Útero, psiquis y climaterio: un acercamiento desde la
endocrinología antropológica
Elvira M. MELIÁN
Hospital Universitario La Paz
emelian@telefonica.net
Recibido: Noviembre 2014
Aceptado: Octubre 2015
RESUMEN:
Como medida del tiempo, el ciclo gonadal femenino se ha ligado ancestralmente a atributos de
inestabilidad y mutabilidad vinculados al ci clo lunar. Sobre esta sup erstición sedimentará la
contemplación de l a menstruación como impura y, en Occidente, como maligna, tras la
sexualización del pecado en la religi ón cristiana. En este contexto, y hasta el inicio del
conocimiento de la fisiología del climaterio, el cese de la fertilidad y los cambios fenotípicos
secundarios al apagamiento ovárico han propiciado un discurso basado en una visión mágica y
creencial de la mujer menopaúsica como ser desequilibrado, enajenado y dañino. Las
interpretaciones de este perfil psíquico a lo largo de la historia -profetas, místicas, hechicerasse transmutarán en las histéricas, depresivas o l ábiles emocionales contemporáneas,
evidenciando el peso de ancestrales creencias cósmicas y mitológicas sobre el subc onsciente
colectivo. Un peso que, junto a l os condicionantes culturales, sociológicos y biológicos
actuales, aún hoy modula las categorías nosológicas de la medicina.
Palabras claves: Endocrinología antropológica, Menopausia, Melancolía, Histeria, Útero,
Hechicería.
Útero, Psiquis and climatery:
an approach since the anthropological endocrinology
ABSTRACT
The female gonadal cycle has been ancestrally linked to traits of an em otional and mutable
mood, partly attributed to moon phases. This would pave the way along centuries to consider
menstruation as something impure and, in the western civilization, even evil (note sexualization
of sin i n Christian culture). In this context and until the pathophysiology of menopause was
approached with a scien tific perspective, cessation of fertility an d phenotypic changes
associated with ova rian quenching have fostered a m agical and prejudicial vision a s a state
related to disequilibrium, lunacy or harm. Historical portraits of women with this psychological
profile through time as prophets, mystic, witches have turned in today’s hysterical, depressive
or emotionally labile diagnoses. This fact reveals the impact of long standing beliefs based on
myths and cosmic phenomena on the contemporary collective subconscious. An impact that, in
conjunction with cultural, social and biological issues, even today, modulate the medical
nosological categories.
Key words: Anthropological endocrinology, Menopause, Melancholy, Hysteria, Utero,
witchcraft.
Investigaciones Feministas
2015, Vol. 6 196-208
196
ISSN: 2171-6080
http://dx.doi.org/10.5209/rev_INFE.2015.v6.51500
Elvira M. Melián
Útero, psiquis y climaterio
INTRODUCCIÓN
“El miembro que más asido está de las alteraciones del útero es el cerebro
(…), por d onde se entiende que el úter o y sus testículos son de grande
eficacia para comunicar a todas las de más partes del cue rpo su
temperamento, mayormente al cerebro, por ser frío y húmedo como ellos.
Y si nos acordamos que la frialdad y humedad son las calidades que echan
a perder la parte emocional” (Huarte de San Juan, 1953: 493).
Podemos acercarnos a la im pronta de la cultura sobre las categorías nosológic as
de la medicina bajo dos perspectivas temporales: vigente o históri ca (Martínez, 2011).
Ejemplos actuales de la dinámica entre sociedad y salud son el aumento de pre valencia
de obesidad y diabetes del adulto secundario a hábitos dietéticos (Zafon, 201 1), o las
1
categorías diagnosticas en psiquiatría. Así, en las progresivas ediciones del DSM
encontramos: 1) designaciones nuevas para trastornos de clínica equivalente -caso de la
depresión para lo que ant es era melancolía-, 2) i néditas categorías diagnósticas que
medicalizan situaciones desagradable s de la vida cotidiana -caso del síndrome de
ansiedad social- y 3) fiscalización de pro cesos naturales (Aho, 2008: 136). Paradigma
de este últi mo caso es la vida gonada l femenina, víctima de la transfor mación del
síndrome premenstrual en “desorden di strófico de la fa se luteal tardía”, de la
anorgasmia -en su día una virtud- en “desorden de disfunción sexual fem enino”; o de
un enfoque intervencionista tanto de la infe rtilidad -una carencia que precisa técnicas
de reproducción asistida- co mo del n acimiento -un proceso inducido, ligado a un
ingente número de cesáreas- (Aho, 2008:76).
La otra pers pectiva deviene del anál isis de la ti pificación secular de cier tas
entidades en un “continuo”, culturalmente
dependiente, desde pecado/m agia a
vicio/crimen, para terminar en patología o disolución del diagnóstico (Bynum, 2001a,
2
2001, 2002 y 2003) . Desde esta perspectiva histórica también el ciclo sexual femenino
se nos aparece como un arquetipo bio-psico-socio-cultural privilegiado para analizar la
connivencia ancestral entre biología y cultura (Judd, 2012) . Acotando el cam po al
climaterio, a lo largo de los siglos hemos asistido al progresivo tránsito de la
climatérica desde hechicer a primitiva a bruja -acédica y/o poseída- de la Inquisición,
desde ahí a la melancólic a/histérica del psicoanálisis del XIX, y, posteriormente, a la
“depleccionada estrogénica” necesit ada de sustitución horm onal del pasado siglo
(Melián, 2011). Debem os esta singularidad a la pr oyección atávica de sim bolismos
psíquicos sobre fenómenos fisioló gicos como el nacim iento, menstruación,
concepción, embarazo, sexualidad, o climaterio, que modulan su “realidad bi ológica”
(Newman, 2009:279). En el ori gen de este fenómeno cohabi tan, por un lado la
1
Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales.
Ejemplos de pecados capitales reconvertidos en enfermedades modernas, además del desorden
depresivo para la acedia, son el desorden de adicción sexual para la lujuria, el desorden
obsesivo compulsivo para la avaricia, el desorden de a buso de substancias para la gula, el
desorden intermitente explosivo. para la ira, el desorden de ansiedad social para la envidia o el
de personalidad narcisista para la soberbia (Aho, 2008:67)
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condición universal de “medida del tiem po” del ciclo fem enino y, por otro, la
identificación de las funci ones reproductivas con un m undo ancestral donde el bajo
vientre encierra el alma, y las labores de nutrición y procreación aparecen envueltas en
una sospechosa ani malidad ligada si mbólicamente a sinrazón y desequilibrio (André,
2008: 150).
La intersección entre “un por qué creenci al y un cómo empírico” (Martínez,
2011:25) justifica la recurrente asociación entre útero y perturbación mental a lo largo
de los siglos. Las palab ras de Huar te de San Juan que intr oducen este texto
materializan una corriente de pensam iento que alcanzará su cenit durante la primera
mitad del si glo XX, con las teorías psicoanalíticas de Freud y la endocri nología
psicosomática alemana (Meng, 1920). Los más significativos representantes de es ta
última corriente, pese a no encontrar “ni nguna variación hormonal responsable de
alteraciones psíquicas específicas, ni ningún ins tinto o hum or primariamente
determinado por un
acontecer hormonal”, proclamaban la “posibilidad de
condicionamiento secundario entre suc eso hormonal y humor/instinto y viceversa”
(Meng, 1920: 423). Es decir, para la psic o-endocrinología “el efecto psíquico de una
hormona y de su suceso endocrino depe nde ampliamente de la constitución,
disposición, situación, personalidad y estadio de desarrollo de la persona” (Meng,
1920: 423). Tal es la vigencia del mito aplicado a la menopausia, que en nuestros días
se sigue debatiendo la hipótesis de que las fluctuaciones hormonales ligadas al cese de
3
la función ovárica favorecen la inestab ilidad emocional (Ayers y cols, 2010) . Y,
aunque hoy no se consi dera un proceso patológico ni necesitado de sus titución
hormonal, la menopausia se sigue defini endo como un “estado de hipersensibilidad a
estímulos externos” (Freeman, 2010), definición celosamente parecida a la que se
aplica a la melancolía: “estado de hi persensibilidad” (Galindo, 2005) o “sensación de
pérdida sin objeto” (Freud, 1917: 4; Sullivan, 2008:884). De hecho la literatura médica
actual encierra interminables meta-análisis a favo r (Llaneza y cols, 2011; Weber,
2014), o en contra de la existencia de un desorden anímico o depresivo específico
4
asociado con la menopausia (Bromberger, 2011) .
Este artículo cul mina una serie de tra bajos dedicados a analiza r la ancestr al y
bidireccional cooperación entre los c ambios hormonales y fenotípicos li gados al
climaterio y el advenimiento de
arquetipos simbólico femeninos, nega tivos andrógino/bruja- (Melián, 2011) o positivos -mística- (Melián, 2013a). Desde la
perspectiva de la endocrinología antropológica retrocederemos hacia los orígenes de un
acervo del su bconsciente colectivo, el desequilibrio fem enino ligado al apagamiento
del eje gonadal que, con una m ínima capacidad de observación, aún encon tramos,
maquillado pero latente, en nuestra sociedad contemporánea.
3
El síndrome de disforia premenstrual o la depresión posparto son otros ejemplos.
Depresión que, por cierto, representa, junto con el Desord en de Personalidad Múltiple, una
nueva categoría d iagnóstica englobando síntomas equiparables a la h isteria psicoanalítica del
siglo XIX (Aho, 2008).
4
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1. LO CREENCIAL. LA LUNA Y SUS ATRIBUTOS: MEDIDA DEL
TIEMPO, CAUSA DEL CICLO MENSTRUAL Y SÍMBOLO DE
MUTABILIDAD E INESTABILIDAD
Desde que el humano tomó conciencia de su propia temporalidad las fases lunares
se establecieron ubicuamente como primera epifanía dramática del tiempo y del eterno
retorno (Durand, 2005:105). Para los p ueblos primitivos esta luna era causa y medida
del tiempo -por tanto del destino y de la propia mortalidad-, y del ciclo menstrual
5
on/men ligada a la palabra
femenino (Durand, 2 005: 285) . De ahí la raíz m
6
menstruación en num erosas lenguas indoeuro peas . En esta relación arquetípica la
menstruación, primer signo correlativo hum ano del ciclo lunar, aparece co mo reloj
7
biológico fundamental (Iglesias Benavides, 200 9:279). En un complejo simbolismo
antropológico, a lo largo de los tiem
pos la encontram os ligada a supersticiones
genésicas, tóxicas y mágicas, al control de enfermedades específicas, e incluso de la
meteorología, en lo que serán manifestaciones de su carácter sagrado (IglesiasBenavides, 2009). Desafortunadamente para la mujer, esta misma luna fue considerada
desde muy temprano origen de los poderes mágicos y raíz de las enfermedades
mentales, manifestadas en determinados momentos del ciclo lun ar (Briffault, 195 9:
288). Tan tarde como en el siglo XIX bajo la ley británica, el Acta de Locura definía
como lunático al “demente con intervalos lúcidos dura nte las primeras dos fases de l a
luna y que era afligida por un period o de pérdida del entendimiento en el periodo
posterior a la luna llena” (Eissler, 1946:145).
En la mujer, fuertemente influenciada por ese astro según Aristóteles y Galeno, la
fase menstrual condicionará el desarrol lo de alteraciones físicas y psíquicas (Iglesias8
Benavides, 2009) . El discurso de inestabilidad em ocional ligada al ciclo m enstrual
sobrepasa los lím ites del climaterio y tiene sus
raíces en la identificación de la
naturaleza lunar, inestable y volátil (mudable), con lo femenino, en oposición al astro
9
rey (Cirlot, 1969:291) . En épocas donde religión y magia eran i ndistinguibles, los
arquetipos femeninos de “luná tico, melancólico, loco” se encarn aron en hechiceras,
brujas, místicas o profetas. Posteri ormente aparecerán las histéricas, lábiles
10
emocionales, o depresiva s de la medicina pre-científica y científica . Con similar
criterio serán juzgadas de forma cultura lmente-dependiente manifestaciones derivadas
de la “enfermedad del espíritu” tales como convulsiones, epilepsia, desvaríos, trances,
5
El libro de Gilbert Duran, Las estructuras antropológicas de lo imaginario, analiza en
profundidad el origen de los misterios instintivos, originales y de transformación espiritual.
Sobre estos símbolos nictomorfos (luna, sangre menstrual, agua negra) consultar capítulo 2:94.
6
Men, menós es luna en griego; la palabra latina es mensis, origen de menstruación.
7
Junto a las aguas, otro de los elementos regulados por la luna.
8
En pleno siglo XX Schick, médico, postuló la teoría de las “menotoxinas bacterianas” de la
sangre menstrual y Montagu, antropólogo, atribuyó a l os componentes químicos de l a sangre
menstrual capacidad de modificar vegetales o vino. Consultar Iglesias-Benavides, 2009:282.
9
Recordamos que Jesús curaba lunáticos cuya traducción posterior será epilépticos, la
enfermedad sagrada.
10
En el varón en hechiceros, profetas, curas, perturbados o genios.
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sonambulismo, crisis histéricas, o locura (Briffault, 1959: 298).
Conforme la connotación positiva de la feminidad y la madre tierra de las culturas
no androcéntricas sufre un proceso de inversión de valores, la Gran Madre originaria
deriva hacia arquetipos predominante, aunque no e xclusivamente negativos (Durand,
2005:392). Esta evolución es atribuible al desarrollo de sociedades androcéntricas, en
las que la conciencia de la propia mortalidad va ligada a la demonización de la
menstruación y de la feminidad como símbolos de caducidad,
“En ciertas culturas se reemplazaron el conocimiento de la muerte y la
toma de conciencia de la angustia temporal, como catástrofe fundamental,
por el problema más anodino del bien y el m al, sexualizándolos en una
época relativamente reciente bajo la ascética de una corriente ascética
pesimista originada en la India extendida por todo cercano oriente hasta
occidente, manifestada en el orfism o, escritos milesianos y platonism o,
heredada por la Iglesia a través de
San Agustín la fobia sexual d e
gnósticos y maniqueos” (Durand,2005:119).
En este contexto, la identificación cristiana útero-pecado es
una derivación
religiosa de la ubicua, previa y profana consideración de la sangre menstrual como
impura (Frazer, 1951). Ya en la prehistoria la menstruación era temida por favorecer el
ataque animal a los cazadores (We
ideger, 1976) y su carácter i mpuro está
documentado en el m undo persa (800 A.C), indio (600 A.C), el Levítico (II A.C) o el
Talmud judío (IV D.C). En su famosa Historia Natural, Plinio el Viejo (23-79 D.C), se
explayaba sobre su monstruoso poder, cuya potenciación con el ciclo lunar convertía
en fatal para el varón la relación con mujer menstruante durante la luna llena. Para este
autor y para Aristóteles la m ujer era un varón mutilado, definiendo Galeno la sangre
menstrual como resultado de la incapacida d del sexo femenino, frio y húmedo, para
11
realizar de fo rma completa la cuarta co cción , realizada en los testículos (Ferrá ndiz,
12
2001) . Este útero insaciable, “hay tres cosas ins aciables y cuatro que no dicen
¡basta!: El abismo, el vientre estéril, la tierra que no se harta de agua y el fuego que no
dice basta” (Prov., Salom ón VII, numéricos), se r edimía con la fecundación y la
maternidad, que tornaba la sangre menstrual en
el principi o material donde se
desarrollaba el movimiento y el alma contenidos en el semen (Ferrándiz, 2001:107). Su
retención en mujeres fértiles producía violentos ataques de histeria (Bauhini, 1614), y
tornaba a la menopaúsica en venenosa para sí misma y para los d emás, pues la sangre
pútrida y fétida aquejaba a la mujer de múltiples males psíquicos y físicos (Canet,
1996).
La proyección de la filos ofía cristiana transmutará la impureza en pecado, y la
11
Necesitada de mucho calor innato y sequedad.
Durante la primera cocción el alimento se transforma en quilo en el t ubo digestivo, en la
segunda el quilo lo hace e n sangre en el hígado animándose con los e spíritus naturales. En la
tercera la sangre se distribuye por todas las partes del cuerpo para hacerse carne, por el corazón
para infundirse del pne uma vital y por e l cerebro para hacerlo del pneuma psíquico. Los
testículos convierten esta sangre en esperma en la cuarta cocción.
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mujer en su perverso y carnalmente pecaminoso continente (Canet, 1996). Bi ología y
mito se fusio nan. Fenotípicamente se irá de limitando la maléfica infeliz co mo un ser
ambiguo, infértil y viriloide (Libis, 2001). La infertilidad derivará del alejamiento del
ideal femenino, pues hablamos de una m ujer “enjuta y seca, avisa da y áspera, de voz
gruesa y abultada, verdinegra o m orena, de pocas carnes, con mucho vello y un poco
13
de barba” (Huarte de San Juan, 19 53:496) . En este ser acédico y terrenal la bilis
negra formada en el hígado salía a travé s de los ojos (Burton, 1621). Las implicaciones
de esta teoría en la m utación de la m enopaúsica infértil y virilizada en arquetipos de
hechicera andrógina y venenoso (mal de ojo) ya han sido estudi adas con anterioridad
(Melián, 2011). En el sigl o XII Hildegarda Bon Bingen, quien at ribuía el origen de la
melancolía -nefasta si se ligaba a inestabilidad psíquica- a la caída de Adán, describía a
esta fémina como de com ún infértil, complexión mediana, piel amarillenta, carácter
inmaduro, irritable y difícil trato con los hombres (Andrés, 2003).
Progresivamente las f acultades mágicas y adivinatorias asociadas a sacerdotisas,
chamanes femeninos o sabias ancianas se demonizan en un paradigmático modelo de la
contaminación de lo creencial sobre lo empírico. Entre los argumentos inquisit oriales
del famoso Malleus Maleficarum (Martillo de los
Brujos) predominaron
manifestaciones de los m ales del espíritu, do nde se fundían la relación funcional entre
histeria, melancolía y sexualidad esta blecida por Hipócrates con la identificación
mujer/depravación del cristianism o (Kramer, 2006). La procesada era presa de la
acedia - pecado capital para Aquino (Peretó, 2010)- o, alternativamente, de una histeria
entendida como posesión demoniaca (André, 2008:154). En definitiva,
ambas
manifestaciones derivaban de un común alejamiento del “bien d ivino”, que Tomás de
Aquino definía co mo “tristeza que apesadumbra” en el ca so de la a cedia y como
“divagación de la mente por lo ilícito” en las formas de huir de ella (Echeverria, 2004),
“Que, por estar asentada en el castillo del al ma deseando derramarse sin
concierto por lo más diverso se la “im portunidad mental”. En cuant o
pertenece al conocim iento se llama “curiosidad”, en cuanto al hablar se
llama “verbosidad”, en cuanto afecta al cuerpo sin d ejarlo parar en lugar
alguno se llam a “inquietud corporal”; cuando po r ejemplo alguien
manifiesta su di vagación mental a través de los
desordenados
movimientos de su cuerpo, en cuanto lo mueve por diversos lug ares, se
llama “inestabilidad (que también puede to marse en el senti do de la
volubilidad de propósito” Tomás de Aquino
Muchas procesadas sufrieron una penitencia leve y ejemplarizante, considerando
las culpas “cosas de m ujeres” (Melián, 2013b), mientras otras climatéricas y ancianas
de “lengua frágil, debilidad de
mente y cuerpo, falta de disciplina y memoria,
13
Los hombres temperamento melancólico tenían “color de piel verdinegro o cenizoso, ojos
muy encendido; por los cuales se dijo es hombre que tienen mucha sangre en el ojo; el cabello
negro y calvos, las carnes pocas, ásperas y llenas de vello con las venas muy anchas (Huarte de
San Juan, 1953:459).
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credulidad y vanidad” (Kramer, 2006:114) , corrieron peor suerte. Pero unas y otras
fueron víctimas de una religión androc éntrica que destiló en su provecho ancestrales
alegorías cosmológicas, tan primarias como la naturaleza cíclica, femenina, inestable y
enajenada de la luna (Briffaut, 1959).
Para Huarte de San Juan manía y melancolía eran pasiones calientes del cerebro,
compartiendo una naturaleza mudable y camaleónica (Huarte de San Juan, 1953: 437).
Nuestra desdichada, “asida de la im aginación, avisada, áspera, irritable, de trato
difícil”, se a semejaba también en es píritu al hom bre melancólico, quien “como la
melancolía se enciende y se enfría viven en continua lucha y contienda, sin tener
15
quietud ni sosiego” (Huarte de San Ju an, 1953: 4 59 y 493) . Pero, m ientras en el
varón el brillo de espíritu melancólico fomentará su idealización ligada al genio de
inspiración divina durante el renaci miento, y su posterior sublimación asociada a la
“belleza del sufrimiento” durante e l romanticismo (Galindo, 2005), la mujer
permanecerá en la morada de los arquetipos psicológicos negativos.
En pleno siglo XX, Jung asociaba los cu
atro elementos básicos con cuatro
personalidades: sensual, intelectual, sensitiva e intuiti va (Jung, 1962). El psicoanalista
identificaba la personalidad sensitiva a l a bilis negra, el carácter melancólico, el otoño,
la tierra, la edad adulta y Saturno. Una d escripción “iluminada” de la cli matérica, y
llamativamente deudora tanto de atáv icos ritos có smicos y mitológicos, como de
seculares residuos históricos subyacentes en la génesis de los arquetipos del imaginario
16
humano .
2. EL MUNDO EMPÍRICO. HISTERIA, MELANCOLÍA, PSIQUIS Y
ÚTERO
El advenimiento de la medicina científica amparó la idea del poder del útero sobre
17
el estado anímico femenino , acreditando la rúbrica sociocultural sobre la homeostasis
inconsciente biológica (Damasio, 2003). Desde Charcot y sus zonas histerógenas hasta
14
Estas mujeres actuaban “primero, arrastrando al hombre a un a pasión sin freno, segundo,
obstruyendo el poder de gestación; tercero, eliminando los miembros destinados a es e acto;
cuarto, convirtiendo a los hombres en bestias por mediación de sus artes, quinto, minando las
fuerzas de gestación de las mujeres; sexto, ocasionando el aborto; séptimo, ofreciendo los niños
a los demonios, aparte de otros animales y frutos de la tierra en los que se sirven para causar
infinitas maldades” (Kramer, 2006:124)
15
Según Huarte de San Juan la melancolía hace al hombre muy sabio, mal predicador, de poca
memoria y buen entendimiento.
16
El imaginario es definido por Durand como el conjunto de las imágenes y las relaciones de
imágenes que constituye el capital pensante del Homo sapiens (Durand, 2005:21)
17
Ejemplo de e llo son las teorías de l a delincuencia -em barazo, el climaterio y el periodo
menstrual afectan la im putabilidad de la mujer-, de las p ersonalidades hormonales, o lo s
propios libros de Marañón en nuestro país sobre la tristeza sexual y las alteraciones patológicas
de la psiquis climatérica.
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Freud, para el cual melancolía y manía estaban ligadas al papel pasivo de la feminidad
y a la represión dada a la vida sexual femenina en la sociedad (André, 2 008). En 1895
el vienés des cribe la pres encia de la h isteria en la melancolía y viceversa, p udiendo
evolucionar una hacia otra, dado que
ambas representan fondos de represión y
reacciones emocionales depresivas expresadas corporalmente (Freud, 1996). En ambos
cuadros la dependencia psíquica de la mujer al amor del objeto -sin sentir am or como
sujeto- condena con el paso de los años a la insatisfacción psíquica y a una
hipersensibilidad a las faltas de “consideración” del objeto (André, 2008:198). Freud
18
habla de neu rosis mixtas , como espectros de un c uadro en que la m elancolía se
caracteriza por la nostalgia sobre un objeto perdido no determinado, mientras que en la
histeria se expresa corporal mente manteniendo la investidura del objeto c on unas
consecuencias más visibles y menos devoradoras (André, 2008:199). Atribuy e la
predisposición de la posmenopáusica a est a patología a u na libido que reprime
intencionadamente, por no estar conforme a la imagen condicionada por la cultura para
esa edad (Freud, 1996).
Las teorías actuales definen la emoción como el conjunto de cambios que ocurren
en el cuerpo producidos por determinado contenido mental. La percepción cerebral de
estos cambios corporales derivados de est ímulos internos o externos activa las
glándulas endocrinas y regiones concretas de corteza que se asocian a acciones,
expresiones y manifestaciones específicas, afectando secundariamente los sistemas
respiratorio, motor y circulatorio (Damasi o, 2010). Esta respuesta “visceral” nos
retrotrae a la producción hepática y
circulación de la bilis ne gra de los griegos
19
humores, espíritus animales o
(Eknoyan, 2004) . En su esencia íntima, fluidos,
arreglos valvulares se ha n trocado e n cambios moleculares, impulsos nerviosos,
18
En concreto de la melancólica-histérica, en su obra Estudio sobre la Histeria de 1895.
Desde la endocrinología antropológica encontramos dos grandes corrientes que en el siglo
XIX convergerán en el c oncepto de secreciones internas en general y de las gónadas en
particular: 1, la teoría humoral y 2, la organoterapia. La primera, formulada por los griegos en
los siglo VI y V A.C para jugos y fluidos corporales, fue pe rfeccionada posteriormente por
Galeno. Sobre la ba se de una especie de simpatía cósmica del origen divino creador del
universo y el cuerpo humano, Galeno transformará los 4 elementos socráticos, tierra, agu a,
fuego y aire, en los 4 humores corporales bilis negra, flema, bilis amarilla y san gre, que
determinan a su vez 4 caracteres frio, caliente, seco y húmedo. Esta teoría dominará el mundo
médico hasta el Renacimiento y, tras el florecimiento de la misteriosa “fuerza vital” del siglo
XVIII dará paso a un nuevo sistema en el que la sangre, más que los humores, aparece como el
mensajero químico que regula e inte gra las func iones corporales. El humoralismo convivirá
durante siglos con la organoterapia, derivada de las ideas totémicas de que cada órgano tiene
virtudes particulares transferidas a quien lo consume. Practicado por los egipcios, en Occidente
la organoterapia fue practicada por Hipócrates, detallada por Plinio y esqu ematizada por
Dioscórides y Galeno. A partir del XIX ambas teorías se fusionan emergiendo el concepto de
secreciones internas u hormonas sustituyendo a la sang re, los humores o el jugo, y los órganos
quedan sustituidos por glándulas. El cam ino para comprender la “feminidad” desde un punto
de vista biológico inicia su veloz andadura hasta la actualidad.
19
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hormonas y conexiones sinápticas (López- Muñoz, 2011)
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.
Frente al automatismo de la emoción, el sentimiento resulta de la percepción de lo
que nuestro cuerpo hace mientras se manifiesta la emoción y del estado de nuestra
mente durante ese periodo de tiem po (Damasio, 2010: 176). Com o resultado de la
racionalización de una emoción, en ellos in fluyen el enjuicia miento cultural, la
conceptualización y percepción de las emociones (Xoro Llacer, 2007). En esta cascada
a las e mociones básicas se enumeran como alegría, tristeza, miedo, ira y asco. Del
exceso de alegría derivan los sentimientos de euforia y éxtasis, del exceso de tristeza la
melancolía y la nostalgia, y del exceso de miedo el pánico y la ti midez (Damasio,
2010). Y de su presentación obsesiva pueden derivar enfermedades psicológicas.
Retornando a la menopausia como brecha en esta medida de eterno retorno que es
la fertilidad, las respuestas fem eninas a la cr isis de la m ediana edad no deja n de ser
manifestación de los recursos universales para buscar sentido a la futilidad de la propia
onales y fenómenos
existencia 21 . Como consecuencia de las fluctuaciones horm
vasomotores asociados, ciertos subgrupos de mujeres predispuestas pueden pr esentar
una mayor vulnerabilidad a las turbulencias psicológicas y el estrés vital que suelen
concurrir temporalmente con esta signifi cativa transición (Brown, 2009; Henderson y
cols., 2013)22. En la sociedad occidental adem ás “entramos en la etapa menopáusica
alejadas de l os cánones de belleza, fecundidad y erotismo de l a juventud, s in ser
socialmente válidas para reflejar los cánones de sabiduría, equi dad y serenidad, que
tienen su iconología en la vejez” (M elián, 2011). Llámese humor, tótem, jugo, sangre,
hormona o neurotransm isor, el resultado clín ico es una “hipersensibilidad es piritual”
favorecedora, junto a una gran
mayoría de respuestas e mocionales adaptativas
normales, de una minoría de disfunciones psíquicas. En este contexto de bajo “umbral
de vulnerabilidad”, la mayor fragilidad de la climatérica frente a estos condicionantes
culturales tóxicos puede incidir negativamente sobre los arquetipos contem poráneos
comunes de respuesta al climaterio: aventurera, amante, líder, buscadora espiritual, la
20
Para Descartes -en su fam oso Tratado de las Pasiones del Alma de 16 49- l as pasiones
(sentimientos y e mociones) eran movimientos sensitivos del alma (res co gitans) debidos a su
unión con el c uerpo (res extensa), un alma localizada en la pineal que desde armonizaba las
funciones de la maquinaria humana controlando sus disfunciones por espíritus animales
circulantes. La tristeza, com o una de la s seis pasi ones primitivas del al ma derivaría en
melancolía si no se le ponía remedio.
21
Para Heidegger la ansiedad difiere del miedo en que el segundo tiene un objeto concreto de
referencia mientras la primera carece de él. Para combatir esta ansiedad por el sin sentido de la
vida en un universo infinito y ciego, Aho enumera la búsqueda de la salvación mediante varias
neurosis sociales contemporáneas bien ajustadas: 1, la religión, 2, el acúmulo riqueza 3, la
familia, 4, cr uzadas salvadoras o 5, aislamiento de personas contaminadas y/o pecadora
mediante meditación, yoga y técnicas similares (Aho, 2008:130).
22
Fallecimiento de los padres, alejamiento de los hijos y pérdida de la “cotización” para el otro
sexo son algunos de ellos.
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jardinera y artista (Shellenbarger, 2005) 23. Una euforia descontrolada puede conducir a
la manía en la aventurera, la a mante y la líder, o al éxtasis en la buscadora espiritual, y
una tristeza descontrolada puede conducir a la melancolía o nostalgia en la jardi nera o
la artista.
3. CONCLUSION
Heredera de un acercamiento m ágico y astral al ci clo gonadal femenino, la mujer
ha sido etiquetada universal y ancestralmente como inferior, y su naturaleza como
perversa, dañina, y psíquicamente inestable. El cese de la fertilidad, único vale dor de
dicha naturaleza, y el alejamiento fenotípico de los moldes de perfección y be lleza de
la juventud han coope rado secularmente con estas cr eencias primitivas en la
transmutación de la m ujer menopaúsica en enferma del espíritu y/o hechicera. La
impronta de estas supersticiones milenarias sobre la construcción de la vi da sexual
femenina, y específica mente, del climat erio, definido hoy como “los cam bios
biológicos, psicológicos y socioculturales asociados a la in volución gonadal” 24
(Hunter, 2007), es atribuible a la coex istencia hasta el pasado siglo de u na limitada
esperanza de vida que lo unificaba con la ancianidad, y el desconocimiento empírico de
la íntima fisiopatología gonadal.
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equilibrio sublimando sus relaciones en el pequeño mundo que tiene a su alrededor en lugar de
iniciar rupturas traumáticas, como ocurre en los otros.
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