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Selva negra
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Libro electrónico59 páginas56 minutos

Selva negra

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La presencia de la muerte es habitual en toda la narrativa de Mréjen, pues ella misma (como ya recordó en alguna novela anterior) perdió a su madre siendo adolescente. Muchos años más tarde, la autora se pregunta cómo sería un imposible reencuentro entre las dos.
La voz de la narradora se identifica en el texto como «la hermana mayor», «la niña de siete años y medio», «la mujer de cuarenta y dos», etcétera, y fantasea con la idea de pasear por París con ella, de vuelta a la vida, y de cómo podrían retomar su relación, interrumpida tan tempranamente.
Las muertes que aparecen en esta novela son casos que Mréjen conoció de primera mano o que alguien le contó. En la primera página, por ejemplo, aparece el escritor, artista y fotógrafo Édouard Levé, quien poco antes de su muerte entregó a su editor su último libro, Suicidio. Con una frialdad que apenas oculta la intensidad de lo no dicho, la narradora se detiene en los detalles sin importancia aparente porque de una manera extraña son éstos los que quedan grabados en la mente en esos momentos de shock emocional.
El ambiguo y sugerente título de la novela, Selva Negra, designa tanto la región del sur de Alemania como el pastel de chocolate, nata y guindas. Pero hay más: en Japón, donde Mréjen ha trabajado como videoartista, como cineasta, existe un famoso bosque llamado Aokigahara o Mar negro de árboles. Es un lugar denso e impenetrable en el que, según la tradición, habitan los fantasmas. En 1960, el escritor japonés Seicho Matsumoto situó allí el suicidio del protagonista de su novela Kuroi Jukai (Selva negra): a partir de ese momento se convirtió en un lugar mítico, al que acuden decenas de japoneses cada año para suicidarse. Un bosque negro donde es difícil encontrar a los desaparecidos a los fantasmas, como diría la propia Mréjen.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 sept 2024
ISBN9788410171275
Selva negra

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    Selva negra - Valérie Mréjen

    9788410171275.png

    LARGO RECORRIDO, 81

    Valérie Mréjen

    SELVA NEGRA

    TRADUCCIÓN SONIA HERNÁNDEZ ORTEGA

    EDITORIAL PERIFÉRICA

    PRIMERA EDICIÓN: marzo de 2015

    TÍTULO ORIGINAL: Forêt Noire

    © P.O.L. Éditeur, 2012

    © de la traducción, Sonia Hernández Ortega, 2015

    © de esta edición, Editorial Periférica, 2015. Cáceres

    info@editorialperiferica.com

    www.editorialperiferica.com

    ISBN: 978-84-10171-27-5

    La editora autoriza la reproducción de este libro, total o parcialmente, por cualquier medio, actual o futuro, siempre y cuando sea para uso personal y no con fines comerciales.

    Una tarde ese hombre está en su casa. Intenta lle­var a cabo un par de acciones siguiendo un orden, concentrándose en su ejecución. La ventana desde donde se domina la calle atrae su mirada. Ve caminar a la gente, hombros cargados con pesos diversos, bol­sas de todos los tamaños, abrigos, gabardinas. Piernas que acarrean cuerpos formados y llenos de órganos que funcionan mejor o peor, piernas que no paran de cruzarse, piernas que avanzan, cabezas que dan vueltas a miles de cosas de distinta importancia, cabellos que se agitan con el movimiento. Cabellos anónimos brillan en la claridad pálida y cegadora del sol invernal, se levantan en remolino sin motivo, se rizan, pierden su color. Cabellos que se salpican de hilos blancos; al principio en número ínfimo, después en cantidad abundante a poco que se les dé tiempo y ocasión.

    El hombre del piso piensa que ya es bastante viejo. Descuelga la bola de discoteca de la viga y des­liza una cuerda en su lugar. Seguramente ha comprado este accesorio en la sección de bricolaje del bazar cercano a su casa. Se coloca la cuerda alrededor del cuello y contempla entonces la habitación a bastante altura, desde la escalera.

    Los vecinos de abajo escuchan un ruido extraño que los deja inmóviles, como un objeto metálico al desplomarse sobre un suelo de cemento.

    Un 31 de diciembre, el día del cumpleaños de ese hombre, una familia se prepara para pasar la Nochevieja. Un padre divorciado y sus tres hijos están invitados a casa de una amiga de la madrastra donde no conocen a nadie y temen de antemano aburrirse mortalmente. En un lujoso piso parecido a un decorado de telenovela, una joven empleada a prueba habrá colocado minúsculos cestillos de flores artificiales sobre manteles perforados para dar un toque festivo, manteles que protagonizarán apasionadas conversaciones en las que los anfitriones revivirán los intensos regateos a los que se dedicaron en cuerpo y alma en los mercadillos de países pobres. Se expondrá como victoria el ridículo precio conseguido a fuerza de insistencia. Lo que, vista su fealdad, parecerá aún demasiado caro a la hija mayor, una adolescente tensa, muda y angustiada por ese ambiente.

    Antes de dirigirse a la casa de esas personas deben prepararse y vestirse con elegancia. La ropa elegida para la cena por los dos niños menores no es apropiada para la ocasión: no han traído ni camisas nuevas bien planchadas ni pantalones de franela ni chaquetas de vestir. De hecho, no cuentan con tales prendas porque su padre tiene pavor a aventurarse los sábados en los grandes almacenes y no conoce las marcas de moda. Cada cierto tiempo los lleva a un local oscuro en el barrio de las tiendas al por mayor, donde un hombre que huele a co­lonia y asegura conocerlos desde que nacieron les hace probarse chaquetones tan mal cortados que no se parecen en nada a los que ven en los escaparates, y zapatos de pésima calidad que imitan más o menos los modelos del momento. No se atreven a re­chistar. Probarse las ropas es un sacrificio y, en cada ocasión, salen de allí con pantalones de pinzas de tela rasposa con la raya marcada por delante y por detrás que les cortan la respiración; todo dentro de bolsas de plástico con varillas rígidas provistas de minúsculos corchetes que nunca cierran por completo y con asas de cantos vivos que les dejan marcas rojas y blancas en la palma de la mano.

    Se decide entonces que pasarán rápidamente por casa de la madre, quien se encuentra fuera, de fin de semana, con su amante. Es así como el padre se refiere a ese hombre desconocido, amante, a pesar de que el divorcio se legalizó años atrás y de que él mismo sale de forma habitual con otra mujer. El padre tiene una amiga, la madre se ve con su amante. El coche avanza por avenidas desiertas iluminadas por la luz de las farolas, deja atrás el barrio aco­modado, con sus grandiosas avenidas flanquea­das por castaños centenarios, y se adentra por una zona más apagada de las afueras con calles de sentido único. Se detiene frente a un edificio, los niños deben apresurarse obedeciendo a

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