Pensar la República de las Letras entre Barroco y
Neoclasicismo. A modo de introducción
Alain Begue
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Alain Begue. Pensar la República de las Letras entre Barroco y Neoclasicismo. A modo de introducción. Alain Bègue. La República de las Letras entre Barroco y Neoclasicismo, The University of
Virginia, 2019. hal-02522958
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DIECIOCHO ANEJO 5
PENSAR LA REPÚBLICA DE LAS LETRAS ENTRE
BARROCO Y NEOCLASICISMO. A MODO DE
INTRODUCCION
ALAIN BEGUE
FoReLLIS-CELES XVII-XVIII, Université de Poitiers
[L]e concept même de République des Lettres est inséparable
de la permanence d’une conscience de l’universel ; il est, dans
l’ordre de la sociabilité savante, la traduction d’une aspiration
très vivante à l’unité (Waquet 495).
Ampliamente utilizada por la comunidad científica, la expresión
“República de las Letras” ha sido definida en contadas ocasiones. Aparece
casi siempre empleada hoy con el sentido general y figurado de gente de letras
o de intelectuales y es moneda corriente su uso sustitutivo para evitar
repeticiones, quedando así, las más de las veces, reducida a una manida
etiqueta vacía de contenido.
Gozó, no obstante, de un uso dilatado en la época moderna,
correspondiendo el sintagma a las representaciones que los sabios elaboraron
y dieron de sí mismos y respondiendo a cierta visión del propio mundo en el
que estos inscribieron sus pensamientos y sus acciones.
La primera ocurrencia de la expresión Respublica litteraria, desconocida
para la Antigüedad y para la Edad Media, la encontramos en una carta
redactada el 6 de julio de 1417 por el político, diplomático y humanista
veneciano Francesco Barbaro (1390-1454) y dirigida al insigne humanista
toscano Gian Francesco Poggio Bracciolini (1380-1459) —que asistía a la
sazón como secretario apostólico del papa Bonifacio IX al concilio de
Constanza (1414-1418), convocado para poner fin al gran cisma de
Occidente— no solo para darle las gracias por haberle comunicado la lista de
manuscritos que había descubierto en las bibliotecas alemanas, sino también
con el propósito de felicitarle por su trabajo en pro de la utilidad común —
“pro communi utilitate” (Barbaro 2)—, pues era merecedor del reconocimiento
de los doctos por su labor filológica y digno —tal y como ocurriera en la
Antigüedad para los hombres de letras— de los más altos elogios reservados
generalmente a los guerreros victoriosos: “Quos autem orno? Eos, nempe, qui huic
litterariae Reipublicae plurima adjumenta atque ornamenta contulerunt” (Barbaro 5).
La carta de elogio público que remitió Barbaro a Poggio ofrecía asimismo la
definición de un patrimonio europeo y universal:
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Bègue, "Introducción"
Quid enim magnificentius, aut praeclarius assequi poteras, quam jmmortalia haec tua
merita non latere in tenebris, non esse abdita., sed cum in luce Europae, tum in oculis
Germaniae provinciae, atque in auribus omnium Gentium et nationum esse posita?
(Barbaro 5-6).
La expresión metafórica Respublica litteraria era ya frecuente en el primer
cuarto del siglo XVI, no suponiendo la forma latina una acepción más alta o
elevada que su equivalente en lengua vernácula (Bots y Waquet, La République
13) y es frecuentemente utilizada cuando Pierre Bayle publica sus Nouvelles de
la République des Lettres en 1684. Y si bien su sentido —y el de sus equivalentes
en las lenguas vernáculas— era amplio y podía variar en función de las
intenciones —no siempre manifiestas— de quien la empleaba, por lo general
podía reunirse en torno a dos polos semánticos: acepciones borrosas y
generales, como sabios, saber, gente de letras, letras, por una parte, y, por
otra, un significado más profundo y rico, la de comunidad de sabios,
significado precisado y ampliamente desarrollado en las definiciones dadas a
partir de finales del siglo XVII. Tendía entonces a significar una ciudadanía
ideal, internacional e igualitaria, una comunidad europea de sabios, y a
manifestar la alta conciencia de pertenecer a “una sociedad en la sociedad,
una sociedad contemplativa en la sociedad activa, una sociedad a la que las
letras unían, más allá de la muerte y de la lejanía, en una misma aventura del
espíritu” (Fumaroli, La République 36).
Eran, pues, escritores a los que no distinguían la nacionalidad o el género
en que escribían, si bien predominaban los “hombres de letras”, en el sentido
más amplio, los sabios, los eruditos, los doctos, los que cultivan el saber en
su conjunto, las letras así como las ciencias, versados en “toute sorte de
science et de doctrine” (Dictionnaire de l’Académie française, 1694) y “ciencias,
artes y erudición” (Diccionario de la lengua castellana, 1726-1739)1, más que los
El vocablo “literatura”, definido como «[e]l conocimiento y ciencia de las letras»
(Aut), englobaba el conjunto del saber, como refleja el adjetivo «literario», que se
aplica a «[l]o que pertenece a las letras, ciencias o estudios» (Aut). En el mismo
espacio cronológico del periodo situado entre Barroco y Neoclasicismo, la expresión
“hombre de letras” está completamente aceptada, como manifiesta la introducción
al primer tomo del Diario de los literatos de España, publicado en 1737 (fol. ¶¶¶v). Dos
décadas después, en 1758, el padre José Francisco de Isla (1703-1781), en el tomo 1
de su Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes (Madrid: Gabriel
Ramírez, 1758), publicaría: “En todo el mundo el teólogo, el canonista, el legista, el
filósofo, el médico, el matemático, el crítico, en una palabra, el hombre de letras es
tenido por sabio” (“Al público”, fol. A2v).
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DIECIOCHO ANEJO 5
poetas, esto es, los escritores de creación, que tradicionalmente poblaban el
Parnaso literario.
Y es que, con anterioridad a la República de las Letras, y relacionado con
ella, se encontraba “otra forma de gobierno” de escritores, el Parnaso
literario, si bien opuesto este a aquella por el carácter exclusivo de sus
miembros, siendo todos ellos poetas, “representantes de un modo poético
concreto”, así como por su carácter nacionalista y su configuración piramidal,
espejo de la sociedad estamental y aristocrática. Hubo de producirse una
“revolución ideal en el mundo de las letras” para llegar a concebirse la
Respublica literaria (Álvarez Barrientos, “La República” 7), una sociedad que
encuentra sus orígenes en el esfuerzo humanista por salvar la cultura
grecorromana del olvido en el que había quedado sumergido.
En la Florencia del siglo XIV se habían reunido en torno a Francesco
Petrarca (1304-1374), Giovanni Boccaccio (1313-1375) y Coluccio Salutati
(1331-1406), amigos y discípulos que celebraban tertulias eruditas que
trascendían fronteras y generaciones y a las que pronto se conocería como
República de las Letras, una etiqueta que aludía claramente a la República
cristiana que san Agustín había definido en su ciudad de Dios, sometida
entonces a vivas disputas. En efecto, Erasmo de Róterdam llegaría a
proponer que la Respublica litteraria fuese la verdadera Respublica christiana.
Después de la fractura espiritual provocada por el agustino Martín Lutero, y
posteriormente al Concilio de Trento, la República de las Letras se convirtió
en la patria común de los cristianos, divididos en Iglesias rivales, a los que,
más que la religión, unían las letras.
Era ese ideal de “comunidad que, desde el Renacimiento hasta las Luces,
los letrados formaron con la doble preocupación de traspasar las fronteras
políticas y religiosas y de constituir un estado particular” (Bots y Waquet 6),
puesto, además, que “el saber ya no podía ser la obra de uno solo; excede las
fuerzas del hombre aislado; postula la colaboración” (Waquet 490). Y esta
conciencia de pertenencia a una comunidad transnacional, pluriconfesional y
libre, propugnada en un espíritu de amistad, de intercambio, de solidad y de
defensa, y donde “solo el saber coloca a cada ciudadano en su lugar” (Waquet
477), se extendía por Europa y, progresivamente, hacia sus extensiones
territoriales, dando así lugar al establecimiento de un estado universal, con su
gobierno soberano peculiar y sus propias leyes, y cuyos miembros eran
“ciudadanos” de la República de las Letras. Esta representación abstracta no
dejaba de plantear la cuestión de su estatuto y, sobre todo, de su legitimidad
y de su papel respecto de los verdaderos estados, unos estados ocupados por
otra parte en definir y defender de manera férrea y rígida sus fronteras,
velando por su propia soberanía. Así, pues, los hombres de letras tenían que
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Bègue, "Introducción"
conciliar sus dos ciudadanías y conductas e intereses diferentes o, incluso,
divergentes.
Más aún, los ciudadanos de la República de las Letras no podían
diferenciarse ni por su nacimiento ni por su condición. Se propugnaba la
igualdad de los miembros, tal y como defendiera Pierre Bayle en su prefacio
al primer tomo (1684) de las Nouvelles de la République des Lettres que había
creado en Róterdam: “todos los doctos deben mirarse como a hermanos o
como de tan buena casa los unos que los otros. Deben decir: ‘Somos todos
iguales, somos todos parientes en tanto hijos de Apolo’” (Nouvelles I, 9).
De la misma manera, el sentimiento de libertad se consideraba una
característica inherente de los miembros de la República literaria, que
pensaban estar por encima de las leyes y de las censuras, de las guerras y de
las religiones. En este sentido se expresa, en la época que nos ocupa, el
teólogo ginebrino Jean Le Clerc (Ginebra, 1657-Ámsterdam, 1736) en la
valoración que hace en su Bibliothèque choisie (1706) de la obra Divers ouvrages de
mathématique et de physique publicada en 1693 por la francesa Académie Royale
des Sciences:
La República de las Letras es un estado aparte que no interfiere con las
guerras que ahora afligen a gran parte de Europa, y en el que los sabios de
las naciones, que están en guerra, viven juntos en paz, siempre que no
tengan peleas literarias entre ellos. Tiene sus altercados y guerras
particulares donde solo se pierde tinta y papel, y se tiene cuidado de no
impactar a nadie, excepto como miembro de esa República (Le Clerc IX,
204-205).
En su Dictionnaire historique et critique, Pierre Bayle (Carla-le-Comte, 1647Róterdam, 1706) insiste en el carácter libre de este Estado particular, en el
artículo dedicado a “Catius”, uno de los que añadió a la primera edición:
Esta república es un Estado extremadamente libre. Solo se reconoce en ella
el imperio de la verdad y la razón; y, bajo sus auspicios, se libra una guerra
inocente contra todos […] Todos son a la vez soberanos y justiciables para
todos. Las leyes de la sociedad no han perjudicado la independencia del
estado de naturaleza, en cuanto al error y la ignorancia: todos los individuos
tienen a este respecto el derecho de la espada y pueden ejercerlo sin pedir
permiso a los que gobiernan (Bayle I, 879a).
Lo mismo hace en 1708 un tal Christian Loeber cuando presenta ante la
Universidad de Jena una Dissertatio politica de forma regiminis Reipublicae litterariae
—Disertación política de la forma de gobierno de la República de las Letras—:
DIECIOCHO ANEJO 5
[L]a sociedad literaria no admite ningún poder supremo, y, pues, que no
posee ninguna forma de gobierno, sino que goza de una total libertad. Y
eso […] porque el intelecto no puede ser reprimido, ni por la ley, ni por la
fuerza, por otro hombre.
Y añade más adelante que:
[L]a sociedad literaria, teniendo en cuenta los caracteres internos, no posee
en sí ningún orden entre amos y súbditos y, en consecuencia, no puede
llamarse propiamente una república, ni democrática y aún menos
aristocrática […]. Es una sociedad completamente libre […] de todo poder
y régimen humanos, y libre de las órdenes tanto de los magistrados como
de los profesores (Citado en Bots y Waquet 20-21).
Una década más tarde, el inspector del Göttingen Gymnasium Christoph
August Heumann (Allstedt, 1681- Göttingen, 1764) defendería la libertad de
la República de las Letras a la vez que afirmaría su carácter cristiano y
señalaría uno de sus pilares, la razón, en la nota de su obra titulada Conspectus
Reipublicae litterariae, sive via ad historiam litterariam juventuti studiosae aperta —
Cuadro de la República de las Letras, o vía abierta a la historia literaria para la juventud
estudiosa— (Hannover, 1718) que correspondía a “República de las Letras”:
La República de las Letras es extremadamente similar, en cuanto a su forma,
a la Iglesia invisible. Como no hay monarca aquí, ningún poder civil, sino
una libertad muy grande, y que solo reina la escritura sagrada, de la misma
manera solo reina en ella la razón y nadie tiene derecho sobre los demás. Y
esta libertad es el alma de la República de las Letras (Citado en Bots y
Waquet 19).
Y servir los intereses superiores de esta comunidad universal era motivo
de gloria y un ideal. Así, pues, los miembros de la República literaria llegarían
a establecer una jerarquía particular fundada en el grado, virtud y calidad de
la aportación de sus representantes a la comunidad. En efecto, el hombre de
letras tenía la conciencia de pertenecer a “un grupo más o menos cerrado, en
el que a su vez había clases y diferencias entre unos y otros” (Álvarez
Barrientos, “La República” 7). De ahí las no pocas apreciaciones y
valoraciones —positivas y negativas— que pudieron hacer sobre sus pares
—pretéritos o coetáneos—, como cuando el médico francés Guy Patin
(1601-1672) califica al ilustre sabio y filólogo reformado Claude Saumaise
(1588-1653) de “gran héroe de la República de las Letras”, esto es, de
representante de una élite del saber; cuando Ignacio de Luzán se refiere al
padre Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) en 1737: “Por esto me ha parecido
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Bègue, "Introducción"
bellísima, aunque muy poética, una imagen o fantasía del doctísimo P. Fr.
Benito Feijoo, bien conocido en la república literaria por su juicio, su
erudición y su ingenio” (Luzán 325); o cuando Gregorio Mayans y Síscar,
después de afirmar en su Vida de Miguel de Cervantes Saavedra (1737) que “en
la república literaria no hay más grandes señores que los que saben” (Mayans
y Siscar 256), presenta a Juan Luis Vives como censor ejemplar, al
reprehender este el carácter pernicioso de los libros de caballerías, propensos
a la fantasía, y de otros libros poco virtuosos:
Por eso, aquel juiciosísimo censor de la república literaria Juan Luis Vives,
quejándose gravísimamente de las corrompidas costumbres de su tiempo,
decía: ¿Qué manera de vivir es esta que no se tenga por canción la que no sea torpe?
Conviene, pues, que las leyes y los magistrados den providencia contra esto, y también
contra los libros pestilenciales cuales son en España, Amadís, Esplandián, Florisando,
Tirante, Tristán, a cuyos despropósitos no se pone término; cada día salen de nuevo más
y más como Celestina alcahueta, madre de maldades, cárcel de amores (Mayans y Siscar
266).
Para facilitar la colaboración o, al menos, la cooperación a distancia de
sus miembros, se estableció un sistema de comunicación o, mejor dicho, una
red de redes. Como bien se sabe, la aparición de la imprenta fue esencial en
el desarrollo de la idea de esta comunidad imaginaria y las incipientes
publicaciones periódicas, desde la segunda mitad del siglo XVII —como la
famosa revista Nouvelles de la République des Lettres (1684-1718), Le journal des
savants (1665 hasta el presente), la revista mensual de Leipzig Acta eruditorum
(1682-1782) o, para España, el Diario de los literatos (1737-1742)—, acabarían
desempeñando un papel primordial en la conformación de este espacio
letrado virtual, en la constitución de un espacio de comunicación y de debate,
muchas veces en contraposición a las universidades de la época. Las revistas
periódicas servían de punto de encuentro entre los miembros,
proporcionando información sobre el mundo de las letras, reseñas de nuevos
libros o necrológicas de destacados miembros. Como escribió uno de los
autores de la primera entrega del Journal des savants:
El proyecto de hacer una revista para enseñar a los doctos las novedades
que ocurren en la República de las Letras fue tan unánimemente aprobado
por todas las naciones que son pocos los países donde, a ejemplo de París,
no se hagan (Journal des savants I, 176).
Destaca asimismo la importancia y gran utilidad de este tipo de
publicaciones el autor de la introducción del primer tomo del Diario de los
literatos de España, publicado en la primavera de 1737:
DIECIOCHO ANEJO 5
Entre las virtudes del siglo pasado, se veneran por más útiles a la República
de las Letras la humildad de reconocer lo limitado de las fuerzas
intelectuales, para la instrucción universal, a que naturalmente aspira el
entendimiento humano, y la solicitud de los medios que la facilitan,
felicísimamente logrados en la institución de los diarios o jornales. La
brevedad de la vida humana y la extensión de las artes y ciencias demuestran
la necesidad de esta invención, intimándonos, como precisa ley, que, si
vivimos por compendio, también por compendio debemos ser instruidos
(Diario de los literatos ¶¶3r).
Por supuesto, la correspondencia por carta manuscrita —en lenguas que
federaran a los letrados, rompiendo de este modo las barreras de los idiomas:
el latín, primero, y, en el siglo XVIII, el francés—, la difusión e intercambio
de publicaciones e información e, incluso, la visita a colegas de estudio
durante los viajes y viajes académicos revistieron asimismo un carácter
fundamental. Tenemos así constancia, por ejemplo, de cómo, a principios del
siglo XVII, “era de rigor que los estudiosos que visitaban Venecia incluyesen
en su itinerario una visita al monje Paolo Sarpi, del mismo modo que a la
Piazza San Marco” (Burke 36). Además, las principales bibliotecas europeas
estaban abiertas para los visitantes extranjeros, generalmente
independientemente de su confesión. Buena prueba de ello es la Biblioteca
Vaticana a la que tenían acceso los estudiosos protestantes (Jaumann,
Grafton). Y los miembros de la República literaria llegaron incluso a disponer
de directorios, como las Mémoires pour servir à l’histoire des hommes illustres dans la
république des Lettres avec un catalogue raisonné de leurs ouvrages, que salieron en
París de las prensas de Briasson entre 1728 y 1741.
Ahora bien, no se trataba de una comunidad estancada e inmóvil, sino
que llega a ser la traducción de las inquietudes intelectuales de cada momento.
Al afirmar en su imaginario Parnasse réformé (París, 1668) que “tout est bien
changé dans la République des belles-lettres” y que “[l]a guerre est allumée
entre les auteurs” (Guéret 4), Gabriel Guéret (1641-1688) se refería, por
ejemplo, al interminable debate que oponía a antiguos y modernos, a la par
que mostraba el triunfo del “gusto galante” y manifestaba una soñada
depuración de la República, rechazando el autor al arcaico y al pedante, así
como a los escritores amateurs poco esclarecidos y a los que se empeñan en
vivir de su pluma. Al final, solo quedaban con la exclusividad de la literatura
los autores del bel esprit. Guéret defendía así la función del crítico y de la
vulgarización crítica (Viala 158), haciendo así eco, en su obra, “de los
primeros síntomas drásticos de cambio en dicha República, que después
caracterizarían a los escritores del siglo XVIII” (Álvarez Barrientos 11).
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Bègue, "Introducción"
Para Álvarez Barrientos, la literatura y los hombres de letras dieron un
giro en los años treinta del siglo XVIII, cuando las diferencias entre Parnaso
y República de las Letras residían principalmente en su relación con la
sociedad:
El Parnaso de los antiguos mostraba un mundo cerrado de poetas, al
margen de la sociedad, mientras que el hombre de letras de la República
literaria va a necesitar de la sociedad, se va a abrir al mundo (Álvarez
Barrientos 12).
Desde la década de los años 1670, la Monarquía de España conocía, a
través del movimiento novator, “una voluntad de secularización del
pensamiento, de las ideas estéticas o artísticas, de la técnica y de las armas
críticas, en un “claro desplazamiento de la epistemología escolástica a la
racionalista y censista” (Pérez-Magallón 14). La introducción de la ciencia o
de la filosofía moderna, la defensa del espíritu crítico en todos los terrenos,
la reinstauración del buen gusto o de las buenas letras traducían un mismo
hecho: la sensibilidad de la sociedad había evolucionado hasta tal punto que
se imponía un cambio, manifiesto en la existencia de diversas reuniones y
tertulias favorecidas, las más veces, por la aristocracia o, institucionalmente,
en la fundación de las Sociedades o Academias modernas.
En este contexto, el lugar que le correspondía al hombre de letras dista
profundamente del de su homólogo del Renacimiento. Debe ahora ser útil
para la sociedad, para el bien común, tal y como lo señala Loeber en su
Dissertatio politica:
Hablamos de esta sociedad universal cuyos miembros están dispersos por
el mundo entero, se unen por la salvación común del género humano, a fin
de servir, enseñar y defender el verdadero saber y la verdadera erudición,
así como transmitirlos a la posteridad (Citado par Bots y Waquet 20)
Así, pues, si “[e]l humanista corregía errores filológicos e interpretaba
textos, ahora, vuelto hombre de letras, va a corregir errores de pensamiento,
supersticiones, y va a proponer reformas que puedan favorecer a la
población” (Álvarez Barrientos 14). A esta tarea se aplicará sobremanera un
padre Feijoo.
Como ya señalamos (Bègue 80), el hombre del siglo XVIII solo puede
entenderse en tanto miembro de una sociedad y a través de sus cualidades
sociables. De su actitud derivarán ciertos criterios de comportamientos
precisos que permitan alcanzar una convivencia ordenada, civilizada y en
progreso. La sociedad se convierte así para la época en el objeto principal de
atención de los filósofos, siendo las palabras sociedad y social “fundamentales,
DIECIOCHO ANEJO 5
representativas de uno de los pilares ideológicos del siglo” (Lapesa 201-202).
Tal es así que otro de los términos característicos de la época es el neologismo
sociabilidad, que llegaría a “adquirir importancia de primer orden dentro del
repertorio de valores dieciochesco” (Álvarez de Miranda 373). Así es cómo
el insigne helenista Antonio Maria Salvini (Florencia, 1653-Íbid., 1729),
profesor de griego clásico de 1673 a 1725, miembro de la Accademia della
Crusca, de la Accademia Fiorentina, de la Accademia del Disegne y de la Accademia
degli Apatisti, entre otras, admitido en 1716 en la Royal Society de Londres,
entonces presidida por Isaac Newton, presenta a los socios de la Accademia
Fiorentina la República literaria como:
La nación de los literatos, de los sabios en las Letras y las ciencias, y de los
amantes del saber, diseminados por todo el mundo, ahí donde se
encuentran la cultura, la cortesía y la civilización, formó un gobierno
separado comúnmente llamado República de las Letras (citado en Dizionario
della lingua italiana VI, 124b).
No obstante, poco se sabe aún de la República de las Letras y su
evolución en España entre los dos grandes movimientos culturales que son
el Barroco y el Neoclasicismo. Los trabajos reunidos en este volumen
monográfico son fruto del congreso internacional “La República de las Letras
entre Barroco y Neoclasicismo (1651-1750)” organizado por el Centro de
Estudios de la Literatura española de Entre Siglos (XVII-XVIII) (Université
de Poitiers, Francia), la École des hautes études hispaniques et ibériques (Casa
de Velázquez, Francia) y el Grupo de Investigación Siglo de Oro
(Universidad de Navarra, España) en la madrileña Casa de Velázquez los días
7 y 8 de abril de 2016. Dicha manifestación se enmarcaba en las actividades
del proyecto internacional “Le Parnasse oublié: la littérature espagnole entre
Baroque et Néo-classiscisme”. Quiere ofrecer este volumen diversas
aproximaciones, desde la propia concepción que se tenía de la República de
las Letras en la época, las relaciones desarrolladas entre sus miembros, la
relación de estos con el mundo editorial, con las autoridades y el poder, la
recepción de sus textos, los cambios de mentalidad que vehicularon los
espacios de sociabilidad literaria y, en suma, el espacio que ocupaba la
literatura en la sociedad durante el mencionado periodo, sin duda crucial por
su carácter transicional.
No queremos concluir esta introducción sin dar las gracias a los autores
que han tenido a bien contribuir con sus trabajos a la elaboración de este
volumen, ni dejar de manifestar nuestro agradecimiento y deuda para con el
director de la revista Dieciocho, David T. Gies, pues sin su generosidad y
extrema paciencia, estas páginas nunca hubieran visto la luz.
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Bègue, "Introducción"
OBRAS CITADAS
Álvarez Barrientos, Joaquín. “La República de las Letras y sus ciudadanos”.
En Joaquín Álvarez Barrientos, François Lopez e Inmaculada Urzainqui.
La República de las Letras en la España del siglo XVIII. Madrid: CSIC, 1995.
Álvarez de Miranda, Pedro. Palabras e ideas: el léxico de la Ilustración temprana en
España (1680-1760). Madrid: Real Academia Española, 1992.
Bayle, Pierre. Dictionnaire historique et critique. Rotterdam: [s.n.], 1715. 3 tomos.
Bègue, Alain. “Hacia la modernidad: nuevas actitudes del yo lírico en la poesía
española entre Barroco y Neoclasicismo”. Cuadernos AISPI 1 (2013): 4974.
Bots, Hans, y Françoise Waquet. La République des Lettres. Paris-Bruxelles:
Belin-De Boeck, 1997.
Barbaro, Francesco. Francisci Barbari et aliorum ad ipsum epistolae ab anno Chr.
MCCCCXXV ad annum MCCCLIII nunc primum editae… Brixiae: JoannesMaria Rizzardi, 1743.
Diario de los literatos de España, Tomo I. Madrid: Antonio Marín, 1737.
Dizionario della lingua italiana. Padova: Tipografia della Minerva, 1827-1830. 7
vols.
Fumaroli, Marc. La République des Lettres. Paris: Gallimard, 2015.
González, Pedro. “Aprobación”. José Pérez de Montoro. Obras póstumas
líricas. Madrid: Antonio Marín, 1736. I: s.f.
González Bernaldo de Quirós, Pilar. “La ‘sociabilidad’ y la historia política”.
En Conceptuar lo que se ve. François-Xavier Guerra, historiador. Homenaje.
Coord. Erika Pani y Alicia Salmerón. México: Instituto Mora, 2004: 419460.
Grafton, Anthony. “A Sketch Map of a Lost Continent: The Republic of
Letters”. Republics of Letters: A Journal for the Study of Knowledge, Politics, and
the Arts 1 (2009): 1-18.
DIECIOCHO ANEJO 5
Guéret, Gabriel. Le Parnasse réformé. Paris: Thomas Jolly, 1668.
Jaumann, Herbert (dir.). Die Europäische Gelehrtenrepublik im Zeitalter des
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Wiesbaden: Harrassowitz Verlag, 2001.
Lapesa, Rafael. “Ideas y palabras: del vocabulario de la Ilustración al de los
primeros liberales”. Asclepio 18-19 (1966-1967): 189-218.
Luzán, Ignacio de. La poética. Ed. Russell P. Sebold. Madrid: Cátedra, 2008.
Mayans y Siscar, Gregorio. Vida de Miguel de Cervantes Saavedra. En Obras
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de Oliva, 1984: 206-312.
Nouvelles de la République des Lettres. Genève: Slatkine Reprints, 1966. 10 tomos.
Pérez-Magallón, Jesús. Construyendo la modernidad: la cultura española en el “Tiempo
de los novatores” (1675-1725). Madrid: CSIC, 2002.
Viala, Alain. Naissance de l’écrivain. Paris: Éditions de Minuit, 1985.
Waquet, Françoise. “¿Qu’est-ce que la République des Lettres? Essai de
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