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Tepe
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Libro electrónico582 páginas13 horas

Tepe

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Göbekli Tepe, año 8.213 a. C. El poblado más antiguo del planeta descubierto hasta la actualidad se prepara para la celebración de la Gran Ceremonia y de ese modo conseguir el secreto de la inmortalidad.

Venecia, año 1.516. El Bosco y Leonardo da Vinci colaboran en la creación de una obra que esconde un gran secreto y cuyo descubrimiento puede abrir un camino entre nuestro mundo y el Más Allá.

Nueva York en la actualidad. El profesor de Historia Martin Shaw sufre un terrible accidente de tráfico provocándole una Experiencia Cercana a la Muerte. Su vida a partir de ese momento se verá acompañada por una serie de acontecimientos que escaparán a su entendimiento, al mismo tiempo que una sociedad secreta conocida como La Empresa le perseguirá para obtener una información que él posee, pero que desconoce.

Estos tres acontecimientos esconden un secreto oculto desde hace más de diez mil años y cuya revelación llevará a nuestro protagonista a recorrer lugares como Chicago, Londres, Venecia y Sanliurfa en un trepidante viaje lleno de peligros en el que nada es lo que parece.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 abr 2020
ISBN9788418035593
Tepe
Autor

José María Aznar Miralles

Nacido en Crevillente (Alicante) en 1973, José María Aznar Miralles compagina su trabajo en el sector financiero con la docencia en la Universidad de Alicante, donde imparte clases de Dirección de Equipos Comerciales. Autor de El cambio (2014) y Tepe. La era de los inmortales (2020), también ha colaborado en las obras Mundo Omeya (2019) y San Francisco de Asís (2023), publica su tercera novela El secreto templario de El Escorial, donde el autor trata de responder a las preguntas en una novela llena de acción de cómo hubiera cambiado nuestra historia si Hernán Cortés hubiera encontrado durante su épica conquista de Tenochtitlán el secreto mejor guardado por los caballeros templarios.

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    Tepe - José María Aznar Miralles

    Agradecimientos

    Son muchas las personas a las que me gustaría agradecer el hecho de que esta obra haya podido ser una realidad. Algunas de ellas me han apoyado desde el momento en el que decidí emprender esta aventura cuyo camino he tardado en recorrer casi cinco años. Mis padres en primer lugar, que siempre han confiando en mí y me han animado a seguir escribiendo en aquellos momentos de debilidad en los que creía que no iba a ser capaz de llegar a la meta final. Amigos como Juanfran Aguirre y José Enrique Cortés, cuyos consejos y opiniones en momentos determinados han hecho posible que la novela se haya visto enriquecida en sus contenidos. Y en definitiva, agradecer a todos a los que he invadido su tiempo para que me dieran su opinión sobre algún capítulo en concreto o una parte determinada de la novela (Pablo Puig, Maysa, Myriam Hurtado, Juan Ramón Corbí, Pedro Lledó, José Menargues y Olga). Gracias a Noe y Hurpograf por su predisposición y generosidad.

    Agradecer también a Laura Falcó su ayuda y consejos para poder publicar la novela y mostrarme un universo paralelo junto a personas tan increíbles como Lorenzo Fernández Bueno, Josep Guijarro y Juan Fridman cuya sabiduría y conocimientos me han servido en estos últimos años como fuente de inspiración para culminar este trabajo.

    Y como no, agradecer a todos aquellos autores que han hecho posible a través de sus libros que mi ilusión por escribir fuera creciendo con el devenir de los años. J.J.Benítez que con su Caballo de Troya me enseñó un mundo fascinante con apenas 16 años persuadiéndome de que la verdad debemos buscarla nosotros mismos porque quizás no sea tal y como nos la han contado. A mis autores de cabecera como Javier Sierra, Julia Navarro, Arturo Pérez-Reverte, Stephen King, Glenn Cooper y Dan Brown, entre otros, cuyas novelas me han hecho pasar momentos mágicos e inolvidables.

    Finalmente, también quiero mencionar y reconocer a las fuentes de las que me he servido, además del omnipresente Internet, para poder encajar las piezas de este puzzle maravilloso en el que se ha convertido Tepe –la era de los inmortales-

    •Brian Weiss, A través del tiempo.

    •Miguel Pedrero, Dios Existe.

    •José Miguel Gaona, Al otro lado del túnel.

    •Stephen Hawking, El universo en una cáscara de nuez.

    •Fernando Jiménez del Oso, Ciencia y Conciencia de la biblioteca básica de Espacio y Tiempo.

    Gracias a mi mujer e hija por todo el tiempo que me han regalado para cumplir mi sueño.

    Hace millones de años que nació la especie humana, separándose los genes del ADN de chimpancés y homínidos. Los chimpancés tenían una marcha cuadrúpeda que los hacía observar el suelo. No obstante, el hombre adoptó la marcha bípeda que le permitió observar al mismo tiempo cielo y tierra…

    Prólogo

    Existe una teoría en relación con la evolución de la especie humana que postula que es imposible que una especie haya evolucionado como lo ha hecho el Homo sapiens en un plazo de tres millones de años para pasar de la homínida Lucy al hombre moderno. Se trata, por lo tanto, de una teoría intervencionista en la que una inteligencia superior ajena a nuestro planeta alteró genéticamente a los primeros homínidos consiguiendo con ello acelerar el proceso evolutivo.

    Dios creó al hombre a su imagen y semejanza. ¿Y cómo se puede ser más semejante que compartiendo ADN?

    Según los sumerios, sus dioses nos visitaron cuando aún no había vida en la Tierra. Para ellos, al igual que para otros muchos pueblos de la antigüedad, ellos fueron seres de carne y hueso, y de los que aprendieron toda clase de actividades que les permitieron un rápido crecimiento como especie.

    Los Anunaki, que así eran como llamaban a los seres de las estrellas, crearon de la mano de Enlil y Enki su hogar en la Tierra reproduciendo una civilización similar a la que tenían en su planeta de procedencia, compartiendo algunos de sus secretos y conocimiento con unos pocos elegidos…

    1

    Nueva York, 24 de mayo de 2022

    Martin saltó de forma violenta de la cama como consecuencia de la pesadilla que acababa de sufrir. Desde el momento que despertó en el Lutheran Medical Center de Nueva York tras dieciocho días en coma, había experimentado diferentes cambios en sus hábitos y comportamientos, siendo la falta de sueño una constante en su vida actual. Habían pasado ya más de dos meses desde el fatídico accidente de tráfico que casi le costó la vida, y raro era el día en el que podía conciliar el sueño durante más de dos horas seguidas.

    Pero aquello no era lo que más le preocupaba, ya que a las extrañas pesadillas recurrentes que sufría todas las noches y que parecían cada vez más reales, había que añadirle el insoportable dolor de espalda que le acompañaba desde que sufriera el accidente. Por más vueltas que le daba a su cabeza, no entendía cómo había podido perder el control de su vehículo en un trayecto que realizaba todos los días y que estaba seguro, sería capaz de recorrer hasta con los ojos cerrados.

    Con dificultad, se inclinó hacia el lado derecho de la cama y observó que el despertador de la mesilla de noche todavía marcaba las 5:25 de la mañana. Ante la imposibilidad de volver a conciliar el sueño, decidió ponerse en pie e intentar aprovechar aquel nuevo día antes de que asomaran los primeros rayos de sol.

    Mientras se lavaba la cara se miró al espejo y observó lo desmejorado que se encontraba; parecía que tras el accidente hubiera envejecido varios años, o al menos así era como él se sentía. Las canas le asomaban por toda la cabeza y la pérdida casi repentina de diez kilos le confería un aspecto muy diferente al que tuviera poco tiempo atrás.

    El café se había convertido últimamente en su inseparable compañero de fatigas, por lo que decidió hacerle una visita antes de iniciar su jornada. Bajó las escaleras del dúplex en el que vivía para dirigirse a la cocina, no sin antes detenerse a mirar la foto que tenía encima de la cómoda frente a la cama. En ella, aparecía junto a Nora, su novia, a la que tanto echaba en falta. La instantánea había sido tomada en un viaje relámpago que hicieron a París al poco tiempo de conocerse, y en ella aparecían abrazados en la plaza del Trocadero con la imponente Torre Eiffel asomando por detrás de ellos. Su trabajo como abogada en uno de los principales bufetes de Nueva York había impedido que Nora pasara más tiempo con Martin durante su convalecencia, compartiendo únicamente con él dos días tras salir del coma.

    Observando cómo caían las últimas gotas de café sobre su taza favorita de los Yankees, pensó en la forma en la que el tiempo transcurre de forma inexorable para todo el mundo, y en la fragilidad del ser humano, vulnerable ante cualquier capricho del destino.

    Con la taza de café bien caliente en la mano se dirigió hacia el enorme ventanal del salón desde donde podía contemplar una de las panorámicas más espectaculares de la ciudad; la Estatua de la Libertad se alzaba majestuosa con las luces de los edificios del bajo Manhattan al fondo, y donde parecían estar abrazándola en aquella madrugada de primavera.

    Se sentó en su cómodo sillón de cuero negro y se dispuso a contemplar el amanecer de la capital del mundo. Era algo que le gustaba hacer cuando tenía tiempo para ello, y que le proporcionaba el sosiego y la tranquilidad que buscaba cuando se sentía angustiado o nervioso. Sin embargo, en esta ocasión, los recuerdos que vinieron a su mente nublaron aquella vista de postal que tenía frente a él.

    Durante su estancia en el hospital, mientras se encontraba en coma, sufrió una experiencia cercana a la muerte (ECM) que no se atrevió a comentar ni a amigos ni a familiares por miedo a que le acusaran de sufrir alucinaciones, o mucho peor, de estar loco.

    Poco antes de despertar de su prolongado letargo, experimentó que su consciencia se elevó por encima de su cuerpo dirigiéndose hacia una luz muy brillante, enormemente potente, si bien no llegó a deslumbrarle. Cuanto más se acercaba a aquella luz, más grande parecía, hasta que al final se dio cuenta de que en realidad se encontraba en el interior de un túnel. El corredor que se formó frente a él estaba formado por una pared circular que emanaba una luz especial, como si de una clase de energía se tratara. La sensación de tranquilidad era completa, al tiempo que vislumbraba una figura de la que solo era capaz de adivinar su silueta. No obstante, según se aproximaba a ella, una sensación de angustia empezó a crecer en su interior. La figura, en lugar de esperarle, se abalanzó sobre él con la intención de que no siguiera avanzando por el túnel, empujándolo de forma brusca y haciéndolo regresar al punto inicial. Lo último que recordó vagamente antes de despertar del coma y que de forma tan reiterativa aparecía en sus sueños desde entonces fue un tatuaje que la extraña figura mostraba en uno de sus brazos.

    Aquella imagen siempre la recordaba borrosa, como envuelta en una bruma que le impedía ver nítidamente aquel dibujo que parecía mostrar un círculo con alguna figura incluida en su interior. Sin embargo, en ninguno de sus malos sueños era capaz de recordar nada más.

    Martin sabía que las ECM eran algo muy común en diferentes culturas y que existían relatos sobre ellas a lo largo de la historia de la humanidad. Sin embargo, lo que le inquietaba era el hecho de que a diferencia de las personas que «volvían» de ese viaje con una visión mucho más positiva de la vida y contando que habían visto a sus seres más queridos, él no solo no volvió con esa sensación, sino que supo en el instante en el que despertó que algo perverso o dañino había vuelto con él en su regreso al mundo de los vivos.

    2

    Una vez determinados los destinos de Cielo y Tierra,

    habiendo recibido zanjas y canales su curso adecuado,

    establecidas ya las orillas del Tigris y del Éufrates,

    ¿qué nos queda por hacer?,

    ¿qué más tenemos que crear?

    Oh, Anunaki, grandes dioses del cielo,

    ¿qué nos queda por hacer?

    (Narración asiria de la Creación)

    Göbekli Tepe, 8207 a. C.

    El día de la Gran Ceremonia se acercaba y todos los habitantes de Göbekli Tepe esperaban ansiosos el momento en el que la sacerdotisa Tanis, máxima autoridad y líder espiritual de la aldea, iniciara el ritual que los llevaría a poseer el conocimiento venido de las estrellas.

    Sus habitantes eran cazadores—recolectores que habían aprendido a explotar productos vegetales salvajes, iniciando de ese modo el camino hacia la agricultura, clave para el asentamiento y crecimiento de la ciudad, y donde la organización social se había establecido en base a los conocimientos sobre el cultivo, aunque siempre bajo el poder absoluto de la reina y sacerdotisa, Tanis.

    La realeza y poder de Tanis era entendida como un don otorgado por los seres de las estrellas tras la unificación de los diferentes pueblos que conformaban el actual sureste de Turquía. Se trataba de una nueva forma de realeza en la que la reina era la primera ciudadana y la responsable de su pueblo ante la divinidad que había legitimado su poder. Como intermediaria entre los dioses y los hombres, entre las actividades de Tanis destacaba la de edificar templos, establecer fiestas y fijar ofrendas regulares en honor a las divinidades a las que debía su poder.

    Hacía ya un tiempo que el trabajo en la cantera había adquirido mayor notoriedad debido a que de ella se extraía la piedra para la construcción de los principales edificios y templos, convirtiendo Göbekli Tepe en un centro de peregrinación que atraía devotos desde más de doscientos kilómetros de distancia.

    Primero, daban forma a los pilares labrándolos directamente sobre el lecho de caliza, para acto seguido esculpirlos en forma de T mediante la presión con palancas formadas por troncos de madera. De ese modo, lograban partir la roca por las líneas naturales de fractura, desligándola del suelo y dejándola lista para ser transportada al poblado.

    Ashur, hijo único de Tanis y Norgaal, a sus veintitrés años había sido nombrado máximo responsable del yacimiento de piedra, y tenía encomendado que el suministro de bloques de roca fluyera desde la cantera hacia la ciudad sin ningún tipo de contratiempo. Era, pues, un trabajo de gran responsabilidad, digno del único hijo de la familia más importante de aquel lugar.

    —¡Cuidado con el bloque! —se escuchó de repente.

    Ashur saltó hacia un lado con agilidad felina para esquivar el bloque de piedra caliza que avanzaba hacia él. Las cuerdas que envolvían aquel monolito de más de tres metros de altura se habían rasgado debido al peso que soportaban y a la tensión que se había ejercido durante su desplazamiento.

    Los obreros corrieron de forma apresurada para ver cómo se encontraba el futuro heredero al trono de la urbe. Temerosos por las represalias que pudieran sufrir, cuando llegaron frente a él y comprobaron que se encontraba ileso, se arrodillaron y dirigieron la mirada hacia el suelo en un claro signo de sumisión.

    Esperaban que aquel gesto les sirviera de disculpa, aunque sabían que a partir de ese momento sus vidas ya no les pertenecían.

    —¿Se encuentra bien, señor? —preguntó Memme, mientras ayudaba a Ashur a levantarse y reponerse de la caída que había sufrido al precipitarse sobre uno de los márgenes del camino.

    —Sí, sí, eso creo… —contestó, mientras se sacudía el polvo de la ropa y se aseguraba que cada parte de su cuerpo seguía en su sitio.

    Memme, brazo derecho de Ashur y responsable ante Tanis de que nada le sucediera, se giró de forma brusca clavando su mirada sobre los quince obreros que permanecían allí inmóviles.

    —¿Os dais cuenta, insensatos, de lo que ha estado a punto de ocurrir? —gritó, mientras escrutaba con la mirada inyectada en sangre a todos y cada uno de ellos—. ¿Quién de vosotros es el responsable del grupo? —inquirió levantando la voz.

    Uno de los obreros, precisamente el más alto y fuerte de ellos, se incorporó lentamente y llevándose la mano al pecho levantó su mirada, aunque no la dirigió hacia sus superiores.

    —Está bien, Memme —dijo Ashur, mientras colocaba la mano derecha sobre el hombro de su lugarteniente.

    —¿Cómo te llamas? —preguntó Ashur de forma despreocupada.

    El obrero, temeroso de dirigirse hacia él, se mostró dubitativo, siendo incapaz de articular palabra alguna.

    —¡Te han hecho una pregunta, miserable! —gritó nuevamente Memme, mientras dirigía su mano en dirección al látigo que llevaba colgado en el cinto.

    Ashur dirigió una mirada a Memme haciéndole retroceder un par de pasos provocando que volviera a dejar el látigo en su lugar de origen.

    —¿Y bien? —insistió Ashur.

    —…arduc —carraspeó—. Marduc, señor.

    —¡Marduc! —repitió Ashur, mientras balanceaba ligeramente su cuerpo hacia delante y hacia atrás levantando ligeramente los talones y la punta de los dedos de los pies—. Observo que te falta un dedo en la mano izquierda, ¿cómo lo perdiste?

    —Hará unos dos años que mi hermano me lo aplastó por accidente cuando erró al golpear en una de las piedras en las que estábamos trabajando. La única solución fue amputar el dedo.

    —Todos podemos cometer errores o accidentes, y de hecho así lo hacemos… Lo importante —dijo elevando el tono de su voz para que el resto de los allí presentes le escucharan bien— es que se tomen las medidas oportunas para que esos mismos accidentes no se repitan en el futuro, porque de ser así, dejarían de ser accidentes y ya serían otra cosa que no estaría dispuesto a perdonar… ¡Bien! A partir de hoy quiero que seas tú personalmente quien se encargue de supervisar los amarres de todas las piedras de gran peso que salgan de la cantera.

    Marduc, estupefacto, miró incrédulo a todos los que se encontraban a su alrededor, sin estar seguro de haber comprendido las palabras de Ashur.

    —Verás —continuó hablando—, estoy convencido que después de lo que ha pasado hoy y del enorme susto que os habéis llevado, especialmente tú como responsable de este grupo de trabajadores llevarás mucho más cuidado a partir de este momento, y que nunca más te volverá a pasar lo mismo, o eso espero, por tu bien… Ahora, ¡volved al trabajo!

    —¿Me puedes explicar qué narices acabas de hacer? —preguntó Memme una vez se quedaron solos, mientras ponía los brazos en jarra y arqueaba una de sus cejas.

    —¿Qué querías que hiciera, mi buen amigo?, ¿que le azotara hasta dejarle sin sentido?, ¿que le cortara los brazos?, o mejor aún, ¿que le ejecutara delante del resto de sus compañeros?

    —Bueno, eres el hijo de Tanis, futuro heredero de su trono y prácticamente dueño de todo lo que nos rodea. Podías haber hecho cualquiera de las cosas que me has dicho, y, sin embargo, no solo no lo haces, sino que le otorgas mayor responsabilidad, y, por tanto, mejor posición.

    —¿Te das cuenta de que si castigo a ese hombre, como pretendes, voy a tener que sustituirlo por otro con menor experiencia, probablemente peor y que no valorará tanto lo ocurrido hoy como el pobre Marduc? Mandar no consiste en castigar o reprimir a la primera ocasión que tengas, Memme. Debemos gestionar bien los recursos con los que contamos si queremos cumplir nuestro cometido, y no quiero sufrir mayores pérdidas de tiempo por este accidente.

    —Un accidente que casi te cuesta la vida… —insistió Memme.

    —Déjalo estar, ¿quieres? Sabes lo importante que es para mí complacer a mi madre, y no quiero que nada entorpezca el trabajo en la cantera. Darle mayor importancia a lo que ha ocurrido aquí hoy me alejaría de la tarea y propósitos que mi madre me tiene encomendados.

    Diciendo esto, ambos descendieron por el camino que el arrastre de los bloques había dibujado en el terreno, provocando con ello una suerte de sendas que se cruzaban unas con otras y que permitían un descenso más seguro desde el punto de la cantera donde se encontraban en aquel momento.

    —¡Ah! Y una cosa importante, Memme —exclamó Ashur mientras montaba a su caballo—, recuérdame que nunca más camine por debajo de los bloques cuando los estén arrastrando…

    Ambos rieron y se dispusieron prestos a volver a casa. Esa misma noche celebraban el inicio de la temporada de recolección de cereales con una gran fiesta, y no querían faltar a ella.

    3

    Nueva York, 24 de mayo de 2022

    Desde su vivienda, situada en el número 38 de Barnell Street en Brooklyn, Martin era capaz de pasar días enteros trabajando casi sin parar haciendo aquello que más le gustaba, investigar. Algunos de sus amigos coincidían en llamarle «rata de biblioteca», y es que Martin podía pasarse horas y horas navegando por internet desde su «cuartel general», que así era como a él le gustaba llamar a su casa, buscando todo tipo de información para sus estudios e investigaciones.

    Desde que se licenciara como historiador veinte años atrás en la Universidad de Columbia, y habiéndose doctorado cum laude en la misma universidad donde antes ya estudiaron insignes personajes como Barack Obama, la vida de Martin había estado dedicada enteramente a la enseñanza en la misma facultad donde se había licenciado, impartiendo materia sobre antiguas civilizaciones ya desaparecidas. Precisamente, la faceta de arqueólogo era la que más le gustaba de su trabajo, y en ocasiones fantaseaba imaginándose como Indiana Jones en busca de alguna reliquia, aunque su experiencia en el trabajo de campo se reducía a contadas expediciones subvencionadas por la Universidad.

    El epicentro de su cuartel general era su despacho; una estancia abierta dentro del salón que se había convertido en el punto desde donde todo giraba a su alrededor. Los libros se agolpaban en las estanterías en un aparente desorden al tiempo que otros se apilaban en columnas de casi un metro de altura junto a varios muebles, convirtiéndose de ese modo en un elemento decorativo más.

    Se sentó frente al ordenador con el firme propósito de conseguir algo de información sobre lo que había experimentado tras sufrir el accidente de tráfico y que lo mantenía tan preocupado, «¿podría haber alguna relación entre el accidente y las pesadillas que tenía en la actualidad?».

    Dada su experiencia en la campo de la investigación, estaba acostumbrado a llegar a temas de interés muy concretos a partir de conceptos amplios o información difusa, por lo que accedió al famoso buscador Google y escribió las siglas «ECM» para iniciar una investigación exploratoria.

    Al instante, aparecieron más de cuarenta y tres millones de enlaces; Enterprise Content Management, ecmrecords, ecm school of tourism, european cities marketing, etc. Sin duda, el inicio de la búsqueda había sido muy vago, por lo que procedió a suprimir las siglas e introducir el nombre, con todas sus letras, de aquello que estaba buscando «Experiencias cercanas a la muerte». En esta ocasión, el número de enlaces posibles se redujeron a casi medio millón.

    —Bueno, es un principio —susurró Martin mientras escrutaba con la máxima atención las primeras páginas a las que acceder.

    Pasadas unas horas, tras la lectura de varios estudios y ensayos al respecto y con los ojos manifiestamente irritados, pudo reducir a cuatro las posibles explicaciones de lo que le estaba sucediendo: las farmacológicas, las psicológicas, las fisiológicas y las religiosas o espirituales. De las cuatro opciones, descartó las dos primeras ya que no pensaba que lo ocurrido tuviera que ver con la medicación que le habían proporcionado o con su estado mental. Lo que le sucedió no lo había soñado o imaginado. Fue algo demasiado real, de eso estaba seguro.

    No obstante, si bien todos los casos que había leído hasta el momento eran muy similares entre sí, le llamó la atención un pasaje que aparecía mencionado en La República de Platón. A pesar de tratarse de un texto de unos dos mil quinientos años, el relato que encontró narraba la inusual experiencia sufrida por Er, quien aparentemente cayó muerto en una batalla, pero que volvió a la vida en el preciso momento en el que iban a quemar su cuerpo en una hoguera junto al resto de los caídos en aquel combate. Una vez recuperado de sus heridas, narró que su alma había abandonado su cuerpo y recordaba haber llegado a un paisaje de belleza sin igual, donde pudo observar dos aberturas, siendo una de ellas la que iba a dar al cielo mientras que la otra se dirigía bajo tierra.

    Continuó su investigación leyendo numerosos artículos de dos auténticas autoridades en la materia como eran los psiquiatras norteamericanos Raymond Moody y Brian Weiis. En ellos le llamó la atención que siempre, en todos los relatos que habían podido recopilar durante años de investigaciones, se repetía una misma experiencia en sus pacientes, mostrando que quienes habían sufrido la ECM habían experimentado una sensación de abandono de sus cuerpos, a la vez que aseguraban haber visto una luz brillante o haber sido conducidos por un túnel junto a un ser familiar o conocido. Sin embargo, le produjo cierto desasosiego no hallar ningún caso que explicara, o incluso se asemejara lo más mínimo a aquello que él había vivido en primera persona y que tantas pesadillas le estaba provocando.

    Para descansar la vista de tanta lectura y después de unos segundos que aprovechó para apretar con ahínco la cuenca de sus ojos con los dedos pulgares, clicó en la parte superior del buscador de internet en el apartado de «imágenes» para de ese modo relajar un poco la vista y así poder continuar con su investigación con nuevo brío. Sin embargo, de entre todos aquellos dibujos y representaciones, hubo uno que le llamó poderosamente la atención. En él se apreciaba lo que parecían ángeles acompañando a un grupo de personas frente a un túnel lleno de luz, con la particularidad de que el dibujo estaba hecho desde el otro lado del túnel, es decir, como si el pintor de aquello estuviera en el Más Allá y lo que representara fuera como la gente viaja desde el mundo terrenal hacia el punto donde se encontraba el autor representando aquella escena.

    Intrigado, colocó el ratón sobre la imagen, llevándose una gran sorpresa cuando apareció el nombre de quien había ofrecido aquella visión tan fuera de lo común quinientos años atrás, Hieronymus Bosch (el Bosco.)

    A pesar de su amplio conocimiento en arte, Martin no fue capaz de reconocer la obra que tenía ante sus ojos, pese a ser el Bosco uno de los pintores que más le fascinaban por su capacidad de utilizar el simbolismo en sus cuadros y el uso de la sátira para explicar la realidad en la que vivía.

    Sin darse cuenta, contuvo la respiración mientras su mirada escudriñaba cada uno de los detalles del cuadro. Había algo en aquella escena que le resultaba inquietante y cautivador a la vez y que parecía atraparle más allá de la contemplación de la imagen que aparecía en él.

    4

    Hertogenbosch, 13 de junio de 1463

    El pequeño Jeroen vivía en el seno de una familia de artistas. Se habían trasladado desde Aquisgrán hacía ya varios años, estableciéndose en Hertogenbosch de forma permanente y gozando de una posición acomodada gracias a la reputación que su abuelo, Jan Van Aken, se había labrado como pintor.

    Por aquel entonces contaba con trece años y su vida transcurría marcada por el ocaso que se estaba produciendo de la Edad Media y el poderoso despunte con el que comenzaba a surgir el Renacimiento.

    Se pasaba el día entero aprendiendo el oficio familiar de pintor junto a su hermano Goossen y a su buen amigo Wesley, aprovechando los pequeños descansos que disponían para hacer las travesuras normales de los niños de su edad.

    Aquel día la jornada en el taller terminaría a mediodía debido a los preparativos que todo el pueblo debía realizar para dar la bienvenida a la primavera en la que era la mayor fiesta del año en la localidad.

    Jeroen estaba secretamente enamorado de la hermana de Wesley, Jantine, que, a pesar de tener dos años más que ellos, participaba de sus diabluras y siempre le escuchaba de forma que lo hacía sentirse especial. Sin duda, Jantine era la chica a la que ansiaba amar, y aquella noche se había propuesto revelar sus sentimientos hacia ella.

    Para ello, había estado pintando su bello rostro en las horas en las que no había nadie en el taller. Su intención era regalarle el retrato cuando finalizara el baile floral que tendría lugar poco después de la cena en el pajar más grande del pueblo. Sin embargo, aún le faltaba realizar los últimos retoques al cuadro, por lo que fingió sentirse mal al finalizar la jornada para, de ese modo, disponer del tiempo suficiente para culminar su obra maestra.

    Poco antes de las ocho de la tarde, Jeroen se encontraba aún en el taller, escrutando cada centímetro del lienzo que tenía frente a él.

    La imagen de Jantine era como la de un ángel; piel blanca como la luz de la luna llena, cabellos dorados como el oro, y unos labios rojos como los atardeceres de otoño. Sin duda, ese pequeño lienzo de 27x35 centímetros era lo mejor que había pintado hasta entonces.

    De pronto, unos gritos lejanos le sacaron de su estado de complacencia.

    En ese momento se dio cuenta de que había en el ambiente un olor intenso, fuerte, como el de las hogueras que preparaban en casa para cocinar cordero en los días en los que tenían algo que celebrar.

    Se asomó al portón del taller para ver qué era lo que estaba ocurriendo, cuando observó a gran cantidad de gente corriendo de un lado para otro. Unos corrían calle abajo con toda clase de cubos y recipientes vacíos, mientras que otros, los menos, subían con gestos desencajados, con las manos en la cabeza y gritando cosas que no era capaz de discernir.

    Alargó el brazo y asió a una mujer de avanzada edad que caminaba sin rumbo fijo. La ropa la tenía hecha jirones y su rostro parecía alterado por el sufrimiento que, sin duda, estaba experimentando.

    —¿Qué ocurre? —preguntó sobresaltado, incapaz de entender lo que estaba sucediendo en aquel momento—. ¿Qué es ese olor?

    La mujer, con mirada perdida y gesto rígido se giró hacia él y le contestó:

    —¡Es el olor de la muerte!

    Salió corriendo calle abajo como alma que lleva el diablo, no sin antes apercibirse que aquello que llevaba colgando aquella pobre mujer no eran las telas de su vestido, sino su propia piel chamuscada. El resplandor que vislumbraba doscientos metros más abajo no presagiaba nada bueno. A pesar de la gran cantidad de gente que había en las calles, a Jeroen no le fue difícil llegar al foco de aquel resplandor. La gente se había apostado formando dos largas filas cuyo principio y fin eran la fuente de la plaza de la ciudad y el pajar donde debía estar celebrándose la fiesta de primavera.

    —¡Dios mío! —gritó, totalmente sobrecogido por lo dantesco de aquella imagen que estaba presenciando.

    El pajar se encontraba completamente en llamas y un manto de ceniza caía desde el cielo sembrando de angustia y desesperación a todos aquellos que de manera inútil trataban de sofocar aquellas llamas que se elevaban más de quince metros sobre sus cabezas.

    El ruido era ensordecedor. Cientos de personas gritaban mientras estaban siendo devoradas por las llamas, al tiempo que el caos y el desorden se apoderaban de aquellos que trataban de ayudar sin saber muy bien qué hacer.

    Sabía que tenía que concentrarse y evadirse de todo aquel infierno que tenía alrededor si de verdad quería encontrar con vida a Jantine.

    5

    Göbekli Tepe, 8207 a. C.

    La noche había caído sobre Göbekli Tepe, y ya estaba todo preparado para el inicio de la fiesta de la recolección de cereales. El peso de esta ceremonia, a diferencia de las religiosas, recaía sobre los responsables de los grupos de cazadores y recolectores de la ciudad, habiendo dispuesto todo lo necesario para hacer de aquella una gran velada.

    El clima era suave, por lo que la celebración tendría lugar fuera de las chozas siendo iluminados únicamente por los rayos mágicos e invisibles de una imponente luna llena. Las construcciones eran redondas y estaban formadas por bloques de piedra seca sin trabajar, incluyendo en su interior diversos pilares monolíticos de piedra caliza en forma de T de más de tres metros de altura, los cuales servían de base para el techo de paja que soportaban. Los muros tenían a su alrededor un banco bajo adosado, el cual rodeaba toda la vivienda y servía como asiento en todo tipo de celebraciones como la que iba a tener lugar esa noche.

    Las calles, irregulares en virtud de la disposición de la diferentes viviendas, proporcionaban buenas sombras en aquellos días en los que el calor era sofocante, se encontraban llenas de gente que intercambiaba sus alimentos en función de sus necesidades, constituyendo la base principal de la cena, las gacelas cazadas y los cereales silvestres que se cosechaban sin mucho esfuerzo gracias a la abundante tierra fértil.

    Ashur tenía un propósito muy claro para esa noche. Había estado forzando encuentros casuales con Tyra, una joven y humilde muchacha, y estaba decidido a no dejar escapar la oportunidad que le ofrecía aquella noche para declararle su amor.

    Los hombres se encontraban junto a las hogueras que habían situado a una distancia prudencial de las viviendas, mientras que las mujeres preparaban en el suelo de las calles unas improvisadas mesas utilizando para ello pieles de las gacelas a modo de mantel, cubriéndolas con los cereales ya recolectados.

    —¿Cómo me ves? —preguntó Ashur a su inseparable amigo Memme, mientras giraba sobre sí mismo con los brazos abiertos.

    —¡Bien! —contestó escuetamente, mientras sorbía de su jarra de barro.

    —¿Bien? ¿Y eso es todo? ¿No vas a decir nada más…? —insistió.

    —Pues ahora que lo dices, pareces un poco nervioso. ¿No tendrá nada que ver aquella joven muchacha de la que me has hablado en alguna ocasión? No sé para qué pierdes el tiempo, la verdad.

    —¿Cómo? —aquellas palabras de Memme pillaron a Ashur por sorpresa—. ¿Qué quieres decir?, ¿pertenece a otro?, ¿desde cuan…?

    —¡Tranquilo!, ¡Tranquilo! —dijo Memme mientras interrumpía entre risas las preguntas de Ashur—. Lo que quiero decir es que pierdes el tiempo engalanándote y poniente guapo, vaya. Eres el hijo de Tanis; no necesitas esforzarte lo más mínimo para conseguir a cualquiera de las chicas del poblado.

    —Quizás sea así, pero ya sabes que me gusta hacer las cosas por mi cuenta. Si Tyra se interesara por mí solo por ser el hijo de mi madre, no significaría nada para mí. Como has dicho, ya son muchas las que me desean por ese motivo, y no quiero estar con alguien que no se diferencie del rebaño.

    —Tú mismo —concluyó Memme entre risas—. ¿Y ahora qué?

    —¿Ahora…? Ahora, vamos a salir de dudas.

    Los dos empezaron a recorrer las calles en busca de Tyra. El jolgorio y alboroto reinante entre los habitantes hacía más difícil su objetivo, pero finalmente hallaron aquello que estaban buscando.

    Si bien aún se encontraban a una gran distancia, Ashur pudo distinguir la esbelta figura de Tyra entre el conjunto de mujeres que se hallaban ultimando los preparativos de la fiesta. Desde el momento en el que sus miradas se cruzaran unos meses atrás, nada había sido igual para Ashur. Los profundos ojos verdes de Tyra eran lo último que recordaba cada noche antes de dormir y lo primero que le venía a la mente al despertar. De no haber sido por la gran dedicación que empleaba en su trabajo en la cantera, hubiera intentado una aproximación mayor a Tyra, pero consciente de sus obligaciones y responsabilidades, había decidido esperar hasta esa misma fecha. Esperaba que no fuera demasiado tarde.

    Con paso firme y decidido, caminó hacia ella con intención de eliminar en ese mismo momento el interrogante que le carcomía desde hacía ya tiempo. Según se acercaba a ella, notaba cómo los latidos de su corazón se aceleraban hasta el punto de parecerle que estaba a punto de salírsele por la boca. Hasta ese momento, nunca había experimentado una sensación parecida a aquella, y que extrañamente le hacía sentirse vulnerable, dándose cuenta en ese preciso momento que nunca había recibido una negativa a cualquiera de sus pretensiones en el pasado. Sin embargo, aquella nueva sensación de indefensión no le disgustó.

    Al verle acercarse, el grupo de mujeres se fue abriendo poco a poco, dejando ver, por fin en toda su plenitud, la belleza que atesoraba Tyra.

    Con diecisiete años recién cumplidos, las tareas que Tyra tenía encomendadas en la comunidad eran las de, junto con otras mujeres, encargarse de la alimentación y cuidado de los caballos. Así fue como precisamente conoció a Ashur un día en el que él mismo fue al establo a dejar a Nirván, su precioso caballo color negro azabache.

    Sin duda, aquel encuentro sorprendió a ambos, aunque por razones bien diferentes. Ashur jamás hubiera imaginado que una mujer de aquella belleza sin parangón pudiera encargarse de una tarea tan dura y sucia como aquella; es más, se extrañó que una mujer así incluso pudiera pertenecer a su poblado y le hubiera pasado inadvertida hasta aquel preciso instante. Por otro lado, Tyra se sorprendió que el mismísimo hijo de Tanis se presentara en los establos llevando de la mano a su caballo, en un gesto que demostraba el amor que sentía por él y que hasta entonces no había observado en otro jinete.

    Cuando por fin llegó frente a ella, Ashur se inclinó ligeramente hacia adelante al tiempo que tendía su brazo derecho. Tyra, sin saber qué hacer o decir, y mirando nerviosa en todas direcciones, le pidió que, por favor, se incorporara.

    —Sería para mí un gran placer que me acompañarais esta noche y compartierais la cena junto a mi familia.

    Tyra, sabiendo que aquello significaba algo más que compartir una cena, buscó la mirada cómplice de su madre. Sura, con una leve sonrisa en sus labios, inclinó lentamente su cabeza a la vez que recibía de forma casi automática las felicitaciones de las mujeres que se encontraban junto a ella.

    Poco tiempo más tarde, Ashur y Tyra se encontraban sentados junto al resto comensales con quienes compartirían el resto de la velada. Además de Tanis y Norgaal, que ejercían de anfitriones, también figuraban entre los invitados Belenkor, lugarteniente de Tanis y responsable máximo de que reinara el orden en Göbekli Tepe. Era muy temido en la comunidad debido a que empleaba toda clase de medios para lograr sus objetivos y satisfacer las necesidades y exigencias que demandaba Tanis. Junto a él, se encontraba su esposa Arthis, quien siempre aparecía en un segundo plano aparentemente sumisa, pero era quien en realidad llevaba las riendas de su relación, además de ser la mejor consejera de su marido.

    De todos era bien sabido la afición de Belenkor por las mujeres y de las artimañas que empleaba para conseguir sus favores, gozando, además, de la complicidad de su mujer Arthis, que en numerosas ocasiones se unía a los excesos que cometía, siendo ella incluso quien le proporcionaba las jóvenes más bellas para calmar los más perversos instintos de su marido.

    También estaba presente Asemud, el escriba del poblado, que además de ser la persona más anciana del lugar, era a sus casi sesenta y cinco años una de las persona más respetadas, si bien, no solía aparecer en actos públicos, no por desdén ni mala educación, sino por estar siempre ocupado llevando un registro de casi todo lo que allí sucedía. Su retribución, como la mayor parte de la gente que ofrecía sus servicios a la comunidad, consistía en grano para llenar la escudilla, aceite para el uso de las lámparas y pieles para abrigarse.

    Junto a él se encontraba Memme, que siempre aprovechaba los encuentros con Asemud para informarse de todo lo que ocurría en el poblado y que se le escapaba cuando pasaba largas jornadas junto a Ashur en la cantera.

    Así pues, los ocho comensales se sentaron formando un círculo alrededor de las pieles de gacela que se habían colocado cuidadosamente en el suelo, mientras aprovechaban los bancos exteriores de las construcciones para sentarse sobre ellos y utilizarlos como respaldo si se decidían a sentarse en el suelo.

    Para romper el hielo, pues la presencia de Tanis siempre imponía el mayor de los respetos y temores, el atarantado Memme inició la conversación.

    —Un poco más y hoy hubiéramos tenido que celebrar otro tipo de acontecimiento… —dijo con aparente desinterés mientras sorbía lentamente de su copa y escrutaba a todos los allí presentes cerciorándose de que había captado la atención de todos ellos.

    —¡A ver qué historia es esa! —respondió Norgaal, acostumbrado a este tipo de intervenciones que solía tener Memme y a las que nadie prestaba atención más allá de las risas que provocaba en esos momentos.

    —Pues veréis —continuó Memme ya sabiéndose el centro de atención—, hoy hemos estado a punto de celebrar la llegada de la primavera, por una parte, y la despedida de este mundo de Ashur, por otra.

    Para cuando terminó de relatar los hechos que habían ocurrido en la cantera y que casi le habían costado la vida a Ashur, la cara de todos los oyentes fue de alivio por no haberse consumado la tragedia. Sin embargo, la expresión de Tanis fue otra. Su mirada mostraba una furia reprimida que solo Belenkor supo adivinar.

    —Pero eso no es todo… —continuó Memme explicando mientras reía—. ¿A que no sabéis qué hizo el bueno de Ashur? —Sin tiempo a que nadie respondiera, comentó al resto de los presentes que no solo no había castigado al causante del accidente, sino que le había premiado con un mejor cargo en la cantera—. Ahora, cuando alguien quiera mejorar su posición en la cantera, ya saben lo que tiene que hacer… —concluyó entre risas.

    En esta ocasión, Tanis se llevó su mano derecha a la cabeza, girándola levemente hacia la izquierda, buscando la mirada cómplice de Belenkor. Este supo enseguida qué era lo que tenía que hacer.

    Ashur rio por la exposición teatral que había hecho Memme y el tono que había empleado. No obstante, comentó que estaba muy satisfecho de la decisión que había adoptado y que estaba convencido de que había hecho lo correcto.

    Su padre Norgaal, que estaba sentado entre Tanis y él, alargó el brazo y lo colocó en su hombro izquierdo en un gesto de aprobación.

    —¡Bien! —intervino Tanis, queriendo zanjar ese tema—. Dinos, hijo, ¿no tienes nada más que contarnos?, ¿quién es tu preciosa acompañante?

    Ashur se puso de pie de un brinco al tiempo que una enorme sonrisa se dibujaba en su cara, tendiendo su brazo para que Tyra se levantara junto a él.

    —Tengo el placer de presentaros a Tyra, hija de Toku y Sura, y a partir hoy si lo aprobáis, mi compañera.

    De inmediato, todos se levantaron para felicitar a la pareja, pues ello significaba que, en la próxima luna, que tendría lugar veintitrés días más tarde, se formalizaría su unión ante todo el poblado. Sin embargo, Tanis se quedó sentada y pensativa durante todo el alboroto que se produjo en aquel instante. Había observado los tres llamativos lunares que presentaba la joven en su estilizado cuello. Lunares que parecían formar una diagonal imperfecta que cruzaba su cuello de arriba hacia abajo, reproduciendo la misma posición que las estrellas que más admiraban en el cielo y que formaban parte del culto que realizarían el día de la Gran Ceremonia. No creyendo en las casualidades, estaba convencida que se trataba de una señal, y que, sin ser conocedor de ello, su hijo acababa de encontrar a la mejor candidata para llevar a cabo los rituales que deberían sucederse en aquel día tan importante para el poblado. Quedaban apenas catorce días para la celebración, y a pesar de la búsqueda que Tanis había hecho para encontrar a una joven y bella virgen, sus esfuerzos habían sido infructuosos hasta aquella noche por no parecerle ninguna de ellas dignas de un honor tan elevado. Ya no sería necesario raptar a ninguna joven como tenía pensado. Sin duda, y por las miradas que había entre Ashur y Tyra, ella todavía no había conocido los

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