Eres lo que comunicas: Los diez mandamientos del buen comunicador
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Una obra eminentemente práctica, porque con técnica, trabajo y ensayo se puede ser un excelente comunicador que sorprenda al auditorio, que emocione con sus palabras y también con sus silencios, y Manuel Campo Vidal es, tal vez, el mejor profesor en la materia para enseñarnos a serlo.
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Eres lo que comunicas - Manuel Campo Vidal
© Manuel Campo Vidal, 2018.
© de esta edición digital: RBA Libros, S.A., 2018.
Diagonal, 189 - 08018 Barcelona.
www.rbalibros.com
REF.: ODBO210
ISBN: 9788491870319
Composición digital: Newcomlab, S.L.L.
Queda rigurosamente prohibida sin autorización por escrito del editor cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra, que será sometida a las sanciones establecidas por la ley. Todos los derechos reservados.
Índice
INTRODUCCIÓN: COMUNICACIÓN COMO ÍNDICE DE HUMANIDAD
PRIMERA PARTE. LAS CLAVES DE LA EXCELENCIA
1.LA EXCELENCIA EN LA COMUNICACIÓN
EL PODER DE LA PALABRA
EL CONTRAPODER DEL SILENCIO
EL PODER DE LA EMOCIÓN
EL CONTRAPODER DE LA ESCUCHA
2. LOS DIEZ MANDAMIENTOS DEL BUEN COMUNICADOR
SEGUNDA PARTE. LOS EJEMPLOS BRILLANTES: CUATRO HISTORIAS, CUATRO PERSONAJES Y CUATRO DISCURSOS
1. EL ARTE DE CONTAR LA VIDA
2. CUATRO HISTORIAS: TORRIJOS Y PINOCHET, CUBA, RICARDO LAGOS Y COLOMBIA
3. CUATRO PERSONAJES: OBAMA, TRUMP, EL PAPA FRANCISCO Y EL REY FELIPE VI
4. CUATRO DISCURSOS: OBAMA, GORDON BROWN, SHAKIRA Y FRANCISCO MARTÍNEZ
TERCERA PARTE. LAS TÉCNICAS BÁSICAS DEL DISCURSO Y LA INTERVENCIÓN PÚBLICA
1. PROTOCOLO DE LA INTERVENCIÓN COMUNICATIVA
2. TÉCNICAS DE PROGRESO EN COMUNICACIÓN
3. INGENIERÍA Y PRODUCTIVIDAD DE LA COMUNICACIÓN
EPÍLOGO: DE LO MAL, O DE LO BIEN, QUE SE ENSEÑA COMUNICACIÓN
AGRADECIMIENTOS: LA ESCUCHA PERMANENTE
NOTAS
INTRODUCCIÓN
COMUNICACIÓN COMO ÍNDICE DE HUMANIDAD
Cualquier persona debe preguntarse «¿Quién soy?», «¿Cómo soy?».
La respuesta es que eres lo que comunicas. Ni más, ni menos.
Hay carreras profesionales aparentemente grises o poco relevantes en las que, a pesar de merecerlo, no se hace la luz porque el dominio de la comunicación no asiste a su protagonista. Le falta casi siempre la palabra exacta, el silencio oportuno, la emoción sensible, el liderazgo sereno. La intervención precisa en el momento adecuado.
Se equivoca quien conceda poca importancia a esta cuestión. Termina confundido y sin ser capaz de explicarse la razón por la que siempre le falta un empujón final a su carrera profesional y a su proyección social. No comprende por qué algunos competidores en esa carrera sí alcanzan el objetivo que él se había propuesto, ve cómo otros le adelantan en su recorrido y siente que en su caso es como si su motor no tuviera fuerza para seguirlos.
Miremos a nuestro alrededor y observemos: descubriremos a tantos personajes que encajan en esta descripción... Dedicaron años a formarse, se esforzaron en dominar complejas materias técnicas, científicas, económicas o del campo del Derecho, la Medicina o las Humanidades. Pero en sus escuelas y universidades se olvidaron de enseñarles cómo comunicar bien lo que sabían. O, tal vez, fueron ellos quienes no repararon en la importancia de contar brillantemente lo que hacían, y de este modo nosotros perdimos ocasión de conocer lo que son capaces de hacer y ellos dejaron escapar la oportunidad de un mayor reconocimiento.
Millones de personas en el planeta padecen ese mal, más extendido quizás en el mundo latino debido a que los sistemas educativos, salvo excepciones, no incluyeron la enseñanza de las habilidades comunicativas. No es una carencia letal, por supuesto, y además tiene remedio, pero se asemeja a una suerte de minusvalía profesional que con frecuencia hace perder a quien la padece oportunidades laborales, o de liderazgo público, o de promoción interna en sus organizaciones, ante sus jefes, compañeros y colaboradores. Y, por supuesto, ante sus clientes.
Lo advertía Bill Clinton y lo recoge Tony Blair en sus Memorias: «En la sociedad de la información en la que vivimos el 50% es comunicación y el otro 50% todo lo demás».¹ Bajando a la arena de la empresa, un alto ejecutivo español, Ángel Simón, presidente de la multinacional Aguas de Barcelona (AGBAR), corregía al alza el porcentaje: «La comunicación es el 80%, todo lo demás solo el 20%».
El profesor italiano Cesare Sansavini, por su parte, relacionaba esta habilidad con el valor de las empresas: «El valor percibido de una organización está en relación directa con la capacidad de comunicación de su máximo directivo». Y, añadimos nosotros, el valor de un país está a su vez en relación con lo bien que comunican sus dirigentes.²
Y es que, tal y como asegura Paul Volcker, jefe de la Reserva Federal estadounidense de 1979 a 1987: «La realidad es la percepción de la realidad», algo que afirmó en relación con la economía, pero que también sirve respecto a la comunicación: tu empresa y tú podéis ser los mejores, pero si no se percibe así porque no sabéis contarlo bien, no se os concederá esa consideración.
«Eres lo que comunicas» es, pues, una afirmación aplicable con rotundidad al valor reconocido de cualquier persona elegida al azar, ya que, en el ámbito profesional, y seguramente también en la esfera personal, una palabra de más puede originar un conflicto, así como una palabra de menos impedir su posible reparación inmediata. Porque la bala y la palabra, cuando se disparan, nunca vuelven atrás. Atención al poder de la palabra: es herramienta, pero también arma.
Y si desde la antigüedad los griegos y los romanos ya sabían que la palabra era una de las dos vías para alcanzar el poder —la otra era el arte militar—, es legítimo preguntarse por qué en el mundo latino, que desciende directamente de Roma (España, Italia, Portugal y, por extensión, Latinoamérica), ha retrocedido tanto la palabra, su influencia y su estudio.
Es posible que en las facultades de Lenguas y de Historia se hayan conservado de forma irregular la oratoria, la retórica y la comunicación eficaz, pero, salvo excepciones, están al margen del sistema educativo, lejos de gobiernos y empresas, fuera de la Iglesia y de las órdenes católicas también, con la excepción de jesuitas y dominicos, la orden de los predicadores.
Sostiene la profesora María del Carmen Ruiz de la Sierva que «el sermón es la más clara representación de la retórica religiosa», ¡pero qué sermones tan pobres y tan previsibles escuchamos hasta que llegó el papa Francisco! Baste con entrar en una iglesia o con hojear el diario de sesiones de cualquier parlamento, especialmente del mundo latino, para comprobar la pobreza de las intervenciones en la actualidad. En cambio, si releemos la Historia del siglo XIX en España encontraremos noticia de políticos que alcanzaron la presidencia del Gobierno o de la República, como Joaquín María López o Emilio Castelar, proyectados por su capacidad de comunicación. Del mismo modo, en el Congreso de los Diputados de España, en el primer tercio del siglo XX, Azaña, Ortega y Gasset, Largo Caballero o Joaquín Costa deslumbraron por la calidad de sus intervenciones. Todos ellos sabían dónde colocar la frase; eran dirigentes que podemos tomar como ejemplo de elocuencia, como es el caso de François Mitterrand en Francia o de Winston Churchill en el Reino Unido y, más tarde, de Tony Blair y, ya en el siglo XXI y en Estados Unidos, del presidente Barack Obama. Todos ellos son solo algunos ejemplos de grandes oradores contemporáneos.
La comunicación excelente se construye combinando acertadamente poderes y contrapoderes. La palabra tiene poder, pero el silencio también comunica. El poder de la emoción es imprescindible, aunque en la vida abundan los casos de líderes que acabaron perdiendo esa condición porque no tuvieron en cuenta la escucha y no supieron emocionar. Hoy día existen numerosos ejemplos de líderes sin comunicación adecuada: líderes políticos, empresariales, profesionales, sociales o universitarios que, pese a ello, han conseguido llegar bien alto. Sin embargo, es imposible no imaginar dónde estarían hoy, mucho más arriba, sin duda, de haber podido disponer de una excelente capacidad de comunicación.
Al mismo tiempo nos encontramos también a menudo con relevantes profesionales en cualquier materia que no salieron del anonimato, que no lograron destacar porque acudieron sin armamento dialéctico eficaz a la crucial batalla de la comunicación en la que se juega la partida de los éxitos y de los fracasos en el mundo en el que nos ha tocado vivir, un mundo en el que la comunicación puede incluso hasta relacionarse con un índice de humanidad, tal y como sostiene el profesor Manuel Castells: «Si la comunicación es consciente y significativa, y si somos humanos porque comunicamos con consciencia y porque hay sentido en lo que comunicamos, cuanta menos comunicación menos humanos parecemos. En cierto modo, es como un índice de humanidad».³
Algo que desde la antropología certifica José María Bermúdez de Castro: «Cada vez que se ha logrado un avance en la forma, o en los medios, para comunicarse, la Humanidad ha dado un nuevo salto».⁴
Por tanto, como nos ha enseñado Paul Watzlawick en su Pragmática de la comunicación humana,⁵ «ya que es imposible no comunicarse, porque todo comportamiento es una forma de comunicación», hagamos todo lo posible por comunicar bien, seamos humanos plenamente. Entendamos que nuestro objetivo irrenunciable debe ser convertirnos en intérpretes entre la complejidad creciente del mundo actual y la sencillez y eficacia expositiva que se requiere para saber entenderlo y explicarlo.
Para lograr este objetivo, en el presente libro se identifican, se describen y articulan las claves para conseguir la excelencia comunicativa: la palabra y su poder, el valor del silencio, la escucha imprescindible y el impacto de la emoción.
Quien desee convertirse en un comunicador de alto nivel ha de tener bien presente la observación de los Diez Mandamientos que aquí se proponen. Complementariamente, se ofrecen consejos prácticos para ganar eficacia en la propuesta comunicativa y en la solvencia personal en presentaciones e intervenciones públicas.
Junto a ello se exponen además pasajes y ejemplos brillantes de comunicación a través de cuatro pequeñas historias reveladoras y, sin embargo, apenas conocidas; nos aproximaremos también a cuatro personajes internacionales obligados por sus responsabilidades a programar y a medir cuidadosamente sus palabras y, finalmente, se analizarán cuatro discursos impactantes, dos de ellos inesperados, lo que prueba que con técnica, trabajo y ensayo se puede alcanzar la condición de buen comunicador sorprendiendo gratamente al auditorio.
PRIMERA PARTE
LAS CLAVES DE LA EXCELENCIA
Bienaventurado aquel que no teniendo nada que decir, se abstiene de darnos evidencia hablada de tal hecho.
GEORGE ELIOT
(seudónimo de Mary Anne Evans, escritora inglesa de época victoriana)
1
LA EXCELENCIA EN LA COMUNICACIÓN
La comunicación excelente se consigue combinando acertadamente poderes y contrapoderes. El poder de la palabra, sí, pero también el contrapoder del silencio. La historia está llena de discursos fallidos, de oportunidades perdidas, de alocuciones trascendentales pronunciadas en momentos importantes de un país, de una empresa, de una asociación o de un liderazgo en las que no se supo combinar acertadamente el poder de la palabra con el contrapoder del silencio.
Pero, aun dominando ambos, ese poder y ese contrapoder no son suficientes para alcanzar la excelencia en la comunicación si no van acompañados del poder de la emoción, emoción que a su vez necesita del contrapoder de la escucha, la gran olvidada en el proceso comunicativo.
¿Cuántos líderes acabaron perdiendo su condición de tales porque no tuvieron en cuenta la escucha y no supieron emocionar? Capitanearon equipos y sociedades a ciegas hasta perder el privilegio de su condición, y es que nadie es líder porque esa persona lo decida, sino porque logra convencer a los demás de que deben dejarse conducir por quien los despierta, los activa y los hace mejores, estimulándoles con las palabras, escuchándoles atento en silencio, emocionándolos con sus proyectos, haciéndoles sentir que crecen y que son mejores bajo su dirección y liderazgo.
¿Y por qué no le damos valor a la comunicación? Porque no nos enseñaron a hacerlo en las escuelas y en las universidades.
Hablamos como nos enseñaron nuestros padres, y agradecidos estamos. En la escuela aprendimos palabras nuevas y conceptos desconocidos hasta entonces. Pero de las cuatro habilidades imprescindibles para comunicar —LEER, ESCRIBIR, HABLAR Y ESCUCHAR— solo nos enseñaron las dos primeras, salvo excepciones.
Dejemos que sean los maestros Mario Vargas Llosa, Jorge Wagensberg y Carlos Fuentes quienes nos ilustren acerca de estas cuatro habilidades básicas:
LEER: «Aprendí a leer a los cinco años, en la clase del hermano Justiniano, en el colegio La Salle, en Cochabamba (Bolivia). Es la cosa más importante que me ha pasado en la vida. Casi setenta años después recuerdo con nitidez cómo esa magia, traducir las palabras de los libros en imágenes, enriqueció mi vida, rompiendo las barreras del tiempo y del espacio. [...] La lectura convertía el sueño en vida y la vida en sueño, y ponía al alcance del pedacito de hombre que era yo el universo de la literatura».¹
MARIO VARGAS LLOSA
ESCRIBIR: «Mi madre me contó que las primeras cosas que escribí fueron continuaciones de las historias que leía, pues me apenaba que se terminaran o quería enmendarles el final. Y acaso sea eso lo que me he pasado la vida haciendo sin saberlo: prolongando el tiempo, mientras crecía, maduraba y envejecía, las historias que llenaron mi infancia de exaltación y de aventuras».²
MARIO VARGAS LLOSA
HABLAR: «En los diez primeros años de escuela quizá solo merezcan la pena dos cosas: ejercitar el lenguaje (leer y escribir en varios idiomas, el lenguaje matemático, el musical, el dibujo...) y entrenar el hábito de la conversación y la crítica.
Para ello hay que hablar y crear. Para crear, agítese antes de usar: agítense las ideas, agítense los métodos, agítense los lenguajes».³
JORGE WAGENSBERG
ESCUCHAR: «Un escritor tiene que escuchar, porque si no, no sabe cómo habla la gente. Anoche, por ejemplo, pasé dos horas o tres firmando libros en la feria de Buenos Aires. Pero, sobre todo, para oír a la gente, para ver qué piensa. Y, más que nada, yo les pregunto a ellos».⁴
CARLOS FUENTES
No haber aprendido a hablar y a escuchar, además de a leer y a escribir, nos ha conducido, salvo excepciones, a una debilidad comunicativa bien patente. Eminentes médicos e ingenieros, intelectuales de cualquier especialidad de renombre mundial, brillan apenas con luz tenue en cualquier intervención pública porque se encuentran en realidad en inferioridad de condiciones, salvo que descubrieran a tiempo que