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Todos estos años de gente Historia social, protesta y política en América latina Andrea Andújar y Ernesto Bohoslavsky (editores) ÍNDICE Madejas e hilos sociales en el tiempo, Andrea Andújar y Ernesto Bohoslavsky Pag. 3 Tarea y promesa de la imaginación histórica, José Antonio Piqueras Pag. 10 Algunas reflexiones sobre la historia y la protesta social, Carlos Illades Pag. 36 “La miopía de lo visible”. Mujeres, protesta e historiografía, Mirta Zaida Lobato Pag. 47 Al final del arco iris. Sobre los homosexuales como tema de interés en la academia Pag. 61 mexicana. Legitimación y apertura de espacios sociales, Rodrigo Laguarda Historia de la esclavitud, movimientos sociales y políticas públicas contra el racismo Pag. 79 en Brasil, Silvia Hunold Lara De puentes y precipicios. Una perspectiva sobre los vínculos entre historia/s y mo- Pag. 92 vimientos sociales en Bolivia de 1970 a la actualidad, Rossana Barragán Romano Bibliografía citada en el libro Pag. 113 Presentación de autores y editores Pag. 124 DE PUENTES Y PRECIPICIOS Una perspectiva sobre los vínculos entre historia/s y movimientos sociales en Bolivia (de 1970 a la actualidad)1 Rossana Barragán Romano Las revoluciones siempre fracasan porque ninguna logra introducir los cambios que aspiró pero a la vez todas tienen éxito porque ninguna deja las cosas tal como las encontraron Tulio Halperin Donghi recordando a Eric Hobsbawm (Bergel, 2011) En el año 2005 existía una efervescencia en torno a la Asamblea Constituyente, una demanda que fue resultado de una larga lucha social. Simbolizaba una esperanza, una nueva era, una re-fundación del país que incluiría, esta vez, a los actores antes marginados: indígenas y mujeres. Se buscaban nuevas maneras de “representación” no ancladas en el clásico ciudadano, hombre e individuo, y en circunscripciones territoriales diseñadas para ese contexto. Una de las propuestas de las organizaciones sociales indígenas sugirió la elección de hombres y mujeres (Chacha Warmi u Hombre/Mujer) de acuerdo a usos y costumbres representando las circunscripciones/territorios étnicos/asociaciones de ayllus y comunidades de los pueblos indígenas de la parte altiplánica boliviana.2 Para una persona que vivía esta época, nada era muy extraño. El énfasis estaba en lo indígena, y los nombres de esas agrupaciones se presentaban idénticos a los de las llamadas “naciones” o “grupos étnicos” del siglo XVI que se encuentran en un mapa en el libro de la investigadora francesa Thérèse Bousse Cassagne (1980), que tuvo una gran difusión. Cualquier persona que comparara territorios y nombres podría concluir señalando la gran continuidad entre el siglo XVI y el XXI. Nada parece extraño dado que Bolivia, frente a sus vecinos, es un país mucho más indígena, con un ca1 Este trabajo es una versión modificada del artículo publicado en inglés en la compilación realizada por Deborah Poole, 2008. En general, el período de análisis iba hasta el año 2005. Para esta ocasión, hemos extendido el análisis hasta hoy, pero si bien se proporcionan algunos hitos fundamentales entre el 2005 y el 2018, esta etapa no ha sido explorada con igual profundidad. De ahí también que no se consigna la abundante bibliografía post 2007, particularmente sobre Evo Morales y el MAS. 2 La organización más antigua, la Federación de Ayllus del Sur de Oruro tiene sin embargo menos de 20 años (1986). Federación de Ayllus y comunidades de la Provincia Ingavi o FACOPI, o de la Federación de Ayllus del Norte de Potosí (FAONPI). Estas organizaciones que constituyen asociaciones de ayllus y comunidades, junto con los nombres citados como circunscripciones, lejos de ser pervivencias son recomposiciones contemporáneas basadas en la estructura segmentaria de las comunidades y en los contenidos del trabajo antropológico, histórico y etnohistórico realizado precisamente en los últimos veinte años. pitalismo tardío y desigual, y sin la experiencia de recibir grandes olas migratorias. Y sin embargo nada sería más erróneo y equívoco porque esa similitud revela más bien una reinvención contemporánea en base a las investigaciones históricas. De hecho, esos grupos indígenas estaban conformadas también por campesinos, muchos de ellos integraron sindicatos unas décadas atrás; muchos articulaban su economía con los ingresos que les proporcionaba el transporte en sus propios camiones, y muchos también vivían de trabajos temporales en diversos pueblos y ciudades, minas y grandes centros de producción agraria como los ingenios azucareros. La similitud entre los nombres de los grupos del siglo XVI y los del siglo XXI expresa también un doble fenómeno: por un lado, la visibilización de los actores como pueblos indígenas sin mención a otras identificaciones laborales, lo que supone que se dio, en gran parte, un cambio de paradigma: del análisis de clase con su sujeto privilegiado, el del proletario, al de la “etnia” y pueblo indígena, con su sujeto privilegiado, el indio. Por otro lado, la apropiación de parte de esos grupos indígenas y campesinos de los resultados de algunas investigaciones académicas, lo que ayudó a recrear su identificación y luchas en esa cartografía particular. No se trata, por tanto, de una “imposición” del saber y el poder de los intelectuales entre/sobre los/las indígenas, o de una imposición/maquinación de los intelectuales que se expresa en la afirmación de que fueron los antropólogos e historiadores que “inventaron” los pueblos indígenas. En otras palabras, se dieron importantes vínculos entre la academia y los actores sociales que es lo que nos interesa precisamente explorar, lo que supone analizar las conexiones, contactos y relaciones entre ellos. Planteamos que estas relaciones han sido de doble vía: los movimientos sociales influyeron e inspiraron a la academia a nivel de algunos de los temas y las problemáticas que abordaron; pero algunos de los resultados de las investigaciones fueron también reapropiados por los movimientos sociales. De ahí parte del título de este trabajo: el de puentes que se han establecido y se establecen constantemente. Se podría argüir que la interconexión que acabamos de mencionar no es ni peculiar ni particular ya que el presente influye directa e indirectamente en las preguntas y temas que los/las investigadores/as abordan. Me parece que esta relación es, en el caso de Bolivia, mucho más directa porque se ha tenido una tardía institucionalidad académica de la historia y sociología (por 1970) primero, de la antropología y arqueología (por 1980) después, y porque casi no existen centros y espacios para la investigación en la universidad o fuera de la universidad. Es decir que no se han construido espacios de reflexión sostenibles y autónomos. Los profesionales y académicos de ciencias humanas y sociales, alineados en general en la amplia gama de la izquierda, han sido nómadas trashumantes antes de la propia flexibilización, como parte de su eterna precariedad: es decir docentes de la universidad, consultores temporales, militantes, funcionarios estatales de mediano rango, e incluso importantes autoridades de gobierno. Son esos espacios habitados y recorridos que explican en gran parte las interconexiones y los flujos, los puentes que se han transitado y se transitan. Las investigaciones han proporcionado, por tanto, los argumentos académicos, es decir la legitimidad histórica como base para las demandas de los actores indígenas, que han ido desde la mayor participación política hasta el reconocimiento de sus territorios, autonomías e incluso fundación de nuevas naciones y países. En este proceso político y académico se ha generado también una mayor polarización y radicalización, pero también distancias y precipicios. La oposición dual entre “blancos”, en aymara q’aras, versus indígenas niega la compleja articulación e interrelación social, las múltiples identificaciones o no identificaciones de muchos grupos sociales populares y no populares. Pero también la diversa situación en otras regiones del país. De ahí que se fue estableciendo otra gran fractura, la de los conflictos regionales que han recurrido a sus propias reinvenciones, recubriendo igualmente, bajo términos esta vez regionales, los intereses económicos en juego. Así, las oposiciones étnicas (indígenas versus no indígenas), geográficas y poblacionales entre oriente (cambas) y occidente (collas), u oposiciones entre centralismo versus regionalismo, encubren también proyectos económicos y políticos en pugna bajo términos y lenguajes raciales. Trataremos de proporcionar parte de esta compleja e intrincada historia en tres partes que desarrollan algunas de las historias que ha tenido el país en los últimos cuarenta años. En la primera parte se mapea el desplazamiento de los análisis centrados en la clase en los años 70 a los centrados en la cultura y en lo étnico a partir de lo que en su momento era realmente marginal. Desde la historia y etnohistoria, esto significó el tránsito desde la visión de los vencidos hasta la negación de la derrota y la denuncia de la opresión (Oprimidos y no vencidos). En una segunda parte analizamos cómo se fueron “materializando” los antiguos territorios del siglo XVI en las nuevas federaciones de ayllus de fines del siglo XX. Las demandas territoriales se hicieron importantes en el contexto de la debatida “celebración” de 1992 que culminaría con la alianza del MNR (Movimiento Nacionalista Revolucionario) y el MRTKL (Movimiento Revolucionario Tupac Katari de Liberación) y con la vicepresidencia asumida por su dirigente aymara, Victor Hugo Cárdenas. La serie de reformas políticas y las medidas económicas de corte neoliberal dieron lugar, finalmente, a una importante crisis económica y a su impug- nación política que buscó una “Bolivia diferente” culminando de alguna manera con la demanda social de una Asamblea Constituyente (AC) en el contexto de la crisis política agudizada desde el 2000, materializándose luego en la elección de Evo Morales Ayma, un dirigente indígena “originario” de Oruro convertido en sindicalista cocalero en el Chapare, y de Álvaro García Linera, intelectual, miembro del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) primero y del grupo Comuna después. Terminamos el recorrido haciendo referencia a los puentes transitados, pero también a las distancias y precipicios que han surgido. De la explotación de clase a la opresión indígena “Un pueblo que oprime a otro no puede ser libre… Nosotros los campesinos… nos sentimos económicamente explotados y cultural y políticamente oprimidos. En Bolivia no ha habido una integración de culturas sino una superposición y dominación…” Manifiesto de Tiahuanaco, 1973 (Ticona, 1996: 7) A fines de los 60 y principios de los 70, el auge de los movimientos populares en América Latina desembocó, paulatinamente, en dictaduras militares. En Bolivia, después de la guerrilla del Che en 1967 y la Asamblea Popular o Poder Paralelo al Estado conformado por mineros y fabriles en 1970, se dio el golpe de estado que entronizaría a Hugo Banzer en 1971. Sin embargo, las corrientes marxistas continuaron dominando tanto en los movimientos políticos como en el análisis de las ciencias sociales. Conceptos claves en ese entonces eran modo de producción, formación social, antagonismo y contradicción de clases. La clase como categoría analítica que privilegiaba fundamentalmente aspectos económicos reconocía campesinos, procesos de des-campesinización o proletarización. La reivindicación predominante de los intelectuales iba hacia el proletario, el minero, el campesino o el pueblo. La toma y control de los espacios vanguardistas que habían existido hasta entonces, como la Universidad, así como el exilio de muchos de los/las intelectuales de la época, llevaron a un desplazamiento de actividades hacia instituciones nuevas, generalmente vinculadas a organizaciones religiosas. Dos de estas instituciones fueron el Instituto de Investigación cultural para la educación popular (INDICEP) y CIPCA. El INDICEP (1969), impulsado por el Oblato Santiago Gelinas. La institución tuvo un rol fundamental ya que sus labores estaban ancladas en los centros mineros propiciando la creación de la Radio Emisora Bolivia inaugurada en 1966. En el contexto de la época, la educación popular al estilo de Paulo Freire era modelo a seguir. Al ser una institución canadiense, era sensible a las diferenciaciones culturales, planteando la existencia de una dominación cultural y las pocas posibilidades que tenía todo proyecto político que no tomara en cuenta las fuerzas socio-culturales. En estas circunstancias INDICEP rescató, en un afiche, a la pareja indígena que había dirigido el gran levantamiento de fines del siglo XVIII, Julián Apaza, denominado Tupac Katari, y su compañera, Bartolina Sisa (En: Hurtado, 1986: 254 y 255). El Manifiesto de Tiahuanaco de 1973, que hoy se considera fundacional de los movimientos políticos indianistas, está relacionado con INDICEP. Se sostiene que fue elaborado por Raimundo Tambo, Rosendo Condori y J. Velarde con la colaboración de Gregorio Iriarte, un sacerdote oblato de INDICEP. Tambo fue uno de los promotores del movimiento sindical campesino autónomo y fundador del MRTKL o Movimiento Revolucionario Tupac Katari de Liberación (Hurtado,1 986: 58). El Manifiesto habría estado firmado también por otro fundador y dirigente sindical campesino como Genaro Flores (Dunkerley, 1987/2003: 264). La especificidad indígena en los 70 no era sin embargo dominante por lo que el Manifiesto de Tiahuanaco fue más bien marginal y excepcional. Algunos de los intelectuales más prestigiosos de la época - como Guillermo Lora, autor de varios tomos de la Historia del Movimiento Obrero, Régis Debray e incluso René Zavaleta - pensaban que las comunidades eran comarcas “gentilicias”, atrasadas, incapaces de lograr conciencia de clase, caracterizándolas incluso de infrapolíticas (Hurtado, 1986: 245). A fines de la década de los 70, lo indígena empezó a tomar más cuerpo. El partido MITKA o Movimiento Indígena Tupac Katari (fue fundado en 1978 y entre los fundadores figura el sacerdote Julio Tumiri que estuvo involucrado también en la institución previa MINK’A (término quechua que alude a un sistema de trabajo colectivo), planteando en su periódico Collasuyo, la recuperación de la “identidad del boliviano en base a una política de vida comunitaria de cariz socialista, sin identificarnos con la lucha política de las organizaciones tradicionales como ser la izquierda y derecha” (Dunkerley, 1987/2003: 262-263). La persona más influyente fue Ramiro Reinaga, hijo de Fausto Reinaga, uno de los primeros intelectuales indianistas. Uno de sus documentos muestra que se buscaba demostrar que la posición ideológica era una consecuencia directa y lógica del saber que es el que otorga sustento y legitimidad a la posición política: El MITKA tiene al indianismo como base ideológica. … es una ideología constituida por el aporte de centenares de científicos de toda nacionalidad que desde diferentes ramas del saber, a través de sus investigaciones, ha aportado al esclarecimiento de la realidad… En efecto, la arqueología, la antropología, la psicología social, la lingüística, etc… han desenterrado misterios, interpretado acontecimientos así … aflora una conciencia histórica y un pensamiento milenario (Hurtado, 1986: 264). La academia en esta época estaba también efervescente. Algunos jóvenes académicos de Inglaterra y Francia, principalmente, se habían vinculado al país a través de sus tesis doctorales. Otro grupo de bolivianos salía de las nuevas carreras de historia y sociología. Activos políticamente contra la dictadura de Banzer e imbuidos por la utopía de una sociedad más igualitaria y hasta socialista, se acercaban unos más que otros y desde distintas perspectivas a lo popular y a los sujetos proletarios y campesinos. Paralelamente, las pocas ONGs, principalmente religiosas, empezaron a acoger a los profesionales que habían quedado sin trabajo por el cierre de la Universidad por la dictadura en 1972 o habían sido excluidos una vez reabierta. Estas instituciones tuvieron un rol fundamental en la difusión de trabajos académicos. CIPCA, otra organización religiosa como INDICEP, fue fundada en enero de 1971, liderada inicialmente por el sacerdote catalán Xavier Albó, nacionalizado luego como boliviano. La institución buscó fortalecer las organizaciones campesinas primero y luchar contra la dictadura después. No resulta casual que una de sus principales actividades fuera la realización de una novela sobre Tupac Katari (Hurtado, 1986: 256). CIPCA, dirigida por el antropólogo, lingüista y jesuita X. Albó, tenía, para 1978, 14 publicaciones en su serie “Cuadernos de Investigación” y 19 en su serie “Cuadernos Serie Popular”. Entre ellos se encuentran trabajos fundamentales como los de Albó (Esposos, Suegros y Padrinos, 1973; El futuro de los idiomas oprimidos, 1973; La paradoja aymara, 1975, Khitipxtansa, 1977), Barnadas (Apuntes para una historia Aymara, 1975), Harris (junto con Albó, Monteras y Guardatojos, 1975), Platt (Espejos y Maíz, 1976). Otra institución importante fue CERES (Centro de Estudios sobre la Realidad Económica y Social) dirigida también por un antropólogo, Jorge Dandler, que agrupó a investigadores provenientes ante todo de la sociología como Fernando Calderón, Juan Torrico, José Blanes, entre otros. Su tarea editorial fue importante y entre sus publicaciones destacan los trabajos de la historiadora Brooke Larson sobre Cochabamba y la de Gonzalo Flores sobre los movimientos campesinos entre 1913 y 1917. Una parte de los profesionales e intelectuales de estas instituciones confluyeron en 1978 en dos números de una nueva revista, Avances, que marca la época y tiene en este sentido mucha trascendencia. Allí figuran Silvia Rivera, René Arze, Roberto Choque, Gustavo Rodríguez, Enrique Tandeter, Tristan Platt, Olivia Harris, John V. Murra, Ramiro Condarco Morales, Thierry Saignes, Gustavo Rodríguez, Brooke Larson, Xavier Albó, entre otros. Este grupo, aunque muy diverso, compartió la necesidad imperiosa que sentían de cuestionarse la realidad boliviana reivindicando las "raíces indígenas" del país no sólo como "voz de rechazo" a los mitos ampliamente divulgados como la "inercia india", el "progreso", etc., sino también como alternativa y base para "el florecimiento económico y cultural en este macizo boliviano" (Editorial Avances 1). Los dos únicos números reflejan claramente las influencias de la época: la etnohistoria en el primero, el marxismo en el segundo. En Avances 1, tres temas fueron privilegiados. El primero, sobre el control vertical, implicaba poner fin a los interminables debates sobre el modo de producción de los Incas. Implicaba también, situar junto a John V. Murra, a Ramiro Condarco Morales, un autor boliviano que había planteado lo mismo que Murra bajo el nombre de “simbiosis interzonal” y había sido el primero, en 1965, en resaltar el rol del líder indígena Zárate Willka a fines del siglo XIX. El segundo tema, de los caciques (Rivera, Choque y Arze), se inscribía en la necesidad de “desentrañar la complejidad de la articulación andina e ibérica” (Ibid.:5) en la ruta abierta por Nathan Wachtel y Nicolás Sánchez Albornoz. El tercer tema, que incluía artículos de Tristan Platt y Enrique Tandeter, buscaba analizar la especificidad del hecho colonial. Avances, en su segundo y último número, incursionó en una nueva problemática: el latifundio y la oligarquía. Allí se encuentran estudios clásicos como los trabajos de Rivera y Rodríguez que trataban de comprender cómo la expansión latifundista se había dado en el período republicano y no así colonial y cómo se habían articulado relaciones feudales con relaciones capitalistas. El análisis de las relaciones de producción en las haciendas fue también vital concentrando la atención de Albó, Rojas y Larson. Finalmente, la revista tuvo la virtud e incorporar artículos de investigadores del Perú y Ecuador, como los de Andrés Guerrero y Alberto Flores Galindo, introduciendo la comparatividad. Finalmente, se incluía el testimonio y la voz de un ex-colono de hacienda. Nuevos investigadores, temas, regiones y publicaciones habían entonces emergido. Albó con sus trabajos lingüísticos y sobre la organización compleja de una comunidad andina como Jesús de Machaqa; la etnografía considerada clásica de William Carter y Mauricio Mamani sobre una comunidad cercana a la ciudad de La Paz, pero también sus variados estudios sobre la coca; el énfasis en los ayllus y las sociedades segmentadas, en la articulación ecológica, en el simbolismo dual y en la economía étnica de Platt y Harris, entre otros, constituían la vertiente antropológica. Desde la sociología, en cambio, el CERES y sus directivos (Fernando Calderón y Jorge Dandler) re- flexionaban sobre el campesinado, su fuerza en los movimientos, el Estado anticampesino (Miguel Urioste), pero también su proletarización. Finalmente, entre los bolivianistas extranjeros, Wachtel articuló el trabajo antropológico e histórico mientras que alumnos suyos como Thérèse Bouysse Cassagne y Thierry Saignes se dirigieron más bien a la historia de los indígenas. Paralelamente, desde la flamante carrera de historia en La Paz, René Arce, con su tesis sobre la participación popular en las guerras de la Independencia encontraba caciques, movimientos y cercos indígenas... Roberto Choque, por su parte, desmitificaba a los “revolucionarios” de un movimiento independentista y empezaba a volcarse hacia los caciques indígenas del siglo XVI. Pero si bien entre 1977 y 1980 la etnohistoria y la antropología conocieron su "auge", ellas aglutinaban a sólo pequeños grupos. Hablar del control vertical en la carrera de sociología, y referirse a Murra bastaba para ser tildado de reaccionario, de utilizar un discurso que escondía las relaciones de producción, de explotación y clase. De la misma manera, referirse al discurso "liberal" de fines del siglo XIX y a la oposición de las comunidades al estado, no llegaba a muchos: lo que se discutía aun fervorosamente era la descampesinización, la presencia de diferencias de clase en el seno de las comunidades. La presencia y reivindicación de las mujeres era casi inexistente. El contrapunto a las publicaciones en Bolivia fue el número de Annales de Paris consagrado a las sociedades andinas y coordinado por Nathan Wachtel y John V. Murra. A diferencia de la revista Avances, donde los autores eran tanto bolivianos como no bolivianos, en Annales, de 18 autores, ni uno solo era boliviano. El volumen articulaba también la antropología y la historia. Planteaba, de inicio, que estábamos frente a un impasse: entre las visiones sobre el “macrocosmos” del Estado Inca y el microcosmos de la comunidad contemporánea sin la dinámica histórica de relación entre ambos (Annales, 1980: 890). La perspectiva introducida por Murra fue en ese sentido fundamental. Permitía vincular las etnias de base de la organización del Estado Inca estableciendo el puente con las comunidades actuales. De hecho, la compilación incluyó una parte denominada “De las Etnias a las Comunidades” centrada en los cambios de las estructuras prehispánicas y el proceso de su fragmentación dando lugar a las comunidades indígenas. A pesar del énfasis en los reajustes y cambios coloniales, analizados fundamentalmente por Wachtel y Saignes, fueron las continuidades o más bien las estructuras las que predominaron en la segunda parte de la revista donde se analizan las lógicas de los antiguos sistemas.3 3 El análisis estructural estuvo particularmente presente en los trabajos de R. T. Zuidema sobre los ceques y las redes de irrigación en el imperio Inca; en la organización espacial de los Aymaras en el siglo El conjunto de publicaciones marcó un cambio en la orientación de los trabajos, en la tónica del libro de Wachtel, La visión de los Vencidos. En los 80, un trabajo tan citado como el anterior fue La identidad aymara de Bouysse Cassagne que incluía el mapa sobre los señoríos en el siglo XVI, al que ya nos referimos. Su increíble difusión se debió a que graficaba territorial y espacialmente a esas “naciones” pero sobre todo porque materializaba y verbalizaba una unidad: lo aymara. Junto con el trabajo de Murra sobre los Lupaqas, y la síntesis de Saignes, iniciaron una serie de investigaciones sobre la reconstrucción de las grandes unidades políticas a fines del siglo XVI, sobre los Urus (Wachtel), Carangas (Riviere), Qaraqaras y Charcas (Platt, Saignes, Bouysse Cassagne, Harris, Arze y Medinaceli, y Del Río por otra parte), sobre la confederación Quillacas (Espinoza Soriano, Abercrombie, Molina Rivero y Barragán), sobre los Soras (Del Río) y sobre los valles (Presta y Del Río, Barragán, etc.). Este conjunto de estudios fue fundamental para la consolidación del término “aymara”, reemplazando en gran parte al término de Collas que hasta entonces era más común, dando también el sustento territorial a la distribución lingüística analizada por Albó. Los trabajos históricos fueron además delineando los principales hitos y cambios a lo largo del tiempo. Ya en los 80 se produjeron algunos cambios fundamentales en el contexto político nacional. Las condiciones de la academia y la situación política en Bolivia originaron rumbos distintos. Los jóvenes bolivianistas (extranjeros) continuaron su trayectoria intelectual en puestos académicos en sus países de origen. Los/las investigadores bolivianos/as, por su parte, se dispersaron por la dictadura de García Meza en 1980 iniciando también un proceso de distanciamiento político e ideológico entre ellos a partir de las posibilidades políticas de entonces. Y es precisamente en este periodo cuando se dio una mayor vinculación entre el movimiento indígena y la producción intelectual. Una de sus mayores expresiones fue el libro de Silvia Rivera Cusicanqui de 1984, Oprimidos pero no Vencidos. Luchas del campesinado aymara y qhechwa, 1900-1980. Se sostiene que la oración “Oprimidos pero no vencidos”, en directa alusión al libro de Wachtel, La Visión de los Vencidos, correspondería a Barnadas (cf. Hurtado, 1986: 92). Rivera había planteado la explotación que tenían los campesinos como productores (antagonismos de clase) pero también la opresión colonial como sociedad y cultura. Y esta visión había sido planteada por Víctor Hugo Cárdenas, dirigente del MRTK (Movimiento revolucionario Tupac Katari), en 1978: XVI de T. Bouysse Cassagne y en las comunidades de los Macha y Laymi de Platt y Harris (Annales, 1980) En Bolivia, el problema de las grandes nacionalidades aymara, quechua, guaraní, para la gente de izquierda, es un problema que no existe. Ellos no ven: ése es uno de sus grandes errores. Por ejemplo, nosotros somos muchos los que…nos reclamamos de la corriente katarista. Inmediatamente nos califican de racistas. Es también evidente para nosotros que los obreros así lo empiezan a comprender. Este puede ser un fenómeno nuevo (1978). La idea de que había no solo explotación sino también “opresión... racismo [y] desprecio” estaba presente en la propia Tesis política de la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) de 1978 y 1979 que Silvia Rivera incluyó, al final de su libro (Tesis política. II Congreso Nacional de la CSUTCB. La Paz, 1983. Ver también Ticona, 1996: 9 y 22). De ahí que se plantaba una sociedad sin explotación ni opresión y, posiblemente por primera vez, “un Estado plurinacional” (En: Rivera, 1984: 185-187). Fue también entonces, el año 1983, que Silvia Rivera fundó el Taller de Historia Oral Andina (THOA). El rol de Rivera fue fundamental en la formación y emergencia de una intelectualidad aymara (sobre el rol e impacto del THOA ver Stephenson, 2000). Paralelamente, el sindicalismo independiente y el crecimiento y consolidación del movimiento katarista fundado en la ciudad de La Paz en 1978 y ligado en sus orígenes a migrantes rurales (Hurtado, 1986: 32-33) se fue consolidando y convirtiéndose en la corriente dominante. De proletarios y campesinos a indígenas y pueblos indígenas 1985-1992 fue crucial para los cambios que se analizan. Los acontecimientos externos e internos posibilitaron un cambio del sujeto central protagonista: del obrero proletario y minero al indígena, pero sobre todo a los pueblos indígenas. A nivel mundial, las reformas de Gorbachov y los cambios políticos en el este de Europa culminaron simbólicamente en el derrumbe del muro de Berlín (1989). A nivel interno, la alianza de los partidos de izquierda en la UDP o Unidad Democrática Popular, tomó el poder en 1982 con mucha expectativa y apoyo social, pero se derrumbó en 1985. La crisis económica, la oposición de los partidos de derecha, las presiones sociales por incrementos salariales en una inflación sin precedentes y por una mayor radicalidad del gobierno, culminaron en 1985 con la toma de la ciudad de La Paz por más de 12.000 mineros exigiendo la renuncia del presidente. El elegido fue Víctor Paz Estensoro. La primera medida de Paz Estensoro fue una política económica neoliberal que estabilizó la eco- nomía a un precio social altísimo con el despido de más de 20.000 trabajadores mineros. La Central Obrera Boliviana (COB) se debilitó y los mineros proletarios perdieron su liderazgo. Paralelamente, el derrumbe de los referentes que hasta entonces habían sido vitales para los partidos de izquierda, significó la crisis de esos partidos y su fragmentación. En estas circunstancias, nuevos partidos que invocaban lo “popular” fueron emergiendo (CONDEPA o Conciencia de Patria y UCS o la Unión Cívica Solidaridad en 1988), pero también, y a ritmos diversos, varias corrientes más indianistas. Desde la academia y desde sus vinculaciones con las sociedades indígenas, el énfasis en la etnicidad y la diversidad cultural empezó a predominar. En este proceso, una línea que en la época se llamó etnodesarrollo, fue impulsada por los antropólogos Gabriel Martínez y Verónica Cereceda en ASUR Chuquisaca. Ambos se dedicaron, durante más de 20 años, a impulsar los tejidos de las comunidades como obras de arte en un complejo proceso de recuperación de la memoria y las técnicas, de creatividad e innovación. Desde la historia y la “etnohistoria”, se fueron reconstituyendo los nombres y la organización política y social de los grupos que existían a la llegada de los españoles, delineando también los procesos de “desestructuración” que tuvieron. Fueron surgiendo luego, procesos de “reestructuración” desde 1987 en la región de Quillacas. La “reconstitución del ayllu” fue luego convertida en la política del Taller de Historia Oral Andina (THOA) creado por la socióloga Silvia Rivera con investigadores aymaras, sobre todo a partir de 1993, como parte de acciones de “partir de lo propio” y de acciones de “descolonización” (Choque y Mamani Condori, 2001: 205, 211 y 217). La línea de territorializar los ayllus dio lugar, en 1995, a un gran mapa de los ayllus y comunidades rurales del departamento de Potosí dirigido por el sociólogo y antropólogo Ricardo Calla. Todo este proceso fue fundamental para que se planteara, luego, la titulación de Tierras Comunitarias de Origen (de comunidades) y no la titulación a solo personas particulares e individuales. ORGANIZACIONES FUNDACION Federación de Ayllus del Sur de Oruro (FASOR) 1987 (según Molina Rivero*), noviembre 1989 Quillacas 1992 (según Molina Rivero*) 29 de agosto de 1993 en el ayllu Karacha 1 de enero de 1993 en Federación de Ayllus Originarios del Norte de Potosí (FAONP) Federación de Ayllus y Comunidades Origi- ONGs vinculadas y antropólogos ASUR Ramiro Molina Rivero THOA Silvia Rivera, narias de la Provincia Ingavi (FACOPI) Tiwanaku (12 ayllus de Jesús de Machaqa) 1995 Carlos Mamani, M. E. Choque; CIPCA, Xavier Albó THOA Federación de Ayllus y Marcas Qhichuaaymara de la Provincia Muñecas (FAMQAPM) Federación de Comunidades Originarias y THOA Ayllus de la Marka de Achacachi, Prov. Omasuyos (CACOU) Fuente: las tres primeras filas provienen de Ticona, 1996. CEDOIN. CSTUCB. Trayectoria y desafíos. La fuente para las dos últimas filas es www.aymaranet.org/thoa.html. La última columna la añadimos nosotros. * Información oral de Molina Rivero. Todo esto fue re-creación y re-invención. Es esta situación la que se aprecia en las intervenciones de algunos indígenas en 1991: ¿Quiénes somos finalmente? Aún no se ha respondido… Necesitamos una ideología propia, sobre la base de la cultura y de la actual realidad de explotación (Juan de la Cruz Villca, en: Cuadros 1991: 117). Cuando hablamos de los 500 años debemos plantearnos … buscar nuestra propia identidad; si realmente somos indios, indígenas, campesinos, etnias, ciudadanos de segunda clase o si somos bolivianos. Yo creo que no somos ninguna de esas denominaciones. ¿Cuál es nuestra propia identidad cultural y nacional? (Ibid,118). Estos testimonios expresan una búsqueda casi angustiosa de definición y certidumbre. El último recorre además las apelaciones que se dieron a través de la historia: los indios del período colonial fueron transformados en indígenas en el siglo XIX, en campesinos a partir de la revolución del 52, en etnias a partir de los años setenta, pero también, en otro registro, en ciudadanos o en bolivianos. Todos ellos cargados de historia, de exclusiones, pero también como si todos ellos tuvieran que ser mutuamente excluyentes. Por entonces y en todas partes del mundo hispano hablante, se discutía sobre los 500 años del “descubrimiento” de América en 1992. En Bolivia se tuvo la histórica “Marcha por la Dignidad y el Territorio” (1990) de los indígenas de las tierras bajas que caminaron días y días hasta llegar a La Paz, pidiendo el reconocimiento de los territorios de diversos grupos étnicos. Importante para resaltar es que aquí se habla ya de “territorios” y no de “tierras”. Es decir que se había ido de la concepción de que la tierra pertenecía a quien la trabajaba al del territorio que enfatizaba el derecho colectivo de los distintos pueblos (Calla y Molina, 2003: 63) que fue particularmente importante después del cuarto congreso de la CIDOB (Central de Indígenas del Oriente de Bolivia), que tenía relaciones con la OIT (Soliz, 2002: 68-92). La acción de ONGs (particularmente UNITAS o Unión Nacional de Instituciones para el trabajo de Acción Social que reunía a más de 40 instituciones, así como la de CIPCA o Centro de Investigaciones y Promoción del Campesinado), el trabajo de los líderes indígenas, sindicales, e intelectuales, fue la publicación de dos libros, en 1991, que fueron producto de seminarios. El primer libro, La Revuelta de las Nacionalidades, articuló la corriente más indigenista y la corriente marxista. Indigenista porque el término revuelta se explicó como “vuelta y como cambio”, es decir lo que en aymara se llama pachakuti; marxista, porque se utilizó el término “nacionalidades”. Aquí se ponía de alguna manera fin al paradigma de la sociedad mestiza enarbolada desde la Revolución de 1952, señalándose que los “mestizos” debían “reconocer que son minorías y … que existe un poder mayoritario que se tiene que expresar en los órganos de decisión y poder” (Ibid.:.48). Se impulsó, también, la creación de la Asamblea de Unidad de Naciones Originarias que unificaba la CSUTCB (Confederación Sindical de Trabajadores Campesinas de Bolivia) de las tierras altas y el CIDOB (Centro de Indígenas del Oriente Boliviano) de las tierras bajas para la autodeterminación de las “diversas naciones” en el “ejercicio de una verdadera democracia”. Se establecieron también comisiones para la elaboración de propuestas políticas, proponiéndose la redacción de una nueva Constitución Política del Estado y formas de representación distintas al parlamento (Cuadros 1991: 51). En este contexto, el antropólogo jesuita Xavier Albó presentó “El proyecto histórico popular” desde “la perspectiva campesina” que planteó la existencia de pueblos y naciones con derecho territorial y la construcción de un nuevo Estado pluricultural y plurinacional” (Ibid.: 131). En el debate que se transcribió se escucharon los siguientes testimonios de indígenas: Debemos proyectarnos para que en octubre de 1992 constituyamos la gran Confederación de Ayllus, que tiene que ser el Estado multinacional, el Tawantinsuyo, la Nueva República. Consideremos la etapa republicana como un pequeño paso – tal vez como un tropiezo, nada más – (Ibid.:.135). Si queremos entender a las nacionalidades, tenemos que sacarnos el chaleco de fuerza del sindicalismo, y si queremos entender el Tawantinsuyo, tenemos que sacarnos el chaleco de la bolivianidad (Ibid.: 137). El Tawantinsuyo, es decir el antiguo estado Inca, se convirtió entonces en el símbolo del pasado pero como proyecto del futuro. Pero lo que vemos también en el párrafo es que empiezan a oponerse, de manera excluyente, algunas perspectivas: nacionalidades como antítesis de sindicalismo - cuando el propio katarismo emergió de él -; Tawantinsuyo como antítesis de bolivianidad. El otro libro clave, del mismo año que el anterior, fue la publicación de CIPCA Por una Bolivia diferente, que planteaba ser “una provocación” para debatir el Estado caracterizado como “colonialista y anti-campesino” (CIPACA, 1991: 9). Se propuso un proyecto de estado y sociedad con “una perspectiva campesina en su doble dimensión, como clase y nación” (Ibid.:11), una sociedad socialista igualitaria sin explotación de clase, democrática y autogestionaria a partir de la comunidad y la coexistencia de naciones, fundando, en lugar de un estado-nación, un estado multinacional (Ibid.: 19-22 y 64). Las sugerencias concretas llevaron al planteamiento de una “nueva Constitución del Estado Plurinacional” (Ibid.: 35). El Congreso debía estar formado por una representación de las naciones sub-estatales (la de los ayllus y comunidades) y no así por población (Ibid.: 24) y de las regiones representadas proporcionalmente a su peso demográfico (Ibid.: 164, 165). El Poder Ejecutivo debía estar conformado también por organizaciones clasistas como la COB, la CSUTCB, los sindicatos, organizaciones productivas, etc. (Ibid.: 35-36). El libro tuvo la participación de más de 32 intelectuales provenientes de diversas profesiones como regiones; de instituciones académicas y universidades como el Centro Boliviano de Estudios Multidisciplinarios (CEBEM), el Instituto Latinoamericano de Investigaciones Sociales (ILDI) o la Facultad Latinoamericana en Ciencias Sociales (FLACSO); de ONGS (CIDDEBENI o Centro de Investigación y Documentación del Beni, CIPCA o Centro de Investigación y Promoción del Campesinado); de algunos de partidos políticos progresistas (como era entonces el MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionario, IU o Izquierda Unida y MRTKL); y medios de prensa (Aquí, CEDOIN o Centro de Documentación e Información), aunque hubo una sola mujer! (Zulema Lehm). Otra importante manifestación, en 1991 también, fue la aparición del Ejército Guerrillero Tupac Katari (EGTK) dirigido por Felipe Quispe que se denominaría “el Mallku” (nombre de las antiguas y más altas autoridades de las comunidades) y sería el máximo representante de la Confederación Sindical de Trabajadores Campesinos de Bolivia (CSUTCB) en la que participaron Álvaro García Linera, el futuro Vice Presidente, y Raquel Gutiérrez, hoy una importante intelectual en México. En este contexto se entiende por qué un empresario como Gonzalo Sánchez de Lozada (“Goni”), del MNR, y que representaba el neoliberalismo, invitara como su Vicepresidente a Víctor Hugo Cárdenas, hijo de un profesor rural aymara que en La Paz estudió filosofía y educación, y fue precisamente el máximo líder del MRTKL (Movimiento Revolucionario Tupac Katari), corriente dominante hasta entonces en la Confederación de Campesinos y un activo intelectual en todos los seminarios que mencionamos. El discurso de Cárdenas, el día de su posesión en 1993, incluyó párrafos en aymara, quechua y guaraní anunciando que se iniciaba una nueva era, es decir un pachakuti. El contribuyó a la reformulación de la Constitución Política del Estado en 1994 que por primera vez señaló que Bolivia tenía un carácter multiétnico y pluricultural; favoreció la educación intercultural bilingüe y el reconocimiento jurídico de las comunidades - junto con la formalización del término de pueblos indígenas y originarios y el territorio- en el marco de la nueva Ley de Participación Popular. Aunque su paso por el Estado es evaluado de diversas maneras, desde los que piensan que fue una traición hasta que fue un simple símbolo y adorno del sistema neo-liberal, es indudable que fue un hito. Me interesa resaltar dos cambios que considero fundamentales porque marcaron la dinámica política y social de la década siguiente: se trata del tránsito del reconocimiento del “indígena” al reconocimiento del “pueblo indígena” y de la “tierra” al “territorio”, que ya señalamos. El término utilizado por la Ley de Participación Popular promulgado por el régimen neo-liberal, fue el de Pueblo indígena que implica indudablemente un reconocimiento colectivo. El término había generado discusión en las propias Naciones Unidas donde se asociaba con el derecho a la autodeterminación (Velasco, 2001: 24). De manera paralela, el cambio de la tierra al territorio se materializó en lo que se conoce como Tierras Comunitarios de Origen (TCO) en la ley 1715 o del Instituto de Reforma Agraria (INRA): La denominación de tierras comunitarias de origen [TCO] comprende el concepto de territorio indígena, de conformidad a la definición establecida en la parte II del Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, ratificado mediante Ley 1257 de 11 de julio de 1991. Los títulos de tierras comunitarias de origen otorgan en favor de los pueblos y comunidades indígenas y originarias la propiedad colectiva sobre sus tierras reconociéndoles el derecho a participar del uso y aprovechamiento sostenible de los recursos naturales renovables existentes en ellas (Art. 3, III de la Ley 1715, 18 de octubre de 1996). La TCO constituye además una instancia gubernativa porque se determinó que las decisiones sobre la distribución de las tierras ya no eran atribución estatal, sino comunal y de acuerdo a sus normas y costumbres (Art. 3, III de la Ley 1715, 18 de octubre de 1996). Esta situación se explica en primer lugar, porque el proceso estuvo relacionado al Convenio 169 de la OIT firmado por Bolivia en 1991 que implica un reconocimiento del territorio y el respeto y protección de los derechos sociales, económicos y culturales de los pueblos. En segundo lugar, porque la alianza del MNR con el Movimiento Katarista (MRTKL) implicó que varios profesionales ligados de una y otra manera a los movimientos participaran directa e indirectamente en la formulación, gestión, asesoramiento y políticas de ese gobierno.4 Pero todo esto se dio en el primer gobierno de Sánchez de Lozada (1993-1996). El segundo lo llevaría rápidamente a su derrumbe y, sobre todo, a una nueva etapa en Bolivia. La crisis económica como consecuencia de las políticas neoliberales fue generando un gran descontento social. La Guerra del Agua de Cochabamba del año 2000 a raíz de la privatización de las empresas marcó el inició de un nuevo ciclo. Fue un movimiento urbano que masivamente, y en alianza con movilizaciones campesinas, se opuso a un incremento de precios logrando que el gobierno rompiera el contrato con la Multinacional Aguas del Tunari que tuvo que abandonar el país (Assies, 2001). En este contexto emergió un grupo intelectual calificado de anti-sistémico, denominado Comuna – con su doble referente, el de la Comuna de Paris pero también el de las comunidades y ayllus -, entre los que sobresalen Álvaro García Linera (que se había alejado de Felipe Quispe), Raquel Gutiérrez, Raúl Prada y Luis Tapia. Lo que hizo este movimiento es articular la visión cultural, étnico-nacional - presente con fuerza entre historiadores y antropólogos - con el marxismo. Ellos tuvieron un rol importante en la deslegitimación académica y social más amplia de los partidos políticos así como en la legitimidad de las nuevas formas de organización y protesta. La efervescencia social y los levantamientos del 2001 fueron muy importantes para el rumbo que tomaría el país. En ellos, un actor central continuó siendo el Mallku (Felipe Quispe), que fue además Secretario de la Confederación Sindical de Trabajadores Campesinos y estudiante de la Carrera de Historia. Había estado antes en MITKA y, a partir de 1988, en la Ofensiva Roja de Ayllus Kataristas cuya rama armada fue en 1991-1992 el EGTK o Ejército Guerrillero Tupaj Katari (Albó, 2002: 80). Fue él quien puso un dedo en la llaga al plantear que existían dos Bolivias. La metáfora era indudablemente poderosa y tiene su antecedente directo e indirecto en el “cismo” de la sociedad del cual habló Silvia Rivera haciendo referencia a la reproducción de las dos repúblicas heredadas de la colonia y al colonialismo interno (1984: 16). 4 Entre los ejemplos más conocidos hay que citar, a Xavier Albó que fue asesor de la Reforma Educativa o muy estrechamente ligado al proceso; de Iván Arias, en la Vicepresidencia; de Ramiro Molina Rivero, primer Subsecretario de Asuntos Étnicos, de Género y Generacionales, junto con la importante figura de Sonia Montaño, que inició las políticas de género desde el Estado; de Gonzalo Rojas Ortuste que trabajó previamente en CIPCA y estuvo de Director de Participación Popular, o de Miguel Urioste relacionado a la Ley INRA. El largo proceso que fue de la negación de lo étnico, de la cultura y de los pueblos indígenas a su centralidad y exaltación, y sobre todo a su materialidad política culminó en la votación del año 2002, por primera vez tan masiva, para partidos y candidatos indígenas como el MAS (Movimiento al Socialismo), liderado por Evo Morales y el MIP (Movimiento Indígena Pachakuti) liderado por Felipe Quispe o el Mallku. Ello supuso la elección de una bancada indígena de más de 42 parlamentarios, 33 diputados y 8 senadores. Finalmente, la crisis de octubre del 2003 en lo que se ha denominado la “Guerra del Gas” y que culminó en la renuncia obligada de Sánchez de Lozada significó que la Asamblea Constituyente se hizo viable. En otras palabras, la posibilidad de renovación de un nuevo pacto político presente en la Bolivia Diferente de CIPCA del año 1991 y en el libro del grupo Comuna del año 2001 titulado Tiempos de Rebelión, se presentó, el año 2005, en la agenda nacional. De puentes y precipicios A través del recorrido realizado, los procesos de interrelación que son los puentes transitados entre grupos heterogéneos como ONGs, antropólogos, historiadores, sociólogos, dirigentes de los movimientos, son evidentes. Son estas articulaciones las que han permitido cambios jurídicos y legales como la declaración de multiculturalismo de la Constitución Política del Estado del año 1994 (en el gobierno de Sánchez de Lozada y Víctor Hugo Cárdenas); el concepto de pueblo indígena y originario, la legislación sobre las Tierras Comunitarias de Origen o TCOs. Los términos de territorio y pueblo indígena, del ayllu como instancia económica, política, social y de gobierno, la historia de las expoliaciones de las tierras comunitarias, y la dominación económica y política indígena, fueron temas fundamentales en la investigación etnohistórica, histórica y antropológica desde fines de los 70s, a la que contribuyó toda mi generación. Estos estudios no sólo dieron los fundamentos para esos cambios sino también los conceptos y términos utilizados. Pero en el proceso se abrieron también posiciones nacionalistas radicales que propusieron la disolución del estado y del país llamado Bolivia que casi dio lugar a una “guerra civil” el 2003. Rafael Archondo escribió entonces: la fractura del país es cuatro veces profunda, tiene un sesgo étnico (q’aras versus indios), uno regional (collas versus cambas), otro económico (ricos versus pobres) y finalmente un nuevo acento político (gobierno versus oposición). La división está servida y nadie debería celebrar. Agregue usted a la olla unos cuantos fusiles y odios milenarios y ‘esito sería todo’, que el último apague la luz (Archondo, 2003: 88) En las tierras altas de occidente, una de las posiciones radicales fue la del Mallku que planteó: Nosotros los indígenas tenemos nuestro propio territorio. Este territorio no es de los occidentales, de los colonizadores… Tenemos nuestra propia historia, nuestra propia filosofía, nuestras leyes, religión, idioma, hábitos y costumbres. Desde esta perspectiva, nosotros los aymaras nos consideramos una nación y de ahí la idea de autodeterminación. Nosotros no seguimos la bandera tricolor boliviana que cargan nuestros opresores, nosotros tenemos la wiphala Su propuesta era además “desideologizar” y “reindianizar” los propios “cerebros indios”. Señalaba también que, aunque se “derramara mucha sangre”, había que establecer la nación indígena.5 En las tierras bajas emergieron propuestas autonomistas y regionalistas lideradas por las élites de Santa Cruz que fueron formulando sus propuestas utilizando los mismos términos y argumentos nacionalistas que los grupos indígenas como el territorio, la identificación como pueblos distintos, y la necesidad de tener su propia autodeterminación. Los estudios y afirmaciones de “lo camba”, del “ser cruceño”, o del Oriente, fueron su expresión. El grupo de extrema derecha de la Nación Camba (su representante fue llamado en su momento el Mallku de Oriente) planteó, en lugar del “colonialismo interno”, el “centralismo estatal explotador de las colonias”, aludiendo a las regiones del Oriente y Santa Cruz. Estas “colonias” fueron conceptualizadas además como naciones mestizas oprimidas por ese estado, por lo que proclamaban la búsqueda de su liberación y autonomía. Enarbolando esos argumentos, el Comité Cívico de Santa Cruz pidió, en la crisis política de octubre del 2003, la “Refundación del País” y el establecimiento de una nueva República6. La crisis política culminó, sin embargo, en el acorralamiento del gobierno neoliberal de Sánchez de Lozada obligado a dimitir el 2003, convocándose a elecciones el 2005. Evo Morales Ayma, dirigente cocalero que había ingresado como parlamentario en 1997, en la época del neoliberalismo, empezó a enarbolar tanto las banderas de los pueblos indígenas como el discurso indígena que no habían estado tan presentes en su época temprana. Evo Morales, aliado con el intelectual del grupo Comuna, Álvaro García Linera, ganaron las elecciones. En enero del 2006 se posesionaron en las ruinas 5 Entrevista a Felipe Quispe. En: wwww.narconews.com/issue17/felipe1es.html (15 de Enero de 2002). “Para una nueva República”. 17 de octubre del 2003, en la página web del Comité ProSanta Cruz: http:// www.comiteprosantacruz.org /comite/ pronunciamientos/ nuevarepublica. htm) 6 de Tiahuanaco donde Evo fue prácticamente coronado como Apu Mallku o líder supremo en una ceremonia cargada de simbolismo. Morales y García Linera convocaron casi inmediatamente a la nueva Asamblea Constituyente que tuvo lugar el 2007. La nueva Constitución Política aprobada tiene como preámbulo, una especie de declaración casi bíblica que señala: En tiempos inmemoriales … Poblamos esta sagrada Madre Tierra con rostros diferentes, y comprendimos desde entonces la pluralidad vigente de todas las cosas y nuestra diversidad como seres y culturas. Así́ conformamos nuestros pueblos, y jamás comprendimos el racismo hasta que lo sufrimos desde los funestos tiempos de la colonia. El pueblo boliviano, de composición plural, desde la profundidad de la historia, inspirado en las luchas del pasado, en la sublevación indígena anticolonial, en la independencia, en las luchas populares de liberación, en las marchas indígenas, sociales y sindicales, en las guerras del agua y de octubre, en las luchas por la tierra y territorio, y con la memoria de nuestros mártires, construimos un nuevo Estado […] Dejamos en el pasado el Estado colonial, republicano y neoliberal. Asumimos el reto histórico de construir colectivamente el Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, que integra y articula los propósitos de avanzar hacia una Bolivia democrática, productiva, portadora e inspiradora de la paz, comprometida con el desarrollo integral y con la libre determinación de los pueblos. Esta misma constitución puso fin a la República instaurada en 1825 proclamando, a partir de entonces, el Estado Plurinacional de Bolivia. El nuevo gobierno, conformado como resultado de la alianza entre el dirigente indígena y el dirigente intelectual retomó los recursos del país a través de la nacionalización, lo que ha dado al país una gran estabilidad económica. El mundo indígena se ha reafirmado con fuerza y orgullo y no hay duda que se han vivido décadas con cambios importantes. Sin embargo, no se han dado las medidas para diversificar la economía hacia bases más sólidas y menos dependientes de los precios internacionales; no se han modificado las bases del empleo; se enarbola a la madre tierra pero se buscan y planifican carreteras e hidroeléctricas en las tierras bajas amazónicas con oposición incluso de los pueblos indígenas de esas tierras; se habla de una economía comunitaria opuesta a una economía neoliberal aunque gran parte de la población tiene que inventar sus fuentes de trabajo y todo el mundo vive del comercio y del contrabando; la propia agricultura campesina e indígena no abastece los mercados de alimentos que los reciben de los países vecinos; y hay una clara política de extensión de la frontera agrícola utilizada para la soja y los propios empresarios viven su bonanza. Los problemas de género no han sido precisamente los que han sido privilegiados de tal manera que la violencia, las violaciones y los feminicidios son problemas cotidianos. De ahí que el lema del grupo Mujeres Creando sea “No hay descolonización sin despatriarcalización”. El ejercicio de la política cotidiana desde el gobierno del MAS ha ido repitiendo viejas prácticas prexistentes de muy larga data, se evidencian también enormes brechas entre los discursos y las acciones, y las propias pugnas internas por el proyecto político y los liderazgos explican el alejamiento de algunos de sus miembros iniciales. Antiguos líderes como Filimón Escóbar o Alex Contreras se distanciaron de Evo mientras que los intelectuales Luis Tapia o Raúl Prada Alcoreza lo hicieron de Álvaro García Linera. Silvia Rivera, quien fue una de las intelectuales que contribuyó notoriamente con su pensamiento a todo este proceso está muy lejos de Evo Morales. Paralelamente, discursos esencialistas y maniqueos se han instalado reificando discursivamente la madre tierra, el mundo “originario” indígena, la economía comunitaria basada en la reciprocidad versus una economía liberal y neoliberal basada en el mercado y en el lucro, una sociedad considerada como “occidental” y ajena al país. El propio inicio de una nueva historia se estableció con Evo Morales negando no sólo la propia Revolución de 1952 sino también el propio proceso que explica la emergencia de Evo Morales. En otras palabras, se fueron construyendo mundos opuestos, diferenciados y distintos, olvidando las continuas, dinámicas y constantes interacciones. Estas han sido de tal magnitud, desde el período colonial, que en ciertos ámbitos es imposible diferenciar lo “indígena” de lo “no indígena” y “occidental” y ciertamente no hay economía alguna que no esté atravesada por el capitalismo. Los “pueblos indígenas”, completamente articuladas a los centros urbanos, están imbuidos de sus lógicas. En todo caso, independientemente de las pugnas y de los desenlaces a corto y mediano plazo, la historia, la antropología y, en general, las ciencias sociales, han tenido en Bolivia un derrotero particular en el contexto de un cambio de paradigma: del sujeto de clase obrero proletario al sujeto de pueblo indígena. Es evidente que los proyectos en los que hoy vivimos y que se expresan en el preámbulo de la constitución hoy vigente, se han tejido con múltiples hilos y son resultado de tramas complejas de historias y de acciones. Los trabajos lingüísticos dieron fundamentos de unidad, los múltiples trabajos históricos y etnohistóricos contribuyeron a la profundidad histórica que fundamentó las bases de una historia desigual de larga duración mientras que los trabajos antropológicos/sociológicos revalorizaron los fundamentos sobre los cuales se asentaban las comunidades. En su conjunto esos aportes dieron el sustento, los argumentos y demandas de los movimientos sociales que revalorizaron lo indígena. Proporcionaron su legitimidad y les imbuyeron de una bandera poderosa. Los académicos, por su parte, se inspiraron constantemente en los desafíos que les planteaba el movimiento y la realidad social, y cuando participaron de asesores o funcionarios, su relación y conexiones con la población indígena les otorgó visibilidad, legitimidad y fuerza política. Los intelectuales indígenas tuvieron, en todo este proceso, como activistas y asesores, un rol fundamental (ver, por ejemplo, Stephenson, 2000). Así, todos ellos contribuyeron a la emergencia aymara y a la de los pueblos indígenas y sus reivindicaciones. Probablemente no hay otro país en el continente sudamericano en el que se hubiese dado tan cercana relación y articulación, en gran parte también por la ausencia de institucionalización de la academia. En todo este proceso, así como parte del pensamiento crítico intelectual se ha ido alejando del MAS, las distancias entre académicos de Bolivia y del resto del mundo se han ido acrecentado. La situación del trabajo precario de los académicos y académicas no ha cambiado. El trabajo docente es pagado, en gran parte de los casos, por hora/clase y muchas veces sin beneficios, por lo que es un nómada saltimbanqui entre una y otra universidad, entre un programa y otro, entre un trabajo y otro. La investigación, cuando es posible, es ante todo una iniciativa personal e individual y resulta más bien increíble que aún exista. En estas circunstancias, Bolivia no deja de ser el lugar donde suceden apasionantes procesos, pero para muchos son experiencias puntuales y de investigación mientras que para otros constituyen su vivencia y experiencia cotidiana. 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YAPURA, Grover, “Mallku, Evo y Goni. Volvemos al campo”. En: ARCHONDO, Rafael et al. Cercados pero despiertos. Bolivia después del 30 de Junio del 2002. Eureka-La Época. La Paz, 2003. PRESENTACIÓN DE AUTORES Y EDITORES Andrea ANDÚJAR Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Es investigadora del Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y del CONICET. Docente de cursos de grado y posgrado en distintas universidades de la Argentina. Es integrante de la Asociación Latinoamericana e Ibérica de Historia Social. Sus temas de investigación se inscriben en la historia social del trabajo con perspectiva de género. Es autora de “Rutas argentinas hasta el fin". Mujeres, política y piquetes, 1996-2001 (2014), co-autora de Vivir con lo justo. Estudios de historia social del trabajo en perspectiva de género. Argentina, siglos XIX y XX (2016) y co-editora de De minifaldas, militancias y revoluciones. Exploraciones sobre los ’70 en Argentina (2009). Rossana BARRAGÁN ROMANO Doctora por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales de Paris. Fue profesora de la carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés y del posgrado CIDES-UMSA hasta 2012, directora de la revista T’ínkazos del Programa de Investigaciones Estratégicas (PIEB) en Bolivia y Directora del Archivo de La Paz (2005-2010). Desde 2011 trabaja en el Instituto de Historia Social en Ámsterdam. Investigó sobre ciudadanía, indígenas y mujeres y la formación del Estado-Nación en Bolivia, enfocándose desde hace varios años en las dinámicas de trabajo en el período colonial. Es autora, entre otros, del libro Espacio urbano y dinámica étnica. Es una de las impulsoras de la Red Latinoamericana y del Caribe de Trabajo y Trabajador@as (REDLATT), integrante del comité editorial de International Review of Social History y de una serie de la Editorial Brill. Tiene un programa en la Radio Deseo denominado Trajines (https://trajineshistorias.blogspot.com) Ernesto BOHOSLAVSKY Doctor en América latina contemporánea por la Universidad Complutense de Madrid. Enseña historia de América latina en la Universidad Nacional de General Sarmiento y es investigador independiente del CONICET, en Argentina. Ha sido docente de posgrado en una veintena de instituciones académicas de Argentina, Chile, Brasil, Colombia y Uruguay. Se inició como historiador social en la Universidad Nacional del Comahue, donde investigó sobre trabajadores rurales del sur de Argentina y Chile y sobre instituciones de control social en los siglos XIX y XX. En los últimos años se ha concentrado en historia de las organizaciones y las ideas de derecha de Argentina, Brasil y Chile en el siglo XX. Es autor de El complot patagónico. Nación, conspiracionismo y violencia en el sur de Argentina y Chile, siglos XIX y XX (2009) Su última compilación es Circule por la derecha. Percepciones, redes y contactos entre las derechas sudamericanas, 1917-1973 (2016, coeditor). Silvia HUNOLD LARA Licenciada en Historia y doctora en Historia Social por la Universidad de São Paulo, obteniendo los títulos de Libre Docente y de Profesora Titular por la Universidad Estadual de Campinas (UNICAMP). Actualmente es profesora del Departamento de Historia de la UNICAMP. Sus investigaciones se desarrollan dentro del área de Historia social del trabajo, en especial historia de la esclavitud en Brasil (siglos XVII y XVIII), y de las relaciones entre historia y derecho. Es autora de Campos da violência. Escravos e senhores na Capitania do Rio de Janeiro, 1750-1808 (1988) y de Fragmentos setecentistas. Escravidão, cultura e poder na América portuguesa Campos da Violência (2007). Organizó con Joseli M. Nunes Mendonça la compilación Direitos e Justiças no Brasil (2006). Carlos ILLADES Profesor titular de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), investigador nacional nivel 3 del Sistema Nacional de Investigaciones, miembro de la Academia Mexicana de Ciencias, sillón número 10 de la Academia Mexicana de la Historia y profesor distinguido de la UAM. Premio de investigación de la Academia Mexicana de Ciencias (1999). Es autor de Presencia española en la Revolución mexicana, 1910-1915 (1991, Premio Marcos y Celia Maus), Hacia la república del trabajo. El mutualismo artesanal del siglo XIX (1996, segunda edición revisada y ampliada en 2016), Rhodakanaty y la formación del pensamiento socialista en México (2002, Premio Edmundo O’Gorman), Las otras ideas. Estudio sobre el primer socialismo en México, 1850-1935 (2008, Premio Gastón García Cantú, INEHRM), La inteligencia rebelde. La izquierda en el debate público en México, 1968-1989 (2012, Premio de Investigación, UAM), De La Social a Morena. Breve historia de la izquierda en México (2014), Conflicto, dominación y violencia. Capítulos de historia social (2015, en inglés en 2017), El futuro es nuestro. Historia de la izquierda en México (2018) y El marxismo en México. Una historia intelectual (2018). Rodrigo LAGUARDA Licenciado en historia por la Universidad Iberoamericana, maestro y doctor en antropología por el CIESAS. Realizó una estancia posdoctoral en el CEIICH de la UNAM. Profesor e investigador del Instituto Mora (México). Pertenece al Sistema Nacional de Investigadores. Su trabajo de investigación se ha orientado hacia el estudio de las homosexualidades masculinas en la Ciudad de México desde la historia del presente y la antropología urbana. Ha publicado diversos trabajos en revistas y libros especializados y los libros Ser gay en la Ciudad de México, Lucha de representaciones y apropiación de una identidad, 1968-1982 (2009), La calle de Amberes: Gay Street de la Ciudad de México (2011) y De Sur a Norte. Chilangos gays en Toronto (2014). Actualmente imparte los cursos “Historiografía Contemporánea”, “Teoría de la Historia” y “Teoría Antropológica” en los posgrados del Instituto Mora. Forma parte del “Seminario Permanente de Historia Contemporánea y del Tiempo Presente en México” (FFL-UNAM/Instituto Mora) y coordina el “Seminario de Estudios sobre Identidades. Miradas desde la Antropología y la Historia” (Instituto Mora). Mirta Zaida LOBATO Doctora en Historia por la Universidad de Buenos Aires (UBA), profesora consulta de esa misma casa de estudios. Integrante del grupo de investigadoras que crearon el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y directora del Archivo “Palabras e Imágenes de Mujeres”. Formó parte del grupo fundador y del comité de redacción de la revista Entrepasados, y fue miembro del comité editorial de la revista Mora, del IIEGE. Especializada en historia social, cultural y política del mundo del trabajo y de las relaciones de género en Argentina y América Latina en el siglo XX, ha dictado numerosos cursos de grado y posgrado en diversas universidades argentinas, así como de otros países de América Latina y de Europa. Es autora, entre otros libros, de La vida en las fábricas (2001), Historia de las trabajadoras en la Argentina, 1869-1960 (2007) y La prensa obrera (2009). José Antonio PIQUERAS Doctor en Historia por la Universidad de Valencia. Catedrático de Historia Contemporánea de la Universitat Jaume I, donde dirige el grupo Historia Social Comparada (Unidad Asociada al CSIC). Su interés se ha orientado a la historia de las relaciones sociales y de las actitudes políticas en España y América Latina. Ha dirigido catorce pro- yectos de investigación obtenidos en concursos competitivos. Presidente de la Asociación de Historia Económica del Caribe (2013-2017). Profesor e investigador visitante en diversas instituciones académicas de América Latina y del Caribe. Codirige desde 1988 la revista Historia Social. Es autor, entre otros, de los libros Sociedad civil y poder en Cuba (2006), Bicentenarios de libertad. La fragua de la política en España y América (2010), La esclavitud en las Españas. Un lazo trasatlántico (2012) y del estudio historiográfico La era Hobsbawm en historia social (2016).