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12 de octubre de 2015

Calabacín en su jugo con tomate



De las infinitas cosas maravillosas que tiene el blog De buena mesa hay una que, desde el principio, me llegó a lo más profundo del alma. Y no es, ni más ni menos, que su sección de calabacín y berenjena. Jamás había visto, en mis largos paseos por la blogosfera, que nadie le dedicara un espacio concreto a estos dos vegetales. A mí me apasionan y cuando vi aquello supe que cosas buenas pasaban en su cocina ( y ya me saqué el confeti, los gorritos y los matasuegras porque sabía que esas cosas iban a pasar también en mi cocina).

Tengo que decir que he hecho muchos de los platos que en esa sección aparecen pero éste es especial. Y es especial porque lo he hecho tantas veces, pero tantas, que merece un homenaje particular. No es un plato de fiesta, no es un plato con ingredientes raros o imposibles pero sí es un plato para el día a día. Una de esas elaboraciones que hacemos en un momento y que disfrutamos como si fuera una langosta un martes cualquiera. Y es que hay que tener recursos para todo momento y de eso Concha va sobrada. Yo me copio, que es más fácil y el resultado siempre es muy bueno.


~ Te copio y te lo cuento porque no tengo vergüenza ~
Episodio IV


Para dos raciones

1 calabacín hermoso
2 tomates maduros
1/2 cebolla
1 pimiento rojo italiano
AOVE
Sal y albahaca

Picamos la cebolla y el pimiento. Cortamos en dados el calabacín (yo le dejo la piel pero podéis quitársela) y rallamos el tomate. Echamos el aceite y sofreímos la cebolla hasta que esté dorada. Añadimos entonces el pimiento y salteamos. Agregamos el tomate y sazonamos. Por último echamos el calabacín y la albahaca. Cocinamos a fuego lento unos 10 minutos. Subimos el fuego al final para reducir. Servimos y ¡que aproveche!



9 de septiembre de 2015

Caponata de berenjenas. Receta italiana


¿Sabéis eso que dice la gente de: "¡me faltan horas!"? Pues bien, a mí me falta un día (o me sobra, que a estas alturas vaya usted a saber). No sé en qué momento de la semana pasada uno de ellos activó una especie de jet lag mágico-experimental-inverso y desapareció. Consecuencia. Vivo pensando que las jornadas se desarrollan un día antes. Si hoy es miércoles (porque me lo dice blogspot) yo me voy a pasar el día pensando que es martes y no hay más vuelta de hoja. Si le cuento a alguien algo que hice la semana pasada el día no se va a corresponder con la realidad nunca: "El miércoles hice el examen de acceso al curso de administración de redes de Cisco". ¡Mentira! Fue el jueves. Y así con todo. Así que en mi cabeza hay un orden cronológico estupendo que no se corresponde con el del resto del calendario gregoriano. Digo yo que en algún momento me organizaré un poco la estructura. Si tuviera un trabajo de lunes a viernes esto no me pasaba. Iba a tener más clara la semana que un manantial de cordillera. Como dice Pedro Urdemalas: quien no tiene ovejas no tiene bragas (bendito refranero).
Lo importante es que, al menos, me he dado cuenta (gracias a los comentarios de amigos del tipo: "¿Pero qué estás diciendo? Si eso fue el sábado!"). Desde aquí me gustaría agradecer los centrajes temporales a los seres cercanos.

La dicha es que para comer no hace falta saber qué día es. Total, comer tenemos que comer todos los días. Y si me pones berenjenas por delante me apunto la primera. Eso es lo que pensé al ver esta caponata. Me arremangué y...¡a la cocina! Me gustó tanto que ya la he hecho unas chorrocientas venticinco veces.


Para 2 raciones

2 berenjenas
1 cebolla
1 tomate hermoso
100 g de aceitunas verdes deshuesadas
50 g de alcaparras
1 trozo de corazón de apio
1 zanahoria pequeña
1 cucharada sopera de azúcar moreno
50 g de tomates deshidratados
1 manojo de perejil
1 cucharada sopera de vingre de vino
aceite de oliva
sal y pimienta

Cortamos las berenjenas en dados, pelamos y rallamos la zanahoria, cortamos el apio, los tomates secos y las aceitunas en rodajas, picamos la cebolla, el tomate y el perejil. Introducimos los dados de berenjenas en aceite de oliva y dejamos reposar unos diez minutos. En una sartén vertemos el aceite en el que hemos tenido las berenjenas y doramos la cebolla con el apio a fuego lento. Añadimos ahora el tomate y salpimentamos. Dejamos cocinar unos 5 minutos. Echamos la zanahora, las alcaparras, las aceitunas, los tomates deshidratados y el perejil. Removemos y dejamos unos 10 minutos cocinando. Agregamos entonces los dados de berenjena, volvemos a remover y cocinamos otros 10 minutos. Vertemos ahora el vinagre y el azúcar. Dejamos unos 5 minutos más. Servimos, decoramos con más perejil y ¡a disfrutar!

27 de agosto de 2015

Zarangollo de Cieza


Que me gusta cocinar no es un secreto y que las verduras son la base fundamental de lo que como, tampoco (¡benditos vegetales!). Pero hay algo en el proceso que odio con todas mis fuerzas: el escurridor de verduras. Sí, el escurridor. Que diréis: "¿qué le pasa a la loca de los peines con el cacharro?". Yo os lo cuento todo. Para empezar, cuando me compré el escurridor (de plástico) no le presté mucha atención y al llegar a casa me di cuenta de que no tenía taladrados todos los agujeritos. Por supuesto me percaté una vez volqué encima las acelgas cocidas. Así que, puestas las acelgas en el plato, estuve un rato con un punzón haciendo lo que el fabricante no se molestó en hacer. Que me dieron ganas de buscar al dueño de "Escurridores S.A." y venderle un reloj sin manillas, a ver si le parece de recibo.
Aún así cada vez que cuezo verduras de hoja y las echo en el escurridor sé que lo viene después me hará rasgarme las vestiduras y mutar de color verde al estilo Bruce Banner-Hulk. ¡¿Por qué?! ¿Por qué tienen que quedarse trocitos de hojas atrapados entre los agujeritos del escurridor y dar vueltas dentro de él mientras le lanzas (con saña) el chorro de agua del grifo? Que para fregarlo le doy más vueltas al artefacto que un perro buscando sitio para tumbarse. Soy consciente de que es una tontería, que no es para tanto, pero me supera dedicarle más tiempo a lavar el escurridor que a comerme las acelgas. Y no os digo nada si son espinacas. Eso no se lo deseo ni a la señorita del Inem que me atiende (y se lo merece más que nadie en el mundo).  
Desde aquí quiero hacer un llamamiento a los señores de "Escurridores S.A.": inventen un escurreverduras que desintegre por combustión espontánea los resquicios, al estilo horno pirolítico.
Como sé que la posibilidad de que eso suceda pintado en un eje cartesiano tiende a cero, me voy a apuntar a clases de bailes del mundo para que cada vez que tenga que fregarlo y me fastidie pueda bailar algo distinto (porque dejar de comer verduras de hoja no es una solución factible).

Lo bueno es que existen más verduras y hortalizas. Y dada mi afición a la cocina murciana, que parece mentira que no haya pisado esa tierra jamás, os traigo una receta sin sufrimiento de escurridor. Zarangollos en Murcia hay unos cuantos y a mí me encantan todos, pero concretamente éste me apasiona. Este verano Cieza ha salido bastante en los medios de comunicación por la desgracia que todos los veranos asola España: los incendios. Pero a mí me gusta mucho más pensar en Cieza por su zarangollo. Y por eso, y porque esto está de menú del Ritz, comparto la receta con vosotros.


Para dos raciones

500 g de calabaza
1 cebolla
5 ñoras (que previamente habremos hidratado)
sal y aove

Picamos la cebolla, las ñoras y la cortamos calabaza en brunoise (dados). Calentamos el aceite y añadimos la cebolla. Una vez esté blanda echamos las ñoras e inmediantemente (antes de que se nos quemen) la calabaza. Salamos. Cocinamos a fuego bajo durante una hora removiendo de vez en cuando. Servimos y ¡a comer!

25 de junio de 2015

Nabos rellenos a las cinco especias chinas


Ayer el Notario volvió de surcar las Áfricas profundas. Estoy indignada: ¡No me ha traído harina de Teff! Puede que el asunto de traer una bolsa con polvo blanco le fuera a causar algún que otro problema en las aduanas, pero con el precio que tiene en los herbolarios por lo menos podía haberlo intentado. ¡Menudo valiente! Todo de boquilla, ya sabéis. El caso es que seguiré con las ganas de hacerme con esa harina y preparar un pan con ella. Algún día llegará el momento ¡y no pienso compartirlo con él! 
Dejando atrás esta breve irritación (que es más cuentitis aguditis que otra cosa) tengo que afirmar que, efectivamente, los nabos empiezan a tener una pinta sospechosa en las fruterías. Vamos, que ya no es su época de esplendor. Así que me veo forzada a, un año más, tener que abandonarlos hasta que llegue el frío. ¡Qué poco me gusta el verano! Soy más de refrescores, días de lluvia, calabaza, pan caliente y castañas. Aunque tengo que decir que el tema de las castañas que me tenía en un sinvivir (porque en verano no las encuentro en ninguna parte) lo he solucionado gracias a Concha de De buena mesa (¡y tan buena! ¡Me lo comía todo!) con sus castañas pilongas en almíbar. ¡Gracias Concha! ¡Te mereces un kiosko en la Gran Vía! (ya que te pongo un kiosko por lo menos que te dé buenos cuartos).

En mi afán de rellenar verduras con más verduras os traigo estos nabos rellenos de pimientos, que me encantan, especiados con una de mis mezclas favoritas. Si no os gustan los pimientos no os voy a decir que los rellenéis de otras cosas porque ¡hay que comer pimientos! (mi sugerencia del día porque me encantan no porque sea propietaria de parte del oligopolio pimentero español).


Para 2 raciones

2 nabos
1 pimiento verde
1/2 pimiento rojo
1 cucharada de postre de cinco especias chinas
1 cucharada sopera de salsa de soja
1 cucharada sopera de vinagre de arroz
aceite de girasol
sal
hierbaluisa para decorar (opcional)


Pelamos los nabos y vaciamos la carne con una cucharilla de café. Reservamos la carne. Ponemos los nabos a cocer al vapor durante 10-15 minutos. Por otro lado cortamos los pimientos, troceamos la pulpa de los nabos y lo echamos todo al wok con el aceite caliente. Salamos y especiamos. Cuando empiecen a estar blandas añadimos el vinagre de arroz  y la salsa de soja. Rehogamos a fuego lento y cuando estén hechas las verduras las retiramos. Ahora introducimos el relleno con una cucharilla en los nabos y culminamos con la hierbaluisa. ¡Que aproveche!

12 de junio de 2015

Trigueros, guisantes y tofu al Ras el Hanout


Nunca llevo reloj. Cuando era pequeña no podía vivir sin él. Sería para asegurarme de que, efectivamente, el tiempo pasaba en los momentos de aburrimiento. Recuerdo mirar las horas en verano, en el pueblo, en Portugal, y sentir que estaba atrapada en un bucle temporal. La verdad que era horrible: el sonido de la chicharra, la radio en portugués (que no preguntéis la razón pero me levanta dolor de cabeza inmediato), las maris en las escaleras de la casa del pueblo gritando sus gracias y desgracias y un porrillo de niños franceses (hijos de la gente del pueblo que emigró a Francia, que fueron casi todos los de la quinta de mi padre) chillando improperios y corriendo descalzos como salvajes por los adoquines tapizados del rastro inevitable de las vacas. Yo tenía mucho calor para eso y pisar zamburguesas de vaca no era una cosa que me entusiasmara, aunque alguna vez pisé algún que otro ejemplar hasta su núcleo vital (y consecuentemente me moría del asco). Los veranos en Portugal no eran ni para la bicicleta. No sé cuántos libros leía en un mes. De vez en cuando pasaban cosas y en el revuelo sí que estaba yo metiendo las narices. Una vez llegaron un burro y un caballo de un pueblo cercano que habían escapado. Lo que ellos no sabían es que fue peor el remedio que la enfermedad. ¡Todos los niños a montar el burro! (yo incluída, por supuesto, a ver si para una cosa que pasaba me la iba a perder). Aquel verano fue lo mejor que me pasó. Otras veces lo más emocionante del día era bajar al abrevadero de la plaza, que también era fuente para los humanos, acercarme al caño a beber, caerme de bruces en el agua roñosa y salir de allí con la dignidad mellada. No era la única, siempre había alguien que se caía a la bica (que así llaman a la fuente-pilón) y entonces el comité perpetuo de la plaza se reía de ti (y tú con ellos) porque en el fondo era lo mejor que les iba a pasar, también, en el día.
Pero pasaron los años y de repente el reloj dejó de ser algo útil. Ya no hacía falta. Todo el mundo lleva uno y tiene sus rutinas. Ése es mi reloj, la rutina ajena. Sé que son las 7 de la mañana cuando una pareja baja por la plaza con un cochecito de bebé camino de la escuela infantil, sé que son las 8 y cinco cuando una furgoneta maniobra para girar la calle. Y así durante todo el día. Así que ya no me hace falta el reloj. Además, creo que pocas cosas hay que odie más que el sudorcillo de las correas en las muñecas en verano. A esto hay que sumarle que, inexplicablemente, hay relojes por todas partes. Debe de ser por la misma razón que lo llevaba yo, para ver cuánto tiempo de tedio resta al momento.

¡Menuda chapa! y todo para decir que cuando estoy enredando en la cocina el tiempo no es lento, pasa veloz. Voy a hacerme mirar un poco el tema de las introducciones eternas porque veo que os han salido canas leyéndome y luego no quiero tener que pagar peluqueras. 
La receta que dejo hoy por aquí es algo que le saca a uno de un apuro en un periquete. No tiene nada de complicado pero sí mucho sabor por las especias y los trigueros.

Para 2 raciones:

300 g de tofu (duro o blando)
vinagre, agua y una cucharada sopera de Ras el Hanout para la marinada
300 g de espárragos trigueros
200 g de guisantes
200 g de tomate natural triturado
aceite de oliva
sal

Cortamos el tofu en cubos y lo colocamos en un recipiente. Echamos vinagre como hasta la mitad de los cubitos de tofu y terminamos de taparlos con agua. Agregamos la cucharada de Ras el Hanout, removemos y dejamos reposar al menos una hora. Cuanto más tiempo más profunda será la marinada. Yo la suelo dejar toda la noche en la nevera.
Echamos aceite en una sartén y añadimos el tomate natural. Cuando haya reducido un poco echamos los espárragos cortados y los guisantes. Salamos. Dejamos unos 8 minutos y agregamos el tofu con toda la marinada. Cocinamos unos 10-15 minutos más hasta que se haya reducido el líquido y los espárragos estén al dente. Retiramos, servimos y ¡a comer!

9 de junio de 2015

Zarangollo



¿Alguna vez os ha pasado que viajando en transporte público alguien totalmente desconocido os sonríe cada vez que cruzáis miradas? Ayer volvía en el metro (que, por cierto, en Madrid no vuela precisamente, por mucho que se empeñen en convencernos con el eslogan) y me senté en las reposaderas de plástico duro e incómodo a las que muy optimistamente llaman "asientos". Pues bien, justo enfrente de mí había una señora mayor sentada. Levanté la cabeza, tras dejar las bolsas en el suelo e intentar acomodarme, y allí estaba ella, mirándome fijamente con una sonrisa de oreja a oreja. Por acto reflejo yo sonreí de vuelta y saqué mi libro. Me puse a leer, pero notaba que alguien me miraba. Alcé la mirada: allí estaba ella otra vez, sonriéndome. Eso ya empezaba a ser incómodo. Si esta era la situación en el minuto dos, imaginad cuando llevaba 15 en el vagón de las sonrisas de Stephen King. Que yo ya me estaba preguntando: ¿se estará riendo de mí? ¿se piensa que me conoce? ¿me conoce y yo no me acuerdo de ella? ¿tiene tensión muscular facial?. El caso es que llegó mi parada y me bajé de aquella cárcel enrarecida. Yo seguía con ese estado molesto. Tardé un tiempo en volver a la normalidad, pero nunca sabré quién era aquella señora y mucho menos sabré qué le pasaba por la cabeza para invadir mi espacio mental con su sonrisa perturbadora. La conclusión a la que llego es que el que puso los asientos del metro enfrentados no viaja mucho en ello. Si fuera así los pondría de cara a las ventanas, porque en el fondo esos vagones subterráneos son un castigo de parvulario y por lo menos se haría explícito.

Cambiando de tema, hoy es el día de la Región de Murcia. Nunca he estado por allí pero es uno de mis destinos más que apuntados. Me encanta la gastronomía que se cuecen. Sobre todo los guisos de trigo y los tropecientos zarangollos que atesoran. Cierto es que el que hago yo no tiene la textura untuosa que caracteriza un zarangollo como los dioses del Olimpo mandan, pero no puedo evitar que me encante comer verdura crujiente (y además así como menos pan porque parezco un gorgojo con las harinas). Aunque el zarangollo clásico sea una cosa más que conocida y reconocida en todo el territorio nacional, yo la comparto por si queda algún despistado. Ya colgaré por aquí otras variedades de zarangollo porque son todas un manjar digno de un sultán persa. ¡Feliz día a todos los murcianos!

Para dos raciones

400 g de calabacín
200 g de cebolla
2 huevos
aceite de oliva
sal
orégano

Cortamos el calabacín y la cebolla en dados. En una cazuela calentamos aceite de oliva y echamos la cebolla. Una vez esté blanda añadimos el calabacín. Salamos. Cocinamos a fuego muy bajo en sus propios jugos hasta que ablanden las verduras. En general se suele presentar como una pasta (después de una cocción de 20 minutos) pero a mí me gustan las verduras al punto. Añadimos ahora el huevo y removemos junto con las verduras hasta que éste esté hecho. Servimos, espolvoreamos el orégano y ¡a comer!

29 de mayo de 2015

Calabacines rellenos de crema de chirivía y mostaza


Siempre que llega la primavera me entra la vena jardinera. Durante el invierno a las plantas le pueden dar morcillas que me importan un pepino de Leganés. Normalmente si alguna subsiste hasta la primavera le hago un reconocimiento especial en forma de trasplante de maceta. Se lo ha merecido. Tengo un ficus robusta y una drácena marginata que aunque no les diga ni hola creo que sobrevivirían tres holocaustos nucleares. Ahí siguen, después de tres o cuatro años con sus inviernos, como si nada. Es posible que lleven el gen cucarachera dicharachera (estoy convencida de que hay personas que también lo tienen).
Las plantas de exterior son otro cuento (de terror psicológico). ¡Se me mueren hasta los cactus! Toda la gente que tiene crasas me dice: "Si eso crece ad infinitum sin ninguna atención". Pues a mí no. Y me indigno (de aquí a dos días comisión de plantas en el 15-M fundada por mí). Desde que sale Mister Lorenzo hasta que se mete está pegando a todo trapo en las terrazas. (Recuerdo que durante una época alquilaron el tercero a unas rumanas que se pasaban el día entero tomando el sol como los dioses las trajeron al mundo con sus respectivos admiradores jubilados, de cuellos tronchados de mirar hacia arriba, en la calle. Que una ya no podía ni asomarse a la terraza. Parecía eso el Show de Truman versión porner). 
Entre el solano y que tengo los ejemplares más estúpidos de la historia tener cuatro chuminadas en macetas es una tarea complicada. Y no hablo por hablar: ¿alguna vez habéis visto una lavanda que necesite riegos cada dos días y que no le dé mucho el sol? Yo la tengo. Sí, señores. Es mi sino. Plantas estúpidas. También tengo un tomillo limón con necesidades diarias de riego o una albahaca que pide mucho sol y poca agua. Creo que lo único con un comportamiento normalizado es una citronela. Así que cuando acaba el verano estoy agotada de los caprichos de los hierbajos de las narices. Pero es que es llegar la primavera y no puedo evitarlo, tengo que rodearme de verde. Al final me terminaré cansando (que me conozco) y el único verde que entrará en mi vida será el que compro y me como. 
Y hablando de verde que me como, esta receta. ¡Cómo me gusta rellenar verduras de otras verduras como si fueran muñecas rusas! Que en el fondo hace una un revoltijo en la olla y es lo mismo. Pero son esas pequeñas chorradas que me dan alegría. Estos calabacines los rellené de chirivía que me chirichifla y quedaron estupendos. Hoy parece el día de la mostaza (que no sé si existe, es muy posible que sí).

Para 1 ración

2 chirivías pequeñas
1 calabacín mediano
1 queso fresco desnatado (62,5 g)
1 cucharada sopera de mostaza antigua
sal
aceite de oliva
alcaparras

Cortamos el calabacín por la mitad y ponemos a hervir en agua con sal hasta que ablande. Sacamos la pulpa y reservamos. Cocemos las chirivías. Rehogamos ahora las chirivías cocidas con la pulpa del calabacín en aceite de oliva. Retiramos al vaso de la batidora y añadimos el queso fresco y la mostaza. Trituramos a nuestro gusto. Rellenamos con la crema el calabacín y decoramos con alcaparras. Servir. ¡Que aproveche!

4 de mayo de 2015

Crema de apionabo, calabaza y alcaravea


Ya sé que estáis pensando: "¡Pero qué haces loca! ¡Que ya hace buen tiempo, deja los purés y las sopas!". Pero os prometo que no soy yo. Soy la principal afectada de una conspiración judeomasónica entre las verduras de la nevera y mis pies fríos. Intento luchar contra ella pero el tándem es perfecto. Al final las verduras, en sopas y cremas, me calientan la barriga y los pies y, como el bienestar es supino, no puede una resistirse a tal complot. Eso sí, ha quedado ya inaugurada la temporada veraniega de barbacoas. Así que, exactamente igual que el tiempo primaveral, una de cal y otra de arena (¿cuál es la buena?), que yo soy muy gallega (sí...un poco mala también) y hasta el 40 de mayo no me quito el sayo (que en mi caso tiene forma de cuchara). Pues nada, si todavía estáis como yo entre Pinto y Valdemordor y os apetece cucharear os dejo esto por aquí.

Para dos raciones

200 g de calabaza
250 g de apionabo
1 cucharada de postre de alcaravea
1/2 cucharada sopera de aceite de oliva
500-600 ml de agua
sal al gusto

Echamos en una olla el aceite de oliva y las semillas de alcaravea. Tostamos las semillas ligeramente (no mucho porque si no amargan). Vertemos el agua y añadimos la calabaza, el apionabo y la sal. Dejamos cocer unos 15 minutos, hasta que el apionabo ablande. Trituramos con la batidora y servimos. ¡Que aproveche!

30 de abril de 2015

Chirivías, calabaza y espinacas al hinojo


A veces me pregunto cuántas veces hay que caerse de morros para escarmentar. Todas las mañanas, cuando me tomo el café, miro por la ventana y no falla: hay dos tipos que a las 6 y media corren como Usain Bolt hacia la parada del autobús. Señores, ¡salgan 2 minutos antes de casa! A veces alguno lo pierde y le ves a lo lejos haciendo aspavientos como si estuviera padeciendo una fatal venganza de la diosa Fortuna. Pero no pasa nada, al día siguiente volverá a correr porque llega tarde. En fin.
Yo de momento ya empiezo a echar de menos algunas de las verduras y hortalizas de invierno, como es el caso de las chirivías. La verdad que no se ven mucho en las fruterías pero son una ricura. El otro día comprándolas, una señora me dijo: "muchacha, deja esas zanahoras que están muy blancas". Yo me reí (por dentro, que en alto quedaba feo) y le comenté que no eran zanahorias, que eran sus primas del planeta Neutrex Futura. 
El sabor es bastante parecido al de la zanahoria pero además como con un toque a nabo que le sienta como una pamela en una boda de primavera (suponiendo que las pamelas queden bien, que no lo sé. A ver si dejo de innovar haciendo comparaciones con la moda porque ese no es mi tema, seguro. Que yo no me pondría una pamela a no ser que tuviera quemaduras de octavo grado. Y bueno, que ya dejo las pamelas.)
Para los que no hayáis visto una chirivía os dejo foto. En el mercado de barrio no las suelen tener pero en los hipermercados tipo Alcampo o Carrefour ahí andan, en sus barquetas a la fresca. Importante que al comprarlas no estén arrugadas como el culillo de un mono porque eso es que llevan más tiempo ahí que la Dama de Elche.


Las chirivías permiten infinitas combinaciones, todas fantásticas. Os dejo por aquí uno de mis inventos y ya os traeré más.

Para 2 raciones

350 g de chirivía
200 g de calabaza
300 g de espinacas
1 nuez de jengibre fresco
1/2 cucharilla de café de hinojo seco
1/4 cucharilla de café de pimienta blanca
100 ml de mistela
aceite de oliva
sal
huevo cocido (opcional)

Pelamos y cortamos las chirivías y la calabaza. En una olla ponemos a calentar aceite y tostamos ligeramente el hinojo seco. Echamos ahora la chirivía y la calabaza. Salpimentamos y agregamos el jengibre rallado. Vertemos la mistela y cubrimos las verduras con agua. Dejamos a fuego muy lento hasta que empiecen a ablandar, siempre pendientes de que no se sequen. Incluimos ahora las espinacas en la olla y cocinamos hasta que éstas estén hechas y haya reducido todo el líquido. Sacamos y servimos con huevo o lo que gustemos. ¡A comer!

29 de abril de 2015

Briam o Tourlou Tourlou. Receta griega


Voy a hacer una confesión: tengo un camembert en la nevera que me está quitando la vida. Es abrir el frigorífico, de repente un olor apestoso inunda toda la casa y a mí me da lo malo. No es que atufe la cocina, no, atufa hasta el salón y eso que está dentro de su cajita y dentro de la quesera (que en vez de un queso parece una muñeca rusa). Me encanta el camembert (y en general todos los quesos, cuanto más tufosillos más ricos), pero todo tiene un límite y estoy a punto de desterrarlo porque creo que hasta los del edificio de enfrente se han enterado de que lo atesoro. Si alguien sabe qué hacer con ese olor ¡que me lo diga!
Al lío. Yo con mis verduras, hortalizas y derivados. Y es que ahora mismo tenemos muchas de temporada y nos enseñan su mejor cara. Que ellas ya se han estado preparando la operación bikini. ¡Menudas barrigas hermosas y brillantes nos traen las berenjenas! (Ejem...¿estaré mutando en berenjena?)
El briam o tourlou tourlou es otro pisto más mediterráneo. En este caso viene de Grecia (vamos, no es que haya venido a mi casa con la maleta llamando al portero, ¡ojalá!) y el sabor es estupendo. A veces parece que uno come lo mismo cuando los ingredientes son iguales, pero la mayor o menor proporción de uno de ellos le da a los platos un sabor distinto. Se suele servir con skordalia y con panes planos como pitas. Y la verdad que el conjunto le gana puntos al briam en solitario.

Para dos raciones

1 calabacín mediano
1 berenjena mediana
1 patata mediana
1 cebolla dulce pequeña
2 dientes de ajo
2 tomates pequeños o 1 mediano
perejil fresco picado
hierbas provenzales
aceite de oliva
pimienta negra
sal

Cortamos en rodajas todas las verduras y las colocamos en una fuente refractaria con aceite de oliva en el fondo en el siguiente orden: patata, la mitad del tomate, la mitad de los ajos, la mitad de la cebolla, sal/pimienta, un tercio del perejil. Colocamos encima la berenjena, aceite de oliva, un cuarto del ajo, sal/pimienta y otro tercio de perejil. Terminamos poniendo el calabacín, y lo que queda del ajo, cebolla, perejil y tomate. Echamos otra pizca de sal, pimienta y hierbas provenzales. Introducimos en el horno a 160º durante una hora y media aproximadamente. Si queremos que quede la capa superior crujiente los últimos 15 minutos subir la temperatura. Está muy bueno a temperatura ambiente y de un día para otro es un manjar.

25 de abril de 2015

Skordalia. Receta griega


¡Y la gente ya en manga corta! Que digo yo: ¿y en verano qué vais a hacer, almas de cántaro? Luego se levanta un poco el aire y ves cómo se empiezan a frotar los brazos diciendo: "pues parece que refresca un poco, oye". Si es que fíate de la Virgen y no corras. Que vemos el sol y nos pensamos que es agosto. Entonces vienen los resfriados tontos. Y me dejo de monsergas que parezco una abuela.
Lo bueno del sol primaveral es que inicia un cambio en la cocina y ya van apeteciendo más otro tipo de platos (¡hasta dentro de un rato potajes!). Como ya he contado en otras ocasiones me encanta la gastronomía griega y lo que os traigo hoy es una guarnición de patata espectacular. Tiene una textura como de queso fundido que me encanta y acompaña muy bien a unas verduritas con su pan correspondiente. No os lo podéis perder.

Para dos raciones

250 g de patatas
4 dientes de ajo asados
50 ml de zumo de limón
chorrito de aceite de oliva
sal y pimienta
agua de la cocción de las patatas
nueces trituradas (opcional)

Cocemos las patatas. En un mortero machamos los ajos asados con el aceite de oliva. Echamos las patatas cocidas en un bol y añadimos los ajos con el aceite. Agregamos el resto de ingredientes y vamos aligerando la textura del puré a nuestro gusto con el agua de la cocción de las patatas. Servimos con verduras asadas y pan de pita o lo que gustemos. ¡A disfrutar!

21 de abril de 2015

Brændende Kærlighed - Burning Love. Receta danesa



El tema de la remolacha y la confusión perpetua es algo recurrente en mi entorno. Si comentas que comes remolacha la pregunta inmediata es: "con todo el azúcar que tiene ¿eso no engorda mucho?". Cuando en el colegio nos decían que el azúcar sale de la remolacha deberían haber matizado un poco más porque casi todo el azúcar que consumimos es de caña y porque la remolacha azucarera no es la única que existe. Así que me arremango, me pongo los rulos y empiezo a contar que la remolacha de mesa que venden para consumir es distinta de la remolacha azucarera (que por cierto está ultramodificada genéticamente para que sea un nabo de azúcar) y de la forrajera (que es la que le dan al ganado). 
Tiene un montón de beneficios para la salud (como suele pasar con las frutas y verduras de colores intensos) y muy pocas calorías. Siempre tengo remolachas en la nevera porque me encanta su sabor. Es una de esas cosas que en mi casa nunca se había comido y a la que yo me acerqué con cierta reticencia para llevarme la sorpresa de mi vida. ¡Son todo bondades en este nabo!
En España no está tan extendido su uso como en el norte y en el este de Europa, por eso siempre estoy buscando recetas distintas de esas zonas con remolacha. Os garantizo que las hay para aburrir y es casi imposible repetir un plato de remolacha. Así me topé con esta receta que es de lo más sencillo y rico. 
El  Brændende Kærlighed es un plato danés tradicional de campesinos consumido muy a menudo. Cuando comenzó la migración de las zonas rurales a las urbes las gentes se llevaron el plato con ellos y ahora es uno de los platos más típicos de Dinamarca. Por lo visto la presentación del plato esconde una historia de amor y cada ingrediente representa un elemento. Si os digo la verdad en su momento lo leí pero lo único que recuerdo es que me pareció una ñoñería un poco estúpida...Que no es que sea yo la Thatcher, os prometo que era un poco absurdo (aunque no lo recuerde). Por último decir que a veces he hecho el plato sin el bacon, como guarnición, y está muy bueno también.

Para dos raciones

1/2 kilo de patatas
1 remolacha cocida
1 cebolla
150 g de bacon
10 g de mantequilla
75 ml de leche
sal
pimienta negra molida
cebollino picado (si es fresco mejor, yo no tenía)

Empezamos haciendo un puré de patatas. Cocemos las patatas unos 20 minutos cortadas en dados. Una vez cocidas, escurrimos el agua, salpimentamos y añadimos la mantequilla y la leche (adecuad la consistencia a vuestro gusto). Trituramos, con un tenedor, con la batidora... Ahora cortamos el bacon en cubitos y freímos hasta que esté crujiente. Mientras troceamos la cebolla. Retiramos el bacon y en la grasa que ha soltado doramos la cebolla hasta que caramelice a fuego lento unos 10-15 minutos. Cortamos la remolacha cocida en cubitos. Ahora colocamos el puré, encima el bacon (yo hice un hoyo en el puré y lo coloqué ahí) y la cebolla, la remolacha y para terminar el cebollino. Servimos. ¡A comer!

14 de abril de 2015

Alcachofas con salsa de naranja, nabo y mostaza


Hay determinadas épocas del año en las que de repente tienes 425 citas en el médico. Es un poco agobiante porque te das cuenta de que, en el fondo, todo el tiempo eres el sujeto paciente de la oración. Creo que los lingüistas nos timan con la idea de sujeto agente. Ni los médicos lo son. Así que vas al médico, te manda unos análisis, te dan cita a las 9 de la mañana y allí te presentas con más hambre que los pavos del Manolo porque te levantas a las 6 a poner las calles y las farolas de tu calle. Llegas y te encuentras un regimiento de personas organizadas para ser vil y voluntariosamente profanadas con una aguja. Pero allí estás tú y no te queda más remedio que unirte a la secta. Total, que entras a que te saquen sangre. No te encuentran la vena y te pinchan 3 personas distintas 5 veces. Con complejo de colador paciente resignado ahí sigues sentada y cuando, al fin, consiguen sacarte sangre de repente eres un surtidor de gasolina barata que no deja de emanar líquido vital elemental. Llaman a unos médicos, te vuelven a pinchar (esta vez para que deje de salir sangre a chorro) y te mandan en ambulancia a casa. 
La historia podría tener moraleja, pero no se me ocurre ninguna. Es más bien una reflexión de que se podría hacer Soylent Green conmigo y uno de muy baja calidad. Así que, como solución, no hay nada como comerse algo rico y olvidarse de las gaitas de la salud. Dicen que de lo que se come se cría. A ver si me salen unas alcachofas en los brazos y cuando me pinchen por lo menos no me desangro. Después de este rollo que os he soltado os dejo con la receta que está muy buena y merece mucho la pena:

Para 1-2 raciones:

4 alcachofas
2 nabos
1 naranja
2 cucharadas soperas de mostaza dulce
1 nuez de jengibre fresco
1 cucharada sopera de miel
1 cucharada de postre de eneldo y pizca para decorar

Quitamos las hojas exteriores y los pedúnculos de las alcachofas. Cortamos las puntas de las alcachofas y ponemos a cocer en agua con sal unos 20 minutos hasta que ablanden. Escurrimos y reservamos.
Cocemos los nabos en agua con sal. Escurrimos y volvemos a echar en la olla con la naranja pelada (sin la parte blanca) en trozos y el jengibre fresco rallado. Rehogamos 5 minutos. Apagamos y vertemos en el vaso de la batidora con la mostaza, la miel y el eneldo. Trituramos. Servimos en un cuenco junto con las alcachofas. Se van sacando las hojas de las alcachofas y se mojan en la salsa. ¡Rico, rico!

6 de abril de 2015

Falso cous-cous de coliflor Alcuzcuz farfucha. Receta tunecina adaptada


Tengo un problema: me gusta tanto el pan que soy tonta. Esta afirmación no es gratuita. Todos los días quiero comer pan (adicta mode on), pero no quiero comerme además 200 kilos de cereales procesados de distinta manera. Es decir, que poca sémola o casi nada como. Ni pasta, ni cous-cous, ni gaitas en vinagre (que seguramente también lleven cereales, tengo que confirmarlo). De vez en cuando hago un esfuerzo y cambio el pan por alguna de sus inferiores elaboraciones harineroculinarias (sí, a veces también me invento palabras), pero no es lo general. Sin embargo me apasionan los platos de cous-cous. Pffff mental y solución: la coliflor. Si se procesa adecuadamente tiene la textura más parecida a la sémola que nos puede dar un vegetal (mucho más que el brócoli, por ejemplo). Y de este modo podemos colarle la verdura a niños y mayores que detestan (injustamente) a esta bella verdura de fractales. En realidad la coliflor tiene infinitas posibilidades que ya iréis viendo por aquí. De momento os dejo con ésta. Si queréis hacer Alcuzcuz farfucha como Dios lo trajo al mundo sólo tenéis que quitar la coliflor y añadir sémola fina de cous-cous:

Para dos raciones:

450 g de coliflor
300 g de las hojas del hinojo (la parte verde) o eneldo fresco (yo puse eneldo)
1 diente de ajo
1 tomate 1 cebolla
1/2 cucharada sopera de harissa
2 cucharadas soperas de tomate natural triturado
1 guindilla roja seca
1/2 cucharada sopera de alcaravea molida
1/2 cucharada sopera de cilantro molido
aceite de oliva
sal
pimientos verdes picantes (opcional)

Lo primero es separar los tallos de la coliflor de los copetes. Podemos guardar los tallos para hacer paté vegetal o puré o lo que gustemos. Una vez tenemos los copetes los trituramos hasta que tengan la textura del cous-cous. Reservamos. En una olla calentamos aceite y echamos el ajo y la cebolla. Cuando estén ligeramente dorados añadimos el tomate y bajamos el fuego. Agregamos el verde de hinojo o el eneldo, salamos y rehogamos. Agregamos la harissa, la guindilla y las especias. Dejamos cocer unos 5 minutos. Vertemos ahora la coliflor triturada y los pimientos (si queremos echarlos). Mezclamos y dejamos cocer 5-8 minutos más. Apagamos, servimos y ¡a disfrutar!

26 de marzo de 2015

Pazi mihlamasi. Receta turca




La semana santa a la vuelta de la esquina y ¡sigue lloviendo! Lo que le toca al tiempo atmosférico es parar ya y continuar la semana que viene, que todavía no arrancan las procesiones (creo). Es cuando sale el Cristo de la Compañía del Anillo de Mordor el momento de empezar a llover, ¡no antes!
La verdad que no tiene sentido cabrearse con las nubes. Me recuerda al colegio, en clase de lengua haciendo sintaxis, cuando te planteaban la frase: "Llueve". Entonces te preguntaban por el sujeto y el gañán de turno (al que le tocaba contestar) decía orgullosamente en alto: "Para conocer el sujeto le preguntamos "quién" al verbo. ¿Quién llueve?" Y en ese mismo instante se callaba porque no sabía qué decir. ¿Llovían las nubes?¿Eran los ángeles meando?¿Por qué le había tocado a él esa frase?¿Su madre le habría comprado los sobres de cromos?
El caso es que cuando llueve, llueve. Da igual la sintaxis, las procesiones y la pereza existencial que generan esos días a la hora de salir de casa.  Al final da pereza hasta meterse en la cocina. Afortunadamente el mediterráneo nos brinda unos alimentos estupendos y unas elaboraciones sencillas, rápidas y muy ricas. Y eso representa este plato: algo bueno en poco tiempo y con un saco de 20 kilos de pereza existencial a la espalda. Ahí queda eso.

Para 2 raciones:

500 g de acelgas
1 cebolla
1 cucharada de aceite de oliva o mantequilla
2 g de menta fresca
2 huevos
sal
pimienta

Lavamos y picamos las acelgas y sofreímos en una sartén con la cebolla hasta que ésta esté dorada. Echamos la menta, la sal y la pimienta y removemos. Colocamos las verduras en una fuente de horno dando forma de volcán. En el medio vertemos el huevo y lo salpimentamos. Introducimos en el horno cubierto con papel de aluminio a 180º durante 10 minutos (estad atentos a cómo de cuajada os gusta la yema). Sacamos, retiramos el albal y ¡a comer!

23 de marzo de 2015

Tofu al Oporto con lombarda y uvas


No he conocido jamás a nadie que cuando come cualquier cosa (alimentos, se entiende, no sacapuntas o peines) con un vino o licor dulce diga: ¡esto es una aberración ontopraxeológica! (que significa: ¡menuda basura me acabas de servir!). Y, desde luego, yo como el resto de la humanidad disfruto con esos aromas en la comida. Total, que una saca el tofu (que efectivamente por sí solo es insulso) por variar un poco el tema carne/pescado/huevos y piensa: "aha! y ¿ahora qué hago?". Miro encima de la nevera y un brillo celestial ilumina el vino de Oporto con música de trompetas angelicales (no eran las del Apocalipsis, que todo el mundo esté tranquilo). ¡Bingo! El vino iba a ser la base de la marinada. Así que me puse a ello y con el tofu y lo que tenía en la nevera me monté este plato que pienso volver a repetir porque está buenérrimo. Ahí os dejo el invento.

Para 1 ración:

200 g de lombarda
125 g de tofu (yo usé blando pero el duro para marinar es mejor)
100 ml de vino de Oporto
50 ml de agua
1 cucharada de postre de jengibre seco molido
1/4 cucharada de postre de pimienta negra
1 guindilla dulce (opcional)
uvas al gusto
sal
aceite de oliva

La noche anterior cortamos el tofu en cubitos y ponemos a marinar con el vino de oporto y el agua. Removemos y dejamos en la nevera. Al día siguiente sacamos el tofú (¡importante no tirar el líquido de la marinada!), lo ponemos en un recipiente de horno y lo introducimos una media hora a 180-200º o hasta que esté dorado. Vamos dando vueltas para que se tueste por todas sus caras. En una olla ponemos a cocer la lombarda unos 20 minutos. Escurrimos y volvemos a introducir en la olla con aceite de oliva. Rehogamos y añadimos el jengibre y la pimienta. Echamos ahora el líquido de la marinada y, si hemos puesto, la guindilla cortada en aros. Seguimos rehogando hasta que esté a nuestro gusto. Sacamos el tofu del horno y servimos encima de la lombarda. Acompañamos con uvas (como si fueran migas, o algo). ¡A disfrutar!


21 de marzo de 2015

Wok teriyaki con fideos vermicelli de soja


El wok tiene un gran punto a su favor: se tarda más bien poco en cocinar y el resultado siempre es bueno. Tengo que decir que, en mi caso, lo que la mayoría de las veces es una desventaja con el wok es una maravilla: los fogones de gas del año en que Aristóteles empezó a ser el mentor intelectual de Alejandro Magno. La forma de esta sartén, tan peculiar, hace que el interior se caliente y cocine muy rápidamente los alimentos. Las vitrocerámicas y derivados contemporáneos no dan tanto calor como la llama. Así que cada dos por tres tengo el cacharro cocinando cosas dentro. 
Me encanta que las verduras se queden con su punto crujiente y la gran cantidad de salsas y aliños que se puede añadir. ¡Inventazo total! 
Los fideos chinos o tallarines siempre acompañan de maravilla, como el típico amigo que en general es un tostón pero que te viene estupendamente cuando tienes que ir a hacer la declaración de la renta porque así te entretienes con alguien. Los hay de todos los tipos, formas, tamaños y colores (tanto los fideos como los amigos pesados). Los vermicelli los podemos encontrar de trigo, de soja y, si uno busca, hasta de grillos debe haber. Tengo curiosidad por probar los shirataki de konjac (una planta asiática). Cuando me haga con ellos y me los coma os daré mi veredicto. Por el momento os dejo ésta:

Para dos raciones generosas:

150 g de fideos vermicelli de soja
200 g de carne de ternera (el corte que más nos guste)
1 tomate mediano
1/2 puerro
80 g de champiñones
100 g de brócoli
100 g de calabacín
100 g de berenjena
1 nuez de jengibre fresco
1 cucharada sopera de salsa teriyaki
aceite de oliva

Ponemos a cocer los fideos en agua unos 5 minutos, hasta que estén tiernos. Calentamos aceite en el wok y vamos echando las verduras. Cocinamos a fuego lento. Rallamos el jengibre encima de las verduras. Rehogamos. Echamos la ternera cortada en tiras o trozos pequeños. Rehogamos 5 minutos. Vertemos la salsa teriyaki y seguimos cocinando hasta que reduzca el agua de las verduras y la salsa. Retiramos, servimos y colocamos los fideos encima. ¡Buen provecho!

Crema de champiñones, calabacín y rúcula al orégano


Yo sigo con mi cuchara. La verdad que pocas cosas hay más reconfortantes que una sopa o crema a la hora de la cena en los días fríos. Si el mundo se acabara en invierno o haciendo mal tiempo yo iría con la cuchara en el bolso, por si acaso. Pero que nadie se alarme, en verano desaparecen y se convierten en ensaladas y sopas frías. Sinceramente, tengo unas ganas de gazpacho que no me lo creo. Ya no queda mucho. Mientras tanto:

Para dos raciones:

150 g de champiñones
100 g de calabacín
un puñado de rúcula (al gusto)
1/2 cucharadita de orégano
650-700 ml de agua
aceite de oliva
sal

Ponemos a calentar el aceite y echamos el calabacín y los champiñones. Salamos y espolvoreamos el orégano. Rehogamos a fuego lento 5-8 minutos. Vertemos el agua y echamos la rúcula. Una vez esté cocida la verdura, retiramos y trituramos con la batidora. Servimos y ¡a disfrutarla!

20 de marzo de 2015

Calabacín luna relleno de verduras y gambas en salsa de soja


Con este mal tiempo que padecemos a una le apetece comer de cuchara todo el tiempo, pero a este paso me voy a quedar sin cuchara. ¿Algún día llegará el buen tiempo? Esta pregunta será contestada en Saber y Ganar en un especial de los Magníficos, seguro.
Tengo frío siempre (los que me conocen ya lo saben), y la verdad que prefiero el invierno al verano (sí, soy un poco masoca). Pero cuando las temperaturas son bajas mi nariz y mis pies remiten en su estado de existencia y pasan a ser Walt Disney a la espera de un tiempo histórico mejor. Total, que me resigno y me vuelvo primaveral. ¡Hoy estrenamos primavera! (o algo así). Y para celebrarlo una horterada culinaria de esas que pueblan la red porque nadie puede evitar hacerla. Es como aquellos pasteles de los 90 de ensaladilla rusa: un horror que todo el mundo elaboraba orgullosamente como si se estuviera tallando un diamante y que tan felizmente comíamos. Porque no nos engañemos: la ensaladilla está buena aunque tenga forma de cuadra. 
A lo que iba, os presento mi (sonido de redoble de tambores): ¡calabacín luna relleno!

Para una ración:

1 calabacín luna
30 g de puerro
3 pimientos del padrón
1 chile dulce (los de la foto, que no pican nada)
50 g de champiñones
60 g de gambas
1 huevo de codorniz
1 y 1/2 cucharada de salsa de soja
aceite de oliva
sal


Cortamos la tapa del calabacín y vaciamos la carne con una cucharilla de café. Reservamos la carne. Ponemos el calabacín a cocer al vapor durante 10-15 minutos. Cocemos también el huevo de codorniz. Por otro lado cortamos el resto de verduras en juliana y las echamos al wok con el aceite caliente. Salamos. Cuando empiecen a estar blandas añadimos las gambas y la salsa de soja. Rehogamos a fuego lento y cuando estén hechas retiramos. Ahora sólo queda hacer el montaje. Introducimos el relleno con una cucharilla y culminamos con el huevo y la tapa del calabacín. ¡Que aproveche!

18 de marzo de 2015

Bissara. Receta tunecina


Hay días en los que a uno ni le apetece comer, la verdad. Pero la música digestiva del flautista de Hamelin nos obliga. Así que, ya que hay que comer que sea algo rico, fácil y rápido. Las habas frescas no hace mucho que las incluí en mis platos. Siempre comía las judías o los tirabeques tal cual. Es más, "eso que lleva dentro" me molestaba. Era una textura pastosa que no acompañaba nada a la envoltura. Como uno no puede reescribir y modificar el genoma de las plantas en 5 minutos (en mi caso ni en toda la eternidad) pues no me quedó más que dejar de penar y probar a comer habas tiernas. Para mi sorpresa ¡estaban deliciosas! Así que en esos días en los que uno prefiera no existir (porque le duela el aire, el corazón o el sombrero) esta receta es la salvación gastroculinaria. 

La bissara es un plato típico, humilde y muy común de las zonas rurales de Túnez (de Marruecos también). De hecho se suele decir que uno es tan pobre que sólo come bissara. Sinceramente, me alegro de ser pobre, porque está delicioso. Os dejo la receta:

Para 2 raciones:

250 g de habas verdes
1 diente de ajo
1 tomate
1/2 cebolla
2 huevos
5 cucharadas soperas de agua
1 cucharada sopera de tomate concentrado
1 cucharada sopera de aceite de oliva
1 cucharada sopera de harissa (opcional)
sal
pimienta

Picamos la cebolla y el diente de ajo y lo sofreímos en aceite de oliva 3-4 minutos. Añadimos el concentrado de tomate y removemos. Echamos ahora el tomate troceado, la harissa (si hemos puesto) y salpimentamos. Removemos y vertemos el agua y las habas. Cocemos durante 15 minutos. Cascamos los huevos encima de las habas y los dejamos escalfar con la tapa de la olla puesta hasta que estén a nuestro gusto (depende de si nos gusta con la yema más o menos cuajada). Retiramos los huevos con una espumadera y los servimos con las habas. ¡Buen provecho!
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