Apuntes sobre la unidad.
I. Maestro Eckhart e Ibn Arabi
Mauricio Amar Díaz
El problema de la unidad refiere al mundo como
tal, es decir, a la existencia de las cosas, como un todo. Esta cuestión ha tenido a lo largo de la historia aproximaciones filosóficas y teológicas, estando la primera referida
al ser y la segunda a Dios como ser absoluto. Entre ambas
existe un campo que podemos llamar «teosofía», en la
que coexiste el pensamiento filosófico con diversas formas de mística. En particular, nos interesa aquí la comparación de dos teosofías, una cristiana y otra islámica.
La primera, tendrá su exponente en Maestro Eckhart y la
segunda en Ibn Arabi. Exponemos aquí que en ambos
pensadores, lo que está en juego es una vinculación profunda entre el ser y la unidad, donde aparece la unidad
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misma como un principio radical en el que toda multiplicidad participa.
En una buena traducción de Víctor Ibarra para la
editorial Cuadro de tiza del Sermón sobre el uno de Maestro Eckhart leemos que “Dios es infinito en simplicidad y
simple en su finitud. Por lo tanto está completo en todas
partes y es completo en todas partes. Está en todas partes
según su infinitud, aunque completo en todas partes según su simplicidad”. Esta es una bella sentencia. Dios está
en todos lados, pero sigue siendo simple, está en todas las
cosas, las hace existir, pero conserva para él la unidad. Lo
que sigue, dentro del mismo parágrafo, es fundamental: “
Solo Dios fluye en todos los entes en sus esencias. Por el
contrario nada más fluye en las otras cosas. Dios está en
el interior más íntimo de cada una de las cosas, solo en su
interior y solo él es uno” (Eckhart, 2018: p. 8). Para
Eckhart el vínculo entre la unidad divina y las cosas del
mundo está dada por un flujo –término fundamental de
la filosofía de Avicena [flujo, en árabe fayd], al que
Eckhart había leído profundamente (Cf. Lizzini, 2011)–,
es decir una circulación de Dios que viaja por todas las
creaturas uniendo dos mundos que de otra forma estarían tan irreparablemente separados que perderían su
propia capacidad de existir.
Conocido es el Maestro, sin embargo, por defender
la idea de una trascendencia absoluta, es decir, de la inconmensurabilidad divina, que no puede ser comprendi2
da a través de atributos, sino sólo a partir del amor a su
esencia. No se trata del amor a su sabiduría (atributo) u
omnipotencia (atributo), por el contrario, a su unicidad
no como propiedad, sino en tanto que simplemente es.
Este es un problema que Ibn Arabi afronta con especial
interés, pues en el Islam existe, desde diferentes escuelas,
un interés permanente por evitar la confusión de los atributos de Dios con su esencia. Cuando dice: “Comprenderás que Él no es solamente Su Nombre, sino que Él es
el nombre y lo que se nombra. Comprenderás que Él es la
existencia de ambos mundos”, Ibn Arabi establece una
clara separación entre un mundo trascendente donde el
nombre solo existe en tanto se une con la esencia ya no
como un atributo, sino en la unión perfecta de lo nombrado y lo que es. Y sin embargo, pese a que habitamos el
mundo de las cosas que deben tener un nombre en la
multiplicidad de nombres, Dios aparece como un unificador de todos los mundos posibles, abriendo al humano
un punto de conexión con lo divino que el monoteísmo
había sido tan tajante en separar. Y es que si realmente se
piensa el mundo como multiplicidad en la unidad, en
verdad la propia idea de una unión o separación es ridícula, puesto que estos conceptos presuponen la existencia
de dos cosas, donde hay unidad. “La unidad de Dios –dirá Ibn Arabi– examinada bajo el punto de vista de los
Nombres divinos, es la Unidad de la Multiplicidad. La
unidad de Dios considerada en tanto que es indepen3
diente de nosotros y de los Nombres, es la Unidad del
Ser. Pero has de saber que Su Nombre «el Uno» se aplica en los dos casos (Ibn Arabi, 2008: p. 98).
El acceso a lo divino es fundamental para atender al
hecho de que la trascendencia no implica desconexión,
sino al contrario, existen dos mundos que siendo diferentes, son en Dios lo mismo, porque Él se eleva más allá
de todas las cosas que creemos conocer por el entendimiento o por las imágenes, supeditadas a un orden creado y por tanto sometido a temporalidad. Para ello, es
necesario comprender que Dios está más allá de toda
temporalidad en la que las cosas del mundo transcurren
pero, cuidado, también el alma humana también fue
creada fuera del tiempo. “Nada es tan contrario a Dios
como el tiempo” pero también “el alma ha sido creada lejos, por encima del cielo […] en su altura y pureza no tiene nada que ver con el tiempo” (Eckhart, 2008: p. 72).
El flujo divino, en este sentido, debe comprenderse
como un devenir sin devenir, no sometido al tiempo de
las cosas, sino como un ser cuya esencia ha sido y será el
devenir, lo que significa pensarlo como una potencia absoluta que crea sin novedad, es ya lo que ha devenido y
está por venir (Cf. Ibíd.: p. 73). Ibn Arabi, interviene en
este punto con especial semejanza a la posición eckhartiana, pues para el pensador de Murcia el «ahora» divino es
un presente absoluto, eternidad sin comienzo ni fin, que
al mismo tiempo identifica a Dios como preexistencia.
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No existe en Ibn Arabi algo como una creación ex nihilo,
pues la creación existe desde siempre, es en sí misma eterna. Como dirá Corbin, “El Ser creador es la esencia o
substancia entre las incontables formas de seres; cuando
se oculta en la una se epifaniza en la otra. El ser creado
son las formas subsistentes no en su ficticia autonomía,
sino en el ser que se manifiesta en ellas y para ellas” (Corbin, 2006: p. 214). La creación, explica Corbin, es nada
menos que la Manifestación [zohûr] del Ser Divino escondido [bâtin] en los seres. La creación como manifestación de Dios en las criaturas lleva a comprender el
mundo como una modulación continua, en la que el ser
es la unidad del mundo como tal.
En esta máxima trascendencia que indica su unidad, Dios, entonces, une todo cuanto existe y es rico en
abundancia, en formas y manifestaciones. Él “desciende a
todo y a cada cosa singular, aunque permanece siempre
uno y como aquello que une lo diviso. Es por esto –dice
el Maestro Eckhart– que seis no es dos veces tres, sino seis
veces uno” (Eckhart, 2018: p. 11). Esta fórmula de representación de Dios será fundamental también para la mística islámica –especialmente para Ibn Arabi–, pues la
relación de Dios con el mundo no se resuelve a través del
paso del cero al uno o del uno al dos, sino en la multiplicación del uno con el uno, que conserva siempre su unidad y absoluta potencia (Cf. Chittick, 1998: 172). Unidad
significa, entonces, absoluta multiplicidad de existencias
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que participan del ser fundamental, es decir, una pura
potencia del ser de devenir cualquier forma.
No puede pasarse por alto la relación de amor con
la divinidad. El amor para poder existir debe orientarse
hacia una forma única. No es un amor universal, sino
amor que es hacia lo uno, de la misma manera que cuando amamos una cosa, un animal o una persona. Asimismo se ama a Dios en tanto unicidad, lo que significa no
sólo amar el mundo sino también a nosotros mismos, en
tanto el poder, la sabiduría o la verdad, que solemos
amar, son atributos “unidos con nosotros y nosotros con
ellos” (Eckhart, 2018: p. 9). Amar la unicidad significa
amar la potencialidad absoluta de aquello que fluye por
la creación, lo que implica amar no según una cierta voluntad individual, sino por medio de aquello divino que
habitamos. “Dios y yo somos uno en el obrar; él actúa y
yo llego a ser” (Cf. Eckhart, 2008: p. 56).
En Ibn Arabi, esta relación con Dios se muestra
abiertamente como una identidad. “El Profeta de Allah
ha querido mostrarte que tú no eres tú, sino Él: Él y no
tú; Él no cabe en ti y tú no cabes en Él; Él no sale de ti y
tú no sales de Él (Ibn Arabi, 2002: p. 25). Es esta identidad con Dios la que abre la experiencia humana a la experiencia divina, ese medio puro en el que toda
multiplicidad es posible. Dice Ibn Arabi: “Cuando seas
capaz de comprender que no eres distinto de Allah,
cuando este misterio te sea develado, entonces compren6
derás cuál es tu fin, comprenderás que tu extinción no es
posible, comprenderás que jamás dejarás de existir”
(Ibíd.: p. 34).
Debemos tener en cuenta que la declaración de
participación del humano en la divinidad fue la causa de
muerte de Al Hallâj que al proferir la frase yo soy la verdad [ana al haq] en un contexto poco heterodoxo terminó siendo ejecutado. Pero Ibn Arabi lo anuncia con la
misma claridad: “el que ha logrado comprender la Realidad dice: “«a mi la Gloria, pues mi majestad es grande».
Este hombre tan sólo ha podido abrazar un grado tan sublime tras comprender que sus propios atributos no son
sino los atributos de Allah, y que su ser íntimo es el ser
íntimo de Allah, sin mediar transformación alguna de
atributos ni transustanciación” (Ibíd.: p. 36). “La auténtica sabiduría mística [ma’rifa] –dirá Henry Corbin en su
libro sobre la imaginación creadora en Ibn Arabi– es para
el alma conocerse a sí misma como una teofanía, una forma propia en la cual se manifiestan los atributos divinos
que le serían incognoscibles, si no fueran en ella misma
que ella les descubre y les percibe” (Corbin, 2006: p. 151).
Eckhart, afirma en este mismo sentido, que para que sea
posible esa desocultación es del todo necesario que el humano se desapegue de lo creado y se acerque a la nada de
Dios, a ese flujo que más allá de tiempo y espacio conforma todo sin ser nunca una de sus criaturas en particular.
Un bello poema llamado El grano de mostaza [Granum
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sinapis]
el Maestro termina diciendo:
¡Oh alma mía,
sal fuera, Dios entra!
Hunde todo mi ser
en la nada de Dios.
¡Húndete en el caudal sin fondo!
Si salgo de tí
tu vienes a mí,
si yo me pierdo,
a ti te encuentro.
¡Oh bien más allá del ser!
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Bibliografía
Chittick, W. C. (1998) The Self-Disclosure of God.
Principles ofIbn al- ʿArabī’s Cosmology. New York: State
University ofNew York Press.
Corbin, H. (2006) L’imagination créatrice dans le
soufisme d’Ibn ’Arabi. Paris: Éditions Médicis-Entrelacs.
Eckhart, M. (2008) El fruto de la nada y otros escritos. Madrid: Siruela.
Eckhart, M. (2018) Sermón sobre el uno. Santiago:
Cuadro de tiza.
go.
Ibn ‘Arabi (2002) Sobre la unidad. Barcelona: Indi-
Ibn ‘Arabi (2008) Los engarces de las sabidurías.
Madrid: Editorial Edaf.
Lizzini, O. (2011). Fluxus (fayd). Indagine sui fondamenti della metafisica e della fisica di Avicenna. Bari:
Edizioni di Pagina.