CRÍTICA DE LIBROS
LA LECCIÓN DE LOS CLÁSICOS
Jesús Rodríguez Zepeda
LUIS SALAZAR CARRIÓN
Para pensar la política
México, Universidad Autónoma
Metropolitana-Iztapalapa,
Departamento de Filosofía, 2004,
Col. «La lección de los clásicos»
En pocos terrenos intelectuales coino en
la filosofía, hacer la historia de la disciplina equivale a una forma especializada de
practicar la disciplina en su momento actual. Esto que vale como recomendación
general para las especialidades filosóficas,
incluso las de carácter formal, es un genuino imperativo para la filosofía política.
Ahora sabeinos que no es posible la filosofía política sin contar con la historia de
la filosofía política, así ésta se presente
como conciencia histórica no desplegada
o como supuesto no expresado. Cuando
algunos practicantes de la filosofía, adheridos a esa fe analítica que se expandió
durante el agitado y desafiante siglo XX,
decidieron volver la espalda a la propia
historia conceptual e intelectual de la disciplina abrazando un unilateral análisis de
términos, no pudo sino .sobrevenir esa famosa declaración de muerte de la filosofía
política, que pasó sin mediaciones de
Isaiah Berlin a Peter Laslett. Una proclama que, por fortuna, no fue más que un
diagnóstico equivocado respecto de un letargo, e.so sí, de dimensiones catalépticas.
El renacimiento de la filo.sofía política
en el inundo anglosajón en la década de
los .setenta del siglo pasado, estimulado
por la poderosa Teoría de la ./iixiicia de
John Rawls, es una muestra contundente
de que la argumentación teórica de la po-
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lítica, si ha de .ser coherente, racionalinente estimulante y de alcances normativos
amplios está obligada a entrelazarse con
los argumentos pasados pero persistentes
de su propia tradición. Alan Ryan, al explicar por qué la obra de Rawls significaba «la vuelta a la gran teoría» en filosofía
política, destacaba en ella, entre otros rasgos igualmente relevantes, el haber
«...echado mano de, y actualizado, el aparato intelectual del contractualismo, autosituándo.se en la tradición de Hobbes,
Locke, Rousseau y Kant» [A. Ryan,
«John Rawls», en Quentin Skinner (compilador), The Return of Granel Tlieory iii
ihe Human Sciences, Cambridge University Press, 1985, pp. 107-108]. Tiene razón
Ryan, lo que hizo de Rawls el más contemporáneo de los filósofos políticos de
lengua inglesa fue su discutible pero fecunda decisión de argumentar a la sombra
de los grandes teóricos del contrato de los
siglos XVII y xvill. Aún más, yo agregaría
que la gran teoría regresó a la escena también al instalar Rawls a la justicia como
objeto central de la reflexión normativa
sustantiva, como Platón había hecho veinticuatro siglos antes. Perdonará el lector la
intromisión en este contexto de un recuerdo personal. Hace muchos años, escuché
a un dinámico profesor de filosofía decir
que no entendía por qué se le concedía
tamaña importancia a la obra de Rawls, si
ésta no era más que la actualización de
Locke. Entonces me pareció un comentario agudo y acertado; pero con el paso del
tiempo, y de las páginas desde luego, me
percaté de que se podía llegar al juicio
contrario casi sin alterar los términos de
esa expresión: Rawls merece tamaña imRIFP /28 (2005)
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portancia precisamente por haber actualizado a, entre otros, Joiin Loci<e.
Algo similar puede deciise de otros
grandes pieservadores de la filosofía política en el siglo XX: de Jiirgen Habermas,
cuyo deiTotero intelectual sólo se puede
entender, como él mismo lo entendió,
como una suerte de viaje de Hegel a
Kant, viaje sin el cual el mundo contemporáneo de la política sería inaprensible
para la ética del discurso; de Pocock,
Skinner y Dunn, quienes por la vía de la
historia intelectual, cultivada en la añosa
Cambridge, ofrecieron reconstrucciones
riguiosas de autores modernos clásicos
como Maquiaveio, Hobbes y Locke; de
Hannah Arendt, a quien la obsesión por el
mundo de los clásicos, y en especial por
Aristóteles, le llevó a formular una concepción de la política acaso demasiado
noble y finalmente elitista, pero racional y
esperanzadora; y de, por supuesto, Norberto Bobbio, quien mantuvo, en un ambiente intelectual durante décadas poco
propicio para la filosofía política, la búsqueda y exigencia de «la lección de los
clásicos» para responder con mesura y
sensatez a los dilemas democráticos del
presente. Por ello, la lección de los grandes autores del presente no se entiende sin
esa lección de los clásicos, sin la llamada
a discutir, una y otra vez hasta obtener
nuevas luces, a los autores y temas «eternos» de la filosofía política.
go en serio de la famosa frase de Alfred
N. Whitehead acerca de que «la más segura caracterización de la tradición filosófica europea es que consiste en una serie
de notas a pie de página a Platón», aunque comprendamos que la frase pretendía
ser más un elogio del académico que un
denuesto de los modernos; pero igualmente excesiva, porque supone el pecado
de la soberbia del filósofo, o acaso el aun
más grave de su ingenuidad, es la pretensión de construir modelos para la política
contemporánea de espaldas al conocimiento histórico de los sistemas clásicos.
Porque, pese a sus variaciones, deudas y
anclajes con cada momento histórico, estos discursos fundacionales de la racionalidad política occidental han tenido la virtud de forinular las preguntas y las perplejidades, junto con muchas de las grandes
respuestas, de cualquier política posible.
Desde luego, no todo está dicho en la filosofía política, pero lo que en ella se
pueda decir está indisolublemente ligado
con las respuestas canónicas que nos han
sido dadas en el pasado.
Empero, la posibilidad de encontrar un
sentido relevante para la lección de los
clásicos reside en la capacidad de construir un concepto de la política misma en
el que esta lección sea elemento constitutivo y no mero contexto del argumento.
Por ello, Salazar no entiende su reconstrucción histórica como un hilado de docEsa «eternidad» es el objeto del libro trinas y teorías lejanas y abstractas sin
de Luis Salazar Carrión. Cuando habla de más, sino como la recuperación de una
los autores que desfilan por su texto de serie privilegiada de proyectos prácticos
reconstrucción hi.stór¡ca, nos informa de abocados a la transformación del mundo
que «su carácter de clásicos, lo que los según un modelo racional. Este sentido de
convierte en autores que iraxciciuíen su lo práctico, deudor desde luego de la conpropio tiempo, es piecisamente que fue- cepción kantiana, no tiene que ver con esa
ron capaces de elaborar argumentos, cues- impaciente concepción de la filosofía
tiones y modelos que adquirieron una vi- como arsenal de criterios para la acción
gencia "eterna", al menos tan "eterna" inmediata, sino como evaluación y crítica
como la de la política misma.» (pp. 374- racionales del desorden social, la injusti375). Siempre será un exceso hacerse car- cia y las in-egularidades inaceptables de la
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vida pública. Lejos ya de los tiempos en
que la filosofía cercana a la política se
postulaba como «lucha de clases en la
teoría», «arma de la revolución» o voluntarismos similares, lo difícil ahora es encontrar la potencia transformadora del
pensamiento político crítico sin caer en
esos moldes de falso practicismo que, por
suerte, han envejecido con rapidez. Y esa
es la virtud del libro de Salazar, que es
capaz de reconstruir la estructura de discurso de los principales teóricos de la filosofía política desde la Antigüedad hasta la
Época Moderna, mostrando que las lecciones de ellos obtenidas son recursos
para hacer más clara nuestra percepción
del presente; todo esto sin que el propio
presente se proyecte como obstáculo epistemológico para comprender esos sistemas en sus términos esenciales.
Esta potencia transformadora reside,
precisamente, en la capacidad de la razón
humana para construir alternativas racionales a la experiencia de lo políticamente
dado bajo una cierta sujeción a lo que es
posible. Una cierta sujeción, digo, porque
el mayor riesgo de la filosofía política
desde Platón hasta nuestros días no ha
sido precisamente la caída en la famosa
falacia naturalisia (también conocida
como falacia ele Spinoza y hasta como falacia de Hume), venida a la luz en la famosa perorata de Trasímaco en La República, sino justamente el contrario, es decir, el de trazar con los pinceles de la razón una pintura de la política en la que
todo conflicto se encuentre superado y
todo ser humano reconciliado; lo que significa la entrada a ese terreno apacible
pero irreal de la utopía, o acaso habría
que decir: ese terreno apacible y por eso
irreal de la utopía. Por ello, a Salazar le
interesa en especial destacar la presencia
del conflicto político en las teoría que revisa, para mostrar que incluso los sistemas más orientados a la reconciliación y
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la utopía, como los de Platón y los de
Agustín de Hipona, en los que encuentra
ya una defensa política de la aristocracia
o ya un intento de poner coto a los excesos de las herejías fundamentalistas cristianas que promovían desórdenes, tienen
un sentido de la política contextual que
moldea en buena medida sus contenidos
de primer orden. Si la filosofía política, en
este sentido, careciera de una exigencia de
ordenación racional de un mundo injusto
bajo la idea de este sentido de la posibilidad, poco la distinguiría de la literatura o
de las proclamas militantes.
Esta visión de la filosofía política como
comprensión y crítica racional de la propia experiencia política no significa, para
Salazar, entenderla como generadora de
sistemas cerrados y omnicomprensivos.
Por el contrario, el contraste y la obligada
tensión entre modelos de argumentación
política, si bien no significa abonar el terreno del relativismo, conlleva una negación precisa de la razón apodíctica y absoluta que con cierta frecuencia la filosofía ha convertido en su único impulso.
Esta crítica de Salazar a la búsqueda absoluta de la verdad por la filosofía política
es aceptable en todos sus términos; sin
embargo, he de insistir en el comentario
que hice en páginas de esta misma Revista Internacional de Filosofía Política
(núm 14, diciembre de 1999) a su libro El
síndrome de Platón ¿Hobbes o Spinoza?
(México, UAM-Atzcapotzalco, 1997).
Allí decía yo que su crítica a la pretensión
de algunos autores clásicos de resolver los
conflictos de la política por vía del esclarecimiento de los errores podía, y hasta
debía, conducir a Salazar a una crítica a la
noción misma de verdad en la filosofía
política, en una ruta de pragmatización
(no sociológica) de esta disciplina que fue
formulada, con aceptables resultados, por
autores como Rorty o Rawls. Aquí se
echa de menos otra vez el saldo final de
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esta visión contrastada de los sistemas filosóficos y las implicaciones para la idea
de verdad en la filosofía política contemporánea.
En todo caso, el orden de los autores
revisados en Faia pensar la política es
muy parecido al que uno podría establecer para el programa de un curso de iniciación o introducción a la filosofía política: parte de Platón y llega a Rousseau, y
en el trayecto se revisan las obras de Aristóteles, Agustín de Hipona, Tomás de
Aquino, Maquiavelo, Hobbes y Locke.
Esta ruta no es por supuesto accidental, y
desvela, por si no lo hubiera dicho el propio autor, la pretensión central del libro, a
saber, la de constituir una entrada didáctica a la historia de la filosofía política
orientada, fundamentalmente, a nuestros
alumnos universitarios.
Resulta curioso el lugar que este libro
ocupa en la propia producción de Luis
Salazar. Atendiendo a su propósito, este
nuevo libro se tendría que leer como un
argumento previo a su libro de hace siete
años, el mencionado El Síndrome de Platón... Éste se antoja un texto más elaborado, de hipótesis más desaiToliadas (la crítica a la identificación entre solución racional y solución práctica de los conflictos de la política, la defensa de una idea
de la política como conflicto y de la política democrática como procesamiento reglamentado de un conflicto inerradicable,
etcétera) mientras que el trabajo reciente
podría ser visto como un libro de texto
cuyos alcances no superarían la función
introductoria. Sin embargo, al considerar
ambos libros en conjunto, uno puede notar que el orden cronológico de su aparición no está reñido con el orden de su
elaboración lógica. Para pensar Ir oolílica se trata, en efecto, de un texto de historia de la filosofía política, pero de una
historia cuyo concepto de política subyacente ha sido afinado con anterioridad y
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ahora se despliega en la lectura de la tradición clásica de la filosofía política. Por
ello, siempre existe una hipótesis por demostrar en cada paso de la reconstrucción: ya sea la de la emergencia del síndrome platónico que confunde el trabajo
de la razón con la resolución de los conflictos efectivos de la política o la de la
reivindicación maquiavélica de la autonomía de la política y de sus valores frente
al peso de la moral y la religión. Cada
hipótesis, en cada caso, sirve al propósito
de sustanciar lo que Salazar entiende
como la genuina lección de los clásicos.
Una lección que .se despliega en varios
elementos: en el reconocimiento del carácter eterno de los temas formulados por
los autores canónicos de la filosofía política; en la diversidad de respuestas y modelos racionales para los dilemas políticos,
diversidad que no admite el fácil maniqueísmo que distingue entre autores o
doctrinas buenos y malos; en el carácter
conflictivo del pluralismo de valores que
subyace a la historia de la filosofía política; en el acento en las densas e inevitables relaciones entre ética y política, que
nos obligan a reconocer que «ni todas las
cosas buenas van juntas ni existen soluciones sin costos» (pp. 378-379) y, finalmente, en la conclusión de que la política
es una cosa seria, y ello implica su necesidad y su peligrosidad. Este último elemento podría, no obstante, resumir esta
buscada lección de los clásicos: la seriedad de la política como conciencia del carácter dramático, existencial, constitutivo
y eternamente conflictivo de la política.
En efecto, una historia de la filosofía
política de este tipo se hace no para alimentar los fondos editoriales ya de suyo
atiborrados de historias de variado tipo,
sino para mostrar que al recuperar en
nuestros términos del presente los temas
eternos del pasado, recuperamos las razones estratégicas que han permitido domes143
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ticar en cierta medida la nunca del todo
domesticable experiencia de la política.
Ciertamente se trata la política de algo serio, en la que, a veces sin darnos cuenta,
se juega la vida y la felicidad de los seres
humanos en el marco de relaciones de
avenencia y conflicto tan contrastantes
como variables.
KANT Y EL PROBLEMA DE LA GUERRA
Gustavo Leyva
TERESA SANTIAGO
Función y crítica de la guerra
en la filosofía de I. Kant
Barcelona/México, Anthropos
Editorial / Universidad Autónoma
Metropolitana, 2004
La violencia en general y la guerra en
particular han alcanzado en los últimos
años un lugar destacado en las discusiones tanto en las ciencias sociales como en
la filosofía. Es así que ahora se debate
con frecuencia en torno al problema de la
violencia en general, al modo en que la
guerra en particular podría distinguirse de
otras formas de acción que recurren a la
violencia —por ejemplo, disturbios espontáneos, acciones tenoristas, asesinatos en masa, golpes militares, etc.—, al
vínculo que la violencia y la guerra mantendrían con el mal y el pecado, a la manera en que su presencia cuestiona la idea
del progreso y la esperanza en una paz
futura, al carácter constitutivo de la violencia, la guena y el conflicto en los ordenamientos sociales y políticos o a la posibilidad de una reflexión genealógica que
—inscribiendo.se en un vasto arco que se
iniciaría probablemente con Heráclito y se
prolongaría quizá hasta pensadores como
Friedrich Nietz.sche o, ya en el siglo XX,
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Norbert Elias y Michel Foucault— buscara establecer el vínculo que mantendrían
la guerra y el conflicto con ciertos órdenes de saber, con discursos, instituciones políticas, prácticas y órdenes sociales
—baste recordar a este respecto que una
obra como el Leviatán de Thomas Hobbes surge justamente en el marco de las
preocupaciones de este pensador por desarrollar una filosofía moral que suministrara el conocimiento de las leyes que pudieran explicar las causas tanto de la guerra como de la paz y conjurara de esta
manera el peligro de una guena civil.
Es a estos problemas a los que Teresa
Santiago se había dedicado ya en su libro
anterior Justificar la Guerra (Universidad
Autónoma Metropolitana/Miguel Ángel
PoiTÚa, México, 2001). En él nuestra autora se ocupaba de los problemas relacionados con la justificación de la guerra, exponiendo el surgimiento y el perfil argumentativo desarrollado en las teorías de la
guerra justa elaboradas desde San Agustín
en la forma de una reflexión .sobre la posibilidad de una justificación moral de la
guerra. Es en este sentido que nuestra autora mostraba con detalle el modo en que
en el interior de esta reflexión se distinguiría una doble perspectiva de acercamiento a la justificación moral de la guen'a: la del ius acl belluin (Derecho a la
RIFP/26(2005)