VI. Historias del amor1
MARINA, José Antonio y Marisa LÓPEZ PENA (1999) Historias del amor, pp. 137-167. En: MARINA, J.A Y M.
LÓPEZ PENA. Diccionario de los sentimientos. Barcelona: Anagrama.
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El amor es el arquetipo sentimental por antonomasia. Sin embargo, para un extraterrestre es, ante
todo, un lío. No me extraña que la palabra lío signifique «relaciones amorosas irregulares» (MM)*.
Los humanos parecen tener ideas contradictorias sobre el amor, o, mejor aún, consideran que el
amor es algo contradictorio. Hesíodo dice que la divinidad que personifica la amistad, Philótes, está
generada por la «funesta Noche», y es hermana de Apáte, «el engaño» (Theogonia, 224). Es pues
un sentimiento ambiguo y peligroso. En la cultura occidental, al menos, la visión paradójica del amor
paradigmático –el amor romántico— es continua. La gran Safo habló con entusiasmada melancolía
de la confabulación de los opuestos en que el amor consiste: «Otra vez Eros, que desata los
miembros, me hacía estremecerme, esa bestezuela amarga y dulce, contra la que no hay quien se
defienda». La pequeña Safo, renegrida y abandonada, con razón está confundida: «No sé qué hacer:
mi pensamiento es doble». Dobles han sido, al parecer, los sentimientos de todos los amantes
semióticos, de los que tengo como extraterrestre que fiarme. Las descripciones típicas y tópicas del
amor insisten en la contradicción: «Mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, / enojado, valiente,
fugitivo, / satisfecho, ofendido, receloso», esos es el amor, según Lope de Vega. Para Quevedo, «es
hielo abrasador, es fuego helado / es herida que duele y no se siente, / es un soñado bien, un mal
presente, / es un breve descanso muy cansado». Proust consideraba que el amor es una mala suerte.
Rilke lo define como dos soledades compartidas. En los textos de «l’é ole d’a our», el amor se
describe como «un no sé qué» y al respecto se añade: «Y estas palabras, que no nos enseñan nada,
nos enseñan todo lo que podemos saber sobre el amor». En fin, Safo, Lope de Vega, Quevedo,
Proust, Rilke y muchos más estaban hechos un lío. Con mucha más razón lo estaré yo, que soy un
extraterrestre, y que no sé a qué carta quedarme, si echar de menos el amor humano o huir de él
como de la peste.
Afortunadamente, no soy psicólogo sino lingüista, y solo tengo que averiguar lo que sobre este
fenómeno tan arrebatado y plurívoco nos dice el diccionario. Y, una vez más, creo que el lenguaje
es muy sabio y puede decirnos u has osas a e a de lo ue la ge te e tie de po a o . […] Bajo
el término amor en castellano se incluye desde el amor al dinero hasta las más altas cimas de la
entrega personal, pasando por el amor patriótico, paternofilial, sexual, religioso. ¿Es posible que
todos estos sentimientos tengan algo en común?
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Para que se comprenda el sentido del texto, transcribimos una parte final de la introducción del libro: «Este
diccionario no está escrito por nosotros, sino por un lingüista llegado del espacio exterior. Ha recibido el
encargo de conocer la flora sentimental de los humanos a través de sus palabras, y lo ha hecho con gran
competencia y dedicación. A veces se encuentra con problemas que desbordan su capacidad, ya que no puede
repetir las experiencias. De su aspecto físico nada diremos. Baste saber al lector que es una persona
incansable, minuciosa y muy racional. No nos ha dicho su nombre, y recordando que esta aventura es muy
parecida a la que Montesquieu contó en sus cartas persas, lo hemos llamado Usbek, como su protagonista».
Sirvan estos fragmentos como invitación para la lectura del texto completo.
* Los autores trabajan con varios diccionarios y usan estas abreviaturas como convención para referirlos. Al
final de la fuente se colocan las referencias bibliográficas de los que se citarán en estos fragmentos.
Comenzaré la exploración indagando las raíces de las palabras que en castellano tienen que ver con
el amor. En primer lugar, remontaremos hasta el indoeuropeo. La palabra caridad, caricia, procede
de la raíz ka-, «gustar, desear», de donde deriva el persa kama, «deseo, amor», el letón kamêt,
«tener hambre», el alemán huor, «prostituta», el gitano camelar, «seducir», Kama, dios indio del
amor, que despierta el deseo de tener compañía, y caro, «querido, valioso».
La palabra amor procede de la raíz amma- «madre», de modo que etimológicamente el amor es
maternal. También de aquí deriva amistad.
Una tercerea rama de este copioso árbol procede de la raíz griega phil-, de origen desconocido, que
no expresaba un sentimiento, sino la pertenencia a un grupo social. Se utilizaba también para las
relaciones de hospitalidad. De allí pasó a significar «amigo». Advertiré que de esta raíz procede
también filtro, «bebedizo para despertar amor». Aparece en variadísimos tipos de amores:
filantropía, filarmonía, filósofo, filatélico, filólogo.
La cuarta rama depende del griego éros, palabra de origen desconocido que designaba al dios del
amor y el deseo sexual.
Otra familia –dilección— deriva del latín diligere, palabra curiosa que procede del verbo leer, y que
designa una elección y estima basada en la reflexión. Implica «cuidado, atención». Se mantiene
enmascarada en la palabra diligente, que ha pasado a significar «dispuesto a hacer con prontitud e
interés las cosas que tiene que hacer», pero que significaba originariamente «amante».
Otra variante castellana: querer. La etimología es sorprendente. Procede de quaerere, «buscar».
También hay que incluir en la lista de indagaciones la palabra voluntad, que procede de la raíz
indoeuropea wel-, «desear, querer», de donde salieron el francés vouloir, el alemán willu o el eslavo
velja, todos con el mismo significado.
Por último, libido significa también deseo. Procede de la raíz indoeuropea leubh-, «amar y desear»,
de donde han derivado el inglés love y el alemán Liebe (RH, RP).
Este recorrido deja algunos frutos en nuestra alforja. El amor se relaciona con el deseo, con el
agrado, con el cuidado, con la pertenencia a un grupo, y etimológicamente tiene como prototipos
el sentimiento maternal, el sentimiento erótico y la amistad.
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Después de darle muchas vueltas he llegado a la conclusión de que el amor no es un sentimiento
sino un deseo o sistema deseos, acompañados, eso sí, por una corte sentimental. El amor puede
estar acompañado de alegría o de tristeza, desesperación, inquietud, como lo demuestran los textos
de Lope y Quevedo que he citado antes. Eso de que hablan no es el amor sino los sentimientos que
acompañan al amor.
¿Qué historia nos cuenta esta tribu léxica? ¿Cuál es la representación semántica básica que los
distintos lenguajes van a desplegar a su manera? El esquema es constante: la aparición de algo o
alguien despierta en el espectador un sentimiento de agrado, interés, armonía, deleite que se
continúa con un movimiento de atracción y deseo. El objeto y las modalidades del deseo van a
determinar los variados rostros y figuras del amor. El objeto puede ser una cosa, una idea, una
persona o uno mismo, como sucede en el amor propio. En estas relaciones personales puede primar
un elemento filial, sexual, benevolente, comunicativo. Por lo que respecta a los deseos, aparecen
deseos de unión, de posesión, de compañía, de disfrute, de cuidado, de procurar el bien del otro,
de sacrificarse por él. Como todos los deseos, el amoroso va acompañado de sentimientos –
inquietud, desasosiego, esperanza, alegría—, y tiene sus modos de satisfacción. Algunos de ellos
apagan el deseo, y por lo tanto el amor, y otros mantienen el deseo y, por lo tanto, el amor.
Comenzaré por el léxico de la primera etapa. Algo aparece ante alguien y «le sorbe el seso», «le
lleva la cabeza». Anda caviloso y preocupado. Tal vez por eso Heidegger dijo: «Liebe ist Denken»,
«amar es pensar». Pero con el tal Heidegger los extraterrestres nunca sabemos a qué atenernos.
Como era esperar, en este primer momento son aplicables muchos de los sentimientos que
mencioné al hablar de la aparición del objeto en el capítulo anterior. Una realidad –cosa o persona—
se muestra dotada de unas características que despiertan admiración, deslumbramiento,
sentimiento estético, adoración. «L’a ore é u apetito di elleza», dijo Lorenzo el Magnífico en la
más pura tradición platónica. La imaginería de los enamorados los presenta mirándose embobados,
atortolados, arrobados. (La palabra atortolar me ha dejado confuso. Significa imitar el
comportamiento de un pájaro, una tórtola, pero el diccionario lo hace sinónimo de aturdir, que
significa comportarse como un tordo, que es otro pájaro. O sea que cuando un ser humanos se
enamora se comporta como una tórtola que se comporta como un tordo. Complicado.) Arrobo
significa «pasmo y admiración grande causado de algún objeto, o consideración vehemente que
dexa suspenso los sentidos» (AU). También el éxtasis y el enajenamiento –sentimientos a caballo
entre lo normal y lo patológico— pueden experimentarse en ese momento inicial del amor.
El objeto amado puede fascinar, ejerciendo «sobre alguien un dominio irresistible con la mirada».
Es un encantamiento, una tiranía tal vez no querida, sobre el enamorado. «En la fascinación»,
escribe Sartre, «no hay nada más que un objeto gigante en un mundo desierto. Empero, la intuición
fascinada no es en modo alguno fusión con el objeto. Pues la condición para que haya fascinación
es que el objeto se destaque con relieve absoluto sobre un fondo de vacío».2
Los terráqueos, en esta primera fase, sienten que se despierta un interés por ese objeto o persona.
Ortega, que escribió mucho sobre el amor, decía que el enamoramiento es, por lo pronto, un
fenómeno patológico de la atención, que cuando se fija con más tiempo o con más frecuencia de lo
o al e u o jeto pode os lla a lo u a. […] Todo esto puede su ede e u segu do, o o u
golpe, como lo indica la palabra flechazo, «hecho de despertar súbitamente amor en alguien» (MM).
[…]
El poder del objeto es tan fuerte que el amante se siente invadido de amor. Por eso es una pasión,
porque se padece. […]
2
SARTRE, J.P.: El ser y la nada, Losada, Buenos Aires, 1966, p. 240.
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Para desenredar la madeja iré poco a poco y de entrada revisaré los introitos amatorios. Jonama,
en su Ensayo sobre la distinción de sinónimos, dice que «del aprecio o buen concepto que tenemos
de una cosa resulta, por lo regular, una cierta inclinación, que según es mayor o menor, toma las
denominaciones de amor, cariño o de estimación». De aquí deduce algunos teoremas amorosoléxicos que han encantado mi mente lógica.
1) Para estimar a una persona basta conocer su mérito; pero solo la conveniencia de
caracteres, conocida por un largo trato, puede producir el cariño; el amor es una inclinación
violenta, que se siente mejor que se explica, y que regularmente tiene poca parte de
reflexión, aunque siempre se funda en la suposición de algún mérito.
2) No puede haber amor ni cariño sin algún grado de estimación, pero puede haber estimación
sin amor ni cariño.
3) Aunque el amor supone algún grado de cariño, no siempre están en proporción estos dos
afectos; yo puedo amar extremadamente a una persona sin que propiamente le tanga tanto
cariño como a un amigo íntimo.
4) El amor y la estimación suelen nacer en un momento y con el tiempo parar en cariño uno a
otro, particularmente la estimación.
5) Que el amor debe durar poco, que la estimación puede acabar o variando las prendas que
la causan, o descubriendo que habíamos juzgado con error, y que el cariño, como que es un
hábito, suele ser perpetuo.
[…]
4
Todos estos son senderos del amor, pero ni lo constituyen ni conducen a él irremisiblemente. El
amor aparece cuando el objeto estimado despierta el deseo. Y el deseo se empeña en alcanzar su
objeto. Esto es lo que nos quiere decir la palabra querer. Es una palabra deslumbrante porque a ella
conducen todos los caminos de la acción, del deseo y de la voluntad. Significa «desear, amar, tener
la determinación de hacer algo, intentar, empeñarse».
Procede de quaerere, «buscar». «Dixexe porque lo que queremos lo vamos a buscar», escribe
Covarrubias. El amor busca su objeto, aspira a él, lo desea.
El objeto del deseo despierta su atractivo, despierta la inclinación, seduce. El deseo va dirigido al fin.
Está especificado por él. En sentido amplio se ama todo lo que se desea. Esto nos lo dice el
diccionario y es una de las grandes equivocidades de la palabra: «Amor es afecto del alma racional
por el cual busca con deseo el bien verdadero o aprehendido y apetece gozarlo. Tómase en varios
sentidos según los objetos a que se endereza la voluntad. Si al padre se llama paternal, si a la
sensualidad carnal, si a la riqueza codicia, y si es enderezada a buen fin amor honesto» (AU).
Parece que hay que especificar más detenidamente los objetos, y más todavía los peculiares modos
de relación del deseo con ellos. Hay un amor que termina con la posesión y conservación del bien
deseado. Este deseo es fácil de comprender respecto a la cosas. El avaricioso desea poseer y
atesorar el dinero; el filatélico desea coleccionar, reunir, los sellos. Se siente una resistencia a
separarse de las cosas deseadas y alcanzadas, se experimenta un apego. Esta palabra procede de
pez, una sustancia utilizada para unir cosas, raíz que también figura en el término empecinarse, que
significa «obstinarse en algo». Si se trata de personas, apego significa «encariñarse con alguien».3
[…] Ya señaló ha e u hos siglos E pédo les ue el a o (philía) era el principio universal de la
cohesión, mientras que el odio (neîkos) lo era de la disgregación. Los amantes son «uña y carne», y
el léxico amatorio ha recogido una gran variedad de ayuntamientos y cópulas, desde la unión
mística, integración del alma y Dios, hasta el ligue, que es una relación amorosa superficial y no
comprometida. Coito deriva de co-ire, «ir juntos». Y amartelados van los que van muy amarraditos.
[…]
5
El deseo de estar unido al objeto amado puede prolongarse en deseo de posesión. La primera
acepción de la palabra poseer es «ser dueño de cierta cosa, o sea, el que puede usarla, gastarla o
disponer de ella en cualquier forma» (MM). La segunda significa «cohabitar con una mujer» (MM),
con lo que el diccionario enfatiza el aspecto dominador del deseo sexual del varón. Coger, sobre
todo en Hispanoamérica, significa cubrir el macho a la hembra. En sentido amplio poseer significa
«goza de algo». E ese se tido, se a a a uello ue p odu e pla e o aleg ía. […]
6
Hay tantos tipos de amor como tipos de objetos y tipos de deseo. Me detendré en la catalogación
de estos últimos. El más relevante y mejor lexicalizado es el deseo sexual, cuyo primer
desencadenante es el atractivo físico. Es, por supuesto, solo uno de los amores englobados en la
palabra amor. El amor puede darse de sopetón, aparecer con la brusquedad de una caída o de una
explosión –fall in love, tomber amoureux, coup de foudre—, pero la aparición puede ser más
sosegada, como indica el verbo enamorarse, que designa el proceso que lleva hacia el amor. Quien
no amaba se vuelve amante. La palabra enamorar se conjuga en las voces activa y media. Enamorar
a alguien es «despertar amor en una persona de otro sexo», dice MM de una forma un poco
exclusivista. En cambio, enamorarse es «empezar a sentir amor por una persona, o entusiasmo por
una cosa o deseo de tenerla» (MM). Me ha parecido observar que a la gente le gusta más
enamorarse que amar. Sorprendente afición esta de preferir el camino a la meta.
Los sinónimos de enamorar me indican cosas notables sobre este proceso tan anhelado: conquistar,
galantear, cautivar, cazar. Hay una palabra castellana, poco usada ahora, que me resulta chocante:
castigar, que significa «infligir un daño a alguien que ha cometido un delito», pero también
«enamorar a alguien con coquetería» (MM). Hay un propósito de rendición y sometimiento que no
es exclusivo del castellano. Para los griegos, el amor llega bruscamente a alguien, que ha de
empeñarse en suscitarlo en el objeto amado. Tiene que «persuadirle» (peíthō), se le pide que «siga»
(akolouthéō), «ayude» (hupourgéō) al enamorado. Cuando el amado/a acepta, expresa a térōs, el
amor de respuesta, y en ese mismo instante, sobre todo si es mujer, es presentado como «domado»
(hupodmetheîsa), una imagen que le pone junto al guerrero vencido o el animal domesticado. Uno
es el triunfador y otro el fracasado. Mal comienzo.
3
El apego (attachment) ha sido estudiado muy cuidadosamente a partir de la obra de John Bowlby sobre el
vínculo del niño con la madre. Es imprescindible conocer su obra Attachment and Loss, traducida al castellano
en tres volúmenes: El vínculo afectivo, La separación afectiva, La pérdida afectiva, Paidós, Barcelona, 1993.
El diccionario, por lo tanto, reconoce un placer peculiar en enamorar 4. Un placer cinegético,
dominador. ¿Hay alguna palabra en castellano para designar el placer de la conquista? Se siente
inquietud, ansiedad, satisfacción por la propia habilidad, alegría por ver que se acerca el placer
deseado. Se vive, sobre todo, intensamente. El enamoramiento, como la caza, es una gran diversión,
un delicioso entretenimiento. Es una actividad excitante, arriesgada, placentera, que libera de la
o oto ía vital. F e te a la uti a, su ge la ave tu a. «Cua do de i os la ave tu a a se as, la
aventura pura y simplemente, la aventura absoluta, todo el mundo entiende que se trata de la
aventura por excelencia, la aventura del corazón, la aventura amorosa», escribe Jankélévitch.5 El
atractivo de la aventura consiste en ese cosquilleo culpable y esa tentadora mutación que vienen a
dist ae el tedio. […] E fi , ue el e a oramiento, entre otras cosas, es un antídoto contra el tedio.
Sospecho que muchos humanos han sufrido grandes decepciones por haber confundido la
excitación con el amor. […]
8
[…] Si los modos de enamorar pasan de moda es porque son creaciones culturales. Niklas Luhmann
ha estudiado los códigos amorosos que dirigen en cada época el proceso de enamorarse. Suscitan
una serie de anticipaciones, expectativas, gozos y frustraciones. Indican cómo se expresa y cómo se
e o o e el a o […] “o los a a tes uie es omienzan el proceso amoroso, «pero la historia está
ya programada por el código. Se conoce el código y, por decirlo así, se ama ya antes de haberse
enamorado»*. Al hablar de los códigos del siglo XVII, Luhmann cuenta cosas que suceden todavía.
«Es muy frecuente que en la fase inicial del juego amoroso, que se caracteriza más por la
complaisance que por el amor, se crea amar sin amar; o que en un principio se empiece jugando
con el amor para acabar ardiendo como una llama ante los primeros obstáculos. Estos obstacles
sirven para aumentar la pasión y hacer que se pase a depender de ella».6 […]
Diccionarios citados
AU: REAL ACADEMIA (1990) Diccionario de Autoridades, 1726-1739. Ed. facsímil. Madrid: Gredos.
MM: MOLINER, María (1966-1967) Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos.
4
Los filósofos medievales distinguían tres momentos en la experiencia amorosa, que concebían como un
proceso dinámico. El amor era para ellos la contemplación de un bien, la percepción del atractivo de una cosa
o de una persona. Era esta contemplación la que despertaba el deseo. Así podían integrar todos los amores.
El amor de la madre hacia el niño es un deseo de cuidarle, de colaborar a su felicidad y verle contento; el
deseo despertado por la amistad, como señaló Aristóteles, es el de hablar, compartir cosas, divertirse juntos,
hacerse mejores. Cada uno de sus deseos tiene sus propias formas de satisfacerse, que es lo que llamaban
fruición. Al integrar dentro del dinamismo amoroso la alegría que produce, situaban una experiencia grata al
comienzo –la percepción del bien, por ejemplo la belleza— y al final, el gozo de la consecución del deseo. En
el entretiempo estaba el deseo, sus venturas y desventuras. Me parece un análisis muy perspicaz.
5
Jankélévitch, V: La aventura, el aburrimiento, lo serio, Taurus, Madrid, 1989, p. 29.
* Los autores citan la obra El laberinto sentimental, de J.A. Marina. La referencia se hace a través de un juego
para mantener la ficción del extraterrestre (se denomina a J.A. Marina como un colaborador), que estaba en
la parte suprimida de este fragmento.
6
Hay especialistas que sostienen que cuando la incertidumbre se disipa y los obstáculos para la consumación
del amor romántico desaparecen, este tiende a desvanecerse. Si no me creen, consulten: Livingstone, K.R.:
«Love as a Process of Reducing Uncertainty», En K.S. Pope, ed.: On Love and Lonving, Jossey-Bas, San
Francisco, 1980, pp. 133-151.
RH: REY, A (1998) Le Robert. Dictionnaire de la langue franҫaise. París: Le Robert.
RP: ROBERTS, Edwards y Bárbara PASTOR (1996) Diccionarios etimológico indoeuropeo de la lengua
española, Madrid: Alianza Editorial.