Revista de Estudios Sociales No. 28,
rev.estud.soc.
diciembre de 2007: Pp. 152. ISSN 0123-885X:
Bogotá, Pp.72-85.
Violencia, homofobia y psicoanálisis:
entre lo secreto y lo público*
POR
MARÍA MERCEDES GÓMEZ**
FECHA DE RECEPCIÓN: 23 DE OCTUBRE DE 2007
FECHA DE ACEPTACIÓN: 30 DE OCTUBRE DE 2007
FECHA DE MODIFICACIÓN: 13 DE NOVIEMBRE DE 2007
RESUMEN
Este artículo revisa, desde los conceptos psicoanalíticos de “síntoma” y “represión”, expresiones de violencia por prejuicio sexual en
sociedades de heterosexualidad institucionalizada y obligatoria. Desde estas nociones la autora examina las tensiones que existen
entre la prohibición de prácticas homosexuales, el concomitante deseo por lo prohibido, la violencia con que se normaliza tal deseo
y sus efectos. Parte de un ejemplo jurídico para mostrar cómo prácticas de subordinación frente a sexualidades no-normativas son
toleradas y mantenidas como fuentes de gozo privado, pero se tornan objeto de violencia excluyente cuando el gozo de lo prohibido
se hace público. El texto explora las vicisitudes de esta transición desde una perspectiva psicoanalítica y política.
PALABRAS CLAVE
Heterosexualidad obligatoria, psicoanálisis, violencia por prejuicio, discriminación, exclusión, género y sexualidad.
Violence, Homophobia and Psychoanalysis:
Between Secrecy and Openness
ABSTRACT
Through the psychoanalytical concepts of “symptom” and “repression,” this article looks at expressions of sexual prejudice-based violence
in societies where heterosexuality is institutionalized and compulsory. With these concepts, it examines the tensions that exist between
the prohibition of homosexual practices, the concomitant desire for the prohibited, and the violence with which this desire and its effects
are normalized. The article begins with a legal example to show how practices of subordination in terms of non-normative sexualities are
tolerated and maintained as sources of private pleasure, but how they become objects of exclusionary violence when the pleasure of the
prohibited is made public. The text explores the vicissitudes of this transition from a psychoanalytical and political perspective.
KEY WORDS
Compulsory heterosexuality, psychoanalysis, prejudice-based violence, discrimination, exclusion, gender and sexuality.
Violência, homofobia e psicanálise:
entre o secreto e o público
RESUMO
O artigo analisa, a partir dos conceitos psicanalíticos de “sintoma” e “repressão”, expressões de violência por preconceito sexual
nas sociedades de heterossexualidade institucionalizada e obrigatória. Partindo destas noções, revisam-se as tensões que existem
entre a proibição de práticas homossexuais, o concomitante desejo pelo proibido, a violência com que se normaliza esse desejo e
seus efeitos. A autora parte de um exemplo jurídico para mostrar como as práticas de subordinação frente às sexualidades não-normativas são toleradas e mantidas como fontes de gozo particular, mas tornam-se objetos de violência excludente quando o gozo do
proibido se faz público. O texto explora as vicissitudes desta transição a partir de uma perspectiva psicanalítica e política.
PALAVRAS CHAVE
Heterossexualidade obrigatória, violência por preconceito, discriminação, exclusão, gênero e sexualidade.
*
**
Agradezco a Juan Felipe Moreno por la traducción de una primera versión del texto y de las citas, a Julia Morales por el trabajo de edición de las referencias bibliográficas, a Liz Fitting, Claudia Steiner y a dos evaluadores anónimos por sus comentarios. El texto es una versión revisada del capítulo II de mi tesis doctoral titulada
“Discrimination and Exclusion: An Interdisciplinary Approach to Hate Crime Politics” New School for Social Research, NYC, 2006.
Filosofía, Pontificia Universidad Javeriana, Bogotá, Colombia; Especialización, Instituciones Jurídico Penales, Universidad Nacional, Bogotá, Colombia; Maestría, Estudios de Género y Teoría Feminista, New School For Social Research, Nueva York, EE.UU; Ph.D., Teoría Política, New School For Social Research, Nueva York, EE.UU.
Profesora Asociada y actual Directora del Departamento de Lenguajes y Estudios Socioculturales, Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia. Correo electrónico:
margomez@uniandes.edu.co
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Violencia, homofobia y psicoanálisis: entre lo secreto y lo público
MARÍA MERCEDES GÓMEZ
dossier
E
En sociedades con modelos binarios de distribución del poder (por ejemplo, hombre/mujer; heterosexual/homosexual,
blanco/no-blanco), ciertas prácticas son discriminatorias
porque apuntan a la subordinación de quienes se perciben
como diferentes o disidentes y ciertas prácticas son excluyentes porque apuntan a suprimir las diferencias del paisaje
social. Los dos tipos de prácticas, ambos en la lógica del prejuicio, es decir, en un talante de hostilidad o predisposición
negativa hacia lo percibido como diferente, pueden desplegarse en violencia física. Los usos u objetivos de la violencia física motivada por prejuicio, sin embargo, pueden ser
distintos; por ejemplo, un gesto violento es jerárquico cuando pretende advertir y marcar –al individuo y al grupo que
simboliza- su subordinación dentro de un orden social. En
comparación, el gesto violento es excluyente cuando apunta
a eliminar del paisaje social al otro u otros que encarnan una
diferencia amenazante (Gómez, 2004; 2006).
xisten muchos textos sobre psicoanálisis y
homosexualidad y múltiples debates sobre la homofobia interiorizada en los individuos y en las teorías y
prácticas psicoanalíticas, pero no muchos trabajos que
hagan acopio de teorías psicoanalíticas para debatir las
dinámicas de la violencia física contra las sexualidades
disidentes o sexualidades no-normativas1. En este texto analizaré, a partir de los conceptos psicoanalíticos
de ‘síntoma’ y ‘represión’, la ansiedad que suscitan las
prácticas e identificaciones sexuales no-normativas en
sociedades donde prima lo que Adrienne Rich denomina la ‘heterosexualidad obligatoria’. Esta ‘heterosexualidad obligatoria’ es, antes que nada, un régimen político
–institucionalizado por medio de arreglos legales, culturales y económicos– en el que el privilegio masculino
y heterosexual es sistemáticamente construido a costa
de la subordinación y el desprecio hacia lo que es percibido e identificado como femenino o en disidencia
de la norma heterosexual (Rich, 1993, p. 227).2
En diferentes lugares y momentos históricos, las prácticas
discriminatorias y las prácticas excluyentes se dan en un
continuum y los usos de la violencia jerárquica y excluyente
pueden coincidir, intercalarse o superponerse entre ellas.
De igual forma, una práctica discriminatoria puede generar
gestos de violencia excluyente y una práctica de exclusión
puede domesticarse si un gesto violento logra sus propósitos de subordinación. Los gestos violentos que culminan
en la muerte pueden responder a un uso jerárquico o a un
uso excluyente de la violencia. Así, por ejemplo, a mediados del siglo XX los triunfos jurídicos que terminaron con
la segregación en los Estados Unidos dieron pie a linchamientos de afro americanos en el sur. Estos eventos constituyeron un uso jerárquico de la violencia, cuyo propósito
no era el de eliminar a todos aquéllos que la hacían posible,
la comunidad afro descendiente subordinada y productiva,
sino, por el contrario, advertir sobre los riesgos de subvertir
un orden jerárquico, el de la supremacía blanca.
1 Por sexualidades disidentes, diversas, no-normativas o no-heterosexuales entiendo aquéllas prácticas e identificaciones que
alteran las relaciones binarias y correspondientes entre sexo biológico, rol de género y deseo. Los textos que han dado mayor
claridad a mi reflexión son: Young-Bruehl, E. (1996). The Anatomy of Prejudices. Cambridge, Mass: Harvard University Press.
y Moss, D. (1992). “Introductory Thoughts: Hating in the Fisrt
Person Plural: The Example of Homophobia”. American Imago,
49(3), 277-291. Véase también, Moss, D. (2003). Hating in the
First Person Plural. Psychoanalitic Essays on Racism, Homophobia, Mysogyny, and Terror. New York: Other Press.
2 En palabras de Rich, la heterosexualidad obligatoria “es una institución política que resta poder a las mujeres” (Rich, 1993:, p.
227). Véase también Wittig (1992). Existen, sin embargo, diferencias entre Wittig y Rich en torno a la posición de la categoría
‘mujer’ en articulaciones políticas. Para Wittig, la sociedad heterosexual se asienta sobre la categoría de sexo, entendida no como
ser sino como relación. Los hombres y las mujeres son el resultado
de relaciones, pero la categoría ‘sexo’ se utiliza para ‘naturalizar’
la construcción de las mujeres como seres (hetero)sexuales, disponibles a los hombres y entregadas a la economía heterosexual.
(Wittig, 1992, pp. 6-7). Michel Foucault fue pionero en la crítica
con su genealogía de la historia de la sexualidad (Volumen 1,
1978; Volumen 2, 1985; Volumen 3, 1986). Para una exposición
interesante de la heterosexualidad como régimen político, véase
también Marie-Héléne Bourcier (2001). Un extenso cuerpo de
trabajos de carácter lésbico feminista ha desarrollado este argumento. Prefiero usar ‘feminidad’ o ‘femenino’ y ‘masculino’ en
vez de ‘hombres’ y ‘mujeres’ para enfatizar los rasgos culturales
en lugar de la distinción binaria de los sexos. En argumentos
específicos –como los argumentos políticos y psicoanalíticos–
mantendré el par binario hombre/mujer con el fi n de enfatizar
la conflación entre la producción cultural y biológica de géneros,
y la jerarquía de géneros y sus implicaciones con respecto a la
violencia homofóbica.
El caso de la violencia doméstica, especialmente aquélla
contra las mujeres, incluso cuando culmina en la muerte,
responde al mismo tipo de lógica: se trata de recordar a la
víctima (y a todas las que estén en la misma situación) su
lugar de subordinación y los riesgos de pretender subvertirlo. No así la violencia contra los judíos durante el holocausto nazi. Aunque en ocasiones y por razones utilitarias
la vida de los trabajadores recluidos en los campos de concentración se conservara con lo mínimo, las prácticas estaban dirigidas a suprimirlos del entorno después de haber
vaciado sus cuerpos y mentes de cualquier energía o deseo
(Levi, 1987). Esas prácticas son claramente excluyentes:
el judío, como lo señala Sartre (1946; 1992), es visto por
el anti-semita como la encarnación y fuente de todo mal;
el fin, por ende, es su destrucción. En el mismo sentido
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las sexualidades no-normativas han sido investidas con los
epítetos del mal, la perversión, la traición y la muerte. Por
eso es posible afirmar que las diversas prácticas que se han
ejercido sobre ellas, desde la conversión, la expulsión social,
la tortura física y psíquica en terapias y lobotomías y los discursos estigmatizantes (Eskridge, 1999, p. 82; D´Emilio,
1983), apuntan no tanto a subordinar como a hacer desaparecer las diferencias o los cuerpos que las ostentan.
teórica. Lo que me interesa en este texto en particular
es explorar un proceso que ilustre estas tensiones en los
siguientes registros: primero, en la posible confluencia
de prácticas discriminatorias con usos excluyentes de la
violencia como resultado de la dinámica entre lo secreto
y lo público. Segundo, en la exposición de algunos de
los elementos que el psicoanálisis aporta para la comprensión de la ansiedad que genera la potencial pérdida
de los privilegios que en estas sociedades se distribuyen
entre quienes se definen o son definidos como heterosexuales.
La mayoría de los casos de violencia motivada por hostilidad hacia lo que es diferente, incluido el prejuicio
sexual3, no se ajustan completamente a la polaridad de
las distinciones enunciadas entre discriminación y exclusión, sino que las complejizan y exigen su afinación
DE LA DISCRIMINACIÓN A LA EXCLUSIÓN
El 24 de noviembre de 2001, un hombre al que llamaremos LCP asesinó a otro al que llamaremos JAG, después
de llevarlo a un paraje solitario en las afueras de la ciudad
de Pereira, Colombia. El hecho fue resultado de la extorsión a la que JAG habría sometido al primero. La extorsión consistía en amenazar al agresor con mostrar a su
esposa el contenido de un videocasete en el que supuestamente se habían grabado las relaciones homosexuales
que aquellos habían sostenido. LCP se hizo acompañar
de un amigo y en el remoto lugar exigió a JAG la devolución del objeto. Frente a lo que se sospecha una negativa
de entregar el videocasete, LCP apuñaló de muerte a
JAG (Gómez, 2008).4
3 La noción de ‘prejuicio sexual’ fue acuñada por el psicólogo social
Gregory Herek para señalar “todas las actitudes negativas basadas
en la orientación sexual, sin importar si el blanco es homosexual,
bisexual o heterosexual. Dada la actual organización social de la
sexualidad [que es de heterosexualidad obligatoria], sin embargo, dicho tipo de prejuicio está casi siempre dirigido a personas
implicadas en comportamiento homosexual o a personas que se
designan a sí mismas como gays, lesbianas o bisexuales. Así (…)
el prejuicio sexual abarca las actitudes negativas del heterosexual
hacia a) el comportamiento homosexual; b) las personas de orientación homosexual o bisexual; c) las comunidades de gays, lesbianas y bisexuales.” Véase, Gregory Herek (1999), quien privilegia
la noción de ‘prejuicio sexual’ sobre nociones tales como ‘homofobia’ y ‘heterosexismo’. Para ello argumenta que el término homofobia “implícitamente sugiere que las actitudes anti-gay son mejor
entendidas como un miedo irracional y que representan una forma de sicopatología individual en vez de un prejuicio socialmente
reforzado (…) [y que] el heterosexismo, con su foco histórico en
el macro-nivel de las ideologías culturales por sobre las actitudes
individuales, no es un reemplazo satisfactorio para el término homofobia” (Herek, 1992, p. 2). Utilizo los términos ‘homofobia’ y
‘prejuicio sexual’ de forma intercambiable, puesto que pienso que
el significado popularizado del primero desborda la simple connotación individual psicológica para incluir el componente social
del prejuicio. También utilizo la palabra ‘homofobia’ para describir específicamente las actitudes anti-gay y anti-lesbianas y para
diferenciar a éstas de comportamientos que pueden ser denominados anti-heterosexuales y que están por fuera del alcance de
este trabajo. En diferencia con Herek, intento demostrar que la
homofobia es socialmente construida antes que una “asunción a
priori acerca de los orígenes, dinámicas y motivaciones subyacentes de las actitudes anti-gay” (Ibid., p.2) y que, consecuentemente, no necesariamente enfatiza el comportamiento individual, o,
al menos, no lo hace sin mostrar la complicidad del ambiente en
la interiorización y actuar hostil del perpetrador. La homofobia
puede ser un ‘miedo irracional’ en algunos casos, tal y como sucede con otros prejuicios. Pienso que Herek está más preocupado
por la ‘irracionalidad’ del miedo que por el miedo mismo. Me
imagino, y en esto concuerdo con él, que si enfatizamos la ‘irracionalidad’ de la violencia anti-gay, no podemos debatir acerca de
las responsabilidades objetivas. Este es el caso, por ejemplo, de
la infame, pero aún existente, figura de defensa legal conocida
como ‘síndrome de pánico sexual’. Pero, así utilicemos el término
‘homofobia’ o la expresión ‘prejuicio sexual’, un componente de
miedo a la diferencia es parte central de la definición. Finalmente, nunca utilizo la palabra ‘heterosexismo’ porque pienso que la
expresión ‘heterosexualidad obligatoria’ enfatiza mucho mejor el
aspecto normativo de los patrones culturales y políticos en contra
de las sexualidades alternativas.
Este caso parece tener explicación en lo que la filósofa y psicoanalista Elisabeth Young-Bruehl ha clasificado
como un tipo de prejuicio histérico.5 La homofobia crea
4 Para un seguimiento del proceso legal: Juzgado Cuarto Penal del
Circuito de Dosquebradas, Risaralda, Junio 7, 2004. Proceso:
2002-00135. También Tribunal Superior del Distrito Judicial.
Sala de Decisión Penal. Pereira, Agosto, 2004 y Corte Suprema
de Justicia de Colombia. Sala de Casación Penal. Proceso No
23093. Bogotá, 9 de febrero, 2005.
5 Young-Bruehl integra teorías psicoanalíticas y sociales para identificar tres tipos de prejuicio: El ‘prejuicio obsesivo’ (del anti-semita) ve la conspiración en todas partes y se siente obligado a
eliminar la amenaza (1996: p. 33). El ‘prejuicio histérico’ (del racismo y el clasismo) está dirigido a personas consideradas como
de más bajo estatus, pero que, sin embargo, deben ser mantenidas
en sus lugares porque resultan útiles a los propósitos del grupo o
individuos prejuiciosos (1996, p.34). El ‘prejuicio narcisista’ (del
sexismo) se basa en la intolerancia (usualmente pero no exclusivamente masculina) hacia la idea de que existe gente que no
es como los hombres (anatómicamente hablando). Este prejuicio
apunta a reforzar las identidades (principalmente masculinas)
por medio del refuerzo de los límites. (1996, p. 35 y pp. 157-158).
El prejuicio obsesivo coincide con mi definición del uso excluyente de la violencia, es decir la que apunta a eliminar al otro o sus
identificaciones y prácticas del entorno social, y el prejuicio histérico coincide con mi definición del uso jerárquico de la violencia que apunta a mantener al otro en su lugar de subordinación.
Véase, Gómez 2006 a y b.
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al homosexual6, dice la autora, y lo hace objeto de prejuicios obsesivos, histéricos y narcisistas (pp.33-39; pp. 137159). Aunque, según la clasificación de Young-Bruehl, todos los prejuicios pueden desplegarse en homofobias, en
este texto en particular nos interesa el prejuicio histérico.
Según este tipo de prejuicio las personas deben permanecer subordinadas pero disponibles porque resultan útiles a
los propósitos del grupo o individuo prejuicioso (p.34). El
prejuicio histérico coincide con los propósitos de las prácticas discriminatorias que pretenden “mantener al otro en
su lugar de subordinación” y, por lo tanto, con el interés
por mantener las jerarquías. El tipo de subordinación que
caracteriza al prejuicio histérico consiste en suponer que
las personas percibidas como homosexuales están “disponibles para prestar [al homofóbico], en la realidad o en la
fantasía, sus servicios sexuales” (p.34). Para las personas
con prejuicios histéricos, las sexualidades no-normativas y quienes las ejercen sirven como objeto de fantasías
sexuales o como sujetos de actos prohibidos y deseados.
El homosexual, dice Young-Bruehl, facilita al homofóbico
histérico la representación de su mascarada y, simultáneamente, establece una frontera entre él y el otro:
narra el caso de un hombre de 30 años que entró a terapia
para trabajar su homosexualidad latente. El hombre afirmaba que todas sus relaciones habían sido con mujeres y por
cortos lapsos de tiempo. Un día, después de dos años de
estar en análisis, contó al analista que una llamada telefónica hecha por un hombre desconocido que sabía su nombre
lo había despertado en mitad de la noche. La llamada era
abiertamente sexual; ambos se excitaron, cada uno se masturbó y él tuvo un orgasmo. El paciente dijo a la mañana siguiente que “nunca en su vida se había sentido tan cerca de
otra persona”. Reportó que al principio se sentía preocupado
por el tono “homosexual” de su experiencia pero que pronto
se relajó y sintió lástima por aquel buen hombre que necesitaba “recurrir a la homosexualidad y al sexo telefónico”. “Por
la mañana –añade Moss– los sentimientos de hombría, masculinidad y potencia del paciente habían sido restaurados.”
(Moss, 1992, pp. 285-286)
¿Qué pasa si el secreto se hace público? ¿Cuál habría sido
la reacción del paciente si alguien hubiese hecho pública
su experiencia? Es difícil saber en el caso particular. En
nuestro primer ejemplo, el de LCP, generó un asesinato. Por eso es posible suponer que la separación entre lo
secreto y lo público es problemática y sirve para ilustrar
la endeble frontera entre el prejuicio homofóbico y la violencia, además de la imperante necesidad de marcar la
diferencia entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, una vez que se hace
explícita la trasgresión y con ella la inestabilidad de las
identificaciones y prácticas sexuales. En nuestros ejemplos, el hecho de mantener al homosexual como disponible y subordinado, y (aquí diríamos) disponible y oculto
en el closet del homófobico, es útil a la realización de los
deseos secretos de este último. Sin embargo, cuando el
secreto amenaza o se torna público, el peligro (el cuerpo
(homo)sexual o no-normativo)7 debe ser eliminado con
… [Nosotros] podemos disfrutar, de forma indirecta su
amor, verlos en películas pornográficas, imaginarnos
como sus amantes, incluso, quizás, viajar o experimentar con ellos y luego volver a nuestro mundo, “olvidando”
que alguna vez lo abandonamos o que hicimos lo que
hicimos… Este tipo de homofóbicos no quiere eliminar
a los homosexuales, los quiere explotar. (1996: p. 158).
El prejuicio histérico se centra entonces en la instrumentalidad del homosexual en tanto encarnación de un placer
secreto que requiere de una forma contradictoria de externalización: el homosexual tiene que ‘estar ahí’ disponible
como objeto de fantasías sexuales y como ser inferior (un
chivo expiatorio, quizás) que tiene que ser castigado con
su subordinación- por ese mismo hecho de ‘estar ahí’ –del
lado de la trasgresión.
7 De forma similar en casos que ilustran ataques fatales a personas transgeneristas, se vislumbran tensiones entre las prácticas
sexuales y su reconocimiento público. Dos casos de asesinato
en los Estados Unidos ponen en evidencia los dilemas de “hacer
pública” la “verdad” de la identidad de género y establecer su
relación con los motivos del crimen. Se trata del asesinato de la
adolescente transgenerista Gwen Araujo el 3 de octubre de 2002.
Gwen, quien vivía como mujer, fue asesinada por cuatro hombres
y se dice que tuvo relaciones sexuales con al menos dos de ellos.
Sometida por la fuerza a un chequeo para confi rmar su sexualidad biológica, fue golpeada hasta la muerte cuando descubrieron que tenía genitales masculinos. Los asesinos fueron juzgados
en California, estado que tiene leyes de aumento de pena para
crímenes cometidos por razón de la identidad de género de la
víctima. Sin embargo, la condena a tres de los acusados fue por
asesinato y no por homicidio. Un tercero recibió condena por homicidio involuntario. El jurado consideró que el asesinato se produjo porque la situación se les salió de las manos y no en razón de
la orientación sexual/identidad de género de la víctima; por eso
no se sentenció con aumento de penas, es decir, no se reconoció
el incidente como un crimen de odio. Véase, http://www.trans-
Encontramos otro ejemplo de esta forma de prejuicio en una
historia contada por el psicoanalista Donald Moss. Él nos
6 Conservo la categoría ‘homosexual’ que usa la autora. YoungBruehl es cautelosa en el uso de la misma y considera que es
difícil determinar quién puede ser nombrado por ella. Anota (y
coincido con su anotación) que la homofobia es “una atribución
de control sobre la categoría ‘homosexual’ y que los homofóbicos
tratan de tomarse el poder de definirla.” (p. 143). Como señalé
anteriormente, a lo largo del texto hago uso de formas alternativas
para nombrar las prácticas, identificaciones o deseos que suelen
dar lugar a la categoría ‘homosexual’. Los términos que uso son:
sexualidades no-normativas o no-heterosexuales y sexualidades
diversas o divergentes. Esto para reiterar la incongruencia entre
prácticas, identificaciones y deseos.
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el fin de marcar la diferencia y recuperar una “identidad
heterosexual coherente” (Mason, G. 2001, p.3)
tadística que impiden distinguir la violencia en contra
de las lesbianas de la violencia en contra de las mujeres
heterosexuales o de los hombres homosexuales (Herek,
2000). Aun así, también hay razones de tipo normativo
que tienen que ver con que el deseo lésbico despierta
ansiedad extrema y odio debido a que es percibido como
una amenaza radical: las lesbianas “roban los placeres de
la heterosexualidad” (Mason, 2001, p. 275) y así, amenazan “la forma en que la comunidad organiza su gozo” (Zizek, 1993, p.206; Mason, 2001, p. 275). El deseo lésbico
bloquea la participación masculina en los actos del deseo,
participación que sostiene el régimen político de heterosexualidad obligatoria (Rich, 1993; Foucault, 1978; Wittig, 1992). Por eso puede decirse que los gestos violentos
contra personas percibidas como lesbianas suelen apuntar a suprimir la diferencia y no a subordinarla, aunque la
pornografía entre mujeres, hecha y dirigida a un público
heterosexual, se podría pensar como un ejemplo del prejuicio histérico mencionado.
PERDER LAS “CREDENCIALES MASCULINAS”8
Este aparte tiene como objetivo explorar las siguientes preguntas: ¿Por qué la transgresión de las normas
(hetero)sexuales es simultáneamente objeto de gozo y de
castigo?, ¿qué hace que la posibilidad de hacer pública
una práctica sexual no-normativa genere gestos de violencia excluyente? ¿qué hace que la transgresión de la norma
heterosexual sea especialmente vulnerable ante el prejuicio y la violencia? Antes de discutir estos puntos vale la
pena hacer un breve excurso y precisar que los argumentos de este texto se dedican a pensar la violencia en contra de los hombres homosexuales. La violencia contra las
lesbianas puede ser tan sólo parcialmente explicada por
las aproximaciones aquí examinadas, a pesar del hecho
de que tales aproximaciones se exhiben con frecuencia
como discursos representativos de la violencia basada en
prejuicio sexual en general.9
En el orden del uso excluyente de la violencia, Amnistía Internacional (2005) reporta el caso de una mujer en
Zimbawe autoidentificada como lesbiana cuyos padres
ordenan su repetida violación hasta que quede embarazada para así “corregir” su orientación sexual. En otro
caso del mismo informe se cuenta que “dos lesbianas de
color reportaron que dos hombres en Brooklyn, N.Y., las
siguieron, las acosaron y las golpearon mientras les gritaban: ‘Voy a matarte, perra. No eres un hombre’” (Amnistía
Internacional, 2005). Este incidente señala cómo la ansiedad frente a mujeres percibidas como lesbianas es, en
cierto sentido, diferente aunque familiar al de la ansiedad
frente a hombres percibidos como homosexuales. Ante
las lesbianas el agresor no parece temer “volverse el otro
(una mujer) sino experimentar miedo a ser desenmascarado como un impostor.10 Atacar a una lesbiana gritando
“no eres un hombre” parece operar como un espejo de la
incapacidad del agresor de asegurar su propia masculinidad excepto con referencia a lo que el piensa que la otra
“no es”. Tal operación pone de cabeza el sentido de su
enunciado: cuando dice “no eres un hombre”, también
está diciendo “haces lo que los hombres hacen”, en otras
palabras, “tienes mujeres.” Así el sentido oculto del enunciado del agresor parece ser “si TÚ tienes mujeres, YO
NO soy un hombre” (Gómez, 2006b, p. 186-187).
La violencia contra las personas transgeneristas tampoco
está cubierta por estas reflexiones. En lo que concierne a
la violencia por prejuicio sexual, considero que tanto las
lesbianas como los transgeneristas sufren de grados más
intensos de exclusión que los hombres homosexuales,
aunque no del mismo modo. En el caso de la violencia
contra lesbianas o personas percibidas como lesbianas,
el investigador enfrenta, cuando no los omite, obstáculos en los métodos investigativos y en la recolección esgenderlawcenter.org/gwen/index.html, consultado el 25 de mayo
del 2007; http://www.sfgate.com, artículo publicado el domingo
16 de mayo de 2004; http://en.wikipedia.org/wiki/Gwen_Araujo, página actualizada el 17 de abril de 2007. Otro caso similar
es presentado por Arthur Dong en su excelente documental Licensed to Kill. David Feikema conoció a Larry Venzant el 19 de
diciembre de 1993 y lo invitó a su casa con fines sexuales. Feikema confiesa que pensó que Venzant era biológicamente mujer y
que se enfrascaron en una discusión sobre el tipo de relaciones
sexuales que querían sostener. La discusión terminó en la pelea que condujo a Feikema a apuñalear a Venzant causándole la
muerte. Después de darse cuenta de que Venzant era hombre,
Feikema le cortó el pene y se lo insertó en la boca. Fue condenado a 21 años de cárcel, aunque declarado enfermo mental y
llevado a una institución psiquiátrica con posibilidad de libertad
condicional a partir de mayo del 2004. En el curso de una entrevista Feikema asegura que al cortarle el pene “le estaba dando a
Venzant lo que él quería, es decir, ser una mujer” (Dong, 1997) y
enfatiza que el dictamen de su locura en el momento del crimen
no fue unánime. La mayoría de sus interlocutores, asegura, al oír
los pormenores de su caso suelen decirle que “hizo lo correcto”,
lo que cualquiera en su situación hubiera hecho.
8 Tomo prestada la expresión de Mason, G. 2001.
9 Los argumentos presentados a continuación se encuentran desarrollados en Gómez 2006b, Capítulo V.
Pocos ataques son tan brutales, repetidos y visibles
como los perpetrados contra personas transgeneristas.
Su especificidad viene dada porque los transgeneristas
“encarnan”, si puede decirse sin contradicción, la inde10 Veremos en el argumento psicoanalítico en qué consiste el fraude.
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terminación latente en toda sexualidad, la prueba viva
de la innecesidad de los binarios (hombre-mujer /heterosexual-homosexual) que sostiene a la heterosexualidad
como obligatoria y por lo tanto evidencian una radical
contingencia de la hetero(sexualidad). La indeterminación del transgenerista angustia, al modo de lo ominoso
en Freud, quien, citando a Schelling afirma que lo ominoso es “todo lo que estando destinado a permanecer
en secreto, en lo oculto, ha salido a la luz” (1989, p.
225); también es aquello abyecto en Kristeva, quien lo
nombra como “No yo. No eso. Pero tampoco nada. Un
‘algo’ que no reconozco como cosa. Un peso de no-sentido que no tiene nada de insignificante y que me aplasta.”(1988, p.9); o el concepto derrideano de lo indecible
y cuyo rastro encontramos en la figura cinematógráfica
del zombie, lo que no está vivo ni tampoco muerto. Lo
indecible amenaza, como el zombie, las certezas de lo
determinado (Derrida, 1997; Collins, J. y Mayblin, B.
1996, pp. 16-23). Minar las condiciones de la determinación convierte a las personas transgeneristas en blanco paradigmático de violencia excluyente.
ser violento es una forma social reconocida de ser hombre” (782). 3. En el mundo anglosajón, dice Harris, (y
me atrevería a decir que con sus variaciones en América Latina también) las identificaciones de género están
marcadas además por condiciones de raza y clase social.
Los privilegios de la masculinidad se juegan en combinación con las posiciones raciales, de clase y, agregaría, de
orientación sexual e identidad de género -en caso de que
no se use el “género” en un sentido amplio. Sin embargo,
las jerarquías en que algunas masculinidades son subordinadas, no impide que desarrollen formas alternativas
para probar su masculinidad (780). Todos los hombres,
independiente de su estatus, experimentan la necesidad
de probar a sus pares que no son mujeres, ni homosexuales, ni niños (Harris, 2000, p. 782; Badinter, 1990, pp.
83-117).
¿Qué nos lleva de la violencia de género a la homofobia?
El sociólogo Michael S. Kimmel afirma que la homofobia
de los hombres que se definen como heterosexuales en
contra de hombres que se definen o son percibidos como
homosexuales está relacionada con el miedo a ser mutilado de alguna forma: “el miedo implícito en la noción
de homofobia es principalmente el miedo de los hombres
heterosexuales a ser catalogados como homosexuales por sus
pares masculinos.” (Kimmel, 1997, pp. 223-242; Herek,
2000, p.253. Énfasis de la autora).
Volvamos ahora al asunto de la violencia por prejuicio
sexual contra los hombres percibidos o que se identifican
como homosexuales.
EL ARGUMENTO POLÍTICO
Según los imperativos e instituciones de la “heterosexualidad obligatoria,”11 lo que es percibido como femenino,
cualquier cosa que ello signifique, es lo que necesita en
primera instancia mantenerse subordinado, disponible y
dispuesto para ser apropiado: ¿qué pasa si un cuerpo
masculino, constituido socialmente bajo la presunción
del privilegio, renuncia o es apartado de él?
La expresión ‘inversión de género’ refiere a forma en que
se equiparan las sexualidades no-normativas con roles de
género (invertidos) binarios y correspondientes. Aunque
esta comparación ha sido dejada de lado correctamente
por la medicina y la psicología, hay rastros de ella en el
sistema de heterosexualidad obligatoria. Incluso hoy en
día ser identificado como “homosexual” hace referencia
no sólo a la propia sexualidad, sino también al rol o a la
identidad de género. La homosexualidad masculina es
percibida socialmente como un tipo de feminidad en el
caso del homosexual percibido como femenino, o como
una amenaza de feminización (miedo a la penetración)
encarnada en el homosexual percibido como masculino.
Por tanto, ser interpelado como homosexual implica ser
blanco tanto de sexismo –el homosexual se hace merecedor del desprecio reservado a las mujeres porque éste
podría ser hombre pero declina dicho privilegio como de
homofobia –puesto que el homosexual es la encarnación
viviente de que “cualquiera puede volverse homosexual y
perder privilegios, especialmente ‘yo’”.
En su magnífico texto sobre género y violencia en los Estados Unidos, Angela Harris (2000) señala al menos tres
elementos que pueden, de forma indirecta, iluminar esta
pregunta: 1. La violencia de género no puede entenderse sola o exclusivamente como violencia de los hombres
contra las mujeres. Dado que la mayoría de víctimas de la
violencia son hombres, es importante revisar los fuertes
sentimientos de atracción y repulsión que hay entre ellos
(779-780). 2. La estructura de la identidad masculina es
inestable, la masculinidad es más una idea que una realidad y su materialización encuentra en la violencia una
posibilidad constante de afirmación y defensa (781): “La
literatura sobre “masculinidades” sugiere que los hombres
son desproporcionadamente violentos, en parte, porque
Por otra parte, la atracción-repulsión del homófobico hacia el sujeto homosexual puede surgir del hecho de no ser
partícipe del misterioso goce en el que un amo domina
11 Supra nota 3.
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a otro amo. La interdicción a dicho goce produce envidia en el sentido en que Melanie Klein la define como
la compulsión a destruir la fuente del gozo que uno no
puede tener. La implicación más compleja de la noción
kleiniana de envidia sugiere que el agresor no tiene que
esperar a que se haga público su deseo para hacer un
uso excluyente de la violencia. El homofóbico, lleno de
conflictos, destruiría el objeto ilegal de su deseo por pura
envidia.12
físicas ni genéticas, ningún elemento mental o moral,
que distinga a los homosexuales de los heterosexuales.
Por consiguiente, se ha vuelto cada vez más difícil afirmar cualquier diferencia entre homosexuales y heterosexuales, con la excepción de la escogencia de los compañeros sexuales. La homofobia es uno de los miedos
más profundos hacia la diferencia, precisamente porque
el límite entre gay y heterosexual es construido como
el más permeable; virtualmente cualquiera puede volverse gay, especialmente yo, por lo que la única manera
de defender mi identidad es la de mostrar un disgusto
irracional. Así, podemos entender por qué la gente que
ha eliminado medianamente con éxito los síntomas de
racismo y sexismo, sin embargo, frecuentemente muestra una profunda homofobia (Young, 1990, p. 146).
Ahora bien, en sus famosos reportes sobre la sexualidad
masculina (1948) y femenina (1953) en Estados Unidos, el
sexólogo Alfred Kinsey no encontró diferencias significativas
entre el comportamiento y las experiencias homosexuales y
heterosexuales. Más bien, los reportes sugirieron que existe un continuum entre homosexualidad y heterosexualidad:
muchos heterosexuales experimentan atracción por personas de su mismo sexo y un considerable número de hombres homosexuales y de lesbianas han tenido experiencias
heterosexuales (Reportes Kinsey citados por Herek, 2000, p.
253). Es precisamente esta mezcla entre el predominio de la
experiencia a lo largo del continuum y la estigmatización pública de la homosexualidad lo que alimenta los altos niveles
de ansiedad ante lo que Iris Young llama la porosidad de los
límites (1990, p. 146) y que se manifiesta como necesidad
de exteriorizar la diferencia. La exteriorización de la diferencia (sexual) se materializa, con frecuencia, en hostilidad,
disgusto y violencia hacia las sexualidades no-normativas.
Young afirma que en años recientes estas sexualidades se
han vuelto indiferenciables de las heterosexualidades (con
excepción de la escogencia de compañeros sexuales):
Aunque estoy de acuerdo con el punto central de la aseveración de Young, sostengo que la homofobia está íntimamente
ligada al sexismo; aún más, entiendo que la ‘heterosexualidad
obligatoria’ refiere, precisamente, al continuum entre sexismo
y homofobia. El desprecio por lo que se considera femenino
(sexismo) tiene un objetivo notablemente perturbador en los
hombres percibidos como homosexuales por cuanto aparecen
declinando los privilegios de la masculinidad y haciendo evidente que cualquiera puede perderlos. Esta percepción suele
generar en el homofóbico, que se siente atraído y repelido por
su objeto, la necesidad de marcar de forma violenta las diferencias articulando su ansiedad así: “porque me atraes o porque tal vez incluso podría querer ser como tú, necesito afirmar
mi total diferencia con respecto a tí con el fin de mantener mi
sentido de mí mismo y mi privilegio”. De esta forma, el gesto
violento cometido por un hombre que se define heterosexual
contra el hombre percibido como homosexual sirve al agresor para marcar la diferencia, le posibilita la afirmación de su
“identidad cohesiva heterosexual” y la validación de sus “credenciales masculinas” (Mason, 2001, p. 268; Harry, 1990).
En tal gesto, el fin deja de mantener al otro en un lugar de
subordinación y se convierte en un gesto de violencia excluyente dirigida a liquidar al otro, a suprimir la amenaza. Sin
embargo, es paradójico, como lo vimos en el caso de LCP, que
el gesto violento que se emplea para borrar al otro sea el que
simultáneamente posibilita el retorno de la característica que
se pretendía hacer desaparecer. Fue el ataque, y en este caso
el asesinato de JAG, el que reveló las prácticas homosexuales
entre ambos individuos y, así, marcó a LCP con las “características” que éste pretendía dejar ocultas.
La homosexualidad se ha vuelto, de forma creciente,
des-objetificada; no hay características específicas, ni
12 Es importante comentar que, a diferencia de los celos, la envidia
consiste en el impulso tendiente a destruir aquello que el sujeto
no puede poseer. En los celos el sujeto quiere lo que el otro tiene (Klein, 1975). “Una distinción debe ser trazada entre envidia,
celos y avaricia. La envidia es el colérico sentimiento de que otra
persona posee y disfruta algo deseable –el impulso envidioso es el
de tomarlo o dañarlo. Más aún, la envidia implica la relación del
sujeto solamente con una persona y data de la primera relación
exclusiva con la madre. Los celos se basan en la envidia, pero
implican una relación hacia, al menos, dos personas; tienen que
ver principalmente con el amor que el sujeto considera como su
derecho y que ha sido robado o está en peligro de ser robado, por
su rival. En la concepción cotidiana de los celos, un hombre o
una mujer siente que la persona amada le ha sido arrebatada por
otra persona. La avaricia es un ansia impetuosa e insaciable, que
excede aquello que el sujeto necesita y lo que el objeto es capaz y
está deseoso de dar (1975, p. 181).” Agradezco a Paola Bohórquez
por esta referencia. En un tono más político, insisto en la instrumentalidad de la ‘homosexualidad’ como el elemento relacional
y confirmatorio de las identidades heterosexuales. Puesto que la
heterosexualidad es la norma, la homosexualidad sirve a la oposición binaria jerárquica como ‘otro’.
La configuración política de un régimen que discrimina a
las sexualidades no-normativas se afinca en mantener secreto y subordinado el “amor prohibido”. Algunas perspectivas
psicoanalíticas pueden resultar útiles para nuestro entendimiento de cómo y por qué este régimen produce sujetos
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Violencia, homofobia y psicoanálisis: entre lo secreto y lo público
MARÍA MERCEDES GÓMEZ
dossier
homofóbicos y cómo la homofobia se convierte en violencia
excluyente.
percibido de forma distorsionada por la conciencia. De esta
manera el sujeto no sospecha que su representación o actitud (síntoma) consciente surge gracias a la tensión entre el
deseo original y la resistencia que se le opone. El síntoma
es siempre el resultado de una falla parcial en la represión
psíquica.
EL ARGUMENTO PSICOANALÍTICO
En la literatura psicoanalítica13, la noción de “síntoma”
se refiere al residuo de un proceso de represión y a un
compromiso entre el deseo y la resistencia (Freud, 1989).
En el proceso de represión, el sujeto suprime de la conciencia las representaciones de su deseo, tales como
imágenes, pensamientos o recuerdos. La represión tiene
lugar cuando la satisfacción de ese deseo, que en sí puede parecer placentera, resulta peligrosa en relación con
las prohibiciones externas (Laplanche y Pontalis, 1981,
p. 375). El síntoma es el fracaso de dicha represión, es
lo que permanece del deseo después de la represión. Por
consiguiente, la formación del síntoma (tanto el proceso
como su resultado) implica el retorno de lo reprimido.
En otras palabras, los elementos que nunca fueron completamente aniquilados a través de la represión vuelven a
surgir en la conciencia de forma distorsionada.
Un punto más importante y extenso acerca de la relación
entre el individuo y la sociedad es que la articulación del
síntoma es siempre el trabajo de un orden social específico. A
nivel individual, el síntoma es producido o reforzado por la
repetida exposición del sujeto a su ambiente social, en el
que hay prohibiciones sexuales explícitas o implícitas. El
síntoma revela, de forma velada, la “verdad” de aquellas interdicciones.
Las críticas feministas de la teoría psicoanalítica lacaniana, desarrolladas por Monique Wittig (1992) y Gayle
Rubin (1975), son de particular utilidad en este punto.
Ambas autoras enfatizan la fundación del psicoanálisis
en un contexto de heterosexualidad obligatoria y arguyen que aunque la heterosexualidad ha sido naturalizada por siglos, arreglos sociales alternativos son posibles.
Mientras que Wittig busca desacreditar, en gran parte,
al psicoanálisis, en contraste, Rubin afirma que dicha
teoría puede servir como herramienta para el análisis
feminista.
Utilizo la noción psicoanalítica freudiana de ‘síntoma’ como
una herramienta heurística para revelar un conflicto y en
tanto traza de una tensión social.14 A nivel individual, la homofobia es un síntoma en el sentido en que el sujeto es afectado por un deseo sexual cuya satisfacción promete placer,
y al mismo tiempo, cuya satisfacción produce alarma y una
fuerte sensación de peligro originada en las demandas externas; por ejemplo, las prohibiciones sociales. Como la estructura de la psique exige que una meta socialmente aceptable
reemplace a un deseo frustrado (Freud, 1980, pp. 22-23),
el sujeto debe negociar un balance entre la satisfacción del
deseo y la prevención del peligro. Por medio de la represión,
el inconsciente transforma el deseo original en ‘algo’ que es
Una de las contribuciones fundamentales de Wittig a los debates feministas sobre el psicoanálisis es la aserción según
la cual la homosexualidad –y no el incesto– constituye la
mayor prohibición de la sociedad moderna (Wittig, 1980, p.
28). Según Freud, podría decirse que tanto la homosexualidad reprimida como el incesto fundan el pacto social.15 Eso
no significa que Wittig esté completamente errada cuando
afirma que la constitución psicoanalítica del sujeto exige relaciones sociales marcadas por la oposición binaria de los
13 El hecho de referirse a la ‘literatura psicoanalítica’ es siempre una
sobre-generalización, debido a que el psicoanálisis comprende
muchas perspectivas y aproximaciones teóricas. Para los propósitos de mi argumento, voy de la mano de algunos autores que
han revisado críticamente y desde una perspectiva no-técnica
aportes del psicoanálisis a la reflexión sobre las sexualidades nonormativas; en particular sigo aquéllos argumentos que me ayudan a aclarar el problema de la violencia por homofobia. Para ello
empleo varios términos psicoanalíticos freudianos y lacanianos
en ocasiones a partir de las fuentes primarias, en ocasiones con
apoyo del clásico diccionario de psicoanálisis de Jean Laplanche
and J.B. Pontalis (1981). Así mismo, estoy en deuda con el trabajo
de Donald Moss (1992) y de Elizabeth Young-Bruehl (1996) los
cuales han sido fundamentales en la revisión específica de la “homofobia”.
14 El carácter social del síntoma es tratado de forma extensa por
Slavoj Zizek en muchos de sus libros. Un ejemplo memorable es
su artículo “How did Marx invent the Symptom?” (1989) sobre el
síntoma en relación con el fetichismo de la mercancía de Marx.
En este texto nos dice refi riéndose al paso del feudalismo al capitalismo, “El síntoma, el lugar de la aparición de la verdad de las
relaciones sociales…” (26).
15 Para Freud, el incesto es el tabú que dio origen a la sociedad
(1988) aunque éste refiere al deseo pasivo de los hermanos por
el padre, es decir a la homosexualidad reprimida. Así, “el vínculo social se funda como un vínculo religioso, los hermanos se
niegan entre sí las mujeres, las reglas de intercambio exogámico
son elaboradas. Los hermanos, que se han vuelto seres sociales,
deniegan lo femenino, renuncian a ello. Este femenino es el femenino de las mujeres como objetos sexuales, pero también el
femenino de los hermanos, en el sentido de su deseo pasivo por
el padre, de su amor y fascinación con el padre. Freud afirma que
es esta homosexualidad reprimida lo que provee la base para el
contrato social: culpa y homosexualidad reprimida; uno sintetiza
lo que lo mantiene en el nombre del padre” (Kristeva, 2000, p.
13). Según Levi-Strauss (1969), el incesto y el intercambio de
mujeres son constitutivos de la vida social. La lectura que Lacan
hace de Levi-Strauss reafirma la noción de que el sujeto es el
producto de estructuras de parentesco de un orden simbólico que
es heterosexual desde siempre (Rubin, 1975; Butler, 2002).
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sexos,16 y que el psicoanálisis es parte fundamental de un
conjunto de disciplinas y teorías que naturalizan (debido
a la culpa y la homosexualidad reprimida) las relaciones
heterosexuales. Por ejemplo, el psicoanálisis naturaliza la
heterosexualidad con la teoría del complejo de Edipo, así
como “poetiza acerca del carácter obligatorio del ‘serás-heterosexual o-no-serás’” (Wittig, 1980, p. 28). En este sentido,
la coherencia interna del sujeto y la sociedad dependen de
un orden (simbólico) específico, constituido a través de “las
obligaciones impuestas por el coito heterosexual y las instituciones derivadas de éste”. Cualquier otro arreglo “no tiene
ningún sentido” o “hace que la construcción de significado
sea imposible” (Wittig, 1980, p. 28). Debido a que el complejo de Edipo implica en principio (pero no exclusivamente)
relaciones incestuosas entre “hombre” y “mujer”, el incesto
permanece dentro del dominio del sentido. En contraste,
según Wittig, la homosexualidad existe más allá del dominio
del sentido o en los límites mismos de la significación; dicho
de otro modo, del éxito de su represión dependen la significación y la permanencia del sistema heterosexual.
Dicha culturalización, sin embargo, está marcada por una
innecesaria e invasiva heterosexualidad obligatoria (1975, p.
159). Así, Rubin encuentra que la teoría psicoanalítica es
útil para entender los imperativos de lo que ella denomina
“el sistema sexo-género” por medio del cual se organiza la
sexualidad humana. En dicho sistema los sexos se encuentran divididos y deformados y los niños, originalmente andróginos y bisexuales, se vuelven “niños” y “niñas” (1975,
p. 159; Althusser, 1994, p. 132). Este sistema surgió de la
necesidad (económica y política) de organizar el parentesco
como sistema de propiedad sexual de los hombres sobre las
mujeres y está simbolizado por la posesión o la falta de falo
(Rubin 1975, p. 181).
Con el fin de entender la importancia del análisis de Rubin
es necesario resumir brevemente los argumentos de Freud
y Lacan en torno al falo. A pesar de los desacuerdos entre
sus diversos intérpretes, tal parece ser que Freud nunca hizo
una distinción tajante entre el pene (el órgano masculino
corporal) y el falo (término que designa el valor simbólico
del pene, de la autoridad y del control sobre la producción
cultural del sentido). Según Freud, “el infante (masculino
o femenino) encara dos opciones: tener un pene/falo o ser
castrado”. Así, la organización del ‘falo’ se aplica a ambos
sexos y está relacionada con los complejos de Edipo y de
castración. El conflicto entre tener falo o ser castrado “no es
visto como algo que comprende dos realidades anatómicas
diferentes (pene y vagina), sino, más bien, como la presencia
o ausencia de una de dichas realidades: la del pene/falo” (Laplanche y Pontalis, 1981, p. 136). En la teoría de Freud el
órgano masculino es revestido con fuerza simbólica en tanto
determina la clasificación de los seres humanos –en “hombres”
o “mujeres”– y en tanto crea la “asunción de su propio sexo
por parte del sujeto” (Laplanche y Pontalis, 1981, p. 136;
Rubin, 1975. pp. 190-191).
Como Wittig, Rubin concibe la teoría psicoanalítica como
una construcción basada en la heterosexualidad obligatoria
aunque resalta su carácter de herramienta potencialmente
emancipatoria para las feministas y para las sexualidades nonormativas. Rubin considera útil la teoría psicoanalítica en
dos aspectos: en primer lugar, en el potencial para explicar
cómo las mujeres interiorizan la subordinación al entrar en
contacto “con las reglas y regulaciones sexuales de las sociedades en que nacieron” (1975, p. 183). En segundo lugar,
reconoce la importancia de afirmar que la sexualidad humana siempre estará sujeta a prohibiciones y en oposición a
la teoría psicoanalítica argumenta que los mecanismos que
restringen nuestra indomada sexualidad no tienen que darse
–aunque permanezcan como tales- separados de un proceso consciente, ni tampoco tienen que ser una repetición
de formas u organizaciones arcaicas de parentesco que han
perdido su función aunque sobrevivan bajo la égida de la
heterosexualidad obligatoria (1975, pp. 198-199).
Para Lacan, en contraste, el falo carece de referencia anatómica. El falo no es el pene y aún así las personas generalmente actúan como si ambos fueran uno y el mismo. En el
orden simbólico falocéntrico, la mujer es considerada como
castrada.17 Incluso si la identificación entre el falo y el pene
es ilusoria, la posesión del pene se torna en el rasgo definitorio de ambos sexos. El mismo Lacan aceptaba que, “aunque
ficticia, la ecuación entre ambos es constitutiva del deseo
humano y del orden simbólico” (Grosz, 1990, p. 116). En
Rubin interpreta la teoría psicoanalítica (y las teorías freudianas y lacanianas en particular) como la descripción de
la ‘culturalización’ de la sexualidad biológica del individuo.
16 Por ejemplo, según Lacan, el orden simbólico es el dador de
identidad y es “representado” en el Nombre-del-Padre. Es en (el)
Nombre-del-Padre que el sujeto es posible. Cuando el niño identifica al padre con la figura de la Ley, el o ella es introducido en el
orden del lenguaje (Salecl,1994, pp. 99-100). Esto implica una
ruptura del nexo imaginario con la madre y el o ella aparecen
confrontados con la idea de la autoridad. Así, la construcción de
la identidad del sujeto implica su acceso (o no-acceso) al orden
simbólico. El padre (metáfora paternal) atrae al sujeto hacia el
orden simbólico o hacia el mundo de los significantes.
17 Es posible complejizar el significado de esta afirmación en Lacan
si se recurre a la noción de la sexualidad femenina como “notodo” y en fuga de la lógica fálica. Sin embargo, en este texto
me interesa resaltar el falo como significante del sentido de la
cultura, “en el nombre del padre” y sus efectos en la construcción
de la masculinidad heterosexual. Agradezco a uno de los lectores
por referirme a este asunto de indudable interés para futuros desarrollos del argumento.
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Violencia, homofobia y psicoanálisis: entre lo secreto y lo público
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este sentido lo femenino aparece siempre como un receptáculo de sentido asignado por los ‘dueños’ del falo.
intento por mantener a raya el elemento percibido como peligroso (estrictamente hablando, este es el elemento fóbico);
en segundo lugar, el agrupamiento identificatorio de sujetos
amenazados de forma similar; y, en tercer lugar, la transformación del miedo en odio (pp. 282-283).
Así, el falo, incluso si no corresponde con el órgano biológico
masculino, simboliza el poder mediante el cual la cultura
ha revestido a la masculinidad con un privilegio y un estatus superior. En tanto el falo y el pene son simbólicamente
colapsados en una sola entidad, aquellos que poseen el falo
dominan los espacios del intercambio simbólico, y la masculinidad es construida como dominante. Siguiendo a Rubin
podemos ver que en una sociedad de heterosexualidad obligatoria, la “posesión” del falo, aunque simbólica, tiene consecuencias instrumentales. El falo le otorga a los hombres:
El miedo homofóbico surge de la ansiedad por la posible
pérdida de privilegios. Los privilegios en juego son los inscritos o imaginados para los sistemas de heterosexualidad
obligatoria, y el miedo, en términos psicoanalíticos, es miedo
ante la potencial pérdida del falo en todos o cada uno de sus
registros.
La homofobia puede ser considerada como un síntoma
individual porque representa un deseo sexual que ha sido
reprimido por prohibiciones externas pero que ha retornado
a la conciencia de forma distorsionada. En este sentido, la
homofobia es una “respuesta no sexual a un peligro que en
sí era explícitamente sexual” (p. 282). No obstante, el sujeto
no puede detectar el carácter sexual de su síntoma porque el
deseo ha sufrido una distorsión.
(…) derechos sobre las mujeres que éstas no tienen sobre
sí mismas. (…). [El falo] es donde nosotras [las mujeres] no estamos. En este sentido, el falo es más que un
rasgo que distingue a los sexos: es la incorporación del
estatus masculino, al cual los hombres acceden, y dentro del cual ciertos derechos son inherentes – entre éstos,
el derecho a una mujer. Es una expresión de la transmisión del dominio masculino (Rubin, 1975, pp. 191-192).
Como ya lo he mencionado, mi interés en el síntoma individual se debe a que éste constituye un medio para rastrear las
vicisitudes del síntoma social. El sujeto amenazado encuentra legitimidad en alinearse con representantes de (algún tipo
de) ley y orden.18 Existe, en la mente prejuiciosa, sólo una
forma inmutable de hacer lo correcto, una forma en la que
“yo y la gente como yo” defienden un orden pre-existente y
evitan pensar en la naturaleza contingente de dicho orden
(p.282). Para la persona homofóbica, el posible trastorno del
orden representa la conciencia del carácter contingente de
la supremacía fálica y, en consecuencia, la pérdida potencial
de sus privilegios (p. 283). El miedo hacia el objeto amenazante se transforma en odio. En palabras de Freud:
Para resumir, en una sociedad de heterosexualidad obligatoria el falo representa el órgano genital, el objeto del deseo,
un objeto relacional (a través del cual los ‘dueños’ poseen
eróticamente ‘a aquellas que carecen de éste’), y el estatus
simbólico de aquellos que creen que lo tienen.
En consecuencia, en una sociedad falocéntrica la homosexualidad (particularmente la homosexualidad masculina)
encarna el peligro de la pérdida del estatus dominante de
masculinidad, el peligro de ser simbólicamente castrado o
de ser (penetrado) como una mujer. En otras palabras, la
homosexualidad masculina representa la pérdida del objeto
de deseo prometido, en donde dicho objeto no es la mujer o
la madre, sino, más bien, y sobre todo, la posesión misma del
falo, del significante de todos los significantes, de la fuente
que articula el sentido (hetero)social.
Si el objeto es una fuente de sentimientos desagradables, existe un afán que procura aumentar la distancia entre el objeto y el ego, y repetir, con relación al
objeto, el intento original de huir del mundo exterior
con su multiplicidad de estímulos. Sentimos la ‘repul-
Ahora bien, ¿qué relación hay entre la pérdida de privilegios y la homofobia? Por una parte, la homofobia es similar
a otras fobias. Como Donald Moss asevera, todas las fobias
(sean homofóbicas, misóginas o racistas), operan reforzando los límites y las distancias entre el ‘yo’ y el elemento que
es percibido como peligroso (Moss, 1991, pp. 282-283). La
homofobia, así, se ajusta a esta fóbica primera persona del
singular. Por otra parte, la transformación de las fobias en
prejuicios requiere, como Moss también ha demostrado, la
transición de la primera persona del singular a la primera
persona del plural; o del síntoma del individuo al síntoma
social. Esta transición exige tres pasos: en primer lugar, el
18 La ley y el orden no siempre representan instituciones ya existentes (familia, sistema legal, matrimonio heterosexual, etcétera),
aunque la mayoría del tiempo el prejuicio social se alimenta y
reproduce en ellas. Con fines de “odiar en la primera persona
del plural” (Moss 1991;1992), la ley y el orden también pueden
estar representados, como es el caso en muchos grupos de supremacía blanca o cultos religiosos, por un sistema de creencias
fundamentado en interpretaciones específicas de la ley como divina o natural y en argumentos defensivos que buscan conservar
las viejas estructuras de poder y dominación. Véase, por ejemplo,
la formación de muchos grupos de supremacía blanca como organizaciones en contra del gobierno, e, incluso, en contra de la
cristiandad en Kreger (2003).
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‘no lo ames’, solamente identifícate con él (como el amante)
y con todos los otros que son “como él” (hombres). Ama sólo
a “aquellos que no son como él (las mujeres) con la excepción de la que él ama –tu madre.” Esta narrativa presupone el
carácter heterosexual originario de la interdicción primaria (o,
mínimamente, la oposición binaria de los sexos) y enmarca a
la homosexualidad (junto con el incesto) como interdicción
fundamental de la cultura.
sión’ del objeto, y lo odiamos; este odio puede luego ser
intensificado hasta el punto de volverse una inclinación
agresiva contra del objeto – una intención de destruirlo
(Freud, 1915, p. 15 citado en Moss, 1992, p. 283).
En la empresa de mantener a raya al ‘otro’ peligroso, o de
destruirlo, el ‘yo’ consigue transformarse en un ‘nosotros’.
De esta forma, “la pluralización parece ofrecer un refugio”
(Moss, 1992, p. 287). Puesto que esta descripción es aplicable a todos los prejuicios, uno podría preguntarse: ¿en qué
sentido es la homofobia diferente a los demás prejuicios? o
¿qué elemento particular de la homofobia exige no simplemente mantener al ‘otro’ a raya (como en el caso de las prácticas discriminatorias) sino la urgencia de destruirlo (como
en el caso de las prácticas excluyentes)?
Lo que las interdicciones culturales explícitamente articulan
es el tabú del incesto, lo que dichas interdicciones culturales
no articulan explícitamente es la ausencia de un fundamento
heterosexual en el origen de la cultura, o un vínculo homosexual primario reprimido. La fundación heterosexual de la
cultura es un valor articulado como un hecho, la prohibición-represión de la homosexualidad original siempre está
latente y amenazante, la Ley que la omite, que no la nombra,
tiene que hacerse rotunda, aparecer como absoluta. La permanencia de la Ley que sostiene el orden heterosexual sólo
es posible a través de la repetición ansiosa de su necesidad,
del ocultamiento de su contingencia, de la violencia de la
interpretación (Derrida, 1992) de la heterosexualidad como
“la norma”.
Iris Young ha señalado que los límites entre los géneros y las
razas son relativamente visibles y claros, pero que los límites
entre las sexualidades son menos definidos, menos visibles y
bastante flexibles y porosos. Esta ambigüedad hace que las
sexualidades no-normativas sean “un paradigma de la ansiedad por los límites.” (1990, p. 146).
Introduje la noción de Rich de ‘heterosexualidad obligatoria’
como un régimen político y lo conecté con elementos de
la teoría psicoanalítica, en parte para demostrar cómo esta
última ve la ansiedad frente a las porosas fronteras sexuales
como un conflicto. La homofobia es, en palabras de Moss,
una “acentuación ansiosa de límites, y una identificación
ansiosa con el objeto”. La homofobia atraviesa al ego en la
forma de un conflicto. Este conflicto implica “la necesidad de
límites, simultáneamente porosos y definidos” o la necesidad
simultánea de identificarse y des-identificarse con el objeto
amenazante (Moss, 1992, p. 283). Esta lógica conflictiva de
la homofobia puede tomar prestado el lenguaje del complejo
de Edipo y expresarse en estos términos: “Así –como el padre- debes ser…Así –como el padre- no debes ser: no debes
hacer todo lo que él hace, pues hay algo que le está exclusivamente reservado” (Freud, 1984, p. 27). “Sé como ese objeto [los hombres]; no lo ames. Ama a este otro [las mujeres];
pero no seas como él” (Moss, 1992, p. 288).
Judith Butler explica esta naturalización a partir de las nociones psicoanalíticas de duelo y melancolía (2001). La ‘heterosexualidad obligatoria’ se funda en la ley paterna que hace
de la identidad de género (entre las posiciones masculinas y
femeninas) algo “fijo y fantasmático”19 (100). Si eso es así,
entonces “la Ley [a prohibición del incesto heterosexual y la
represión de la homosexualidad] no es determinista y (…)
tal vez no sea una sola” (101). Si lo que funda la cultura es
la Ley, y tal Ley resulta no ser única ni absoluta, lo que resta
es mostrar a qué costos se impone como si lo fuera.
Los imperativos de la Ley obligan al sujeto a desconocer
(excluir) las divergencias y disidencias de sus identificaciones no-heterosexuales. Pero el objeto y el objetivo del deseo
en ningún caso desaparecen del psiquismo, entonces tienen
que buscar modos permitidos de mantenerse. Los desplazamientos que sufren el objeto y el objetivo del deseo (heterosexual/homosexual) se deciden en situaciones de duelo o de
melancolía. El duelo por la pérdida de objeto, por ejemplo,
en el incesto heterosexual (102), es un proceso que se logra a
través de la introyección20 del objeto perdido y, por lo tanto,
del reconocimiento de la pérdida: “El desplazamiento exitoso de la libido respecto del objeto perdido se logra mediante
El complejo de Edipo es una narrativa de conflicto que surge
como una oposición entre la identificación y la selección de
objetos (sexuales). Sin embargo, sabemos que para la teoría
psicoanalítica las identificaciones son siempre una forma
de selección de objetos (de deseo). El psicoanálisis permite
describir las consecuencias de las prohibiciones sociales así:
el momento identificatorio del ‘sé como el’ (el hombre que
tu padre es) y el momento des-identificatorio ‘no seas como
el’ (tu padre como amante de tu madre) entran en conflicto
con el momento de la selección de objeto: ‘sé como él’ pero
19 Lo fantasmático tiene que ver con formaciones imaginarias (Laplanche y Pontalis, 1981, 138-139).
20 En la introyección el sujeto “hace pasar en forma fantaseada, del
‘afuera’ al ‘adentro’ objetos y cualidades inherentes a estos objetos” (Laplanche y Pontalis, 1981: 205).
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Violencia, homofobia y psicoanálisis: entre lo secreto y lo público
MARÍA MERCEDES GÓMEZ
dossier
la formación de palabras que significan y a la vez desplazan
ese objeto; este desplazamiento respecto del objeto original
es una actividad esencialmente metafórica en que las palabras “figuran” la ausencia y la sobrepasan.” (Butler, 2001,
101; Abraham & Torok, 1980, 3-16 citados por Butler, 2001,
101).
ción y por necesaria y absoluta que parezca no puede ‘dejar
de temer’ el retorno de lo reprimido. El temor ante semejante amenaza, ante el miedo a lo innombrable, hace que el
sujeto (y la cultura) busque modos de mantener la fantasía
de la heterosexualidad como la norma.
Estos modos de mantener tal fantasía como norma no son
ajenos a la cuestión sobre por qué y cómo la construcción
del sujeto homofóbico envuelve la des-identificación y la
identificación con el objeto de deseo prohibido. En la lógica
de la homofobia, el sujeto se (des)identifica con el objeto
prohibido tomando distancia del mismo. El sujeto, además,
se alinea con los representantes de la ley y el orden (la religión, la tradición moral, pandillas y cultos, etc.) para lograr
protección y justificación. Aun así pronto se da cuenta de
que algunas personas viven ‘fuera’ del orden y este “vivir de
otra manera” evidencia la contingencia de su “forma de vivir”
de su “sistema de seguridad”. El sujeto también se da cuenta
de que con la contingencia llega la amenaza de perder lo
que él o ella (y otros u otras como él o ella) atesoran y creen
merecer (Moss, 1992, pp. 284-287).
La melancolía, por su parte, sufrida por el sujeto ante la pérdida del objeto y el objetivo de su deseo (por ejemplo en la
interdicción del vínculo homosexual primario) resulta de la
conservación de lo perdido a través de la “incorporación”;
esto es, de la fantasía de que un objeto se introduce o guarda dentro o sobre el cuerpo. La fantasía melancólica de la
incorporación es un “estado de afiliación no reconocido o
suspendido en que el objeto se mantiene “mágicamente” en
el cuerpo de alguna manera” (2001, 101).
Así, el vínculo homosexual primario se queda en el sujeto en
forma melancólica, como una pérdida de objeto y objetivo
(del deseo homosexual) que ni se siente ni se reconoce como
tal: “no sólo se pierde el objeto sino que se niega totalmente
el deseo, de modo que “nunca perdí a esa persona y nunca
amé a esa persona y, de hecho, nunca sentí para nada ese
tipo de amor.” La preservación melancólica de ese amor se
salvaguarda con mucho mayor seguridad mediante la trayectoria totalizadora de la negación.”(102)
De todas formas la (des)identificación también implica un
momento identificatorio. El sujeto homofóbico se da cuenta
de que el homosexual ha tenido pero ha perdido lo que él
mismo atesora al máximo: los privilegios del orden fálico. Si
los homosexuales han perdido dichos privilegios es posible
que “yo/nosotros” pueda/podamos llegar a perderlos también. Los hombres homosexuales son, en este sentido, ‘ángeles caídos’ y deben ser castigados por dicha pérdida (caída)
y también por ser, como Moss explica, la encarnación de lo
que recuerda a los ‘dueños del falo’ 22 su posible pérdida:
Con esta distinción Butler señala que la identidad de género
(heterosexual)21 es una estructura melancólica en el sujeto
no sólo porque pierde su objeto (el padre y los que son como
él) y su objetivo (niega totalmente su deseo homosexual)
sino porque no sabe que los perdió. Aún más, esa ‘ignorancia’
es reforzada en una “trayectoria totalizadora de la negación.”
Esta estructura de negación opera preservando, ‘incorporando’, una identidad de género opuesta a aquélla que se ha
perdido: “En otras palabras, la homosexualidad masculina
no reconocida culmina en una masculinidad intensificada o
consolidada, la cual mantiene lo femenino como lo impensable e innombrable” (103).
[Los homosexuales] no tienen el derecho a carecer
de lo que yo, nosotros, queremos tener. No tienen el
derecho a que nos identifiquemos con ellos y, por consiguiente, a recordarnos que lo que tenemos también
lo queremos; esto es, que tener y querer son las dos
caras de una forma excesivamente volátil (p. 285).
La naturalización de la heterosexualidad se construye en la
negación del vínculo homosexual primario y la incorporación
y “cultivo de una masculinidad intensificada o consolidada”.
Sin embargo, una naturalización es siempre una naturaliza-
CONCLUSIÓN
Estas reflexiones sobre heterosexualidad obligatoria y homofobia no están lejos de lo que en términos lacanianos se llama
la violencia de hacer público lo secreto. En la teoría psicoanalítica el sistema heterosexual de privilegios es una suerte
21 “Un homosexual para quien sea impensable el deseo heterosexual bien puede mantener esa heterosexualidad mediante
una estructura de incorporación melancólica, una identificación y encarnación del amor que ni se reconoce ni produce
afl icción. Pero aquí queda claro que la negación heterosexual
a reconocer el vínculo homosexual primario se impone culturalmente por una prohibición de la homosexualidad que de
ninguna manera tiene paralelo en el caso del homosexual melancólico” (Butler 2001, 103).
22 Como se mencionó anteriormente, en la teoría lacaniana, nadie
“posee el falo”. Sin embargo, aunque ilusorio, el falo tiene una
influencia decisiva en la producción del orden simbólico, en la
construcción social de la autoridad y, más importante, en la producción social del sentido.
83
Revista de Estudios Sociales No. 28,
rev.estud.soc.
diciembre de 2007: Pp. 152. ISSN 0123-885X:
Bogotá, Pp.72-85.
de mascarada en torno a la cual yace un secreto: creer que
los hombres poseen el falo. Es sobre esta suerte de mascarada sobre la que se construye el orden simbólico. La noción
de que los hombres poseen el falo es, antes que otra cosa,
una mentira que necesita ser encubierta y permanecer en
oculta. Este infortunio masculino de estar (simbólicamente) castrado y sin embargo, obligado a actuar como si no se
estuviera, crea la necesidad de formar y mantener un orden
social y simbólico que “comparta la mentira, [convirtiéndola
en] un lazo incomparablemente más efectivo para [el] grupo
que la misma verdad” (Zizek 1994, p. 58).
que con valencia invertida… La única forma permisible para amar al objeto prohibido es por medio de la
(des)identificación con él (Moss, 1992, pp. 287-288).
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Así, el proceso de identificación y (des)identificación con el
objeto de deseo prohibido que caracteriza a la homofobia
opera por medio de la vinculación de un grupo –o pluralidad– en torno a la mentira de que los hombres poseen el
falo. Aquí yace de nuevo la paradoja: en la formación del
síntoma, el agresor exterioriza el odio con el fin de ocultar la
mentira y al hacer esto él/ellos también satisface(n) el deseo
opuesto, el deseo que está(n) tratando de evitar. En ciertas
expresiones extremas de odio este deseo antagónico atraviesa al grupo entero o al sistema defensivo del individuo.
Este proceso es similar a lo que le sucede a una persona
obsesionada con la limpieza que termina dedicando su vida
a la remoción del polvo y la mugre (Laplanche and Pontalis,
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Tal paradoja nos remite, entonces, a la producción del ‘otro’
por medio del uso excluyente de la violencia. A través del
gesto violento el sujeto homofóbico trata de ajustar sus “credenciales masculinas” inscribiéndose también en la misma
identidad que quiere destruir. El gesto violento homofóbico
quiere marcar el límite más claro y diáfano, el límite menos
ambiguo de todos: la exclusión, sin embargo, el objeto de su
agresión (en este caso la identidad homosexual real o percibida) se resiste a la aniquilación total (con la complicidad
del agresor), y retorna como una confirmación renovada de
la presencia de la interdicción.23 El objeto de la agresión es
construido como “homosexual” por medio del mismo acto
que se proponía eliminarlo. Puesto de otra manera:
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La persona homofóbica se enamora negativamente
de la homosexualidad – la des-identificación es una
simple vicisitud del amor, todo se preserva, excepto
13 Eskridge, W.N. Jr. (1999) Gaylaw. Challenging the Apartheid
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23 Para una comparación entre la producción de identidades por medio de los diferentes usos de la violencia, véase Gómez (2006a,
pp. 19-55) y (2004, p. 160, 179-181). En 2004 argumento que el
asesinato –en mayo de 2003– de Sakia Gunn, una joven negra
lesbiana de clase trabajadora, es un buen ejemplo de cómo Sakia
–debido a su raza, género y clase– estaba siempre ocupando –a
priori al gesto violento– el lugar del “otro” inferior. La producción
social de su identidad como “lesbiana”, en cambio, es el resultado
del uso excluyente de la violencia.
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