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Federico N. Fernández y Jeremías Rucci eds., Homenaje al Dr. Alberto Benegas Lynch (h.), Buenos Aires, Fundación Naumann/Fundación Bases/Unión Editorial, 2022. Smith y Marivaux Carlos Rodríguez Braun Oscurecida su figura por la sombra de Moliére, el novelista y dramaturgo Pierre Carlet de Chamblain de Marivaux (1688-1763) ganó reconocimiento con el tiempo, y hoy es el escritor francés más representado después, precisamente, del célebre autor de El enfermo imaginario. Cuatro aspectos relacionan a Marivaux con la economía y los economistas. El primero es su padre, Nicolas Carlet, funcionario con labores económicas en la Marina, y después director de la Casa de la Moneda de Riom. El segundo es que Pierre Marivaux invirtió su dinero en el proyecto de la Banque Royale montado por John Law, y el propio Luis XV, en 1716. El estallido de la burbuja especulativa, y el colapso del esquema de Law en 1720 arruinó a la familia, y a eso, subraya Mauro Armiño, “debemos, en buena medida, la dedicación al teatro de Marivaux: el desastre económico le obligó a trabajar para vivir, a escribir para el teatro”. El tercer aspecto fue el público de sus obras. Se encuentran en París “dos tradiciones teatrales absolutamente dispares, la comedia a la francesa, de costumbres y caracteres, y la commedia dell’arte”, y Marivaux las sintetizó. D’Alembert le reprochó su tendencia italianizante, pero eso mismo le permitió acceder a un mercado más amplio: “Si el público de la Comédie lo forman la aristocracia y la burguesía muy acomodada del barrio elegante de Saint-Germain des Près, a los Italianos acuden sobre todo burgueses sencillos: artesanos, comerciantes y empleados del barrio de los Halles” –Marivaux, El juego del amor y del azar. La isla de los esclavos. La disputa. La colonia, edición de Mauro Armiño, Madrid, Cátedra, 2016. Y el cuarto aspecto es el interés que despertó en Adam Smith. Tanto Smith como otros ilustrados escoceses reflexionaron sobre el ser humano y sus sentimientos; creían en el valor filosófico de la ficción sentimental, “especialmente la de Marivaux…autor al que Smith admiraba y al que seguramente había leído en Oxford; Marivaux estaba interesado en los dilemas éticos de las personas corrientes”, que no siempre habían sido correctamente ponderados por los moralistas –Nicholas Phillipson, Adam Smith. An Enlightened Life, Penguin, 2010, pp. 63, 88. Por esa razón, Smith coloca a Marivaux en el podio de los ilustres: “Incluso el exceso de los afectos bondadosos que más tienden a ofender por su exageración nunca resulta abominable, aunque pueda parecer reprochable. Censuramos el apego y desvelo excesivo de un padre porque ello puede ser finalmente perjudicial para el niño y porque entretanto resulta sumamente inconveniente para el padre, pero lo perdonamos con facilidad y nunca lo juzgamos con odio y execración. Pero el defecto de este cariño habitualmente excesivo es siempre particularmente abominable. El hombre que no parece sentir nada por sus propios hijos, que los trata en toda ocasión con severidad y aspereza injustificadas, resulta la más detestable de todas las bestias. El sentido de la corrección, lejos de exigir que erradiquemos del todo esa sensibilidad extraordinaria que naturalmente experimentamos ante las desgracias de nuestros allegados, resulta siempre mucho más agraviado por el defecto que lo que nunca puede resultar por el exceso de dicha sensibilidad. En tales casos la apatía estoica jamás es aceptable, y todos los sofismas metafísicos que la sostienen pocas veces sirven para otra cosa que no sea inflar la dura insensibilidad del petimetre hasta diez veces su impertinencia original. Los poetas y novelistas que sobresalen en la descripción de los refinamientos y delicadezas del amor y la amistad, y todos los demás afectos privados y familiares, Racine y Voltaire, Richardson, Marivaux y Riccoboni, son en tales casos mucho mejores maestros que Zenón, Crisipo o Epicteto” –Adam Smith, La teoría de los sentimientos morales, Alianza Editorial, 2021, pág. 260. En sus lecciones de Glasgow, Adam Smith mencionó a Marivaux a propósito de Tácito. El autor de los Anales, en efecto, se apartó del estilo de los demás historiadores y adoptó uno propio, habiendo observado que “los pasajes más interesantes de los historiadores son los que revelan los efectos que los acontecimientos descritos produjeron en las mentes de los actores y espectadores de los mismos”, e intentó hacer historia desde esa perspectiva. A Smith le parece un plan “muy natural”. Cree Smith que la monarquía francesa de su tiempo se hallaba en una condición que guardaba un cierto paralelismo con la de los romanos bajo Trajano, y entonces los autores galos como Marivaux hacen mucho uso del sentimiento: “siempre procuran afanosamente exponer cada acontecimiento conforme al temperamento y disposición interna de los diversos actores, en disquisiciones que se acercan a las metafisicas” –Adam Smith, Lectures on Rhetoric and Belles Lettres, Indianápolis, Liberty Fund, 1985, págs. 111-112. No es solo la búsqueda de las claves del comportamiento del ser humano real, incluso a través de situaciones que evocan a un espectador imparcial, lo que enlaza al escritor francés con el pensador escocés, sino también la importancia que Marivaux, cuya primera novela fue Les Effets surprenants de la sympathie, asigna a la moderación de las pasiones, incluso de las buenas –Neven Brady Leddy, “Adam Smith’s Moral Philosophy in the Context of eighteenth-century French fiction”, The Adam Smith Review, Vol. 4, 2008, pág. 165. Smith y Marivaux son también moderados en la política, y con una prudente tendencia liberal a desconfiar de grandes revoluciones y cataclismos sociales. El aprecio de ambos por la libertad se observa en su recelo hacia la esclavitud, que plasma el francés en La isla de los esclavos –Marivaux, op. cit.; puede verse también Juan Manuel Ibeas-Altamira, “Marivaux contra la tiranía: la utopía igualitaria de L’île des esclaves”, Anales de Filología Francesa, Nº 27, 2019. 1