Resistencia queer
Mística, política y diversidad
Anderson Fabián Santos Meza
Pontificia Universidad Javeriana
Resumen
Este artículo presenta un diálogo relacional entre la mística, la diversidad sexogenérica y la política. A lo largo de la historia, tanto personas místicas como no
cis-heterosexuales han sido sospechosas, extrañas y sujetxs de discriminación en
las religiones institucionales debido a su presencia en el ámbito cultural y
religioso. En mi análisis, primero considero la influencia del misticismo en la
política y sus coincidencias con la teoría queer. Después, examino el surgimiento
de las teologías queer y la consideración escatológica de que Dios deviene queer
como posibilidad de liberación para las minorías. Por último, la investigación
concluye ofreciendo reflexiones sobre el surgimiento de la resistencia queer.
Palabras clave: Mística, Política, Teoría queer, Teologías queer, Liberación.
Resumo
Este artigo apresenta um diálogo relacional entre misticismo, diversidade sexogenérica e política. Ao longo da história, tanto as pessoas místicas quanto as nãocis-herossexuais têm sido suspeitas, estranhas e sujeitxs de discriminação nas
religiões institucionais por causa de sua presença na esfera cultural e religiosa.
Em minha análise, primeiro considero a influência do misticismo sobre a política
e suas sobreposições com a teoria queer. Em seguida, examino o surgimento de
teologias queer e a consideração escatológica de que Deus se torna queer como
uma possibilidade de libertação para as minorias. Por fim, a pesquisa conclui
oferecendo reflexões sobre o surgimento de uma resistência queer.
Palavras-chave: Misticismo, Política, Teoria Queer, Teologias Queer,
Libertação.
Religión e Incidencia Pública
N° 9 (2021): pp. 83–106
Anderson Fabián Santos Meza
Abstract
This article presents a relational dialogue between mysticism, gender and sexual
diversity, and politics. Throughout history, both mystics and non-cisheterosexual individuals have been suspicious, strangers, and subjects of
discrimination in institutional religions due to their presence in the cultural and
religious arenas. In my analysis, I first consider the influence of mysticism in
politics and its coincidences with queer theory. After that, I examine the
emergence of queer theologies and the eschatological consideration of God
becoming queer as a possibility of liberation for minorities. Finally, the
investigation concludes by offering thoughts on the emergence of queer
resistance.
Keywords: Mystic, Politics, Queer theory, Queer theologies, Liberation.
Anderson Fabián Santos Meza
Filósofo (2021) por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá y
ha cursado estudios en Teología en la misma Universidad. Además,
ha tomado varios cursos de educación continua sobre Cristología,
Religión, Doctrina Social de la Iglesia y Estudios de Género en el
Boston College y en la Universidad de Edimburgo. Sus áreas de
especialización son la filosofía medieval, el pensamiento
agustiniano, la mística contemporánea, la teoría y la teología queer.
Actualmente se desempeña como profesor de educación éticoreligiosa en el Colegio San Patricio, en Bogotá, Colombia, y como
investigador independiente.
Cita recomendada de este artículo
Santos Meza, Anderson Fabián (2021). «Resistencia queer: Mística, política y
diversidad». Religión e Incidencia Pública. Revista de Investigación de
GEMRIP 9: pp. 83–106. [Revista digital]. Disponible en internet en: <http://
religioneincidenciapublica.gemrip.org/> [consultado el dd de mm de aaaa].
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Resistencia queer
Introducción
Soy un pez ‘queer’, como sé muy bien.
Etty Hillesum (2002: 118)
En las sociedades latinoamericanas todo lo «diferente» y
«extraño» ha sido desplazado históricamente a periferias en las
que muchos seres humanos padecen el enmudecimiento
sistemático de sus voces y una suerte de arrinconamiento
existencial en el umbral de lo innombrable. Todas las personas que
hacemos parte hoy de alguna minoría hemos sentido cómo
constantemente quieren trasladarnos hacia los pocos lugares en los
que podemos vivir auténticamente nuestra «diferencia» y a
pequeñas comunidades en las que nuestra «extrañeza» no es
motivo de exclusión ni de vergüenza, sino que, al contrario, es una
riqueza sin comparación.
A pesar de esta cruda realidad, desde nuestras vidas silenciadas
se ha gestado un pensamiento transgresor, atípico, disidente,
alternativo, fuera del canon y, por supuesto, incómodo e
incomodador. Esto es el pensamiento queer. Precisamente, el verbo
inglés to queer se ha traducido como «extrañar», «transgredir»,
«desviar», «extraviar o «dislocar». Debido a esto, en este artículo
utilizo constantemente el término «queer» a fin de desarrollar una
danza polisémica entre sus muchos significados, significantes y
usos. Por un lado, me refiero a la tipología según la cual lo «queer»
es extraño, raro, dislocado, descoyuntado y desacomodado.
Asimismo, aludo a lo «queer» siguiendo la descripción de Judith
Butler (2002 [1993]):
El término queer operó como una práctica lingüística
excluyente cuyo propósito fue avergonzar al sujeto que
nombra o, antes bien, engendrar un sujeto estigmatizado a
través de esa interpelación humillante. La palabra queer
adquiere su fuerza precisamente de la invocación repetida
que terminó vinculándola con la acusación, la patologización
y el insulto (p. 318).
Por otro lado, retomo la comprensión de Paul Goodman (1977
[1969]), quien en 1969 publicó su ensayo The Politics of Being
Queer [la política de ser queer], un texto en el que el término
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«queer» aparece relacionado directamente con el pensamiento
político disidente.
Con base en esa comprensión, afirmo que a pesar de ser
personas extrañas y peregrinas en nuestras sociedades inhumanas
y segregadoras, existimos, existiremos, y ningún sistema
hegemónico nos liquidará. Las personas queer incomodaremos a
las tradiciones, a sus normativas y sus autoridades. A su vez,
visibilizaremos que muchas de sus teorías son inverosímiles,
falibles e insuficientes. En el fondo, sacudiremos aquellas
estructuras que, antaño, nos enmudecieron, nos vituperaron, nos
encasillaron y nos intentaron deshumanizar. Resistiremos.
En este escrito, visibilizo la resistencia de lo «queer» frente a la
institucionalidad religiosa desde una perspectiva a la que muy poca
atención se le ha prestado: la mística. Nada ha sido tan «raro» y
«sospechoso» para las teologías tradicionales como la experiencia
mística. Un sinnúmero de teólogxs contemporánexs —entre
quienes se encuentran Paul Mommaers (1979), Leonardo Boff
(2003), José María Mardonés (2005), Evelyn Underhill (2006),
Juan de Dios Martín Velasco (2006; 2007), Michel de Certeau
(2007) y Raimon Pannikar (2008), entre otrxs— coinciden en que
las personas místicas siempre han sido caracterizadas como
«extrañas» y «peligrosas». Esto ha sido así porque sus experiencias
nunca encajaron en el modelo rígido según el cual se tenía que vivir
la religión y la espiritualidad. Toda persona que testimoniara algo
diferente, ipso facto, sufría el desacredito y era representada como
hereje o blasfema o como alguien que tenía dislocadas su fe y
razón.
El fenómeno de lo místico se puede definir como aquello que:
[…] se separa de las vías normales u ordinarias; lo que no se
inscribe ya en la unidad social de una fe o de referencias
religiosas, sino al margen de una sociedad que se laiciza y de
un saber que se constituye con los objetos científicos; lo que,
por lo tanto, aparece simultáneamente en la forma de hechos
extraordinarios, hasta extraños, y de una relación con un
Dios oculto, cuyos signos públicos palidecen, se apagan o
incluso dejan totalmente de ser creíbles (de Certeau, 2007:
349).
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En la persona mística, de Certeau (2007) identificó «[...] un
desacuerdo del individuo respecto del grupo; una irreductibilidad
del deseo en la sociedad que lo reprime o lo recubre sin eliminarlo»
(p. 348). Sin embargo, las personas místicas —al igual que las
personas queer— resisten en su extrañeza.
En la época medieval, el discurso místico femenino fue el que
más llegó a incomodar la institucionalidad religiosa y a sacudir sus
columnas ya desquebrajadas por las guerras, el poder y la
incoherencia de vida. En este período, la narrativa mística emergió
bajo lógicas que amenazaban los discursos jerárquicoinstitucionales y kyriarcales (Schüssler Fiorenza, 2001: 117-124;
2009: 1-24). El poderío eclesial masculino y la ortodoxia
categorizaban a las mujeres como seres «débiles» y susceptibles de
caer bajo la influencia de «fuerzas malignas».
No obstante, las mujeres místicas se apropiaban del lenguaje
doméstico y del diario vivir para hablar de sus experiencias divinas,
cosa que rechazaba el lenguaje dogmático y estricto de las teologías
de su época. Además, sus discursos no buscaban formar parte de
los grandes anaqueles de la historia del poder, sino centrarse en las
minucias de las personas y sus experiencias cotidianas. Era lo que
podríamos llamar —parafraseando a de Certeau (2007), quien
sigue la propuesta de Hélène Cixous— una patología del detalle de
carácter subversivo. Al respecto Raquél Gutiérrez (2004) afirma
que es «[u]na manera de escapar a una serie de sistemas de
opresión cultural, religiosa, sexual y lingüística. […] Una batalla
para abrir un camino apartado de las limitaciones impuestas a
quienes están —culturalmente— en el lugar de ‘lo otro’» (p. 41).
Hadewijch de Amberes (1986), Teresa de Jesús (1994), Matilde
de Magdeburgo (2004) y Margarita Porete (2005) fueron algunas
de esas mujeres místicas que rompieron con los esquemas
establecidos sobre el rol objetual de las mujeres. Dicha ruptura les
permitió comprender que ellas mismas también eran «sujetxs
teológicxs», tal como afirma Juan Antonio Marcos (2001) respecto
de Teresa de Jesús. Además, estas mujeres fueron conscientes de
que sus palabras tenían un impacto en quienes las escuchaban y
que sus vidas féminas debían ser conocidas (Arenal y Schlau, 1990:
15; Etchegoyen, 2018).
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Al mismo tiempo que estas voces femeninas comenzaron a salir
del anonimato —justo después de haber sido desterradas— una
pasividad masculina emergente hizo languidecer la dominante
virilidad cis-heteropatriarcal. Juan de la Cruz (2003) fue uno de los
primeros místicos que se atrevió a contar su experiencia espiritual
haciendo uso de un lenguaje homoerótico y transgresor.1 En su
obra se evidenciaba que los varones también anhelamos que Dios
nos bese con los besos de su boca, que nos toque delicadamente,
que nos seduzca y nos lleve entre sus brazos al habitáculo esponsal
en donde nos desposará eternamente (Loughlin, 2009: 1–7;
Diskant, 2012: 67–115; Hinkle, 2001: 427-440). Estxs testigxs
espirituales, sin duda, resisten y «[...] desmontan la superioridad
complaciente de la ideología patriarcal genérico-sexual» (Smith,
1994: 147).
Las personas místicas han sido consideradas «sospechosas» y
«raras» no tanto por los fenómenos que han vivido y relatado, sino
por la manera en que sus vidas se han transformado al mismo
tiempo que cambian sus comunidades. Esto es «lo peligroso», ya
que la mística viene acompañada de una propuesta subversiva que
eleva las expectativas de la humanidad, que amplía su horizonte, y
que hace visible una multiplicidad de rasgos presentes en «lo
humano» que —desde las hegemonías dominantes— han sido
oscurecidos.
En el contexto histórico en el que emergen las experiencias
místicas siempre se perciben nuevas formas de religiosidad, nuevos
caminos espirituales, novedosos movimientos de revitalización y
consideraciones y planteamientos emergentes a través de los cuales
se busca la plena integración de la humanidad. De ahí que, en estos
tiempos contemporáneos, en los que se predica una nueva
actualidad de lo religioso y el retorno a lo sagrado, la mística siga
revelándose como un sugerente camino para hacer de este mundo
una realidad en la que todas las personas tengamos lugar, derechos
y voz.
Hay un creciente interés académico en los contextos no cis-heteronormativos
dentro de los cuales surgieron muchxs místicxs cristianxs; sin embargo, los
trabajos de John Boswell (1980) y Mark D. Jordan (2002) siguen siendo
fundamentales.
1
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Resistencia queer
No obstante, mientras la sensibilidad religiosa actual hace
visible una preocupación por promover una espiritualidad más
auténtica, encarnada e inclusiva, paradójicamente se siguen
desconociendo y silenciando las vidas «diversas», como si para las
personas que hacemos parte de alguna minoría —y que seguimos
siendo «extrañas» y «dislocadas»— no hubiera un lugar digno en el
seno de Dios ni en la Iglesia Cristiana ni en el mundo. Sin embargo,
creo profundamente en que la existencia queer es un regalo de
Dios. Espero que estas consideraciones sean un bálsamo sobre las
heridas de quienes han asumido, con valentía, el compromiso de
vivir sus vidas queer, con pasión, autenticidad y libertad. No
obstante, sobre todo, espero que estos pensamientos sanen las
heridas de quienes siguen cargando sobre sus hombros aquel yugo
que no les permite reconocer que están llamados a vivir una vida
abundante y plena (Jn 10.10).
A continuación, presentaré la incidencia de la mística en la
política y algunas de sus coincidencias con lo queer. Luego, me
detendré en la emergencia de las teologías queer y en la
consideración escatológica del devenir queer de Dios. Entenderé
este devenir como una posibilidad de liberación para las minorías.
Finalmente, me referiré a la resistencia queer.
Mística y política
Volvamos al signo ‘queer’ en un esfuerzo por demostrar el
potencial político de este modelo.
Ki Namaste (1996: 83)
Como sostuve anteriormente, el espíritu polémico y revolucionario
de las personas místicas es el que las hace devenir extrañas,
problemáticas y potencialmente peligrosas. La experiencia
espiritual íntima y profunda no conlleva —como en muchos casos
se afirma— una huida o evasión del mundo [fuga mundi], sino que,
por el contrario, es el motor de un compromiso con la sociedad y de
una resistencia radical frente a cualquier dispositivo de
segregación. Es una experiencia de apertura.
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La mística es, ante todo, un abrir los ojos a la realidad para
mirar cara a cara la injusticia, la inequidad, la opresión, la violencia
y el dolor. Es por esto que la mística siempre le ha resultado
incómoda al sistema hegemónico, pues ha expuesto su lógica
alienante y deshumanizadora. La experiencia mística visibiliza que
la vida humana es esencialmente un diálogo entre «lo espiritual» y
«lo político», y que una experiencia espiritual profunda puede ser
un detonante de transformación política (Monzón Arazo, 2001:
69).
A finales del siglo XX, las personas más reconocidas por estudiar
el fenómeno místico desde la literatura, la historia, la filosofía y la
teología afirmaron que hablar de mística era hablar de humanidad,
justicia y revolución. Recordemos, sin embargo, aquella idea del
filósofo francés Emmanuel Mounier que impactaba al teólogo José
María Castillo, a saber, que la gran tragedia de la Iglesia consistía
en que los místicos no son revolucionarios, ni los revolucionarios
son místicos. Esta consideración mounieriana causó que Castillo
(2004) afirmara que «en el cristianismo ‘oficial’, mística y
revolución se han divorciado. Y el precio de ese divorcio ha sido
demasiado alto. Porque de ahí ha nacido una espiritualidad sin
apenas incidencia en la transformación real de la sociedad» (p.
202).
Por otro lado, Johann Baptist Metz (1997: 95-96) afirmó que
uno de los motivos principales para desarrollar su teología
liberadora fue, precisamente, comprender que la mística era una
posición política que tenía como base no tanto una conversio ad
phantasma —tomista-trascendental-rahneriana—, sino una
conversio ad passionem. Jan Heiner Tück (2001) señala que la
conversio ad passionem forma parte de una nueva teología política
que debe ser entendida como una hermenéutica de la tradición de
fe orientada a la acción frente a la historia moderna de la libertad.
Es decir, se trata de un proyecto teológico que se aparta
conscientemente de la teología transcendental para considerar una
teología política. En realidad, Metz (2007: 43) apuntaba hacia una
comprensión de la mística como pasión que busca justicia y que se
erige en el centro de la praxis cristiana. Dicho en palabras de José
Carlos Mariátegui (1964), se trata de una mística en la que «[...] sus
motivos son humanos, son sociales; no son divinos. Pertenecen a la
vida terrena y no a la vida celeste» (p. 18).
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La mística es una experiencia constituida por una fuerza
revolucionaria que se desvía de las normativas hegemónicas
cimentadas desde la burguesía:
La burguesía se entretiene en una crítica racionalista del
método, de la teoría, de la técnica de los revolucionarios.
¡Que incomprensión! La fuerza de los revolucionarios no está
en su ciencia; está en su fe, en su pasión, en su voluntad. Es
una fuerza religiosa, mística, espiritual (Mariátegui, 1971:
22).
Esta fuerza emerge de un tipo de vivencia que anuncia una
realidad más amplia de la que ordinariamente se percibe, pues la
experiencia mística consiste, como afirma Louis Roy (2006), «[...]
en redescubrir una extraña dimensión de la realidad, un reino
ilimitado al que nos sentimos abiertos» (p. 25). En estos tiempos,
el fenómeno místico no refiere a éxtasis y visiones sobrenaturales
tal como sucedía en la narrativa medieval. Por el contrario, en el
espectro de «lo místico» actual se ha evidenciado que aquella
circunstancialidad sobrenatural no ha sido un asunto fundamental
en la experiencia mística, como sí lo ha sido el rechazo de la
normatividad opresora y de los regímenes de dominio. Esto se
puede evidenciar en el itinerario espiritual de místicxs como María
Zambrano (1989), Thomas Merton (1999), Etty Hillesum (2002),
Christophe Lebreton (2002), Edith Stein (2002) y Simone Weil
(2014).
Ahora bien, desde el anhelo de justicia de la conversio ad
passionem, la praxis religiosa-institucional-tradicional ha sido
identificada como sostenedora del cis-heteropatriarcado y de la cisheteronormatividad. Al mismo tiempo, ha sido cuestionada por las
personas que en la transgresión de las fronteras entre
denominaciones religiosas han podido redescubrir el poder
vivificante de la espiritualidad. No me refiero a aquellas personas
que han sido testigxs desde el poder, desde la acumulación o desde
el interés, ni tampoco desde la razón instrumental. Al contrario, me
remito a aquellas que lo han hecho desde la gratuidad del mundo,
de la relación, de la conmoción profunda, del sentido de comunión
que toda la creación guarda entre sí y de la percepción del
organismo cósmico. Al respecto, Leonardo Boff (2000: 45) ha
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afirmado que ese organismo cósmico está atravesado de llamados y
señales de una realidad más alta y plena.
Desde sus vidas particulares, las personas místicas han creado
un espacio polifónico y plural en donde hay elementos que
comparten —o pueden compartir entre sí— tales como identidades
religiosas, realidades existenciales, contextos históricos y
culturales, búsquedas y preguntas, entre otros aspectos. Al mismo
tiempo, abrevan en componentes en los que coinciden, los cuales
les han llevado a proponer esta reflexión conjunta: el carácter
revolucionario y emancipador de una vida libre del yugo opresor
(Knauss y Mendoza-Álvarez, 2019: 649).
Es importante manifestar que en este aspecto emancipador
convergen tanto las personas místicas como las minorías que
luchan por un mundo libre de rótulos estrechos que minimizan «lo
humano» dentro de la lógica cis-heteropatriarcal, según la cual la
diversidad y «lo queer» no tienen voz. Es por esto que la mística y
el amplio abanico de «lo queer» caminan en la misma dirección, es
decir, en busca de descargar de los hombros de la humanidad aquel
yugo cancerígeno del cis-heteropatriarcado:
[…] re-membrar con amor los cuerpos y los territorios desmembrados por la violencia global es una expresión de los
tiempos mesiánicos. Los cuerpos que realmente importan,
los cuerpos explotados e invisibles de las personas LGBTIQ+,
migrantes, desaparecidos, de personas con capacidades
diferentes, son hoy los miembros vivos del cuerpo queer de
Cristo. Sus múltiples resistencias, sus luchas por la dignidad,
la vida y la esperanza, representan una dimensión
inestimable del proceso escatológico de redención (Knauss y
Mendoza-Álvarez, 2019: 650).
En el fondo, las personas místicas como las minorías se dirigen
en la trayectoria de una escatología subalterna y disidente que
busca sanar la humanidad de su resquebrajamiento y aridez. Ese
derrotero imita el devenir queer de Dios.
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Resistencia queer
Un Dios dislocado: El devenir «queer» de Dios, el
cuerpo «queer» de Cristo
Desde los primeros postulados de las teologías queer se ha
manifestado el deseo de considerar críticamente los discursos
teológicos que legitiman relaciones de estigma y discriminación
hacia las mujeres, hacia las personas que viven una orientación
sexual distinta a la cis-heterosexual o cuya práctica sexual
cuestiona el orden establecido sobre esta dimensión humana, y
hacia un sinnúmero de minorías culturales y raciales. Las teologías
queer pueden caracterizarse como un movimiento de
deconstrucción socio-teológica del complejo arcoíris del sexo, el
género y las orientaciones sexuales de diversos grupos humanos
con o sin fe religiosa. Estas teologías hacen uso de una perspectiva
de género crítica y de la teoría queer (Córdova Quero, 2011, 2018).
Cada vez más, integrantes de este pueblo de Dios excluido por
siglos se han visibilizado como personas y comunidades activas en
el quehacer teológico y han logrado que muchas de sus creencias
—al ser re-significadas— sean liberadoras y emancipadoras.
Asimismo, han denunciado y se han movilizado contra aquellos
órdenes sociales y eclesiales injustos, reavivando en la religión su
carácter esencial de igualdad y de justicia social.
En este contexto, fue notable y heroico el compromiso teológicopastoral de John J. McNeill (1976, 1995), quien reinterpretó un
buen número de pasajes bíblicos con el deseo de cultivar un
amoroso acercamiento espiritual y un apoyo sensato para sus
lectores gays, a quienes Michael Bernard Kelly (2019) refiere como
«struggling gay readers» [lectores gays en la lucha]. La frase de
Kelly es oportuna ya que debemos recordar que los primeros
trabajos de las teologías queer incluían pasajes que oscilaban entre
la mayoría de los elementos del campo teológico. No obstante, lo
que causaba su unificación comprensiva era una especie de
compasivo acercamiento pastoral a aquellas personas lectoras
queer que se encontraban luchando con una variedad de
situaciones conflictivas derivadas de la presión de aceptar su
orientación sexual.
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Por lo tanto, el trabajo de McNeill —como los que producidos
después del suyo— fueron cruciales, dado que deconstruyeron
mucho de lo que había sido gestado por la ortodoxia doctrinal y la
erudición bíblica. De este modo, proporcionaron notables bases
intelectuales, morales, bíblicas, pastorales, teológicas y espirituales
sobre las cuales las personas queer no sólo podían construir una
vida cristiana plena, sino que se comenzó a teologizar sobre ello. Es
decir, las personas de la diversidad sexo-genérica pasamos a ser
consideradas «sujetxs teológicxs» y «lugares teológenos». Este
nuevo tipo de teologización se encontró tanto en la teoría queer
como al activismo queer y, así, surgió el giro sustancial hacia las
teologías queer.
Los trabajos tanto de teólogxs lésbico-gays —tales como Gary
David Comstock (1993), Richard Cleaver (1995) y Elizabeth Stuart
(2003), entre otrxs— como de teólogxs queer —tales como Marcella
Althaus-Reid (2003, 2005 [2000]), Robert Shore-Goss (2002) y
Susannah Cornwall (2011), entre otrxs— han sido bastante
significativos en la construcción de esta «extraña» manera de
producir teologías subalternas, incluyentes y diversas (Córdova
Quero, 2015).
Ahora bien, comprender la posibilidad del devenir queer de Dios
ha sido un camino profundamente fecundo y evangélico. Ha
constituido un ejercicio kenótico y escatológico a través del cual se
ha podido actualizar la realidad histórica de Jesús junto con el
pueblo marginal u ὄχλος, en griego. Todavía hoy, ese pueblo
marginal —pueblo de la revelación— es constantemente
arrinconado en las periferias por la institucionalidad tradicional:
Los históricamente insignificantes, tal como Gutiérrez lo
expresó, es decir, quienes carecen de la dignidad de ser
alguien socialmente, políticamente, teológicamente,
constituyen el horizonte de revelación de la iglesia. Y la
revelación es una cuestión epistemológica (Althaus-Reid,
2008: 115-116).
Integrantes de este pueblo marginal son los muchos cuerpos
explotados, perseguidos, difamados, desterrados, desaparecidos e
invisibilizados sistemáticamente. Son aquellos cuerpos que hacen
parte del reino de «lxs nadies» que Eduardo Galeano (1989: 59)
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Resistencia queer
presenta en El libro de los abrazos. De su larga lista, recojo algunas
viñetas: las personas ninguneadas; aquellas que están «rejodidas»;
quienes no son, aunque sean; aquellas que no son consideradas
como seres humanos sino como meros recursos humanos; quienes
no tienen rostro ni nombre; aquellas que no figuran en la historia
universal; quienes valen menos que la bala que les mata. Estas
personas —empujadas bajo la etiqueta de «nadies»— son
integrantes vivxs del cuerpo queer de Cristo (Ro 12.5), son quienes
profetizan la realidad y tangibilidad escatológica de un Dios
dislocado y queer.
Marcella Althaus-Reid —la teóloga latinoamericana más
reconocida por sus aportes a la teología queer— avanzó en la
deconstrucción de las imágenes de Dios que se han usado,
vilmente, para mantener el sistema hegemónico maltratador e
invalidar la experiencia de personas cuya orientación sexual está
fuera de los marcos de la cis-heteronormatividad. Sus «modelos
indecentes» de Dios se han construido a partir de la «perversión»
de las interpretaciones dominantes. Este es el centro de la teología
indecente de Althaus-Reid (2005 [2000]):
El paradigma es indecente porque desnuda y revela sexualidad y
economía al mismo tiempo. Para conocer nuestra sexualidad no
sólo necesitamos una teología indecente que pueda llegar al
núcleo de las construcciones teológicas, en la medida que éstas
hunden sus raíces en las sexuales; también la necesitamos porque
las verdades teológicas son moneda dispensada y adquirida en
mercados económicos teológicos (p. 34).
Con esta «perversión» de la divinidad falocéntrica, es decir, con
el Dios queer, se ha logrado presentar una comprensión de la
santidad que supera los prejuicios sexuales y coloniales, y que
muestra cómo las teologías queer son, en última instancia, una
incesante búsqueda de la liberación de Dios. Es decir, el proyecto
de Althaus-Reid es una incansable búsqueda del Dios que acoge a
todas las personas, sin excepción, y que ve en cada ser humano la
bondad, la belleza y la dignidad con que Dios signó su creación.
Así las cosas, esta deconstrucción de la identidad de Dios no
debe considerarse como una cuestión menor, puesto que la imagen
que tenemos de Dios configura las relaciones de poder en los
grupos creyentes y en las comunidades, determinando sus
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actitudes y sus normativas, así como también legitimando y
estableciendo un cierto tipo de convivencia en torno a una
identidad divina. José María Castillo (2016) nos recuerda que
Jesús mismo nos enseñó que «según el Dios en el que creemos, así
es la conducta que adoptamos» (p. 102).
Parece, entonces, que esta deconstrucción indecente
emprendida por Althaus-Reid está en sintonía con la
caracterización de los retos que el nuevo milenio trajo para la
teología y que —según Andrés Torres Queiruga (2000: 10)—
buscan propender hacia la radical novedad del horizonte en que la
entrada de la modernidad ha situado a lo religioso. En este orden
de ideas, es perceptible la necesidad apremiante de que la teología
afronte con decisión un necesario cambio de paradigma,
emprendiendo la reconstitución de sus coordenadas generales y
repensando todos y cada uno de sus grandes problemas, a la luz de
la nueva situación.
Sin duda, uno de los grandes peligros que acecha el pensamiento
teológico contemporáneo es el de construir teologías «bonitas»; es
decir, teologías que, en lugar de repensarlo todo en los marcos de
referencia que constituyen actualmente la condición de posibilidad
de toda significatividad efectiva, «se limiten a actualizar y renovar
el vocabulario o a cambiar el nombre de los adversarios, pero
dejando intacto los esquemas de fondo» (Torres Queiruga, 2000:
54).
Como hemos percibido, los replanteamientos de la imagen de
Dios como «queer» señalan un itinerario de resignificación de la
experiencia cristiana desde una necesaria transformación de la fe y
la vida a la luz de mujeres y varones que viven en las diásporas
contemporáneas, y que son testimonio de una resistencia que
espera con fe la llegada de una nueva humanidad. Esta es la
dislocación escandalosa de las teologías queer, dislocación que
deviene un ejercicio problemático, pues nos lleva a reconocer que
Dios ha sido, también, expulsado, desterrado y empujado a las
periferias por los sistemas hegemónicos que dominan el quehacer
teológico, y que ha construido su santuario en otro lugar, en lo
«extranjero», en lo queer. Tal como afirma Althaus-Reid (2003):
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Resistencia queer
el Dios Queer creará un nuevo espacio para un diálogo
teológico para y desde disidentes heterosexuales. La teología
queering, la tarea teológica y Dios son parte de una salida del
armario para el cristianismo, que ya no es simplemente una
opción entre otras, ni es un desvío fuera de lo que se ha
considerado como el camino de la teología clásica.
Queerificar la teología es el camino de la propia liberación
de Dios, aparte de la nuestra, y como tal constituye una
crítica a lo que la teología heterosexual ha hecho con Dios al
encerrar lo divino en el armario. En teología, como en el
amor, esta búsqueda es espiritual, lo que requiere continuar
al otro lado de la teología y al otro lado de Dios (p. 4; énfasis
mío).
En efecto, tal proyecto liberador sólo puede llevarse a cabo desde
las mismas periferias en las que Dios habita junto con las personas
que han sido condenadas a ser «extranjeras» permanentes para el
cristianismo, para sus naciones, para sus sociedades e, inclusive,
para sus mismas familias. En el caso particular de la
discriminación hacia las personas de la diversidad sexo-genérica
son abundantes los testimonios que dan cuenta del dolor padecido
a causa de la incapacidad de los liderazgos religiosos de
involucrarse con las experiencias de las personas queer. De hecho,
esta incapacidad institucional ha promovido la exclusión y la
marginación tanto de personas como de comunidades queer de los
recintos religiosos.
Esa constante deficiencia en la institucionalidad para acoger lo
diverso y la manifiesta cis-heterosexualización-patriarcalizacióncapitalización de lo religioso hacen parte de aquella sintomatología
que visibiliza a una divinidad que ya no puede ayudarnos, sino que
clama ayuda y liberación para sí mismo. Nos encontramos frente a
un Dios exiliado que pide ser liberado del destierro por los seres
humanos que están exiliados junto a Él, un Dios que se hace queer
con las personas y comunidades queer.
La resistencia escatológica de «lo queer»
En el lenguaje clásico de la escatología cristiana existe una
expresión que condensa y moviliza todo el proyecto liberador de
Jesús: «ya, [pero] todavía no». En ese contexto, podemos
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percatarnos de la tensión escatológica que atraviesa toda la
economía de la salvación. Esta realidad última se describe con
mucha frecuencia con las palabras de Oscar Cullmann (1946): «la
oposición entre el presente y el porvenir, entre lo que ha sido ya
cumplido y lo que no está aún acabado» (p. 176). Recordemos, no
obstante, que la traducción castellana de sus palabras que se
impuso en los contextos teológicos no emplea la terminología
exacta de este autor. La expresión alemana de Cullmann es mucho
más rica en ese sentido: «schon erfüllt und noch nicht
vollendet» [ya se ha cumplido y aún no se ha completado]. El
sentido implica no solo el fenómeno de la realización sino su
completitud escatológica definitiva.
Sin embargo, esta afirmación antitética suele quedarse tan sólo
en la incesante desesperanza del «todavía no», si no se asume el
compromiso profético del «ya». Nuestro acercamiento a las
experiencias tanto de las personas místicas como de las personas
queer ha buscado, con especial interés, visibilizar las
transformaciones que pueden brotar, y que de hecho ya han
brotado, desde aquellas regiones diaspóricas en las que ha resistido
el pueblo diverso de Dios. En este sentido, queerificar la mística es
traer nuevamente a la arena del devenir el sentido completo de la
realización creatural.
Precisamente Butler (2002: 323) reivindica el término «queer»
presentándolo como ese punto de reunión que tiene la posibilidad
de transformarse en «un sitio discursivo» para las prácticas de
repetición subversiva y de transformación social, política y
religiosa. Como bien afirma Luiz Alexandre Rossi (2002):
La gestación social del mesías se produce a partir de
experiencia concreta de la contradicción determinante de
estructura social de dominación. Es la contradicción –de
experiencia social de la marginación– el lugar ideal para
gestación del mesías (p. 46).
la
la
la
la
Ahora bien, la cuestión de cómo relacionarse honesta y
justamente con las personas queer se ha convertido en uno de los
problemas más críticos que enfrenta el cristianismo en el siglo XXI.
Quienes hacemos parte de alguna minoría sexual hemos sentido.
—de manera particularmente intensa— la incapacidad de la
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Resistencia queer
mayoría de los liderazgos religiosos de involucrarse acertadamente
en los problemas y exclusiones que vivimos. Muchas personas
hemos sido explícitamente excluidas de las comunidades religiosas
y privadas de la vida comunitaria y eclesial, de su participación en
el ministerio, de su acceso a los medios sagrados de salvación y de
su identificación en los textos sagrados.
Debido a esta situación, el interés por la espiritualidad desde
una perspectiva de resistencia y contra-opresiva está aumentando.
No obstante, a menudo, se produce sin prestarle atención a la
sabiduría y profundidad que se encuentran en las antiguas
tradiciones místicas, que han quedado como presas en el discurso
religioso institucional pero que han contribuido a sembrar
elementos que son muy similares a los postulados de las teologías
queer.2 Con esto, todas las personas perdemos. Por un lado, las
comunidades eclesiales pierden los desafíos vitales y
transformadores que emergen en la realidad contemporánea. Por el
otro lado, muchas personas —queer o no— se pueden perder de la
riqueza de aquellxs «extraños» testigxs espirituales que la
humanidad ha conocido: lxs místicxs.
Sin embargo, cada vez más, crecen los testimonios de cristianxs
queer valientes que han logrado trasvasar el umbral de la
invisibilidad y que se han articulado políticamente para incidir, o
por lo menos sacudir, las distintas instituciones religiosas en sus
posturas sobre la espiritualidad, la sexualidad y los derechos
humanos. Estos testimonios nos hablan de resistencia y valentía,
de sueños, luchas y fe, de un anhelo de justicia y dignidad, de un
«ya» profético que se anuncia a viva voz. Estos testimonios nos
hablan de aquel recuerdo peligroso y liberador de Jesús. Pues, así
como Jesús lo hizo en su tiempo, todavía hoy, se nos invita a
desprendernos de cualquier postura rutinaria y postiza. Aún más,
afirman y confirman la tesis de Karl Rahner (1980: 375) de que el
futuro del cristianismo «será místico, no será», algo que luego es
profundizado por Eugen Bizer (1987: 7).
Los caminos son múltiples. Al respecto, Andrew K. T. Yip (1997), y Bennett L.
Singer y Deschamps (1994) afirman que estas opciones son: (a) volverse
agnósticx, (b) alejarse de las religiones, (c) convertirse a denominaciones más
progresistas o (d) insertarse en las nuevas espiritualidades. Estas son solo
algunas de las alternativas propuestas para la resolución de esas disonancias o
conflictos.
2
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En los pasos de Althaus-Reid (2003), necesitamos (re)afirmar
que el Dios queer nos exhorta a liberarnos de los engaños, miedos y
egoísmos que paralizan nuestras vidas. Jesús resucitado suscita en
nuestros corazones algo tan decisivo como es la alegría de vivir, la
compasión por los últimos y el trabajo incansable por un mundo
más justo. El auxilio del Espíritu Santo nos enseña a vivir con
sencillez y dignidad, con fe, esperanza y caridad.
Conclusión
Como lo percibimos en este artículo, la tradición mística tiene la
capacidad de una renovación profunda y una sabiduría que puede
inspirar y guiar tanto la emancipación de las comunidades
cristianas como la libertad, de una vez para siempre, de la
comunidad queer. Tal renovación, sabiduría e inspiración son
necesarias en un mundo y en una Iglesia Cristiana en los que
cuerpo y alma, sexo y espíritu, tierra y cielo siguen divididos
trágicamente.
La consideración de los rasgos queer de la mística y de la
existencia de personas queer que han alcanzado experiencias
místicas no debe seguir relegándose a contextos meramente
periféricos, pues se trata de testimonios históricos poderosos desde
los que podemos reconocer que, así como al comienzo de este
milenio se afirmó que el cristianismo del siglo XXI o será místico o
no será cristiano, quien escribe estas líneas se atreve a afirmar que
el futuro místico del cristianismo, o será queer o no existirá.
Así, mientras la utopía que mueve nuestros corazones se cumple
en esta realidad temporal, las personas «dislocadas» y «extrañas»
seguiremos resistiendo mientras clamamos el soplo renovador del
Dios «extraño» que creó un mundo bello, multicolor y diverso. Sólo
un Dios queer puede hacernos comprender que toda la humanidad
fue creada según su semejanza (Gn 1.26) para que vivamos, nos
movamos y existamos de diversas maneras.
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