El legado de los filólogos a la traducción: Valentín
García Yebra
The Legacy of Philologists to Translation: Valentín
García Yebra
JOSÉ ANTONIO SABIO PINILLA
Departamento de Traducción e Interpretación, Facultad de Traducción e Interpretación,
Universidad de Granada, C/ Buensuceso, 11, 18002, Granada.
Dirección de correo electrónico: jasabio@ugr.es
ORCID: 0000-0002-6185-8129.
Recibido: 22/11/2015. Aceptado: 27/4/2017.
Cómo citar: Sabio Pinilla, José Antonio, «El legado de los filólogos a la traducción:
Valentín García Yebra», Hermēneus. Revista de traducción e interpretación volumen
19 (2017): 309-334.
DOI: https://doi.org/10.24.197/her.19.2017.309-334
Resumen: En un momento en que los Estudios de Traducción se han convertido en una macrodisciplina, una de las tareas que se impone desde el punto de vista historiográfico es la de
revisar el pasado y recuperar el legado de los filólogos, un legado poco atendido y que está en la
base misma de la disciplina. Dentro de esta reivindicación general, que pretende llamar la
atención sobre las aportaciones que los filólogos han hecho a la traducción, esta contribución se
centrará en resaltar las facetas de traductor, teórico e historiador de Valentín García Yebra
(1917-2010), pionero e impulsor de los Estudios de Traducción en España.
Palabras clave: Tradición filológica; Estudios de Traducción, pioneros, Valentín García Yebra,
traductor, teórico e historiador de la traducción.
Abstract: At a time when Translation Studies have become a macro-discipline, one of the tasks
imposed from the historiographical point of view is to review the past and reclaim the legacy of
philologists, a neglected heritage, and one which is at the very core of the discipline. Within this
general claim, which seeks to draw attention to the contributions that philologists have made to
translation, this contribution will focus on highlighting the facets of a translator, translation
theoretician and historian, Valentín García Yebra (1917-2010), forerunner and promoter of
Translation Studies in Spain.
Keywords: Philological tradition; Translation Studies; forerunners; Valentín García Yebra;
translator; translation theorist and historian.
Sumario: 1. Introducción; 2. La traducción filológica española hasta mediados del siglo XX; 3. La
concepción de la traducción y el método filológico; 4. Valentín García Yebra, 4.1. Breve
semblanza, 4.2. Valentín García Yebra, traductor, 4.3. Valentín García Yebra, teórico e
historiador de la traducción; 5. Consideraciones finales.
Summary: 1. Introduction; 2. Spanish philological translation until the mid-twentieth century; 3.
The concept of translation and the philological method; 4. Valentín García Yebra, 4.1. Overview,
4.2. Valentín García Yebra, translator, 4.3. Valentín García Yebra, translation theoretician and
historian; 5. Concluding remarks.
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1. INTRODUCCIÓN
En un momento de gran ebullición como el que vivimos actualmente
en los Estudios de Traducción parece oportuno hacer balance del pasado
más reciente. Recordemos con Santoyo (2012: 385) que, a mediados de
los años setenta del siglo pasado, la Península era un páramo por la
escasez de estudios, de referencias, de centros dedicados a la traducción.
Sin embargo, a partir de 1980, todo empezó a cambiar de forma
acelerada y a un ritmo tal que podemos decir que los Estudios de
Traducción son hoy día uno de los ámbitos académicos e investigadores
más dinámicos. En medio de esta incesante actividad que ha convertido
la Traducción en una macrodisciplina, atomizada en múltiples
especialidades, una de las tareas que se impone desde el punto de vista
historiográfico es la de revisar el pasado y recuperar el legado de los
filólogos, un legado poco atendido y que está en la base misma de la
disciplina. El trabajo del filólogo, que se centra en la cultura, lengua y
literatura, tiene como principal objeto el estudio y la edición de textos
antiguos, pero también, en un sentido más amplio, la preocupación
general por el lenguaje y sus diferentes manifestaciones, entre ellas la
traducción. En esta tradición sobresale Valentín García Yebra, el
impulsor de los Estudios de Traducción en España. Dentro de esta
reivindicación general, que pretende llamar la atención sobre las
aportaciones que los filólogos han hecho a la traducción, esta
contribución se centrará en resaltar las facetas de traductor, teórico e
historiador de este pionero.
2. LA
TRADUCCIÓN FILOLÓGICA ESPAÑOLA HASTA MEDIADOS DEL
SIGLO XX
La aprobación de la Ley Moyano de Instrucción Pública de 1857,
que encuadró la enseñanza general dentro del nuevo régimen liberal y
centralista, propició una renovación de los estudios humanísticos.
Durante la segunda mitad del siglo XIX se irán desarrollando los estudios
lingüísticos e históricos que arrancan de la filología comparada de Bopp
y Diez y sus sucesivas transformaciones para consolidarse a principios
del siglo XX en torno a la figura de don Ramón Menéndez Pidal y a una
serie de centros: las Facultades de Filosofía y Letras se reforman en
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1900; el Centro de Estudios Históricos de Madrid, creado en 1910 como
parte de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, se convirtió en el germen de lo que se ha denominado la
escuela filológica de Menéndez Pidal (Abad Nebot, 2010); en 1911, se
crea la Escuela Central de Idiomas en Madrid, modelo de las actuales
Escuelas Oficiales de Idiomas (Monterrey, 2003: 68); durante la
dictadura de Primo de Rivera, en 1927, aparecen los Institutos de Idiomas
que constaban de dos secciones: la de clásicas (con griego y latín
obligatorios y árabe y hebreo opcionales) y la de modernas (con alemán e
inglés y una tercera de francés o italiano) (Monterrey, 2003: 69). Ya en el
periodo de la Segunda República (1931-1936), se introdujeron los
estudios de Filología Clásica, Filología Semítica y Filología Moderna; se
legalizó el estudio de las otras lenguas de España; se crearon las Escuelas
de Estudios Árabes de Madrid y Granada (1932), las secciones de
Estudios Clásicos y Estudios Árabes en el Centro de Estudios Históricos
(1933) y el Instituto de Lenguas Clásicas de Madrid (1936). A partir de
los años cuarenta, por decreto de 1944, se mantuvieron las Filologías
Clásica y Semítica en los estudios de Filosofía y Letras, pero Filología
Moderna fue sustituida por Filología Románica que exigía a los
estudiantes que tradujesen y hablasen por lo menos dos lenguas
románicas y que además tradujesen del alemán (Monterrey, 2003: 73-74).
En el curso 1952-1953 nace la sección de Filología Moderna en la
Universidad de Salamanca, que se extenderá a otras Universidades
españolas y dará origen a nuevas subsecciones dedicadas al resto de
filologías que irán diversificándose a partir de las reformas educativas de
los años setenta y ochenta.1
Así pues, será en el marco de diversos centros de investigación y, en
menor medida, de la Universidad donde vayan formándose las primeras
generaciones de filólogos que sentarán las bases del estudio científico de
las lenguas y sus respectivas literaturas a lo largo de la primera mitad del
siglo XX. Entre los precursores en el campo de la historiografía de las
ideas estéticas y de la literatura cabe destacar la figura del polígrafo
Marcelino Menéndez Pelayo (1856-1912), pero, como se ha señalado,
será don Ramón Menéndez Pidal (1869-1968) quien funde la escuela
1
Para el nacimiento y evolución a partir de la segunda mitad del siglo XX de los
estudios de Filología Inglesa puede consultarse Santoyo y Guardia (1982: 3-16) y para
los estudios de Filología Románica y restantes filologías de ella derivadas, Holtus y
Sánchez Miret (2008: 47-67).
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filológica española y desarrolle, junto con sus discípulos y otros
compañeros, los estudios históricos, literarios y lingüísticos: Manuel
Gómez Moreno (1870-1970), Miguel Asín Palacios (1871-1944), Manuel
de Montolíu (1877-1961), Julio Casares (1877-1970), Américo Castro
(1885-1972), Salvador Fernández Ramírez (1896-1983), Amado Alonso
(1896-1952), Dámaso Alonso (1898-1990), Emilio García Gómez (19051995), Rafael Lapesa (1908-2001) o Antonio Tovar (1911-1985).2 Son
historiadores, lingüistas, lexicógrafos, dialectólogos, arabistas,
clasicistas, romanistas, con una fuerte vocación traductora en muchos
casos. Rasgo común a la mayoría de ellos es el tratamiento conjunto del
estudio lingüístico y literario, que puede considerarse una característica
de la filología en España durante la primera mitad del siglo XX
(Echenique Elizondo, 1996: 36). La Revista de Filología Española,
fundada en 1914 por Menéndez Pidal, será el órgano de difusión de la
investigación hasta nuestros días. Es común también la impronta alemana
en los estudios filológicos de esta época (muchos de los filólogos
completaron su formación en Alemania y tradujeron textos o adaptaron
obras famosas de la lingüística europea),3 así como la influencia de la
tradición romántica alemana en las ideas sobre la traducción, que parten
del ensayo Sobre los diferentes métodos de traducir (1813) de Friedrich
Schleiermacher, cuyo máximo representante en nuestro país es Ortega y
Gasset (1883-1955) con su ensayo Miseria y esplendor de la traducción
(1937).
Estas primeras generaciones de filólogos sentaron las bases del
estudio histórico de las lenguas y literaturas a partir de un magisterio real
y fueron los maestros de los profesores que ocuparon los puestos en la
2
Para una semblanza general de la mayoría de estos filólogos puede consultarse el libro
de Rafael Lapesa (1998), recogido en la bibliografía.
3
A la labor realizada por Julio Casares (traductor de dieciocho idiomas, según Lapesa,
1998: 66), Américo Castro (traductor de Meyer-Lübke), José Francisco Pastor
(traductor de Vossler), Amado Alonso (traductor de Spitzer, Vossler, Bally o Saussure),
Salvador Fernández Ramírez (traductor de textos helenísticos escritos por alemanes) o
Dámaso Alonso (creador de la Biblioteca Románica Hispánica de la editorial Gredos),
hay que añadir las traducciones griegas y latinas aparecidas a finales del siglo XIX en la
Biblioteca Clásica, auspiciada por Luis Navarro con el asesoramiento intelectual de
Menéndez Pelayo (García Jurado, 2012: 16), momento en que los estudios clásicos
comienzan a mirar hacia la ciencia alemana y empiezan a desarrollarse en España, sin
olvidar la promoción de traducciones que el propio Ortega hizo en la Revista de
Occidente con el apoyo de Manuel García Morente (1886-1942), quien tradujo del
alemán textos de biólogos, historiadores del arte y filósofos.
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Universidad en la segunda mitad del siglo XX. Con la implantación de la
dictadura franquista tras la Guerra Civil, la investigación sufrió un fuerte
retroceso ya que algunos filólogos se vieron obligados a exiliarse4 y otros
fueron depurados o tuvieron que trabajar bajo fuertes presiones
ideológicas. Con estas constricciones, donde sobrevolaba la sombra de la
censura, el legado que va a perdurar será el de los profesores que no se
exiliaron. Estos profesores pertenecen a una generación que puede
denominarse «bisagra» por haberse formado antes o poco después de la
primera mitad del siglo XX y haber transmitido el legado anterior a las
generaciones que van a nutrir las primeras escuelas de traducción a partir
de los años ochenta y noventa. Entre ellos se encuentra Valentín García
Yebra (1917-2010), quien procede de los estudios clásicos como
Francisco Rodríguez Adrados (1922), Antonio Fontán Pérez (1923) o
Agustín García Calvo (1926-2012).
3. LA CONCEPCIÓN DE LA TRADUCCIÓN Y EL MÉTODO FILOLÓGICO
La concepción de la traducción en este periodo anterior a la creación
de los Estudios de Traducción es la filológico-lingüística: por un lado, la
traducción es un medio para aprender y enseñar las lenguas y, por otro
lado, su práctica se centra en textos literarios con un predominio del
método literal. A medida que nos aproximamos a los años setenta,5 se
constata la necesidad de formar traductores para hacer frente a las
demandas del mercado debido a la separación que se observa entre el
mundo académico y el mundo profesional.
La traducción formaba parte de la investigación y docencia de la
mayoría de los profesores. Además del conocimiento de las lenguas y de
la materia, estos primeros profesores-filólogos tradujeron guiados por la
intuición y por el respeto a los textos según la tradición de las lenguas
4
Mención especial merecerían algunos miembros de esta generación que desde el exilio
continuaron la tradición de la escuela filológica española en otros países como Américo
Castro o Tomás Navarro Tomás en Estados Unidos, Amado Alonso en Argentina y
Estados Unidos o Agustín Millares en México.
5
Desde 1955 se hablaba de la necesidad de estudiar la traducción en España, aunque
esto no se producirá hasta los años setenta, precisamente con Valentín García Yebra,
como veremos. La única carrera profesional reglada era la de los intérpretes oficiales
dependientes de la Secretaría de Asuntos Exteriores del Ministerio de Estado a
principios del siglo XX y del Ministerio de Asuntos Exteriores después, al igual que el
personal de los cuerpos diplomático y consular (Monterrey, 2003: 65, nota 3).
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clásicas, sobre todo latina.6 De hecho, las reflexiones que se encuentran
en España en la segunda mitad del siglo XX, antes de la creación en los
años setenta de las primeras escuelas de traducción, proceden de
profesores de latín y griego, caso de José Miguel Jiménez Delgado, La
traducción latina (1955); el capítulo «La teoría de la traducción» de José
Alsina (Literatura griega, 1964); «La traducción de las lenguas clásicas
como problema» de José S. Lasso de la Vega (III Congreso Español de
Estudios Clásicos, 1968) o las consideraciones de Miquel Dolç en
«Técnica y práctica de la traducción» (Didáctica de las lenguas clásicas,
1966) (Pegenaute, 2009: 875).
Este método parte de traducciones directas, pegadas a los originales,
anotadas y comentadas con sólidos conocimientos filológicos que
apuntan las dificultades de los textos y exigen una búsqueda y
reorganización de las fuentes, es decir, cuentan con un aparato, como
apuntaba Ortega y Gasset.7 En esta línea, podemos citar a Rodríguez
Adrados traductor de numerosos textos como la Historia de la guerra del
Peloponeso (1952-1955) de Tucídides o los Líricos griegos. Elegíacos y
yambógrafos arcaicos (1957-1959), que conoció una versión aumentada
en 1980, Lírica griega arcaica, con la que obtuvo el premio de
traducción Fray Luis de León (Martínez, 2009: 975); o a Agustín García
Calvo, quien realiza un exhaustivo trabajo de investigación en el que
fundamenta sus ediciones críticas, algunas bilingües, de autores como
Homero, Heráclito, Sófocles, Aristófanes, Lucrecio y Virgilio. En los
prólogos de sus versiones, García Calvo no solo describe con todo lujo de
detalles los pasos seguidos en la investigación textual, sino que se detiene
a hacer una valoración del autor o de la obra, tan alejados en el tiempo,
destinada a los lectores modernos. Este esfuerzo filológico culmina en el
poema épico científico De rerum natura de Lucrecio, que traduce De la
realidad. En esta versión ofrece al lector español la obra partiendo de los
6
Otro campo interesante y complementario de este estudio sería el que recogiese la
labor de los traductores-poetas y traductores-escritores, contemporáneos de los
filólogos, procurando establecer las diferencias o similitudes del método usado.
Algunos nombres: Mauro Armiño, Ángel Crespo, Vicente Gaos, Luis Astrana Marín,
Miguel Sáenz y José María Valverde.
7
Para Ortega, la traducción no es un «doble» del texto original, no es la obra, sino «un
camino hacia la obra»; propone «rehabilitar para la lectura toda la antigüedad
grecorromana» lo que exige una «gigantesca faena de nueva traducción». Esas
traducciones tienen que ser «feas» con «un aparato bastante enojoso» para que el lector
sea consciente del esfuerzo y capte la existencia del vivir de otros hombres (Ortega y
Gasset, 1983: V, 449-450).
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códices más viejos conservados y acercándose lo máximo posible a la
edición del siglo II de la que proceden todos ellos (Lucrecio, 1997: 22).
Este inmenso trabajo persigue la fidelidad al texto de Lucrecio con el que
se corresponde rítmicamente verso a verso, pegándose a la puntuación,
sintaxis y vocabulario con la intención de que no les resulte a los lectores
«ni más ni menos estraña [sic] que la latina de Lucrecio podía resultarles
a sus contemporáneos» (Lucrecio, 1997: 29). En lo referente a su
concepción de la traducción, al hilo de las reflexiones y comentarios que
nutren los prólogos de sus traducciones, leemos en la línea de Ortega y
Gasset que la traducción es «una tarea desesperada» (Jenofonte, 1967:
19); una «humilde y desesperada tarea» (Shakespeare, 1974: 28); del
mismo modo, no le importa que los procedimientos usados para traducir
a Jenofonte den como resultado una traducción «rebarbativa y que el
lenguaje en que está escrita, lejos de facilitar la lectura, desanime al
lector de ella» debido a que ha seguido «lo más de cerca posible la
construcción y las inflexiones de la frase griega, hasta el límite que los
hábitos del español lo consientan» (Jenofonte, 1967: 18).8
Con las particularidades propias de cada traductor, este método se
dejará sentir también en el modo de enfocar la traducción de la lengua
árabe, que se ha estudiado en España como si fuera el latín o el griego,
negando su carácter de lengua viva. La traducción constituía la base en la
que se asentaba la formación tradicional del arabista, incidiendo sobre
todo en los aspectos gramaticales e históricos, pero sin nociones de teoría
de la traducción. Para los arabistas de esta generación, traducir consiste
en mantener la cercanía al texto original y, al mismo tiempo, la pulcritud
normativa del texto español (Arias, Feria y Peña, 2003: 24). Esta será la
tendencia seguida por la mayoría de los profesores universitarios que
heredan la rica experiencia de traductores como Miguel Asín Palacios o
Emilio García Gómez y que, con excepciones, continuará hasta los años
noventa, cuando el fenómeno de la inmigración impulse la traducción
profesional del árabe y la intensificación de los intercambios comerciales
haga necesario plantear la enseñanza de la traducción de las lenguas
modernas para atender una demanda cada vez más creciente.
8
Todavía una traductora como Paula Caballero subraya la importancia de traducir los
clásicos no por «un acto de erudición (...) sino de búsqueda, comprensión y definición
de nuestro lugar en el mundo y de nuestra relación con este: para comprender quiénes
somos y, sobre todo, por qué somos» y en pos de ese objetivo señala la tendencia entre
los traductores a realizar una traducción «helenizante» o «latinizante» (Caballero, 2013:
73-74).
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4. VALENTÍN GARCÍA YEBRA
Entre los miembros de la generación llamada «bisagra», sobresale la
figura de Valentín García Yebra por ser el pionero de los Estudios de
Traducción en España, además de traductor, profesor y teórico de la
traducción. Su obra se sustenta en una sólida formación dilatada en el
tiempo y deudora del método de los filólogos.
4.1. Breve semblanza
Pertenece Valentín García Yebra (Lombillo de los Barrios, León,
1917-Madrid, 2010) a una tradición de insignes filólogos que arranca con
el magisterio de don Ramón Menéndez Pidal a principios del siglo XX y
que se prolongará tras la Guerra Civil en torno al académico y personal
de Dámaso Alonso.
Para comprender realmente la extraordinaria aportación de García
Yebra a la traducción en nuestro país no basta con evocar la
particularidad de su figura en un panorama muy poco dado a lo
extranjero. Lo que llama la atención es la dedicación y la solidez de una
actividad que le interesó desde muy joven y, en palabras suyas, «siempre
como tarea grata y placentera» (1994: 261). Pero además de haber
practicado la traducción asidua y apasionadamente durante más de medio
siglo, Valentín García Yebra se preocupó no solo de conocerla para
realizarla mejor, sino también de explicarla y promoverla, apoyando
iniciativas tan importantes y excepcionales como la creación en 1974 del
Instituto Universitario de Lenguas Modernas y Traductores (IULMT),9
del que fue director y profesor, tarea esta última que desempeñó durante
once años.
El desarrollo y expansión geográfica de los Estudios de Traducción
en la Universidad española no le restaron protagonismo como maestro de
traductores y conferenciante. Su participación en congresos nacionales e
internacionales y en revistas especializadas fue constante a lo largo de
9
Si exceptuamos el centro privado CLUNY-ISEIT, dependiente de la Universidad
Católica de París, que impartía traducción e interpretación desde 1960 en Madrid, el
IULMT de la Universidad Complutense de Madrid, es junto con las Escuelas
Universitarias de Traductores e Intérpretes de la Universidad Autónoma de Barcelona
(1973) y de la Universidad de Granada (1979), uno de los primeros centros en impartir
los estudios de traducción en España.
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toda su vida. Del mismo modo, como parte de su actividad, no eludió la
colaboración periodística con artículos divulgativos sobre la traducción y
en favor de un mayor reconocimiento social de los traductores.10 Fue
miembro de la Real Academia Española desde 1984 y el título de su
discurso de ingreso fue Traducción y enriquecimiento de la lengua del
traductor.
Para Valentín García Yebra, ser traductor es un noble oficio que
consiste en facilitar la comunicación entre los seres humanos separados
por barreras lingüísticas más o menos infranqueables (1983: 9). La
mediación lingüística por él realizada incluye traducciones del griego y
del latín –como corresponde a su formación en Filología Clásica–; y
también de manera importante del alemán y del francés y, en menor
medida, del inglés, italiano y portugués. Tradujo en verso y en prosa,
obras literarias y no literarias. Muchas de sus traducciones han sido
reeditadas varias veces y han sido reproducidas en diferentes
colecciones.11
La traducción y la docencia formaron parte indisoluble de su vida: el
contacto con otras lenguas se da en su infancia en el pueblo leonés donde
nació, Lombillo de los Barrios, a cinco kilómetros de Ponferrada y
próximo a la frontera gallega; continúa en el colegio de los PP.
Redentoristas donde cursó sus estudios de secundaria y en el que ya
comienza a practicar la traducción del latín; la traducción lo acompaña en
su juventud, como medio de aprendizaje del francés y del alemán, como
fuente de ingresos antes y durante sus estudios de Filología Clásica en la
Universidad Central de Madrid y, más adelante, como parte de su tarea
docente cuando ganó la cátedra de Lengua griega del Instituto Menéndez
Pelayo de Santander en 1945. De 1955 a 1966 su actividad traductora se
vio reducida debido a su labor como director del Instituto Politécnico
Español de Tánger. Posteriormente, a partir de 1974, su actividad
profesional se desarrolló en el IULMT de la Universidad Complutense de
10
Colaboró asiduamente en el diario ABC y en la Agencia Efe.
En 2006 recibió un sentido homenaje por su valiosa e imprescindible labor en el
volumen CORCILLVM Estudios de lingüística, traducción y filología dedicados a
Valentín García Yebra. Se trata de una publicación compuesta por más de sesenta
artículos organizados en las áreas principales de estudio que siempre cultivó: la
traducción, la lingüística y la filología. En la “Biobibliografía” elaborada por Consuelo
Gonzalo y Pollux Hernúñez, el lector podrá encontrar una relación representativa de
todas las traducciones de Valentín García Yebra, así como de su producción científica.
11
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Madrid y estuvo centrada principalmente en la didáctica y en la teoría de
la traducción (2006: 133), campo en el que también fue prolífico.
4.2. Valentín García Yebra, traductor
Las traducciones de lenguas clásicas de Valentín García Yebra
merecen un lugar destacado entre sus obras traducidas e incluso las
considera parte de sus obras originales (1994: 253). Son traducciones
indisociablemente ligadas a la editorial Gredos, que fundó en 1944 junto
con Hipólito Escolar, Julio Calonge y Severiano Carmona. La labor
desempeñada por Gredos en la recuperación, actualización y divulgación
de los textos griegos y latinos ha sido y continúa siendo ejemplar. Las
traducciones de la Metafísica (1970) y de la Poética (1974) de
Aristóteles; la traducción de los siete libros de la Guerra de las Galias de
Julio César (libs. I-VI, 1945 y lib. VII, 1946), realizada en colaboración
con Hipólito Escolar y Julio Calonge; las traducciones de Pro Marcello
(1946) y el Diálogo sobre la amistad (1947) de Cicerón; la Medea de
Séneca (1964), todas ellas fueron publicadas en Gredos. Son traducciones
eruditas, destinadas a un público de especialistas y académico. En este
sentido, García Yebra se identifica en sus traducciones de Aristóteles con
lo que Ortega y Gasset mantenía para las traducciones de las obras de
Platón: «una forma de traducción que sea fea, que no sea fácil de leer,
pero sí que sea muy clara, aunque esta claridad reclame gran copia de
notas al pie de página» (1983: 255).
Tanto la Metafísica como la Poética aparecieron publicadas en
ediciones trilingües (griego, latín y español). En el prólogo de la primera,
García Yebra justifica la traducción diciendo que «el texto latino podría
facilitar la comprensión ceñida del griego» (1970: xi). También reconoce
los problemas documentales y lingüísticos que tuvo que superar en esta
monumental empresa de 830 páginas y presenta la que considera la regla
de oro de toda traducción, pese a la dificultad de su aplicación en textos
nada sencillos y tan alejados en el tiempo como los de Aristóteles: «decir
todo lo que dice el original, no decir nada que el original no diga, y
decirlo todo con la corrección y naturalidad que permita la lengua a la
que se traduce» (1970: xxvii).12 En 1974 publicó otra monumental
edición trilingüe, en esta ocasión de la Poética de Aristóteles, un texto
12
Que acabaría simplificando en estos dos endecasílabos: «No omitir, no añadir, no
adulterar. / Decirlo todo lo mejor posible» (2006: 135, nota 1).
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doblemente difícil por su carácter fragmentario. Entre las herramientas
del traductor de textos clásicos, García Yebra es partidario de utilizar,
además de los comentarios de obras clásicas existentes, los diccionarios
generales y especializados que el traductor tenga a su alcance, y
traducciones de la misma obra en otras lenguas, sobre todo para resolver
dudas en los pasajes más difíciles. Esta mentalidad práctica, de la que da
pruebas en numerosas ocasiones, se sustenta en la credibilidad y el
respeto que le merece la práctica del traducir porque «ningún traductor
debe considerarse infalible» (1983: 245).
Como la mayoría de los traductores de su época, García Yebra
empezó a traducir traduciendo, atraído primero por la curiosidad y por el
deseo de aprender mejor las lenguas que estudiaba. Más tarde, su
autodidactismo se vio recompensado por el entusiasmo de ver publicadas
sus traducciones. Él mismo reconoce que en un primer momento no
contaba con una teoría que lo orientara al traducir y que se dejaba influir
por las valoraciones que amigos y críticos hacían de sus traducciones.
Llegó a darse el caso de traducir el estilo dificultoso del pensador alemán
Theodor Haecker de manera diferente en dos traducciones publicadas con
tres años de distancia: la primera, Virgilio, Padre de Occidente (1945),
de la que piensa que es una de sus mejores traducciones (1994: 246), y en
la que le reprocharon haber seguido muy de cerca la sintaxis del alemán;
la segunda, La joroba de Kierkegaard (1948), donde se aleja más del
estilo del autor. Pero con la perspectiva que proporciona la experiencia
considera que el traductor no tiene por qué desvirtuar el estilo del autor,
sobre todo cuando se trata de autores cuya particularidad es precisamente
la densidad y la profundidad de pensamiento, que impregnan además no
solo el nivel sintáctico del texto (1993: 624).
En el debatido tema de las relaciones entre teoría y práctica, piensa
que se puede aprender a traducir traduciendo si la práctica es buena y se
cuenta con buenos maestros. La garantía de buena calidad de la práctica
está en la teoría que haya interiorizado el traductor al traducir: «la teoría
debe ser producto de la práctica» (2006: 135). El traductor se hace, se
forma y en este proceso de formación la Universidad «puede y debe
encauzar esa práctica, sentar sus bases» (1994: 269). La traducción es un
oficio que se aprende desde el momento en que se den unas condiciones
intelectuales favorables y a condición de dedicarle tiempo y atención
sostenida. Traducir es una actividad siempre perfectible. Ahora bien, el
profesional de la traducción persigue la traducción ideal, que solo
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alcanzan los buenos traductores y «que son siempre los menos» (1994:
431).
La primera traducción que hizo por encargo fue la novela Das
Schweisstuch der Veronika de Gertrud von Le Fort, que se publicó en
español con el título de El velo de Verónica (1944). Es también de 1944
El año del Señor, correspondiente a la novela Das Jahr des Herrn del
escritor austriaco Karl Heinrich Waggerl. Del alemán tradujo también
obras de filosofía, como la de Gallus M. Manser, La esencia del tomismo
(1946), y la de Heinrich Rommen, La teoría del Estado y de la
Comunidad Internacional en Francisco Suárez (1951). Y, en el campo de
su especialidad, la Filología Clásica, la de Wilhelm Brandenstein,
Lingüística griega (1965). En colaboración con su mujer, María Dolores
Mouton, tradujo la obra de teoría literaria de Wolfgang Kayser,
Interpretación y análisis de la obra literaria (1950). La tradujeron en
parte del alemán y en parte del portugués. Otra obra afín, y la única
traducida íntegramente del portugués, es la de Vítor M. Aguiar e Silva,
Teoría de la literatura (1972). Ambos libros incluyen poemas en varias
lenguas (alemán, inglés, francés, italiano, portugués), y casi siempre los
tradujo en verso. Del campo de la teoría de la traducción, vertió al
español en 1978 el famoso ensayo del teólogo y filólogo alemán
Friedrich Schleiermacher, Sobre los diferentes métodos de traducir.13
Del francés tradujo bastante. Aparte de numerosos artículos
publicados en la revista Arbor, citaré una obra de Étienne Gilson, El
realismo metódico (1950) y otra de Louis de Raeymaeker, Filosofía del
ser (1954), en colaboración con María Dolores Mouton. Pero la
traducción más importante del francés es la monumental obra en seis
volúmenes Littérature du XX siècle et christianisme del sacerdote belga
Charles Moeller. Por la traducción de los cuatro primeros volúmenes
(1955-1960) se le concedió por unanimidad, en marzo de 1964, el Premio
Nacional de Traducción de Bélgica. Del inglés, en cambio, tradujo
menos: un estudio de Daniel A. Callus, «La condena de santo Tomás en
Oxford» (1947), y artículos que aparecieron en Arbor entre 1948 y 1955.
Por último, en colaboración con su hija Pilar García Mouton, tradujo del
13
Antoine Berman se basó en esta traducción para elaborar la suya al francés, que
apareció en 1999, según refiere el propio García Yebra en la reedición de la traducción
de Schleiermacher, publicada en Gredos en el año 2000, en la que incluye comentarios
al texto.
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El legado de los filólogos a la traducción: Valentín García Yebra | 321
italiano en 1983 la obra de Giordano Oronzo, Religiosità popolare
nell’Alto Medioevo.
De entre los muchos galardones que Valentín García Yebra recibió a
lo largo de su vida destacan los siguientes: Premio Ibáñez Martín del
CSIC (1971), por su edición trilingüe de la Metafísica de Aristóteles;
Premio Nieto López de la Academia de la Lengua (1983), por su libro
Teoría y práctica de la traducción; y Premio Nacional de Traducción
(1998), por el conjunto de su obra.
4.3. Valentín García Yebra, teórico e historiador de la traducción
Para Valentín García Yebra, la traducción es empresa importante,
necesaria e imprescindible (1983: 341). De este convencimiento surge la
necesidad de explicarla por escrito, teorizando y narrando su historia. El
conjunto de la obra teórica de García Yebra está fundamentada en la
práctica de la traducción. Cuenta además en su bagaje teórico con una
erudición poco común y un gran conocimiento del discurso de la
traducción en el pasado, así como de teóricos contemporáneos que leyó y
conoció en congresos y conferencias internacionales. En realidad, esta
tarea de observación de la práctica, íntimamente ligada a la reflexión y
escritura, fue incesante y ha quedado recogida en artículos académicos,
colaboraciones periodísticas, conferencias y manifestaciones ocasionales
que él mismo recopiló en distintos libros, siempre publicados en la
editorial Gredos, y que dotan a su obra teórica de un marcado carácter
reiterativo.
La excepción a la índole circunstancial de su obra la encontramos en
Teoría y práctica de la traducción, manual de traducción que por su
propia naturaleza presenta una construcción más unitaria. Fue publicado
en 1982, en dos volúmenes, cuando era profesor del IULMT de la
Universidad Complutense de Madrid. El libro iba destinado
principalmente a los alumnos de este centro, aunque su alcance se
perfilaba mucho más amplio al ser una guía general no solo para futuros
traductores o para quienes ya lo eran, sino para un público no relacionado
necesariamente con la traducción pero interesado en el buen uso del
idioma. Esta intención didáctica es la que explica la valoración del
manual como un intento de aclarar problemas particulares en la
traducción de diferentes lenguas al español, sobre todo en la tercera parte,
que se dedica a ejemplificar de manera contrastiva las dificultades más
frecuentes en la traducción de fenómenos lingüísticos relacionados con el
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orden de las palabras, el uso del artículo, el número gramatical, el
pronombre personal en función de sujeto, el complemento pronominal, el
adjetivo, los tiempos y modos verbales, los verbos auxiliares y las
preposiciones. Mediante estos ejemplos, en inglés, francés, alemán y, en
menor medida, italiano y portugués, a García Yebra le interesa destacar
la utilidad de una gramática contrastiva para traductores, de la que ofrece
en esta obra un avance. Su modelo es el libro de Wandruszka (1969),
cuyos ejemplos de comparaciones de traducciones son el punto de partida
para un análisis más elaborado.
La intención de García Yebra de conciliar la teoría y la práctica en
esta obra didáctica queda muy bien reflejada en la tercera parte, donde se
ofrecen normas teóricas así como sistematizaciones de los aspectos
lingüísticos tratados en forma de listas, por ejemplo, de locuciones
preposicionales y preposiciones en distintas lenguas.14 Lo mismo puede
decirse de la segunda parte del manual, dedicada a presentar, explicar y
ejemplificar los procedimientos y técnicas de traducción, siguiendo aquí
el modelo de la estilística comparada de Vinay y Darbelnet (1958). En el
repaso que hace de los distintos procedimientos de traducción se detiene
en el préstamo y en el calco, mostrando una postura abierta y receptiva
siempre que su uso sea razonable. Sin embargo, advierte más adelante,
sobre las interferencias lingüísticas que se producen entre lenguas en
contacto y ofrece sendas listas de anglicismos y galicismos15 de
naturaleza léxica y sintáctica, distribuidas de mayor a menor frecuencia,
con su correspondiente comentario.
En cuanto a los fundamentos teóricos, recogidos en la primera parte,
constituyen el planteamiento obligado y completo que todo investigador
de la traducción debe considerar al comienzo de cualquier trabajo, y
giran en torno a la naturaleza del significado y de la operación de
traducción, a su consideración como proceso o como resultado, a la
descripción de un modelo explicativo y sobre cómo llevarla a cabo. Muy
resumidamente, García Yebra desarrolla la distinción establecida por
Coseriu (1977) entre significado, sentido y designación: «los significados
actualizados en un texto se subordinan a la designación, y la designación
al sentido» (1982: 38). A continuación, mantiene que la traducción es una
14
García Yebra dedicó un estudio específico a las preposiciones: Claudicación en el uso
de las preposiciones (Madrid, Gredos, 1988).
15
Años más tarde elaboró un Diccionario de galicismos prosódicos y morfológicos
(Madrid, Gredos, 1999).
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operación lingüística aplicada a objetos lingüísticos o textos, y en cuya
realización se presentan dificultades léxicas, morfológicas y sintácticas
tanto en la fase de comprensión del texto original como en la fase de
expresión en la lengua meta. Sobre los modos de llevarla a cabo, se
inclina por una postura de compromiso entre las dos maneras básicas de
traducir formuladas, entre otros, por Schleiermacher, y reconoce que rara
vez se sigue de modo exclusivo una u otra en los textos reales.16
Teoría y práctica de la traducción es un manual dedicado a la
traducción escrita, en la modalidad de traducción literaria, por lo que
también se detiene en el aspecto fónico del lenguaje. El último capítulo
de la primera parte estudia la rima y el ritmo del verso y de la prosa con
el objetivo de desarrollar en el traductor la sensibilidad estilística frente a
su propia lengua.
En 1983 apareció En torno a la traducción. Teoría. Crítica. Historia.
Este libro consta de veintidós trabajos, entre ya publicados e inéditos, que
fueron escritos a lo largo de veinte años (1962-1982). Los trabajos están
agrupados en tres secciones: teoría, crítica e historia. En la sección de
teoría desarrolla algunos temas, apenas esbozados en Teoría y práctica
de la traducción. En los dos primeros, «La teoría y la práctica en la
traducción» y «Lingüística y traducción», García Yebra cree necesario
aclarar algunas ideas aún controvertidas en ese momento acerca de lo que
se anuncia en el título de estos dos trabajos y que él zanja afirmando, por
un lado, la utilidad del conocimiento teórico para la actividad práctica y,
por otro lado, subrayando la importancia de la lingüística como
fundamento de toda teoría científica de la traducción. Sin embargo,
conviene precisar que los conocimientos teóricos «no serán nunca
suficientes, no ya para que quien los posea haga buenas traducciones,
pero ni siquiera para explicar del todo el fenómeno de la traducción»
(1983: 38). Es decir, la teoría general de la traducción tiene un valor
relativo y se justifica por su poder explicativo para determinados tipos de
16
Lo que lo aproxima a Francisco Ayala (1906-2009), quien en su Breve teoría de la
traducción (Buenos Aires, La Nación, 1946-1947) sopesa las posibilidades de cada uno
de los métodos de traducción propuestos por Schleiermacher, señalando los
inconvenientes de actitudes rígidas, pues «llevados a ultranza, ambos métodos de
traducción [la versión literal y la versión libre o adaptación] conducen al absurdo y
niegan la traducción misma, cada uno por su lado» (1965: 18). En última instancia, al
contrario de lo propuesto por Ortega y Gasset, la opción seguida por Ayala debe
respetar la lengua de llegada y «no puede llegar a forzar los límites de elasticidad del
lenguaje, no puede quebrar su sistema» (1965: 19).
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traducción o determinados aspectos del fenómeno traductor, pero nunca
podrá explicar el fenómeno en su conjunto. En el tercer trabajo de esta
sección, «Diferentes clases de traducción», precisa un poco más esta idea
de las limitaciones de una teoría puramente lingüística de la traducción
cuando se refiere, consciente de lo controvertido de su afirmación, a la
desviación de la norma que supone el uso literario de la lengua, de
manera que una teoría general de la traducción «no podrá dar razón del
uso literario de la lengua, ni, por consiguiente, de la traducción literaria»
(1983: 50). En este sentido, son esclarecedoras de su concepción
tradicional de la traducción las observaciones que hace en relación con el
incremento de la calidad en las traducciones no literarias que se publican
actualmente (documentales, o técnicas, y científicas) y el fenómeno
contrario en las no literarias. Entre las razones que explican el primer
caso, las hay de orden práctico y económico, de orden científico y aún
otra relacionada con la tendencia del lenguaje de la ciencia a la
internacionalización, a lo general, lo que resulta en un acercamiento cada
vez mayor entre todas las lenguas y «por consiguiente, facilita cada vez
más la traducción en este terreno» (1983: 42). Si en el campo de la
traducción literaria no se ha producido semejante desarrollo cualitativo,
se debe a que no se ha contado con el mismo interés y exigencia por parte
de lectores, traductores, editores ni teóricos de la literatura, pero el
motivo principal «lo constituye la naturaleza misma del objeto de esta
clase de traducción: la naturaleza de la literatura» (1983: 45). Si en la
traducción no literaria se puede hablar teóricamente de traducciones
«perfectas», es imposible hacerlo en la traducción literaria, sobre todo de
poesía, donde las traducciones pueden realizarse mejor o peor pero nunca
perfectamente.
En los siguientes trabajos de este libro, al hilo de distintos temas,
García Yebra va configurando un perfil del buen traductor entre cuyos
rasgos principales se incluiría la responsabilidad hacia su propia lengua,
en la medida en que contribuya a hacerla más «hospitalaria», más abierta
y más rica en su caudal léxico. Asimismo, el traductor ideal no es el
bilingüe perfecto, sino aquel que es «maestro en su propia lengua, aunque
sea maestro con limitaciones» (1983: 101). Otras viejas ideas que
aparecen recurrentemente en este y en otros libros suyos: «el traductor
debe aspirar a decir todo y sólo lo que el autor original ha dicho, y a
decirlo del mejor modo posible» (1983: 135); y en cuanto a la traducción
de obras en verso: «Vale más una buena traducción en prosa que una
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mala traducción en verso; pero una buena traducción en verso vale más
que una buena traducción en prosa» (1983: 139-140).
En la sección de crítica reúne siete trabajos cuyo común
denominador es la traducción poética, pero referida a autores tan dispares
como el P. Aurelio Espinosa Pólit, traductor de poetas clásicos; distintos
traductores de Virgilio; Jorge Guillén, traductor de Valéry; Schökel y
Zurro, traductores de la Biblia; él mismo como traductor de Aristóteles, y
Díez-Canedo y Bacarisse, traductores de Rimbaud. Tal como reconoce en
otro trabajo (1994: 431), la misión del crítico consiste en «mostrar si, en
la traducción juzgada, se ha alcanzado o no el ideal». Si el traductor ha
alcanzado ese modelo ideal de traducción, el crítico tendrá que hacer un
elogio razonado del mérito del traductor; en caso contrario, habrá que
exponer «las desviaciones de la traducción con respecto al original»
(1994: 431). Aunque no lo dice explícitamente, la crítica de traducciones
tiene para García Yebra otra función primordial como es la de
«rehabilitar» la figura de traductores y críticos poco conocidos. Labor
esta de rehabilitación que continuará en su faceta de historiador de la
traducción.
La sección de historia recoge cinco trabajos muy dispares que van
desde la importancia de la traducción en el nacimiento y desarrollo de las
literaturas o el papel de la traducción en la cultura española, con especial
relieve para la Escuela de Traductores de Toledo y la traducción en la
corte de Alfonso X, hasta otros que destacan la importancia de la
traducción en el mundo contemporáneo y la necesidad de crear centros de
formación de traductores, o tratan de las relaciones entre editores y
traductores.
En 1994, publica Traducción: historia y teoría. A semejanza del
libro anterior, este es también un conjunto de artículos y conferencias en
torno a la traducción, fechados a partir de 1986 y escritos en ocasiones
distintas y para destinatarios igualmente distintos. El libro se estructura
en dos partes: la primera está íntegramente dedicada a la historia y
representa todo un programa de contenidos en esta materia: la
protohistoria de la traducción en la cultura occidental; la importancia de
la traducción del griego en la educación romana y las ideas sobre la
traducción de Cicerón y san Jerónimo; y, sobre todo, la historia de la
traducción en España, apartado que organiza en dos grandes etapas: el
reinado de Juan II y el Siglo de Oro, que hace girar fundamentalmente en
torno a traductores de la talla de Alonso de Cartagena, el marqués de
Santillana, Juan de Mena o fray Luis de León. Por último, en esta parte
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histórica, encontramos dos trabajos que pretenden rehabilitar a
traductores del pasado: uno, centrado en lo que llama mártires de la
traducción –Abd Allah ibn al-Muqaffa, William Tyndale, Étienne Dolet–,
y otro, que tiene por protagonista a un teórico de la traducción poco
conocido, Pierre Daniel Huet.
La segunda parte está consagrada a la teoría y la crítica y recoge una
serie de estudios misceláneos, entre los que destacamos el dedicado al
espinoso tema de la equivalencia en traducción y otros dos que versan,
respectivamente, sobre los problemas de la traducción de lenguas
románicas al español y la traducción del gallego, trabajo este último
donde con conocimiento del tema y gran sentido común expone su
opinión en el complejo debate acerca de si es conveniente o no traducir
del castellano a las lenguas de España.
En el trabajo titulado «Traducción: ¿equivalencia o adecuación?»,
García Yebra distingue entre traducción equivalente y traducción
adecuada. La primera es para él sinónimo de traducción perfecta e
inalcanzable, y la segunda, de la que se declara partidario, «será en cada
caso la que mejor reproduzca el contenido del texto original y la que más
se aproxime a su estilo» (1994: 389). Para García Yebra, es muy poco lo
que puede apuntarse de nuevo en teoría de la traducción. Aun así, a su
manera, mediante ejemplos procedentes de textos teóricos sobre la
traducción, ejemplifica la persistencia de la idea de que todas las lenguas
pueden decir lo mismo pero de distinto modo, así como la consecuencia
que se deriva de este hecho, tal y como la formularon Nida y Taber
(1969), en términos de prioridades del traductor a favor del contenido en
primer lugar y solo posteriormente a favor del estilo. En «Problemas de
la traducción de lenguas románicas al español» plantea las trampas que
acechan al traductor de lenguas afines, en especial los falsos amigos y las
interferencias lingüísticas. El estudio serio de las lenguas románicas y el
conocimiento del castellano son los mejores instrumentos para salir
airoso en la traducción de estas lenguas. Por último, en «¿Traducción del
castellano al gallego o del gallego al castellano?» anima a los gallegos a
enriquecer su lengua con buenas traducciones de otras lenguas, como el
francés o el inglés, que no puedan leer sus paisanos cultos.
Consecuentemente, reconoce que la traducción de las diferentes lenguas
españolas al castellano es mucho más lógica que la del castellano a estas
lenguas.
Tras El buen uso de las palabras (2003), recopilación de 165
artículos publicados en periódicos a lo largo de muchos años, y
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Traducción y enriquecimiento de la lengua del traductor (2004), donde
se recoge y amplía el texto leído en su discurso de ingreso en la Real
Academia Española el 27 de enero de 1985, el último libro publicado por
Valentín García Yebra fue Experiencias de un traductor (2006). En esta
ocasión son veintiún artículos y conferencias agrupados con el objetivo
de ser especialmente útiles para el buen uso del castellano y, por lo tanto,
para una buena práctica de la traducción en nuestra lengua. Los temas
que se tratan son ya conocidos: problemas de la traducción literaria, el
neologismo, sobre la formación de términos técnicos y científicos,
etcétera. Destacaré el titulado: «Experiencias de un traductor: teoría y
práctica», porque es una reflexión sobre su experiencia personal que
refleja muy bien lo que hay de compromiso en toda traducción entre
tendencias e intereses opuestos representados por todo lo que se incluye
en el polo origen y, a su vez, en el polo meta. Con todo, García Yebra
aspira al traslado íntegro, a un ideal de traducción como equivalencia del
original. Lo que sucede es que el componente artístico de la traducción
literaria obliga a continuos «cambios» por razones de claridad o
estilísticas. De ahí la importancia que adquieren los conocimientos
lingüísticos y contrastivos en cuanto que facilitan la búsqueda de la
«traducción equivalente».
5. CONSIDERACIONES FINALES
La figura de Valentín García Yebra se agiganta y adquiere mayores
dimensiones a medida que vamos teniendo más perspectiva y conciencia
de su prolífica y polifacética personalidad, desarrollada a lo largo de una
dilatada trayectoria vital y profesional que le permitió recorrer el camino
que va desde pionero de los Estudios de Traducción en nuestro país hasta
recibir el merecido reconocimiento como maestro de traductores.
Cabe reseñar de su labor como teórico que el prescriptivismo de sus
reflexiones, propio de una concepción lingüística de la traducción
orientada a facilitar la tarea de traducir mediante la deducción de
principios o reglas prácticas, ha resistido el paso del tiempo gracias a ser
una guía del buen uso del español y a la ayuda de abundantes ejemplos y
comentarios de traducciones. Entre los méritos de su faceta como
historiador de la traducción, sobresale el haber sido uno de los primeros
en sistematizar los hitos más importantes de la historia, sobre todo en el
ámbito español, recuperando la tradición procedente de Pellicer y
Saforcada y de Menéndez Pelayo, de manera que en sus trabajos
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hallamos el germen de elaboraciones posteriores, caso de la antología de
Santoyo (1987) y de las historias de la traducción en España de Ruiz
Casanova (2000) y de Lafarga y Pegenaute (2004).
García Yebra ha sido también precursor de muchos temas, aún
pendientes de desarrollo hoy día. Piénsese, por ejemplo, en la crítica de
traducciones o en la dignificación de las condiciones de trabajo de los
traductores. Así pues, la labor por él desempeñada en el campo de la
traducción ha sido ingente, sostenida en el tiempo y animada siempre por
una voluntad didáctica. Su legado, que es parte del legado de los
filólogos al campo de la historiografía de la traducción, nos ha
transmitido asimismo el carácter ético del traducir y la responsabilidad
moral que el traductor contrae para con el texto traducido y el buen uso
del idioma.
TRADUCCIONES DE VALENTÍN GARCÍA YEBRA
CITADAS EN ESTE TRABAJO
I. Del griego
Aristóteles (1970), Metafísica, Madrid, Gredos [2.ª edición revisada,
1982; 1.ª reimpresión de la 2.ª edición, 1987; última edición en
Gredos, 2012].
Aristóteles (1974), Poética, Madrid, Gredos, [2ª edición, 1988; última
edición en Gredos, 2010].
II. Del latín
Julio César (1945), Guerra de las Galias, libs. I-III, Madrid: Gredos,
[última edición en Gredos, 2010], en colaboración con Hipólito
Escolar y Julio Calonge.
Julio César (1945), Guerra de las Galias, libs. IV-VI, Madrid: Gredos,
[última edición en Gredos, 2010], en colaboración con Hipólito
Escolar y Julio Calonge.
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Julio César (1946), Guerra de las Galias, lib. VII, Madrid: Gredos,
[última edición en Gredos, 2010], en colaboración con Hipólito
Escolar y Julio Calonge.
Cicerón, Marco T. (1946), Pro Marcello, Madrid, Gredos.
Cicerón, Marco T. (1947), De amicitia. Sobre la amistad, Madrid:
Gredos [2.ª edición revisada, 1975; última reimpresión 1999].
[Estas tres obras han sido abundantemente reeditadas por la editorial
Gredos.]
Séneca, Lucio A. (1964), Medea, Madrid, Gredos [3.ª edición 2001].
[Esta traducción fue elaborada en el verano de 1940 aunque no vio la
luz hasta pasados veinticuatro años. Es la única completa en verso
junto con la de Gertrud von Le Fort, Himnos a la Iglesia, traducida
en versos claudelianos (Madrid, Rialp, 1949) (Col. Adonáis, 56).]
III. Del alemán
Bradenstein, Wilhelm (1964), Lingüística griega, Madrid, Gredos.
Kayser, Wolfgang (1950), Interpretación y análisis de la obra literaria,
Madrid, Gredos [4.ª edición revisada, 1976; 5.ª reimpresión, 1981],
en colaboración con María Dolores Mouton.
[Kayser publicó esta obra en dos versiones diferentes, en alemán
y en portugués, y los traductores siguieron ambas versiones para
la traducción.]
Haecker, Theodor (1945), Virgilio, Padre de Occidente, Madrid,
LPGSA.
Haecker, Theodor (1948), La joroba de Kierkegaard, Madrid, Rialp.
Le Fort, Gertrud von (1944), El velo de Verónica, Madrid, Editorial
Afrodisio Aguado.
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Instituto Luis Vives de Filosofía [2.ª edición, corregida y aumentada,
1953].
Rommen, Hienrich A. (1951), La teoría del Estado y de la Comunidad
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Gilson, Étienne (1950), El realismo metódico, Madrid, Rialp [4.ª ed.,
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[García Yebra tradujo de nuevo esta obra en edición bilingüe para la
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Cristianismo, vol. III, Madrid, Gredos [5.ª ed. 1974].
Moeller, Charles (1960), La esperanza de Dios, Literatura del Siglo XX
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Madrid, Gredos [reimpresa en 1995], en colaboración con Pilar
García Mouton.
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