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Símbolos precristianos y ritos de paso en los villancicos rumanos

El cristianismo representó para los dacios un desarrollo natural de sus antiguas creencias, por lo que nunca hubo un conflicto entre esta y la religión anterior. Como consecuencia de la falta de conflictos, la tradición rumana cristiana mantiene huellas de las tradiciones paganas anteriores.

Cuenca, 30 de noviembre de 2015 Símbolos precristianos y ritos de paso en los villancicos rumanos I. Orígenes y tipología Rumanía es un país cristiano que, además, se identifica fuertemente con la espiritualidad de la Iglesia Ortodoxa. Pero el cristianismo rumano presenta ciertos rasgos específicos procedentes de la particular forma en la que se introdujo la nueva creencia en el espacio de la actual Rumanía y que en la época de los primeros cristianos se conocía como Dacia. Porque hay que decir desde el principio que el cristianismo no fue nunca impuesto en el territorio rumano, sino que la población existente en este territorio a principios de la era cristiana lo aceptó como una continuación natural, como un desarrollo normal de sus creencias anteriores. A consecuencia de estos principios atípicos no conflictivos del cristianismo rumano, las antiguas creencias, tradiciones y costumbres se integraron de forma natural en la nueva religión, por lo que esta última conserva todavía, pasados dos mil años, fuertes huellas de las primeras. Tenemos muy pocas informaciones sobre cuál era la religión de los dacios, pero gracias a Heródoto sabemos que su dios supremo (o su único dios, según otras interpretaciones) era Zalmoxis. Al igual que muchos otros dioses, Zalmoxis nació humano, y por lo tanto mortal. Adquiriendo sabiduría se hizo construir una habitación subterránea donde permaneció enterrado durante tres años. En todo este tiempo su pueblo lloró su muerte, pero al cuarto año Zalmoxis salió vivo de su tumba y empezó a enseñarles a los dacios los ritos iniciáticos a través de los cuales podían obtener la inmortalidad. El cristianismo se sobrepone a estas antiguas tradiciones y nos permite vislumbrarlas detrás de la capa superficial que las envuelve. Los villancicos son, en este contexto, los depositarios por excelencia de la simbología precristiana, ya que reúnen tradiciones que correspondían antiguamente a toda una época del año dedicada al renacimiento de la espiral del tiempo mítico, época que se extendía de noviembre a febrero o incluso más. Antes de entrar en detalles, hay que diferenciar los villancicos tradicionales propiamente dichos (llamados en rumano colinde, corinde o colinzi) de los villancicos con contenido exclusivamente cristiano, muy escasos y de reciente importación en la tradición rumana, llamados canciones de estrella (en rumano cântece de stea). Estos últimos apenas representan un cuarto del total y se cantan casi sin excepción en la iglesia o por grupos de niños pequeños. Los verdaderos villancicos no tienen nada que ver con el nacimiento del niño Jesús, ni con el Dios cristiano. Son canciones rituales destinadas a traer abundancia, a facilitar la renovación del tiempo mágico y que incluyen una serie de símbolos precristianos que vamos a ver más tarde. Según una tipología incompleta, estos villancicos precristianos se clasifican en: villancicos de caza (o de cazador), villancicos de pastoreo (o de pastor), de mozas, de mozos, de ricos, de pobres, de boda, etc., siempre adaptándose a las circunstancias. Porque una parte muy importante del ritual es el corindat, es decir el paseo de los grupos de hombres jóvenes y solteros por todo el pueblo, de casa en casa, parándose a cantar en cada una. Los grupos no incluyen mujeres, ni siquiera niñas, y tampoco hombres casados, excepto el vătaf (el jefe o el capataz) que en algunas regiones puede ser un hombre casado, lo que es un fuerte indicio del carácter iniciático del ritual. Estos grupos llamados cete se forman a mediados de noviembre cuando empieza el adviento en la Iglesia Ortodoxa. Elijen una casa donde se reúnen varias veces por semana para ensayar. En vísperas de Navidad, visten trajes tradicionales y recorren el pueblo entero cantando de casa en casa. Por el camino tienen que gritar y hacer ruidos para avisar de su presencia, pero también para asustar a los malos espíritus. El ritual propiamente dicho del villancico supone ciertos pasos que se tienen que cumplir para que el rito sea eficaz: a) En primer lugar, se canta el villancico en la puerta o el villancico bajo la ventana. Se trata normalmente de una canción que explica las dificultades a las que tuvieron que enfrentarse los jóvenes hasta llegar a la casa del anfitrión. b) Acabado el villancico bajo la ventana, el capataz entra solo y pide permiso para que pasen los demás. La fórmula tradicional para esto es “Primiţi cu colinda?” o “Slobod îi a colinda?” – es decir, “¿Queréis recibir nuestro villancico?” o “¿Está permitido cantar villancicos?”. c) Cuando el cabeza de familia da su consentimiento, el grupo entero entra y canta, esta vez dentro de la casa, varios villancicos diferentes en función de la zona geográfica, de la condición del anfitrión o de la composición de su familia. d) Después de cumplir esta parte del ritual, el capataz exige que se les pague, utilizando fórmulas versificadas fijas. Los regalos tradicionales son colaci (un tipo de panecillos), carne de cerdo, chorizos, queso y una botella de ţuică o pălincă (un tipo de aguardiente muy fuerte parecida al orujo gallego) de la que todos tienen que beber un trago, empezando por el anfitrión. e) La última obligación de los jóvenes, antes de marcharse, es bailar con la hija del anfitrión, si este tiene hijas, con su mujer o con cualquier otra mujer de la familia, si en la casa no existen mozas. Para esto van siempre acompañados de músicos, los instrumentos tradicionales siendo la flauta y el tambor. El incumplimiento de cualquiera de estos pasos anula la eficacia del ritual entero; su finalidad no es la de anunciar el evento cristiano, el nacimiento de Jesús, sino de traer la abundancia y la felicidad a todas las casas del pueblo. Al mismo tiempo, los jóvenes demuestran su valor a través de las tres pruebas a las que se ven sometidos: la prueba de la comida (porque tienen que comer en todas las casas), la de la bebida (tienen que honrar al anfitrión de cada hogar catando su pălinca) y, la más difícil entre todas, la prueba del sueño o, mejor dicho, de la falta de sueño a la que sucumbió el mismo Gilgames, el héroe sumerio. II. Símbolos animales en los villancicos de caza En estas condiciones, no es de extrañar que muy pocos o ninguno de los villancicos cantados por los jóvenes tengan contenido cristiano, aunque a veces el estribillo añadido en épocas más recientes puede engañar por su referencia al “Señor”, a Jesús o a la Virgen. Tal como hemos mencionado, los villancicos precristianos presentan una tipología variada, pero probablemente los más antiguos y los más interesantes son los llamados villancicos de caza, tanto por su variedad, como por todos los símbolos animales que aparecen en ellos y que no tienen relación ninguna con el cristianismo. Vamos a ver un ejemplo. El “Villancico del ciervo”, en sus múltiples versiones, nos cuenta como el cazador oye el “canto” de un ciervo del bosque, coge su arma (arco o escopeta) y sale a la persecución del animal. Lo encuentra, pero no puede matarlo porque el ciervo empieza a hablarle, lo llama “hermanito” y le explica que no es un ciervo de verdad, sino un joven al que su madre maldijo (no se nos dice el motivo de la maldición) y que tiene que cumplir un castigo de nueve años, nueve meses y nueve semanas antes de poder retomar su forma humana. En las versiones más recientes, el ciervo es San Juan, castigado por Dios o también por su madre a errar por los bosques durante nueve años y nueve días. La relación con el animal totémico es evidente – a través de la iniciación el joven se identifica con el tótem de su tribu, el animal “hermano”, en este caso el ciervo. En su forma domesticada de cabra, el animal aparece también en otro ritual relacionado con el período mágico de renovación del tiempo: se trata del baile de la cabra, un baile ritual con máscaras que tiene lugar, en función de la región, entre la Navidad y el día de Año Nuevo, y que presenta de manera simbólica la muerte y la resurrección del animal. La misma función mágica la cumple el oso, otro animal totémico de origen dacio al que se le dedica un baile con máscaras, sobre todo en la región de Moldavia. Las raíces míticas del baile del oso podrían ser incluso más antiguas, ya que muchos investigadores consideran que el mismo nombre del dios Zalmoxis proviene de las palabras tracio-dacias zalmo (“piel”) y olxis (“oso”), es decir “el que viste la piel del oso”. El oso como tótem es una elección lógica teniendo en cuenta el hecho de que incluso hoy en día en Rumanía se concentra la mayor población de osos de Europa. Pero el ciervo y el oso no son los únicos animales que aparecen en los villancicos y en los demás rituales ocasionados por la renovación del tiempo. Hay otros dos animales que juegan también un papel importante en el ritual; se trata del caballo y del uro, extinguido en el siglo XVII, confundido a veces con el toro o con el buey. El caballo es el animal psicopompo por excelencia. En numerosos villancicos se alude al caballo que tiene que ser herrado con herraduras de panecillos y con clavos de chorizos, es decir exactamente los regalos que por tradición se ofrecen tanto a los que cantan villancicos, como a los que asisten a un funeral. Es muy interesante la imagen del caballo tal como aparece en varias versiones de un villancico de la región de Maramureş. En este caso, se trata del caballo de Sân Nicoară, personaje del que volveremos a hablar. Lo inusual es que el animal cambia de color de un verso a otro, mostrándose sucesivamente como blanco, negro y rojo y simbolizando la vida, la muerte y el espíritu, el fuego que hace de puente entre los diferentes niveles del mundo: ctónico, terrenal y celestial. En los cuentos rumanos tradicionales es un hecho habitual encontrar caballos que comen ascuas para transformarse de jamelgos mugrosos en corceles alados, dicha transformación simbolizando otra expresión del traslado entre el mundo terrenal y el celestial. Merece mencionar también el hecho de que al vătaf o capataz del grupo se le llama en ocasiones “caballo” – siendo él el encargado de conducir a los aspirantes a la iniciación tanto a través del espacio físico, por las calles del pueblo, como a través del espacio espiritual, para ayudarles a entrar en el mundo de los adultos. En cuanto al uro, este es un antiguo símbolo rumano que a partir de la Edad Media se representa incluso en el escudo de Moldavia. Dentro del ritual navideño aparece principalmente en los villancicos llamados “de boda”. Las canciones de este tipo nos cuentan que una moza (en ciertas versiones la hermana del Sol, lo que le confiere el significado añadido de boda cósmica) observa la llegada de varios pretendientes. La madre le revela que esos jóvenes piden como dote un arado de hierro y el iampor o, en otras versiones el iambur. El mismo villancico nos explica qué es el iampor, a saber “un buey hermoso/ a mandar abajo por la bóveda,/ a por trigo, a por centeno,/ a por flores de primavera” – es evidente la referencia a la constelación del toro que llega a su máxima altura en el cielo durante el invierno y baja en primavera y en verano. Otro tipo de villancicos, con significados más oscuros debido, probablemente, a su mayor antigüedad, nos hablan de un uro que llega nadando a través del mar; en sus cuernos lleva colgada una cuna o un columpio, y en el columpio está sentada una niña que teje. Estamos ya muy lejos del cristianismo, contemplando quizá los mismos fundamentos de las mitologías euroasiáticas. Y enseguida surge la pregunta ¿quién es la hermosa niña sentada entre los cuernos del uro? Podríamos pensar en Zeus y Europa, y no nos equivocaríamos, aunque el uro dacio viene incluso de más lejos. Para comprender todo su alcance tendríamos que hablar de otro animal significativo en los ritos de invierno, el animal sacrificado en honor a la diosa de la tierra, posiblemente Bendis en la mitología dacia, en cuyo honor se mataban cerdos. Los autores antiguos cuentan que las tribus tracias (entre ellas las dacias) venían del Norte, de la mítica Hiperbórea. Aunque la información no puede ser comprobada, huellas de un antiguo sacrificio ritual del cerdo (el equivalente domestico del jabalí ritualmente sacrificado por los pueblos del norte) permanecen visibles en la matanza del día de San Ignacio o, por su nombre rumano, Ignat, celebrado el 20 de diciembre, cinco días antes de Navidad, así que en pleno adviento cuando debería estar prohibido el consumo de carne y de alcohol. III. Dioses paganos disfrazados de santos cristianos Llegados a este punto y antes de seguir analizando los elementos simbólicos precristianos, tenemos que pararnos un momento a hablar de los dioses precristianos a los que se les rendía culto y se les dedicaban sacrificios, y de las huellas que dejan ellos en las manifestaciones culturales cristianas. El nombre genérico de todos estos dioses es moşi, es decir “viejos” o “abuelos”. Así tenemos las fiestas de los Viejos de Verano, en mayo, la de los Viejos de Otoño, en noviembre y los Viejos de Invierno, en febrero, todas dedicadas a recordar y a honrar a los antepasados muertos. Los viejos no aparecen, normalmente, individualizados, aunque hay dos excepciones notables a esta regla: Moş Crăciun, personificación del Sol Invictus, un antiguo dios que en la actualidad se confunde con Papá Noel, y Moş Nicolae, conocido también como Sân Nicoară, actualmente confundido con San Nicolás y celebrado el día 6 de diciembre. Uno de los animales totémicos, el oso, también es llamado tradicionalmente Moş Martin, nombre que lo identifica claramente como antepasado mítico. Pero el dios que abre el ciclo ritual de invierno es Sân Andrei o San Andrés, celebrado el día 30 de noviembre, conocido también con el nombre de “el apóstol de los lobos”. ¡Extraña elección para llamar a un santo cristiano! El lobo ha sido siempre un símbolo de los pueblos guerreros que nos recuerda más a los berserker vikingos que a un santo de la religión del amor. La leyenda dice que Andrés, el apóstol que introdujo el cristianismo en Dacia, tuvo como guía y protector por esas tierras bárbaras a un gran lobo blanco. Ahora, si pensamos en las pocas informaciones ciertas que tenemos en relación con los dacios, vemos que su mismo nombre daos significa “lobo” en frigio, idioma emparentado con el dacio, y Estrabón nos dice que “los dacios se llamaban antiguamente daoi”. El estandarte de los dacios, tal y como aparece en la columna de Trajano de Roma, representaba un animal fantástico con cabeza de lobo y cola de serpiente o de dragón. Por lo tanto, estamos autorizados a pensar que la leyenda cuenta, realmente, cómo los dacios recibieron y protegieron al mensajero de la nueva religión. Eso sí, sus viejas creencias quedaron intactas bajo el disfraz cristiano, porque durante la noche de San Andrés tiene lugar el ritual de la “velada del ajo” – mozos y mozas se reúnen en una casa bajo la supervisión de una mujer vieja; cada chica trae tres cabezas de ajo que se mezclan en un cuenco y que se tienen que velar hasta el amanecer. Las puertas y las ventanas se cierran y está prohibido volver a abrirlas en toda la noche. Para más seguridad los marcos se untan con ajo porque esta es una de las noches cuando, según la tradición rumana, los cielos se abren, los espíritus reciben permiso para recorrer libremente el mundo de los vivos, los animales hablan y los lobos pueden mover el cuello y mirar atrás, de manera que ninguna presa se les puede escapar. A escasos seis días de la noche de Sân Andrei celebramos a otro moş, al que llamamos también Sân Nicoară y cuya figura se confunde hoy con la de San Nicolás de Myra. Indagando un poco en la historia de Sân Nicoară enseguida nos damos cuenta de que no se trata del santo cristiano. La leyenda dice que Sân Nicoară es el guardián del Sol y el barquero de las almas. De hecho, en el mismo villancico de Maramureş del que hemos hablado antes, el santo viene por agua, en su caballo blanco, negro y rojo. El regalo que trae es un palo, una rama dorada o plateada, la sombra de lo que antaño era el árbol de la vida, símbolo de este dios. Con él se relacionan unos personajes muy misteriosos, mitad humanos, mitad espíritus, habitantes de la Isla Blanca, donde el río del Sábado desemboca en la gran agua. El villancico los llama dabruzăi o dabruzăni, pero se les conocen también como Blajini, “los gentiles”. Volviendo a Sân Nicoară, hay que decir que los jóvenes que recorren el pueblo cantando villancicos la noche del 24 de diciembre, llevan también una garrota llamada colindeţ – o palo para villancicos –, otro símbolo del árbol de la vida, que lleva incrustada una espiral, símbolo de la renovación del tiempo. Aunque podría parecer que el árbol de Navidad entra en la misma categoría de objetos simbólicos, este es una adquisición muy reciente en la tradición navideña rumana, llegada a Transilvania por intermedio de las poblaciones de origen alemana asentadas aquí a partir del siglo XVIII. Lo que no quiere decir que el abeto no tenga una función simbólica en la tradición rumana, sino simplemente que aparece en ritos diferentes, pero con el mismo significado de escalera entre este mundo y el mundo celestial. Los ritos en los que aparece están relacionados con la muerte y el funeral de los hombres jóvenes muertos antes de llegar a casarse. En estas ocasiones se corta del bosque un abeto que mida en metros (antiguamente en codos) lo mismo que la edad del muerto. Si muere, por ejemplo, un joven de 20 años, se busca y se corta un abeto de 20 metros que se lleva en procesión delante del féretro para que se clave luego en la tumba, encima del corazón del muerto, mientras se le recitan consejos para el viaje dentro de lo que podría ser un verdadero libro rumano de los muertos. En Navidad, el abeto está presente por tradición únicamente en forma del gran tronco llamado Crăciun, el nombre rumano de la Navidad, que tiene que mantener el fuego en la chimenea encendido en toda la noche, porque si no, las reses enfermarán durante el próximo año o serán atacadas por los lobos. El día 20 de diciembre se celebra el Ignat, otro dios precristiano al que hemos visto que se le sobrepone la fiesta cristiana de San Ignacio. Es un antiguo dios (o quizás incluso una antigua diosa, tal como señalamos al hablar del simbolismo del uro) al que se le sacrifican cerdos. Su origen precristiano resulta evidente si tenemos en cuenta una tradición del Sur de Rumanía que dice que el día de Ignat se tiene que matar un cerdo en cada casa; si la familia es muy pobre, que mate por lo menos una gallina, un pato o una oca; pero si tampoco pueden matar un ave, que pinchen la cresta de una gallina negra o incluso que se pinchen un dedo para que salga una gota de sangre y así, viendo sangre el día de Ignat, estarán protegidos contra las enfermedades durante el año entero. La noche anterior a la matanza, se dice que los cerdos sueñan que serán sacrificados. Para apaciguar sus almas y para que se puedan marchar en paz, esa noche un miembro de la familia, normalmente la mujer más vieja, tiene que contar la leyenda de Ignat, una leyenda que está prohibido contar en cualquier otro momento del año y que, claro está, no tiene nada que ver con Ignacio, el santo cristiano. Se cuenta que un hombre muy pobre no puede cumplir el ritual de la matanza porque no tiene ningún cerdo, por lo que es excluido de la comunidad. Desesperado, sale a cazar, pero antes de llegar al bosque se encuentra con un cura (que luego se nos revela como espíritu maligno o diablo). Este le ofrece nueve cerdos a cambio de una cosa que tenga en su casa sin saberlo. El hombre acepta, vuelve a casa con los nueve cerdos y, nada más llegar, le informan de que su mujer acaba de dar a luz a su octavo hijo, así que para respetar el pacto con el diablo le tiene que dar a su propio hijo. Al atardecer aparecen dos peregrinos que piden un sitio donde dormir y que resultan ser Dios y San Pedro. La familia los recibe lo mejor que puede y, en cambio, Dios salva al niño ganándole al cura en el juego de los números, es decir adivinando el significado de cada número entre uno y nueve (uno es la bala de la escopeta, dos son los ojos, tres los dedos que se usan para santiguarse, etc.). Lo más interesante de la historia de Ignat es la caza, y esto por dos razones: en primer lugar porque el cerdo para sacrificar no se obtiene de la caza, sino que es criado en el corral durante todo un año, y en segundo lugar porque en invierno sólo salen de caza los hombres solteros, nunca los casados. Entonces, ¿podría tener razón Frazer cuando asocia al humilde cerdo con las diosas de la fertilidad? Aunque es cierto que la carne rica en grasas es indispensable en la alimentación de los pueblos del norte y que las razones de la matanza del cerdo son tanto prácticas como rituales, este cuento de caza nos hace pensar más bien en Diana que en el adviento cristiano. Hay que tener en cuenta también el uso mágico-curativo del cuchillo de la matanza que se usa como protección contra los muertos vivientes o contra ciertas enfermedades del ganado. Y otra observación interesante: después del sacrificio, por la noche, la familia ofrece una cena en honor al cerdo sacrificado idéntica a la cena que se ofrece en honor a los difuntos después del funeral. IV. El Sol Invictus y la boda cósmica Todos los rituales culminan, evidentemente, el día 25 de diciembre cuando los cristianos celebran el nacimiento de Jesucristo. Pero, como ya se sabe, la fiesta cristiana reemplazó, en toda Europa, viejas fiestas paganas celebrando el renacimiento del sol en el solsticio de invierno, es decir la fecha a partir de la cual las noches se hacen más cortas y los días más largos. En estas fechas los romanos celebraban las Saturnales o Saturnalia que empezaban, al igual que las fiestas rumanas, con un sacrificio ritual dedicado a Saturno, alrededor del día 20 de diciembre, y culminaban con la celebración del Sol Invictus el día 25 cuando se daban grandes banquetes y se intercambiaban regalos. El mismo día 25 de diciembre, los persas celebraban el nacimiento de Mitra, un dios solar cuyo culto se expandió en el siglo I en todo el Imperio Romano. Está claro que los dacios tenían, ellos también, una fiesta dedicada al renacimiento del Sol en estas fechas, aunque la escasa información de la que disponemos sobre la religión dacia no nos permite conocer detalles de esta celebración. Lo que sí podemos afirmar con seguridad es que los dacios no llegaron a adoptar la religión del Imperio Romano, así que no celebraban ni a Saturno, ni a Mitra. ¿Por qué estamos tan seguros? En primer lugar porque el cristianismo llegó a Dacia antes que los romanos, a pocos años de la muerte del Cristo, a través del apóstol Andrés que predicó en el Este del país – las huellas de su paso por Dobrogea se guardan todavía muy vivas tanto en las cuevas de las montañas, como en la memoria de las comunidades que habitan este territorio. Iba a pasar más de medio siglo antes de que el emperador Trajano conquistara una parte de Dacia, en el año 105. La ocupación romana se redujo a tan sólo un cuarto del territorio habitado por los dacios y apenas duró algo más de 160 años, en este tiempo produciéndose decenas de rebeliones de los dacios conquistados apoyados por las tribus libres del norte y del este. Así que una convivencia pacífica entre romanos y dacios, que haya permitido transferencias culturales, queda excluida. Por otro lado, los romanos no estaban particularmente interesados en imponer su religión a los pueblos conquistados, sino que, al contrario, adoptaban y romanizaban numerosos dioses autóctonos. En consecuencia, las reminiscencias que los villancicos rumanos guardan de la época precristiana nos remiten a la antigua religión dacia y representan una de las pocas, pero más fiables fuentes de información sobre esta religión. Como ya hemos mencionado, el contenido de estos villancicos precristianos es muy diverso y muy heterogéneo. Nos vamos a centrar en un tipo especialmente interesante constituido por los villancicos de boda, los de incesto o de boda cósmica y los villancicos cosmogónicos. Los villancicos de boda son numerosísimos, ya que la principal función del ritual era la aportación de la fertilidad y la abundancia. En un “villancico de joven (o de mozo)” de la zona de Maramureş se cuenta como el joven está pensando en hacer un bonito jardín para luego elegir como esposa a la más bella de las chicas que vengan a recoger flores de su jardín. Otros villancicos cuentan la llegada de los pretendientes a la casa de la chica. Todas estas manifestaciones poéticas no son más que reflejos de la vida y las preocupaciones normales en una sociedad patriarcal, aunque tal como hemos visto, algunos de los villancicos de boda mezclan elementos cósmicos, por ejemplo en el ajuar de la novia. Pero hay otros villancicos que nos hacen pensar a otro tipo de boda, en la que participan elementos sobrehumanos, dioses, a una escala universal. Un primer indicio de lo complicado que es analizar la unión reflejada en las canciones rituales navideñas aparece en los villancicos de incesto. Los protagonistas de la relación incestuosa pueden ser tanto mortales, como dioses, en particular el Sol y su hermana, la Luna. En el primer caso, se trata de un príncipe o hijo de emperador que quiere casarse con su hermana – como siempre, el villancico no explica la razón de este extraño deseo. Le pide a su madre que los deje casarse, pero la madre pone ciertas condiciones: el joven tendrá que construir un puente de cobre sobre la “aduana”, un puente de plata sobre la tierra y convencer al Sol y a la Luna para que sean sus padrinos. Es decir, tiene que demostrar que su boda es una boda cósmica, implicando la unión de los tres niveles de la existencia (el espacio de los muertos se une a través del puente de color rojo por encima de la “aduana”, con el espacio de los vivos que, a su vez, se une por el puente plateado con el espacio celestial) y que tiene la bendición de los dioses (el Sol y la Luna). El joven no consigue cumplir las condiciones necesarias, así que la boda no puede tener lugar. En ciertas versiones de este villancico, el príncipe quiere seguir con la boda, de todas formas, pero entonces aparecen signos de desequilibrio cósmico que se lo impiden (la tierra empieza a temblar, la luna se vuelve roja y el sol se oscurece). Incluso más interesantes son los villancicos que tienen como protagonistas a los dos dioses hermanos, el Sol y la Luna. En este caso también la iniciativa pertenece al hermano que, ante el rechazo de su hermana, la quiere obligar a casarse con él. Muchas de las versiones de este villancico acaban con el suicidio de la Luna-hermana que consigue librarse del abrazo del Sol y se tira al mar. Por lo tanto, existe un paralelismo entre el orden humano y el orden cósmico o, mejor dicho, el hombre es parte del cosmos y sus acciones influyen en el buen funcionamiento de todo el universo. A través de prácticas mágicas, él puede cruzar los límites entre los componentes del cosmos y puede cambiar la marcha del mundo. En la cosmogonía tradicional rumana, así como se refleja ella en los villancicos, Dios hace el mundo, aunque las versiones más antiguas hablan de dos dioses antagónicos, el “hermano” y el “no hermano”, que contribuyen a la creación. Alza las estrellas en “pilares de plata” para que sus rayos fecunden la tierra y la hagan fértil. Luego el mensajero de Dios baja a la tierra transformado en ciervo para medirla y, como regalo para la humanidad, construye “en la cima de la colina/La fuente del Paraíso”. Pero después de haber completado la creación, Dios se duerme debajo de un árbol (que suele ser un manzano). Aprovechando la ocasión, el “no hermano” penetra en el Paraíso y roba, según nos cuentan los villancicos, “la pila para bautizar,/ el anillo para casar/ y el cetro para juzgar” llevando al mundo entero a un estado de caos. Como participante en la creación o, por lo menos, encargado de preservarla, el hombre debe respetar ciertas costumbres que tienen como principal función la de impedir la destrucción del mundo por parte del “no hermano” llamado, bajo la influencia del cristianismo, diablo o incluso judas: el día de Navidad no se puede barrer la casa, no se puede lavar la ropa, etc. Más aún, en muchas regiones los grupos de jóvenes despiertan (o fingen despertar) a los anfitriones imitando el gesto de despertar a Dios de su sueño generador de caos. V. Conclusiones ¡Hay tantas otras cosas que podrían contarse sobre las costumbres rumanas de esta época del año! Son tradiciones vivas, practicadas todavía y no solamente en las aldeas perdidas entre las montañas, porque no es raro ver máscaras de cabras o de osos en medio de las ciudades rumanas más modernas. La Iglesia Ortodoxa fue mucho menos agresiva en la imposición del cristianismo y, por lo tanto, las tradiciones del Este, tanto rumanas como rusas, serbias o ucranianas, presentan un mayor sincretismo y preservan más elementos precristianos que las tradiciones del Oeste. Pero los tiempos cambian y las tradiciones se resienten de este cambio. No pasará mucho antes de que desaparezcan y se pierdan para siempre. Por eso es nuestro deber, como descendientes de una cultura tan antigua y tan rica, compartirlas con el mundo, darlas a conocer, incitar a comparaciones con otras culturas y sobre todo, no dejarlas morir. Bibliografía Cepraga, Dan Octavian, Graiurile domnului, Ed. Clusium, Cluj-Napoca, 1995; Hedesan, Otilia, Povestea lui Ignat, en www.academia.edu; Mocanu, Augustin, “Repertoriul de colinde din zonele Salajului si Codrului”, in “Memoria etnológica”, no. 40-41, iulie-decembrie, 2011; Petrean, Lucian Marius, “Colindatul la romani”, trabajo de postgrado, UBB, Cluj-Napoca, 2013; Propp, Vladimir, Morfología del cuento, Editorial Fundamentos, Madrid, 1971; Sipos, Sorin; Cepraga, Dan Octavian eds, Colinde din Bihor, Academia Romana, Centrul de Studii Transilvane, Cluj-Napoca, 2012. 9