Nothing Special   »   [go: up one dir, main page]

Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La desaparecida
La desaparecida
La desaparecida
Libro electrónico124 páginas1 hora

La desaparecida

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El protagonista de La desaparecida es Damián Díaz, un sencillo profesor de inglés de treinta años que está profundamente enamorado de Cloe; su esposa. Damián quisiera que las cosas estuvieran mejor, como en el principio de la relación, pero últimamente sus peleas son una cuestión de todos los días. Después de una fuerte discusión, Cloe arranca del departamento amenazando con no volver. Damián, aunque preocupado, está seguro que Cloe volverá al siguiente día como tantas otras veces antes y que una vez hecha las paces seguirán con sus vidas. Pero Cloe no vuelve. Después de una intensa búsqueda de la policía Cloe es declarada desaparecida y luego de un tiempo la falta de pistas desaceleran el progreso del caso. Ya resignado a su más que segura muerte, Damián se retira a la casa de su abuelo frente al lago Llanquihue con el fin de recomenzar su vida. Pero la casa no solo guarda recuerdos de la infancia feliz de Damián, también esconde el secreto que puede dar con el paradero de Cloe.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento4 oct 2021
ISBN9781393862086
La desaparecida

Relacionado con La desaparecida

Libros electrónicos relacionados

Thriller y crimen para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La desaparecida

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La desaparecida - Felipe Carcamo Diaz

    PARTE 1

    Esta es mi confesión de cómo maté a Cloe, mi esposa. Podría decir que todo fue un accidente, pero yo no puedo juzgar eso.

    Todo lo provoca un mal sueño. Un sueño recurrente. Dicen que las pesadillas son premoniciones de la mala suerte y la desgracia. Algo así como cruzarse con un gato negro o quebrar un espejo. Soy escéptico a cuestiones esotéricas como esas. La verdad, todas esas cosas me parecen creencias estúpidas, pero debo confesar que comienzo a tener mis dudas. Por meses me atormentó el mismo condenado sueño y ya empiezo a verlo como una maldición; o quizás sí es cierto lo que dicen, que algunas personas son un verdadero imán de la mala suerte.

    El sueño en cuestión va así. Es una tarde de lluvia en un congestionado Paseo Ahumada, Cloe camina a paso ligero, casi trotando, sorteando los peatones que transitan de prisa. La reconozco a pesar de que va cubierta de pie a cabeza; lleva un elegante sombrero de fieltro, bufanda de cachemira, impermeable largo con las solapas levantadas cubriendo su cara. También lleva guantes de cuero. Le pegó un grito al tiempo que me hago paso ágilmente entre la gente. Cloe voltea a mirar quién la llama con tanta urgencia, pero no encuentra mis ojos, ni ve mi mano agitarse sobre mi cabeza; tampoco la detiene mi voz. Eso me duele inmensamente. Finalmente, cuando la alcanzo, le tiro del hombro para voltearla, pero el contacto la hace desaparecer.

    Con mi mano examino el lado derecho de la cama esperando tocar el cuerpo de mi mujer, pero solo palpo las sábanas frías. Cloe se ha ido a trotar. Hace ya un tiempo, diría unos seis meses más o menos, que sale a correr por las mañanas. El clima no la desanima en lo absoluto: el frío no la deprime, el calor la estimula. Dice que necesita mantenerse en forma, que su cabeza lo necesita. Honestamente creo que correr es solo un pretexto para escapar de nosotros, una suerte de metáfora para evitarme y desviar la atención de nuestra complicada relación. Me entristece el pensamiento de ella jogging como si escapara. Quizás yo también debiera hacer cambios en algunos de mis hábitos, pero simplemente no puedo hacerme el ánimo. No tengo tiempo. Estoy ocupado con mis clases en el colegio, preparando lecciones, evaluando tareas. Encima de eso, he tomado otras responsabilidades como el club de inglés los martes y una tutoría los miércoles y jueves. El fin de semana solo quiero descansar; dormir, leer un buen libro y ver algo de fútbol por televisión.

    Odio despertar sin Cloe. El silencio de su ausencia en el departamento me deprime. Tomo mi celular y consulto la hora. Las nueve de la mañana en punto. Hay un mensaje de voz de mi hermano Javier. No me molesto en escucharlo. Sospecho que me ha llamado para recordarme que el lunes almorzamos en El Liguria. Me levanto de la cama. El frío de la baldosa penetra mis pies. Cloe no regresará hasta en unas horas más. Me preparo algo de comer. Cloe se hubiese molestado si me viera comiendo tostada y tomando café en el living. Para ella cada ambiente en el departamento cumple un propósito; el comedor es el área asignada para comer, el baño para asearnos; el dormitorio para descansar; el living ¿para relajarse? No recuerdo. Cloe no está para increparme y la verdad es que me importa una mierda lo que piense. Ahora es el mutismo que llena los rincones del departamento. Decido abrir las ventanas y dejo entrar la bulla. A lo lejos se puede oír el tráfico de un sábado por la mañana. Por un momento ese ruido confuso de motores me tranquiliza. Leo en una vieja edición de El Mercurio en la sección policial, asesinato doloso en Algarrobo. Un hombre de mediana edad, identificado como Roberto Pérez González es el responsable del asesinato de su pareja. La víctima: Mónica Rosas, una joven de tan solo veinte años, estudiante de periodismo de la Universidad de Chile. El cuerpo fue encontrado sin vida en la orilla de la playa El Canelillo a eso de las 7 de la mañana del jueves 23 de agosto. Se cree que González la ahogó en el mar. El motivo todavía se mantiene incierto, pero se sostiene, con casi absoluta certeza, que podría haberse debido a un ataque de celos. Imagino al tal Roberto González estrangulando a Mónica Rosas, hundiéndola, gritándole puta; Mónica peleando por su vida, resistiendo con todas sus fuerzas hasta la extenuación, e inevitablemente la muerte.

    Había leído en una revista de ciencia y salud, seguramente en la sala de espera de una clínica dentista, mientras esperaba por mi turno, que existe un fuerte vínculo entre el estrés y el insomnio. Aunque no recuerdo con claridad la premisa del artículo en cuestión, no se me olvida su título sugerente «Las enfermedades del hombre moderno.» El estrés natural de mi trabajo, y sin duda alguna ese frustrante sentimiento de no dar con una manera de empezar a llevarme mejor con Cloe son motivos suficientes para no dormir. Cuando era niño sufría de insomnio. Mi madre no quería medicarme de modo que prefirió remedios homeopáticos para tratar el problema: aceites y té de hierbas. Mientras frotaba aceite de lavanda en la planta de mis pies y me daba té de manzanillas a cucharadas, me preguntaba si había algo que me preocupara. Para ser sincero, siempre había algo que me tenía inquieto, ya sea esa ansiedad de mantener la excelencia académica como le gustaba llamarle mi padre y que exigía de nosotros, mi hermano y yo, con la misma rigidez con la que exigía de sus empleados el cumplimiento de sus funciones; él no veía el cumplir como un problema porque era nuestra única responsabilidad y tal vez tenía razón. También estaba esa apremiante necesidad de adaptarse, de encajar con los compañeros y las niñas. Aunque jamás le confesé a mi madre ninguna de mis preocupaciones, estoy seguro de que ella las intuía. No recuerdo si los masajes en los pies o el té de manzanilla ayudaron en algo. Sospecho que sí. Mi madre también sufría de insomnio; el de ella era crónico y lo trataba con pastillas.

    Últimamente mi cabeza parece estar programada como la alarma de un reloj para despertar todas las noches a las 2:30 de la mañana. Hubiese preferido sufrir de acidez crónica, o tener una úlcera péptica que vivir sin dormir. La falta de sueño me pone de mal humor, ¿a quién no irritaría? Después de cenar algo como a eso de las once de la noche me voy a la cama. Duermo por algunas horas sin problemas. Luego, despierto otra vez. Toda la cuestión parece una escena sacada de un cuento de Kafka. Trato de volver a dormirme, pero es inútil. Me quedo mirando la hora en la pantalla de mi celular, los números quemándome los ojos, y yo recordando cuando mi madre frotaba mis pies con aceites.

    Es lunes. Cloe se viste parada frente a la ventana que da a la Avenida Irarrázaval. Siempre me ha llamado la atención esa peculiaridad de ella. Es como si el gesto la inspirara en una extraña manera. Cuando se lo pregunto en un tono burlesco, responde diciendo que no todo lo que hacemos en la vida debe tener un motivo lógico. No la contradigo. Mientras la miro arreglarse evoco la primera vez que dormimos juntos. Éramos dos jóvenes ingenuos llenos de esa energía desbocada de la edad y no podíamos quitarnos las manos de encima. Fue una tarde de otoño, comienzos de abril. Mis padres estaban en Argentina en uno de esos pequeños viajes de tres días que hacían cada dos meses. Ignoraba dónde Javier podía haber estado, aunque sospecho que en casa de uno de sus amigos. Cloe y yo pasamos todo el domingo juntos sin salir de la cama. Cuando nos cansábamos de hacer el amor, veíamos películas por cable. Solo nos levantábamos para ir al baño o para bajar a la cocina a comer algo. Fue un día silencioso o simplemente no recuerdo que nos hayamos dicho nada importante excepto que nos amábamos estúpidamente. La noche finalmente llegó. La pieza en tinieblas. Cloe se levantó de la cama, su piel todavía tibia y húmeda, recogió su ropa del suelo, caminó hasta la ventana y mirando la ciudad se vistió sin prisa.

    Ver su espalda desnuda me excita. Ese entusiasmo, sin embargo, se apaga rápidamente. Ya han sido meses que no hacemos el amor. Hablar de nuestra inexistente vida sexual sería masoquismo. Lo daré por entendido. La extraño. Las noches me las he pasado pensando en qué momento todo se fue al carajo. ¿Cómo nos convertimos de dos personas que se amaban a dos extraños que se odian? Nuestras peleas se han vuelto más hirientes y no sé cuánto tiempo más podré soportarlo. Estoy exhausto. No imaginé lo difícil que lo nuestro sería. Lo único que me importa ahora es que volvamos a necesitarnos con la misma urgencia de aquella tarde cuando hicimos el amor por primera vez.

    Cloe habla de tomarnos un tiempo. Qué tal vez eso nos ayudaría ¿Cómo? digo. No debemos arrancar de los problemas, debemos enfrentarlos. De eso se trata el compromiso en una relación. Pero ella ya ha decidido que lo mejor es que nos separemos. Que nos echemos de

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1