Sexualidad y tabúes. Una mirada desde el psicoanálisis
Dr. Víctor Hernández Ramírez
El protagonista del acto erótico es el sexo o, más
exactamente, los sexos. El plural es de rigor porque, incluso
en los placeres llamados solitarios, el deseo sexual inventa
siempre una pareja imaginaria... o muchas. En todo
encuentro erótico hay un personaje invisible y siempre
activo: la imaginación, el deseo. En el acto erótico
intervienen siempre dos o más, nunca uno.
Octavio Paz1
No hay relación sexual.
Jacques Lacan2
Agradezco al pastor Ignacio Simal la invitación para estar con este grupo, llamado
Jesús inclusivo, y os doy las gracias por estar aquí para escucharme. Espero que esto
no sea un monólogo, sino que pueda ser una conversación entre todxs, sobre el tema
que nos ocupa: la sexualidad, y también los tabúes, que parecen siempre presentes en
la sexualidad.
Lo que voy a decir parte de una mirada psicoanalítica y, por tanto, he de decir que
lamento no traer buenas noticias. A diferencia de la buena noticia del evangelio, el
psicoanálisis nos trae malas noticias, o si no malas, nos trae noticias que nos dejan
contrariados, porque nos dice que la sexualidad humana es el ámbito de todos
los malentendidos, de los fracasos, de promesas que no se cumplen jamás,
de ilusiones que nos atrapan como fuerzas dominantes o esclavizantes, de
fantasmas que nos acosan y, de tanto en tanto, la sexualidad es el ámbito
que nos dan también cierta felicidad.
Este cierto carácter de portador de malas noticias del psicoanálisis con respecto a la
sexualidad se deriva de la manera como se constituye el psiquismo humano, que tiene
que ver con lo “inacabado” de la mente al nacer. Somos la única especie desprovista de
instintos (en sentido preciso, evolutivamente hablando) y por eso se dice que el ser
Charla con el grupo Jesús inclusivo, a cargo del pastor Ignacio Simal.
Església Protestant Betel+Sant Pau (metodista y presbiteriana), C. Aragó 51, Barcelona.
Viernes 18 de enero de 2019.
Doctor en psicología. Psicoanalista.
Tfno. +34 628.66.50.03. E–mail: herramv@gmail.com, victor@drvictorh.com
Octavio Paz, La llama doble. Amor y erotismo, Barcelona: Seix Barral, 1993, p. 15.
Jacques Lacan, El Seminario de Jacques Lacan. Libro 19. …O peor. 1971 – 1972, Buenos Aires: Paidós,
2012, p. 12.
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humano es una especie improbable y que, sin embargo se ha constituido en la que
domina (predomina) sobre las demás.
Esto es posible gracias al cuidado del neonato humano. Por eso, con respecto a nuestro
tema, hemos de decir que no hay sexualidad sin la experiencia primigenia del
cuidado que hace nacer el psiquismo humano, que lo acaba de gestar después
del parto, para producir un segundo parto que es el nacimiento del sujeto. El ser
humano ha de nacer al menos dos veces.
Esa experiencia primigenia permite la vida psíquica, y la vida como tal, en tanto que
aleja de la excesiva angustia y del miedo excesivo, para que pueda nacer el sujeto. Y el
sujeto nace porque la carne recibe la palabra, porque el verbo se inserta en el cuerpo
para que sea carne humana. Nuestros cuerpos ciertamente son carne, son
también biología, pero son carne humana, lo que significa que solamente
pueden serlo en el vínculo de la palabra y de la mirada de otros y con otros.
Por eso la sexualidad humana es siempre algo más, mucho más que la mera biología y
por eso, hablando del erotismo, nos dice el poeta:
Ante todo, el erotismo es exclusivamente humano: es sexualidad socializada y
transfigurada por la imaginación y la voluntad de los hombres. La primera nota
que diferencia al erotismo de la sexualidad es la infinita variedad de formas en
que se manifiesta, en todas las épocas y en todas las tierras. El erotismo es
invención, variación incesante; el sexo es siempre el mismo. El protagonista del
acto erótico es el sexo o, más exactamente, los sexos. El plural es de rigor
porque, incluso en los placeres llamados solitarios, el deseo sexual inventa
siempre una pareja imaginaria... o muchas. En todo encuentro erótico hay un
personaje invisible y siempre activo: la imaginación, el deseo. En el acto erótico
intervienen siempre dos o más, nunca uno. Aquí aparece la primera diferencia
entre la sexualidad animal y el erotismo humano: en el segundo, uno o varios de
los participantes puede ser un ente imaginario. Sólo los hombres y las mujeres
copulan con íncubos y súcubos.3
Por eso, en el psicoanálisis se rompe la visión de sentido común, que dice que la
sexualidad es binaria, y que nada tiene de complicado la sexualidad o, la identidad
sexual (que no son lo mismo). El psicoanálisis contradice ese “sentido común”: ya
desde que Freud publicó en 1905 los Tres ensayos de teoría sexual se puso en cuestión
dicho binarismo, se planteó que la mente humana es bisexual (por lo menos) y que
desde la infancia hay una sexualidad viva que todavía no comprendemos del todo pero
que como punto de partida es “perversa y polimorfa”.
En la formación del psiquismo y en las vicisitudes del crecimiento, en el ámbito de lo
inconsciente, tienen lugar diversos procesos de identificación, de elección de
objeto sexual y algo que en psicoanálisis se llama “sexuación”, que se
relaciona con el modo en que se goza en la vida sexual (aunque el término “goce”, en
3
Octavio Paz, op. cit., pp. 14–15.
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psicoanálisis no tiene el significado habitual), por lo que resulta muy importante tener
en cuenta que desde la visión del psicoanálisis nadie (sea que se identifique
como heterosexual, homosexual, transexual, etc.) elige la manera de cómo
se constituye su sexualidad: ni en la identificación [inconsciente] ni en el
objeto sexual que busca ni en la manera de buscar la satisfacción. Es por esa
visión, que se deriva de la clínica, que considero que el psicoanálisis es una
herramienta conceptual muy importante para los debates actuales sobre las formas de
masculinidad, las luchas políticas del colectivo LGTBI, la lucha feminista y, además,
los debates actuales del re-surgimiento de los discursos de supremacía machista o
masculina.
Es precisamente en el ámbito social (y de lucha política) donde resulta esencial tener
en cuenta que el psicoanálisis nos pide renunciar a una visión evolutiva de la cultura,
porque el ser humano siempre tiene regresiones, se mantiene ambivalente, conlleva
una dimensión inconsciente que refleja siempre algo mal anudado, que hace poco
probable su vida feliz (Freud dixit, en El malestar en la cultura).
Y esto es evidente también en la vida sexual, donde no basta con el debate sobre el
género, como si fuera una construcción disponible para nosotros en cuanto a poderla
deshacer y rehacer con facilidad, puesto que las dificultades están siempre allí, en ese
penoso camino de la identidad y la vida sexual humana. Este nudo mal hecho de la
sexualidad queda bien expresado en el siguiente párrafo del psicoanalista Patricio
Álvarez Bayon:
En esos tres niveles [procesos inconscientes de identificación, elección de objeto
sexual y sexuación], se configuran la sexualidad y el género a partir de las
marcas contingentes y determinaciones que se producen en la infancia y
también en la pubertad. Pero […] los tres niveles no se articulan entre sí de
modo unívoco: se puede tener una identificación masculina con un deseo
homosexual, se puede autopercibir una identidad femenina en un cuerpo
biológico masculino y sentir atracción por las mujeres, etc., es decir que los tres
niveles –identificatorio, electivo y de sexuación– pueden ser paradójicos y
contradictorios entre sí, lo cual conforma todas las dificultades que conocemos
en la asunción de un género, el cual nunca, en ningún caso, se asume sin
dificultades. Incluso en una persona que luego será heteronormada al modo
clásico–patriarcal, la determinación de la sexualidad y el género son difíciles y
transcurren por diversos caminos hasta que se llega a su asunción y su
ejercicio.4
En la sexualidad humana han estado siempre las marcas del tabú. Los tabúes son
las marcas del origen y del límite que establece un orden en la vida
humana, porque parecen contraponerse al poder atávico de la pulsión sexual, que se
Patricio Álvarez Bayon, “Las infancias trans y el psicoanálisis” en Lacan XXI. Revista FAPOL online,
Vol 6 – Octubre 2018, p. 67, http://www.lacan21.com/sitio/wp-content/uploads/2018/10/Lacan-21Vol6-ES.pdf, énfasis añadido.
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ha representado como el enigma de la vida en su origen y creatividad, así como la
amenaza del caos y la destrucción:
Sin sexo no hay sociedad pues no hay procreación; pero el sexo también
amenaza a la sociedad. Como el dios Pan, es creación y destrucción. Es instinto:
temblor pánico, explosión vital. Es un volcán y cada uno de sus estallidos puede
cubrir a la sociedad con una erupción de sangre y semen. El sexo es subversivo:
ignora las clases y las jerarquías, las artes y las ciencias, el día y la noche:
duerme y sólo despierta para fornicar y volver a dormir.5
Ciertamente los tabúes pueden adscribirse al ámbito mítico6 y, por ello, se puede
considerar que su función ya no tiene lugar en una sociedad como la nuestra. Pero los
tabúes no solamente tienen una función operativa y social (piénsese, por ejemplo, en el
tabú de la virginidad en la sociedad feudal), sino que también apuntan a las perennes
dificultades de una sexualidad que, para el psicoanálisis, en la que siempre ocurren los
equívocos, los malentendidos, los desencuentros. A eso remite la frase de Lacan, en el
último tiempo de su enseñanza, al afirmar que no hay relación sexual7: puesto que no
sabemos lo que buscamos, no sabemos lo que encontramos ni sabemos lo que nos hace
gozar cuando buscamos la satisfacción del deseo. En nuestras búsquedas los
fantasmas se confunden con las personas que pretendemos amar, en los
encuentros nos quedamos con el hueco de lo idealizado y en los placeres
nos quedamos con la soledad de la satisfacción.
Pero, a pesar de las advertencias contrariantes del psicoanálisis los encuentros eróticos
y amorosos ocurren, afortunadamente. Si bien, en tales encuentros es donde tienen
lugar dos condiciones que parecen contradictorias: por un lado la atracción entre
dos es involuntaria y nace de un poderoso magnetismo o de una química
involuntaria, pero también tiene que ser una elección, un acto de libertad. Y en
ese encuentro, y en las historias amorosas derivadas, que siempre llevan su trabajo y
sus penalidades, coinciden los opuestos: en el territorio del amor se cruzan el destino y
la libertad.
No solamente el psicoanálisis, sino también la literatura y la poesía nos han mostrado
lo que cualquiera, con cierta experiencia, ya sabe: en ese territorio del encuentro
amoroso tiene lugar la mezcla inextricable del deseo y del despecho, del amor y del
odio. No hay experiencia amorosa, si es que logra tener una historia, que no demuestre
sus grietas, su capacidad para el rencor y el resentimiento, para la queja y para el odio,
e incluso en se muestra como el deseo malsano de querer estar con quien nos hace
Octavio Paz, op. cit., p. 16.
Aunque un tabú puede estar también adscrito, por decirlo así, a un ámbito pre-mítico, como ocurre con
el tabú de la prohibición del incesto, que Freud ha querido tematizar como un concepto primordial
del psicoanálisis, como es el Edipo, pero que también ha querido usar como elemento fundamental del
mito creado por Freud mismo en su obra Tótem y tabú, publicado en 1913. En estas obras, el tabú del
incesto es una noción pre-mitica, una condición para relatar el mito.
7 Jacques Lacan, ibid., pp. 12–23.
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infelices. Es así como el amor se nos presenta también como la posibilidad del mal, es
decir como una seducción malsana que nos atrae y que nos vence.
Aquí, sin embargo, ya estamos en un territorio que va mucho más allá del erotismo o la
sexualidad humana, que nos lleva a la reflexión sobre el amor, sobre si es posible y
sobre la manera como queda más allá de la búsqueda de la felicidad. Si bien el
psicoanálisis aquí no tiene ya tanto que decir, si quiero señalar que para el
psicoanálisis el trabajo clínico que hacemos con las personas que nos consultan se
orienta a recuperar la capacidad de trabajar y de amar.
Dado que aquí estamos en un ámbito de fe cristiana, como grupo denominado Jesús
inclusivo, querría decir un par de observaciones que no son parte de la visión
psicoanalítica (o no de manera directa, al menos) pero que derivan de la fe bíblica y
que considero relevantes para nuestro tema:
La primera es que para la fe bíblica la sexualidad humana no es un tema
central. No ocupa un lugar central en el mensaje bíblico que llama al ser humano a la
vida, a la reconciliación con Dios y con su prójimo. Tampoco lo es en el mensaje central
de Jesús, que anuncia el Reino y que llama a cumplir la ley en el amor radical hacia el
prójimo que es otro y que es, incluso, el enemigo que será mi verdugo.
Esto no quiere decir que la sexualidad no aparezca en la Biblia. Al contrario, la
antropología semita, no Occidental, de la Biblia asume la condición del ser humano
como un ser sexuado y no esconde los dramas y pasiones donde lo sexual está
presente. Pero el cuerpo humano no es malo, sino que por el contrario, es objeto de la
redención y por eso la fe cristiana no habla de la salvación del alma, sino de la
resurrección de la carne.
La segunda observación es que para la fe bíblica el mandato de amar no puede
desligarse de la corporalidad, del otro en tanto que es un cuerpo, sexuado y
deseante, ambivalente y susceptible de ejercer la violencia o de sufrir la violencia. Esto
quiere decir que para la fe bíblica el cuerpo es fundamental y que siempre estamos en
peligro de descuidarlo, porque las relaciones de dominación siempre operan hacia la
devaluación y dominación de los cuerpos de otros, de los más débiles.
Y con estas dos observaciones finales, extra–psicoanalíticas (aparentemente), querría
que comencemos una conversación. Muchas gracias.