma que intentaría incluir como
parte de la deuda que la República Dominicana iba a contraer con
España. Por otro lado, el sueldo de los oficiales sería pagado por
las cajas reales de La Habana, también como un anticipo que hacía el Gobierno español al dominicano. En último lugar, el agente
manifestó al ministro que «estas promesas y ofrecimientos por su
naturaleza y alcance político» exigían «la mayor reserva y sigilo»
por parte de la República. De hecho, Alfau le aseguró que tenía
fundados motivos para sospechar que Francia y Gran Bretaña daban pasos con el fin de «saber a punto fijo» cuál era el objeto de
su misión en Madrid, y cuáles las disposiciones de España hacia la
República Dominicana. Por todo ello, era absolutamente necesario
para el éxito de las negociaciones que se le habían encomendado
que «ni el pueblo, ni los agentes extranjeros» supieran «nada de
fijo acerca de los pasos» que él estaba dando allí, ni mucho menos
de las concesiones que España hacía a la República. Entre dichas
concesiones, algunas de las más considerables fueron sin duda las
cantidades de dinero prestadas a Alfau. Este informó a Ricart de
que el ejecutivo de Madrid le había entregado 2,000 pesos fuertes,
«a título de devolución», para atender a los gastos que se originarían con el envío de los maestros, artesanos y oficiales del Ejército
español que marchaban a Santo Domingo.21
21
AGN, RREE, leg. 14, expte. 12, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Madrid, 9 y 26 de junio de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
341
En efecto, con objeto de facilitar el transporte de estos, en
junio de 1860 se adelantaron al representante del Gobierno dominicano 40,000 reales, cantidad de la que se remitió un recibo
al agente de España en Santo Domingo, quien debía archivarlo
en el consulado para que en su día pudiera «reclamarse de ese
Gobierno el reembolso» de la misma. En enero de 1861 se repitió la operación, por lo que se hizo llegar al cónsul Álvarez otro
recibo, también por un importe de 40,000 reales, que se habían
anticipado a Alfau con idéntico fin, suma que sería reintegrada
por el Ministerio de Hacienda de la República Dominicana cuando el Gobierno español así lo requiriese. Por lo que respecta al
material bélico, compuesto de las piezas de artillería, municiones,
armas y demás pertrechos de guerra destinados a la República
Dominicana, su importe total ascendió a 271,500 reales con 80
céntimos, que el agente de España en Santo Domingo reclamaría
en su momento al Gobierno de aquel país.22 De este modo, la suma
total adeudada por la República Dominicana a España, por los
mencionados conceptos, era de 351,500 reales con 80 céntimos.
Por otro lado, en una comunicación dirigida al ministro de
Relaciones Exteriores, Alfau se refirió de nuevo al asunto de los
instructores militares, asegurándole que eran varios y de todas las
ramas los oficiales que se disponían a ir a la República, y precisó
que tres de ellos saldrían ya a primeros de julio de Cádiz. Según
el representante dominicano en Madrid «muchos más irían» en
ese mismo viaje, si el plazo no fuese demasiado corto para cumplimentar todos los trámites burocráticos necesarios a tal fin. No
obstante, aquel comunicó a Ricart que otro buque zarparía a mediados de dicho mes con un buen número de oficiales a bordo.
Además, el Gobierno español había acordado con él dar órdenes
al capitán general de Cuba para que facilitase al Gobierno de la
República todo cuanto le fuera necesario para la instrucción de su
Ejército, y lo mismo se iba a ordenar a Echagüe, quien acababa de
ser nombrado capitán general de Puerto Rico. Dos días más tarde,
22
AGA, AAEE, 54/5224, No. 9, Calderón Collantes-cónsul de España en Santo
Domingo, Madrid, 27 de junio de 1860; y Comyn-cónsul de España en Santo
Domingo, Madrid, Zaragoza, 7 de octubre de 1860; No. 10, Comyn-cónsul de
España en Santo Domingo, Madrid, 15 de enero de 1861.
342
Luis Alfonso Escolano Giménez
Alfau volvió a abordar otra vez una cuestión que resultaba no
poco embarazosa para España, cuyo ejecutivo, por convenir así a
su política internacional, deseaba «no herir la vidriosa susceptibilidad de las dos potencias» que habían intervenido en los negocios
políticos de Santo Domingo. Por todo ello quería, y hasta cierto
punto era una condición que le había impuesto, «que ni oficial
ni privadamente» se dijera que el Gobierno español prestaba a la
República auxilios de guerra y le facilitaba oficiales de su Ejército
para la creación e instrucción del dominicano. Convenía, pues, a
las «ulteriores negociaciones» de la República Dominicana con
España que corriese la voz de que, en primer lugar, el material de
guerra que se enviaba había sido comprado por el propio Alfau
en fábricas españolas, y en segundo, que los oficiales que iban y
seguirían yendo en adelante a Santo Domingo, lo hacían «motu
propio, en virtud de convenios celebrados» entre ellos y el agente
dominicano en Madrid.23
Algunos de los oficiales que solicitaron un año de licencia para
pasar a la isla de Santo Domingo lo hicieron «con objeto de arreglar asuntos propios», según la fórmula utilizada en al menos tres
casos: los del capitán de Caballería Miguel Pastorfido, el teniente
de la misma arma Saturio Andrade, y el teniente de Infantería
Ramón de Mur.24
Antes que aquellos, llegaron a la República Dominicana los
tres oficiales anunciados por Alfau, junto a los componentes del
primer grupo que viajó a bordo del vapor Velasco, entre los cuales
algunos «iban para trabajar a sueldo del Gobierno» dominicano,
mientras que los demás «especularían por su cuenta y riesgo en
los oficios que conocían». A pesar de ello, el representante de la
República en Madrid consideraba que «sería conveniente dar a algunos una ayuda, hasta que lograran establecerse honradamente».
El ya mencionado Martínez del Romero ejerció como jefe durante
la travesía. Con respecto a los instructores militares que formaban
23
24
AGN, RREE, leg. 14, expte. 12, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Madrid, 23 y 25 de junio de 1860.
AMAE, H 2057, subsecretario del Ministerio de Guerra-ministro de Estado,
Madrid, 22 y 27 de agosto de 1860. Se trata de los traslados de las distintas
licencias otorgadas por el ministro de Guerra.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
343
parte del contingente, se trataba del comandante primer jefe de
batallón Francisco Catalá, y de los capitanes José María Gafas y
Federico Llinás, todos ellos oficiales de Infantería. Puesto que
«cada uno llevaba cobrada una paga de adelanto y posteriormente cobrarían el sueldo que les correspondiera por su empleo» de
las cajas de La Habana, «el Gobierno dominicano solo tendría
que abonarles la diferencia hasta el empleo superior inmediato
que se les había concedido». El armamento que fue en el buque
eran algunas cajas de fusiles de percusión, piezas de artillería de
montaña y piezas de repuesto. El 7 de julio Alfau envió al ministro
de Relaciones Exteriores la lista de emigrantes, así como algunos
contratos que había firmado con varios operarios, y una nota de
los anticipos hechos a los colonos. El Velasco zarpó por fin el 10 de
julio del puerto de Cádiz, y en esos momentos el agente dominicano ya estaba preparando el envío de un segundo contingente de
colonos y militares, que iría en otro vapor de la Armada española,
el Princesa de Asturias.25
La relación de los civiles que se embarcaron en el Velasco da
una idea aproximada del carácter de esta emigración, formada
por 41 hombres y 17 mujeres, esposas de algunos de los anteriores, excepto en dos casos. El resto eran los hijos de aquellos y un
individuo del que no se facilitaba ningún dato, hasta completar la
cifra de 78 personas, si bien la suma total que aparece consignada
en la lista es de 80, quizás por algún error a la hora de realizar
el cálculo.26 No obstante, Mariano Álvarez, cónsul de España en
Santo Domingo, señaló que el Velasco había arribado a dicho puerto el 28 de julio de 1860, con 85 individuos de ambos sexos a bordo, «entre ellos varios oficiales del Ejército español», que eran los
tres ya mencionados, más el hermano de uno de ellos, así como
285 fusiles.27 Todavía quedaba pendiente de remitirse a Santo
Domingo una buena parte del material de guerra, por ejemplo
25
26
27
Mª. M. Guerrero Cano, «Expediciones a Santo Domingo...», pp. 294-295.
AGN, RREE, leg. 14, expte. 12, Alfau-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Cádiz, 7 de julio de 1860.
Archivo General de Indias, Sevilla, leg. Cuba 2266 (en adelante: AGI, Cuba
2266), pieza No. 1, doc. No. 32, Álvarez-gobernador de Cuba, Santo Domingo,
28 de julio de 1860.
344
Luis Alfonso Escolano Giménez
«seis obuses lisos de montaña con su correspondiente material»,
otros 715 fusiles y una remesa de 500 carabinas rayadas, para completar así el número de 1,000, según establecía la real disposición
del 23 de mayo de 1860.28
Dado que finalmente la segunda expedición se retrasó, la misma no salió de Cádiz hasta el 31 de enero de 1861 a bordo de la
urca Santa María, facilitada también por el Gobierno español.29
De acuerdo con un despacho dirigido al gobernador de Cuba por
Gómez Molinero, el vicecónsul de España en la capital dominicana, este grupo, que estaba integrado por 111 emigrantes en total,
junto a cuatro oficiales del Ejército español, desembarcó en Santo
Domingo el 9 de marzo.30
Álvarez de Peralta, el secretario de la legación dominicana
en España, se dirigió el 24 de octubre de 1860 al ministro de
Relaciones Exteriores de la República para informarle de la marcha de las negociaciones con el ejecutivo de Madrid. Peralta, que
actuaba en nombre de Alfau debido a la ausencia de este, se había
presentado en el Ministerio de Guerra «para activar el despacho
de los negocios militares aún pendientes de resolución definitiva». Allí había conseguido que fueran nombrados en comisión
de servicio los oficiales de Infantería y Caballería que debían ir
a Santo Domingo para la organización e instrucción del Ejército
dominicano. El secretario subrayó acto seguido que el resultado
de las negociaciones en curso, pese a ser «tan provechoso para la
República», no podía ser completo todavía, a causa del cúmulo
de negocios que pesaba sobre el Gobierno español. Este se veía
obligado a fijar su atención no solo en la política europea, sino
también en los desmanes que se estaban cometiendo contra sus
súbditos en México y Venezuela. Por último, Peralta hizo hincapié
en que el ejecutivo de Madrid estaba persuadido de lo mucho que
importaba a los intereses de España favorecer a la República, y
aseguró que las pruebas materiales que daba para demostrar sus
28
29
30
AGA, AAEE, 54/5224, No. 9, Comyn-cónsul de España en Santo Domingo,
Madrid, 2 de julio de 1860.
Mª. M. Guerrero Cano, «Expediciones a Santo Domingo...», p. 297.
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 30, Gómez Molinero-gobernador de
Cuba, Santo Domingo, 10 de marzo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
345
buenos deseos eran «una garantía de lo que más adelante» haría
«en obsequio de Santo Domingo». En otra de sus comunicaciones
al ministro de Relaciones Exteriores, el secretario de la legación
dominicana anunció el hecho de que el coronel Francisco Fort,
quien había participado durante la guerra de África en la toma
de Tetuán, al mando de los voluntarios catalanes, marchó en
septiembre a la República Dominicana como instructor militar.31
Poco más tarde, en noviembre, un numeroso grupo de oficiales fue autorizado a pasar a Santo Domingo, «de conformidad
con lo estipulado verbalmente» entre el Gobierno español y la
legación de la República en Madrid. Se trataba en total de dos
capitanes, siete tenientes y tres alféreces de Caballería, y cuatro
tenientes de Infantería. Ya en el campo de sus competencias más
estrictas, Alfau indicó a Ricart en una comunicación fechada el
2 de julio de 1860, que con objeto de multiplicar las relaciones
de la República «con todos los puertos de España», y garantizar
en ellos los intereses dominicanos, según fueran desarrollándose,
había llegado el momento de proceder al nombramiento de los
cónsules y vicecónsules que se necesitaban en dichos puertos. A
este respecto, Rodríguez Demorizi considera que tales designaciones de cónsules dominicanos eran «testimonios de que la idea de
la anexión no había aflorado aún».32
A pesar de ello, resulta cuando menos sorprendente que en
fechas tan próximas a proclamarse la anexión de Santo Domingo
a España, Alfau continuara actuando como si las circunstancias
de su misión no hubiesen cambiado en absoluto. Por lo tanto,
cabe preguntarse hasta qué punto estaba informado aquel de los
pasos que se habían dado y se iban a dar en la isla, por parte de
los Gobiernos dominicano y español, aunque por supuesto tratase
además de mantener una apariencia de normalidad en sus funciones para no acentuar las sospechas de los representantes de
Francia y Gran Bretaña.
31
32
AGN, RREE, leg. 14, expte. 12, Álvarez de Peralta-ministro de Relaciones
Exteriores de la República Dominicana, 21 de septiembre y 24 de octubre
de 1860.
E. Rodríguez Demorizi, Documentos... vol. IV, pp. 318-321 y 277-280; véase la
nota No. 7 en la p. 280.
346
Luis Alfonso Escolano Giménez
En definitiva, puede afirmarse que la misión confiada a Alfau
se vio finalmente sobrepasada por los acontecimientos que, al
mismo tiempo, estaban teniendo lugar en Santo Domingo. Con
ellos se ponía fin a una misión diplomática, y a la actuación de
Alfau en su calidad de jefe de la misma, que si bien no alcanzó
el resultado planteado en un primer momento por el propio
Gobierno dominicano, ni por su agente en Madrid, había supuesto el comienzo de un acercamiento cada vez más intenso entre
la República Dominicana y España. En efecto, las posibilidades
de que se hubiera producido la anexión habrían sido considerablemente menores en caso de que las gestiones de Alfau no
hubiesen encontrado una acogida tan favorable por parte de las
autoridades españolas. La presión de la coyuntura internacional,
en particular la permanente amenaza haitiana, pero sin olvidar la
de los norteamericanos, fue hábilmente utilizada por el ejecutivo
de Santo Domingo. Sin duda, esta contribuyó en gran medida a
alterar el desenlace del proceso negociador llevado a cabo por
Alfau en Madrid, y sobre todo como consecuencia de la actuación
desarrollada paralelamente en La Habana por Ricart y Serrano.
2. ACTITUD FRANCO-BRITÁNICA ANTE LA CRECIENTE INFLUENCIA
DE ESPAÑA EN LA REPÚBLICA DOMINICANA
Los cónsules de Francia y Gran Bretaña en Santo Domingo,
Saint André y Hood, habían venido considerando necesario el
establecimiento de un protectorado europeo sobre la República
Dominicana desde tiempo atrás, ya que ni siquiera una paz definitiva con Haití serviría, en su opinión, para remediar el estado
deplorable en que se encontraba el país.33
Sin embargo, lo cierto es que cuando Santana comenzó a dar
las primeras muestras de su preferencia por España a la hora de
convertir en realidad dicho proyecto, la reacción del agente de
Gran Bretaña ante tal posibilidad no se hizo esperar. De hecho,
33
AMAEE París, Correspondance politique, République Dominicaine, vol. No. 9,
Saint André-Walewski, Santo Domingo, 7 de febrero de 1859.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
347
cuando el Gobierno dominicano decidió saludar con veintiún
cañonazos la bandera de España, «con motivo de la victoria conseguida por las armas españolas en Tetuán»,34 Hood se apresuró
a informar de ello al secretario del Foreign Office, lord Russell,
y calificó este acto como algo insólito, adornado con favorables
expresiones de simpatía por la madre patria. A juicio del diplomático, se trataba de una prueba evidente de la vuelta del ejecutivo de Santo Domingo a una disposición más amistosa hacia las
naciones europeas. Hood le comunicó además que el presidente
Santana había dirigido una carta de felicitación a la reina de
España con el mismo motivo. Por último, aquel preguntó Russell
si, dado que tanto Gran Bretaña como Francia tenían la calidad de nación más favorecida por sus respectivos tratados con
la República Dominicana, debía requerir del Gobierno de esta
parecidas muestras de regocijo en el futuro, con ocasión de las
victorias que obtuviese el Ejército británico. El representante de
Gran Bretaña señaló que su colega francés también había consultado esta cuestión a su Gobierno. Por supuesto, el Foreign
Office consideró ridículo exigir a un Estado neutral que se alegrara por los triunfos de otro país en la guerra,35 ya que la insensatez de semejante planteamiento no podía pasar inadvertida en
Londres. Este asunto, aunque anecdótico en apariencia, da una
idea del grado que habían alcanzado los recelos hacia España,
sobre todo por parte de Hood, quien se escudaba a menudo en
Saint André, como hizo en este caso, para justificar una actitud
a todas luces absurda.
Por su parte, el cónsul de España en Santo Domingo, Mariano
Álvarez, subrayó con el mayor énfasis la importancia del hecho en
su respuesta a una nota de Pedro Ricart, ministro de Relaciones
Exteriores de la República, y le indicó que comunicaría inmediatamente al ministro de Estado la «prueba espontánea de españolismo» que el Gobierno dominicano había dado en esos momentos a la madre patria. Es más, el cónsul aseguró que toda la nación
34
35
AGA, AAEE, 54/5225, No. 6, Ricart y Torres-cónsul de España en Santo Domingo,
6 de marzo de 1860.
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 12 de marzo de 1860.
348
Luis Alfonso Escolano Giménez
española, cuando tuviese conocimiento de «tan grande demostración»,
la aplaudiría con júbilo, al ver que cada día se estrechaban «más y
más sus relaciones con sus antiguos hijos».36
Por si esto no hubiera sido suficiente, al poco tiempo, cuando
llegaron a la capital dominicana las noticias de las nuevas victorias alcanzadas por las tropas españolas en África, y de los preliminares de paz que se habían ajustado como consecuencia de
esos triunfos, el ministro de Relaciones Exteriores volvió a felicitar
a Álvarez. Ricart le aseguró que Santo Domingo, «nación libre y
soberana», tomaba una parte tan viva en todo lo que contribuyese
«al engrandecimiento y gloria de la España, como cuando no era
más que una de sus más fieles colonias».37
El tono entusiasta de estas palabras no dejaba lugar a dudas
acerca del estado en el que se encontraban las relaciones hispanodominicanas. Así se deduce igualmente del contenido de un
despacho que dirigió el agente de España en Santo Domingo
al ministro de Estado, Saturnino Calderón Collantes, en el que
aparte de transmitir la felicitación del Gobierno de la República
al de España, le indicó que «tan sinceras muestras de adhesión
y simpatía» aumentaban cada vez más. Según Álvarez, el motivo
de aquellas era la esperanza que tenían en que el ejecutivo de
Madrid les prestase su «ayuda y protección», un espíritu que el
diplomático procuraba sostener, por considerarlo muy «favorable
a los intereses españoles en las Antillas».38
En tales circunstancias Hood se sintió alarmado, y tras reiterar al secretario del Foreign Office que el cambio operado en la
política del Gobierno dominicano hacia los Estados Unidos no
podía verse como permanente, debido a la situación en la que se
encontraba la República, le recordó la necesidad de un protectorado europeo sobre la misma. Aunque el representante de Gran
Bretaña ya se la había señalado a Russell en una comunicación
del 6 de febrero, no había mencionado que tanto él mismo como
36
37
38
AGN, RREE, leg. 14, expte. 5, Álvarez-ministro de Relaciones Exteriores de la
República Dominicana, Santo Domingo, 6 de marzo de 1860.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 6, Ricart y Torres-cónsul de España en Santo
Domingo, 23 de abril de 1860.
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de mayo de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
349
su colega francés pensaban que España podría estar dispuesta a
ejercer ese protectorado. Dicha opinión, que se fundaba en la
conducta observada por los agentes españoles, era todavía demasiado vaga para haber informado entonces acerca de ella, pero
como aparentemente las circunstancias tendían a confirmar ese
extremo, los dos cónsules creyeron que debían comunicarlo sin
demora a sus respectivos Gobiernos. Acto seguido, Hood subrayó que podría parecer que existía un obstáculo insuperable en el
hecho de que la esclavitud estuviera prohibida en la isla de Santo
Domingo. Sin embargo, no había duda de que, a ojos de España,
cualquier eventualidad derivada de la condición anómala de una
colonia libre situada entre, y casi a la vista de, dos colonias esclavistas importantes, sería preferible a las seguras consecuencias de una
ocupación norteamericana de la isla, o incluso de una anexión de
la República Dominicana a Haití. Es más, según el agente de Gran
Bretaña, al parecer la idea de recuperar esta antigua colonia no
era nueva, puesto que el tratado dominicoespañol contenía una
cláusula en la cual España expresaba su esperanza de que ninguna parte del territorio dominicano pasase nunca a manos de raza
extranjera alguna. No obstante, todos los diplomáticos españoles,
actuando sin duda de acuerdo con las instrucciones, o al menos
la inspiración, de su Gobierno, parecían haber trabajado bajo la
impresión de que semejante proyecto sería inaceptable para los
ejecutivos de Londres y París, lo que explicaría hasta cierto punto su enorme reserva. Dado que los últimos informes de Hood y
Saint André eran en apariencia muy contradictorios, y para evitar
que los mismos llevaran a sus Gobiernos a conclusiones erróneas,
ambos consideraron necesario reiterar la opinión que ya habían
expresado con respecto al protectorado europeo, y manifestar
que en esos momentos lo veían igual de urgente.39
En este despacho no se aprecia, al menos de forma explícita, oposición alguna por parte de los representantes de Francia y
Gran Bretaña a la posibilidad de un protectorado español sobre la
República Dominicana. La misma impresión se extrae también de
39
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 4 de abril de 1860 (el adjetivo «extranjera» aparece subrayado en el original).
350
Luis Alfonso Escolano Giménez
otra comunicación remitida al Foreign Office por Hood, en la que
este adujo como prueba de la nueva política del Gobierno dominicano hacia los norteamericanos, el rechazo de la tentadora oferta
de un gran préstamo que aquellos le habían ofrecido, a cambio
de ciertos privilegios en minas y navegación. El cónsul señaló una
vez más que si bien esa conducta parecía indicar un cambio tan
completo como para creer que sería permanente, no se podía
confiar en ello debido a la pobreza del país, que estaba muy endeudado, no tenía crédito ni comercio y le hacía falta dinero, y la
única mano que ofrecía algo era una que prestaba para quedarse
todo en el futuro. Por esta razón, Hood volvió a advertir de que
llegaría la hora en que la necesidad, o la esperanza de sórdidas
ganancias, acabarían conduciendo a los dominicanos a cometer
un acto contra la independencia de la República. Esta fuerte convicción era la que había inducido a Saint André y al propio Hood
a insistir en sus opiniones, ya expresadas anteriormente, relativas
a la conveniencia de un protectorado. Además, los dos agentes
tenían razones para pensar que el Gobierno español, en esos
momentos, se encontraba recopilando datos que demostrasen la
utilidad y la necesidad de poseer la isla de Santo Domingo para la
preservación de Cuba y Puerto Rico. Por ello, ambos diplomáticos
decidieron comunicar una sospecha que albergaban desde hacía
mucho tiempo, pero de la que hasta entonces no habían tenido
pruebas suficientes, en el sentido de que España estaba dispuesta
a aceptar el protectorado sobre la República Dominicana. Al final
de su escrito, Hood indicó que un proyecto semejante, en caso de
poder llevarse a cabo, sería de lo más ventajoso, aunque el mismo
no resultara, por lo menos al principio, muy atractivo para una
gran parte de los habitantes del país.40
Así pues, en los dos despachos del representante de Gran
Bretaña en Santo Domingo no se observa la menor crítica hacia
el mencionado proyecto, sino más bien todo lo contrario, junto
con un interés evidente en justificarse por la tardanza en informar
acerca de las gestiones encaminadas al establecimiento de lo que
parecía ser un protectorado español. Sin embargo, la situación
40
Ibídem, Hood-Hammond, Santo Domingo, 4 de abril de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
351
tardó muy poco tiempo en cambiar de signo de forma radical. En
efecto, fue suficiente para ello una breve respuesta del secretario
del Foreign Office a Hood, en la cual le comunicó que el Gobierno
británico consideraba que tal oferta de parte de España la envolvería probablemente en una guerra con los Estados Unidos, y
subrayó incluso la necesidad de que el Gobierno español sopesara
si podría hacer frente a ese peligro.41
No hacían falta, pues, más argumentos para oponerse a un
posible protectorado de España sobre la República Dominicana,
dado que la guerra era el principal obstáculo para el comercio,
y la libertad para ejercerlo era a su vez el interés primordial que
debía salvaguardar a toda costa la diplomacia británica. El cónsul
que actuaba en Santo Domingo en defensa de esos intereses pasó,
por lo tanto, a ejercer una crítica cada vez mayor contra la preeminente posición alcanzada por su colega español en todos los ámbitos de la realidad política, social y económica de la República
Dominicana.
No obstante, mientras que el vapor de la Marina británica
Esmeralda visitó el puerto de Santo Domingo el 11 de abril de
1860, y el día 17 hizo lo propio el bergantín de guerra francés
Mercure, en los cinco meses que Álvarez llevaba en el desempeño
de sus funciones aún no se había presentado ningún buque de la
Armada española en aquellas aguas.42
Es decir, pese a la creciente influencia del agente de España
sobre el ejecutivo de Santo Domingo, la realidad es que el de
Madrid no parecía haber tomado una parte muy activa en todo
este proceso, política que comenzó a experimentar un giro cuando por fin el 3 de julio fondeó en la rada de la capital dominicana el vapor Pizarro. A bordo del mismo viajaba el nuevo jefe del
apostadero naval de La Habana, Joaquín Gutiérrez de Rubalcava,
quien no pudo reunirse con Santana, que continuaba todavía en
la frontera al frente de las tropas, pero mantuvo dos entrevistas
con el vicepresidente Alfau. En ellas, según Álvarez, el general
Rubalcava dejó satisfechos a sus interlocutores, pues les había
41
42
Ibídem, Russell-Hood, Londres, 16 de mayo de 1860 (minuta).
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 20 de abril de 1860.
352
Luis Alfonso Escolano Giménez
hablado de todo lo que concernía a la situación de la República,
«tocando los negocios pendientes con exquisita habilidad», así
como con la prudencia y circunspección que imponía este tipo de
cuestiones. Por otra parte, y en vista de cuanto le había expuesto
el diplomático español, Rubalcava convino con él en la necesidad
de dar «una solución a las dos cuestiones haitiana y americana»,
que constituían una amenaza para «la existencia de la República».
El jefe de la escuadra quedó en informar de todo al gobernador
de Cuba, hacia donde se dirigía; aprobó «la marcha política» de
Álvarez con el ejecutivo presidido por Santana, y tras una breve
escala de menos de veinticuatro horas en territorio dominicano
reemprendió su travesía rumbo a La Habana.43
Santana regresó a Santo Domingo a comienzos de agosto, después de organizar la defensa de la frontera con Haití, y su llegada
proporcionó una nueva ocasión para que el representante de
España desplegase una intensa actividad, la cual puso de relieve el
decisivo papel que jugaba ya en la evolución de la política interna
dominicana. Álvarez comunicó al ministro de Estado que se intentaba por parte del Ejército investir a Santana con la dictadura, y
que «para combatir tan perjudicial proyecto» había hecho entender con toda seriedad al vicepresidente y al resto del Gobierno
que él se oponía a semejante disparate, ya que provocaría una
guerra civil e incluso la caída de Santana. Alfau, los ministros, el
presidente del Senado y otras autoridades superiores fueron a ver
al cónsul de España, y convinieron con este en todas sus apreciaciones «respecto a las fatales consecuencias» que traería consigo
una dictadura, por lo que habían trabajado «sin descanso para que
el plan no se llevara a efecto». Así pues, las tropas y milicias fueron
despachadas inmediatamente hacia sus respectivos municipios.
Álvarez se entrevistó con el propio presidente, a quien alertó de
los peligros a los que se exponían tanto él como la República si tal
cosa se realizase, y «usando un lenguaje bastante enérgico» le hizo
entender que no contara para nada con su apoyo si el proyecto
de la dictadura llegaba a ponerse en marcha. Al oír estas palabras,
Santana dio a Álvarez toda clase de seguridades, y le dijo que él
43
Ibídem, 4 de julio de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
353
se oponía al mencionado plan y que esperaba todo de España, sin
cuyo apoyo pensaba que no podía funcionar la cosa pública. El
presidente le manifestó también que los pueblos estaban «cansados de la mala administración de justicia y de otros abusos en los
demás ramos», y que por ello querían investirlo de una autoridad
absoluta, al creer que de ese modo «se pondría coto a tales desmanes». El agente respondió a Santana que «el remedio era peor
que la enfermedad», y que con la decidida protección de España y
los esfuerzos de todos el país podría organizarse sólidamente «por
las vías pacíficas y constitucionales», sin necesidad de recurrir a
«medios tan violentos como reprobados». Al despedirse, el presidente aseguró a Álvarez que no se haría nada «sin participación y
consentimiento» del Gobierno español, hacia el cual se mostraba
muy agradecido, tal como señaló el diplomático,44 pero sin dar
más explicaciones acerca de los motivos por los que Santana sentía dicho agradecimiento.
Pese a que se trataba de una clara injerencia en los asuntos
internos de otro país, el ministro de Estado dio su aprobación a la
conducta de Álvarez. Es más, Calderón insistió en la conveniencia
de que el agente siguiese influyendo para que los poderes de la
República Dominicana se ejercieran «dentro de los límites de la
legalidad», siempre que fuese «compatible con la seguridad de
aquella», y le advirtió de que esa influencia no debía percibirse,
para no excitar «la rivalidad de los demás cónsules de las naciones amigas». El ministro también hizo saber a Álvarez que España
protegería a la República Dominicana y contribuiría a que aumentara la población española en la misma, «como medio seguro de
promover su prosperidad y de asegurar su independencia». Por
último, Calderón subrayó la importancia de que el Gobierno dominicano pensase en «la creación de medios permanentes para
atender al sostenimiento de las atenciones públicas», y encargó al
representante de España en Santo Domingo que se ocupara del
estudio de aquellos, y expresara su opinión sobre el particular al
ejecutivo de Madrid.45
44
45
Ibídem, 12 de agosto de 1860.
Ibídem, Calderón Collantes-cónsul de España en Santo Domingo, Barcelona,
22 de septiembre de 1860 (minuta).
354
Luis Alfonso Escolano Giménez
Finalmente, el asunto de la dictadura se resolvió sin quebrantar
el marco de la legalidad, por muy defectuosa que esta fuese, de
modo que el Gobierno dominicano cumplió con lo estipulado
en el último precepto de la atribución 22 del artículo 35 de la
Constitución. Así, el Gobierno dio cuenta ante el Senado del uso
que el presidente había hecho de las facultades extraordinarias
que dicho artículo atribuía al poder ejecutivo, y que por este le
habían sido delegadas «para llevar a cabo la obra de pacificación
del país y la reorganización de las comunes fronterizas del sur».
El mensaje a los senadores no podía ser más optimista, ya que
según el Gobierno, la República Dominicana gozaba de perfecta
tranquilidad, pese a lo cual aún subsistían los elementos deletéreos que habían venido minando su reposo desde hacía mucho
tiempo. Por ello, y en el estado de progreso rápido en que se encontraba el país, era «preciso a toda costa conservarle ese reposo
para desarrollar en él los gérmenes de riqueza» que tenía, y el
mensaje gubernamental al Senado no dejaba lugar a dudas sobre
el mejor modo, a su juicio, de conseguirlo:
Mientras el partido parricida, que ha mandado sus espurios
hijos a traernos al Yaque la bandera haitiana pueda levantar
la cabeza; mientras un enemigo ambicioso se mantenga en
acecho para robarnos nuestra independencia el pueblo dominicano ha menester hacer el sacrificio de aquella parte de
sus libertades políticas que ha previsto la Constitución en la
atribución 22 del artículo 35 y robustecer con ese sacrificio
la autoridad que vigile por la conservación de esas mismas
libertades; sin eso se realizaría al fin el plan de sus enemigos. Ellos están convencidos de que somos bastante fuertes
para no dejarnos vencer; pero se prometen nuestra ruina a
fuerza de disturbios; y ese maquiavélico sistema tendría un
completo éxito si el Gobierno y el Senado no adoptasen a
toda costa la única medida salvadora que puede evitarlo. El
uso que el general Libertador ha hecho de las facultades
extraordinarias que se le delegaron nos da a conocer cuán
digno es de que se reitere en su persona igual confianza:
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
355
reservando el uso de dichas facultades para cuando ejerza en
persona el mando como presidente de la República […].
El Senado […] no podrá menos, sin duda, de prestar su
acuerdo para la delegación en la persona del Libertador de
las facultades que le permitan tomar todas las medidas que
sean necesarias para el mantenimiento del orden y el afianzamiento de la seguridad pública.46
Álvarez informó al ministro español de Estado de que había
procurado «dar la solución más prudente sin salir del círculo
constitucional, en unión con el Gobierno y el Senado, al negocio
inesperado» de la dictadura. Lo más llamativo es la afirmación del
cónsul en el sentido de que el ejecutivo había dirigido la anterior
comunicación al Senado «con su anuencia». La cámara legislativa,
por su parte, que fue convocada en virtud de un decreto del 16 de
agosto para ocuparse de este asunto, había remitido al Gobierno
un proyecto de decreto que concedía al presidente, durante el período constitucional vigente, la prerrogativa de tomar todas aquellas medidas que creyera indispensables para la conservación de
la República. Es decir, el Senado se limitó a acatar los deseos que
el ejecutivo había expresado a través del mencionado mensaje,
como cabía esperar, con el pretexto legal que le proporcionaban
«los términos prescritos por el artículo 35, atribución 22 del pacto
fundamental». Álvarez aseguró al ministro que el proyecto sería
aceptado tal como estaba, porque su influencia era completa, y
tanto Santana como el vicepresidente Alfau, los ministros y senadores solo deseaban en esos momentos coadyuvar a la idea, fuese
cual fuese, que el ejecutivo de Madrid tratara de llevar adelante en
la República Dominicana.47
Los planes del Gobierno español se vieron claramente reactivados a partir del final de la guerra de Marruecos, en marzo de 1860,
ya que esta victoria le permitió dedicar más atención a su política
46
47
Ibídem, «Declaración oficial dirigida por el Gobierno de la República
Dominicana al Senado Consultor», Santo Domingo, 16 de agosto de 1860 (es
copia y lleva la firma de Álvarez).
Ibídem, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 21 de agosto
de 1860.
356
Luis Alfonso Escolano Giménez
exterior, y en particular a la República Dominicana. Por ello,
resulta muy acertada una apreciación de James W. Cortada, según
la cual la rivalidad entre los Estados Unidos y España aumentó en
toda el área caribeña, así como en el resto de América, al mismo
tiempo que España superaba las debilidades que se había visto
obligada a afrontar durante los años anteriores, guerras civiles incluidas. De hecho, este autor considera que la confluencia de los
problemas europeos y americanos en las décadas de 1850 y 1860
fue tan profunda que su intensidad es incomparable con la de las
dos décadas anteriores.48
En efecto, el desenlace de la guerra de Marruecos dio a España
la seguridad necesaria en sí misma para comenzar a actuar de forma más decidida en el ámbito internacional, lo que fue advertido también por Buchanan, el representante de Gran Bretaña en
Madrid, quien se lo hizo ver así al secretario del Foreign Office.
El agente de Gran Bretaña pensaba que los españoles tenían una
opinión muy errónea del poder estadounidense, y a ello se unía
el hecho de que su triunfo en la campaña marroquí los llevaba a
hacer un cálculo exagerado de los recursos militares con los que
contaban. Así pues, y siempre a juicio de Buchanan, España ofendería a los norteamericanos, quienes en tal caso invadirían Cuba.49
Los acontecimientos tendían a precipitarse cada vez más y, en
un despacho que dirigió a Russell, Hood se hizo eco de ellos, en
particular de la llegada de nuevos grupos de inmigrantes españoles, que venían a sumarse a los ya establecidos con anterioridad en
territorio dominicano y que, como estos, también eran canarios
que huían de Venezuela. Sin embargo, el diplomático británico
aseguró que no había ocurrido nada que le permitiera formarse
una opinión correcta en cuanto a si España albergaba alguna visión interesada con respecto a la República, lo que resulta cuando
48
49
James W. Cortada, Two nations over time. Spain and the United States, 17761977, Colección Contributions in American History, No. 74, Westport
(Connecticut); Londres, Greenwood Press, 1978, pp. 69-77.
J. W. Cortada, Spain and the American Civil War: relations at mid-century, 18551868, Serie Transactions of the American Philosophical Society, vol. 70, parte
4, Filadelfia, The American Philosophical Society, 1980, pp. 32-33. El autor
cita el despacho Buchanan-Russell, Madrid, 8-V-1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
357
menos sorprendente, después de haber informado acerca de un
hipotético proyecto de protectorado sobre la misma. En cualquier
caso, Hood se refirió, acto seguido, a una serie de circunstancias
que indicarían la existencia de algún tipo de acuerdo secreto entre España y la República Dominicana. En primer lugar, comunicó que el 30 de septiembre había arribado al puerto de Santo
Domingo, procedente de Cuba, un vapor español de guerra que
debía zarpar de nuevo el 8 de octubre, y a bordo del cual viajaría
a La Habana el ministro de Relaciones Exteriores, con el objeto
aparente de procurar obtener un préstamo. No obstante, como
el cónsul de España había manifestado su intención de acompañarlo, por cambiar de aires y por el placer del viaje, que Álvarez
emprendía sin permiso de su Gobierno, todo ello hacía pensar a
Hood que algún asunto de carácter político llevaba a Ricart a la
sede de la más alta autoridad española en las Antillas. Por otra
parte, el 2 de octubre llegó a Santo Domingo el general Peláez,
quien tras desembarcar en Puerto Plata se había dirigido por tierra hasta la capital. Peláez dijo al agente de Gran Bretaña que
iba directamente a Puerto Rico, pero que había cambiado de ruta
para pasar por la República Dominicana, aunque poco más tarde
Hood oyó que aquel regresaba a La Habana con Ricart y Álvarez,
quien había sido ascendido a encargado de negocios y cónsul
general de España en Santo Domingo. En último lugar, el representante de Gran Bretaña señaló que según sus informaciones,
como consecuencia de la presunta interferencia española en los
asuntos dominicanos, en Santiago y Puerto Plata reinaba un gran
descontento, sobre todo entre los negros, que pensaban, o se les
había hecho pensar, que la intención del Gobierno era entregar el
país a España y restablecer la esclavitud.50
En otra comunicación remitida al secretario del Foreign
Office, Hood le informó de que el 22 de octubre había zarpado
hacia La Habana el vapor Don Juan de Austria, a bordo del cual viajaban el ministro dominicano de Relaciones Exteriores, el cónsul
Álvarez, el general Peláez, jefe de Estado Mayor del Ejército de
Cuba, y el capitán español Gafas. Algunos días antes de la salida
50
TNA, FO 23/41, Hood-Russell, Santo Domingo, 5 de octubre de 1860.
358
Luis Alfonso Escolano Giménez
del buque, todos ellos, acompañados por el vicepresidente de la
República y el ministro de la Guerra, fueron a Los Llanos para
entrevistarse con Santana, quien había ido hasta allá desde su
hacienda de El Seibo. A pesar de esto, el Gobierno dominicano
aseguraba que el objetivo del viaje de Ricart era simplemente
obtener un préstamo en Cuba, que el cónsul de España iba a
La Habana en viaje de recreo, y que los demás se marchaban
por una mera coincidencia,51 debido a la oportunidad que les
brindaba la salida del barco.
3. EL PAPEL DE LOS ESTADOS UNIDOS EN
LA COYUNTURA DOMINICANA PREANEXIONISTA
El agente comercial de los Estados Unidos en Santo Domingo,
Jonathan Elliot, también facilitó a su Gobierno algunos datos
interesantes acerca de lo que estaba ocurriendo en la República
Dominicana. El 20 de agosto, aquel envió un despacho a Lewis
Cass, secretario de Estado norteamericano, al que adjuntó un
ejemplar del periódico publicado en Santo Domingo por oficiales
del Ejército español, El Correo de Santo Domingo, en el que marcó
algunos párrafos sobre los cuales quería llamar su atención. El
primero de ellos se refería a la próxima llegada al puerto de la
capital dominicana de la fragata española Blanca, con un teniente
coronel y algunos oficiales de Artillería, Ingenieros, Infantería y
Caballería, mientras que el segundo contenía «un ataque contra
las Repúblicas e insultos contra los Estados Unidos». Además, según el representante de España, el nombramiento del ministro
dominicano de Relaciones Exteriores había sido autorizado por
la reina Isabel II, de lo que Elliot dedujo que la República estaba
ya claramente bajo el poder de España. En una comunicación de
la misma fecha que la anterior, el agente comercial se defendió
de las acusaciones que el Gobierno dominicano había lanzado
contra él para solicitar su traslado, con el argumento de que todo
se debía a los ataques vertidos contra los Estados Unidos en el
51
Ibídem, 31 de octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
359
mencionado periódico. A juicio de Elliot, los españoles estaban
volviendo otra vez a lo mismo, en referencia a los hechos de 1856,
cuando la agencia comercial y la bandera norteamericana «fueron
groseramente insultados». Por último, el agente mencionó las palabras de alguien que había dicho «que no viviría en un país que
estuviese gobernado por España», lo cual «fue suficiente para que
se le enviase su pasaporte invitándolo a abandonar de inmediato
el país». Este incidente sirvió a Elliot para afirmar que en esos
momentos nadie se atrevía a hablar, ni tan siquiera en su propia
casa, ya que él se había limitado a comentar que «una repetición
de las escenas del 56» no sería pasada por alto de nuevo, y ello llegó a conocimiento del Gobierno dominicano. Aunque el agente
comercial dijo no saber de qué se le acusaba, sí tenía claro que
William Cazneau, el agente especial de los Estados Unidos en la
República Dominicana, era enemigo suyo y estaba involucrado
en el asunto,52 lo que da una buena idea de la gran complejidad
de la situación reinante en la República Dominicana en aquellos
momentos.
En su edición del 5 de agosto, El Correo de Santo Domingo, cuyo
principal responsable era el ya mencionado capitán español José
María Gafas, publicó un editorial que «se refería a los Estados
Unidos como el refugio de todos los criminales del mundo entero», lo cual dio lugar a que Elliot continuara criticando «sin
tacto la política de Santana». En cuanto a sus sospechas sobre
Cazneau, el agente comercial estaba en lo cierto, pues aquel escribió a Cass el 10 de septiembre para informarle, desde luego
con cierta dosis de exageración, de que Elliot había contraído
«tal hábito de intemperancia» que no podía «desempeñar dignamente su puesto». Según Cazneau, el agente comercial había
lanzado «arengas sediciosas desde su balcón, en los tonos más
estentóreos, incitando a la gente de color» contra el Gobierno
dominicano y «ofreciendo guiar a los negros a matar a los isleños
de Canarias» llegados desde Venezuela, ya que Elliot les aseguraba que estos pretendían esclavizarlos. El autor norteamericano Sumner Welles sostiene que, a juicio de Cazneau, cualquier
52
A. Lockward, Documentos para la historia... vol. I, pp. 356-357.
360
Luis Alfonso Escolano Giménez
persona que expresase «sus simpatías hacia la raza de color […]
no servía para desempeñar el puesto de representante consular
de los Estados Unidos». Más interesante aún resulta la afirmación de dicho autor en el sentido de que el secretario Cass compartía la opinión de Cazneau, y apoya su aserto en el hecho de
que pocos días antes de dimitir, aquel designó como sustituto
de Elliot a William Richmond, que era un protegido del senador por Luisiana, John Slidell. Sin embargo, sus vínculos con
los confederados hicieron que el presidente Lincoln revocara el
nombramiento de Richmond, antes de que este partiese hacia
Santo Domingo. La clara animadversión de Welles por Cazneau,
quien desde luego no era un modelo de prudencia diplomática,
al igual que Elliot, lo lleva a afirmar que durante los meses anteriores a la anexión el agente especial de los Estados Unidos en
la República Dominicana, «aunque bien enterado de los que se
maquinaba», no parecía «haber hecho nada para contrarrestar
esos planes». El mencionado autor explica esta conducta con el
argumento de que ello podría deberse al retiro del secretario
Cass del Departamento de Estado, en diciembre de 1860, aunque considera que el general tejano estaría «más sobrecogido
por la conmoción a punto de estallar en los Estados Unidos y
juzgó conveniente para sus intereses particulares permanecer
en contacto íntimo con Santana». No obstante, el propio Welles
recoge una de las comunicaciones que el agente especial dirigió
a Washington sobre «la anexión española que se aproximaba»,
fechada el 11 de enero de 1861. En ella, Cazneau advirtió al
Gobierno estadounidense de que «cuatro quintas partes de los
dominicanos sin distinción de clase o color» estaban «aturdidas
ante la perspectiva de volver bajo el yugo de España», palabras
que no dejan lugar a dudas acerca de la postura del agente de
los Estados Unidos, ni tampoco sobre la seriedad de la situación
dominicana en esos momentos. Welles, a pesar de todo, insiste
en acusar a Cazneau de tener otros asuntos que solicitaban su
atención, como por ejemplo, los negocios de Joseph W. Fabens,
con quien llegaría a estar en el futuro «íntimamente aliado», los
cuales ocupaban buena parte de su tiempo.53
53
S. Welles, La viña de Naboth... vol. I, pp. 202-204.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
361
En cualquier caso, y aun siendo ciertas muchas de sus
apreciaciones, Welles intenta justificar, a todas luces, la pasividad
del ejecutivo de Washington, con el pretexto de que este no contaba con los suficientes datos para hacerse cargo de la gravedad de
los acontecimientos que estaban teniendo lugar en la República
Dominicana.
Sin embargo, el agente especial de los Estados Unidos en Santo
Domingo proporcionó suficiente información a su Gobierno para
que este fuera capaz de adoptar las decisiones que estimase más
oportunas en cada caso. Así, por ejemplo, en un despacho del 13
de octubre de 1860, cuando el proceso anexionista no se encontraba aún tan avanzado en su desarrollo, Cazneau comunicó al
secretario de Estado que el ministro dominicano de Relaciones
Exteriores y Hacienda iba a «negociar un préstamo de medio
millón de dólares» en Cuba, con la garantía de España. A juicio
del agente, de la obtención de dicho empréstito dependía «la
futura independencia de la República Dominicana, y con ello la
seguridad o la expoliación de los intereses» norteamericanos en
aquel país. Independientemente de lo acertado o no de su interpretación de los hechos, Cazneau dio noticia de todo, tal como se
le había hecho saber por parte del ejecutivo de Santo Domingo.
Ahora bien, el agente llamó la atención de Cass, y con la mayor
alarma posible, sobre un supuesto cambio que se había operado
a partir de septiembre. En efecto, hasta entonces «la preservación
de la nacionalidad dominicana» pareció buscarse en el pleno
reconocimiento de la misma por parte de los Estados Unidos,
mientras que desde septiembre «tres cuartas partes del gabinete
y del Senado» se habían convertido en «simpatizantes de la dominación española». Es más, Cazneau aseguró al secretario de
Estado que las masas no coincidían «en este sentir», sino que «la
población blanca de Santiago y de La Vega» murmuraba «ominosamente de una guerra civil», pese a lo cual admitió que el partido
español contaba con las fuerzas necesarias, que llegarían desde
Cuba, para «suprimir cualquier intento de tal clase». Por si el tono
de estas palabras no fuese ya lo bastante alarmista, en otra comunicación que envió a Cass, fechada el 17 de noviembre, el agente
362
Luis Alfonso Escolano Giménez
especial señaló que para poner en marcha el acuerdo alcanzado
con España, Santana estaba «formalmente investido […] de la
dictadura», aunque solo con carácter temporal. Además, aquel
indicó que «la promesa de apoyo militar hecha por España, con
ayuda pecuniaria inmediata, a través de un préstamo de medio
millón de dólares», había decidido «el curso a tomar», así como
la decisión del Senado de «sancionar la investidura de poderes extraordinarios» al general Santana. El agente subrayó que, en caso
de que el préstamo no se hiciera efectivo en una fecha próxima, o
de que España se alarmase y retrocediese «en sus compromisos», o
de que «el amargo y bien extendido descontento de las masas ante
la reincorporación a sus antiguos dominadores españoles» desembocara en una revolución, se produciría «un cambio instantáneo
del programa». Con gran optimismo, Cazneau consideró que la
República Dominicana volvería entonces a implorar «el amistoso
reconocimiento de los Estados Unidos», y propondría de nuevo
un puerto libre en Samaná o Manzanillo, como estímulo para que
el Gobierno norteamericano estableciese «relaciones mediante
la firma de tratados». En todo caso, y a menos que se produjera
alguna de esas contingencias, lo que daría «nuevos lineamientos
a los asuntos», la República Dominicana, «cobijada bajo la corona española», se hundiría tranquilamente «en la forma de una
colonia […] de culíes bajo el gobierno absoluto de la madre patria», y con «el pensamiento de una última alternativa de cesión
a Francia». Según el agente, los oficiales españoles habían asegurado al ejecutivo de Santo Domingo que los Estados Unidos se
verían obligados en breve a «abandonar la doctrina de Monroe», y
afirmaban ostentosamente en sus círculos sociales que España estaba «buscando una oportunidad para reprimir las pretensiones»
norteamericanas en el Caribe.54
Parece evidente que muchas de las afirmaciones de Cazneau son
muy exageradas, o cuando menos, no están lo suficientemente fundamentadas como para juzgarlas merecedoras de todo crédito, pero
ello no obsta para que el Gobierno de los Estados Unidos las tuviese
en cuenta, más aún dado el preocupante tenor de tales noticias.
54
A. Lockward, Documentos para la historia... vol I, pp. 358-361.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
363
Como es lógico, además de los agentes comercial y especial
de los Estados Unidos en Santo Domingo, también enviaban sus
informes al ejecutivo de Washington los representantes de este
en Madrid y La Habana. Así, Thomas Savage, vicecónsul general
de los Estados Unidos en esta última, remitió a Cass varias comunicaciones, fechadas entre agosto y noviembre de 1860, en
las que anunciaba que el Gobierno español había autorizado al
capitán general de Cuba a facilitar a Santana «armas y equipo
para defenderse de los haitianos», así como un préstamo. Hauch
señala que esta autorización de O’Donnell venía prácticamente a ratificar las acciones que Serrano había ejecutado ya, toda
vez que «desde agosto de 1860, si creemos a la oficina consular
norteamericana en La Habana, se estaban introduciendo en la
República Dominicana hombres y materiales de Cuba y Puerto
Rico».55
Sin embargo, tan alarmantes informaciones no obtuvieron respuesta alguna por parte del secretario de Estado, y Tansill afirma
con ironía que los intereses norteamericanos fueron confiados
a la sensible compasión de un régimen que había dado pruebas
inequívocas de su hostilidad profundamente arraigada hacia todo
lo americano,56 en clara alusión a España.
Lo cierto es que si el Gobierno de los Estados Unidos omitió dar instrucciones a Cazneau acerca de la actitud que debía
asumir con respecto al protectorado español, no faltan razones
de orden interno que expliquen «esa momentánea negligencia»,
relacionadas con la inminencia de un cada vez más probable conflicto bélico entre los estados del norte y los del sur. En efecto, la
campaña electoral norteamericana se encontraba en su máximo
apogeo, de modo que «el interés predominante de los partidos
políticos», que pasaba por alcanzar el triunfo en las presidenciales, había «paralizado toda maniobra o acción de la tendencia
expansionista del destino manifiesto» que los distrajese de la
lucha por el poder. Tras ganar las primarias del partido republicano a William H. Seward, Abraham Lincoln debía enfrentarse
55
56
C. C. Hauch, La República Dominicana y sus relaciones exteriores... pp. 117-119.
C. C. Tansill, The United States and Santo Domingo... p. 212.
364
Luis Alfonso Escolano Giménez
al candidato de los demócratas del norte, el imperialista Stephen
A. Douglas, así como al de los demócratas esclavistas del sur,
John C. Breckinridge, por lo que «las próximas actividades de
la política expansiva» quedaron supeditadas a esta coyuntura.
No obstante, cuando tomó posesión como nuevo presidente de
los Estados Unidos, en marzo de 1861, Lincoln nombró secretario de Estado a Seward, el «más grande abogado y profeta de la
expansión territorial que jamás haya ocupado» ese puesto, en
palabras de John Holladay Latané. Este autor también sostiene
que, en 1860, Seward había vislumbrado en «las convulsiones
que estaban despedazando a las Repúblicas hispanoamericanas,
y en su rápida decadencia y disolución, la etapa preparatoria de
su reorganización como miembros iguales y autónomos de los
Estados Unidos». Una de las primeras decisiones que adoptó fue
comunicar a Cazneau, el 11 de marzo de 1861, que «considerase terminadas sus funciones oficiales y regresara a los Estados
Unidos», medida con la que aquel no estaba «abandonando el
interés» norteamericano en la República Dominicana, sino más
bien todo lo contrario. De hecho, ese mismo día, Seward «redactó las instrucciones destinadas a orientar la misión de un nuevo
agente especial», que debería sustituir a Cazneau.57
Por su parte, el representante de España en Washington,
Gabriel García Tassara, indicó al capitán general de Cuba que
no podía decirle nada seguro «sobre las verdaderas disposiciones» del Gobierno de los Estados Unidos. Acto seguido,
el plenipotenciario añadió que había llegado a la capital norteamericana una correspondencia de Puerto Plata, en la que se
anunciaba «en los términos más positivos» que el protectorado
español era «una cosa decidida». A pesar del clima de excitación reinante en esos momentos, se había hablado del asunto
en varios círculos y Tassara consideraba indudable, por lo que
allí se había dicho sobre los planes de España en la República
57
E. A. Henríquez, «Anotaciones...», pp. 299-302. El autor sigue en parte a
Henry Merritt Wriston, Executive agents in American foreign relations, pp. 458459, y a John Holladay Latané, A history of American foreign policy, p. 418, pero
no indica la fecha ni el lugar de publicación de estas obras (las cursivas son
del autor).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
365
Dominicana, que tal cuestión había llamado la atención del
ejecutivo de Washington y tal vez influía ya en el estado de
cosas de aquel país. A juicio del diplomático, era posible que
se hubieran pedido o se pidieran al respecto explicaciones al
Gobierno español, por medio del agente de los Estados Unidos
en Madrid, pero afirmó que a él no se le había comentado nada
sobre ese particular.58
4. LAS ÚLTIMAS INTERFERENCIAS FRANCO-BRITÁNICAS
ANTES DE PROCLAMARSE LA ANEXIÓN
Además de los Estados Unidos, el único país que podría haberse opuesto abiertamente al protectorado español, y con mayor
motivo aún a la anexión de Santo Domingo, era sin duda Gran
Bretaña, en cuyo caso la reacción a los proyectos de España en
la República Dominicana responde a razones de una índole más
compleja de analizar.
El 5 de enero de 1861 Hood hizo referencia a varios despachos enviados a Russell durante el año 1860, en los que le
había informado acerca de las circunstancias que tendían a mostrar que España intentaba establecer su protectorado sobre la
República Dominicana, u obtener una cesión total de la isla. Sin
embargo, el cónsul de Gran Bretaña aseguró que allí se observaba tanto misterio y secretismo, que le era casi imposible obtener
alguna información veraz sobre el asunto, pero en ausencia de
la misma expuso al secretario del Foreign Office una serie de
acontecimientos ocurridos recientemente, que parecían confirmar su opinión. En este sentido, pasó a señalar que Álvarez
había regresado a Santo Domingo el 8 de diciembre, a bordo
el vapor español Cuba, y después de permanecer tan solo unas
horas en tierra, durante las cuales estuvo en comunicación con
el Gobierno dominicano, se dirigió en el mismo barco a Puerto
Rico y Saint Thomas. El 20 del mismo mes el representante de
58
AGA, AAEE, 54/5225, No. 9, García Tassara-capitán general de Cuba,
Washington, 20 de noviembre de 1860.
366
Luis Alfonso Escolano Giménez
España volvió a Santo Domingo, y tras una escala de pocas horas
en ese puerto había salido de nuevo hacia La Habana, desde
donde se esperaba que llegase en cualquier momento. El 14 de
diciembre un buque español de guerra, procedente de Cádiz,
desembarcó gran cantidad de rifles, mosquetes, cañones y munición para el Gobierno de la República.59
En otro orden de cosas, Hood informó a Russell de que a lo
largo del mes de diciembre, el ejecutivo había convocado en la
capital a todos los generales que estaban en las diversas provincias
del país, tanto en el servicio activo como en la reserva. Después de
comunicarse con ellos se les permitió volver a sus casas, excepto
al general Mella, que había sido detenido la noche anterior y se
encontraba bajo arresto. Entre los convocados estaban los generales Valverde y Mallol, quienes, junto con Mella, fueron la parte
principal del Gobierno durante la revolución de julio de 1857. El
diplomático británico subrayó que los oficiales que habían llegado para ponerse al servicio del Gobierno dominicano llevaban el
uniforme y la escarapela del Ejército español, y se refirió también
a una noticia según la cual el ministro Ricart había obtenido un
préstamo de medio millón de dólares españoles en Cuba. No obstante, lo más relevante del despacho de Hood fueron dos rumores
comunicados por este, que habían circulado en Santo Domingo y
parecían provenir de una fuente fidedigna. El primero de ellos decía que se había firmado una convención para establecer un protectorado español, a las nueve de la noche del 20 de diciembre, el
día en que llegó Álvarez desde Saint Thomas, y que el texto de ese
acuerdo se había enviado a España en un barco que salió aquella
misma noche. De acuerdo con el otro rumor, en dicho tratado se
contemplaba una cesión absoluta de la República a España, y se
estipulaba que Santana sería nombrado capitán general. El agente
de Gran Bretaña indicó que la opinión general era que España
había determinado apoderarse de la isla, y que para lograr ese
objetivo se estaban gastando o prometiendo grandes sumas de
dinero.60
59
60
TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 5 de enero de 1861.
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
367
Hood también comunicó a Russell que, durante un reciente
viaje por el país, había notado en todas partes un sentimiento
muy fuerte contra los españoles, y que la excitación se había llevado tan lejos que estaba seguro de que la menor excusa serviría
para provocar el estallido de una insurrección, de las características más alarmantes. El cónsul de Gran Bretaña había estado
intentando descubrir qué intereses llevaban a España a entrometerse en la política dominicana, pero no pudo encontrar nada
más que consecuencias de una naturaleza muy seria para ella.
Por consiguiente, aquel se había visto obligado a buscar en otra
parte una explicación de tan anómala conducta, y pensaba que
había encontrado algún indicio a este respecto. Así, tanto del
lenguaje y del comportamiento de su colega francés, quien según Hood siempre tenía a punto alguna excusa creíble para los
actos de las autoridades españolas, como del carácter de algunas
instrucciones de su Gobierno que había visto, aquel dedujo que
España no actuaba en este asunto como protagonista, sino como
un agente. A juicio del representante de Gran Bretaña, existía algún acuerdo secreto entre Francia y España por el cual, después
de que esta obtuviera la posesión de la República Dominicana, la
transferiría a Francia, momento en el que la bahía de Samaná se
fortificaría, con lo que se convertiría en la llave de las Antillas y el
golfo de México. Hood comentó que no era un proyecto nuevo,
sino que años atrás ya se había intentado hacer algo similar, pero
fracasó. Sin embargo, y a pesar de todo lo que llevaba expuesto,
al final de su despacho el diplomático confesó con franqueza
que solo se trataba de meras conjeturas, dado que era absolutamente imposible llegar a una conclusión en la cual se pudiera
tener plena confianza.61
Estas últimas palabras de Hood no dejan lugar a dudas sobre
la enorme confusión existente poco más de dos meses antes de la
fecha en que se proclamó la anexión de Santo Domingo a España.
La coincidencia entre aquel y Cazneau acerca de la versión relativa a un supuesto pacto hispanofrancés revela asimismo que las rivalidades operaban en numerosas direcciones, incluso de manera
61
Ibídem.
368
Luis Alfonso Escolano Giménez
entrecruzada, a menudo fruto de unos rumores que se difundían
sin fundamento sólido, y que alarmaban lógicamente a los diversos Gobiernos con intereses en juego.
No obstante, en Londres se consideró que la mencionada
conjetura era muy probable, y que podría resultar necesario dar
algunos pasos para frustrarla, toda vez que esos planes se veían por
entonces como un verdadero misterio. Por todo ello, el representante de Gran Bretaña en Madrid podría pedir información al respecto.62 No resulta, pues, extraño que el Foreign Office también
estimase necesario preguntar a Hood si había alguna verdad en la
noticia de que España estaba suministrando armas a la República
Dominicana.63
El motivo de dicha consulta fue una conversación con el agente de Haití en Londres, durante la cual este se refirió a los rumores
que le habían llegado en tal sentido y sugirió al Foreign Office
la conveniencia de preguntar a Hood sobre el asunto, algo que
Russell ordenó hacer.64 En cualquier caso, es posible que esa consulta no llegara a efectuarse nunca, ya que en torno a los mismos
días se recibió en la capital británica la anterior comunicación
del cónsul, en la que este anunciaba el envío de material bélico a
Santo Domingo por parte de España.
Precisamente con referencia al contenido de su despacho del
5 de enero, Hood convenció a Zeltner para dirigir junto a él, como
agentes de la mediación, una carta al Gobierno de esta última, en
la que le pedían información acerca de los rumores que circulaban
con respecto a España y la República. El representante de Gran
Bretaña envió a Russell una copia de esa carta, con la confianza de
que su superior la considerase escrita con el espíritu más amistoso,
pese a lo cual admitió que la cuestión era muy desagradable. En
su respuesta, Dávila Fernández de Castro, quien sustituía interinamente a Ricart al frente del Ministerio de Relaciones Exteriores,
negó la existencia de cualquier tratado entre ambos países y al
mismo tiempo, según Hood, había aprovechado la oportunidad
62
63
64
Ibídem. Se trata de un apunte, sin firma, que lleva la fecha 12 de febrero de
1861.
Ibídem, Russell-Hood, Londres, 31 de enero de 1861 (minuta).
Ibídem. Es un apunte, sin firma, fechado el 26 de enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
369
para mostrar su disgusto, expresándose en los términos más
ofensivos. El diplomático también remitió a Londres una copia
de dicha respuesta, en la que subrayó con tinta roja las partes sobre las cuales quería llamar la atención del secretario del Foreign
Office.65
El texto de la misiva que Hood y Zeltner dirigieron al ministro
dominicano de Relaciones Exteriores es en realidad un cumplido
ejemplo de la más descarada intromisión en los asuntos internos
de otro Estado. Debido al rumor que se difundía en la ciudad
de Santo Domingo sobre un tratado secreto que habría sido firmado recientemente entre el Gobierno dominicano y el agente
del Gobierno español, y que al parecer conllevaba la cesión del
territorio de la República, en vez del protectorado del que se
había hablado primero, Hood y Zeltner se consideraban obligados a pedir algunas aclaraciones. Estas eran aún más necesarias
teniendo en cuenta el estado de efervescencia existente en las diversas provincias de la República, al que probablemente se debían
atribuir las detenciones que acababan de producirse, así como la
convocatoria de los jefes militares en la capital. Aunque los cónsules aseguraron que no pretendían inmiscuirse en los asuntos del
país, añadieron que tras las gestiones llevadas a cabo por Gran
Bretaña y Francia para conservar la independencia dominicana,
esas potencias no sabrían interpretar favorablemente ningún acto
que tendiera a modificarla o destruirla, y que ocurriese a sus espaldas. En conclusión, Hood y Zeltner solicitaron al ministro las
explicaciones oportunas, con el fin de poder transmitirlas a sus
respectivos Gobiernos.66
La nota de respuesta de Fernández de Castro no estaba redactada en los términos más ofensivos, tal como había señalado el
representante de Gran Bretaña, pero sí con un planteamiento
claramente destinado a frenar en seco la injerencia de aquel y
su colega francés, empleando para ello un estilo duro, que ponía de manifiesto el respaldo con que contaba. El ministro indicó
65
66
Ibídem, Hood-Russell, Santo Domingo, 20 de enero de 1861.
Ibídem, Hood y Zeltner-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, Santo Domingo, 14 de enero de 1861 (es copia).
370
Luis Alfonso Escolano Giménez
que «los rumores» habían hecho «el mismo desaire que de costumbre
a los que llevados de un celo excesivo» los habían «acogido», y que el
Gobierno de la República no había firmado tratado alguno, ni
con quien los diplomáticos europeos llamaban «agente español»,
al que Fernández de Castro dijo en tono irónico no conocer, «ni
con ningún otro representante» de España. Tan solo con estas
palabras ya «quedaría contestada la carta», pero el ministro quiso
«desvanecer por una parte las equivocaciones» que contenía, «y
por otra manifestar su sorpresa» por el hecho de que se hubiera
querido «hallar fundamento a aquellos rumores en la prisión de
un dominicano». En cuanto a este último extremo, Fernández de
Castro puntualizó que en todas partes tenían lugar «esas medidas
precautorias», aconsejadas por la previsión, cuando con ellas podía «evitarse el mal mayor» que viniese «de una propaganda indiscreta», por más absurdos que fueran sus fundamentos. El ministro
recordó a Hood y Zeltner que ellos mismos habían sido testigos
de otras muchas detenciones, que desgraciadamente había hecho
necesarias el estado de intranquilidad en que se encontraba el
país, y subrayó que «nunca sin embargo» había «parecido llamar su
atención semejante medida». Fernández de Castro negó que esta hubiese «excitado los rumores» a los que se refería la nota de los cónsules, «sino que por el contrario esos rumores, o mejor dicho la
causa que los produjo», había hecho necesaria la medida. A juicio
del ministro, «la suposición de que el llamamiento momentáneo»
de algunos jefes militares hubiera corroborado dichos rumores se
basaba también en un «deleznable fundamento», porque aparte de
que era «frecuente en todo Gobierno hacer esos llamamientos»
cuando conviniese, parecía que los justificaba la propia existencia
de tales rumores, «y más aún de la propaganda» que los originaba. No obstante, en la última parte aparece lo más llamativo
del escrito de Fernández de Castro, quien recurrió en ella a un
pretexto cuya eficacia conocía bien, y explotaba aún mejor, tal
como el temor a la amenaza representada por los Estados Unidos,
que era con mucho la más peligrosa para la independencia de la
República y para los intereses europeos en ese país:
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
371
S. S. S. S. han padecido una notable equivocación en suponer
como verdad que las diversas provincias de la República se
hallan en un estado de efervescencia. El infrascrito puede
asegurar a S. S. S. S. que no hay una en que se haya turbado
el orden ni por un solo momento.
Los propagandistas [...], que saben aprovecharse de la visita
de un almirante amigo, para propalar que trae a su bordo
una revolución, han sido los únicos que se han aprovechado también de las circunstancias presentes, en que ven al
Gobierno trabajando por atender a la seguridad del país,
para desarrollar el elemento del filibusterismo, propalar
ideas absurdas de esclavitud, y echar algunos vivas a su ídolo,
la República de la Unión; pero la acción pronta y enérgica
del Gobierno les ha obligado a limitar a eso sus estériles
esfuerzos.
El mismo resultado tendrán también los que de nuevo se intenten
sin duda, para explotar el efecto de la nota a que contesta el infrascrito; porque ese y no otro es el de esas gestiones que como la presente
no pueden menos que producir, aunque sin intención, embarazos
al Gobierno en los momentos en que, para dar vado a los que ya
tuviera, necesitaría más de la cooperación de sus amigos.67
Hood y Zeltner respondieron al ministro que sus aclaraciones
probaban que no existía ningún tratado con España que afectara
a la independencia de la República Dominicana, y les permitían,
pensaban, creer que no se tenía la intención de entrar con esa
potencia en arreglo alguno sobre tal asunto. Aunque durante su
viaje a las provincias del norte el agente de Gran Bretaña hubiera observado una efervescencia extraordinaria, que no negaban
ni siquiera las autoridades con las cuales había hablado de ello,
Hood y Zeltner querían creer que el primero se había confundido
a este respecto, y que la República gozaba de la más perfecta tranquilidad. Sin embargo, ambos diplomáticos manifestaron a Castro
67
Ibídem, Dávila Fernández de Castro-cónsules de Gran Bretaña y Francia en
Santo Domingo, Santo Domingo, 17 de enero de 1861 (es copia; los textos en
cursiva aparecen subrayados en el original).
372
Luis Alfonso Escolano Giménez
que el último párrafo de su carta, así como varias expresiones que
contenía la misma, les habían causado una verdadera sorpresa,
pero no creyeron oportuno responderlas, sino que dejaron a sus
Gobiernos la tarea de apreciarlas.68
Dicho párrafo sugería la posibilidad de que las sospechas británicas y francesas contribuyesen a fomentar, aunque fuera involuntariamente, la actividad de aquellos grupos favorables a los norteamericanos, con lo que una vez más Fernández de Castro demostraba
una gran astucia, no exenta de agresividad. Pese a todo, de sus
palabras no puede deducirse ofensa alguna, dado que el ministro
no estaba acusando a Hood y Zeltner de provocar los movimientos
de protesta, sino que tan solo se limitó a advertirles de las posibles
consecuencias que podría tener el escrito en cuestión, cuando el
Gobierno dominicano más necesitaba de la ayuda europea.
Debe reconocerse la habilidad del argumento empleado por
Fernández de Castro, pues aunque sin duda este ocultó parte de
la información, al obviar las negociaciones de la República con
España, tampoco estaba faltando a la verdad, ya que aún no existía
ningún acuerdo formal, y ante todo le permitió desactivar una
posible oposición a los proyectos de su Gobierno.
El agente de Gran Bretaña en Santo Domingo se refirió de
nuevo a los términos impropios empleados por Fernández de
Castro, en un despacho remitido a Russell, a quien informó de
que el ministro les había asegurado que su carta no pretendía
ser hostil. Según Fernández de Castro, el tono y expresiones de
aquella no justificaban la impresión de Hood y Zeltner de que
era ofensiva. Si bien la opinión de los cónsules seguía siendo la
misma, estos consideraron que sería descortés dudar de las seguridades que les había dado el ministro, y por lo tanto decidieron
olvidar el asunto.69
No obstante, la situación era tan tensa que los problemas iban
a tardar poco tiempo en aparecer otra vez, y en esta ocasión fue
a cuenta de un decreto publicado por el Gobierno dominicano,
68
69
Ibídem, Hood y Zeltner-ministro de Relaciones Exteriores de la República
Dominicana, Santo Domingo, 18 de enero de 1861 (es copia).
Ibídem, Hood-Russell, Santo Domingo, 1 de febrero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
373
que estipulaba que ningún matrimonio por la vía civil se consideraría
válido sin la celebración de la correspondiente ceremonia religiosa. Esta disposición se refería a los matrimonios en los cuales
uno o ambos contrayentes fuesen católicos, pero no estipulaba
nada para el matrimonio entre protestantes o entre personas que
profesaran cualquier otra religión, y en el preámbulo figuraba la
declaración de que la Constitución reconocía la religión católica
como la única y exclusiva del Estado. Sin embargo, a juicio de
Hood esta última afirmación no era correcta, porque la ley fundamental solo decía que la religión católica era la religión del
Estado, lo que no excluía las demás religiones, y el tratado entre
Gran Bretaña y la República Dominicana preveía expresamente
la total libertad de conciencia y ejercicio de credos religiosos.
Tal como subrayó el representante del ejecutivo de Londres, en
el caso de los católicos la necesidad de una ceremonia religiosa
no suponía una gran dificultad, pero cuando uno de los contrayentes no era católico se planteaban las mayores dificultades,
puesto que los sacerdotes se negaban rotundamente a celebrar
el matrimonio a no ser que ambas partes fuesen católicas. El
contrato civil se había reconocido hasta ese momento como la
prueba legal del matrimonio, y ello evitaba a los no católicos
los obstáculos que ahora se les ponían. Según Hood, el decreto
interfería con los derechos de los súbditos británicos, por lo que
pidió instrucciones al secretario del Foreign Office para saber
cómo actuar frente a semejante medida, que había causado una
sorpresa general, no solo debido a la materia de que trataba,
sino también por su forma. El diplomático llamó la atención de
Russell sobre el hecho de que Santana hubiera aprovechado sus
poderes extraordinarios para emitir tal decreto, acerca del cual
el presidente no había consultado al Senado. Hood calificó este
paso como de lo más insólito, y bastante innecesario en apariencia, ya que en su opinión el Senado era una cámara servil, cuya
existencia solo se permitía para que legalizase los decretos del
Gobierno de turno.70
70
Ibídem, 12 de febrero de 1861 (los términos «única y exclusiva» aparecen
subrayados en el original).
374
Luis Alfonso Escolano Giménez
Además, el agente de Gran Bretaña calificó el decreto de
innecesario en sí mismo, dado que el matrimonio era la excepción
a la regla en aquel país, pues los dominicanos de toda clase, desde
los miembros más altos del Gobierno, preferían vivir en público
concubinato a unirse con una mujer por medio del matrimonio.
De hecho, incluso en los casos en que se había celebrado el matrimonio, la decencia era tan poco respetada que los hombres introducían en su casa a sus concubinas, quienes vivían en perfecta
armonía con las esposas legítimas. Hood afirmó de manera taxativa que como el mencionado decreto no tenía finalidad alguna,
solo podía atribuir su publicación al deseo de Santana de ganarse
el favor de las autoridades españolas, mediante la imitación del
fanatismo de España, o a un deseo de exteriorizar el sentimiento
tan poco amistoso que el Gobierno dominicano había mostrado
últimamente hacia Gran Bretaña.71
El cónsul de Gran Bretaña señaló que esa hostilidad no era solo
hacia él, sino también hacia su colega de Francia. Al no especificar
ningún otro motivo, debe entenderse que se refería a la polémica
suscitada por la nota conjunta que ambos habían dirigido al ministro de Relaciones Exteriores, con respecto al protectorado o la cesión de Santo Domingo a España. En cambio, Hood dio a Russell
abundantes detalles sobre un nuevo incidente que confirmaba
dicho clima, y que en ausencia de cualquier cuestión pendiente
con el Gobierno dominicano que pudiera haber producido un
sentimiento desagradable, y puesto que su relación con el presidente era muy cordial, resultaba algo bastante inexplicable. Por
ello, una vez más, el representante de Gran Bretaña atribuyó las
dificultades que tenía con el ejecutivo de Santo Domingo al deseo
de este de demostrar su amistad hacia España por medio de una
manifestación de hostilidad hacia los agentes de Gran Bretaña y
Francia. A continuación, Hood pasó a relatar lo sucedido cuando
un individuo apellidado Golibart, que estaba en la cárcel y decía ser un oficial del Ejército de Nicaragua, solicitó su ayuda, por
lo que el diplomático mencionó el asunto en una entrevista con
Fernández de Castro, quien negó todas las declaraciones hechas
71
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
375
por Golibart. Es más, el ministro lo acusó de ser un espía al servicio
de Haití, y dijo a Hood que aquel era un filibustero cubano que no
tenía derecho a su protección. Sin embargo, las afirmaciones de
Fernández de Castro no se apoyaban en prueba alguna, según el
agente de Gran Bretaña, quien le pidió que hiciese averiguaciones
sobre el particular. Cuando el ministro preguntó a Hood si quería
que él remitiera alguna comunicación oficial al Gobierno dominicano con respecto a esa cuestión, el cónsul le respondió que no
era necesario por el momento, y que debía considerar los pasos
que había dado como extraoficiales. Al dar noticia de todo ello a
Russell, aquel le aseguró que solo había sido una conversación
amistosa, en la que se limitó a pedir información a Fernández de
Castro, y mientras cada cual buscaba más detalles y pruebas, el
asunto quedaba pendiente para continuarse ya después con carácter oficial. En el ínterin, Golibart fue expulsado del país sin juicio de ninguna clase, pero como no podía dirigirse oficialmente
al ministro sobre esta cuestión ni deseaba hacerlo, pues no saldría
nada bueno de tal forma de proceder, Hood pensó en ir a casa
de aquel para expresarle su sorpresa por el hecho de que no le
hubiese avisado de la salida de Golibart. El representante de Gran
Bretaña escribió también una nota privada que llevó consigo para
dejarla en el domicilio de Fernández de Castro, en caso de que no
se encontrara allí.72
Por otra parte, Hood informó a Russell acerca de sus relaciones anteriores con quien más tarde llegó a ser ministro, que
pertenecía a una respetable familia española, y era hijo de un
antiguo intendente de la isla. Fernández de Castro era además
un hombre de muy buenos modales y estaba bien informado, por
lo cual el diplomático no había dudado en recibirlo en su casa,
ante la ausencia absoluta de vida social, pese a la circunstancia de
tener una pequeña tienda de comestibles, y aunque se le acusaba
de estar involucrado en una bancarrota fraudulenta en España.
Si bien por aquel entonces no parecía que la acusación tuviese
fundamento, el propio Álvarez admitió que había alguna verdad
72
Ibídem, 5 de marzo de 1861 (el adjetivo «extraoficiales» aparece subrayado
en el original).
376
Luis Alfonso Escolano Giménez
en ello. El agente de Gran Bretaña hizo aún más que recibir en su
casa a Fernández de Castro, ya que en atención a las dificultades
pecuniarias de este, lo invitó a comer todos los días durante más
de un año. No obstante, tras ser nombrado ministro se produjo
un cambio considerable en sus relaciones con el cónsul, quien
no dejó que esto influyera en su conducta hacia Fernández de
Castro, la cual siguió siendo tan cordial como antes e incluso más
respetuosa. En ese estado de las relaciones entre ambos fue cuando Hood pasó a visitar al ministro, pero no encontró a nadie en
su domicilio, por lo que introdujo la mencionada nota por debajo
de la puerta, sin pensar que tal hecho pudiera ser interpretado
como una falta de respeto hacia el hombre que antes se había
permitido con él unas libertades mucho mayores. Hood recibió
al día siguiente un despacho de Fernández de Castro, en el cual
le exigía en términos no muy amables una explicación de esta
circunstancia. El representante de Gran Bretaña fue de inmediato
a ver a Santana, a quien explicó lo ocurrido con la esperanza de
que se alegraría de poder arreglar un asunto tan nimio de manera
amistosa, pero no había encontrado en él ninguna intención de
hacer nada semejante, aunque su conversación se desarrolló en el
tono más cordial. Hood vio entonces que la cuestión de la nota era
un mero pretexto y que, como ya se había intentado con su colega
de Francia, existía un deseo evidente de plantear una queja contra
él, para lo cual y en ausencia de cualquier otro motivo se había
aprovechado este incidente. El mismo Zeltner juzgaba que la conducta del ejecutivo de Santo Domingo hacia él y hacia Hood era
lo suficientemente seria como para justificar que también aquel
llamase la atención de su Gobierno, ya que ambos diplomáticos
estaban de acuerdo en pensar que el asunto podía, en cualquier
momento, derivar en un conflicto, no obstante todos los esfuerzos
que hacían para evitarlo.73
Basta leer la rotunda desautorización del Foreign Office a
la línea de conducta adoptada por el agente de Gran Bretaña,
para hacerse una idea de la errónea apreciación que este tenía
73
Ibídem. Para la carta de Hood a Fernández de Castro véase también: AGN,
RREE, leg. 15, expte. 9, No. 2.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
377
de muchos aspectos de la realidad dominicana, en lo cual sin
duda influía mucho el reducido ámbito donde se desarrollaban
sus actividades de carácter oficial y personal. Así, Russell se vio
obligado a desaprobar completamente la intromisión de Hood en
el caso Golibart, e incluso le reprochó haber actuado con muy
poco juicio al aceptar la causa de una persona en cuyo nombre
no tenía razón alguna para intervenir, dado que no se trataba de
un súbdito británico. Es más, sus discusiones posteriores con el
ministro dominicano de Relaciones Exteriores habían continuado
en un tono y un espíritu bien calculados para suscitar la duda de
hasta qué punto podían confiársele tranquilamente los intereses
del Gobierno británico.74
La trascendencia de la polémica creada en torno a lo que parecía tan solo un incidente menor se puso de relieve en el rechazo
del agente a la invitación para asistir a los actos conmemorativos
de la independencia de la República, aunque lamentase profundamente no poder dar al país ese signo externo de su amistad
hacia el mismo. Hood aprovechó también la ocasión para pedir
a Fernández de Castro que transmitiera al presidente sus mejores
deseos de prosperidad para la República Dominicana, así como
para su tranquilidad interna y la completa conservación de su
independencia,75 unas palabras con las que aquel parecía denunciar sutilmente los pasos que se estaban dando.
El cónsul de Gran Bretaña incluyó en un despacho que remitió a Russell una copia del mensaje pronunciado por Santana
el 27 de febrero de 1861, con motivo del aniversario de la independencia dominicana, en el cual había hecho referencia a las
proposiciones presentadas por Zeltner respecto a una convención
con Haití, mientras Hood se encontraba ausente de la capital. A
juicio de este, se hizo de tal manera como para dar a entender
que Gran Bretaña y Francia ya no actuaban de acuerdo en dicha
cuestión. Por ello, el diplomático británico consideró oportuno
dirigir una carta al Gobierno dominicano sobre el particular, en
74
75
Ibídem, Russell-Hood, Londres, 13 de abril de 1861 (minuta).
AGN, RREE, leg. 15, expte. 9, No. 5, Hood-ministro de Relaciones Exteriores
de la República Dominicana, Santo Domingo, 26 de febrero de 1861.
378
Luis Alfonso Escolano Giménez
la que le explicaba lo que había ocurrido y la razón por la cual la
misiva de Zeltner no iba acompañada de otra suya. En esa comunicación, Hood hizo también algunos comentarios al ministro de
Relaciones Exteriores sobre la ausencia en el mensaje presidencial
de toda mención de Gran Bretaña, pese a que incluso los Estados
de menor importancia habían sido presentados en un lugar
prominente. Por último, el agente señaló a Russell que, como la
República Dominicana ya había dejado de existir, solo se refería
a este asunto para demostrar que tenía razón cuando le expuso
en sus últimos despachos que el Gobierno dominicano deseaba
manifestar un sentimiento de hostilidad hacia Gran Bretaña.76
Con la consumación del proceso iniciado algunos meses atrás,
el régimen santanista obtenía por fin el respaldo de una potencia
extranjera para mantenerse en el poder frente a sus enemigos
tanto internos como externos, un objetivo que había tratado de
alcanzar desde el mismo comienzo de la independencia dominicana frente a Haití, en 1844. Dicho logro por parte del ejecutivo de
Santo Domingo, pese a las reticencias de todo tipo que tal medida
despertaba entre los diversos países con intereses en el área antillana, pone de relieve la inteligencia con que Santana y su Gobierno
supieron jugar la baza de la rivalidad internacional en beneficio
propio, aun a costa de renunciar a la soberanía dominicana. Ante
la irrupción del hecho, más o menos previsto y anunciado, de la
anexión de Santo Domingo a España, cabe analizar cuáles fueron
los principales pasos dados por las autoridades españolas y dominicanas, que permitieron tal desenlace en un espacio de tiempo
relativamente breve.
76
TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 21 de marzo de 1861.
Capítulo VI. Los preparativos inmediatos de la
anexión
E
l camino directo hacia la anexión fue emprendido en abril de
1860 cuando, por primera vez, Santana escribió a Isabel II para
expresarle que diecisiete años de inquietud continua habían enseñado a los dominicanos que su situación política los condenaría a
pasar por las mismas pruebas por las que pasaban los demás países
hispanoamericanos. Con ello, el presidente parecía reconocer que
los principales problemas que aquejaban a la República eran de
carácter interno, tanto políticos como económicos, aunque acto
seguido añadió que quizás también podrían ser absorbidos por alguna nación poderosa que codiciara el territorio de la República,
en clara alusión a los Estados Unidos. No obstante, el peso de la
negociación, siempre bajo la guía del agente de España en Santo
Domingo, fue llevado por el general Serrano, en su calidad de gobernador de Cuba. Entre las dos posibilidades que se encontraban
sobre la mesa, el protectorado y la anexión, se eligió la segunda
por considerar que la primera solo comportaría gastos sin ningún
beneficio a cambio.
Las instrucciones del ejecutivo de Madrid, a pesar de no rechazar esa opción, insistían en diciembre de 1860 en la absoluta
necesidad de posponerla, al menos durante un año, con el fin de
evitar en la medida de lo posible un enfrentamiento armado con
los Estados Unidos, que se encontraban entonces al borde de la
guerra civil. La realidad es que el temor de las autoridades dominicanas a un estallido revolucionario, que sería probablemente
380
Luis Alfonso Escolano Giménez
apoyado desde Haití, donde se encontraban algunos importantes
opositores al régimen de Santana, llevó a este a acelerar el proceso a partir de comienzos de 1861, cuando se conoció en Santo
Domingo que el Gobierno español no se oponía a la anexión, sino
que tan solo pedía un aplazamiento de la misma.
1. ÚLTIMAS GESTIONES DE SANTANA EN BUSCA DEL
PROTECTORADO O DE LA ANEXIÓN
Cabe explicar este cierto desinterés del gabinete O’Donnell
por el hecho de que las condiciones propuestas por Alfau para
la firma de un convenio resultaban excesivamente ambiciosas
por parte del ejecutivo de Santo Domingo, y poco atractivas para
el Gobierno español, hasta el punto de que González Tablas las
tilda incluso de «vergonzosas». A juicio de este autor, era necesario que Santana y Alfau tuviesen un concepto muy pobre
del gabinete de Madrid, para haberse atrevido a presentar tales
proposiciones como base de un acuerdo entre ambos países. Esa
valoración coincide con la que expresó ante el Senado, el 30 de
marzo de 1865, el entonces ministro de Ultramar, quien confesó
haberse ruborizado «al leer que se hiciera a España la proposición, no de la anexión, sino la del protectorado», y aseguró que
no había visto «condiciones más humillantes […] jamás en la
historia de los tratados». El ministro Seijas Lozano subrayó que
«una nación que no tenía medios de vivir de ninguna manera»
se acogía a España para que esta le diese recursos y riquezas,
obligándola «además a mantener su integridad e independencia constantemente». Seijas señaló que ningún país contraía
obligaciones tan extensas sin obtener a cambio beneficios importantes, y terminó preguntando cuáles se ofrecían a España,
para responderse que «ningunos; absolutamente ningunos». En
cualquier caso, tal como indica González Tablas, el ejecutivo de
Madrid no se ofendió por ello, sino que accedió a las peticiones de la República. En efecto, O’Donnell expuso que tras «un
maduro examen» había cambiado de opinión, y convenido con
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
381
sus compañeros del ejecutivo en aconsejar la reincorporación de
Santo Domingo a España, por lo que aceptaba toda «la responsabilidad de esta medida», cuya génesis explicó en el Senado con
posterioridad a su realización. Según el presidente del Consejo
de Ministros, desde un año y medio antes de la fecha en que
se produjo la anexión, la República Dominicana «manifestaba
que no tenía los medios para defenderse, que expiraba el plazo
y la tregua de cinco años» pactada con Haití, y temían ser sus
víctimas. Aunque en un primer momento el Gobierno español
no pensó en admitir la anexión, al mismo tiempo quiso ver si era
posible que la República Dominicana existiera por sí, de modo
que le proporcionó armas y municiones, así como oficiales para
dar una organización a sus tropas, y cañones, pese a lo cual «la
República dijo que no podía continuar».1
Con gran acierto, González Tablas critica el hecho de que el
ministerio O’Donnell enviase «todos esos socorros a los dominicanos, sin que la España constitucional, representativa, supiera nada
por la voz de sus procuradores en las Cámaras, ni de que tal cosa
se hacía, ni menos al precio que se concedía tanto favor». Dicho
autor sostiene que este modo de proceder fue la causa de que
«la cuestión de Santo Domingo no fuera tomada como nacional,
sino como dijo el marqués de Miraflores el sueño de un partido».
Lo cierto es que Santana y sus cómplices recibían tales recursos,
a su vez, sin que la masa común del pueblo tuviese conciencia del
precio al que se los daban, un secretismo que José Gabriel García
considera la causa de que entre los dominicanos «la anexión no
fuera considerada como una simple evolución política, sino como
un acto de traición». En cualquier caso, el mencionado autor afirma que a medida que se profundiza en la trama urdida para llevar
a cabo la anexión, y en los medios puestos en juego con ese fin,
resulta más patente que con ella se consumó «el engaño hecho a
dos naciones por sus Gobiernos respectivos». García está, pues, de
1
Ramón González Tablas, Historia de la dominación y última guerra de España en
Santo Domingo, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos; Editora
de Santo Domingo, 1974, pp. 56-57 (esta obra fue publicada por primera vez
en 1870, en el periódico madrileño La Correspondencia Universal).
382
Luis Alfonso Escolano Giménez
acuerdo con González Tablas al lamentar «que tomara tal giro un
asunto que tantas vidas preciosas, tantas lágrimas y tantos tesoros»
costó a España y a la República Dominicana.2
En apoyo de la tesis de la traición cabe resaltar el creciente distanciamiento de algunas figuras que habían permanecido fieles a
Santana durante muchos años, como es el caso del general Mella,
quien incluso fue a Madrid en 1854 como enviado extraordinario, para solicitar el reconocimiento diplomático de la República
Dominicana por parte de España. Así, las gestiones secretas que realizaba Santana con las autoridades españolas «en pro de la anexión
originaron la ruptura definitiva» entre el presidente y Mella, quien
estaba al corriente de las mismas, hasta el punto de que en enero
de 1860 las contradicciones políticas entre ambos le obligaron a exiliarse. Mella regresó a la República Dominicana antes de su anexión
a España, pero las bases de esta ya estaban suscritas. Aunque todos
los pasos que dio Santana en 1860 y 1861 se dirigieron a «presentar
su traición como un acto espontáneo del pueblo dominicano», para
no despertar las sospechas de las demás potencias, la aceptación de
ese hecho en el interior del país distaba mucho de ser unánime.
Fue precisamente en una reunión de jefes militares, convocada por
el presidente de la República el 1 de enero de 1861, cuando Mella
se expresó abiertamente en contra de la anexión, con lo que reafirmaba «su ruptura definitiva» con Santana.3
Algunos días más tarde, Lavastida, ministro de Guerra y
Marina, informó al comandante de armas de Samaná de que las
autoridades de Santiago habían denunciado que Mella «suscitaba
la desunión, y por medio de infernales propagandas trataba de
desquiciar el orden público y trastornarlo todo». Estas acusaciones
fueron motivo suficiente para su arresto mientras se encontraba
aún en la capital, desde donde, tras permanecer en la cárcel hasta
que se proclamó la anexión, partió de nuevo al exilio. Según el
ministro, otros jefes militares que habían acudido a la capital para
2
3
Ibídem, pp. 57 y 413-414. Véase en el apéndice la serie de artículos escritos
por J. G. García sobre la obra de González Tablas, y publicados en la revista El
Maestro a lo largo de 1885 (las cursivas son del autor).
Filiberto Cruz Sánchez, Mella: biografía política, 3.ª edición, Santo Domingo,
Comisión Permanente de Efemérides Patrias, 2000, pp. 121-123.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
383
entrevistarse con el presidente, como por ejemplo los generales
Valverde y Mallol, regresaron inmediatamente a Santiago, «muy
satisfechos» con las explicaciones del Gobierno, y «dispuestos a
ser un fuerte apoyo y sostén» del mismo.4
La anexión de Santo Domingo a España fue llevada a cabo por
los grupos conservadores, integrados por terratenientes y comerciantes, importadores y exportadores, pero recibió igualmente el
aplauso de «amplios núcleos de la pequeña burguesía capitaleña y
sureña»,5 por lo que no puede afirmarse en absoluto que ese acto
no contara con ningún respaldo social. De estas consideraciones y
acontecimientos surgen algunas preguntas inevitables: ¿cómo fue
posible que la solución anexionista acabara imponiéndose con relativa facilidad y rapidez frente a las intrigas de los agentes extranjeros, y a la oposición más o menos abierta o disimulada de muchos
dominicanos? ¿Cuáles son las razones que explican el cambio de
la postura mantenida tradicionalmente por el Gobierno español,
para que de una forma tan repentina este aceptase la anexión de
Santo Domingo, pese a sus reticencias iniciales? Debe por ello
tratarse de responder a cuestiones de muy diversa índole, tanto
de orden propiamente interno de cada país, como de carácter
geoestratégico, internacional y colonial.
La primera gestión realizada directamente por Santana fue escribir a la reina Isabel II, en abril de 1860, para manifestarle que
diecisiete años de «inquietud continua» habían enseñado a los dominicanos que su situación política los condenaría a pasar por las
mismas pruebas por las que estaban pasando los demás países hispanoamericanos. A esto añadió el presidente, con toda intención:
«Si antes no somos arrebatados por algún Estado poderoso que nos
codicie», en clara alusión a los Estados Unidos. Semejante situación
destruía «toda esperanza de aprovechar las riquezas naturales de
nuestro suelo, que tanto prometerían en circunstancias más
4
5
E. Rodríguez Demorizi, «Noticia biográfica de Mella», en Homenaje a Mella,
Academia Dominicana de la Historia, vol. XVIII, Santo Domingo, Editora del
Caribe, 1964, pp. 139-155; véase p. 148, apéndice I. El documento que se cita
está fechado en Santo Domingo, el 7-I-1861.
F. J. Franco Pichardo, Historia de las ideas políticas en la República Dominicana
(contribución a su estudio), 3.ª edición, Santo Domingo, Editora Nacional, p. 54.
384
Luis Alfonso Escolano Giménez
favorables», y obligaban al Gobierno de la República «a buscar
mejor porvenir en un orden de cosas más estable y duradero».
Santana puso de relieve que el origen, el idioma, la religión, las costumbres y las simpatías de los dominicanos los inclinaban a «desear
encontrar esa estabilidad en una más perfecta unión» con la que
fue su metrópoli, y aventuró que seguramente no se presentaría «jamás mejor oportunidad» que la que ofrecían aquellas circunstancias. El presidente también mencionó que los sentimientos de amor
hacia España, «debilitados» tiempo atrás «por los arteros manejos
del agente que interpretando a su conveniencia las intenciones»
del Gobierno español, sembró la desconfianza, habían «revivido
gracias a la conducta noble y generosa» de Álvarez, y a la lealtad con
que el Gobierno dominicano había sabido despertarlos. Sin más
rodeos, Santana pasó a plantear a la reina que era «el momento
oportuno para estrechar más los lazos» que unían a ambos pueblos.
Su argumento fue preguntarse qué ocurriría si se dejaba pasar la
oportunidad, y «viniese una de esas convulsiones políticas» a las
que estaban tan expuestas los países nuevos. Es más, si la República
Dominicana fuera amenazada por Haití, y los Estados Unidos, de los
que el presidente no hizo mención en ningún momento, quisieran
aprovechar tal coyuntura, «cuál sería entonces el resultado de esa
reunión de circunstancias». Para espolear el interés del ejecutivo
de Madrid en la mayor medida posible, Santana concluyó su misiva
con las siguientes palabras:
Sus funestas consecuencias que serían un mal grave para la
Antilla dominicana, no lo serían menos para las dos españolas que la tocan por sus extremos y deben sin duda llamar la
atención de ambos Gobiernos. Si el de España, pues, tiene
como me persuado interés en evitarlos, yo y la gran mayoría
de la nación, estamos dispuestos a adoptar la medida que sea
conveniente para asegurar la felicidad del pueblo dominicano y los intereses de España, en sus posesiones americanas.6
6
AGI, Cuba 2266, pieza No. 1, doc. No. 3, Santana-reina de España, Santo
Domingo, 27 de abril de 1860 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
385
A fin de reforzar el efecto de esta gestión, Álvarez informó al
ministro de Estado de que Santana le había dado a leer la carta
dirigida a la reina, cuyo contenido era muy exacto, según el cónsul, y reflejaba con verdad el estado de la República y los peligros
que la amenazaban, por lo que sus apreciaciones debían tenerse
muy en cuenta. El presidente le había dicho al despedirse que
España era a la que más interesaba que se conservase la República
Dominicana, y que Alfau estaba en Madrid para hacer todo lo que
el Gobierno español quisiera, pero que si no hacían nada para
salvarla, «más tarde o más temprano entre haitianos y americanos» aquella se perdería sin remedio. Álvarez añadió que tanto
Santana como el vicepresidente Alfau, el ministro Ricart y los demás miembros del ejecutivo, «fieles a los compromisos contraídos
con España», esperaban con ansia el resultado de las negociaciones de Alfau en Madrid, y que dicho resultado les garantizase la
seguridad y estabilidad que tanto anhelaban. Con ello, se atraería
«a una sola bandera a los partidarios de la Unión», pues casi todos
lo eran porque creían que los Estados Unidos «los salvarían de
los haitianos, asegurándoles sus propiedades y el bienestar de sus
familias».7
Este apoyo a los planteamientos del presidente de la República
fue también suscrito por el propio general Serrano, quien se convirtió muy pronto en una pieza clave de las negociaciones, que adquirieron cada vez más el carácter de un juego a dos bandas entre
Santo Domingo y La Habana, quedando relegada a un segundo
plano la misión de Alfau. En un despacho remitido a Calderón
Collantes, el gobernador de Cuba subrayó que las cuestiones de las
que trataba Álvarez eran «de la más alta importancia para los intereses generales» de España, «y en particular para los comerciales»
de Cuba, de ahí «el empeño grande» que debía ponerse en alejar
de toda influencia sobre el Gobierno dominicano a los agentes de
los Estados Unidos. Estos, «ya bajo la capa de negociantes particulares, ya tentando la pobreza del país con ofertas pecuniarias», o
bien con ambos pretextos, solo pretendían «poner el pie en esa
7
AMAE, H 2057, Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 4 de mayo
de 1860.
386
Luis Alfonso Escolano Giménez
codiciada bahía de Samaná, cuyos feracísimos contornos» encerraban
magníficos recursos, que podían «aprovechar con ventaja sobre
otros países» el comercio y la navegación españoles. En último lugar, Serrano se felicitó por el hecho de que los hombres que gobernaban la República Dominicana estuvieran «animados de las más
favorables disposiciones para el logro de tan importante objeto», y
comunicó al ministro de Estado que se proponía «estudiar detenidamente» todo lo relacionado con esa interesante cuestión.8
En cualquier caso, la máxima autoridad de Cuba ya había comenzado a tomar cartas en el asunto, y lo hizo de forma directa,
por medio de las «cordiales y amistosas relaciones» que cultivó
con el vicepresidente de la República, a quien expresó el deseo
de que las gestiones de su hermano obtuviesen el resultado satisfactorio que se esperaba de ellas. No obstante, ambos pretendían
estrechar por su cuenta, aún más, «los vínculos […] indisolubles»
existentes entre los dos países, y Serrano encontró «muy acertado
el propósito» de Alfau de reorganizar el Ejército dominicano, por
lo que había transmitido al Estado Mayor su petición de que se
enviaran allá varios instructores desde Cuba. Asimismo, el gobernador de esta isla alentó al vicepresidente Alfau «en su designio
de rechazar el filibusterismo, especie de pirateo» que tomaba «diferentes disfraces», y que dondequiera que asomaba la cabeza era
el mayor enemigo de la raza española.9
En su respuesta a Serrano, el ministro de Estado le aseguró
que el Gobierno español miraba con gran interés cuanto se refería
a la República Dominicana, y le dio instrucciones para que, una
vez puesto de acuerdo con Álvarez, analizase cuidadosamente los
medios de contrarrestar la influencia de los Estados Unidos en ese
país. El ejecutivo de Madrid había facilitado al representante de la
República en España los pertrechos solicitados, le había auxiliado
además con una cantidad de dinero para el envío inmediato de los
mismos, y estaba «dispuesto a prestar todo su apoyo al Gobierno
dominicano» para que organizase su Ejército con oficiales españoles. Calderón se refirió también a la desgraciada situación de los
8
9
AGI, Cuba 2266, pieza No. 1, doc. No. 4, Serrano-ministro de Estado, La
Habana, 12 de mayo de 1860 (minuta).
Ibídem, doc. No. 6, Serrano-Antonio Abad Alfau, La Habana, 14 de junio de
1860 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
387
súbditos españoles residentes en Venezuela, que daría por resultado el establecimiento en territorio dominicano de muchos de
ellos, los cuales servirían «de base a una colonización» muy conveniente, a fin de que la influencia de España descansara sobre
sólidos fundamentos. El ministro consideró muy provechoso que
algunos sargentos licenciados del Ejército de Cuba se trasladasen
a Santo Domingo, si voluntariamente quisieran hacerlo, y autorizó
al gobernador a enviar a la República Dominicana algunos buques
de guerra que visitasen «las costas de la isla, tanto en la parte de
Haití, como en la dominicana». Dichos barcos coadyuvarían con
su presencia a los fines que el Gobierno español se proponía, e
impedirían, «imponiendo respeto a los haitianos, que la guerra
civil o extranjera» estorbara la marcha política que Santana se
proponía seguir.10
Serrano actuaba, en buena medida, sin consultar con las autoridades de la metrópoli o, cuando menos, antes de recibir respuesta
alguna de las mismas, como parece deducirse del contenido de los
despachos anteriores. Así, cuando el ministro de Estado le manifestó su opinión favorable respecto al envío de instructores militares desde Cuba, el gobernador ya había comenzado a dar los pasos
necesarios para atender la solicitud de la República Dominicana.
Es más, Serrano tomó la decisión de mandar un buque de guerra
a aguas dominicanas, en virtud de las comunicaciones que había
recibido del cónsul de España en Santo Domingo, y por otras noticias relativas a la situación de aquel país, donde podría prestar
un buen servicio a los intereses españoles, antes de ser autorizado
para ello desde Madrid. En efecto, el 25 de junio Serrano ordenó
al comandante general de Marina del apostadero de La Habana
que el vapor Don Juan de Austria se trasladase a las costas de la isla
de Santo Domingo,11 e indicó al vicepresidente Alfau que cuando
recibió su carta privada del 5 de junio, ya había decidido enviar
allá el mencionado barco de guerra.12
10
11
12
Ibídem, doc. No. 7, Calderón Collantes-capitán general de Cuba, Madrid, 27
de junio de 1860.
Ibídem, doc. No. 8, Serrano-comandante general de Marina del apostadero
de La Habana, La Habana, 25 de junio de 1860 (minuta).
Ibídem, doc. No. 12, Serrano-vicepresidente de la República Dominicana, La
Habana, 25 de junio de 1860 (minuta).
388
Luis Alfonso Escolano Giménez
La implicación cada vez mayor del gobernador de Cuba en la
situación dominicana se pone de relieve igualmente en un despacho que envió al plenipotenciario de España en Washington,
a quien señaló que hasta entonces los dominicanos habían resistido las tentaciones de los agentes de los Estados Unidos, que los
asediaban «con ofertas de auxilios de dinero». Según Serrano,
aquellos decían que si se los abandonaba, antes que «el baldón
de ser dominados por los negros» serían «cualquier cosa; hasta
yankees», por más que les repugnara, en vista de lo cual, y «convencido de la gran trascendencia de la cuestión», había determinado
por el momento enviar un vapor que les diese alguna fuerza moral. Además, el gobernador escribió a Alfau para alentarle en su
designio de repeler toda agresión, viniera de donde viniera, y le
prometió «auxilios más eficaces en virtud de demanda suya clara
y precisa», si llegasen a producirse los extremos que se temían, y
le explicó que esos auxilios serían de buques, armas y municiones,
según lo permitieran las circunstancias. «En cuanto al envío de
tropas de desembarco», Serrano no se comprometió a nada con el
ejecutivo de Santo Domingo, mientras no recibiese autorización
del Gobierno de Madrid, al que haría ver el gran interés que debía
poner en todo lo referente a la República Dominicana. El capitán
general de Cuba estaba convencido de que la política de España
en aquellas regiones había de concentrarse en esa cuestión, y en
hacer frente a los norteamericanos, pues consideraba que todo lo
demás era secundario. A juicio de Serrano, el influjo de España,
«preponderante y exclusivo en Santo Domingo, bien por un protectorado, por alianzas u ocupación o cualquier otro medio» que
proporcionaran las circunstancias, era «indispensable para la seguridad y el porvenir» de sus posesiones trasatlánticas, y así se lo
diría al Gobierno español.13
Por su parte, el ejecutivo de Madrid ya había empezado a tomar las primeras medidas, y el ministro de Guerra autorizó oficialmente al gobernador de Cuba a conceder el pase a la República
13
Ibídem, doc. No. 14, Serrano-enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de España en Washington, La Habana, 30 de junio de 1860 (minuta;
este despacho fue redactado en cifra).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
389
Dominicana «de los oficiales y sargentos» del Ejército de aquella
isla que lo solicitasen, siempre que no excedieran de «un número
proporcionado». Tales individuos debían «continuar figurando
en los escalafones de ese Ejército, aunque proveyéndose sus vacantes, y disfrutar el sueldo entero de América», que abonarían
las cajas de La Habana. Hasta ese momento, desde la península
solo se habían enviado cuatro oficiales para la organización del
Ejército dominicano, por lo que un número «tan corto» resultaba
insuficiente para cumplir «el indicado objeto». El ministro de la
Guerra facultó también a Serrano para «facilitar a la República
Dominicana el posible armamento, sin desatender las necesidades
propias», y formando relaciones valoradas de los efectos» que se
entregasen, a fin de que en el momento oportuno pudiera reclamarse al Gobierno dominicano «el pago de su justo importe». La
justificación que el ministro alegó de todas estas ayudas era que el
enfrentamiento entre los dos estados de la isla de Santo Domingo
no podía ser, en absoluto, «indiferente a la política española, y
mucho menos cuando ya por la tendencia natural de las cosas»,
Haití parecía «el apoyo moral y efectivo posible de los Estados
Unidos». El dominio de estos en dicha isla llegaría a ser peligroso
para España, y al mismo tiempo la República Dominicana aspiraba «no solo a interesar en su favor» la influencia española, «sino a
obtener todos aquellos recursos materiales» que consideraba necesarios, y se le pudiesen proporcionar «dentro del límite trazado
por el derecho internacional». Así, «sin faltar de ningún modo a
los deberes» impuestos por el mismo, según lo exigían «la buena fe y la conveniencia de evitar complicaciones», el ejecutivo de
Madrid había accedido a las gestiones realizadas por el representante dominicano.14
Resulta llamativo que se relacionara la coyuntura interna de
los Estados Unidos con el argumento de que Haití constituyese
una base para dicho país en la isla Española, por cuanto no era
14
Ministro de Guerra-capitán general de Cuba, Madrid, 4 de julio de 1860.
Documento conservado en el Archivo del Congreso de los Diputados,
Madrid, y recogido por Manuela Morán Rubio en La anexión de Santo Domingo
a España (1861-1865), tesis doctoral presentada en la Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad Complutense de Madrid, en 1973, vol. II, pp. 140-141.
390
Luis Alfonso Escolano Giménez
posible prever en qué medida abolicionistas y esclavistas podrían
imponer sus respectivos criterios sin que estallara un conflicto interno, tal como finalmente sucedió. Lo más interesante es la consideración de que el peligro para la soberanía dominicana proviniese tan solo de una hipotética, y a la vez poco probable, conjunción
haitianoestadounidense, en lugar del interior de la República,
donde existían numerosas personas, incluso dentro de su propio
Gobierno, muy favorables a la influencia norteamericana.
Otra de las decisiones más importantes adoptadas por el
Gobierno español fue la de que el recién nombrado comandante
del apostadero de La Habana, Joaquín Gutiérrez de Rubalcava,
hiciese escala en Santo Domingo durante su travesía hacia Cuba,
para llevar a cabo la comisión que le había encomendado el ministro de Marina, el 5 de junio. El general Gutiérrez de Rubalcava
acababa de distinguirse en los episodios navales de la reciente guerra de África, mientras era capitán general de Cádiz.
En un informe dirigido al ministro de Marina, Rubalcava señaló que tras recalar en la capital dominicana el 3 de julio, Álvarez lo
había puesto al corriente de «algunos particulares indispensables»
para la entrevista que deseaba mantener con el vicepresidente de
la República. Esta se llevó a cabo «bajo un carácter de prudente
reserva para no llamar la atención de los cónsules de otras potencias y de la misma población». A lo largo de la reunión, que
tuvo lugar hasta una hora bien adelantada, el marino español
consiguió cumplidamente el objetivo que se había propuesto, que
era adquirir todos los datos y detalles de mayor interés para el
ejecutivo de Madrid, de acuerdo con los fines indicados en la real
orden del 5 de junio. Es más, Rubalcava subrayó la credibilidad
de la información que había obtenido durante su visita a Santo
Domingo con las siguientes palabras:
Tanto de esta larga conferencia como de la que volví a tener
con el mismo vicepresidente el día inmediato 4 a [sic] presencia de los tres ministros de la República […]; de la lectura de alguna correspondencia oficial que me entregaron,
y sobre todo por las noticias verídicas que me suministró
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
391
el cónsul de S. M., cuyas recomendables circunstancias le
han colocado naturalmente y sin violencia en situación sumamente ventajosa cerca del Gobierno de Santo Domingo
que le comunica y consulta sus proyectos y determinaciones,
he formado el concepto de que los datos que he adquirido
[…] son exactos y verdaderos.15
Según este escrito, la mayor parte de sus habitantes se enorgullecían «en llamarse españoles», incluidos los hombres que habían
«figurado a la cabeza de los diversos partidos» que se disputaban el
poder. Los dominicanos comparaban «aquellos tiempos de prosperidad, riqueza y bienestar que disfrutaron» durante la etapa colonial, «con la desgracia, miseria y desventura» que los rodeaban.
De este modo, a juicio de Rubalcava, no podía «menos de palparse
su sinceridad y buena fe al expresar la parte más notable y numerosa de la población» su deseo de volver, a toda costa, «al dominio
de los españoles», o de ser protegidos por su Gobierno. De hecho,
no era la primera vez que el ejecutivo de la República deliberaba
«sobre enarbolar el pabellón español y ponerse a disposición de
España aun sin su anuencia», y en tal sentido el militar indicó que
hoy mismo esta es la idea culminante que abrigan, que me
ha sido explícitamente manifestada por el vicepresidente
Abad Alfau y los ministros de que dejo hecha mención, notándose su abatimiento al expresarles que mi misión no era
otra que entregar el pliego de que era portador, enterarme
de algunos particulares y dar cuenta al Gobierno de S. M.
que no me había facultado para otra clase de conferencias
o estipulaciones, ni yo podía inculcarles otra cosa que la
seguridad de que el Gobierno español no solo no miraba
con indiferencia la desgracia de los dominicanos, sino que
15
Archivo Histórico Nacional, Madrid (en adelante: AHN), Ultramar, Santo
Domingo, leg. 3526/1, doc. No. 1, Gutiérrez de Rubalcava-ministro de
Marina, La Habana, 10 de julio de 1860. El documento es un traslado desde
el Ministerio de Marina al de Guerra y Ultramar, fechado el 24-VIII-1860,
que la Dirección General de Ultramar trasladó al Ministerio de Estado el
16-IX-1860.
392
Luis Alfonso Escolano Giménez
estaba dispuesto a dispensarles todo el apoyo y protección
que fuera dable a fin de contribuir a su seguridad y prosperidad sucesiva de que tanto necesitan.16
Los miembros del Gobierno pasaron después a explicar a
Rubalcava sus temores de que «tal vez resultara infructuoso el apoyo y protección» que España les prestase, si no era de la manera
eficaz que exigía el peligro creciente que los rodeaba. El marino
añadió que dichos temores tenían sobrado fundamento, y eran
en su opinión dignos de tomarse en consideración, toda vez que
el estado de la República Dominicana era cada día más crítico,
porque aparte de la lucha que sostenía constantemente con Haití,
tenía que enfrentarse «con otro enemigo más formidable», aunque apareciese desarmado. El mismo iba «minando poco a poco
el ánimo de los habitantes», en especial de los del Cibao y puntos
inmediatos a Samaná, captándose su voluntad y adhesión para
aprovechar «la primera oportunidad favorable de fijar la planta»
firmemente en aquel territorio, de una manera que pareciera hasta justificable a ojos de las potencias europeas. Como es obvio, ese
enemigo temible eran los norteamericanos, quienes desde hacía
años no perdonaban medio ni desperdiciaban ocasión para
granjearse la voluntad y cariño de los dominicanos sencillos
con su frecuente trato, sus halagadoras promesas, los efectos
que introducen cediéndolos a precios ínfimos para mejorar
la navegación, el comercio, la industria, la agricultura y hasta
para estimularlos a la necesidad del lujo y las comodidades
de la vida que hasta ahora habían desconocido.17
Según Rubalcava, no se podía dudar del éxito que, tarde o
temprano, obtendría «tan estudiado sistema», que nadie había
«combatido ni contrarrestado suficientemente» para destruir sus
fines. De este modo, aunque todos los dominicanos tuviesen «el
corazón español», y no hubieran perdido la esperanza de que
16
17
Ibídem.
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
393
algún día España les prestase su apoyo, al ver que pasaban los
años sin conseguirlo, lo considerarían quizás como un signo de
indiferencia. Así pues, al comparar esa actitud con la conducta
aparente de los Estados Unidos, los dominicanos acabarían por
perder «la especial inclinación» que sentían hacia España, «y por
recibir humildemente el yugo yankee con todas sus consecuencias». En último lugar, el militar hizo un recuento de «las fuerzas y
elementos de vida» con que contaba el Gobierno dominicano, de
acuerdo con el cual la República podía disponer en caso necesario
de 30,000 a 35,000 hombres, un número excesivo comparado con
el de su población, que no llegaba a los 600,000 habitantes, pero
que era posible, pues no hacía falta «armar, equipar ni instruir y
siendo muy económico alimentar semejante Ejército». Además, el
prestigio de Santana era tan grande que bastaba una insinuación
suya para que le siguieran al combate todos aquellos que tuviesen
un arma, aunque en el estado normal se calculaba que mantenían
solamente un Ejército de 2,000 hombres, que tampoco contaban
con uniforme ni armamento bueno ni completo. Por otro lado,
la fuerza marítima de guerra se distribuía entre Puerto Plata y
Santo Domingo, tenía encomendado el servicio de correos entre
los puertos de la República, y estaba formada por cuatro goletas,
cada una de las cuales llevaba a bordo tres piezas de artillería de
pequeño calibre.18
Con respecto a lo que Rubalcava denominó elementos de vida,
el Gobierno dominicano solo contaba con los derechos de aduana
que recaudaba, así como con los de puertos y patentes de comercio. Sin tener establecida ninguna contribución, tales recursos le
proporcionaban «un ingreso anual aproximado de 400,000 pesos
fuertes», con cuya renta bien administrada los miembros del ejecutivo consideraban que bastaría para cubrir las necesidades de
la República. El jefe del apostadero de La Habana lamentó que
el producto de un país que encerraba en sí quizás «mayores elementos de riqueza que otro alguno por su asombrosa fertilidad y
extensión de territorio» fuera tan mezquino, y que su comercio,
pese a que debía y podía ser muy animado y lucrativo, estuviese
18
Ibídem.
394
Luis Alfonso Escolano Giménez
«reducido a la más completa nulidad». Rubalcava concluyó con
el deseo expresado por dicho Gobierno de que hiciera partícipe
de su vivo interés al ejecutivo de Madrid, para que este evitase los
males que amenazaban a la República Dominicana:
Sobre todo el de pasar un día quizás no muy lejano al dominio de los angloamericanos, tanto más cuanto que el origen,
el idioma, las costumbres, las simpatías, la sangre en fin de
sus moradores es española y nadie como España puede con
más derecho y más justicia estipulada en los tratados tender
una mano eficazmente protectora a los desgraciados habitantes de Santo Domingo.19
Al final del informe, el militar también manifestó al ministro
de Marina su satisfacción por el hecho de que el general Serrano
le hubiera expuesto las mismas ideas durante una entrevista que
había mantenido con él sobre este asunto.20
El tono entusiasta de las afirmaciones de Rubalcava se pone
claramente de relieve en sus últimas palabras, con las que demuestra que la opinión de las más altas autoridades de Cuba era
ya sin duda partidaria de una intervención decidida de España
en la República Dominicana. Sin embargo, los datos consignados por aquel en su informe no eran fiables en absoluto, puesto
que junto a cifras completamente falsas como la de los 600,000
habitantes, frente a los 186,700 o, a lo sumo, 250,000 que recogió Álvarez en su informe del 20 de abril de 1860,21 se pintaba
una situación financiera desde luego también muy alejada de la
realidad.
La favorable postura de Serrano hacia la solicitud del Gobierno
dominicano queda clara en un despacho que remitió al ministro
de Estado, en el cual le expresó la convicción que tenía, incluso
antes de llegar a Cuba, «de que nada de lo que pasara en Santo
Domingo podía ser indiferente al interés de la España». Por ello,
19
20
21
Ibídem.
Ibídem.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 87-100; véase p. 87.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
395
desde su llegada a La Habana había cultivado muy amistosas
relaciones con el vicepresidente Alfau, que estaba al frente del poder ejecutivo, y en cuyas comunicaciones rebosaba «el sentimiento
más caluroso de españolismo». A juicio de Serrano, en la apurada
situación en que se encontraba la República Dominicana, era «verdaderamente terrible y exacto por demás el dilema» que proponía
Alfau en uno de sus despachos: «Los negros o los americanos», de
modo que cualquiera de esos dos extremos sería «funesto para los
intereses generales de España y la seguridad» de Cuba. De ahí el
gran interés que las autoridades españolas debían tener a la hora
de «salvar aquella nacionalidad del doble peligro» que la amenazaba, aun cuando tuvieran que arriesgar algo para conseguirlo. El
gobernador de Cuba subrayó que si los dominicanos sucumbían,
«aquella isla, que casi toca con una de las extremidades de Cuba,
que se encuentra enclavada entre esta y Puerto Rico como el eslabón de una interrumpida cadena, sería dentro de poco un puesto
avanzado» contra las mismas, «y desde luego el cuartel general del
filibusterismo». Por ello, Serrano insistió una vez más en su idea
de que era allá donde debían concentrarse todos los esfuerzos de
España, y donde debía fijarse su política en América, para garantizar así la existencia de la República Dominicana, ya que esta identificaba su propia supervivencia con el destino de las posesiones
españolas en dicho continente. De hecho, en otra misiva dirigida
también a Calderón Collantes, relativa a México, el gobernador
de Cuba le aconsejó «la más absoluta neutralidad en los asuntos
interiores de las Repúblicas hispanoamericanas», precisamente
con objeto de que España, «desentendiéndose de todas las demás
cuestiones», se centrara en la dominicana. La conclusión de este
despacho no dejaba lugar a ninguna duda sobre las intenciones
de Serrano:
Tiempo vendrá en que recobrándose España de su anterior
decadencia, y ahora está en camino de ello, adquiera por la
misma fuerza de las cosas el influjo que el porvenir le tiene
sin duda reservado en los negocios del continente americano: pero en lo presente lo que le aconsejan sus verdaderos
396
Luis Alfonso Escolano Giménez
intereses es una política que pueda formularse en muy
pocas palabras, a saber: hacer frente a los Estados Unidos
que es el enemigo que hemos de encontrar en todas partes
y apercibirnos para luchar con ellos en su día, desentendernos de los negocios de Méjico y costa firme y proteger a
Santo Domingo.
El gobernador de Cuba se mantendría atento a cuanto ocurriese en la vecina República, y si se produjera una terrible crisis en que peligrase su nacionalidad, haría «todos los esfuerzos
posibles para evitar una catástrofe» de fatales consecuencias para
España. Por lo tanto, Serrano consultó al ministro de Estado si,
llegado el caso, le estaría permitido «enviar tropas de desembarco, tomar una actitud resuelta y ayudar» en todos los conceptos
a la República Dominicana, aun a riesgo de una guerra con los
Estados Unidos.22
Estas palabras revelan que su determinación de intervenir en
los asuntos de dicho país era total, pese al grave peligro que representaba un hipotético enfrentamiento con los norteamericanos,
quienes aunque enfrascados en sus pugnas internas, no debían
dejar de ser tenidos en cuenta, dado su cada vez mayor poder político, económico y militar. En cambio, la opinión del ejecutivo de
Madrid era muy distinta de la de Serrano, tal como subraya acertadamente Cortada, quien sostiene que O’Donnell no permitió
que un exceso de confianza perturbara su línea de pensamiento,
cuando menos hasta la segunda mitad de 1860.23
Sin embargo, Serrano no estaba solo ni actuaba por completo
al margen de lo que le comunicaban los demás agentes españoles
en América, y muy en particular, como es lógico, los diplomáticos
acreditados en Santo Domingo y Washington, con quienes mantuvo un fluido intercambio de información durante toda la etapa
previa a la anexión. Es más, el nivel de acuerdo entre los tres personajes era muy alto, hasta el punto de que sin tal coincidencia de
22
23
AGI, Cuba 2266, pieza No. 1, doc. No. 17, Serrano-ministro de Estado, La
Habana, 12 de julio de 1860 (minuta).
J. W. Cortada, Spain and the American Civil War... p. 33.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
397
pareceres quizás no podrían explicarse muchas de las decisiones
adoptadas por la máxima autoridad española en las Antillas a lo
largo del proceso que culminó en marzo de 1861.
En este sentido, el plenipotenciario de España en
Washington indicó a Serrano que las últimas noticias sobre la
República Dominicana eran solo las ya sabidas acerca de la permanencia y prosecución de los planes de Cazneau en la isla, y
le aseguró que «el asunto no había vuelto a llamar la atención
entre tantos otros de la misma especie». Según García Tassara,
lo más probable era que el tiempo restante de la administración Buchanan transcurriese entre intrigase incertidumbres,
pero no descartó la posibilidad de que el ejecutivo de Santo
Domingo hiciera en un momento dado concesiones tales, sin
precisar a quién, que «determinasen la actitud y comprometiesen» al de Washington. A juicio del representante de España en
la capital norteamericana,
en este supuesto podrían suceder dos cosas: una, la más
probable, la [...] formación de un tratado cualesquiera que
fuesen los términos y estipulaciones, en cuyo caso la cuestión vendría aquí; y aquí y en Europa sería resuelta por la
diplomacia. Otra mucho menos verosímil, pero que podría
haber motivo para recelar en circunstancias dadas: el inmediato y formal apoderamiento de algún punto importante
por una fuerza angloamericana con el consentimiento de
los mismos dominicanos, pues de otra manera sería muy
difícil de suponer.24
Aunque Serrano, ante esa coyuntura, obraría sin duda con arreglo a las instrucciones que tuviera del Gobierno español, García
Tassara le recomendó que, «dada una acción también inmediata»
por parte de España, debería evitarse hasta el último extremo
un conflicto armado, limitándose la misma por el momento a la
24
AGI, Cuba 2266, pieza No. 1, doc. No. 37, García Tassara-capitán general de
Cuba, Washington, 3 de agosto de 1860 (es copia).
398
Luis Alfonso Escolano Giménez
ocupación de otro punto. Entre estas dos situaciones hipotéticas
había un estado de cosas consistente
en la continua obstinación del Gobierno dominicano por los
agentes angloamericanos, así como en el riesgo de que de la
amenaza y del halago alternativa y eficazmente empleados
pueda pasarse a invasiones y ocupaciones simuladas, pero
verdaderas en aquellas costas o en aquel territorio hechas
indirectamente bajo diferentes pretextos como ya ha sucedido más de una vez en algunos puntos de la otra América.25
Con estas palabras, el diplomático español no hacía sino estimular los ya de por sí enormes recelos del gobernador de Cuba
hacia los Estados Unidos. García Tassara añadió que para impedirlo, si fuese posible, estaban «los hábiles y firmes esfuerzos» de
Serrano con el ejecutivo de Santo Domingo, que apoyado «en
mayor justicia» y con ayuda de los recursos y auxilios que se le
pudieran proporcionar, haría comprender a Washington que si se
precipitaba en resoluciones extremas no sería impunemente. Por
último, el agente subrayó que su opinión «sobre la importancia de
esta cuestión» era la misma que la del gobernador, así como sobre
la necesidad de impedir que los Estados Unidos se extendiesen a
otras regiones de América, y de ir colocándose poco a poco «en
una actitud cada vez más firme» con respecto al Gobierno de dicho país. Sin embargo, García Tassara no debía tenerlas todas consigo, pues consideraba que en la cuestión dominicana, cualquiera
que hubiese de ser su curso, existía la ventaja de que la política de
Francia y Gran Bretaña era «todavía más decidida» que en otras,
de modo que él por su parte aprovecharía esa circunstancia, tal
como ya lo había hecho en 1858.26
No obstante, la situación había evolucionado bastante desde
entonces, en la misma dirección ya iniciada algunos años atrás,
cuando comenzó a cambiar la política británica hacia los Estados
Unidos. El ejecutivo de Londres «no llegaba a tanto como solicitar
25
26
Ibídem.
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
399
que España abandonara sus posesiones» antillanas, con el fin de
evitar así el estallido de una guerra en el Caribe, pues prefería que
Cuba y Puerto Rico «siguiesen en manos españolas y no se traspasaran a los Estados Unidos», pero «admitía que también había
espacio para ellos» en América.27
Con respecto a Francia, es muy poco probable que este país estuviese dispuesto a involucrarse en un conflicto contra los Estados
Unidos sin contar con el apoyo expreso de Gran Bretaña, a no ser
que viera gravemente amenazados sus propios intereses en aquella área, lo que desde luego no ocurría en el caso de la República
Dominicana.
O’Donnell era consciente del riesgo que se corría en las
Antillas si se actuaba con precipitación o demasiado abiertamente, y si bien aprobó el envío de un vapor de guerra a aguas dominicanas, y que Serrano emplease todos los medios disponibles para
proteger a la República Dominicana, le ordenó hacerlo de forma
discreta. El objetivo era evitar que dicha ayuda se atribuyera a un
«propósito deliberado de intervenir en aquellas contiendas y de
decidirlas en favor de Santo Domingo»,28 con lo que el Gobierno
español trataba de aparentar neutralidad no solo ante los Estados
Unidos, sino también frente a Gran Bretaña y Francia, consideradas como valedoras de Haití.
En cualquier caso, es evidente que el ejecutivo de Madrid
estaba al tanto de las verdaderas intenciones del gobernador
de Cuba, cuyo ímpetu trataba por lo menos de moderar. Así se
deduce de la respuesta de Calderón Collantes a un despacho de
Serrano, del 10 de agosto, en el que este manifestó que mientras
le llegaban las instrucciones que había pedido sobre cómo actuar
si las circunstancias «exigiesen un auxilio directo» de España a
la República Dominicana, seguiría mirando con el mismo interés tan importante cuestión. El ministro de Estado se remitió
a una comunicación del 7 de julio, en la que se había puesto
en conocimiento de Serrano cuáles eran las miras del Gobierno
27
28
C. C. Hauch, La República Dominicana y sus relaciones exteriores... p. 125.
AGI, Cuba 2266, pieza No. 1, doc. No. 38, O’Donnell-capitán general de
Cuba, San Ildefonso, 7 de agosto de 1860.
400
Luis Alfonso Escolano Giménez
español acerca del particular, y afirmó que no era conveniente
pensar por el momento en la anexión de la República a España.
Sin embargo, Calderón admitió que era preciso «ir preparando
lentamente todos los elementos necesarios» para el caso de que
conviniera llevar a cabo ese proyecto, y por ello el Gobierno español había favorecido y continuaría fomentando la emigración
a Santo Domingo, y había proporcionado al Gobierno dominicano medios para organizar su Ejército. Según el ministro, la
población española, reforzada por los nuevos colonos, acabaría
por ejercer una influencia decisiva en los destinos de ese país,
y comprometería a España «a proteger aquel suelo como parte
integrante de la monarquía», sin que ningún país, a no ser los
Estados Unidos, pudiera «ofenderse o alarmarse por tal protección». En definitiva, la línea a seguir por el ejecutivo de Madrid
consistía en lo siguiente:
Aumentar, pues, la población española, crear nuevos intereses españoles y con ellos nuevos vínculos que liguen cada
día más a Santo Domingo con España, vigilar las costas de
la República y proporcionarle todos los medios necesarios
para la seguridad y defensa de su territorio, tal es la política
adoptada por este ministerio, y que ha sido aprobada por S.
M. hace bastante tiempo.29
En último lugar, Calderón insistió en que «ceder a la loable
impaciencia de los dominicanos», o al propio anhelo de recobrar parte de los antiguos territorios de España, aunque fuese
por asegurar la conservación de los que se habían salvado hasta
entonces, significaría «comprometer el éxito de los planes mejor
concebidos». Mientras estos se realizaban, las relaciones entre los
dos países deberían ser cada día más activas, y los intereses que
las mismas crearan serían un nuevo estímulo para que España
no permitiese jamás la absorción de la República Dominicana,
29
Ibídem, doc. No. 66, Calderón Collantes-capitán general de Cuba, Madrid, 8
de septiembre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
401
ni por Haití, ni por «otra potencia más fuerte»,30 en una clara alusión a los Estados Unidos. Estas palabras del ministro de
Estado traslucen pues la indisimulada intención del ejecutivo de
Madrid de acabar anexionando Santo Domingo a España, pero
no en esos momentos, sino más adelante, y por medio del mismo
sistema que habían utilizado los Estados Unidos para apoderarse
de Texas: a través de una política de penetración pacífica.
Como es lógico, el propio gobernador de Cuba deseaba que
los proyectos que pretendían ponerse en marcha en la República
Dominicana se mantuvieran en secreto, porque su éxito dependía de ello en buena medida. En efecto, en una misiva dirigida al
plenipotenciario de España en Washington, Serrano acusó a algunos periódicos norteamericanos de tener mala intención, porque
publicaban «las más absurdas y falsas aserciones» con respecto a
las miras del Gobierno español hacia las Repúblicas que habían
formado parte de sus dominios. A juicio de Serrano, los mismos
que propalaban tales invenciones sabían también que España no
quería, ni le convenía, pensar siquiera en restablecer un poder
que había quedado ya «relegado a la categoría de los hechos
históricos». Acto seguido, aquel añadió que como con relación
a México y Venezuela se mezclaba también el nombre de Santo
Domingo, y se afirmaba que España iba a ocuparlo; que ya estaba
en Samaná; o que había mandado allá hombres y recursos, creía
conveniente manifestar a García Tassara que tales afirmaciones
eran completamente falsas. De hecho, lo cierto era que entre el
Gobierno español y el de la República Dominicana existían las
buenas relaciones derivadas «de la vecindad y de la identidad de
origen, religión, lengua y costumbres». Es más,
si algunos españoles autorizados por el Gobierno de S. M.
se han trasladado a aquel territorio [...], si millares de canarios arrojados por las sangrientas luchas que destrozan
a Venezuela, han ido allá en busca de un honrado trabajo
[...], no se deduce de esto en buena lógica que la España
vaya apoderándose subrepticiamente de Santo Domingo, como
30
Ibídem.
402
Luis Alfonso Escolano Giménez
se ha dicho en los periódicos de los Estados Unidos. Esto
cuando más probará, y es cosa muy natural, que los dominicanos prefieran la inmigración española a cualquiera otra,
pero no hay que deducir de semejante hecho el designio de
una ocupación o protectorado que ni aun ha pasado por la
mente del Gobierno de S. M.31
Este notable ejemplo de cinismo diplomático por parte de
Serrano parecía destinado más bien a instruir al representante de
España en la capital norteamericana acerca del modo en que debía tratar de rebatir las informaciones, cada vez más numerosas y
alarmantes, que iban apareciendo día tras día en una buena parte
de la prensa de ese país. A pesar de ello, ya no era posible ocultar
por mucho más tiempo los manejos entre el gobernador de Cuba
y el ejecutivo de Santo Domingo, y tal como señala Cortada, la
siguiente fase crítica de las relaciones hispanoestadounidenses
comenzó en octubre de 1860,32 en coincidencia con la visita de
Peláez de Campomanes a la República Dominicana.
El viaje del brigadier, que ocupaba en Cuba el puesto de jefe
de Estado Mayor, solo por debajo del propio Serrano, convenció
definitivamente a este de la conveniencia de la anexión de Santo
Domingo a España, y le hizo incrementar su presión sobre las autoridades metropolitanas, con el ya consabido argumento de la
defensa de Cuba y Puerto Rico.
2. FASES Y FUNDAMENTOS DE LA NEGOCIACIÓN
ENTRE SANTO DOMINGO Y LA HABANA
Aunque no existe constancia de que la carta de Santana a
Isabel II obtuviese respuesta alguna, sin duda la invocación directa
de aquel a la reina produjo un rápido efecto, de modo que en
junio «las seguridades conseguidas por Alfau» en Madrid estaban
31
32
Ibídem, pieza No. 2, doc. No. 29, Serrano-enviado extraordinario, ministro
plenipotenciario de España en Washington, La Habana, 16 de octubre de 1860
(minuta; las palabras en cursiva aparecen subrayadas en el original).
J. W. Cortada, Spain and the American Civil War... p. 33.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
403
ya en proceso de realización, y los acontecimientos se habían
acelerado en gran medida.33 Prueba de ello fueron el envío a
Santo Domingo de los primeros colonos, militares y pertrechos
desde la península, así como la visita del general Rubalcava a la
capital dominicana, pero los siguientes pasos iban a darse de una
forma muy particular, por medio de una negociación entre las
autoridades de Cuba y el ejecutivo de Santana.
Por supuesto, en esta combinación de personajes no debe dejar de tenerse en cuenta al cónsul de España en Santo Domingo,
cuya importancia no hizo sino crecer a lo largo de todo el proceso,
tal como subraya Jaime de Jesús Domínguez, quien afirma que
«su capacidad no puede ser puesta en duda». Este autor considera, asimismo, que Álvarez y Serrano fueron «las dos principales
figuras hispánicas en el ámbito antillano que más diligenciaron
la anexión de la República Dominicana a España», como por otra
parte es lógico pensar. Domínguez califica a Álvarez de «decidido
partidario» de la misma, «tanto por fines patrióticos, como por la
comprensión de que si los planes se veían coronados por el éxito,
vendrían las recompensas y promociones de aquellos que habían
participado en las maniobras diplomáticas», algo que él sabía hacer «en la sombra con mucha sutileza».34
En este sentido, el papel del agente de España en Santo
Domingo se reforzó gracias a su buena sintonía con Serrano, con
quien estaba permanentemente en contacto para mantenerlo
informado de todas las cuestiones de relevancia. Por ejemplo,
Álvarez transmitió al gobernador de Cuba su malestar por la conducta del capitán de Infantería José María Gafas, quien recién
llegado a la República Dominicana se había lanzado a publicar un
periódico sin el previo permiso del consulado de España, que no
lo hubiera concedido sin antes consultar a Serrano acerca de su
conveniencia. El diplomático hizo algunas observaciones a Gafas
que no le agradaron, pues trataba de discutir sin comprender que
cuanto aquel hacía y decía era en virtud de las instrucciones del
33
34
S. Welles, La viña de Naboth... vol. I, pp. 198-199.
J. de Js. Domínguez, La anexión de la República Dominicana a España, Colección
Historia y Sociedad, No. 34, Santo Domingo, Editora de la UASD, 1979, p. 56.
404
Luis Alfonso Escolano Giménez
Gobierno español. Álvarez aseguró que no pretendía «constituirse
en fiscal de imprenta, pero la publicación de un periódico español en Santo Domingo sin la intervención del consulado» en lo
que fuera a escribirse, podía «dar ocasión a graves compromisos». Puso como ejemplo que no les habría permitido publicar
«la noticia de la próxima llegada de la fragata Blanca ni ninguna
otra que pudiera despertar los celos de los americanos», como
había sucedido con Elliot. En efecto, al leer este anuncio y otras
indicaciones del periódico, el agente comercial de los Estados
Unidos había «escandalizado de un modo tan inconveniente»,
que el Gobierno dominicano trató de pedir su relevo en el
puesto. A continuación, el cónsul enfatizó el tacto que se necesitaba para escribir en las Repúblicas americanas. El redactor
del periódico tuvo la poca modestia de decir que se merecía
la bondadosa acogida que le había dispensado el ejecutivo de
Santo Domingo, por lo que podía comprenderse desde luego
que «la circunspección y cordura» no iban a ser las principales
notas distintivas de esa publicación. Como el capitán Gafas había acudido al gobernador de Cuba en solicitud del permiso,
Álvarez afirmó que consideraba útil el periódico, pero que si se
le concedía, fuese revisado por el consulado antes de entrar el
número en prensa, por si contenía alguna cosa que pudiera ser
perjudicial para las graves cuestiones que debían ventilarse en
América. Por último, el representante de España pidió a Serrano
que hiciese entender a los miembros de la comisión activa del
servicio sus deberes con respecto al consulado, como súbditos
españoles en el extranjero, para que en el futuro no tuviese que
volver a molestarlo con asuntos de esa naturaleza. El gobernador
de Cuba, lejos de considerar que Álvarez se había extralimitado,
o que exageraba la trascendencia del hecho, le manifestó que
estaba totalmente de acuerdo con tales apreciaciones. A su juicio, el consulado debía impedir que ningún español publicara
periódicos que pudiesen comprometer, con su carácter político,
los intereses de España, por lo que ordenó la salida de Gafas de
Santo Domingo, y prohibió a los militares allí enviados por el
ejecutivo de Madrid dedicarse a publicaciones políticas. Serrano
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
405
dispuso el nombramiento de un jefe «prudente y entendido» que
desempeñara la comisión indicada y diese «fuerza, autoridad y
prestigio al consulado» de España, jefe a quien se encargaría
además de que «toda publicación política hecha por ciudadano
español» fuera sometida previamente al examen y la censura de
dicho consulado.35
De hecho, Domínguez indica que cuando el gobernador de
Cuba envió a su segundo a la República Dominicana, lo hizo en
primer lugar con la misión de zanjar el problema surgido entre
los militares que publicaban El Correo de Santo Domingo y Álvarez.
El segundo objetivo de esa visita era «averiguar la cantidad de
oficiales que se necesitaban en la República Dominicana» para
que la misión militar tuviese éxito, y «la última y principal tarea:
estudiar sobre el terreno si existían condiciones favorables» para
realizar la anexión. A finales de septiembre Peláez de Campomanes
desembarcó en Puerto Plata, desde donde se dirigió por tierra
hacia Santo Domingo, acompañado por el general Mella, quien
según dicho autor pretendía descubrir las intenciones que habían
llevado allá al alto oficial español.36
Peláez mantuvo una entrevista con Santana, en la que este le
dijo que «sus deseos y el de todos los hombres de bien […] eran
que Santo Domingo se anexionase a España, lo que él estaba dispuesto a llevar a cabo con tal que se asegurase el porvenir de aquellos que habían combatido y cooperado al sostenimiento de la nacionalidad». En opinión del presidente, correspondía al Gobierno
español dar a esto una pronta solución, y entre tanto esperaba
que España no lo abandonara «en la obra de conservar el orden y
salvar al país de las intrigas y propaganda de los americanos, y haitianos». Santana también manifestó al brigadier que enviaba a La
Habana al ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores, Ricart
y Torres, a fin de contratar un empréstito y conferenciar con el
gobernador de Cuba «sobre asuntos de mutuo interés para las
posesiones» de España y la República Dominicana. Por otra parte,
35
36
AGI, Cuba 2266, pieza No. 1, doc. No. 49, Álvarez-capitán general de Cuba,
Santo Domingo, 9 de agosto de 1860. La respuesta de Serrano figura escrita
al margen, y está fechada en La Habana, el 15-IX-1860.
J. de Js. Domínguez, La anexión... p. 57.
406
Luis Alfonso Escolano Giménez
Álvarez comunicó al ministro de Estado su intención de viajar a
La Habana junto a Peláez y Ricart para informar a Serrano, y así
cumplir con los deberes de su delicado puesto.37
Tras la entrevista entre Peláez y Santana, que tuvo lugar el 12
de octubre en el pueblo de San José de los Llanos, por no encontrase el segundo en la capital sino en El Seibo, el vicepresidente
de la República se dirigió a Serrano con la decisión de provocar
en él una respuesta lo más rápida posible, tal como revelan las
siguientes palabras:
Nuestra situación aislada nos ofrece hoy una triste alternativa: «Santo Domingo será haitiano o yankee». Si haitiano,
después que toda esta sociedad sea pasada a cuchillo, se
establecerá en medio de las Antillas un foco de anarquía y
de escándalo que acaso sirva de apoyo al pensamiento que
desde muy atrás trae cierta potencia, de africanizar estos países para sacar mejores ventajas de sus posesiones de allende:
si americano, nadie mejor que V. E. puede conjeturar las
consecuencias.38
Es decir, una vez más el Gobierno dominicano echó mano
de la amenaza haitiana y estadounidense, y añadió además una
velada alusión a Gran Bretaña y su política antiesclavista. Acto seguido, Alfau pasó a señalar sin más rodeos que, «comprendiendo,
pues, los peligros» que corría la República Dominicana, Santana y
él, «de acuerdo con todo el gabinete, seguros de que la voluntad
del pueblo» les acompañaba, habían optado resueltamente por
incorporarse a la monarquía española. El vicepresidente confiaba
en que «esta importantísima determinación» no sorprendiese a
Serrano, si se detenía por un instante a pensar que sus padres fueron españoles, y que ellos mismos habían nacido bajo la bandera
37
38
AMAE, fondo «Tratados», subfondo «Negociaciones s. XIX (No. 171)», serie
«República Dominicana», subserie «Política Exterior», leg. TR 111-006 (en
adelante: AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006), Álvarezministro de Estado, Santo Domingo, 18 de octubre de 1860.
AGI, Cuba 2266, pieza No. 2, doc. No. 26, Antonio A. Alfau-capitán general
de Cuba, Santo Domingo, 20 de octubre de 1860 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
407
española. Por consiguiente, Alfau afirmó que, decidido como
estaba que Santo Domingo volviera a ser una parte integrante de
España, no restaba «más que la inmediata e instantánea cooperación» del gobernador de Cuba, y concluyó su misiva de este modo
tan expeditivo y directo:
La ocasión es oportuna. Diferir la realización de este propósito, aplazar las cosas, vacilar siquiera, será acercarnos
los conflictos que prevemos. Mande pues V. E. sin pérdida
de momentos el contingente de fuerzas que crea necesarias; pero sobre todo esperamos que a la mayor brevedad
nos remita V. E. un vapor de mayor porte que el D. Juan de
Austria que cale poca agua y que traiga cuando menos dos
compañías de cazadores que haremos colocar en tierra bajo
cualquier pretexto. En este vapor nos avisará V. E. para qué
día debemos esperar los buques que traigan la expedición
para estar preparados en todos los puntos en que se combine el desembarque.39
El propio Peláez, en el informe que redactó tras su estancia en
la República Dominicana, país donde permaneció durante cerca
de un mes, apoyó las tesis expuestas por el vicepresidente, sobre
todo en lo relativo al gran apoyo popular con que contaba el proyecto de anexionar Santo Domingo a España. En opinión del brigadier, el cónsul de España ejercía una influencia sin límites sobre
los habitantes y el Gobierno dominicano, toda vez que Alfau le había dicho, en presencia de Álvarez, que «si ellos hacían algo malo
quien tenía la culpa era el cónsul español en razón a que ellos no
hacían más que lo que él quería». Peláez afirmó que «de esta cordialidad y afectuosas relaciones había renacido el antiguo deseo
de su reincorporación a España; […] manifestado oficialmente
en varias ocasiones y que todos los dominicanos» esperaban que
se realizase de un momento a otro, al ver que el Gobierno español
les remitía armas y pertrechos, así como jefes y oficiales para instruir a sus tropas. A lo largo del recorrido que hizo por el interior
39
Ibídem.
408
Luis Alfonso Escolano Giménez
del país, Peláez había recibido la visita de casi todas las personas
notables de las poblaciones por las que pasaba, y en la capital se
había «puesto en contacto con personas de todas clases y razas».
Esos intercambios le llevaron a convencerse de que si se consultara «el voto universal sobre la incorporación de la isla a España»
no habría tal vez ni siquiera 1,500 votos en contra, que serían los
de los agentes de los haitianos y de los Estados Unidos, y cuando
más algún enemigo de la administración Santana, «partidario de
Báez por afección o intereses». Según el jefe de Estado Mayor del
Ejército de Cuba, las autoridades y el pueblo dominicanos esperaban y deseaban esa unión, puesto que «todos están convencidos
del gran peligro que corren de ser degollados por los haitianos o
absorbidos o extrañados al fin de su país, que aman con idolatría,
por los norteamericanos como les ha sucedido a los tejanos». Esta
clara exageración de la amenaza existente, sobre todo por parte de Haití, justifica la pregunta de si Peláez creía realmente lo
que estaba escribiendo al respecto, porque así se lo habían hecho
creer, o si tan solo pretendía añadir más dramatismo a la situación
dominicana, cuya gravedad debía enfatizarse para obtener los fines pretendidos. También resulta llamativo el empleo del término
idolatría, para referirse al amor que sentían por su país quienes
al mismo tiempo habían pensado en renunciar a la independencia nacional. Por otro lado, el brigadier expuso con franqueza al
Gobierno dominicano el objeto de su comisión sobre los oficiales
españoles destinados en la República, lo que más bien parece un
mero pretexto formal de su viaje, y se cercioró del número y la clase de los oficiales que podrían necesitarse allí más adelante. Peláez
subrayó que incluso el cónsul de Cerdeña se había «arrojado a
ofrecer la protección de su país» a la República Dominicana, lo
que venía a demostrar que todo el mundo era consciente de que
había llegado la hora decisiva, y en la conclusión de su informe
aseguró lo siguiente:
Santo Domingo no puede existir sin el apoyo de una potencia
que asegure su tranquilidad y desarrolle su riqueza; por más
que el Gobierno dominicano haga; por más colonos canarios
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
409
que introduzca en el país […], por más que se agite y afane,
si la nación española no la recibe como una de sus provincias
según se ofrece, en un término que no puede ser largo, Santo
Domingo será haitiano o yankee. A la España toca decidir […]
si ha de ser lo uno o lo otro. Nadie desconoce la importancia
geográfica de esta isla prescindiendo de su situación respecto
al continente, es en nuestras manos el eslabón que enlaza y
fortifica nuestras posesiones de Cuba y Puerto Rico o el ariete
que las destruya y pulverice en poder extranjero.40
Sin embargo, pese a que Peláez «regresó a La Habana materialmente cargado de impresiones optimistas, de ideas y propósitos de color de rosa relativos a la anexión»,41 la realidad era, por
supuesto, muy diferente de la reflejada por el brigadier en su informe, en particular con respecto a la supuesta unanimidad de los
dominicanos ante esa cuestión.
Así, al menos, se deduce de varias comunicaciones de los
agentes secretos que tenía en la región del Cibao el consulado de
España en Santo Domingo, como la enviada desde Santiago por
J. M. Gautier, quien se refirió a la sensación que había causado en
Puerto Plata y en la capital del Cibao la llegada de Peláez, que fue
«comentada al antojo de los descontentos». Estos le atribuyeron
una significación que había «puesto sobre sí a la gente de color», a
la cual se hizo entender que España, de acuerdo con el Gobierno
dominicano, intentaría restablecer la esclavitud, un bulo que podía acarrear «consecuencias funestas», dado que traía consigo un
agravante. Este consistía en el rumor de que Santana estaba descontento, pues todo estaría haciéndose contra su voluntad. Gautier
consideraba que era preciso «agregar esta otra mentira a fin de
exasperar a los negros y a la vez a las gentes del campo», que solo
tenían fe en lo que el presidente determinaba. El agente indicó
40
41
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 101-116; véase pp. 111113. El informe de Peláez está fechado el 8-XI-1860, y se encuentra en: AHN,
Ultramar, Santo Domingo, leg. 3526/2.
Joaquín Navarro Méndez, «Anexión y abandono de Santo Domingo (18611865)», en Revista de Historia Militar, año 42, No. 84, 1998, pp. 163-196; véase
p. 172.
410
Luis Alfonso Escolano Giménez
que los generales Valverde y Mallol desaprobaban el proyecto de
protectorado, y Juan Julia, Juan Francisco Espaillat y otros lo comentaban irónicamente, mientras que Alejandro Angulo Guridi
y Benigno Filomeno de Rojas eran «yankees consumados», ya que
habían vivido durante mucho tiempo en los Estados Unidos. El
primero estaba «muy contenido», pues sabía que el Gobierno lo
vigilaba de cerca, y el segundo era «el más perjudicial» de todos,
porque emitía epigramas y conceptos que, de forma disimulada,
hacían la propaganda. A juicio de Gautier, sería muy conveniente
interceptar la correspondencia de Rojas con Melitón Valverde,
quien era senador por Santiago, porque la misma corroboraría sus
afirmaciones. Además, le habían dicho con mucha reserva que el
comerciante santiaguero Máximo Grullón tenía en su poder una
carta de Melitón Valverde, en la que este aconsejaba «la propaganda contra los españoles», y se le había asegurado que del senador
era de quien llegaban «las noticias más desfavorables». Por último,
el agente secreto señaló que él mismo se había ofrecido a algunos
españoles para escribir al cónsul, con objeto de pedirle que los
hiciera representar en Santiago y Puerto Plata. Ello sería, en su
opinión, un freno muy fuerte para los que procuraban entorpecer
impunemente los planes que el ejecutivo de Santo Domingo, en
unión y asistido por Álvarez, deseaba realizar, y a la vez un motivo
menos para la alarma general que todos experimentaban.42
En otra carta que remitió al vicecónsul de España en Santo
Domingo, Gautier se hizo eco de lo que se decía en torno al viaje
de Álvarez y el ministro de Relaciones Exteriores a La Habana, que
se atribuyó a la contratación de un préstamo de tres millones de
pesos para amortizar el papel moneda circulante. De este modo,
el Gobierno español conseguiría «mayor ascendiente e influencia sobre el de la República». Las diversas versiones al respecto
coincidían en que «se hacía el sacrificio del empréstito para hacer
plausible el pretexto de gravar la integridad del territorio de la península de Samaná a favor de España, y que esta lo había exigido
en garantía tanto por aquella suma, como por los demás gastos»
42
AGA, AAEE, 54/5225, No. 8, J. M. Gautier-Mariano Álvarez, Santiago de los
Caballeros, 4 de octubre de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
411
que sufragaba por cuenta de la República. Por otra parte, la visita
a Santiago de Manuel de Jesús Galván, secretario personal del
presidente, causó sensación, y «todos los ávidos de novedades vieron en él un enviado gubernativo para estudiar la situación y abrir
concepto sobre las disposiciones políticas» de esa provincia. Otro
tanto sucedió con la llegada del coronel Fort, que fue un nuevo
motivo de comentarios, porque nadie ignoraba que había obtenido permiso de la reina de España para pasar a Santo Domingo con
400 voluntarios catalanes, ni que en breve llegarían al país 2,000
navarros mandados por un general del Ejército español. Según el
agente del consulado, todo esto parecía allá «más alarmante que
útil», mientras que la gaceta del Gobierno guardaba «completo
silencio sobre todo», lo que era otro motivo de disgusto, porque lo
achacaban «a desconfianza o a un estudiado desprecio» hacia la
provincia de Santiago. Los ánimos estaban tan exasperados que
todo hacía temer que con el tiempo el Cibao se uniría a cualquier
partido para derrocar al régimen santanista, ya fuese yankee-haitiano, ya cibaeño-haitiano, «ya en fin siete julistas» y baecistas. A juicio
de Gautier, este último grupo sería siempre «el más de temer por
hallarse heridas en su susceptibilidad y resentidas muchas personas de influencia», pertenecientes a uno u otro partido.43
Las noticias facilitadas por este agente revelan con claridad el
estado de ebullición en que se encontraba el Cibao, y más concretamente la ciudad de Santiago, así como la enorme confusión
que rodeaba la presencia de los militares españoles en territorio
dominicano, que sin duda era vista con gran recelo por una buena
parte de la población.
Hacia finales de año, Gautier informó al vicecónsul Gómez
Molinero de que Geffrard intentaba invadir la República, y que se
suponía que atacaría por el Cibao, y le aseguró que si la invasión
llegaba a producirse, encontraría ahí «sus más hábiles, activos y
valerosos sostenedores». El agente aventuró incluso que no sería
extraño que pronto hubiera otro san Bartolomé con los españoles,
43
Ibídem, J. M. Gautier-Eugenio Gómez Molinero, vicecónsul de España en
Santo Domingo, Santiago de los Caballeros, 27 de noviembre de 1860 (las
cursivas son del original).
412
Luis Alfonso Escolano Giménez
en referencia a la famosa noche del 24 de agosto de 1572, en que
se desencadenó una matanza contra los hugonotes franceses,
una alusión en la cual también cabe reconocer el origen familiar
del propio Gautier. Acto seguido, este añadió un dato de gran
importancia:
No es de poca significación lo que sucede aquí desde que se
supieron esas noticias; muchos temen y una gran parte desea
una invasión, fundándose aquellos para suponerla y estos
para desearla que es la última ocasión que la suerte le brinda al haitiano para lograr sus planes de conquista, pues que
más tarde después de la llegada de las tropas españolas que
se esperan, será inútil intentarlo.44
En tales circunstancias, el agente subrayó que los españoles estaban en peligro, ya que se adivinaba claramente todo lo que podría
sucederles en caso de conflicto, y siempre serían ellos los más perjudicados. En otro orden de cosas, Gautier señaló al vicecónsul la
conveniencia de que hiciese al Gobierno «alguna indicación sobre
el silencio» que mantenía la Gaceta, dado que todo el mundo se
quejaba de no saber nada de lo que estaba pasando, y parecía muy
extraño que los periódicos de ultramar contuvieran más información que el único que había en la República. De hecho, en uno de
los últimos números de La América había aparecido «un artículo
(comunicado o copiado) fulminante» con Santana y el Gobierno
español, «sobre la presunta venta de Samaná a estos», es decir, a
los españoles. Lo que el agente calificó como una mera intriga de
periódico se había «comentado muchísimo» en Santiago, donde el
papel corrió de mano en mano, y puesto que la Gaceta no había desmentido nada, todos creían cierta la noticia. En conclusión, Gautier
advirtió a Molinero que la alarma era grande y que no convenía
mantener ese estado de cosas por más tiempo, e insistió en que veía
el asunto «mal parado y el descontento muy generalizado».45
44
45
Ibídem, 10 de diciembre de 1860 (las palabras en cursiva aparecen subrayadas
en el original).
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
413
No se podía decir más claro, y aunque es verdad que en algunos
aspectos el agente exageraba mucho los riesgos existentes, por
ejemplo en lo relativo a la suerte que podían correr los españoles
si Haití invadiese la República, en lo fundamental daba una idea
bastante aproximada de la realidad que se vivió en los meses anteriores a la anexión. Resulta particularmente llamativa la ansiedad
provocada por el secretismo con el que se llevaron a cabo las negociaciones previas a la misma, así como la importancia de la prensa
en cuanto a la creación de un cierto estado de opinión, que por
muy limitado que fuera se volvió contra el Gobierno por su afán
de ocultar las gestiones que realizaba con España.
En Puerto Plata también había agentes secretos del consulado
español, en este caso los hermanos Ginebra, que se dedicaban al
comercio, igual que Gautier. De una de las misivas que dirigieron
a Álvarez se deduce que la situación no era allá tan grave como en
Santiago, pues según dichos agentes los rumores que se habían extendido anteriormente por Puerto Plata eran «mucho mayores y
en grande escala en Santiago, y con ideas de carácter más hostil no
tan solo para los españoles sino para los blancos en general». Esto
vino a confirmar los temores expresados por Gautier, ya que el
partido haitiano y algunos opositores al Gobierno de la República
habían puesto en circulación que el 6 de enero se iba a izar la
bandera española en Santiago, y de no haber tomado medidas
las autoridades, «las masas se habrían sublevado». A juicio de los
Ginebra, pese a que en esos momentos la agitación ya no era tan
grande, se mantenía la alarma, y el peligro sería casi inevitable si
no se frenaba a los agitadores, hasta el punto de que si estallase
una revuelta era de prever que los españoles serían los peor parados, en la misma línea de lo ya expresado por Gautier desde
Santiago. En opinión de estos agentes, los dos partidos mencionados consideraban a España la responsable de haber puesto al
ejecutivo de Santo Domingo «en tan falsa posición», de modo que
los descontentos tenían «por blanco la política española» en la
República Dominicana.46
46
Ibídem, hermanos Ginebra-Mariano Álvarez, Puerto Plata, 3 de enero de
1861.
414
Luis Alfonso Escolano Giménez
Sin embargo, algunos días más tarde la situación no solo no
había mejorado, sino que había seguido empeorando, tal como
escribieron al cónsul los hermanos Ginebra, quienes le advirtieron que las noticias del interior del país no eran nada satisfactorias, mientras que en Puerto Plata no se había dejado de hablar
sobre la política de España con respecto a la República.47
Es posible que todas estas informaciones nunca llegaran a
conocimiento de las autoridades superiores, en Cuba, Puerto
Rico o la metrópoli, pero sí lo hicieron al menos otras, como
la que remitió a Serrano el coronel Francisco Fort. Este le hizo
saber que había sido recibido en Puerto Plata «con muestras
señaladas de deferencia» hacia España, si bien a continuación
le comunicó que los españoles residentes en esa ciudad habían
visto, «con la mayor indignación […] circular proclamas incendiarias predisponiendo los ánimos de la gente de color en contra
de la España». Sin embargo, el coronel participó a Serrano que
las autoridades estaban vigilantes, y que teniendo noticia de que
se esperaba en breve en la aduana «una caja o tirada de las mismas», le habían asegurado que su administrador se encontraba
ya sobre aviso, para destruirlas de inmediato. Por otro lado, Fort
señaló que en los pueblos por los que había pasado de camino a
Santo Domingo, aunque especialmente en Santiago y La Vega,
también fue recibido con idéntica deferencia, y le manifestaron
el disgusto tan profundo que les causaba ver a los agentes norteamericanos dedicarse a hacer propaganda. Según el militar,
el país se hallaba, «generalmente hablando, en buen sentido e
inmejorable espíritu en favor de España», a pesar de lo cual admitió que «la sola y aun muy remota posibilidad de volver a su
esclavitud» podría servir a la larga para «soliviantar los ánimos
de los habitantes del campo», que en su totalidad eran de color. Por ello, «cualesquiera que fuesen las miras» del Gobierno
español con relación a la República Dominicana, Fort aconsejó
que las mismas se llevaran a efecto lo antes posible, para no dar
así lugar a que surgieran nuevas complicaciones, como era muy
de temerse, y «variase su espíritu tan favorable hoy para España,
47
Ibídem, 14 de enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
415
como entusiasta […] el de sus autoridades». Con referencia a
la amenaza haitiana, el coronel manifestó a Serrano que si bien
había paz en la apariencia, el país vecino contaba con dos vapores de guerra tripulados en su totalidad por franceses blancos,
capitanes y oficiales incluidos. Por último, Fort aseguró que en
Santo Domingo no se sabía nada acerca del embarque de los 800
colonos catalanes, que probablemente eran esos voluntarios de
los que había dado noticia Gautier. A juicio del militar,
como la venida tan solo de esta gente, mejoraría indudablemente las condiciones del país, si como es de esperarse se
les socorriera convenientemente o cual soldados hasta que
se hallasen en estado de ganarse el sustento o establecerse
cada cual en su oficio y sin dejar de serlo; no debería en mi
concepto perderse esto de vista, procurando su embarque lo
más [sic] antes posible, para en el caso de que no lo hubiesen aún verificado, y, removiendo cuantos obstáculos pueda
hoy haber para su más pronto arribo; puesto que, con él se
asegura el éxito que a no dudarlo hubo de proponerse a mi
salida de España el […] ministro de la Guerra y presidente
del Consejo de Ministros.48
La existencia de esos supuestos colonos, pese a que finalmente
no llegaran a embarcar con destino a la República Dominicana,
prueba que algunas de las noticias que circulaban por el Cibao no
eran del todo infundadas, y que cuando menos los planes iniciales
del Gobierno español pretendían contar con un fuerte contingente de población española en aquel país. Tales rumores, como
es lógico, contribuyeron a incrementar el malestar de una gran
parte de la población, en particular del Cibao, pero las posturas
contrarias a la política cada vez más evidente de acercamiento a
España no venían tan solo de dicha región, sino que también aparecieron en otros sectores de la sociedad dominicana. En efecto,
el presidente del Senado, Tomás Bobadilla, escribió a Santana el
48
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 47, coronel Francisco Fort-capitán
general de Cuba, Santo Domingo, 4 de diciembre de 1860 (es copia).
416
Luis Alfonso Escolano Giménez
9 de octubre para expresarle su temor de que «pudiera caer en
algún lazo de la política», en referencia a los proyectos que tramaba
el Gobierno dominicano con las autoridades de Cuba, mientras
Peláez se encontraba ya en Santo Domingo. Por su parte, el presidente respondió «indignado» a Bobadilla desde El Seibo, el día
23, «que no debía ocuparse de eso con tanta eficacia, porque ahí
estaba la representación nacional, que desde el año 1844 venía salvando
al país en cuantas circunstancias críticas se le habían presentado». Con
tono igualmente sarcástico, Santana aseguró que esa representación, es decir, el Senado, «obraría con la misma cordura, en el caso de
que él pudiera dar un mal paso, así como acababa de librar a la nación
del descrédito rechazando el proyecto de ley sobre represión del robo» que el
Gobierno le había sometido.49
Estas palabras revelan el mal estado de las relaciones entre
los poderes ejecutivo y legislativo de la República, tal como comunicó a su Gobierno el cónsul de Francia en Santo Domingo,
el 10 de octubre de 1860, al señalar que se decía que él mismo,
de acuerdo con el cónsul de Gran Bretaña, había «hecho una
oposición violenta al proyecto de protectorado». Incluso llegó a
afirmarse que ambos habían ido a ver al presidente para convencerlo, y después de negar este extremo, argumentando que estaba enfermo desde hacía un mes y no podía viajar, indicó que los
partidarios de España, «obligados a rendirse a la evidencia», se
habían «volcado sobre el Senado y algunos funcionarios». Estos
poseían pequeños comercios y ello los ligaba «más íntimamente
con los Estados Unidos», sospecha en la cual, a juicio de Zeltner,
habían estado «más cerca de la realidad», como corrobora
Domínguez, quien señala que los senadores consideraban que
sus intereses comerciales saldrían perjudicados si la República
Dominicana se anexionara a España. Por ello, al buscar a alguien
que fuese capaz de dirigir un movimiento contra la anexión pensaron en el general Sánchez. Así pues, Tomás Bobadilla y Manuel
Joaquín Delmonte enviaron a Manuel Rodríguez Objío a Saint
Thomas, donde se encontraba exiliado el general, con objeto
49
J. G. García, Compendio... vol. III, pp. 354-355 (las cursivas corresponden al
texto transcrito por el autor, que no cita la fuente).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
417
de darle a conocer los planes de Santana, y que viera «lo que él
podía hacer para contrarrestarlos», tal como afirmó más tarde el
propio enviado.50
En apoyo de esta postura mayoritariamente contraria a la
anexión, por parte de la cámara legislativa dominicana, cabe
reseñar también la actuación de los hermanos Manuel María
y Melitón Valverde, senadores ambos, quienes una vez proclamada la anexión redactaron una protesta que sin embargo no
llegó a circular. Es cierto que tanto estos dos, que llegaron a
formar parte de la comisión de Hacienda durante la etapa de la
administración española, como los ya mencionados Bobadilla
y Delmonte, quienes ocuparon asimismo puestos relevantes
en el régimen anexionista, acabaron por ceder ante el hecho
consumado, pero sin apoyarlo de forma entusiasta. En efecto,
Rufino Martínez considera que a Bobadilla se le notaba tibieza,
y no era «el fogoso afrancesado» de 1844, sino que parecía más
bien estar en el movimiento anexionista como alguien que se
dejaba llevar por la corriente dominante de su propio partido,
el santanista, del cual había sido un destacado miembro desde
la independencia.51
En cualquier caso, es cierto que las negociaciones se desarrollaron de forma secreta, lo que deja poco lugar a dudas
acerca de que no se contaba con el respaldo de toda la población, de modo que puede interpretarse que uno de los motivos
alegados para la anexión, la amenaza haitiana, era tan solo un
pretexto. En la hipótesis de haber existido un peligro arrollador, es posible, y hasta cierto punto lógico, que el presidente
hubiera hecho públicas sus gestiones con España, «presentándose como el mandatario que preocupado por salvar a su
pueblo del [...] vecino invasor», recurría a la ayuda de grandes
naciones. Esto podría incluso haberle servido de propaganda
50
51
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 103-104. El autor cita como fuentes la
«Correspondencia de los cónsules de Francia en Santo Domingo, años 18601863», conservada en el Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia; y la
obra de Manuel Rodríguez Objío, Relaciones, Archivo General de la Nación,
vol. No. VIII, Ciudad Trujillo, Montalvo, 1951, pero no indica la página.
R. Martínez, Diccionario biográfico-histórico... pp. 63, 351 y 538-539.
418
Luis Alfonso Escolano Giménez
política en beneficio propio, pero en cambio todo se mantuvo
«en gran secreto, señal inequívoca de que se tenía vergüenza
y temor por lo que se estaba gestando». Independientemente
de que los motivos esgrimidos fuesen sinceros o no, y pese a la
gravedad de la situación, «nunca imperaron condiciones de tan
extremado peligro como para apelar al supremo y desesperado
recurso de la pérdida voluntaria de la soberanía a cambio de
una protección extranjera». Así pues, Pedro Troncoso Sánchez
sostiene que «el dilema: España o Haití, fue una idea forzada
en la mente de Santana», a lo que Domínguez añade que el presidente utilizó la revuelta de Ramírez y Taveras para justificar
la anexión, dado que «agrandó pequeños problemas surgidos
en la zona fronteriza hasta convertirlos en acontecimientos
nacionales».52
Aunque buena parte de estos hechos parecen indudables, ello
no implica sin embargo llegar necesariamente a la conclusión de
que la amenaza que representaba Haití para la independencia dominicana fuese poco menos que un simple invento de la camarilla
santanista para justificar su actuación. Puede concluirse, pues, que
si bien existía un peligro objetivo, el grupo santanista lo utilizaba
de un modo u otro, en general magnificándolo, según sus propios
intereses y las circunstancias de cada coyuntura.
A pesar de que no se puede conocer con exactitud lo que
Santana pensaba respecto a la cuestión haitiana, por lo que no
debe descartarse rotundamente su influencia como un factor de
peso, y real, no solo circunstancial, en las negociaciones con las
autoridades españolas, existe una cierta coincidencia en torno
a la honradez personal del presidente. De hecho, el cónsul de
Francia en Santo Domingo así lo reconocía en un despacho
que envió al ministro de Asuntos Extranjeros de su país, el 17
de octubre de 1860, al señalar que Santana no era de aquellos
que contribuían «con exigencias a arruinar el tesoro público».
Zeltner aseguró que mientras el presidente vivía con extrema
52
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 64-65. Domínguez cita a Pedro Troncoso
Sánchez, Estudios de historia política dominicana, Colección Pensamiento
Dominicano, Santo Domingo, Julio D. Postigo e Hijos, 1968, pero no indica
la página.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
419
sencillez, los ministros y altos funcionarios, un «círculo bastante
reducido», no desperdiciaban ocasión alguna para enriquecerse,
y que las frecuentes ausencias de Santana, quien pasaba «la mitad
del año en sus hatos», les daban «grandes facilidades para sus negocios». Esto mismo puede decirse con respecto a los senadores,
cuyas actividades comerciales los hacían mucho más proclives a
otras combinaciones, sobre todo con los Estados Unidos, según
había expuesto ya el propio Zeltner a su Gobierno en la misiva
mencionada anteriormente. En cuanto a la sinceridad de los sentimientos proespañoles del presidente dominicano, resulta muy
difícil valorar un aspecto tan subjetivo, si bien es cierto, como subraya Hugo Tolentino Dipp, que aquel fue afrancesado en 1844
y 1849, cuando abogó por un protectorado de Francia, y proestadounidense en 1854 y 1856, cuando quiso vender Samaná a
los Estados Unidos. Dicho autor considera que el cónsul Segovia
provocó la caída de Santana, en 1856, porque no lo encontraba
«nada españolizante», y concluye que «este españolismo del caudillo oriental en 1861, fue producto de la conveniencia política,
no de un sentimiento genuino».53
No obstante, este juicio puede rebatirse, o al menos matizarse, con el argumento de que Santana también llevó a cabo, de
forma repetida, numerosas gestiones diplomáticas en busca de
un acercamiento a España, y que las mismas solo obtuvieron una
respuesta suficientemente positiva para sus aspiraciones por parte
del ejecutivo O’Donnell. Por ello, resulta necesario examinar los
intereses del grupo anexionista desde una perspectiva que permita
comprender las razones que llevaron al Gobierno de la República
a poner en marcha un proceso mediante el cual se destruyó la
independencia dominicana, para dar paso a una nueva situación
político-administrativa de tintes claramente colonialistas.
Uno de los documentos en que pueden apreciarse con mayor
claridad los principales objetivos del sector criollo partidario de la
anexión es la exposición que presentó el ministro dominicano de
53
Ibídem, pp. 65-67. El autor se apoya parcialmente en Hugo Tolentino Dipp,
La traición de Pedro Santana, Santo Domingo, Impresos Brenty, 1968, pero no
indica las páginas.
420
Luis Alfonso Escolano Giménez
Relaciones Exteriores al capitán general de Cuba. En ella, Ricart
le manifestó su confianza en que el ejecutivo de Madrid adoptase
con prontitud la resolución que creyera más «oportuna para poner a cubierto de una vez para siempre los intereses de España en
Santo Domingo». Con objeto de poner a esta bajo la protección
de aquella, el ministro propuso en nombre de su Gobierno «las
bases con que semejante unión podría realizarse», de tal modo
que si la misma se hiciese por medio de anexión, el presidente de
la República solicitaría lo siguiente:
Primero: que se conserve la libertad individual sin que
jamás pueda restablecerse la esclavitud en el territorio
dominicano.
Segundo: que la República Dominicana sea considerada
como una provincia de España, y disfrute como tal de los
mismos derechos.
Tercero: que se utilicen los servicios del mayor número posible de aquellos hombres que los han prestado importantes a
la patria desde 1844, especialmente en el Ejército [...].
Cuarto: que como una de las primeras medidas mande S. M.
amortizar el papel actualmente circulante en la República.
Quinto: que reconozca como válidos los actos de los
Gobiernos que se han sucedido en la República Dominicana
desde su nacimiento en 1844.
En caso de que la anexión no conviniera a la política de España,
y esta «prefiriese el protectorado», Santana pediría:
Primero: que S. M. C. garantizase la integridad del territorio
de la República [...].
Segundo: que asimismo garantice S. M. C. la independencia
y soberanía de la nación dominicana, y le facilite armamentos, pertrechos, buques de guerra y tropas, si las necesitare,
en el caso que la República sea amenazada por una invasión
u otra, como igualmente interponer sus buenos oficios, autoridad e influencia en cualquiera dificultad que pueda ocurrir entre el Gobierno dominicano y los de otras potencias.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
421
Tercero: que S. M. consienta que vengan de la península,
Cuba o Puerto Rico, sargentos y oficiales del Ejército para la
formación e instrucción del dominicano.
Cuarto: que S. M. consienta en que se establezca una corriente de inmigración de las islas Canarias o de otros puntos de la península, costeada por ella misma, reconociendo
la República una deuda nacional por la suma a que ascienda
esta operación.54
Como contrapartida, el Gobierno dominicano se comprometía, en primer lugar, a no celebrar «tratados de alianza ni convenios especiales de guerra ofensiva y defensiva sino de acuerdo con
España», y en segundo, a no firmar tratados con ninguna otra nación, que fueran contrarios a la política y a los intereses españoles.
En tercer lugar, se comprometía a no arrendar puertos ni bahías,
y a no hacer «concesiones temporales de ellos ni de terrenos, bosques, minas y vías fluviales a ningún otro Gobierno»; en cuarto, se
daría a los oficiales instuctores, a su llegada a la República y si así
lo deseaba el ejecutivo de Madrid, el grado de ascenso inmediato. Por último, los puertos y bosques de la República quedarían
abiertos para el servicio de la Marina española. Pese a plantear las
dos alternativas señaladas, el ministro de Relaciones Exteriores no
ocultó que el deseo preferente, tanto de Santana y su Gobierno
como de «la mayoría de la nación dominicana», era que España
«admitiese la anexión como medio más útil y provechoso para
ambos países». Ricart utilizó incluso el argumento de «su igualdad
de origen, de usos, costumbres, de religión y de sentimientos»,
lo que según aquel facilitaría el perfecto enlace entre ellos,55 un
argumento que si bien resulta bastante discutible, no por ello dejaría de encontrar eco en el Gobierno español.
54
55
Ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana-capitán
general de Cuba, La Habana, 8 de noviembre de 1860. Documento conservado
en el Archivo del Congreso de los Diputados, Madrid, y recogido por M.
Morán Rubio en La anexión de Santo Domingo... vol. II, pp. 152-157; véase
pp. 152-154.
Ibídem, pp. 154-155.
422
Luis Alfonso Escolano Giménez
Por su parte, el cónsul de España en Santo Domingo dirigió al
ministro de Estado un escrito muy importante a la hora de conocer los factores que el grupo santanista, así como los propios agentes y autoridades españoles en las Antillas, consideraban necesario
poner de relieve para persuadir al ejecutivo de Madrid sobre la
conveniencia de la anexión. En sus observaciones, Álvarez señaló
los puntos principales que debían tenerse en cuenta para adoptar
la resolución más adecuada con respecto a Santo Domingo, entre
los que cabe subrayar los siguientes:
Por el tratado existente con España la República Dominicana
no puede en cierta manera ceder ni enajenar la más pequeña parte de su territorio.
[...] Comprenden con fundamento los dominicanos que
no tienen ni tendrán nunca elementos de gobierno, por
falta de personas, de capacidades, y porque las autoridades
carecen de fuerza moral; son una familia en que los lazos
de parentesco, amistad y compadrazgo impiden crear una
administración sólida y vigorosa.
Dada la supuesta «imposibilidad de gobernarse» que afectaba
a los dominicanos, el diplomático sostuvo que la única garantía
de gobierno que tenía la República era Santana, y aseguró que
cuando este faltara no habría «un hombre de completa popularidad y acción» que lo sustituyese y encabezara un partido capaz
de gobernar el país. A juicio de Álvarez, en tal situación de ausencia de un liderazgo fuerte «sobrevendrían las luchas intestinas», cuyo resultado no sería otro que la caída de la República
en poder de los norteamericanos o de los haitianos. Con estas
premisas, ya bien conocidas, el representante de España llegó a
la parte esencial de su propuesta, que consistía en proponer lo
que denominó la «solución más lógica, equitativa y conveniente
para ambos países». Según Álvarez, el protectorado era «difícil
acordarlo y determinar los límites hasta donde» podría extenderse, pues «para que fuese eficaz su acción, la intervención tenía
que ser completa: además impondría cargas y sacrificios», que no
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
423
resultarían compensados por «las ventajas que pudieran obtenerse»
a cambio. Por otra parte, «las dificultades para otorgarlo no serían
pocas y habría que contar con Francia e Inglaterra», si bien daba
por seguro que «esta última potencia crearía obstáculos». Frente
a los inconvenientes del protectorado, el cónsul indicó que «la
anexión es más fácil y conveniente y hoy por hoy ya sabemos
cómo se hace para figurarla espontánea. Si este carácter deben
tener en general actos de esta naturaleza, la de Santo Domingo
a España sería real y positivamente más libre, más deseada y más
espontánea que ninguna otra».56
Estas palabras no dejan lugar a dudas sobre la decidida apuesta de Álvarez en favor de una de las dos opciones en juego, y del
mecanismo más apropiado para llevarla a cabo, seguramente con
base en algunos casos de anexiones anteriores y contemporáneas,
como la de Texas a los Estados Unidos, o las de Saboya y Niza a
Francia. En cuanto a las ventajas que tenía para España este procedimiento, el agente las dividió en políticas y comerciales. Las
primeras eran:
1.ª Asegurar de este modo a Cuba y Puerto Rico hoy amenazadas con las eventualidades de esta República.
2.ª Extender y consolidar nuestra influencia en estas regiones previniéndonos para ulteriores miras.
3.ª Con la posesión de las minas de carbón de Samaná
nos emanciparíamos de Inglaterra bajo este concepto en
América. Si esta potencia nos cierra el mercado de este combustible, ¿cómo alimentaríamos nuestras escuadras en estos
mares cuando nuestros carbones hoy día no bastan para el
consumo de todo el que necesita la península? Es cierto que
si se pidiese esta bahía la cedería la República, pero habría
que fortificarla y al cabo sería una posesión en territorio que
no era [sic] de nuestra pertenencia.
4.ª Mayor preponderancia como nación marítima poseyendo las tres grandes Antillas, desde ellas mandaríamos no
56
AMAE, H 2375, Álvarez-ministro de Estado, La Habana, 12 de noviembre
de 1860.
424
Luis Alfonso Escolano Giménez
solo con [sic] el golfo de Méjico, sino en la América del
Centro y la del Sur; impondríamos a la Unión más que en
la actualidad y cuando llegue el momento de encontrarnos
frente a frente, lo que será tarde o temprano, nuestra posición sería tan ventajosa que tal vez la dominaríamos moral
y políticamente.
Con respecto a las ventajas que calificó como comerciales,
Álvarez consideraba que la anexión de Santo Domingo permitiría a
España «enlazar el comercio de Cuba y Puerto Rico con la nueva posesión», y aumentar la Marina mercante española con un mercado
más. En Santo Domingo podían encontrarse también «maderas de
construcción inmejorables, en gran cantidad y de fácil extracción
por los grandes ríos que atraviesan la isla»; minas de oro y demás
metales, así como otras de carbón, estas últimas situadas en Yuna
y Samaná. El nuevo territorio produciría además un considerable
«aumento de productos coloniales» para el comercio español, entre
ellos tabaco, café, azúcar y cera, y la anexión llamaría a multitud de
españoles que vagaban por las inseguras Repúblicas del centro y sur
de América. Asimismo, se incrementaría la inversión de capitales en
Santo Domingo, al ver allí tanta seguridad como en Cuba y Puerto
Rico, y un campo propicio para sus especulaciones, ya que «además
de los terrenos feracísimos, les brindaría el primer desarrollo de
una naciente colonia». El diplomático aludió igualmente a los «sacrificios o gravámenes» para España, derivados de la anexión, y que
clasificó del siguiente modo:
Ejército: dos mil hombres, comprendiendo aquí todas las armas. No se necesita más estando el lleno de nuestras fuerzas
en Cuba y Puerto Rico.
Un apostadero arsenal y corte de maderas en Samaná.
Administración de rentas. Con un corto personal se haría el
servicio. Más adelante podría aumentarse cuando se fomentase la riqueza con los nuevos arbitrios que se creasen. En
el día no hay otras rentas que las de aduanas, papel sellado,
patentes de comercio y la insignificante de correos.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
425
Administración de justicia. Cuatro jueces de 1.ª instancia y
cuatro promotores. Las apelaciones podrían ir a una de las
Audiencias de Cuba o Puerto Rico hasta que se estableciese
la de Santo Domingo.
Personal militar. Cuadro de generales, coroneles y oficiales
del Ejército dominicano. Se les daría en situación de reemplazo un corto haber no excediendo en los primeros de 40
a 50 pesos fuertes. Repartirles algunas cruces y distinciones
a los más beneméritos empleando en el servicio activo a los
que por su influencia u otras causas lo mereciesen y fuese
conveniente a nuestra política.
Para lo relativo a la necesaria organización de una nueva
estructura administrativa en Santo Domingo, Álvarez resumió
las medidas más urgentes que debían adoptarse en materia eclesiástica, considerando que era de suma necesidad reformar y
completar la curia diocesana, «volviendo a ser entonces primada
de las Indias». Por ello, se requería «un arzobispo, dos dignidades y cuatro canónigos por lo menos que servirían de base
para formar y completar el cabildo catedral», algo que era, a
juicio del representante de España, «de tanto interés cuanto que
las funciones religiosas» cautivaban sobremanera y excitaban
«la gran fe católica de los dominicanos». Por lo que se refiere a
los aspectos financieros, según Álvarez el papel moneda circulante en Santo Domingo podría amortizarse con alrededor de
250,000 pesos fuertes, y la República no tenía deuda con ninguna nación. Además, «la renta de aduanas bien administrada se
aproximaría en el primer año a un millón de pesos fuertes», en
lugar de los 500,000 que producía en esos momentos, y una vez
«retirado el papel moneda de la circulación sería indispensable
en el mercado la moneda de cobre para la compra de artículos
de necesidad general, muy baratos en la República». Por último,
el cónsul no pudo dejar de mencionar algunos de los principales
«inconvenientes que podrían resultar de la anexión», y en ese
sentido señaló:
426
Luis Alfonso Escolano Giménez
La anexión de una República hispanoamericana a la antigua
metrópoli ¿sentaría por sí sola el precedente, o enseñaría
el camino para que lo hiciesen las demás abrumándonos
con una carga demasiado grande? Tal vez, pero al admitir
la anexión de Santo Domingo puede España manifestar y
apoyarse en que las razones de historia, situación geográfica, tratado existente y peligros de que está amenazada tan
pequeña nacionalidad por dos razas enemigas la ponen en
actitud especial con ella; razones todas por cierto bien distintas de las que pueden alegar las demás Repúblicas a las
que si se puede, debe ayudárseles pero por otros medios.
¿Fomentaría el aumento de nuestras posesiones la emigración peninsular, creando otra vez unos de los graves males
que nos acarrearon por esto en la primera época? Hoy no es
de temer. La emigración de canarios que es la más general
no ha podido cortarse, y aun suponiendo que de otras provincias vinieran, hay hoy un nivel de población en la mayor
parte de las naciones de Europa alimentado por los caminos
de hierro, en gran desarrollo ya en la península, que conduce una masa flotante de población extranjera de la que
mucha parte se acomoda en España, como es sabido.57
Como puede apreciarse, Álvarez no tomó en consideración
algunos de los problemas de carácter internacional que quizás
con mayor probabilidad podrían derivarse de la anexión de Santo
Domingo a España, y que eran sin duda los más preocupantes
para el ejecutivo de Madrid, muy en particular un posible conflicto
con los Estados Unidos. La hipótesis de un enfrentamiento con
Haití tampoco debía tener, en su opinión, la relevancia suficiente
como para suscitar un comentario al respecto, y si bien es cierto
que el temor que despertaba ese país en el Gobierno español no
era comparable al del peligro de una guerra contra los norteamericanos, no por ello dejaba de constituir una amenaza. En efecto,
el agente obvió la conjunción de fuerzas que podría tener lugar
57
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
427
entre haitianos por una parte, y dominicanos opuestos al dominio
de España por otra, que resultaba perfectamente plausible, y cabe
pensar que lo hizo de forma deliberada para no dar pie a que
apareciesen nuevas objeciones en Madrid frente a la conveniencia
de la anexión. Por lo que respecta a las cuestiones de carácter
económico y financiero, Álvarez planteó de nuevo, tal como había
hecho Ricart en las bases ya mencionadas, la necesidad acuciante
de retirar de la circulación el papel moneda, lo que resultaba de
especial interés para quienes poseían una mayor cantidad del mismo, entre ellos los altos cargos de la administración. Muy relacionado con este aspecto, también puede indicarse que el grupo santanista tenía otros muchos intereses que deseaba ver satisfechos
por medio de la anexión, y así lo indicaron en un informe dirigido
al gobernador de Puerto Rico, el 23 de agosto de 1861, el segundo
cabo de dicha isla, Carlos de Vargas, y el comandante del Estado
Mayor de la misma. Estos manifestaron que «los influyentes del
general Santana» deseaban aplazar la amnistía propuesta por las
autoridades españolas, «para conservar su protegida posición hasta obtener cumplida satisfacción a la ambición» que les había «ido
creciendo rápidamente desde la anexión». Por su parte, el propio
Serrano, después de visitar Santo Domingo, escribió a O’Donnell
el 6 de septiembre de 1861 unas palabras muy esclarecedoras sobre este asunto:
Los hombres que rodean al general Santana han exagerado
de tal modo sus pretensiones, y tanto en ellos se ha despertado la ambición de sueldos y empleos, que constituyen un
obstáculo muy considerable para que la organización de
la administración se lleve adelante. Aspiran a los primeros
puestos y rehúsan los inferiores que se les han ofrecido con
larga mano.58
58
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 66-67. Domínguez cita las siguientes
fuentes: «Memoria de la comisión que representó al gobernador de Puerto
Rico, general Echagüe, en la visita que hizo Serrano a Santo Domingo [...].
Archivos del historiador José Gabriel García»; y E. Rodríguez Demorizi,
Antecedentes de la anexión... pp. 256-261; véase pp. 258-259.
428
Luis Alfonso Escolano Giménez
En cualquier caso, la ambición de los miembros de la camarilla
santanista no surgió de repente, a raíz de la anexión, sino que por
el contrario había sido una de las razones que contribuyeron más
poderosamente al establecimiento del nuevo régimen, y por ello
el Gobierno dominicano entabló la negociación a partir de unas
bases muy claras. En todo momento, como ya se ha señalado repetidas veces, aquel contó con la imprescindible colaboración de los
diplomáticos españoles acreditados en Santo Domingo, sin la cual
es muy dudoso que hubiera alcanzado sus objetivos.
En efecto, de forma paralela con las negociaciones que se
estaban desarrollando en La Habana entre Serrano y Ricart, en
presencia de Álvarez, desde la capital dominicana el vicecónsul
Gómez Molinero continuó la labor comenzada por su jefe. Así, en
respuesta a las instrucciones del ministro de Estado de estudiar la
manera de que la República Dominicana pudiese tener «recursos permanentes para el sostenimiento de las cargas públicas»,
Molinero aseguró que el consulado era consciente de «la crítica
existencia de un Estado» cuyo Gobierno no disponía de «rentas
fijas y seguras con que cubrir sus atenciones». Según el representante de España, Álvarez y él mismo juzgó desde el principio que
«lo que con más urgencia necesitaba» la República eran «ciertas
garantías de seguridad política». Por ello, ambos diplomáticos se
habían dedicado preferentemente «al estudio e investigación de
los elementos» que constituían dichas garantías, «procurando hallar medios con que robustecerlas y desarrollarlas, para hacer frente a las ambiciosas miras de la Unión y a las invasiones y tendencias
Haitianas». Acto seguido, Molinero subrayó «tres importantísimas
deducciones» que cabía hacer de los numerosos despachos dirigidos a Calderón Collantes desde el consulado: la primera, que interesaba mucho a España todo cuanto tuviera relación con la isla
de Santo Domingo. La segunda, que no era posible que subsistiese
la nacionalidad dominicana, «sin exponerse a grandes peligros,
que lo serían también» para las vecinas posesiones españolas, si
no recibía «apoyo, influencias y recursos de otra potencia». La
última deducción que constató el agente era que correspondía
a España semejante empresa, de la que tenía entendido que se
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
429
ocupaba en esos momentos el ejecutivo de Madrid, y añadió que
era urgente resolver una cuestión tan delicada, tal como venían
a confirmar el acto pirático de Alto Velo y las asechanzas haitianas. En opinión de Molinero, ambos asuntos demostraban «que
lo que ayer era proyecto de más pronta o más lejana realización»,
había comenzado a manifestarse ya en el terreno de los hechos,
de modo que creyó prudente posponer hasta el regreso del cónsul
el cumplimiento de una comunicación del Ministerio de Guerra,
relativa al requerimiento de pago de las armas y municiones suministrados a la República Dominicana. Por su parte, el 29 de
enero de 1861, el Ministerio de Estado comunicó a la legación en
Santo Domingo que, al menos por el momento, no era intención
del Gobierno español «exigir perentoriamente el reembolso de
las sumas» a que ascendían los pertrechos de guerra, ni el de las
cantidades en efectivo que se habían proporcionado al Gobierno
dominicano. Sin embargo, le dio orden de llevar «cuenta exacta
de todo», para cuando el ejecutivo de Madrid estimase oportuno
pedir el reintegro de dichas sumas de dinero,59 lo que da idea
de que, incluso en una fecha tan avanzada, la posibilidad de la
anexión se consideraba en España todavía muy remota.
Por su parte, Álvarez se mantenía al corriente, desde La
Habana, de las reticencias que despertaba en el Gobierno español
la idea de involucrarse de forma aún más directa en la República
Dominicana, y por ello se refirió también a la cuestión de Alto Velo
con la esperanza de estimular, una vez más, el interés de aquel por
los asuntos dominicanos. El diplomático transmitió a Calderón
Collantes que, como era de suponer que los norteamericanos
volverían por allí, procuraría que el ejecutivo de Santo Domingo
enviara con frecuencia un buque de su Marina para vigilar dicho
islote. Por otro lado, Álvarez insistió de nuevo en la interesante
correspondencia dirigida por Serrano al ministro de Estado, y en
lo que él mismo le había expuesto en su informe del 12 de noviembre, en el sentido de que el Gobierno español dictase una
59
AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006, Gómez Molinero-ministro
de Estado, Santo Domingo, 28 de noviembre de 1860 (la minuta de respuesta
aparece escrita en el exterior del despacho).
430
Luis Alfonso Escolano Giménez
resolución para impedir que la República Dominicana cayera «en
poder de las razas distintas» que la codiciaban. A continuación,
si bien el representante de España aseguró que no tenía nada
más que añadir acerca de este particular, llamó la atención de
Calderón sobre el que a su juicio era «el punto más codiciado, más
estratégico, y de más porvenir en América»: la bahía de Samaná.
Álvarez indicó que, en caso de que los Estados Unidos empezasen
a disolverse, inmediatamente se presentarían «en Santo Domingo
dos partidos a cual más activo en sus maniobras y pretensiones
para lograr la posesión de esta magnífica bahía». A fin de actuar
como acicate, el cónsul trajo a colación que las circunstancias por
las que atravesaba en ese momento la federación norteamericana
tenían, con respecto a las Antillas españolas y en particular a la isla
de Cuba, «una gravedad mucho mayor» de lo que parecía a primera vista. Así pues, aquel pronosticó que una vez inaugurado el movimiento secesionista, tras la elección de Abraham Lincoln como
presidente de los Estados Unidos, las amenazas de separación por
parte de Carolina del Sur y los demás estados esclavistas, aunque
más prudentes, no dejarían de «preocupar la mente de la nueva
administración» que iba a instalarse en Washington, el 4 de marzo
de 1861. Según Álvarez, sus partidarios la incitarían a precaverse
«contra todas las eventualidades de un rompimiento abierto entre
las dos secciones del país». Si se produjese una separación definitiva, los estados del sur pondrían los ojos en Samaná y las Antillas
españolas, un pensamiento que preocuparía también a los estados
del norte que, si consiguieran la posesión de Samaná, «ejercerían
un dominio real y verdadero en el golfo de Méjico», tendrían al
sur casi dominado y a Cuba amenazada. Además, siempre en opinión del agente, la bahía de Samaná podía «llegar a ser hasta una
garantía de unión y de unión forzosa» para los Estados Unidos, y
«establecido en ella un vasto arsenal marítimo y situadas allí sus escuadras», el ejecutivo de Washington ejercería un bloqueo pacífico
sobre las posesiones de España en el Caribe. En resumen, de estas
razones se desprendía que aunque por el momento no se viese alterado el orden en los Estados Unidos, su Gobierno permanecería
atento a los peligros que amenazaban la existencia de la Unión, y «en
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
431
previsión de ulteriores acontecimientos», pondría todo su afán en
lograr la posesión de la bahía de Samaná. De este modo, en caso
de dividirse los Estados Unidos, el norte se resarciría de la pérdida
de sus arsenales de Norfolk y Pensacola, mientras que los estados
del sur, con «la misma previsión pero con distinto interés, [...] llegado el cataclismo», harían igualmente los mayores esfuerzos para
posesionarse de aquel punto tan estratégico. Por tanto, concluyó
Álvarez, era de suponer que ambas partes redoblarían esfuerzos
«para lograr el resultado tan apetecido», y no escatimarían en
sus ofertas al Gobierno dominicano, que sin duda alguna, si se le
dejaba abandonado a sus propios recursos, se echaría en brazos
del que le hiciera la mejor proposición. No obstante, tal cosa solo
ocurriría «el día en que cansados y sin esperanza algunos de los
actuales gobernantes abandonasen el poder y fuesen reemplazados por otros» que había en la República, a quienes el diplomático
calificó como «poco amantes de la nación española».60
La recurrente utilización de Samaná, y su supuesta importancia geoestratégica, como el medio más socorrido para atraer la
desfalleciente atención del ejecutivo de Madrid, hace necesaria
una detenida consideración de la mayor o menor veracidad de
los argumentos empleados para ponderar el auténtico valor de
este punto del territorio dominicano. Así, por ejemplo, Robles
Muñoz considera discutible su interés militar, y pésimas las
condiciones de la bahía para los asentamientos humanos. Este
autor se apoya en un informe remitido al Gobierno español por
el último capitán general de la isla, José de la Gándara, el 9 de
enero de 1865, en el cual, a la pregunta de qué era Samaná,
respondió que se trataba de «una bahía menos importante y
más defectuosa» de lo que se había creído, «situada en el paraje
más insano de la tierra». De la Gándara cita a su vez otro informe, fechado en diciembre de 1861, para sostener la tesis de
la «escasa importancia» de Samaná,61 pero la proliferación de
juicios contradictorios con respecto a dicho punto hace difícil
60
61
AMAE, H 2375, Álvarez-ministro de Estado, La Habana, 25 de noviembre de
1860 (es copia).
Cristóbal Robles Muñoz, Paz en Santo Domingo (1854-1865): el fracaso de la
anexión a España, Madrid, Centro de Estudios Históricos, CSIC, 1987, p. 100. El
autor cita a J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. II, pp. 466-467.
432
Luis Alfonso Escolano Giménez
establecer con certeza la validez absoluta de la opinión manifestada
por estos autores.
Sin duda, el interés de España en Santo Domingo se debía
sobre todo a su estratégica posición entre Cuba y Puerto Rico, si
bien el punto geográfico más importante del territorio dominicano era la bahía y península de Samaná, dado su carácter de abrigo
natural para las Marinas mercante y de guerra, por lo que Serrano
propuso a las autoridades de Madrid:
La franquicia absoluta para Samaná o bien el establecimiento de un derecho mínimo para toda clase de importaciones
en todos los puertos de la isla […], y la exención de tributos […] por un determinado número de años […]. Acerca
de esta bahía cuya importancia bajo todos conceptos así el
militar como el comercial y marítimo es universalmente reconocida [...] mi opinión es que deben establecerse en los
mismos bosques que la rodean, cortes de maderas destinadas a las construcciones navales que además de esta ventaja
ofrecerán […] sitios apropiados para las construcciones
que han de hacer necesarias los establecimientos militares
y comerciales.62
En efecto, el Gobierno español preveía transformar aquel
lugar en el principal puerto exportador de la producción agrícola del Cibao, con lo cual desbancaría a Puerto Plata, e incluso
convertir Samaná en el centro de gravedad económico, comercial
y militar de la nueva provincia. En tal dirección apuntaba un informe redactado por el capitán de Ingenieros Santiago Moreno,
quien apostó claramente por las bahías de Samaná y Manzanillo
frente a las ciudades de Puerto Plata y Santiago de los Caballeros,
esta última situada a orillas del río Yaque. El capitán señaló que
la parte más productiva de todo el Cibao era «la comprendida
en los valles de Yuna y el Camú», mientras que en todo el valle
del Yaque el número de productores era bastante menor. Los ríos
62
AHN, Ultramar, Santo Domingo, 5485/16, No. 1, Serrano-ministro de Guerra
y Ultramar, La Habana, 5 de septiembre de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
433
Yuna y Yaque favorecían esta idea, porque se prestaban «muy bien
a hacerlos navegables». Toda vez que dichos ríos desembocan en
las bahías de Samaná y Manzanillo, respectivamente, era natural
creer que el establecimiento de cualquiera de esas vías permitiese, de un modo más directo y económico, la exportación de los
principales productos del país, sin necesidad de que los pueblos
productores tuvieran que recurrir a Santiago como centro de depósito. Moreno indicó que los alrededores de esta población eran
estériles, y que la existencia de la misma se debía «más bien a los
depósitos que a sus producciones». Semejantes consideraciones
parecían desaconsejar los grandes gastos necesarios para mejorar
el muelle de Puerto Plata, «que aun en tal caso no podría nunca
competir con Samaná».63
Otro informe anterior, realizado por el también capitán de
Ingenieros José Ramón de Olañeta, afirmaba que en Samaná se
había cultivado «el café, la caña de azúcar, el añil y el cacao», pero
que en esos momentos sus habitantes solo se dedicaban a una agricultura de subsistencia, que en nada alteraba «el letargo comercial»
de la península. Pese a su «profusión de riquezas» naturales, estas
no habían sido explotadas aún, por lo que Olañeta recomendó «un
detenido examen mineralógico», así como una clasificación de las
maderas de construcción existentes en la bahía. Esta contaba con
«diversos fondeaderos de ningún comercio», según el mencionado autor, quien describió el puerto de Santa Bárbara de Samaná
como «compuesto de cincuenta a sesenta chozas de tablas». Su
«aspecto e irregular colocación» contribuían a formar «el cuadro
más triste y desgarrador» que viajero alguno hubiera contemplado,
«contrastando esta miseria con la fecunda vegetación» circundante.
La población ascendía a unos cuatrocientos habitantes, la mayoría
de ellos «de razas cruzadas, encontrándose negros de origen francés, inglés y americano y muy pocos blancos». El clima «cálido y
sumamente húmedo» era «nocivo a la salud», y el agua potable,
63
Archivo General Militar, Madrid (en adelante: AGMM), Colección General
de Documentos, Santo Domingo, No. 6390 (rollo No. 65: 5-4-11-5), «Idea
general de la parte española de la isla de Santo Domingo», por el capitán de
Ingenieros Santiago Moreno, Santo Domingo, 31 de julio de 1861 (tanto este
informe como los dos siguientes se encuentran microfilmados).
434
Luis Alfonso Escolano Giménez
que estaba cargada de «sales purgantes», constituía otra causa de
enfermedades. En la costa opuesta se levanta el pueblo de Sabana
de la Mar, fundado como el de Santa Bárbara en 1736 con colonos
canarios, una medida que «tomó España antes de estallar su guerra
con Francia, para poner esta península a cubierto de toda tentativa
enemiga», lo que demuestra la importancia que se había concedido
siempre a la defensa de un punto tan estratégico. En opinión de
Olañeta, Samaná reunía condiciones adecuadas para la navegación, ya que «los vientos reinantes son brisas frescas» muy favorables
para que los barcos entrasen en la bahía. Asimismo, esta era «un
magnífico abrigo para grandes escuadras», tal como lo acredita la
historia, pues en 1802 habían fondeado en ella más de sesenta buques de gran calado, al mando del general Leclerc. Por otra parte,
su posición geográfica era «importantísima con relación al golfo de
Méjico, y al continente», de modo que debía convertirse en la llave
que asegurase a España sus posesiones, «y a la vez el comercio de
las Antillas y del continente». Dicho autor aseguró incluso que en
toda América no existía un punto más estratégico, si bien advirtió
de que era necesario llevar a cabo «grandes mejoras militares que
harían crecer su importancia». Por tal motivo, en la conclusión de
su informe señaló los trabajos más urgentes que debían emprenderse para fortificar Samaná de forma provisional, con los que este
puerto quedaría «a cubierto de un golpe de mano», y sin incurrir
en grandes gastos.64
Por último, en la memoria encargada por el gobernador de
Santo Domingo a una comisión compuesta por militares de diversas
armas y cuerpos, sus autores afirmaban que «la importancia de la
bahía de Samaná, considerada bajo el punto de vista de su situación geográfica», era incuestionable. Además, las ventajas que su
ocupación ofrecía a una nación que deseara «estar en aptitud de
proteger o aniquilar, según los casos, el comercio de Europa con
América, dando seguro abrigo a sus escuadras», que podían encontrar en ella «una base natural de operaciones» o un refugio ante
64
Ibídem, No. 6391 (rollo No. 65: 5-4-11-6), «Descripción geográfica, política,
histórica y militar de la península de Samaná», por el capitán de Ingenieros
José Ramón de Olañeta, Santa Bárbara de Samaná, 26 de mayo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
435
la eventualidad de una guerra, eran generalmente reconocidas.
Subrayaban también que España, «más interesada que ninguna otra
nación de Europa, en asegurar su preponderancia en América»,
mientras creyese «conveniente conservar sus antiguas colonias de
Cuba y Puerto Rico», tendría «naturalmente en la bahía de Samaná
un apoyo para la defensa de las mismas», así como para prestar a
su comercio «una protección eficaz y poderosa». Sin embargo, al
extender su análisis a otras realidades de la isla, los miembros de
la comisión constataron la existencia de aspectos muy negativos,
que eran especialmente sensibles en Samaná, donde no había nada
«que proteger o fomentar». Para fundar una base militar estable
se necesitaba crear y desarrollar allí la vida civil de que carecía, sin
la cual esa base difícilmente podría existir y perdía una gran parte
de su objeto. A todo ello se sumaban los obstáculos naturales, pues
cuando se estudiaban detenidamente sus elementos constitutivos,
y los requisitos para «establecer una posición militar formidable»,
se comprendía lo aventurado de «atribuirle en absoluto una importancia» que aminoraban dichas circunstancias, ya que sería muy
arduo eliminar o al menos paliar los numerosos inconvenientes que
existían para alcanzar ese objetivo.65
Estas palabras parecen dar la razón al general De la Gándara
en cuanto a las dificultades que planteaba el emplazamiento de
Samaná para las tropas, pero el último gobernador español de
Santo Domingo llegó incluso al extremo de negar la utilidad que
la bahía podría reportar a los Estados Unidos, en caso de que
quisieran apoderarse de Cuba. De hecho, si los norteamericanos
se estableciesen en Samaná, «no sería Cuba el objeto principal
que los llevara» allá, puesto que a juicio del militar la bahía de
Manzanillo les sería de mayor utilidad para tal fin,66 por estar mucho más cerca de esa isla. Frente a la amenaza que planteaba el
afán expansionista de los Estados Unidos, el cual fue uno de los
65
66
Ibídem, No. 6392 (rollo No. 65: 5-4-11-7), «Memoria sobre el reconocimiento de la bahía de Samaná verificado por la comisión facultativa nombrada
al efecto por el […] capitán general de la isla de Santo Domingo», Santo
Domingo, 27 de febrero de 1863 (el informe está firmado por E. Galindo, L.
Bustamante, M. Goicoechea y J. Munárriz).
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. II, pp. 466-467.
436
Luis Alfonso Escolano Giménez
principales argumentos presentados en favor de la anexión por el
Gobierno español, que pretendía «cortar de plano, aprovechando
la guerra de Secesión», las aspiraciones norteamericanas de ampliar sus dominios,67 la tesis del general De la Gándara descartaba
que se pudiera atacar Cuba desde Samaná.
La coyuntura internacional, en particular tras las elecciones
celebradas en los Estados Unidos el 6 de noviembre de 1860,
que dieron la victoria a Abraham Lincoln, marcaba unos plazos
inexorables que debían aprovecharse, y sobre este punto Álvarez
llamó la atención del Gobierno español, si no se quería dejar pasar la oportunidad. En efecto, muy poco tiempo después de la
elección de Lincoln, los estados del sur hicieron ver claramente
que su actitud secesionista era ya irreversible. En tales circunstancias, al responder la misiva que el vicepresidente de la República
Dominicana le había dirigido el 20 de octubre, y en la que este
intentó apremiar a las autoridades españolas, Serrano solo pudo
comunicarle que no estaba dentro de sus facultades tomar una
resolución definitiva acerca de las propuestas hechas por Alfau.
Debido a la inmensa gravedad del asunto, el gobernador de Cuba
lo había referido al ejecutivo de Madrid, de modo que, hasta que
el mismo adoptase una decisión al respecto, Serrano pidió al vicepresidente que interpusiera «todo su influjo y autoridad» para
que no se precipitase un acontecimiento que debía «venir por
la fuerza misma de las cosas». Según aquel, «la precipitación en
este asunto, y el no esperar a que el Gobierno español» se tomara
«todo el tiempo necesario para decidir sobre una cuestión de tamaña importancia, acarrearía conflictos y grandes perjuicios tanto
a Santo Domingo como a España».68
Las instrucciones que O’Donnell dio al gobernador de Cuba
supusieron, al menos en cierta medida, un jarro de agua fría sobre
las expectativas generadas en La Habana y Santo Domingo. El presidente del Consejo de Ministros aseguró que, aunque Santana
y sus consejeros opinasen que el país entero era «favorable a
67
68
H. Tolentino Dipp, Gregorio Luperón. Biografía política, La Habana, Casa de las
Américas, 1979, p. 29.
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 48, Serrano-Antonio Abad Alfau,
vicepresidente de la República Dominicana, La Habana, 6 de diciembre de
1860 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
437
la reunión a España», el ejecutivo de Madrid no estaba aún
«plenamente convencido» de que al realizarse lo que se pretendía,
no surgirían «dificultades interiores que colocarían a la España
en una situación sumamente embarazosa». Así pues, a juicio de
O’Donnell, «si el partido opuesto a la administración del general
Santana levantase la voz contra la medida» que se proponía, «si
no hubiese una completa unanimidad, no solo se defraudarían las
esperanzas del Gobierno, sino que se aplazaría indefinidamente
la consecución del objeto apetecido». Aunque «un Gobierno puede arrostrar los peligros de una situación creada por su política,
cualesquiera que sean los obstáculos que tenga que vencer», exponerse gratuitamente a que el éxito no coronara sus esfuerzos, y pudiese «propagarse la opinión, de que los sucesos ocurridos» eran
«obra exclusivamente suya, sería una falta imperdonable» que el
Gobierno español no podía «cometer de ningún modo». Es más,
el mal éxito de la empresa, o la resistencia que en el caso
contrario opusieran a la incorporación parcialidades del
mismo país cuya unanimidad de miras debe ser el principal
fundamento de la actitud de la España, crearía al Gobierno
de S. M. una posición sumamente falsa, relativamente a las
demás naciones del Nuevo Mundo.
Con respecto a este último punto, el jefe del gabinete consideraba que España no era bastante fuerte para que México,
Venezuela y todas las Repúblicas de América comprendieran la
sinceridad de su política. Tampoco había llegado todavía el momento de que, apoyándose en la autoridad que volvía a tener en
todas partes, el Gobierno español pudiese ejercer sobre aquellos países una influencia eficaz. A tal fin, era necesario que los
Estados Unidos, a los que veían como el único Gobierno con una
política muy análoga a la suya, perdieran el prestigio inmenso
que conllevaba el ejemplo de un país que había recorrido «victoriosamente sin sufrir el más ligero revés los primeros ochenta
años de su existencia como nación independiente». Esto tendría
lugar, se aventuró a predecir O’Donnell, como consecuencia de
438
Luis Alfonso Escolano Giménez
los acontecimientos que habían empezado a verificarse allá, y que
en un plazo no lejano alcanzarían la enorme gravedad que encerraban en sí mismos.69
Según el presidente del Consejo de Ministros, la cuestión
del tiempo era «por lo tanto de inmensa trascendencia para la
España», toda vez que sus medios de acción crecían cada día más,
y pronto podría disponer de una escuadra respetable. O’Donnell
indicó también que cuando la confederación norteamericana se
dividiera en dos Estados de intereses opuestos, uno de ellos sería
el aliado natural de España en todas las luchas que esta se viese
obligada a sostener en América, e insistió en que
la reunión de Santo Domingo ejecutada de un modo que
diese lugar a sospechas no destituidas de fundamento, siquiera fuese aparentemente, no solo haría volver la vista atemorizadas hacia los Estados Unidos a todas las Repúblicas
de origen español, destruyendo por esa misma desconfianza
la base de nuestra política en América, que debe ser siempre
el sostenimiento de la unidad de nuestra raza, sino que dando quizás al olvido por un instante sus discordias interiores
los partidos militantes en Norteamérica, se agruparían todos alrededor de la doctrina de Monroe, principio que hoy
aceptan sin reserva, lo mismo los territorios de esclavos, que
aquellos en donde impera el trabajo libre.
Por otro lado, las críticas circunstancias que Europa estaba
atravesando eran también una razón muy principal para que el
ejecutivo de Madrid no debiera «correr en esos lejanos mares,
compromisos que distraerían las fuerzas» que entonces necesitaba
«tener agrupadas para hacer frente a las eventualidades» futuras.
En tal sentido, había que prever todas las complicaciones que pudiesen derivarse del estado de la República Dominicana, así como
de los pasos de su Gobierno. Por todo ello, O’Donnell manifestó
la conveniencia de que se aplazara la incorporación del territorio
69
Ibídem, doc. No. 52, O’Donnell-gobernador de Cuba, Madrid, 8 de diciembre
de 1860.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
439
dominicano a España, e hizo ver a Serrano que todos sus esfuerzos
debían encaminarse a ese objeto. No obstante, el ejecutivo de
Madrid deseaba al mismo tiempo prestar al de Santo Domingo, y
a cualquier otro que estuviese «impulsado por móviles idénticos»,
toda la ayuda de que pudiera disponer. Pese a la claridad de sus
anteriores palabras, el jefe del gabinete señaló a continuación lo
siguiente:
Una eventualidad debe tomarse en seria consideración en
los asuntos de Santo Domingo. Pudiera muy bien suceder
que la iniciativa tomada por el general Santana estuviese
realmente en consonancia con los deseos unánimes del
país, y que lejos de ser consecuencia de temores exagerados,
de aspiraciones personales, o de otra cualquier causa, fuese
resultado de una situación insostenible que no pudiera prolongarse, y que así lo reconociesen todos los dominicanos.
Si efectivamente fuese imposible aplazar la incorporación
que se pretende, y después de meditar V. E. detenidamente
todas las circunstancias del caso [...] se convenciese V. E. de
que la no aceptación por parte de la España de la oferta del
general Santana, daría lugar a que los Estados Unidos les
ofreciesen su apoyo y se apoderasen de algún punto importante de la isla, como por ejemplo, la bahía de Samaná, deberá V. E., para evitarlo, usar de todos los medios que tiene
a su disposición.70
La importancia de estas líneas resulta evidente, sobre todo
por la sinceridad de las mismas; en ellas, O’Donnell no ocultó
su desconfianza hacia los motivos esgrimidos por Santana, los
cuales puso en entredicho, al dudar de la presunta gravedad de
la situación dominicana, o sospechar incluso que el presidente
quizás actuase por intereses particulares. Sin embargo, el presidente del Consejo de Ministros dejó abierta una puerta, que
Serrano, Álvarez y el Gobierno dominicano supieron aprovechar
hábilmente, puesto que la mención de los Estados Unidos servía
70
Ibídem.
440
Luis Alfonso Escolano Giménez
tanto para argumentar en favor de una prórroga, cuando
O’Donnell expresó el temor de que los dos bandos en pugna se
unieran contra España, como para lo contrario. Por supuesto, la
posibilidad de que Santana y sus seguidores se echasen en brazos
de los norteamericanos no era en absoluto descabellada, ni se
podía tampoco dar por sentado que estos, a pesar de sus problemas internos, rechazaran la oferta. De hecho, en vísperas de la
guerra de Secesión aún se manifestaba vigorosamente el interés
estadounidense por un proyecto de comunicación transístmica en
Centroamérica, tal como había venido sucediendo desde el tratado Clayton-Bulwer, firmado una década antes, y durante la cual los
Estados Unidos construyeron una sólida política internacional.71
En este contexto, era hasta cierto punto fácil valerse del hipotético, pero a la vez plausible, peligro de que los norteamericanos
se establecieran en Samaná o en cualquier parte del territorio
dominicano, como advirtió el propio O’Donnell, «creando entre
Cuba y Puerto Rico una cuña capaz de debilitar la defensa política
y militar de las Antillas españolas». Resulta obvio que esta amenaza figura «entre los argumentos más efectivos utilizados ante el
ejecutivo de Madrid para que aceptase el protectorado o preferiblemente la anexión» de Santo Domingo a España, así como el
hecho de que la anexión solo se consumó cuando «la debilidad
haitiana se hizo manifiesta y la situación internacional cambió
radicalmente», tras el estallido del conflicto civil en los Estados
Unidos.72
Por lo tanto, no es de extrañar que la permanente preocupación del Gobierno español por la actitud norteamericana jugara
un papel tan crucial a la hora de dar el impulso definitivo a los
planes urdidos por las autoridades de Santo Domingo, de acuerdo
con el cónsul de España en esa capital y el capitán general de
Cuba. En todo caso, cualquier coyuntura favorable podía servirles
de ayuda adicional para llevar a cabo su proyecto, y así, Álvarez
71
72
D. Perkins, The United States and the Caribbean, edición revisada, Cambridge
(Massachusetts), Harvard University Press, 1966, p. 99.
T. Mejía-Ricart, «Los orígenes y efectos de la anexión de la República
Dominicana a España en 1861», en T. Mejía-Ricart (ed.), La sociedad
dominicana... pp. 413-440; véase pp. 431-435.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
441
interpretó la ocupación del islote de Alto Velo por parte de una
compañía guanera estadounidense como «el principio del vasto
plan que la perseverante e invasora raza anglosajona» tenía sobre
el territorio dominicano. El diplomático veía muy desamparada
la bahía de Samaná, y consideraba que si tan importante punto
cayera en poder de los norteamericanos, el mismo «les haría dueños del golfo de México y sería la espada de Damocles» sobre las
posesiones antillanas de España.73
Con relación a los intereses de Santana, a los que se refirió el
jefe del Gobierno español en su despacho, cabe decir que se trataba sin duda de los intereses de todo el importante grupo social
que le servía de base. En efecto, «al buscar la anexión, los sectores
en el poder no solo perseguían garantizar sus propiedades, sino
también mantener su hegemonía sobre el aparato estatal», así
como las numerosas prebendas y privilegios de que disfrutaban.
Así, por ejemplo, se comprende perfectamente que una de las
últimas medidas adoptadas por el Gobierno dominicano antes
de la anexión fue la de revaluar el papel moneda, a razón de 250
pesos nacionales por peso fuerte, a sabiendas de que las nuevas
autoridades españolas se verían obligadas a amortizar dicha moneda, y la condición de «emplear a los dominicanos que habían
servido a la República». Con ello, la anexión «parecía una transacción comercial que habría de rendir pingües beneficios a los
que detentaban el poder económico y político» en la sociedad
dominicana. Por lo que respecta a las justificaciones esgrimidas
por los conservadores, con objeto de «gestionar la enajenación
de parte o la totalidad» del territorio dominicano, la principal
de ellas fue la amenaza haitiana, lo que parecería entrar en contradicción con un factor al que se ha aludido anteriormente: la
debilidad haitiana. No obstante, la revuelta prohaitiana de los
generales Ramírez y Taveras en la frontera «sirvió para unir en
73
Luis Álvarez López, Dominación colonial y guerra popular 1861-1865 (la Anexión
y la Restauración en la historia dominicana), Publicaciones de la Universidad
Autónoma de Santo Domingo, vol. DXLIII, Colección Historia y Sociedad,
No. 72, Santo Domingo, Editora de la UASD, 1986, p. 37. El autor cita a César
Herrera (comp.), Documentos para la historia de la Anexión y la Restauración,
tomo I, 1.ª pieza, p. 52 (esta recopilación se conserva en el AGN).
442
Luis Alfonso Escolano Giménez
torno al régimen santanista a muchos individuos de la pequeña
burguesía partidarios de la independencia», pero que preferían
el colonialismo europeo a caer de nuevo en poder de Haití, «por
motivos económicos, raciales o culturales». El hecho indiscutible
es, pues, tal como subraya Tirso Mejía-Ricart, que «la anexión
a España constituyó la culminación de innumerables esfuerzos
realizados» tanto por la burguesía como por los terratenientes,
para congelar a favor suyo «la situación social dominicana y progresar económicamente a la sombra protectora de una potencia
colonial». Estos elementos, en su mayor parte de carácter económico, político y cultural, o nacional en un sentido amplio, permiten comprender que casi todos los integrantes de los diversos
grupos sociales mencionados aceptaran inicialmente la anexión
como un hecho consumado.74
En su importante comunicación del 8 de diciembre de 1860,
O’Donnell insistió en que España no podría consentir jamás que
los Estados Unidos se apoderasen de ninguna parte del territorio
de Santo Domingo, puesto que si se produjera tal acontecimiento, los norteamericanos pondrían en grave peligro la seguridad
de Cuba y Puerto Rico. Como consecuencia de ello, no solo se
cortarían «las comunicaciones de la metrópoli con la primera de
aquellas posesiones, sino que dejaría aislado a Puerto Rico, el día
de un conflicto, respecto de la isla que en América le sirve de
segunda madre patria». Ante una perspectiva de esa naturaleza
no era posible vacilar, por lo que Serrano quedó autorizado para
impedir que llegara a realizarse «la anexión a Norteamérica de
una parte o de todo el territorio dominicano con el auxilio de
bandas de filibusteros, o con fuerzas regulares del Gobierno de
Washington». El de Madrid comprendía «toda la trascendencia
de un acto de esa naturaleza, y arrostraría para evitarlo, los peligros de una lucha con la Unión». Además, el presidente del
Consejo de Ministros añadió al final de sus instrucciones otro
punto de gran trascendencia para comprender lo que ocurrió en
la República Dominicana en la etapa inmediatamente anterior a
la anexión, por cuanto se refería a la necesaria unanimidad de los
74
T. Mejía-Ricart, «Los orígenes y efectos de la anexión...», pp. 418-424.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
443
dominicanos frente a la restauración de la soberanía española. Así
pues, O’Donnell indicó al gobernador de Cuba que
en todo caso, deberá V. E. hacer presente al Gobierno dominicano, en nombre del de S. M., que el día en que V.
E. se convenza de que la incorporación es una necesidad
perentoria, que no admite dilación de ningún género, es
condición indispensable para llevarla a cabo, que el acto
debe ser y parecer completamente espontáneo, para dejar a salvo la responsabilidad moral de la España; y que
las tropas de la reina no ocuparán anticipadamente ningún punto de la isla hasta tanto que las autoridades y el
pueblo hagan la proclamación de una manera unánime y
solemne.75
Es decir, el ejecutivo de Madrid dejaba en manos de Serrano la
decisión final sobre el envío de tropas a Santo Domingo, siempre
y cuando se cumpliese el requisito de la unánime espontaneidad
del pueblo a favor de la reincorporación de su país a España. Sin
embargo, esa unanimidad no era en absoluto factible en un contexto sociopolítico tan dividido como el dominicano, y así se puso
de manifiesto casi de inmediato.
En efecto, pese al gran secreto que envolvió el desarrollo de
las negociaciones, en la República Dominicana «todo eran conjeturas, alarmas y rumores», pues las visitas de los emisarios de
España, y la llegada de colonos, oficiales e inmigrantes de origen
español, como era lógico, habían ayudado a crear una «atmósfera
de persistente preocupación». No obstante, «ni los rumores ni la
posible propuesta de paz por parte de Haití» frenaron los planes
de Santana. A juicio de Luis Álvarez, una vez que España aceptó
la anexión, «aunque condicionada temporalmente», en Santo
Domingo se trataron de «crear las condiciones para hacer realidad el ya adelantado proceso», y por ello el Gobierno dominicano
dirigió todos sus esfuerzos a acelerarlo cuanto le fuera posible. Sin
75
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 52, O’Donnell-gobernador de Cuba,
Madrid, 8 de diciembre de 1860.
444
Luis Alfonso Escolano Giménez
duda, en esta decisión jugó también un papel muy importante el
temor a la respuesta que pudiesen articular los sectores contrarios a la anexión. De hecho, en enero de 1861 el general Sánchez
escribió desde Saint Thomas a algunos compañeros suyos, como
Damián Báez y Pedro Alejandrino Pina, que no era necesario que
guardaran reserva alguna por él ni por su proyecto de oponerse a
la anexión, dado que obraba a las claras, e incluso había escrito a
Lavastida, el ministro de Guerra, sobre este asunto. Poco después,
el 20 de enero, el general lanzó una proclama en la que acusaba al
«déspota Pedro Santana» de cometer «un crimen casi nuevo en la
historia», y ese crimen era «la muerte de la patria».76
Sin embargo, la de Sánchez no fue la primera denuncia pública de las intenciones del Gobierno dominicano, toda vez que
el 24 de diciembre de 1860 ya habían aparecido dos manifiestos,
uno firmado por el general Cabral, que se considera la primera
protesta contra la anexión de Santo Domingo a España, y otro
denominado Llamamiento a la nación. Este último fue firmado «por
unos mil patriotas», quienes señalaban en él que la República estaba en peligro y solo había «un remedio para salvarla: revolución»,
pues Santana la había puesto en venta, pero como «el precio del
yankee no le convino» la adjudicó a España, y se preparaba a entregarle el pueblo dominicano igual que si fuera un rebaño. Este
documento subrayaba también con toda claridad los intereses espurios del ejecutivo de Santo Domingo, que había cometido este
acto a cambio de «menguadas dignidades y del oro» que Santana
repartiría «entre seis u ocho más criminales, sus cómplices», siempre según los autores del Llamamiento. A pesar de la importancia
táctica de la propaganda, debido a que las gestiones anexionistas
se estaban llevando a cabo a espaldas de la población, Sánchez
sabía que aquella no bastaba, y recomendó a los dominicanos
exiliados en Curazao, en su mayor parte baecistas, la creación de
una junta revolucionaria, a cuyas órdenes se pondría él mismo.
Dicha junta quedó constituida inmediatamente, y el 22 de enero
76
L. Álvarez López, Dominación colonial... pp. 46-54. El autor cita a E. Rodríguez
Demorizi, «Expedición de Sánchez y de Cabral. Apuntes y documentos para
su estudio», en Clío, No. 57-58, 1943, pp. 204 y 216-217.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
445
dirigió una carta al general Sánchez para informarle de sus
actividades, entre las que menciona la introducción en territorio
dominicano de impresos que en esos momentos ya estarían en
circulación, y cuyo objeto era «desvanecer las ideas contrarias al
buen sentido nacional». También se le indicó que, si bien la junta estaba intentando ponerse en comunicación con el Cibao, era
necesario que el propio Sánchez escribiese muy detalladamente al
general Valerio, que era el jefe militar de la localidad fronteriza de
Guayubín, en la Línea Noroeste. Esto da idea de que las proclamas
de Sánchez y Cabral circularon por todo el país, de modo que
Santana «no tardó en enterarse del movimiento contra la anexión
y su íntima vinculación con Haití». Así las cosas, el presidente se
defendió con un ataque, y presentó «a Sánchez y al movimiento
antianexionista en el feo papel de agentes haitianos al servicio
de la doctrina boyerista de indivisibilidad de la isla». Luis Álvarez
considera con acierto que el Gobierno dominicano quiso «difundir la impresión de que se trataba de una invasión más de parte
de Haití en su secular empeño de conquistar» la mitad oriental
de la isla. En efecto, Santana acusó a Sánchez de haber tomado
como «pretexto para su deslealtad la defensa de la nacionalidad
dominicana», y buscado «a los haitianos para solicitar de ellos tal
vez, poner por obra los planes de Domingo Ramírez». Según el
jefe del ejecutivo, el antiguo trinitario se había dirigido a Puerto
Príncipe, para demostrarles «sus verdaderas intenciones, su mentido patriotismo y hasta la falta de pudor político», que no había
«permitido nunca a otros cambiar la nacionalidad dominicana,
por la de sus perpetuos contrarios».77
Estas palabras constituyen un notable ejercicio de cinismo
político, escritas como fueron por quien se encontraba en plena
negociación para destruir la independencia de la República, y no
era por consiguiente la persona más indicada para dar lecciones
de auténtico patriotismo a nadie. En cualquier caso, las delaciones
y la vigilancia de los agentes al servicio de Santana no lograron impedir que la junta revolucionaria de Curazao continuara haciendo
77
Ibídem, pp. 55-57. Álvarez cita a E. Rodríguez Demorizi, Acerca de Francisco
del Rosario Sánchez, Academia Dominicana de la Historia, vol. XLIII, Santo
Domingo, Editora Taller, 1976, pp. 96, 121-125 y 135-138.
446
Luis Alfonso Escolano Giménez
propaganda, como por ejemplo mediante la publicación de un
folleto anónimo titulado La gran traición del general Pedro Santana,
cuya autoría se atribuye, entre otros, a Manuel María Gautier,
quien era el secretario de la junta.78
Como cabía suponer, la utilización de este movimiento contrario a la anexión por parte del Gobierno dominicano para sus propios fines no se hizo esperar, y así el vicecónsul de España en Santo
Domingo remitió a Serrano una comunicación, a la que adjuntó
copias de la proclama y de la carta que Sánchez había dirigido al
agente de Francia en esa capital. Zeltner había presentado de inmediato a Santana ambos documentos, y Gómez Molinero calificó
este paso como «altamente significativo», pues aparte de la importancia de los mismos, muy grande en esos momentos, ponía «bien
en claro la connivencia» en que estaban ciertos dominicanos del
partido baecista con el presidente de Haití. En opinión del diplomático español, el gesto de Zeltner era además una prueba del
espíritu en que se encontraban sus colegas de Francia e Inglaterra,
después de la respuesta dada por el ejecutivo de Santo Domingo
a su nota conjunta. Gómez Molinero ponderó «la crítica situación
del país, amenazada continua e incesantemente» por Haití, que
acogía «a los descontentos de la Dominicana para contribuir a sus
planes explotando así cuantas circunstancias» se le presentaban
«para alcanzar sus fines harto conocidos». Por ello, concluyó el vicecónsul de España, cada día se demostraban «con nuevos hechos
esas tendencias, ese trabajo persistente que caracteriza la política
de la raza, enemiga implacable de la que puebla la parte del este
de la antigua isla Española».79
Por su parte, el gobernador de Cuba dio cuenta al ministro
dominicano de Relaciones Exteriores de la respuesta que acababa de recibir de Madrid sobre el asunto que lo había llevado
a La Habana, y en ese sentido le manifestó que no era posible
para Santo Domingo consolidar su nacionalidad «sin el amparo
de España». Por otro lado, señaló que esta no podía consentir,
por consideraciones de orden muy elevado, que la nacionalidad
78
79
Ibídem, pp. 57-58. El mencionado folleto se publicó en Curazao, en 1861.
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 10, Gómez Molinero-gobernador de
Cuba, Santo Domingo, 20 de enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
447
dominicana desapareciese a impulso de los que la combatían, razones por las cuales,
una vez que el Gobierno de Santo Domingo declara que
el general deseo de sus habitantes es de confundirse en
la nacionalidad española, y propone que esta acepte el
protectorado o la incorporación, el Gobierno de S. M.
mirando con satisfacción semejante deseo opta por el segundo extremo en la ocasión oportuna, siempre que el
voto del pueblo dominicano sea espontáneo y unánime y
se manifieste de una manera tan explícita y solemne que
no deje duda alguna acerca de la legitimidad del hecho y
cubra la responsabilidad moral de España ante el mundo
civilizado.
En la misma línea de las instrucciones que tenía, y siempre con
el objetivo de salvaguardar la posición internacional del Gobierno
español, Serrano subrayó que el gabinete O’Donnell no creía que
fuese «el momento oportuno de llevar a cabo un acto de tamaña
importancia cuya precipitación tal vez produciría un resultado
contrario al objeto propuesto». La esfera de acción del ejecutivo
de Madrid no se limitaba a los negocios del continente americano,
sino que colocado entre los Gobiernos europeos, aquel se veía
obligado a «juzgar con más seguro criterio del actual estado de las
cosas en Europa y América», por lo que deseaba que la ejecución
de la incorporación se aplazara por un año. A juicio del gobernador de Cuba, durante ese tiempo se irían «apercibiendo los
elementos necesarios», y las propias circunstancias favorecerían
«probablemente la dichosa consecución del intento». En suma,
Serrano comunicó al ministro todos los pasos para los que se encontraba autorizado:
Primero: para facilitar a V. E. la contratación del empréstito
que tiene encargo de levantar en esta isla ayudándole eficazmente sin comprometer la autoridad del Gobierno, ni la del
cargo que ejerzo.
448
Luis Alfonso Escolano Giménez
Segundo: a suministrar al Gobierno dominicano los auxilios
de armas y pertrechos necesarios para rechazar la agresión,
con más un subsidio de 25,000$, si los haitianos intentasen
nuevamente atacar las fronteras.
Tercero: a prestar iguales auxilios en el caso de que una o
más bandas de filibusteros del norte de América intentasen
apoderarse de alguna parte del territorio.
Cuarto: a enviar, si las atenciones del servicio lo permiten,
uno o más buques de guerra a Santo Domingo que visiten
sus costas o se estacionen en sus puertos.
Por último, el gobernador también aseguró al ejecutivo de
Santo Domingo que el de Madrid estaba decidido a emplear todos los medios necesarios para impedir que los Estados Unidos se
apoderasen de ninguna parte del territorio dominicano, «único
caso en que alteraría su propósito de aplazar por un año su incorporación en la monarquía».80
3. LA PRECIPITACIÓN DE LOS ACONTECIMIENTOS
DURANTE LOS PRIMEROS MESES DE 1861
No obstante, la política de soborno llevada a cabo por
Santana, la reunión con los jefes militares y la expulsión de
Mella, así como «la ofensiva epistolar que desarrolló Ricart y
Torres hacia Serrano», estaban dirigidas a abreviar ese plazo
de un año que se había fijado para la incorporación de Santo
Domingo a España.81
En efecto, los acontecimientos comenzaron a precipitarse a
una velocidad cada vez mayor, tal como se deduce del interés que
manifestó en todo momento el Gobierno de la República por presentar el nuevo incidente ocurrido con Haití bajo el aspecto de
80
81
Ibídem, doc. No. 2, Serrano-ministro de Relaciones Exteriores y de Hacienda
de la República Dominicana, La Habana, 6 de enero de 1861 (es copia).
L. Álvarez López, Dominación colonial... p. 48.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
449
una grave amenaza contra la independencia dominicana. Así, el
propio Santana informó a Serrano de que el Gobierno haitiano, al
ver la posibilidad de que se le escapara «para siempre la presa» que
tanto deseaba, si llegase a «tener efecto una más estrecha unión»
entre España y Santo Domingo, haría todo lo que estuviera en su
mano para impedir la realización de ese pensamiento. Según el
presidente de la República, los haitianos intentaban precipitar su
proyecto de dominar la parte oriental de la isla:
Para ello, no se proponen adelantarse y presentar el pecho
como lo hacían antes, sino que, con más astuta y desleal
política, seducen a los incautos de un partido descontento, para ponernos a vanguardia y combatirnos con nuestras
propias armas. Hoy, que se encuentran por una parte más
fuertes con la posesión de un vapor de guerra, y que por
otra, temen el resultado de nuestra unión con la España,
preparan un golpe doble, invadiendo las fronteras y provocando un pronunciamiento en el interior, desguarnecido
a su entender, con el esfuerzo que hagamos acudiendo a
rechazarlos de nuestro territorio.
Con gran astucia, Santana indicó que la pronta realización
del pensamiento que había «prohijado» el gobernador de Cuba
los libraría de tan desagradable situación, pero que mientras el
mismo no se llevara a cabo, el ejecutivo de Santo Domingo necesitaba la ayuda de España para salir de aquella dificultad. En
concreto, el presidente solicitó a Serrano que enviase inmediatamente un vapor de guerra a aguas dominicanas, para ponerlo
a disposición del Gobierno de la República, con lo que podrían
«estar más tranquilos sobre el resultado eventual de las tramas»
de su enemigo, hasta que se conociera la decisión definitiva de
España. Es más, por si el efecto de estas palabras sobre el ánimo
del gobernador no fuese suficiente, Santana se refirió a la nota
que habían dirigido los representantes de Francia y Gran Bretaña,
en petición de explicaciones sobre los rumores que corrían acerca
450
Luis Alfonso Escolano Giménez
de un tratado secreto entre España y la República Dominicana, y
añadió lo siguiente:
Aunque de aquella comunicación aparece que el país está
en agitación, es inexacto: el país está tranquilo. No faltan,
[...] como en todas partes, algunos agitadores, partidarios
los unos del filibusterismo, los otros de Báez y los haitianos,
que procuran explotar la dilación que lamentamos para
engañar a los ignorantes con pretendidos temores de esclavitud; pero la generalidad en toda la República, y sobre
todo, la gente sensata que apetece el orden, está toda con
el Gobierno.82
Los términos empleados por el presidente dejaban traslucir,
aunque sin decirlo abiertamente, la posibilidad de que los grupos
antianexionistas se unieran y diesen al traste con el proyecto en
marcha, como consecuencia de la dilación del mismo, un factor
que Santana aprovechó para espolear, una vez más, la actuación
del gobernador de Cuba.
Gómez Molinero, por su parte, comunicó a Serrano que se
trataba de la primera y única explicación pedida al Gobierno
dominicano por los cónsules de Gran Bretaña y Francia «sobre
la cuestión española», pese a que habían podido observar desde tiempo atrás «la completa inteligencia» existente entre los
Gobiernos dominicano y español. Según el diplomático, aunque
esa entente se llevaba «con la prudente reserva indispensable a tales
asuntos», habían tenido lugar algunos hechos que ni era posible
ocultar, ni mucho menos que pasaran inadvertidos a los cónsules
de ambas potencias. Así, por ejemplo, aquel mencionó «la remisión de armas y pertrechos de guerra, de instructores militares
de varias graduaciones y de colonos procedentes de la península;
la prolongada permanencia del plenipotenciario dominicano en
Madrid», la visita del brigadier Peláez a Santo Domingo, y el viaje
de este a La Habana, en compañía de Ricart y Álvarez. De hecho,
82
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 4, Santana-gobernador de Cuba, Santo
Domingo, 18 de enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
451
Gómez Molinero admitió que por más que se hubiese dado a todo
ello «el mejor color posible», y por buena que fuese la interpretación de unos y otros, se trataba de «hechos muy notorios para
que el celo de los cónsules no se hubiera manifestado con notas o
peticiones» como la que acababan de dirigir al ejecutivo de Santo
Domingo. En opinión del agente, que no lo hubiesen hecho hasta
ese momento, y aun entonces de la manera en que lo hicieron, demostraba que aquellos tenían instrucciones de no impedir nada,
ni crear obstáculos a la conducta que venían observando desde
hacía medio año entre los Gobiernos español y dominicano. Esto
tal vez podría explicarse porque contaran con que se trataba «de
un protectorado solamente», al que parecían no oponerse, pero
las razones que alegaban en su nota probaban, según Gómez
Molinero, que por parte de Francia y Gran Bretaña «no habría
grande oposición si se tratara resueltamente de la anexión». En
efecto, los representantes de ambos países se habían limitado a
pedir aclaraciones sobre este asunto para comunicarlas a sus respectivos Gobiernos, aspecto bajo el cual Gómez Molinero pasó a
analizar la nota de Zeltner y Hood, con el fin de establecer una
serie de puntos que debían tenerse en cuenta:
“Sacrificios por parte de la Gran Bretaña y de la Francia para
conservar la nacionalidad dominicana”: Será la mediación tan
ineficaz como parcial de Haití cual en tantos y tantos despachos se ha demostrado y de lo que la ilustración del Gobierno
de S. M, y la alta penetración de V. E. se hallarán harto convencidos. “Los primeros en reconocer esta nacionalidad”:
pequeña concesión y que en vano se declama su valimiento
pues en cuanto a la Gran Bretaña, si fuese posible que se formaran veinte Estados dentro de los dos pequeños ya, en que
se divide la antigua isla Española, serían al punto reconocidos
todos ellos por aquella; esa ha sido la base de su política en
América, por no decir que en todos los continentes.
La Francia: no están aquí sus intereses. Respetar la República
de Haití, o cargar con su deuda, he ahí lo que por parte
de nuestro Gobierno habría que negociar; pues en cuanto
452
Luis Alfonso Escolano Giménez
al sentimiento de la pérdida de una nacionalidad, el sistema de borrarlas, aumentarlas o disminuirlas por medio de
Ejércitos o sufragios más o menos universales, es un secreto
manejado como nadie por la Francia. Mas no son buenas razones lo que todo puede en política y bien se alcanza al que
suscribe la buena armonía que nuestra patria ha de guardar
con todos y especialmente con las dos grandes potencias a
que se refiere y que desde el principio comprendió no ser
bajo este aspecto el principal a que habría que atender para
resolver la cuestión de Santo Domingo; sino el de la mejor
conveniencia para la madre patria, visto su estado actual de
población, de riqueza, desarrollo general y situación de la
política interior y exterior; tanto, que en presencia de estas
y otras consideraciones formulé las que luego tuvieron la
honra de ser por extenso dirigidas desde esa capital por mi
digno e inmediato jefe al Gobierno de S. M.83
Estas palabras ponen aún más en claro la actitud beligerante
mantenida a favor de la anexión tanto por el cónsul de España
en Santo Domingo como por su segundo en el consulado, quien
fue el autor de las observaciones enviadas por Álvarez al ministro
de Estado, el 12 de noviembre de 1860, en las que se exponían
las ventajas de la anexión frente al protectorado. Resulta también
muy interesante la rotundidad con que Gómez Molinero expresó
que por encima de la conservación de sus buenas relaciones con
las dos potencias europeas mencionadas, el ejecutivo de Madrid
debía considerar de preferencia los propios intereses españoles a
la hora de abordar la cuestión dominicana. Por ello, a juicio del
agente se había hecho ya mucho hasta ese momento como para retroceder, pero «no lo bastante para asegurar el porvenir» de aquel
país, al que España no podía abandonar a su propia suerte dada su
situación geográfica. En último lugar, Gómez Molinero se refirió
asimismo «a la efervescencia de las provincias de la República», a
la que aludieron los cónsules en su nota, y señaló que el Gobierno
83
Ibídem, doc. No. 5, Gómez Molinero-gobernador de Cuba, Santo Domingo,
18 de enero de 1861 (las palabras en cursiva están subrayadas en el original).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
453
solo había detenido al general Mella, quien fue a Madrid en 1854,
enviado por el presidente Santana, «con instrucciones aún más
extensas» que las que llevaba Alfau. Según el diplomático, el de
Mella era un caso de «resentimiento puramente personal al ver
que en estas circunstancias no tenía mando alguno, ni el Gobierno
le había llamado para manifestarle algo de lo que se trataba, […]
causa de haberse mostrado descontento», y lo que había obligado
al Gobierno a su detención. Así pues, Molinero reiteró a Serrano
el estado de tranquilidad de la República, y el deseo que todos los
dominicanos manifestaban indistintamente de conocer la resolución del Gobierno español.84
Incluso después del descubrimiento de la trama urdida en la
frontera contra la anexión, el representante de España en Santo
Domingo aseguró que «nada […] encontraría eco en el país, que
tendiese a variar la marcha del general Santana»,85 lo cual da una
idea muy aproximada de la escasa objetividad con que aquel remitía las noticias a Cuba.
En cambio, el presidente de la República no dudó en admitir
que los enemigos de su administración se esforzaban por trastornar el propósito de esta de asegurar la tranquilidad del país.
Santana insistió en hacer comprender a Serrano que para sus
adversarios era muy urgente aprovecharse de «la lentitud en la
decisión» que tanto le inquietaba, y trató igualmente de convencer al gobernador de Cuba de que haitianos, baecistas y yankees
se habían «unido para obrar con actividad» contra los planes
que estaban en marcha. Ante tales circunstancias, las autoridades
de Santo Domingo necesitaban un auxilio directo por parte del
Gobierno español, aunque por el momento se limitaron a solicitar
el envío de un vapor de guerra, así como una cantidad de dinero para la movilización de tropas que se veían obligados a hacer.
Sin embargo, el presidente le advirtió de que más adelante, si los
haitianos se quitaban la máscara, quizás podría «necesitar alguna
gente» sobre el terreno. Como ya era habitual, aquel terminó su
84
85
Ibídem.
Ibídem, doc. No. 9, Gómez Molinero-gobernador de Cuba, Santo Domingo,
18 de enero de 1861.
454
Luis Alfonso Escolano Giménez
escrito afirmando que aguardaba ansioso «la resolución definitiva
de la cuestión principal», que decidiría la felicidad del país, y que
mientras tanto el Gobierno dominicano contaba, «para atravesar
la crisis, con el apoyo de la gran mayoría del país y el muy eficaz»
del propio Serrano.86
No obstante, la sinceridad de Santana tenía sus límites, y en
este sentido llama la atención cómo él mismo se apresuró a desmentir las noticias que habían llegado al gobernador de Cuba
desde Puerto Plata, por medio de una carta en la que se le informaba de la existencia en aquellas comarcas de «un fuerte partido
haitiano». El autor de dicha misiva también señaló que eran muy
pocos los que estaban a favor de la cuestión española y además
pintó «la situación del país en un estado alarmante de excitación».
El presidente fue taxativo al indicar lo siguiente:
Los tres asertos de esa comunicación son falsos. En el Cibao,
como en otros puntos de la República, no faltará algún individuo, muy contado, que por ser oriundo de Haití, tenga tal
vez simpatías por aquel Gobierno; pero puedo asegurar a V.
E. que el número es tan escaso, y la calidad de las personas
tan insignificante, que jamás se han traslucido esas simpatías.
No es tampoco cierto que el número de aquellos que están de
acuerdo con el Gobierno, sobre la marcha de sus negociaciones con la España sea corto [...]. Cuanto hay en la República
de honrado y tranquilo, cuanta persona de juicio y sensatez,
cuanto individuo laborioso y de provecho, en una palabra, la
generalidad del país, toda espera, con el Gobierno, la solución de la importante cuestión que nos ocupa.
La sola inquietud que agita los espíritus, consiste en la tardanza, que en semejantes momentos es siempre perjudicial,
por cuanto da lugar a los que no se avienen con el orden
para aprovechar los momentos esparciendo voces absurdas
que inquietan los ánimos.
86
Ibídem, doc. No. 14, Santana-gobernador de Cuba, Santo Domingo, 22 de
enero de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
455
En opinión de Santana, «esta y nada más que esta», era la
alarma a que había podido referirse el autor de la mencionada
carta, toda vez que la República estaba tranquila, y los partes de
los gobernadores de las cinco provincias estaban «contestes sobre
el estado de completo reposo del país». Pese a ello, el presidente
reconoció que había «hombres díscolos» que medraban en el desorden, entre ellos algunos que no tenían cabida en los dominios
de España y deseaban «impedir un mejor orden de cosas».87
En su tradicional línea de absoluto apoyo a las gestiones realizadas por el Gobierno dominicano, Gómez Molinero describió el
estado de la República como de la más completa tranquilidad, y
así había podido comprobarlo personalmente cuando Santana le
dio a leer los partes de los gobernadores y comandantes de armas
de las provincias. El presidente le aseguraba con frecuencia que
respondía de esa tranquilidad, pero al mismo tiempo indicaba
que la «situación equívoca y ambigua» en la que se encontraba el
país, «no sería prudente prolongarla demasiado, pues con esto se
daría tiempo a los diferentes partidos» contrarios al ejecutivo de
Santo Domingo, «aunque pequeños, divididos e impotentes a hacer lo que todos los partidos en circunstancias extremas». Como
factor de preocupación, el diplomático español mencionó la salida de Sánchez de Saint Thomas hacia Haití, según se afirmaba
en una carta particular de la que adjuntó copia a Serrano, y que
era la prueba de la conspiración, por la cual se había detenido a
Golibart, personaje al que también se refirió en su momento el
cónsul de Gran Bretaña. Molinero dio traslado al agente de España
en Puerto Príncipe del despacho dirigido a Serrano, con objeto de
que influyera para que el Gobierno haitiano no intrigase, como
llevaba haciéndolo desde hacía «largo tiempo, en un sentido tan
contrario a la tranquilidad» de la República Dominicana.88
En cuanto a las gestiones que venía desarrollando en La
Habana el ministro dominicano de Relaciones Exteriores, este
indicó al capitán general de Cuba que las autoridades de Santo
87
88
Ibídem, doc. No. 18, Santana-gobernador de Cuba, Santo Domingo, 4 de
febrero de 1861.
Ibídem, doc. No. 19, Gómez Molinero-gobernador de Cuba, Santo Domingo,
4 de febrero de 1861.
456
Luis Alfonso Escolano Giménez
Domingo se felicitaban del buen resultado de una empresa que
tenía la «ventaja de conciliar […] de una manera digna y conveniente los […] verdaderos intereses de ambos países». A tal efecto,
y con el fin de que la reincorporación cumpliera las condiciones
manifestadas por Serrano en su comunicación del 6 de enero, se
consultaría, «en la ocasión oportuna, la voluntad libre y espontánea del pueblo dominicano», que a juicio de Ricart, expresaría
«su voto de un modo tan explícito», que no dejaría «duda alguna
acerca de la legitimidad del hecho». El ministro añadió que, si bien
los auxilios que España estaba dispuesta a prestar a la República
habrían podido, «en otras circunstancias, obtener el más feliz
resultado», en esos momentos eran insuficientes para conseguir
dicho objeto. Entre los motivos alegados por Ricart, este señaló
la guerra civil que había asolado el país durante más de un año;
la «movilización de todo el Ejército para sofocar la rebelión de algunos puntos fronterizos por instigaciones haitianas», a mediados
de 1860; y «los gastos sufragados para favorecer la introducción
de inmigrantes canarios». A juicio del ministro, estas eran en resumen las principales causas a las que debía atribuirse la penuria
del erario dominicano, y para «poner pronto y eficaz remedio a
una situación tan anormal», estaba autorizado a contratar un empréstito que no le había sido posible firmar, como consecuencia
de la crisis por la que atravesaba el comercio cubano. Así pues,
convencido de la inutilidad de sus esfuerzos, y deseando por otro
lado que no se presentasen obstáculos insuperables a la anexión,
durante el plazo de un año que se les había fijado para su realización, Ricart estimó oportuno hacer las siguientes proposiciones al
gobernador de Cuba:
Primero: Que España facilite a la República, cada mes, la
suma de $20,000 hasta completar la de $240,000 –cantidad
que estimo suficiente para reforzar el papel moneda circulante y atender a las necesidades más urgentes.
Segundo: Santo Domingo, como garantía del empréstito
ofrece hipotecar hasta el completo reintegro de la deuda,
la cuarta parte de las rentas de sus aduanas, que un año con
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
457
otro producen $500,000; y abonará igualmente el interés
que fuera de justicia.
[...] En el ínterin, y como la República está exhausta de recursos, suplico a V. E. se sirva facilitarle la suma de $25,000
–cantidad que, si bien no se emplearía por lo pronto para el
caso de una invasión haitiana o americana, que pudiera muy
bien ofrecerse de un momento a otro, se destinaría para
salvar la situación de los embarazos en que se encuentra.
Por último, el ministro pidió a Serrano que mandara a Samaná
algún ingeniero para «reconocer y examinar las ricas minas de
carbón» que había en ella, así como las abundantes maderas de
construcción que allí existían, cuya explotación se había negado
el Gobierno dominicano a conceder a otras naciones, a pesar de
las ventajosas proposiciones que le habían hecho.89
Sin embargo, Ricart cambió de planes debido a la suma gravedad de las noticias que llegaban desde Santo Domingo, según
las cuales Haití, persuadido tal vez de los esfuerzos del Gobierno
dominicano para afianzar su tranquilidad, había recurrido «al
terrible medio de las sugestiones secretas empleándolas con algunos descontentos», exiliados del país. El ministro se apresuró
a precisar que esto no significaba que su Gobierno abrigase «temores en cuanto a la eficacia de sus esfuerzos para contrarrestar
los pérfidos manejos de sus enemigos exteriores», ya que confiaba
sobradamente en la sensatez del pueblo dominicano. Pese a todo,
no debía «disimularse el recelo de que la especie de propaganda
iniciada» por los haitianos llegara «a causar alguna perturbación
en los negocios públicos y por consiguiente en la marcha del
Gobierno, distrayéndole de su noble propósito, y hasta poniendo
en duda a los ojos de algunas naciones el espíritu» que animaba a
la generalidad de los dominicanos. Por ello, Ricart llamó la atención del gobernador de Cuba sobre algunas consideraciones que
probaban, «hasta más no poder», el derecho del pueblo dominicano a «procurarse su tranquilidad y ventura», por los medios que
89
Ibídem, doc. No. 15, P. Ricart y Torres-Francisco Serrano, La Habana, 26 de
enero de 1861.
458
Luis Alfonso Escolano Giménez
había creído «más convenientes al logro de sus miras», y el no menos incuestionable del Gobierno español a acoger la propuesta de
anexión. Estaba fuera de duda que la República Dominicana había sido reconocida «como nación libre, independiente y soberana, no ya solo por su antigua madre patria sino por los principales
Gobiernos europeos», y «desde que el tratado dominicoespañol se
ratificó y canjeó [...], el pueblo dominicano quedó árbitro de sus
destinos». También era cierto que el ejecutivo de Madrid había
expresado, en uno de los artículos de dicho tratado, su deseo de
que el territorio dominicano «se conservase bajo el dominio de
la raza» que entonces lo habitaba, y que «ni en todo ni en parte
pudiera pasar jamás al de otras extranjeras». En opinión del ministro, estas circunstancias demostraban:
El magnánimo designio de S. M. [...] con que quiso preservar a sus antiguos hijos de las agresiones haitianas, u otras
no menos peligrosas, contrayendo hasta cierta especie de
compromiso moral en la defensa de su primera colonia, y
como conservando sus derechos para hacerlos valer más tarde según que el resultado de la cesión no correspondiera a
los fines que determinaron el tratado.
Una vez sentados tales precedentes, no era concebible que pudiese negarse al Gobierno de la República el indisputable derecho
que la asistía para disponer de sus destinos, escogiendo la forma
de gobierno que mejor satisficiera los verdaderos intereses de sus
representados. Máxime, según Ricart, si esa resolución se fundaba
«en el asentimiento general del pueblo», como quedaría «oportunamente comprobado por medio de una votación tan espontánea y explícita» como pudiese exigirla el ejecutivo de Madrid.
Con base en las consideraciones que había expuesto a Serrano,
el ministro pidió que el Gobierno español, si lo tenía a bien y las
circunstancias lo permitiesen, abreviara el plazo de un año que
había fijado. En todo caso, «si desgraciadamente se presentasen
obstáculos invencibles» que hicieran «esperar el cumplimiento
de la expresada dilación», Ricart manifestó el deseo de que las
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
459
autoridades de la metrópoli autorizasen al gobernador de Cuba
para formar en esa isla uno o más batallones de voluntarios. Los
mismos pasarían al servicio de Santo Domingo, y «serían pagados por las reales cajas, con cargo a la deuda ya contraída por la
República». El ministro confiaba en que se le facilitara además
la realización del empréstito, con lo que se proporcionarían al
Gobierno dominicano «los elementos necesarios para conjurar
cualesquiera peligros» que lo amenazasen, así como para «mejorar la situación del país, y aguardar tranquilamente el desenlace
de sus negociaciones» con España.90
La insistencia de Ricart, Alfau, Álvarez y Santana ante Serrano
no se vio defraudada, y si bien no puede afirmarse que este último ordenara verbalmente al presidente dominicano que llevase
a cabo la anexión, lo cierto es que la misma se produjo en un
período de tiempo relativamente corto tras el regreso de Ricart a
Santo Domingo.91
De cualquier modo, parece claro que el gobernador de Cuba
fue bastante receptivo a los repetidos ruegos de aquellos, como se
deduce del contenido de algunas de las comunicaciones que les
dirigió en los días previos a la proclamación de la soberanía española sobre el territorio dominicano. Así, por ejemplo, Serrano
advirtió a Santana que, toda vez que los votos y deseos del pueblo dominicano habían sido acogidos por el Gobierno español,
y mientras llegaba el momento deseado, él mismo procuraría
acelerarlo, informando a Madrid de las ventajas mutuas que encerraba «la realización de tan grandioso pensamiento». Por ello,
el gobernador deseaba conocer, para estudiarlos y proponerlos en
el momento oportuno, los medios que Santana creyera necesarios
para la ejecución del proyecto, tanto en el aspecto «de tropas y
de todas armas, como en material y pertrechos de todo género,
buques, distribución de las fuerzas, puntos de desembarco, y de
concentración, recursos de todo género», así como aquello que
a la República Dominicana pudiese convenir y debiera proveerse.
90
91
Ibídem, doc. No. 20, P. Ricart y Torres-Francisco Serrano, La Habana, 6 de
febrero de 1861.
L. Álvarez López, Dominación colonial... p. 48.
460
Luis Alfonso Escolano Giménez
Serrano reiteró asimismo al presidente de la República «la necesidad de emplear la mayor circunspección y reserva hasta la resolución de la reina, tratando de desvanecer la alarma» que cundía, y
las exactas noticias que tenían ya por alguna indiscreción y por las
sospechas que los pasos oficiales dados hubiesen podido originar.92
Estas palabras revelan con claridad que el gobernador de Cuba
sabía perfectamente que la anexión no era bien vista por todos,
ni dentro ni fuera de la isla, por lo que cabe pensar que quizás
Serrano hubiese estimado conveniente el adelanto de la reincorporación de Santo Domingo a España, antes de que los opositores
tuvieran tiempo para organizarse.
En un sentido muy similar apuntan también las órdenes que
el gobernador de Cuba dio al comandante del apostadero de La
Habana, Gutiérrez de Rubalcava, relativas al envío de un buque
de la Marina de guerra con destino a la República Dominicana.
En efecto, el objeto que Serrano se había propuesto era, además
de transportar a Ricart y a Álvarez, que la bandera española se
dejase ver en algunos puertos de ese país, y prestar de tal modo la
fuerza moral que necesitaba el Gobierno dominicano, «tan combatido de contrarios elementos, para seguir adelante en la obra
de la consolidación de su nacionalidad». Así pues, el gobernador
juzgó apropiado que el Pizarro, tras dejar en la capital a dichas
personas, visitara «la bahía de Samaná y algún otro punto importante», y permaneciese en aguas dominicanas hasta la llegada de
otro buque que lo reemplazara, o bien cuando a juicio del cónsul
de España su presencia allá no resultase ya necesaria. Serrano indicó que Álvarez, a quien calificó de «celoso funcionario», tenía
instrucciones suyas tanto verbales como escritas, de modo que
consideraba lo más oportuno que el comandante del Pizarro ajustara su conducta a las indicaciones del diplomático. Con respecto
al reconocimiento de los yacimientos de carbón en la bahía de
Samaná, el gobernador afirmó que tal vez fuese mejor, por razones que el propio Rubalcava adivinaría, posponerla para más
adelante. No obstante, Serrano dejó la última decisión en manos
92
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. sin No., Serrano-presidente de la República
Dominicana, La Habana, 2 de febrero de 1861 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
461
del jefe del apostadero, quien había sido autorizado por una real
orden de 23 de marzo de 1860 para ejecutar dicha operación, si
consideraba que la misma no ofrecía inconveniente alguno en
aquellas circunstancias.93
Al extremar las precauciones para levantar las menores sospechas posibles y no provocar un movimiento en contra de la
anexión, se buscaba un prudente equilibrio entre dos posturas
igualmente peligrosas: un exceso de protagonismo, y una ausencia que dejaría el campo libre a los enemigos de la unión de Santo
Domingo con su antigua metrópoli.
El gobernador de Cuba reconoció haber dado a Álvarez instrucciones verbales y escritas, por lo que no es posible determinar
con certeza si las primeras estaban conformes con el deseo expresado por el ejecutivo de Madrid de posponer la anexión, al menos por espacio de un año. En cuanto a las instrucciones escritas,
como es natural estas se mantenían dentro de las pautas estipuladas en el despacho de O’Donnell, del 8 de diciembre. De hecho,
Serrano señaló en ellas que eran pocas las indicaciones que tenía
que hacer al cónsul de España en Santo Domingo, respecto de la
manera de conducir el asunto a su llegada a esa ciudad. El motivo
alegado por el gobernador fue que, en «las asiduas conferencias»
que habían celebrado durante la permanencia de Álvarez en La
Habana, ya le había manifestado con su franqueza característica
todo lo que pensaba acerca del particular. Serrano subrayó que
ambos, como representantes del Gobierno español en esas regiones, debían poner todo su empeño en evitar que con motivo de la
cuestión dominicana se le suscitaran obstáculos, y se le obligase «a
ir más allá de donde» había decidido ir. En línea con el espíritu de
las órdenes recibidas del presidente del Consejo de Ministros, el
gobernador de Cuba añadió:
V. S. conoce perfectamente que la conveniencia pública
se encuentra en el presente caso de acuerdo con las prescripciones estrictas del deber, y que sería grave daño para
93
Ibídem, doc. No. 21, Serrano-comandante general de Marina, La Habana, 12
de febrero de 1861 (minuta).
462
Luis Alfonso Escolano Giménez
nuestro país y una gran responsabilidad para sus servidores
comprometer al Gobierno de la reina a dar un paso decisivo
antes del plazo que [...] tiene prefijado.
Serrano insistió de nuevo en que el agente debía consagrar todos sus esfuerzos a evitar tales contingencias. El conocimiento que Álvarez tenía «de los hombres y las cosas de Santo
Domingo», así como su influjo sobre el Gobierno dominicano,
le proporcionaban «medios bastantes para calmar las impaciencias, evitar manifestaciones imprudentes e intempestivas, para
conseguir en una palabra» que se cumpliera «el interesante
objeto de la soberana disposición de 8 de diciembre». Es más,
dadas las circunstancias reinantes en América y Europa, «cualquier paso aventurado que privase al Gobierno supremo de su
[...] completa libertad de acción podría acarrear muy funestas
consecuencias para España». Por otra parte, los manejos de algunos enemigos de las autoridades de la República aconsejaban
«la mayor discreción y cautela en la prosecución de la empresa
propuesta». Serrano también informó al diplomático de que había concedido un préstamo de 25,000 pesos fuertes al Gobierno
dominicano, apoyándose en la real orden ya mencionada, y a
la espera de la resolución que adoptara el ejecutivo de Madrid.
Dicha cantidad se entregó a Ricart, y siendo Álvarez «por razón
de su encargo custodio en aquel país de los intereses de España»,
debía velar por que a dicha suma se le diese «la aplicación más
conveniente y conforme a las miras del Gobierno de S. M., y
ejercer en ella igual influencia que con otros auxilios prestados
anteriormente al dominicano».94
La situación dominicana puede deducirse de la orden que
transmitió el cónsul, después de su regreso a Santo Domingo, al
comandante del Pizarro, en la que le advirtió de que las circunstancias en que había encontrado el estado político de la República
eran tan especiales, que creía indispensable la permanencia del
94
Ibídem, doc. No. 22, Serrano-cónsul de España en Santo Domingo, La
Habana, 12 de febrero de 1861 (minuta).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
463
buque en esas aguas. Asimismo, Álvarez indicó al comandante que
la expedición a Samaná debía aplazarse por el momento.95
Estos hechos parecen, pues, confirmar la hipótesis de que la
llegada del diplomático español y de Ricart no sirvió para frenar
los planes anexionistas de Santana, sino que más bien contribuyó
a todo lo contrario, ya que al poco tiempo de encontrarse ambos
de vuelta en territorio dominicano se dio un impulso definitivo a
la ejecución del proyecto. En efecto, el presidente de la República
remitió el 2 de marzo una comunicación al ministro de Guerra
con instrucciones para que hiciera conocer en el Cibao los resultados de la negociación con el Gobierno español, en la que Santana
expone sin tapujos tanto su plan como los motivos del mismo, por
lo que resulta particularmente esclarecedora:
Debiendo diputar una persona que merezca mi entera confianza para que pase a las provincias del Cibao a imponer a
las autoridades y personas notables de las negociaciones que
ser acaban de celebrar con el Gobierno de S. M. C. [...], he
resuelto comisionar a V. S. para que pase a desempeñar esta
importante misión [...]. Diga V. S. con franqueza a todos
esos patriotas lo que el Gobierno ha hecho y lo que definitivamente se ha convenido:
1.º Que en vista de las grandes dificultades que se han tocado siempre, y que hoy más que nunca se oponen para la
consolidación del país, contándose ya diez y siete años en
lucha, durante los cuales se han agitado revoluciones internas, cuyas dolorosas consecuencias se hacen sensibles cada
día, el Gobierno se ha visto en el caso de ocurrir al de S. M.
Católica solicitando una protección eficaz que asegure los
derechos y garantías del pueblo dominicano.
2.º Que al dirigirse este Gobierno al de S. M. C. impetrando
esta protección, se han tenido presentes las circunstancias
95
Ibídem, doc. No. 26, Álvarez-gobernador de Cuba, Santo Domingo, 25 de
febrero de 1861. El documento es un traslado a Serrano del oficio dirigido
por Álvarez en esa misma fecha al comandante del Pizarro.
464
Luis Alfonso Escolano Giménez
de nuestro origen, de nuestro idioma, de nuestros usos y
costumbres y de nuestra religión y tradiciones.
3.º Que las señaladas simpatías que naturalmente en todos
tiempos ha tenido el pueblo dominicano por todo cuanto
depende de la España, y las que esta nación ha manifestado
constantemente por Santo Domingo, demandaban la necesidad de que ambas partes se entendiesen y llevasen a cabo
una convención que íntimamente las estrechase.
4.º Que atendiendo a todas estas razones, y con la seguridad
de que los haitianos no desisten nunca de sus ideas de conquista y exterminio, a pesar de los esfuerzos hechos por las
potencias mediadoras, el Gobierno estableció sus proposiciones al gabinete de Madrid, basadas de este modo: protección directa y eficaz a la República Dominicana, o anexión
de la antigua parte española de la isla de Santo Domingo
como una provincia libre.
5.º Que el Gobierno de S. M. C., después de haber estudiado, meditado y aun consultado las conveniencias de estas
proposiciones, ha resuelto decidirse por la anexión, en vista
de las dificultades que de ordinario ofrece un protectorado
que no podría llevar el sello de la perpetuidad.
6.º Que resuelta y decidida como está la anexión, por el
acuerdo de ambos Gobiernos, no resta ya otra cosa, que hacer la solemne declaratoria.
7.º Que para que esta pueda llevarse a cabo con todo el orden posible, y que la expresión del pueblo dominicano sea
libre, se tienen ya dadas las órdenes correspondientes para
que vengan las fuerzas de mar y tierra a proteger la espontánea manifestación de los pueblos.
8.º y último. Que las bases de la anexión son las mismas que
constan de la copia que por separado lleva V. S. para que las
eleve al conocimiento de las autoridades y de las personas
influyentes de aquellas provincias.
Estas instrucciones […] revelan las buenas disposiciones
que el Gobierno de S. M. C. tiene por los hijos de Santo
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
465
Domingo. Ni Méjico con sus siete millones de habitantes y su opulencia; ni Cuba, esa rica y codiciada isla, han
logrado elevarse al rango en que se coloca hoy Santo
Domingo.96
Es muy significativo que en las instrucciones que dio a uno de
sus más íntimos colaboradores en el proyecto anexionista, Santana
no mencionase tan siquiera a los Estados Unidos, pese a haberlos
presentado como un gran peligro para España por su interés en
Santo Domingo, y que la amenaza haitiana solo apareciera en el
cuarto punto. Cabe recordar aquí que el único caso en que el
ejecutivo de Madrid contemplaba la posibilidad de alterar el plazo
de un año para la incorporación de Santo Domingo a la monarquía española era el de emplear todos los medios necesarios para
impedir que los Estados Unidos se apoderasen de ninguna parte
del territorio dominicano. Estos dos aspectos bastan quizás por sí
solos para poner de manifiesto, aún más si cabe, que el verdadero
propósito del presidente y su Gobierno al solicitar la anexión a
España era acabar con la disidencia interna, ante todo, para lo
que necesitaban la ayuda de un aliado fuerte que les permitiera
mantenerse en el poder.
El 9 de marzo, Santana dirigió una circular a las autoridades
civiles y militares para informarlas del plan que debía llevarse
a cabo, así como del modo en que este se realizaría, «mediante
pronunciamientos que mostrasen la espontaneidad y unanimidad
del pueblo dominicano en su deseo anexionista». Junto a ellos, «la
firma de actas de adhesión» sería la «prueba irrefutable de que
los propios dominicanos» deseaban volver a formar parte de
España.97
Tales actas debían suscribirlas, además de las autoridades,
«los vecinos más importantes y de mayor arraigo de las respectivas localidades», actas que, a juicio del general De la Gándara,
«precisamente demuestran todo lo contrario de lo que los
96
97
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, pp. 158-159.
L. Álvarez López, Dominación colonial... p. 48 (la cursiva corresponde a los
entrecomillados del autor, quien no cita la fuente).
466
Luis Alfonso Escolano Giménez
anexionistas se propusieron» al publicarlas. Su estudio detallado
«revela una vez más, y cumplidísimamente la ligereza con que
procedió el Gobierno de España aceptando la reincorporación y
sirviendo los designios de Santana», según el mencionado autor.
Este considera que, «dados los asertos de Santana y de Ricart
[…] sobre el vivo anhelo de los dominicanos de volver al seno de
la madre patria», los cuales fueron acogidos por el ejecutivo de
Madrid «como artículo de fe», parecía lógico «que esa circular
hubiese producido en el país un movimiento inmediato y entusiasta a favor de la reincorporación». Sin embargo, «nada de
eso ocurrió», sino que «la excitación de Santana, aquel dictador
siempre tan puntualmente obedecido por sus conciudadanos,
no logró que entonces se le escuchase como lo crítico de las circunstancias exigía», según demuestra el hecho de que el presidente tuviera que «repetir sus órdenes». En opinión del general
De la Gándara, «esto evidencia que, a lo sumo, los dominicanos
iban a la reincorporación arrastrados por ajeno impulso; pero
sin deseo, ni interés de su parte, dejándose llevar, indiferentes
o temerosos, de los caudillos y prohombres que de largo tiempo
atrás gobernaban su República».98
El primer pronunciamiento tuvo lugar el 12 de marzo de
1861 en Hato Mayor, donde el coronel Manuel Santana, hijo del
presidente, que era el gobernador interino de la provincia de El
Seibo, junto con el comandante de armas, convocó «a las demás
autoridades y habitantes» de Hato Mayor, punto en el que se
reunieron 95 personas en total. A dicha población la siguieron el
día 17 Bayaguana y Monte Plata, situadas como aquella en el este
de del país, la región de mayor predominio santanista, y Baní,
en el sur. Así pues, el día 15 tan solo se había recibido en Santo
Domingo el acta de Hato Mayor, lo cual, según De la Gándara,
era demasiado para Santana, que no pudo esperar más y dirigió
una nueva orden a las autoridades locales, «mucho más terminante y decisiva que la anterior».99 En ella, Santana se expresaba
del siguiente modo:
98
99
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, pp. 160-161.
Ibídem, pp. 161-163.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
467
Al ver la impaciencia que manifiestan los pueblos de todas
las comunes de ver satisfechos sus tan ansiados deseos de
realizar el pensamiento de unirnos a la madre patria, conviene que se haga desde luego el pronunciamiento en esa;
se fije la bandera española, se levante un acta solemne de
la ceremonia, que se haga firmar por todas las personas
que sepan hacerlo, y se pondrán los nombres de los que
no sepan, firmando por ellos los más notables de la población. Inmediatamente se haya saludado el pabellón con 21
cañonazos se hará avisar a los comandantes de armas de las
distintas comisiones [sic] por el jefe político de esa, participándoles lo hecho en esa capital, y manifestándoles la
conveniencia de que aquellos hagan otro tanto en todo su
distrito.
Conviene que el pronunciamiento se haga de mañana y tan
temprano como se pueda, a fin de no izar […] la bandera dominicana, y al hacerlo con la española se saludarán
con 21 cañonazos, se cantará un tedeum y el gobernador
político dirigirá una alocución al pueblo, explicándole las
garantías y ventajas que le esperan, leyéndole las bases con
que se hace la anexión a España […]. Es necesario que se
hagan hacer banderas españolas aunque sean de cualquier
tela que tengan los colores, si no hay lanillas, a fin de que
sirvan provisionalmente, mientras se hacen otras […].
Como es necesario que los pueblos vean que la bandera dominicana recibe todos los honores que le son debidos, hará
V. S. que se coloque en la iglesia de esa cabeza de provincia
enlazada con la española, en señal de la unión que espontáneamente hacemos. En las demás comisiones [sic] donde
no haya por el pronto banderas españolas, se colocará la
dominicana en la iglesia para entrelazarla después con la
española.
V. S. comprenderá la urgencia con que nos obliga la impaciencia general de todos los pueblos que de hecho se han
pronunciado, celebrando sus solemnes actos de declaración
y levantando actas de ellos, en que firman las poblaciones
468
Luis Alfonso Escolano Giménez
enteras y claman por el pronunciamiento definitivo que al
recibo de esta habrán hecho todos los de estas provincias.
No cabe pues otro camino sino que V. E. [sic] provoque la
reunión inmediata de las personas notables, y sin esperar
otro aviso haga que esa provincia siga el movimiento general
de todas las demás.100
Estas instrucciones tan detalladas dan idea de lo poco que
confiaba Santana en las autoridades nombradas por su propio
Gobierno, y aún menos en la supuesta impaciencia de los dominicanos por que se proclamara la anexión de su país a España,
como se deduce del hecho de que mintiese al decir que se habían pronunciado muchos pueblos. La realidad era que solo
Hato Mayor lo había hecho ya, pero se buscaba provocar una
extensión de los pronunciamientos, mediante la táctica de ordenar insistentemente a las autoridades locales que transmitieran
a todas las comunes de sus respectivas provincias la necesidad de
que imitasen el ejemplo de lo ocurrido en la capital de cada una
de ellas.
La orden del día 15 tuvo más éxito que la del 9, y se cumplió
con mayor rapidez, de modo que a partir del 18 de marzo los pronunciamientos se sucedieron en cascada, comenzando por Santo
Domingo, donde en tal fecha también fue proclamada oficialmente la reincorporación del territorio dominicano a la monarquía
española. Ese mismo día tuvieron lugar pronunciamientos en San
Cristóbal, Los Cevicos, San José de los Llanos, Azua y El Seibo; el
19, en San Antonio de Guerra, Barahona e Higüey; el 20, en San
José de Ocoa, Samaná, Sabana Mula, San Pedro de Macorís, San
Juan de la Maguana y Neiba; el 21, en Yamasá, Las Matas, Sabana
de la Mar y El Cercado; el 23, en La Vega, Moca y San Francisco de
Macorís; el 24 en Jarabacoa, Bonao, Cotuí, Altamira y Santiago de
los Caballeros; el 25, en Montecristi, Sabaneta y Guayubín; y por
último en Puerto Plata,el 26 de marzo.101
100
101
Ibídem, pp. 163-165. De la Gándara escribe «comisiones», pero en realidad
se trata de comunes (es decir, municipios), debido probablemente a que en
esta circular la palabra apareciese abreviada como com. o coms.
Ibídem, p. 165.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
469
Tal como subraya De la Gándara, todas las actas están
redactadas con arreglo «al mismo molde», ya que en su mayor
parte se dice que los vecinos, convocados por la autoridad «para
obedecer una orden del presidente de la República», habían
«oído leer las bases de la reincorporación», las habían aceptado
y reconocido a Isabel II como reina. En esas actas se encuentra
«más o menos vehemencia en los conceptos y mayor o menor
entusiasmo en el dictado», pero según dicho autor su fondo es
siempre igual, por lo que es probable que se enviaran modelos
de actas de pronunciamiento a muchas comunes, como parece
confirmar el hecho de que haya algunas casi idénticas entre sí.
Esto ocurre por ejemplo en los casos de Sabana Mula, Barahona,
San Juan de la Maguana, Azua, Las Matas y El Cercado, poblaciones todas ellas situadas en la región suroeste de la República
Dominicana, así como en los casos de Montecristi, Sabaneta y
Guayubín, que están ubicadas en el noroeste del país. Varios pueblos tuvieron «la franqueza de confesar» que se pronunciaban
bien porque lo había hecho la capital de su provincia, como San
Pedro de Macorís, bien «por seguir la conducta de la mayoría de
los de la República». Es más, San Francisco de Macorís, Neiba y
Santiago declararon incluso que se unían a España porque no
creían «posible seguir viviendo de otra manera». Para terminar
su recorrido, De la Gándara señala que el acta de Cotuí atribuía
«la iniciativa de la reincorporación» a los españoles, y subraya
que «el odio y el temor a Haití se reflejan en la mayor parte» de
estos documentos. Por todo ello, el mencionado autor concluye
que tales fueron «las condiciones de espontaneidad» con que se
llevaron a cabo unos actos que, debido a su importancia, encerraban en sí la anexión misma,102 actos con los que se inauguraba
una etapa de futuro aún muy incierto.
Como ejemplo de los pronunciamientos que tuvieron lugar a
lo largo de aquellos días en las diversas poblaciones del país, cabe
citar el acta de uno de los primeros, redactada en Baní el 17 de
marzo, y que llama la atención por su brevedad y elocuencia:
102
Ibídem, pp. 165-166.
470
Luis Alfonso Escolano Giménez
En la común de Baní, a los diez y siete días del mes de marzo
de mil ochocientos sesenta y uno. Habiendo convocado a
todos los empleados, así civiles como militares, y demás personas de esta población, a fin de comunicarles las instrucciones que S. E. el general Libertador se sirvió remitirme,
para que les diese conocimiento de lo convenido entre el
Gobierno dominicano y S. M. C. Lo que se principió a efectuar el domingo diez del corriente, y no se concluyó por falta
de algunas personas notables: que hallándose hoy presentes
y todas las demás, se dio lectura de dichas instrucciones,
después de lo cual todos manifestaron quedar satisfechos y
conformes, aceptando todo lo convenido por el Gobierno, y
proclamando a S. M. C. como soberana.
En prueba de ello firmaron la presente acta, levantada al
efecto (siguen 133 firmas).103
Aparte de la significativa referencia a los presentes, entre los
que se resalta en particular el elemento oficial, al ver el número
tan reducido de los firmantes que suscribieron este documento,
cabe preguntarse por el grado de representatividad que tenían
las actas levantadas para dejar constancia de los pronunciamientos a favor de la anexión. De la Gándara considera injustificable
que se diese a esos pronunciamientos el valor de un plebiscito,
como los que habían conducido en 1860 a la anexión de Niza y
Saboya a Francia. En efecto, el conjunto de las firmas reunidas
en todo el territorio de la República ascendía solo a unas 4,000,
siempre que «no se cometieran en estos documentos los amaños» a los que se presta tal procedimiento, por lo cual dicho autor pondera que no son muchos 4,000 votos para una población
de 280,000 habitantes, pues suponen el 1.4% de la misma. Estas
cifras lo llevan a afirmar que «los adheridos a España no eran
más que un grupo exiguo por el número, casi insignificante del
pueblo dominicano».104
103
104
G. Núñez de Arce, Santo Domingo... pp. 79-80.
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, p. 167.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
471
Aunque los datos demográficos manejados por De la Gándara
fuesen muy elevados, lo cual no es probable, ya que el capitán
de Ingenieros Santiago Moreno, en su informe de 1861, hizo un
cálculo que situaba entre 200,000 y 300,000 los habitantes de todo
el territorio de Santo Domingo,105 es cierto que no se trata ni tan
siquiera de un porcentaje mínimamente representativo.
Sin embargo, al poner de relieve la falta de unanimidad y
espontaneidad del movimiento anexionista, De la Gándara confunde los datos relativos a las provincias, en unos casos, o a los
municipios, en otros, con las cifras que se refieren a la población
de cada núcleo, por así decir, urbano, de modo que se desfigura
completamente el resultado, sea o no a propósito. Este autor considera la población de forma global, sin discernir entre el número
de habitantes que vivían en las secciones rurales (o campos) de un
municipio, en la cabecera de este, en la capital de la provincia, o
en el conjunto de la misma, por lo que afirma que la capital dominicana tenía 25,000 habitantes, y que «los agentes de Santana»
solo alcanzaron en ella 636 adhesiones.106 Además, no pueden
incluirse en el recuento total aquellos grupos sociales que, como
las mujeres, los menores de edad y las clases subalternas, no tenían
reconocido el derecho legal a tomar parte en la actividad política.
Por ello, en términos relativos la realidad está muy lejos de
esas proporciones tan irrisorias, toda vez que Torrente, en su
memoria de enero de 1853, da 6,000 habitantes a la ciudad de
Santo Domingo, y 25,000 a su provincia, mientras que el capitán
Moreno les da 8,000 y 85,000, respectivamente, de modo que habría que tomar como referencia las cifras de la capital. Otro tanto
cabe decir con respecto a San Cristóbal, pueblo que en la primera
memoria aparece con solo 250 habitantes, y al que De la Gándara
atribuye una población de 14,000, probablemente por confundir,
una vez más, los habitantes de la cabecera del municipio con las
cifras correspondientes al total del mismo. En efecto, si bien es
lógico pensar que San Cristóbal hubiera crecido desde la fecha
105
106
AGMM, Colección General de Documentos, Santo Domingo, No. 6390 (rollo
No. 65: 5-4-11-5), doc. cit.
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, p. 168.
472
Luis Alfonso Escolano Giménez
de la mencionada memoria, es casi imposible que lo hiciese en
semejante medida, por lo que las 94 firmas recogidas en el acta
supondrían un porcentaje de la población de ese pueblo muy
superior al que resulta de hacer el cálculo con base en los datos
ofrecidos por De la Gándara. Por su parte, Baní, cuya población
según la memoria de Torrente era de 600 habitantes, mantendría igualmente con sus 133 firmas una proporción similar a las
de Santo Domingo y San Cristóbal. Algunos lugares en los que
se repiten errores de bulto son Hato Mayor, con 300 habitantes
en 1852, y 96 firmas en 1861, al que De la Gándara da la cifra
de 14,000, que debe ser la de todo el municipio; la ciudad de La
Vega, con entre 3,600 y 4,000 habitantes en el informe de Moreno,
y 122 adhesiones, frente a los 25,000 de De la Gándara, que quizás
correspondan también al total de ese municipio; así como Moca,
San Francisco de Macorís y Santiago.107
Los ejemplos señalados bastan para dar una idea de que se trata de porcentajes muy reducidos, pero no ínfimos, como parece
querer demostrar este último autor, quien era consciente de que
los pronunciamientos tuvieron lugar en las capitales de provincia,
cabeceras municipales y puestos militares, y fueron firmados solo
por personas que vivían en dichos lugares. Así pues, a pesar de
que la inmensa mayoría de la población dominicana se encontraba diseminada en núcleos rurales muy pequeños, o incluso en hatos aislados, solo fue informada de lo que iba a producirse la que
residía en esos centros administrativos, cuyo tamaño en su mayor
parte, como se ha visto, no solía superar el de una simple aldea.
Lo que parece claro es que existe una gran diferencia entre los
apoyos recogidos en unos lugares y otros, puesto que en el Cibao
la proporción de los que firmaron es considerablemente menor
que en las demás regiones del país, sobre todo en las poblaciones
más importantes. De hecho, Puerto Plata, con 2,000 habitantes
en 1852 y solo 44 firmas, y Santiago, ciudad a la que Moreno da
107
Ibídem. Para los datos de los informes mencionados, véase: AHN, Ultramar,
Santo Domingo, leg. 3524, doc. No. 66, «Memoria sobre la República
Dominicana», por Mariano Torrente, La Habana, 6-I-1853; y AGMM,
Colección General de Documentos, Santo Domingo, No. 6390 (rollo No. 65:
5-4-11-5), doc. cit.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
473
entre 7,000 y 8,500 habitantes, de los cuales firmaron el acta 140,
fueron de las últimas en pronunciarse, los días 26 y 24 de marzo,
respectivamente.108
Sin embargo, quizás más importante incluso que las cifras fue
la forma en que tuvieron lugar los pronunciamientos, si se toma
como referencia el testimonio, tal vez interesado pero no por ello
menos revelador, de los miembros del Ayuntamiento de Baní, que
en 1871 firmaron un documento en el cual describieron de este
modo los hechos de 1861:
Los abajo firmados […], que hemos presenciado todos
los acontecimientos políticos de este país desde el año de
1844 a la fecha, atestiguamos: que este pueblo de Baní no
fue consultado ni llamado a dar su voto para la anexión a
España, llamándose solamente a algunos ciudadanos después de levantado el pabellón español para que firmasen
el proceso verbal o pronunciamiento que después se redactó, el cual se negaron a firmar los ciudadanos Basilio
Echavarría, Rosendo Herrera, José A. Billini y otras personas de las más notables de la población. […] El pabellón español que fue arbolado en este pueblo el día 18 de
marzo de 1861 lo envió el comandante del vapor español
de guerra Pizarro surto hacía algunos días en la bahía de
Calderas, al comandante de armas de esta común en la
noche del 17.109
Resulta muy significativa la última referencia al papel, bastante activo, que desempeñaron las fuerzas navales españolas
destacadas en aguas dominicanas, por medio del simbólico
108
109
G. Núñez de Arce, Santo Domingo... pp. 76-106; para Santiago y Puerto Plata
véase pp. 103-105. Los datos demográficos proceden de las fuentes citadas en
la nota anterior.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 134-135. El
documento, fechado en Baní el 24-II-1871, está firmado por el presidente
del Ayuntamiento, U. Guerrero; el regidor Esteban Billini; el alcalde
constitucional, Lorenzo Díaz; el secretario, Manuel Mª. Saldaña; y Basilio
Echavarría, y fue remitido a Samuel G. Howe, miembro de la comisión que
visitó la República Dominicana en 1871, durante la negociación para la
anexión de ese país a los Estados Unidos.
474
Luis Alfonso Escolano Giménez
gesto de enviar la bandera de España que debería izarse más
tarde en Baní, con lo cual sin duda parecían invitar a que
ese acto se llevara a cabo, de ser ciertos tales hechos.
En cualquier caso, de lo anterior puede deducirse, como acertadamente subraya De la Gándara, que Santana «era un dictador»,
y que «el pueblo dominicano estaba acostumbrado a obedecerle
dócilmente y sin protesta», así como el hecho de que «las actas de
todos los pueblos comenzaban por la adhesión de los empleados
civiles y militares» de los mismos. Por lo tanto, eran «casi exclusivamente manifestaciones […] de los funcionarios devotos de
Santana, de los hombres de su partido […]; no en manera alguna
del país independiente», que calló, como solía hacer, «a reserva
de sublevarse cuando viniera el momento más oportuno», aunque
«su silencio fue turbado por algunas protestas que se trataron de
encubrir». En ese sentido, el mencionado autor alude a las que se
produjeron en Santiago, justo en el momento de proclamarse la
anexión, e indica que «los que disintieron» fueron encarcelados,
en prueba de lo cual cita un oficio de Lavastida a Santana, del
18 de mayo, en el que aquel le escribió desde Santo Domingo lo
siguiente:
Hasta ahora no han llegado ni Sebastián Valverde, ni
Belisario Curiel. Los demás están aquí y aseguran siempre
que ha sido una injusticia, porque ellos son más españoles
que Isabel II. Bueno sería que V. E. investigara en Santiago
el origen de la arrestación [sic] de esa gente. Unos lo atribuyen a enemistad personal de Domingo Pichardo, otros de
Angulo y otros de Garrido; pero lo que hay de cierto es que
estos abrazaron con entusiasmo la anexión, y de los presos
ninguno firmó el acta de adhesión.
De la Gándara afirma que quizás en otras localidades ocurriese
lo mismo que en Santiago, pero acto seguido añade que «esas resistencias no era posible que dejasen huella bajo un Gobierno autoritario y despótico como el de Santana». A juicio de dicho autor,
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
475
puede concluirse, pues, que «en Santo Domingo tenían voluntad
decidida por anexionarse a España los menos de sus habitantes
y que los demás eran indiferentes; pero que si de la anexión hubiesen resultado ventajas palpables para aquella nación, entonces
podía la inmensa mayoría recibir con buena voluntad su reincorporación» a España.110
En definitiva, es evidente que el santanismo solo buscaba
perpetuarse en el poder, y para ello estaba dispuesto a pasar por
encima de cualquier obstáculo que pudiera interponerse en su
camino. De este modo, la presentación de las actas se convirtió
en un mero trámite con que cubrir el expediente, al ser una
condición impuesta por el Gobierno español para aceptar la
anexión, como lo demuestra el hecho de que la misma se proclamara pese a no cumplirse tal condición, pues antes del 18 de
marzo los pronunciamientos solo habían tenido lugar en cuatro
pueblos, o incluso menos, si se tiene en cuenta lo señalado con
respecto a Baní.
Sin embargo, aunque es cierto que la anexión no contaba con
un gran apoyo popular, tampoco sus opositores tuvieron éxito alguno, y ni siquiera Fernando Arturo de Meriño, gobernador eclesiástico de Santo Domingo, pudo disuadir a Santana cuando, alarmado por las noticias que circulaban, habló con él acerca del acto
que se proponía realizar. Meriño «le representó los irreparables
perjuicios que sobrevendrían al país con semejante cambio político que el pueblo no aceptaría, y el error en que estaba figurándose que la España» de aquella época «era la misma España de otros
tiempos […]; pero todo fue infructuoso», ya que el presidente no
conocía la historia, y se negó a seguir los consejos del sacerdote.
Este, descorazonado por la obcecación de Santana, «creyó posible
organizar la oposición para impedir la consumación» de lo que
estaba a punto de suceder, junto a varios ciudadanos, pero les faltaron tiempo y elementos con los que llevar a cabo su proyecto. La
misma víspera del día 18, el presidente se entrevistó con el padre
Meriño para pedirle «que dirigiera sus exhortaciones a los curas,
110
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, pp. 168-169 (las cursivas
son del autor).
476
Luis Alfonso Escolano Giménez
a fin de inclinarlos a aceptar la anexión», algo que el eclesiástico
rechazó, y haciéndole «las mismas reflexiones que en días anteriores, le habló nuevamente de […] cuánto exponía su nombre
y su reputación» con aquel acto. Meriño dijo a Santana que si,
como este aseguraba, todo el país quería la anexión, dejase que se
pronunciaran los pueblos, y con ello salvaría «su responsabilidad
apareciendo someterse a la voluntad nacional». A pesar de la insistencia del sacerdote, que le rogó que lo pensara bien, Santana
respondió que él debía iniciar el pronunciamiento, y Meriño repitió a su vez que no podía hacer lo que el presidente le solicitaba,
después de lo cual se despidieron. Algunos años más tarde, tras el
estallido de la insurrección contra España, Santana confesó al general Ramón Hernández, en referencia a los acontecimientos de
1861, que la única persona que le había dicho «siempre la verdad
fue el padre Meriño».111
Así las cosas, ya no había marcha atrás y solo restaba dar el
paso definitivo, lo que se hizo el lunes 18 de marzo por la mañana
en la capital de la hasta ese momento República Dominicana, con
toda la solemnidad requerida por un hecho de tanta trascendencia como el que se produjo ese día. En el discurso pronunciado
durante el acto de proclamación de la soberanía española, el
general Santana afirmó:
¡Dominicanos!
No hace muchos años que os recordó mi voz siempre leal y
siempre consecuente, y al presentaros la reforma de nuestra
Constitución política, nuestras glorias nacionales, heredadas de
la grande y noble estirpe a que debemos nuestro origen.
Al hacer entonces tan viva manifestación de mis sentimientos, creía interpretar fielmente los vuestros, y no me engañé;
estaba marcada para siempre mi conducta; mas la vuestra ha
sobrepujado a mis esperanzas.
111
Carlos Rafael Nouel y Pierret, Historia eclesiástica de la arquidiócesis de Santo
Domingo, primada de América [Roma, 1913-1914], edición facsímil: Santo
Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos; Editora de Santo Domingo,
1979, pp. 148-151.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
477
Numerosas y espontáneas manifestaciones populares han
llegado a mis manos; y si ayer me habéis investido de facultades extraordinarias, hoy vosotros mismos anheláis que sea
una verdad lo que vuestra lealtad siempre deseó.
Religión, idioma, creencias y costumbres todo aún conservamos con pureza; no sin que haya quien tratara de arrancarnos dones tan preciosos; y la nación que tanto nos legara, es
la misma que hoy nos abre sus brazos cual amorosa madre,
que recobra su hijo […].
Dominicanos: solo la ambición y el resentimiento de un
hombre nos separó de la madre patria: días después el
haitiano dominó nuestro territorio; de él lo arrojó nuestro
valor; ¡los años, que desde entonces han pasado, muy elocuentes han sido para todos!
¿Dejaremos perder los elementos con que hoy contamos, tan
caros para nosotros, pero no tan fuertes como para asegurar
nuestro porvenir y el de nuestros hijos?
Antes que tal suceda; antes que vernos cual hoy se ven esas
otras desgraciadas Repúblicas, envueltas incesantemente en la
guerra civil […]; antes que llegue semejante día: yo que velé
siempre por vuestra seguridad: yo que, ayudado por vuestro
valor ha defendido palmo a palmo la tierra que pisamos; yo
que conozco lo imperioso de vuestras necesidades, ved lo que
os muestro en la nación española, ved lo que ella nos concede.
Ella nos da la libertad civil que gozan sus pueblos, nos garantiza la libertad natural, y aleja para siempre la posibilidad de
perderla; ella nos asegura nuestra propiedad, reconociendo
válidos todos los actos de la República; ofrece atender y premiar al mérito, y tendrá presentes los servicios prestados al
país; ella en fin, trae la paz a este suelo tan combatido, y con
la paz sus benéficas consecuencias.
Sí, dominicanos: de hoy más descansaréis de la fatiga de la
guerra, y os ocuparéis con incesante afán en labrar el porvenir de vuestros hijos.
La España nos protege, su pabellón nos cubre, sus armas
impondrán a los extraños; reconoce nuestras libertades, y
478
Luis Alfonso Escolano Giménez
juntos las defenderemos, formando un solo pueblo, una sola
familia, como siempre lo fuimos: juntos nos prosternaremos
ante los altares que esa misma nación erigiera; antes esos
altares que hoy hallará cual los dejó, intactos, incólumes,
y coronados aún con el escudo de sus armas, sus castillos y
leones, primer estandarte que al lado de la cruz clavó Colón
en estas desconocidas tierras, en nombre de Isabel Primera,
[…] la Católica; nombre augusto que al heredarle la actual
soberana de Castilla, heredó el amor a los pobladores de la
isla Española: enarbolemos el pendón de su monarquía, y
proclamémosla por nuestra reina y soberana.112
Rodríguez Demorizi indica que la reseña oficial del acto de la
anexión, publicada en la Gaceta de Santo Domingo el 21 de marzo,
obviamente no recogía «el oculto dolor de una gran parte del pueblo dominicano, frente al magno suceso». Por otra parte, dicho
autor cita un despacho enviado por Juan Bautista Cambiaso, cónsul de Cerdeña en Santo Domingo, al ministro sardo de Asuntos
Exteriores, a quien comunicó que todo parecía haberse realizado
«con bastante calma y resignación, aunque la opinión pública en
general no fuera suficientemente satisfecha de lo que se obraba».
Es más, a juicio del diplomático, «si hubieran sometido la anexión
al voto popular, esta hubiera dado un resultado opuesto, mientras
que la opinión pública hubiera consentido con mayor satisfacción
otra nacionalidad»,113 pero sin concretar a cuál se refería, ni en
qué se basaba para expresar esa conjetura, que resulta demasiado
aventurada.
Zeltner, representante de Francia en la capital dominicana,
también se dirigió a su Gobierno para informarle de lo acontecido aquellos días, asegurando que «una revolución era inminente», y que la caída de Santana era la consecuencia fatal de
112
113
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 127-129 (las cursivas
son del autor o del propio documento).
Ibídem, p. 126. El autor cita un despacho de Cambiaso, fechado el 18-IV-1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
479
la misma. El país había sido vendido, esa era «la palabra exacta»
según Zeltner, «por una fracción insignificante de funcionarios»,
que habían convencido al presidente de que «su popularidad
estaba perdida», así como de que los esfuerzos de Francia y Gran
Bretaña por poner fin al conflicto con Haití desembocarían en
una paz peligrosa de violar para los dominicanos. Por consiguiente, resultaba necesario preservar «estas expediciones que
elevaban la popularidad de Santana y la fortuna de sus ministros,
cuya primera preocupación era nombrarse aprovisionadores de
las tropas», mientras que si el presidente cayera, «su sucesor se
rodearía de hombres nuevos y pobres que querrían enriquecerse» igualmente. Así pues, en primer lugar había que impedir «la
caída de Santana y si esto fuese imposible, impedir por lo menos
la llegada al poder de un partido que aportaría sus rencores y su
pobreza», para lo cual Lavastida, Ricart, Alfau y Fernández de
Castro habían «llamado a los españoles, luego de haber sin duda
puesto un precio a sus servicios».114
Con la oposición latente de buena parte de la propia población dominicana, y con la más o menos disimulada antipatía de
los agentes extranjeros acreditados en Santo Domingo, una nueva
etapa de la vida política del país acababa de echar a andar, rodeada aún de toda clase de amenazas e incertidumbres que no
parecían presagiar el buen éxito de la empresa.
La cuestión más apremiante era, sin duda, la actitud que adoptaría el Gobierno español ante la anexión recién proclamada, que
el dominicano le presentaba como un hecho consumado que solo
podía aceptar o rechazar, sin matices, pues no tenía ya margen
alguno de maniobra para poder dirigir o encauzar un proceso que
había escapado por completo a su control.
No obstante, es necesario subrayar que el ejecutivo de Santo
Domingo actuó siempre de acuerdo, en mayor o menor medida,
con las autoridades españolas en las Antillas, particularmente
114
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 68-69. Domínguez cita un despacho de
Zeltner, del 15-IV-1861.
480
Luis Alfonso Escolano Giménez
con el cónsul Mariano Álvarez, y con el general Serrano, sin cuya
aprobación no habría sido posible que Santana diera un paso tan
decisivo y casi irreversible. Con él quedaba comprometida España,
que se veía obligada a decidir en un tiempo más breve del que
O’Donnell hubiese querido, en su afán por no entrar en conflicto
con los Estados Unidos, a la espera de que allí estallara una guerra
civil, lo que también debería influir en la reacción de las demás
potencias, sobre todo Gran Bretaña y Francia.
Capítulo VII. Principales reacciones ante el hecho
consumado de la anexión
E
l Gobierno presidido por Santana proclamó la anexión de
Santo Domingo a España el 18 de marzo de 1861, sin el respaldo
de una gran mayoría de los dominicanos, pero de acuerdo en todo
momento con el cónsul Álvarez, quien a su vez estaba en plena
sintonía con el capitán general de Cuba. La anexión se presentó
como un hecho consumado, que el ejecutivo de Madrid aceptó sin
la necesaria reflexión sobre su espontaneidad, una decisión para la
que tuvo también el apoyo de la prensa, que de forma mayoritaria
se mostró muy favorable a dar ese arriesgado paso. Mientras tanto,
la reacción internacional, que era la que más había preocupado
al Gobierno español, se limitó a sendas protestas diplomáticas por
parte de Haití y de los Estados Unidos, y a un intercambio de notas
aclaratorias entre Madrid y Londres, relacionadas sobre todo con
la cuestión del no restablecimiento de la esclavitud en el territorio
dominicano.
Para comprender la forma sui géneris en que se llevó a cabo
la proclamación de la soberanía española en Santo Domingo, la
cual contó con la anuencia del cónsul de España y del gobernador
de Cuba, es preciso analizar las gestiones desarrolladas inmediatamente antes en tal sentido por parte de las autoridades dominicanas, tanto con Álvarez como con Serrano.
482
Luis Alfonso Escolano Giménez
1. EL SINUOSO CAMINO HACIA EL HECHO
CONSUMADO DE LA ANEXIÓN
El ministro interino de Relaciones Exteriores de la República,
Fernández de Castro, se dirigió a Álvarez para agradecerle la
respuesta que el Gobierno de España había dado a «una de las
proposiciones que le fueron hechas» por el dominicano, según se
deducía del contenido de una comunicación que Serrano dirigió
a Ricart el 10 de enero de 1861. No obstante, el ministro lamentaba el deseo del ejecutivo de Madrid de que «la unión propuesta y
aceptada» se aplazara por espacio de un año, ya que el mismo podría exponer a los dominicanos a «las eventualidades con que la
Providencia» solía «castigar en los pueblos la pérdida del tiempo y
de la oportunidad». Fernández de Castro señaló que la República
Dominicana sabría defenderse frente a Haití si fuese necesario,
pero que no era la suerte de sus armas lo que inquietaba al Gobierno
dominicano, sino «la ancha brecha que por tan largo período» se
dejaba «abierta al embate de los esfuerzos supremos» que harían
los partidos que se veían a punto de desaparecer de la escena. El
ministro puso como ejemplo el partido pronorteamericano, que
estaba renaciendo con fuerza debido a una tardanza española que
el pueblo dominicano no podía comprender, y a los manejos de
nuevos agentes, que prodigaban «el oro y las promesas de todo género para alejar los ánimos del propósito» que en esos momentos
habían adoptado. Fernández de Castro argumentó, en apoyo de
su tesis, que existían tres partidos contrarios al Gobierno, y que «el
norteamericano, representado ya por un agente comercial, había
vigorizado su acción» con el envío de otro agente a la República,
«alarmado sin duda» por la tendencia favorable a España que observaba en aquel país. Acto seguido, el ministro se refirió a Báez,
quien veía «desaparecer para siempre las negociaciones con que
Haití» debía cuadruplicar su fortuna, «y gracias al lapso» que se
le iba a conceder conseguiría «reproducir algunos de esos inútiles
holocaustos de sangre», a los que condenaba «fríamente […] a sus
escasos partidarios». Por último, el partido haitiano, que en opinión de Castro era «impotente en lo interior pero fuerte y activo»
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
483
en el país vecino, aunque falto de confianza para atacar de frente,
redoblaría sus esfuerzos para provocar alguna rebelión similar a
la que había tenido lugar en la frontera unos meses atrás. Si bien
tendría sin duda el mismo escarmiento que aquella, en caso de
que llegara a producirse, dejaría entre los dominicanos «la triste
impresión de que sus esperanzas de quietud y reposo» habían sido
tan solo «vanas ilusiones».1
A continuación, el ministro de Relaciones Exteriores se preguntó de forma retórica «cómo, pues, con tales elementos» en
juego, la República podría dar a España «durante el período señalado las muestras de esa homogeneidad absoluta de sentimientos, de esa unanimidad de aspiraciones» que parecía «desear el
Gobierno de Madrid». A esto añadió que Santana había hablado «en nombre de la mayoría sensata» del pueblo dominicano
cuando ofreció «la lealtad de unas masas sencillas […] dispuestas
a seguirlo», pero que se refería «solamente a su confianza en el
presente», y expresaba «sus temores para el porvenir». De hecho,
el presidente «no prometió garantizar esas masas del engaño y la
seducción en un período largo; ni confió en convertir a la razón a
una minoría interesada en perpetuar el desorden», que «por más
insignificante» que fuese, daría sin duda «señales de su oposición
y conseguiría […] destruir la esperanza» de cumplir el requisito
de la unanimidad. Por ello, Castro advirtió que el Gobierno español no debía «buscar esa unanimidad más que en los sentimientos
de la mayoría sensata de la nación, en la cooperación de todas
las autoridades; en la decisión del Ejército y en la conformidad
absoluta de pensamiento en la generalidad». Esa fue la unanimidad ofrecida por Santana, que estaba dispuesto a demostrarla en
ese mismo momento, llevando a cabo el plan con la ayuda de dos
vapores para «el pronto movimiento de las correspondencias», y
con los recursos pecuniarios «indispensables para movilizar los
hombres necesarios para la conservación del orden». El ministro
insistió en que si el deseo del ejecutivo de Madrid de aplazar por
1
Felipe Dávila Fernández de Castro-cónsul de España en Santo Domingo,
Santo Domingo, 28 de febrero de 1861. Documento conservado en AMAE,
H 2057, y recogido por M. Morán Rubio en La anexión de Santo Domingo...
vol. II, pp. 167-174; véase pp. 167-169.
484
Luis Alfonso Escolano Giménez
espacio de un año la resolución del asunto realmente fuese solo
un deseo, y no «una determinación fija e irrevocable», no dudaba
que después de tomar en cuenta las anteriores consideraciones,
aquel cambiaría su modo de pensar al respecto.2
En tal sentido, Fernández de Castro subrayó los dos únicos
motivos que habían podido sugerir ese deseo al Gobierno español, que a su juicio eran los siguientes: el primero, «el de tener en
la espera la suficiente demostración de espontaneidad que ponga
a la España al abrigo de la responsabilidad moral que habrá de
contraer». El segundo consistía en «la consideración de mayor o
menor oportunidad con arreglo a la situación política en Europa
y América». En cuanto al primero de ellos, el ministro aseguró haber demostrado «hasta la evidencia» cuál era «el voto unánime de
la nación», que comprendía «sus verdaderos intereses», y recordó
el ofrecimiento hecho a Álvarez para que lo elevara, en nombre
de Santana, al gobernador de Cuba, con el fin de que este a su vez
lo trasladase a Madrid. Dicho ofrecimiento por parte del ejecutivo
de Santo Domingo consistía en dar a las autoridades españolas «la
prueba decisiva inmediatamente», si se le concedían «los pequeños recursos» que aquel acababa de solicitar. Con relación al segundo punto, Castro se extendió en una serie de reflexiones, con
las que pretendía hacer patente que no era «del todo acertado el
aplazamiento» que se señalaba, «prescindiendo de las vicisitudes
que en un año» pudiera correr «cualquiera de las dos partes principales», es decir tanto España como la República Dominicana.
Según el ministro, la menor de tales vicisitudes podría trastocar
los planes, e incluso «alejar para siempre la una de la otra», y una
vez sentada esta premisa pasó a examinar las posibles reacciones
de las diversas potencias ante la anexión. Así, Castro indicó con
respecto a Gran Bretaña y Francia que, ocupadas «con cuestiones
de alta trascendencia en Europa», lo más probable era «que no se
opusiesen […] a que una nación amiga se encargase de guardar la
llave del seno mejicano», que ambas deseaban esconder al país que
tanto la había codiciado. Sin embargo, la cuestión de oportunidad
se refería más bien a la situación política de los Estados Unidos en
2
Ibídem, pp. 169-170.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
485
esos momentos, así como a la que pudieran tener un año más tarde,
y ahí era precisamente donde, al parecer del Gobierno dominicano, se había incurrido en un error de análisis.3
En efecto, a primera vista podía creerse que, encontrándose
aún en su fase inicial «la revolución de aquellos estados», un acontecimiento como el que proyectaba en Santo Domingo «podría
llamar tan fuertemente su atención, que olvidando sus rencillas
políticas, volviesen a unirse y obrasen de concierto para oponerse
a él». Por el contrario, se pensaba que si la anexión fuera pospuesta, ya no tendría lugar esa reunión de los estados en lucha. En
opinión del ministro, esta era una equivocación en la que no incurría quien estudiase «la índole de la nueva revolución norteamericana», ya que si la misma estuviera ocasionada por una cuestión
de principios, sin duda alguna sucedería en efecto lo que temían
los que así pensaban: «los partidos suspenderían la lucha y atenderían a una cuestión de interés común». Pero Castro afirmó que
aquella disposición política era de índole opuesta, puesto que lo
que los había separado era una cuestión de interés, y nada podría
«unirlos ya, ni temporalmente siquiera», mientras no estuviesen
«perfectamente arreglados y convenidos esos intereses», de modo
que se debía actuar antes de que ello ocurriera. El ministro se preguntó además si había acaso algún político que pudiese asegurar,
conociendo el carácter de los norteamericanos, que, como en el
caso de Kansas, no habría terminado la dificultad antes de un año.
Por otro lado, cabía «presumir que la Inglaterra, tan interesada
en evitar una guerra en los estados del sur, que dejaría sus fábricas
sin algodones o se los alzaría a precios desmedidos», hiciera «el
último esfuerzo por conducir ambos partidos hasta una solución
pacífica». Como consecuencia de todo lo expuesto, Castro concluyó que parecía, pues, prudente aprovecharse del momento, que
era «para ellos el de mayor embarazo, y consumar la obra» a la
que los norteamericanos no estaban en condiciones de oponerse,
e insistió en los peligros que, desde dentro y desde fuera, amenazaban con destruir su proyecto si este se aplazaba por espacio de
un año. Para prevenir tales peligros, el ministro pidió a Álvarez
3
Ibídem, pp. 170-172.
486
Luis Alfonso Escolano Giménez
que, a su vez, tratase de convencer al gobernador de Cuba de
que aceptara las proposiciones del ejecutivo de Santo Domingo,
y le aseguró que si así fuese, toda vez que el Gobierno español
ya había admitido las condiciones con que se hizo la propuesta,
pronto quedaría coronada la obra. Por último, Castro añadió que
el convencimiento en que estaban «los pueblos de ver realizada la
incorporación de la República en un plazo corto», los mantenía
«en una agitación de impaciencia» que ponía al Gobierno dominicano en la necesidad de contenerlos. Esta situación obligaba al
ministro a dar conocimiento de la misma a Serrano, «por si una
prematura manifestación» se anticipaba a los avisos de aquel, para
que el ejecutivo de Santo Domingo obrara conforme a lo que exigían los intereses de la nación.4
Estas palabras constituyen sin duda un intento de salvar su
responsabilidad por lo que pudiese suceder, es decir, la proclamación de la soberanía española sobre el territorio dominicano, que
por supuesto tendría lugar, por orden directa del presidente de
la República, antes de la fecha estipulada, con el consentimiento,
más expreso que tácito, de Álvarez. Así al menos parece deducirse
del contenido de algunas de las comunicaciones de este, aparte
de la enorme influencia que ejercía sobre Santana y su grupo
de colaboradores más directos. En efecto, el cónsul remitió un
despacho al ministro español de Estado en el que le informaba
de que desde su llegada a Santo Domingo, el 22 de febrero, se
había convencido «aún más y más de que la situación política»
por la que atravesaba la República requería «una solución pronta
y decisiva». Tras declarar abiertamente que su objetivo era convencer de ello a Calderón Collantes, el diplomático señaló que el
Gobierno dominicano había examinado las altas e importantes
razones expuestas por Serrano, de acuerdo con las instrucciones
del ministro de Estado. A continuación, Álvarez echó mano del
mismo argumento que había empleado Castro, al subrayar que
la actitud en que se encontraban «todas las autoridades de la
República, el Ejército y la gran mayoría de los habitantes», hacía
creer a Santana y a su ejecutivo que el verdadero peligro estaba
4
Ibídem, pp. 172-173.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
487
«en el aplazamiento de tan delicado asunto». Álvarez se refirió a
las razones de gran peso esgrimidas por el ministro dominicano
de Relaciones Exteriores, que merecían «esmerada atención» por
parte del Gobierno español, y aseguró que Santana consideraba
aún en pie las negociaciones con aquel, si bien encaminadas a
una pronta solución. De hecho, el presidente creía que si se expusieran tales razones al ejecutivo de Madrid, «a fin de probar la
alta conveniencia de acortar el término» de la anexión, puesto
que a su juicio el mencionado plazo era fatal, quedaría resuelto el
asunto, una opinión que suscribió también el cónsul. Según este,
el país estaba completamente tranquilo, y el Gobierno recibía
comunicaciones oficiales de todas las autoridades y cartas particulares, en las que le preguntaban cuándo se realizaría lo que tanto
ansiaban, e incluso se hablaba ya públicamente de ello, y con más
insistencia, porque se tenía noticia de una próxima invasión de
los haitianos.5
Con respecto a dicha amenaza, Álvarez admitió que para tal
caso el Gobierno español había acordado el envío de «auxilios
pecuniarios, y hasta de fuerza armada con que hacer frente a semejante peligro», pero no era menos cierto que Haití no llevaría
a cabo la invasión al saber que había tropas españolas en Santo
Domingo para contrarrestarla. Acto seguido, el agente se preguntó si, al no producirse la misma, «no sería delicada la situación
de esas tropas en la República sin enemigos que combatir y sin
eximir al soldado dominicano aun momentáneamente del servicio militar». Es más, continuó Álvarez, si se le eximiera, «¿no
se interpretaría ya como una posesión tácita del territorio dando
ocasión con semejante medida al estado de inquietud» que creaban siempre actos de esta naturaleza, cuando no se veían claramente determinados? En tales circunstancias, no sería prudente
que la República Dominicana «se expusiese por sí sola a los azares
de la guerra», pero si España creía conveniente enviar sus fuerzas,
el cónsul aconsejó que estas llegaran después de la proclamación
5
Mariano Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 5 de marzo de 1861.
Documento conservado en AMAE, H 2057, y recogido por M. Morán Rubio,
La anexión de Santo Dominigo... vol. II, pp. 175-179; véase pp. 175-176.
488
Luis Alfonso Escolano Giménez
de la anexión, y marchasen de inmediato a las fronteras. Con ello,
darían «la primera prueba de salvar al dominicano de su perpetuo
enemigo», un «acto bien noble que nunca olvidarían los leales
habitantes» de la parte oriental de la isla, y «destruiría hasta la
última sospecha en el más receloso» de aquellos. Por otro lado,
Álvarez se refirió a su posición oficial, que era cada vez más comprometida, dado su deber de observar y cumplir estrictamente las
instrucciones del ejecutivo de Madrid, e interrogó al ministro de
Estado sobre qué medios habría de «emplear para evitar algún
acto demostrativo de adhesión» a España, cuando el propio
Santana le decía que ni siquiera él podría impedirlo. El diplomático advirtió a Calderón que la fuerza moral en política, y en
circunstancias como en las que se hallaba, podía ser eficaz hasta
cierto punto, pero expresó su temor de que en esa tesitura no lo
fuera en absoluto. El presidente de la República estaba asimismo
convencido de ello, por lo que se hacía responsable «del acto de
la proclamación, libre, espontánea y unánime», según el deseo
del Gobierno español, y para efectuarlo solo pedía unos «auxilios bien insignificantes». A juicio de Álvarez, la cuestión había
llegado a tal punto que ni veía la posibilidad de detenerla, ni el
ejecutivo de Santo Domingo podía seguir más tiempo en una
situación tan equívoca.6
Con gran habilidad, el representante de España supo valerse
de las instrucciones que el propio O’Donnell, en calidad de ministro interino de Estado, había dado a Serrano, con objeto de
justificar los sutiles subterfugios que manejaba para obtener los
mismos fines que trataba de conseguir el Gobierno dominicano:
el adelanto de la anexión. Así, aquel recordó que en dichas instrucciones se indicaba al gobernador de Cuba que cuando estuviese seguro de que la incorporación era «una necesidad perentoria», la condición indispensable para llevarla a cabo consistía en
que el acto fuera y pareciera «completamente espontáneo, para
dejar a salvo la responsabilidad moral» de España. Además, las
tropas españolas no ocuparían ningún punto de la isla hasta
que las autoridades y el pueblo hiciesen «la proclamación de
6
Ibídem, pp. 176-177.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
489
una manera unánime y solemne». Pues bien, Álvarez indicó al
ministro de Estado que casi ya se había llegado a ese caso, toda
vez que «hecho el acto por la voluntad nacional y siendo la
responsabilidad de él completa y exclusiva del […] presidente
Santana y del pueblo dominicano», España no se comprometía
en nada con las potencias europeas al aceptar la anexión. El
cónsul aventuró que Francia se limitaría a un cambio de notas,
mientras que Gran Bretaña, aunque mostrara su desagrado, no
debía olvidar las instrucciones que Russell había dado al agente de Gran Bretaña cuando este regresó a Santo Domingo, en
diciembre de 1859, que eran las siguientes: «Que la República
Dominicana sea haitiana o turca nada debe importarnos, pero
a lo que debe V. dedicarse exclusivamente es a que nunca sea
americana». Álvarez añadió también que era algo sabido la
fuerza que tenía en esos momentos un hecho consumado, y que
la anexión de Santo Domingo a España sería «a no dudarlo de
los de mejor índole y condición». De acuerdo con las órdenes
que tenía de atenerse en todo a las instrucciones del gobernador de Cuba, y dado que se trataba de «un negocio de poca
espera», el diplomático comunicó a Calderón su intención de
zarpar rumbo a La Habana el 8 de marzo para informar verbalmente a aquel y al comandante del apostadero, así como a
las demás autoridades. Tras ello, regresaría a la capital dominicana de inmediato, y cumpliría fielmente todo lo que Serrano
le prescribiese. Entretanto, el vapor Pizarro, que se encontraba
fondeado en la bahía de Ocoa, en comunicación diaria con
la capital, prestaría su apoyo y los auxilios navales necesarios
en caso de que Haití intentara atacar a la República. Álvarez
señaló en último lugar que Lavastida, ministro de Guerra,
había salido el día anterior hacia el Cibao «para proveer a la
seguridad y defensa» de esa región, y que lo acompañaba un
capitán de Ingenieros del Ejército de Cuba, recién llegado a
Santo Domingo en comisión de servicio. Por su parte, Santana
permanecería en la capital durante la ausencia del cónsul, con
objeto de sostener el orden y contener las demostraciones que
en todas las provincias se hacían a favor de España, hasta que
490
Luis Alfonso Escolano Giménez
aquel regresara y le comunicase la resolución adoptada por el
general Serrano.7
No cabe duda de que, fuera realidad o ficción, el peligro representado por Haití estaba siendo fomentado en gran medida,
cuando menos en esta coyuntura histórica, por la propia política
anexionista del Gobierno dominicano. Tirso Mejía-Ricart sostiene
que las gestiones que realizaron los dos principales caudillos de la
Primera República, Santana y Báez, «para obtener la anexión o el
protectorado de potencias esclavistas como España y los Estados
Unidos justificaban de alguna manera la hostilidad de Haití hacia
la República vecina por el temor de un retorno a la esclavitud».8
En efecto, resulta evidente que la amenaza haitiana existía, pero
también lo es que la misma se veía retroalimentada, en cierto
modo, por dichas gestiones, y que estas a su vez esgrimían la agresiva actitud de Haití para justificarse ante la propia sociedad dominicana, así como frente a las potencias extranjeras cuya ayuda
solicitaba la República para defenderse.
En cualquier caso, la oposición a la anexión no venía solo del
otro lado de la frontera, sino que como señaló Hood, el representante de Gran Bretaña, en un despacho dirigido al Foreign Office
a finales de marzo, en El Seibo, Azua y Cotuí, los anexionistas
tuvieron éxito, pero sin embargo en Santiago, Macorís y La Vega
prevalecía el descontento. Pocos días más tarde, el 5 de abril, Hood
informó al Gobierno británico de que «el sentimiento general de
oposición» del país contra España se expresaba de forma abierta.
Se puede alegar que el testimonio de este diplomático no es plenamente objetivo, dada su actitud cada vez más opuesta a la anexión,
por lo que llama la atención una carta escrita por Valdivieso, un
coronel del Ejército español destinado en Santiago, fechada el 2
de julio de 1861, que confirma los extremos apuntados por Hood.
En su misiva, el coronel aseguró que tras la proclamación de la
soberanía española había comprendido que «existía una vastísima
conspiración no ahogada, sino comprimida con los fusilamientos
7
8
Ibídem, pp. 178-179.
T. Mejía-Ricart, Haití y la nación dominicana, Santo Domingo, Editora Búho,
2007, p. 36.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
491
de Moca; y que siendo contraria la mayoría del país» a España,
esta solo podría contar con pocas y determinadas personas. Según
Valdivieso, Puerto Plata era de opinión contraria a la anexión,
mientras que la gente de Moca estaba en combinación con la de
La Vega y treinta generales de Santiago estaban disgustados con
Santana. A juicio de Jaime Domínguez, no podían ver con agrado
la anexión los siguientes sectores de la población dominicana: «la
zona fronteriza, por estar ligados sus intereses con los de Haití»,
así como el Cibao, cuyo comercio se realizaba con las ciudades
alemanas, Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, pero no
con España. En cambio, sí estaban de acuerdo con ella, además de
los hateros, «los habitantes de la capital, quienes esperaban con
la llegada de los españoles una proliferación de empleos burocráticos», y «los comerciantes sureños, quienes consideraron que
España haría grandes inversiones de dinero». No obstante, sostiene el mencionado autor, «pronto se desilusionaron al comprender
que esta potencia colonialista calculaba mucho para gastar unos
pocos centavos, y además traería un nuevo sistema de impuestos
que haría que los comerciantes pagasen doble cantidad de lo que
anteriormente pagaban».9
A fin de decantar definitivamente la ya muy positiva predisposición del gobernador de Cuba hacia la anexión, el ministro
dominicano de Relaciones Exteriores le puso al corriente de las
entrevistas que el ciudadano estadounidense Patterson, acompañado por Cazneau y Fabens, había mantenido con él mismo y con
el presidente de la República. Ricart y Torres resumió el contenido de las propuestas de los tres norteamericanos en los siguientes
puntos:
1.º Acordar un empréstito al Gobierno por la suma de $500,000
–pagando un interés módico y con un plazo dilatado, cuya
suma se pondría desde luego a la disposición de la República.
9
J. de Js. Domínguez, «Comentario sobre el trabajo “Orígenes y efectos
de la anexión de la República a España en 1861” de Tirso Mejía-Ricart»,
en T. Mejía-Ricart (ed.), La sociedad dominicana... pp. 441-449; véase
pp. 443-444. La misiva de Valdivieso citada se encuentra en la Colección
Herrera, que se conserva en el AGN.
492
Luis Alfonso Escolano Giménez
2.º Establecer una corriente de inmigración para poblar la
península de Samaná costeada por ellos mismos.
3.º En cambio de estas ventajas ofrecidas al Gobierno le piden
privilegios exclusivos para abrir la navegación de los ríos Yuna
y Yaque (los dos principales de la isla), facultad para establecer
un astillero por parte de los inmigrados americanos; explotación de las minas de carbón y todas las demás de la República,
y la concesión de algunas leguas de terrenos agrícolas de las
riberas de los mismos ríos Yuna y Yaque para el establecimiento de colonias agricultoras.
Además, uno de ellos dijo al ministro que «más que nunca
los Estados Unidos estaban dispuestos a emprender negociaciones con Santo Domingo, cuya suerte podía ser la más próspera»,
si el Gobierno accedía a sus deseos. Santana les respondió «que
convenía sobremanera que sus proposiciones fuesen formuladas por escrito», y aquellos contestaron que sería mejor que el
mismo ejecutivo dominicano presentase las bases que le fueran
más aceptables para el contrato, pero como es natural el presidente no quiso prestarse a ello. Ricart aseguró a Serrano que, al
transmitirle estas proposiciones, solo pretendía poner a su vista el
pertinaz empeño con que los norteamericanos codiciaban el territorio de la República, «a fin de poder extender su dominación
en las Antillas, para compensarse del desmembramiento» que
acababan de sufrir los Estados Unidos. En las proposiciones que
habían presentado por escrito los norteamericanos, de las que
el ministro le adjuntó una copia, Serrano vería la confirmación
del pensamiento de que sus planes eran colonizar Samaná, y apoderarse de las principales riquezas de la isla como habían hecho
siempre, mediante «inmigraciones sucesivas fundadas en alguna
concesión». Sin embargo, era necesario no perder de vista que
los estadounidenses procuraban halagar al Gobierno dominicano
«y guardar todas las fórmulas de la política para conseguir sus
fines», pero más adelante, cuando salieran a la luz los propósitos
anexionistas, o aquellos desesperasen de obtener el resultado de
sus gestiones, podrían decidirse a usar la violencia bajo cualquier
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
493
pretexto, e invadir Santo Domingo con una partida de filibusteros
que se posesionaran de Samaná o de otros puntos. Ricart había
creído oportuno dar también conocimiento de las proposiciones
presentadas a los cónsules de Francia y Gran Bretaña, para que informasen de ellas a sus respectivos Gobiernos. El primero le había
dicho, en presencia de Mariano Álvarez, que sus instrucciones se
reducían a evitar por todos los medios posibles, incluso a costa de
favorecer ostensiblemente a los haitianos, que los Estados Unidos
pusieran el pie en suelo dominicano, de forma directa ni indirecta. El diplomático francés, por otra parte, comprendía los peligros
inminentes que corría la República, «y veía como una cosa natural
que los dominicanos solicitasen amparo, protección y seguridad»
a «una nación poderosa que tuviera intereses y simpatías en el
país». Según Ricart, el representante de Gran Bretaña se había
manifestado en el mismo sentido que su colega de Francia.10
Estas palabras pueden considerarse como una clara manipulación de la actitud de ambos agentes, quienes no veían con buenos
ojos las negociaciones secretas entre la República Dominicana y
España, pero mucho menos aún el por entonces presunto objeto
de las mismas, toda vez que aquellos se presentaban como los defensores de la independencia dominicana.
Ricart se refirió asimismo a la actitud tomada en los últimos
días por los haitianos. Estos comprendieron que las sendas políticas por donde había entrado el Gobierno dominicano conducían
el país «a un puerto de seguridad», y estaban «preparándose de
una manera formidable, según las noticias fidedignas» que se habían recibido en Santo Domingo, tanto de sus agentes en Saint
Thomas y Curazao, como de sus espías en la frontera. Al parecer,
Haití pretendía «impedir con un golpe decisivo la consecución de
los planes» que se intentaban llevar a cabo. El ministro señaló que
los esfuerzos de sus vecinos eran supremos, y que en esos
momentos contaban con elementos de los que antes habían
carecido, razones por las cuales Ricart estaba absolutamente convencido de que era de suma importancia que el ejecutivo español
10
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 27, Ricart y Torres-Serrano, Santo
Domingo, 7 de marzo de 1861.
494
Luis Alfonso Escolano Giménez
acortase el plazo fijado para la realización del proyecto. De lo
contrario, Santo Domingo, sin ayuda frente a «los embates de
diferente género» a los que estaba expuesto, «tal vez no pudiera
resistirlos por el tiempo señalado». Por otro lado, el presidente
de la República recibía a diario «excitaciones de los pueblos para
alcanzar un objeto tan apetecido», y Ricart incluso manifestó a
Serrano que «muchas de las personas que no estaban enteramente
acordes con el pensamiento del Gobierno, mejor instruidas» acerca de lo que se pretendía hacer, aceptaban el proyecto con júbilo y
entusiasmo. Así, tanto las autoridades civiles y militares, como «las
personas más influyentes y de representación del país» estaban
al corriente de lo que se trataba, «y acordes en cooperar ardientemente» en llevarlo a cabo. Por ello, el ministro repitió que le
parecía peligroso prolongar demasiado tiempo una situación que
podría hacerse comprometida, toda vez que los pueblos, «en su
impaciencia de ver colmados sus más ardientes deseos», quizás no
se atuviesen estrictamente a las prescripciones del Gobierno, por
lo que sería prudente y oportuno estar preparado para cualquier
eventualidad. En la conclusión de su despacho Ricart expresó el
deseo de que estas consideraciones, y las que le expusiera de palabra Álvarez, quien pasaba a La Habana con tal fin, llevarían a
Serrano a adoptar la resolución que deseaban, y que pondría feliz
término a una cuestión que era «de tanto interés, para España y
Santo Domingo, resolver a la mayor brevedad».11
Álvarez remitió una importante comunicación al ministro de
Estado el 24 de marzo, ya desde La Habana, adonde había llegado el 18 del mismo mes para informar a Serrano «del estado de
cosas» en Santo Domingo». El gobernador lamentaba «con fundamento […] la prontitud con que este arduo negocio» se había
precipitado, pero comprendió que el mismo debía «aceptarse sin
vacilaciones». Sin embargo, aquel y el cónsul habían estado «concertando el medio más conveniente para que los dominicanos, y en
particular el general Santana, pudieran contenerse y aplazar su
ansiada anexión, e iban a enviárseles varios razonados despachos»,
diciéndoles que Álvarez iría a Madrid para obtener del Gobierno
11
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
495
español «que se acortase el plazo de la incorporación». Justo en
ese momento, según el agente, había llegado una correspondencia del vicecónsul de España en la capital dominicana, entre la
que se encontraba un despacho de Santana para el gobernador de
Cuba. En él, «con el desenfado y arrojo propios de su carácter», le
dijo «terminantemente que a la hora en que recibiera su comunicación se habría verificado el acto solemne de enarbolar el pabellón de Castilla». A pesar de ello, Serrano no se sorprendió con la
noticia, porque la creía consecuencia natural de la marcha de los
acontecimientos, e inmediatamente envió un vapor a Puerto Rico
y la fragata Blanca para que ocupase la bahía de Samaná. Álvarez
aseguró que el gobernador, «teniendo por guía las instrucciones»
del ejecutivo de Madrid, al que informaba ese mismo día muy
extensamente, se preparaba para obrar en caso necesario, secundado por el jefe del apostadero naval de La Habana. De acuerdo
con Serrano, el diplomático se disponía a salir hacia Nueva York
al día siguiente, y el 31 de marzo iría a Washington, para informar
al plenipotenciario de España, y se pondría al corriente del verdadero estado de los negocios relativos a la separación entre el norte
y el sur. De todo ello daría cuenta a los embajadores de España
en Londres y París, a su paso por dichas capitales de camino a
Madrid, donde proporcionaría en persona al ministro de Estado
todos los detalles acerca de la grave cuestión de Santo Domingo,
poco después de que hubiese recibido este despacho.12
Aunque no resulta posible demostrarlo, la connivencia entre
las autoridades dominicanas y Serrano, con la mediación imprescindible del cónsul de España en Santo Domingo, parece estar
fuera de duda. Así, Mejía-Ricart sostiene que como el gabinete
O’Donnell dudaba y recomendaba «dar largas a una decisión definitiva sobre la anexión hasta convencerse de que esta no tendría repercusiones externas ni internas negativas» para España,
«Serrano arregló con Santana las cosas de manera que el Gobierno
de Madrid se viera obligado a aceptar el hecho consumado de una
12
Mariano Álvarez-ministro de Estado, Santo Domingo, 24 de marzo de 1861.
Documento conservado en AMAE, H 2057, y recogido por M. Morán Rubio,
La anexión de Santo Domingo... vol. II, pp. 187-188.
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anexión establecida espontáneamente por el pueblo dominicano».
En efecto, según el mencionado autor, «Santana y sus acólitos
eran verdaderos expertos […] en preparar este tipo de escenas»,
por lo que «solo fue necesario poner a funcionar la maquinaria
de procesos verbales y pronunciamientos en todo el país, para dar
la imagen de una unanimidad que estaba muy lejos de reflejar el
golpe de Estado anexionista».13
Por su parte, Domínguez coincide con Mejía-Ricart al subrayar que España «estuvo temerosa hasta el primer trimestre del
año 1861 de la reacción estadounidense», si se anexionaba Santo
Domingo. Domínguez admite que no se conoce la existencia de
pruebas escritas, pero señala que hay graves indicios de que cuando
el ministro de Relaciones Exteriores de la República Dominicana
regresó de La Habana, el 22 de febrero, «venía con instrucciones
secretas de Serrano para proclamar la anexión al mes siguiente».
En cualquier caso, lo cierto es que en una carta del 11 de noviembre de 1860, en la que informaba de la misión Ricart a La Habana,
el gobernador de Cuba advirtió que había motivos para creer que
si España se incorporaba el territorio dominicano, los Estados
Unidos adoptarían una actitud que probablemente desembocaría
en la guerra entre ambos países.14
La precipitación final de la anexión se produjo como consecuencia del temor al estallido de una sublevación que podría dar
al traste con los planes de Santana y su grupo, que no vieron otro
remedio que maniobrar mediante una aceleración del proceso
para evitar in extremis esa posibilidad, que se veía cada vez más
real y próxima, con o sin ayuda de Haití. De hecho, Santana propagó la idea, en primer lugar entre sus más fieles seguidores, y tras
el 18 de marzo entre todo el pueblo, de que «la anexión traería
la paz, y pondría fin tanto a las invasiones haitianas como a las
guerras civiles que habían devastado la República desde su fundación». Así lo confirma, por ejemplo, un editorial publicado en el
segundo número del periódico La Razón, fundado el 20 de mayo
13
14
T. Mejía-Ricart, «Los orígenes y efectos de la anexión...», pp. 431-432.
J. de Js. Domínguez, «Comentario sobre el trabajo “Orígenes y efectos de la
anexión…”», p. 448.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
497
de 1861 para defender la política anexionista. En dicho editorial,
que lleva por título La anexión es la paz, fechado el 23 de mayo, se
encuentra desarrollada la idea por parte de su autor, Manuel de
Jesús Galván, quien escribe lo siguiente:
¡La anexión es la paz! Sí, es ciertamente la idea destinada a
unir en un estrecho vínculo a las distintas fracciones políticas que consumieran durante largo tiempo la actividad de
este pueblo tan rudamente trabajado por las luchas civiles
y las guerras con los haitianos […]. La anexión aleja todo
temor de discordias en el interior, y la posibilidad de una
lucha en el exterior.
Domínguez sostiene que, en efecto, «los santanistas, y el sector
hatero que representaban, querían acabar con las guerra civiles
e internacionales, traer la paz, pero desde el poder», y «de este
modo confesaban que al anexar el país a España, confiaban en
que las fuerzas baecistas y cibaeñas no estarían más en capacidad
de derrocarlos». Es decir, que la anexión «les aseguraría el disfrute
perpetuo del poder». Algunos autores contemporáneos a los hechos, como Alejandro Angulo Guridi o Pablo Pujol, pero también
otros más recientes, como David G. Yuengling, coinciden con esta
misma tesis y consideran que «fue la idea de retención del poder
el móvil fundamental de los santanistas para realizar la anexión».
Domínguez se pregunta si «era necesaria la anexión para que el
grupo santanista», y los hateros por él representados, continuasen
al frente del Gobierno, a lo que responde afirmativamente, con el
argumento de que «las fuerzas de la naciente burguesía cibaeña,
cada día más poderosas económica y políticamente, amenazaban
la hegemonía» del sector hatero. El mencionado autor señala
que «Báez y la pequeña burguesía cada vez más numerosa que lo
apoyaba, conspiraban para volver a la presidencia», mientras que
Santana «se sentía débil política y militarmente, como lo muestra
la solicitud del envío de tropas» que hizo el vicepresidente Alfau
al gobernador de Cuba.15
15
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 67-68. Véase David G. Yuengling (ed.),
498
Luis Alfonso Escolano Giménez
Esta tesis se encuentra también en fuentes contemporáneas a
la anexión, como el periódico El Eco Hispano-Americano, en el que
puede leerse que los españoles se habían «equivocado completamente acerca de su situación con respecto al partido de Santana».
Según dicho periódico, aquellos se creían en deuda con los santanistas, cuando en realidad habían sido «sus salvadores», ya que
«no era la primera vez que Santana había querido entregar su
patria […]. Pero siempre quiso hacerlo en el momento crítico en
que su caída era inevitable». Así pues, «en una circunstancia semejante fue cuando Santana llamó a los españoles; de tal manera,
que si ellos no hubieran respondido a su llamamiento, Santana
estaba bien seguro de perder su posición», e incluso quizás la vida,
por lo que, a juicio del periódico, garantizar a los santanistas «sus
bienes y sus vidas, era ya pagar sus servicios» por más de lo que
estos valían. Es más, el 14 de septiembre de 1863, el propio gobernador de Cuba, cargo que entonces ocupaba el general Dulce,
indicó que la anexión «no fue obra nacional», sino la «obra de un
partido que dominó por el terror, y que temeroso del porvenir, negoció con ventaja exclusiva suya», pero que el pueblo dominicano
no quiso «ser regido por su antigua metrópoli».16
Por supuesto, tampoco faltan los autores que desean justificar la actuación de Santana, tal como señala Domínguez, o más
bien que plantean la cuestión en otros términos y desde un punto de vista diferente, pero que en cualquier caso se encuentran
más próximos a los argumentos defendidos por los anexionistas.
Así, numerosos historiadores afirman que incluso los propios
liberales creían que la anexión era la única vía posible para salvarse del peligro haitiano, por ejemplo Manuel A. Peña Batlle,
en cuya opinión «el principio de la independencia absoluta no
16
The Spanish annexation of the Dominican Republic, Pottsville (Pennsylvania),
J. F. Seiders, 1940; y del mismo autor, Highlights in the debates in the Spanish
Chamber of Deputies relative to the abandonment of Santo Domingo, Washington,
D. C., Murray & Heister, 1941.
Ibídem, p. 69. El autor cita un artículo de El Eco Hispano-Americano,
reproducido por el periódico La Razón, en su número del 19 de abril de
1863. La comunicación del general Dulce está tomada del Diario de Sesiones
de las Cortes, legislatura 1864-1865, Madrid, Imprenta de la Nación, 1865,
tomo II, p. 1341.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
499
había adquirido todavía carácter definitivo en la realidad dominicana». Esta postura es rebatida a su vez, entre otros autores, por
José Aníbal Sánchez Fernández, quien subraya que «la idea de la
independencia nacional pura y simple, sin ningún protectorado
o anexión, era ampliamente aceptada por la mayoría del pueblo
dominicano».17
Por su parte, Domínguez admite que se trata de «un punto
muy delicado, sobre el cual han expresado diversas ideas» algunos
de los historiadores dominicanos más relevantes, como Américo
Lugo o Pedro Henríquez Ureña, lo que permite concluir que nos
encontramos ante un aspecto sin duda particularmente controversial. No obstante, Domínguez, uno de los mejores especialistas
en este período, se inclina por la teoría de que la mayor parte del
pueblo dominicano no era anexionista, porque de haberlo sido
«el Gobierno no habría escondido las negociaciones que realizaba
en ese sentido»18, un argumento que, si bien no parece demasiado
determinante, debe ser sometido a consideración.
2. ESPAÑA ACEPTA LA REINCORPORACIÓN DE SANTO DOMINGO
Del contenido de sendas comunicaciones dirigidas a Serrano
por Ricart y el vicecónsul de España en Santo Domingo, ambas
del 10 de marzo de 1861, se deduce que los preparativos de la
proclamación se habían ultimado antes de que Álvarez saliese de
la capital dominicana rumbo a La Habana, como no cabía esperar
de otra manera. En la primera de ellas, el ministro de Relaciones
Exteriores aseguró al gobernador de Cuba que el espíritu público
se había pronunciado abiertamente en favor de la anexión, de
modo que solo debía temerse «la demora por la natural impaciencia
de estos habitantes», y por los peligros que podían crearles sus
enemigos. Según Ricart, tanto haitianos como estadounidenses
17
18
Ibídem, pp. 69-70. Las citas corresponden, respectivamente, a El Día Estético,
año I, No. 2, 1929; y a Historia política de la independencia y prejuicio racial,
edición mimeografiada, 1975; Domínguez no indica las páginas.
Ibídem, pp. 70-71.
500
Luis Alfonso Escolano Giménez
estaban apercibidos de los propósitos del Gobierno dominicano,
por lo que pondrían en juego todos sus recursos para suscitar dificultades de todo género al proyecto anexionista. De hecho, el ministro aseguró que ya habían recibido noticias positivas de lo que
Geffrard maquinaba, bajo el pretexto de «una visita a las fronteras
con el disimulado objeto» de atacar a la República. Así al menos
se lo acababan de avisar desde Saint Thomas, por el barco llegado el día anterior, y en el mismo sentido había escrito el cónsul
de España en Puerto Príncipe al vicecónsul en Santo Domingo,
por lo que el Gobierno dominicano se había visto precisado «a
mandar tropas a las fronteras para contener cuanto posible fuese
esas tentativas». Por último, Ricart insistió en que se despejara la
crítica situación por la que atravesaban, puesto que allá estaba
«todo preparado para dar el golpe», y solo gracias a los esfuerzos
del ejecutivo no se había efectuado un pronunciamiento. Sin embargo, incluso en esa conducta suya se corrían peligros, porque
«pudieran los pueblos despreciarla, cansados de esperar en vano,
y sería un gran mal que sin previo acuerdo se realizara» lo que
debía llevarse a cabo en perfecta armonía.19
Por lo que respecta al despacho de Gómez Molinero, este
informó al gobernador de Cuba de que el día anterior había fondeado en el puerto de Santo Domingo la urca Santa María, para
dejar allí cuatro oficiales del Ejército español y ciento once colonos peninsulares. El mencionado buque continuaba su travesía
hacia La Habana y, aprovechando esa circunstancia, Santana
contestó una carta que Serrano le había dirigido, indicándole en
ella las fuerzas militares que juzgaba «necesarias para guarnecer
los puntos más importantes del territorio dominicano». Además,
y como sin darle gran importancia, el vicecónsul añadió que
aquel ponía igualmente en conocimiento del gobernador de
Cuba que cuando recibiese esas misivas ya se habría efectuado en
Santo Domingo la proclamación de la soberanía española. El diplomático indicó, haciéndose eco de los argumentos esgrimidos
19
AGI, Cuba 2266, pieza No. 3, doc. No. 29, Ricart y Torres-Serrano, Santo
Domingo, 10 de marzo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
501
por el Gobierno dominicano, que la pérdida de tantas y tan favorables circunstancias como existían en esos momentos hacía que
Santana temiese «por los peligros que la tardanza llegara a crear»,
algo que el propio Gómez Molinero comprendía a la perfección.
Si bien tenía presentes las instrucciones del Gobierno español y
sus deseos, aseguró a Serrano que ya iban haciéndose «palpables
[…] las consecuencias del retardo», por lo que se había limitado
a recordar al presidente dominicano la digna posición en que
España debía quedar en el acontecimiento que bien pronto sería un hecho consumado. Mientras tanto, se procuraba que las
fronteras de la República fuesen defendidas convenientemente,
para lo cual se habían reforzado los cantones, a los que se había
enviado armamento, e incluso se movilizaría a cuatro de los oficiales españoles a los puntos que Santana les había designado. El
agente señaló asimismo que todos los oficiales residentes en la
capital se habían ofrecido «con noble entusiasmo a marchar a la
defensa del territorio dominicano, cual si fuera el de la propia
patria».20
Estas palabras tan entusiastas revelan sin duda el estado de
ánimo que prevalecía entre los españoles que se encontraban en
Santo Domingo, y del propio Gómez Molinero como representante de España en aquel país, lo que pone de manifiesto su acuerdo
absoluto con el Gobierno dominicano a la hora de adelantar el
momento de proclamar la anexión.
En efecto, el tono y el contenido de ambas comunicaciones no
eran sino un presagio de lo que iba a ocurrir tan solo algunos días
más tarde. Así, el 18 de marzo, por medio de una carta escrita significativamente en papel sin membrete alguno, el general Santana
anunció a Serrano de forma oficial el hecho que acababa de producirse en Santo Domingo, con la solemnidad que el caso requería:
Desde hoy tremola en nuestros muros y fortalezas el glorioso
estandarte de Castilla, y acompaño a V. E. la carta que con
este motivo dirijo a S. M. la reina [...]. Por inesperado que
20
Ibídem, doc. No. 30, Gómez Molinero-gobernador de Cuba, Santo Domingo,
10 de marzo de 1861.
502
Luis Alfonso Escolano Giménez
pudiera parecer tan grave y trascendental suceso, el más
importante de cuantos registra la historia moderna de estos países, no debe sorprender a V. E. a quien ya antes de
ahora y muy particularmente en mi última comunicación,
di alguna idea del entusiasmo con que los dominicanos se
habían espontaneado [sic] para unir sus destinos a los de
su antigua madre patria, y de la natural impaciencia con
que deseaban realizar el cambio político, que bajo tan equitativas bases [...], se dignó aceptar, a propuesta nuestra, el
Gobierno de S. M. [...].
Ni era ya posible [...] contener esos nobles arranques del
pueblo dominicano [...], sin arriesgar ni comprometer el
prestigio del Gobierno de la República, su autoridad protectora y los mismos sagrados intereses que con tan peligrosa
conducta hubieran querido ponerse a salvo. Las infinitas representaciones de los pueblos del interior y la franca decisión
que manifestaban a verificar por sí y ante sí los pronunciamientos llegaron a constituir un gravísimo embarazo para el
Gobierno, que procuró, en vano, persuadir a esos habitantes
de la conveniencia que habría en retardar algo más su resolución. Forzado ya aquel por las circunstancias, se ha visto en la
imperiosa necesidad de deferir a tan justos deseos, y por consiguiente ha quedado desde esta fecha Santo Domingo bajo
la ilustrada y fuerte y eficaz protección del Gobierno de S. M.
[...]. A V. E. deben en mucha parte los hijos de este país el
logro de sus nobles aspiraciones [...]. Mucho sería [...] nuestro contento si se dignase V. E. venir en persona a tomar
posesión de estos dominios en nombre de S. M.21
El hasta entonces ministro dominicano de Relaciones
Exteriores informó también al gobernador de Cuba con respecto
a «los justos motivos que vinieron a festinar el pronunciamiento», al que habían precedido «otros muchos en el interior de la
República, cuya impaciencia era fuera de límites». En este sentido,
Ricart se refirió a la actitud del cónsul de Francia en Santo Domingo,
quien se había mostrado «satisfecho de la espontaneidad con
21
Ibídem, doc. No. 31, Santana-Serrano, Santo Domingo, 18 de marzo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
503
que el pueblo votó y proclamó unánimemente su incorporación
a España», y había dado «seguridades de que su Gobierno, lejos
de contrariarla ni oponerse a ella», la conocería «con gusto». En
último lugar, el funcionario solicitó a Serrano que les enviara lo
más pronto posible los auxilios que necesitaban.22
El ex vicepresidente de la República se dirigió igualmente al
capitán general de Cuba, para comunicarle que por fin había tenido lugar «el fausto acontecimiento que había anunciado» en
sus anteriores misivas, pese a los esfuerzos hechos por el Gobierno
dominicano «para contenerlo por el espacio de tiempo que deseaba el gabinete de Madrid». Sin embargo, «de todas partes clamaban por la realización», hasta que «empezaron los pueblos del
Maniel y otros a pronunciarse», de modo que se vieron obligados
a hacerlo finalmente en Santo Domingo. Según Alfau, la obra del
Gobierno dominicano había terminado, y justo en ese momento
empezaba la de Serrano, por lo que «sería de desear» que la comenzase «cuanto antes».23
Parece, pues, claro el reparto de papeles establecido entre los
diversos protagonistas, con el consiguiente relevo en las funciones
que debía desempeñar cada uno de ellos en las diferentes fases
del proceso anexionista. Sin duda, había llegado la hora de que el
gobernador de Cuba entrara en juego, como expresa con claridad
el escrito del general Alfau, para conseguir que el ejecutivo de
Madrid aceptase el hecho consumado.
El vicecónsul de España en Santo Domingo remitió asimismo
un despacho a Serrano para poner en su conocimiento que la
bandera española acababa de ser izada en el territorio dominicano, y dio por hecha la aceptación en Madrid de un acto que se
había «llevado a cabo libre, espontánea y pacíficamente, tal como
lo deseaba el Gobierno» español. De hecho, Gómez Molinero
afirmó incluso que llegaban de forma incesante a la capital «las
manifestaciones y actas que los pueblos de la nueva provincia española» se apresuraban a dirigir a Santana, «única autoridad que,
22
23
Ibídem, doc. No. 33, Ricart y Torres-Serrano, Santo Domingo, 18 de marzo
de 1861.
Ibídem, doc. No. 36, Antonio A. Alfau-Serrano, Santo Domingo, 18 de marzo
de 1861.
504
Luis Alfonso Escolano Giménez
en nombre de S. M.», quedaba al frente de los negocios públicos. Es
más, el diplomático indicó que el consulado de España en Santo
Domingo, sin instrucciones a las que poder atenerse, había juzgado «conveniente que así que se le participara de una manera
oficial el acto» de proclamación de la soberanía española, «se consideraba ya como concluida su misión». Para justificar esta insólita
decisión, Gómez Molinero añadió que «la actitud decidida de los
pueblos, las continuas [...] actas de adhesión» enviadas a Santana,
habían puesto «a tan ilustre caudillo en la imperiosa necesidad de
adelantar este acontecimiento», por lo que dirigió un escrito en
la misma fecha al capitán general de Puerto Rico, a quien pedía
que le hiciese llegar solo 500 o 600 hombres. Así, dos goletas, ya
con bandera española, saldrían de Santo Domingo esa tarde, una
llevando las comunicaciones que Apolinar de Castro entregaría a
Serrano, y la otra hacia Puerto Rico. Como conclusión, el agente
de España señaló que esta lograba por fin asegurar sus Antillas,
que a mayor influencia política en esas regiones, mayor sería «su
preponderancia en Europa», y que si bien era cierto que debía
hacer algunos sacrificios, estos eran sin duda muy inferiores a «los
inmensos bienes que la posesión» del territorio dominicano le
reportaría.24
El día de la proclamación de la soberanía española en Santo
Domingo, Santana se dirigió también a Gómez Molinero, testigo
presencial del hecho, para agradecer, tanto a él como al propio
cónsul de España, los importantes servicios que habían prestado
al pueblo dominicano en todas circunstancias para asegurar su felicidad.25 El papel que había correspondido a ambos diplomáticos
está fuera de duda, pero la manifestación de gratitud por parte del
general al reconocerlo de manera tan expresa lo pone de relieve
aun más si cabe. Entre las comunicaciones que Santana envió en
esa misma fecha a Cuba y Puerto Rico, una estaba dirigida
al comandante general del departamento oriental de Cuba,
Antonio López de Letona, a quien informó de que Apolinar de
24
25
Ibídem, pieza No. 4, doc. No. 1, Gómez Molinero-gobernador de Cuba, Santo
Domingo, 18 de marzo de 1861.
AGA, AAEE, 54/5225, No. 7, Santana-vicecónsul de España en Santo
Domingo, Santo Domingo, 18 de marzo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
505
Castro y Manuel de Jesús Heredia iban a La Habana, en calidad
de comisionados, con pliegos para el gobernador de dicha isla. En
su misiva, Santana participó al comandante general el gran acontecimiento ocurrido en Santo Domingo, cuya importancia consideraba, por lo demás, innecesario encarecerle.26 Por su parte,
López de Letona, lejos de mostrarse contrariado o cuando menos
sorprendido por la noticia, respondió a Santana que el escrito en
que anunciaba haberse proclamado la nacionalidad española, en
la todavía República Dominicana, le había «llenado de satisfacción y orgullo patrio».27 Tales palabras resultan particularmente
significativas, toda vez que esta fue la primera respuesta oficial
española tras conocerse que se había consumado la anexión.
La noticia fue llevada a Puerto Rico por el presidente del
Senado dominicano, Manuel Delmonte, quien llegó al puerto de
San Juan el 27 de marzo a bordo de la goleta 27 de Febrero. En ausencia del capitán general de la isla, el segundo cabo de la misma
se encargó de poner el hecho en conocimiento del ministro de
Guerra y Ultramar, a quien informó de que no tenía instrucciones
para este caso, e ignoraba las que el capitán general pudiera haber
recibido del ejecutivo de Madrid, por lo cual se había abstenido
de tomar por sí mismo «determinación alguna en tan grave negocio». El segundo cabo se limitó a remitir a su superior, que debía encontrarse en Mayagüez, los pliegos que le había entregado
Delmonte, y aseguró al ministro que cumpliría inmediatamente
las órdenes que aquel le diese, en lo referente tanto al envío de
fuerzas y dinero solicitado por Delmonte, como a cualquier otro
aspecto que tendiera a asegurar la dominación española en Santo
Domingo.28
El general Echagüe, gobernador de Puerto Rico, recibió el
día 28 la carta que le había dirigido Santana, y el 31de marzo
se presentó en Mayagüez el propio Delmonte, quien regresó el
26
27
28
Ibídem, Santana-López de Letona, Santo Domingo, 18 de marzo de 1861 (es
copia).
Ibídem, López de Letona-Santana, Santiago de Cuba, 24 de marzo de 1861
(es copia).
AHN, Ultramar, Santo Domingo, 5485/1, doc. No. 1, general segundo cabo de
Puerto Rico-ministro de Guerra y Ultramar, San Juan, 27 de marzo de 1861.
506
Luis Alfonso Escolano Giménez
2 de abril «al país anexionado», con la contestación de aquel a
Santana. Según Echagüe, los deseos del comisionado, después
de darle los detalles de la anexión, se redujeron a reiterar la
petición de fuerzas y dinero que había hecho a su llegada a San
Juan. No obstante, el capitán general de Cuba era la autoridad
elegida por el Gobierno español para entenderse con Santana
«relativamente a esta delicada negociación», en vista de lo cual
la autoridad de Echagüe era «completamente extraña a la marcha política» que se le había impreso. Además, el gobernador
de Puerto Rico no había recibido comunicación alguna sobre
el particular por parte del Gobierno español, ni por parte de
Serrano, ni tan siquiera para el caso de una eventualidad como
la que acababa de producirse. Por su parte, el cónsul de España
en Santo Domingo se había dirigido de inmediato a la isla de
Cuba, «para obrar de concierto y común acuerdo con la primera
autoridad de la misma, y con arreglo a las instrucciones» transmitidas por el ejecutivo de Madrid. Por ello, «en consideración
de estos antecedentes», Echagüe no podía adoptar resolución
alguna sin exponerse «a una gravísima responsabilidad salvo en
caso extremo», algo de lo que no se trataba en ese momento.
Así pues, sería muy fácil crear un conflicto, al marchar «por un
terreno inseguro y sin conocimiento» de si se actuaba bien o
mal, debido a «la falta de armonía y acuerdo». En consecuencia,
el capitán general decidió guardar «la debida circunspección y
reserva [...] a fin de no aventurar una medida que si bien inspirada por el buen deseo podría ser inconveniente, atendidas las
circunstancias», más aún cuando no se encontraba «apremiado
por la necesidad».29
Con estas palabras se pone de manifiesto de forma clara el
resquemor que Echagüe sentía por el hecho de haber sido dejado
completamente al margen en todo lo referente a la cuestión dominicana. En su respuesta a la misiva de Santana, el gobernador
de Puerto Rico calificó la noticia, en términos muy diplomáticos,
como una grata sorpresa, que era más satisfactoria y digna en la
29
Ibídem, doc. No. 2, Echagüe-ministro de Guerra y Ultramar, Mayagüez, 1 de
abril de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
507
medida en que había sido «el eco fiel y la expresión de un gran
pueblo». Sin embargo, Echagüe comunicó al general dominicano
que Delmonte le pondría al corriente de los motivos que por extenso le había presentado, para abstenerse del envío de las fuerzas
que aquel juzgaba necesarias, principalmente porque Santana se
había dirigido con antelación, para hacerle igual pedido, al gobernador de Cuba, quien disponía de «todos los medios necesarios
para verificarlo».30
La reacción de Serrano ante los hechos que estaban teniendo
lugar en Santo Domingo distó mucho, como cabía esperar, de
la prudente actitud de su homólogo de Puerto Rico. En efecto,
sin pérdida de tiempo, el 22 de marzo aquel dio instrucciones al
comandante general de Marina del apostadero de La Habana,
Joaquín Gutiérrez de Rubalcava, «con motivo de graves sucesos
realizados ya o próximos a realizarse en la vecina República de
Santo Domingo». Así, el gobernador creyó conveniente que ese
mismo día saliese hacia allá el vapor Blasco de Garay, con objeto de
que su comandante entregara al general Santana y al vicecónsul
de España en la capital dominicana unos pliegos, que Serrano iba
a remitir al general Rubalcava para tal fin. Más tarde y sin pérdida
de tiempo, el Blasco de Garay debía poner rumbo a Puerto Rico,
desde donde regresaría a Santo Domingo. Al volver, dicho buque
se comunicaría con una fragata que, según habían acordado el
gobernador de Cuba y el comandante del apostadero, debería
encontrarse para entonces en la bahía de Samaná. En caso de que
se hubiera izado la bandera española en el territorio dominicano
«por un acto de la voluntad nacional», debía «considerarse aquel
país desde luego si no como parte integrante de la monarquía, al
menos como un territorio» que debían proteger y defender, hasta
que el ejecutivo de Madrid y las Cortes adoptasen una resolución
definitiva.31
En su respuesta a la comunicación enviada por Santana el 10
de marzo para hacerle saber que cuando la recibiera ya se habría
30
31
Ibídem, doc. No. 5, Echagüe-Santana (es copia, y no lleva lugar ni fecha).
AGI, Cuba 2266, pieza No. 4, doc. No. 9, Serrano-comandante general de
Marina del apostadero de La Habana, La Habana, 22 de marzo de 1861
(minuta).
508
Luis Alfonso Escolano Giménez
izado la bandera española, Serrano aseguró que «por satisfactorio
y lisonjero que un suceso semejante» pudiera ser para el orgullo
nacional, no podía disimular la sorpresa que le había producido
«el simple anuncio de un suceso tan importante». No obstante, «y
teniendo en cuenta consideraciones de un orden muy elevado»,
el gobernador de Cuba señaló que había decidido no abandonar a
Santo Domingo en esta empresa. Por ello, tomó sobre sí «la no pequeña responsabilidad de enviar» al territorio dominicano «recursos eficaces de buques, soldados y pertrechos», que mantuviesen
el orden en el mismo y lo garantizasen frente a toda agresión interior o exterior, en tanto el Gobierno español, al que iba a informar
inmediatamente, tomaba una decisión al respecto. Serrano indicó
a Santana que, mientras se preparaban dichos socorros, le enviaba
el vapor de guerra Blasco de Garay, al que seguiría una fragata,
con algunas fuerzas de Artillería e Ingenieros para establecerse
en la bahía de Samaná, y poco después el total de las tropas que
por el momento consideraba necesarias para el objetivo señalado.
En la conclusión de su escrito, el gobernador hizo las siguientes
recomendaciones a Santana:
Creo conveniente que no se haga en ese país ninguna alteración substancial en el orden de su administración interior,
debiendo V. E. seguir gobernando conforme a la legislación
existente con la denominación de general en jefe del Ejército
y gobernador de Santo Domingo, ayudándose al efecto de los
consejos de los actuales ministros y miembros del Senado reunidos bajo el carácter de Junta o Consejo de Gobierno.
Pero lo que sí recomiendo muy particularmente a V. E. y
lo que declaro absolutamente indispensable para que tenga
efecto la realización de la empresa comenzada, es que el
orden público se conserve inalterable y se evite por todos los
medios una lucha intestina que pudiera poner en duda a la
faz del mundo la espontaneidad del movimiento que a estas
horas [...] se encontrará realizado.
En la lealtad notoria [...] que todos reconocen en V. E. [...],
fundo mi confianza de que desde un principio se habrán
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
509
evitado errores que pueden ser motivo de muy fatales consecuencias para lo futuro.32
Estas palabras dejan entrever la incertidumbre de Serrano,
quien sin duda era consciente de las numerosas dificultades que
podían impedir que el proyecto recién comenzado llegara a buen
puerto, por lo que toda cautela le parecía poca y no acababa
de fiarse, pese a sus expresiones de confianza, de la capacidad
de Santana para llevarlo adelante. La rapidez con la que el gobernador de Cuba procedió al envío de las primeras fuerzas de
desembarco parece confirmar esta idea, ya que la presencia de
las mismas podría evitar que la anexión se malograse como consecuencia de algún exceso cometido por Santana en el ínterin.
Con todo, las últimas líneas no pueden interpretarse sino como
un presagio de lo que acabó sucediendo, dado que la represión
de los primeros conatos antianexionistas, aunque relativamente
aislados y pequeños, fue todo lo cruenta que cabía esperar de un
Gobierno encabezado por Santana, que siempre había sofocado
sin contemplaciones cualquier intentona contra su régimen. A
pesar de ello, lo más grave fue que esos primeros movimientos,
y su consiguiente represión, tuvieron lugar cuando ya se encontraban en territorio dominicano las tropas españolas, con lo que
se daba a entender, como temían los opositores de Santana, que
aquellas lo iban a respaldar en todos sus actos, por despóticos que
pudieran ser.
En efecto, dichas fuerzas habían desembarcado en el puerto
de Santo Domingo a principios de abril, cuando llegaron allí el
batallón de Puerto Rico y las tropas de Cuba. El primero lo hizo el
día 6 de ese mes, y las segundas, procedentes de La Habana, el 7
de abril. El brigadier Peláez de Campomanes informó a Serrano
de que habían encontrado completamente tranquilo el país, por
lo que cumpliéndose todas las condiciones que el gobernador
de Cuba había marcado para efectuar el desembarco, el general Rubalcava ordenó que el batallón de Isabel II bajase a
32
Ibídem, doc. No. 10, Serrano-Santana, La Habana, 22 de marzo de 1861
(minuta).
510
Luis Alfonso Escolano Giménez
tierra y se acuartelara. Peláez también indicó que según las cartas
y documentos oficiales que había visto, así como «las relaciones de
todos y el contento y satisfacción general» que se observaba, los
dominicanos habían «considerado el acto de su unión a España
como el suceso más venturoso que pudiera ocurrir». Sin embargo
admitió que si, como era de suponer, había pasiones e intereses
opuestos a la anexión, estos eran «tan nulos e insignificantes que
en ninguna parte» se habían manifestado, ya que nadie se había
opuesto, y nadie había presentado la menor protesta.33
Llama la atención el hecho de que, finalmente, se enviaran
fuerzas desde Puerto Rico, pese a las reticencias del gobernador
de dicha isla a conceder los 500 o 600 hombres que le había solicitado Santana en su carta del 18 de marzo, lo cual aquel hizo en
cumplimiento de las órdenes del propio Serrano. Este número,
aunque considerado «pequeño […] en verdad» por el propio vicecónsul de España en Santo Domingo, serviría al menos para atestiguar con su presencia «las garantías de seguridad que los leales
dominicanos» habían de disfrutar en lo sucesivo.34 Ramón Blanco,
jefe de Estado Mayor del Ejército español en Cuba, fue a San Juan
a bordo del Blasco de Garay con instrucciones de Serrano para
Echagüe, en el sentido de que pusiera un batallón del Ejército de
Puerto Rico a disposición de Santana.
Otro aspecto importante es el gran interés que despertaba la
bahía de Samaná, como pone de relieve el rumbo que siguió la
escuadra enviada desde La Habana, compuesta por varios buques
de gran calado y un bergantín. Así, durante su travesía hacia Santo
Domingo, aquella bordeó la costa norte de la isla Española, con
el fin de dejar la fragata Blanca en Samaná. No obstante, la ruta
más corta para ir desde Cuba a la capital dominicana es navegar
entre ambas islas, primero frente a las costas de Haití, y después
rumbo al este con dirección al puerto de Santo Domingo, en paralelo a la costa meridional. Uno de los oficiales que tomó parte
33
34
Ibídem, doc. No. 42, Peláez de Campomanes-Serrano, Santo Domingo, 8 de
abril de 1861.
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra de Santo Domingo, Santo Domingo,
Sociedad Dominicana de Bibliófilos; Editora de Santo Domingo, 1975, vol. I,
p. 176 (las cursivas son del autor).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
511
en la expedición, que iba a bordo del vapor Isabel la Católica, la
nave capitana de la escuadra, señala a este respecto que el general
Rubalcava, jefe principal de la misma, dio orden a la Blanca de
adelantarse a los demás buques y entrar en Samaná, si veían izado el pabellón español. En caso contrario, la Blanca quedaría en
espera del resto de la escuadra. El mencionado militar, que era el
subteniente de Infantería Adriano López Morillo, subraya que «la
orden dada por el general Rubalcava nos demuestra que no había entera confianza en las alocuciones de Santana, pues de otro
modo, ¿a qué venía advertir que si no flotaba el pabellón español
[…]?». López Morillo se refiere a las palabras pronunciadas en
Santo Domingo por el hasta ese momento presidente dominicano durante el acto de proclamación de la soberanía española, y
que fueron leídas el día 31 de marzo a todos los integrantes de la
expedición, una vez que esta se encontraba ya en alta mar. Tras
la lectura de dicha alocución, los oficiales advirtieron a la tropa y
marinería que se dirigían «a aquel país para apoyar el movimiento
anexionista llevado a cabo», y al mismo tiempo para defender la
bandera española, enarbolada allí desde el día 18,35 por lo que se
explica la alusión de López Morillo a la desconfianza existente
hacia Santana.
Según la información recogida por López Morillo en su obra,
que presenta algunos datos contradictorios con respecto a otras
fuentes en cuanto a las fechas de salida y llegada, así como al número y los nombres de varios buques participantes en la expedición que zarpó de La Habana el 30 de marzo, la misma estaba
compuesta de las siguientes fuerzas: del arma de Infantería, el
primer batallón del regimiento de la Corona (938 hombres) y el
batallón de cazadores de Isabel II (960 hombres). Por lo que se
refiere al arma de Caballería: un escuadrón de tiradores del rey
(130 hombres y 120 caballos); y en cuanto a la de Artillería: una
compañía de plaza (127 hombres) y una batería de montaña (130
hombres), cuyo armamento eran 6 cañones BR de 8 cm. Por
35
Adriano López Morillo, Memorias sobre la segunda reincorporación de Santo
Domingo a España, Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos;
Editora Corripio, 1983, vol. I, libro I, pp. 194-199.
512
Luis Alfonso Escolano Giménez
último, del cuerpo de Ingenieros: una compañía (154 hombres).
En total, integraban la expedición 2,425 hombres, que contaban
con 154 caballos y 6 cañones. Al mando de todos ellos iba el brigadier Peláez de Campomanes, pero mientras durase la navegación el general de la Armada Gutiérrez de Rubalcava sería el jefe
principal de las tropas. Estas iban a bordo de las fragatas de hélice
Blanca y Berenguela, «de porte de 38 cañones con 350 caballos de
fuerza auxiliar»; el vapor de ruedas Isabel la Católica, de 500 caballos con 17 cañones; y sus similares Velasco, de 6 cañones con 500
caballos, y Blasco de Garay, de 6 y 350, respectivamente. También
formaba parte de la escuadra el vapor mercante Pájaro del Océano,
así como un bergantín con material de guerra y de hospitales. Los
tripulantes de estos barcos eran 1,800 hombres, entre marineros y
soldados, y la potencia de fuego de los mismos eran 105 cañones
de los calibres de 68 y 32, además de los de las embarcaciones
menores y los de desembarco, todos ellos modernos.36
Tales datos dan una idea clara de la muy considerable envergadura de la expedición, y permiten deducir que esta no se había
organizado en el escaso tiempo transcurrido desde que se recibió
en La Habana la carta de Santana en la que este anunciaba la
inminencia de la anexión, en torno al día 22 de marzo, sino que
probablemente había empezado a prepararse incluso antes de
que Álvarez llegase a la capital cubana el 18 de marzo.
Así, en la madrugada del día 30 las fuerzas expedicionarias
comenzaron a embarcar en sus respectivos buques, operación que
terminó a las ocho de la mañana, pues todo el material se encontraba ya a bordo desde el día anterior. López Morillo señala que
«los barcos que componían la escuadra eran todos buenos y bien
artillados, sus tripulaciones veteranas en su mayoría, las fragatas
y goletas del tipo de las de combate de aquella época», y en tono
optimista afirma que podían entregarse sin preocupación «a los
azares del mar y de la guerra». Es más, en Santo Domingo la escuadra debía encontrar los vapores Pizarro, Hernán Cortés y Don Juan
de Austria, y la goleta de hélice Isabel Francisca, con lo que España
reuniría en esas aguas «una escuadra que nada tenía que temer a
36
Ibídem, pp. 190-191.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
513
las de los Estados Unidos, si hubieran querido intervenir en aquel
suceso». Por último, había que sumar a todos estos buques las fragatas Petronila, Lealtad y Esperanza, así como la Princesa de Asturias,
cuya llegada desde la península se esperaba en breve, de lo que el
subteniente extraía la conclusión de que España era la nación, en
aquellos momentos, de mayor poder naval y militar en América.
En esta misma línea triunfalista, López Morillo narra también el
momento de la partida con un tono patriótico muy elocuente y
emotivo:
No sé por qué, a pesar de lo temprano de la hora, circuló por
La Habana la noticia de nuestro embarque. Ello es que a las
nueve los muelles estaban tan atestados de personas que se
comprendía que aquella concurrencia no era normal. Era
aquel día sábado de Gloria; como sabemos, es costumbre en
España que a las diez se icen las banderas al tope, haciendo
los fuertes y baterías una salva de 21 disparos de cañón.
Poco antes de aquella hora, hizo la Capitanía señales de largar […]. Salimos en línea de fila y al pasar por delante de
los muelles y fuertes fuimos saludados por los vivas y aclamaciones de los numerosos espectadores y por la guarnición
de la Cabaña y el Morro, a la vez que las músicas tocaban
la Marcha Real. Por ser las diez, las banderas se izaban y
los cañones tronaban con motivo de la solemnidad del día.
Todo contribuía a que resultara entusiasta y conmovedora la
despedida, que estábamos muy distantes de esperar.37
Los soldados no sabían aún hacia dónde se dirigían, y cuando los muelles, aparte de los trabajadores, se fueron llenando
de curiosos que contemplaban atónitos a las tropas, «sin comprender adónde se destinaban aquellos aprestos bélicos», por
lo que preguntaban continuamente a los soldados, estos ignoraban qué debían responder. Sin embargo, los oficiales habían
sido informados la noche anterior, al menos los del batallón de
la Corona, de modo que ya sabían cuál era su destino, y cuando
37
Ibídem, pp. 194-196.
514
Luis Alfonso Escolano Giménez
los soldados lo oyeron, todos ellos decían a sus oficiales con
extrañeza: «¿A Santo Domingo? […], mirándose unos a otros»,
pues muchos quizás pensaran que se dirigían a México. No obstante, algunos miembros de la expedición fueron conscientes casi
desde que salieron de los riesgos que conllevaba su misión en la
isla vecina, como pone de manifiesto el propio López Morillo al
afirmar que durante la travesía los oficiales acababan siempre
hablando acerca de la reincorporación de Santo Domingo. Este
asunto se examinaba y discutía «con más o menos acierto, no
faltando algún suspicaz que expusiera sus dudas respecto a la espontaneidad de la anexión», aunque la mayoría no aceptaba tal
suposición, y marchaba poseída del mayor entusiasmo, creyendo
con sinceridad lo que Santana había dicho a los dominicanos en
su alocución. En cualquier caso, según el subteniente, «toda duda
en aquel sentido era ahogada por numerosos y amplios argumentos», sugeridos por la «candidez» de la mayor parte de los hombres
que se encontraban embarcados en una empresa cuyo desastroso
desenlace no podían entrever, puesto que iban «demasiado engañados y confiados para poder leer en el porvenir».38
El resurgimiento del poderío español que parecía presagiar la
ambiciosa expedición que zarpó de La Habana en un día tan simbólico como aquel 30 de marzo, sábado de gloria, no era más que
un sueño que, eso sí, hacía vibrar a todos con las posibilidades de
un engrandecimiento demasiado tentador, al menos en apariencia,
para no sucumbir ante él. Así fue también en la península cuando
se conocieron las primeras noticias de lo que estaba ocurriendo
en el territorio dominicano, una reacción que quizás cabe comprender mejor si se tiene en cuenta el papel jugado por el factor
sorpresa, que sin duda produjo el efecto buscado por Santana y su
grupo de colaboradores al actuar como lo hicieron. Es necesario,
pues, valorar hasta qué punto esta situación fue determinante en la
decisión final de aceptar la anexión de Santo Domingo a España,
o si, en cambio, la forma en que sucedieron los acontecimientos
no alteró en lo sustancial una decisión adoptada ya en tal sentido
por parte del ejecutivo de Madrid, análisis para el cual hay que
38
Ibídem, pp. 194 y 200.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
515
retroceder algo en el tiempo. El estudio más detallado de ciertos
aspectos previos al desenlace puede permitir una mayor matización
de las diversas actitudes, y de las consiguientes responsabilidades,
de unos y otros actores en la obra que se estaba representando, y
cuyo final, pese a su precipitación, no por ello era menos susceptible de haberse previsto con la antelación necesaria.
En este sentido, De la Gándara menciona el despacho de
O’Donnell del 8 de diciembre de 1860, en el que el jefe del ejecutivo admitió la hipótesis de la anexión, lo que naturalmente fue
transmitido a Santana, como «era racional y hasta necesario que
ocurriera». De otro modo, sería difícil explicarse cierto párrafo
del discurso pronunciado por el presidente ante el Senado, el 27
de febrero de 1861, en el que se refirió a la misión de Ricart en
La Habana, y que decía así: «Para cubrir el déficit […] y con el
fin de retirar el papel moneda circulante», el Gobierno dominicano mandó un comisionado a Cuba a contratar un empréstito,
«y aunque halló desgraciadamente aquel mercado en disposición
de necesitar para sí lo que nosotros le pedíamos, no ha sido del
todo infructuoso su viaje». A juicio de dicho autor, Santana no
podía estar hablando de más frutos que de los relativos a sus negociaciones, todavía secretas, con España, y acto seguido expresa su
convicción de que, si bien el gobernador de Cuba estaba resuelto
a favor de la reincorporación, al enviar las tropas solo obedeció
lo que O’Donnell le había indicado. En efecto, el presidente del
Consejo de Ministros estipuló en su mencionada comunicación
que «no se enviasen tropas a Santo Domingo hasta después de
hecha la anexión», por lo que Serrano cumplió escrupulosamente
sus órdenes. Como afirma De la Gándara, «esto era, aun dentro
de los errores que se cometieron, prudente y previsor», pero una
vez proclamada la soberanía española sobre el territorio dominicano, se juzgaba necesario enviar allá fuerzas militares que lo defendiesen. Es decir, en realidad la anexión ya había sido aceptada
por parte del ejecutivo de Madrid, aunque «estaba suspendida o
aplazada hasta que transcurriera el plazo fijado» por aquel, lo que
«contrariaba a Santana, cuyo plan se reducía a ejecutar cuanto antes y de cualquier modo el proyecto que había concebido y al que
516
Luis Alfonso Escolano Giménez
había fiado la consolidación de su poder». Por ello, cuando Ricart
regresó a Santo Domingo, «presidente y ministro discurrieron el
medio de abreviar ese plazo», para lo cual se valieron hábilmente
de una cláusula de las ya citadas instrucciones de O’Donnell, que
ordenaba impedir a toda costa que se anticipase ninguna nación a
los deseos de España. De hecho, para esa eventualidad prescribía
que se acogieran sin demora los votos de los dominicanos, algo
que por supuesto «abría camino» a la impaciencia de Santana y
Ricart, quienes «entraron resueltamente por él», según se deduce
del contenido del primer despacho que el ministro de Relaciones
Exteriores remitió a Serrano desde Santo Domingo, el 7 de marzo.
En el mismo, tal como se ha señalado más arriba, aquel le informó de las gestiones que Patterson estaba llevando a cabo ante el
Gobierno dominicano para obtener concesiones a cambio de un
importante empréstito; le dio a conocer la amenazante actitud
de Haití; y por último pidió que el Gobierno español acortase el
plazo establecido para la anexión. Sin duda, se trataba de demasiadas coincidencias como para no considerarlo, cuando menos,
sorprendente, en palabras del general De la Gándara. Así es: casualmente la única hipótesis que había admitido O’Donnell para
abreviar el plazo impuesto fue planteada de inmediato por el
ejecutivo de Santo Domingo, que con ese pretexto pidió lo único
que no convenía a España y su Gobierno rechazaba, siempre a
juicio de De la Gándara. Tanto era el interés de Santana en ello,
que solo un día después de que Ricart enviara su comunicación a
Serrano, el vicepresidente Alfau también escribió al gobernador
de Cuba, y le insistió en la necesidad de acortar ese plazo, para
lo cual echó mano del siguiente argumento:
El gabinete de Madrid […] se ha preocupado mucho, tal vez
más de lo que era menester de la situación de las cosas fuera
de la República, y ha tomado poco en cuenta la que se le
creaba a un pueblo a quien se hace entrever un cambio en
su situación, sujetándole luego para que no lo lleve a cabo.39
39
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, pp. 150-156.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
517
De la Gándara sostiene con acierto que el jefe del ejecutivo
español «no contaría ciertamente con esto al aceptar en principio
la anexión como lo hizo» en su despacho del 8 de diciembre de
1860, ya que «quizás pensaba contener, dirigir y regularizar aquel
movimiento, cuyas últimas consecuencias y definitivo resultado admitía desde luego». En opinión de dicho autor, este hecho prueba
que O’Donnell «no solo se equivocó en cuanto al fondo» de todo
el problema, «sino que tampoco pudo apreciar con exactitud ni
supo prevenir cauteloso las contingencias de su desarrollo, incurriendo así en un doble error que oscurece y debilita su fama de
estadista». A pesar de la evidente postura crítica de De la Gándara
hacia la gestión del asunto que se hizo desde Madrid, ello no obsta
para compartir su criterio de que el presidente del Consejo de
Ministros «no conoció entonces dónde se hallaba el verdadero
interés de España, y si lo conoció no tuvo el carácter necesario
para defenderlo». Es más, continúa el autor, aunque lo hubiese
tenido, «tampoco dio muestras de poseer el tacto y la discreción
indispensables para apreciar exactamente el valor de sus recursos
y de sus medios de acción», por lo que concluye que «no por otro
motivo se precipitaron los acontecimientos en Santo Domingo,
resultando a la postre una cosa muy distinta de lo que convenía a
España». En definitiva, el resultado de las negociaciones mantenidas en La Habana bastó para que el Gobierno dominicano se
creyera en condiciones de dar el paso último y decisivo, y tras el
regreso de Ricart «todo se apercibió para el desenlace». En lo que
la tesis defendida por De la Gándara resulta más discutible es en
el punto relativo al papel desempeñado por los representantes de
España en el área, quienes según este autor podían «decir en su
descargo que el presidente Santana fue en este camino más allá
de sus propios deseos». De la Gándara lo considera «ciertísimo»,
toda vez que ni en la península ni en Santo Domingo «estaban
los proyectos de anexión tan adelantados como para producir
el efecto inmediato, que con asombro general» se produjo en
marzo de 1861, debido a que Santana supo «forzar la máquina»
al ver «cercano y favorable el éxito y quiso apresurarlo». En efecto, «su plan había consistido en alejar la posibilidad de ciertas
518
Luis Alfonso Escolano Giménez
resistencias», y cuando estuvo «seguro ya de esto obró, recogiendo
el fruto reservado siempre a los hombres políticos de verdadero
carácter y de indiscutible resolución». Las primeras informaciones oficiales del hecho consumado que se recibieron en Madrid
fueron una comunicación dirigida por el vicecónsul de España
en Santo Domingo al ministro de Estado, en la que le anunciaba
la inminencia de la anexión, copia de la que había remitido al
gobernador de Cuba, fechada el 14 de marzo; así como otra de
Serrano a dicho ministro, del día 26, con la confirmación de esa
noticia. Junto a su despacho, el gobernador hizo llegar a Madrid
una carta que Santana había escrito a Isabel II, en la que, con
estilo grandilocuente, aquel declaraba que el pueblo dominicano,
«dando suelta a los sentimientos de amor y lealtad», desde hacía
«tanto tiempo […] comprimidos», había proclamado a Isabel II,
«unánime y espontáneamente, por su reina y soberana».40
En su comunicación del 26 de marzo al ministro de Estado,
Serrano le informó de que había enviado a Madrid a su ayudante,
el teniente coronel García Rizo, para que diese al Gobierno todos
los detalles necesarios sobre lo ocurrido en Santo Domingo. En
su misiva, Serrano manifestó «su sorpresa ante el hecho de la anexión» y expuso al ministro de Estado su interpretación acerca de
tales acontecimientos, que Jaime Domínguez resume así:
Santana nos ha puesto frente al hecho ya consumado. O
abandonamos la República Dominicana o la anexionamos.
Si la abandonamos, es inminente su caída en manos de los
haitianos o en manos de los norteamericanos, asunto que a
todo precio debemos evitar de acuerdo con las instrucciones del 8 de diciembre de 1860.
En consecuencia, como ya se ha visto, el gobernador de Cuba
despachó una importante expedición a Santo Domingo, justo al
día siguiente de que llegasen a La Habana los comisionados de
Santana, Apolinar de Castro y Jesús María Heredia, quienes eran
40
Ibídem, pp. 156-158 y 405. La carta de Santana a Isabel II está fechada en
Santo Domingo, el 18 de marzo de 1861 (las cursivas son del autor).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
519
portadores de tres cartas. En una de ellas, dirigida a Serrano por
Antonio Abad Alfau, este aseguraba que no habían podido «contener el pronunciamiento de los pueblos», y otra era la ya mencionada de Santana a la reina. En la tercera, Santana dijo a Serrano
que «las infinitas manifestaciones de los pueblos del interior y la
franca decisión que manifestaban a verificar por sí y ante sí los
pronunciamientos, llegaron a constituir un gravísimo embarazo
para el Gobierno». Según Santana, el ejecutivo dominicano «procuró, en vano, persuadir a esos habitantes de la conveniencia que
había de retardar en algo más su resolución», pero se vio obligado
por las circunstancias a acceder «a tan justos deseos», por lo que
desde ese momento Santo Domingo quedaba bajo la fuerte protección del Gobierno español.41
La primera respuesta oficial al hecho anunciado por Gómez
Molinero lleva la fecha del 19 de abril, aunque se trata tan solo
de un acuse de recibo.42 El primer documento en el que consta
la decisión de aceptar el hecho consumado de la anexión es el
despacho que envió el ministro de Estado a Serrano, el 24 de abril,
en el que le dice que había sido fácil para el ejecutivo de Madrid
«reconocer la grave y delicada situación» en que se había encontrado el capitán general de Cuba. Calderón Collantes se limitaba a
constatar que los acontecimientos se habían precipitado contra la
voluntad de aquel, «y a pesar de las resoluciones terminantes del
Gobierno» español. Acto seguido, el ministro hizo una encendida
defensa del paso dado por la República Dominicana, que amenazada en su existencia por enemigos exteriores, había «querido
conjurar los inminentes peligros que la circundaban invocando
el amparo del gran pueblo que dio a conocer su territorio, y que
llevó a él la luz del evangelio, y los principios de la civilización».
Calderón también justificó abiertamente la decisión de Serrano
de enviar tropas, al señalar que este «oyó su voz, y sensible a los
acentos del patriotismo más que a los cálculos fríos del interés y
41
42
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 133-134. El autor cita AGI, Cuba 2266
(documento reproducido en la Colección Herrera, que se conserva en el
AGN).
AGA, AAEE, 54/5224, No. 10, Comyn-vicecónsul de España en Santo
Domingo, Madrid, 19 de abril de 1861.
520
Luis Alfonso Escolano Giménez
de la conveniencia se dispuso para acudir a su socorro y evitar que
el pueblo dominicano pudiera sufrir la menor disminución en la
integridad de su territorio, y el más leve ataque en su independencia». En efecto, a juicio del ministro, Serrano había comprendido
«a fondo las intenciones y proyectos del Gobierno de la Reina y
[…] arreglado fielmente su conducta a las instrucciones que había recibido». Calderón continuó con las siguientes palabras, muy
reveladoras de la actitud que iba a adoptar el Consejo de Ministros
respecto a la anexión:
El Gobierno de S. M. no podía ser indiferente jamás a la
suerte de la parte española de la isla de Santo Domingo.
Abandonarla a merced de las intrigas extranjeras, exponerla
a las invasiones de una raza enemiga, hubiera sido un error
gravísimo en política, y un olvido completo de todo sentimiento de honor y hasta de humanidad.
Pero si esta era la línea de conducta que el Gobierno de S.
M. había trazado, consta a V. E. su propósito de respetar en
todas sus relaciones con el pueblo dominicano la independencia y la soberanía de que estaba en posesión en virtud del
reconocimiento de aquella hecho por España en el tratado
de 1855. El Gobierno de S. M. ha querido siempre y quiere
hoy más que en ninguna otra época que aquel pueblo siga
los deliberados impulsos de su inteligencia y de su voluntad
sin coacción y sin consejos extraños. Por eso se ha limitado a oír sus peticiones y la manifestación de sus deseos, sin
mezclarse directa ni indirectamente en sus deliberaciones,
ni en los acuerdos que sus circunstancias especiales hicieran
necesarios.
Calderón reiteró de nuevo que las medidas adoptadas por el
gobernador de Cuba, consideradas bajo este aspecto, eran «por lo
mismo conformes a las instrucciones» que se le habían comunicado. No obstante, aquel le advirtió de que el ejecutivo de Madrid se
mostraría «tan severo […] en su observancia, que para tomar una
resolución definitiva en este grave negocio» esperaba las pruebas
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
521
que Serrano suministrara «de la espontaneidad y unanimidad»
con que se había proclamado la incorporación de Santo Domingo
a la monarquía española. En este sentido, el ministro mencionó
concretamente
las actas de las corporaciones que para consignar sus votos
habrán consultado también los de sus administrados, la
paz, la seguridad y la confianza que reinen en el territorio
dominicano, y la unión de todos sus hijos demostrarán al
Gobierno de S. M., que aceptando la reunión no lastimará
ningún principio, ningún interés, ninguna consideración
de las que todos los Gobiernos deben guardar en asuntos de
tanta trascendencia.
Sin embargo, el Gobierno español quería que los dominicanos conociesen «extensamente sus intenciones y propósitos antes de poner el sello a la reunión de los dos pueblos», que una
vez consumada legalmente debía ser «sólida e irrevocable». Así
pues, Calderón confirmó que la esclavitud estaba abolida en Santo
Domingo, y que su Gobierno la consideraba «como un mal funesto» de los muchos que afligían a las sociedades, «pero como un mal
necesario en algunas regiones», por lo que si bien no la aboliría en
Cuba ni en Puerto Rico, no la establecería en Santo Domingo ni la
consentiría allá bajo ninguna forma. El ministro pasó a referirse a
los aspectos relativos a la futura organización de Santo Domingo,
que estaba «colocado entre dos provincias españolas gobernadas
por leyes especiales según la Constitución de la monarquía», e
indicó que si en cuanto a la esclavitud cabía que no se restableciera en un punto, y se mantuviese en los otros, «no sería posible
que tuvieran una legislación distinta, ni derechos de que no disfrutasen todos sus moradores». Calderón admitió la posibilidad
de «modificaciones en la administración municipal y económica,
en la organización de los juzgados y tribunales», así como en la
forma de ejercerse la autoridad política y militar, pero dejó claro
que «estas diferencias hijas de las circunstancias particulares de
los respectivos pueblos» no alteraban el principio constitucional
522
Luis Alfonso Escolano Giménez
de que las provincias ultramarinas debían administrarse mediante
leyes especiales. De este modo, el ministro consideró necesario
precisar que, aunque eran sin duda «legítimos siempre los actos
de un Gobierno legalmente constituido», y «aun siéndolo su reconocimiento por otro pueblo al tratarse de confundir dos existencias sociales en una», podía «envolver consecuencias, y arrastrar
en pos de sí una grave responsabilidad». Según Calderón, pese
a que esto no era de temer en el caso actual, la razón política
aconsejaba el examen detenido que había recomendado Serrano.
A continuación, admitió que el ejecutivo de Madrid ignoraba cuál
era el importe de la deuda, y la forma en que la misma estaba reconocida por la República, así como el papel circulante que la representaba, y «todas las circunstancias […] indispensables para tomar
una resolución acerca de este importante asunto». El ministro
adelantó que, en cualquier caso, era evidente que la amortización
debía realizarse de modo que no impusiera un gravamen considerable a la nación española. Dicha amortización debería recaer
sobre los créditos emitidos legalmente, y teniendo en consideración el valor efectivo que hubiesen tenido en el mercado, ya que
el papel moneda del Gobierno dominicano, desde el principio,
había «sufrido tal depreciación que lo reducía a una insignificante
estimación». Calderón indicó al gobernador de Cuba que las noticias e informes que comunicara a Madrid sobre este particular
ejercerían bastante influencia para fijar la resolución del Consejo
de Ministros, pese a lo cual le aseguró que la misma no estaría
inspirada «por un cálculo de sórdido interés ni por un deseo de
engrandecimiento». En la conclusión de su despacho, el ministro
de Estado recapituló así el modo de proceder del Gobierno español con respecto a los sucesos de Santo Domingo:
Espera pues el Gobierno de S. M. los informes exactos que
V. E. le comunicará sin duda respecto a la espontaneidad y
unanimidad del movimiento verificado en Santo Domingo,
a la paz que disfrute, y a la confianza que anime a todos sus
moradores de que al amparo del trono de nuestra [...] soberana han de gozar de todos los beneficios que alcanzaron
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
523
en otros tiempos, y de que les privó más que su voluntad
extraviada la traición y la violencia de que fueron víctimas.
Cuando el Gobierno de la reina tenga seguridad de que el
pueblo dominicano ha pronunciado su voto de incorporación a la monarquía española con la libertad necesaria y la
plenitud de su soberanía, cuando tenga seguridad de que
acepta las bases y principios enunciados en esta comunicación la resolución será inmediata y firme. Adoptada, el
Gobierno de S. M. no retrocederá ante ningún obstáculo
ni complicación. Entre tanto V. E. puede conservar la actitud que ha tomado para la seguridad y protección de Santo
Domingo.
V. E. deberá dar conocimiento de aquellas al señor Santana
para que las transmita a su vez a todas [las] autoridades y
personas influyentes de Santo Domingo, y el Gobierno de S. M.
se felicitará de que pueda dar V. E. una seguridad perfecta
y absoluta de que se hallan en completa armonía con los
sentimientos de toda la población.43
Con todos los antecedentes ya expuestos, no sorprende en absoluto que la decisión final del gabinete O’Donnell fuese la que cabía
esperar. La misma se publicó de forma oficial el 20 de mayo, por medio del correspondiente real decreto, cuyo articulado es muy breve:
La reina [...] se ha dignado expedir el real decreto siguiente:
En consideración a las razones que me ha expuesto mi
Consejo de Ministros, acogiendo con toda la efusión de
mi alma los votos del pueblo dominicano, de cuya adhesión y lealtad he recibido tantas pruebas, vengo en decretar lo siguiente: Artículo 1.º El territorio que constituía la
República Dominicana queda reincorporado a la monarquía. Artículo 2.º El capitán general gobernador de la isla de
Cuba, conforme a las instrucciones de mi Gobierno dictará
43
AHN, Ultramar, Santo Domingo, 5485/2, doc. No. 1, Calderón Collantesgobernador de Cuba, Aranjuez, 24 de abril de 1861 (el documento es un
traslado desde el Ministerio de Estado al de Guerra y Ultramar, fechado en
Madrid el 22-V-1861).
524
Luis Alfonso Escolano Giménez
las disposiciones oportunas para la ejecución de este decreto.
Artículo 3.º Mi Gobierno dará cuenta a las Cortes del presente decreto y de las medidas adoptadas para su cumplimiento. Dado en Aranjuez a 19 de mayo de 1861.44
El 23 de mayo, antes de tener conocimiento de dicho decreto,
Serrano comunicó oficialmente a Santana la respuesta que había
recibido del ejecutivo de Madrid, y pese a que esta no era aún
definitiva, se dirigió a él como gobernador y capitán general de
Santo Domingo, lo que da idea de que la anexión ya había sido
aceptada, si no de iure, al menos de facto. En su escrito, Serrano
recordó a Santana que la condición que desde un principio había
«creído indispensable el Gobierno de la reina para la unión de
Santo Domingo a España» era que «antes de consumarse este acto
demostrasen los dominicanos su libre y espontánea voluntad de
llevarlo a cabo». Tal condición, continuó el general, ya se había
cumplido en esos momentos, y añadió que el Gobierno español
no establecería la esclavitud en Santo Domingo, ni la consentiría bajo ninguna forma. Acto seguido, Serrano se refirió a la ya
mencionada política del ejecutivo de Madrid con respecto a la
gobernación interior del país, en el sentido de regirlo por leyes especiales, como se practicaba en las demás provincias ultramarinas
pertenecientes a la monarquía. No obstante, al mismo tiempo que
el Gobierno español proponía «esta condición tan natural como
justa a los habitantes» de la que debía ser una nueva provincia de
España, su intención era «emplear una política amplia y liberal al
resolver las diferentes cuestiones prácticas en los diversos ramos de
la administración interior». Así pues, concluyó Serrano, el ejecutivo de Madrid procuraría «respetar en lo municipal, económico y
judicial todas las exigencias» que se derivaban de las condiciones
especiales de un pueblo que había «gozado de independencia
propia por un determinado espacio de tiempo».45
44
45
Ibídem, 5485/3, doc. No. 1 (el documento, firmado por el presidente del
Consejo de Ministros, Leopoldo O’Donnell, está fechado en Madrid el 20-V1861, y se dio traslado del mismo a los gobernadores de ultramar, el 25-V-1861).
Ibídem, 5485/5, doc. No. 3, Serrano-gobernador capitán general de Santo
Domingo, La Habana, 23 de mayo de 1861 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
525
Después de transmitirle las instrucciones que había recibido
del Gobierno español, el capitán general de Cuba pidió a Santana
que explorase, como juzgara más conveniente, «la voluntad de
esos habitantes», y le contestase si aceptaba las bases propuestas
por España para aceptar la reincorporación del territorio dominicano. En caso de que la respuesta de aquel correspondiera «a las
miras ya exploradas» del ejecutivo de Madrid, Serrano anunció
su propósito de trasladarse a Santo Domingo, «con el objeto de
inaugurar la difícil empresa de su organización, y proponer desde
allí, con pleno conocimiento de las cosas», al Gobierno español
las diferentes medidas que requiriesen la aprobación del mismo.46
En respuesta a la comunicación de Serrano, Santana aseguró que el pueblo dominicano, que había expresado «su deseo
de reincorporarse a su Madre Patria de una manera tan libre y
espontánea firmando las actas» que le había dirigido «como testimonio fiel de su genuina voluntad», se felicitaba de un resultado
que colmaba «sus más ardientes deseos». Por ello, el mandatario
aceptó «desde luego las bases de la organización general del país»
propuestas por el gabinete O’Donnell, y en último lugar expresó
al gobernador de Cuba su esperanza de verlo en breve en Santo
Domingo para comenzar la reorganización del país, «colocando
de ese modo la última piedra del edificio que con tanto celo» había levantado el propio Serrano.47
La cuestión de la esclavitud dio pie a interpretaciones y rumores interesados que llevaron a Santana a adoptar una medida drástica contra quienes hablaran del restablecimiento de la
esclavitud, dado que era «esta la clase de propaganda con que
los haitianos y sus partidarios» habían tratado de «perturbar el orden», tras proclamarse la anexión. Así, en la misma orden del día
que publicó Santana para anunciar de manera oficial que la reina
Isabel II había aceptado la reincorporación de Santo Domingo a
España, señaló que «una de las bases principales» de esa aceptación era que no se restablecería «jamás la esclavitud en la parte
46
47
Ibídem.
Ibídem, 5485/9, doc. No. 2, Santana-gobernador de Cuba, Azua, 16 de junio
de 1861 (es copia).
526
Luis Alfonso Escolano Giménez
española de Santo Domingo», y que no la consentiría «bajo
ninguna forma». Por ello, Santana ordenó que todo el que en
adelante hablara del restablecimiento de la esclavitud en el país
fuese «juzgado sumariamente por el Consejo de Conspiradores y
condenado, sin apelación a la pena de muerte, como reo de alta
traición»,48 aunque cabe preguntarse si el flamante gobernador
podía actuar de este modo, o si más bien se estaba extralimitando
en el uso de sus atribuciones.
Sin embargo, el problema más grave al que debía enfrentarse
la nueva administración española en Santo Domingo era quizás
el ocasionado por la situación financiera del país, y de manera
muy particular en lo referente a la amortización del papel moneda emitido por los diversos Gobiernos dominicanos. La necesidad
de obtener datos al respecto para poner un poco de orden en las
cuentas públicas, y proceder así al saneamiento de la hacienda,
hizo que las autoridades españolas solicitaran un informe a Ricart
y Torres, quien fue ministro del ramo hasta la anexión y después
había pasado a desempeñar el cargo de director de Hacienda.
Este dirigió a Gutiérrez de Rubalcava algunas «notas» que solo
eran una parte del trabajo que Rubalcava le había encargado, ya
que a pesar de sus esfuerzos no había podido «reunir todos los documentos […] indispensables para formar un estado tan exacto»
como el que necesitaba el jefe de las fuerzas expedicionarias. En
cualquier caso, Ricart le aseguró que todo lo relativo a la deuda
pública interior y exterior, así como a las rentas, al valor de las
importaciones y exportaciones, y al catastro general de los bienes
nacionales, formaría parte de un segundo trabajo que el ex ministro remitiría a Gutiérrez de Rubalcava a La Habana.49
En sus notas, el ministro se limitó a hacer un repaso de los
hechos más relevantes con respecto a la cuestión monetaria, pero
48
49
AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006. El documento es un
impreso firmado por «Pedro Santana, capitán general de la parte española
de Santo Domingo», cuartel general en Azua, 18 de junio de 1861.
AHN, Ultramar, Santo Domingo, 5485/4, doc. No. 3, Ricart y Torrescomandante general de Marina del apostadero de La Habana y general en
jefe de las fuerzas expedicionarias de mar y tierra en Santo Domingo, Santo
Domingo, 18 de mayo de 1861 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
527
sin aportar datos concretos sobre la misma, pese a lo cual resulta
interesante tenerlas en cuenta, puesto que permiten conocer la
información de la que dispuso el ejecutivo español a la hora de
aplicar su política en esta materia. Ricart comenzó por los acontecimientos que se habían producido a raíz del levantamiento
cibaeño en 1857, tras la emisión monetaria de la administración
del presidente Báez, y señaló lo siguiente:
El Gobierno revolucionario [...] decretó la anulación de
dicho papel moneda, desconociéndole y tratándole como
emanado de una falsificación: lo que produjo un grande
estanco en manos de los comerciantes extranjeros domiciliados en Santo Domingo. Pero más tarde en 1859, [...]
los Gobiernos francés e inglés apoyando sus reclamaciones
con una escuadrilla aliada, hicieron que el Gobierno dominicano reconociera el derecho de sus respectivos súbditos a ser indemnizados de los perjuicios que con dicho
papel moneda Báez, habían recibido, y por el protocolo
que ambas partes firmaron se reconoció ese papel como
deuda nacional, a razón de 8,000 pesos por onza de oro
[...]. A más de esta deuda gravitaba sobre las cajas públicas
otra muy considerable, por vales librados a muchos ciudadanos durante la guerra civil para el abastecimiento de las
tropas, equipo de la flotilla, y otras necesidades imperiosas. El Gobierno se aplicó muy especialmente a amortizar
esta deuda, de la cual en el día queda un guarismo casi
insignificante.
Pero los sacrificios que han sido necesarios para hacer
frente a tales compromisos han dejado exhausto el erario
nacional: deseando nuestro Gobierno que el papel moneda
adquiera gradualmente un valor menos irrisorio que el que
tenía, solo pudo conseguirlo evitando su emisión (la que no
se hizo sino cuando se creyó inminente una invasión haitiana) y manteniendo la tasación de 250 por peso fuerte, para
el cobro de derechos fiscales, lo que si bien establecía al
principio una notable diferencia, en desventaja del fisco, del
528
Luis Alfonso Escolano Giménez
cambio corriente en el comercio, dio al cabo por plausible
resultado el que igual guarismo haya podido ser establecido
por este desde hace algún tiempo, para las transacciones
comerciales; objeto que motivó la medida.
Por consiguiente el [...] general Santana por decreto fecha
16 de marzo ha fijado también definitivamente a 250 pesos
nacionales por uno fuerte la garantía fiscal del papel moneda, temiendo y con fundamento, que cerrada la puerta
a toda nueva emisión, pudiera algún especulador hacer un
estanco o monopolio del papel moneda, para que influyendo la escasez como es natural en su precio subiera este,
pudiendo entonces realizarse un gran beneficio a costa del
erario. Medida justa y prudente que asegura los intereses de
todos, y facilita la amortización.50
Con este falseamiento de la realidad, el director de Hacienda
intentaba ocultar las sucesivas y gigantescas emisiones monetarias realizadas en los últimos años de la administración santanista, y justificar el último tipo de cambio fijado por el Gobierno
dominicano para el papel moneda, que era muy superior a su
verdadero valor fiduciario. Precisamente con relación a este punto, Serrano indicó a su colega de Santo Domingo que la medida
adoptada el 16 de marzo «fue muy propia para prevenir abusos,
y negociaciones ilícitas en el caso de recogerse por el Gobierno
español la masa de papel moneda» que circulaba en ese país.
No obstante, Serrano creyó conveniente recomendar a Santana
que pusiera especial cuidado en evitar que se hicieran falsificaciones de los bonos o asignados que representaban legalmente
la deuda interior, cuyo exceso podría traer consigo, en aquellas
circunstancias, «el incentivo del lucro» que «la codicia de algunos» pudiese encontrar en la que se creía próxima amortización
de dicho papel moneda.51
50
51
Ibídem. Informe redactado por Pedro Ricart y Torres, fechado en Santo
Domingo el 18 de mayo de 1861 (es copia).
Ibídem, 5485/5, doc. No. 5, Serrano-Santana, La Habana, 24 de mayo de
1861 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
529
A pesar de los serios problemas que planteaba a España la
posesión de Santo Domingo, el ejecutivo de Madrid no pareció
ser demasiado consciente de la gravedad de los asuntos a los que
se tenía que enfrentar, algunas veces con repercusiones importantes también en el plano de las relaciones internacionales, como
en el caso de la esclavitud. De hecho, las presiones diplomáticas
ejercidas por parte de Gran Bretaña en este aspecto fueron muy
fuertes, lo que dio lugar a que el Gobierno español prohibiera que
en la isla de Santo Domingo se entablase «procedimiento alguno
para averiguar el paradero de esclavos procedentes de Cuba y de
Puerto Rico», que se hubieran refugiado en aquella isla antes de
su reincorporación a España.52
No obstante, como medida complementaria a la anterior,
el director general de Ultramar remitió a los gobernadores de
Cuba y Puerto Rico una comunicación en la cual señalaba que,
«no existiendo en la isla de Santo Domingo la esclavitud», que
por el contrario era legal en las otras dos, se hacía «necesario
conciliar en lo posible estas encontradas circunstancias». Para
ello, el ejecutivo había estipulado que «bajo ningún concepto»
se admitiesen en la nueva provincia española los negros procedentes de ambas islas, «siendo los que intentaren desembarcar
en aquella obligados a regresar al punto de donde hubieren
salido a costa propia, cuando fueren libres», o de sus dueños,
cuando se tratara de esclavos.53
Toda precaución era poca a la hora de evitar posibles conflictos
con otros países, de modo que las implicaciones internacionales
de la anexión fueron tenidas en cuenta, desde el primer momento, por el gabinete O’Donnell, que estuvo muy pendiente de la
reacción que provocaba la misma, sobre todo entre sus principales
aliados, Francia y Gran Bretaña, así como en su adversario más
peligroso, los Estados Unidos, pero también en Haití.
52
53
Ibídem, 5485/6, doc. No. 1, ministro de Guerra y Ultramar-gobernadores de
Cuba y Puerto Rico, Madrid, 24 de junio de 1861 (minuta; de este documento
reservado se dio traslado al ministro de Estado).
Ibídem, 3531/32, doc. No. 1, director general de Ultramar-gobernadores de
Cuba y Puerto Rico, Madrid, 24 de junio de 1861 (minuta).
530
Luis Alfonso Escolano Giménez
3. REPERCUSIÓN INTERNACIONAL DE LA PROCLAMA ANEXIONISTA
Las primeras noticias con fundamento que se recibieron en
Londres sobre la posibilidad cada vez más próxima de la anexión
de Santo Domingo a España están contenidos en un despacho
que remitió al Foreign Office el cónsul de Gran Bretaña en la
capital dominicana, fechado el 8 de marzo de 1861, y que no
llegó a su destino hasta el 13 de abril. En efecto, Hood indicaba
que una fuente fiable le había confirmado la información que
había comunicado a Russell el 5 de enero anterior, relativa a
un protectorado español sobre Santo Domingo, e incluso señaló
que, pese a la afirmación de Fernández de Castro en sentido
contrario, al parecer existía un acuerdo entre los dos países a ese
respecto. El mismo se iba a llevar a efecto de forma inmediata, y
estipulaba que bajo el protectorado, Santana y un oficial español
gobernarían conjuntamente el país, que debía ser protegido por
fuerzas militares y navales españolas. Según el agente, durante
dicho período se prepararían memoriales que firmarían los habitantes, pidiendo a la reina de España el restablecimiento de
la antigua colonia, y seis meses después de haberse enviado esos
pronunciamientos a España, se izaría en territorio dominicano
la bandera española, la isla volvería a su antigua condición de
colonia y Santana se retiraría con una pensión. También se había acordado que todos los oficiales dominicanos mantuviesen
sus respectivos rangos militares y sueldos, y el Gobierno español
se comprometía a liquidar las reclamaciones pendientes contra
el dominicano. Para corroborar estas noticias, Hood se refirió
además a la misión del ministro de la Guerra, Lavastida, en el
Cibao, a donde había viajado en compañía de un ingeniero español recién llegado de La Habana, y que los comandantes de
armas de Azua, San Juan y San Cristóbal habían sido llamados
a la capital, sin duda para darles instrucciones relativas a los
pronunciamientos. Es más, los generales Regla Mota y Puello,
comandantes de armas de Azua y San Juan respectivamente, estaban cada uno de ellos acompañados por un oficial español,
y la explicación dada para este movimiento inusual era que el
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
531
país estaba amenazado por una invasión haitiana, lo que hacía
indispensables estos preparativos. El diplomático añadió que
Ricart y Álvarez habían regresado de La Habana, acompañados
de Cruzat, de quien aquel pensaba que era la persona elegida
para representar a España en el Gobierno conjunto del país, con
Santana, y que había sido cónsul en Puerto Príncipe. Cruzat, tras
una breve estancia en Santo Domingo, se marchaba con Álvarez
a La Habana ese mismo día, cansado de la monotonía del lugar,
según había dicho a Hood, al que sin embargo anunció su intención de volver a la capital dominicana hacia finales de mes.
A juicio del representante de Gran Bretaña, la ocupación española de Santo Domingo, fuese como protectorado o fuese como
colonia, acabaría convirtiéndose en una amenaza para la independencia de Haití, y había informado de todo ello a su colega
francés, quien también escribía en esos momentos a París sobre
el asunto. Por último, Hood señaló que desde su comunicación
del 5 de enero había observado cuidadosamente la conducta y el
lenguaje de Zeltner, pero no había encontrado nada que justificara las sospechas que albergaba entonces con respecto a él. Por
el contrario, la conducta del cónsul de Francia hacia Hood en
esta cuestión había sido todo lo franca y leal que era de desear,
y nada mostraba por parte de aquel inclinación alguna hacia las
intrigas españolas.54
La confusión sobre el verdadero contenido de las negociaciones que se estaban desarrollando entre España y la República
Dominicana se refleja en el hecho de que, aun en fecha tan tardía
como el 30 de marzo, el Foreign Office transmitiese a su agente
en Santo Domingo copia de un despacho del plenipotenciario de
Gran Bretaña en Madrid, según el cual España no tenía intención
de aceptar el protectorado sobre la República Dominicana.55
Esta incertidumbre se disipó por fin cuando llegó a Londres,
el 13 de abril, una comunicación de Hood en la que este informó
54
55
TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 8 de marzo de 1861 (las
cursivas son nuestras; adviértase que Hood emplea el término «la isla», en
lugar de escribir la República Dominicana o Santo Domingo, que sería lo más
lógico).
Ibídem, Russell-Hood, Londres, 30 de marzo de 1861 (minuta).
532
Luis Alfonso Escolano Giménez
a Russell de los acontecimientos que se habían producido en
Santo Domingo, donde acababa de proclamarse la soberanía
española sobre la parte oriental de la isla. La sorpresa que este
hecho produjo en el diplomático se pone de relieve en sus propias palabras, a pesar de que en los despachos dirigidos por él al
Foreign Office durante el último año había dado noticia de las actividades desarrolladas por el Gobierno dominicano y los agentes
españoles. Según Hood, si bien se había estado llevando a cabo
lo que parecía una intriga que afectaba a la independencia del
país, nunca podría haber imaginado que el resultado de la misma
hubiera sido lo que acaba de ocurrir. De hecho, se había observado el mayor secreto a lo largo de todas las negociaciones que, sin
duda, habían durado más de un año. No obstante, los miembros
del Gobierno negaban, tanto oficialmente como en privado, la
idea de cualquier negociación, e incluso después del anuncio del
resultado de dichas negociaciones, el cónsul de España aseguró,
bajo palabra de honor, que estas lo habían cogido bastante por
sorpresa. Sin embargo, el representante de Gran Bretaña admitió
que desde comienzos de marzo se habían dejado correr los rumores relativos a la posibilidad del protectorado español, y que
el día 17 por la tarde se hizo circular ampliamente una invitación
impresa, convocando a los habitantes de la capital a reunirse en
la plaza a las seis de la mañana siguiente, para escuchar el resultado de las negociaciones. Ni Hood ni el resto de sus colegas
fueron invitados a asistir, y tampoco recibieron la menor indicación de lo que estaba a punto de suceder, por lo que los cónsules
de Francia y Gran Bretaña decidieron ir a título particular para
presenciar los actos, puesto que querían juzgar por sí mismos, y
no confiar en el testimonio de otros. Ambos llegaron un poco
antes de las seis de la mañana, hora a la que aún no había nadie
en la plaza. Hacia las siete tan solo habían llegado alrededor de
cincuenta personas, y entonces los representantes de las dos potencias europeas se dirigieron a la fortaleza, donde encontraron
algunas tropas regulares así como algunos miembros armados de
la Guardia Nacional, cuyo número total no superaba los trescientos hombres. A las ocho en punto se les ordenó dejar sus armas
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
533
apiladas, y acto seguido marcharon a la plaza, precaución esta de
la que Hood dedujo que parecía no tenerse confianza en la fidelidad del Ejército. Poco más tarde llegó Santana, acompañado
por el vicepresidente Alfau y sus ministros, así como por toda la
oficialidad española en Santo Domingo.56
En esos momentos ya había en la plaza aproximadamente 250
personas, de las que al menos 200 eran ciudadanos españoles y de
otros países, y no se veía ninguna bandera. Tras la lectura por parte
del ayuda de campo de Santana de la proclama en la que se declaraba la reincorporación de Santo Domingo a España, y siempre de
acuerdo con el relato del cónsul de Gran Bretaña, hubo unos pocos,
pero muy pocos, «vivas» desde el balcón, que fueron respondidos
por los españoles de la plaza, pero no por los dominicanos ni por
los soldados, ni por los extranjeros allí presentes. Acto seguido, en
la fortaleza se izó la bandera española, mientras que la dominicana
lo fue cerca de aquella en un mástil más pequeño, aunque al día
siguiente se quitó y no se la había vuelto a ver. Con respecto al viaje
del ministro Lavastida al Cibao, Hood señaló que su misión era reunir firmas para los manifiestos que debían pedir a Santana la proclamación de Isabel II como reina de España. El diplomático añadió
que en El Seibo, Azua, Baní y Cotuí los pronunciamientos tuvieron
éxito, de modo que se izó la bandera española el 18 de marzo, pero
en Santiago, San Francisco de Macorís y La Vega prevalecía un gran
descontento, y se creía que sus habitantes se opondrían a la anexión
a España, y proclamarían su anexión a los Estados Unidos, como a
menudo habían deseado hacer antes. Por otra parte, en la frontera
haitiana existía el mismo malestar, con la diferencia de que allí preferirían anexionarse a Haití.57
Hood indicó que ni siquiera en la capital había un solo dominicano, exceptuando a los miembros del último Gobierno, que
estuviese contento con la anexión a España, hasta el punto de
que se veía, e incluso se expresaba, una gran insatisfacción, pero
aquel también subrayó que nadie había tenido el coraje de ofrecer
56
57
TNA, FO 881/1012, «Papers relating to the cession of Santo Domingo to
Spain» (impreso para uso confidencial del Foreign Office, el 30-VII-1861. En
adelante se citará como «Papers»), No. 1, Hood-Russell, Santo Domingo, 21
de marzo de 1861.
Ibídem.
534
Luis Alfonso Escolano Giménez
resistencia alguna. Por entonces aún no se encontraba allí ningún
buque español de guerra, ni habían llegado tropas, y el agente de
Gran Bretaña no podía determinar si se esperaban algunas, por lo
que a su juicio no era improbable que estallase un levantamiento
general, comenzando por las provincias del norte, donde los elementos de resistencia no solo eran más fuertes, sino que ya estaban
organizados contra los españoles. Así al menos lo había visto el propio Hood cuando visitó dicha región en enero de ese mismo año.
Los habitantes de la frontera con Haití se unirían a la insurrección,
que sería apoyada por la población en masa, dado que según los
informes que el cónsul había recibido de todas partes, el izado de la
bandera española se había hecho sin ningún entusiasmo, y con una
mera sumisión pasiva, de modo que solo hacía falta, en su opinión,
que algún hombre diera un paso adelante para reunir a todos los
dominicanos en torno a sí. Acto seguido, Hood llegó incluso a calificar lo sucedido como vergonzoso e inicuo, y responsabilizó de ello
a cinco hombres, los generales Santana y Alfau, Miguel Lavastida,
Felipe Castro y Pedro Ricart, quienes habían sido los únicos actores
en este asunto infame. Sin consultar a nadie, negando el hecho a
todo el mundo, ellos habían estado durante doce meses negociando con los agentes de España la venta de su país. En efecto, cuando
ya habían alcanzado un acuerdo, obtuvieron, por medio de la intimidación, algunas firmas de apoyo a los pronunciamientos que les
sirviesen de excusa para su traición. El cónsul informó asimismo a
Russell de que el precio pagado por España por esta iniquidad era
de 175,000 dólares, a repartir entre las personas que había nombrado, suma de la cual ya les habían pagado 25,000 dólares, y el resto lo
enviarían desde La Habana cuando llegaran allí las noticias de que
en Santo Domingo ondeaba la bandera española.58
En realidad, pese a lo dicho por el agente, al parecer ya había
en aguas dominicanas dos buques de guerra españoles, el Pizarro
y el Hernán Cortés, que se encontraban estacionados en la bahía de
las Calderas, muy cerca de Baní, y a tan solo unos 70 kilómetros de
la capital, desde días antes de que se efectuara la anexión.59
58
59
Ibídem.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 134-135.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
535
Dado que Hood ni siquiera mencionó este hecho, puede ser
que ignorase tal circunstancia, al menos en aquellos momentos,
pese a la llegada el 1 de marzo al puerto de Santo Domingo del
barco británico Racer, que había sido puesto a su disposición. Sin
embargo, el representante de Gran Bretaña, viendo el día 14 que
estaba a punto de ocurrir un cambio que afectaría a la nacionalidad
del país, aunque al mismo tiempo no lo creía tan serio, consideró
que la presencia de un buque de la Armada británica no era necesaria, e incluso podría provocar una situación embarazosa que debía evitarse. Por consiguiente, Hood pidió al capitán del Racer que
volviese a Jamaica. En tono solemne, aquel afirmó que la nación
ante la cual estaba acreditado había dejado de existir, por lo que
su carácter oficial en ese país cesaba del mismo modo. Más aún, el
diplomático no sabía cuál era la opinión de su propio Gobierno
sobre el cambio que se había efectuado tan misteriosamente. Así
pues, la conducta que adoptó fue permanecer tranquilo, absteniéndose por completo de hacer nada que pudiera interpretarse
como un reconocimiento o un rechazo de ese importante cambio,
para dejar al ejecutivo de Londres totalmente libre de cualquier
acto de su agente en Santo Domingo, y no estorbar la línea de
actuación que aquel juzgase más apropiada. Hood solicitó al secretario del Foreign Office que le diera instrucciones al respecto, y enfatizó que al hacerlo tuviese en cuenta la muy probable
eventualidad de un estado de anarquía en el país, dividido en tres
partes: la capital proclamando la anexión a España, las provincias
del norte proclamando su anexión a los Estados Unidos, y la región fronteriza con Haití haciendo lo mismo, pero en este caso al
país vecino. Por último, el cónsul señaló que no había sido capaz
de averiguar, ni tenía la más remota idea, de por quién o bajo qué
forma o reglas se estaba gobernando el territorio dominicano en
aquellos momentos.60
En su afán por acentuar esa sensación de incertidumbre, el representante de Gran Bretaña adjuntó a Russell la copia de una carta que había recibido de Santana anunciándole el acontecimiento,
60
TNA, FO 881/1012, «Papers», No. 1, Hood-Russell, Santo Domingo, 21 de
marzo de 1861.
536
Luis Alfonso Escolano Giménez
y en la cual no se daba a sí mismo ningún título, ni proporcionaba
información alguna con respecto al nuevo orden de cosas.61 En
su escrito, el ex presidente comunicó oficialmente a Hood los
hechos que acababan de tener lugar, para que los pusiera en conocimiento de su Gobierno. Al mismo tiempo, Santana agradeció
a Gran Bretaña las «pruebas de buena inteligencia y alto afecto»
que había recibido de ella, y sobre todo lo mucho que debía «a
los buenos oficios» de Hood en las diferencias ocurridas entre los
Gobiernos dominicano y haitiano,62 lo que sin duda constituye un
claro ejemplo de cinismo, dado el pobre resultado de esas gestiones diplomáticas.
Por su parte, el cónsul general de Gran Bretaña en La Habana,
J. T. Crawford, también se apresuró a transmitir al Foreign Office,
el 24 de marzo, la noticia de que esa misma mañana había salido
una expedición, compuesta aproximadamente por 1,000 hombres
de todas las armas y que, según se decía, iba destinada a Santo
Domingo. El agente de Gran Bretaña en dicha ciudad había escrito a Crawford pocos días antes, insinuando sus sospechas acerca
de la existencia de algún arreglo secreto entre Santana y las autoridades españolas en Cuba, y pidiéndole que si pudiera confirmar la
verdad de tales sospechas, informase de ello a Russell. No obstante,
el asunto se había manejado tan en secreto, independientemente
de cuál fuera el acuerdo alcanzado entre los españoles y Santana,
que el cónsul general fue incapaz de obtener información alguna al respecto, fiable o de cualquier otra naturaleza, hasta que
vio a las tropas embarcando en la tarde del día anterior. En todo
caso, Crawford comunicó el rumor de que se había producido una
matanza de blancos a manos de la población de color de Santo
Domingo, y de que esa noticia se recibió vía Santiago de Cuba,
dando pie al envío inmediato de la expedición. Sin embargo,
como el representante de Gran Bretaña en dicha ciudad no le
había indicado nada en ese sentido, Crawford consideraba posible
que tal rumor se hubiera difundido deliberadamente. Además,
61
62
Ibídem.
Ibídem, anexo 2 al No. 1, Santana-Hood, Santo Domingo, 18 de marzo de
1861 (es copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
537
aunque había mantenido una entrevista con Serrano el 23 de
marzo por la mañana sobre otro asunto, aquel no le dijo nada con
respecto a la expedición que en esos momentos se estaba poniendo en marcha, ni aludió tampoco a ninguna información como la
que se rumoreaba que había llegado desde Santo Domingo.63
Dado que la conferencia con el gobernador de Cuba era en
relación a otro asunto, el diplomático se resistió a preguntar a
Serrano sobre una cuestión tan candente cuando tuvo lugar la
misma, de modo que un excesivo respeto por la agenda de la reunión, o el protocolo, impidieron que Crawford cumpliese entonces
una de sus principales funciones. No obstante, aquel escribió más
tarde una carta al gobernador, pidiéndole información en torno
a dicha expedición, pero Serrano lo remitió a los representantes
de Gran Bretaña en Madrid y de España en Londres, así como al
propio Gobierno español, para cualquier explicación acerca de
ese particular.64
Pese a la negativa de Serrano a proporcionar dato alguno a
Crawford, la noticia de la anexión no podía tardar mucho en
conocerse, tal como acabó ocurriendo muy poco tiempo después, cuando por fin el cónsul de Gran Bretaña en La Habana
recibió una misiva de Forbes, su colega en Santiago de Cuba.
Efectivamente, este le envió el 24 de marzo un recorte de un periódico de dicha ciudad, el Diario Redactor, publicado en esa misma
fecha, en el cual se anunciaba que el día 18 había sido proclamada
la anexión de Santo Domingo a España,65 un hecho que según el
agente de Gran Bretaña en La Habana venía a demostrar que los
dominicanos deseaban volver a estar bajo dominio español.
Por otra parte, Crawford aseguró a Russell que no se habría
dirigido a Serrano de no haber sido en unas circunstancias tan
peculiares, ya que, cualquiera que fuese el objeto de esa demostración armada, parecía haber sido tramado en secreto, y se llevaría a
63
64
65
Ibídem, No. 2, Crawford-Russell, La Habana, 24 de marzo de 1861.
Ibídem, No. 7, Crawford-Russell, La Habana, 29 de marzo de 1861; véase
también el anexo 2 al No. 7.
Ibídem, anexo 1 al No. 2, Forbes-Crawford, Santiago de Cuba, 24 de marzo de
1861. Este documento fue incluido en los «Papers», por error, como anexo al
No. 2, pero realmente se trata de un anexo al No. 7.
538
Luis Alfonso Escolano Giménez
cabo mucho antes de que el ejecutivo de Madrid diera explicación
alguna. Mientras tanto, continuaban embarcándose más tropas y
pertrechos bélicos, y otros buques de guerra se preparaban para
zarpar.66
En su respuesta a los últimos despachos del cónsul de Gran
Bretaña en la capital dominicana, Russell le dio instrucciones de
mantenerse perfectamente tranquilo, y de no decir ni hacer nada
que indicara una opinión propia acerca de la transacción que
se había llevado a cabo, o de la actitud que pudiese adoptar el
Gobierno británico sobre tal asunto. No obstante, el secretario del
Foreign Office recomendó a Hood que observara atentamente, y
le informase con todo detalle del desarrollo de los acontecimientos y la tendencia del sentimiento popular, así como de las medidas que podían tomarse o del lenguaje que debían emplear los
representantes de las potencias extranjeras. Al final de su escrito,
Russell subrayó que cualquier desviación por parte de Hood de la
circunspecta línea de conducta que se le había ordenado podría
llevar a serias dificultades, y el ejecutivo de Londres la vería con el
mayor desagrado.67
Sin embargo, la actitud del diplomático no era en absoluto
neutral, como cabe deducir de su descripción poco veraz del
desembarco de la escuadra expedicionaria en Santo Domingo,
pues no de otra manera puede calificarse el hecho de que Hood
indicara a Russell que las tropas españolas bajaron a tierra a las
diez de la noche, con gran secretismo. El agente de Gran Bretaña
no comprendía el motivo de este comportamiento, toda vez que
los 800 hombres llegados desde Puerto Rico el 6 de abril, que
habían desembarcado de inmediato, bastaban para reprimir cualquier movimiento de oposición que hubiese podido intentarse en
la capital dominicana,68 con lo que sin duda pretendía resaltar que
la situación era insegura y peligrosa.
Frente a la versión que dio Hood, el ya mencionado subteniente de Infantería del regimiento de la Corona, Adriano López
66
67
68
Ibídem, No. 7, Crawford-Russell, La Habana, 29 de marzo de 1861.
TNA, FO 23/43, Russell-Hood, Londres, 15 de abril de 1861 (minuta).
TNA, FO 881/1012, «Papers», No. 9, Hood-Russell, Santo Domingo, 8 de
abril de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
539
Morillo, afirma que la escuadra procedente de La Habana
arribó a la rada de Santo Domingo el día 7 de madrugada, y que
el desembarco de las tropas se verificó a lo largo de la mañana. De
hecho, los jefes y oficiales, entre los que se encontraba él mismo,
asistieron al acto de bienvenida que las autoridades dominicanas
ofrecieron a los integrantes de la expedición, celebrado ese día a
las dos de la tarde.69
En cualquier caso, y con independencia de la hora a la que
desembarcaran los soldados españoles, no parece que a esas alturas fuese necesario tanto secretismo como se empeñaba en hacer
creer a su Gobierno el cónsul de Gran Bretaña, puesto que la anexión ya había sido proclamada en todo el país varios días atrás, y
por otra parte los buques resultaban, como es lógico, muy difíciles
de ocultar.
En cambio, otros datos que proporciona Hood son más objetivos, como la información de que 900 hombres iban a ser destinados a Puerto Plata, y que Santana debía permanecer al frente de la
administración como capitán general, pero añadió que mientras
este tendría el título y el honor, el verdadero jefe sería Peláez de
Campomanes. El representante de Gran Bretaña también mencionó el hecho de que se esperaban más tropas en Santo Domingo
próximamente, con las que se pondrían guarniciones en todas las
principales ciudades, de modo que los dominicanos no pudieran
ofrecer resistencia alguna frente a la completa dominación de su
país. En tono crítico, Hood se lamentó de que mientras no había
ni un solo soldado español en la isla, aquellos no hubiesen tenido
el coraje de oponerse a la transacción infame de la venta de su
país, sino que se habían sometido silenciosamente a la voluntad
de Santana, contentándose con expresar su total y absoluto descontento cada vez que tenían ocasión. Por ello, a su juicio, no era
probable, si es que aún era posible, que en esos momentos los
dominicanos intentaran hacer algo para recuperar su libertad y su
independencia nacional.70
69
70
A. López Morillo, Memorias sobre la segunda reincorporación... vol. I, libro I,
pp. 204-210.
TNA, FO 881/1012, «Papers», No. 9, Hood-Russell, Santo Domingo, 8 de
abril de 1861.
540
Luis Alfonso Escolano Giménez
No obstante, en otra comunicación dirigida al Foreign Office
algunos días antes, el diplomático había escrito que en Santo
Domingo reinaba una perfecta tranquilidad, aunque el sentimiento general de oposición a la anexión de ese país a España
se expresaba más abiertamente. Es más, el senador Valverde había comunicado a Hood y su colega de Francia, en nombre de
un gran número de sus compatriotas, el descontento existente,
y había tratado de averiguar si los dos agentes harían algo para
ayudarlos en un intento de restablecer la República. Ambos respondieron a Valverde que no podían interferir de ninguna manera, ni tan siquiera expresar una opinión sobre el cambio que
se había efectuado, hasta que recibiesen instrucciones de sus respectivos Gobiernos. Mientras tanto, las provincias y distritos del
interior continuaban enviando sus declaraciones de adhesión a la
anexión, pero de una forma tal que demostraba, no solo que no
se los había consultado antes sobre el asunto, sino también que
esas manifestaciones eran tan poco espontáneas y unánimes como
la de los habitantes de Santo Domingo. Además, en todas partes
la gente fue desarmada antes de anunciarle nada, lo que había
hecho imposible cualquier oposición inmediata, siempre según
Hood, quien además denunció que se estaba intentando hacer
creer que la anexión se había llevado a cabo sin la influencia ni el
conocimiento de las autoridades españolas. Con este fin, el vapor
de guerra Pizarro, en el que Ricart y Álvarez habían vuelto a Santo
Domingo desde La Habana, fue enviado a la bahía de Calderas
bajo el pretexto de que la rada de Santo Domingo estaba demasiado expuesta a las tormentas. Sin embargo, se daba la curiosa
circunstancia de que, al día siguiente de proclamarse la anexión,
el Pizarro había regresado a dicha rada, donde seguía anclado en
esos momentos, y que durante la ausencia del buque su comandante había estado viviendo en la ciudad de Santo Domingo. El
cónsul se refirió asimismo a los rumores que circulaban sobre el
desembarco de tropas españolas en Puerto Plata y Samaná, a los
que no daba crédito a pesar de que la información procedía de
las autoridades, ya que en su opinión con ello solo se trataba de
intimidar a los descontentos. Pese a que aún no habían llegado las
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
541
primeras tropas españolas a Santo Domingo, un grupo de unos 20
marineros había desembarcado del Pizarro, y tomado posesión del
arsenal.71
Hood parece contradecirse, pues de acuerdo con su relato de
los hechos, lo mismo se pretendía ocultar la llegada de las tropas, las cuales supuestamente habrían desembarcado en medio
de la noche y con el mayor secreto, que unos días antes se hacían
circular noticias en el sentido de que ya habían empezado a desembarcar por el norte, para mantener bajo control a los enemigos
de la anexión. En lo que sin duda tenía razón aquel es cuando
afirmó que se intentaba hacer creer que las autoridades españolas
no habían intervenido en los hechos que acababan de producirse
en la isla, pese a que por supuesto no era así en realidad, como
pone de manifiesto la presencia permanente del Pizarro en aguas
dominicanas y el temprano desembarco de sus marineros.
Hood acusó recibo a Russell de su despacho del 30 de marzo,
en el que el secretario del Foreign Office le había adjuntado copia de una comunicación de Andrew Buchanan, representante de
Gran Bretaña en Madrid, rechazando los rumores de que España
había aceptado o estaba a punto de aceptar el protectorado sobre
Santo Domingo. Es comprensible, pues, que Hood se mostrara
muy sorprendido ante las declaraciones hechas por el ministro
español de Estado, Calderón Collantes, al diplomático británico,
ya que estas no se veían confirmadas por los hechos en cuestión,
ni por los actos de las autoridades españolas que, casi en el momento en que Calderón debía estar hablando, estaban consumando el mismo acto que negaba el ministro. Hood apuntó también
una teoría según la cual, y como ya había informado al Foreign
Office en su despacho del 5 de enero de 1861, se habría firmado
un acuerdo el 20 de diciembre del año anterior, que fue enviado
a España en esa fecha, por lo que con facilidad su ratificación
podría haber llegado a Santo Domingo el día 20 de febrero. En
opinión del agente, este parecía haber sido el caso, porque el 2
de marzo se distribuyeron unas instrucciones a los comandantes
de armas de las diferentes provincias, y en ellas se indicaba, en su
71
TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 5 de abril de 1861.
542
Luis Alfonso Escolano Giménez
artículo 4, que el Gobierno dominicano había propuesto a España
establecer un protectorado en la República Dominicana o la anexión de la antigua parte española de la isla, y en el artículo 5 se
afirmaba claramente que España había aceptado lo segundo. Con
respecto a los pronunciamientos firmados por los habitantes a favor de la anexión, puesto que todos ellos se redactaron después
de haberse completado la cesión de la isla, acabaron siendo meras
muestras de sumisión, tal como se deducía además del hecho de
que en casi todos los manifiestos se aludía a un acuerdo o a unas
negociaciones con España. Con gran habilidad, Hood subrayó
que como esos documentos eran oficiales y no habían sido impugnados por las propias autoridades españolas, la declaración que
contenían debía ser considerada digna de crédito, y por último
resaltó la evidencia de que tales manifestaciones habían emanado
directamente del Gobierno dominicano. El cónsul señaló que la
prueba era que muchos de ellos, hasta un total de seis, eran copias
literales del mismo documento, y que otros tres eran exactamente
iguales entre sí, mientras que en el resto tan solo se había tenido
un poco más de cuidado para alterar la forma.72
Las informaciones procedentes de Hood necesitaban ser
contrastadas con la versión que diesen desde España sobre los
acontecimientos dominicanos, que R. Edwardes, el encargado de
negocios de Gran Bretaña en Madrid, transmitió al Foreign Office
mediante varios despachos en los que comunicó los resultados
de sus entrevistas con altos cargos del Gobierno. Así, inmediatamente después de la llegada a Madrid de las primeras noticias de
lo ocurrido en Santo Domingo, Edwardes visitó al presidente del
Consejo de Ministros, y le preguntó qué había de cierto en ese
rumor. O’Donnell respondió que desde hacía algún tiempo la
República Dominicana venía haciendo propuestas a España para
ponerse bajo su protección o anexionarse a ella. No obstante, él
las había rechazado invariablemente, pues no consideraba que un
paso semejante resultara apropiado para los intereses de ninguno
de los dos países, pero que en los últimos tiempos los dominicanos
se habían visto amenazados con un ataque por parte de Haití, y
72
Ibídem, 2 de mayo de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
543
habían pedido ayuda militar, lo que también fue rechazado, si bien
se les permitió adquirir algunas armas y artillería en España. Con
relación al movimiento anexionista, el presidente dijo a Edwardes
que no sabía nada más que lo publicado en la prensa,73 de modo
que quizás le ocultase la recepción de un despacho del vicecónsul
de España en Santo Domingo, fechado el 14 de marzo, anunciando la entonces inminente proclamación de la soberanía española.
Acto seguido, el diplomático preguntó a O’Donnell si era verdad que Serrano había enviado barcos de guerra y tropas para
tomar posesión de la isla y, en caso de que así fuera, si no pensaba que ello podría provocar una complicación con los Estados
Unidos, a lo cual aquel respondió que no tenía aviso oficial del
hecho. Sin embargo, si fuese cierto, el presidente del Consejo de
Ministros no veía con qué fundamento podría oponerse a ello dicho país, y añadió que los Estados Unidos de ese momento eran
muy diferentes de los de un año atrás, ya que tenían diferencias
propias que arreglar. Por su parte, Edwardes le indicó que, a su juicio, era dudoso que tales diferencias resultaran tan grandes como
para excluir la posibilidad de que se uniesen, en todo caso y por
algún tiempo, contra el extranjero. O’Donnell replicó que el ejecutivo de Madrid no podía tomar decisión alguna antes de recibir
información oficial al respecto, y que deseaba a toda costa evitar
cualquier problema o riesgo bélico, pero que si España fuera objeto de un ataque injusto, pensaba que esta era suficientemente
fuerte para repelerlo.74
El agente de Gran Bretaña en Madrid esperó a que tuviese
lugar la primera reunión del gabinete tras la llegada del correo
de Cuba, y entonces mantuvo otra entrevista con el presidente, en
la que este le informó de que el movimiento había sido completamente espontáneo y se había producido con absoluta tranquilidad. A continuación, O’Donnell subrayó el hecho de que solo
había un agente de España en la isla, y ningún buque español a
la vista, por lo que la noticia tuvo que llevarse en una pequeña
73
74
TNA, FO 881/1012, «Papers», No. 10, Edwardes-Russell, Madrid, 22 de abril
de 1861.
Ibídem.
544
Luis Alfonso Escolano Giménez
embarcación, y había tardado ocho días en llegar a Puerto Rico.
Aquel también señaló que si hubiera algún partido en la isla que
se declarase contrario a la anexión, España no la aceptaría, pero si
la misma había sido tan espontánea como se le afirmaba, no veía
por qué ningún país de Europa podría oponerse a que España
la aceptara, en particular Inglaterra, que establecía como axioma
que todos los pueblos tenían derecho a elegir los gobernantes
bajo los cuales deseaban vivir. Es más, el presidente del Consejo
de Ministros aventuró que seguramente Gran Bretaña estaría más
satisfecha de ver Santo Domingo en manos de España que en las
de los Estados Unidos, a lo que Edwardes contestó que no estaba autorizado a decir cuál era la opinión de su Gobierno sobre
ese asunto. O’Donnell le aseguró que el ejecutivo de Madrid no
había tomado decisión alguna, ni lo haría hasta que recibiese mayor información desde las Antillas, pero añadió que podía decir a
Londres algo que le gustaría oír: cualquiera que fuese su decisión,
tanto si España aceptara la anexión de Santo Domingo como si
no lo hiciese, no habría allá esclavitud. El encargado de negocios
de Gran Bretaña preguntó a O’Donnell si no creía que el hecho
de aceptar la anexión de Santo Domingo era algo calculado para
suscitar una sospecha en las otras ex posesiones de España en
América, acerca de que la primera estaba ansiosa por reconquistarlas. El presidente del Consejo de Ministros le respondió que
ignoraba si aquellas albergarían o no tal idea, pero que estaba
lejos de su intención reconquistar o anexionar ninguna, incluso si
ellas mismas quisieran que lo hiciese.75
Tras contestar a Serrano de forma confidencial el 24 de abril,
el ministro de Estado dio cuenta al día siguiente, por medio de
una circular enviada a los agentes diplomáticos de España en el
extranjero, de «los graves sucesos ocurridos en la isla de Santo
Domingo», que habían causado una gran «impresión y sorpresa» en la reina y su Gobierno. Calderón Collantes refirió los
antecedentes de la cuestión, enfatizando las amenazas que se
cernían sobre la existencia de la República Dominicana, y puso
de manifiesto que al solicitar su reincorporación a España, había
75
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
545
«conmovido hondamente la opinión pública» española. A pesar
de no haber recibido aún comunicaciones oficiales acerca de
los acontecimientos que habían tenido lugar allá, el ejecutivo de
Madrid juzgaba conveniente que sus representantes en el extranjero conocieran cuáles serían «sus miras y propósitos en las eventualidades» que pudiesen «imponerle la fuerza y el curso mismo
de los sucesos». El ministro señaló, como justificación de la actitud
a adoptar por parte del Gobierno español, que este no era «indiferente a la suerte de la parte española de la isla», pero aseguró
que tampoco abrigaba intenciones respecto a ella, que pudieran
«afectar en lo más mínimo la soberanía e independencia de un
Estado libre». Por todo ello, la primera condición necesaria exigida por España para aceptar la anexión era que la misma fuese «la
expresión unánime, espontánea y explícita de la voluntad de los
dominicanos», de modo que si no tenía «la profunda convicción
de que aceptando la reunión» no lastimaría ningún principio ni
ningún interés, permanecería como «espectador impasible de
los sucesos». Sin embargo, del mismo modo que el ejecutivo de
Madrid había rehusado hasta ese momento «la reincorporación
de la isla de Santo Domingo a la nación española», estaba decidido, si llegaba a efectuarse, «a mantenerla de una manera firme
e irrevocable». Calderón recomendó a los agentes de España en
el exterior que intentaran «combatir los errores y las imposturas»
que se difundían «por los órganos enemigos de la España en la
prensa de los países cuyos intereses» estaban más alejados de los
españoles, para dar «a los acontecimientos de Santo Domingo un
carácter diverso» del que tenían, «según las noticias recibidas».
Tales acontecimientos no eran, según el ministro, «obra de los
emigrados españoles» que hubiese en el territorio dominicano, ni
habían contribuido a ellos el gobernador de Cuba, «ni las fuerzas
de mar y tierra» a su disposición, porque «ni un soldado español había en las costas o en el territorio de la República cuando
esta por un movimiento unánime proclamó su unión a España».
De hecho, si después dicha autoridad envió fuerzas de una y otra
clase, no tuvo «otro objeto que el de proteger a los muchos españoles» residentes en ese país, así como «proteger la integridad y
546
Luis Alfonso Escolano Giménez
la independencia de aquel Estado, amenazado por los enemigos
exteriores que en más de una ocasión» habían «demostrado sus
miras ambiciosas y su odio a la población dominicana». En definitiva, el Gobierno español estaba seguro de que Serrano no había
«ejecutado acto alguno capaz de suministrar el más leve fundamento a la envidia, a la enemistad ni a la calumnia», ni para suponer que había «ejercido la menor coacción en las resoluciones del
pueblo dominicano», ni en los hechos que se habían desarrollado
como consecuencia de aquellas.76
Con relación a la circular anterior, López Morillo comenta
que en la misma se encuentran «inexactitudes de bulto y frases de
corruptela impropias de la seriedad y del talento» de Calderón,
y como muestra de ello cita en concreto el siguiente párrafo, en
el que el ministro resumió «los verdaderos sentimientos» que
animaban a España: «Abandonar la población española de Santo
Domingo a las asechanzas de aventureros extranjeros, exponerla
a las invasiones de una raza enemiga, hubiera sido un error grave
en política y un olvido completo de todo sentimiento generoso y
elevado». Por su parte, el general De la Gándara se pregunta, en
referencia al citado párrafo, «si la política exterior es una ley de
beneficencia y si las relaciones entre los pueblos han de regirse
por los estatutos de la caballería andante»,77 frase ingeniosa que,
no obstante, deja sin explicar una parte fundamental de la motivación del documento escrito por Calderón.
En efecto, para justificar la política que iba a aplicar el ejecutivo español, el ministro echó mano de unos argumentos de tipo
más bien humanitario, que tocaban la fibra sensible, pero que en
realidad resultaban bastante apropiados a la hora de concitar el
apoyo de la opinión pública, sobre todo de la española, pero también, en cierta medida, de la internacional. No se trata, pues, de
algo quijotesco y descabellado, que pueda juzgarse de forma tan
displicente y simplista como hace De la Gándara, sino que son resortes con los que se busca obtener un respaldo, o cuando menos
76
77
A. López Morillo, Memorias sobre la segunda reincorporación... vol. III, apéndice
No. 1, pp. 287-290.
Ibídem, vol. III, apéndice No. 1, p. 288; y vol. I, libro II, pp. 5-6.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
547
minimizar las críticas internas y/o externas, incluso en la actualidad, aunque los valores y causas que en teoría se defienden sean
diferentes, según las circunstancias de cada caso en particular.
López Morillo subraya también que el ministro de Estado
dijo que España no codiciaba la posesión de Santo Domingo, y
aunque admite que realmente era así, considera demostrado que
«su Gobierno no solo entró en tratos con Santana […] sino que
no opuso una rotunda refutación a la oferta».78 Sin duda, López
Morillo acierta en lo referente a la contradicción entre ambas
posturas, pero estas pueden conciliarse teniendo en cuenta que
si bien España no estaba interesada en anexionarse la República
Dominicana, lo estaba aún menos en que ningún país se le adelantara a hacerlo, dadas las ofertas que en tal sentido hacía el
Gobierno dominicano a unos y otros.
Así se deduce claramente de unas palabras de O’Donnell
al enviado extraordinario y ministro plenipotenciario de Gran
Bretaña en Madrid, John Crampton, con las que le expresó su
opinión de que nada sería más perjudicial para los verdaderos intereses de España que la recuperación de sus antiguas posesiones
en América. Los casos de Cuba y Filipinas eran diferentes, porque
su posición insular y otras circunstancias las hacían aún ventajosas
para la madre patria, pero tratar de extender su dominio al continente americano sería una política muy equivocada para España,
incluso si las circunstancias la hiciesen viable. O’Donnell indicó
que aunque la reciente adquisición de Santo Domingo por parte
de España quizás pareciera una desviación de este principio, la
proximidad de Santo Domingo a Cuba convertía la primera en
un punto desde el cual la seguridad de la segunda podría verse
amenazada, si aquella cayese en manos hostiles a España.79
En cuanto al extremo relativo a si había soldados españoles en las costas o el territorio dominicanos en el momento de
proclamarse la anexión, puede que el ministro de Estado no
estuviera mintiendo de forma deliberada, pues no es seguro
que conociese la presencia en aguas de la bahía de Calderas del
78
79
Ibídem, vol. I, libro II, p. 6.
TNA, FO 72/1009, Crampton-Russell, San Ildefonso, 21 de septiembre de
1861.
548
Luis Alfonso Escolano Giménez
buque de guerra Pizarro. Por otra parte, los militares españoles
que actuaban en calidad de instructores del Ejército dominicano se encontraban fuera del servicio activo de sus respectivos
cuerpos, con una licencia por asuntos personales, de modo que
en sentido estricto tampoco podía considerárselos soldados españoles, sino tan solo ciudadanos españoles que desarrollaban
una actividad privada. Esto es, por supuesto, lo que cabe afirmar
ateniéndonos a los hechos, sin hacer ninguna valoración de los
mismos, pero lo cierto es que la influencia de las autoridades
consulares y coloniales, así como de las fuerzas militares españolas, fue determinante en la forma y los tiempos del proceso,
según se ha visto a lo largo de las páginas anteriores. En todo el
período de preparación y en la materialización de la anexión, el
papel de los representantes de España en Santo Domingo y de
las autoridades de Cuba tuvo la mayor relevancia, y por ello se los
puede considerar, con toda propiedad, los auténticos urdidores,
junto con el Gobierno dominicano, de la solución a la que se
llegó finalmente el 18 de marzo de 1861. De hecho, eso es lo
que se deduce de las palabras del vicecónsul Gómez Molinero
cuando, con absoluta claridad, señalaba en un despacho que
remitió a Salceda de Escalante, su colega de Puerto Príncipe,
que las circunstancias habían «precipitado tan grave cuestión»
de forma favorable, pues los pueblos se habían «adelantado a la
voz» de Santana. A juicio de Gómez Molinero, no era de temer
que los haitianos llevasen a cabo la invasión que el representante
de España en Puerto Príncipe había comunicado al consulado en
Santo Domingo, cuando supieran que esa parte de la isla pertenecía ya a España. Sin embargo, Gómez Molinero indicó que sería
bueno que Escalante hiciera comprender al Gobierno de Haití «la
temeraria empresa que acometería, si insistiese en la invasión», y
por último añadió que muy pronto habría en territorio dominicano 4,000 hombres del Ejército de Cuba, con lo cual subrayó «lo
inútil de los esfuerzos que pudieran hacer los haitianos».80
80
AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006, Gómez Molinero-cónsul
de España en Puerto Príncipe, Santo Domingo, 21 de marzo de 1861 (es
copia).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
549
Puede apreciarse, por lo tanto, la seguridad del diplomático
a la hora de anunciar incluso el número de soldados españoles
que se iba a enviar de forma inmediata desde Cuba, y la lectura
completamente positiva que hizo de la precipitación de los sucesos, así como su confianza en que España aceptaría la anexión sin
dudarlo. Es obvio que el ejecutivo de Madrid no podía emitir su
opinión en esos mismos términos, ni pronunciarse con tanta rotundidad sobre los acontecimientos dominicanos, en primer lugar
porque no contaba con todos los datos necesarios para realizar
una valoración adecuada de la tesitura a la que debía enfrentarse,
pero también por una cuestión de prudencia elemental.
Las relaciones internacionales se rigen por las reglas de la diplomacia, que no son fácilmente soslayables, aunque a menudo
parezcan una mera cortina de humo, o un ejercicio de hipocresía,
para ocultar las auténticas motivaciones de la política desarrollada
por cada país en defensa de sus propios intereses, algunas veces
legítimos y otras no tanto. De acuerdo con estos parámetros de
actuación, es evidente que el Gobierno español no estaba en condiciones de reconocer abiertamente las razones de carácter geoestratégico que lo habían llevado a aceptar ya, al menos de modo
implícito, la anexión de Santo Domingo, y por ello se escudaba en
conceptos tales como solidaridad, raza, cultura, religión y lengua.
En efecto, no era políticamente acertado aparecer ante la opinión
pública internacional como una potencia que se injería en los
asuntos internos de un Estado independiente, y para ello resultaba oportuna la apelación al principio de soberanía nacional, que
debía servir de pretexto a una especie de intervención preventiva,
a fin de proteger el libre ejercicio de esa soberanía.
Para que todo resultase admisible ante los demás Gobiernos
solo faltaba el requisito, más bien formal pero no por ello menos
importante, de una petición mayoritaria por parte de los dominicanos a España, con objeto de que esta los defendiera frente a los
enemigos externos que ponían en peligro su nacionalidad. Por
ello, se comprende que López Morillo sostenga la tesis de que
el ministro de Estado tan solo se propuso, en su despacho a los
agentes españoles en el extranjero, «preparar la opinión» fuera
de España, y «procurar un compás de espera mientras no llegaban
550
Luis Alfonso Escolano Giménez
las actas del pronunciamiento». De este modo, cuando se cumplió
el último requisito, por así decir, legal, el Gobierno español «ya
no vaciló», ni esperó a que Santana diese su contestación a las
bases propuestas el 24 de abril, y la Gaceta de Madrid publicó el
20 de mayo el real decreto, firmado el día anterior, por el que se
reincorporaba a España el territorio dominicano.81
En este punto cabe, pues, preguntarse cuáles son los factores
que permitieron la consumación de un hecho tan inusual como fue
la anexión de Santo Domingo a su antigua metrópoli, y que a juicio de Charles C. Hauch pueden resumirse en tres. En primer término, un reavivado nacionalismo español, movido por el sueño de
restaurar la gloria imperial perdida, y que encontró eco en el celo
de los funcionarios españoles en Cuba y Puerto Rico por levantar
otro imperio en América. En segundo lugar, como es lógico, dicho
autor menciona la obsesión de Santana por poner su país bajo la
protección de una potencia extranjera fuerte. Por último, pero no
menos importante, otro factor que hizo posible la anexión y que
esta durase cuatro años fue que ningún país importante hizo nada
para anticiparse a España, antes de que esta aceptara finalmente
la oferta de Santana, ni para echarla de Santo Domingo una vez
que se hubo producido la reincorporación. Hauch supone acertadamente que la hostilidad de una nación más fuerte que España
la habría disuadido de actuar como lo hizo. No obstante, en 1861,
las únicas potencias que podrían haber considerado sus intereses
en peligro por el proyecto español, y que al mismo tiempo eran
capaces de reunir en el Caribe fuerzas suficientemente poderosas
para hacer vacilar a España, es decir, los Estados Unidos, Francia
y Gran Bretaña, no pudieron o no quisieron «interponer su veto».
Así, en 1861, el único país que deseaba contener a España era
Haití, pero este era demasiado débil para hacerlo, a pesar de lo
cual, y siguiendo su propia doctrina Monroe a pequeña escala de
oponerse al establecimiento de cualquier potencia fuerte en la
isla, el presidente Geffrard hizo pública una protesta el 6 de abril
contra la anexión del Estado vecino.82
81
82
A. López Morillo, Memorias sobre la segunda reincorporación... vol. I, libro II,
p. 6.
C. C. Hauch, «La actitud de los Gobiernos extranjeros frente a la reocupación
española de la República Dominicana», en Boletín del Archivo General de
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
551
Resulta evidente que el temor principal de Haití era que
España tratase de recuperar el territorio que aquel venía ocupando desde principios del siglo XIX, y que legalmente pertenecía a
la antigua parte española de la isla, según la demarcación establecida en 1777 por el tratado de Aranjuez. Además, la ocupación
de Santo Domingo por España significaba renunciar a, o cuando
menos posponer sine díe, la idea perseguida desde Haití desde
hacía tanto tiempo, y por todos los medios posibles, de unificar la
isla en un solo Estado.
Con respecto a la actitud frente a la anexión de las tres potencias indicadas, cada una de ellas tenía sus propios intereses,
y adoptó posturas diferentes en función de los mismos. Gran
Bretaña se preocupaba de forma muy particular por cómo podía
influir la anexión «sobre las dos preocupaciones vitales de los
intereses británicos», que eran la cuestión de la esclavitud y el desarrollo del comercio. El 21 de abril de 1861, el cónsul de Gran
Bretaña en Santo Domingo informó a Russell de que muchos esclavos que se habían refugiado en territorio dominicano, habían
conseguido la libertad e incluso altos rangos en el Ejército, y preguntó a Cruzat, el secretario diplomático de Rubalcava, sobre el
futuro de estos ex esclavos. Cruzat respondió que sus propietarios
estaban en su «perfecto derecho a reclamarlos como esclavos, y
que el Gobierno español no podía negarse a entregarlos». Por su
parte, Russell comunicó el 14 de mayo al encargado de negocios
de Gran Bretaña en Madrid lo que Jaime Domínguez denomina
pensamiento oficial del Foreign Office, el cual sintetiza en los siguientes puntos: 1.º «Repugnancia del Gobierno británico de ver
reintroducida la esclavitud». 2.º Por el momento no era probable
ninguna resistencia por parte de los estados del norte o del sur de
la Unión americana, pero sí lo era que cuando la guerra civil estadounidense hubiera terminado, el norte y el sur podrían ponerse
de acuerdo para hacer de la ocupación del territorio dominicano
por España «la causa de serias diferencias» entre ambos Gobiernos
la Nación, vol. XI, No. 56, enero-marzo 1948, pp. 3-29; véase pp. 3-4. Este
artículo es una traducción al español de «Attitudes of foreign governments
towards the Spanish reoccupation of the Dominican Republic», publicado en
The Hispanic American Historical Review, vol. 27, No. 2, mayo 1947, pp. 247-268.
552
Luis Alfonso Escolano Giménez
norteamericanos y el español. 3.º Dado que Gran Bretaña era por
sistema adicta al comercio, el ejecutivo de Londres veía una hipotética guerra entre España y los Estados Unidos como una circunstancia dañina para sus intereses. A continuación, y en tono un
tanto maximalista, Domínguez afirma que este documento «habla
con toda claridad de intereses económicos; no con la hipocresía
de las autoridades españolas que escondían sus ambiciones detrás
de la máscara de “unidad de lengua, idioma, raza y religión”».83
No obstante, dicho autor obvia otras partes de este despacho,
en las que Russell afirmó que la anexión «habría sin duda causado
un descontento profundo» al ejecutivo de Londres, «si hubiera
de dar lugar a que se introdujese la esclavitud en un país exento
[...] de esta perniciosa institución», y explicó así lo relativo a los
intereses británicos:
Por lo que toca a España, los motivos del Gobierno inglés
proceden de un origen más elevado.
La Gran Bretaña y la España han sido, durante largos períodos de tiempo y en circunstancias de gravísima importancia
para entrambas, aliadas fieles y activas. Su alianza ha sido
grandemente útil y honrosa para los [sic] dos. Por eso es
una máxima fundamental de la política inglesa el querer el
bien para la España [...], y por consiguiente toda combinación de acontecimientos, cuya naturaleza pudiera empeñar
[...] a la España en un conflicto, que, atendidas las circunstancias locales y sus desventajas, podría [...] comprometer
seriamente su dominio sobre sus antiguas posesiones, sería
visto por el Gobierno de S. M. con una viva pena y un sincero sentimiento.84
83
84
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 149-150. El autor cita Papers relating to
the annexation of Eastern Santo Domingo to Spain. Presented to the House of Lords,
by command of Her Majesty, in pursuance of their address of July 11, 1861, Londres,
Harrison and Sons.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión…, pp. 210-211 (la traducción
del despacho citado corresponde a su publicación en la Crónica de Ambos
Mundos, Madrid, 29-VIII-1861).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
553
De las líneas anteriores puede deducirse que una potencia
como Gran Bretaña, de tan acrisolada tradición diplomática, no
estaba muy lejos de lo que Domínguez denomina, en tono irónico, hipocresía de las autoridades españolas.
El 17 de mayo, tras recibir el despacho de Hood mencionado
anteriormente, el secretario del Foreign Office dio instrucciones a
Edwardes de que preguntase al Gobierno español «si todas las personas residentes en Santo Domingo en el momento de la anexión
a España» tendrían «garantías legales de seguir disfrutando la
libertad» de la que gozaban, «no importando que anteriormente
fueran esclavos, o hubiesen nacido hombres libres». El 22 de ese
mes, O’Donnell garantizó al representante de Gran Bretaña que
«la libertad de las personas no sería interferida y que cualquier
esclavo que llegare en lo futuro a Santo Domingo, con o sin amo,
ganaría su libertad». Entonces, como ya se ha señalado más arriba,
el ejecutivo de Madrid prohibió «cualquier tentativa de los esclavistas de recuperar los esclavos» fugados de Cuba y Puerto Rico,
y que habían obtenido su libertad en la República Dominicana.
Sin embargo, el 24 de junio también se comunicó a las autoridades españolas en las Antillas «una orden secreta prohibiendo que
desembarcaran en la nueva colonia gentes de color procedentes
de Cuba y Puerto Rico, con lo que se anulaba la posibilidad de
que un esclavo fugado de una de esas islas consiguiese su libertad
llegando a la recién reincorporada colonia».85
Además de por motivos humanitarios, el Gobierno británico
estaba muy interesado en que no se restableciera la esclavitud en
Santo Domingo para no perjudicar a los intereses comerciales de
los plantadores ingleses, pues aquella podía favorecer una competencia en cierto modo desleal para los productos tropicales cultivados en sus propias colonias.
Por lo que se refiere a Francia, su actitud era más simple, ya
que lo que pretendía era no dar ningún motivo de queja a España,
en razón de la política de alianza estratégica existente entre los
ejecutivos de Madrid y París, que había dado lugar ya a una
85
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 150-151. El autor cita AHN, Ultramar,
Santo Domingo, 3531.
554
Luis Alfonso Escolano Giménez
expedición conjunta en Cochinchina, experiencia que estaba a
punto de repetirse en México, ampliada a Gran Bretaña. La absoluta falta de reacción por parte del Gobierno francés llama más
aún la atención si se tiene en cuenta que los informes de Zeltner
no eran precisamente favorables a lo que estaba ocurriendo en
Santo Domingo, como ponen de manifiesto sus despachos desde
comienzos de 1861.
En efecto, el cónsul de Francia en la capital dominicana señaló ya el 3 de enero que la actitud de los oficiales españoles que
ejercían como instructores del Ejército había «cambiado poco;
siempre el mismo aire de superioridad y el mismo desprecio por
las costumbres del país». A juicio de aquel, si era verdad que
España tenía «la intención de ocupar nuevamente su antigua colonia», se debía «a sus imprudencias la casi certeza» del fracaso
de la misma. Zeltner resumió así la situación política interna del
país: las provincias no se oponían a Santana, sino «solamente
a la influencia española» que dominaba todo en esos momentos, «y para hacerle resistencia no dudarían en insurreccionarse y hasta solicitar ayuda» a Haití. El 8 de marzo, el agente de
Francia aseguró a París «sin temor de ser contradicho que el
protectorado español» era «más que impopular en el país, y que
su declaración o más bien la declaración del pacto de cesión»
de Santo Domingo a España encontraría una oposición que en
poco tiempo podía degenerar en insurrección. Pese a todo, tal
como subraya Domínguez, «el Gobierno francés vio con agrado
la anexión», y así se deduce de una comunicación de Gómez
Molinero al ministro español de Estado, del 20 de marzo, según
la cual Zeltner le había indicado que sus «únicas instrucciones»
eran oponerse «a que la República Dominicana formara parte de
los Estados Unidos». Por ello, el cónsul de Francia pudo «casi asegurar» a Gómez Molinero que el emperador reconocería la anexión inmediatamente,86 lo que sin duda estaba motivado por el
86
Ibídem, pp. 101-102 y 151. El autor cita la correspondencia de los cónsules de
Francia en Santo Domingo (1860-1863), que se encuentra en el Archivo del
Ministerio francés de Asuntos Extranjeros.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
555
gran interés de París de mantener las relaciones privilegiadas que
mantenía con Madrid, tanto en lo referente a la buena vecindad,
como sobre todo a su política expansionista mundial.
En cuanto a los Estados Unidos, Hauch sostiene que hasta el
nombramiento de Seward como secretario de Estado, en marzo de
1861, el ejecutivo de Washington «no comenzó a agitarse frente a
esta y otras amenazas manifiestas a la Doctrina Monroe». En efecto, el nuevo secretario «había visto cómo crecía la influencia europea en el Hemisferio Occidental durante la década de 1850, en
desprecio» de dicha doctrina, y esta situación «llegó al extremo»
con los acontecimientos dominicanos y la inminente intervención
en México, por lo que Seward deseaba reafirmar la determinación
norteamericana de mantener el principio de los dos hemisferios.
A pesar del movimiento secesionista de los estados sureños, que
parecía exigir una concentración de todos los esfuerzos en esa
dirección, el secretario de Estado pensaba que las crisis internas y
externas «se podían resolver de un solo tiro», es decir, mediante
«un reto directo a las potencias europeas, esperando que los estados segregados» volviesen al redil para hacer frente a su común
enemigo. Esta idea era la clave de un informe que Seward presentó
al presidente Lincoln, y el 2 de abril de 1861 dirigió también una
severa nota a García Tassara, ministro plenipotenciario de España
en Washington, en la que no solo invocaba la doctrina Monroe e
invitaba a España a salir de Santo Domingo,87 sino que además la
acusó directamente de injerencia:
Es con profunda preocupación, por lo tanto, que el presidente ha recibido inteligencia, que deja muy poco espacio a
la duda, en cuanto a que las autoridades españolas en la isla
de Cuba han comenzado a turbar la paz pública y a derribar
el Gobierno existente en la República Dominicana.
El 4 de abril, en su respuesta al secretario de Estado norteamericano, García Tassara señaló lo siguiente:
87
C. C. Hauch, La República Dominicana y sus relaciones exteriores... pp. 130-131.
556
Luis Alfonso Escolano Giménez
El Gobierno y la población de Santo Domingo, amenazados
de una invasión de Haití, habían acudido al capitán general de la isla de Cuba pidiendo la protección del Gobierno
de Su Majestad Católica, y que aquella autoridad, convencida del fundamento y sin contraer ningún compromiso,
había enviado un buque de guerra y pensaba enviar otros
dos, no con un cuerpo de cinco mil hombres [...], sino
con un número infinitamente menor. Que el objeto era
no solo aportar la protección demandada, sino principalmente darla a los súbditos españoles establecidos en
aquella isla, y que los comandantes llevaban orden de no
desembarcar a no ser requeridos por las autoridades dominicanas. Esto es cuanto el infrascrito puede decir hasta
ahora, sin afirmar ni negar otros hechos de que se habla,
pero protestando desde luego contra los juicios que de
ellos se forman.88
No obstante, en vista de la crítica situación interna de los
Estados Unidos, Seward se vio obligado a modificar finalmente
su agresiva actitud. Por otra parte, consciente de las dificultades
derivadas de la guerra civil norteamericana, Calderón Collantes
dio instrucciones a García Tassara para que intentase «convencer
a Seward de que la reincorporación de la República Dominicana a
España se mantendría por todos los medios» de que esta pudiera
disponer. El presidente Lincoln se negó a permitir que su secretario de Estado diese un ultimátum directo a España, sabiendo
el peligro que entrañaba para la Unión el plan de Seward, por
lo que este no tuvo más remedio que «abandonar la posición de
avanzada» que había adoptado, y «cesó por un tiempo sus gestos
de amenaza», hasta el final de la guerra. Sin embargo, todavía el
19 de junio de 1861, Horatio J. Perry, encargado de negocios de
los Estados Unidos en Madrid, protestó formalmente, en nombre
de la doctrina Monroe, contra la anexión de Santo Domingo a
88
A. Lockward, La doctrina Monroe y Santo Domingo (1823-1868). Documentos
para la historia de las relaciones domínico-americanas, vol. II (1861-1868), Santo
Domingo, Editora Taller, 1994, pp. 162-163.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
557
España, una protesta a la que el ministro de Estado no respondió,
lo que prueba la seguridad que este tenía respecto a la no intervención norteamericana.89
Lo cierto es que la política seguida hasta ese momento produjo el resultado apetecido por parte del ejecutivo de Madrid, que
no quería «ser acusado de invasor, ni de agente provocador de
la anexión». En efecto, España temía que si se anexionaba Santo
Domingo «de una forma tal que hubiera podido ser acusada de
usurpadora de pequeños países», los estados del sur y del norte de
la Unión americana olvidasen sus diferencias, y se lanzaran juntos
en contra de los agresores españoles. En cambio, como subraya
Domínguez, «si los dominicanos solicitaban el protectorado o la
anexión, los Estados Unidos no tendrían fuerza moral para reaccionar contra España», que se habría limitado así a realizar una
«obra humanitaria». Por su parte, Serrano elogió «esta hábil política simuladora» en un despacho que remitió al ministro español
de Estado en abril de 1861, con los siguientes argumentos:
Forzoso es convenir en que han pasado las cosas de manera
que nadie podrá con justicia echar en cara a la España la
menor responsabilidad en el acontecimiento del 18 de marzo, ni menos disputarle un derecho que se presenta revestido
de todos los caracteres de legitimidad. La circunstancia de
haber proclamado los dominicanos, sin ayuda de nadie, su
incorporación a la monarquía contra la voluntad expresa del
Gobierno español lo cual no era de ellos ignorado, y el hecho
[...] de haber sabido conservar la tranquilidad más completa
durante veinte días que transcurrieron desde el pronunciamiento hasta el desembarco de las tropas expedicionarias,
estas circunstancias ponen a cubierto [...] de toda maligna
interpretación el carácter moral de la nación española.90
89
90
C. C. Hauch, La República Dominicana y sus relaciones exteriores... p. 131. El
autor cita a D. Perkins, The Monroe Doctrine. 1826-1867, Baltimore, 1933,
p. 299. Véase también TNA, FO 72/1007, Edwardes-Russell, Madrid, 3 de
julio de 1861.
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 115-116. El autor cita AGI, Cuba, 2266,
pieza No. 2.
558
Luis Alfonso Escolano Giménez
Este razonamiento refleja una relativa sutileza de pensamiento,
y se trata de un discurso bastante cercano al de la diplomacia moderna, puesto que revela a su vez una gran preocupación de parte
de las autoridades por justificar la intervención de España fuera
de sus fronteras, tanto frente a los demás Gobiernos como ante la
sociedad en general. Cabe ver en ello un antecedente de muchas
operaciones políticas en las que también se lleva a cabo una construcción de imágenes favorables de determinadas actuaciones en
el ámbito internacional, como por ejemplo con el pretexto de la
injerencia por razones humanitarias, a fin de obtener así el respaldo mayoritario de la opinión pública para las mismas.
4. ECO DE LA ANEXIÓN EN LA PRENSA ESPAÑOLA
Lo más difícil ya estaba hecho, de modo que a continuación
correspondía vencer cualquier posible resistencia por parte del
propio pueblo español, ya que al fin y al cabo este era, siempre
según los criterios puestos en práctica hasta entonces, el único actor autorizado para poner reparos a la reincorporación de Santo
Domingo a España. Precisamente en la década de 1860 se asiste
al primer gran desarrollo de la prensa informativa en España, y
solo en Madrid existían en esos momentos veintidós periódicos
de muy diferente adscripción ideológica, cuya influencia fue muy
notoria a la hora de modelar la opinión, tanto de la sociedad como
de los diversos partidos políticos. Por ello, al tratarse de uno de los
primeros episodios en que la opinión pública española aparece con
carácter definido como protagonista de la acción política, el estudio
de la respuesta que dio la prensa a los hechos de Santo Domingo
resulta particularmente relevante, sobre todo para comprender la
línea de actuación adoptada por el Gobierno en este asunto.
A juicio de López Morillo, los políticos que estaban al frente de
la cosa pública no fueron los únicos que recibieron la noticia de la
anexión «con entusiastas demostraciones de regocijo», ya que «la
opinión general de los españoles se pronunció en favor de aquella inesperada reintegración, con un optimismo que más tarde»,
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
559
según dicho autor, sería fatal para España. La creencia general
era que la adquisición de Santo Domingo «podía ser precursora
de mayores engrandecimientos en los países americanos», entre
los cuales quizás hubiera alguno más que para huir de la anarquía
y la miseria se volviese hacia su antigua metrópoli, como habían
hecho los dominicanos. Por ello, «la prensa de todos los matices
expresaba a diario en sus artículos los más ardientes sentimientos
en defensa de aquel suceso», por lo que excitaba al Gobierno español a aceptar cuanto antes la oferta que se le presentaba, que
ya era un hecho consumado, y a acoger «con los brazos abiertos»
a los dominicanos. No obstante, algunos periódicos afines al partido moderado, en su afán por hacer oposición al Gobierno unionista, aconsejaban que no se aceptase la oferta en aquella forma, y
que España solo estableciera en Santo Domingo un protectorado,
pero «esta salvadora opinión fue ahogada por el grito unánime de
la prensa en general y del país». En esta línea, López Morillo resalta un artículo del diario moderado El Contemporáneo, en el cual
se afirmaba que el ejecutivo de Madrid sería responsable de haber
coadyuvado, si es que lo había hecho, «a la revolución dominicana, o bien, para merecer mayor elogio, si previó los obstáculos»,
y los arrostraba y vencía, o bien, «para merecer mayor censura, si
por falta de previsión» se había aventurado en una empresa de la
cual no saldría luego bien parado, «por falta de capacidad y de
energía». Sin duda, comenta el mencionado autor, lo que guiaba
a El Contemporáneo en primer lugar era el interés de partido, pero
ello no es óbice para que sus argumentos fuesen acertados y oportunos, toda vez que señaló «de manera precisa y profética» cómo
el gabinete O’Donnell «incurría en responsabilidad, ya por haber
con su imprevisión coadyuvado a los planes de Santana, ya por
falta de energía, más tarde».91
Incluso Edwardes admitió, en un despacho dirigido a Russell,
que había personas que adoptaban un punto de vista más desapasionado y sensato, ya que se preguntaban qué ventajas les reportaría la posesión de la isla en las condiciones bajo las cuales aquella
91
A. López Morillo, Memorias sobre la segunda reincorporación... vol. I, libro II,
pp. 2-3.
560
Luis Alfonso Escolano Giménez
pedía la anexión. También se preguntaban si los cubanos seguirían
estando conformes con sus instituciones o si exigirían las mismas
instituciones liberales existentes en Santo Domingo. Eran menos,
siempre según el representante de Gran Bretaña en Madrid, quienes pensaban que si los haitianos siguiesen el ejemplo de sus vecinos, lo que no parecía nada probable, la aparición de un general
negro de uniforme paseando por las calles de La Habana produciría un efecto desastroso sobre los esclavos, y acabaría por llevar a su
emancipación. En efecto, Edwardes creía que desde la llegada del
último correo de América, la gente contemplaba el asunto de forma
más equilibrada y serena, empezaba a calcular el debe y el haber, y
encontraba que el saldo era muy ligeramente favorable al segundo.
Ya no les quedaba más que hablar de la gloria y el honor nacionales,
cuyo camino no estaba cubierto solo de rosas, y sospechaban que
los norteamericanos planeaban algo serio contra ellos, por lo que
el Gobierno se sentía estorbado por ese obstáculo. De hecho, algunos de sus miembros de segundo nivel, confidencialmente, habían
preguntado a Edwardes cómo podrían retroceder con dignidad
desde la posición adoptada, puesto que España nunca soportaría
una amenaza, y su carácter era demasiado generoso como para rechazar el ofrecimiento de la anexión de Santo Domingo y dejar a
sus compatriotas a merced de los Estados Unidos.92
Con respecto a los envíos de tropas a Cuba, que ascendían ya
a 6,000 hombres, el doble de la cantidad enviada anualmente, el
encargado de negocios de Gran Bretaña señaló que las mismas estaban siendo embarcadas en destacamentos muy pequeños, para
no llamar la atención. A su juicio, el Gobierno español estaba actuando con una gran prudencia, como si no estuviera seguro del
terreno que pisaba, a pesar de que el público trataba la cuestión
con mucha indiferencia y, por otra parte, la prensa era prudente
en cuanto a suscitar un sentimiento nacional. Edwardes subrayó
que era la primera vez que se había dado completa libertad a los
periódicos, lo que tenía la ventaja de hacerles sentir la responsabilidad del cambio.93
92
93
TNA, FO 881/1012, «Papers», No. 10, Edwardes-Russell, Madrid, 22 de abril
de 1861.
Ibídem, No. 11, Edwardes-Russell, Madrid, 26 de abril de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
561
En su inmensa mayoría, la prensa española apoyó la decisión
del ejecutivo de Madrid de aceptar la anexión; es más, la estimuló
desde sus páginas. Así, por ejemplo, la revista La América publicó
el 24 de abril de 1861 un artículo de Buenaventura Carlos Aribau,
en el cual afirmaba lo siguiente:
La producción de la isla de Santo Domingo bajo un gobierno protector puede recibir un impulso, que después de tantos siglos de abandono, después de tantos años de revueltas,
verdaderamente la regenere. Sin esto, con solo su magnífica
posición, dando una mano a [...] Cuba y otra a [...] Puerto
Rico, formando con ellas una larga valla toda española que
acaba de cerrar el golfo de Méjico [...], atraerá naturalmente a su cómodo depósito las mercancías de aquel trópico y
las de Europa que van a consumirse en él, y está llamada a
ser un gran emporio de comercio. Esto no es adquirir una
isla; es completar un gran sistema.94
Tal como sostienen González Calleja y Fontecha, este artículo
«expresa a la perfección ideas y sentimientos comunes a toda la
“burguesía conquistadora” española», puesto que La América se
había convertido en «portavoz de la burguesía comercial de raigambre liberal».95
En cualquier caso, aunque es cierto que hubo una unanimidad
prácticamente total entre los periódicos de Madrid acerca de la
conveniencia de anexionar Santo Domingo a España, no por ello
dejan de encontrarse importantes diferencias de matiz entre ellos,
sobre todo en función de sus respectivas adscripciones partidarias.
Uno de los diarios de mayor tirada, el progresista La Iberia, en su
número del 20 de abril de 1861, indicó que La Correspondencia de
94
95
Eduardo González Calleja y Antonio Fontecha Pedraza, Una cuestión de
honor. La polémica sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (18611865), Santo Domingo, Fundación García Arévalo, 2005, pp. 21-22. La cita
corresponde a La América, Madrid, 24-IV-1861, p. 3.
Ibídem, p. 22; nota No. 28. Véase también Leoncio López-Ocón Cabrera,
Biografía de «La América». Una crónica hispano-americana del liberalismo
democrático español (1857-1886), Madrid, CSIC, 1987.
562
Luis Alfonso Escolano Giménez
España, periódico afín a la Unión Liberal, había publicado una
información que contradecía otras noticias telegráficas acogidas
por la prensa del Gobierno. Acto seguido, y en un evidente tono
crítico, La Iberia añadió:
Ya se sabe que respecto a contradicciones, esta prensa incurre en ellas con demasiada frecuencia; pero [...] nosotros en
todo lo que referirse pueda a esta cuestión, en tanto que se
esclarezca, nos hemos impuesto el deber de no salir de nuestra reserva, prescindiendo de toda clase de comentarios.96
Sin embargo, esta prudencia no fue en absoluto la tónica general en la mayor parte de los periódicos madrileños del momento, como pone de manifiesto, a modo de ejemplo, la reacción del
diario La Discusión, de tendencia democrática, en su edición del
10 de abril de 1861, nada más conocerse la noticia de la anexión
por vía telegráfica: «Nos abstenemos de todo comentario, hasta
ver confirmada esta grave e importantísima noticia». No obstante,
dicho medio se preguntó si, en caso de ser cierta, los neocatólicos rechazarían también esta anexión, a lo cual añadió, con un
marcado carácter triunfalista, que «de cualquier manera, el hecho
es gloriosísimo, es grandioso y nos complace, como todo lo que
enaltece a nuestra patria». Aunque estas palabras eran ya un comentario en toda regla, incluida la irónica alusión a la polémica
cuestión romana, pocos días más tarde, el 20 de abril, una vez
que se habían conocido y apreciado mejor los acontecimientos de
Santo Domingo, el citado órgano del partido demócrata opinaba
así de claramente al respecto:
Ante la perspectiva inminente de ser absorbidos [los dominicanos], sin medios de evitarlo, ya por los haitianos o ya
por los yankees, pueblos uno y otro que les son antipáticos
por la diversidad de lengua y costumbres y por otras muchas causas [...], no encuentran otro medio de salvación
que unirse a España, con cuya nación tienen tantos y tan
96
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión…, p. 154.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
563
estrechos vínculos, y que es, por otra parte, la única que por su
posesión de la isla de Cuba se halla en situación de ofrecerles un
apoyo constante, seguro y eficaz. La misma insistencia con
que la parte española de Santo Domingo ha venido luchando contra la dominación de los haitianos, hasta el año de
1844 en que reconquistó su independencia, y con que, poco
después, ha solicitado del Gobierno español que aceptara
su reincorporación al territorio de la antigua metrópoli, es
una prueba de que cede a una necesidad apremiante que la
fuerza a buscar su salvación en el apoyo de España, por más
que sienta el sacrificio de su autonomía, que por lo demás
no podría sostener largo tiempo, y que la sujeta a sacrificios
costosos y de gran cuantía.
Lo más sorprendente es que incluso un periódico como el
moderado El Contemporáneo, que se había mostrado en principio
tan contrario a la mera posibilidad de la anexión, dio un giro de
ciento ochenta grados a su posición, y el 27 de abril se expresaba
en los siguientes términos: «Parece que los ministros no acogieron
con gran entusiasmo este proyecto [el de la anexión de la isla],
y aun se asegura que estaban resueltos a mostrarse reacios en su
ejecución». Sin embargo, como sobre la voluntad de los ministros
había «algo más noble, más patriótico y generoso, probablemente
tendremos el placer de que vuelva a formar parte de la madre patria esa magnífica porción del Nuevo Mundo». En realidad, su postura ya había experimentado una considerable transformación, a
medida que se fueron conociendo los detalles de lo ocurrido en la
República Dominicana, puesto que el 14 de abril El Contemporáneo
unió su voz al coro unánime que clamaba por que el ejecutivo
asumiera el hecho consumado, y lo argumentaba de este modo:
La parte española de Santo Domingo está poblada por más
de trescientas mil almas, es abundante en maderas de construcción, y rica, y propia para toda clase de frutos y de culturas. En la magnífica bahía de Samaná podrá abrigar España
sus naves y formar un astillero.
564
Luis Alfonso Escolano Giménez
La República no tenía condiciones de vida independiente:
o había de caer al cabo en poder de los negros de Haití, o lo
que es peor para nosotros, aunque no para los dominicanos,
en poder de los Estados Unidos, que desde allí tendrían en
perpetuo jaque a Cuba, cercándola por todos lados. Esta
consideración basta por sí sola a demostrar, no solo la grande conveniencia, sino también la necesidad en que estamos
de que vuelva a ser de España aquel territorio.
Otro medio de prensa muy importante era Las Novedades, uno
de los más significados en la órbita del partido progresista, que
poco después de recibirse en Madrid la noticia de la anexión de
Santo Domingo a España, publicó unas líneas que no dejan lugar
a dudas sobre su opinión favorable a ella:
Si, como parece, y como todas las noticias y documentos lo
indican, la anexión ha sido espontánea, nosotros no dudamos en decir que debemos aceptarla. No aceptarla valdría
tanto como crear un peligro constante y permanente a las
mismas puertas de Cuba, entregando la bahía de Samaná a
los Estados Unidos. Acaso con el tiempo, para conservar a
Cuba, nos habría sido necesario poseer esta bahía.
Algún periódico ha dicho que un protectorado valdría más
que una posesión completa. Nosotros creemos que la protección sería siempre una posesión hipócrita, que tendría
todos los inconvenientes de la primera, sin ninguna de las
ventajas de la segunda.
Por si lo anterior no fuese ya suficientemente explícito, en su
número del 17 de abril el mencionado diario añadió que la anexión tenía todas las apariencias de espontaneidad, porque había
estado «acompañada y precedida de circunstancias independientes de la voluntad del Gobierno» español. Por su parte, los Estados
Unidos, al menos aquellos que deseaban apropiarse de Cuba, habían pensado en apoderarse también de los magníficos puertos y
bahías de Santo Domingo, «con la mira de tener en jaque a Cuba».
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
565
Del primer párrafo se deduce, como subraya acertadamente Gaspar
Núñez de Arce, que al referirse Las Novedades «a la forma en que
se había verificado la anexión, escatimaba a la Unión Liberal la
gloria del suceso»,97 aunque al mismo tiempo la exoneraba de
toda responsabilidad en él, a diferencia de lo que había hecho El
Contemporáneo.
Resulta muy significativo el hecho de que quizás la prensa
progubernamental fuera la más cauta, al menos en un primer momento, a la hora de hacer valoraciones con respecto a la cuestión
dominicana, como consecuencia de la vacilante postura inicial
adoptada por el gabinete O’Donnell. De hecho, la Crónica de Ambos
Mundos informó el 19 de abril de que tenía nuevos motivos para
dar por sentado, que el pensamiento del Gobierno en el asunto de
la República Dominicana era cada día más contrario a la anexión,
y aunque se guardó de decir los motivos, llamó la atención acerca
de la manera con que los periódicos ministeriales se ocupaban del
asunto. Así pues, según la Crónica de Ambos Mundos:
La mayor parte de ellos se extienden en largas consideraciones sobre los inconvenientes de la anexión; otros, que han
creído hasta ahora que el Gobierno podía hacer tratados de
paz con Marruecos sin la aprobación de las Cortes opinan
que es anticonstitucional que acepte la anexión por sí y ante
sí como ha hecho la paz, y que debe llevar el asunto a los
cuerpos colegisladores; y otros, finalmente, muestran cada
vez más escrúpulos y hasta desean que preceda a la anexión
una manifestación explícita del modo de pensar de los dominicanos por sufragio universal.
Entre esto e ir preparando la opinión para cierto acuerdo
no encontramos notable diferencia.
Por su parte, en esa misma fecha, La Correspondencia, el principal órgano unionista, se limitó a desmentir, prácticamente en calidad de portavoz del Gobierno, varias informaciones publicadas
97
G. Núñez de Arce, Santo Domingo... pp. 18-22 y 149-150 (los textos entre
corchetes son del propio autor).
566
Luis Alfonso Escolano Giménez
por otros medios, como la que aseguraba que el ejecutivo de
Madrid prefería ejercer el protectorado sobre Santo Domingo a la
anexión. La Correspondencia insistió en que era un hecho positivo
que el Gobierno no había resuelto todavía nada sobre el particular, con lo que quedaba demostrada la falsedad de semejante
noticia.98
Pese a la casi total unanimidad de la prensa en torno a la conveniencia e incluso la necesidad para España de aceptar la anexión, ello no libró al gabinete de la Unión Liberal de críticas más
o menos duras por parte de la prensa de oposición. El caso de La
Discusión, tan entusiasta en sus reacciones ante las noticias que
llegaban de la República Dominicana, es particularmente paradigmático, ya que el diario demócrata temía que se emprendiera en
la isla «una acción política sin auténtica visión de futuro». Es más,
consideraba que si bien el hecho era «glorioso para la patria, próspero para el país y señal de nuevos progresos para las colonias»,
podía volverse «infecundo y estéril por culpa de este Gobierno
funestísimo al país». A su vez, el órgano oficioso del progresismo, El Clamor Público, se mostró conforme con la anexión, ya que
eran «legítimas y dignas todas las anexiones espontáneas», pero
también expresó sus dudas sobre la capacidad del Gobierno para
llevarla a cabo de forma eficaz, y en tal sentido el periódico señaló
lo siguiente:
Lo único que en este asunto puede temerse [...], si por
desgracia de él surgiera un conflicto internacional es la
falta de energía y firmeza del Gobierno presidido por el
duque de Tetuán, quien en sus relaciones exteriores solo
ha sabido mostrarse débil con el fuerte y fuerte con el
débil.
Esta acusación, aclaran González Calleja y Fontecha, se basaba en la actitud que había adoptado O’Donnell en la recién terminada guerra de Marruecos, de sometimiento a las presiones
98
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión…, pp. 156-157 (las cursivas
son del artículo).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
567
británicas, y que culminó con un tratado de paz que había
contrariado a gran parte de la opinión pública, que lo juzgó como
«una patente muestra de debilidad de cara al exterior».99
Uno de los aspectos más relevantes abordados por la prensa en
los días posteriores a la anexión se refiere, en particular, a la explicación que podría darse de un hecho tan inusual como la anexión
de un país independiente a otro, algo para lo que al principio
no se encontraban suficientes argumentos, puesto que reinaba el
mayor desconcierto. Se comprende por ello que, el 24 de abril,
Aribau escribiese en páginas de La América que
la inesperada demostración ocurrida en Santo Domingo
[...] ha debido sorprendernos, y la falta de explicaciones, así
como del tiempo suficiente para meditar sobre las distintas
fases que puede ofrecer un acontecimiento tan notable, no
nos permite volver de nuestro asombro para esclarecer sus
causas inmediatas y calcular sus consecuencias [...]. Si el
Gobierno sabe más, no lo ha revelado, y él procurará por
su deber y por el interés de la nación, que no se prolongue
la incertidumbre, y con ella las complicaciones que pueden
surgir.
El Contemporáneo también dio muestras de la misma desorientación y falta de datos sobre la cuestión dominicana, y en su número
del 20 de abril expresó dudas muy razonables en torno a la verdadera naturaleza de aquella:
Las noticias que se tienen acerca del origen, desenvolvimiento y carácter de un hecho tan importante son todavía
escasas y no es posible, por tanto, juzgar de él con debido
conocimiento. No sabemos desde cuándo viene organizándose este suceso, la parte que haya podido tener el Gobierno
99
E. González Calleja y A. Fontecha Pedraza, Una cuestión de honor... p. 58. Los
autores citan La Discusión, Madrid, 23-IV-1861, y El Clamor Público, Madrid,
28-IV-1861.
568
Luis Alfonso Escolano Giménez
español en que se realiza, ningún dato ha llegado a nuestra
noticia que nos garantice la unanimidad del movimiento, de
la opinión entre los dominicanos, al tomar una determinación de tanta trascendencia.
En efecto, González Calleja y Fontecha afirman que «en un
principio, tanto en los diarios gubernamentales como en los diarios de la oposición dominó la idea de no dar crédito» a la solicitud
de Santo Domingo de reincorporarse a España, e incluso el oficialista La Época, el 12 de abril, calificó la anexión como un hecho
poco verosímil. En todo caso, el mencionado periódico justificó
la expedición enviada desde La Habana, y dio por sentado que
su objetivo era proteger a los españoles residentes en el territorio
dominicano, al igual que La Correspondencia, que sostuvo el 17 de
abril que las medidas adoptadas por Serrano habían tenido una
doble finalidad: en primer lugar, «satisfacer los votos reiterados
y espontáneos de la población dominicana» y, en segundo lugar,
prevenir en las circunstancias críticas por las que atravesaba aquella República «el que un puñado de aventureros procedentes de
los Estados Unidos pudiera apoderarse [...] de Samaná, que es en
gran parte la llave de las Antillas». La Discusión asumió una postura
semejante, y aseguró el 19 de abril que las tropas enviadas a Santo
Domingo por el gobernador de Cuba no tenían más objeto que
proteger a los españoles y defender a los dominicanos de cualquier
ataque por parte de los haitianos, y añadió que «sería de mala fe
suponer que esas fuerzas llevasen el propósito de preparar el terreno» para la anexión. Por otra parte, la Crónica de Ambos Mundos
publicó el 20 del mismo mes un artículo de su corresponsal en
Londres, acerca del futuro que esperaba a Haití, en el que se dio,
a juicio de González Calleja y Fontecha, «una explicación lisonjera
de los móviles» que habían inducido a la República Dominicana a
solicitar su reincorporación a España:
A propósito de Haití, dice el Times que en breve correrá la
misma suerte que Santo Domingo, con el consentimiento
de los franceses. Por mi parte añado: así sea. Con toda la isla
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
569
Española, descubierta por Isabel I y recuperada por Isabel II,
la fuerza de los españoles en las Antillas es incontrastable
[...]. He hablado con un amigo inglés [...]. Este explica el
suceso imparcialmente de la siguiente manera: “Los dominicanos [...] son más españoles que Vds., no quieren independencia, y siempre han estado rabiando por enarbolar
la bandera española. Hasta ahora no lo han hecho porque
los consideraban a Vds. débiles. Poco después de haber
visto que, a despecho de Inglaterra, se han metido Vds. en
Marruecos, han probado que tenían un Ejército capaz de
hacer lo que se ha hecho, y se han apoderado de Tetuán,
han comprendido que España valía algo en el mundo, que
podía defenderlos, y se han apresurado a meterse bajo sus
alas”.100
Precisamente en ese artículo de la Crónica de Ambos Mundos, su
autor informó también de la reacción que había provocado en la
prensa británica la noticia de la anexión:
Los periódicos ingleses braman con la noticia de la anexión
de Santo Domingo, y nos prodigan la calificación de filibusteros. Según dicen, el suceso estaba preparado muy de
antemano por el Gobierno español, el cual había enviado
muchos emigrados españoles a Santo Domingo con instrucciones para que, cuando se sintiesen fuertes, enarbolasen la
bandera española y reclamasen la protección de España, lo
que, con asombro general de los habitantes y de los negros,
hicieron el 18. Esta ingeniosa trama tiene dos pequeños
inconvenientes, que destruyen su verosimilitud. En primer
lugar, no son los peninsulares los que han enarbolado la
bandera patria; es el general dominicano Santana, revestido
para este objeto de facultades extraordinarias por sus conciudadanos [...]. En segundo lugar, los negros están en Haití
y no en Santo Domingo. Pero de estas delicadezas geográficas se cuidan poco los periódicos ingleses.
100
Ibídem, pp. 65-67.
570
Luis Alfonso Escolano Giménez
Como se ve, la confusión era la nota dominante no solo en
España, sino en todas partes, y la misma llegó al extremo cuando
se rumoreó incluso que la llegada a Madrid de un enviado del
Gobierno haitiano tenía como objetivo tantear el modo de pensar
del Gobierno español para la anexión de Haití a España, versión
que coincidía con lo publicado por The New York Herald. Con
respecto a la repercusión internacional de los hechos de Santo
Domingo, la Crónica de Ambos Mundos reprodujo lo que decía otro
diario, del cual no facilitó el nombre, cuyo interés radica en la
polémica suscitada con los medios gubernamentales a cuenta de
la actitud que Gran Bretaña tomaría en este asunto. El periódico en cuestión había informado del proyecto que se atribuía al
Gobierno británico de oponerse al deseo de los dominicanos, tras
de lo cual se encargaron los periódicos ministeriales de desmentir
la noticia, y el mencionado diario concluyó con estas significativas
palabras: «Si el Gobierno español no acepta la anexión, ¿quién
podrá impedir se diga es por temor a Inglaterra?». Uno de esos
medios ministeriales, La Correspondencia, comentó el 20 de abril lo
que había aparecido en otro periódico, igualmente sin identificar,
acerca de que los norteamericanos habían «recibido muy de mala
manera la noticia de la anexión de Santo Domingo a España».
En el artículo glosado por La Correspondencia se aseguraba que
«afortunadamente ni la disuelta Unión americana puede inspirar
cuidado alguno, ni los enfurecidos guardadores de la tradición
filibustera se hallan en disposición de hacer otra cosa que dirigir
al cielo sus lamentos». En cuanto a la noticia de que los haitianos
también trataban de anexionarse a España, el mismo periódico
afirmaba que era «obra exclusiva de la temerosa y acalorada imaginación» de los estadounidenses. El interés de los medios españoles
por la opinión de la prensa extranjera era evidente, y en esa línea
de seguimiento de las críticas y reacciones frente a la anexión,
el 24 de abril La Iberia incluyó en sus páginas, tomada a su vez
del Diario Español, la siguiente crónica que publicó el periódico
francés L’Opinion Nationale, que estaba fechada en La Habana el
27 de marzo:
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
571
Hace muchos meses que no se habla en La Habana más que
de preparativos de guerra hechos en secreto, con la mira de
una próxima expedición [...]. Varios indicios han acabado,
sin embargo, de aclarar el misterio; de repente se han establecido comunicaciones muy frecuentes entre Puerto Rico
por una parte y la República Dominicana por otra. Buques
cargados de emigrantes salían de este puerto para Santo
Domingo.
Esta emigración súbita, estimulada evidentemente por las
autoridades, tenía algo de inexplicable y nos perdíamos en
conjeturas sobre los proyectos de la administración superior, cuando ha llegado la noticia de que un movimiento
popular había estallado en Santo Domingo [...]. La bandera
española había sido enarbolada en todos los edificios públicos al grito de “viva la reina” dado en tono de provocación y
de amenaza por grupos de extranjeros.
Aún no habían vuelto de su admiración los dominicanos,
cuando el presidente Santana [...] proclamaba solemnemente la reincorporación de la República a España. Era un
verdadero y vergonzoso golpe de Estado: Santana era traidor, perjuro y vendía su país a una nación aborrecida.
Los emigrantes mandados hacía muchos meses de Cuba a
[sic] Puerto Rico, eran otros tantos emisarios encargados
de hacer por sí solos la revolución. En caso de que hubiesen encontrado alguna resistencia de parte de la población,
debían, so pretexto de la violencia de que habrían sido víctimas, colocarse bajo la protección de su cónsul y reclamar la
intervención de los buques de guerra españoles que pudiesen hallarse en el puerto.
Por premio de su complicidad, los emigrantes filibusteros
recibirían grandes concesiones de tierras en los distritos
más fértiles o mejor situados.
Pese a las exageraciones y falsedades contenidas en el texto
citado, este solo da idea de una parte de lo que se pensaba en algunos ambientes internacionales, y de ello era consciente la opinión
572
Luis Alfonso Escolano Giménez
pública española, que se mantenía informada al respecto gracias
al eco que encontraban en la prensa madrileña los artículos, crónicas y editoriales de numerosos medios extranjeros. Un ejemplo
más es el de la Crónica de Ambos Mundos, que el 24 de abril insertó
en sus páginas dos cartas que habían aparecido en The New York
Herald, cuyo contenido es el siguiente:
Washington 1.º de abril.- [...] La atrevida y ultrajante conducta de España al apoderarse de Santo Domingo puede ser
causa de serias complicaciones entre el Gobierno de Madrid
y el nuestro. La administración ha recibido extensos pormenores sobre el paso dado por España, y es evidente que el
nuevo secretario de Estado piensa adoptar las medidas que
reclama este asunto [...].
Los sucesos ocurridos en Santo Domingo, bajo los auspicios
del Gobierno español, han causado una profunda sensación
en las regiones del Gobierno [...]. Sábese que sobre este
asunto ha consultado el presidente [de los Estados Unidos]
a su ministro de Estado, y se cree que este último dirigirá inmediatamente al Gobierno español una enérgica protesta.
Esto es lo único que la administración federal puede hacer
en el impotente estado en que se encuentra.
Por extraño que parezca, la perspectiva de un conflicto con
una potencia europea la consideran con satisfacción muchos de nuestros hombres públicos. Dicen que es una bendición de Dios en el actual estado en que se halla la Unión,
temiéndose, como se teme, una guerra civil; pues despertaría en el sur el sentimiento nacional, apaciguaría la fiebre
desunionista, y produciría al fin la reconsolidación del país.
Washington 2 de abril.- Se están adoptando disposiciones
para poner inmediatamente en pie de guerra al Ejército y a
la Marina, y los que se creen bien informados dicen que espera oponerse a los designios de España respecto de Santo
Domingo [...]. El Gobierno [de los Estados Unidos] conoce
perfectamente las intenciones del Gobierno español referentes a aquella isla, y no permitirá que se posesione de ella.
Indudablemente la administración cree que un conflicto
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
573
con España distraería la atención del país, y conduciría a
una solución favorable de nuestras discordias interiores.
[...] Según manifestó esta mañana un oficial de Marina, hay
razones para creer que antes de veinte días habrá ocurrido
un rompimiento con España. Se han dado órdenes para que
se alisten inmediatamente varios buques [...]. Esto indica
algo muy significativo.101
No obstante, esta noticia fue desmentida el día 25, cuando la
Crónica de Ambos Mundos publicó que tan pronto como el plenipotenciario de España en Washington había tenido conocimiento de
que el Gobierno norteamericano estaba organizando una expedición, que según se decía estaba destinada a Santo Domingo, pidió
explicaciones al respecto. El ejecutivo de Washington respondió
a García Tassara que tales preparativos no tenían nada que ver
con Santo Domingo ni con su anexión a España, que «los Estados
Unidos no se oponían por la fuerza a la anexión y que la expedición que se organizaba era contra la nueva confederación del
sur». Por otra parte, La Correspondencia del mismo día aludió a
la oposición que hacían a la reincorporación de Santo Domingo
a España algunos periódicos ingleses, los cuales propalaban que
se establecería allá la esclavitud. La Correspondencia se preguntaba
de dónde habrían sacado aquellos «la especie de que el establecimiento de la esclavitud en Santo Domingo» fuera una consecuencia de su anexión a España, algo que ya había desmentido
terminantemente dicho diario. Con relación a este asunto, un
periódico muy próximo también al unionismo como La Época se
había mostrado partidario, el día anterior, de que el Gobierno declarase de forma solemne en las Cortes que «ni en Santo Domingo
ni en ningún otro territorio que la España adquiriese, establecería
jamás la esclavitud». A juicio de La Época, tal declaración quitaría
«a los recelosos ingleses todo pretexto» para atacar a España, y
para excitar y conmover a la opinión injustamente en su contra. El
27 de abril La Iberia recogió en su revista de prensa un artículo de
El Contemporáneo, en el que se pone de manifiesto la permanente
101
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión…, pp. 152-164 (las cursivas
son del artículo).
574
Luis Alfonso Escolano Giménez
labor de oposición por parte del principal órgano del partido
moderado frente a la Unión Liberal y sus medios afines. Según
El Contemporáneo, el diario progubernamental La Correspondencia
había ido «levantado el velo con que procuraba cubrirse el último Consejo de Ministros», y era probable que el Gobierno aceptara la anexión, a pesar «de los peros y de las dificultades que el
ministerio» se ponía a sí mismo. En referencia a esa decisión, el
periódico moderado añadió que había «cosas que están más altas
que la debilidad y la miseria, y a veces se tiene que bajar la cabeza
ante la opinión pública», lo que confirma el giro completo dado
por El Contemporáneo a su postura inicial, cuando se oponía a la
anexión e insinuaba incluso que esta había sido orquestada por el
Gobierno español. Además, en tono irónico, señaló que el ministro de Estado estaría «estudiando el modo de ponerse a bien con
Inglaterra para en caso de necesidad poder exclamar: “¡Tío, yo no
he sido!” y lavarse las manos como Pilatos».102
En su afán por seguir de cerca todas las opiniones suscitadas
por el hecho de la anexión, el 27 de abril La Iberia también dio
cabida en sus páginas a El Pensamiento Español, diario neocatólico
que había incluido un comentario publicado en La Patrie, «periódico bonapartista de París», comentario que El Pensamiento Español
calificó por ello de declaración semioficial:
El Times, con motivo del movimiento que impulsa a la
República de Santo Domingo a anexionarse a España, [...]
habla de manejos en Haití a favor de Francia. Esta aserción
es inexacta. Existe en Puerto Príncipe y Cabo Francés [sic],
un gran partido simpático a Francia, y que desearía que la
isla de Haití volviera espontáneamente a poder de sus antiguos poseedores, mediante una constitución especial; pero
este partido obra sin intervención y libremente.
Acto seguido, El Pensamiento Español interpretó las líneas anteriores de un modo muy contundente, y no exento de cierta suspicacia, bastante justificada si se toma en consideración la ambiciosa
política colonialista de Napoleón III, con estas palabras:
102
Ibídem, pp. 164-170 (las cursivas son nuestras).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
575
A los que ponen en duda la conveniencia de reconocer y
consagrar la resolución adoptada por los habitantes del territorio dominicano, se les puede ahora preguntar: ¿vacilaríais todavía?
Entre las nieblas de que ha procurado rodearse La Patrie,
aparece (no diremos que a pesar suyo) una cosa clarísima:
Francia no llevaría mal que el gran partido, que sin intervención y libremente trabaja a favor suyo en Haití, lograra el objeto
a que aspira. En otros términos: cabe en lo posible que, si se
entretienen en pensarlo mucho los gobernantes españoles,
se encuentre consumado el afrancesamiento de Haití, aun
antes que la reincorporación de Santo Domingo a España.
[...] En estas circunstancias, renunciar a poseer la parte
española de Santo Domingo, en tanto que el Gobierno de
Luis Napoleón establece de un modo más o menos franco
su predominio en la parte francesa, no sería ya consentir
imprudentemente que para los dominicanos siguiesen las
cosas como hoy están; equivaldría a tolerar que dentro de
un plazo, difícil de señalar, pero siempre corto, fuera haitiana o francesa toda la isla.
Quede a la consideración del menos entendido calcular qué
efecto podría surtir sobre nuestro porvenir en América, el
afrancesamiento de una importantísima Antilla enclavada
[...] entre Puerto Rico y Cuba.
En tales circunstancias no es lícito ya detenerse: no es libre
la elección y estamos seguros de que la lectura del párrafo
de La Patrie, bastará para que así lo conozcan cuantos escritores animados de buen deseo han combatido hasta ahora
la única resolución decorosa y útil que se puede adoptar en
este interesante asunto.
En la misma línea de presionar al ejecutivo de Madrid para que
aceptase el hecho consumado en territorio dominicano, la Crónica
de Ambos Mundos subrayó el 10 de mayo que en Santo Domingo
se daba por sentado que el Gobierno español no se opondría a la
anexión. Es más, dicho periódico consideraba «tan absurda [...]
576
Luis Alfonso Escolano Giménez
la idea de que no fuera esta aceptada que entre los cálculos y
combinaciones de los dominicanos», no había entrado «jamás, ni
aun remotamente», la posibilidad de que España «no les abriese
los brazos». Tanto éxito tuvo la campaña de prensa favorable a la
anexión, que comenzaron a mostrarse también abiertamente partidarios de la misma los propios medios cercanos al unionismo,
como por ejemplo La Época, que a finales de abril ya solo puso
algunas condiciones para que se llevara a cabo dicha medida con
éxito:
Lo que debe hacerse es adoptar todas aquellas garantías y
[...] precauciones conducentes a hacer patente que la anexión de Santo Domingo no es un acto de ambición por parte de España [...].
Ahora, si el movimiento fuera producido por una parcialidad, si realmente no fuesen una verdad los votos y los
sentimientos que en estos momentos parecen evidentes,
entonces podría tachársenos de ambición y acusársenos
si procediésemos a incorporarnos aquel territorio de una
manera violenta [...]. En todo caso lo que no consentirá,
ni podrá consentir nunca la España, es que la isla de Santo
Domingo vaya a caer en poder de otra nación, sean o no los
Estados Unidos, y tratará de cohonestar su posesión con los
motivos o pretextos que se quieran.
Inmediatamente después de este desahogo de sinceridad
rayana en el cinismo, y como justificación de lo que acababa de
afirmar con tanta rotundidad, La Época aseguró que
si Santo Domingo no hubiera proclamado la anexión a
España, pronto el jefe del Gobierno haitiano hubiese proclamado la anexión a Francia. Dícese que Geffrard, se proponía primero conquistar a Santo Domingo, y después ofrecer la isla entera al Gobierno imperial. Para esto se había
puesto en movimiento con su Ejército, y los dominicanos
[...] apresuraron el movimiento, no porque temieran a sus
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
577
enemigos, sino para fijar de una vez su suerte. El movimiento
de los dominicanos ha sido completamente espontáneo, y
sin contar con el Gobierno español de quien esperan que
no los abandone.103
En general, pasados ya los primeros días tras conocerse la noticia, y la consiguiente sorpresa inicial, el debate en la prensa giró
alrededor de tres puntos principales: las repercusiones que podría
tener la anexión en los países hispanoamericanos, así como sus
consecuencias de carácter económico y social, y la supuesta espontaneidad de la misma. Posteriormente, una vez aceptada la reincorporación de Santo Domingo por parte del Gobierno español,
el debate periodístico se amplió a temas como «la petición de un
plebiscito que ratificase la decisión anexionista»; «la polémica sobre el sujeto de cesión de la soberanía»; «la repercusión del “caso”
dominicano» en Cuba y Puerto Rico; y por último, «la petición de
reformas administrativas para las colonias».104
En cualquier caso, el papel verdaderamente crucial jugado por
la prensa ya había concluido, una vez que la decisión de aceptar
la reincorporación había sido adoptada en firme por el ejecutivo de Madrid. En este sentido, resulta muy acertada la siguiente
reflexión que hace De la Gándara con respecto a la actitud de la
mayor parte de los medios españoles:
A principios de abril llegaron a la península noticias de lo
acaecido en Santo Domingo. [...] La opinión aquí, o por lo
menos, los elementos activos [...] que la guían y determinan su actitud, las acogieron de una manera favorable. La
prensa de todos los matices se pronunció resueltamente en
pro de la anexión [...]. Lo mismo los absolutistas que los
moderados, los progresistas que los demócratas, estimaban
el suceso fausto para el país y altamente beneficioso para el
prestigio, poder y engrandecimiento de España.105
103
104
105
Ibídem, pp. 160-175 (las cursivas son de los artículos).
E. González Calleja y A. Fontecha Pedraza, Una cuestión de honor... pp. 68-89.
Ibídem, pp. 54-55. Los autores citan a J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra
de Santo Domingo, Madrid, Imprenta de El Correo Militar, 1884, vol. I, p. 180.
578
Luis Alfonso Escolano Giménez
González Tablas coincide con el mencionado autor en su
valoración sobre la opinión pública, y se refiere a ella con un cierto desengaño:
España recibió la noticia de tal acontecimiento como la niña
que recupera una muñeca.
Las Cortes se hallaban cerradas; pero tal era la unanimidad
de la prensa periódica de todos los partidos, que para saber y conocer perfectamente el sentimiento público no se
necesitaban los cuerpos colegisladores; cuando desde los
periódicos absolutistas hasta los periódicos democráticos
victoreaban [sic] la noticia de la anexión; cuando todos si
algo echaban en cara al Gobierno, era que dudaba, que vacilaba; cuando se hablaba de la gloria de España, de los intereses comerciales de España, del porvenir de España y todo
eso aplicándolo a la reincorporación y a la conservación de
Santo Domingo; cuando esto se hacía por toda la prensa sin
distinción de colores; que conocía los hechos como los conocía el Gobierno, porque se habían hecho públicos, bien
puede decirse [...] que el sentimiento casi unánime de la
nación española, con exclusión de algunas individualidades,
era el creer que la reincorporación de Santo Domingo debía considerarse como un fausto suceso en el reinado de
doña Isabel II.106
Así las cosas en la península, y dada la falta de oposición por
parte de las demás potencias, la única posibilidad de que se revirtiera el acto por el cual se había entregado la soberanía dominicana a España dependía de que el mismo fuese combatido por los
propios dominicanos de forma eficaz y directa, y no solo mediante
una sorda condena como hasta esos momentos.
106
R. González Tablas, Historia de la dominación y última guerra de España en
Santo Domingo [1870], Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos;
Editora de Santo Domingo, 1974, p. 67.
Capítulo VIII. Los primeros conatos revolucionarios
en Santo Domingo y el estallido final de 1863
E
n las líneas que siguen no se trata de recapitular todos los
hechos que condujeron, finalmente, al estallido definitivo de
agosto de 1863, momento a partir del cual el fracaso de la anexión
se hizo ya irreversible por completo, y sin posibilidad alguna de
salvar el experimento que había supuesto esta peculiar experiencia histórica. En realidad, se pretende más bien explicitar los antecedentes de esa última insurrección, tanto los brotes de carácter
violento como otras señales de diverso tipo y origen, que daban a
entender, a modo de aviso, el profundo descontento que la sociedad sentía ante la actuación política, económica y administrativa
de las nuevas autoridades españolas. Su gestión al frente de la cosa
pública, y eso es lo que quiere subrayarse en este último capítulo,
fue tan negativa que era imposible no advertirlo, como puso de
manifiesto desde España la propia prensa o, al menos, una buena
parte de ella, por lo que resulta particularmente cuestionable la
falta de una reacción para corregir tantos males. En efecto, pese
a las repetidas denuncias de unos y otros, en Santo Domingo y
en España, nada se hizo para atajar a tiempo esas deficiencias y
remediarlas con una política más razonable y acorde con las necesidades y con la realidad dominicanas, en vez de pretender que
estas se adaptaran a un sistema colonial que ya estaba periclitado.
Al implantar en Santo Domingo un modelo político-administrativo y económico que se encontraba poco menos que al borde
de su explosión en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, el Gobierno
580
Luis Alfonso Escolano Giménez
español demostró la misma ceguera que le había llevado a
mantenerlo, invariablemente, y con independencia del partido
político que se encontrara en el poder. De esta forma, cuando se
añadió al conjunto otra pieza, cuyas características presentaban
además una especial complejidad, por tratarse de un país que
había sido independiente, el fragilísimo equilibrio existente el ultramar español, en todos los órdenes: social, político, económico,
comercial y financiero, saltó por los aires. Cabe considerar, como
ya muchos autores han señalado, que la guerra de la Restauración
dominicana fue un estímulo para los movimientos insurreccionales de esos territorios españoles, pero también puede verse en
tal concatenación de sucesos, más que un mero ejemplo que fue
seguido miméticamente, una relación más profunda.
De hecho, el larvado sentimiento de descontento que prendió
como la pólvora en Cuba, Puerto Rico y Filipinas, después del fracaso de la anexión, y en coincidencia con el destronamiento de Isabel
II tras el triunfo de la revolución de septiembre de 1868, forma
parte asimismo del marco general de crisis sistémica de la monarquía española. En cualquier caso, no se trata con ello de restar valor
al papel de acicate para las demás colonias que tuvo sin duda la
insurrección dominicana, sino tan solo incluir estos hechos dentro de un contexto más amplio. Así pues, al considerar el juego de
fuerzas metropolitano-coloniales que estaba a punto de dirimirse,
justo en el momento en el cual se produjo la anexión, resulta más
comprensible el rol de esta última, como factor desencadenante de
todas las tensiones que habían ido acumulándose en las provincias
ultramarinas de España desde mucho tiempo atrás.
1. EL ESTADO DE LA OPINIÓN PÚBLICA A LA LLEGADA
DE LAS PRIMERAS TROPAS ESPAÑOLAS
Antes incluso de que se proclamara la anexión tuvieron
lugar algunos acercamientos al estamento militar para impedirla, aunque todos ellos resultaron fallidos. Así, por ejemplo,
los miembros de la Junta de Regeneración Dominicana escribieron al general Valerio para que colaborase con ellos, y a los
oficiales José Valera y Víctor Georges para que se sublevaran
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
581
en la capital. Lo mismo hicieron con el comandante Manuel
de Luna, a fin de que hiciese un pronunciamiento en Higüey;
con el general Florentino, para que sublevase el sur; y con el
general José María Pérez Contreras, para que actuase en el este.
Sin embargo, Domínguez subraya que «ya la mayoría de los generales y oficiales había sido comprometida por Santana, y por
tanto, fracasaron las tentativas de ganar prosélitos antianexionistas entre los militares». Por otra parte, la Junta introdujo de
forma clandestina en territorio dominicano las proclamas de
Sánchez y Cabral, así como el ya mencionado folleto anónimo
titulado La gran traición del general Pedro Santana.1
Alguien muy poco sospechoso de ser proespañol, el agente
comercial de los Estados Unidos en Santo Domingo, Jonathan
Elliot, informó el 27 de junio al secretario de Estado norteamericano de que la anexión había sido celebrada allí «con mucho
regocijo y con festejos que duraron tres días». Todo el mundo
parecía estar muy contento y satisfecho, y no se habían registrado incidentes dignos de mención. Además, las propiedades
habían aumentado su valor de forma considerable, y los alquileres de viviendas casi se habían cuadruplicado, con lo cual era
evidente que el cambio que acababa de producirse resultaba
«sumamente beneficioso» para aquellas personas que residían
o estaban haciendo negocios en la capital dominicana.2
González Tablas indica que diversos testigos imparciales aseguraban que «hubo un indescriptible entusiasmo en la capital» al
ver ondear la bandera de España, y lo explica del siguiente modo:
Acaso allí veía el comercio un risueño porvenir; tal vez el
pueblo sano vislumbraba una aureola de orden y de paz;
quizás los enemigos de Santana juzgaron que había llegado
el término de sus desmanes, y bien pudo ser el público regocijo el resultado de amaños oficiales.
1
2
J. de Js. Domínguez, La anexión... p. 78. El autor cita a Ramón Lugo Lovatón,
Sánchez, vol. II, Ciudad Trujillo, Montalvo, 1948, pp. 109-110.
A. Lockward, La doctrina Monroe y Santo Domingo... vol. II, pp. 169-170.
582
Luis Alfonso Escolano Giménez
En cualquier caso, tal como afirma González Tablas, «ni en
aquel día ni en los subsiguientes, en que se hicieron fiestas públicas», dio Santo Domingo «la menor prueba de disgusto por el
cambio efectuado». De hecho, lo mismo sucedió en las restantes cabeceras de los municipios, donde se izó «pacíficamente la
bandera española con más o menos demostraciones de alegría;
y circuló por toda la isla con rapidez eléctrica la gran novedad»,
pero en ninguna parte se demostró material oposición a la misma, salvo en un caso aislado, el de San Francisco de Macorís.
Según dicho autor, entonces surgió la duda de si España aceptaría o no lo que se le ofrecía, y Santana «estuvo inquieto hasta ver
el final de la comedia que se representaba», ya que a pesar de
todas las seguridades que tenía, cualquier hecho imprevisto podría acabar con su gran obra. Así «transcurrieron veintiún días
mortales sin que apareciese por la costa de la Española el primer
buque con tropa». Precisamente, este plazo «largo, eterno para
situación tan crítica, y que se deshizo pacíficamente, fue siempre
el apoyo de los que más tarde» sostuvieron que la reincorporación se había hecho de forma espontánea. A juicio de González
Tablas, «aquellos veintiún días pacíficos en un país tan avezado a
las revueltas, enarbolado un pabellón que destruía la República»
equivalían «a todo un sufragio universal». De hecho, continúa el
mencionado autor, «no podía ocultársele a Santana como a sus
enemigos que aquel interregno era la crisis más decisiva para el
país», y señala que si las primeras fuerzas españolas que fondearon en la rada de Santo Domingo se hubieran encontrado con
algún movimiento de rechazo, seguramente no habrían dado su
respaldo a la reincorporación, pero lo cierto es que los agitadores no pudieron hacer nada. Al final de su narración, González
Tablas afirma que «mucha debía ser la incertidumbre que agitaba al general Santana» durante tan larga espera, pues cuando vio
arribar al Placer de los Estudios, en la rada de Santo Domingo,
el batallón de Puerto Rico, aquel exclamó jubiloso: «¡Ya cantó
mi gallo!».3
3
R. González Tablas, Historia de la dominación y última guerra... pp. 65-66.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
583
La reacción de alegría de Santana estaba justificada, sobre todo
si se tiene en cuenta que en muchas poblaciones el estado de ánimo
sería semejante al descrito por G. L. Cheesman, vicecónsul de Gran
Bretaña en Puerto Plata, según el cual el cambio de la bandera fue
un espectáculo bastante sombrío, como cabía esperar del último
lugar que cumplió la orden de Santana. El diplomático informó a
Hood, quien era su superior, de que el acto se había producido en
el más completo silencio y fue presenciado por hombres y mujeres
llorando, lo que lógicamente lo llevó a deducir que ese cambio no
contaba con el beneplácito del pueblo, que en general estaba muy
descontento con el mismo. Por último, Cheesman manifestó su presentimiento de que la calma de entonces solo presagiaba la tormenta venidera, un temor que también parecía verse confirmado por
el hecho de que en la mañana del 28 de marzo hubiese aparecido
en la estación telegráfica una bandera haitiana, que las autoridades
ordenaron retirar de inmediato.4
No obstante, en pleno pronunciamiento de San Francisco de
Macorís, que tuvo lugar el 23 de marzo, se levantó la voz frente a la
proclamación de la soberanía española, que fue «innegablemente, la primera protesta armada contra la anexión», según Pedro
M. Archambault, quien describe así aquellos sucesos: «En el mismo acto del cambio de la bandera el pueblo se amotinó» para tratar de impedirlo. «Algunos patriotas armados de fusiles lanzaron
voces de: ¡Abajo España! [...] ¡Viva la República Dominicana!»,
y dispararon al aire, en señal de protesta. Durante el izado de
la bandera española, esta recibió numerosos disparos, por lo
que pese a tratarse de «un acto espontáneo y sin la necesaria
combinación», el general Ariza, comandante de armas de San
Francisco de Macorís, hubo de recurrir a la fuerza contra los
revoltosos. Sin embargo, dado que la primera demostración no
fue suficiente para reducirlos, el general Ariza «tuvo que disparar un cañonazo sobre los amotinados», que provocó la muerte
a tres hombres. Archambault extrae de ello la conclusión de que
los pueblos, «llenos del terror que inspiraba Santana», lo habían
4
TNA, FO 881/1012, «Papers», anexo al No. 14, Cheesman-Hood, Puerto
Plata, 28 de marzo de 1861.
584
Luis Alfonso Escolano Giménez
dejado hacer por medio de aparentes pronunciamientos, aunque
al menos uno de esos pueblos mostró su «marcada oposición al
cambio de bandera»,5 pero sin mayores consecuencias, puesto
que el proceso no se vio alterado.
A pesar de la aparente tranquilidad con que se desarrollaron
los hechos en el interior del territorio dominicano, solo rota
en un primer momento por el caso aislado de San Francisco
Macorís, poco tiempo iban a tardar en producirse nuevas manifestaciones de descontento. Así parecía anunciarlo, por ejemplo, la proclama conjunta publicada por los generales Sánchez
y Cabral en Saint Thomas, el 30 de marzo de 1861, en la que
llamaban al pueblo dominicano a tomar las armas contra la
anexión. Entre otros argumentos, ambos generales aludieron
a la cuestión de la esclavitud, en estos términos: «España, dominicanos, tiene que seguir unos de estos dos sistemas para
gobernar: o debe dejaros la libertad civil, la libertad política y
la igualdad de que disfrutáis hace cuarenta años», en los que
incluían, claro está, toda la etapa de la dominación haitiana,
«o debe gobernaros con su sistema de esclavitud civil y política, con sus preocupaciones de raza y con su desigualdad de
jerarquías». Los dos generales afirmaron categóricamente que
el primer sistema era imposible para España, porque implicaba
contradicción con sus propios intereses, mientras que le era
forzoso seguir el segundo, «para no dar motivo de queja y conservar el equilibrio colonial de Cuba y Puerto Rico»,6 punto en
el que desde luego no estaban equivocados.
En efecto, aunque España no restableció la esclavitud en Santo
Domingo, según habían puesto como condición las autoridades
dominicanas, no ocurrió lo mismo con su aspiración de convertirse
en una provincia más, en pie de igualdad con las de la península,
pues ello habría supuesto un agravio comparativo frente a Cuba y
5
6
P. M. Archambault, Historia de la Restauración [París, 1938], 3.ª edición, facsímil
de la 1.ª: Santo Domingo, Sociedad Dominicana de Bibliófilos; Editora de
Santo Domingo, 1983, pp. 11-18. Véase también: J. de Js. Domínguez, La
anexión... p. 157.
J. de Js. Domínguez, La anexión... p. 78. El autor cita a R. Lugo Lovatón,
Sánchez, vol. II, p. 454.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
585
Puerto Rico. María Elena Muñoz recuerda que si la clase dominante
de Santo Domingo, es decir, el grupo de los hateros y los grandes
comerciantes de la capital, había apoyado la separación de Haití en
1844 fue para poder «refugiarse bajo la fronda de una gran potencia, que le preservara sus intereses clasistas [...], algo que no obtenían con la dominación haitiana». Por lo tanto, como sostiene la
mencionada autora, «dicho apoyo era coherente con esa posición»,
toda vez que la separación de Haití abría perspectivas concretas a la
tendencia antinacional de tales sectores, igual que ocurrió en 1861,
y volvería a suceder en 1870, cuando Báez trató de anexionar la
República Dominicana a los Estados Unidos.7
No obstante, la evolución de los hechos a partir de la llegada
de las primeras tropas españolas a Santo Domingo no satisfizo esas
aspiraciones, ya que «la oligarquía de generales y comerciantes»
que había regido el país hasta ese momento «fue reemplazada por
otra compuesta de oficiales españoles». Con el cambio, en opinión
del general De la Gándara «todos los males de la administración
se empeoraron en vez de mejorar, y la única panacea ofrecida por
España a su nueva colonia fue el sistema de centralización y monopolio» vigente en todos los territorios de la monarquía. Sin duda,
este sistema, en vez de atraer y aplacar a los enemigos de la anexión, produjo en Santo Domingo «el descontento –tal como era
el caso en otras partes–», y acabó por provocar una de «aquellas
terribles crisis de la sociedad moderna que terminan en el campo
de batalla»,8 como consecuencia de los numerosos intereses que
habían sido perjudicados.
Sin embargo, el descontento con la nueva situación comenzó a hacerse notar mucho antes de que se pudieran advertir los
efectos de la anexión, ya que inmediatamente después del desembarco de las fuerzas españolas, sus integrantes tuvieron oportunidad de saber lo que pensaba una gran parte de la población
dominicana.
7
8
María Elena Muñoz, La política internacional europea y sus efectos en la isla de
Santo Domingo, siglos XVI-XIX, Santo Domingo, Instituto Panamericano de
Geografía e Historia, Sección Nacional de Dominicana, 2008, p. 186.
S. Welles, La viña de Naboth... vol. I, pp. 195-196. El autor cita a José de la
Gándara y Navarro, Anexión y guerra de Santo Domingo, pero no indica la
página.
586
Luis Alfonso Escolano Giménez
Así, por ejemplo, el subteniente López Morillo señala que en
el momento de tomar contacto por primera vez con los oficiales
dominicanos que acompañaron a Lavastida y a Ricart en su visita
a la nave capitana de la expedición, que naturalmente eran partidarios de Santana, aquellos ya les «confesaron el disgusto que
reinaba en el país». El motivo del mismo era que «la anexión se
había hecho atropelladamente, sin preparación ni dar tiempo
a formar la opinión». Según dichos oficiales, la mayor cantidad
de enemigos de la reincorporación se encontraba en el Cibao,
pero con «el ascendiente de Santana y las simpatías que había
por España no debía temerse nada» en el futuro, y menos aún
tras la llegada de las tropas, que contribuía a hacer definitivo el
nuevo orden de cosas. Por otra parte, López Morillo subraya que
la presencia militar española era vista como algo «necesario para
imponer a los haitianos, cuyo presidente había protestado» contra
la anexión, y además todos decían a los oficiales españoles que
había llegado el momento de recuperar los pueblos dominicanos
que Haití detentaba en la zona fronteriza. Tras la visita, se había
producido un gran cambio de opinión sobre el pronunciamiento
dominicano entre la oficialidad española, que dudaba ya no solo
de la espontaneidad de aquel movimiento, sino incluso «de lo duradero de la obra del general Santana y los suyos». El mencionado
autor recoge también los comentarios hechos por un teniente
español que formaba parte del grupo de militares que estaban en
Santo Domingo desde antes de la anexión, en calidad de instructores, según el cual «existían verdaderas corrientes de simpatía
hacia España en la gente blanca, y pocas en la de color, que era la
mayoría». El teniente aseguró además que la anexión no se consolidaría y predijo que en un plazo breve dominicanos y españoles
lucharían entre sí. Es más, en medio de la propia recepción ofrecida tras el acto oficial de bienvenida al cuerpo expedicionario
español, los dominicanos que entablaron conversación con los
oficiales expresaron opiniones distintas respecto a la anexión, y
muchos de ellos criticaban «acerbamente la reincorporación por
la forma en que se había llevado a término». Esas personas eximían de culpa a los españoles, pero manifestaban su disgusto, «a
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
587
pesar de que muchos de los que así hablaban habían firmado» el
acta del pronunciamiento, por lo que ante tal circunstancia López
Morillo se pregunta con toda razón: «¿Qué importancia podíamos
dar al pronunciamiento en favor de España?» De cualquier modo,
en lo que estaban todos de acuerdo era en su «eterna pesadilla
[...]: ¡Los haitianos!», pues había prisa por que los soldados españoles fueran «a rescatar los pueblos usurpados». A juicio de
dicho autor, este asunto interesaba muy en particular a quienes,
«no creyendo que se habían seguido buenos derroteros para la
unión con España, consideraban sin embargo bueno que España
derramase su sangre y su oro para darles a ellos paz y bienestar»,
pero la pregunta obligada era «¿a cambio de qué?».9 Por consiguiente, no resulta nada extraño que los militares españoles, tras
escuchar a unos y a otros, sintiesen un gran desencanto por aquella reincorporación.
López Morillo indica que en la calle era perceptible la animadversión de muchas personas, y cuenta por ejemplo que cuando
dio un paseo por el pueblo de San Carlos, ubicado extramuros de
la capital, encontró que sus habitantes, la gran mayoría negros,
miraban a los militares españoles «con salvaje dureza». Esta actitud, según el subteniente, daba a entender muy claramente que
ellos tampoco querían «el cambio de bandera», como hijos que
eran de los esclavos de la época colonial, y que temían que los recién llegados fueran a restablecer la esclavitud, un rumor que los
agentes secretos de Geffrard se encargaban de sembrar entre la
población de color. En los demás puntos del territorio dominicano que recorrió hasta su destino final en Santiago, López Morillo
encontró reacciones semejantes por parte de la población y de
algunas autoridades, como las de la comandancia militar de
Samaná, que incluso se negaron a colaborar con los mandos
españoles allí destacados. Otras circunstancias que revelaban un
estado de ánimo bastante parecido al de Samaná tuvieron lugar
en Sabana de la Mar y en Puerto Plata, aunque sin que llegase
a producirse ningún incidente grave, más allá de algunos gestos
9
A. López Morillo, Memorias sobre la segunda reincorporación... vol. I, libro I,
pp. 206-219.
588
Luis Alfonso Escolano Giménez
de desconfianza hacia el cuerpo expedicionario. Tales situaciones
se tradujeron a veces en momentos de cierta tensión, resueltos
gracias a la prudencia de unos oficiales que, en general, eran
conscientes de que España «había dado el paso más aventurado
que hubiera podido aconsejarle su peor enemigo, mas como no
era posible retroceder había que sostener lo hecho de la mejor
manera posible».10
2. EL ALZAMIENTO DE MOCA EN MAYO DE 1861
A principios de mayo, poco tiempo después de que las fuerzas
españolas hubiesen desembarcado en Santo Domingo, se produjo
el primer intento organizado de oponer resistencia al nuevo orden de cosas. En efecto, el cónsul de Gran Bretaña en la capital
dominicana informó al Foreign Office del comienzo de los disturbios en el país, y señaló que al parecer un cierto número de
dominicanos residentes en Santiago y los pueblos vecinos había
concebido el plan de restablecer la República. Según su versión
de los hechos, aquellos se reunieron en la localidad de Moca,
donde arrancaron la bandera española e izaron la dominicana,
pero fueron dominados muy pronto, no sin derramamiento de
sangre. Hood reconoció que no había podido obtener más detalles acerca de este asunto, aunque se afirmaba que las tropas
españolas no tomaron parte alguna en los disturbios, ni estaban
presentes siquiera en el lugar de los hechos. El 9 de mayo se condujo desde Santiago a Santo Domingo a trece presos, que fueron
encarcelados e incomunicados, y cuya lista de nombres adjuntó el
agente de Gran Bretaña en su despacho a Russell, para que este
viera que todos ellos pertenecían a la clase más alta e influyente.
Además, otras cuatro personas de buena posición permanecían
en la cárcel de Santiago, y un gran número de presos de las clases inferiores también se encontraban detenidos allá. El día 10
Santana salió hacia Santiago, acompañado de su Estado Mayor y
escoltado por un cuerpo de lanceros, lo que pone de manifiesto la
10
Ibídem, pp. 222-268; véase pp. 222 y 245.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
589
gran importancia que se concedió al movimiento insurreccional
de Moca. La lista anexa a la comunicación de Hood contiene, en
primer lugar, los nombres de los presos trasladados desde Santiago
a Santo Domingo: Benigno F. de Rojas, ex vicepresidente de la
República y ex presidente del Senado; Jacobo Morel, F. Curiel,
Juan F. Espaillat y José M. Rodríguez, todos ellos antiguos miembros del Senado; así como el general Rafael Gómez, el coronel
Del Rosario y otras seis personas más. Los presos que quedaron
recluidos en Santiago, por estar demasiado enfermos para realizar
el viaje hasta la capital, eran los siguientes: Sebastián Valverde,
hermano del general Valverde, ex presidente de la República; y
Pedro F. Bonó, Belisario Curiel y Ramón Almonte, quienes también habían sido miembros del Senado.11
Por otra parte, el diplomático se refirió también a la partida
del general Rubalcava, que había salido el 18 de mayo de Santo
Domingo con dirección a La Habana, por lo que el capitán Mac
Mahon pasaba a estar al mando de las fuerzas navales presentes en
aguas dominicanas, y el brigadier Peláez continuaba como comandante en jefe de la expedición militar. Hood añadió que en su despacho del 5 de mayo anterior había mencionado un rumor según
el cual se estaba preparando una expedición para tomar posesión
por la fuerza de la parte del territorio dominicano que los haitianos mantenían en su poder, aunque no creía que el mismo tuviese
fundamento alguno. En cuanto a las precauciones adoptadas por
los oficiales y tropas españoles, estas seguían siendo las mismas, de
modo que los oficiales que salieran por la noche estaban obligados a llevar sus armas de fuego cargadas en todo momento. Como
prueba de la incertidumbre que reinaba en Santo Domingo, el
representante de Gran Bretaña adjuntó a Russell la Gaceta del
9 de mayo, en la que había un editorial donde se afirmaba que
las autoridades habían recibido, por medio del correo llegado el
día 5, el anuncio formal de que la reina de España aceptaba la
anexión de Santo Domingo. Sin embargo, Hood indicó que era
absolutamente imposible que les hubiese llegado tal noticia, puesto
11
TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 20 de mayo de 1861; véase el
anexo No. 1.
590
Luis Alfonso Escolano Giménez
que no había habido tiempo material para ello, y además el propio
vicecónsul de España, quien se encontraba aún en la capital dominicana, le había asegurado que ese anuncio era una pura invención
y que se había publicado con el fin de engañar a la gente.12
Lo cierto es que el contenido de la información aparecida en la
Gaceta de Santo Domingo era lo suficientemente ambiguo como para
suscitar la duda, toda vez que no se explicitaba que el Gobierno
español hubiese aceptado de forma oficial la anexión, sino que se
limitaba a señalar que la reina y su Consejo de Ministros habían
acogido ese hecho con entusiasmo y satisfacción. Resulta evidente
que no se trata de lo mismo, pero la calculada forma de presentar
como una declaración solemne lo que habían sido tan solo unas
palabras de Isabel II al ex plenipotenciario dominicano bastó para
crear la impresión buscada por el periódico del Gobierno, en el
sentido de que la respuesta de Madrid no podía sino ser favorable
a los intereses del grupo anexionista.13
El ataque contra Moca por parte de las fuerzas insurrectas tuvo
lugar el 2 de mayo, unos días antes de la fecha prevista, debido a
una delación, lo que impidió que en Santiago se diera el golpe al
mismo tiempo, según el plan inicial. Dos cartas, fechadas en Moca
el 1 de mayo y en Santiago el día 3, respectivamente, que fueron
publicadas primero en El Español de Ambos Mundos y más tarde en
el diario madrileño La Esperanza, dieron cuenta de este movimiento con más precisión que Hood, quien dado el secretismo con que
se manejó el asunto no disponía de muchos detalles al respecto.
En la primera carta se aseguraba que el jefe militar de Moca «estaba informado de que existía un club» que trataba de llevar a
cabo una conspiración, y ya desde hacía algún tiempo los estaba
vigilando. Con respecto al cura del pueblo, el autor de la carta
señaló que no andaba «muy católico en este negocio», términos
con los cuales aludió a su probable implicación en el mismo. Por
su parte, la segunda misiva transmitía los rumores de lo ocurrido:
«Un amotinamiento de los morenos del Paso de Moca, contra
12
13
Ibídem.
Ibídem, anexo No. 2: Gaceta de Santo Domingo, Santo Domingo, año I, No. 15,
9-V-1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
591
el nuevo orden de cosas». La noche anterior aquellos habían
intentado tomar la plaza, pero sin éxito, dado que los esperaban
muy alerta, por lo que se vieron obligados a huir, aunque muchos
fueron apresados. El autor de dicha carta expresó su opinión de
que si las tropas españolas tuviesen que retirarse, inmediatamente después comenzarían «el pillaje y el asesinato de los blancos»,
mientras que las autoridades no podrían defenderlos, por carecer
de las fuerzas suficientes para ello. En su misiva, el corresponsal
también mencionó que según el general Roca los pueblos del
sur eran «unánimes en el entusiasmo por el nuevo orden», pero
acto seguido añadió que los generales Sánchez y Cabral ocupaban «unos pueblos de la frontera, que aunque pertenecían a la
parte española, estaban siempre en poder de los haitianos». Sin
embargo, en esos momentos ondeaba allá la bandera dominicana,
por lo que el autor de la carta concluyó que pronto se vería «el
desenlace de este drama», en el cual no dejaría de haber víctimas,
tal como había sucedido en el ataque de Moca, donde «algunos
pagaron con la vida sus descabelladas intentonas»,14 y no solo los
que murieron durante la refriega.
Después de repeler a los insurrectos, el general Suero, comandante de armas de Moca, solicitó refuerzos a Santiago, desde donde al día siguiente se le envió una compañía de 100 granaderos
españoles; interrogó a los 16 rebeldes que habían sido apresados,
y salió a capturar a los demás participantes en la revuelta. Así,
cuando Santana llegó a Moca se encontraban detenidas 47 personas, 40 de las cuales habían sido trasladadas a la prisión de Santo
Domingo, siete estaban en la cárcel de Moca, por ser considerados
los cabecillas, y otros 15 seguían prófugos. Una vez en el lugar de
los hechos, Santana ordenó un consejo de guerra para juzgar a los
62 implicados, de acuerdo con el código penal militar de 1845 y
la ley sobre conspiradores de 1855. El 18 de mayo el tribunal dictó su sentencia, que como sostiene Domínguez «fue más política
que jurídica», por la cual 26 de los acusados fueron condenados
a muerte; seis a diez años de prisión; otros seis a cinco años de
14
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... vol. IV, pp. 186-189. El
autor cita el diario La Esperanza, Madrid, 6-VI-1861.
592
Luis Alfonso Escolano Giménez
cárcel; cinco más a seis meses de vigilancia de alta policía; y los 19
restantes quedaron absueltos. De los siete que estaban presentes
en Moca, tres fueron condenados a la pena capital; uno a cinco
años de prisión; y los demás a vigilancia de alta policía, lo que
significaba «el regreso al hogar, aunque fuese vigilado». Los tres
condenados a muerte de Moca fueron el coronel José Contreras,
el comerciante José Rodríguez y el labrador Inocencio Reyes, quienes junto con Cayetano Germosén eran los principales jefes de la
insurrección. Todos los juzgados en rebeldía también resultaron
condenados a la pena máxima, como «un modo de amedrentar a
la población, para que no los ayudase», pero en cambio Santana
perdonó la vida de los ocho presos condenados a muerte que se
encontraban en la capital, los cuales eran en su mayoría, como ya
se ha indicado, personas de una posición social importante. Por
último, el 20 de mayo se detuvo a Germosén, quien fue ejecutado
de inmediato junto a sus tres compañeros, con lo que se completó
un proceso por medio del cual las autoridades intentaron infundir el terror en la región, y advirtieron a sus habitantes que el
Gobierno estaba dispuesto a usar todos los medios coercitivos a su
alcance para imponer la anexión.15
Esta misma táctica, que había sido empleada siempre por
Santana como un mecanismo para perpetuarse en el poder, fue utilizada de nuevo con los miembros del grupo del general Sánchez,
que fueron apresados el 20 de junio de 1861 en El Cercado, en la
región fronteriza con Haití, desde donde habían penetrado en territorio dominicano para combatir la anexión. Lo más significativo
es el interés que tenía Santana por ocultar estos procedimientos
tan sumarios, sobre todo mientras no recibiera la respuesta que
esperaba del ejecutivo de Madrid, como se pone de manifiesto
en un despacho fechado el 16 de mayo, en el que el vicecónsul
de España en Santo Domingo informó al ministro de Estado de
que el país se hallaba tranquilo. Gómez Molinero no ocultó el
hecho de armas ocurrido en Moca, como consecuencia del cual se
habían producido algunos heridos por una y otra parte, pero no
mencionó la muerte de tres personas en el ataque, bien porque
15
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 155-158.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
593
lo ignorase, bien porque no quisiera provocar con esa noticia una
negativa del Gobierno español a aceptar la anexión, aunque lo
segundo resulta mucho más verosímil. El diplomático señaló que
«el no haber sido secundado este pequeño movimiento, por otros
de igual índole», en ningún pueblo de la parte española de la isla
significaba, a su juicio, que había sido un caso completamente
aislado, a pesar de lo cual Santana había considerado prudente
girar una visita militar por el Cibao, cuyas autoridades locales
habían obrado con gran «acierto y oportunidad». En cuanto a
las fuerzas militares españolas, estas se encontraban en el estado
pasivo que convenía, por lo que según Gómez Molinero no habían participado «en la represión del pequeño incidente [...], ya
por su insignificancia, ya por parecer prudente el que disturbios
de esa naturaleza» fuesen sofocados por las propias autoridades
del país.16
En su afán por pintar un panorama lo más pacífico posible,
el agente de España expuso el caso de un hermano del general
Sánchez, quien se había presentado cuatro días atrás en Santo
Domingo con su familia, procedente de Haití, país donde se encontraba por haber formado «parte del bando haitianobaecista».
En efecto, «después de mil exposiciones hasta pasar la frontera»,
aquel había podido llegar por fin a la capital dominicana, donde
describió «la situación poco lisonjera» en que se encontraban no
solo los miembros del partido al que pertenecía, sino los mismos
haitianos. Por ello, se había echado «en brazos de la causa española creyendo encontrar verdadera seguridad» en la misma, como
así había sido, y no dudaba que le seguirían muchísimos cuando
supieran la acogida que se les iba a dispensar. Dada la miseria en
que casi todos los expulsos se hallaban en Curazao, y al ver que no
conseguirían ser indultados por Santana, se habían visto «obligados a lanzarse nuevamente a los azares de tomar parte activa en la
política». De este modo, en opinión de Gómez Molinero, si «se diera una amnistía general y amplia, contados serían los dominicanos
16
AHN, Ultramar, Santo Domingo, 5485/8, doc. No. 1, Gómez Molineroministro de Estado, Santo Domingo, 16 de mayo de 1861 (el documento es
un traslado desde el Ministerio de Estado al ministro de Guerra y Ultramar,
fechado el 28-VI-1861).
594
Luis Alfonso Escolano Giménez
que quedasen al otro lado de las fronteras». Cualquier medida de
gracia de tal naturaleza que se concediera en esos momentos sería
encomiada por lo benéfica, y tendría además el doble carácter de
política, pues con ella
se haría patente la nobleza de la causa española, no apareciendo heredera de rencores de partidos, ni de animosidades personales, quitando el pretexto a los descontentos de
no ser admitidos al goce de la tranquilidad y seguridad que
los demás conciudadanos disfrutaren, y hallándose por otra
parte el Gobierno español completamente libre después
de tal benignidad, para castigar al que intentase turbar el
orden público.17
3. LA FRUSTRADA EXPEDICIÓN DE SÁNCHEZ Y CABRAL DESDE HAITÍ
A pesar de la buena voluntad que traslucen, esas palabras llegaban sin duda demasiado tarde, como se deduce del contenido
de una comunicación remitida el 7 de junio de 1861 por Huttinot,
el gerente del consulado de Francia en Puerto Príncipe, al ministro de Asuntos Extranjeros de su país, en la que aquel indicó lo
siguiente:
El propósito decidido del gabinete haitiano de prestar
socorro a los habitantes del este que se levantan contra la
ocupación española y que lo llaman –dice– en su auxilio,
viene a ser más evidente cada día. El gabinete toma hoy por
pretexto del envío de regimientos sobre la línea, el temor
que tienen de ver a la parte del este tomar posesión de sus
antiguos límites; pero he sabido de buena fuente que un tal
general Cabral, cuyos esfuerzos tienden a levantar las poblaciones de Neiba y Las Matas, es fuertemente sostenido por
el Gobierno haitiano.18
17
18
Ibídem.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 189-190. El autor cita
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
595
En tales circunstancias, y con la imagen del movimiento
encabezado por Cabral y Sánchez muy viva, no es de extrañar la
respuesta que dio el ministro de Guerra y Ultramar, es decir, el
propio O’Donnell, a la proposición hecha por Gómez Molinero,
en el sentido de conceder una amnistía general a los dominicanos exiliados por causas políticas. En primer lugar, O’Donnell
se refirió a aquellos, de modo sorprendente, como personas que
se habían refugiado en Haití porque no querían ser ciudadanos
españoles, cuando en realidad llevaban, en muchos casos, varios
años fuera del territorio dominicano, expulsados o perseguidos
por Santana, por lo que no habían podido rechazar la ciudadanía
española. En segundo lugar, el ministro subrayó «la imposibilidad
de entrar en este camino de clemencia y de olvido, cuando según
las noticias recibidas por el último correo» se estaban «consumando actos, hijos de la violencia y del odio y no del arrepentimiento
y de la adhesión»,19 con lo cual admitió que los mismos eran obra
de rebeldes dominicanos.
De este modo, el Gobierno español dejaba claro que conocía
perfectamente la naturaleza de los hechos que habían tenido lugar durante el mes de junio, cuando aún no se habían apagado
los ecos de la intentona de Moca, pese a la permanente manipulación por parte de la prensa y de las autoridades dominicanas,
que insistían en hablar de una invasión haitiana. Precisamente así
se titulaba un editorial publicado por el diario progubernamental
La Razón, el 6 de junio, cuyo autor es Manuel de Jesús Galván,
quien había desempeñado las funciones de secretario personal
de Santana, por lo que su pensamiento refleja a la perfección las
ideas e intereses del grupo oligárquico que encabezaba el ex presidente de la República:
Cada hora que pasa, cada momento que transcurre crece
más y más el entusiasmo público. La efervescencia popular
parece haber concentrado toda su acción, todas sus fuerzas
19
el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia, París, vol. 24,
1861.
AHN, Ultramar, Santo Domingo, 5485/8, doc. No. 2, ministro de Guerra y
Ultramar-ministro de Estado, Madrid, 12 de julio de 1861 (minuta).
596
Luis Alfonso Escolano Giménez
contra el eterno enemigo de nuestro reposo. Sí, el guante
que acaban de arrojarnos los haitianos, pretendiendo sin
duda hollar nuestra dignidad, al par que ha despertado en
el espíritu público todos los sentimientos, todas las pasiones
generosas propias de un gran pueblo, ha sido a la vez un
llamamiento a nuestro amor patrio.
Los sueños de Geffrard [...] van a quedar bien pronto desvanecidos. Las bayonetas dominicohispanas se encargarán de
resolver interinamente la cuestión.
[...] La noticia de la invasión haitiana [...] ha llenado de
indignación al pueblo dominicano que en masa y sin distinción de clase ni partidos corrió presuroso a rechazarla, y
protestar con las armas en la mano.
Ataque tan infundado como incalificable, semejante atentado a mano armada, contra la integridad de nuestro territorio, nos deja ya en plena libertad de obrar. Y si una vez
empezada la lucha se viese vacilar o desaparecer la independencia de Haití, ¿a quién haría responsable esta nación, sino
a su propia conducta, de consecuencia tan desagradable?
Apenas se comprende, si no se atribuye el hecho a un exceso de barbarie, cómo el Gobierno vecino pudo arriesgarse a
hollar el derecho de gentes [...]?
¿Qué pudieron creer los haitianos? ¿Creerían quizás hallar
simpatías entre este pueblo siempre fiel y que les odia cordialmente, o pensarían tal vez que se había enfriado en nosotros el sentimiento del honor y del patrimonio?.20
El 16 de junio, en un despacho dirigido al gobernador de Cuba,
Santana le aseguró que la invasión del territorio de Santo Domingo
tenía un «carácter exclusivamente haitiano», circunstancia que había determinado al brigadier Peláez, comandante de las fuerzas expedicionarias españolas, a marchar con las dominicanas a repeler al
invasor. El brigadier había mandado una parte de aquellas a la zona
20
Manuel de Jesús Galván, Novelas cortas, ensayos y artículos [estudio, notas y
compilación de Manuel Núñez], Colección Autores Clásicos Dominicanos,
vol. I, Santo Domingo, Consejo Presidencial de Cultura, 2000, pp. 428-430.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
597
de Neiba y se proponía marchar con el resto en dirección a Las
Matas. Para disimular la realidad del movimiento que había estallado en la zona fronteriza, o dejándose llevar por su propia mentira,
Santana señaló que si los esfuerzos dominicoespañoles se dirigieran
únicamente a repeler por tierra la agresión, el Gobierno haitiano
desguarnecería sus costas y haría caer sobre Santo Domingo un número mucho mayor de gente. En cambio, si atacasen a Haití por
mar, donde era «mucho más débil, habría de ceder bien pronto»,
por lo que había considerado conveniente pedir al jefe de la estación naval de Samaná que, por su parte, también contribuyera al
buen fin de las operaciones militares emprendidas.21
En cualquier caso, los enormes preparativos de defensa llevados a cabo resultaron innecesarios, toda vez que, al tratarse de un
grupo muy reducido de insurrectos, las propias fuerzas leales a las
autoridades que actuaban sobre el terreno pudieron apresarlos
o cuando menos provocaron su retirada hasta el otro lado de la
frontera. Por medio de una proclama impresa, las autoridades
dominicanas dieron cuenta del resultado de los combates en la
frontera, sin mencionar siquiera a Sánchez y a Cabral, como si
temiesen que una mera alusión a sus nombres pudiera provocar
una reacción en cadena de consecuencias nefastas para el éxito
de la anexión, recién aceptada por España. Con el estilo solemne
de una soflama patriótica, en la misma línea que el editorial de La
Razón, los antiguos ministros de Santana anunciaron el término
de las hostilidades:
Nuestros injustos y tenaces enemigos han visto fracasar, una
vez más, sus planes de conquista, gracias a la espontaneidad
y patriotismo con que ahora como siempre habéis acudido
a la defensa del país. Los partes de los dignos generales
Puello, Sosa y Suero anuncian que los haitianos se han retirado de los pueblos de Neiba y Las Matas de que se habían
apoderado por sorpresa.
21
AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006, Santana-gobernador de
Cuba, Azua, 16 de junio de 1861. Se trata de un traslado del general Serrano
al ministro de Estado, fechado el 6-VII-1861.
598
Luis Alfonso Escolano Giménez
Dominicanos: el reposo público se halla completamente
restablecido; y ya de hoy más será imposible turbarlo, puesto
que nos hallamos bajo la protección de una nación fuerte
que sabrá garantizarlo para siempre.22
En efecto, el 20 de junio Sánchez y un grupo de hombres a sus
órdenes cayeron en una emboscada que les tendieron algunos habitantes de El Cercado, cuando huían hacia Haití, ante la noticia
de que Geffrard les había retirado el apoyo táctico que les venía
prestando, mientras que otro grupo de rebeldes fue atacado cerca
de Hondo Valle.
Como consecuencia de estas acciones, 20 hombres murieron,
y otros 23 fueron hechos prisioneros, y trasladados a San Juan de
la Maguana, donde se encontraba Santana, quien antes de regresar a la capital ordenó a su ex vicepresidente, el general Alfau,
que los fusilara tras un simulacro de juicio como el de Moca. Así,
el 3 de julio, en aplicación de la ya mencionada ley sobre conspiradores, un consejo de guerra condenó a la pena de muerte a
todos los acusados, y aunque Santana conmutó esa pena por la
de cadena perpetua a tres de ellos, los demás fueron ejecutados
al día siguiente, pese a la fuerte oposición de los oficiales españoles que estaban allí presentes. Domínguez da tres motivos que
pueden explicar esa actitud: el primero, por humanitarismo; el
segundo, porque las ejecuciones se hacían en nombre de la reina
de España, y no deseaban ver mezclada a Isabel II con tales crímenes; y el último, porque resultaba completamente «impolítico
comenzar un período anexionista fusilando nativos».23
La noticia de esta condena corrió como la pólvora, y el
cónsul de Francia en Santo Domingo la transmitió a París el
5 de julio, por medio de un despacho en el que comunicó la
derrota de los rebeldes y que Sánchez iba a ser fusilado, a lo
que se habían opuesto los españoles, dado que en esa fecha aún
no se conocía en la capital el fatal desenlace. Según Landais,
esa conducta les aseguraba «la simpatía de todas las gentes
sensatas», que se inclinaban más a esto que a la severidad de
22
23
Ibídem. El impreso está fechado en Santo Domingo, el 20 de junio de 1861.
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 177-181.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
599
Santana, pues el pueblo estaba fatigado de tanto como había
sufrido, y solo quería «ocuparse de sus trabajos y gozar de la
tranquilidad» que merecía «por su dulzura y obediencia», de
las que no se había hecho más que abusar hasta ese momento. Los periódicos españoles, en su mayor parte, recogían la
versión oficial que circulaba por todas partes, y el 9 de julio
El Diario Español todavía se limitaba a informar de las medidas
adoptadas para rechazar la invasión de los haitianos, que habían entrado en el territorio dominicano en los últimos días de
mayo, de acuerdo con las noticias publicadas en La Habana. El
Diario Español, poco sospechoso de ser crítico con el Gobierno
unionista, subrayó sin embargo que no se decía nada «de la
mayor o menor importancia de las fuerzas que verificaron la
invasión», ni se hablaba tampoco de ningún hecho de armas, lo
que sin duda no podía dejar de llamar la atención si se tiene en
cuenta el gran despliegue militar efectuado. Mientras tanto, el
periódico indicó que «la inmensa mayoría del pueblo dominicano se manifestaba resuelta a cooperar enérgicamente con las
tropas españolas para rechazar la invasión de los haitianos».24
No obstante, a pesar de que a principios de mayo «la opinión
general de los más interesados en la expansión política y económica de España, ya se había volcado en favor de la anexión»,25
algunos medios comenzaron a modificar su favorable, cuando no
entusiasta, postura inicial con respecto a la conveniencia de aceptar la anexión de Santo Domingo.
En ello tuvo parte importante el conocimiento de las primeras revueltas, como la de Moca, que llevó al diario republicano
El Pueblo a afirmar el 11 de junio que no había habido «unanimidad como se decía en sus habitantes, al proclamar la anexión»,
por lo que el gabinete O’Donnell debía «haber prevenido tales
acontecimientos para calcular si convenía o no a España adquirir
una provincia». De parecida opinión era el periódico progresista
El Clamor Público, que a partir de mediados de mayo dio un giro
24
25
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... p. 191.
E. González Calleja y A. Fontecha Pedraza, Una cuestión de honor. La polémica
sobre la anexión de Santo Domingo vista desde España (1861-1865), Santo Domingo,
Fundación García Arévalo, 2005, p. 79.
600
Luis Alfonso Escolano Giménez
radical al apoyo que había prestado a la anexión, por razones de
orden eminentemente económico y social, a las que vinieron a sumarse las derivadas de aquellos sucesos. Los mismos demostraban,
como señaló El Clamor Público también el 11 de junio, que lo que
estaba pasando en Santo Domingo era «más grave y expuesto a
conflictos y complicaciones de lo que a primera vista» parecía, por
lo que concluyó que el Gobierno español empezaba a «recoger el
fruto de su imprecisión [sic] y de su incuria».26
El mencionado diario volvió a referirse a la cuestión dominicana, después de conocerse en Madrid, por medio de una
carta de Santo Domingo publicada en La Habana, que entre las
fuerzas enemigas que habían entrado por la frontera de Haití
se encontraban varios adversarios personales de Santana, «descontentos con el nuevo orden de cosas» en palabras de La Iberia,
que en su edición del 13 de julio incluyó estas líneas extraídas
de El Clamor Público: «Si el Gobierno español, antes de admitir el
regalo que el ex presidente Santana le ofrecía, tomando el nombre del pueblo que había puesto en sus manos los destinos de la
República, hubiese pasado una revista, siquiera fuese al galope,
a los acontecimientos que tuvieron lugar en Santo Domingo de
seis años a esta parte, hubiera sido seguramente más cauto». A
continuación, el periódico hizo un rápido recorrido por algunos
de los momentos más controvertidos de la historia dominicana
reciente, comenzando por la firma del tratado de reconocimiento dominicoespañol de 1855 y las reclamaciones de Segovia, el
cónsul de España en Santo Domingo, por la cuestión de la matrícula consular. Sin embargo, con buen criterio, El Clamor Público
se centró sobre todo en criticar la actuación del ex presidente de
la República, de quien recordó que «ese mismo Santana que hoy
se dice tan español y que había mostrado ardientísimos deseos
de que aquel convenio se efectuase, concertó otro secretamente con los Estados Unidos, en abril del mismo año, desterró
26
María José Cascales Ramos, «Expansión colonial y opinión pública», en Quinto
Centenario, vol. 12, Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense de
Madrid, 1987, pp. 211-227; véase pp. 219-220.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
601
y fusiló sin previo juicio [...] a varios súbditos españoles». En
último lugar, El Clamor Público mencionó «las luchas entre los
partidarios de España y los yankees que apoyaban a Santana», y
las dos insurrecciones santanistas ocurridas en la primera mitad
de 1857, que junto a otros muchos sucesos demostraban que
Santana «era el enemigo más pertinaz y declarado» de España
en la República Dominicana. En tono irónico, hizo el siguiente
comentario acerca del personaje:
Hoy ha cambiado, al parecer, de opinión, sobre lo que
puede ser más conveniente al porvenir [...] de su patria,
con una facilidad que debiera inspirar desconfianza a
un Gobierno más previsor que el nuestro; pero ya se ve:
Santana es, teniendo en cuenta la fijeza de sus principios
[...], el O’Donnell dominicano, y nada tiene de extraño
por lo mismo que se entienda tan perfectamente con el
O’Donnell de acá.27
Pese a la evidente responsabilidad del ejecutivo de Madrid en
acoger la anexión de forma tan precipitada, es necesario tener en
cuenta las deficiencias de la información de la cual disponía, bien
por la distancia, bien por la omisión voluntaria de algunos datos
importantes en la correspondencia que recibía de sus autoridades y
agentes en las Antillas. Así, en un despacho que envió el 6 de julio
al ministro de Estado, Serrano se limitó a indicar de que las tropas
españolas «se preparaban a partir a la frontera por si era necesario
su concurso para rechazar la invasión» haitiana, y que esta «había
sido rechazada por las mismas tropas dominicanas» antes de que
los soldados españoles llegasen al teatro de operaciones. Es decir, ni
una sola alusión a lo que ya se había publicado en La Habana sobre
la presencia de dominicanos entre los supuestos invasores. Por el
contrario, el gobernador de Cuba se permitió incluso asegurar a
Calderón Collantes que «en todo el territorio dominicano reinaban
el orden y la tranquilidad más completa», algo confirmado por los
27
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 194-196.
602
Luis Alfonso Escolano Giménez
datos extraoficiales traídos por el vapor mercante Cuba, que acababa
de llegar a La Habana desde Santo Domingo el día anterior.28
Resulta sorprendente que las tropas españolas no fueran necesarias para rechazar la tan temida invasión, más aún si hemos de
creer a las autoridades dominicanas, según las cuales las fuerzas
de Haití estaban compuestas por entre 5,000 y 15,000 hombres,
mientras que las de Santo Domingo solo ascendían a unos 1,000,
de acuerdo con los datos de Hood. Lo cierto es que, como señaló aquel, parecía muy improbable que los haitianos hubiesen
emprendido semejante ataque justo en esos momentos, para lo
que se basaba en la información que había recibido de Byron, el
cónsul de Gran Bretaña en Puerto Príncipe. Por ello, Hood estaba
casi convencido de que los invasores eran exiliados dominicanos
apoyados quizás por los haitianos, pero que marchaban bajo su
propia bandera, la dominicana. No obstante, las autoridades militares españolas habían aceptado la interpretación dada por las
dominicanas, de modo que destinaron 2,000 soldados a combatir
la invasión, y dejaron tan solo 200 hombres de guarnición en la
capital.29
Es muy llamativo el hecho de que en una fecha tan temprana
como el 6 de junio ya se rumorease, a pesar del gran secretismo
de las autoridades en torno al asunto, que la fuerza invasora estaba encabezada por Cabral y Sánchez, e integrada exclusivamente
por dominicanos, y que se esperaba un levantamiento general
en la zona fronteriza para apoyar el movimiento. Así pues, se
comprende que tal estado de cosas y la difusión que habían alcanzado estos rumores, alarmasen a las autoridades dominicanas
hasta el punto de publicar un decreto por el que se sometía a
toda persona acusada de hacer circular rumores, o de ayudar al
enemigo de palabra u obra, a las disposiciones de la ley sobre
conspiradores, que estipulaba la pena de muerte para casi todos
los delitos políticos. Además, se había considerado necesario
dirigir una circular a los gobernadores de las provincias, en la
28
29
AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006, Serrano-ministro de
Estado, La Habana, 6 de julio de 1861.
TNA, FO 23/43, Hood-Russell, Santo Domingo, 6 de junio de 1861.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
603
que se los instaba a mantener el espíritu público y a inspirar
confianza en la población.30
De acuerdo con la versión dada por Hood, no era de extrañar que las autoridades dominicanas hicieran todos los esfuerzos
posibles para reunir algunos hombres, acudiendo incluso al miserable recurso de mentir, ya que no se atrevían a admitir que
había tenido lugar un levantamiento, y aun así solo habían logrado reclutar alrededor de mil. Hacia el 20 de junio tales hechos
ya no podían negarse, ni tampoco que se necesitaban soldados
dominicanos para luchar contra sus propios compatriotas. En
efecto, dichas autoridades eran conscientes de que para esa causa
no habrían encontrado un solo hombre, pero conocedoras del
fuerte sentimiento nacional que existía frente a los haitianos, se
habían aprovechado de él, y habían afirmado descaradamente en
documentos oficiales y en los periódicos que Haití había invadido
el país. Por medio de esta argucia, las autoridades esperaban sofocar el levantamiento popular que tanto temían y reunir fuerzas
suficientes para detener la inminente tormenta. Aun así, la mayor
parte de estos hombres habían ido en contra de su voluntad, no
solo porque dudaban de las afirmaciones del Gobierno, sino también porque decían con razón que se les había prometido, como
uno de los beneficios de la anexión, que ya no se les obligaría a
abandonar sus hogares y su trabajo para defender el país. Por su
parte, las autoridades españolas habían declarado que no lucharían contra dominicanos alzados en armas, de modo que podría
suponerse que la fuerza reunida por las autoridades dominicanas
con engaños no lucharía, o bien se uniría a los insurrectos, pero se
había previsto incluso esta posibilidad. Así, allá donde se enviaban
tropas dominicanas, las acompañaban tropas españolas, pero no
para pelear, sino teóricamente para formar una retaguardia con la
que cubrir a aquellas en caso de retirada, aunque en realidad era
para obligar a estos soldados forzosos a luchar contra sus conciudadanos. Por último, Hood subrayó que la distribución de las fuerzas españolas demostraba la impopularidad de la anexión, pues
guarnecían las principales poblaciones, y aunque se justificaba su
30
Ibídem.
604
Luis Alfonso Escolano Giménez
gran número con el pretexto de proteger el país frente a Haití, no
había tropas destacadas en la frontera.31
A pesar del tiempo transcurrido, todavía el 15 de julio
Cambiaso, cónsul de Italia en Santo Domingo, informó al ministro de Relaciones Exteriores de su país de que en junio se había
producido «una invasión de haitianos acompañados por 60 u 80»
dominicanos exiliados, que «invadieron las fronteras y tomaron
posesión de tres pueblos limítrofes». Cambiaso también señaló que
habían sido hechos prisioneros 23 de los exiliados, que después
fueron juzgados y pasados por las armas. El representante de Italia
fue el último en referirse a una invasión haitiana que ya había sido
desmentida por los hechos, y el primero en dar la noticia de las
ejecuciones de los insurrectos apresados que, casualmente, podría
haber dicho Cambiaso, eran todos ellos dominicanos. El día 20 de
julio fue el cónsul de Francia quien se dirigió a su Gobierno para
transmitirle el terrible final de los detenidos, después de que «un
sedicente consejo de guerra» los condenase a muerte. Landais
comentó que no se podían «creer las atrocidades contadas por
las personas» llegadas de allá y que habían sido «las primeras en
hablar»; los «desgraciados pidieron ser juzgados por un consejo
de guerra compuesto por españoles y dirigieron una súplica a la
reina», pero todo fue en vano. Se decía que el brigadier Peláez
había tratado por todos los medios de convencer a Santana para
que este impidiera los fusilamientos, pero no logró obtener nada,
con lo que se creaba una situación muy enojosa, pues todo ello
se hacía en nombre de la reina de España. Según el diplomático
francés, no era posible «dar idea de la consternación» que embargaba a la capital, pese a lo cual las familias de los ajusticiados no
habían proferido un grito ni mostrado un signo de dolor.32
Mientras todo esto sucedía, por fin el 21 de julio el vicecónsul
de España en Santo Domingo remitió un despacho al ministro de
Estado, en el que de forma un tanto eufemística calificó las ejecuciones de Sánchez y sus diecinueve compañeros como un suceso
31
32
Ibídem, 20 de junio de 1861.
E. Rodríguez Demorizi, Antecedentes de la anexión... pp. 197-198. El autor cita
como fuentes el Archivo italiano de Estado, Roma; y el Archivo del Ministerio
de Asuntos Extranjeros de Francia, París.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
605
muy lamentable. Acto seguido, Gómez Molinero pasó a quejarse
de su extraña posición como agente diplomático en un territorio que ya formaba parte de España: «Completamente solo, hace
tanto tiempo; sin instrucciones; atravesando circunstancias tan
trascendentales como por las que el infrascrito se ha encontrado;
presenciando un acontecimiento nuevo en la política, raro en los
fastos de la historia».33
Estas sorprendentes líneas resumen de forma muy significativa la torpeza de la política española en Santo Domingo y
su descoordinación, algo que también se pone de relieve en
el envío de una escuadra a Puerto Príncipe, con el objeto de
exigir una reparación al Gobierno haitiano. El argumento que
esgrimió Rubalcava para ello era que Geffrard había permitido, «sin provocación alguna» por parte de España, que «tropas organizadas en la República, armadas y asalariadas por
ella y capitaneadas por generales de su Ejército», invadiesen
«un territorio garantizado» por las armas españolas, y tras acusarlo sin ninguna prueba, le exigió entre otras las siguientes
compensaciones:
1.ª Que la plaza salude, sin retribución, al pabellón español,
por el insulto sufrido de las tropas haitianas en los pueblos
de Las Matas, Neiba y El Cercado [...]. 2.ª Que el Gobierno
haitiano satisfaga la cantidad de doscientos mil pesos fuertes como indemnización de los gastos ocasionados por la
movilización de los voluntarios dominicanos y perjuicios
causados por los invasores a los habitantes de los referidos
pueblos [...]. 4.ª Como garantía de seguridad para el porvenir, que se considerarán rotas las hostilidades en el momento que cualquier número de hombres procedentes de
Haití operen un movimiento hostil sobre cualquiera de los
pueblos españoles.34
33
34
AMAE, Negociaciones s. XIX (No. 171), TR 111-006, Gómez Molinero-ministro
de Estado, Santo Domingo, 21 de julio de 1861.
Ibídem, TR 111-006, Rubalcava-ministro de Estado de Haití, rada de Puerto
Príncipe, 6 de julio de 1861 (es copia).
606
Luis Alfonso Escolano Giménez
La humillación que infligió España a Haití mediante una
demostración de fuerza tan desproporcionada, puesto que se
amenazaba con bombardear la ciudad de Puerto Príncipe si no
se atendían sus reclamaciones, no dejó de tener consecuencias,
aunque tardaron algún tiempo en hacerse visibles, en forma
de ayuda a los dominicanos sublevados en 1863. De nuevo el
ejecutivo de Madrid había caído en el error de ser fuerte con
el débil, pero con un débil que en este caso podía perjudicar
sobremanera el dominio español sobre Santo Domingo, como se
vio durante la guerra de la Restauración, y volvió a hacerlo con
México, Chile y Perú en los años inmediatamente posteriores.
Esta agresiva actitud desarrollada por España en América supuso
un obstáculo para sus relaciones con las Repúblicas hispanoamericanas, justo en un momento en el que se había avanzando
mucho hacia la progresiva normalización de las mismas, mediante una política de acercamiento diplomático que permitió
la firma de numerosos tratados bilaterales. En tales desaciertos,
así como a lo largo del proceso de la anexión, la responsabilidad
está repartida entre todos los actores que intervinieron en él. Sin
embargo, no puede perderse de vista que los más responsables
fueron aquellos que ocultaron o manipularon la información, es
decir, lo que estaban más cerca del escenario donde tenían lugar
los hechos.
Debido a la toma de Las Matas y Neiba por parte de los insurrectos, el 1 de junio, los jefes militares y parte de las guarniciones a sus órdenes se habían retirado a San Juan de la Maguana
y La Canela, respectivamente. Estos hombres sabían muy bien
que se enfrentaban a otros dominicanos, no a los haitianos, por
más que algún jefe rebelde, como Fernando Taveras, fuese un
militar a sueldo de Haití, país donde se había refugiado en 1860
para huir de las represalias de Santana. Es casi imposible que no
llegara a oídos de los españoles el rumor, en este caso verdadero,
de que aquellos presuntos invasores haitianos en realidad eran
dominicanos enemigos de Santana, y por consiguiente de la anexión. Sin ir más lejos, el vicecónsul de España en Santo Domingo
escribió a Serrano el 5 de junio, y le expuso sus dudas acerca de
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
607
que fuesen haitianos los que habían cruzado la frontera, y por
ello consideraba que en caso de que se tratara de dominicanos,
las tropas españolas no deberían tomar parte en los combates,
dado que España no había aceptado aún la reincorporación de
Santo Domingo. El argumento que Gómez Molinero dio para
ello no cabe ser calificado de hipócrita, ya que a su juicio «la intervención de las tropas peninsulares podría dar pretexto» a que
las naciones europeas protestasen por la intervención de España
en asuntos internos de los dominicanos.35
En efecto, lo que preocupaba al diplomático español no era
el descontento de la población con el nuevo orden establecido,
sino tan solo la posible reacción internacional ante esa injerencia.
Así, se comprende que ninguna de las autoridades o agentes de
España en las Antillas, y mucho menos aún el Gobierno dominicano, informaran con veracidad al ejecutivo de Madrid de lo
que ocurría en Santo Domingo, por lo que el gabinete O’Donnell
debió actuar en muchas ocasiones sobre la base de unos datos tergiversados o, cuando menos, incompletos y/o erróneos. En tales
circunstancias, desarrollar una política sensata y adoptar las decisiones más apropiadas para los intereses españoles se convirtió por
fuerza en una tarea particularmente compleja. Sin embargo, todo
ello no exime en absoluto al Gobierno de la Unión Liberal de su
parte alícuota de responsabilidad, dado que no cumplió con su
obligación de dar unas instrucciones precisas a los representantes
de España en esa zona, ni tampoco vigiló con el celo necesario el
correcto cumplimiento de las mismas por parte de los encargados
de llevarlas a cabo.
A la vista de estos primeros conatos que reflejaban el
descontento de una parte de los dominicanos contra la anexión, no había que ser agudo en exceso para poner «en tela de
juicio la presunta unanimidad que había impulsado la iniciativa
en la República Dominicana», ni para vaticinar el resurgimiento
de las disensiones internas en un plazo más o menos breve. Ni
35
J. de Js. Domínguez, La anexión... pp. 169-171. El autor cita el
despacho dirigido por Gómez Molinero a Serrano, en AGI, Cuba 2266,
pieza No. 6.
608
Luis Alfonso Escolano Giménez
siquiera era imprescindible encontrarse sobre el terreno, puesto
que, pese a los ya mencionados ocultamientos de información,
el propio embajador de Francia en Madrid estaba al tanto de los
hechos, y es de suponer que los pondría en conocimiento del
Gobierno español de una u otra forma, aunque recomendó al
suyo que no censurase abiertamente la anexión. En efecto, el
embajador Barrot la consideraba como «un “mal menor” respecto a una hipotética ocupación norteamericana», por lo que ante
esta encrucijada lo más apropiado sería «dejar que los acontecimientos siguiesen su curso», y subrayó, con cierta resignación,
que la República Dominicana «no podía mantener por sí sola su
independencia y autonomía».36
Llegados a este punto, si bien lo más probable es que el argumento de Barrot se refiriera sobre todo a la amenaza que suponían los Estados Unidos, cabe enlazar el mismo con el esgrimido
tradicionalmente por los anexionistas dominicanos, uno de cuyos
máximos exponentes fue sin duda Manuel de Jesús Galván, como
ya se señaló más arriba. Dicho pretexto habría conseguido su objetivo de calar bien hondo en las potencias extranjeras, bien se
tratase del peligro norteamericano, bien del haitiano, pero eso
ya era lo menos importante. Así pues, cabía esperar que Galván
justificara la anexión con el fácil recurso a la necesidad de consolidar la paz en el territorio dominicano, al presentarla como «la
base única, la más sólida garantía de su prosperidad y bienestar».
Sin embargo, lo que sí llama poderosamente la atención es que
aquel no tuviese reparo alguno a la hora de admitir el hecho de
que «políticamente considerada, la anexión es un medio eficaz y
poderoso de escudar la debilidad de la Española contra las luchas
intestinas y los ataques de Haití». En realidad, la idea no era nueva, pues como el mismo autor reconoce, se limitó en gran parte a
repetir lo que ya había expuesto en su artículo «La anexión es la
paz», publicado en el periódico La Razón el 23 de mayo de 1861,
36
Juan Antonio Inarejos Muñoz, Intervenciones coloniales y nacionalismo español.
La política exterior de la Unión Liberal y sus vínculos con la Francia de Napoleón III
(1856-1868), Madrid, Sílex, 2010, pp. 68-69. El autor titula el capítulo III de
su obra: «Un “mal menor”. Francia ante la reincorporación de la República
Dominicana a España (1861-1865)»; véase pp. 63-73.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
609
cuando señaló que la anexión alejaba «todo temor de discordias
en el interior, y la posibilidad de una lucha en el exterior».37 Es
decir, al menos en esta ocasión, no se trató de ocultar la existencia
de dichos conflictos internos, por lo que en tales circunstancias,
cuando incluso los más destacados anexionistas no podían negar
la realidad de los hechos, era muy previsible que se repitieran de
nuevo los intentos por acabar con el estado de cosas creado a raíz
de la anexión.
4. LA CRÓNICA DEL LEVANTAMIENTO DE FEBRERO DE 1863
Desde antes de los levantamientos que tuvieron lugar en
febrero de 1863, el primero de ellos el día 9 en Neiba, que fue
sofocado de inmediato, y a partir del 20 en Guayubín, Sabaneta
y Montecristi, el cual se extendió hasta Santiago, la revista madrileña La América ya venía informando de la situación de descontento
reinante en Santo Domingo. De hecho, esta publicación había
abogado siempre por la urgente necesidad de implantar reformas
en los territorios ultramarinos de España, como se pone de manifiesto en su crónica de prensa del 8 de agosto de 1862, en la
cual se hizo eco de la polémica surgida entre El Diario Español,
de tendencia progubernamental, y otro periódico cuyo nombre
no menciona. Este último había escrito «sobre una propuesta de
informe que dirigió hace ya meses al Gobierno de S. M. el general
Serrano, pidiendo representación en las Cortes para nuestras provincias de ultramar», a lo que El Diario Español respondió que no
tenía noticias de aquellos informes o propuestas. Sin embargo, lo
más significativo es lo que el mencionado periódico añadió acto
seguido: «Creemos que la prensa española haría un gran servicio a
37
[M. de J. Galván], El general don Pedro Santana y la anexión de Santo Domingo
a España. Contestación al folleto clandestino titulado: «La gran traición del general
Pedro Santana», acompañada de breves consideraciones políticas, económicas y sociales
acerca de aquel memorable acontecimiento, Nueva York, Imprenta de Gaspar
Robertson, 1862, p. 31 (aunque este opúsculo se publicó de forma anónima,
su autoría es comúnmente atribuida a Galván). Para el artículo citado, véase
M. de J. Galván, Novelas cortas…, p. 410.
610
Luis Alfonso Escolano Giménez
nuestro país, dejando este punto tan grave a la completa iniciativa»
del Gobierno. Ante este indisimulado intento de acallar el debate
sobre el asunto, La América se refirió a la exposición que con ese
«patriótico objeto» habían publicado hacía más de un año en sus
columnas, «firmada por varios directores de periódicos políticos
de diversos matices», idea que reforzó además con otro hecho más
reciente. En efecto, Salustiano de Olózaga había anunciado en el
Congreso que trataría esa cuestión en la próxima legislatura: palabras y propósitos en que estuvieron acordes los jefes de las oposiciones». La América apoyaba sin duda esa idea de Olózaga, uno de
los principales dirigentes del partido progresista, de incluir en la
agenda parlamentaria el punto ya demasiadas veces pospuesto de
las reformas coloniales. La revista subrayó además que ignoraba
en qué consistía ese servicio al que El Diario Español aludía, dado
que ellos pensaban que la prensa debía «ilustrar todas las cuestiones de interés general», y por ello no comprendían por qué dicho
periódico se empeñaba en que el ejecutivo apareciera «divorciado
de la opinión pública» en este importante asunto.38
Con estas últimas palabras La América quiso dar a entender, de
forma bastante clara, que tales reformas contaban con el respaldo
de la mayor parte de la sociedad, o al menos de las personas que
estaban bien informadas con respecto a estas cuestiones, que a
decir verdad no debían de ser aún muy numerosas en aquellos
momentos.
En cualquier caso, la convicción e insistencia con que La
América defendía los planteamientos reformistas hacen digna de
elogio su labor de concientización en pro de los mismos, aunque a veces quizás creyese ver señales más positivas de lo que la
realidad permitía, como en el caso del discurso de la reina en
la apertura de las Cámaras. En el mismo, Isabel II, que hablaba
como es natural en nombre del Gobierno español, aseguró que
las provincias de ultramar seguían más florecientes cada día, a
pesar del daño que la guerra de los Estados Unidos causaba en
el comercio y la producción de aquellas regiones. La soberana
38
La América, año VI, No. 11, Madrid, 8 de agosto de 1862, «Representación en
las Cortes de nuestras provincias de ultramar», p. 16.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
611
señaló también «que en su régimen y administración» era necesario introducir reformas, que hiciesen «un solo pueblo de todos
los españoles establecidos en los diversos climas del globo». A
continuación, la revista se ocupó de una nueva polémica a cuenta de dichas reformas, en esta ocasión protagonizada por los
periódicos La Discusión y La Esperanza, cuyas tendencias políticas
no podían ser más opuestas, demócrata y absolutista, respectivamente. Pues bien, el primero indicó que «una de las ideas que
el partido liberal» abrigaba era la de reformar el régimen colonial español, por considerarlo «resto de antiguos tiempos que
rechaza nuestro siglo», propósito al que el mencionado diario
se sumó de forma entusiasta: «Nosotros siempre hemos clamado
por estas reformas», y agregó:
El mismo general O’Donnell, tan ciego en todo lo que sea
progreso, se inclina a estas reformas.
Pues bien: véase con qué insolencia calumnia el corresponsal de La Esperanza a los que pugnan por convertir en provincias de España sus colonias.
Con esa desfachatez absolutista, declara que todos los que
defienden esta idea son corrompidos. Y declara que el
Gobierno del general O’Donnell está adormecido por dádivas. No puede darse una acusación más atroz. Y esto lo ha
copiado La Época. ¡Qué amigos tienes, Gobierno!.39
Según puede verse, los ataques y contraataques en torno a tan
debatida cuestión llegaron a tomar un cariz muy agresivo, con
acusaciones de carácter particularmente serio, tales como las de
sobornos y corruptelas, por lo que cabe deducir que los intereses
en juego eran de gran trascendencia para defensores y detractores
de las reformas ultramarinas.
En el mismo discurso de la corona, dentro del párrafo correspondiente a las provincias de ultramar y sus presupuestos, las
cifras no dejan lugar a dudas sobre la gravedad de la situación,
39
Ibídem, No. 19, Madrid, 12 de diciembre de 1862, «Contestación a los reaccionarios que combaten las reformas de ultramar», p. 4.
612
Luis Alfonso Escolano Giménez
que hacían ver lo insostenible del sistema que hasta esos
momentos había estado vigente en las Antillas, así como en las
demás posesiones españolas. En efecto, el importe total de los
presupuestos de ultramar para 1862 fue de 41,578,703.98 pesos
fuertes en concepto de ingresos, los cuales se repartían del siguiente modo. Cuba: 27,752,259.81; Puerto Rico: 2,964,248.58;
Santo Domingo: 705,325; Filipinas: 10,156,870.59. En cuanto al
capítulo de gastos, la suma total ascendió a 46,470,186.75 pesos
fuertes, cuya distribución era la siguiente: Cuba, en cuyo presupuesto estaba incluido el de la colonia africana de Fernando
Poo: 29,462,272.35; Puerto Rico: 3,149,512.87; Santo Domingo:
1,759,332; Filipinas: 12,099,069.53. De la diferencia entre ingresos y gastos resultaba, pues, un déficit de 4,891,482.77 pesos
fuertes. La América subrayó muy acertadamente la primera observación que surge al examinar estas cifras, que es sin duda «la de
su cuantiosa importancia». De hecho, ese mismo año, los presupuestos de la península ascendieron, «incluyendo 500 millones
de reales, de gastos extraordinarios, a 2,500 millones» de reales,
mientras que los de las provincias ultramarinas sobrepasaron los
929 millones de reales. La suma de unos y otros constituye «la
verdadera cifra de los presupuestos generales del Estado»,40 que
se elevaba por consiguiente a alrededor de 3,429 millones de
reales, de cuyo total los presupuestos ultramarinos representaban más del 27%.
En realidad, aún más que la cantidad a la que ascendía el
presupuesto español y su considerable déficit, llama la atención
el acentuado saldo negativo que arroja el balance presupuestario
dominicano durante el único ejercicio completo en tiempo de
paz, por lo cual ese dato no cabe atribuirse a gastos de guerra. El
déficit de 1,054,007 pesos fuertes que presentan las cuentas de
Santo Domingo resulta tan abultado, que es sorprendente que la
revista no hiciese comentario alguno acerca del mismo, por lo menos en un primer momento, ya que no pasó mucho tiempo antes
de que las noticias llegadas desde la isla pusieran de manifiesto lo
que estaba ocurriendo en ella.
40
Ibídem, No. 20, Madrid, 27 de diciembre de 1862, p. 3.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
613
Efectivamente, el 25 de febrero de 1863 La América publicó
una carta de su corresponsal en Santo Domingo, donde ya se lanzó la primera señal de alarma sobre la compleja situación por la
que atravesaba la nueva provincia. Aquel señaló que la reincorporación del territorio dominicano, además de revelar las simpatías de sus habitantes con respecto a España, era una prueba
de que el país había agotado todos sus recursos en los dieciocho
años de guerra contra los haitianos, «superiores en número y
en elementos de poder». De hecho, sus campos estaban abandonados, su comercio era casi nulo, su ilustración estaba muy
atrasada y su pobreza era mucha. En tal estado de decadencia,
«la bandera española, cubriendo tantas ruinas», había salvado a
Santo Domingo «de la esclavitud» y sus habitantes «vieron en su
anexión a España la aurora de un brillante día». En efecto, los
dominicanos ya estaban «cansados de esperar mejoras, siempre
prometidas por sus diversos Gobiernos, y nunca efectuadas», por
lo que creyeron que al fin había llegado el tiempo de su regeneración. Acto seguido, el corresponsal se preguntó si sería humano, o tan siquiera político, «darles un nuevo desengaño», a lo
cual respondió que la «moderna España» tenía «una gran misión
que cumplir en Santo Domingo». Sin embargo, aquel hubo de
reconocer que, desgraciadamente, nada se había visto hasta esos
momentos en el Gobierno que indicase su intención de mejorar
y engrandecer la nueva provincia española. Si bien admitió la
posibilidad de que los empleados superiores tuviesen buenos deseos, señaló que les faltaba «el conocimiento perfecto del país»,
así como un cuerpo consultivo integrado por dominicanos, con
quienes discutir las medidas que debían ponerse en práctica, de
modo que no chocaran con los usos, costumbres e ideas de los
gobernados. Según el autor de dicha carta, a aquellos funcionarios les hacía falta también una cualidad muy necesaria, dadas
las difíciles circunstancias reinantes en Santo Domingo: «osadía»
para acometer las mejoras económicas más urgentes.41
En opinión del corresponsal de La América, Santo Domingo
necesitaba economistas más que militares, y aseguró que el pabellón español era suficiente para garantizar la nueva provincia de
41
Ibídem, año VII, No. 4, Madrid, 25 de febrero de 1863, p. 4.
614
Luis Alfonso Escolano Giménez
todo insulto. No obstante, aquel también afirmó que «el pabellón
solo» no la dotaría con fáciles vías de comunicación, ni atraería a
la inmigración, ni habilitaría los puertos, ni canalizaría sus ríos, ni
rebajaría los derechos fiscales, ni fundaría escuelas, ni economizaría los gastos enormes del clero, el Ejército, la administración
militar, ni favorecería el engrandecimiento de la industria. Estas
eran, entre otras muchas, las cosas que resultaba más imprescindible abordar, lo cual según el corresponsal no quería decir que
no fuesen necesarias las tropas en Santo Domingo, sino que la superintendencia debía «desempeñarla un hombre de claras luces y
de mucha y buena doctrina económica», en lugar del gobernador
capitán general de la colonia. Aunque se decía que la nueva provincia costaba a la metrópoli una suma enorme de dinero anualmente, si se publicara el reparto que se hacía de los caudales se
vería que en Santo Domingo tan solo se empleaba una cantidad
muy reducida, mientras que los funcionarios, el Ejército y el clero
absorbían «muchos miles de pesos». El corresponsal añadió que
el Cabildo eclesiástico de la capital cobraba 65,000 pesos, y que la
población de la misma no superaba los 12,000 habitantes. A pesar
de todos los problemas existentes, el país se dormía «en brazos
de la paz, saboreando un bien que hacía ya dieciocho años que
anhelaba» pero también dormía «el espíritu de la industria, y con
esta la riqueza y el bienestar» que tanto necesitaba esa provincia.
Al final de su carta mencionó la esperanza que se tenía allá de
que el Gobierno habilitase en breve el puerto de Manzanillo, y
de que se declarasen, aunque fuera durante diez años, «puertos
libres algunos de la isla», como los de Manzanillo, Samaná y Santo
Domingo.42
Con tales premisas no resulta sorprendente que, menos de dos
meses después de la publicación de la carta anterior, La América
diese la noticia de «una intentona de rebelión en la nueva colonia de Santo Domingo», aunque subrayó que la opinión pública
había dado «poquísima importancia» a ese hecho. El periódico
informó de que al parecer se había descubierto «la instigación
secreta de una potencia extranjera», lo cual calificó de «conjetura
42
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
615
plausible en vista de la moralidad política del gabinete sospechado»,
que no era otro sino el de Washington, dado su permanente interés por apoderarse del territorio dominicano. El redactor manifestó su esperanza en que «este desengaño» bastara para «reprimir
las propensiones invasoras» de los Estados Unidos, país al que
aludió en todo momento de forma indirecta, sin mencionarlo
expresamente.43
La América insertó en sus páginas el relato que había hecho
otro medio de comunicación, El Eco del País, con el cual la revista
estaba totalmente de acuerdo. Según aquel, la insurrección había sido sofocada por completo, tal como aseguraban los partes
oficiales del Gobierno y todas las correspondencias que había
recibido. El Eco del País añadió que una vez restablecida la tranquilidad, los revoltosos «hechos prisioneros con las armas en la
mano» serían sometidos a la acción de la justicia, y que habría
«censurado a las autoridades que en los momentos críticos no
hubiesen desplegado toda la energía necesaria para reprimir
prontamente el movimiento revolucionario», pero hizo también
al Gobierno una petición de clemencia para los vencidos. El
mencionado periódico afirmó que aún estaba muy reciente la
anexión de Santo Domingo a su antigua metrópoli, y por ello
no era de extrañar que hubiera en la isla algunos partidarios de
la independencia, «especialmente la parte más atrasada del pueblo, muy fácil de alucinar por los inquietos ambiciosos de esos
poderes efímeros de las Repúblicas americanas». El Eco aseguró
que España solo anhelaba convencer a los dominicanos de que
los miraba «como a hijos iguales en derechos a los nacionales».
Es más, en esta ocasión no demostraría «una severidad exagerada
que a nada conduciría», porque la insurrección no había encontrado
eco en el país, lo que era una «prueba evidente de que el espíritu
público la condenaba».44
En el mismo número, La América facilitó los detalles más relevantes del intento fallido de insurrección. Según la reseña oficial de los «desagradables» acontecimientos que habían tenido
43
44
Ibídem, No. 7, Madrid, 12 de abril de 1863, p. 2.
Ibídem, p. 15.
616
Luis Alfonso Escolano Giménez
lugar en la isla de Santo Domingo, «el titulado general Peña, que
acaudillaba los insurrectos», se había dirigido al comandante de
la localidad haitiana de Fort-Liberté, para anunciarle su levantamiento contra el Gobierno español y pedirle auxilios. En cuanto
el Gobierno haitiano conoció la noticia de que el comandante
de dicha plaza había contestado a la comunicación de Peña lo
relevó del mando. Al mismo tiempo dio instrucciones terminantes
a todos los jefes de la línea fronteriza «para que rechazasen», si
fuera necesario por la fuerza, «a los que se presentasen armados»,
cortando absolutamente todo contacto con los rebeldes, «sin dejar pasar a persona alguna que no fuese provista de pasaporte del
capitán general de Santo Domingo». Las autoridades de Puerto
Príncipe también ordenaron a dichos jefes que internaran en
territorio de Haití a todos aquellos que, eludiendo su vigilancia,
lograsen cruzar la frontera. La América informó asimismo de que
los rebeldes fueron perseguidos por las tropas españolas al mando del general Hungría y se habían visto «obligados a capitular».
Por su parte, «el cabecilla Peña», tras abandonar a los suyos, se
había presentado en la frontera haitiana, donde solicitó ver al comandante de Fort-Liberté, cuya respuesta fue reforzar todos los
puestos fronterizos para impedir la entrada de los fugitivos. A juicio de la mencionada revista, las disposiciones adoptadas en tales
circunstancias por el Gobierno de Haití venían a demostrar «una
vez más» los deseos que lo animaban de «estrechar las relaciones
de amistad y buena inteligencia» existentes entre ambos países.45
La América dio en su siguiente número más información acerca
de lo ocurrido en Santo Domingo y, tras elogiar «la rapidez, acierto
y valor de las operaciones militares», aconsejó «la mayor clemencia para los vencidos», puesto que la insurrección ya había sido
completamente sofocada. En opinión de la revista, el movimiento
confiaba en ser «secundado por toda la isla, y que a la vista de un
pronunciamiento general el Gobierno español se abstendría de sostener la lucha», para evitar así el derramamiento de sangre. Dicha
conducta demostraba también que en los insurrectos no había
«odio, ni encono contra los españoles, y que obraban simplemente
45
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
617
por creer que debían defender la independencia de su patria».
Según La América, de todo ello se podía deducir que la insurrección
tenía un carácter puramente político, lo cual atenuaba «mucho la
gravedad del delito». Por otra parte, como subrayó el corresponsal
de la revista en Santo Domingo, los dominicanos estaban «acostumbrados a los fusilamientos», de modo que con ellos no se los atemorizaría, y sin embargo se crearían «odios inextinguibles».46
Acto seguido, La América pasó a enjuiciar el trasfondo político
del asunto, y señaló que la anexión de Santo Domingo solo había podido hacerse «en virtud de la voluntad de una parte que,
aun cuando fuera la mayoría, no era toda la población de la isla».
Por ello, una vez que España había aceptado la anexión, su deber
consistía en «llevar allí un Gobierno tan liberal como fuerte», que
dejase a los dominicanos una autonomía casi completa con respecto a las cuestiones locales, y solo les hiciera sentir «el peso de
la autoridad metropolitana» para impedir «el despotismo de sus
antiguos jefes o para mantener el orden», por medio de una justicia recta y del respeto que impusiera su Ejército. De hecho, en opinión de la mencionada revista, Santo Domingo debería haberse
organizado con una constitución semejante a la que Gran Bretaña
había concedido a Canadá, ya que así se habrían conciliado todos
los intereses, «y la anexión no se convertiría en una carga pesada»
para la hacienda española. La América consideraba que aún era
posible «entrar en esa vía tan conforme con la ciencia moderna
como con la justicia y la conveniencia de la metrópoli», y expuso
que el Gobierno debería comenzar por una amplia amnistía, que
abriese las puertas del país a todos los dominicanos y sirviera «de
base para la gran reforma política de la isla».47
El corresponsal de La América en Santo Domingo remitió al
director de la misma una carta, fechada el 19 de marzo de 1863,
en la que hizo una secuencia muy detallada de los acontecimientos que habían tenido lugar allí a raíz de la insurrección de febrero. Por otra parte, aquel anunció que en la última Gaceta de Santo
Domingo se había publicado una disposición del superintendente
46
47
Ibídem, No. 8, Madrid, 27 de abril de 1863, p. 9.
Ibídem.
618
Luis Alfonso Escolano Giménez
de Hacienda que, «equivocando por completo una petición del
comercio», imponía a los exportadores un derecho de 300 reales
anuales. Tal medida hizo que el autor de la carta se preguntase
el porqué de «ese furor con las exportaciones, cuando debiera
librárseles de todo derecho», tras lo cual comunicó al director
que, en la próxima oportunidad en que le escribiese, le enviaría la
exposición que los comerciantes de la capital dominicana habían
dirigido a la reina.48
En su edición del 12 de mayo la revista publicó otra carta del
mismo corresponsal, quien denunció en ella que los diarios de La
Habana habían informado «hiperbólicamente» sobre la insurrección de Guayubín. Aquel añadió además que entre la correspondencia capturada a los rebeldes figuraba una carta del general de
división haitiano Simón Sam, comandante en jefe de la frontera,
en la cual aplaudía la resolución de Peña y le expresaba sus simpatías. El presidente de Haití había relevado de su puesto al general
Sam y ordenado a los destacamentos fronterizos que impidieran
a los insurrectos la entrada en territorio haitiano, con lo que salvaba «las apariencias de complicidad», a juicio del corresponsal.
Este indicó, con relación a otros asuntos, que Joaquín de Alba, el
comisario regio para la reorganización de la hacienda de Santo
Domingo, acababa de presentar un proyecto de aranceles que
había sido aprobado con «regocijo» por los comerciantes de esa
capital. En dicho proyecto se sustituía «el sistema de peso para
cobrar los derechos», y con el nuevo sistema se rebajaban considerablemente los derechos de puerto, en tanto que la exportación
quedaba libre de los mismos. A continuación, el corresponsal se
refirió a algo mucho menos positivo, ya que, si bien aún no había
podido conseguir la lista de los empleados de la ciudad de Santo
Domingo para probarlo, aseguró que «ni una centésima parte de
ellos» correspondía a personas de origen dominicano, lo cual no
resultaba precisamente «muy político».49
En suma, tras la derrota del levantamiento de febrero
de 1863 la situación de la nueva provincia permaneció casi
48
49
Ibídem, p. 10.
Ibídem, No. 9, Madrid, 12 de mayo de 1863, p. 4.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
619
invariable, con ciertas perspectivas de desarrollo, pero también
con serias amenazas de cara a su futuro más inmediato. En efecto,
desde aquella llegaban algunas noticias esperanzadoras como, por
ejemplo, que una compañía inglesa iba a construir un ferrocarril
de tracción animal para explotar las salinas de Neiba, mientras
que otra iba a instalar el alumbrado de gas en las principales poblaciones, y otra más pensaba dedicar dos vapores a la navegación
en el Yuna. Sin embargo, siguieron sin resolverse algunos de los
problemas más graves y, así, aún no se decía nada de promover la
inmigración, de modo que pese a «contener inmensos elementos
de riqueza», el país progresaría poco sin habitantes, tal como subrayó el mencionado corresponsal. Al final de su carta, este aludió a la
próxima salida desde Santo Domingo hacia Madrid de Pedro Ricart,
quien fue uno de los principales artífices de la anexión junto al
general Serrano. Tanto Ricart como sus compañeros de Gobierno,
entre los cuales el corresponsal citó a Lavastida, Castro y Delmonte,
no habían «merecido ni las gracias», con excepción de la gran cruz
que se había concedido a Ricart, «por influjo» de Serrano.50
Resulta, pues, comprensible que si el Gobierno presidido
por O’Donnell, a pesar de ser el que aceptó la anexión de Santo
Domingo, no agradeció los importantes servicios prestados por
los dominicanos que la gestionaron y prepararon sobre el terreno, mucho menos aún lo hiciese el Gobierno que sucedió a
aquel, cuyo presidente fue el marqués de Miraflores. Desde el 2
de marzo de 1863, fecha de nombramiento del nuevo gabinete,
cuya adscripción al partido moderado hacía presagiar una política más conservadora todavía que la del anterior, no cabe señalar
grandes reformas en el sistema administrativo de los territorios
ultramarinos españoles, excepto la creación del Ministerio de
Ultramar, en mayo de 1863. Sin embargo, en sus comienzos, este
departamento apenas sirvió más que para dotar de rango ministerial a la preexistente Dirección General de Ultramar, toda vez que
el nuevo organismo no contaba con los «medios suficientes para
ejercer un control real sobre el aparato administrativo» colonial.
Por lo tanto, tal como afirma Agustín Sánchez Andrés, el recién
50
Ibídem.
620
Luis Alfonso Escolano Giménez
nacido Ministerio de Ultramar no trajo consigo la introducción de
«alteraciones de importancia en el delicado statu quo colonial» de
la monarquía española a mediados del siglo XIX.51
A fin de cuentas, el debate propugnado desde la prensa liberal
a favor de las reformas, encabezado por La América, no obtuvo
mucho más eco que el simbólico de ver cómo las secundaban no
solo los medios más afines ideológicamente a dicha revista, sino
también un periódico conservador como La Época, según se deduce de estas líneas:
La creación del Ministerio de Ultramar quedó resuelta en
el Consejo de ayer […]. Esta medida, que responde a una
necesidad generalmente confesada, merecerá sin duda los
aplausos de los que, conociendo la importancia de nuestras
provincias ultramarinas, desean implantar en ellas las reformas prudentes, así políticas como administrativas y económicas,
que las asimilen en lo posible al resto de la monarquía y les
proporcionen los beneficios y progresos a que tienen derecho, y que al cabo redundan en bien general del Estado.52
De forma muy perspicaz, Félix de Bona, después de prever con
bastante acierto la posibilidad de que tal ministerio no representara en España más que una nueva carga para el presupuesto,
sin que produjese resultados beneficiosos a las provincias ultramarinas, se preguntó si favorecería la asimilación de las mismas
con la metrópoli, o si por el contrario constituía «un paso hacia el
sistema de las leyes especiales». De Bona, en un esfuerzo de buena
voluntad, aseguró que aun cuando el Ministerio de Ultramar fuera realmente una nueva carga, siempre le parecía «conveniente
la existencia de un ministro directamente responsable ante las
51
52
Agustín Sánchez Andrés, El Ministerio de Ultramar. Una institución liberal para el
gobierno de las colonias, 1863-1899, Colección Taller de Historia, No. 44, Santa
Cruz de Tenerife; Las Palmas de Gran Canaria, Centro de la Cultura Popular
Canaria; Morelia, Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo,
Instituto de Investigaciones Históricas, 2007, p. 46.
La América, año VII, No. 5, Madrid, 12 de marzo de 1863, p. 4 (las cursivas son
de la revista).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
621
Cortes y ante la opinión pública de las medidas legislativas» que se
tomasen con respecto a las provincias ultramarinas. En definitiva,
el mencionado autor aprobó la creación de ese ministerio, cuyos
primeros deberes, a su juicio, eran los siguientes:
Preparar para presentarlos al empezar la próxima legislatura, los proyectos de ley necesarios: 1.º para que vengan
representantes de las provincias ultramarinas a las Cortes, y
2.º para que se discutan y aprueben en estas los presupuestos de aquellas islas.
Después que tengamos diputados ultramarinos procederá la
presentación de los proyectos de ley que han de dar a cada
provincia ultramarina la libertad de acción política dentro
de su propia localidad, estableciendo los puntos de enlace y
unidad con la madre patria.53
Siempre de acuerdo a lo planteado por De Bona, la cuestión
era de tan vital interés como compleja en su realización, pero aquel
sospechaba que, dado el laconismo del decreto, el Gobierno no le
concediera «más alcance que el de una medida de circunstancias
para la política peninsular, y de carácter puramente administrativo para el gobierno de las provincias ultramarinas». Al final del
artículo, De Bona se manifestó convencido de que si esa hubiese
sido su intención, los propios autores del decreto comprenderían
bien pronto que la lógica era inflexible, y que la creación de un
Ministerio de Ultramar debía «traer forzosamente la asimilación
política y la reforma liberal a todas las provincias ultramarinas».54
En las primeras páginas de La América, bajo el título de «La
amnistía en la isla de Santo Domingo», el mismo De Bona abordó
la situación creada en Santo Domingo tras la anexión, así como
la reciente amnistía concedida a muchos de los insurrectos, con
la agudeza que solía caracterizar casi todos sus análisis del sistema
colonial español. De hecho, el articulista de La América era sin
53
54
Ibídem, No. 10, Madrid, 27 de mayo de 1863, «El Ministerio de Ultramar»,
por Félix de Bona, p. 13.
Ibídem.
622
Luis Alfonso Escolano Giménez
duda un consumado experto en política ultramarina, sobre la cual
escribía asiduamente en esa revista, que lo tenía como uno de sus
colaboradores de referencia en la materia. Con respecto a dicho
asunto, De Bona señaló que desde que Santo Domingo se reincorporó a España, había corrido «dos veces la sangre por cuestiones
políticas», y que quizás se hubieran evitado tales sucesos, «si el
acto de aquella reincorporación hubiera sido acompañado, entre
otras reformas políticas, de una amnistía general». De Bona ya
había asegurado entonces, y en este momento volvió a repetirlo,
que «la incorporación sería ventajosa o perjudicial según fuera el
sistema político y administrativo» que se siguiese con los dominicanos. De hecho, el articulista señaló que la anexión «exigía un
cambio muy liberal en la política española ultramarina», y que si
esa condición indispensable no se cumplía, Santo Domingo sería
para España «una causa permanente de gastos y de disgustos», lo
cual, aparte de empobrecerla, debilitaría sus fuerzas. Sin embargo, el Gobierno unionista de O’Donnell creyó que bastaba con
trasladar al nuevo territorio la organización política, judicial y
administrativa de Cuba, «sin tener en cuenta los adelantos de la
opinión liberal en América». Como consecuencia de ello, Santo
Domingo «pasó repentinamente de un sistema republicano, más
o menos anárquico, y en el que la dictadura alternaba con las revoluciones, pero sistema al fin fundado en principios democráticos,
a la centralización casi absoluta del poder».55
En efecto, el capitán general de Santo Domingo, como el de
todas las posesiones coloniales españolas, «tomó desde luego el
doble carácter de gobernador político y militar de la isla». Además,
había en la capital un gobernador civil y otro militar, así como
cinco gobernadores político-militares en otras tantas capitales de
provincia, de los cuales dependían, «al frente de cada pueblo de
su jurisdicción, o bien un sargento con unos pocos soldados, o
bien un capitán con su compañía». Por lo que respecta al ramo
de Hacienda, este contaba con intendencia, contaduría, tesorería
general, comisaría regia y las correspondientes administraciones
55
Ibídem, No. 11, Madrid, 12 de junio de 1863, «La amnistía en la isla de Santo
Domingo», por F. de Bona, pp. 2-3.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
623
provinciales. En una palabra, subrayó De Bona, se había «llevado
a Santo Domingo esa inconveniente multiplicación de funcionarios públicos», que eran «tan costosos de mantener, como estériles
para producir una saludable influencia en los progresos del país».
Siempre según el mencionado autor, había muerto allá legalmente la libertad de imprenta; no había «representación popular ni
siquiera Consejo provincial»; la administración de justicia, cuya
cabeza era la Audiencia, y en la cual se conservaban los antiguos
alcaldes mayores, se había implantado sin reforma alguna. El cambio había sido «fuerte, y el contraste, con la antigua libertad de la
República», cada vez hería «más vivamente a los dominicanos».56
A continuación, De Bona pasó a ocuparse de los aspectos económicos del problema, y aunque disponía de ciertos conocimientos sobre el particular, no por ello deja de incurrir en algunos
errores de considerable importancia, en gran parte motivados por
su propia visión de la realidad dominicana, cuya principal característica es un marcado etnocentrismo. En cuanto al presupuesto
necesario «para esta costosísima y complicada administración», el
mismo se elevaba a 1,759,332 pesos fuertes, y como los ingresos
solo ascendían a 701,520, el presupuesto de Cuba estaba obligado
a soportar el cuantioso déficit resultante. A la vista de unos datos
tan negativos, el articulista aseguró lo siguiente:
Creer que con este sistema se ha de prestar nueva vida a la
isla Española, es desconocer por completo las condiciones
de aquel pueblo. Allí se necesitaba, sí, asegurar el orden y la
paz, pero manteniendo intacta su anterior libertad política,
y aumentándola con las garantías de un Gobierno apoyado
por sus propios y grandes recursos y por el interés de los
mismos dominicanos.
Santo Domingo tiene poca y muy atrasada población [...].
Además la población es heterogénea y está muy mezclada;
tiene como todo pueblo atrasado que ocupa un extenso y
fértil territorio, costumbres viciosas y gran número de gentes holgazanas y frugales, que solo se aplicarán a trabajos
56
Ibídem.
624
Luis Alfonso Escolano Giménez
activos a medida que los europeos o norteamericanos, se
presenten en competencia y vayan ocupando los terrenos más productivos. Para esto se requería un sistema
económico muy liberal, sostenido por grandes garantías
políticas.57
Sin embargo, nada de eso se hizo y la reincorporación, hasta ese momento, solo había servido para que consolidasen «sus
fortunas algunos habitantes de la isla a beneficio de las garantías
de seguridad» que ofrecía un régimen militar, sostenido a costa
del presupuesto español. A juicio de De Bona, semejante resultado no podía justificar en pleno siglo XIX un ensanche territorial,
puesto que había pasado «el tiempo en que se creía que extender el área de una nación, adquiriendo provincias ultramarinas,
equivalía a aumentar su fuerza y representación». Por el contrario,
la experiencia que España tanto había sufrido enseñaba que «las
colonias sin vida propia, en lugar de robustecer, debilitan; en vez
de enriquecer, empobrecen». De esta premisa general, el autor
dedujo que si Santo Domingo había de necesitar una constante
tutela política, si había de mantener su Gobierno a costa de la
metrópoli, y si había de aumentar lentamente su población sin
más inmigraciones que las procedentes de la península, la reincorporación sería «sumamente gravosa» para España.58
Como ya se señaló más arriba, De Bona compartía la típica
mentalidad europea decimonónica, que consideraba la cultura
occidental superior a todas las demás, razón por la cual estaba llamada a civilizar al resto de la humanidad, en una especie de misión
poco menos que providencial, derivada de la creencia absoluta en
sus propias bondades. Así pues, se comprende que aquel afirmase
con rotundidad que no debía sorprender que en Santo Domingo
aparecieran muchos descendientes de quienes, setenta años atrás,
aún eran esclavos, «con restos todavía evidentes de aquella degradación moral que caracteriza a los salvajes». No obstante, por
difícil que fuese «la solución de este terrible problema social», De
57
58
Ibídem.
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
625
Bona se preguntó si España conseguiría «atenuarlo siquiera por
medio de un régimen político reconocidamente contrario a los
progresos de la civilización», a lo que respondió con una negativa tajante. En su opinión, «el hombre solo puede perfeccionarse
guiado por el ejemplo», y para que el ejemplo se presentara a la
vista de los dominicanos y sus necesidades se despertasen y sintiesen su propia responsabilidad, era «preciso atraer población
nueva, activa e ilustrada a aquella isla», que les enseñara con su
ejemplo a trabajar. Para tal fin, se hacía necesario que el régimen
político de la isla ofreciese «amplias garantías a las personas, a las
propiedades y al trabajo». Por otro lado, resultaría absolutamente
vergonzoso que Santo Domingo «hubiera vuelto a formar parte
de la nación española para reproducir en ella el régimen antiguo,
que dio tan funestos resultados».59
En conclusión, el autor expuso que el decreto de amnistía
que había motivado su artículo, aunque era una buena medida,
no produciría todos los bienes que de ella debían esperarse, sino
se pensaba «seriamente en plantear un sistema político, que a la
par de asegurar el orden y la paz», acostumbrase a los dominicanos a gobernarse por sí mismos, mediante una libertad que los
estimulara y los elevara «a la dignidad de verdaderos ciudadanos». Era preciso que tuviesen intervención y votasen sus propios
presupuestos, para que supieran «cuánto cuesta y cuánto vale
un buen gobierno», que tuviesen «libertad para deliberar y para
discutir en la imprenta sus propios negocios», y que disfrutaran
de esa autonomía provincial de que gozaban las colonias inglesas
y que contribuía tan poderosamente a sus progresos. Según De
Bona, debía darse a los dominicanos libertad política, libertad
económica y paz, y pronto su población aumentaría, con ella su
riqueza, y con su riqueza dejaría de ser «su unión a la metrópoli
una pesada carga».60
Pese a todos estos consejos de De Bona y otros autores, en el
sentido de liberalizar el sistema administrativo y político de las provincias ultramarinas de España, en general, y muy particularmente
59
60
Ibídem.
Ibídem.
626
Luis Alfonso Escolano Giménez
el de Santo Domingo, dadas sus peculiaridades por tratarse de
un territorio recién incorporado a la monarquía, casi ninguno de
ellos se puso en práctica.
Así, por ejemplo, poco más de un mes después del artículo
anterior, La América volvió a referirse a la situación dominicana, y
lo hizo de nuevo por causas no muy positivas. En efecto, tanto las
noticias llegadas a la revista desde Santo Domingo, como las que
habían publicado otros periódicos, coincidían «todas en que el
sistema administrativo planteado en aquella provincia, sobre resultar muy costoso», producía descontento y podía «hasta provocar serios conflictos internacionales». Al parecer, según informó
La América, entre otras cuestiones, se había «promovido una muy
desagradable con la secta de protestantes metodistas norteamericanos», a los cuales se les había despojado de un edificio que
poseían por concesión del anterior Gobierno dominicano. Los
metodistas, como era de esperar, se habían quejado al cónsul de
su país, por lo que «no sería extraño que en este punto tan delicado para los Estados Unidos y aun para Inglaterra, se apoyaran después en reclamaciones diplomáticas muy agrias». La revista llamó
la atención del Gobierno muy especialmente sobre «tan espinoso
asunto», y le pidió que lo resolviese «con arreglo a los principios
que reclama la civilización moderna, a la vez que la necesidad»
de no crearse problemas, que «empezando en Santo Domingo
pudieran afectar hasta a la seguridad de las demás Antillas». A
juicio de La América, los tiempos ya no permitían «ciertos actos de
intolerancia, y menos en América que en otra cualquier parte de
Europa». Además, bastantes obstáculos tenían que vencerse para
consolidar la anexión de Santo Domingo, sin necesidad de aumentarlos «inconsideradamente por no respetar algunos hechos»
que afectaban «intereses demasiado poderosos para convertirlos
en enemigos de la influencia española en aquellas regiones».61
Con motivo del crítico estado financiero derivado del grave déficit presupuestario de las cuentas de ultramar, por real decreto de
30 de junio de 1863 se creó una comisión de tres senadores y otros
tantos diputados, a la cual se encargó que examinase los presupuestos generales de las provincias ultramarinas del año económico
61
Ibídem, No. 13, Madrid, 12 de julio de 1863, p. 4.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
627
1863-1864, así como las cuentas generales del año anterior. Tal como
subrayó De Bona, ese decreto, «más que una medida de progreso y
previsión», era «ya una medida de absoluta necesidad, ocasionada
por un conflicto fiscal, porque dichos presupuestos presentaban
antes un gran superávit y hoy están en déficit, porque el pingüe ingreso que antes figuraba en los presupuestos de la península con el
nombre de sobrantes de ultramar» había desaparecido. En su lugar
existía «una partida de gastos quizás de 40 millones de reales para cubrir
atenciones ultramarinas. Y llegadas las cosas a este punto [...], no
podía menos de llevarse la cuestión ante las Cortes», para que estas
analizaran «las causas de esa gran perturbación fiscal ultramarina,
de ese enorme aumento de gastos» a los cuales no se podía atender,
pese al considerable incremento de los ingresos que presentaban
los presupuestos de Cuba y otras islas. En opinión del autor, era
preciso saber por qué se había duplicado el presupuesto de gastos
en Santo Domingo, que según expuso «con datos, al parecer muy
seguros, el semanario político titulado El Siglo Industrial», se elevaban en 1863 a 3,500,000 pesos fuertes, frente a los 1,750,000 presupuestados para el año anterior, y de los cuales tan solo el Ejército
consumiría 2,600,000 pesos fuertes, en lugar de los 1,300,000 del
ejercicio precedente. También era preciso que las Cortes viesen «si
la administración planteada en aquella isla con motivo de la anexión» se hallaba en concordancia con las necesidades, los hábitos y
las tradiciones de sus habitantes, así como que las Cortes supieran y
la nación se enterase «de lo que allí tenían los dominicanos», y de
lo que hasta ese momento se les había dado. Por último, De Bona
concluyó con una seria advertencia:
Y como todo gobierno o administración imperfecta perece al
fin por efecto de las complicaciones que se crean en la cuestión económica y especialmente en la parte que toca a la hacienda pública, cuando de tal manera se aumentan los gastos
que representan seis o siete veces el producto de los ingresos,
o la provincia en que esto pasa se conmueve profundamente
o es preciso apelar a remedios enérgicos y eficaces.62
62
Ibídem, «Una comisión de las Cortes para los presupuestos de ultramar», por
F. de Bona, p. 5 (las cursivas son de la revista).
628
Luis Alfonso Escolano Giménez
Pese a la gravedad de la situación, el Gobierno español se limitó
a hacer pequeñas reformas, que no solucionaron ninguno de los
numerosos males que aquejaban a Santo Domingo en aquellos
momentos tan cruciales para la soberanía de España sobre su
nueva provincia ultramarina, como si lo ocurrido en febrero no
hubiera tenido importancia. Así, por ejemplo, se introdujeron
algunas modificaciones en materia de nombramientos, los cuales
fueron siempre una cuestión muy delicada para la política colonial española. De este modo, en agosto de 1863, al mismo tiempo que estallaba la insurrección definitiva que habría de poner
fin, dos años más tarde, a la presencia española en el territorio
dominicano, se estableció por real decreto una serie de normas
para los ascensos en la administración de ultramar, dentro de los
ramos de Gobernación, Fomento y Hacienda. En Santo Domingo,
las vacantes correspondientes a ascensos debían distribuirse entre
los empleados de ultramar y los de la península, con arreglo a las
siguientes disposiciones:
1.ª Las vacantes de oficiales se proveerán todas en empleados de la isla.
2.ª De las de jefes de negociado se darán dos terceras partes
a los empleados de la isla y una tercera a los de la península.
3.ª En las vacantes de jefes de administración se observará lo
dispuesto para las islas de Cuba y Puerto Rico.63
En estos dos últimos territorios se había estipulado que las
mencionadas vacantes serían de libre elección por parte del
Gobierno, y que el nombramiento debería «recaer siempre en
empleados de la categoría inferior inmediata».64 Sin embargo, la
orden de que las vacantes para determinados puestos se cubriesen
con empleados de la isla no significaba que tales nombramientos
fueran a recaer solo en empleados de origen dominicano, sino
que más bien se refería a todos aquellos que prestaban sus servicios en dicha administración insular, con independencia de su
63
64
Ibídem, No. 16, Madrid, 27 de agosto de 1863, pp. 9-10.
Ibídem, p. 9.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
629
lugar de nacimiento. Por lo tanto, estas medidas no servían para
dar respuesta al problema derivado de la escasa presencia de dominicanos en los cargos públicos, una situación que, como ya se
indicó, era lógicamente objeto de muchas críticas, y que constituye una de las principales causas por las cuales el descontento
contra la anexión se generalizó cada vez más.
El creciente malestar que reinaba en Santo Domingo no se
advertía, o al menos no con la claridad necesaria, desde España,
como cabe deducir de las tímidas reformas emprendidas y de
algunas lecturas demasiado complacientes de la realidad dominicana, que a esas alturas ya estaban siendo superadas por unos
hechos cuya contundencia no tardaría en manifestarse. En efecto, justo cuando estalló la insurrección de agosto, y sin tener aún
conocimiento de la misma, La América publicó un artículo que
revela bien a las claras la casi total indiferencia, no solo de la clase
política, sino también de algunos periodistas, y por ende de buena
parte de la opinión pública, con respecto a la seriedad del estado de cosas en Santo Domingo. Así pues, se comprende que José
Arias Miranda, autor de la obra titulada Examen crítico-histórico del
influjo que tuvo en el comercio, industria y población de España su dominación en América, que recibió un premio de la Real Academia de
la Historia en 1853, escribiese estas poco menos que idealizadas
líneas acerca de la nueva provincia española:
Santo Domingo, mientras fue nuestra, no dio jamás señal
alguna de perturbación: entran los franceses a poseerla, y al
poco tiempo se declara en rebeldía, y consigue a la fuerza
separarse de extraña dominación; en contraposición acabó
de verse que la parte española separada de hecho de medio
siglo atrás, volvió sin requerimiento, excitación ni diligencia
a buscar su redil, a aclamar el centro de autoridad que en
otra época la hiciera feliz, a formar llena de júbilo una parte
integrante de la nacionalidad española. Ejemplo único de
su clase que registra la historia.65
65
Ibídem, «Ojeada crítica sobre la dominación española en América. I», por
José Arias Miranda, pp. 5-6; véase p. 6.
630
Luis Alfonso Escolano Giménez
La única reforma de importancia considerable que emprendió el Gobierno español para tratar de mejorar la administración
de Santo Domingo, y en una fecha tan tardía como el 31 de agosto
de 1863, fue el establecimiento de un Consejo administrativo en
Santo Domingo, según el modelo de los ya existentes en Cuba y
Puerto Rico. Estos, a su vez, se habían puesto en marcha con arreglo a las disposiciones generales estipuladas en el real decreto de 4
de julio de 1861 sobre organización y funciones de los Consejos de
las provincias de ultramar, el cual contenía las reglas que fijaban
«el procedimiento en los autos contencioso-administrativos», así
como «la sustanciación de las competencias de jurisdicción y atribuciones». Dichos Consejos eran unos organismos colegiados y
consultivos, que se encargaban de asesorar a la máxima autoridad
de la provincia, es decir el gobernador, en todos los asuntos de
naturaleza político-administrativa. Los gastos de material de esta
nueva estructura burocrática debían sufragarse con cargo al presupuesto asignado a la secretaría del Gobierno Superior Civil, y en
su composición encontramos, cabe decir que por fin, un elevado
número de miembros dominicanos.66
Los consejeros de la sección de lo contencioso tenían un
sueldo anual de 3,000 pesos fuertes y el secretario del Consejo
cobraba 2,000. Los consejeros nombrados para dicha sección
eran todos de origen dominicano: Pedro Ricart y Torres, ex
ministro de Hacienda y Relaciones Exteriores de la República
Dominicana; Manuel Joaquín Delmonte, que lo fue de Guerra y
Marina; Miguel Lavastida, de Justicia; y Pedro Valverde, gobernador civil de la capital. También se nombró consejeros a Domingo
de la Rocha, Francisco Pou, Manuel de Regla Mota, Desiderio
Valverde, Teodoro Heneken, Pedro Espaillat, Elías Espaillat,
Telesforo Objío, José María Morales, Francisco Javier Abreu,
Francisco Sardá y Carbonell, y Miguel Carmona, de modo que los
dominicanos representaban una gran mayoría entre los miembros
del Consejo de Administración. Por otro real decreto se nombró
secretario del Gobierno Superior Civil de Santo Domingo, en sustitución del peninsular Victoriano García de Paredes, a Manuel
Lores, quien era oficial primero de la secretaría del Gobierno del
66
Ibídem, No. 19, Madrid, 12 de octubre de 1863, p. 3.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
631
departamento oriental de Cuba, de lo cual parece deducirse que tal
puesto estaba, por así decir, vetado a los dominicanos. La explicación puede encontrarse en que sus funciones, de carácter estrictamente administrativo, requerían un gran dominio técnico de ese
campo, requisito para el que quizás no fuera fácil encontrar en
Santo Domingo muchos candidatos idóneos. En cambio, el cargo
de secretario del recién creado Consejo de Administración sí recayó en la persona de un dominicano, Juan Nepomuceno Tejera,
quien era fiscal de Marina.67
Desde su sección habitual de La América, De Bona se refirió a
esta nueva medida en los siguientes términos:
Conocidas son de los lectores de La América nuestras opiniones acerca de estos cuerpos, que hemos considerado un
primer paso hacia el deslinde y división del poder público,
como un tímido ensayo para introducir algo del elemento
popular en el gobierno de las provincias ultramarinas [...].
Nada, por consiguiente, tenemos que añadir a lo ya expuesto
en otras ocasiones; pero tratándose ahora de una isla como
la de Santo Domingo, y atendidas las circunstancias en que
se crea el nuevo Consejo administrativo, debemos hacer
constar con cuánta previsión anunciábamos al Gobierno las
complicaciones que surgirán de la reincorporación de la antigua isla Española, insistiendo de nuevo en la insuficiencia
del Consejo administrativo para hacer frente a las necesidades de aquel pueblo.
Venimos hace años reclamando reformas políticas y
administrativas liberales para las provincias ultramarinas;
venimos anunciando los inconvenientes de la tardanza en
concederlas, y venimos siendo también el blanco de aquellos
que acusan de malos españoles a todos los que no defienden la conservación indefinida del antiguo régimen político
creado por las leyes de Indias. Justo es ahora, cuando desgraciadamente los hechos confirman nuestras previsiones, que
67
Ibídem.
632
Luis Alfonso Escolano Giménez
[...] redoblemos nuestros esfuerzos recordando lo que en
otras ocasiones hemos manifestado, a fin de ver si conseguimos desvanecer preocupaciones infundadas [...] respecto al
efecto de la aplicación en ultramar de instituciones liberales
que han dado y están dando los más brillantes resultados en
las colonias inglesas.68
A continuación, De Bona se lamentó de que el ejecutivo anterior, bajo la presidencia de O’Donnell, si bien había llegado
«por fin a comprender estas verdades y sus declaraciones [...]
anunciaban una reforma más o menos pronta», no la hubiese
hecho a tiempo. El autor subrayó asimismo que, sin embargo,
como la vida de los pueblos no podía «amoldarse a la lentitud en
la marcha de Gobiernos extremadamente tímidos, el retraso en
esta, tantas veces prometida reforma», tenía que «dar sus naturales consecuencias», en referencia a la sublevación que acababa
de estallar en Santo Domingo. Lo cierto es que, ya no solo la
creación del Consejo de Administración, sino casi cualquier otra
medida que se pudiera adoptar, llegaba demasiado tarde para
impedir lo irremediable, puesto que la situación era tan grave
que prácticamente no había posibilidad de poner coto al levantamiento ni de dar marcha atrás en todos los errores cometidos a
lo largo de tan breve período de tiempo. De Bona hizo un apretado compendio de los mismos, el cual resulta muy interesante
para comprender hasta qué punto había personas en la propia
península que eran conscientes de los numerosos desaciertos de
la administración implantada en Santo Domingo. A su juicio, «la
diferencia radical entre el sistema político colonial inglés y la
política española ultramarina» consistía en que mientras todas
las instituciones municipales, judiciales y administrativas de las
colonias inglesas se apoyaban «en el principio autonómico del
self government, o sea de la acción popular», en las posesiones
españolas predominaba «el principio de autoridad».69
68
69
Ibídem, «El Consejo de Administración de la isla de Santo Domingo», por F.
de Bona, pp. 2-3.
Ibídem (las cursivas son de la revista).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
633
Así pues, continuó el articulista, «en Santo Domingo, pueblo
acostumbrado a un régimen republicano», se daban «bandos de
policía y gobernación que cuentan doscientos veinticuatro artículos y
en los cuales se exige licencia, bajo pena de enormes multas, hasta
para ejercer el oficio de lavanderas, planchadoras y cocineras».
Es más, De Bona añadió que «en aquel pueblo empobrecido por
las guerras», donde no había ni podría «haber en mucho tiempo caminos ni aun policía en sus desiertas calles», se pretendía
«cambiar por una simple orden la disposición de las puertas de
calle de todas las casas», y que «allí, donde apenas se pagaban,
ni hoy se pueden pagar contribuciones excesivas, se multiplican
las gabelas con todo su cortejo de reglamentación y ofensivas investigaciones». Por si este cúmulo de desatinos no resultase todavía suficientemente amplio, el mismo aumentó aún más si cabe
con otros errores de considerable gravedad, entre ellos haberse
mandado cerrar las iglesias protestantes, con lo que se exponía
al Gobierno español a conflictos internacionales. Por último, «en
aquella provincia pobre» se montó «una administración costosísima que además de abrumar al país», amenazaba con «devorar una
buena parte de las pingües rentas de la isla de Cuba». Ante tal panorama, De Bona se preguntó qué sucedería con tan desacertadas
medidas, a lo cual respondió que cada una de ellas había servido
como pretexto a los descontentos y revoltosos para provocar la insurrección, que había estallado ya por tres veces y hecho correr la
sangre «a torrentes». El final de su artículo no podía ser más claro
y revelador acerca de la única solución posible para la complicada
coyuntura dominicana:
Para tamaños males no basta, no, la creación de un Consejo
administrativo; no basta castigar los gastos como anuncia
el Gobierno, rebajando sueldos, retirando o disolviendo la
Audiencia, y disminuyendo empleados. Si la reincorporación nos ha de costar disturbios todos los días, si además ha
de exigir a cada paso que el Banco Español de La Habana
haga préstamos al Gobierno como el que acaba de hacerle de 500,000 duros para atender a los gastos de la última
634
Luis Alfonso Escolano Giménez
insurrección de Santo Domingo, nos conviene abandonar
un pueblo que tan cara nos hace pagar su reincorporación.
Si por el contrario, ese pueblo quiere vivir con sus antiguos
hermanos, dejémosle que cuide por sí mismo de su Gobierno
y administración local, como cuidan las colonias inglesas de
los suyos respectivos, y garantizándoles únicamente la defensa en caso de invasión exterior y la conservación material
del orden interior, habremos cumplido con todo lo que de
nosotros puede y debe exigir.70
5. EL PRINCIPIO DEL FIN DE LA ETAPA ANEXIONISTA:
LA INSURRECCIÓN DE AGOSTO DE 1863
Las anteriores palabras podrían hacer pensar que se trataba tan
solo de otro intento fallido, como el de febrero, pero en realidad
este nuevo levantamiento extendió aún más la semilla del descontento, sembrado a manos llenas por la desafortunada gestión política, económica y administrativa de las propias autoridades españolas.
El ejecutivo de Madrid no escuchó las sabias advertencias realizadas
por autores como De Bona, y trató de mantener en su poder el
territorio dominicano, pese a la evidencia de que la anexión había
resultado un completo fracaso. La explosión definitiva de agosto
de 1863 desencadenó una insurrección generalizada, que obligó
al abandono de Santo Domingo por parte de España en 1865, tras
una guerra abierta que supuso a ambos contendientes enormes
pérdidas humanas y materiales, y en la cual llegaron a combatir más
de 30,000 soldados españoles. No obstante, una vez más, al igual
que cuando el gabinete O’Donnell aceptó la anexión, en este caso
la responsabilidad tampoco fue exclusivamente del Gobierno, dado
que la prensa, en gran medida, lo impulsó a adoptar una política
represiva, con el objetivo primordial de sofocar el levantamiento
armado, pero sin afrontar de raíz las causas del mismo.
Aunque todo hecho histórico, por lo común, responde
a un origen multicausal, siempre suele haber una causa más
70
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
635
determinante que las otras, cuya función como factor aglutinante
de todas ellas actúa de tal forma que permite desencadenar una
respuesta frente a aquello que se pretende modificar o incluso
destruir, para provocar un cambio. El proceso emprendido tras la
anexión tenía como objetivo básico reorganizar Santo Domingo
conforme al sistema político, administrativo y económico de Cuba
y Puerto Rico, con intención de llevar a cabo «la transición de la
pequeña producción agrícola de carácter mercantil y la economía
natural de autoconsumo hacia la producción agrícola comercial
de exportación». Sin embargo, este modelo no resultó sencillo
de implantar en Santo Domingo, «donde no existía la esclavitud,
la fuerza de trabajo no era tan numerosa y el acceso a la tierra
era relativamente fácil». Por otra parte, los colonos españoles no
llegaron en cantidad suficiente «como para contribuir a alterar el
secular atraso de la economía dominicana», y además el proyecto
de inmigración tuvo en buena medida «un objetivo político de
carácter inmediato», dado que con él se trataba de reforzar la presencia española en la isla.71
Si bien el mencionado modelo apenas pudo ponerse en marcha, la política adoptada por España en la reorganización de la
nueva provincia «fue poco a poco lesionando los intereses de todos
los grupos» que componían la sociedad dominicana, mediante un
sistema de opresión que aspiraba a modificar, incluso de manera
forzosa, «patrones de conducta ejercidos durante muchos años».
Resulta difícil señalar el factor que tuvo un mayor impacto sobre los
diferentes sectores sociales, o de qué modo los diversos elementos
en juego afectaron a cada uno de esos grupos, puesto que todos
ellos «interactuaron en un complejo y contradictorio sistema de
acciones y reacciones». En suma, se produjo una gran contradicción entre el acuerdo por medio del cual ambas partes pactaron la
anexión de Santo Domingo y «las perspectivas que tenían las autoridades españolas». Por ello, los factores políticos desempeñaron
también un cierto papel en el curso de los acontecimientos, toda
vez que en algunos sectores sociales minoritarios se alentaba la idea
71
Luis Álvarez López, Secuestro de bienes de rebeldes (Estado y sociedad en la última
dominación española, 1863-1865), Santo Domingo, INTEC, 1987, p. 8.
636
Luis Alfonso Escolano Giménez
de que era necesario recuperar la soberanía. En cualquier caso,
dichos elementos ocuparon un lugar secundario. De hecho, a juicio
de Álvarez López «no fue el amor patriótico del pueblo dominicano
a su independencia», sino «la multiplicidad de contradicciones» ya
apuntada, la que creó «las condiciones objetivas para que el grueso
de la población se sumara a la lucha» por el restablecimiento de la
República,72 tal como aconteció finalmente, tras varias intentonas
previas, en la insurrección de agosto de 1863.
En realidad, las primeras señales de alarma habían saltado en
abril de 1862, cuando tuvo lugar en Puerto Plata un movimiento
de protesta, cuyo motivo fue la mala aplicación de unas disposiciones de la Superintendencia de Hacienda, sobre la «admisión en
los pagos de derechos de aduanas», por parte del comercio, «del
papel moneda en circulación». Un nuevo incidente ocurrió poco
después, en la noche del 1 al 2 de junio, esta vez en la propia ciudad
de Santiago, donde un grupo de 40 a 50 hombres atacó el cuartel
por sorpresa, y sostuvo el fuego durante algunos minutos contra la
guardia y la compañía de cazadores, que había tenido que salir sin
tiempo para vestirse siquiera. Desde luego, la situación en Santo
Domingo distaba mucho de ser tranquila, como parecían demostrar
los sucesivos brotes de rebeldía frente a las autoridades españolas,
ya fuese contra sus medidas administrativas, ya fuese directamente
contra sus tropas. Si bien es cierto que el descontento se encontraba
muy generalizado, el Cibao era la región en la cual se habían visto
afectados más intereses, por tener mayor desarrollo económico que
el resto del país y por su importante actividad comercial, tal como
se evidencia en el hecho de que estas iniciales demostraciones de
hostilidad tuvieron por escenario dicha zona.73
En efecto, la política impositiva adoptada por España contribuyó, sin duda, a aumentar en muchos comerciantes la animadversión que ya sentían hacia las nuevas autoridades, tanto por sus
medidas relativas a la amortización del depreciado papel moneda
de la antigua República, como «por razón de las trabas mercantiles
72
73
Ibídem, pp. 7-9.
Luis Alfonso Escolano Giménez, «La insurrección dominicana de febrero de
1863. Sus causas e implicaciones internacionales», en Clío, año 79, No. 179,
enero-junio 2010, pp. 71-108; véase pp. 98-101.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
637
impuestas» a sus actividades.74 Resulta también muy significativo
que el primer incidente serio contra la administración española
estallara precisamente en Puerto Plata, una ciudad donde la inmensa mayoría de los comerciantes eran extranjeros, por lo cual
cabe pensar en la implicación más que probable de algunos de
ellos en esa protesta, incluso como organizadores de la misma.75
Con independencia de que todos y cada uno de los movimientos contrarios a la presencia de España en Santo Domingo
respondiesen a las mismas causas, o por el contrario obedecieran
a razones de muy diversa índole, la dificultad principal radica en
saber si hubo una causa determinante común, que permita explicarlos de forma homogénea. El factor económico, más bien que el
«amor patriótico del pueblo dominicano a su independencia» que
menciona Álvarez López, como ya se indicó, parece ser el elemento en torno al cual giran los demás factores coadyuvantes de la
masiva reacción social que se produjo a partir del 16 de agosto de
1863 para acabar con el régimen anexionista. La prensa española, como es natural, se hizo eco enseguida de la insurrección,
y realizó muy variados análisis sobre sus causas, pero también
cayó en simplificaciones e incluso en errores sorprendentes
a la hora de interpretar ese hecho, lo que sin duda revela un
gran desconocimiento de la realidad dominicana. Otra posible
explicación es el empleo de agencias informativas internacionales, cuyas noticias se publicaban en algunas ocasiones quizás sin
elaboración ni contraste. Así, por ejemplo, La América recogió en
sus páginas la siguiente crónica de prensa:
Uno de nuestros colegas, hablando de la insurrección de
los negros de Santo Domingo, dice que no se sabe hasta qué
punto serán ciertos los cálculos de algunos periódicos que
74
75
E. González Calleja y A. Fontecha Pedraza, Una cuestión de honor... p. 111.
L. A. Escolano Giménez, «Las tres independencias dominicanas: un difícil
proceso de transición hacia la soberanía nacional», en T. Straka, A. Sánchez
Andrés y M. Zeuske (comps.), Las independencias hispanoamericanas, Caracas,
Fundación Empresas Polar; Universidad Católica Andrés Bello; Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo; Fundación Konrad Adenauer, 2011,
pp. 799-825; véase p. 821.
638
Luis Alfonso Escolano Giménez
estiman en 500 el número de los rebeldes; pero lo que sí
parece fuera de toda duda es que las tropas enviadas desde
Puerto Rico han marchado inmediatamente sobre ellos,
forzándolos a desbandarse con dirección a las fronteras de
Haití, donde es posible que se refugien sin atreverse a hacer
frente a los destacamentos que van a su alcance, y tal vez los
dispersen y castiguen antes de realizar su propósito.
La insurrección negrera de Santo Domingo ha debido quedar concluida si es cierto el siguiente despacho de la Agencia
Havas que leemos en La Patrie, y que extrañamos no haya
sido comunicado a Madrid por la vía telegráfica:
“Nueva York 12 de septiembre.
La insurrección de Sadon, en Santo Domingo, ha sido prontamente reprimida”.76
En realidad, los errores de esta noticia no son solo atribuibles
a La América, sino también, y sobre todo, al periódico cuyo nombre omitió, que es la fuente de la que se valió aquella, aparte de
la mencionada agencia informativa. El hecho de que ese medio se
refiriese a la insurrección dominicana con calificativos de carácter
étnico, e incluso claramente peyorativos, como el de negrera, podía
deberse a un intento de desnaturalización del levantamiento que
acababa de estallar en Santo Domingo, lo cual quizás tuviera una
intencionalidad política: la desactivación de posibles revueltas en
Cuba y Puerto Rico. Resulta asimismo muy llamativo el hecho de
haber incluido literalmente una errata de la Agencia Havas, el
término Sadon, cuyo significado es difícil de descifrar, pero que
bien podría corresponder a los topónimos Santiago o Cibao, dado
que estos eran los lugares donde se ubicaba el epicentro del fenómeno revolucionario. Sin embargo, lo único que no deja lugar a
dudas es el comentario que introdujo La América, al final de unas
líneas tan breves como confusas y repletas de falsedades, fuesen
voluntarias o involuntarias, en el cual expresó su confianza en que
76
La América, año VII, No. 18, Madrid, 27 de septiembre de 1863, «Noticias
generales», p. 15 (las cursivas son de la revista).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
639
se viera «confirmada esta lisonjera noticia», relativa a la represión
del movimiento insurreccional. En un terreno más preciso y concreto, que conocía mucho mejor, la revista anunció que en uno
de los últimos Consejos de Ministros se había acordado plantear
de inmediato en Santo Domingo «las economías y reformas administrativas» que desde hacía tiempo «se juzgaban necesarias en
vista de la desproporción inmensa» existente entre los ingresos y
los gastos. En efecto, el presupuesto de guerra de Santo Domingo
ascendía a 1,600,000 pesos, cuando todas las rentas del Estado no
llegaban en esos momentos a 14 millones de reales, por lo que
en tal situación se había ordenado que las cajas de Cuba pagasen
las tropas de Santo Domingo. En el mismo sentido, La América
informó de la supresión de la Intendencia de Rentas de dicha
provincia, donde en adelante no habría «más que un administrador general con el sueldo de 4,000 duros en vez de los 8,000
señalados al intendente». La revista se refirió también, pero sin
darle gran importancia, al nombramiento del mariscal de campo
Carlos María Vargas como capitán general de Santo Domingo,
en sustitución del general Rivero, de quien se decía que pasaba a
ocupar un alto puesto jurídico-militar en Madrid, aunque al menos en esta ocasión admitió que no sabía si tal rumor tenía algún
fundamento.77
Un asunto que desde el comienzo de la sublevación despertó mucho interés en buena parte de la prensa fue la actitud que
adoptaría Haití ante los rebeldes. Acerca de ello, La América indicó que a los primeros síntomas de trastorno el brigadier Buceta se
había dirigido a la frontera haitiana, «donde recibió las mayores
seguridades de amistad por parte del general de aquella nación,
cuyos deseos de conservar las buenas relaciones» que la unían con
España fueron confirmados por el ejecutivo de Puerto Príncipe al
cónsul de España.78 En efecto, dicha visita de Buceta tuvo lugar el
12 de agosto, muy pocos días antes de que iniciara el levantamiento,
pero la realidad es que las seguridades dadas a unos y otros por el
77
78
Ibídem, pp. 14-15.
Ibídem, No. 19, Madrid, 12 de octubre de 1863, «Resumen oficial de los partes
recibidos por el Gobierno de S. M. sobre los sucesos de Santo Domingo», p. 3.
640
Luis Alfonso Escolano Giménez
Gobierno haitiano y sus representantes en la frontera no eran más
que palabras. El levantamiento de febrero fracasó en gran medida
debido a la falta de ayuda exterior, de modo que los jefes revolucionarios coincidieron en que «la próxima etapa de la guerra […]
debía contar con el mayor apoyo de Haití para poder triunfar».
Así pues, algunos de los principales cabecillas del movimiento
fueron allá «en busca de ayuda bélica y de concurso moral».79
Lo cierto es que aquellos encontraron lo que buscaban, toda
vez que grupos de insurrectos al mando de Santiago Rodríguez
y Benito Monción, después de la «derrota momentánea sufrida
por el movimiento restaurador» en febrero, se internaron en la
frontera, desde donde «operaban con la solapada complicidad del
Gobierno haitiano».80
Esta actitud es una prueba de la ambigüedad de Haití frente a
España pues, cuando menos, toleraba la presencia de los rebeldes
en la zona fronteriza, que era muy «difícil de escudriñar por las
autoridades», lo que la convertía en «un país al parecer neutral»,81
por el que se habían movido siempre fácilmente los enemigos
de uno y otro Gobierno. En junio de 1863 Rivero dio órdenes
a los destacamentos que vigilaban la frontera de desalojar a los
haitianos que vivían en aquella zona, medida que De la Gándara
califica como «una de las más torpes entre todas las que […] se
adoptaron». A su juicio, la misma aumentó el odio de aquellos
hacia España y los convirtió en encarnizados enemigos» de la anexión, contra la cual se volvieron «con toda su fuerza, que no era
escasa ni despreciable», de modo que esa desacertada orden «dio
a los conspiradores dominicanos agentes eficaces y a los pelotones
rebeldes un contingente valiosísimo».82
Además de esa razón, ya suficientemente poderosa como
para oponerse al dominio español sobre Santo Domingo, hay
79
80
81
82
Guido Gil, Orígenes y proyecciones de la revolución restauradora, Santo Domingo,
Editora Nacional, 1972, p. 70.
L. Álvarez López, «Insurrecciones, conspiración e inicio de la guerra de la
Restauración», en Revista Dominicana de Antropología e Historia, año XI, vol. XI,
No. 21-22, 1981, pp. 105-135; véase p. 122.
R. González Tablas, Historia de la dominación y última guerra... p. 119.
J. de la Gándara y Navarro, Anexión y guerra... vol. I, pp. 296-297.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
641
que subrayar también la amenaza que significaba para Haití la
reclamación presentada por España, con objeto de recuperar los
territorios pertenecientes a la parte española de la isla, según lo
que estipulaba el tratado de Aranjuez de 1777. Desde septiembre
de 1862 dicha reclamación había quedado en una especie de
punto muerto, pero lo más sorprendente del caso fue sin duda
el gradual acercamiento diplomático que se produjo entre los
Gobiernos de España y Haití a partir de la primera insurrección, en febrero de 1863. El marqués de Miraflores, ministro de
Estado y presidente del recién constituido ejecutivo de Madrid,
comunicó al plenipotenciario de España en Washington que el
Gobierno haitiano, si bien en un principio había visto con recelo la reincorporación de Santo Domingo a España, en esos momentos estaba «contentísimo» con su nueva vecina. A juicio de
Miraflores, «la sinceridad de este aserto» quedaba demostrada
«con la conducta leal y decidida que Haití» había observado en
la intentona revolucionaria de Guayubín. Por su parte, el cónsul
de España en Puerto Príncipe confirmó esta opinión a raíz del
levantamiento de agosto, tras el cual la respuesta del Gobierno
haitiano fue «la más satisfactoria», pues había tomado inmediatamente «las medidas necesarias para prender e internar a todos
los malhechores y bandidos dominicanos».83
En realidad, tras el estallido de la segunda insurrección, el 16
de agosto, el contrabando de armas y municiones desde Haití, así
como el continuo paso de hombres a uno y otro lado de la frontera, fue posible no solo gracias a la favorable política del Gobierno
de Geffrard hacia los insurrectos, sino también a la ayuda que les
prestó el general Salnave, quien se había sublevado a su vez contra aquel. En efecto, los principales líderes del fallido movimiento
restaurador de febrero se habían refugiado en Haití, y al menos
desde julio «no era un misterio para nadie que los merodeadores de la frontera iban a convertirse de un momento a otro en
83
L. A. Escolano Giménez, «La insurrección dominicana de febrero de
1863…», pp. 88-98; véase pp. 97-98. Los documentos que se citan son los
siguientes: AMAE H 2375, marqués de Miraflores-ministro plenipotenciario
de España en Washington, Madrid, 10-IV-1863 (minuta); y AMAE H 2375,
Serrano Milans del Bosch-ministro de Estado, Puerto Príncipe, 24-VIII-1863.
642
Luis Alfonso Escolano Giménez
Ejército revolucionario». De hecho, el 3 de agosto el comandante
de la guarnición fronteriza de Capotillo tuvo conocimiento de
que «en los pueblos inmediatos de Haití se alistaban hombres y
se repartían armas casi públicamente, con vistas a invadir» Santo
Domingo.84
Sin embargo, nada de esto parecía conocerse en España, como
ya se ha señalado, y por ello la prensa se limitó a transmitir la versión oficial en torno a las excelentes relaciones hispanohaitianas.
En tal sentido, La América reprodujo lo que había publicado la
Gaceta del Gobierno español en su parte oficial, «con el fin de
rectificar las ideas respecto al estado de las relaciones» entre ambos países: «verídicos datos» que demostraban «de una manera
indudable la conducta leal y amistosa de Haití, con motivo de la
deplorable insurrección ocurrida en Santo Domingo». Siempre
según la Gaceta, después del movimiento revolucionario de febrero algunos de los rebeldes vencidos buscaron refugio en territorio haitiano, y «para evitar todo motivo de inquietud a España,
el presidente de la República expidió las órdenes más estrictas a
las autoridades de la frontera, para que internaran a los dominicanos». Sin embargo, durante la fiesta de santa Ana, patrona de
Haití, cuya celebración tiene lugar el 26 de julio, motivo por el
cual acude un gran número de personas desde todos los rincones
del país al pueblo llamado Limonade, cerca de Cabo Haitiano,
«se reunieron allí, sin llamar la atención de las autoridades, para
fraguar una nueva revolución». Al frente de este complot, y como
su «principal promovedor», se señaló a «cierto coronel Pepillo»,
quien residía en Montecristi y después pasó a hacerlo en Puerto
Plata. Tan pronto como el Gobierno haitiano tuvo conocimiento
de esto, informó de todo al cónsul de España en Puerto Príncipe,
y al mismo tiempo uno de los ministros se dirigió al norte, como
delegado del Gobierno, «a la cabeza de un número suficiente de
tropas, con el objeto de tomar contra los refugiados, las medidas
que exigieran las circunstancias». A su llegada a la ciudad de
Cabo Haitiano aquel arrestó a algunos de ellos, entre los cuales se
84
Agustín Alcázar Segura, La anexión y guerra de Santo Domingo, Astorga, Akrón,
2010, pp. 54-55.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
643
encontraba el general Lucas de Peña, jefe de la insurrección de
Guayubín.85
El parte oficial de la Gaceta continuó con la descripción de
los hechos acontecidos a partir de agosto, cuando el ejecutivo de
Puerto Príncipe dio al de Madrid nuevas muestras «de su buena
fe», tras el estallido del segundo movimiento revolucionario en el
Cibao. Así pues, el Gobierno haitiano, «no contento con las pruebas
que había dado de su lealtad y buenas disposiciones en la conducta
que observó con el comandante del fuerte de Dajabón y con las
tropas de su mando», en dos ocasiones puso a disposición del representante de España en Puerto Príncipe un vapor que llevase sus despachos a Santiago de Cuba. De hecho, este ofrecimiento había sido
aceptado una vez, y el vapor haitiano fue muy bien recibido por las
autoridades cubanas. Además, como varios refugiados que habían
entrado en Haití a raíz de los sucesos de Puerto Plata reclamaron
diversas nacionalidades, e invocaron la protección de los cónsules
de las naciones a las cuales decían pertenecer, el gabinete Geffrard
«pasó una nota a esos agentes manifestándoles que, sin salir de las
prescripciones del derecho de gentes, procedería a internar a dichos refugiados». De la contundente afirmación con que concluyó
la Gaceta cabe deducir que la misma no parecía albergar ni la menor
duda con respecto a la sinceridad de las intenciones de Haití, toda
vez que esas medidas probaban «de un modo inequívoco» que el
Gobierno haitiano no había tenido «nada que ver con ninguno de
los movimientos revolucionarios» ocurridos en Santo Domingo.86
En cuanto a las medidas que debía adoptar el Gobierno español
para poner coto a la insurrección, así como atajar sus causas, puede decirse que hubo algo de debate en la prensa, pero en general
la mayor parte de la opinión pública española apostó por la vía militar, como la forma más expeditiva de restablecer la tranquilidad
en la nueva provincia. En esta línea se encontraba, por ejemplo, el
diario La Época, de tendencia afín al ejecutivo del partido moderado, que recogió una noticia publicada por La Correspondencia, en
85
86
La América, año VII, No. 19, Madrid, 12 de octubre de 1863, pp. 14-15. Pepillo
es el apodo por el cual se conocía a José Antonio Salcedo.
Ibídem.
644
Luis Alfonso Escolano Giménez
el sentido de que hasta ese momento no se había «acogido ningún
dominicano a la amnistía tan magnánimamente ofrecida por S. M.
a los comprometidos en el primer movimiento». La Época también
se refirió al hecho de que «casi todos los órganos de la prensa,
seriamente alarmados en presencia de la insurrección de Santo
Domingo», habían emitido su opinión acerca de las medidas que
debería adoptar el Gobierno para cortar de raíz las causas de ese
«deplorable suceso», y se centró en el caso de La Iberia. Este periódico progresista no ocultaba sus temores de que fuese «imposible
el sostenimiento de la tranquilidad y el desarrollo de la riqueza
pública en la antigua isla Española», mientras que pisaran el territorio dominicano los jefes que habían «ocasionado la anexión»
y alentasen «con su presencia la escisión política». La curiosa respuesta de La Época a dicha sugerencia fue que ese temor no le
parecía «suficientemente fundado», porque no había dato alguno
que desmintiera «la lealtad de los jefes» a quienes aludía, de lo
cual cabe deducir que, o no comprendió el fondo de la cuestión
planteada por La Iberia, o no quiso darse por enterado y salió del
asunto como pudo. En cualquier caso, la polémica entre ambos
medios estaba servida, ya que el diario progresista se preguntó si
el Gobierno creía «curar el mal enviando fuerzas para contener y
castigar a los insurrectos», y acto seguido pasó a exponer el único
recurso que quedaba «para salvar la crítica situación» de Santo
Domingo. A juicio de La Iberia, la única alternativa era:
El planteamiento de una política liberal, previsora y
entendida y poner el mayor conato en sacar el mejor partido
de las circunstancias, no con el objeto de realizar para la metrópoli pingües rendimientos, sino para llevar a cabo una misión civilizadora y, por lo tanto, digna de una gran nación.87
La Época replicó que tal era, sin duda, el pensamiento del gabinete, pero no por ello dejaban de ser acertadas las medidas que
preventivamente había tomado «para sofocar la insurrección
y castigar a los culpables». No contento con estas palabras,
87
Ibídem, p. 3.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
645
el periódico moderado añadió que cuando el ultraje quedase
vengado, y cuando la paz y la tranquilidad se restablecieran en
el territorio dominicano, el ejecutivo buscaría y hallaría una solución que satisficiese «los intereses de la metrópoli y de su colonia», y que dejara «incólume la gloria» de España. Por su parte, La
América señaló que las noticias de que disponía estaban conformes
con las de otro colega de la prensa en que el Gobierno miraba
«los asuntos de Santo Domingo con especial interés», y que el
Ministerio de Guerra había dictado y dictaría cuantas medidas se
considerasen «necesarias para poner a cubierto de toda perturbación» las provincias españolas de ultramar. Es más, dicha revista
informó de que se habían dado «las órdenes para que en brevísimo plazo» marcharan 5,000 soldados a Cuba y Puerto Rico, y al
parecer también se habían aumentado las fuerzas navales en aguas
de las Antillas, por lo que La América aplaudió «la previsión del
Gobierno», ante los sucesos de Santo Domingo. Según la crónica
de prensa de aquella, un periódico progubernamental indicó, en
respuesta al diario El Pueblo, que el gabinete no se había «ocupado
de atender a la defensa de las provincias de ultramar completando
un sistema de ocupación militar», que previniese «todo género de
insurrecciones, porque con la organización actual, con los medios
existentes y el patriotismo» de sus habitantes, aquellas posesiones
se encontraban «completamente aseguradas».88
En definitiva, tal como puede apreciarse, hubo mucha
autocomplacencia y vanagloria, pero muy poca, por no decir
que casi ninguna autocrítica, por parte de la prensa española,
incluidas publicaciones liberales y avanzadas como La América, a
la hora de analizar unos hechos que reclamaban menos apasionamiento y más capacidad de raciocinio. Sin embargo, en lugar de
eso la reacción fue buscar a los culpables fuera de casa, como hizo
también dicha revista, la cual apuntó a los Estados Unidos en las
siguientes líneas:
Publicamos en otra parte de este número todos los pormenores que han llegado a nuestras manos sobre los
88
Ibídem.
646
Luis Alfonso Escolano Giménez
lamentables acontecimientos de que ha sido teatro nuestra
nueva colonia de Santo Domingo. No es posible desconocer
en ellos la acción oculta de la única potencia interesada en
arrancar de nuestras manos aquella espléndida posesión,
y esperamos, deponiendo todo espíritu de partido, que
las disposiciones del Gobierno, basten a escarmentar a los
enemigos de nuestra dignidad, asegurando para siempre
la supremacía que nos ha conferido la voluntad espontánea de aquellos pueblos. En esta cuestión el sentimiento
que debe predominar es el del honor, para mantenerlo
incontaminado, aunque sea a costa de los más dolorosos
sacrificios.89
Llegadas a este punto las argumentaciones, en las cuales no
primaba lo que quizás habría sido más lógico, como por ejemplo
el interés por conservar Santo Domingo para obtener de ella una
serie de beneficios, sino que todo se reducía a una cuestión de
orgullo nacional herido, poco cabía esperar ya aparte de lo que
sucedió, es decir, una guerra abierta. En un primer momento, los
refuerzos se enviaron desde Cuba y Puerto Rico, para una mayor
rapidez en la respuesta frente a los insurrectos, y así se hizo con
los batallones de Madrid y Puerto Rico, procedentes de dicha isla,
y con el segundo batallón de Nápoles, una sección de Sanidad,
un batallón del regimiento de La Habana y una compañía de
Ingenieros, en el caso de Cuba. El mando de las tropas de esta
última se confió al general De la Gándara, quien naturalmente
«debía ponerse al efecto a las órdenes del capitán general de
Santo Domingo».90
No obstante, esto fue solo el comienzo de una operación bélica a gran escala, cuyo estudio no se abordará aquí, pero interesa
subrayar que, sin un sereno análisis de los pros y los contras, muy
poco tiempo después de las primeras fuerzas, cuya entrada en acción había sido casi automática, el Gobierno seguía «en la firme
89
90
Ibídem, No. 20, Madrid, 27 de octubre de 1863, «Revista general», pp. 2-3.
Ibídem, No. 19, Madrid, 12 de octubre de 1863, «Resumen oficial de los partes
recibidos por el Gobierno de S. M. sobre los sucesos de Santo Domingo», p. 3.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
647
resolución de enviar nuevos refuerzos a las Antillas». En efecto,
según publicó La América el 27 de octubre, antes de un mes saldrían otros dos vapores con más tropas, pero en esa ocasión ya
desde la propia península. Aunque las opiniones eran mayoritariamente favorables a la intervención armada, El Clamor Público
pidió al Gobierno que emplease «todos los medios posibles para
sofocar pronto y sin mayor efusión de sangre, la rebelión de Santo
Domingo; pero que una vez conseguido este objetivo», acudiera
a las Cortes para que le concediesen «la autorización necesaria y
abandonar a sus aspiraciones unos súbditos allegadizos» a quienes
tanto repugnaba el dominio español. Por su parte, Las Novedades
propuso al Gobierno que para combatir la insurrección de Santo
Domingo enviara «de una vez desde Cuba todas las tropas» que resultasen necesarias; que se estableciera una escala de aclimatación;
que fuesen «tropas de la península a guarnecer y aclimatarse en
Canarias», y que las de Canarias salieran hacia Cuba. Por último,
el mencionado periódico recomendó que las tropas de Cuba marchasen a Santo Domingo, y que se hiciera «todo de una vez, con
prontitud, con energía, para que los sacrificios» de esos momentos,
«por su misma eficacia», evitasen otros mayores en el futuro.91
Mucho más crítico con la política seguida por el Gobierno
español hacia Santo Domingo, El Contemporáneo señaló que inmediatamente que se abrieran las Cortes se exigiría a quien correspondiese la responsabilidad de los sucesos que habían «traído
consigo la insurrección de Santo Domingo». Por otro lado, se
exigiría al Gobierno que llevara a los cuerpos colegisladores todos
los documentos relacionados con la anexión de dicho territorio,
para que se supiese cómo se había hecho y cómo había llegado
a consolidarse, y cuánta responsabilidad cabía «a los autores de
tal pensamiento». La América recogió asimismo una serie de noticias cuyo tono era en cambio muy complaciente con el ejecutivo,
publicadas por La Correspondencia, según las cuales el Gobierno
había «seguido observando día por día la situación de Santo
Domingo, estudiando el modo de mejorarla». De hecho, «las
91
Ibídem, No. 20, Madrid, 27 de octubre de 1863, «Revista general»,
p. 13.
648
Luis Alfonso Escolano Giménez
propuestas del general Rivero para la reforma de la administración fueron todas aprobadas», y «cuando no se veía tan inminente el peligro» que existía, el ministro de Guerra había ordenado
enviar 6,000 hombres de refuerzo a las Antillas, y «también fue
relevado cuando se creyó conveniente el capitán general de Santo
Domingo». Es más, el nuevo gobernador llevaba instrucciones detalladas sobre lo que debía hacer en toda clase de circunstancias; y
por último, el Gobierno había enviado dinero, municiones y todo
cuanto allí podía hacer falta, y, por si esto fuera poco, lo había
hecho «cuando no apuraban los sucesos, cuando sus actos podían
considerarse solo como medidas previsoras».92
La dificultad de las operaciones resultó de una envergadura
considerable, dada la rapidez con que se había extendido el levantamiento en Santo Domingo, y para llevarlas a cabo se contó
incluso con los servicios de la empresa privada de vapores transatlánticos López y Compañía. En efecto, la misma, con recursos
hasta entonces «desconocidos en esta clase de empresas», había
ofrecido al Gobierno español, en vista de dichos sucesos, «el hacer
salir hasta cinco grandes vapores para el transporte de tropas y pertrechos» hacia las Antillas. No obstante, ya se había embarcado en
los vapores de guerra León y Colón el segundo batallón de Marina,
buques que «hicieron inmediatamente rumbo para las Antillas», y
también había arribado a Santander el vapor Alba, «encargado de
recoger los contingentes dados por varios cuerpos con destino a
las Antillas». La fragata Concepción zarpó de Cádiz con dirección a
La Habana, a donde condujo un batallón de Infantería de Marina.
Además, se había llamado «al servicio activo 18,000 hombres de la
reserva, correspondientes al sorteo» de ese año, y la fragata Villa de
Madrid, un buque de 50 cañones recién construido, que se encontraría listo alrededor del 5 de noviembre, iba a partir para Cuba
con otros 1,000 hombres a bordo.93
Así pues, en todos los arsenales españoles reinaba «la mayor
actividad», ya que ocho o diez buques de guerra debían «hallarse
antes de ocho días bogando hacia las Antillas con el completo
92
93
Ibídem.
Ibídem.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
649
de los 6,000 hombres del primer refuerzo decretado», y antes de
finales de noviembre el Ejército de Cuba quedaría reforzado con
10,000 o 12,000 hombres de la península. En efecto, para hacer
frente a tal emergencia, ascendían a 8,000 hombres «los refuerzos
que sobre los ya decretados» iban a enviarse a las Antillas, con lo
que en total sumaban 14,000 los soldados españoles que fueron
destinados a dichas provincias ultramarinas en un primer momento. La América concluyó su crónica con estas expresivas palabras,
referentes a los operativos militares: «¡Quiera Dios que lleguen a
tiempo!»,94 las cuales resultan bien reveladoras de la tensión con
que, sin duda, se vivían en España los hechos que estaban aconteciendo en la orilla opuesta del Atlántico. La situación de peligro
era percibida como una amenaza para la soberanía española, no
solo sobre Santo Domingo, sino también sobre las restantes posesiones antillanas, ya que se temía un efecto de contagio que, si
bien no ocurrió de forma instantánea, tuvo lugar muy pocos años
más tarde, a partir de 1868, en vista del triunfo de la insurrección
dominicana en 1865.
En realidad, el movimiento restaurador se encontraba latente
desde el comienzo de la anexión, como se vio en los sucesivos
conatos a partir de los sucesos de Moca, y solo una política muy
acertada por parte de las nuevas autoridades habría podido tal vez
desactivarlo, al menos durante un período algo más prolongado,
pero no sucedió de ese modo. Por el contrario, aun a sabiendas
de las peculiares características del caudillo, el Gobierno español
mantuvo en principio a Santana al frente de la nueva provincia, y
lo que es peor, no dio a Santo Domingo una organización adecuada a sus necesidades, que le permitiera desenvolverse con mucha
más autonomía política y económica.
Lo cierto es que España cometió, como mínimo, tres grandes
errores, cuya gravedad va de menor a mayor, el primero de los
cuales fue haber aceptado la anexión, con los riesgos de todo tipo
que la misma traía consigo, como era de prever y no tardó mucho
tiempo en comprobarse. El segundo error de España fue no dar a
Santo Domingo un régimen político-administrativo y económico
94
Ibídem.
650
Luis Alfonso Escolano Giménez
lo más liberal posible en aquellos momentos, con el mínimo de
interferencias metropolitanas, y haber cometido demasiadas equivocaciones en casi todos los órdenes: desde el moral, religioso y
judicial, al financiero, fiscal y comercial. No obstante, el más grave
de los tres fue no haber tenido la habilidad ni la inteligencia suficientes para asumir su fracaso como administradora colonial, y haberse empeñado en una guerra estéril y muy costosa en recursos
materiales y humanos, hasta el punto de que puede afirmarse que
la misma le costó 16,000 bajas, entre muertos, heridos y enfermos,
así como 392 millones de reales.95
Dada la conveniencia de emplear más de una fuente, siempre
que ello sea posible, cabe citar también a D G. Yuengling, quien
menciona que hubo 7,084 fallecidos entre las tropas enviadas
por el Gobierno español, cifra que representa casi la mitad del
total de las bajas sufridas, lo cual sin duda constituye una proporción bastante considerable. Por otra parte, la ocupación de
Santo Domingo y la guerra restauradora ocasionaron a España,
según dicho autor, unos gastos superiores a los 240 millones de
dólares.96
Sin embargo, no existe un acuerdo en torno a las cifras de la
guerra, y otros autores presentan datos muy diferentes, como es el
caso de Emilio Cordero Michel, quien señala que el Ejército español llegó a tener 63,000 soldados en Santo Domingo, de los cuales
41,000 eran peninsulares, 10,000 cubanos y puertorriqueños, y los
12,000 restantes, dominicanos. En cuanto a las bajas, este autor
indica que hubo 23,000 en total, de las cuales 18,000 fueron entre los peninsulares y 5,000 entre los soldados de origen cubano,
puertorriqueño y dominicano, «tanto por heridas provocadas en
los combates, como por la fiebre amarilla». Por lo que se refiere al
capítulo de gastos, Cordero asegura que el coste de la guerra para
España ascendió a 129 millones de dólares. En lo respectivo al bando restaurador, la posibilidad de ofrecer unos datos relativamente
fiables se complica aún más, como reconoce el mismo autor, quien
afirma que tan solo existen algunas estimaciones, realizadas «sin
95
96
E. González Calleja y A. Fontecha Pedraza, Una cuestión de honor... p. 226.
D. G. Yuengling (ed.), Highlights in the debates... pp. 153 y 157.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
651
apoyo documental fehaciente». Según esos cálculos, los rebeldes
tuvieron 10,000 bajas, de las cuales 6,000 fueron por muerte y
4,000 por heridas, mientras que el contingente total de las tropas
restauradoras osciló «entre 15,000 y 17,000 hombres, mal armados
y mal vestidos». Además, como consecuencia del conflicto, la sociedad dominicana «sufrió el empobrecimiento general de todos los
sectores de su vida productiva, el decrecimiento de su economía y el
estancamiento del proceso de su desarrollo histórico».97
Por último, Jorge Castel proporciona unas cifras que revelan la
enorme gravedad de los estragos causados por las enfermedades
entre los soldados españoles, y en cambio un número comparativamente muy bajo de muertos a manos del enemigo. Estos últimos
ascienden a solo 486, frente a 6,854 fallecidos como consecuencia
de enfermedad, es decir, 7,340 muertos por ambas causas en conjunto, y otros 1,525 hombres fueron repatriados por enfermedad.
Castel incluye también en su recuento 634 prisioneros o extraviados y 1,384 heridos, lo cual da una cantidad total de bajas en
el Ejército español durante la guerra muy próxima a los 10,900
hombres.98 Como puede apreciarse, dicha suma final no llega a
representar ni siquiera la mitad de la ofrecida por Cordero, quizás
por el hecho de que Castel tenga en cuenta únicamente las bajas
que se produjeron entre las tropas enviadas desde España, pero
en cualquier caso los datos que recoge este autor coinciden en su
mayor parte con los aportados por Yuengling.
González Calleja alude a la España que abordó el levantamiento dominicano de 1863 con un término muy clarificador, el de
«España calavera», en el sentido de temeraria y aventurera, como
demostró al actuar movida con el fin de restaurar el honor nacional, supuestamente mancillado por quienes solo pretendían recuperar el control de su propio país. Tal como subraya dicho autor,
«la rebelión no fue contra la esencia identitaria que representaba
España», sino que tuvo mucho más que ver con las insatisfechas
97
98
Emilio Cordero Michel, «Características de la Guerra Restauradora, 18631865», en Clío, año 70, No. 164, junio-diciembre 2002, pp. 39-78; véase p. 70.
Jorge Castel, Anexión y abandono de Santo Domingo (1861-1865), Madrid,
Cuadernos de Historia de las Relaciones Internacionales y Política Exterior
de España, 1954, p. 32.
652
Luis Alfonso Escolano Giménez
«expectativas de desarrollo material y político generadas por la
anexión, que solo se plasmaron en un incremento de la burocracia
y de la intolerancia peninsulares». En efecto, también Bosch supo
ver la diferencia entre el elemento nacionalista constitutivo de la
guerra de la Restauración, que por supuesto existió en cierta medida, y el aún más significativo, por ser el que se encuentra en las
masas populares, de guerra social, aparte del carácter simultáneo
que tuvo de guerra civil entre anexionistas y antianexionistas.99
No obstante, lo que ya no resulta tan sencillo es delimitar todos estos factores entre sí, puesto que se encuentran íntimamente
entrelazados los unos con los otros, pero no cabe duda de que
la anexión y la guerra subsiguiente marcaron en gran parte el
devenir histórico dominicano. De hecho, ambos acontecimientos
permiten explicar, en buena medida, el fracaso del intento de anexión de la República a los Estados Unidos llevado a cabo por Báez
en 1870, como consecuencia de que el grado de madurez de la
formación social dominicana era superior al existente en 1861, al
menos con respecto a la idea de la soberanía nacional. Deslindar
entre sí elementos de una imbricación tan intrincada convierte su
estudio en una tarea de enorme complejidad, la cual requiere un
trabajo de investigación cuyo foco de análisis se concentre en las
dinámicas internas del propio pueblo dominicano, desde el punto
de vista político, social y económico, pero el mismo está fuera del
alcance de estas páginas.
Cabe resaltar el hecho de que «casi dos tercios de la población
total» de Santo Domingo vivían «en los territorios que sirvieron
de escenario» principal a las luchas de la guerra restauradora.
Efectivamente, las zonas más afectadas por las acciones bélicas durante el desarrollo del conflicto fueron la provincia de Azua y las
dos del Cibao, Santiago y La Vega, y dentro de estas últimas, muy en
particular las áreas de la Línea Noroeste y el norte. De igual modo,
se trataba a su vez de la parte más desarrollada económicamente,
99
E. González Calleja, «España “Boba”, España “Calavera” y España “Madre
y Maestra”: las relaciones hispano-dominicanas en la conformación de las
respectivas identidades nacionales», en Clío, año 80, No. 182, julio-diciembre
2011, pp. 227-248; véase p. 243. El autor cita a J. Bosch, La guerra de la
Restauración, 9.ª edición, Santo Domingo, Corripio, 1998, pp. 102-105.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
653
según se deduce del hecho de que, entre 1862 y 1863, el Cibao
aportó «el 65% del valor total de las exportaciones» dominicanas.
En buena medida, los productos exportados desde esa región representaban un cierto nivel de desarrollo agrícola, según señala
Emilio Cordero Michel, en concreto la explotación del tabaco, el
café, el cacao y la caña de azúcar, que constituye «el inicio de un
tímido desarrollo precapitalista en el país». Mientras tanto, desde
una parte del sur y todo el este se exportó un 35% del valor total,
del cual la gran mayoría estaba formada por productos naturales,
cuya explotación requería «ninguna o muy poca actividad» humana, por ejemplo maderas, ganado y cueros, miel y cera, frente al
irrisorio 2% que representaron las exportaciones de café.100
En definitiva, como resume en acertada síntesis Roberto Cassá,
tras el estallido del levantamiento el 16 de agosto y después de tan
solo un mes de hostilidades, es decir, a mediados de septiembre,
los rebeldes ya se habían hecho con el control de la ciudad de
Santiago, «y pudieron en pocos días adueñarse de casi todo el
territorio cibaeño». La explicación que da el mencionado autor
a la velocidad fulminante de tales hechos no deja lugar a dudas:
«En esta segunda rebelión las masas populares respondieron con
mayor decisión que en la de febrero». Además, debido a «la torpeza de la administración española», esta quedó casi totalmente
aislada en el Cibao, «pues la mayor parte de los burócratas y militares que todavía habían permanecido fieles a España en febrero
se comprometieron con las fuerzas insurrectas». Ese fue el caso,
por ejemplo, de Gaspar Polanco, «quien fue uno de los cabecillas de las fuerzas españolas y criollas coaligadas en febrero», el
cual, dado que era el general dominicano de mayor rango, quedó
automáticamente al mando de las tropas restauradoras. Una vez
consumada la toma de Santiago por parte de estas, se nombró un
Gobierno provisional, a cuya cabeza fue elegido como presidente
el general Salcedo, quien era asimismo, subraya Cassá, un «antiguo anexionista y exponente del sector conservador del movimiento». Sin embargo, «los grupos más radicalizados tuvieron una
amplia participación» en el Gobierno restaurador, dentro del cual
100
E. Cordero Michel, Características de la Guerra Restauradora... pp. 41-42.
654
Luis Alfonso Escolano Giménez
se produjo «una sorda y a veces abierta lucha de tendencias»101
que costó la vida a Salcedo, quien tras ser depuesto fue ejecutado
el 5 de noviembre de 1864, sin juicio previo, por orden directa del
nuevo presidente, el general Gaspar Polanco, en circunstancias
muy poco claras.
En cualquier caso, la disputa entre ambos se debió a una supuesta actitud contemporizadora frente a los españoles por parte
de Salcedo, quien además estaba a favor del regreso de Báez al
país, postura a la cual se oponían abiertamente Espaillat y el propio Polanco, que era su «adepto fiel, fervoroso y eficacísimo», en
opinión de García Lluberes.102
España se había quedado, pues, sin muchos de sus aliados naturales y sin las zonas más ricas del territorio dominicano. Aunque
al principio esa situación estuvo circunscrita sobre todo al Cibao,
la misma se extendió con gran rapidez y el abandono de la causa
anexionista por parte de destacadas figuras militares y civiles fue
en aumento también en el resto del país. Así ocurrió, entre otros
muchos, con los generales Marcos Adón y Eusebio Manzueta, ambos de la región este, que se pasaron a las filas de los rebeldes en
los primeros momentos de la insurrección, pese a tratarse de dos
militares que por su antigua y estricta obediencia santanista parecían candidatos poco propicios a un cambio de bando tan radical.
Por consiguiente, casi desde el comienzo de la lucha resultó fácil
predecir que la derrota definitiva del proyecto anexionista, cuya
supervivencia a medio plazo se veía ya entonces como poco menos
que imposible, iba a estar basada en un acoso continuo para no
dar tregua al adversario, mediante la siempre mortífera táctica de
la guerra de guerrillas.
De cualquier modo, si bien es cierto que la anexión había nacido prácticamente destinada al fracaso, por su escasa viabilidad
política y económica, quizás nadie imaginaba que tal desenlace
101
102
R. Cassá, Historia social y económica... vol. II, p. 87.
Mª. M. Guerrero Cano, «La guerra de Restauración y el abandono español»,
en Escritos sobre la Restauración, Santo Domingo, Comisión Permanente de
Efemérides Patrias; Editora Centenario, 2002, pp. 211-274; véase p. 229.
La autora cita a Alcides García Lluberes, «Archivo de la Restauración. Un
copiador de oficios del Ministerio de la Guerra», en Clío, año 26, No. 113,
enero-diciembre 1958, pp. 122-155; véase p. 152.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
655
fuera a producirse de una manera tan rápida como en efecto
sucedió. A ello coadyuvó de forma determinante, sin duda, la
inmediata y masiva incorporación del pueblo a una lucha de
características muy diversas, e incluso dispares, la cual acabó
por alcanzar el objetivo que se había trazado, es probable que
mucho antes de lo que sus propios líderes pensaban. Por fin, el
1 de mayo de 1865 se publicó la ley que derogaba el decreto de
reincorporación,103 y el 11 de julio las tropas españolas abandonaron Santo Domingo, poco más de cuatro años después de su
llegada, por lo cual el período anexionista representa un breve
paréntesis dentro del contexto de la ardua y larga andadura de
la República Dominicana en pos de la consolidación definitiva
de su independencia.
En último término, cabe replantearse el concepto historiográfico de la Restauración, cuyo principal componente legitimador,
que fue de carácter político –la recuperación de la independencia
dominicana–, permite su lectura en clave instrumental, como un
factor empleado de manera intencional para provocar la rápida
movilización de toda la sociedad. En efecto, con el mensaje esgrimido en pro del restablecimiento de la República se buscaba
motivar al pueblo en su conjunto, tanto a los combatientes como
a los contribuyentes, mediante la invocación de unos ideales que
se presentaban revestidos de una condición cuasi sacralizada: la
patria, la soberanía nacional y la libertad, entre ellas las de culto y
pensamiento. Por consiguiente, más allá de las causas reales y efectivas que condujeron al estallido del movimiento revolucionario,
subyace a todas ellas una, por así decir, «construcción ideológica
que convertía el conflicto bélico» contra el dominio de España sobre Santo Domingo, «en una actividad justificada y legal, es decir,
en una guerra justa».104
El concepto de guerra justa tiene una larga tradición en la
cultura occidental desde, al menos, la época romana, y sostiene
que la guerra puede «justificarse en función de criterios de orden
103
104
C. Robles Muñoz, Paz en Santo Domingo... p. 244; véase la nota No. 116.
Francisco García Fitz, «La Reconquista: un estado de la cuestión», en Clío y
Crimen, No. 6, 2009, pp. 142-215; véase p. 200 (las cursivas son del autor).
656
Luis Alfonso Escolano Giménez
jurídico», mediante una extrapolación del «principio de legítima
defensa desde la esfera individual a la política». El mismo plantea
que todo poder constituido tiene «derecho a recurrir a la fuerza»
cuando es agredido, por lo que resulta lícito, según el derecho
natural y el derecho de gentes, «rechazar o repeler a los enemigos». Desde la Edad Media, numerosos autores consideran que
existen como mínimo tres causas que hacen de la guerra «una acción legal», y entre ellas interesan en particular para nuestro caso
las dos siguientes: «La defensa de la integridad territorial cuando
un adversario pretendiera invadirlo, o su expulsión si se hubiera
llegado a materializar una anexión», así como «la reacción frente
a la violación de un derecho o el quebrantamiento de un orden
político, moral o religioso».105
Este elemento legitimador no suele faltar en casi ningún conflicto, y la guerra de la Restauración no constituye una excepción
en tal sentido, pese a lo discutible que resultaría afirmar absolutamente que su verdadera finalidad fue, sin ningún género de
dudas, la recuperación de la independencia dominicana, según
se deduce de diversas gestiones realizadas por los rebeldes. Así, el
14 de septiembre de 1863, muy poco tiempo después de haberse
constituido en Santiago el Gobierno provisional de la República,
su propio vicepresidente se dirigió al representante de los Estados
Unidos en Haití para solicitar la intervención de Washington.
Es más, en noviembre de dicho año, el ministro de Relaciones
Exteriores del Gobierno restaurador envió una nota al secretario de Estado norteamericano, William H. Seward, en la cual
lo invitaba «a intervenir en defensa de los intereses» de ambos
países, que «hacían aconsejable un protectorado de la República
Dominicana» por parte de los Estados Unidos. Pese a la falta de
respuesta, el Gobierno provisional no se desanimó y envió a dos
de sus miembros a Puerto Príncipe, para contactar con el agente del ejecutivo de Washington en la capital haitiana, quien acto
seguido informó a Seward de que «los Estados Unidos podrían
adquirir fácilmente de un Gobierno dominicano amigo» la bahía
de Samaná.106
105
106
Ibídem, p. 168.
C. C. Hauch, «La actitud de los Gobiernos extranjeros...», pp. 18-21.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
657
No obstante, la lucha restauradora puede considerarse el
inicio de un lento proceso de consolidación de la nacionalidad
dominicana, pese a los titubeos que, como en el caso de los
mencionados intentos, parecían venir a contradecir la dinámica
recién iniciada. De hecho, el restablecimiento de las relaciones
entre los gabinetes de Madrid y Santo Domingo se vio pospuesto
hasta 1874, no solo debido a la experiencia fracasada en 1865,
sino también, y además de otras razones, «por el creciente riesgo
de anexión de la república caribeña a los Estados Unidos», en
particular durante los Gobiernos de Cabral y Báez. Este último
llegó a proponer a España en 1878 un protectorado sobre el territorio dominicano, e incluso la cesión de Samaná a la antigua
metrópoli, lo que sin duda revela, «una vez más, el oportunismo
de los anexionistas dominicanos, siempre dispuestos a cambiar
sus alianzas en función del fluctuante interés de las potencias y
del cambiante equilibrio de poderes en la región».107
Sin embargo, las lecciones aprendidas a lo largo del período
de la reincorporación a España sirvieron como un fuerte antídoto contra el anexionismo, ya que las mismas permitieron dar
al traste de forma definitiva con esa persistente tendencia de un
importante sector de la clase dirigente dominicana. Para ello resultó fundamental, e incluso imprescindible, el involucramiento
activo de la mayor parte de los grupos populares, sin cuya decidida participación es muy probable que el desenlace de esas
coyunturas, tan críticas para la supervivencia de la República
Dominicana como nación independiente, hubiera sido otro distinto. Había llegado, pues, el momento decisivo, y entre 1863 y
1865 los dominicanos se sumaron en gran número a la defensa
de la recién restaurada República, acicateados en buena medida
por un sentimiento quizás nuevo y aún algo difuso, pero no por
107
Agustín Sánchez Andrés, «En busca de la reconciliación: la diplomacia
española hacia la República Dominicana tras el fracaso de la reanexión, 18651879», en Tzintzun, Revista de Estudios Históricos, No. 55, enero-junio 2012, pp.
157-204; véase pp. 157 y 195. El autor cita a Luis Martínez-Fernández, Torn
between empires. Economy, society and patterns of political thought in the Hispanic
Caribbean, 1840-1878, Athens; Londres, The University of Georgia Press,
1994, p. 226.
658
Luis Alfonso Escolano Giménez
ello menos fuerte y consistente. Así, al menos, parece deducirse
de un soneto escrito por Encarnación E. del Monte, cuyo significativo título, A mi patria, expresa con gran elocuencia su intención de movilizar al pueblo:
Quién te dijera, oh dulce patria mía
objeto de mis ansias y desvelo
gemir te viera el universo un día.
¿Por qué no te tragó la mar bravía
que besa humilde tu envidiado suelo
cuando tu enseña augusta, sin recelo
de la victoria el viento sacudía?
De tus proscritos hijos en la frente
no imprimieras el sello ignominioso
que mira con sarcasmo el extranjero.
Ni fueras vergüenza un precedente
que en América sienta cauteloso
un traidor tan feliz como altanero.108
El mayor mérito de la lucha desigual que se desató durante
aquel conflicto bélico reside, sin duda, en el arrojo demostrado
por ambos contendientes. De un lado, los restauradores, que luchaban por ver su país libre de tropas extranjeras, lo hacían en
condiciones materiales enormemente precarias, como se deduce
de la memorable descripción del cantón de Bermejo que realizó
Pedro F. Bonó, según la cual entre los combatientes «no había
casi nadie vestido», sino que «todos estaban descalzos y a pierna
desnuda».109 Por su parte, los españoles, quienes en realidad no tenían una verdadera motivación para pelear, se batieron con valor y
denuedo frente a unos adversarios aguerridos en extremo y contra
108
109
Mª. M. Guerrero Cano, «La guerra de Restauración...», pp. 211-212. La autora
cita a Fabio A. Mota y E. Rodríguez Demorizi, Cancionero de la Restauración,
Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, p. 69.
Jesús Méndez Jiminián, La guerra de la Restauración de Juan Bosch, Santo
Domingo, Editora Búho, 2008, p. 16.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
659
otros enemigos no menos temibles: el clima y las enfermedades,
sobre todo la fiebre amarilla. En efecto, las adversidades de la
naturaleza convirtieron la guerra de la Restauración en un precedente de lo que aguardaba a España en sus próximas contiendas
coloniales de Cuba y Filipinas. El desánimo que cundió entre los
militares españoles, perfectamente comprensible como consecuencia de la situación a la cual se enfrentaban, queda plasmada
de forma muy gráfica en la siguiente carta, escrita el 2 de julio
de 1864 por un soldado del Ejército español, que se encontraba
destinado en Montecristi:
Qué mala compra hizo nuestro Quijote moderno, el insigne
O’Donnell de sempiterna memoria, y qué carito [sic] va costando la tan ensalzada anexión. Vive Cristo que si las otras
que el bendito ministro se proponía efectuar, hubieran
salido como esta, ya tenía su cuenta la infeliz España. Vaya
un ministro chico. ¡Qué buena pareja haría con su socio siño
Santana!.110
Ante el serio agravamiento de las condiciones del cuerpo expedicionario español en Santo Domingo, comenzaron a levantarse muchas voces que denunciaban tales hechos:
La guerra de Santo Domingo está pesando sobre el pueblo español como una gran calamidad. Más de treinta mil hombres han
partido de la metrópoli a aquel lejano país para sostenerla; y
diciéndolo con franqueza, no solo no tenemos adelantado gran
cosa, sino que desgraciadamente van realizándose nuestros vaticinios respecto de la imposibilidad de terminar pronto aquella
lucha sangrienta. Después de cuantiosos sacrificios de hombres
y dinero, nuestros bravos soldados han tenido que abandonar
por completo el interior de la isla, en donde dominan hoy exclusivamente los rebeldes […]. Si no les acomoda la anexión, es
110
Mª. M. Guerrero Cano, «La guerra de la Restauración...», pp. 254-255. La
autora toma la cita de Emilio Rodríguez Demorizi, Actos y doctrina del Gobierno
de la Restauración, Academia Dominicana de la Historia, vol. XV, Santo
Domingo, Editora del Caribe, 1963, pp. 144-145 (las cursivas son nuestras).
660
Luis Alfonso Escolano Giménez
imposible imponérsela sin ocupar militarmente el país, y esto es
costosísimo y está sujeto a eventualidades en adelante, según la
actitud que tomen algunas Repúblicas de América.111
Dicha alusión a la actitud de algunas Repúblicas no era ociosa,
pues resultaba obvio que los Estados Unidos no verían indiferentes
una prolongación del conflicto en la isla. En cualquier caso, hasta
el último momento hubo asimismo quien defendió a toda costa
la posesión de Santo Domingo como algo necesario para España,
fuese cual fuese el precio que hubiera que pagar por ella. Los
afectados por las enfermedades no morían «en una proporción
alarmante», y el número de fallecidos no excedía a los de Cuba y
Puerto Rico tanto como se decía; de hecho, «la mayor mortandad
en Santo Domingo» era del 5% de los que enfermaban. Estos datos, con independencia de su mayor o menor grado de exactitud,
hicieron concluir a Cayetano Martín y Oñate que, aunque valían
mucho «algunos centenares o miles de hombres», valían «infinitamente más la seguridad, la honra, la paz y el bienestar de los muchos millones de individuos, que componen cada nación».112 Al
parecer, para el mencionado autor no era motivo suficiente, que
justificara el cese de una lucha estéril y fratricida, la firme determinación de una gran mayoría del pueblo dominicano de expulsar a los españoles. Cuando por fin se impuso la cordura, ambos
países siguieron su propio camino por separado, aunque eso sí,
tras un derroche de heroísmo, vidas y recursos materiales, lamentable pero también valioso. Tal es, quizás, la principal lección que
hoy nos queda de aquellos hechos tan dramáticos y, como suele
ocurrir en las horas más trascendentales de la historia de las naciones, tan plenos de gestos de entrega generosa y desinteresada,
111
112
Domingo Lilón, «El reconocimiento de España a la República Dominicana»,
en Cuadernos Hispanoamericanos, No. 668, febrero 2006, pp. 19-27; véase pp. 2526. El autor cita a E. Rodríguez Demorizi, Diarios de la guerra dominicoespañola
de 1863-1865, Santo Domingo, Editora del Caribe, 1963, p. 115.
Cayetano Martín y Oñate, España y Santo Domingo. Observaciones de simple y
racional criterio acerca de lo que interesa a la nación española la posesión de dicha
isla, y sobre los beneficios que han de recibir en consecuencia los mismos dominicanos,
seguidas de una descripción histórica y geográfica de tan vasta y rica Antilla, Toledo,
Imprenta de Severiano López Fando, 1864, pp. 82-84.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
661
de modo que los mismos llegan a adquirir una cualidad simbólica,
cuyo recuerdo debería permanecer siempre vivo.
En definitiva, se trata de unos hechos que, con respecto a su
dimensión humana, al igual que en toda guerra, resultan condenables por el enorme sufrimiento que trajeron consigo, tal como
recoge el testimonio de un médico militar, a la vista de las condiciones desastrosas en que debía tratar a los soldados enfermos,
que morían sin duda en cantidades importantes. Si bien las tropas
españolas enviadas a Santo Domingo tenían una buena instrucción militar, lo cual hizo exclamar a Santana, cuando vio las primeras que llegaron en 1861: «Carajo, estos sí que son soldados»,
cabe subrayar que aquellas no estaban formadas por militares de
profesión, excepto los oficiales, sino que en su inmensa mayoría
eran tropas de reemplazo. Tal característica de, por así decir, no
profesionalidad llevó a dicho médico a expresar algunas consideraciones que se refieren, sobre todo, al aspecto psicológico del
soldado enfermo, muy concretamente del que se encontraba por
primera vez en su vida en un medio tan extraño y hostil, y dentro
de una guerra a la que, por supuesto, iba sin deseo alguno:
Bien se concibe el estado de elemento moral del soldado en
general al atravesar tan críticas circunstancias y en particular el del recién llegado de España, en un país de las condiciones del presente en la época actual. Los sentimientos del
alma jamás dejan de corresponder a la causa de las fiebres
que las provoca y ofrecen en este caso un cuadro verídico
y desconsolador. Así los reclutas en su aflictivo estado unos
buscan en vano el apoyo de sus allegados, mientras otros
solicitan el amparo de sus jefes naturales; estos excitados
por el terror quieren apartar de sí las bocas de fuego que
temen mutilen sus miembros y aquellos, en fin, dominados
por el dolor no aspiran más que anunciar su próximo fin
pronunciando sin cesar la solemne frase “me muero”. No
así los veteranos que, avezados al aislamiento de la familia
y de la patria y tal vez extenuados por una larga serie de
continuados sufrimientos, esperan con calma y aparente
662
Luis Alfonso Escolano Giménez
resignación el momento supremo de aspirar a una tranquilidad indefinida.113
Para concluir, a modo de epílogo que permita recapitular los
numerosos factores que giraron en torno al complejo asunto de la
anexión, dados los problemas internos y externos de muy diversa
índole implicados en él, se reproduce el texto de un artículo escrito por José María Autran a comienzos de 1864, titulado «Santo
Domingo y la península de Samaná». Este autor ofrece una lúcida síntesis, con datos y opiniones que le sirven para analizar la
cuestión desde muchos ángulos, de forma bastante ecuánime y
desapasionada, pese a que también incurre en algunos errores de
percepción de cierta importancia, lo cual sin embargo no resta un
ápice de interés a sus agudas reflexiones:
La nación española que navegaba a velas desplegadas por el
camino del verdadero progreso, ha encontrado en esa ruta
un escollo inesperado, que es al mismo tiempo insuperable:
este escollo es Santo Domingo. Todos hemos sido engañados en nuestras primeras esperanzas. S. M. la reina, deseosa
como el que más del engrandecimiento de su patria, y celosa
como buena madre de agrupar en su torno como súbditos a
los que un día se separaron de la metrópoli; las autoridades
y el pueblo español, animados del mismo deseo, así como
también el ejército y la marina que ensanchaban el teatro
de su mutua acción, consideraron como fausto un acontecimiento, que a durar mucho más, pudiera sernos funesto,
mil veces funesto. Es preciso no hacerse ilusiones: el pueblo dominicano no nos quiere: acostumbrado a sus hábitos
contraídos de muchos años atrás y a un orden de gobierno,
113
Diario de operaciones del batallón de infantería de Puerto Rico, 3.º de línea,
por Miguel de Casas, segundo comandante, Neiba, 4 de agosto de 1861 (AGI,
1006, CH 434). Mayor médico Enrique Llansó y Oriol-jefe superior de sanidad militar de la División Expedicionaria, Samaná, 4 de noviembre de 1864
(AGI, 993, CH 1417). Documentos recogidos por Edwin Espinal Hernández,
«Geopolítica y armamentos en la Guerra Restauradora», en Clío, año 81,
No. 183, enero-junio 2012, pp. 126-190, véase pp. 180-181.
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
663
malo es verdad, pero que se llamaba libre, no pudo soportar
por tercera vez a un gobierno extraño que se le había impuesto por la fuerza. Crece con el número de revoluciones
el odio a la nación española, ¡cosa extraña! ese odio que
tienen los dominicanos a todo lo que hoy es España o la
representa, no ha llegado aún al trono de doña Isabel II, a
quien respetan, y de la que dicen solamente que ha sido engañada. Podemos, aprovechándonos de esa circunstancia,
dejar con honor a Santo Domingo, después de sofocada la
actual insurrección, que no será la última si persistimos en
querer dominar perpetuamente.
Hemos dicho que la actual insurrección no sería la última;
ya no somos los únicos que lo creemos y decimos firmemente: veamos cómo se expresa el anuario enciclopédico del
60 al 61 y que se publica en francés. Copiamos un párrafo
de Mr. Bonneau referente a Santo Domingo. Dice así: “Está
aún en duda si Francia, Inglaterra y los Estados Unidos reconocerán una anexión que, haciendo dueño [sic] a España
de la bahía de Samaná, da a esa potencia una verdadera preponderancia en el mar de las Antillas, y pone en sus manos
las llaves del golfo de Méjico, el cual al abrirse el istmo de
Panamá está destinado a ser el paso exclusivo de las naciones
marítimas. Esta incorporación disminuye la importancia de
la Jamaica. Por lo tocante a Francia, podría causarle graves
perjuicios, imponiendo a la República de Haití, que le debe
50,000,000 de francos, gastos militares desproporcionados a
sus recursos, y que podrían dificultar ese pago. Es muy dudoso además que la República Dominicana sea para España
una ventajosa adquisición. (Bien lo sabemos por desgracia).
Esta colonia, que en el siglo último le costaba 2,000,000 de
francos, le ocasionará hoy gastos mucho más considerables
sin contar con la extinción del papel moneda que exigirá
un primer sacrificio de 30,000,000 de francos cuando menos. Los dominicanos son pobres; les faltan brazos para el
cultivo, y la emigración europea no suplirá seguramente
esa falta. (Lo concedemos). La España tendrá que sostener
664
Luis Alfonso Escolano Giménez
mucho tiempo sin compensación alguna una costosa administración. (Convenido). Es probable que las insurrecciones
se sucedan114. El partido liberal, que es poderoso, no dejará
de protestar con las armas, aprovechándose del descontento
de muchos oficiales y empleados que la nueva administración (la española) tendrá que excluir de los negocios públicos. Una docena de generales desterrados por Santana, y
refugiados en Haití o en las islas inmediatas, no esperan más
que la ocasión para sostener la causa de la independencia, y
los periódicos españoles del 18 de mayo anunciaban ya que
el general Cabral trataba de organizar la insurrección en el
distrito de Las Caobas”. (Todo esto es muy cierto).
Este párrafo da más luz sobre Santo Domingo que todo
cuanto se ha publicado hasta ahora en España. Es preciso
que nos dejemos de palabras vanas y discursos en los que
siempre se recuerda a Colón y los Reyes Católicos, y nuestras
pasadas gloriosas hazañas. Los pueblos no viven ni se sostienen sólo de gloria; y si en épocas pasadas Santo Domingo
nos convenía, hoy es una verdadera carga y una falta el tratar
de conservarla. Bien es verdad que nos ha costado mucho
dinero que no hemos de recobrar jamás; pero quedémonos
con la península de Samaná y su bahía como compensación
de esos gastos, y nada más. Eso es lo que verdaderamente
nos conviene.
La bahía de Samaná es tal vez la mejor del mundo; y la nación
marítima que poseyendo Cuba y Puerto Rico pueda agregarles la península y bahía de Samaná, dobla a no dudarlo
114
«¡Y qué insurrecciones! Pero lo de menos serían ellas si los españoles pudieran batirse como Dios manda. En ese país lleno de bosque y de manigua, cada
árbol es un baluarte, una trinchera cada rama. Las enfermedades diezman
a nuestras tropas y hemos visto entrar dos batallones en Santo Domingo y
salir para Cuba ochocientos soldados enfermos. Ese solo hecho que se repite
cada día, es más significativo que todo lo que pudiera sugerirnos la imaginación. Por otra parte, cada insurrección de Santo Domingo deja indefensa a la
isla de Cuba, y expuesta a un golpe de mano ínterin no llegan refuerzos de
España, que no está a la puerta de casa. Es necesario, pues, que dejemos lo
que está en el aire para asegurarnos lo que tenemos en la mano, no sea cosa
que nos quedemos sin lo uno y sin lo otro» (esta nota y la cursiva, así como
los paréntesis que hay dentro de la cita de Bonneau, son de Autran).
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
665
su importancia marítima. Nuestro porvenir en América está
en las Antillas, llaves de ese inmenso continente. Si los dominicanos no quisieran cedérnosla, podíamos reconcentrar
allí un par de regimientos, que ayudados por dos cañoneras
blindadas (que podrían comprarse en los Estados Unidos)
y que situadas en el istmo impedirían pasasen los dominicanos, podríamos fácilmente, repetimos, ocuparla toda; y
viendo aquellos la imposibilidad de recobrarla, no tendrían
más recurso que cederla […].
Esta magnífica bahía, que está situada a 150 leguas de
Santiago de Cuba y 70 de Puerto Rico, puede ser emporio
de nuestro futuro comercio con el mismo Santo Domingo,
y bien fortificada uno de nuestros mejores puertos militares.
No nos detendremos a describirla, porque otros lo han hecho ya; pero bueno es dejar consignado que esa península
tiene agua abundante y muy buena, y que sus cualidades sanitarias podrían mejorar muchísimo con el cultivo y el desmonte. Pero lo que sobre todo domina es la conveniencia
del aumento de poder que proporciona a nuestras Antillas;
porque si la Polonia es el baluarte de la Europa, la nación
española no debe olvidar que esas Antillas son la Polonia de
las Indias Occidentales.115
115
El Museo Universal, año VIII, No. 9, Madrid, 28 de febrero de 1864, «Santo
Domingo y la península de Samaná», por J. Mª. Autran, pp. 67-68.
Fuentes documentales
Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores y de Cooperación,
Madrid (AMAE)
Fondo «Política», subfondo «Política Exterior», serie «República
Dominicana»: legajos H 2374 (1854-1859); y H 2375
(1860-1863).
Fondo «Correspondencia», subfondo «Consulados», serie
«República Dominicana»: legajo H 2057 (1854-1878).
Fondo «Tratados», subfondo «Proyectos de tratados bilaterales»,
serie «República Dominicana», subserie «Consulares»: legajo
TR 456-002 (1859).
Fondo «Tratados», subfondo «Negociaciones s. XIX (No. 171)»,
serie «República Dominicana», subserie «Política Exterior»:
legajos TR 111-005 (1858-1861); y TR 111-006 (1860-1861).
Archivo Histórico Nacional, Madrid (AHN)
Sección «Ultramar», Santo Domingo: legajos 3524 (1857); 3526
(1860-1861); 3531 (1861); y 5485 (1861).
Archivo General de la Administración, Alcalá de Henares (AGA)
Sección «Asuntos Exteriores», caja 54/5224: carpetas No. 9 (1860)
y No. 10 (1861); y caja 54/5225: carpetas No. 5 (1859), No. 6
(1860), No. 7 (1858 y 1861), No. 8 (1860) y No. 9 (1860-1861).
Archivo General Militar, Madrid (AGMM)
Colección General de Documentos, división E (América), sección B,
subgrupo VII (Santo Domingo), signatura de localización topográfica: rollo 65 (1861-1863), documentos No. 6390 [5-4-115]; No. 6391 [5-4-11-6]; y No. 6392 [5-4-11-7].
668
Luis Alfonso Escolano Giménez
Archivo General de Indias, Sevilla (AGI)
Legajo Cuba 2266, piezas No. 1 (1860); No. 2 (1860); No. 3 (18601861); y No. 4 (1861).
Archivo General de la Nación, Santo Domingo (AGN)
Sección «Relaciones Exteriores»: legajo 12 (1859), expedientes 3,
5, 15, 16 y 22; legajo 13 (1859), expedientes 3, 4 y 12; legajo 14
(1859-1860), expedientes 1, 4, 5, 8, 12 y 13; y legajo 15 (18601861), expedientes 2, 6, 7 y 9.
The National Archives, Londres (TNA)
«Foreign Office»: 23/39 (1859); 23/40 (1859); 23/41 (1860);
23/42 (1860); 23/43 (1861); 23/44 (1861); 140/4 (1859);
881/1012 (1861); y 72/1009 (1861).
Archives du Ministère des Affaires Étrangères et Européennes,
París (AMAEE París)
Correspondance politique, République Dominicaine, vol. No. 9
(1859).
Correspondance consulaire et commerciale, République
Dominicaine, vols. No. 2-3 (1859-1861).
Fuentes hemerográficas
El Museo Universal. Madrid.
Año VIII (1864): No. 9 (28 de febrero)
Gaceta Oficial, Santo Domingo.
No. 104 (18 de agosto de 1860).
Gaceta de Santo Domingo, Santo Domingo.
Año I, No. 15 (9 de mayo de 1861).
La América, Madrid.
Año III (1859): No. 1 (8 de marzo) y No. 12 (24 de agosto).
Año VI (1862): No. 11 (8 de agosto), No. 19 (12 de diciembre)
y No. 20 (27 de diciembre).
Año VII (1863): No. 4 (25 de febrero), No. 5 (12 de marzo),
No. 7 (12 de abril), No. 8 (27 de abril), No. 9 (12 de mayo),
No. 10 (27 de mayo), No. 11 (12 de junio), No. 13 (12 de
julio), No. 16 (27 de agosto), No. 18 (27 de septiembre),
No. 19 (12 de octubre) y No. 20 (27 de octubre).
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Archivo General de la Administración (Alcalá de
Henares)
AGI:
Archivo General de Indias (Sevilla)
AGMM: Archivo General Militar (Madrid)
AGN:
Archivo General de la Nación (Santo Domingo)
AHN:
Archivo Histórico Nacional (Madrid)
AMAE: Archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores (Madrid)
AMAEE: Archives du Ministère des Affaires Étrangères et
Européennes (París)
comp.: compilador/a
comps.: compiladores
CSIC:
Consejo Superior de Investigaciones Científicas
(España)
doc.:
documento
doc. cit.: documento citado
ed.:
editor/a
eds.:
editores
expte.: expediente
FO:
Foreign Office (Londres)
leg.:
legajo
No.:
número
ob. cit.: obra citada
682
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pp.:
RREE:
s. a.:
s. l.:
s. n.:
TNA:
UASD:
vol.:
vols.:
Luis Alfonso Escolano Giménez
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páginas
Relaciones Exteriores
sin año
sin lugar
sin editorial
The National Archives (Londres)
Universidad Autónoma de Santo Domingo
volumen
volúmenes
Índice onomástico
A
Abreu, Francisco Javier 630
Adón, Marcos 654
Alba, Joaquín M. de 32, 618
Alcantar Valentín 173, 175, 176,
179, 180, 193, 205
Alcázar Segura, Agustín 642
Alfau, Antonio Abad 42, 250, 281,
291, 352, 355, 385, 386, 387, 388,
391, 395, 406, 407, 436, 459, 479,
497, 503, 516, 519, 533, 534, 598
Alfau, Felipe 48, 49-54, 60, 61, 65,
100, 106, 114, 115, 134, 135, 158,
171, 172, 176, 181, 183, 188, 189,
204, 217, 225, 241, 250, 254, 257,
259, 281, 291, 323, 324, 326-329,
331-346, 352, 355, 380, 385-388,
395, 402, 406, 407
Alfau Durán, Vetilio 137
Almonte, Ramón 589
Álvarez, Mariano 59, 130, 162, 190199, 202, 205-208, 211, 213, 214217, 219, 220, 224, 228, 236-238,
240, 244, 245, 247-250, 253, 254,
257-259, 263-269, 280, 281, 282,
285, 286, 288, 291, 295, 296, 297,
298, 299, 300, 302, 303, 304, 306,
307, 312, 313, 316, 318, 319, 320,
343, 347, 352, 385, 390, 394,
404, 405, 407, 410, 413, 422,
423, 424, 425, 426, 427, 428,
429, 430, 431, 436, 439, 479, 493
Álvarez de Peralta, José Antonio 48,
51, 52, 183, 329-331, 335, 344
Álvarez López, Luis 441, 443, 444,
445, 448, 459, 465, 635, 636,
637, 640
Andrade, Saturio 342
Angulo Guridi, Alejandro 38, 39,
77, 78, 410, 474, 497
Archambault, Pedro M. 583, 584
Archibald, M. (cónsul de Gran Bretaña en Nueva York) 98
Arias Miranda, José 629
Aribau, Buenaventura Carlos 561,
567
Ariza, general 583
Autran, José María 662, 664, 665
B
Báez, Damián 444
Báez Méndez, Buenaventura 16-18,
20, 25, 26, 28, 29, 31, 34-39, 42,
43, 47, 49, 53, 57-60, 74, 81, 83,
89, 93, 99, 101, 103, 104, 115,
116, 118, 119, 121, 127, 137,
147, 151, 164, 225, 227, 302,
684
327, 328, 333, 334, 408, 450,
490, 497, 527, 585, 652, 654, 657
Barrot Adolphe 608
Baud, Michiel 164
Bell, Alexander 279
Bigelow, John 154
Billini, Esteban 473
Billini, José A. 473
Blanco, Ramón 510
Bobadilla y Briones, Tomás 63, 415,
416, 417
Bolívar y Palacios, Simón 208
Bona, Félix de 620, 621, 622, 623,
624, 625, 627, 631, 632, 633, 634
Bonneau, 663, 664
Bonó, Pedro Francisco 589, 658
Bosch Gaviño, Juan Emilio 36, 37,
231, 232, 652
Boyer, Jean-Pierre 208
Breckinridge, John C. 364
Breffit, William 103
Brown, John 320
Buceta del Villar, Manuel 639
Buchanan, Andrew 541
Buchanan, James 145, 146, 152,
153, 159, 356, 397, 541
Bustamante, L. 435
Byron (cónsul de Gran Bretaña en
Puerto Príncipe) 167, 168, 174,
175, 221, 222, 602
C
Cabral, Jose María 117, 444, 445,
581, 584, 591, 594, 595, 597,
602, 657, 663
Calderón Collantes, Saturnino 48,
50, 51, 52, 54, 100, 122, 125, 141,
177, 183, 191, 196, 205, 217,
219, 244, 267, 280, 281, 285,
287, 296, 298, 300, 326, 327,
330-332, 334, 335, 337, 348, 353,
385, 386, 395, 399, 400, 428-430,
486, 488, 489, 519-522, 541, 544546, 556, 601
Luis Alfonso Escolano Giménez
Cambiaso, Juan Bautista 478, 604
Cañedo-Argüelles Fábrega, Teresa
23
Carmona, Miguel 630
Casado, Pilar 23
Casas, Miguel de 662
Cascales Ramos, María José 600
Cassá, Roberto 23, 164, 165, 229,
231, 653, 654
Cass, Lewis 80-82, 97, 98, 103, 139,
140, 143, 145-152, 156, 158, 160,
232, 233, 234, 251, 253, 310,
358, 359, 360, 361, 363
Castel, Jorge 651
Castellanos, José de la Cruz de 47,
49, 61, 85, 86, 89, 90, 91, 96, 99101, 105-109, 111-114, 116, 126,
174, 183, 185-188, 241-243, 259,
279
Castro, Apolinar de 504, 518
Castro, Jacinto 295
Catalá, Francisco 343
Cazneau, William L. 68, 80-85, 8790, 92-98, 103, 111, 143-146,
148-151, 153, 154, 156, 158-160,
194, 210, 232, 233, 251- 254, 279,
280, 281, 282, 283, 284, 285, 286,
287, 288, 295, 297, 300, 302, 308,
309, 310, 311, 314, 315, 319, 327,
328, 329, 337, 359, 360, 361, 362,
363, 364, 367, 397, 491
Cerezano, Antonio María 123
Céspedes, Diógenes 92
Cheesman, G. L. 583
Christmas, comodoro 121
Coen, David 79
Colón, Cristóbal 478, 664
Contreras, José 592
Cordero Michel, Emilio 650, 651,
653
Cortada, James W. 356, 396, 402
Courtney, Wilshire S. 157, 304, 305
Crampton, John 547
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
685
Crawford, J. T. 536, 537
Cruzat, Manuel Dionisio 531, 551
Cruz Sánchez, Filiberto 382
Curiel, Belisario 474, 589
Curiel, F. 589
Espaillat, Juan Francisco 410, 589
Espaillat, Pedro 630
Espaillat y Quiñones, Ulises Francisco 27, 654
Espinal Hernández, Edwin 662
D
Damocles 441
Dávila Fernández de Castro, Felipe
55-57, 59-61, 103-105, 120-122,
128, 130, 133, 134, 185-189, 246,
247, 265, 280, 281, 287, 292-295,
313, 368-372, 374-377, 479, 482486, 530, 534, 619
Delmonte, Manuel Joaquín 250,
283, 298, 416, 417, 505, 507,
619, 630
Díaz del Moral 336
Díaz, Lorenzo 473
Domínguez, Jaime de Jesús 33, 34,
403, 405, 417, 418, 427, 479,
491, 496-498, 499, 518, 519,
551-554, 557, 581, 584, 591,
592, 598, 607
Douglas, Stephen A. 364
Dulce y Garay, Domingo 498
Dupuy, general 225
F
Fabens, Joseph W. (también aparece como Fabin) 92, 94, 95, 284286, 288, 299, 300, 319, 360, 491
Faraldo, Tiburcio 48, 49, 75-77,
120-122, 124-127
Florentino, general 581
Fontecha Pedraza, Antonio 561,
566, 567, 568, 577, 599, 637, 650
Fort, Francisco 345, 411, 414, 415
Franco, José Luciano 153, 154
Franco Pichardo, Franklin J. 225,
383
E
Echagüe y Bermingham, Rafael
341, 505, 506, 507, 510
Echavarría, Basilio 473
Edwardes, R. (encargado de negocios de Gran Bretaña en Madrid) 542, 543, 544, 553, 559,
560
Elliot, Jonathan 80, 81, 87, 88, 93,
139, 140, 143, 144, 146-148, 155,
156, 234, 251, 254, 256, 280,
358-360, 404, 581
Escolano Giménez, Luis Alfonso
636, 641
Espaillat, Elías 630
G
Gafas, José María 343, 357, 359,
403, 404
Gage (viajero norteamericano)
123-125
Galindo, E. 435
Galván, Manuel de Jesús 411, 497,
595, 596, 608, 609
Gándara y Navarro, José de la 331,
334, 335, 431, 435, 436, 465, 466,
468-472, 474, 475, 510, 515-517,
546, 577, 585, 640, 646
García, A. 102
García, José Gabriel 22, 39, 42, 381,
382, 416
García, Manuel J. 255
García, Moses 102
García de Paredes, Victoriano 630
García Fitz, Francisco 655
García Lluberes, Alcides 654
García Rizo, teniente coronel 518
García Tassara, Gabriel 316-318,
364, 397, 398, 401, 555, 556, 573
686
Garrido, Tomás 474
Gautier, José María 38, 259, 260,
409, 410, 411, 412, 413, 415
Gautier, Manuel María 446
Geffrard, Fabré Nicolas 141, 142,
161, 163, 166, 167, 169, 173,
174, 176, 178, 184-186, 193, 199,
203, 210, 212, 218, 220-223, 411,
500, 550, 577, 587, 596, 598,
605, 641, 643
Georges, Víctor 580
Germosén, Cayetano 592
Gil, Guido 640
Goicoechea, M. 435
Golibart 374, 375, 377, 455
Gómez, Juan Bautista 256
Gómez, Rafael 589
Gómez Molinero, Eugenio 184,
208-211, 213, 216, 344, 411, 412,
428, 429, 446, 450-453, 455, 500,
501, 503, 504, 519, 548, 555,
592, 593, 595, 605, 607
González Calleja, Eduardo 561,
566, 567, 568, 577, 599, 637,
650, 651, 652
González de Peña, Raymundo Manuel 164
González Tablas, Ramón 380-382,
578, 581, 582, 640
González Tablas, Ramón 381
Grullón, Máximo 410
Guerrero, U. 473
Guerrero Cano, María Magdalena
122, 339, 343, 654, 658, 659
Gutiérrez de Rubalcava, Joaquín
13, 176, 351, 352, 390, 391, 392,
393, 394, 403, 460, 507, 509,
511, 512, 526, 589, 605
Gutiérrez de Terán (embajador de
España en Copenhague) 120,
121
Luis Alfonso Escolano Giménez
H
Hammond, Edmund 84, 91
Hauch, Charles C. 163, 230, 231,
363, 399, 550, 555, 557, 656
Henderson, John B. (junior) 159
Heneken, Teodoro 92-94, 104, 105,
630
Henríquez Castro, Enrique Apolinar 145, 152, 159, 364
Henríquez Ureña, Pedro 499
Heredia, Jesús María 518
Heredia, Manuel de Jesús 505
Hernández, Ramón 476
Herrera, C. A. 32, 36, 62, 63, 64, 65
Herrera, César A. 40, 41, 64, 441
Herrera, Rosendo 473
Holladay Latané, John 364
Hood, Martin T. 38, 49, 68, 69, 70,
71, 72, 80, 84, 87, 91-94, 95, 97,
102, 103, 104, 105, 107, 110,
119, 120, 127, 128, 130-133 169,
170, 172, 173, 175, 176, 178,
180, 181, 187, 194, 195, 200,
205, 223, 227, 228, 254, 255,
262, 263, 265, 269, 270, 271,
272, 282, 284, 285, 287, 288,
289, 290, 291, 292, 293, 294,
295, 296, 299, 301, 302, 305,
306, 307, 308, 312, 313, 346,
347, 348, 349, 350, 351, 356,
357, 365, 366, 367, 368, 369,
370, 371, 372, 373, 374, 375,
376, 377, 378, 451, 490, 530,
531, 532, 533, 534, 535, 536,
538, 539, 540, 541, 542, 554,
583, 588, 589, 590, 602, 603
Howe, Samuel G. 473
Hungría, general 616
Huttinot (gerente del consulado
de Francia en Puerto Príncipe)
594
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
687
Llinás, Federico 343
Lluberes, Antonio 31, 38
Lockward, Alfonso 83, 103, 140,
144, 147, 153, 155, 157, 159,
160, 210, 233, 252, 310, 315,
359, 362, 556, 581
López de Letona, Antonio 504, 505
López Morillo, Adriano 511, 512,
513, 514, 538, 539, 546, 547,
J
549, 550, 558, 559, 586, 587
Jeager 297, 298, 299, 307
López-Ocón Cabrera, Leoncio 561
Jimenes Grullón, Juan Isidro 164, Lores, Manuel 630
165
Lucena Salmoral, Manuel 23
Jover Zamora, José María 14
Lugo, Américo 499
Julia, Juan 410
Lugo Lovatón, Ramón 584
Luna, Manuel de 581
K
Lyons (representante de Gran BreKimball, capitán 314, 315, 316
taña en Washington) 96, 97, 98
I
Inarejos Muñoz, Juan Antonio 608
Isabel I, la Católica 478, 569
Isabel II (reina de España) 15, 19,
20, 141, 158, 358, 379, 383, 402,
469, 509, 518, 525, 533, 569,
580, 590, 598, 610, 663
Istúriz, Francisco Javier de 110, 118
L
Landais, Marion 598, 604
Latané, John Holladay 364
Lavastida, Miguel 42, 44, 45, 46, 48,
49, 50, 51, 52, 55, 74, 104, 105,
109, 113, 114, 122, 130, 136,
138, 139, 143, 166-168, 283, 286,
295, 324-329, 333, 336-338, 382,
444, 474, 479, 489, 533, 534,
586, 619, 630
Leclerc, Charles Victoire Emmanuel 434
Lee Borges, José 306
Legros, general 182, 183
León, David 86, 88, 89, 93, 102, 103
León, David (hijo) 94
Levrand (cónsul de Francia en
Puerto Príncipe) 174, 175, 221,
222
Lilón, Domingo 660
Lima, R. de (representante de la
República Dominicana en Curazao) 220
Lincoln, Abraham 360, 363, 364,
430, 436, 555, 556
M
Mac Mahon, Jacobo 589
Madrigal, Antonio 79, 80, 82, 84,
95, 97-99, 147
Mallol, Domingo 94, 366, 383, 410
Malmesbury, lord 72, 78, 79, 169
Manzueta, Eusebio 654
Marcano, F. 240
Martínez, Rufino 92, 417
Martínez del Romero, Antonio 338,
342
Martínez-Fernández, Luis 657
Martín y Oñate, Cayetano 660
Mejía-Ricart, Tirso 33, 440, 442,
490, 491, 495, 496
Mella, Matías Ramón 366, 382, 405,
448, 453
Mellinet (cónsul de Francia en
Puerto Principe) 166, 167, 168
Menas, Juan José 256
Méndez Jiminián, Jesús 658
Méndez 261
Meriño, Fernando Arturo de 475,
476
688
Merritt Wriston, Henry 364
Miraflores, marqués de 641
Mogilnicki, Alejandro 338
Mon y Menéndez, Alejandro 118
Monción, Benito 640
Monte, Encarnación E. del 658
Montero, Francisco 57, 58, 59
Montgomery, Cora 145, 146, 152,
153, 154, 280
Moorman, capitán 130
Morales, José María 630
Morán Rubio, Manuela 389, 421,
483, 487, 495
Morel, Jacobo 589
Moreno, Santiago 432, 433, 471,
472
Morillo, general 29, 172
Mota, Fabio A. 658
Moya Pons, Frank 32, 33, 64, 226
Munárriz, J. 435
Muñoz, María Elena 585
Mur, Ramón de 342
Murray, teniente 86, 87, 88
N
Napoleón III (emperador de Francia) 73, 230, 574, 575
Navarro Méndez, Joaquín 409, 435
Nouel y Pierret, Carlos Rafael 476
Núñez de Arce, Gaspar 142, 470,
473, 565
Núñez de Cáceres, José 30
Núñez, Manuel 596
O
Objío, Telesforo 630
O’Donnell y Jorris, Leopoldo 49,
53, 183, 188, 217, 240, 259, 323,
332, 363, 380, 396, 399, 419,
427, 436-440, 442, 443, 447, 461,
480, 488, 495, 515-517, 523, 542,
543, 544, 547, 553, 559, 565,
Luis Alfonso Escolano Giménez
595, 599, 601, 607, 611, 619,
622, 632, 634, 659
Olañeta, José Ramón de 433, 434
Olózaga, Salustiano de 610
Ortega y Olleta, Jaime 339
P
Palmerston, lord 85
Pascual, Fermín 255
Pastorfido, Miguel 342
Patterson, A. P. 318, 319, 491, 516
Peláez de Campomanes, Antonio
228, 260, 314, 402, 405-409, 416,
450, 509, 510, 512, 539, 589,
596, 604
Pénaud, contraalmirante 193, 195
Peña Batlle, Manuel Arturo 34-36,
498
Peña, Lucas de, 616, 643
Pereyra, Manuel 246, 247
Pérez, Carlos Federico 47, 48, 55,
62, 135, 136, 142, 143
Pérez Contreras, José María 581
Perkins, Dexter 440
Perry, Horatio J. 556
Persuhn 298
Pichardo, Domingo 474
Pilatos, Poncio 574
Pina, Pedro Alejandrino 444
Plésance (ministro de Relaciones
Exteriores de Haití) 178-180,
221, 222
Polanco, Gaspar 653, 654
Pou, Francisco 239, 630
Poujol, Alexandre (Antonio de la
Rosa) 37
Puello y Castro, Eusebio 530, 597
Puente, Esteban de la 143
Puente García, Esteban de la 143
Pujol, Pablo 39, 497
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
R
Ramírez, Domingo 29, 171-173,
175, 176, 179, 193, 194, 418,
441, 445
Raybaud, Maxime 135-139, 289
Redpath, James 157
Regla Mota, Manuel de 530, 630
Reyes, Inocencio 592
Ricart y Torres, Pedro 61, 63, 170174, 176, 177, 180-183, 185, 189,
190, 215, 217, 239, 240, 261,
271, 292, 295-298, 307, 311, 312,
318, 339, 340, 341, 345-348, 357,
358, 366, 368, 385, 405, 406,
420, 421, 427, 428, 448, 450,
456-459, 460, 462, 463, 466, 479,
482, 491, 492-494, 496, 499, 500,
515-517, 526-528, 531, 534, 540,
586, 619, 630
Richmond, William 360
Ripley, Henry 102
Rivero Lemoyne, Felipe 639, 640,
648
Robles Muñoz, Cristóbal 431, 655
Roca, Esteban 591
Rocha, Domingo de la 630
Rodríguez, José 592
Rodríguez, José M. (miembro del
Senado) 589
Rodríguez, Santiago 640
Rodríguez Demorizi, Emilio 38, 48,
49, 55, 57, 60, 78, 134, 135, 170,
171, 173, 176, 181-183, 186, 188,
189, 221, 222, 238, 245, 264,
325, 328, 337, 338, 345, 383,
394, 409, 444, 445, 473, 478,
534, 552, 562, 566, 573, 591,
594, 599, 601, 604, 658, 659
Rodríguez Objío, Manuel 416
Rojas, Benigno Filomeno de 410,
589
Rosa, Antonio de la (seudónimo de
Alexandre Poujol) 59, 60, 63
689
Rosario, coronel del 589
Russell, John 47, 49, 50, 85, 89, 95,
96, 98, 102, 103, 105, 106, 108110, 113, 114, 130, 132, 133,
177, 263, 270, 271, 279, 284,
288, 292, 294, 295, 299, 301,
307, 308, 313, 347, 348, 356,
365, 366-368, 372-375, 377, 378,
489, 530, 532, 534-538, 541, 551,
552, 559, 588, 589
S
Saint André (cónsul de Francia en
Santo Domingo) 79, 80, 89, 113,
127, 132, 166, 167, 169, 195,
235, 282-285, 288, 290-292, 346,
347, 349, 350
Salceda de Escalante, Jaime 203,
210-212, 218, 219, 223, 224, 548
Salcedo, José Antonio (Pepillo)
642, 643, 653, 654
Saldaña, Manuel Mª. 473
Salnave, Sylvain 641
Sam, Simón 618
Sánchez Andrés, Agustín 619, 620,
637, 657
Sánchez Fernández, José Aníbal
499
Sánchez, Francisco del Rosario 29,
165, 189, 222, 223, 416, 444,
445, 446, 455, 581, 584, 591-595,
597, 598, 602, 604
Sánchez Valverde, Antonio 140
San Miguel, Pedro L. 164
Santana Familias, Pedro 16-18, 20,
25-31, 38, 39, 40-42, 44, 45, 47,
53, 60-62, 64, 66, 74, 80, 93, 94,
104, 116, 117, 119, 121, 123, 134,
135, 137, 140-142, 148-150, 152,
153, 161, 163, 164, 169, 171,
176, 178, 184, 185, 187, 193,
194, 207, 208, 214, 215, 221,
222, 225, 228, 232, 238, 239,
690
240, 241, 250, 253, 254, 266,
271, 272, 281-284, 287-289, 290,
291, 295, 302, 303, 314, 319,
323, 325, 328, 332, 333, 335, 346,
347, 351-353, 358, 360, 362, 363,
373, 374, 376, 377-380, 381-385,
387, 393, 402, 403, 405, 406, 409,
412, 415-422, 427, 436, 437, 439,
440, 441, 443-445, 448, 449, 453455, 459, 463, 465, 466, 468, 471,
474-476, 478, 480-481, 483, 484,
486-489, 490-492, 494, 496, 497,
498, 500, 501, 503-512, 514-519,
523-526, 528, 530, 531, 533-536,
539, 547, 548, 550, 554, 559, 571,
581-584, 586, 588, 591, 592, 593,
595-601, 604, 606, 649, 659
Santana, Manuel 466, 495
Sardá y Carbonell, Francisco 630
Savage, Thomas 363
Schomburgk, Robert Hermann
104, 120
Segovia, Antonio María 53, 74, 77
Segundo, Federico 80, 83
Seijas Lozano, Manuel 380
Serrano, Francisco 215-217, 265,
268, 269, 316, 318, 337, 346,
363, 379, 385-389, 394-399, 401404, 406, 414, 415, 427- 429,
432, 436, 439, 442, 443, 446-450,
453-455, 457, 459, 460, 461, 462,
479, 481, 482, 486, 488, 492, 494,
495, 500, 501, 503, 504, 506-510,
515, 516, 518, 519, 520, 521,
524, 525, 528, 537, 543, 544,
546, 557, 568, 601, 606, 609, 619
Seward, William H. 363, 364, 555,
556, 656
Slidell, John 360
Sosa, general 597
Soulouque, Faustin (emperador
Faustino I de Haití) 68, 136,
137, 139, 141, 142, 154, 169
Straka, Tomás 637
Luis Alfonso Escolano Giménez
Suero, general 591, 597
Sumner, Charles 154
T
Tansill, Charles Callan 146, 152,
154, 156, 157, 159, 363
Taveras, Fernando 29, 418, 441, 606
Tejera, Juan Nepomuceno 631
Thouvenel, Édouard 177, 178, 185,
187, 220, 222
Tolentino Dipp, Hugo 419, 436
Torrente, Mariano 471, 472
Troncoso, general 223
Troncoso Sánchez, Pedro 418
U
Urrutia, Pablo de 197, 198, 199,
200, 201, 202, 203
V
Valdivieso, coronel 490, 491
Valera, José 580
Valerio, Fernando 445, 580
Valverde, senador 540
Valverde, José Desiderio, general
38, 40, 42, 79, 94, 366, 383, 410,
589, 630
Valverde, Manuel María 417
Valverde, Melitón 410, 417
Valverde, Pedro 630
Valverde, Sebastián 474, 589
Vargas y Cerveto, Carlos María 427,
639
Vargas, Matías de 29, 333
Victoria (reina de Inglaterra) 49, 92
W
Walewski, conde 49, 50, 72, 169
Walker, William 92, 95, 226, 283285, 288
Welles, Benjamin Sumner 80, 81,
150-152, 359, 360, 361, 403, 585
La rivalidad internacional por la República Dominicana...
Y
Yuengling, David G. 497, 650
Z
Zeltner (cónsul de Francia en Santo
Domingo) 177, 178, 180, 181,
184-188, 194, 213, 221, 222,
256-258, 261, 265, 266, 272274, 277, 278, 302, 368-372,
376-378, 416, 418, 419, 446,
451, 479, 531, 554
Zeuske, Michael 637
691
Publicaciones del
Archivo General de la Nación
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Vol. IX
Vol. X
Vol. XI
Vol. XII
Vol. XIII
Vol. XIV
Vol. XV
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1844-1846.
Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1944.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. I, C. T., 1944.
Samaná, pasado y porvenir. E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1945.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. II, C. T., 1945.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago, 1947.
San Cristóbal de antaño. E. Rodríguez Demorizi, Vol. II, Santiago,
1946.
Manuel Rodríguez Objío (poeta, restaurador, historiador, mártir).
R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Relaciones. Manuel Rodríguez Objío. Introducción, títulos y notas
por R. Lugo Lovatón, C. T., 1951.
Correspondencia del Cónsul de Francia en Santo Domingo, 1846-1850.
Vol. II. Edición y notas de E. Rodríguez Demorizi, C. T., 1947.
Índice general del «Boletín» del 1938 al 1944, C. T., 1949.
Historia de los aventureros, filibusteros y bucaneros de América. Escrita
en holandés por Alexander O. Exquemelin, traducida de una
famosa edición francesa de La Sirene-París, 1920, por C. A.
Rodríguez; introducción y bosquejo biográfico del traductor
R. Lugo Lovatón, C. T., 1953.
Obras de Trujillo. Introducción de R. Lugo Lovatón, C. T., 1956.
Relaciones históricas de Santo Domingo. Colección y notas de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1957.
Cesión de Santo Domingo a Francia. Correspondencia de Godoy, García
Roume, Hedouville, Louverture, Rigaud y otros. 1795-1802. Edición de
E. Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
Documentos para la historia de la República Dominicana. Colección de E.
Rodríguez Demorizi, Vol. III, C. T., 1959.
694
Vol. XVI
Vol. XVII
Vol. XVIII
Vol. XIX
Vol. XX
Vol. XXI
Vol. XXII
Vol. XXIII
Vol. XXIV
Vol. XXV
Vol. XXVI
Vol. XXVII
Vol. XXVIII
Vol. XXIX
Vol. XXX
Vol. XXXI
Vol. XXXII
Vol. XXXIII
Vol. XXXIV
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Escritos dispersos. (Tomo I: 1896-1908). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Escritos dispersos. (Tomo II: 1909-1916). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Escritos dispersos. (Tomo III: 1917-1922). José Ramón López. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2005.
Máximo Gómez a cien años de su fallecimiento, 1905-2005. Edición de
E. Cordero Michel, Santo Domingo, D. N., 2005.
Lilí, el sanguinario machetero dominicano. Juan Vicente Flores, Santo
Domingo, D. N., 2006.
Escritos selectos. Manuel de Jesús de Peña y Reynoso. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
Obras escogidas 1. Artículos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Obras escogidas 2. Ensayos. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2006.
Obras escogidas 3. Epistolario. Alejandro Angulo Guridi. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2006.
La colonización de la frontera dominicana 1680-1796. Manuel Vicente
Hernández González, Santo Domingo, D. N., 2006.
Fabio Fiallo en La Bandera Libre. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2006.
Expansión fundacional y crecimiento en el norte dominicano (16801795). El Cibao y la bahía de Samaná. Manuel Hernández González,
Santo Domingo, D. N., 2007.
Documentos inéditos de Fernando A. de Meriño. Compilación de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2007.
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Iglesia, espacio y poder: Santo Domingo (1498-1521), experiencia
fundacional del Nuevo Mundo. Miguel D. Mena, Santo Domingo,
D. N., 2007.
Cedulario de la isla de Santo Domingo, Vol. I: 1492-1501. Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2007.
La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo I: Hechos sobresalientes en
la provincia). Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa,
Santo Domingo, D. N., 2007.
La Vega, 25 años de historia 1861-1886. (Tomo II: Reorganización de
la provincia post Restauración). Compilación de Alfredo Rafael
Hernández Figueroa, Santo Domingo, D. N., 2007.
Cartas del Cabildo de Santo Domingo en el siglo XVII. Compilación de
Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2007.
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Vol. XXXV
695
Memorias del Primer Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2007.
Vol. XXXVI Actas de los primeros congresos obreros dominicanos, 1920 y 1922. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo I. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXVIII Documentos para la historia de la educación moderna en la República
Dominicana (1879-1894). Tomo II. Raymundo González, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XXXIX Una carta a Maritain. Andrés Avelino, traducción al castellano e
introducción del P. Jesús Hernández, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XL
Manual de indización para archivos, en coedición con el Archivo
Nacional de la República de Cuba. Marisol Mesa, Elvira Corbelle
Sanjurjo, Alba Gilda Dreke de Alfonso, Miriam Ruiz Meriño, Jorge
Macle Cruz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLI
Apuntes históricos sobre Santo Domingo. Dr. Alejandro Llenas. Edición
de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLII
Ensayos y apuntes diversos. Dr. Alejandro Llenas. Edición de
A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIII
La educación científica de la mujer. Eugenio María de Hostos, Santo
Domingo, D. N., 2007.
Vol. XLIV
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1530-1546). Compilación
de Genaro Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLV
Américo Lugo en Patria. Selección. Compilación de Rafael Darío
Herrera, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVI
Años imborrables. Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. XLVII
Censos municipales del siglo XIX y otras estadísticas de población.
Alejandro Paulino Ramos, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLVIII Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo I.
Compilación de José Luis Saez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. XLIX
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo II,
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. L
Documentos inéditos del arzobispo Adolfo Alejandro Nouel. Tomo III.
Compilación de José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LI
Prosas polémicas 1. Primeros escritos, textos marginales, Yanquilinarias.
Félix Evaristo Mejía. Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Vol. LII
Prosas polémicas 2. Textos educativos y Discursos. Félix Evaristo Mejía.
Edición de A. Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Vol. LIII
Prosas polémicas 3. Ensayos. Félix Evaristo Mejía. Edición de
A. Blanco Díaz. Santo Domingo, D. N., 2008.
696
Vol. LIV
Vol. LV
Vol. LVI
Vol. LVII
Vol. LVIII
Vol. LIX
Vol. LX
Vol. LXI
Vol. LXII
Vol. LXIII
Vol. LXIV
Vol. LXV
Vol. LXVI
Vol. LXVII
Vol. LXVIII
Vol. LXIX
Vol. LXX
Vol. LXXI
Vol. LXXII
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Autoridad para educar. La historia de la escuela católica dominicana.
José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Relatos de Rodrigo de Bastidas. Antonio Sánchez Hernández, Santo
Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 1. Escritos políticos iniciales. Manuel de Js. Galván.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 2. Ensayos. Manuel de Js. Galván. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Textos reunidos 3. Artículos y Controversia histórica. Manuel de
J. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N.,
2008.
Textos reunidos 4. Cartas, Ministerios y misiones diplomáticas. Manuel
de Js. Galván. Edición de Andrés Blanco Díaz. Santo Domingo,
D. N., 2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo I. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N.,
2008.
La sumisión bien pagada. La iglesia dominicana bajo la Era de Trujillo
(1930-1961). Tomo II. José Luis Sáez, S. J., Santo Domingo,
D. N., 2008.
Legislación archivística dominicana, 1847-2007. Archivo General de
la Nación, Santo Domingo, D. N., 2008.
Libro de bautismos de esclavos (1636-1670). Transcripción de José
Luis Sáez, S. J., Santo Domingo, D. N., 2008.
Los gavilleros (1904-1916). María Filomena González Canalda,
Santo Domingo, D. N., 2008.
El sur dominicano (1680-1795). Cambios sociales y transformaciones
económicas. Manuel Vicente Hernández González, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Cuadros históricos dominicanos. César A. Herrera, Santo Domingo,
D. N., 2008.
Escritos 1. Cosas, cartas y... otras cosas. Hipólito Billini. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos 2. Ensayos. Hipólito Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz,
Santo Domingo, D. N., 2008.
Memorias, informes y noticias dominicanas. H. Thomasset. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
Manual de procedimientos para el tratamiento documental. Olga
Pedierro, et. al., Santo Domingo, D. N., 2008.
Escritos desde aquí y desde allá. Juan Vicente Flores. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2008.
De la calle a los estrados por justicia y libertad. Ramón Antonio Veras
(Negro), Santo Domingo, D. N., 2008.
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Vol. LXXIII
697
Escritos y apuntes históricos. Vetilio Alfau Durán, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIV Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista. Salvador E.
Morales Pérez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXV
Escritos. 1. Cartas insurgentes y otras misivas. Mariano A. Cestero.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVI Escritos. 2. Artículos y ensayos. Mariano A. Cestero. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVII Más que un eco de la opinión. 1. Ensayos, y memorias ministeriales.
Francisco Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXVIII Más que un eco de la opinión. 2. Escritos, 1879-1885. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXIX Más que un eco de la opinión. 3. Escritos, 1886-1889. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXX
Más que un eco de la opinión. 4. Escritos, 1890-1897. Francisco
Gregorio Billini. Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vol. LXXXI Capitalismo y descampesinización en el Suroeste dominicano. Angel
Moreta, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIII Perlas de la pluma de los Garrido. Emigdio Osvaldo Garrido, Víctor
Garrido y Edna Garrido de Boggs. Edición de Edgar Valenzuela,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIV Gestión de riesgos para la prevención y mitigación de desastres en el
patrimonio documental. Sofía Borrego, Maritza Dorta, Ana Pérez,
Maritza Mirabal, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXV Obras, tomo I. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVI Obras, tomo II. Guido Despradel Batista. Compilación de Alfredo
Rafael Hernández, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXVII Historia de la Concepción de La Vega. Guido Despradel Batista, Santo
Domingo, D. N., 2009.
Vol. LXXXIX Una pluma en el exilio. Los artículos publicados por Constancio Bernaldo
de Quirós en República Dominicana. Compilación de Constancio
Cassá Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XC
Ideas y doctrinas políticas contemporáneas. Juan Isidro Jimenes
Grullón, Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCI
Metodología de la investigación histórica. Hernán Venegas Delgado,
Santo Domingo, D. N., 2009.
Vol. XCIII
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo I. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
698
Vol. XCIV
Vol. XCV
Vol. XCVI
Vol. XCVII
Vol. XCVIII
Vol. XCIX
Vol. C
Vol. CI
Vol. CII
Vol. CIII
Vol. CIV
Vol. CV
Vol. CVI
Vol. CVII
Vol. CVIII
Vol. CIX
Vol. CX
Vol. CXI
Vol. CXII
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo II. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Filosofía dominicana: pasado y presente. Tomo III. Compilación de
Lusitania F. Martínez, Santo Domingo, D. N., 2009.
Los Panfleteros de Santiago: torturas y desaparición. Ramón Antonio,
(Negro) Veras, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 1. Ensayos, 1887-1907. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 2. Ensayos, 1908-1932. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos reunidos. 3. Artículos, 1888-1931. Rafael Justino Castillo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos históricos. Américo Lugo, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2009.
Vindicaciones y apologías. Bernardo Correa y Cidrón. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2009.
Historia, diplomática y archivística. Contribuciones dominicanas. María
Ugarte, Santo Domingo, D. N., 2009.
Escritos diversos. Emiliano Tejera, edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Tierra adentro. José María Pichardo, segunda edición, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Cuatro aspectos sobre la literatura de Juan Bosch. Diógenes Valdez,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Javier Malagón Barceló, el Derecho Indiano y su exilio en la República
Dominicana. Compilación de Constancio Cassá Bernaldo de
Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Cristóbal Colón y la construcción de un mundo nuevo. Estudios, 19832008. Consuelo Varela, edición de Andrés Blanco Díaz, Santo
Domingo, D. N., 2010.
República Dominicana. Identidad y herencias etnoculturales indígenas.
J. Jesús María Serna Moreno, Santo Domingo, D. N., 2010.
Escritos pedagógicos. Malaquías Gil Arantegui. Edición de Andrés
Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Cuentos y escritos de Vicenç Riera Llorca en La Nación. Compilación
de Natalia González, Santo Domingo, D. N., 2010.
Jesús de Galíndez. Escritos desde Santo Domingo y artículos contra el
régimen de Trujillo en el exterior. Compilación de Constancio Cassá
Bernaldo de Quirós, Santo Domingo, D. N., 2010.
Ensayos y apuntes pedagógicos. Gregorio B. Palacín Iglesias. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Vol. CXIII
699
El exilio republicano español en la sociedad dominicana (Ponencias
del Seminario Internacional, 4 y 5 de marzo de 2010). Reina C.
Rosario Fernández (Coord.), edición conjunta de la Academia
Dominicana de la Historia, la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N.,
2010.
Vol. CXIV
Pedro Henríquez Ureña. Historia cultural, historiografía y crítica literaria.
Odalís G. Pérez, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXV
Antología. José Gabriel García. Edición conjunta del Archivo
General de la Nación y el Banco de Reservas, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXVI
Paisaje y acento. Impresiones de un español en la República Dominicana.
José Forné Farreres. Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVII
Historia e ideología. Mujeres dominicanas, 1880-1950. Carmen Durán.
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXVIII Historia dominicana: desde los aborígenes hasta la Guerra de Abril.
Augusto Sención (Coord.), Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXIX
Historia pendiente: Moca 2 de mayo de 1861. Juan José Ayuso, Santo
Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXX
Raíces de una hermandad. Rafael Báez Pérez e Ysabel A. Paulino,
Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXI
Miches: historia y tradición. Ceferino Moní Reyes, Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo I. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIII Problemas y tópicos técnicos y científicos. Tomo II. Octavio A. Acevedo.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXIV Apuntes de un normalista. Eugenio María de Hostos. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXV
Recuerdos de la Revolución Moyista (Memoria, apuntes y documentos).
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVI Años imborrables (2da ed.) Rafael Alburquerque Zayas-Bazán,
edición conjunta de la Comisión Permanente de Efemérides
Patrias y el Archivo General de la Nación, Santo Domingo, D. N.,
2010.
Vol. CXXVII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo I. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,
edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXVIII El Paladión: de la Ocupación Militar Norteamericana a la dictadura
de Trujillo. Tomo II. Compilación de Alejandro Paulino Ramos,
edición conjunta del Archivo General de la Nación y la Academia
Dominicana de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2010.
700
Vol. CXXIX
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Memorias del Segundo Encuentro Nacional de Archivos. Santo Domingo,
D. N., 2010.
Vol. CXXX Relaciones cubano-dominicanas, su escenario hemisférico (1944-1948).
Jorge Renato Ibarra Guitart, Santo Domingo, D. N., 2010.
Vol. CXXXI Obras selectas. Tomo I, Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXII Obras selectas. Tomo II. Antonio Zaglul, edición conjunta del
Archivo General de la Nación y el Banco de Reservas. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIII África y el Caribe: Destinos cruzados. Siglos XV-XIX, Zakari DramaniIssifou, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXIV Modernidad e ilustración en Santo Domingo. Rafael Morla, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXV La guerra silenciosa: Las luchas sociales en la ruralía dominicana. Pedro
L. San Miguel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVI AGN: bibliohemerografía archivística. Un aporte (1867-2011). Luis
Alfonso Escolano Giménez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVII La caña da para todo. Un estudio histórico-cuantitativo del desarrollo
azucarero dominicano. (1500-1930). Arturo Martínez Moya, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXXXVIII El Ecuador en la Historia. Jorge Núñez Sánchez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CXXXIX La mediación extranjera en las guerras dominicanas de independencia,
1849-1856. Wenceslao Vega B., Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXL
Max Henríquez Ureña. Las rutas de una vida intelectual. Odalís G.
Pérez, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLI
Yo también acuso. Carmita Landestoy, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIII
Más escritos dispersos. Tomo I. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIV
Más escritos dispersos. Tomo II. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLV
Más escritos dispersos. Tomo III. José Ramón López. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVI
Manuel de Jesús de Peña y Reinoso: Dos patrias y un ideal. Jorge
Berenguer Cala, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVII
Rebelión de los capitanes: Viva el rey y muera el mal gobierno. Roberto
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLVIII De esclavos a campesinos. Vida rural en Santo Domingo colonial.
Raymundo González, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CXLIX
Cartas de la Real Audiencia de Santo Domingo (1547-1575). Genaro
Rodríguez Morel, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CL
Ramón –Van Elder– Espinal. Una vida intelectual comprometida.
Compilación de Alfredo Rafael Hernández Figueroa, Santo
Domingo, D. N., 2011.
Publicaciones del Archivo General de La Nación
Vol. CLI
701
El alzamiento de Neiba: Los acontecimientos y los documentos (febrero de
1863). José Abreu Cardet y Elia Sintes Gómez, Santo Domingo,
D. N., 2011.
Vol. CLII
Meditaciones de cultura. Laberintos de la dominicanidad. Carlos
Andújar Persinal, Santo Domingo, D. N., 2011.
Vol. CLIII
El Ecuador en la Historia (2da ed.) Jorge Núñez Sánchez, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIV
Revoluciones y conflictos internacionales en el Caribe (1789-1854). José
Luciano Franco, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLV
El Salvador: historia mínima. Varios autores, Santo Domingo, D. N.,
2012.
Vol. CLVI
Didáctica de la geografía para profesores de Sociales. Amparo Chantada,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVII
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo I. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLVIII
Cedulario de la isla de Santo Domingo, 1501-1509. Vol. II, Fray Vicente
Rubio, O. P., edición conjunta del Archivo General de la Nación
y el Centro de Altos Estudios Humanísticos y del Idioma Español,
Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLIX
Tesoros ocultos del periódico El Cable. Compilación de Edgar
Valenzuela, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLX
Cuestiones políticas y sociales. Dr. Santiago Ponce de León, edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXI
La telaraña cubana de Trujillo. Tomo II. Eliades Acosta Matos, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXII
El incidente del trasatlántico Cuba. Una historia del exilio republicano
español en la sociedad dominicana, 1938-1944. Juan B. Alfonseca
Giner de los Ríos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIII
Historia de la caricatura dominicana. Tomo I. José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIV
Valle Nuevo: El Parque Juan B. Pérez Rancier y su altiplano. Constancio
Cassá, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXV
Economía, agricultura y producción. José Ramón Abad. Edición de
Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVI
Antología. Eugenio Deschamps. Edición de Roberto Cassá, Betty
Almonte y Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVII Diccionario geográfico-histórico dominicano. Temístocles A. Ravelo.
Revisión, anotación y ensayo introductorio Marcos A. Morales,
edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXVIII Drama de Trujillo. Cronología comentada. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXIX
La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen
1. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXX
Drama de Trujillo. Nueva Canosa. Alonso Rodríguez Demorizi.
Edición de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012
702
Vol. CLXXI
Publicaciones del Archivo General de La Nación
El Tratado de Ryswick y otros temas. Julio Andrés Montolío. Edición
de Andrés Blanco Díaz, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXII La dictadura de Trujillo: documentos (1930-1939). Tomo I, volumen 2.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIII La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
5. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIV La dictadura de Trujillo: documentos (1950-1961). Tomo III, volumen
6. Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXV Cinco ensayos sobre el Caribe hispano en el siglo XIX: República Dominicana,
Cuba y Puerto Rico 1861-1898. Luis Álvarez-López, Santo Domingo,
D. N., 2012.
Vol. CLXXVI Correspondencia consular inglesa sobre la Anexión de Santo Domingo a
España. Roberto Marte, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVII ¿Por qué lucha el pueblo dominicano? Imperialismo y dictadura en América
Latina. Dato Pagán Perdomo, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXVIII Historia de la caricatura dominicana. Tomo II. José Mercader, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXIX Los campesinos del Cibao: Economía de mercado y transformación agraria
en la República Dominicana, 1880-1960. Pedro L. San Miguel, Santo
Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXX La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 3.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXI La dictadura de Trujillo: documentos (1940-1949). Tomo II, volumen 4.
Eliades Acosta Matos, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXII De súbditos a ciudadanos (siglos XVII-XIX): el proceso de formación de
las comunidades criollas del 3 hispánico (Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo). Jorge Ibarra Cuesta, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXIII La dictadura de Trujillo (1930-1961). Augusto Sención Villalona,
San Salvador-Santo Domingo, 2012.
Vol. CLXXXIV Anexión-Restauración. Parte 1. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2012.
Vol. CLXXXV Anexión-Restauración. Parte 2. César A. Herrera, edición conjunta
entre el Archivo General de la Nación y la Academia Dominicana
de la Historia, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVI Historia de Cuba. José Abreu Cardet, et. al., Santo Domingo, D. N.,
2013.
Vol. CLXXXVII Libertad Igualdad: Protocolos notariales de José Troncoso y Antonio Abad
Solano, 1822-1840. María Filomena González Canalda, Santo
Domingo, D. N., 2013.
Vol. CLXXXVIII Biografías sumarias de los diputados de Santo Domingo en las Cortes
españolas. Roberto Cassá, Santo Domingo, D. N., 2013.
Publicaciones del Archivo General de La Nación
703
Vol. CLXXXIX Financial Reform, Monetary Policy and Banking Crisis in Dominican
Republic. Ruddy Santana, Santo Domingo, D. N., 2013.
Vol. CXC
Legislación archivística dominicana (1847-2012). Departamento de
Sistema Nacional de Archivos e Inspectoría, Santo Domingo, D. N.,
2013.
COLECCIÓN JUVENIL
Vol. I
Vol. II
Vol. III
Vol. IV
Vol. V
Vol. VI
Vol. VII
Vol. VIII
Pedro Francisco Bonó. Textos selectos. Santo Domingo, D. N., 2007.
Heroínas nacionales. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2007.
Vida y obra de Ercilia Pepín. Alejandro Paulino Ramos. Santo
Domingo, D. N., 2007.
Dictadores dominicanos del siglo XIX. Roberto Cassá. Santo Domingo,
D. N., 2008.
Padres de la Patria. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Pensadores criollos. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2008.
Héroes restauradores. Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2009.
Dominicanos de pensamiento liberal: Espaillat, Bonó, Deschamps
(siglo XIX). Roberto Cassá. Santo Domingo, D. N., 2010.
COLECCIÓN CUADERNOS POPULARES
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
La Ideología revolucionaria de Juan Pablo Duarte. Juan Isidro Jimenes
Grullón. Santo Domingo, D. N., 2009.
Mujeres de la Independencia. Vetilio Alfau Durán. Santo Domingo,
D. N., 2009.
Voces de bohío. Vocabulario de la cultura taína. Rafael García Bidó.Santo
Domingo, D. N., 2010.
COLECCIÓN REFERENCIAS
Vol. 1
Vol. 2
Vol. 3
Archivo General de la Nación. Guía breve. Ana Féliz Lafontaine y
Raymundo González. Santo Domingo, D. N., 2011.
Guía de los fondos del Archivo General de la Nación. Departamentos de
Descripción y Referencias. Santo Domingo, D. N., 2012.
Directorio básico de archivos dominicanos. Departamento de Sistema
Nacional de Archivos. Santo Domingo, D. N., 2012.
La rivalidad internacional por la República
Dominicana y el complejo proceso de su
anexión a España (1858-1865) de Luis
Alfonso Escolano Giménez se terminó
de imprimir en los talleres gráficos de
Editora Mediabyte, S.R.L., en junio de
2013, Santo Domingo, R. D., con una
tirada de 1,000 ejemplares.