Como una hoja: Una conversación con Thyra Goodeve
Por Donna Haraway y Helen Torres
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Información de este libro electrónico
Ambas hablarán, en la cocina de la casa de Santa Cruz, California, sobre el devenir personal de la profesora, sobre sus referencias intelectuales y sobre las ideas que vertebran su trabajo. Aparecerán durante la charla vampiros, chimpancés y monstruos condensados "en palabras que difícilmente hubiéramos imaginado como generadoras de un pensamiento feminista", tal y como explica la prologuista, Helen Torres.
Este libro es una llave para entrar, a través de un tono íntimo y divertido, a la obra interdisciplinar de una de las autoras vivas más innovadoras, relevantes y contemporáneas de nuestra época.
Con prólogo de Helen Torres, y traducción de Matilde Pérez.
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Como una hoja - Donna Haraway
DONNA HARAWAY
como una hoja
Una conversación con Thyrza N. Goodeve
Traducción de MATILDE PÉREZ
PRÓLOGO DE HELEN TORRES
Donna Haraway y Thyrza Nichols Goodeve, Como una hoja, Editorial Continta Me Tienes, Madrid.
Primera edición: mayo de 2018
Edición a cargo de Sandra Cendal y Marina Beloki
204 pp., 21,5 x 14,5 cm.
Depósito legal: NA 839-2018
ISBN: 978-84-947938-3-7
IBIC: JFFK : Feminismo y teoría feminista
© Donna Haraway y Thyrza Nichols Goodeve, 2018
© La Tartaruga edizioni, 1999
© Baldini + Castoldi-La nave di Teseo, Milán, 2018
© de esta edición: Continta Me Tienes
© de la traducción: Matilde Pérez
© del prólogo: Helen Torres, 2017
Crédito foto portada: Fotograma de «Donna Haraway Story Telling for Earthly Survival», una película de Fabrizio Terranova. Se reproduce por cortesía del autor.
Diseño de colección: Marta Azparren
Asesora editorial: Rebeca E. Campos
Continta Me Tienes
C/ Belmonte de Tajo 55, 3º C
28019, Madrid
91 469 35 12
www.contintametienes.com
info@contintametienes.com
www.facebook.com/ContintaMeTienes
@Continta_mt
Colección La pasión de Mary Read, 12
Continta Me Tienes, nº 50
Índice
Prólogo7
Introducción25
La casa25
I29
La historia con la que nació29
La historia de la forma42
Mientras seguíais conectados54
California69
La interdisciplinariedad es arriesgada71
II73
El organicismo como teoría crítica74
Primatología77
III85
Fortuna histórica86
Ciencia, cyborgs y mujeres89
La enfermedad es una relación96
IV103
Más que una metáfora104
Un gen no es una cosa113
Temporalidades cyborg121
La difracción como consciencia crítica124
Práctica terrenal133
Fracaso137
V140
Surrealismos cyborg140
Subconsciente no familiar144
No nació en un jardín, sino que, 148
en realidad, nació en una historia148
Como una hoja151
Parque zoológico de simbolizaciones154
Oncoratón™158
Cultura vampírica168
Testigo modesto174
Enseñanza telepática182
Coda190
Bibliografía192
Sobre las autoras194
Prólogo
Helen Torres
-Helen Torres (Colonia, Uruguay, 1987), licenciada en ciencias políticas y máster de investigación en sociología. Su trabajo está profundamente inspirado por la figura del cyborg, a partir de la cual ha desarrollado un marco teórico sobre mujer y diversidad funcional, narrativas espaciales y libros colectivos.Ha dado diversos seminarios de postgrado y cursos alrededor de las propuestas de Donna Haraway, de quien ha traducido Testigo_Modesto@Segundo_Milenio, HombreHembra_Conoce_OncoRatón (Ed. UOC, 2004) y el Manifiesto Chthuluceno desde Santa Cruz (Laboratory Planet, 2016). Ha publicado Autopsia de una Langosta (Melusina, 2010), Relatos Marranos (Pol·len, 2014) y Ciutat Morta.Crónica del Caso 4F (Huidobro, 2016).
+ helenatorres.wordpress.com
Prólogo
El lenguaje es una práctica de juego siempre intensa.
Leer puede ser una práctica arriesgada. Leyendo damos forma a ideas antes desconocidas, descubrimos mundos, cambiamos de perspectiva. Aunque a veces, solo a veces. Pero cuando pasa, algo ha cambiado para siempre. Y eso puede traer problemas, turbulencias en las que no tienes ganas de quedarte pero ya no puedes hacer ver que no sabes, que no entiendes. Entonces toca ponerte el cinturón, y seguir leyendo.
Leer a Haraway es un riesgo que vale la pena. Y también, un acto de humildad. Porque no puede movernos el ansia de entenderlo todo, sino el goce de descubrir conexiones, el «aprender a ser amables», la modestia de andar sin arrogancia, sin pretensiones de universalidad, dejando de verse como el centro de la acción y aventurándose por terrenos desconocidos.
Como toda acción arriesgada y placentera, leer a Haraway no es fácil. Hay que dejarse llevar, aceitar los goznes de esas ventanas cerradas durante siglos por Descartes, Kant et alt, por Dios y la Virgen, por el Hospital, la Escuela, la Academia, la Empresa, el Edipo. Hay que prestar mucha atención, como cuando quieres entender una conversación en un idioma que apenas conoces, que más bien adivinas pero que no te es ajeno. No sabes todas las palabras pero entiendes el tema, los gestos, la pasión, los motivos. Hasta que, poco a poco, te vas enredando en la conversación.
Creo que las palabras y el lenguaje tienen una relación más íntima con el cuerpo que con las ideas. […] Dado que experimento el lenguaje como un proceso intensamente físico, no puedo dejar de analizar detenidamente la metáfora.
Haraway nos invita a pensar —con vampiros, chimpancés, cyborgs, perros, palomas, hongos y monstruos como la «indomable y mortal Medusa», habitantes/hacedores de «naturoculturas emergentes», «alteridades significativas», compañeros de juego, cama y mesa en «el desorden de la vida», carne y signo condensados en palabras que difícilmente hubiéramos imaginado como generadoras de un pensamiento feminista. Un universo de metáforas que son densas condensaciones de significados, abstracciones que no nombran lo que ya conocemos, sino que vienen a describir experiencias distintas, «a inducir variaciones empíricamente sentidas en la manera en que nuestras experiencias importan», a nombrar lo antes invisible para crear herramientas que nos permitan permanecer en el problema. Sin intentar cortar lo que nos sobra, eliminar lo que nos molesta, anular lo que no entendemos.
Leer a Haraway no nos mueve a crear grandes teorías sino a prestar atención a los detalles, a hacernos preguntas —¿quiénes somos, con quién, dónde, cuándo?—, a mirar el mundo a través de los ojos de criaturas encarnadas en metáforas temporal e históricamente situadas que cuestionan las fronteras e insisten en la contaminación, el oxímoron, la especificidad, la localización indispensable para activar responsabilidades.
A veces las metáforas son nuevas ontologías, a veces son entidades que actúan como metáforas. Por ejemplo, cuando utiliza la Mixotricha paradoxa como «una entidad que interroga al mismo tiempo los conceptos de individualidad y colectividad al vivir en simbiosis obligatoria con otras cinco tipos de entidades.» Todo está relacionado con algo, pero no todo está relacionado con todo. No se trata de establecer relaciones entre entidades sino de reconocer que ningún organismo puede existir sin relaciones simbióticas con otras especies, relaciones que son siempre específicas, situadas y contingentes.
No se trata de inventarse nada sino de hacer espacio para lo que ya existe, de aprender a mirar, respetar, cuidar. Cuidar no como objetivo moral, sino como condición de la existencia.
«¿Todo esto crece sin más?», pregunto. «Ni mucho menos», contesta Donna Haraway, algo sorprendida por la pregunta. «Hemos plantado y cultivado todo.»
El primer capítulo de Como una hoja nos sitúa en Santa Cruz, California, 1997. Casa de Donna Haraway, bióloga y filósofa de la ciencia, y Rusten Hogness, escritor científico y productor de radio. No es este «el hogar», la casa construida en el estado de Sonoma por esa familia de lazos fraternales, o esa fraternidad de lazos familiares que la bióloga llama kin, sino el lugar en el que vivían durante el período lectivo cuando Haraway aún era profesora en funciones del Departamento de Historia de la Conciencia de la Universidad de Santa Cruz, convirtiéndose en la primera mujer en ocupar una plaza académica de teoría feminista en una universidad norteamericana.
Los primeros en aparecer en el libro son los árboles y plantas que rodean el bungalow; enseguida conocemos a la señorita Moses, la gata; luego a Roland, el perro, y finalmente a Rusten, compañero de vida de Haraway. Significativamente, la conversación con la artista y escritora Thyrza Nichols Goodeve, ex- alumna de Haraway, no se desarrolla en la sala o en el estudio, sino en la cocina.
Imagino una habitación no muy grande y una mesa con una grabadora que sirve de enlace entre la maestra y su antigua alumna. La conversación se propone como un viaje en el que vamos identificando poco a poco los distintos hilos con los que la bióloga teje su pensamiento, que es siempre un diálogo, una interpelación, un llamado a la acción, un giro en ideas que acostumbramos a dar por sentado o que consideramos inamovibles.
El resultado, Como una hoja, es una excelente oportunidad para quienes se inician en el pensamiento de Haraway, sobre todo en estos momentos en los que la discusión por el nombramiento de una nueva era geológica, el Antropoceno, ha puesto en el centro de la escena propuestas de última hora sobre las características del cambio climático y las posibles acciones ante la catástrofe.
Quienes sean lectores habituales de Haraway, encontrarán en la conversación un texto en el que reconocer las tensiones, tendencias, conversaciones y contingencias que son parte de una de las propuestas onto-epistemológicas más innovadoras y arriesgadas de las últimas décadas. En un ejercicio de conocimiento situado, el libro ofrece una gran cantidad de historias que se presentan como un recorrido por la historia de su trabajo, las decisiones, giros y golpes de la vida por los que ciertas ideas adquirieron unas formas y no otras.
«La localización nunca es evidente», nos recuerda Haraway. La académica norteamericana blanca, de clase media, rebelde, pacifista, feminista, apasionada, amante de la ironía y la ciencia ficción, habla sobre su herencia intelectual, histórica y familiar, cómo fue configurándose su carrera profesional y los intereses de sus investigaciones, los contextos históricos, geográficos, relacionales y emocionales en los que nacieron sus monstruos inapropiados e inapropiables, la historia de sus casas y sus clases en la universidad, la relación con sus alumnos, sus colegas, sus mascotas y sus amantes en un tono más íntimo y divertido —aunque igual de riguroso— que el que utiliza en sus textos.
Creo que mi forma de trabajar consiste en tomar mi propia herencia contaminada –el cyborg es un ejemplo de ella–
e intentar revisarla.
La admiración de Goodeve por su maestra va guiando las preguntas, plagadas de citas y comentarios, pero esto no nos debe inducir a engaño. Puede resultar fácil admirar a la gran tejedora que es Haraway, creadora de ontologías que tanta influencia y tantos giros han provocado en la historia del feminismo, pero la conversación no se queda en la adulación, sino que indaga en profundidad por las condiciones de producción de su trabajo.
La Haraway criada en el catolicismo devela por momentos parte de una herencia cultural de la que pocas nos enorgulleceríamos, pero de la que ella no reniega, sino que reconoce y cuestiona para hacerle dar un giro. Por ejemplo, cuando dice que uno de los fundamentos de su perspectiva es un legado de la ideología cristiana que la formó, refiriéndose a la Eucaristía, a partir de la cual desde niña asumió la unión entre materia y significado, uno de los argumentos que utiliza para cuestionar que la objetividad científica esté libre de tendencias.
Estaba rodeada de una narrativa figurativa, simbólica y
muy elaborada, en la cual las nociones de símbolo y
carne tenían un estrecho vínculo.
O como cuando compara su carrera profesional con la de su exmarido, Jaye Miller, y explica cómo la homofobia sufrida por él y la ambición de ella marcaron sus trayectorias de maneras tan diferentes.
El libro cierra con una coda, parte final de una pieza musical que nos invita a repensar la entrevista como un conjunto de ondas con cierta armonía, en la que Haraway acaba con una de sus bromas, tan seria como lo es su propuesta epistemológica:
Exacto, pero al final lo que digo es muy sencillo. Lo único que pido realmente son pasión e ironía permanentes, donde la pasión es tan importante como la ironía.
Solo pide pasión e ironía, prácticas bien difíciles en estos tiempos políticamente correctos en los que casi cualquier crítica es una ofensa, un descrédito o hasta un delito.
Mi trabajo siempre ha consistido en sentarme y escribir.
Para Haraway, la escritura es un asunto «mortalmente serio». Su discurso es denso, casi temerario para quienes buscan significados claros y citas fácilmente descontextualizables. Leerla es pensar contra la autoridad falocéntrica que impone la claridad, contra los discursos universalizadores que eliminan toda diferencia. Pero aunque su voz no es clara, sí es contundente.
Eso es lo que yo llamo «fetichismo genético», una relación nada crítica con las tecnologías genéticas, repleta de mitologías y narrativas que están representadas por la versión de Parque Jurásico en la que se reconstruye un dinosaurio a partir de ADN prehistórico preservado en un fragmento de ámbar. Esta absoluta mercantilización del gen, en la cual este se considera esencia y hacedor de todo, es biología barata.
Leer a Haraway significa posicionarse, reconocer que todo pensamiento es situado, que el conocimiento no lo crean los expertos, que la diferencia importa. Sus argumentos son historias encarnadas que señalan la objetividad trascendente como un mito de la tecnociencia. Pero no se conforma con la crítica al esquema de pensamiento cartesiano, sino que diseña ontologías en conversación permanente con otras pensadoras, proponiendo nuevas herramientas para leer y escribir el mundo.
Haraway recoge el legado del matemático y filósofo inglés Alfred Whitehead, «No podemos pensar sin abstracciones, por lo tanto es de máxima importancia revisar críticamente nuestros modos de abstracción.» De allí que la tarea de la filosofía sea «rediseñar el lenguaje», y ella lo hace a través de figuras históricamente situadas en constante devenir. Los chimpancés, el cyborg, el testigo modesto transformado, el oncoratón, las especies de compañía�son artefactos semiótico-materiales históricamente situados a través de lo cuales observa el mundo.
Sus herramientas son sus textos. Quizás por ello sus libros, con la única excepción de Crystals, Fabrics and Field, su tesis doctoral publicada en 1976, son todos compendios de artículos, no ensayos con hipótesis que nos llevan a un desenlace único. En palabras de la filósofa belga Isabelle Stengers, compañera de tejido de Haraway, «El artículo es el formato que conviene a los ritmos de la investigación. Haraway es una investigadora, su herramienta es la materia textual en sí misma. Sus textos no informan sobre los resultados de sus investigaciones o de sus pensamientos, son los lugares de su investigación y están hechos para (intentar) que hagan lo que están diciendo.»
Pero el que escribir sea «mortalmente serio» no le impide a Haraway jugar. Para definir su metodología utiliza la figura del juego de las cuerdas, figuras que van pasando de mano en mano añadiendo nuevos diseños: no ensamblajes de piezas antes desconectadas, sino un pensar-con que no reclama estar en posesión de una verdad, sino la necesidad de hacerse «buenas preguntas», de entender el aprendizaje a la manera de Hannah Arent, como «el ir de visita», desprendiéndose de la individualidad y el pensamiento iluminado para apostar por la confusión entre las fronteras entre sujeto y objeto, naturaleza y cultura, teoría y acción.
Pues, como el juego del cordel es precisamente eso, un juego, imagino que se trata de una metodología con m
minúscula. Es una forma de trabajar y concebir el trabajo; en este caso, dirigida a la gente que se dedica a los estudios científicos, para que se aproximen más a