Historia mínima de las relaciones exteriores de México, 1821-2000
Por Roberta Lajous
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Historia mínima de las relaciones exteriores de México, 1821-2000 - Roberta Lajous
Primera reimpresión, 2013
Primera edición, 2012
Primera edición electrónica, 2014
DR © EL COLEGIO DE MÉXICO, A.C.
Camino al Ajusco 20
Pedregal de Santa Teresa
10740 México, D.F.
www.colmex.mx
ISBN (versión impresa) 978-607-462-416-8
ISBN (versión electrónica) 978-607-462-621-6
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ÍNDICE
PORTADA
PORTADILLAS Y PÁGINA LEGAL
ÍNDICE
DEDICATORIA
PRÓLOGO
INTRODUCCIÓN
La soberanía es primero
Las mejoras materiales
La Doctrina Carranza y la no intervención
La alianza con Estados Unidos
La diversificación
1. EL RECONOCIMIENTO INTERNACIONAL DE MÉXICO, 1821-1836
La influencia de las guerras napoleónicas en América
El Imperio mexicano
La República Federal
Las relaciones con Estados Unidos
Las relaciones con Europa
La segunda etapa de Lucas Alamán como canciller, 1830-1832
La crisis de Texas
La obtención del reconocimiento diplomático
México en el mundo
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2. LA PÉRDIDA DE TERRITORIO MEXICANO A FAVOR DE ESTADOS UNIDOS, 1836-1853
La expansión imperial británica
El Destino Manifiesto
La República Centralista
Las relaciones con Europa
La guerra del presidente Polk
El aislamiento internacional de México
La dictadura de Santa Anna
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3. LA REFORMA, LA INTERVENCIÓN Y LA REPÚBLICA RESTAURADA, 1854-1876
El Segundo Imperio en Francia, 1852-1871
La Guerra Civil en Estados Unidos, 1861-1865
El triunfo de la Revolución de Ayutla
La Guerra de Tres Años, 1858-1860
La Intervención francesa en México
La política exterior del Segundo Imperio mexicano
La República Restaurada
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4. EL PORFIRIATO, 1877-1911
El nuevo imperialismo
El ascenso de Porfirio Díaz
Los problemas con Estados Unidos
Las relaciones con Centroamérica y el Caribe
Las relaciones con América del Sur
La reconstrucción de las relaciones con Europa
El inicio de las relaciones con Asia
Las dificultades con Estados Unidos
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5. LA REVOLUCIÓN MEXICANA Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL, 1911-1920
El inicio del siglo americano
El triunfo y la caída de Madero
La dictadura de Victoriano Huerta
La Primera Guerra Mundial
El triunfo del constitucionalismo
La diplomacia de la Revolución mexicana
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6. LA ERA DEL NACIONALISMO, 1920-1940
El mundo de la Posguerra
El aislamiento internacional de México
La Presidencia del general Plutarco Elías Calles
El acercamiento a América Latina
La Gran Depresión
Las repercusiones para México del colapso económico mundial
El gobierno de Lázaro Cárdenas
La nacionalización del petróleo
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7. LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL, 1941-1945
Del conflicto europeo a la Segunda Guerra Mundial
La unidad nacional frente al conflicto internacional
La participación de México en la Segunda Guerra Mundial
El legado de la Segunda Guerra en las relaciones bilaterales
La construcción de un mundo nuevo
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8. LA GUERRA FRÍA, 1947-1969
La gestación y el inicio de la Guerra Fría
México en los albores de la Guerra Fría
El recrudecimiento de la Guerra Fría
El gobierno de Adolfo Ruiz Cortines
México y la Revolución cubana
El gobierno de Gustavo Díaz Ordaz
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9. LA DÉTENTE Y EL FIN DE LA GUERRA FRÍA, 1969-1989
El deshielo
El desarrollo compartido
Las finanzas y el petróleo
México y la crisis en América Central
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10. LA INTEGRACIÓN A LA ECONOMÍA MUNDIAL, 1990-2000
La desintegración de la URSS y la unificación alemana
La apertura y la modernización
La crisis financiera de 1994
La búsqueda de la diversificación
El combate contra el narcotráfico
La migración a Estados Unidos
Las consecuencias de la globalización
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COLOFÓN
CONTRAPORTADA
Para los maestros del Centro de Estudios Internacionales
de El Colegio de México, por su docencia e investigación
Para mis jefes y compañeros
del Servicio Exterior Mexicano, de quienes aprendí el oficio
y la tradición de la diplomacia mexicana
Para mi marido, Alain Ize
PRÓLOGO
Desde que fui profesora por asignatura de diversos cursos sobre política exterior en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México y, después, como coordinadora general del Instituto Matías Romero, advertí la ausencia de un texto general sobre la historia de las relaciones exteriores de México. Agradezco al presidente de El Colegio de México, Javier Garciadiego, la invitación para hacer realidad el sueño de escribirlo, así como su gestión ante la Secretaría de Relaciones Exteriores de una comisión por tres años, tiempo que me ha tomado su redacción. Como investigadora asociada a la Presidencia de El Colegio, las observaciones del historiador Javier Garciadiego definieron los lineamientos generales del presente trabajo.
Mi objetivo fue escribir una historia breve de las relaciones exteriores de México, desde su Independencia en 1821 hasta el año 2000, dirigida a un público general. El mayor reto fue resumir el vasto material publicado por autores de diversas instituciones en el menor número de páginas y con un lenguaje accesible. Se quedó en mi computadora más texto escrito que el aquí presentado. Espero aprovecharlo en futuros ensayos en los que pueda profundizar sobre algunos periodos o personalidades que apenas se mencionan.
En cada uno de los 10 capítulos que integran el presente trabajo se incluyen, al principio, un resumen sobre su contenido y, a su término, una selección de lecturas recomendadas acerca del periodo en cuestión. En cada capítulo se presenta un análisis del contexto internacional, a continuación se describen las circunstancias específicas por las que pasaba México y, después, se narra la reacción institucional del país ante los acontecimientos del exterior, para que el lector pueda evaluar por qué México actuó de determinada manera. En el siglo XIX, los vientos huracanados resultado de las guerras napoleónicas en Europa favorecieron la Independencia. Asimismo, la expansión de Estados Unidos, la primera guerra extranjera y la guerra franco-prusiana auspiciaron el fin del Segundo Imperio en México. En el siglo XX, la Revolución mexicana fue un movimiento autóctono que sobrevivió dos guerras mundiales y dio consistencia a la vida institucional del país a lo largo de la Guerra Fría.
Cuando inicié la redacción de este libro, intenté una estructura diferente a la cronológica. Traté de describir la relación de México con el mundo por regiones, pero confirmé la importancia que tienen las relaciones bilaterales con Estados Unidos, al grado que determinan las que México ha buscado desarrollar con otras zonas. La triste realidad es que diversos intentos por acercarse a regiones más distantes, en algunos momentos de la historia, quedaron tan sólo en buenos deseos. Ya concluido el texto sobre el siglo XIX, regresé a la secuencia cronológica, en la medida de lo posible. El libro termina en el año 2000 por considerar que los últimos 12 años son demasiado cercanos para intentar abordarlos con un mínimo de objetividad.
Si bien en los últimos tres años he realizado lecturas sobre investigaciones más recientes, también repasé muchas que efectué durante mi formación como internacionalista, tanto de historia de México, como del mundo. A lo largo de mi carrera de 33 años en el Servicio Exterior nacional, he tenido contacto con diplomáticos mexicanos de generaciones anteriores y posteriores a la mía, quienes contribuyeron a mi visión sobre los objetivos de la política exterior del país en diversos momentos de su historia reciente. Muchas veces sus reflexiones hicieron referencia al pasado gracias a esa correa de transmisión de conocimientos y experiencias que constituye un servicio civil. Durante seis años tuve acuerdo administrativo casi diario con el embajador Alfonso de Rosenzweig-Díaz Jr., quien participó como miembro de la delegación mexicana en la Conferencia de San Francisco en 1945 cuando se fundó la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Su larga experiencia diplomática y la que él asimiló de su padre, quien también fue embajador de México, así como las notas que me entregó su viuda cuando murió, tuvieron una gran influencia en mi formación.
Las responsabilidades que cumplí en la Secretaría de Relaciones Exteriores en el área multilateral y como directora general para América del Norte y, luego, para Europa Occidental, al final de la Guerra Fría, me resultaron de gran ayuda para la elaboración del presente trabajo. Mi adscripción como representante permanente de México ante la ONU en Viena y, posteriormente, en Nueva York, así como ante los gobiernos de Austria, Bolivia y Cuba contribuyó a forjar mi percepción del mundo y, sobre todo, de cómo se ve México desde Europa y América Latina en una etapa de globalización acelerada. En Viena fui testigo de la integración de los países del Este a la Unión Europea. Desde allí fui embajadora concurrente de México en países de nueva creación: Eslovaquia, Eslovenia y Croacia.
Deseo agradecer a todos mis maestros en el Centro de Estudios Internacionales de El Colegio de México la formación académica que me dieron, y en particular a Rosario Green y a Bernardo Sepúlveda, las conversaciones para orientar el presente texto. Además, cuando ambos fueron cancilleres de México me asignaron responsabilidades que me permitieron observar el conjunto de la política exterior del país, más allá del cargo que desempeñé. Rosario Green hizo también observaciones sobre los dos últimos capítulos y tuve acceso al manuscrito de sus Memorias
.
A Blanca Torres debo especial reconocimiento. Como coordinadora de la obra México y el mundo, Historia de sus relaciones internacionales, me invitó en 1989 a escribir el volumen IV, correspondiente al Porfiriato, lo que me inició en la disciplina de escribir sobre la historia de la política exterior de México. La profesora Torres leyó todo el presente texto e hizo valiosas observaciones. Este libro mucho le debe al trabajo realizado por los autores de dicha colección editada, por primera vez, por el Senado de la República y reeditada por El Colegio de México en 2010.
Lorenzo Meyer y Josefina Zoraida Vázquez, cuyas monumentales obras de investigación son requisito de lectura para cualquier estudio de las relaciones exteriores de México, fueron generosos con su tiempo y sus comentarios. También extiendo mi sentido agradecimiento a los distinguidos académicos que hicieron observaciones y sugerencias a distintos capítulos: Ana Covarrubias, Patricia Galeana, Francisco Gil Villegas, Soledad Loaeza, Erika Pani, Olga Pellicer, Antonia Pi Suñer, Riordan Roett, Ana Rosa Suárez Argüello y Gustavo Vega. Los errores son todos míos.
Agradezco el trabajo profesional y las propuestas de corrección de estilo a Concepción Ortega Cuenca.
Finalmente, quiero expresar mi agradecimiento a la Biblioteca Daniel Cosío Villegas de El Colegio de México y a la biblioteca de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados de la Universidad Johns Hopkins en Washington, D.C., por su excelente servicio. No puedo dejar de mencionar la importancia de los archivos, documentos y publicaciones del Acervo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores que han sido una referencia constante para mí y cuyas tareas en algún momento supervisé.
Puerto Escondido, Oaxaca, agosto de 2012
INTRODUCCIÓN
Los dos objetivos constantes de la política exterior de México han sido: en primer lugar, afirmar su soberanía y su identidad; en segundo, buscar los recursos económicos y humanos para acelerar su desarrollo, una vez consolidada su forma de gobierno republicana y federal. Si bien se puede decir que muchos otros países americanos que surgieron a la vida independiente con motivo de las guerras napoleónicas en Europa han compartido estos propósitos, la experiencia histórica de México es única como vecino de la mayor potencia que ha tenido el mundo: Estados Unidos de América. La historia de las relaciones internacionales de México se desarrolla en ciclos de acercamiento al poderoso país con el que comparte frontera y de distanciamiento de él, mismos que le han permitido, por un lado, afirmar su identidad y, por el otro, modernizar su economía.
Desde su nacimiento a la vida independiente, Estados Unidos ha sido el país más importante para México como modelo de prosperidad para todos y de organización política para muchos. Sin embargo, como escribió Edmundo O’Gorman, los mexicanos, cuando se independizaron de España, no emprendieron las reformas necesarias para eliminar las instituciones del pasado colonial. Con ciudadanos que no ejercían sus plenos derechos, era imposible alcanzar la productividad de Estados Unidos. La participación política ciudadana y la rápida expansión de pequeños productores agrícolas en Estados Unidos contrastaron con la naturaleza casi feudal de la propiedad agrícola de México que, a lo largo del siglo XIX, retrasó la acción política de las mayorías.
A lo largo del siglo XIX Estados Unidos alcanzó su superficie actual, en gran medida al incorporar los territorios septentrionales de California, Nuevo México y Texas, mismos que nunca alcanzaron a ser gobernados ni por el efímero Imperio mexicano, ni por la República en su primera etapa. De hecho, se empezaron a perder con la ausencia de una inmigración que los identificara con la nación mexicana, apenas en proceso de formación. Los gobernantes de México que firmaron la cesión del territorio en 1848 —con el ejército estadunidense ocupando gran parte del país, hasta la capital de la República— evitaron la desaparición de la nacionalidad misma o, al menos, que Estados Unidos se apropiara de una parte todavía mayor del territorio nacional. El trauma que causó la pérdida de más de la mitad de la superficie nacional y el riesgo de desaparecer como nación consolidaron a dos partidos políticos con proyectos de nación incompatibles: el liberal y el conservador.
Los liberales tuvieron que buscar un modelo político distinto al de Estados Unidos, país al que admiraban, pero que tenía una experiencia histórica diferente a la mexicana, ya que había nacido sin estructuras coloniales que derribar. Además, su expansionismo se había convertido en la mayor amenaza para la supervivencia nacional. Voltearon los ojos hacia Europa, donde los países continentales habían logrado establecer la separación entre la Iglesia católica y el Estado. Francia se convirtió en el modelo que implementó la legislación más avanzada con una mayoría católica, al igual que México.
Por su parte, los conservadores vieron como única forma de frenar la amenaza estadunidense el regreso de la monarquía, con un príncipe europeo católico, lo que los llevó a apoyar el Segundo Imperio mexicano. El proyecto conservador sólo se pudo sostener con el respaldo del ejército francés de intervención, que impulsó las mismas reformas liberales que Napoleón III implementó en Francia. Por una ironía de la historia, la Intervención francesa contribuyó al triunfo de la reforma juarista, al debilitar a la Iglesia católica en México.
La soberanía es primero
Entre 1821 y 1871 no existió una política exterior en un país en el que no había consenso sobre la forma de gobierno y que nació amenazado por las turbulencias que ocasionaron los intentos de reconquista de España, la expansión territorial de Estados Unidos y las ambiciones imperiales de Francia en América. La segunda independencia nacional se consolidó hasta el regreso de Benito Juárez a la capital de la República en 1867 y el anunció hecho por el presidente de una política exterior basada en el derecho: Entre los individuos como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz
. El partido conservador tuvo una derrota histórica al ser identificado con el invasor extranjero y el clericalismo, lo que lo anuló como fuerza política por más de un siglo.
Con la vigencia de las leyes de Reforma, México tuvo finanzas públicas sanas por primera vez en su historia como país independiente. Como tardó tiempo el restablecimiento de las relaciones diplomáticas con los países europeos, en términos de igualdad, hubo un respiro antes del reinicio del pago de la deuda externa. Juárez no sólo estableció el principio de igualdad soberana de las naciones, sino también el de igualdad entre mexicanos y extranjeros ante la ley, esto último para prevenir futuras intervenciones causadas por el odioso pago de indemnizaciones a súbditos de naciones poderosas. Con ello se dio fin a las relaciones de subordinación de México al extranjero, mientras que en el mundo prevalecía como legítimo el derecho de conquista en los tratos internacionales.
Las mejoras materiales
Desde el inicio de la República Restaurada se hizo presente la presión de los magnates estadunidenses del ferrocarril para unir ambos países por esa vía, a fin de desarrollar el comercio y explotar los recursos naturales de México. Sebastián Lerdo de Tejada temió la rápida penetración económica de Estados Unidos y si bien como canciller apoyó la alianza con Abraham Lincoln para expulsar al ejército francés del territorio nacional, ya como presidente se le atribuye la dura sentencia: Entre el poderoso y el débil: el desierto
. Las circunstancias habían cambiado con el triunfo de los yanquis en la guerra civil de Estados Unidos, mientras que México seguía aislado de Europa, donde todavía lloraban el fusilamiento del archiduque Maximiliano de Habsburgo.
Hasta que Porfirio Díaz regresó al poder en 1884 y tuvo el control sobre todo el territorio nacional, se desplegó en México una activa política de fomento a la inversión extranjera como medio para alcanzar las llamadas mejoras materiales. Con capital estadunidense se construyeron las líneas de ferrocarril hacia el norte, que tanto había temido su antecesor. Díaz pacificó la zona fronteriza, lo cual permitió una comunicación directa con Estados Unidos, país que pronto pasó a ser el principal origen del capital para recuperar la minería y desarrollar la industria.
A finales del siglo, Estados Unidos se convirtió en potencia colonial con la adquisición de Hawai, las islas Filipinas, Puerto Rico y el establecimiento de un protectorado en Cuba. Ante la preocupación de tener a Estados Unidos como vecino no sólo en el norte, sino también en el Caribe, y además amenazando con controlar países al sur de la frontera, Porfirio Díaz inició una política de diversificación para conseguir un contrapeso a la influencia estadunidense con capital europeo. Una vez restablecidas las relaciones con Gran Bretaña, cultivó el trato personal con magnates europeos para la construcción de infraestructura, así como para el desarrollo de la banca y la industria petrolera. Logró todo ello sin perder territorio y durante la etapa de mayor expansión imperial que haya conocido el mundo.
El inicio del siglo XX ratificó a Estados Unidos como la primera potencia mundial, lugar que Gran Bretaña había ocupado el siglo anterior. Estados Unidos intervino activamente en Centroamérica y el Caribe con el envío de fuerzas militares para controlar las aduanas y establecer el orden, lo que constituyó un motivo de fricción en la relación con México. Cuando se inició el movimiento antirreeleccionista en el país, el gobierno de Porfirio Díaz había perdido la simpatía de Washington por su creciente independencia en política internacional, que lo había llevado a acercarse a países tan distantes como Japón.
La Doctrina Carranza y la no intervención
La Constitución de 1917 puso en jaque a las pujantes industrias minera y petrolera internacionales establecidas en México. Los gobiernos de las grandes potencias sintieron amenazados sus intereses por el curso que tomó la Revolución mexicana, a la que identificaron con los bolcheviques cuando se hicieron del poder en Rusia. La economía de Estados Unidos emergió intacta de la Primera Guerra Mundial, lo que permitió al presidente Woodrow Wilson imponer un nuevo orden mundial durante las negociaciones de paz del Tratado de Versalles. Wilson promovió la autodeterminación de los pueblos en Europa, principio que pronto se contagió al mundo entero para acabar con el colonialismo.
En ese contexto, en 1918 Venustiano Carranza anunció los principios de la política exterior de México, que se conservan hasta la fecha como parte del texto constitucional: igualdad soberana de los Estados; no intervención en asuntos internos; igualdad de mexicanos y extranjeros ante la ley, y búsqueda de la paz y la cooperación internacionales a través de la diplomacia. La corriente revolucionaria que restringió los derechos de los extranjeros en territorio nacional aprovechó la coyuntura internacional previa a la Segunda Guerra Mundial —con la política del buen vecino de Franklin Roosevelt— para nacionalizar la industria petrolera en 1938. Entre 1918 y 1938, México dio prioridad a proyectar su nacionalismo en América Latina y el Caribe, donde se convirtió en paradigma político y cultural para las fuerzas progresistas de la región.
El nacionalismo revolucionario acabó, entre otras cosas, con el sueño liberal de fomentar la inmigración industriosa a México. Sin embargo, abrió las puertas de manera generosa al exilio político proveniente de Europa y, después, de América Latina y el Caribe, lo que mucho contribuyó a enriquecer la vida cultural de México. Los inmigrados desarrollaron importantes vínculos con sus países de origen y, cuando tuvieron la oportunidad de regresar al poder, como en el caso de Chile, ayudaron a construir importantes lazos políticos, culturales e incluso económicos, que mucho favorecieron a México.
La alianza con Estados Unidos
En un contexto de unidad nacional, el presidente Cárdenas comenzó la colaboración con Estados Unidos en la lucha contra el fascismo. En 1942, México estableció una alianza militar con Estados Unidos para luchar contra las potencias del Eje. En 1947, al iniciarse la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), México quedó de manera irremediable dentro del campo de influencia estadunidense, bajo su paraguas nuclear. Si bien la geografía es destino, México tuvo la habilidad diplomática para negociar márgenes de autonomía que otros países más distantes no alcanzaron, en gran medida gracias a su activa presencia en los foros multilaterales.
A diferencia de los demás países de la región, México preservó la vigencia de su Constitución y sus instituciones durante toda la Guerra Fría y empezó un periodo excepcional de crecimiento económico —conocido como el milagro mexicano— que duró más de tres décadas. El recrudecimiento de la Guerra Fría en Centroamérica propició una intensa actividad diplomática de México, a través del Grupo de Contadora, que evitó la intervención armada de Estados Unidos, apoyó la solución negociada al conflicto y fortaleció los foros de consulta latinoamericanos conforme los países del área fueron regresando al régimen democrático.
El agotamiento del modelo de industrialización por sustitución de importaciones se comenzó a manifestar en México junto con el fin del sistema financiero internacional creado en Bretton Woods. Sin embargo, los descubrimientos petroleros permitieron que la apertura económica y comercial se retrasara hasta 1986, cuando México ingresó finalmente al Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT). Al terminar la Guerra Fría, la integración de la Comunidad Europea como el bloque comercial más grande del mundo y la conformación de una región económica en Asia llevaron a México a negociar la integración de un mercado norteamericano con Estados Unidos y Canadá.
La diversificación
El objetivo de disminuir el peso relativo de los tratos económicos con Estados Unidos cobró urgencia a partir de la concentración de las relaciones con el país vecino que provocó la vigencia el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Igual que las dos guerras mundiales en el siglo XX, dicho tratado tuvo el efecto inmediato de concentrar el comercio con Estados Unidos. Como en el pasado, al acercamiento a Estados Unidos siguió un esfuerzo por buscar nuevos socios y la relación política con otros países y regiones, para evitar la excesiva dependencia de un solo mercado. Sin embargo, un cambio cuantitativo con respecto a periodos anteriores fue el creciente número de mexicanos radicados de manera permanente en Estados Unidos —que se acercó al 10% de la población total de México al terminar el siglo XX—, con un impacto electoral significativo en ambos países. En materia de política exterior, esta inmigración se ha reflejado en los dos países en una presión constante para estrechar sus vínculos y evitar conflictos que puedan afectar el tránsito de un cada vez mayor número de ciudadanos de uno y otro país a través de la frontera.
El surgimiento de una estructura con más polos de poder mundial ha presentado una situación internacional favorable para diversificar el comercio y la inversión. Esta coyuntura motivó la negociación de tratados de libre comercio y asociación estratégica con países de América Latina, la Unión Europea y Japón. También permitió a México dar un nuevo impulso a la agenda de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que encontró resistencias durante la Guerra Fría. Desde la fundación de la ONU, México ha tenido una voz significativa en temas como el desarme, el derecho del mar, el desarrollo económico, la lucha contra las drogas y el crimen organizado, y la preservación del medio ambiente, misma que le ha dado un reconocido prestigio en la comunidad de naciones.
Las relaciones exteriores de México han estado marcadas por la alternancia entre el acercamiento a su poderoso vecino y la distancia de él, circunstancia que no ha experimentado ningún otro país del mundo salvo Canadá, que accedió mucho más tarde que el nuestro a la vida independiente y que conserva todavía un vínculo formal con Gran Bretaña. La diplomacia mexicana ha tenido la capacidad —a veces de dimensiones épicas— de asegurar la supervivencia de la identidad nacional, a pesar de una cada vez más conflictiva frontera de 3 000 kilómetros con la mayor potencia del mundo. No obstante los enormes retos y dificultades, los tres países de América del Norte iniciaron en 1994 un proceso para construir una de las regiones más competitivas en un mundo globalizado. A pesar de las dudas y recelos que ha inspirado, hasta el año 2000 —con el que cierra el presente texto— el TLCAN había contribuido ya a elevar el empleo y el nivel de consumo de la mayoría de los mexicanos.
1. EL RECONOCIMIENTO INTERNACIONAL DE MÉXICO, 1821-1836
La Nueva España inició la lucha por su independencia como consecuencia del rechazo —en todos los confines de la monarquía católica— a la invasión francesa de la península ibérica en 1808. En 1821, después de una larga guerra —que duró más de 10 años—, emergió el Imperio mexicano como resultado de un pacto entre insurgentes y realistas, que se plasmó en el Plan de Iguala. La visión optimista del nuevo Imperio sobre su futuro en el mundo enfrentó el rechazo y la amenaza de Madrid a su independencia. El surgimiento de la República Federal en 1824 facilitó el reconocimiento de Estados Unidos, al que siguieron el de Gran Bretaña y los de otras potencias europeas. Sin embargo, el gobierno de México se caracterizó por la debilidad institucional, lo que trajo como consecuencia finanzas públicas desordenadas y endeudamiento externo. Esta situación dificultó la creación de un entorno de vínculos y alianzas internacionales favorables. Desde los primeros años de la vida independiente, se inició la colonización de Texas por migrantes que provenían de Estados Unidos, ante la incapacidad de México para atraer población a sus territorios septentrionales. A pesar de la alianza con Colombia para buscar la unidad de las naciones hispanoamericanas fue imposible evitar la fragmentación de las antiguas colonias españolas e, incluso, su rivalidad política. La expulsión de los españoles de México, a partir de 1827, favoreció la llegada de otros súbditos europeos, quienes obtuvieron la protección diplomática para sus actividades comerciales. Con el establecimiento de relaciones diplomáticas con España y la Santa Sede, en 1836, México concluyó la difícil y prolongada etapa para obtener el reconocimiento internacional como nación independiente. Ese año inició también la confrontación armada para evitar la independencia de Texas.
La influencia de las guerras napoleónicas en América
En 1793 la rebelión de esclavos en Haití obligó a Francia a destinar enormes recursos para conservar su principal posesión en el Caribe: envió 58 000 hombres —vencedores en Italia y Egipto— para reprimir la revolución haitiana. Sin embargo, el ejército más poderoso del mundo fue derrotado por los rebeldes y Francia perdió la rica colonia azucarera. Como resultado, Napoleón se desinteresó de las posesiones francesas en América. En 1803 vendió el enorme territorio de la Luisiana a Estados Unidos por 15 millones de dólares, recursos que utilizó para financiar las guerras en Europa.
La anexión de la Luisiana a Estados Unidos —mediante esta compra— desató su vocación expansionista. El gobierno estadunidense ofreció tierras para cultivo a millones de emigrantes europeos, que llegaron a su costa atlántica en busca de un mejor porvenir. Desde entonces comenzaron a realizarse expediciones por el río Misisipi para buscar la salida al océano Pacífico, lo que provocó un enfrentamiento con Gran Bretaña por la soberanía del territorio de Oregon. Surgió también la cuestión de los límites con España, y la Florida quedó aislada del resto del Imperio español en América. Sin embargo, la herencia más problemática de esta adquisición territorial —que incluso requirió una enmienda a la constitución de Estados Unidos— fue la interpretación del presidente Thomas Jefferson en el sentido de que Texas formaba parte de la Luisiana.
Por otro lado, la coronación de Napoleón Bonaparte como emperador, en 1804, transformó el concepto de la monarquía en el mundo. Además, Napoleón convirtió a su ejército en promotor de los valores que inspiraron la Revolución francesa. Pero su influencia no se limitó a divulgar los derechos del hombre y fortalecer el concepto de gobierno constitucional. La presencia de tropas de intervención francesas en el resto de Europa generó un enorme rechazo entre los países afectados, lo que exaltó su nacionalismo y los incitó a luchar contra la invasión.
La invasión francesa a España
En 1808, con la excusa de impedir que Portugal obstruyera el cerco comercial continental que Francia había tendido contra Gran Bretaña, el Emperador de los franceses movilizó sus tropas a España. La decadencia de la casa reinante española permitió a Napoleón alentar las rivalidades entre Carlos IV y su heredero Fernando VII, para forzar, en Bayona, la abdicación de ambos para llevar al trono a su hermano José Bonaparte. La ausencia del monarca español, fuente de legitimidad del gobierno, propició que los habitantes de los reinos ultramarinos empezaran la lucha por su independencia.
Mientras tanto, la casa reinante de Portugal, con el apoyo británico, se trasladó a Brasil, donde gobernó desde Río de Janeiro.
El Concierto Europeo
Después de la derrota de Napoleón, entre 1814 y 1815 se reunieron las potencias triunfadoras en el Congreso de Viena para reorganizar las fronteras europeas. Quedó establecido un nuevo equilibrio a través del Concierto Europeo, en el que ninguna de las potencias dominó a las demás. Salvo por conflictos aislados, Austria, Francia, Gran Bretaña, Prusia y Rusia evitaron otra guerra de dimensión continental durante un siglo. Con ello, sus ejércitos quedaron libres para dirigirse a la conquista de territorios en el resto del mundo.
La derrota de Napoleón fortaleció la reacción conservadora en las monarquías absolutas. Los soberanos de Austria, Prusia y Rusia integraron la Santa Alianza para proteger la fe cristiana y revertir la influencia de la Revolución francesa. La Alianza apoyó la restauración de la línea monárquica legitimista en Francia y combatió el avance del liberalismo en Europa, mientras estas ideas se difundían en América desde Estados Unidos.
En 1821 el zar Alejandro I declaró, de manera unilateral, que la posesión rusa de Alaska se extendía hasta el meridiano 51, zona que se encontraba muy adentro del territorio de Oregon. Proclamó mare clausum a partir de ese punto hasta el estrecho de Bering. Las ambiciones territoriales de la Santa Alianza —particularmente de Rusia— en el continente americano sonaron la voz de alarma en la capital de Estados Unidos. Cuando en 1823 Francia invadió de nuevo España —en esta ocasión para impedir la vigencia de la Constitución liberal de Cádiz—, creció en el Nuevo Mundo la preocupación de que la Santa Alianza apoyara una fuerza militar para la reconquista de Hispanoamérica.
La decadencia de la monarquía católica
Gran Bretaña encabezó la lucha contra Napoleón y contribuyó decisivamente a su derrota. Una vez superada la amenaza de Francia, inició una etapa de expansión comercial en el mundo. Durante el primer tercio del siglo XIX, con la marina más poderosa del planeta, comenzó la colonización de África y Asia. Sin intentar el control político, logró la supremacía comercial en toda Iberoamérica, misma que ya tenía en el Caribe.
Las guerras napoleónicas arruinaron las finanzas