A mis hijos Silvia Victoria, Jorge Andrés y Nuria María Lamas Melián.
A mi madre, Elvira.
2
Si el silencio fuese olvido, la queja sería justa.
Arturo Cuadrado
3
Prólogo
Conocí a Francisco Lamas desde junio de 1985, cuando me
comprometí Santiago Lamas, hasta febrero de 1987 cuando murió.
Aquellos meses él me habló, me escuchó y me trató con el mismo
cariño que hubiera depositado en un ser largamente querido. Hoy sé
que ese periodo constituye una de las mayores riquezas de mi vida.
El corazón siempre se adelanta al intelecto en el imparable éxodo
vital. He necesitado años y madurez para comprender racionalmente
lo que por entonces mi corazón adivinaba, que estaba frente a un
hombre excepcional. Agradezco tenerla hoy, cuando la muerte de su
segunda esposa ha puesto en mis manos tesoros que acaso nunca
debieron
corresponderme.
Tesoros
artísticos
valiosos,
tesoros
humanos incalculables.
Este diario ha intentado recoger la esencia de su espíritu,
hilvanándolo a las circunstancias de su época de una parte a través de
sus propios testimonios, y de otra con elementos de creación personal
con los que he revestido lagunas de su pequeña historia. Forman la
primera trascripción directa de pensamientos y recuerdos que dejó,
sin título, en pequeñas cuartillas de papel, quizás para el libro cuyo
propósito introduce el texto y que nunca realizó. También lo hacen
fragmentos de sus cartas (usaba carboncillo) a exiliados, compañeros
de prisión, artistas y familia. Y, por último, segmentos de artículos
escritos para la prensa local desde muy temprana edad.
4
En la de génesis propia he procurado salvaguardar la sustancia
de su identidad y ser fiel a sus percepciones genéricas en cada
contexto, aún cuando mis palabras las hayan inmovilizado en
personas y hechos concretos. Si el tránsito entre pasajes no se ha
apreciado de forma evidente me doy por compensada. En cualquier
caso, el siempre proyectó escribir un libro sobre sus sentimientos
frente a la Guerra Civil, y creo que hubiera preferido una creación
sutilmente inferior a sus méritos que el total olvido.
Hay pensamientos que son universales, y el debió compartir con
muchos, como el de la soledad del hombre ante la muerte, ante el
tiempo vacío, y en el fondo, ante su propio destino. Porque fue su
historia, pero también la de otros no tan afortunados, enterrados en el
olvido por un destino que no pudieron controlar. Historia aquí
recogida desde publicaciones gallegas específicas de la época, tanto en
libros como en periódicos, en especial “El Progreso” de Lugo; personas
todas, hoy ilustres o anónimas, a las que conoció por las circunstancias
que en el texto aparecen, y cuyo perfil se ilumina por párrafos de su
común correspondencia donde expresaban sus cotidianidades, su
galleguismo, su amor a la cultura, al pueblo, a las promesas
republicanas, y su desamparo ante su pérdida. Entre ellos Federico
García Lorca, de cuya alma fue siempre devoto en una relación de la
que el material gráfico (documentos de Galicia/Federico que el mismo
recopilaba) demuestra que la afinidad fue mutua.
5
Todas las publicaciones señaladas se conservan, así como las
direcciones de las consultas, cuadernos de laboratorio, fotos de
juventud, de San Cristóbal, etcétera. Y son emocionantes las cartas
desde las celdas próximas de sus compañeros ejecutados, que se
incluyen en parte al final como material adjunto.
Hoy lleva su nombre una calle en Lugo, aún sin asfaltar.
Tampoco el tiempo ha revestido lo suficiente de distancia a los
miembros de su familia, a los que muertos o vivos es preciso respetar.
Pese a estas limitaciones, -y las derivadas de mi capacidad individual-,
estas páginas han querido ser mi homenaje personal a parcelas de
aquel Francisco Lamas que antes o después transitaron por el mundo;
el joven gallego idealista, el político honrado, el médico compasivo; el
investigador tenaz; el hombre desorientado. Y, sobre todo, a su
esencia de inquebrantable integridad.
Elvira M. Melián
Diciembre 2004
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LA HISTORIA
Gran Enciclopedia Gallega (Silverio Cañada Ed., 1974)
LAMAS LOPEZ, FRANCISCO (Tomo XXIII, pág. 199):
Cuando Lamas (Lugo, 1905) termina los estudios de
magisterio, que simultanea con su asidua colaboración en el
periódico La Provincia, en la capital lucense se viven unos
momentos de gran actividad cultural, impulsada por Fole,
Gayoso, Carballeira, Balboa y otros. Este grupo, al que se
incorpora Lamas, publica primero la pequeña revista Guión y
después Yunque, codirigida por Fole y Lamas, crea un cineclub,
organiza conferencias. García lorca, uno de los conferenciantes,
escribió en Lugo uno de sus Seis Poemas Galegos, cuyo original
conservaba Lamas. Tampoco fue ajena al grupo la actividad
política. Y Lamas, mientras cursaba la carrera de Medicina,
organizó Acción Republicana, ocupó el cargo de Secretario de
Izquierda Republicana y en 1936 –tres años antes había abierto
su consulta de médico- participó activamente en la Campaña del
Estatuto Gallego y fue elegido alcalde de Lugo.
Condenado a varios años de cárcel a raíz de la guerra civil, al
recobrar la libertad se estableció definitivamente en Madrid.
7
Durante algunos años ejerció la docencia en el Instituto Cajal (19471948), y en la Facultad de Medicina (1956-1959), y luego opositó al
Cuerpo de Servicios de Sanidad en el que, como Jefe de
Organización de Centros Sanitarios del I.N.P (Instituto Nacional de
Previsión), se dedicó a los aspectos de organización sanitaria y de
hospitales. Formó parte de la Misión Técnica Española en Perú,
representó al I.N.P en varios congresos, actuó como técnico
sanitario en distintas comisiones interministeriales, y la Dirección
General de Sanidad de designó profesor de Sociología, labor que
desempeña en la escuela de Terapia Ocupacional desde 1965.
Francisco Lamas colaboró en revistas nacionales y extranjeras y
es autor de varios trabajos, entre los que cabe destacar: Estructura
histológica del bazo, tesis doctoral; Regeneración de la sinapsis después
de la vagotomía cervical; Hormonas de origen nerviosos y compuestos
sintéticos neurotropos y neuromiméticos; El medio ambiente en el
Hospital de hoy; El hospital, la Medicina y la evolución del pensamiento
social; Meditación de un médico en torno al hoy del hombre; Prehistoria
del Ministerio de Trabajo, El médico ante la frontera de la muerte.
8
LA INTRAHISTORIA
Prólogo1
Es curioso lo que sucede con los propósitos del hombre, nacen
apuntando a un fin, pretenden cuajarse en una realidad, y nada más
recién nacidos, comienzan a sufrir las presiones y acciones de la
propia vida, y el propósito cambia su trayectoria, el blanco es otro, la
meta aparece ya distinta a la primitiva y se termina, casi sin saber
cómo, en algo poco parecido con lo que en su comienzo fue el
propósito. En esta posibilidad de variación está, sin embargo, la
libertad del hombre, que busca y escoge aquello que su alma necesita
en cada hora, aunque muchas veces esa necesidad no se distinga
claramente dentro del hirviente movimiento de inquietudes a través
del cual pugnan por aflorar ideas, propósitos o decisiones, que la
voluntad perfila, y que se traducen en un hacer o al menos en un
sentir, que van justificando la vida de cada uno.
Y eso pasó con el propósito que me animó inicialmente a escribir
estas cuartillas. Fue una la razón, el porqué y a quién escribir, y ahora
es otra la finalidad distinta la que conduce el propósito a su
realización.
El propósito era escribir una carta a un hijo, y esa carta será
indudablemente la almendra que cubran estas cuartillas, será el hueso
en torno al cual los recuerdos vayan concretándose, para llegar a
1
Texto encontrado en los papeles póstumos de Francisco Lamas, inspiración de estas páginas
9
mucho más de lo que aquella carta se proponía en su inicio,
procurando si es posible hacer ver la otra cara de la vida, la que
pudiera ser más interesante para los demás, aunque sea menos
interesante para mi mismo que la aludida carta cuyo propósito ha de
quedar en la más estricta intimidad. Claro que el hombre todo es
íntimo, todo es suyo; pero hay un “suyo” que, sin duda, es también de
los otros, y es a esos otros a los que hay que mostrar todas las caras
posibles del vivir para conseguir, si se puede, que comprendan algo
de la vida de uno, cosa que importa, sobre todo, cuando como ahora,
es ese “uno” quien escribe.
La revolución interior que anima a iniciar esta empresa es con
frecuencia dolorosa, decepción, amargura, pérdida. Se alteran los
pulsos, algo se quiebra en la cabeza o el corazón. Decía Proust que el
abandono de la anestésica fuerza de la costumbre para pensar y sentir
es triste. Pero desde ese desgarro se adquiere una nueva calma. Se
enfrenta el pensamiento y se puede escribir con una pretendida
serenidad que si acaso no es muy real en el fondo si es suficiente para
escribir hablando del “otro”, un “otro” que nos mira desde el ayer y
no es uno mismo, aunque sí es el pasado de donde procede este hoy, y
del que se quiere hablar como si aquella vida no fuese aún del yo de
hoy. Se pretende hablar del que fue, del que hace años pisó caminos
por los que jamás podrá volver a pisar de nuevo.
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El hombre puede recordar, puede revivir lo que fue, pero al traer
al presente la sombra del pasado se corre el riesgo de que esa pura
sombra no permita que los demás, aquellos para quienes quiere
revivirse lo muerto en el tiempo, vean con perfiles y rasgos nítidos esa
cara de la vida ya imposible de conocer ni aún por aquel mismo de
quien es esa vida. Más no hay remedio; si el hombre pretende que
sepan un poco de sí, tiene que intentar hablar, debe recordar, ha de
revivir antes de morir y sólo entonces, además, podrá poner sobre el
recuerdo la losa del olvido y matarlo definitivamente.
Pero si la historia de una vida puede ser interesante, puede no
serlo en cambio cómo se cuente, ¡qué pesadez contar historias! Menos
mal que la vida acaba con la muerte y con ella todos los cuentos. Para
escribirla hay que rebuscar todos los testimonios guardados en cajas
que no se han tocado en muchos años y que nunca se examinaron con
la delicada atención de los últimos días. La lectura detenida de estos
papeles, de estas cartas que conservé, no sé bien por qué, la
contemplación de esas fotos, la evocación de ¡tantas cosas! ponen en
pie una etapa de la vida ya cerrada, y cuyo epílogo será este escrito. Se
remueven viejas heridas, se levantan personas que ya no viven y con
ellas hay que hablar, pidiéndoles una vez más perdón por sacarlas del
anonimato.
No se sabe la misteriosa razón que lleva al hombre a guardar
recuerdos en una vieja caja; pudiera ser, porque luego, cuando él se
11
haga ya recuerdo, le guardarán también cuidadosamente en otra caja
cuya llave se pierde hasta el amanecer del Gran Día. El caso es que se
guardan viejas fotos, cartas sobadas, papeles semirotos y un día se
releen cuando son ya historia y frío testimonio de amores y dolores,
de rayos de sol perdidos o de angustiosas tempestades en las que el
hombre naufragó.
Y al conjuro de amuletos que van saliendo de la caja, surgen
imágenes de lo que fue, restos de frases, gestos y ademanes olvidados,
y hasta el eco de ruidos confusos que resuenan en la lejanía
acompañando el desfile de sombras de personas que vienen de allá
mudas
pero
elocuentes
con
su
presencia,
que
escuchan
silenciosamente y retornan luego a su mundo, ordenando con
invisible ademán: ¡Habla!
Y entonces, por obediencia, se debe hablar; de ellas y de la vida
que con ellas se entretejió, y no se puede ya dejar de hablar cuando se
abrió la caja de los recuerdos, porque desde ese momento no son de
uno, sino que pertenecen a una vida que los demás tienen derecho a
conocer, y que será también su vida cuando la conozcan, porque entre
todos nos van haciendo la vida aunque creamos que es sólo nuestra, y
no puede guardarse para siempre lo que ya fue, si antes no reviven los
demás en aquel trozo de la vida propia que les pertenece.
12
No queda pues ya más remedio sino escribir estos papeles, como
lo hago hoy, para formar así con el polvo de los recuerdos la historia
de esa vida que fue mía, y que ahora ni siquiera polvo es.
13
*
Dicen que la infancia no muere, sólo descansa más o menos
agitadamente dentro del cuerpo, y del alma, si es que se cree en ella.
Hasta que, cuando las aguas de la superficie se agitan, asoma y se
convierte en lo único realmente presente de la existencia. Así es como
vamos convirtiéndonos en fantasmas conforme vamos envejeciendo,
hechos de un pasado etéreo cada vez más dominante y despojándonos
el tiempo sin piedad, hora tras hora, de la realidad tangible del
presente. Y entre los fantasmas a los que nos vamos acercando
encontramos a seres queridos perdidos muchos años atrás en la noche
de los tiempos, en la aurora de nuestra vida 2.
Como mi padre Francisco Lamas Díaz, cuya muerte en 1915,
contando yo 9 años, quebró el tenue hilo de nuestra común historia
apenas empezada, y marcó mis días de desvalimiento y desamparo.
Su aldea natal, Santa María de Xian, es hoy casi indistinguible en el
corazón de una carretera rural de Lugo, pero en las entrañas de su
parroquia descansan los ecos de su bautismo acaecido el 20 de enero
de 1838, 67 años antes de mi nacimiento.
Padre viejo, casi abuelo, de su mano únicamente conservo un
libro y un retrato. El primero me lo regaló a los 8 años, y hoy se
2
El Lugo que conoció Francisco Lamas en su niñez y primera juventud era pobre e inculto. Su ambiente se
recoge muy bien en el libro Cartafolio de Lugo (Anxel Folé, Círculo de las Artes, Lugo, 1981). Huérfano de
padre desde muy temprana edad FL tuvo que combinar desde muy pronto sus estudios con diversos trabajos.
Pese al esfuerzo, sus primeras colaboraciones con la prensa local y primeras conferencias son muy
tempranas, tendría unos 15 años.
14
desintegra, con la dignidad del que se sabe único, en una biblioteca
que ha llegado a acumular 12.000 volúmenes, todos ellos herederos de
aquél diminuto primer paso hacia un amor por los libros con el que su
fantasma ha condicionado mi vida. El segundo refleja su segunda
estancia en la Argentina, como guardia. Estancia obligada cuando le
robaron en su primer viaje de vuelta el sudor de 12 horas diarias
soplando vidrio durante 4 años que en forma de oro traía en un baúl
de mimbre de doble fondo. Un amigo al que se confió.
No demasiado alto, no demasiado delgado, había luchado con
Prim en la batalla de los Castillejos3, en Marruecos. En la fotografía su
uniforme abotonado y su bigote tipo “moustache” envejecen un rostro
por otra parte joven y de mirada ausente. Entrado en calvicie y
apoyado en un viejo aparador, sobre cuatro libros descansa su
sombrero de guardia; y unos guantes blancos en su mano izquierda.
Guantes cuya invitación supo recoger mi madre para así acompañar la
soledad del hombre maduro, 30 años más viejo, que a la vuelta de su
segundo viaje deseaba compañía en el declinar de su vida, pero sobre
todo la que ya empezaba a parecerle improbable descendencia.
Ambos de aldea, tras su boda el 4 de agosto de 1902 mis padres
se instalaron en Lugo capital y allí nací yo, o el que yo fui, el 17 de
septiembre de 1905. Aún existe la casita, en el nº 18 de la Plazuela de
S. Fernando, hoy Plaza del Ferrol, cercana a la muralla, y encajonada
entre nuevas construcciones. Resiste como yo, a la vez la misma y
3
Guerra de Marruecos, 1859-1860.
15
otra, transformada en farmacia la pequeña tienda de comestibles sobre
la que se apoyaba el piso en que vivíamos. Con dos niveles y
originariamente procedente del Hospital de San Bartolomé, la había
comprado mi padre en 1896, aún soltero, y de allí saldría en menos de
un año el cortejo fúnebre de Felipa Fernández Lamas y Estrella
Dapena López, sus primeras dos esposas, muertas sin descendencia.
Sin embargo, yo el recuerdo siempre vibrante, en un adagio
mantenido por la afluencia de gente a la tienda que D. Leopoldo
Mármol Antón abrió en el bajo, y de cuyo alquiler viviríamos mi
madre y yo desde la muerte de mi progenitor, junto con las ayudas de
algunos familiares del campo.
Mi padre murió oficialmente de una enterocolitis mucosa, en
realidad de un desgaste generalizado que cobraba su factura. Con
frecuencia pienso en él evocando las palabras de Goethe, “la mayor
suerte es la personalidad”. Me pregunto cuanto debo a ese desconocido
de una naturaleza en la que la necesidad de cumplir con mi deber y la
curiosidad intelectual me salvaron de hundirme entre las victimas del
dolor, la ruina y la ceniza que cayeron sobre España durante la Guerra
Civil. De la mano de esa creencia hemos avanzado su sombra y yo,
permitiéndome cierto consuelo interior en los momentos de miseria
externa. Alivio que nunca recuerdo haber encontrado en mi madre,
analfabeta, a quien sentí bajo mi responsabilidad desde que tengo
memoria.
16
Mi madre Manuela López Vázquez sólo hablaba gallego. Se
había ganado la vida en el servicio doméstico hasta su boda y
recuerdo que al final de sus días, ya conmigo en Madrid, una de sus
mayores preocupaciones era que no la habrían de entender en el cielo
cuando muriera porque S. Pedro desconocía esa lengua. A veces
costaba trabajo tranquilizar a un alma de una candidez y entrega que
sólo se da en la pureza del campesino. Pureza que la ayudó a no
padecer de inquietudes ni torturas espirituales, pero la privó también
de saber lo que era siquiera aproximadamente el mundo en que vivió,
y de conocer emociones y sentimientos de los que ni por asomo
sospechó la existencia.
De ella si tengo recuerdos tempranos, en aquel Lugo de cascarillas
consumidas con leche y pan en el que se levantaba al amanecer a la
luz del candil para arreglar la casa y cocinar. En esa época, con 12
años, ya trabajaba yo de contable con un corredor de comercio, D.
Jesús García Gesto (recuperemos también su fantasma) mientras
estudiaba el bachiller en el Instituto Masculino de Lugo.
Y los
domingos una onza de chocolate dejada en mi boca mientras aún
dormía despertaba mi reticente interés por levantarme, y ejercer de
monaguillo en la iglesia local.
Garbanzos, quesos, patatas, pan, tocino, gaseosa en los días de
feria. Frío, mucho frío que combatíamos con mantas de trapo.
Alpargatas en verano, cuando jugaba en pandilla en la Plaza Mayor,
17
con botones, con piedras, con una imaginación capaz de sobreponerse
a la peor de las realidades y a las peores temperaturas. Inexplicable
modorra infantil la que me hace suscribir las palabras de Elena Fortún
cuando escribía que el “caudal de poesía que todos llevamos en el corazón
fue alumbrado en los días remotos de la más extrema infancia, y hasta la
última hora de nuestra vida la luz que atenuará la oscuridad de los días
amargos será aquella que se encendió en el alma cálida del niño ante el
contacto con la naturaleza y las primeras sensaciones sociales”, no
racionalizadas ni deformadas por el aprendizaje.
Aprendizaje que ya había iniciado en una escuela sin horizontes
más que los celestiales, en una escuela sin lógica otra que el castigo, y
cuya única virtud fue en mi caso la labor de revulsivo para no dejarme
avasallar por sus engranajes. Siempre he creído que “la letra con sangre
entra” rectamente interpretada esconde una verdad profunda, porque
es preciso el sufrir entrañable y sangriento del espíritu para que
podamos sentir el placer de ir incrementando nuestros conocimientos.
Toda educación es una violencia, un ataque a la tranquilidad de
la ignorancia y a su muerta felicidad, pero que inútil violencia la de
aquellos maestros sin ilusión ni esperanza cuyo mayor problema era
carecer ellos mismos de sed de conocimiento. La soledad de aquellas
provincias pequeñas y mal comunicadas resecó en la mayoría de mis
condiscípulos la primitiva y fresca sensibilidad con que el espíritu
joven se acerca al conocimiento, marchitándose así vocaciones que
quizás en otro contexto hubieran florecido espléndidamente. También
18
fue excusa para el que quiso ser y no fue porque en si mismo sólo
creía ser y, por ser ni siquiera fue hombre, pero eso es otra historia.
Tortura y delicia, pesadilla y liberación, recuerdo desde muy
niño haber sentido ese doloroso desasosiego que causaba el afán de
saber, y la conciencia de pertenecer a una minoría inquieta a quien
acuciaba la soledad del que carece de la comprensión ajena.
Curiosamente fue el apoyo incondicional de perdedores intelectuales
el que me hizo no desfallecer: una madre analfabeta con la sabiduría
del amor y algunos profesores que, ahora pienso, veían reflejadas en
las alas que me construían aquellas que a ellos no les había brindado
el azar histórico. Gracias a ellos supe desde muy niño la dirección de
los pasos que fraguarían con coherencia interna la primera mitad de
mi vida, bruscamente reconducida sin participación de mi voluntad el
18 de Julio de 1936.
Pero esa otra historia debe esperar aún porque gritan su
prioridad sobre mi conciencia primera aquellos fantasmas aún sin
nombre que arrastran en sus cadenas el recuerdo del Lugo de 1917 del
final de mi niñez en que, recién abandonados los comics de Búffalo
Bill, aparecen en mi memoria las primeras certezas de una realidad
provinciana cuya miseria material y espiritual se veía agravada por el
influjo de la aparentemente ajena Primera Guerra Mundial.
El recuerdo de aquellos churros a cinco céntimos con que me
regalaba todos los viernes al salir del Instituto se confunde con el olor
19
de la carne de vaca a la parrilla que tomábamos cada tres o cuatro
meses, y que mi madre y yo bautizamos “sol do camiño”. Sol de un
camino en que el abastecimiento cotidiano resultaba difícil por la
guerra y los especuladores, hasta el punto en que tuvieron que tasarse
trigo, patatas y leche, relegando en los intereses del pueblo las batallas
europeas a un muy discreto segundo plano.
*
La Muralla de Lugo, cuya eliminación que había sido motivo de
polémica a principios de siglo cuando una parte del pueblo sentía que
impedía el crecimiento de la ciudad, ocupó durante mi adolescencia y
primera juventud un lugar indiscutido y venerado. Allá íbamos con
frecuencia las pandillas de amigos para desgastar hasta la extenuación
dos temas que eran para nosotros mucho más reales que la tan
manoseada contienda: Galicia y la recién descubierta cinematografía.
Dos pasiones que de una forma u otra han condicionado mi vida; la
una originando mi actividad política inicial y, por circunstancias
imprevisibles e irreversibles mi destino; el otro como uno de mis
mayores placeres, junto con la lectura, hasta el día en que esto escribo.
La historia ha demostrado que la pobreza conduce a la
desesperación, y esta se traduce en un rencor que encuentra su cauce
en forma de sentimientos nacionalistas, muchas veces justificados por
el olvido que la “capital” profesa a las humildes y silenciosas
20
provincias. “Madrid habla y las provincias callan”, sentenciábamos
entonces con la certeza de que de nada sirve disimular que los
problemas se ven desde el centro, sino que es necesario ver las cosas
allá donde las cosas están. Este olvido e imposición de criterios era
evidente en aquellos años, y desataba los primeros movimientos
intelectuales para restaurar y prestigiar la lengua y cultura gallegas,
movimientos que se traducían cual bola de nieve en exaltados
sentimientos patrióticos para unos jóvenes imberbes y sedientos de un
protagonismo que para existir requería contrincantes. Compartíamos
una prueba sagrada e irrefutable de nuestra razón en forma de un
pequeño libro de poesías de Rosalía de Castro, de los miles de
ejemplares que habían regalado a Galicia los catalanistas en una
Semana Gallega celebrada en Barcelona4. Intentando corresponder a la
visión de generosidad y ecuanimidad que estos ideales despertaban
en nosotros, lo guardábamos por turnos de estricta equidad cada
semana.
Fruto de estas semillas sería mi implicación en política, pero
mucho más tempranero y verde también lo fue la primera conferencia
pública que di en el local del Sindicato Obrero Católico, el 17 de
marzo de 1922, contando apenas 16 años, invitado por la Asociación
de Estudiantes del Instituto de Lugo. “Rosalía de Castro y Curros
Enríquez” se titulaba, y releo ahora la halagadora reseña en el
4
Noviembre de 1918
21
periódico local5 y el texto mismo, sintiendo a la vez añoranza y la
evidente parcialidad de aquella crítica. Hablaba con el optimismo de
la juventud sobre el gallego como idioma supremo para expresar la
exquisita dulzura de la poesía, y sobre el resurgimiento de la pequeña
patria gallega a lomos de la voz de estos poetas, del destino fatal que
enlaza a la naturaleza que vive, sonríe y dura con el ser humano que
sufre, marcha y desaparece en la noche. Sentimientos universales que
probablemente creía originales, pero sentimientos únicos al fin pues
cada hombre lleva un único y solitario espectador / guionista del
mundo.
La magia de la vida se desvanece en fríos trazos cuando se la
lleva al lienzo, y así se desvanecía el mágico sentimiento de poderío
en cuanto volvíamos al frío y al olor ruidoso de los partidores de leña
en las aceras. Y para luchar contra esta decepción sólo contábamos con
un arte recién nacido al menos para nosotros, al que dedicábamos
mayor parte quizás de nuestros afanes. El cine Lugo-Salón fue en
aquellos años el jinete en cuya compañía explorábamos a la
humanidad.
Cuando frente a la pantalla del cinema sentíamos caer el chorro
de luz que daba vida a un mundo imaginario disfrutábamos de un
arte muy distinto a la lectura. Mucho más cercano a la pura diversión,
al puro arte, el cine nos permitía fundir realidad e idealidad, tan
aparejados en la conciencia juvenil.
5
“El Progreso”, Lugo, 7 marzo 1922
22
Cuando abríamos un libro en esas edades buscábamos no sé que
cosas misteriosas producto de la interacción entre su trama y nuestra
conciencia e imaginación, que con frecuencia no estaban dentro del
libro -porque no estaban en nuestras cabezas-, y su ausencia nos
creaba frustración. En el cine no había nada que buscar, todo estaba al
descubierto y aparecía de un golpe, representante y representado,
clavándonos la espina de nuestra emoción directamente desde la
pantalla, donde el gesto se hacía idea misma y todo sentir era gesto.
Muralla y juventud fueron pues nuestros bastiones en aquellos
años en los que la euforia de la escasa burguesía contrastaba con la
miseria de nuestras familias en una ciudad de provincias de poco más
de 28000 personas, sobre la cual retumbaban los mensajes antagónicos
del ejército y de los movimientos obreros cada vez más enfrentados en
aquella España que se acercaba al tercer decenio del siglo. Si la
segunda pasó velozmente dejándonos solos y asombrados frente a la
última realidad de nuestras relaciones con el mundo, la primera
permanece y sigue representando para mí una presencia maternal que
me ha acunado ajena a mi edad muchas veces en mi vida.
*
No quiero girar la cabeza hacia el pasado sólo para mirar atrás y,
como la mujer de Lot, convertirme en estatua de sal. Es preciso volver
al pasado para saltar limpiamente sobre el futuro con la conciencia de
23
que han pasado las obras, los días y también, Dios nos de memoria,
los hombres. Pero estos siguen siendo los creadores de las primeras, y
aún el tiempo mismo fluye y pasa en cuanto el propio hombre es su
medida. Por ello si bien las ideas y los hechos en abstracto interesan a
nuestro pensamiento, los hombres que las producen interesan a
nuestro sentimiento, y el recuerdo callado de una vida ejemplar nos
enseña más de nosotros mismos y nuestra historia que la seda de un
vestido o el brillo de una condecoración.
Debo al azar histórico la suerte de haber conocido hombres
excepcionales que integraron en sus personas la fuerza de exigir sus
derechos con el cumplimiento riguroso de los deberes que a cada uno
nos impone el ser hombres de cada hora y españoles de cada tiempo.
Ese camino heredero de todos los siglos de historia y del polvo
de todas las tierras de España se inició para mí cuando me acerqué a
un grupo de jóvenes a los que debo mi alejamiento de los sepulcros
blanqueados en que se nutría la miseria espiritual del pueblo. Bajo su
espíritu republicano, vanguardista, y galleguista bebí de la fuente
común en la que un borbotón científico, literario y artístico escondía
también el despertar de la conciencia política y social que se iba
desperezando lentamente en nuestros corazones 6.
6
Todas las personas que aquí aparecen, hoy famosas o más desconocidas, fueron el entramado en que se
asentó la ilusión de muchos gallegos en el primer tercio de siglo XX. Actividad literaria, social, y política
galleguista unidas en un todo, que sin embargo estaba lejos de las inquietudes del pueblo llano. YUNQUE,
RESOL, GUION, revistas político-literarias, serían expresión de estas inquietudes.
24
Lugo nuevo y Lugo viejo. Pese a la política conservadora,
autoritaria y centralista del Directorio Militar, o quizás gracias a ella,
los espumosos años 20 a 31 trajeron para mi muchos de los favores de
la diosa Fortuna. Nunca como entonces tuvo mi espíritu tantos frentes
de lucha tan coordinados. Socio-fundador de la Asociación de la
Prensa de Lugo, desde mediados de los años 20 yo simultaneaba mis
estudios de Magisterio con colaboraciones en los periódicos locales
“La Provincia” y, posteriormente, en “El Progreso”. En ambos escribí
una gran cantidad de artículos para cuya recuperación me falta
fuerza, dependiendo ésta de acudir a las hemerotecas para escudriñar
una por una las amarillas páginas de un pasado demasiado lejano ya.
Al mundo de la prensa debo el contacto con lucenses como
Aquilino Iglesias Alvariño7, Anxel Folé8, José Gayoso9, y Alvaro
Cunqueiro10, entre otros. Los influjos de la Institución Libre de
7
IGLESIAS ALVARIÑO, AQUILINO (1909-1961). Uno de los poetas más significativos del siglo XX
estudió la carrera de Filosofía y Letras en Santiago. Fue director del colegio León XIII de Villagarcía desde
1935-1949. Amigo íntimo de Francisco Lamas hasta su muerte, entre sus obras títulos como Contra el ángel
y la noche, De día a día, Cómaros verdes o Nenias.
8
FOLÉ, ANXEL (1903-1990): Escritor y articulista, nacido en Lugo. Durante los años de la República
desarrolló cierta actividad política, llegando a ser vicepresidente de la agrupación de Lugo del Partido
Republicano Radical Socialista y candidato por este partido a un escaño del ayuntamiento lucense. Más tarde
militó en el Partido Galleguista del que era secretario provincial al estallar la guerra civil. Por esas mismas
fechas dirigió la página literaria de Guión, colaboró con Resol y creó Yunque. Pese a su intensa interacción
en Santiago y Lugo, después de la Guerra Civil él y Francisco Lamas perdieron el contacto.
9
GAYOSO VEIGA, JOSE. Nacido en la provincia de Lugo en 1905, fue profesor privado de ciencias,
disciplina que le atraía y a la que dedicó sus esfuerzos. Colaboró en Guión y Yunque, y escribió algunos
cuentos y prosa.
10
CUNQUEIRO, ALVARO (1911-1981). Importante literato gallego nació en Mondoñedo. Estudió el
Bachillerato en Lugo y Filosofía y letras en Santiago, carrera que abandonó por el periodismo. Allí se inició
su amistad con Francisco Lamas y el grupo de intelectuales gallegos que allí estudiaban, alrededor de la
poesía y el galleguismo. Colaboró en Yunque y Resol. Pese a su vinculación transitoria a la Falange mantuvo
contactos escritos con Francisco Lamas desde Vigo, donde residía, hasta muy entrados los 70, cuando “en el
atardecer de la vida los recuerdos son bien más vivos”.
25
Enseñanza, matizados por un sentimiento galleguista intenso serían
nuestros cimientos ideológicos y, aunque con los años sacudidas
violentas habrían de debilitar la fuerza con que los declarásemos, no
lo hicieron sobre la firmeza de los mismos. Por eso no es necesario
recuperar en papel lo que sigue dentro de uno mismo porque
constituye ese uno.
Defendíamos la fuerza de la vida sobre la tragedia que
constituye el triste éxodo de existir, y la vuelta a los cauces biológicos
desde el desequilibrado aturdimiento del romanticismo mórbido que
caracterizó a la literatura y la filosofía del siglo XIX. Defendíamos el
equilibrio entre un sentido humanístico de la religión y la búsqueda
de la verdad a través del conocimiento, y nobleza e idealismo como
respuesta a la blasfemia biológica que es atribuir toda felicidad al
sentido social y materialista de la vida.
Si vivir es respirar ansiosos cuando se escucha el trueno y el rayo
ciega nuestra pupila, es llorar a quien jamás retorna, es reír el jugueteo
de un niño, o sentir sobre la frente el aleteo de la especie que nos
llama, esto no es incompatible con aceptar que el dolor forma la
conciencia del hombre, como dijo Goethe, y que nuestros dolores dan
al espíritu mayor sensibilidad para huir, reaccionando negativamente,
hacia el bien.
Bien que en aquellos años nos parecía indisolublemente ligado al
bienestar y progreso común al que nos aplicábamos con encendido
26
afán. La creación de un ateneo de Lugo en la Plaza de España, si bien
de corta vitalidad, fue una muestra de actividades tan dispersas en su
destino como cercanas en su origen.
El Ateneo Popular Lucense del que fui nombrado Secretario
Primero pretendía rellenar una casa y un letrero con un tibio calor de
humanidad que fuera la fuente de vida intelectual que inyectase un
poco de espiritualidad en las viejas arterias lucenses. En un ambiente
hipotéticamente libre encontramos sin embargo la resistencia pasiva
de los que, aún siendo socios, faltaban por apatía, indiferencia u
hostilidad a los foros o votaciones, y pretendían que las cosas del
espíritu se hicieran solas. Con todo organizamos conferencias de
Cunqueiro y Otero Pedrayo 11, visitas de la Filarmónica, y una
aceptable biblioteca. La vida del Ateneo fue tan efímera como radiante
su estela en la oscuridad de un medio desolador en el que
pretendimos dar la réplica al Círculo de las Artes, institución nacida
en 1835 que nos vería desaparecer mientras ella se adaptaba y
perpetuaba hasta la actualidad.
Frente a la peña del Círculo, representación de los poderes
fácticos de aquella época, todos ellos con cargos institucionales y bajo
los auspicios y beneplácitos del poder religioso, la nuestra fue la obra
de un grupo joven que nos considerábamos obreros del espíritu y
herederos de aquellos en los que nos mirábamos con devoción.
11
PEDRAYO, OTERO (1888-1904). Catedrático, escritor, orador, hombre público y galleguista de amplia
fama en Galicia a la que personificaba, como es el caso de Roasalía de Castro.
27
Incardinados cordialmente en nuestra ciudad, queríamos que Lugo
viviera al compás de la vida espiritual de la España de entonces. Y así
organizamos
conferencias,
publicamos
revistas
minoritarias,
y
colaboramos con nuestros amigos de Santiago de Compostela, en
cuyas tertulias nos reafirmábamos en la idea de que un modelo de
vida impuesta por otros era el mayor desbarajuste posible.
*
Foco de intelectualidad gallega, ciudad ascética y dura, Santiago
de Compostela se nutría del contacto entre sus gentes y peregrinos
como yo. Cenáculo de mi destino, mi participación en movimientos
estudiantiles me había obligado a finalizar en esta ciudad mis estudios
de Medicina, iniciados entre Madrid y Valladolid. Lejos de limitar mis
intereses a la estrechez de miras de una actividad angosta y
excluyente, esta circunstancia incrementó mi compromiso con una
República Federal Española en que Galicia y otros pueblos
conservasen
sus
características
culturales
y
económicas,
independientes de la centralización administrativa.
Tengo en mi mano pequeñas cuartillas amarillentas con el valor
del oro al que su matiz imita, con poemas autógrafos de Carlos
Martínez Barbeito12, Jesús Bal Gay13, cartas de Luis Manteiga14 o de
12
MARTINEZ BARBEITO, CARLOS. Escritor coruñés, estudiante en Santiago y acompañante de Federico
García Lorca cuando este visitó la ciudad en 1932, dejó constancia detallada de este viaje (Grial 43, 1974).
Espíritu inquieto y artístico de estos años data su amistad y correspondencia con Francisco Lamas, aunque
tras la guerra perdieron el contacto.
28
Arturo Cuadrado 15, siempre empeñado en sembrar con su Resol16 las
calles santiaguesas. Ellas llevan mi presencia a Compostela, haciendo
desaparecer las distancias en el ritmo de los recuerdos.
Tertulias que duraban hasta el amanecer, y de donde partieron
las iniciativas para transmitir al pueblo nuestros afanes líricos y
revolucionarios mediante publicaciones independientes. Nuestra
alegría juvenil era uno de los mayores estímulos para lanzar los
colores por el alero de la fantasía con publicaciones como Resol,
autodenominada hojilla volandera del pueblo. En ella Arturo
Cuadrado intentaba expandir la poesía, desde Mena a Jorge Guillen,
desde Jorge Manrique al himno gallego de Eduardo Pondal, desde
Santa Teresa a Walt Whitman, en forma de miles de colores con rimas
despedazadas para que recobrasen vida entre las manos ágiles de la
13
BAL Y GAY, JESUS (1906-1993). Musicólogo y ensayista, nacido en Lugo. En 1921 se trasladó a
Madrid e inició estudios de Medicina que no terminaría. Trabajó en el Centro de Estudios Históricos y fue
miembro del Seminario de Estudios Gallegos. En 1935 se trasladó a la Universidad de Cambridge como
lector de español, y en 1938 se exiló en Méjico. De joven se sintió atraído por la literatura, y sobre este tema
hay cartas de Francisco Lamas al autor en su archivo personal, cedido a la Residencia de Estudiantes. A la
inversa existen poemas autógrafos del mismo en posesión de Lamas, escritos en Santiago de Compostela los
años 20.
14
MANTEIGA, LUIS (¿1919? - 1949). Nacido y fallecido en Santiago de Compostela. Gran lector, formó
parte de la intelectualidad gallega de la República, colaborando en revistas como NOS, y Yunque. Progresista
y simpatizante de la revolución soviética, sus escritos estuvieron llenos de crítica social. Tuberculoso desde
joven murió con apenas 40 años, dejando inéditas, entre ellas Zambulón, miundo cerrado, finalista del
Premio Nadal en 1945. Amigo íntimo de Francisco Lamas hasta su temprana muerte, entre otras cosas le
regalo la primera edición del Romancero Gitano de García Lorca.
15
CUADRADO MOURE, ARTURO (1904-1998). Nacido en Denia se trasladó a vivir a Santiago en 1920.
Colaboró en diversas publicaciones gallegas y en especial fundó y dirigió Resol (1931-1936). Entabló
amistad con Francisco Lamas durante sus comunes años en Santiago, y compartió con él en sus inquietudes
literarias. Al termino de la guerra civil tuvo que exiliarse en Buenos Aires, donde fundó en colaboración con
Luis Seoane varias editoriales.
16
RESOL: “Hojilla volandera del pueblo”, publicada gratuitamente en Santiago. Revista literaria en la que
predominaba fundamentalmente la poesía, seguida por la literatura y el teatro. Fundador- director: Arturo
cuadrado Moure. Impresa en papel de color se adquiría gratis y se repartía por mercados e iglesias. Cesó en
1936.
29
ilusión. Para la pequeña historia el último número de Yunque17
publicaría en diciembre de 1932, “El Madrigal a la ciudad de Santiago”,
poema inédito de Federico García Lorca. Injustamente relegado al
olvido, casi paralelamente lo haría también Resol, en Santiago,
habiendo comprendido Federico que éramos brazos de un tronco
común.
Por esas fechas llevaba yo 4 años casado, y cuando la peña se
reunía en Lugo lo hacíamos en mi casa de la rúa de San Pedro, sobre
la rebotica de D. Salvador Castro Freire, padrino de mi primera mujer,
y autor posteriormente de un libro de cierta difusión local 18. Sus
tertulias fueron famosas en Lugo durante decenios y han sido objeto
de páginas literarias llenas de añoranza. Las nuestras, un piso más
arriba, y entre música clásica, aparecen olvidadas, pero allí fue
sembrado nuestro romántico espíritu republicano de las migas que
irían perfilando nuestros devenires desde lo puramente social a lo
político.
Otros espíritus acuden a mi pluma ahora, como los de nuestros
predecesores Jesús Bal y Gay, Evaristo Correa Calderón 19 o Luis
17
YUNQUE DIRIGIDO Fole y Francisco Lamas, y publicada en Lugo, aparece en de 1931 y termina en
1932. La mayoría de sus colaboradores procedían de la revista Guión. En el número 6, último se publicó por
primera vez el “Madrigal a la Ciudad de Santiago” de Federico García Lorca, en gallego. Es posible que
Francisco Lamas fuese el único que conservase los 6 números completos, que actualmente se dan como
desaparecidos en la prensa local gallega e incluso en las reseñas del Instituto Cervantes (véase biografía de
Alvaro Cunqueiro, año 2004).
18
CASTRO FREIRE. Lugo y sus hombres. Ediciones Celta, 1951.
19
CORREA CALDERON, EVARISTO (1899-1986). Nacido en 1899 en Lugo, jugó, con su hermano
Antonio, un papel importante como generación predecesora de la de Francisco Lamas. Así participó en la
creación de la revista Ronsel en 1924, junto a Bal y Gay, Luis Pimentel o Angel Johan, entre otros. Revista
de arte de fecunda variedad, en ella aparecieron originales de poesía y prosa en portugués, gallego, catalán y
30
Fernández Pimentel 20, creadores en el año 24 de la revista Ronsel21.
Mágico número el seis que alcanzaría esta revista, también Héroe22 de
Federico
García
Lorca,
y
Yunque,
la
primera
publicación
decididamente izquierdista de Lugo.
Al menos así nos presentamos el 24 de mayo de 1931, cuando
nos separamos de Guión23, en estos números que algunos dudan que
existan, y que mis manos acarician hoy con la nostalgia impotente
ante lo perdido. Textualmente nos definíamos como un periódico
político y social dirigido a modificar el tono conservador que se
pretendía
imponer
a
la
República
Española
y
timonearla
decididamente con rumbo de izquierda. ¡Jactanciosa ambición juvenil!
Renovar a través de la cultura y el civismo, a través del desarrollo de
un Estatuto Gallego integrador de las diferencias regionales en una
patria más rica y más fuerte. La unión de los Partidos Republicanos de
Izquierdas, y la implantación de la República Federal parecían
posibles desde ese tiempo hasta el otoño de 1932, fecha de nuestro
adiós.
español. Publicaron 6 números y por la parte gallega colaboraron autores cercanos a posiciones galleguistanacionalista.
20
FERNANDEZ PIMENTEL, LUIS V. (1895-1958) Nacido en Lugo esta será el centro de su vida
profesional y literaria. Estudió Medicina en Santiago licenciándose en 1922. Sus primeras entregas literarias
aparecieron en la revista Ronsel y desde entonces el autor no perderá contacto con la generación galleguista
anterior a la guerra civil. Durante su vida combinó su faceta de poeta y escritor con la de profesional
humanista, liberal e ilustrado.
21
Ver cita 20.
22
Heroe fue creada por Federico García Lorca en 1932, en asociación con Manuel Altolaguirre y Concha
Méndez.
23
GUION: “Semanario republicano de Política-cultura- Información”, publicado en Lugo. Aparece la tercera
semana de marzo de 1930 y cesa en mayo de 1931. Su director fue Benigno López Otero y en su último
número se declararía por parte de sus responsables la creación de “Yunque”.
31
Firmábamos nuestro proyecto renovador entre otros Ángel
Johan González24, Romero Boelle25, Arturo Cuadrado, Luis Manteiga,
Luis Seoane26, Luis V. Fernández Pimentel, Álvaro Cunqueiro, Anxel
Folé, y yo mismo. Financiábamos nuestros desvelos con fondos
propios, y a ello se debieron las irregularidades en la publicación, que
funcionaba por dádivas arrebatadas a nuestra penuria. Mayo y junio
de 1931; Mayo, Julio y diciembre del año siguiente.
Impulsos originados en el Hielo-Bar o en el bar Nemesio, y
perpetuados gracias a Antonio Suárez Villamarín, cuya imprenta fue
para nosotros la madre generosa que nos arropaba sin pedir
recompensa. Impulsos insuficientes para continuar con los “Cuadernos
Yunque”, como era nuestro proyecto cuando en diciembre de 1932
emitimos recibos por 10 pesetas para los colaboradores con la
“Sociedad Amigos de Yunque”.
En el último y más famoso número de la revista, además del
nuestras contribuciones y el poema inédito de Federico, aparecía un
dibujo de Seoane, “Naturaleza Viva”, otro de Manuel Colmeiro27
24
JOHAN, ANGEL (ANGEL GONZÁLEZ LOPEZ) (1901-1965). Nacido en Lugo pese a residir fuera de
Galicia durante muchos años colaboró activamente con dibujos y grabados en las publicaciones gallegas
(Ronsel, Yunque.), y de esa época data su amistad con Francisco Lamas. Permaneció en prisión desde 1937
hasta 1942 y realizó una labor meritoria en poesía, prosa y sobre todo artística hasta su muerte.
25
26
SEOANE, LUIS (1910-1979). Dibujante nacido en Buenos Aires, pero residente en Galicia desde los 6
años, formó parte del grupo de intelectuales de Santiago. Mientras estudiaba derecho se afilió al Partido
galleguista. Junto a Cunqueiro fue el protagonista del momento cultural gallego de los años de la República.
Tras la guerra se exilió en Buenos Aires hasta 1963. Francisco Lamas conservó el original del dibujo
publicado en el numero 6 de Yunque y titulado “Naturaleza Viva”.
27
COLMEIRO, MANUEL. (1901-1999) Importante pintor pontevedrés por su estudio pasó además de
Francisco Lamas, Angel Johan, Luis Maqnteiga, Romero Boelle y Anxel Folé, en su época de Yunque,
revista en la que colaboró.
32
representando una segadora, y uno de la argentina Norah Borges de
Torre representando a una madre.
Puedo verlos sin mirarlos en esta tarde de otoño. Y oigo sus
voces sin escucharlas detrás de cada palabra escrita, como profetizaba
mi entrañable Luis Manteiga en una tarjeta enviada a la cárcel años
más tarde, diciéndome que llenara los obligados silencios con la
seguridad fraterna de siempre, y en ellos más que en su texto podría
sentirlo a mi lado.
*
Como tantos otros muros augustos la muralla de Lugo invita a la
meditación y a la perspectiva, frente a las vertiginosas mudanzas de la
vida humana. Mudanza sobre la que me susurran sus paredes cuando
me acercan a otro grupo de amigos y, a las que hoy me parecen más
leyenda que realidad, aquellas noches de estío en que solíamos pasear
junto a ella después de cenar. Amigos ya fallecidos, espectros como lo
es el desaparecido Hielo-Bar de la calle de San Marcos, en la que mi
silueta aparece repentinamente transformada de adolescente a joven,
como esas escenas del cine en las que el paso del tiempo se representa
envejeciendo a un protagonista rodeado por un escenario que parece,
adecuada simbología, inmutable.
33
Y allí estoy yo, de nuevo en la Muralla, en noviembre de 1932,
escuchando a Federico García Lorca28 recitar algunos poemas, desde
su propia e inalcanzable atalaya. Era la tercera vez que Federico venía
a Galicia ese año, y la tercera vez que yo le veía. Su encanto era
grande, pero no lo necesitaba ante el admirado silencio de unos
jóvenes ciegamente creyentes en que representaba la máxima
expresión de su utopía: ni razón ni sentimiento admiten disciplinas.
Cual Orfeo, Federico hacía sonar su cítara y pájaros, fieras y
dioses quedaban embelesados. Rendidos a la emoción, su voz nos
hacía reconocer el eco de la belleza y el bien dentro de nuestra propia
conciencia. Siempre cabezas de viento, su ejemplo insuflaría de ánimo
nuestro espíritu fatigado, y sería directamente responsable del apogeo
final de nuestras actividades literario-sociales de juventud.
Creo que Federico sintió por Galicia una veneración especial.
Ese mundo de brumas, superstición y fuerza terrenal sin forma
encontraba eco en un alma azul y triste como el oscurecer, pero
salpicada de fulgores de rebeldía que deslumbraban a los demás. En
una carta escrita unos días antes de este viaje me hablaba de la
ansiedad con que esperaba los verdes húmedos y la niebla como una
28
Federico García Lorca estuvo en Galicia en tres ocasiones entre mayo y noviembre de 1932. En su primer
viaje trabaría conocimiento con Francisco Lamas, quien estudiaba en Santiago. Cuando volvió en agosto con
La Barraca FL acudió a verle, y como miembro del Comite de Cooperación Intelectual, formó parte activa
de su invitación a Lugo. Sobre este viaje de Federico a Galicia y sobre la Génesis “Madrigal a la Ciudad de
Santiago” existen versiones contradictorias en textos como Dia das Letras Galegas, Anxel Fole
(Universidad de Santiago de Compostela, 1987) o Cronología Gallega de Federico García Lorca y datos
sincrónicos, (José Luis Franco Grande y José Landeira Yrago, Grial, 1974). Francisco Lamas posee una
versión autógrafa del mismo, amén de “Teorema de Amor”, dibujo original.
34
mano reparadora. Verdes que, entre la piedra, el arte, y la humedad
Compostelana, tuve el privilegio de poder mostrarle con amigos
comunes unos meses antes, durante su primer viaje a Galicia en mayo
de 1932. En aquel momento nuestros espíritus se habían encontrado
por primera vez en una Catedral, la de Santiago, en la conciencia
común de fugacidad del momento presente que nos transmitieron las
vibraciones del aire bajo la luz de las vidrieras. Yo era uno de esos
jóvenes descritos en la prensa local como “apasionados por la literatura y
el arte”, que peregrinó con Federico por las calles compostelanas la
noche del 7 de mayo de 1932. También lo hice por las calles lucenses
meses más tarde, esta vez directamente involucrado en su visita como
miembro del Comité de Cooperación Intelectual. Y sobre la emotiva
soledad del altar de otra Catedral, la de Lugo, me haría Federico un
regalo maravilloso recitándome su Oda al Santísimo Sacramento,
antes de despedirnos, sin saberlo para siempre. Aún siento hoy en mis
entrañas el eco de una voz responsable de que la mía enmudeciera
para siempre en recitales de tertulias, cuando fue consciente de sus
limitaciones.
La víspera habíamos estado reunidos en casa de Ramón
Martínez López, profesor del Instituto de Lugo y amigo, tras la
conferencia de Federico sobre María Blanchard, dada en el salón de
sesiones del Palacio de la Provincia. Cuando salimos de allí, sobre las
35
5 de la madrugada tocaban a maitines las monjas del convento de
Santo Domingo.
Aquella mañana estábamos somnolientos, pero íntimamente
regocijados por otro tesoro que su generosidad quiso regalarnos, el
original del Madrigal a la Ciudad de Santiago, su primer poema gallego.
Lo había escrito la víspera, en la trastienda del comercio de gramolas
que regentaba en Lugo mi amigo Luis Manteiga. Por la rapidez con
que lo hizo creo que lo había meditado mucho antes. Tal vez lo
decidió después de su primer viaje a Santiago ese mismo año, tal vez
lo tenía parcialmente memorizado. Aceptó alguna sugerencia
lingüística, y las huellas espontáneas de la corrección duermen su
verdad eterna en las paredes de este despacho.
Federico nos había enviado un ejemplar de su revista Héroe en
junio de 1932 a la vuelta de su primer viaje a Galicia, acaso para
animarnos a seguir escribiendo. En Septiembre Manteiga y yo
tuvimos ocasión de agradecérselo cuando presentó La Barraca en
Ribadeo, totalmente entregado a la recién nacida experiencia del
“tinglado de la farsa” para llevar el teatro clásico al pueblo. Se
mezclaban en él cansancio (llevaba casi 10 días de viaje) con
entusiasmo, en una conversación en que nos habló del trabajo sin
descanso en que estaba sumergido. No recuerdo por qué caminos
llegamos a hablar de la Ciencia, pero sí que la definió como “un juego
mágico”. Para su espíritu de niño todo eran juegos de la ilusión.
36
Aquella noche en el viaje de vuelta las estrellas escucharon el
desacuerdo del desesperanzado espíritu de Luis Manteiga, que
únicamente encontraba sufrimiento en el vértigo consciente de la
ausencia de finalidad que la ciencia propugnaba. La enorme
impresión de Federico no alejaba de su ánima apocalíptica amarguras
incomprensibles para mí en ese momento.
Quizás Luis reconocía ese vértigo desde siempre, todo el amor
que llevaba dentro pendiendo de un alambre demasiado frágil que se
rompería con apenas 40 años. En nuestras tertulias, en nuestras
colaboraciones literarias yo escribía de justicia, serenidad, cultura,
renovación pacifica. Él lo hacía de lucha desgarrada, de explosión, de
revolución.
Hoy, cuando veo acercarse con sigilo el arcano de la muerte, lo
recuerdo con frecuencia en su lucha desesperada por ser testigo de la
historia. El supo soportar los sufrimientos, la miseria humana, y
encontrar en la dura almendra de la desgracia el suave aceite de la
consolación que sublima al hombre. Luchó sin someterse por los más
puros valores que enriquecen el espíritu. Como a Federico, su
temprana muerte no le permitió dar de sí todo lo que tenía dentro.
Con frecuencia pienso en Federico y en la inequidad de su
muerte. Alguien dijo que la muerte temprana de los genios tiene como
única ventaja la ausencia de límites para imaginar la grandeza de su
obra de haber vivido. Es un consuelo pobre pero quizás no tan
37
insensato a la luz del propio deterioro. En su historia obra de juventud
y físico, anclados en el tiempo primaveral, caminan al mismo paso en
su eterno retorno y eso les hace, en cierto modo, inmortales.
*
En agosto de 1935 establecí mi primera consulta médica en Lugo.
La Medicina compatibilizaría mis inquietudes intelectuales con mi
visión humanística de servicio a los demás, salvaría mi vida en el
Consejo de Guerra, y daría salida a mi desorientación vital a la salida
de la cárcel. Pero tras el triunfo de la CEDA29 en las elecciones de 1933
la Medicina había ido cediendo el centro de mi ahora lejana vida
provinciana a la participación en la vida política que me conduciría a
ser nombrado secretario de Acción Republicana en Lugo, y alcalde en
representación por el Frente Popular.
La decisión sin embargo no había sido fácil. Significó para mí la
renuncia a una beca de la Junta de Ampliación de Estudios para ir a
trabajar en Cambridge en la escuela de Keith Lucas30. Beca que
coronaba el sueño enmarcado en esperanza alrededor de una carta de
Santiago Ramón y Cajal 31 recibida en diciembre de 1924 ofreciéndose,
29
CEDA:
LUCAS, KEITH (1879-1916). Muerto prematuramente, en un accidente de aviación, Keith Lucas alcanzó
reconocimiento mundial por sus trabajos neurofisiológicos sobre el impulso nervioso en la Escuela de
Fisiología de Cambridge. Francisco Lamas obtuvo una beca de la Institución Libre de Enseñanza para ir a
realizar estudios allí, pero renunció, siempre dijo que para que no se asumiera que había utilizado su fuerza
política en su beneficio.
31
RAMON Y CAJAL, SANTIAGO (1852-1934). Premio Nóbel de Medicina en 1906 y cabeza de la escuela
española de Histología su ejemplo sigue siendo hoy guía para muchos jóvenes españoles interesados en la
Investigación biológica. En 1924 contestó a una carta de Francisco Lamas ofreciéndose a apoyarlo en su
30
38
si su quebrantada salud se lo permitía, a guiarme por el arduo camino
de la investigación científica.
Durante mi estancia en Madrid el contacto con Lafora32 y con el
Instituto Cajal significaron el encuentro con un mundo en el que el
pensamiento científico empezaba a ser el fermento que luego ha
puesto en movimiento los grandes avances en salud de gran parte de
la humanidad. Fueron aquellos años rebeldes e inquietos contra la
intransigencia universitaria, la anacronía en la adjudicación de plazas
para un profesorado en gran parte inepto, y la influencia negativa de
orden religioso y jurídico sobre la salud, la enfermedad y la muerte.
Pero en ellos conocí también la preocupación por la explicación de los
hechos naturales, de la relación causa-efecto, de los principios
generales que abarcan la naturaleza, de la propia vida del hombre, y
la preocupación por la observación directa y por la explicación
racional de lo observado.
No pueden analizarse casi nunca las razones que conducen al
estudioso a la afición por la investigación, ni podría señalar las
íntimas raíces de mi afición a la investigación biológica, pero si cuenta
entre ellas, desde luego, la atrayente personalidad de Cajal. Bajo su
labor científica, carta que, junto a sus experiencias de estudiante de pregrado y de doctorado reafirmaron sus
ideales científicos y fueron un bálsamo cuando su trayectoria sociopolítica se quebró.
32
LAFORA, GONZALO RODRIGUEZ (1886-1971). Distinguido neuropsiquiatra Cajal creó para él,
cuando regresó de su formación en el extranjero hacia 1912, un laboratorio de fisiología del sistema
Nervioso, donde combinó investigación con asistencia en el Hospital Provincial. En 1920 cofundó la famosa
revista “Archivos de Neurobiología” y en 1925 el Instituto Médico Pedagógico y el Sanatorio Neuropático
de Carabanchel. Tuvo gran ascendiente sobre el joven Francisco Lamas cuando este realizaba sus estudios
universitarios en Madrid. Durante la República fue presidente del Consejo Superior Psiquiátrico y
responsable de la publicación del decreto sobre asistencia de enfermos mentales, vigente aún en los años 80.
39
paternal figura me asomé a la investigación estudiando las
terminaciones nerviosas en el bulbo piloso y tras la guerra, bajo su
sombra póstuma, recalaría nuevamente allí para realizar mi tesis
doctoral hasta llegar a profesor ayudante del departamento de
Fisiología del Instituto Cajal, del Consejo Superior de Investigaciones
Científicas.
Sigo hoy creyendo que no hay en la ciencia puerta alguna que
esté cerrada a la curiosidad del hombre; todas pueden abrirse y el
paso está franco para los que con voluntad y ansias de saber deseen
penetrar en cualquiera de los múltiples senderos que se ofrecen al
interés humano. Frente al deseo y a la buena voluntad sólo la propia
inteligencia y la dificultad del trabajo intentado constituyen los límites
infranqueables del propio anhelo.
Bien distinto era el panorama en Lugo, donde el Instituto
Provincial de Higiene e incluso los recién nacidos Casa de Maternidad
y Expósitos y el Hospital de Santa María, arrastraban ya en su vuelo
siglos de ignorancia que les dificultaban, pese a las buenas
intenciones, tomar altura. Cuando, bajo la influencia de Lafora, abrí
mi consulta con el epígrafe de Medicina Interna y Enfermedades
Nerviosas y Mentales en la calle Bolaño Ribadeiro 7, 1º, ya estaba
entregado de lleno a la lucha política. Mi continuo ir y venir hacia las
fuentes del saber habían agudizado en mi el sentimiento de rebelión
por las diferencias entre las posibilidades de una elite médica a la cual
40
aspiraba y la realidad cotidiana de nuestra ciudad, de nuestra región
entera. Así la evidencia de una práctica sembrada de patologías
prevenibles asociadas a la falta de cultura fue transformando en irreal
recuerdo a mi ambicioso estudio madrileño relativo a los efectos sobre
el sueño de la termo cauterización del encéfalo en los gatos.
Pese a la mejoría de las condiciones de vida, sobre todo del
campo, los recursos provinciales eran un consuelo transitorio a los
graves problemas sanitarios de una ciudad carente de medios y, sobre
todo, de la conciencia social necesaria para encadenar prevención con
enfermedad.
Inspector
de
Sanidad,
maestro,
médico
y,
principalmente, obrero del pueblo, me entregué con encendido afán a
instruir sobre la dependencia mutua entre la higiene del alma y el
cuerpo, y a reforzar la inexistente cultura sanitaria de Lugo.
“Higiene, educación, moralidad”, releo ahora la profusa conferencia
organizada por la Peña Procultura33, en que evocaba temibles
estadísticas de mortalidad y llamaba a la prevención de enfermedades
venéreas e infecciosas con medidas de higiene mínimas. Me admira
hoy la demagogia ingenua con que ligaba una pedagogía social y
sanitaria que propugnase la vida sana, la coeducación armónica de los
sexos, el respeto a la mujer y la infancia, y el valor del trabajo, a un
camino de perfección que constituía la máxima aspiración del ser
humano.
33
Reseña en El Progreso de Lugo, 23 abril 1926
41
Mi convicción en que la sabiduría se sustenta en el pálpito
intrahistórico de cada pueblo, correspondiendo al Estado ser “la mano
de nieve para arrancarla” persiste hoy con la misma fuerza de aquella
época. La experiencia me ha enseñado sin embargo que la dificultad
del camino es incalculable.
La dramática angustia de la madurez deriva de su terrible
preocupación por el mañana, que le impide vivir el presente. En
aquellos días previos a la fractura de España, para el que quisiera ver,
las sombras de la contienda llevaban mucho tiempo oscureciendo el
paisaje. Pero nosotros no queríamos, o simplemente no sabíamos ver
los augurios amenazadores. Y todo me parecía posible mientras
repartía mi tiempo eficazmente entre mis inquietudes gracias a que
alumbraba mi vida la que desde 1928 era mi esposa, Adela34.
Mujer insólita para su época, ella formaba parte del núcleo de la
reconquista espiritual de España en que me había comprometido. Su
magnífica inteligencia, bondad, lealtad, generosidad y espléndida
cultura la convertían en un espíritu tan completo que difícilmente se
hallaría en la sociedad española dentro de las gentes corrientes, quien
pudiera igualarla. Junto a ella me alcanza el recuerdo de cada uno de
aquellos momentos de engrandecimiento del alma. Nuestra común
pasión por la música, por la literatura, por el conocimiento, nos
permitía vivir consumiendo en su totalidad el caudal de energía que el
34
GARCÍA PARDO, ADELA (1 -1963).
42
hombre trae en potencia al nacer, y que se consume a la par que se
produce.
Muchas veces me he preguntado porqué desaparece el amor, tan
misteriosamente como nace. Si a la salida de la cárcel nuestra vida
matrimonial estaba rota, y a la postre surgiría lo inevitable, yo no
podré olvidar jamás lo que fue Adela en mi juventud, ni lo que fue en
la etapa sombría de mi vida que transcurrió en prisión. Ni lo olvido ni
nunca podré pagarlo, la misma vida no basta en pago ya que a ella se
la debo.
Nos separamos en 1946 y las cosas fueron como fueron, no como
debieron haber sido. Y con la separación las lágrimas, el dolor, y el
naufragio de un hijo al que ya no volvería a recuperar. Pero el hombre
necesita que pasen sobre él los días y los años, los hechos y los dolores
para aprender, cuando ya no tiene remedio, que el sacrificio por los
demás es siempre el mejor camino.
Tras años de dolorido silencio, únicamente roto por los fríos
giros mensuales y alguna carta de mi perdido hijo, Adela moriría en
Lugo en 1963, sin que yo llegara a tener conocimiento de su gravedad.
Sólo Dios sabe de mi dolor y amargura en esos momentos, pero eso es
cuenta mía.
Y ahora, cuando las sombras de los que ya fueron están delante
de mí, Adela, sus hermanos, mi madre, mis padrinos, tengo la
seguridad de que comprenden muy bien todo lo que en mi hubo de
43
bueno y de malo, y al pedirles perdón una vez más sabrán
comprender que al fin y al cabo el hombre es hombre y tropieza, si
bien las piedras están en el camino.
*
La extraordinaria agitación política de La República se traducía
también en Lugo en la proliferación de partidos y asociaciones, entre
ellas la agrupación local de Izquierda Republicana, formada el 29 de
junio de 1934 y de la que yo era afiliado. Con este partido obtendría la
alcaldía tras las elecciones a Cortes que dieron el triunfo a la
candidatura de Centro Izquierda en febrero de 1936. Ya entonces la
conciliación juvenil aparecía matizada por desencuentros propios de
la madurez, y compañeros del Partido Galleguista, como Folé, no
perdonaron el quedar excluidos del Frente Popular. Ignorantes de que
ello les salvaría la vida. No habría sin embargo fracturas en torno a la
lucha por la aprobación en plebiscito del Estatuto de Galicia, acaecida
el 28 de junio de 1936, y en proceso de tramitación estatal cuando se
declaró el golpe de Estado.
Aquel médico de 31 años que en abril de 1936 trasladó su
consulta a la calle Castelar 5, frente al Gobierno Civil, para poder
compatibilizarla con la alcaldía de Lugo, vivía en un tiempo
engarzado en el hoy y vivificado con la esperanza del mañana, en el
que el pasado se había contraído para casi no existir. Cuan distinta
44
dimensión la del preso y la del viejo, sin vida efectiva, real, que de a
los días carácter y perspectiva. Tal vez por ello el corazón se siente
obligado en ambos casos a convocar al espectro de un recuerdo, y
prendidos en él vamos evocando otros días y otras horas, acaso tan
sólo minutos que fueron remansándose en nuestro espíritu,
pareciendo que no estaban en él y de nuevo surgen en la soledad llena
de ruidos diciéndonos como fue nuestra vida, como sentimos y como
gozamos. Como gozamos en aquellos días electorales de febrero, pese
a las calles desiertas y desanimadas en los que la proverbial
abstención gallega cumplió su esperada promesa.
Cierto que Galicia en general y Lugo en particular siempre han
adolecido de la falta del tono rotundo y el ruido de otros pueblos
españoles. La ciudad apenas se daba por enterada, bajo la lluvia casi
permanente de aquellos días, de los cambios que se prometían.
Teletipos desde y hacia Madrid, escrutinios prolongados de los votos,
salida de los presos políticos a sus casas, todo parecía menos
importante que la cruda invernada, los actos del círculo, o la amenaza
de no poder completar el álbum de fotografías” La belleza de Galicia”,
por cierre editorial.
No somos culpables. Éramos pocos, éramos pobres e incultos,
estábamos lejos, y la madre Iglesia nos acompañaba omnipresente.
Obispo en Lugo capital, obispo en Mondoñedo, amenazas de infierno
sin remedio, y mucho miedo. Había sido casi obligatorio el auge de las
45
perturbaciones falangistas que amenazaban la convivencia en unos
jóvenes pueblerinos intelectualmente alejados del saber, y sin más
proyección que la fuerza para llenar sus vidas del insaciable deseo de
ser algo que todos llevamos dentro.
Recuerdo una noche de mayo del 36 en que un grupo de ellos
me asaltó en los aledaños de Lugo exigiéndome proclamar ¡viva la
falange!, y como salieron huyendo cuando desenfundé mi pistola Astra
recién adquirida la licencia de armas un mes antes. Licencia de uso de
armas del 1 de abril de 1936, 10 pesetas, funesto presagio de cuyo
alcance no me percaté aquella mañana en la gobernación, y que sin
embargo significaba mi inmersión en la corriente global del recelo y la
desconfianza social.
En las tertulias del bar Nemesio, años antes, ¿no éramos nosotros
mismos los que repudiábamos la sola idea de tener que ir armados?
Algo debió ir muy mal entre el 31 y el 36 cuando tantos hombres nos
habíamos vuelto soldados. Soldados pacíficos o agresivos, pero
soldados al fin, y si Voltaire había dicho que en nuestro hemisferio
ladrón y soldado significan lo mismo, en España la historia reciente
volvería a darle la razón. Porque muchos de quienes luego me
repudiaron eran conocidos de sentimientos ni mejores ni peores que
tantos otros, difuminados al integrarse en colectividades que los
sustituyeron por el odio hacia el enemigo. Contra aquellos con
quienes, meses antes, habían celebrado conjuntamente el aniversario
46
de la República con bailes populares en el Paseo de La Alameda,
paradas
militares
o
comidas
de
beneficencia.
Aquellos
que
aparecíamos en los periódicos locales entre comentarios de sociedad,
casi a hurtadillas, con el único propósito de recuperar siglos de
retraso, en un plazo hoy creo que demasiado corto para ser
comprendido por el pueblo.
Pese a ser miembro de la minoría de Izquierda Republicana fui
elegido alcalde de Lugo por el Frente Popular por 20 votos a favor y
uno en blanco el 3 de marzo de 1936. Aquellos meses que mediaron
entre marzo y Julio de 1936 fueron los más quijotescos de mi vida, y
mi lucha contra los molinos de viento no me permitió ver el temor que
se creaba en torno a un proyecto que se presentaba como una
amenaza por una gran parte de la sociedad influyente de Lugo. Ni en
lo que es peor, en las entrañas de una Galicia rural caciquil en la que
los paisanos, pequeños espíritus humillados y desde siempre
escarnecidos necesitaban de más tiempo para perder el temor de
rebelarse ante sus opresores. Lector ferviente de Kant debería haberlo
adivinado, pero el hombre es el producto de su momento histórico.
Vivimos con retraso, pensamos con retraso y solamente sentimos
impulsivamente lo que en cada momento nos parece mejor, sin que
hayamos analizado previamente qué es lo mejor.
Cuando se estudia a fondo la filosofía de la historia se llega a la
convicción de que las cosas ocurren por un conjunto de razones que
47
las hacen necesarias y que no dependen de que se le antoje al grupo A
o al grupo B, sino que ambos obedecen inconscientemente a fuerzas
más potentes que ellos, y representan el esfuerzo propio de la vida de
cada país para marchar hacia el futuro. Es evidente que la historia de
España de los dos últimos siglos significa un continuo esfuerzo para
buscar el futuro, con retraso obvio en relación a esos esfuerzos
realizados por otros países vecinos. No está el mal sin embargo ni en
la Iglesia, culpable de muchas cosas, ni en la aristocracia, culpable de
muchas otras, ni en el militarismo, ni en la banca, que también tienen
sus culpas. El mal está en nosotros y en ciertas características raciales
que solamente el tiempo y la educación puedan ir superando. Y si
hoy, año en que cumplo 65 años, existen generaciones para las cuales
la Guerra Civil es algo así como lo eran para nosotros los reyes godos,
desgraciadamente en ellas se encuentran aún algunas de las
características de incivilidad política que nos han hecho fracasar con
anterioridad. La diferencia es que gracias al tiempo hoy la minoría
inquieta y preparada es una mayoría y, bajo la hojarasca oficial, se
siente esta corriente de progreso a quien nadie puede poner puertas
como no se pueden poner puertas al campo.
Recuerdo que aseguré en mi primera alocución como alcalde que
actuaría un día, un mes, una hora, el tiempo que allí estuviese, como si
el cargo fuese permanente. Y en ello me afané desde ese mismo
momento desde la Casa Consistorial hasta el día de mi destitución.
48
Sus paredes son testigo mudo de aquellas largas reuniones de horas y
horas, con numerosa presencia de público, en que nombramos
comisiones de trabajo con todos los fines posibles que pudieran
proyectarse en la mejor calidad de vida lucense.
Las sesiones consistoriales se iniciaban hacia las siete de la tarde
y terminaban bien entrada la noche. En la primera anulamos todos los
nombramientos de personal eventual realizado sin cumplir las
necesarias formalidades, pero pronto comprendimos nuestro error y
reintegramos a gran parte del mismo. Imagino qué diferente concepto
de nosotros habrán tenido los empleados de la banda municipal de
música, que pasaron de ser jornaleros a entrar en plantilla.
Rápidamente nos granjeamos enemigos en comisiones como el
Negociado de Arbitrios donde intentamos corregir el escandaloso
fraude en el manejo de las aves y la carne; en el de Abastos, cuando
instauramos un precio establecido y el repeso para el pan y la carne y
multamos inmisericordemente a los infractores. Enemigos en las
contratas, que ante lo ajustado de los precios se negaban a pujar para
llevar a cabo las obras públicas entre ellas el imprescindible Mercado
de Abastos, produciendo verdaderos problemas en la situación de las
mismas. Enemigos en el pleito de aguas que favoreció al
Ayuntamiento contra Barras Eléctricas. Enemigos en la defensa del
plebiscito en la cual volcamos nuestro ciego entusiasmo en forma de
ayudas financieras para su propaganda como verbenas y conciertos. Y
49
enemigos especialmente rencorosos en el clero, frente al cual desde el
principio cometimos errores de estrategia. La enseñanza pública y
laica era una de nuestras banderas electorales y buscamos
rápidamente habilitar locales para escuela pública, pero la historia ha
demostrado que nos excedimos al confesar inoportunamente nuestra
avidez en sustituir la enseñanza religiosa por la laica.
Me sorprende hoy la ingenuidad de aquel bando de 10 de marzo
del 36 en que daba 15 días para que los propietarios de las fachadas
urbanas de Lugo adecentaran deficiencias impropias de un pueblo
culto y progresivo, prometiendo rigurosas sanciones caso de desacato.
¡Culto y progresivo! Frente a la grandeza de nuestras ambiciones
los medios económicos eran muy escasos y pronto tuve que viajar a
Madrid para recabar subvenciones de los poderes públicos que
evitaran los recortes de presupuesto. Encontré el ambiente bajo la
exaltación de las luchas de masas. Sindicatos, socialistas y comunistas
queriendo demostrar quien ejercía el control sobre las clases obreras.
Su consecuencia directa, poco más tarde, la convocatoria de la huelga
general, mucho más tarde la entrega del poder a los enemigos del
estado social existente.
En mayo nosotros nos enfrentaríamos a la huelga general
convocada por los comités locales de UGT y CNT. Miércoles y jueves,
fue un paro tranquilo, únicamente salpicado por algunas coacciones
callejeras y unos petardos explosionados en un gallinero cerca del
50
Seminario. Rafael Fernández Vega 35, entonces gobernador civil, tuvo
el mérito de calmar los ánimos de los obreros reunidos en la Casa del
Pueblo durante esos días y que, desde una propuesta de huelga
indefinida a las 6-8 de la tarde del jueves, aceptaron reanudar el
trabajo cuando accedió a poner en libertad a los detenidos. El viernes
22 de mayo hubo pan y mercado. Hombres puros, afectuosos,
cordiales, brutos y morriñosos, olvidaron sus originales aspiraciones
políticas (revisión de una causa contra los fascistas y destitución de los
magistrados responsables de la misma) por la simple posibilidad de
ausencia de represalias.
Creo que la República no supo realizar su vida. Se ahogó
queriendo anular al pasado y eso la hizo fiel paradójicamente a él.
Falseó y desvió su mundo peculiar, su propia esencia, queriendo
deshacer con demasiada premura los afanes espirituales del pasado, y
destruyó su presente sacrificándolo a ese objetivo. Vivimos la
República en calidad de porvenir, a título de préstamo, sin
posesionarnos y gozar plenamente de ello como algo vivo que
teníamos en nuestras manos. El tremendo peso de la historia ahogó su
espíritu, y pagó con su vida su generosidad.
Se quiere aquello que la voluntad puede llegar a conseguir; se
desea lo que ya no está en nuestras manos realizar. Queremos y esto
depende de nosotros, está en nuestro yo, el deseo es nuestro, pero ya
no lo es la realización. Quizás deseamos demasiado y demasiado
35
51
pronto la autonomía cuando creamos el Comité Provincial de
Propaganda del Estatuto Gallego, en mayo de 193636. Con algunos el
apoyo del Estatuto estrechó lazos inquebrantables como ya lo hiciera
la literatura en la primera juventud. Con otros, como Celestino
Noya37, presidente de la diputación de Lugo, lazos nuevos que ya
fueron permanentes.
¿Por qué me produce arrebato recordar aquel 11 de junio de 1936
en la Plaza de la República? Bajo un sol espléndido el público se
empujaba por acercarse a la tribuna pese a los grandes altavoces de la
Alameda y extremos de la Plaza, tal vez embrujado por la música del
Himno Gallego, cual moderno flautista de Hamelín. Y entre el gentío,
los ojos inesperados y asombrados de mi madre. Mi discurso quiso ser
un canto a la igualdad entre Galicia y España en nuestro patriotismo,
presentando el Estatuto como una bandera de paz y concordia frente a
las amarguras que en ese momento imperaban en España.
Las vísperas del plebiscito volveríamos a hablar ante el
micrófono de Radio Lugo emocionados, Celestino Noya y yo mismo;
el Estatuto como derecho, pero sobre todo como deber. Día 28 de junio
de 1936, nuestra última locución política, nuestra última primera
página en la prensa local.
36
Angel Folé y José Ramón Ojeda, del partido Galleguista; Jacinto Calvo y Manuel Covas, del partido
Socialista y la UGT; Perfecto Abelairas y Francisco Lamas de Izquierda Republicana, Luis Peña Novo y
Luis Soto Menor de Unión Republicana; Ramón Piñeiro y Leovigildo Diaz Castroverde de Mocedade
Galleguista, Alberto Caldero del partido Comunista; Antonio Muñiz y Adolfo López Otero, de la
Confederación General de Campesinos.
37
52
Un gran camión recorrería las calles proclamando la necesidad
de votar, los paseos de la banda municipal tocaron el Himno a Galicia,
la Meiga y la Rapsodia gallega, y una verbena cerró la víspera, y con ella
la voz enlatada de nuestra última ilusión política.
La vuelta de los voluntarios, el Himno de Falange y el Himno de los
Requetes sustituirían pronto a aquellos Paseos Republicanos en una
sociedad irreconocible, pero no imprevisible. Reposición del crucifijo
en las escuelas, grandiosas manifestaciones y donativos con nombre y
apellidos a favor de Franco y sus tropas, propaganda de la Falange, un
nuevo concepto de la historia en la enseñanza, tal eran los titulares de
la prensa.
La prensa, que antaño nos adulase, nos adjudicó la invisibilidad,
pero afortunadamente no fui testigo de ese cambio hasta la salida de
prisión años más tarde, cuando su esencia y la mía propia eran
demasiado extrañas a las del pasado para reconocerme en ellas. En
una página interior del Progreso, que luego me molestaría en buscar la
información telegráfica del primer día de nuestro consejo de guerra;
no he podido encontrar la de la sentencia.
*
¡Galicia, al conjuro de estas palabras cuantas escenas dormidas
durante tantos años en la trastienda del alma!
Se ha escrito mucho sobre la contienda española, y no constituye
problema saber que el alzamiento comenzó en Lugo el 20 de Julio y
53
con él días dramáticos en que se sucedieron Consejos de Guerra,
fusilamientos y violencia sin concesiones. Ciertamente tenemos que
admitir la idea de la falibilidad de cualquier teoría en que se sustente
el por qué de la Guerra Civil y quienes fueron sus responsables, y está
muy lejos de esa mi intención. Lo que sí es verificable es quienes
fueron sus víctimas y la ruina que cayó sobre España.
Entre ellas las victimas cercanas, que sufrieron conmigo el
Consejo de Guerra durante los días 13 y 14 de octubre de 1936: Ramón
García Núñez, gobernador civil38; Antonio Castelo y Angel Pérez
López, tenientes de alcalde39, José Ramos López, maestro40, Perfecto
Abelairas, practicante y mi secretario 41 y Rafael Vega Barrera, director
del Hospital de Santa María42. Sólo Antonio Castelo y yo nos libramos
de ser fusilados, en la tarde del día 21 de octubre.
Quise contar lo que fueron aquellas horas iniciales en un ensayo
que titulé ¡Palabra de honor!, pero quedó roto y desperdigado en
alguno de los múltiples cacheos que sufrimos en la prisión de S.
38
GARCIA NUÑEZ, RAMON (1907-1936). Nacido en Villagarcía de Arosa fue presidente del Comite de
Izquierda Republicana y funcionario del Banco de España en Vigo. El 7 de Julio de 1936 fue nombrado
Gobernador Civil de Lugo. Fusilado a los 29 años, el 21 de octubre de 1936.
39
40
RAMOS LOPEZ, JOSE (1911-1936). Nacido en Buenos Aires contaba 25 años en el momento de su
fusilamiento en octubre de 1936. Era maestro nacional
41
ABELAIRA, PERFECTO (1907-1936). Natural de Lugo, de profesión practicante, fue secretario y amigo
personal de Francisco Lamas. Fusilado a los 29 años, el 21 de octubre de 1936, era quizás la persona más
cercana a Francisco Lamas del grupo sometido al Consejo de Guerra. Siempre lloró su pérdida.
42
VEGA DIAZ, RAFAEL. (1889-1936). Nacido en Aranda de Duero, Burgos fue un eminente cirujano, y
era director del Hospital de Santa María en el momento de iniciarse la guerra civil. Militó durante años en el
grupo de Alejandro Lerroux (Partido Radical) y posteriormente en Unión Republicana. Pacifista convencido,
ello no evitó que fuera fusilado a los 47 años el 21 de octubre de 1936. El motivo principal de su condena a
muerte fue permitir la estancia en el hospital de varios grupos armados que contestaron con disparos a la
Infantería apostada en las murallas de la ciudad.
54
Cristóbal. Ahora vuelvo al pasado al hilo del recuerdo, pero sin
apartarme en nada de aquello que se quemó dentro de mi alma con el
fuego de la guerra, aunque hable de aquellas horas y de otras. Los
pormenores de nuestra detención y Consejo de Guerra son ya
conocidos43, los íntimos sentimientos de aquellas horas posteriores a la
detención sólo nos pertenecen a mí y a los hoy fantasmas que me
acompañaron. Y no creo que a ellos les moleste ya que recupere en mi
adiós al pasado aquellos momentos de incertidumbre que se fueron
tiñendo de extrañeza conforme vivíamos acontecimientos definitivos
para nuestro destino.
Siempre he creído que escribir un diario es un acto de altanería
personal en el que utilizamos a otros para que nos otorguen en cierto
modo la condición de la inmortalidad. En mi tardío caso ese logro
justificaría mi tardía empresa si lograra recuperar, ya cicatrizadas las
heridas,
el
reconocimiento
para
aquellos
hombres
que
me
acompañaron en tan aciagos días. Ellos personificaron la más limpia
esencia de lo gallego, y es menester que la cicatrización no derive en el
inquebrantable deseo de olvidar.
Fui detenido en mi casa a la 1 de la madrugada de la noche del
día 23 a 24 de Julio y, con Roberto Ouro44, ingresé en el cuartel de S.
Fernando media hora después. Pasamos la noche en el Cuarto de
43
FERNÁNDEZ SANTENDER, CARLOS. Alzamiento y guerra civil en Galicia (1936-1939), Ed. Do
Castro, 2000
44
55
Banderas con Luis Peña Novo y Avelino López Otero 45, llegados poco
después. A las 7 de la mañana del 24 fuimos trasladados al Cuarto de
Sargentos, a donde llegó Rafael Vega hacia las 7,30 y, sobre las 2 de la
tarde nos sacaron de allí todos juntos, trasladándonos a la cárcel
donde ingresamos en la tarde del 24. A las 5 ingresaba también
Ramón García Núñez. Esos fueron los hechos de un viaje sin retorno
al que éramos ajenos por pura incapacidad de imaginarlo. Imbuidos
por nuestra ideología humanística ¿como íbamos a concebir una
situación en la que nuestro tan anhelado progreso se detuviera
retrocediendo la civilización un siglo para llenar de luto, hambre,
ruinas y espanto la paz de esta querida tierra, todo invocando el
nombre del Deber?
Aquellas horas inmediatas a nuestro encarcelamiento nos
mostrábamos convencidos de que aún en el peor de los desenlaces la
Iglesia, aliada con los sublevados, no aceptaría represalias en personas
sin más delito que jugar el juego de la política. Con errores, sí, porque
todos fuimos culpables y nadie puede hurtar a sus espaldas la parte
de carga que nos corresponde en no haber logrado el espíritu
adecuado de convivencia. Un hombre, una religión, una organización,
un estado, una sociedad que olvida sus deberes invocando a cada
paso sus derechos no podían originar sino el dolor más triste sobre el
alma de España al entrechocar. ¡Pero la Iglesia, heredera de una
doctrina de paz no habría de ser partícipe de crueldades innecesarias!
45
56
Inocente pensamiento si recordamos que la guerra la instituyó Dios y
el germen de la guerra, se encuentra en efecto en la Biblia. Tengo el
convencimiento de que únicamente cuando los pueblos comienzan a
separarse de los que pretenden en nombre de la “Luz” sumergirlos en
las tinieblas y en la barbarie, llegará a la moral humana la verdadera
religión. Y no fue este el caso durante la dictadura franquista.
Se ha escrito que los deberes de los hijos hacia la patria se
resumen en dos palabras: trabajo y honor. “Una muerte orgullosa en pos
de un bello ideal”, fueron las últimas palabras enviadas a mi celda por
Rafael Vega, médico, extraordinario cirujano y espíritu, cuyo mayor
pecado fue seguir, contra sus deseos, las órdenes de García Núñez y
acoger en su Hospital y alimentar a unos 300 mineros de Villaodrid
armados que éste había hecho venir a la ciudad el 20 de Julio. Igual
acusación pesó sobre Perfecto Albelairas, encargado de supervisar la
comida de esos grupos. Las declaraciones favorables del coronel Caso,
jefe del regimiento de Infantería, del padre de mi esposa que era
teniente coronal de la Guardia Civil, y del general Zabarte, en la
práctica Jefe de La Falange local y con quien tenía amistad, sobre mi
postura de esos días entre el 17 y el 20 de Julio me salvaron la vida46.
46
Francisco Lamas salvó la vida en el Consejo de Guerra de octubre de 1936, pero la mayoría de sus amigos
fueron ejecutados. El libro La sublevación militar de 1936 en Lugo (Rafael Torres Mula ediciones Do
Castro, A Coruña, 1999) recoge esta parte de su historia. Todos habían luchado por un ideal común, hacer
avanzar Galicia y España. Tal vez demasiado jóvenes, tal vez demasiado idealistas, murieron en la extrañeza
de su propio destino.
57
Los otros no tuvieron tanta suerte. Enviaron a mi celda varias
cartas en los días que mediaron entre el juicio y su fusilamiento, todas
animándome por la victoria de nuestra causa. No querían engaños
que sólo sirven para cobardes y espíritus apocados y, si no existe
consuelo para la muerte de ningún ser humano, al menos en esa
temprana época todos murieron con fe en la victoria de la República,
si bien amargados por tener que ser mártires y no morir en el papel de
héroes. Luego su silencio, como el de Federico García Lorca, silencio
de la muerte. O mi silencio, quizás más duro, el de la vida sin libertad.
“Antes morir que perder la vida”, se despedía, citando a Carballeira,
Ángel Pérez López, a los 29 años. Perderla en una muda desolación
interior en la que el mundo de los afectos está vacío, cuando la prisión
interior y exterior impide a la propia alma forjar su ventura.
Recordando a tantos compañeros me reafirmo en que es más trágica la
forma de su muerte que la muerte misma. La muerte natural deja en la
familia el consuelo de la aceptación de lo inevitable, la muerte
impuesta deja la desolación del arrancamiento inútil en nombre de un
gobierno circunstancial. Los hombres ignoran, sin duda, el valor de la
vida cuando permiten que este monstruo apocalíptico haya dejado
tantos huérfanos en el mundo.
Cuando volví a Galicia desde el penal de Pamplona mi primera
visita fue al mar. Recuerdo que era un día frío de diciembre y su
superficie estaba iridiscente, y se estremecía y palpitaba bajo la luz.
58
Allí solo lloré, largamente, evocando a tantos amigos muertos y tantas
ilusiones cercenadas. Al fondo, la línea brillante del horizonte, el
rebrillar del sol de los pueblecitos de la ría y el aire transparente y
azul, dándome de nuevo la bienvenida al imperturbable mundo en el
que ya no me sentía integrado.
¿Qué sintieron frente al paredón? ¿Un miedo físico que anuló
cualquier pensamiento, un urgente deseo de vacío, el recuerdo de sus
familias que tanto me encomendaron, una forzada esperanza en una
postrera vida? Ellos estaban muertos, pero ¿estaba yo vivo? Con 36
años parecía un viejo, sin esperanzas ni proyectos. Había sobrevivido,
era libre, y gracias al ejercicio de la Medicina, el estudio reiterado y la
meditación seguía existiendo un hilo conductor en mi camino, pero
carecía de ilusión. Y la vida sin ilusión es como una pesadilla
neblinosa, sin tiempo, de la que pese a todo no quieres despertar
porque despertar es la nada.
No creo que sea el tiempo el que mida al hombre, sino todo lo
contrario. Son nuestros deseos, nuestros actos, nuestras emociones,
nuestros sentimientos los que nos gastan a nosotros, gastando así el
tiempo. Somos y nos movemos a través de las horas como una hoja de
árbol perdida en el bosque. Todo es azar, irreflexión. Quizás la vida
no sea más que eso, vivir, y yo llevaba años sin hacerlo. Si el hombre
que nace y muere es el grano de arena que cae del reloj del infinito
uniendo vida y tiempo, lo único que podemos hacer para ganar la una
59
y el otro es ganarnos a nosotros mismos, vivir para nuestro ser, para
nuestra esencia.
Aquellas lágrimas cobardes de diciembre de 194147, que ni
siquiera eran el funeral de mi mismo, ¡cómo podrían dar vida a los
muertos! Y sin embargo esa fue mi encomienda de aquellos cuyos
restos hoy no se sabe ni dónde están, pero cuyo último suspiro se dio
aquel 21 de octubre, junto al viejo cementerio de la avenida de Ramón
Ferreiro. Han tenido que transcurrir casi 40 años para que el deber
para con ellos ahogue la necesidad de olvidar.
Olvidar a José Ramos que era un valiente y murió a los 25 años
gritando vivas a Rusia y al comunismo. Olvidar sus restos cremados
cuando se trasladó el viejo cementerio, sus cenizas confundidas en la
nada con las de los cigarrillos Camel que fumaba con tanta fruición.
Su breve discurso de quien nadie tiene memoria, pero que alcanza
desde el susurro del pasado escrito “Tened la absoluta seguridad de que
moriremos firmes en nuestras ideas y con toda serenidad, solo amargados
porque el motivo de nuestro fusilamiento sean nuestras conductas políticas y
no el que nos hayamos batido bien contra el enemigo. Sed optimistas y no
tengáis pena por nuestra situación, ahora que cuando podáis hacednos
justicia”. Un enemigo del ejército, un subversivo aquel maestro joven,
educado, amable, conversador, cuyo único error para ser ejecutado
fue intentar crear en Lugo una sección del Partido Obrero de
Unificación Marxista. Y acudir el día 19 al gobierno civil para
47
Fecha de su salida del Penal de S. Cristobal
60
comprobar el estado de un aparato de radio que había prestado a un
amigo, Díaz Villamil.
Cartas amarillas y viejas, pero con la eternidad de los muertos a
quien nadie puede hurtar la vida. Espíritus encadenados a días
imperecederos como aquel 14 de abril de 1931 en que entre vivas y
gritos de entusiasmo oíamos las palabras de Rafael de la Vega en
nombre del comité ejecutivo republicano proclamando la República, y
exhortando a la cordura, sensatez y al trabajo como medio de
progreso. Paradojas de la vida, a su iniciativa todos hicimos un
minuto de silencio en honor de los muertos por la libertad, ajenos a
que él mismo sería con ellos sacrificio de la barbarie.
Rafael de la Vega, presidente de Unión Republicana era un
humanista que murió victima de su propia naturaleza. Temían que se
suicidara en prisión, pero es ignorar que en las horas adversas es
precisamente cuando se prueba el temple y la valía de los hombres.
Nuestro trato se acrecentó durante los meses en que fui alcalde de
Lugo, en parte por motivos profesionales relacionados con el Hospital
de Santa María del que era director. Entonces aprendí a apreciar
sinceramente a este hombre, cuya evocación me retrotrae a aquella
angustiosa mañana del 24 de Julio en el cuartel de Sargentos, cuando
le describí “Teorema de Amor”, el dibujo que me había enviado Lorca
desde Madrid en 1932, en recuerdo de nuestra amistad y coincidencia,
con sus direcciones allí y en Granada. Un poema simple en pluma
61
negra, poema esbelto en que se fundían hombre y mujer bajo las
ecuaciones matemáticas que rigen el mundo fuera de nuestro control.
Conseguí que Rafael sonriera, que olvidáramos ambos la agónica
hojarasca del presente, para reencontrarnos con el flujo de la vida
corriendo desde el pasado hacia un futuro armónico y ajeno a las
anquilosadas mentes humanas.
Se lo debo a Federico, como se lo debo a las águilas de
majestuoso vuelo cuya visión, desde la cercanía de los Pirineos en S.
Cristóbal, engrandecieron los límites de nuestra alma. Entonces el
mundo estaba muy lejos de tener como sustancia propia de su esencia
la palabra libertad, creo que ahora también. Seguimos dependiendo
de ser libres en nuestro interior y en nuestro propio espíritu en la
medida en que sepamos superar prejuicios, ignorancias y errores. Por
esa superación murieron Federico, mis compañeros y muchas otras
victimas anónimas de la guerra; por ella los exilados ocuparon
cátedras y transmitieron nuestra cultura a otros pueblos; también por
ella luchamos los que decidimos quedarnos con la esperanza de que
siendo fieles a nuestros ideales cientos de rectas trayectorias
enderezarían la desviada senda de la post guerra española.
En el aparente “Ave cesar los que van a morir te saludan” tan
devaluado por muchos de los que emigraron se descubrirán en el
futuro lágrimas igual de amargas que las suyas, pero más silenciosas.
62
Entonces será tarde para nosotros, pero si las futuras generaciones
llegan a comprendernos al hacerlo sabrán sentir y serán mejores.
*
Muralla de muy distintos adoquines a la del Lugo de mi
juventud la que enfundaría en sus paredes el dolor y la desesperación
de muchos hombres asombrados aquel aciago año de 1936. El Penal
de San Cristóbal48 me alejó de la frontera con mi propia muerte
acusado de” alta traición” pero me acercó a la de muchos, a su
desesperanza, y a mi propia desesperación. Allí habría de permanecer
desde diciembre de 1936 hasta diciembre de 1941, y allí ejercería de
médico primero privadamente, y luego como médico-recluso de un
modo oficial al ser nombrado por el Patronato de Redención de Penas
por el Trabajo.
De los 3.500 prisioneros que en algún momento allí nos llegamos
a encontrar unos 180 eran presos comunes y el resto presos políticos
absolutamente de tipo ideológico, que ni siquiera habíamos tomado
parte activa en la guerra. Me correspondió hacer de médico, de
confesor, de padre, de hermano, de sacerdote, para hombres a los que
48
Tras el Consejo de Guerra al que fue sometido con otros compañeros tras el alzamiento del 36 Francisco
Lamas fue condenado a 30 años de prisión. Ingreso en el penal de S Cristóbal donde acabaría pasando 5
años. De esta época y de otras habla FL en la entrevista recogida en el libro El Lugo de la diáspora (Rafael
Torres Mula, Ediciones do Castro, A Coruña, 1987).
63
el dolor físico o el quebrantamiento moral hacían sentir la muerte
como una necesidad.
Perdido el sentimiento íntimo de destino y el amor ilusionado
como fuente de energía para superar la injusticia, el mal, el odio, el
desorden de la vida, nos encontrábamos cansados de luchar contra la
ausencia absoluta de una libertad que aún siendo relativa nos hace
seres humanos. Entonces la seguridad de que somos para la muerte se
transformaba para muchos desde una espera pasiva en la búsqueda
de la pérdida de la conciencia como liberación.
Quizás la experiencia más temible para el hombre es el tiempo
vacío, carente de tantos actos fútiles con los que la vida nos hace sentir
imprescindibles, y el enfrentamiento a la justa medida, nimia,
insignificante, de nuestro destino. La depresión es el temor del alma a
mirarse al espejo y no ver los fantasmas que encubren nuestra propia
realidad.
Aunque inicialmente existía la entereza debida a la ilusión de
que la guerra se iba ganando y sólo quedaba retomar el penal, las
noticias de la caída de Bilbao produjeron en todos tal desolación que
la cárcel se hizo entonces irreversible porque quedó encarcelado el
corazón. Las creencias religiosas no fueron suficiente para muchos,
demasiado ilustrados para comulgar con dogmas que pretendían
reducir la vida del espíritu a una fe puramente doctrinaria, de secta
más bien, y negar fuera de ella cualquier verdad. Los católicos que
64
pudimos separar lo confesional de lo puramente dogmático del rito, y
prescindir de la Iglesia o el culto a las imágenes para buscar lo que de
humanista y creador la une con todas las religiones, pudimos
encadenar razón y sentimiento religioso en un nudo que defendería
nuestras vidas de la aniquilación moral.
Debo a mis genes mi convicción de que si el hombre es la
medida de todas las cosas no hay que pretender que ellas se hagan a
nuestra medida, y el que fuera precepto reglamentario de mi vida,
intentar activamente permeabilizar el ambiente y modificar su corteza
paquidérmica. Y así hice victima como todos del teórico libre albedrío
que gozamos, y que muchas veces me recuerda a la inútil carrera en
todas las direcciones de un animal atado corto por el cuello por su
genética que intenta marcar su territorio ignorante de que no controla
el tiempo, el lugar, ni la naturaleza de la cuerda o la mano que lo ató.
San Cristóbal era un antiguo fuerte militar en Pamplona, que
vigilaba la entrada de la frontera con Francia, y estaba integrado por
una serie de pabellones de piedra esculpidos dentro de la montaña
alrededor de un gran patio central. Desde él partía el vuelo del “Cara
al Sol” que nos veíamos obligados a entonar cada día, y que planeaba
sobre la sequedad física y emocional que lo rodeaba anunciando los
famosos gritos del jefe de la prisión: ¡España, una!, España, ¡grande! y
¡España libre! Si el una y el grande apenas se oían, el Libre era el
estruendo en que toda la amargura y el dolor se fundían en un sonido,
65
dotado cada día de la fuerza de un postrer suspiro previo a la
desaparición.
En mi condición de médico podía entrar y salir libremente por
los pabellones para atender a los enfermos que no se podían mover
del petate de 60 centímetros de que disponíamos cada uno en el suelo,
mezclados sanos y enfermos, hombres, pulgas y piojos, hasta que
logré convencer a las autoridades para reunir a los más graves en salas
especiales más limpias.
En aquellos pabellones fríos e impersonales, entre sus arcos de
cal
blanca,
y
bajo
el
omnipresente
crucifijo,
perdí
amigos
insustituibles, porque nuestro pasado era común y la esperanza de
futuro también. La alegría de volver a abrazar a los hijos, el sentir
reverdecido el amor de la mujer querida, el volver a empezar, la vida
que esperaba fuera con todas sus emociones y con toda su carga de
inquietudes deseables. Todo ello era tema de muchos ratos de charla
entre el querido amigo y yo. De pronto pasaba la muerte entre los dos
y yo, impotente, nada podía hacer para cortarle el paso. En unas horas
se llevaba al amigo amado cercenando fríamente todos aquellos
afanes de nueva vida.
Algún momento de placidez puntual en la maraña de tormentos
que fue la prisión me alcanzaría en las primeras horas de la mañana
cuando, el cuerpo descansado, el sueño de los otros aún presente,
solía admirar las últimas estrellas agonizantes y personificar en ellas el
66
deseo de nostalgia de infinito que todos, conscientes o no, llevamos
dentro. Hoy las sigo mirando acompañado de decenas de textos de
aquellos hombres anónimos que desde dentro y, en menor número,
desde fuera de la prisión me ayudaron a rehacer mi vida dentro de mí
mismo. Poesías copiadas en letra rudimentaria y sobre cualquier
superficie que hiciera de papel, solicitud de servicios médicos,
agradecimientos, cartas de ánimo de amigos de mi época republicana,
familia, y aquellos a quienes ayudé y no lo olvidaron cuando salieron
de la prisión antes que yo.
Siempre conviene al hombre saber de su pasado, pero cada día
necesitamos más, como españoles, conocer y meditar sobre la historia
de España en esos hombres que han pasado por la misma silenciosos y
silenciados, esos hombres que eran la más limpia esencia de lo
español, el agua subterránea de nuestra historia y que, aún en la fecha
en que escribo, aparecen desterrados de ella como si nuestro país
quisiera olvidar su existencia.
Me pregunto que habrá sido de mis compañeros de penal y de
patio, de dolor sin esperanza. La mayoría son hoy polvo de huesos y a
nadie dice nada su nombre: Antonio G. De Linares, Modesto David
Pérez, Carlos Alonso Losada, Salvador Castro Freire, Teolindo Pardo
Teijeiro, Agustín Luna, y tantos otros que resucitan en mi mente
cuando veo sus pequeños pliegos malamente recortados en que
solicitaban favores médicos, la administración de una inyección, ser
67
mantenidos en la enfermería o bien no ser obligados a bajar hasta
contestar desde el Pabellón la carta que esperaban de sus hijos para no
preocuparles. Las cartas a mi buen amigo Gabriel Díaz y Díaz vivo, las
cartas ya muerto, y las cartas de dolor y gratitud de sus familiares
desde La Habana.
Todos imaginando como sería el paisaje por encima de las
paredes verticales que nos veían formar cada día sobre el cemento
frente a la bandera del palco central, y de espaldas al pelotón de
hombres arrodillados, con el fusil en ángulo recto, que vigilaban cada
uno de nuestros improbables movimientos. Pequeños peces atrapados
en la doble red de la vida y de nuestras excepcionales circunstancias,
sin posibilidad de elegir, en perpetuo tormento tras una inexistente
explicación para nuestro destino.
San Cristóbal era como una herida en la tierra, profunda, incisa,
estrecha, una herida que se cubría de sangre transparente los días de
lluvia y nieve, de sangre amarilla los días de calor, y de sangre roja
siempre. Recuerdo que en mi mesilla tenía una agenda perpetua que
aún conservo donde apuntaba las semanas de prisión, las visitas de mi
primera mujer, y sobre todo las fechas en que recibía las fotos de mi
primer hijo, de 10 meses cuando ingresé en prisión. Cerca de ellos un
retrato sin nombre olvidado por algún compañero, que encontramos
tirado en un pasillo del pabellón. Desde él nos miraba una joven de
los años 20, con un perro y rodeada por dos señores, dama y caballero,
68
que compartían con ella la indiferente sabiduría de quién ya conoce
todos los secretos de ultratumba. Bromeábamos con la belleza de la
muchacha, pero en el fondo de mis entrañas mirar esos ojos me
producía un escalofrío profundo, como siempre me ha producido leer
un libro viejo con una dedicatoria manuscrita por alguien, quizás para
alguien amado, ambos ya entregado por el paso del tiempo a unas
manos extrañas y frías, ambos enfrentados años atrás a la realidad de
que el orden eterno en el que creyeron ser imprescindibles siempre los
ignoró. Como ignoró a los cientos que sólo en sus momentos postreros
llegaron a distinguir qué había detrás de las paredes del penal,
pagando el precio de su vida para ello.
Presa del hambre y la desesperanza unos ochocientos hombres,
guiados por un pequeño grupo de comunistas, intentaron llegar a
Francia aquél infausto 22 de mayo de 1938. Más de doscientos
quedaron por el camino, el resto fueron detenidos y, tras fusilar a los
cabecillas, sometidos a duras represalias que acabaron con la salud
física de todos y con la salud mental de más de uno. Girando sin
rumbo alrededor del penal en pos de una utopía y en plena
desorientación, su suerte estaba echada desde que, eliminando a unos
50 centinelas, consiguieron salir del fuerte.
Aquel día yo estaba enfermo pero lúcido y comprendí
claramente que el intento era un desvarío, convenciendo a bastantes,
sobre todo gallegos, y apaciguando los ánimos de reclusos y
69
funcionarios hasta que llegaron los refuerzos de Pamplona. Recuerdo
la incertidumbre de muchos en el pabellón ante los insultos de los
amotinados llamándonos cobardes por no acompañarlos. Recuerdo la
sensación de angustioso “dejá vu” de esa experiencia, procedente de
mi propia reciente historia cuando, siendo alcalde de Lugo, me había
correspondido mantener la calma entre tan diferentes facciones
sociales durante los primeros días del levantamiento, para ser
finalmente acusado de alta traición por los mismos que me pidieron
colaboración. ¡Canalla marxista, rojo separatista y comunista un tanto
peligroso!, esas fueron las palabras de gratitud del fiscal de mi Consejo
de Guerra. Pero sobre todo recuerdo la vuelta al penal de los fugados,
con los pies destrozados por el camino, atados como animales, los ojos
llenos de ira y dolor, el alma de desesperanza.
Inesperadamente, y más que por mis propios méritos como
pieza de un plan aleccionador, esta vez las consecuencias de mi
intervención fueron muy otras: redujeron mi pena un 50% dejándola
de 30 en 15 años. Empezaba a brillar una luz en mi horizonte que sería
más que promesa unos años más tarde, cuando la Redención de Penas
por el Trabajo dejó los 30 años originales en 15 que con el 50% se
transformarían finalmente en los años que estuve en prisión.
*
70
Fui elegido alcalde de Lugo el 3 de marzo de 1936, ingresé en
prisión el 23 de diciembre de ese año y salí hacia Villagarcía de Arosa
el 13 de diciembre de 1941. Perdido ante lo incomprensible, procesado
sin saber porqué, encerrado en lo desconocido antes, y marchando
hacia lo desconocido ahora.
Allí vivía mi amigo poeta Aquilino Iglesias Alvariño, ya
desaparecido, que me ofreció trabajo en el colegio que él dirigía. Su
voz suave acarició para mí la belleza de Galicia haciéndome sentir el
viento de la montaña de Lugo, la brisa del mar de la Lanzada, la luz
de la ría de Arosa y, sobre todo, tranquilizó las amarguras de mi
corazón quebrado cuando el suyo, fundido con el paisaje, me hablaba
de cosas eternas y sencillas en su hermosa complejidad. Su voz fue
tonalidad mística a la que aferrarme para reconocer el alma gallega
cuando la raigambre en el pasado se había expandido cual hierbas
salvajes en los jardines de mi memoria.
Pese a las cartas e impresiones de aquellos que salieron de
prisión antes que yo, no estaba preparado para aceptar en la mitad de
mi vida la pérdida de una historia que era la mía, y de la que me
despedí sin conciencia de ello en la noche de mi detención. En San
Cristóbal, emparedado entre millones y millones de adoquines, había
encontrado fuerza para llenar las horas vacías refugiándome en el
estudio, en la lectura y en mi descubrimiento de una humildad
cristiana que me llevo a suscribir, cuatrocientos años más tarde, la
71
conclusión del gran cirujano Ambrosio Paré cuando acompañaba a
Francisco I en sus guerras por Italia: “Yo ya te curé, ahora que Dios te
sané”.
La miseria y el aniquilamiento disparan en el hombre el instinto,
de poderosas raíces ancestrales y vigorosa raigambre, que de natural e
involuntario modo le conduce a obrar en determinado sentido. El de
conservación nos obliga, obra en nuestra defensa individual frente a la
colectividad y en mi caso, como en todas las situaciones desesperadas,
cumple fatalmente, inevitablemente, los mandatos de la naturaleza
para asegurarse el futuro. El de compasión favorece un altruismo
impensable en condiciones menos extremas.
La libertad me enfrentó a gran escala con el problema de la
comunicación entre los seres humanos en una España franquista
donde la introspección, el egoísmo y la cotidianidad ocultaron el
rostro del otro hasta hacerlo desaparecer. Lejano estaba aquél joven
que defendió en gallego con fruición el “Galicia levántate y anda” en la
Plaza Mayor de Lugo. Él y Galicia dormían ahora en una tumba
teñida de santa religión, falange y exaltación militar. Y el olvido del
Estatuto acompañó el desmoronamiento físico y espiritual de sus
padres intelectuales, alejados forzosamente de cualquier actividad
oficial.
Maestros como Celestino Noya, presidente de la diputación
lucense durante mi mandato y profesor cesado de Geografía del
Instituto de Lugo, pagaron con su salud la defensa de sus ideas.
72
Negada una y otra vez su reposición a la enseñanza, cerrados todos
los horizontes laborales y económicos, sus angustiosas cartas desde
Padrón a Madrid pidiéndome algún tratamiento médico del espíritu
para subsistir son el grito silencioso y silenciado de la parte de España
desarraigada del cauce natural de su futuro tras la Guerra Civil.
Recuperar un destino en las situaciones extremas que yo y tantos
vivimos al salir de prisión requería aceptar que el pasado sirve porque
es el padre del hoy, pero no da derechos. Y yo estaba muy lejos de
aceptar esa realidad cuando, temeroso de haber perdido cualquier
posibilidad de ejercer la Medicina, a los pocos días de llegar a
Villagarcía de Arosa comprobé que con un pequeño esfuerzo podría
tener una clientela que me permitiera vivir decentemente de una
consulta privada. Aún hoy queda la huella de la placa de esta consulta
de la calle Rosalía de Castro 61. Más modesta que la primera, como
mis aspiraciones de entonces, y simplemente señalada como Medicina
Interna, ya no me encontraba con capacidad de tratar los problemas
psíquicos, como pretendía con optimismo antes de la contienda.
Villagarcía de Arosa sería para mí una nueva prisión en la que
viviría hasta febrero de 1946 sin más aliento que llegar a la noche.
Prisión del alma, en sus dos pisos sin crucifijo central, la consulta
ocupaba el de abajo y la vivienda familiar el de arriba. Allí, en dos
habitaciones espaciosas con una mesa central de madera, tres sillones
y una camilla, atacaba todas las posibles manifestaciones de miseria
73
humana. Consulta de mañana y tarde-noche, visitas a domicilio,
rondas por el cercano Cornil, inyecciones de penicilina de horario
desquiciante, las manos frías tras la renovación del hielo del
cristalizador en que se conservaba.
Fiebres, quistes, heridas incisas, hemorragias, partos sin agenda
porque nacer es un hecho tiránico. Comiéndome mi muerte en la
lucha contra otras muertes, presencié una y otra vez el trágico y
penoso paso hacia la nada. Y el grito angustioso ¡no me deje morir! del
agonizante, cuando la esperanza de curación que acompaña siempre
al hombre enfermo desaparece.
En la penumbra de las horas la lectura, la música, y los
recuerdos, fueron mi refugio para no confesar una situación de
desengaño personal silenciada con la voluntad moral del sacrificio.
Pero ayer, hoy, y mañana, son tres paisajes distintos, y es vano
pretender apretarlos simultáneamente en la misma mano. Destruida
indefectiblemente la vida matrimonial Adela y yo pretendíamos creer
que era una etapa de lenta cicatrización. Trabajo, comida en familia,
cine, tertulia con amigos, ceremonias familiares, indiferencia teñida de
cortesía. Y únicamente cuando acompañaba a enfermos graves a
Pontevedra o Santiago mi espíritu alcanzaba un poco de serenidad.
Partíamos de madrugada para requerir la opinión de médicos
expertos y un velo de ultratumba cubría el silencio de aquellos
paisajes melancólicos que, arrancándome de mi mismo, me llevaban
74
más allá de los límites del pensamiento. Afloraban entonces los
anhelos de mis años de estudiante universitario deslizándose
calladamente por el hueco de los ríos hasta penetrar un mar sin
riberas que la imaginación transformaba en camino hacia las estrellas.
Recordaba las bellas palabras de Newton “me veo a mí mismo
como el niño que juega en la orilla del mar y se alegra cuando encuentra una
piedra más fina o una concha más bella que de ordinario, en tanto el gran
océano de la verdad yace ante él inexplorado”, y envidiaba aquella
sensación que un día experimentara en mis años de estudiante
madrileño cuando en ese gran océano de la verdad la neuropsiquiatría
era una nave todavía frágil. En aquel momento, en el laboratorio de
Fisiología Cerebral de Lafora, había comprendido la relación entre
investigación básica y práctica clínica; y en su ejemplo personal la
relación entre ambos con la aplicabilidad social sobre colectivos
desfavorecidos.
Recuerdo que durante la República el maestro combinaba sus
trabajos de investigación y su práctica médica con la presidencia del
Consejo Superior Psiquiátrico, en el que elaboró un decreto de
asistencia a enfermos mentales aún vigente. Paradigma de equilibrio
que intenté reproducir con mi labor política y médica de la preguerra
e incluso en la cárcel, en mi triple calidad de hombre, médico y preso.
El penal de San Cristóbal se estaba habilitando en 1936 para
presos denominados incorregibles, peligrosos y con delitos de sangre,
y encontré en ellos un terreno abonado para aplicar mis recién
75
estrenados
conocimientos
psicológicos.
Pruebas
mentales,
de
inteligencia abstracta, de edad mental, de relación causa efecto,
estudios antropométricos, rellenaron páginas de un escrito aprobado
por los estamentos gobernantes, curiosos sobre sus deducciones, en el
que concluía que no existía la personalidad delincuencial siendo el
delito una respuesta terminal a una relación hombre /medio
ambiente, e incidía en la necesidad de instituciones psiquiátricas
especializadas y tratamiento individualizado. Naturalmente nunca
llegaría a publicarse este trabajo, y si durante estos años negros seguía
convencido de que nada hay más atrayente para el hombre que el
estudio del cerebro, ya que es el estudio de la propia naturaleza, me
veía incapaz de quebrar la línea de mi vida ahora que parecía haberse
reconducido tras años de anarquía.
Nuevamente en los amigos y en los pacientes encontraría las
mayores satisfacciones; intransigentes amigos que en las tertulias
proclamarían sus ideas políticas sin moderación como Ramón Otero
Torres o Dámaso Carrasco; pacientes entre los que recuerdo
especialmente a una joven de piel cetrina, ojos negros como el carbón
y rostro inexpresivo, que llegó a mi consulta una tarde de 1944 en la
más profunda desesperación por un embarazo no deseado.
Encontrándome en uno de los momentos más desgarradores de
mi vida puse como médico y como hombre toda la paz, toda la
esperanza que yo no tenía en la promesa de un niño que sería su hijo y
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le traería todo con su vida misma. Su “Gracias señor, no olvidaré nunca
que aquí oí lo que nadie podría decirme” resuena en mi corazón, treinta
años más tarde, junto a algunos otros secretos, para confortarme en la
convicción de que algún rayo de ventura proyecté en el prójimo
cuando a mí mismo me vivía como un puñado de cenizas.
Se toma la resolución que se puede: elegimos entre lo que nos
dejan elegir. Finalmente, en enero de 1946 partí para Madrid, aferrado
a la promesa de una nueva relación afectiva, y a la realización del
Doctorado. Imbuido del romántico espíritu Cajaliano, en Madrid
redescubriría el deleite del laboratorio, que recompensó mis días de
frío y hambre en la impersonalidad de una pequeña pensión del
Centro.
A los 40 años volvería a ser estudiante y becario, esta vez con
Fernando de Castro49, hombre de calidad excepcional, profesor,
maestro, amigo. Con él leería mi tesis doctoral en 1948, sobre la
estructura histológica del bazo, e iniciaría un sendero hacia la
Histología que alcanzó su pináculo entre 1956 a 1959, como profesor
auxiliar de dicha Cátedra en la Facultad de Medicina de Madrid.
Perdedor de la guerra, el camino no ha sido sencillo. En San
Cristóbal quedaron encerradas para siempre muchas horas, meses y
algunos años irrecuperables. Al salir me llevé firmemente clavada en
49
DE CASTRO, FERNANDO (1896-1967). discípulo predilecto de Cajal se licenció en Medicina en 1920.
Trabajó con Cajal primero en la cátedra de Histología y posteriormente en el Instituto Cajal, donde
permaneció durante la contienda civil. Dirigió y apoyó a FL durante el Doctorado, y en su designación
como profesor ayudante de la Cátedra de Histología de Madrid.
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el pecho aquella aguda y breve frase del Kempis: “Hoy es el hombre y
mañana no parece”. Aún hoy estoy en San Cristóbal ya que es mucho lo
que dejé, y algo imperecedero lo que recogí. Hasta 1947 no se me
cancelarían los antecedentes penales y esta lacra limitaría mi vida
profesional de forma definitiva. Algo de mi alma quedó para siempre
en su penumbra, sumergida en una atmósfera de niebla que le ha
dado un tono crepuscular muy diferente a aquella primera ilusión de
la juventud.
Forzado
por
la
necesidad
de
subsistir
se
quebraría
definitivamente mi obra científica en favor de la labor sociosanitaria,
donde hoy sigo anclado. Y una nueva familia donde he encontrado
plenitud afectiva no evita a veces la terrible amargura, el viento
desolador que retiembla en el corazón ante el hijo perdido.
No me quejo. Prefiero pensar que lo que importa a la postre más
que el valor de una idea es haber dispuesto de una vida para
acariciarla. Al fin por mucho que se quiera cargar el carro de la
vanidad, y después de un frío análisis, un hombre es siempre bien
poco.
Existe el terco empeño de afirmar nuestra esclavitud al pasado;
se nos quiere hacer lo que fuimos y el pasado es únicamente pasado,
ya no es un hoy, tiene que ver con nosotros ya que de él venimos y en
él nacimos, pero no le pertenecemos, sino que somos del hoy, de este
ahora que no es ayer y que, aunque de él viene ha roto ya en absoluto
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y para siempre la posibilidad de una reversión. Se habla de
consecuencia como si equivaliese a inmutabilidad. La vida es cambio,
distorsión, variabilidad y, sin embargo, permanencia.
Es un estar ahí, un realizarse cambiando y transformándose; la
muerte es lo que queriendo permanecer termina no siendo.
FIN
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Epílogo
Francisco Lamas viajó a Madrid en febrero de 1946, y allí vivió
hasta su muerte salvo los años pasados en Badajoz (1948-1951), como
Inspector de los Servicios Sanitarios del Seguro Obligatorio de
Enfermedad (SOE). Una vez viudo se volvió a casar con la mujer que
compartía su vida desde 1946, madre de dos hijos. Fue un padre
entrañable para ellos y, desde 1958, para su segundo hijo.
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