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domingo, 9 de octubre de 2011

Masitas de canela y muchas otras cosas más


Fin de semana largo. Sábado de mucha lluvia y mucha y merecida siesta. Domingo de mucho viento y mucho reacomodamiento de nubes. Muchas estaciones, mucho viaje, muchas páginas pasadas de un libro magistral. Mucho mate, mucho descanso, muchas medias lunas, mucha luna llena y muy pocas las ganas de seguirlos atosigando con las muchas palabras que suelo usar para la introducción. Así que ya mismo, con muchas ganas, a la receta:

Ingredientes (para muchas galletitas):
2 tazas de avena fina
1 1/2 taza de harina común
1/3 taza de azúcar negra
1/3 taza de azúcar blanca
1/2 cucharadita de sal
1/2 cucharadita de polvo de hornear
100 grs. de manteca
1 huevo
Canela, ralladura de limón y pasas de uva

Preparación:
Mezclar la harina, la avena, la sal, canela, polvo de hornear, ralladura de limón y las pasas de uva. En otro bol, mezclar la manteca con el azúcar blanca y el azúcar negra. Agregar el huevo y mezclar. Integrar las dos preparaciones, mezclando bien con un tenedor, hasta obtener una masa homogénea. Estirar la masa con palote, envolver en papel film y guardar en la heladera. Mientras tanto, precalentar el horno. Enmantecar y enharinar una placa. Sacar la masa de la heladera, volver a estirar con palote y recortar en círculos con la ayuda de un moldecito redondo o con la boca de una copa o vaso chiquito, haciendo un pequeño círculo en el centro. Llevar a la placa y hornear por 15 minutos aproximadamente. Dejar enfriar.

Que tengan mucha suerte. Muy felices días. Y muy buenas noches. Me muy despido con un maravilloso fragmento del olvidado y tan-grande-y-muy-mucho escritor. 

Fragmento de "Una excursión a los indios ranqueles" (1870), de Lucio V. Mansilla:

Bustos, que no se separaba de mi lado, volvió a decirme:
-No tenga miedo, amigo.
Le contesté, con tono áspero y fuerte:
-Usted me está fastidiando con su: No tenga miedo, amigo –y echando un voto cambrónico, agregué-: Dígame eso cuando me vea pálido.


domingo, 18 de septiembre de 2011

Focaccia express


Ayer a la noche tenía ganas de hacer pizzas. Fui a hacer las compras a un almacén nuevo que pusieron frente a casa. Todavía lo están armando, no terminaron de poner los estantes y hay que pedirle todo al cajero. El señor que atiende me cae muy bien. Es muy amable y simpático. No habla español, pero pone voluntad para comunicarse. Le pedí levadura de cerveza. Me trajo una Heineken (bien fría). Le pedí medio kilo de mozzarella y me dio una bolsa de magdalenas (¡rellenas!). Le pedí una lata de tomates pelados enteros peritas y me trajo un yogurt semi-descremado con cereales muslik. Soy un caso, teniendo el dedo índice en la mano, podía haber colaborado. Mientras volvía a casa, y antes de que me asaltara el sentimiento de frustración, recordé el famoso refrán que dice, "a la larga, todo se arregla". Con harina leudante, no sólo se pueden hacer pizzas, sino también focaccias. "De noche todos los gatos son negros".

Ingredientes:
1/4 kilo de harina leudante
1/2 taza de aceite de oliva
1/2 taza de agua tibia
Romero fresco
Tomates cherry
Sal y pimienta

Procedimiento:
¿Para qué lo voy a pasar? Si nadie lo lee :)

Yo pienso, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan en distinto idioma. Y también, cómo cuesta comunicarse entre personas que hablan el mismo.
Desde Revista latinoamericana de minicuento,

COMUNICACIÓN
De Pablo Urbanyi

Él y ella. Los encontramos sentados en los dos extremos de un sofá de tres plazas. Él la observa con un poco de temor. Por fin se anima a hablar:
Él: Parece que estás de mal humor, ¿qué te pasa?
Ella: No me pasa nada. Y te ruego que no hagas suposiciones sobre mí.
Breve pausa:
Él: ¿Es por algo que dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no dije?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que hice?
Ella: No.
Él: ¿Es por algo que no hice?
Ella: No.
Una pausa más larga. Toma aire y remarcando con claridad las palabras:
Él: ¿Es por algo que yo dije casualmente con relación a algo que hice y que no debí haber hecho ni dicho, o, por lo menos debería haberlo hecho y dicho de otra manera y tomando en cuenta tus sentimientos?
Ella: Algo así. Pero basta, no insistas.

viernes, 19 de agosto de 2011

Sangüich d´anchois et avocat


Muy bien. He conseguido convertir una receta de sandwich en un platillo gourmet. Y todo gracias a la aportación de la receta de L´Exquisit más la colaboración de dos o tres palabritas en francés que, en en materia de gastronomía, cuánto ayudan! Dejando de lado las fuentes y el título marketinero, la verdad es que esto será un sanguche de combinación peligrosa... pero qué nivel! Carlos Sacaan lo garantiza.

Para 4 sanguchitos:
4 panes (negros, integrales o de centeno)
1 palta
8 anchoas en conserva
1 tomate cortadito en rodajas finas
1/2 cebolla cortada en rodajas finas
Aceite de oliva
1 cucharada de mayonesa
1 gotas de jugo de limón
Pimienta y sal



Armado:
Pisar la palta con unas gotas de limón, sal, pimienta, un poco de aceite de oliva y una cucharda de mayonesa hasta tener un puré. Cortar la cebolla y el tomate en rodajas muy finas.
Cortar el pan al medio y rellenar con la palta, el tomate y la cebolla. Aliñar con un poco de sal y aceite de oliva. Agregar un par de filetes de anchoa por cada sandwich.

Una idea exquisita. No es cuento. Lo que sí es cuento es el que sigue. Extraído de Narrativa breve, con ustedes:  

EL PAN AJENO
Varlam Shalámov
Aquel era un pan ajeno, el pan de mi compañero. Éste confiaba sólo en mí. Al compañero lo pasaron a trabajar al turno de día y el pan se quedó conmigo en un pequeño cofre ruso de madera. Ahora ya no se hacen cofres así, en cambio en los años veinte las muchachas presumían con ellos, con aquellos maletines deportivos, de piel de “cocodrilo” artificial. En el cofre guardaba el pan, una ración de pan. Si sacudía la caja, el pan se removía en el interior. El baulillo se encontraba bajo mi cabeza. No pude dormir mucho. El hombre hambriento duerme mal. Pero yo no dormía justamente porque tenía el pan en mi cabeza, un pan ajeno, el pan de mi compañero.
Me senté sobre la litera... Tuve la impresión de que todos me miraban, que todos sabían lo que me proponía hacer. Pero el encargado de Día se afanaba junto a la ventana poniendo un parche sobre algo. Otro hombre, de cuyo apellido no me acordaba y que trabajaba como yo en el turno de noche, en aquel momento se acostaba en una litera que no era la suya, en el centro del barracón, con los pies dirigidos hacia la cálida estufa de hierro. Aquel calor no llegaba hasta mí. El hombre se acostaba de espaldas, cara arriba. Me acerqué a él, tenía los ojos cerrados. Miré hacia las literas superiores; allí en un rincón del barracón, alguien dormía o permanecía acostado cubierto por un montón de harapos. Me acosté de nuevo en mi lugar con la firme decisión de dormirme.
Conté hasta mil y me levanté de nuevo. Abrí el baúl y extraje el pan. Era una ración, una barra de trescientos gramos, fría como un pedazo de madera. Me lo acerqué en secreto a la nariz y mi olfato percibió casi imperceptible olor a pan. Di vuelta a la caja y dejé caer sobre mi palma unas cuantas migas. Lamí la mano con la lengua, y la boca se me llenó al instante de saliva, las migas se fundieron. Dejé de dudar. Pellizqué tres trocitos de pan, pequeños como la uña del meñique, coloqué el pan en el baúl y me acosté. Deshacía y chupaba aquellas migas de pan.
Y me dormí, orgulloso de no haberle robado el pan a mi compañero.

Relatos de Kolymá (1978), trad. Ricardo San Vicente, Madrid, Mondadori, 1997, págs. 461-462.

domingo, 24 de julio de 2011

Pasta Frola


Con esta receta participo en el concurso La cocina sin complicaciones de Tito. Mi intención era presentar una receta dulce típica nuestra, pero con alguna pincelada que destacara mi bien conocida originalidad :) Me partí la cabeza durante tres semanas y, una buena tarde como hoy, mientras veía la final Uruguay-Paraguay, me dije: haré una pasta frola, pero en vez de hacerle por encima el enrejado característico, reproduciré sobre la tarta un dibujo de Escher. Sucede que el polvo royal me jugó una mala pasada y, en el horno, la cubierta se transformó en una especie de tapa de alcantarilla (jajaja, qué mala repostera soy… encima mentirosa!).
Bueno, como sea, la pasta frola estaba riquísima. Les cuento que es una receta típica de Uruguay, Paraguay y Argentina. Algunos dicen que es la variación criolla de la Linzer Torte (de Suiza) o de una tarta italiana parecida. Se suele rellenar con dulce de membrillo, batata o dulce de leche. Las viejas acostumbran llevarla los domingos a casa de sus parientas para acompañar el mate. Y nosotras las jovies, también.
Sin complicaciones ni complejos, les paso la receta:

Para la masa:
2 tazas de harina
3 cucharaditas de polvo de hornear
1/2 taza de azúcar
100 gramos de manteca
2 huevos (o 3 yemas)
Ralladura de limón
2 cucharadas de jugo de naranja u oporto


Para el relleno:
1 kilo de dulce de membrillo
1/2 vaso de oporto o mistela

Pisar la manteca con el azúcar hasta convertir en una crema. Agregar los huevos y la ralladura. Mientras vamos mezclando, incorporar la harina con el royal. Amasar hasta obtener una pasta homogénea. Si la masa queda seca, agregar unas cucharadas de jugo de naranja o un poco de vino dulce. Dividir la masa en dos bollos, uno grande y otro pequeño. Dejar descansar los dos bollos en la heladera media hora. Estirar el bollo más grande con palote y cubrir con él una tartera enmantecada y enharinada. Guardar un rato más en la heladera.
En un bol, pisar el membrillo con el vino dulce o el jugo de naranjas, hasta que se transforme en una especie de mermelada y luego rellenar con él la base de la tarta. Estirar el bollo chico que nos quedó y cortar la masa en tiras. Cubrir la tarta con ellos, tratando de armar el enrejado "artistico". Pintar las tiras con yema de huevo. Llevar al horno por media hora aproximadamente. Muy fácil, muy rica y también, por supuesto, terriblemente adictiva.

Para los que no saben, hoy en Argentina se jugó la final de la Copa América. Como era de esperarse, la Copa se la llevaron los yoruguas. Van mis felicitaciones. También mi folklórica y musical dedicatoria. ¡Hasta la vista!


Canto al río Uruguay
Letra y música de Ramón Ayala

Uruguay,
misionero y trepador
por el Moconá, se va, tu canto de sol.
Uruguay, gigantesco kuriyú,
es un jangada azul,
cayendo hacia el mar.

Por el Uruguay, yo me quiero ir
buscando la flor, del amanecer
y allá en el confín, rumbo a San Javier,
volver, volver a vivir.

Uruguay
sombrero de paja y luz, en tus correderas soy
fuego, monte y sol.

Sobre las altas barrancas
cuerpos desnudos al sol
los hacheros van volteando el monte
con su dolor
tal vez serán Kachape
tal vez en una jangada
el viejo árbol va yendo
para volver hecho guitarra
con música de silencio
rumores del Uruguay.

Por el Uruguay, yo me quiero ir
buscando la flor, del amanecer
y allá en el confín, rumbo a San Javier,
volver, volver a vivir.

Uruguay
sombrero de paja y luz,
en tus correderas soy
fuego, monte y sol.

sábado, 4 de junio de 2011

Pan saborizado


Los que constantemente estamos con la idea de hacer dieta (y por "idea" me refiero al significado de la Real Academia Española, “intención de hacer algo”) solemos prometernos cada lunes resignarnos a alguna de las cosas que engordan. Los sosegados prometen resignarse a las pizzas, pastas, papas y embutidos. Los apasionados al chocolate, helados, medias lunas, tartas de ricota y baileys. Los neuróticos a la leche entera, milanesas de soja transgénicas, fritos y enlatados. Los tradicionalistas se resignan al pan. Pero es tan difícil resignarse. Yo no me resigno a nada. ¿Y cómo hago para bajar de peso? No bajo. Pero lo que se dice resignarme, nunca me resigno a las dietas. Producto de este pensamiento ambiguo, femenino y contradictorio, pásoles la receta del pan saborizado:


Pancitos saborizados
(en este caso, de aceitunas)
Para hacer un montón:
1 kilo de harina 0000
1 taza de agua tibia
50 g de levadura fresca
1 taza de aceite de maiz o girasol
100 gramos de aceitunas (negras o verdes) descarozadas
(también puede ser queso rallado, pimentón, cebolla y etcétera)
1 cucharadita de azúcar
2 huevos
Sal y pimienta
Manteca o aceite para engrasar la fuente o los moldes


Llevar la levadura a un bol con el azúcar y un poco de agua tibia. Mezclar con los dedos, hasta que la levadura se desintegre. Dejar un rato en un lugar templado para que espume.
Mezclar la harina con la sal y la pimienta, hacer un hueco en el centro y agregar los huevos, el aceite de maíz, las aceitunas cortadas en rodajitas y, por último y de a poco, el agua con la levadura. Integrar con las manos y empezar a amasar. De ser necesario, agregar más agua tibia. Cuando tengamos una masa homogénea y tierna, guardar en un bol, tapar con un repasador y llevar a un sitio templado para que leve al doble de volumen (una o dos horas). Al cabo de ese tiempo, volver a amasar y, si se puede, dar a la masa pequeños golpes. Dividir la masa en bollitos y acomodar cada uno de ellos en moldes individuales o en una fuente aceitada o enmantecada (dejando espacio para que no se peguen). Volver a guardar en un lugar templado para que vuelvan a levar. Llevar a horno caliente por media hora o un poquito más, hasta que los pancitos estén ligeramente dorados por arriba.

El lunes próximo volveré a recordarme que no me resigno a las dietas. Aún me queda todo un fin de semana para razonar.

Me despido de ustedes con un hermoso, confuso y, a la vez, oportuno cuento. Desde el Portal de difusión de letra uruguaya y latinoamericana, del escritor uruguayo Arthur García Nuñez, alias Wimpi:


Tipo y polilla
Wimpi
Los seres de la Creación han venido demostrando que son capaces de resignarse a cualquier cosa menos a la dieta.
El caballo se resigna a la jardinera, el perro a la cadena, la mosca al flit, el ratón al gato, el tipo a su semejante.
Pero a lo único que no se ha resignado nadie todavía, es a la dieta.
El tipo ha tratado, empero, y por todos los medios, que las restantes especies de la escala zoológica se mueran de hambre.
Utiliza espirales humeantes contra los mosquitos, algodones atados en torno al tronco del rosal contra las hormigas, fiambreras contra las moscas.
Además inventó la escopeta, la creolina y el mercado negro.
Superándose en esa suerte de inventiva dramática, el tipo trató de exterminar la polillla, reacia como él mismo a la dieta, con un procedimiento al que llamó "alkyalation".
En efecto: el doctor Milton Harris, de la Textile Foundation del National Bureau of Standards (U.S.A.) ideó ese procedimiento -"alkyalation"- destinado a la protección de los tejidos de lana y similar, en algunos de sus aspectos y rendimientos, al de la vulcanización del caucho.
El proceso reemplaza débiles conexiones, entre las moléculas de la lana, por recias ligaduras.
Y, entonces, la polilla que se come eso se agarra la peritonitis y muere.
Es como cuando se apelmaza el budín o se pasma la torta pascualina.
Es, asimismo, y en otro sentido, la última obtención del hombre en su lucha contra la polilla.
Luego de "alkyalatar" muchos metros de tejido y, aún, prendas de diversa calidad y formas varias, el doctor Harris y sus colaboradores observaron un suceso realmente extraordinario; las polillas, aleccionadas por la trágica muerte de sus "pioneers", se habían hecho su composición de lugar y, la hora en la que el doctor Harris fue a comprobar los resultados de su descubrimiento, era, también la hora en la que las polillas sobrevivientes se habían puesto a devorar.., los bordes de los tejidos "alkyalotados".
Y advirtió el sabio polillófobo, que las que así comían de la orilla, quedaban además de bien nutridas, en perfecto estado de salud.
Sin que nadie le haya dicho nada, pues, la polilla hizo con la ropa lo mismo que el tipo hace con la fainá.
Y con todo.
Que es, por otra parte, la única manera de salvarse.

Wimpi, Ventana a la calle, Editorial Freeland, Buenos Aires, 1975.

lunes, 23 de mayo de 2011

La invitada de mayo: la abuela Carmen


La invitada de mayo, como bien dice el título, es la abuela Carmen, quien dentro de muy poco tiempo soplará 90 velitas (¡a ver quién se anima a hacer la torta!). La receta que nos presenta es la más requerida, reivindicada y aplaudida por la familia entera: la de los CRÚSTELES.
Carmen puso mucho empeño para que yo aprendiera a hacerlos como los hace ella, a fin de que nadie le hinche más las bolas (textuales palabras). Por mi parte, si bien estoy satisfecha de haber aprendido el truco, lo que me puso contenta no fue eso, sino el haber logrado que los hiciera una vez más. Porque quien haya probado un crústel de Carmen sabe que son irresistibles. No hay fuerza de voluntad que aguante. Todos empiezan y ninguno para. Y si sobran, a la hora de dividirlos, hay pelea.
Según cuenta Carmen, la receta proviene de Calabria, Italia (de donde eran sus padres), y desde que ella tiene memoria, siempre fueron dulces muy populares, sobre todo porque son muy económicos de hacer.  Para preparar 150 crústeles (que es lo que nos salió con estos ingredientes), hay que invertir 25 pesos. Es decir, 15 centavos por crústel. Un regalo. Vamos a la receta:

Ingredientes
Para la masa:
1 kilo de harina 0000
1 pizca de sal
½ litro de agua
¼ de aceite de girasol
Para la cocción y terminación:
1 litro de aceite de girasol para freír
1 litro de miel de abejas
Coco rallado o grageas de colores

Procedimiento:
En una ollita se ponen a calentar el ¼ litro de aceite con el 1/2 litro de agua. Mientras tanto, mezclar la harina con la pizca de sal. Acomodarla sobre la mesada en forma de corona.


Cuando el agua y el aceite hiervan, echar de a poco en el hueco de la harina e inmediatamente empezar a amasar. Quema, así que con cuidado (pueden enguajarse las manos en agua fría de vez en cuando). Amasar un buen rato, hasta obtener una masa suave y uniforme. Separar en bollitos, estirarlos formando cilindros de 1 cm de diámetro y luego cortar en bastones de 5 centímetros de largo.


Calar los bastones en una canasta enharinada, como si fueran ñoquis. Hay que apretarlos bien, tienen que quedar con bastante aire en el centro, sino salen duros y pesados. Luego ponemos a calentar el litro de aceite a fuego fuerte. Cuando esté muy caliente, bajamos a fuego mediano y, de a tandas, ponemos a freír los crústeles. Apenas estén dorados, retirar con espumadera y llevarlos a una bandeja forrada en servilletas de papel. Tienen que quedar ligeramente dorados, no como estos que ven en la foto, que se nos pasaron un poco de tiempo por estar escuchando a Victor Hugo Morales.

Al terminar de freír los crústeles, los dejamos entibiar. Ponemos a calentar el litro de miel en una olla. Cuando esté bien caliente, metemos de a tandas los crústeles, los dejamos unos segundos de cada lado, como para que se empapen de miel por todos los costados y luego los retiramos con espumadera y llevamos a bandeja. No conviene apilarlos, si hacen esta cantidad van a necesitar dos o tres bandejas grandes. Si se pegan demasiado, después puede que al tratar de separarlos con los dedos, se rompan.
Los crústeles se comen tibios o fríos. Se recomienda no comer más de seis o siete, aunque uno siempre se queda con ganas de comer muchos más.

Me estuve fijando en internet y solo encontré una receta de crústeles. Tal vez en otros lugares se conozcan con otro nombre. En esta otra receta que leí, había algunas diferencias respecto a la de Carmen, así que pregunté para quitarme todas las dudas:


Con el tenedor: ¿A la ollita con agua y aceite, no hay que agregarle también oporto?
Carmen: De ninguna manera.
Con el tenedor: ¿Podemos volver a bañar los crústeles con la miel que nos queda en el fondo de la olla (la que sobra, digamos)?
Carmen: ¿Vos estás loca?
Con el tenedor: ¿Vos le pondrías ralladura de limón o de naranja a la masa?
Carmen: Nena, por qué no te vas lavando las ollitas?
Y ahí me agarró el apuro y dejé de preguntar. Si queremos hacer los crústeles como los hace Carmen, hay que seguir sus consejos, no hay otra.
Terminada la visita y al momento de despedirme, Carmen dijo que, de ahora en más, me cedía la responsabilidad de seguir haciendo crústeles para toda la familia. No quise responder en ese momento, sonreí, saludé, y me fui con mi mejor cara pensando, ni loca. Que los crústeles los siga haciendo Carmen, que es a quien mejor le salen.

lunes, 14 de febrero de 2011

Tarta de cerezas


Adelantandonos a la fresca que pronto llegará, paso una receta para las gorditas y los gorditos que adoran sentarse a leer en los cafés en las tardes de otoño. Se trata de una receta muy fácil de hacer y muy rápida en desaparecer.

La masa:
Para hacer la masa tenemos dos opciones. La que engorda "y alimenta"  y la otra, la descarada. La versión más liviana es esta: batir dos huevos con un poco de azúcar y ralladura de limón, agregar 1 taza de harina (que puede ser integral, de algarroba, leudante o mezcla), revolver bien, llevar a una tartera y esperar a que esté preparado el relleno para meter al horno. La segunda versión, la que engorda sin trampas, es esta otra. Pisar con un tenedor 150 gramos de manteca. Agregar 1/2 taza de azúcar y seguir revolviendo y pisando hasta que se forme una pasta homogénea. Agregar ralladura de un limón, un huevo (o una yema) y luego 1 taza de harina (como la anterior, del tipo de harina que más deseen, pero este segundo caso, la que le va mejor es la 4 ceros... ya estamos jugados). Forrar una tartera enmantecada, estirar la masa y dejar reposar en la heladera un rato.

El relleno (para cualquiera de las dos masas): 
2 manzanas (verdes o rojas), jugo de medio limón, 50 gramos de manteca, 250 gramos de cerezas, azúcar, nueces, canela, azucar impalpable.
Pelamos las manzanas y las dejamos macerar con el azúcar y el jugo de medio limón. Luego descarozamos las cerezas y agregamos a la preparación anterior; también las nueces picadas, la canela y la manteca cortada en pedazos chiquitos.
Acomodamos el relleno sobre la masa y llevamos al horno por media hora, o un poco más. Retiramos y dejamos entibiar. Podemos espolvorear con azucar impalpable, canela o crema de leche sin batir. A conciencia... o sin ella.

Una delicia para las gordas y los gordos de cuerpo y alma.
Como el tema de las calorías está muy presente en esta receta y da la  casualidad que hoy, 14 de febrero, se festeja el día del amor y la amistad, les dejo un precioso cuento (mejor dicho, una carta), que fue finalista del III Concurso Antonio Villalba de Cartas de Amor en el año 2005.

Mi gorda, de Eloy Serrano Barroso
Qué pronto se ha hecho tarde, mi gorda. Pero te debo esta carta; decirte las cosas que no te dije, o decírmelas a mí. Así es como te llamaban cuando tú no les oías: LA GORDA, inflando la 'o' y la 'a'. Nunca me gustaron las gordas. Ya de niño me daban repelús. Qué extraña palabra: arañas recorriendo la piel.
Pero tampoco era eso; como madres prematuras las gordas, tan blanditas, tan de apretujar, de amasar. Me gustaba la carne blanda en el codo de mi madre, pero era mi madre. Las madres sí, las madres mejor gordas.
El Antoñito nos presentó. ¿Pili? Pili no es nombre de gorda, pensé, las íes son flacas. Y el Antoñito, con ojos de sapo, partiéndose de risa para sus adentros, porque sabía que a mí las gordas no me gustaban, qué cabrón. Para ti la gorda para mí la modelo, me decía con los ojos. Y yo esforzándome para que no se me notara en la cara y no ofenderte, porque una cosa es que no me gusten las gordas y otra ser un cabrón como el Antoñito, siempre riéndose de todo el mundo, como si él fuera un Adonis y no el adefesio que es, con sus ojos saltones y la saliva como huevos de insecto en la comisura de los labios.
No, no me gustan las gordas, y tú eres gorda. Aquel primer día salías de la piscina con el pelo húmedo, todavía las gotas cayéndote por la cara redonda, de ensaimada crujiente. No se ha quitado el flotador, recuerdo que pensé al verte, que pensó el niño idiota que hay en mí. Y para colmo, a tu lado una especie de Barbie Morritos, con el cuerpo de plástico y los labios a juego con los pechos, inflados de lujuria los unos, henchidos de soberbia los otros. La bella y la bestia, recuerdo que pensé, que pensó mi niño cruel e infame.
Y nos sentamos los cuatro en la terraza de un bar, y la tarde fue cayendo, y la bella cada vez más aerodinámica, pero menos bella. En cada gesto, en cada palabra se le desprendía la belleza como polvo de estrellas, que iba pasando a ti, iluminando tu cara. Y te reconocí también bella, pero de una belleza inflada, sin facciones. Y entonces me dieron ganas de golpear allí mismo al hijoputa del Antoñito, siempre mirando a las mujeres como a ganado, como a cosas de usar y tirar. Pero era a mí a quien quería golpear, a mí, que a lo peor no era muy distinto de él.
Sí, que no se me notara era lo que yo quería. Sólo mirarte a los ojos, a tus manos de mazapán, para no distraerme en tu cuerpo. Y ocurrió que al terminar la tarde ya me había perdido en la profundidad de tus ojos negros, en la melodía de tu risa flaca, aunque no dejaba de decirme no puede ser, no puede ser, que es gorda, que es gorda, para no enamorarme. Y lo confieso, miraba las rodillas perfectas de la Barbie, sus pechos de almidón, para ver si el instinto me rescataba del amor que ya me iba golpeando.
Pero al llegar la noche, se fueron juntos la Barbie y el Antoñito. Él con gesto burlón, guiñándome un ojo, otra vez como si me dijera 'para ti la gorda, para mí la modelo'. Y allí nos quedamos los dos, rodeados de gente, pero cada vez más solos, más tú y yo, hasta que se acercó el camarero y nos dijo 'vamos a cerrar', porque ya era de madrugada. Y al mirar a nuestro alrededor, descubrimos de golpe las mesas vacías, como si un viento mágico se los hubiera llevado a todos y las horas fueran minutos. Y tú dijiste 'Ay'. Y yo respondí 'Uff', y te acaricié la mano.
A la mañana siguiente te llamé muy temprano, antes de que fueras al trabajo. "Esta noche has entrado en mi sueño", te dije. Y tú, con esa guasa tan tuya, me preguntaste "¿y he cabido?" Y no sólo no habías cabido, sino que empezabas a llenarlo todo, y el mundo entero parecía que estaba aún por estrenar, para que tú le dieras el significado que antes no tenía. Y esa mañana, mi cocina tuvo un lustre imposible y las magdalenas, ya caducadas, se esponjaron nostálgicas en el café humeante, y en la puerta del ascensor sonreí al estúpido con chándal que tengo por vecino.
Habíamos quedado para la tarde en tu casa. Como te gusta mucho Humphrey Bogart, en el achicharrante mes de agosto me presenté con gabardina, sombrero y un cigarro en la boca. "¿Ha refrescado?", preguntaste al abrirme la puerta, y no había ironía en tus palabras. Luego, a la media hora descubrías el disfraz y empezabas a reír. Y al Humphrey Bogart de pacotilla le tembló el cigarro en la boca. Eras así, joder, con esos despistes que me desarmaban.
Las paredes las tenías pintadas de verde, de un verde elegante. "Es el color de la esperanza", me dijiste, un pelín cursi. Y luego me fuiste enseñando la casa, y te fui conociendo a través de los objetos, porque cada uno de ellos contaba algo de ti. Esa manía tuya por los símbolos, por los significados. "Nada en este mundo es casual, todo tiene un porqué", me aseguraste cuando quise calzar la mesa coja que tenías en el salón. "Ni se te ocurra; es mi mesa cojita, le quitarías su personalidad". Y no me dio tiempo a replicar, porque ya me estabas desnudando, quizá para descubrir lo que yo significaba. Pero yo tenía miedo de desnudarte a ti, de que tu cuerpo gordo anulara mi deseo, y me dieron ganas de inventar una excusa y salir corriendo. Pero todo era tan natural contigo, que ya estaba besando tus pies gordos, tus rodillas gordas, tu vientre gordo, ¡tus pestañas gordas!, sí, tus pestañas gordas, te dije, y nos reímos. Ah, mi gorda.
Luego vinieron otras tardes, siempre escondidos en tu casa o en la mía, porque a mí me avergonzaba que nos vieran juntos. Tú lo adivinabas, pero no decías nada, quizá confiabas en que tu amor gordo, enorme, acabara por vencerme. "¿Me quieres un poquito?", preguntabas. "Sí, mujer, cómo no te voy a querer", te respondía, como si me costaran las palabras. Sólo en el dormitorio, sin el mundo, sin los ojos ajenos, se detenía el tiempo y yo me perdía en tu cuerpo, olvidándome de mí, del cobarde que soy.
En una de mis visitas a tu casa, dejé un cepillo de dientes en el cuarto de baño, y tú, con esa manía por las señales, pensaste que era como poner una bandera en una tierra conquistada, y me abrazaste loca de contenta, pero yo, con los brazos caídos y como un gilipollas, me puse a hacer gárgaras frente al espejo, doblemente gilipollas. Porque no quería ser tu novio de cuerpo entero, sólo caminar de perfil a tu lado en las inevitables salidas, como si no fuera contigo, como si en cualquier momento fuéramos a perder el paso y a desencontrarnos. Hubiera dado la vida por ti, pero no quería pasear contigo de la mano. La gorda y el flaco. Así de imbécil era yo.
Y llegó el día fatal, de cristales rotos sobre el calendario. Llovía. Ahora llueve siempre que te recuerdo, siempre lloviendo en el recuerdo, que es lo único que me queda, todo yo cubierto de nubes grises, la lluvia golpeando las entrañas y tu mirándome como un sol cuajado de sonrisas, en el recuerdo, con tu gorda generosidad, tu gorda simpatía, tu amor gordo. Yo escondido en los soportales de la plaza, el olor a orín de los pilares. Un meón, el cobarde novio de la gorda. Vienes levantando la cabeza, buscándome, y no ves el coche que se salta el semáforo. Se te viene encima y no lo ves. "Te veo a ti aunque no estés", me decías siempre con tu voz cálida como de pan reciente. No lo ves y el coche te lanza por los aires. Chirrían los frenos, gritos, carreras. Salgo de mi escondrijo. Aspavientos de la gente. Todos con ojos de sapo como el Antoñito. El espectáculo de la muerte. Abran paso, abran paso, suplico, con las piernas temblando, que es mi novia que es mi novia, grito, ¡a buena horas!, que es mi novia. Pero las palabras llegan tarde, descoloridas, lívidas. Estás en el suelo y ya no respiras; se te congeló la sonrisa. Y allí, a tu lado, entre la gente apelmazada, todas las niñas gordas de mi infancia me señalan con el dedo, acusándome. Y ya tarde, demasiado tarde, beso la flor roja que brota de tus labios, los labios de mi gorda, de mi amor, pensé, piensa el hombre triste en que me he convertido.

viernes, 1 de octubre de 2010

Budin de algarroba


El algarrobo es un árbol que produce unas chauchas o vainas que, sometidas a un proceso de secado y molienda, se transforman en harina de algarroba. El sabor es dulce y aromático, muy parecido al del cacao, pero, a diferencia de este,  no posee cafeína, teobromina, tiramina, ácido oxálico ni exceso de grasas; tampoco requiere de aditivos para su consumo. Se saborea como el chocolate pero... con menos culpa. Los indios de América consideraban a la algarroba (así se denomina a la chaucha del algarrobo) la “más preciada ofrenda de los dioses”. Es que no sólo los proveía de una gran cantidad de vitaminas y nutrientes, sinó  también de una gran energía para luchar contra los conquistadores. Un muy interesante informe podrán encontrar visitando el link de la ESCUELA IPEM Nº 104 "Arturo Capdevila" de Cruz del Eje.

Con las vueltas que tiene la vida, y gracias a la Revolución Industrial, la división del trabajo bajo las condiciones de explotación capitalista, el marketing, el offshore, el espíritu new age y la masiva graduación de dietistas en los noventa, pasó de ser un regalo de la tierra, a un bien de lujo: cotiza a 34 pesos el kilo. Aunque,  para probar alguna vez, bien vale la inversión. Y para esta receta, con una taza alcanza. 

Ingredientes:
1  taza de harina de algarroba, 1  taza de harina  leudante, 1 taza de aceite (o 200 gramos de manteca), 1 manzana verde rallada, 3 huevos, 1 yogurt,  1/2 taza de azucar negra (la harina ya es muy dulce), nueces, pasas rubias y 2 cucharaditas de polvo para hornear.

Preparación:
Encender el horno. Enmantecar y enharinar un molde.
Batir los huevos con el azúcar. Agregar el yogurt, aceite (o manteca blanda), la manzana rallada y, mientras seguimos batiendo, adicionamos de a poco la harina de algarroba y la leudante con 2 cucharitas de polvo royal. Cuando la masa no tenga grumos, agregamos las nueces picadas y las pasas.  Revolvemnos para que se integren, llevamos a un molde y horneamos por 30 o 40 minutos. Podemos agregarle por encima azúcar negra.

Esperando haber prestado un servicio a la comunidad, nos despedimos con una frase tan sencilla y profunda como el fruto del algarrobo, de nuestro querido Baldomero Fernandez Moreno, que dice:

El algarrobo es el árbol que mejor filtra, divide y pulveriza las estrellas.

(Cita extraída del informe mencionado anteriormente, al que decimos, gracias!).

sábado, 18 de septiembre de 2010

La invitada de septiembre: Mónica


Y la invitada especial del mes de septiembre, es nuestra querida amiga Mónica Weissel. Mónica vive en  Bélgica, es argento-alemana, fotógrafa, artista plástica, videasta y también nuestra corresponsal  internacional gastronómica de luxe. Hoy nos presenta este exquisito strudel, que desgraciadamente no podemos probar (sin embargo sí saborear a través de las fotos), dedicado a su Oma. Los dejo entonces con ella: 

Strudel para mi Oma
En la receta que regalo a nuestro bienamado blog, me dejo llevar por imágenes, consejos y no mucho por el minutero de cocción.
Tengo muchos recuerdos de mi abuela paterna; algunos muy especiales en su cocina, equipada de wursts (salchichones), sartenes, mantelería tipo tirolesa y de una gran bañera (típico en pequeños departamentos de post-guerra en Alemania). La he visto preparando cosas ricas, pasando por todo tipo de emociones. Siendo adolescente, estar con ella en sus últimos días, me recordó mi propia infancia y aprendí sobre la suya a través de historias y algunos platos. Mi Oma era una avanzada, preparaba comida rápida.
No estoy segura de haber probado un strudel de mi Oma, pero cada uno que yo preparo, se lo dedico!

A mi parecer (y como se ve en muchos sitios de internet) lo más importante del strudel no es la impecable pinta sino la consistencia al cortarlo; y claro, el sabor.
Para el relleno, necesitamos lo siguiente: 2 ó 3 manzanas rojas peladas (si queda alguna cascarita no importa), miel, nueces picadas, canela en polvo, jugo de limón, agua muy caliente, pasas de uva doradas y pan rallado (importantisimo éste para que absorba la humedad de las manzanas y quede estilo alemán, secote, je).
En cuanto a la masa, tenemos la opción de estirar y estirar la masa hojaldrada; comprarla hecha (mi madre me aconseja en JUMBO la autentica masa para strudel, "delicia de la Oma"!); o utilizar una masa de repostería, ablandándola un poco con la preparación jugosa de miel. De todas maneras, el strudel es austriaco, así que improviso.

Cortar las manzanas en rebanadas finas, no mucho, alargadas. Preparar una ‘salsita’ con el agua caliente (para derretir la miel), la canela y unas gotas de limón.
¡A la masa! (en mi caso hojaldre comprado, no tengo demasiada paciencia). En una fuente de horno la estiramos y volcamos las rodajas de manzanas y la salsa, esparcimos también las nueces y pasas, cada vez en hilera y enrollando la masa, formando de a poco un rollo con el relleno en el interior. Cerramos con la ‘apertura’ hacia arriba y en diagonal, con un leve repulgue.
Al horno 20/30 minutos. Al sacarlo dejamos enfriar un poquito; esparcimos azúcar impalpable por encima.
Servir tibio, con crema al costado, un buen café negro y, si se quiere, alguna copita de licor.
Guten appetit! Monica.

jueves, 26 de agosto de 2010

¡El cyberbudín de BERENICE! ¡Nuestra invitada de agosto!


Hoy, Con el tenedor en la mano, se viste de gala para recibir a una invitada muy pero MUY especial: BERENICE TEJADA RODRIGUEZ.
Berenice, 9 años, pacifista de las que ya no hay, repostera, artista plástica, Coordinadora del Grupo de Voluntarios del Departamento de Informática de BIBLIO-PEQUE y tantas cosas más, nos presenta una receta muy especial intitulada "Budín a la Berenice". La recibimos con un gran aplauso, bombos y platillos, expresiones de sorpresa y miles de hurras. Verán las fotos del acontecimiento, la receta y, encabezando esta entrada, la foto de la artista en la exposición de una de sus obras (perdón, no tengo la autorización de nadie para reproducirla, pero lo mío es robar!). Las dejo entonces con ella y luego yo cierro más debajo.




B U D Í N  A  L A  
B E R E N I C E

Ingredientes:
 
200gs. de manteca o margarina
200gs. de azúcar o 1 cda. (de postre) de edulcorante
4 huevos
Harina leudante, 250 gs. y plus.
Fruta abrillantada, 150gs.
Pasas de uva, 150gs.
Coñac, 1 copita (en esta receta: licor de cereza)
Esencia de limón, 1 cta.
 
En un bol, se coloca la manteca blanda con el edulcorante y se bate con batidor de alambre durante 10 minutos, (en esta oportunidad, por razones de tiempo, se hizo con batidora), se agregan  de a 1 los huevos, sin dejar de batir, hasta formar una pasta cremosa. Se le agrega la esencia y el licor de cerezas, que nos quedó de haber remojado las pasas de uva y luego colado.

Agregar de a poco la harina y seguir batiendo, de ser necesario agregar leche descremada.

Por último se incorporan las pasas de uva y la fruta abrillantada, previamente pasadas por harina (para que no se vayan debajo de la preparación)  con movimientos envolventes.  Luego se lleva al horno medio durante 40–50 minutos.


BERENICE  TEJADA  RODRIGUEZ

Agradezco primeramente a BERENICE por haber aceptado participar en mi blog, por todo el trabajo realizado y, sobre todas las cosas, por tener TALENTO. También a Veronica (la sua mamma, inversora y madrina del evento) y a Analía, cyber amiga, productora, coordinadora, alentadora, mujer de palabra y... sin palabras... solo MUCHAS GRACIAS CON TODO MI CORAZÓN!

jueves, 19 de agosto de 2010

Budin de bananas


¡Con esta receta, este blog, cumple 100 entradas! ¡Y la bloggera que te jedi, algunos cuantos… pero nunca tantos! Un amigo me dijo una vez que ahora que Sandro no estaba entre nosotros, nadie se iba a acordar de mi cumpleaños. Se equivocó. Nunca recibí tantos saludos como hoy. Muchas gracias a todos y, como no tengo mucho tiempo de sentarme a escribir, paso una receta así rapidito –un poco repetitiva con el tema de los budines, pero bué, hoy quería pasar esta receta y esta foto!-.
Quedo a la espera que se solucionen los problemas de los biblio-peque, los problemas de los biblio-grandes y que pronto todos sean buenos cocineros y anden por la vida felices y contentos. ¡Y paso un chiste al final para levantar un poco a este post!

Ingredientes: 
2 huevos
1 taza de azúcar
4 bananas
35 grs. de manteca
1 1/2 Tazas de harina leudante
Nueces
Pasas de uva (opcional).
Se pisan las bananas con el azúcar, se agregan los huevos, luego la manteca blanda, las nueces picadas y, si queremos, pasas de uva. Por último agregamos la taza de harina, y mezclamos bien. Mandamos a un molde enmantecado y enharinado y luego al horno por 45 minutos más o menos.
Y el chiste prometido:
Este es un borracho que llama a un portal y pregunta:
-Señora, ¿Está su hijo en casa?
Dice la señora:
-No.
Y contesta el borracho:
-¿Le importaría asomarse a ver si soy yo?
Y bueno, espero encontrar un chiste mejor para la próxima. Besos a todos.

sábado, 14 de agosto de 2010

Budín de mandarinas: para las viejas locas


Quién de ustedes (que sea de mi generación… el que no sabe, no pregunte!) no recuerda que hace mucho, mucho tiempo, cuando íbamos a la primaria, la abuela o la madre de una o uno, nos enchufaba una mandarina en el portafolios o, lo que era peor, en el bolsillo del guardapolvos. Llevar una mandarina en el bolsillo era el símbolo del infortunio total. Por muy dulce, buena y sana que fuera, nunca estaba a la altura de un Jorgito. También recuerdo que en los cines de barrio, cuando las puertas se cerraban, la sala quedaba en la oscuridad más absoluta, los comentarios se convertían en cuchicheos, se iluminaba la pantalla gigante, los parlantes empezaban a reproducir el sonido de huevos fritos de una película que había sido pasada más de la cuenta (como ser, Cupido motorizado)…

...y cuando todos estábamos embobados con el arranque del motor del escarabajo de oro, que siempre nos llevaba a otros mundos, hechizados de pies a cabeza, con un pie en el embrague y la mano en la palanca de cambio… zaz! éramos interrumpidos por las chispas, el ácido que salpicaba en los ojos (si es que uno estaba al lado del artefacto)  y más tarde por el olor, el penetrante y odioso perfume de la cáscara de una mandarina. En aquella época, las padecíamos. Nadie se salvaba. Todos los vecinos tenían en el fondo una planta, que era, como decían nuestros padres o abuelos, la mejor fuente de vitamina C. Me acordaba de estas cosas porque hoy, en la verdulería de mi barrio, como el invierno es la época de todas las clases, vendían las dancy, criolla, smith, salteñita y… no recuerdo si también otra. Si les parece mucho, hagan click  sobre MERCADO CENTRAL y descubrirán que el mundo de las mandarinas excede a la división “con semillas” o “sin semillas”. 
Todo este preámbulo para pasar la riquísima, fácil y deliciosa receta del budín de mandarinas, que se hace en un tris, (se las vendo) es fuente de vitamina C y compañera de los mates de las tardes de los fines de semana de las viejas y de las tías (yo es la primera y última vez que la hago, prometo).

Ingredientes:
2 mandarinas grandes limpias
100 cm de aceite de maíz o girasol
2 huevos
½ taza de azúcar
1 y ½ taza de harina leudante

Procedimiento:
Lavar bien las mandarinas. Trocear una (con cáscara y todo) y quitar las semillas. Pelar la otra mandarina, descartar la cáscara y también trocear (quitando las semillas). Meterlas en una licuadora o minipimmer junto con el aceite, los huevos y el azúcar. Llevar a un bol y de a poco ir agregando la harina. Llevar a molde previamente enmantecado y azucarado y hornear en temperatura media por 40 minutos.

Y para cortar lo empalagoso del budín y lo ceremonial del preámbulo (no estaré por estirar la pata, che?), cierro este post con un chiste cordobés.

Resulta que hay un cordobés arriba de una higuera y otro que pasa le pregunta:
- Che, cordobé, qué hacé ahí arriba?
- Estoy comiendo mandarinas.
- Pero si eso es una higuera,
- Y a mí que me importa si las mandarinas las traigo en el bolso.
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