Silenci
Por R.M. Sayan
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En Abadosos hay dos maldiciones; la primera de licantropía, y la segunda de silencio. Cuando a Joaquím lo ataca un hombre lobo y despierta herido pero sin mordidas, no sabe en quién confiar. Por lo menos, hasta que un viejo amigo con quien no habla hace años lo devuelve a la salud.
«Silenci» es una novela corta de fantasía, con un ligero romance entre hombres, ambientada en Cataluña medieval.
R.M. Sayan
R.M. Sayan is a Peruvian writer, sometimes illustrator, amateur photographer, avid tabletop gamer, studious filmmaker, tattoo aficionado, and a constant work in progress. Often referred to as just ‘Robb’, they can often be found ranting about assorted fandoms on twitter, swooning over their beautiful partner, and being overdramatic. They like to dabble in many genres, from historical fiction to urban fantasy, from dystopian sci-fi to weird west, but always sneaking queerness somewhere in there. Find them on Twitter as @r_m_writes and on Facebook (and Patreon) as justsomecynic. Sign up for their newsletter below!
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Silenci - R.M. Sayan
«Cuando está quieto, ¿quién puede condenarle?; y cuando esconde su rostro, ¿quién puede contemplarle?» Job 34:29
I.
LUNA MENGUANTE, AGOSTO de 1307 d.C.
Cataluña era todo menos fría en aquella época del año, pero fue la brisa gélida mañanera desgarrando sus heridas lo que despertó a Joaquím. Aunque despertar
sería un exceso; tenía solamente una vaga noción de consciencia. En ese estado difuso, consiguió mover sus brazos para tantear su cuerpo. Halló sus manos enteras pero golpeadas, sus piernas adoloridas, y su cabeza agonizante. Pero eran señales de vida.
— Vivo —Joaquím dijo en un respiro, casi con gracia. Eso estaba; vivo.
El sereno amanecer se filtraba por entre el follaje de fin de verano, hojas tan animadas por el viento que, en su mente, parecían burlarse de sus heridas. Joaquim tosió y sus costados se estremecieron, adoloridos, pero con todo logró sentarse. Una sensación de náusea se colgó de su cuello al moverse. Las ramas más bajas de un árbol oscilaban con el viento frente a sus ojos, libres y mordaces. Miró alrededor y vio una roca con sangre salpicada. Su mano buscó en su nuca y, tras un dolor punzante, regresó manchada de algo un tono carmesí más oscuro que sus rizos pelirrojos. Recuerdos de la noche anterior volvieron a él con furia.
Una ráfaga de pelaje negro, garras ambarinas y ojos perlados había atravesado su ventana. Demasiado abrupto para alcanzar su hacha, demasiado rápido para siquiera reaccionar. Mientras más forcejeaba, más profundo se clavaban las garras. Recordó ser arrastrado hacia el bosque, estrellándose contra una roca, colmillos enormes y un aliento putrefacto y después... nada.
Joaquim observó la roca con cara de susto y trató de no pensar en la posición en la que esto lo ponía.
Sus piernas, piel pálida rasgada por las garras de la bestia, ya no sangraban, lo cual él supuso era bueno. Moverlas le causaba un dolor intenso, pero él tenía que volver por sus propios medios. La gente de Abadosos no iba a buscarlo.
No pudo arrodillarse en un principio, pero lo logró tras un tremendo esfuerzo. Luego no podía pararse, pero se arrastró hasta poder. Se tambaleó y tuvo que apoyarse en un árbol, con el mundo girando a su alrededor. Pero su mano no sólo sujetó corteza, sino también un viejo cinto amarrado alrededor del tronco. Algunos recuerdos no gratos de su padre enseñándole sobre la senda de cintas le hicieron darse cuenta de dónde estaba. Sabía cómo regresar. Joaquím se inclinó, dejó ir su cena entre los arbustos, y emprendió a tropezones el camino a casa.
El sol estaba alto en los cielos cuando los árboles cedieron paso a una aldea fría no en clima sino en espíritu. Joaquím intentó llamar pidiendo ayuda, pero nadie escuchó; o tal vez su voz se perdió en su garganta. Las palabras se arrastraban desde su boca.
— ¡Remei!
La ausencia de árboles era también la ausencia de apoyo. Apenas tomó un paso adelante solo, sus piernas cedieron poco antes del camino principal.
— ¡Zarif! —rogó al vacío antes que la luz abandonara sus ojos.
II.
LUNA MENGUANTE, AGOSTO de 1307 d.C.
El dolor no parecía más que un sueño cuando Joaquím volvió a despertar. Por lo menos, fue así por un momento, hasta que intentó voltear la cabeza. Entonces el dolor se clavó sobre su nuca de manera tan implacable que lo obligó a abrir los ojos.
— Intenta no moverte tanto, Joaquím.
Encontró un par de ojos amielados cuya curvatura recordaba desde la infancia, acompañados de cejas frondosas y cabello oscuro rizado que envolvía un rostro profundamente dorado. Con pequeños temblores, la capacidad de moverse volvió a sus dedos, brazos, pies. Pero su cabeza le pesaba como piedra.
— Zarif —suspiró Joaquím.
Zarif alcanzó la mano hacia él y volteó el paño húmedo en la frente de Joaquím, quien no se había dado cuenta de ello. Casi no reconoció el cuarto de Zarif. Su voz tan gentil acarició sus oídos.
— Tienes una fiebre infernal y un golpe feo en la cabeza. Te tuve que coser.
De todos los que pudieron haberlo encontrado —pensaba Joaquím entre pensamientos afiebrados—, Zarif era la mejor opción. No solamente era experto en heridas y enfermedades, sino también, de entre todos los que aún quedaban en Abadosos, él era quizás el único al que todavía le importaba el prójimo. Aunque esto último no era necesariamente una buena noticia. Alguna vez habrían gozado de una amistad prohibida en sus infancias, pero ahora todo lo que quedaba de ella era su fantasma.
— Todos lo saben —dijo Zarif, y sus gruesas pestañas temblaron cuando apartó la vista—. Todos te escucharon gritar anoche. Diego, Mikael... hasta trataron de evitar que te ayudara. Pero no podía dejarte ahí tirado.
— Gracias —dijo Joaquím sin muchas ganas, quejándose del dolor residual. El silencio que surgió tuvo el potencial para quedarse ahí por siempre, pero a Joaquím le picó la curiosidad. Trató de frasearlo como una broma—. ¿Y si tenían razón?
— No la tienen —. Por un momento, le pareció que Zarif volvía a ser el joven con demasiada sabiduría para sus pocos años, al que un joven Joaquím admiraba—. No tenías ninguna mordida.