Clepsidra. Revista Interdisciplinaria de Estudios sobre Memoria, ISSN 2362-2075, Nº 1, marzo 2014, pp. 176-191
DOSSIER “TESTIMONIO: DEBATES Y DESAFÍOS DESDE AMÉRICA LATINA”
Self affirmation and
duty of memory
in La Escuelita, by
Alicia Partnoy
Afirmación subjetiva
y deber de memoria
en La Escuelita, de
Alicia Partnoy
Alicia Salomone*
RESUMEN
Este trabajo se concentra en el análisis del testimonio literario que la escritora argentina Alicia Partnoy publica en
1986 en Estados Unidos y reedita en castellano, en 2006 y
en la Argentina, bajo el título de La Escuelita. Relatos testimoniales. El objetivo del estudio es proponer una lectura interpretativa del relato, considerando, por un lado, el contexto
de producción que lo enmarca, y por otro, los modos que
posibilitan su plasmación textual. En cuanto a esto último,
interesa observar las estrategias discursivas que lo articulan,
básicamente las características que adopta la enunciación
(quién, cómo y por qué narra), los géneros discursivos a
los que se recurre, así como el uso de tropos e imágenes
mediante los cuales la narradora refiere los acontecimientos
asociados a su permanencia en el centro clandestino de detención y exterminio de la ciudad de Bahía Blanca durante
la última dictadura militar.
ABSTRACT
Palabras clave:
Testimonio; Literatura
argentina; Alicia Partnoy
This work focuses on the analyses of a literary testimony
written by the Argentine woman writer Alicia Partnoy. The
text was first published in English the United States in 1986
as The Little School and was republished in Spanish in
2006 in Argentina as La Escuelita. Relatos testimoniales. The
main goal of this work is to propose an interpretation of
this narration that considers on the one hand, the context
of production of this text and on the other hand, its formal
organization. In regard to this latter aspect, it is relevant to
observe the discursive strategies, basically the characteristics of the enunciation (who and how narrates in the text,
as well as the reasons to do it), the genres used and the tropes and images that allow the narrator to refer the events
associated to her permanence in the clandestine center of
detention and extermination called La Escuelita during the
last military dictatorship in Argentina.
Key words:
Testimony; Argentine
literatura; Alicia Partnoy
* Doctora en Literatura por la Universidad de Chile. Profesora del Departamento de Literatura y del Centro de Estudios Culturales Latinoamericanos de dicha Universidad. Se especializa en historia y crítica de la literatura latinoamericana, y en la crítica
literaria feminista. Entre las publicaciones principales se cuentan los libros Alfonsina Storni. Mujeres, modernidad y literatura
(2006), Modernidad en otro tono (2004, en coautoría con G. Luongo, N. Cisterna, D. Doll y G. Queirolo), Postcolonialidad y
nación (2003, en coautoría con G. Rojo y C. Zapata).
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Introducción
Este trabajo propone una lectura del texto que Alicia Partnoy
publica en 1986, en los Estados Unidos, con el título The Little
School, y reedita en versión castellana en la Argentina, en 2006,
como La Escuelita. Relatos testimoniales. Es un testimonio que
reconstruye literariamente el período en que Partnoy permanece
recluida en calidad de detenida-desaparecida, entre enero y abril
de 1977, en el centro clandestino de detención y exterminio conocido como “La Escuelita” de la ciudad de Bahía Blanca1. La autora
retoma esta misma denominación para titular el libro, con lo que
instala esa imagen simbólica que es central en el imaginario nacional (la escuela pública) y la resignifica irónicamente como “Escuelita… de muerte y destrucción” (2006: 19), para representar no
sólo el afán represivo de la dictadura militar iniciada el 24 de marzo
de 1976, sino sobre todo el ímpetu de resocialización y refundación
de la sociedad argentina.
En cuanto al referente del que da cuenta el testimonio, hay que
decir que luego de que el centro clandestino “La Escuelita” fue
demolido, su fisonomía, funcionamiento y los nombres de personas
que allí estuvieron pudieron ser identificados, en buena medida,
gracias a este testimonio y a otras declaraciones realizadas por Alicia Partnoy en distintas Comisiones de Verdad e instancias judiciales2. Esta relación entre testimonio judicial y literario que propone
el texto de Partnoy, y que a primera vista podría sorprender, en
verdad no es una situación excepcional pues, como sostiene en su
estudio Nora Strejilevich (2006), en la Argentina de la posdictadura el énfasis en la demanda de justicia dio lugar a la emergencia
de narraciones que surgían, sobre todo, desde la escena judicial y
que, como sucede en este caso, incluso podían volver a ella3.
Por mi parte, desde un enfoque crítico-literario, me interesa
indagar en los modos de plasmación textual de este testimonio,
explorando el valor que la dimensión literaria le otorga al texto, y
que es la que le permite trascender su condición eminentemente
documental. Pues si, por una parte, todo testimonio busca instalar
un discurso de la verdad, ofreciendo conocimientos factuales sobre
ciertos acontecimientos; por otra, el discurso literario, en tanto discurso de lo verosímil (o de lo que se parece a la verdad), aporta un
sentido: una interpretación que nos permite acercarnos al modo
como los sujetos vivencian determinados hechos, de los que dan
cuenta a través de ciertas configuraciones de lenguaje4. En este
marco, lo que me interesa es observar las estrategias discursivas
que dan forma al relato: las características que adopta la enunciación, los géneros a los que se recurre y, particularmente, el diálogo
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1 El Centro “La Escuelita” se ubicó
en el barrio de Villa Floresta, al noroeste de Bahía Blanca. Dependió del V
Cuerpo del Ejército Argentino y fue
demolido en 1979 con la intención
de destruir las pruebas que acreditaban su funcionamiento como centro
de detención y exterminio. El 10 de
agosto de 2012 fue señalizado como
el “Lugar de memoria” N° 36 de la
Red Federal de Sitios de Memoria de
la Secretaría de Derechos Humanos
de la Nación (cfr. http://www.argentina.ar/temas/derechos-humanos/335la-escuelita-senalizaron-el-centroclandestino-en-bahia-blanca). En
septiembre de 2012, la Justicia
condenó a distintas penas a 17 ex
militares y policías como responsables
de cometer allí crímenes de lesa
humanidad (cfr. http://www.jus.gob.
ar/accesoalajusticia/comunicacion/
novedades/2013/03/15/charla-por-lamemoria-en-bahia.aspx) [Fecha de
última visita: 25 de mayo de 2013].
2 Alicia Partnoy testimonió en
la CONADEP en 1984 y, a finales
de 1999, participó en los Juicios
por la Verdad de la ciudad de Bahía
Blanca. Dos años después, declaró
en la causa por crímenes cometidos
en la jurisdicción del V Cuerpo de
Ejército. Sus registros testimoniales,
los judiciales y el literario, son coincidentes en las informaciones factuales
que entregan (Partnoy, 2006).
3 Como explicita Partnoy en su libro, su testimonio literario fue incluido
como evidencia en los juicios por la
verdad de Bahía Blanca por iniciativa
del fiscal Hugo Cañón (Partnoy, 2006).
4 En relación con la distinción entre
discurso cotidiano y científico, por
un lado, y discurso literario, por otro,
Grínor Rojo precisa que la diferencia
entre ellos no radica en que los dos
primeros producirían conocimiento y
el tercero no, sino en la índole del conocimiento que producen. De este modo,
si a través del discurso cotidiano y/o
científico se accede a un conocimiento
factual de la realidad del mundo, el
discurso literario lo hace desde la
verdad confusa a que se refirió Kant o
la verdad verosímil de la que hablaron
Platón y Aristóteles (Rojo 2002: 98),
brinda la posibilidad de acceder a un
sentido, a un “‘pudiera ser que…’ para
ese mismo mundo” (2002: 100).
que este testimonio establece con el lenguaje poético, cuyos recursos resultan cruciales para poner en palabras tanto las vivencias
asociadas a la permanencia de la narradora en el centro clandestino
de detención, como los sentidos que ella otorga a dicha experiencia.
A modo de hipótesis, postulo que la modulación de la voz y
la imaginación poética son los elementos distintivos de este testimonio, pues es a través de ellos como la narradora lleva a cabo
las operaciones que resultan esenciales para su supervivencia. Por
un lado, afirma su subjetividad, desplegando un diálogo interno
donde se oponen los discursos de aniquilamiento de los represores a una voz personal que conscientemente busca anclajes desde
donde resistirlos. Por otro, en un ambiente donde la comunicación
visual está proscrita debido a la imposición de una venda en los ojos
de los prisioneros, también es la voz la que le permite a la narradora
vincularse con aquellos con quienes comparte el cautiverio. Así,
inmersa en esas condiciones brutales, será la poesía y sus recursos
los que le permitirán no sólo alimentar una pulsión vital que se ve
ciertamente amenazada, sino también tender puentes solidarios y
dialógicos hacia sus pares. Pues, como queda en evidencia en el
recorrido de este testimonio, son ellos y ellas los/las que le ayudan
a mantenerse viva en “La Escuelita” y, en el presente de la enunciación del texto, es su recuerdo, proyectado como un deber de
memoria, lo que le garantiza una sobrevida que no sólo es posible
sino digna5.
El deber de memoria en la escena de la enunciación
Dominique Mainguenau (1993), en un estudio sobre la relación entre el texto y su contexto en las obras literarias, sostiene
que la identidad del escritor es per se inestable dado que surge de
un no-lugar, un espacio que no es ni textual ni contextual sino un
sitio liminar que se instala entre los dos primeros. Dice Maingueneau que crear una obra literaria, a la vez que configurar ciertos
enunciados (escenarios, personajes, tramas), supone construir las
condiciones que permiten producirla. De esta manera, define la
llamada escena de la enunciación, un concepto con el que nombra
ese lugar elusivo desde el cual un sujeto se expresa y lo hace de una
manera determinada; y que es un acto lingüístico que, en su misma
producción, genera la transformación del escritor, como sujeto biográfico, en una voz discursivamente articulada en el texto. Si esta
proposición de Mainguenau es verificable en toda obra literaria,
es especialmente iluminadora en el caso de los testimonios. Pues
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5 El “deber de memoria” adopta
en este testimonio un sentido éticopolítico cercano a los términos, como
lo define Paul Ricoeur (2000). Ello
supone, por una parte, el establecimiento de una relación estrecha entre memoria y justicia (hacer justicia
a un “otro”, distinto de sí, mediante
el recuerdo), y por otra parte, la idea
de deuda u obligación respecto de
esos otros que ya no están, pero que
estuvieron.
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este tipo de textos, por su carácter único e idiosincrático y por su
índole esencialmente autoconstructiva, suele remarcar la escena de
su enunciación, esto es, aquello que hace posible su existencia en
tanto texto y discurso, produciendo sucesivos reenvíos a su punto
de origen.
Como decíamos más arriba, el testimonio de Alicia Partnoy
emerge desde un nítido deber de memoria y así establece las condiciones de su propia decibilidad. A su vez, ese mandato rememorativo apunta en una doble dirección: una explícita y pública,
y otra sutil e íntima. Esta última, más callada aunque no menos
importante al aparecer en la apertura del libro, es la que está aludida
en la dedicatoria poética a su hermano Daniel:
para quien la vida
llegó a ser tan absurda
que resolvió ponerle fin
(Partnoy, 2006: 5) 6
De él poco se sabe, dado que se lo retrata fugazmente en la ejecución del poema; no obstante, su figura parece proyectarse sobre
todo el texto al dibujarse como la contracara fantasmática de esa
hablante que no sólo logra sobrevivir al exterminio de sus pares,
sino que encuentra nuevos sentidos desde los cuales sostener esa
sobrevida. Esto último remite, asimismo, al segundo mandato o
deber de memoria, que señala directamente a esos compañeros de
cautiverio y, más aún, a los que nunca regresaron de “La Escuelita”, respecto de los cuales ella trasluce una deuda que su testimonio vendría a saldar. Pues, en efecto, de lo que se trata es de
realizar un homenaje a aquellos que le otorgaron una oportunidad
de supervivencia y, de este modo, operar una restitución de sus
voces y, por ende, de sus vidas, la que sólo puede ocurrir en el lenguaje y por mediación de la palabra de esta hablante/testigo. Así,
dice ella en la introducción del texto: “Las voces de los compañeros de La Escuelita resuenan con fuerza en mi memoria. Publico
estos relatos para que esas voces no sean silenciadas” (15); “Como
sobreviviente, sentí que era mi deber ayudar y dar testimonio de lo
ocurrido” (13).
Concebido el relato desde esta perspectiva, lo que resulta es una
escritura donde distintas voces se alternan para construir la historia, adoptando una estructura plurivocal que arma un contrapunto
no necesariamente armónico. Así, bajo la forma de epígrafes, se
integran referencias heterogéneas, la primera de las cuales es una
cita del “Documento Final de la Junta Militar”, de abril de 1983,
una declaración oficial mediante la cual la dictadura intentó negar
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6 De aquí en más, las referencias
al texto de Partnoy sólo indicarán el
número de página al final de la cita.
la existencia de los desaparecidos y los centros clandestinos7. Este
informe es una referencia de primer orden en el armado del testimonio de Alicia Partnoy pues, de hecho, su discurso se levanta
contra aquel documento como un todo.
Por otro lado, en el proceso de construirse como tal, este contradiscurso también enlaza relaciones de complicidad con otros discursos que aparecen diseminados en el texto8. Entre ellos, encontramos las palabras de Eva Perón, otros testimonios de militantes y,
sobre todo, textos de poetas políticos de España y América Latina
(Blas de Otero, Leonel Rugama y Gabriel Zelaya, entre otros).
Destaco en especial estas últimas referencias porque, si por un
lado explicitan la autoconciencia del texto como un testimonio poético, por otro, permiten descentrar la excepcionalidad que pudiera
deducirse de esta historia, reinstalándola desde la perspectiva de
una memoria ejemplar, lo que el texto hace posible al ligar el relato
de esta experiencia vivida en la Argentina con otras luchas democráticas desplegadas en otros lugares del mundo9. En este sentido,
hago mías las palabras de Nora Strejilevich (2006), cuando afirma
que el imaginario setentista, en su sentido humanizador y utopista,
no sólo no es destruido en este relato por la vivencia de exclusión
radical que supone el campo, sino que, por el contrario, pareciera
salir fortalecido.
Las múltiples modulaciones que hacen este relato posible
7 Dice la cita: “Se habla asimismo
de personas ‘desaparecidas’ que
se encontrarían detenidas por el
gobierno en ignotos lugares del país.
Todo esto no es sino una falsedad
utilizada con fines políticos, ya que
en la República Argentina no existen
lugares secretos de detención, ni hay
en los establecimientos carcelarios
personas detenidas clandestinamente” (17).
8 Remito aquí a la noción de
intertextualidad que Grínor Rojo
(2001: 85 y ss.) actualiza, partiendo
de los aportes de Mijaíl Bajtín y Julia
Kristeva, para explicar la relación de
complicidad, tolerancia y/o disputa
que suelen establecer entre sí los
discursos que integran un texto
determinado.
9 Retomo aquí la diferencia
que, a partir de Todorov, establece
Elizabeth Jelin entre memoria literal
y ejemplar. A partir de ella, es posible
distinguir un recuerdo que preserva
un caso único e intransferible de
otro que, sin negar la singularidad de
cada experiencia, permite traducirla
en demandas más generales, convirtiendo esa rememoración en un
ejemplo que permite aprendizajes y
transforma al pasado en un principio
de acción (Jelin, 2002: 50).
Como dijimos más arriba, este testimonio se construye como
un contradiscurso frente al cinismo militar que, durante la dictadura, negó entidad a los detenidos-desaparecidos para configurar un imaginario que suprimía toda posibilidad de su retorno a
la vida. Ello se prolongó, durante la posdictadura, en el silenciamiento sistemático que, especialmente los jerarcas militares, mantuvieron acerca de lo acontecido con la mayor parte de ellos. Bajo
estas condiciones, la (re)aparición de esas figuras fantasmales a
través de voces como las que surgen del testimonio de Partnoy no
sólo contesta efectivamente a esa política deshumanizante, sino
que nos interpela en tanto lectores, convocándonos a interrogarnos
sobre los modos de representación y recepción de esas experiencias límite. Pues dichas figuras espectrales no sólo son portadoras
de una carga siniestra en la que se mezclan la vida y la muerte,
la razón y la sinrazón, sino que, por años, proyectaron sospechas
sobre los propios sobrevivientes, haciendo difícil la inscripción y
circulación de sus discursos entre sus potenciales destinatarios.
Atravesada inevitablemente por estos dilemas, la narradora opta
por articular su relato de manera abierta, armando un tejido interDossier | Discurso testimonial y lenguaje poético en La Escuelita, de Alicia Partnoy | Alicia Salomone
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textual con otros textos y discursos que rodean al propio texto,
desde el cual su discurso procura asegurar las condiciones de su
legibilidad y escucha, así como su legitimidad ético-estético-política. Definida por esa porosidad, emerge una escritura que mixtura géneros discursivos y hablas diversas, pero dentro de la cual se
distinguen dos registros diferenciados. Por un lado, uno de índole
ensayístico-informativo y, por otro, una narración de tono literario,
que recrea ciertas escenas y adopta recursos propios de la escritura
poética.
En registro ensayístico encontramos los dos fragmentos que
enmarcan el libro, en los que la narradora asienta una posición
respecto de quién es y de las motivaciones que la llevan a escribir.
El inicial se presenta como un racconto autobiográfico, en el que
inserta lo vivido en “La Escuelita” dentro de un recorrido mayor
que la define como una persona comprometida de forma irreversible con las luchas contra la injusticia. Comienza su historia con su
conversión en militante de la Juventud Peronista en los años setenta
y continúa con los eventos de su secuestro y desaparición; luego
refiere su legalización y permanencia en calidad de presa política,
así como su salida al exilio en los Estados Unidos, en 1979, donde
se integra al movimiento de derechos humanos. El relato concluye
con su regreso a la Argentina, en 1984, para testimoniar ante la
CONADEP, y con la publicación de su libro en los Estados Unidos, dos años después. El segundo segmento informativo, situado
al final del libro, incluye fragmentos de testimonios judiciales que
amplían datos, nombres y circunstancias no ingresados en la primera edición en inglés, entre los cuales también se encuentra un
croquis del centro de detención.
En registro literario, por su parte, se compone la parte central
del relato, que se despliega en diecinueve viñetas, organizadas en
ocho capítulos de una prosa narrativa intervenida por diversas
inserciones. Así, encontramos poemas, discursos directos y monó-
logos interiores de los personajes, el uso de un humor sarcástico,
junto con distintos usos de la grafía; recursos que, sumados a la
incorporación de tropos e imágenes lingüísticas, desplazan la escritura hacia una discursividad poética. Por otra parte, a ellos se agregan tres ilustraciones en blanco y negro10, realizadas por Raquel
Partnoy, madre de Alicia, cuyas imágenes visuales en diálogo con
el relato reponen una perspectiva que, en gran medida, fue cercenada a la narradora por el uso de la venda en el centro de detención.
Se trata de un elemento relevante, pues estas imágenes le permiten incorporar una dimensión de la historia que debió reconstruir
esencialmente mediante registros auditivos, kinésicos y visiones
mínimas, cuando no apelando a la imaginación poética. Esto es lo
que se deja ver en el texto titulado “Telepatía”:
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10 Cfr: http://www.youtube.com/
watch?v=Z-tYBHZyvbc [Fecha
de última visita: 18 de mayo de
2013]. En este sitio es posible ver
los grabados en blanco y negro que
se reproducen en el libro, así como
los mismos dibujos en formato de
tamaño mediano y a color.
[Esta tarde] Reconstruí en mi imaginación la casa de la calle Uruguay, mi
mamá y sus cuadros en el galponcito, papá preparando el té en la cocina,
mi hermano doblado sobre un libro… el sol… los árboles del patio. “Estoy
bien”, repetí mentalmente. “Estoy viva. Estoy viva. Todavía estoy viva. Estoy
bien”. […] Mamá siguió pintando, papá revolvió el té y Daniel dio vuelta la
página de su libro… En el patio los árboles se balancearon, pero yo no los vi,
sólo los imaginé. Ellos tampoco me escucharon. Los pies me cosquilleaban.
Quería salir corriendo (43).
El humor y la ironía como estrategia de desdoblamiento y
autoafirmación
En su estudio sobre el testimonio de Partnoy, Nora Strejilevich
(2006: 80) señala que las narraciones breves que lo componen no
sólo escenifican aspectos de la cotidianeidad vivida por la narradora y sus compañeros en el centro clandestino. En su opinión, lo
más significativo del relato es cómo, desde una estructura compleja,
ella logra dar evidencia de los quiebres y el absurdo de la violencia
genocida experimentada en el campo. Según Strejilevich, esto se
hace efectivo mediante estrategias discursivas que echan mano del
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juego, el humor y la palabra poética, permitiendo la articulación de
una subjetividad que logra observar ese escenario desde una lejanía
irónica.
Estas ideas me parecen reveladoras de los modos en que opera
el discurso de Partnoy, donde se destaca el uso de una estrategia
de distanciamiento, apelando o no a una enunciación irónica. El
primer caso es el que observamos, por ejemplo, en la escena donde
la narradora relata su propio secuestro en tercera persona, posibilitando el desplazamiento del yo hacia esa otra figura, que es ella
misma pero proyectada en el personaje narrado:
Ese mediodía andaba con las sandalias del ‘Negro’. Hacía calor y no tenía
ganas de revolver el ropero para buscar las suyas. […] Cuando golpearon
la puerta recorrió chancleteando los treinta metros de pasillo. Pensó por
un segundo que tal vez no debiera abrir: golpeaban muy a lo bruto… pero
era mediodía. Siempre los había esperado de noche. Era lindo andar con el
batón de entrecasa y las sandalias del ‘Negro’ después de haber dormido
tantas noches con los zapatos puestos, esperándolos (21).
En otros casos, sin embargo, incluso en situaciones de alta intensidad trágica, como es su llegada al centro de detención, la narradora encuentra la manera de sobreponerse a las emociones dolorosas, dirigiendo una mirada que detecta comicidad en medio de esa
realidad brutal. Se trata de un recurso que suele detonarse en ella
de un modo semejante a como acontece la emergencia de una imagen poética, es decir, desde la observación de un detalle significativo que permite desestructurar el orden imperante en el entorno.
Esto es lo que se deja ver, por ejemplo, en la escena donde bromea
con “La Vasca”, una de sus compañeras, acerca de unas sandalias
que le dieron y que suceden a aquellas pertenecientes a su marido,
extraviadas en las corridas que siguieron a la irrupción de los militares en su casa. La imagen de esa margarita enorme, único remanente en un par de sandalias que alguna vez tuvo dos, la impacta
tanto por su orfandad, que seguramente asocia con la propia, como
por la comicidad que le sugiere su asociación metonímica con un
poema antiguo y sentimental, el de los setenta balcones y ninguna
flor11. Esa margarita que, como un objeto valioso, es preservada
por la narradora durante los dos meses de su reclusión no logra, sin
embargo, sobrevivir al cautiverio, y así se fija en su recuerdo como
un doble simbólico de su propio cuerpo que permanece en el centro clandestino el día de su traslado. En este punto, abandonando el
humor y la ironía, la narradora concluye su relato con una imagen
metonímica que señala, a través de aquel objeto, su otro destino
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11 Me refiero al poema “70
balcones y ninguna flor” del poeta
posmodernista argentino Baldomero
Fernández Moreno (1886-1950),
que en los años setenta formaba
parte del canon poético escolar.
posible, ese que podría haberse vuelto real en cualquier momento,
y que de hecho así lo fue para la mayor parte de sus compañeros:
“Las chancletas con una sola flor quedaron en La Escuelita, desaparecidas…” (24).
Finalmente, la ironía también suele asumir en el relato la forma
de una autoironía proyectada sobre sí, como ocurre cuando la propia narradora se desdobla entre ese sujeto que actúa y otro que
mira su actuar, o bien cuando se ve reflejada en ciertos espejos
reales o simbólicos, como son las miradas y voces de otros, en particular las de sus captores. Así, en el texto titulado “El nombre”,
ella ironiza sobre la pérdida progresiva de ciertas referencias identitarias, las que van quedando atrás a medida que ella se adentra en
el anonimato forzado de la clandestinidad represiva. Pues, si en un
comienzo alguien inquirió su nombre y alias (Alicia Partnoy o la
Rosa), cumplidos los protocolos del interrogatorio, esos datos pierden sentido en un lugar esencialmente destinado al aniquilamiento
físico y moral de los detenidos, y donde ellos mismos deben disciplinarse en el olvido de señas que pudieran resultar inculpatorias.
La narradora, en un comienzo, no parece afectada por la pérdida de esos anclajes de identidad, pero su perspectiva se modifica
al percibir en el propio cuerpo las evidencias de un deterioro que es
subjetivo pero también material, y que detecta, mediante el tacto,
en la anomalía de unos huesos que sobresalen de la carne y unos
pómulos que se han vuelto puntudos. Por otra parte, si por un
lado ella logra percibir esas marcas alarmantes, estas son aún más
evidentes para sus carceleros, quienes comienzan a llamarla “La
Muerte”; un apelativo que no sólo evidencia la crueldad cotidiana
a que eran sometidos los detenidos, sino que trasluce el cometido
perverso, propio del andamiaje represivo clandestino, de anular en
ellos todo sentido vital.
Esa sentencia tanática, sin embargo, no tiene el efecto esperado
sobre la narradora, pues paradojalmente detona en ella una reacción contra esa negación radical que se le impone. De este modo,
tomándola como punto de apoyo para una resistencia, decide recuperar su nombre y junto con éste la palabra, para sostener desde el
lenguaje una autoafirmación que es individual y también colectiva.
Su voz reemerge, entonces, como garantía primera de la existencia
y, además, como anclaje de supervivencia, pues es allí donde logra
afincar una certeza básica: si habla, entonces, existe. Así, concluye
la narradora: “Desde entonces me llaman ‘La Muerte’. Será por
eso que cada día al despertarme repito para mis adentros que yo,
Alicia Partnoy, todavía estoy viva” (36).
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El yo, los otros y las otras
Como decíamos al comienzo, la escritura de este texto responde
a un explícito deber de memoria y también a una deuda que debe ser
saldada, mediante este relato poético, respecto de aquellos que, con
palabras, gestos, juegos y con el contacto de los cuerpos, apoyan la
sobrevida de la narradora. Ellos son sus compañeros y compañeras
de cautiverio, los más próximos, con los que alcanza a intercambiar
algunas palabras, entrecruzar manos o acercarles migas de pan.
Son sujetos a quienes logra entrever bajo la venda que le cubre los
ojos y con quienes arma estrategias verbales para escapar del tedio
carcelario u obtener pequeñas concesiones de los guardias, como
una salida al baño o un permiso para tomar un poco de agua. Cabe
destacar, por otra parte, que lejos de aparecer como jóvenes víctimas de un sistema deshumanizante, como suele ocurrir en muchos
testimonios de las décadas del setenta y ochenta, estas personas son
retratadas en el texto en su condición de militantes de un proyecto
político conscientemente asumido por ellos en el pasado y que la
narradora aspira a rescatar, de algún modo, en su presente.
Como acontece con el relato de sus experiencias, al delinear a
esos otros y otras la narradora procede mediante la rememoración
de ciertas escenas que tuvieron lugar en el centro de detención,
o incluso desde la concentración en un detalle que revela algún
aspecto esencial en ellos. Entre estos rasgos, la narradora remarca
algunos que juzga transversales, como la juventud, la vitalidad, el
coraje frente a la tortura, la solidaridad y la consecuencia política.
También muestra otros que suponen diferencias, en particular de
género-sexual, cuando se refiere a sujetos femeninos que aparecen
delineados en su triple condición de mujeres, madres y militantes.
Bajo una y otra modalidad, se van articulando estos retratos que,
a la manera de bosquejos, se concretan en unos pocos trazos que
resultan definitivos por la nitidez e intensidad de las imágenes que
plasman. La estructura de viñetas que presenta el libro permite,
asimismo, que las distintas historias puedan congregarse en un
tejido textual heterogéneo, donde la voz de la narradora se entrelaza con estas otras subjetividades que ella quiere recuperar en su
relato.
En relación con esto último, uno de los textos que me parece destacable es el que se titula “La primera noche ‘del Benja’”, donde la
narradora cuenta sobre las horas que siguen al primer interrogatorio de un joven de 17 años, posteriormente trasladado y asesinado,
en un relato que contrapone dos vivencias sobre lo que está sucediendo. Se trata de una estrategia que evidencia la imposibilidad
de aproximarse a este tipo de hechos desde un recuento factual,
objetivista y exterior a ellos, donde quedaría silenciado lo esencial;
es decir, el modo en que ciertas situaciones traumáticas son vividas
y evaluadas por quienes las padecen. Así, desde un contrapunto de
voces, que además destaca con cambios en el diseño de la grafía,
la narradora despliega dos monólogos interiores, que oponen su
propia conciencia, ya conocedora de las rutinas concentracionarias
y de lo que previsiblemente ocurrirá con el prisionero, con la de ese
militante recién llegado a “La Escuelita”. En el contraste, entonces, se va develando la figura de ese joven que, a pesar de haber
padecido las primeras torturas, todavía mantiene entereza física y
mental frente a los torturadores, al tiempo que se evidencia ante sus
compañeros como un ser frágil, a quien se debe proteger pues aún
no logra comprender los mecanismos de control que operan sobre
él ni ha desarrollado estrategias de defensa frente a ellos. Dice el
relato:
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Clepsidra
Mirá vos dónde vine a encontrármela a ‘la Rosa’! Esta venda me aprieta
demasiado los ojos. Esto no es nada… si pudiera sentarme… lo feo fue
cuando me colgaron de los pies, el sol recocinaba. ¡Hijos de puta! Ya nos las
van a pagar todas… Tengo hambre… ‘Rosa’ no me habla, no se debe poder
hablar. Sólo me avisó que estaba allí, justo en la cucheta de arriba, la cucheta
a la que estoy atado.
¡Pobre ‘Benja’! Tan desvalido, desnudo, las costillas marcadas… seguro que
tiene hambre […] Tengo la venda ajustada y si me tuerzo mucho para espiar me
van a pesar. Si estiro los pies, en cambio, le toco las manos: las tiene heladas. Me
gustaría poder protegerlo… (37-38; la cursiva es de la autora).
El mismo procedimiento de contraposición de voces se pone en
juego en otro de los textos, “Natividad”, un relato donde se refiere
el parto de la prisionera Graciela, narrado desde la perspectiva de
ésta y, a la vez, de la de su partero y torturador. El relato se concentra en la historia de esta mujer que da a luz en el centro de detención, cuyos antecedentes la narradora había anticipado en un texto
previo: “Graciela: alrededor de la mesa”. Esta historia, que dada su
relevancia cierra el libro, remite tanto a la situación narrada como,
indirectamente, a la narradora, quien también es una mujer-madre
sometida a la tensión de una maternidad en cautiverio. No obstante, a diferencia de Partnoy, cuya hija queda abandonada en la
casa al momento de su detención, en el caso de la embarazada Graciela la tensión se ve agravada por la inminencia de la muerte que
acecha en “La Escuelita”, involucrándola tanto a ella como al hijo
que nacerá.
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Así, la historia trágica de esta compañera proyecta su sombra
sobre la misma narradora, quien, desde el espejo que le ofrece esa
otra figura, puede referir afectos que parecen resultarle muy complejos, en los que se comprometen el miedo, la incertidumbre, la
culpa y la fragilidad. Son emociones que aparecen fugazmente en
su discurso, pero que se tornan visibles en las sucesivas remisiones
a la figura de su hija a lo largo del relato, y a través de las cuales
podemos vislumbrar el límite de la razón al que ha sido conducida
en el sistema represivo. A través de esas imágenes que la conectan
con los conflictos derivados de su condición de madre y militante,
la narradora va develando una subjetividad en crisis, que ya no
puede controlar la integridad de la propia conciencia, ni siquiera
apelando al distanciamiento irónico que le es característico. Esto es
lo que se observa en el fragmento titulado “Rompecabezas”, particularmente en esa imagen que muestra su angustia ante la imposibilidad de recordar el rostro de su hija y el consecuente esfuerzo
que realiza por mantener el autocontrol frente a esa emoción que
amenaza con desestructurarla:
Hace rato que estoy tratando de recordar cómo es la cara de Ruth. Me
acuerdo de sus ojos grandotes, de su naricita casi inexistente, de la forma
exacta de su boca. Recuerdo la textura de su pelo y la temperatura de su piel.
Cuando trato de poner todo eso junto, algo falla. No me puedo acordar del
rostro de mi hija. […] Me acuerdo, sí, de las cosas que hacíamos juntas. Aunque no estoy siempre pensando en ellas. Más bien he tratado de no recordar
mucho… para no llorar. Si lloro me desarmo… pero ahora quiero imaginar
su rostro, armar el rompecabezas… (65)
Volviendo a la historia de Graciela, ésta se despliega, como
comentamos más arriba, desde la contraposición entre la voz de
esta mujer y la de su carcelero, lo que supone un procedimiento
de distanciamiento máximo frente a los hechos narrados a través
del cual la narradora logra evidenciar la inhumanidad maquínica
que operaba en el centro clandestino y, por extensión, en todo el
despliegue represivo de la dictadura. Para ello, recurre a la representación de una escena que visibiliza ese cometido siniestro desde
una de sus manifestaciones más aciagas, a saber, la política de
apropiación sistemática de niños y de aniquilamiento físico de sus
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padres, sometidos a una privación absoluta de derechos. Así, como
si se buscara cerrar el marco abierto con el fragmento inicial del
libro –la cita del “Informe Final de la Junta Militar” que negaba
la existencia de personas desaparecidas y de “lugares secretos de
detención” (17)–, el relato que aquí se expone viene a desmentir fehacientemente esa sentencia falaz, contradiciéndola desde las
voces (re)aparecidas de las víctimas y también de los victimarios.
De este modo, mientras la madre clama en el relato por un
médico que nunca llega, temiendo tanto por la vida del hijo como
por la propia, un hombre que carece de ese mínimo de autonomía y
conciencia moral esperable en todo ser humano se fastidia al tener
que ayudar en el parto de esa mujer, a quien considera no sólo
como despreciable y merecedora de cualquier castigo, sino también, incluso en su extrema indefensión, como una amenaza para
su supervivencia. Una concepción que encontraba sólido sustento
en los discursos de los aparatos represivos, que definían al subversivo como un ente subhumano, cuya muerte era necesaria y, a
priori, resultaba justificada:
Ya la fueron a buscar para que la lave, así que mejor me voy poniendo la
capucha. El otro día entré en la cocina y no sabía que ella estaba allí, entonces me vio la cara. No me gusta ni medio que me haya visto. No sé si esta
tipa se va a salvar o no. Después de eso le dije:
–Si me encontrás en la calle cuando salgas, seguro que me pegás un tiro
(103).
Por su parte, la narradora, a quien hemos visto duplicada en la
imagen especular de su compañera Graciela, retoma la palabra en
el final del texto, con una voz que no sólo quiere sino que, en el presente de la enunciación del relato, también puede ser oída en el espacio público, para insistir en la impugnación del plan exterminador
de la dictadura. Ese gesto lo materializa en un par de versos en los
que incorpora una pregunta retórica que, retomando la ironía que
preside el texto y expandiéndola hasta su deformación monstruosa,
denuncia esa política criminal y la evidencia desde el máximo de
su abyección:
Cuántos niños por día nacen prisioneros en
La Escuelita (104).
Dossier | Discurso testimonial y lenguaje poético en La Escuelita, de Alicia Partnoy | Alicia Salomone
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Palabras finales
A lo largo de estas páginas quise explorar la plasmación textual
de este testimonio literario que Alicia Partnoy publica en 1986 y
reedita en 2006. Me interesó particularmente observar la manera
en que ella echa mano de una diversidad de estrategias enunciativas
y de géneros discursivos para vehiculizar un relato complejo que se
construye siempre bajo una doble amenaza potencial: por un lado,
la de banalizar una experiencia límite como la que se narra, estetizando el horror, y por otro lado, la de exponer una serie de hechos
que, en pos de revelar una verdad factual, histórica o jurídica, puedan escamotear la presencia de aquellos sujetos a los que este relato
testimonial aspira a visibilizar.
En mi opinión, el texto de Partnoy sale airoso de ambos desafíos, y lo hace apelando a una alternativa que torna viable su relato.
De un lado, elude la vía de la crónica desubjetivizante –si bien los
hechos no están del todo ausentes en el texto–; del otro, la construcción de un relato épico que transformaría a los protagonistas
en personajes deshumanizados, sin contradicciones, fisuras ni
claroscuros. Por el contrario, desde una discursividad que apela
a recursos literarios –incluyendo elementos de autoficción– y a la
imaginación y el lenguaje poéticos, el relato de Partnoy logra reponer aquellas subjetividades suprimidas que están en la base de la
construcción de este relato y en el deber de memoria que lo inspira.
De esta forma, esas subjetividades logran revivir simbólicamente a
través de las escenas e historias que se narran, las que por concretas
o pequeñas no dejan de ser portadoras de una intensa heroicidad.
En el proceso de construcción de este testimonio, sin duda,
un papel central le cabe a la articulación de la voz. La narradora
asume esto como el punto de partida de una afirmación personal
que, al mismo tiempo, es la condición necesaria para llevar a cabo
una labor rememorativa tanto respecto de sí como de las vidas de
sus compañeros de cautiverio. En ese trayecto, su voz se modula
en distintos registros y con frecuencia ella se instala en una dicción
irónica que le permite distanciarse de la realidad que vive; en otros
momentos deja un vacío por donde se cuela la palabra ajena para
narrar otras versiones sobre lo acontecido en “La Escuelita”. Es
así como logra articularse la trama porosa y heterogénea de este
testimonio, la que en ningún momento busca instalar un relato
monológico sobre lo vivido, sino que, por el contrario, se abre al
contrapunto de las múltiples voces que la constituyen.
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Bibliografía
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Maingueneau, Dominique (1993). Le contexte de l’oeuvre littéraire. Enonciation, écrivain, societé. Paris: Dunod.
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Dossier | Discurso testimonial y lenguaje poético en La Escuelita, de Alicia Partnoy | Alicia Salomone
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