Los primeros homininos. Paleontología humana
Por Antonio Rosas
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Antonio Rosas
Antonio Rosas es paleobiólogo y ha publicado diferentes libros relacionados con su profesión. En este, su primer proyecto personal, investiga la historia de su familia y rastrea en los recuerdos y paisajes de sus primeros años de infancia para que no queden en el olvido.
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Los primeros homininos. Paleontología humana - Antonio Rosas
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Introducción al mundo de los fósiles humanos
En un principio, los primeros estudiosos del fenómeno evolutivo tales como Jean-Baptiste Lamarck, Thomas Huxley, Charles Darwin, Ernst Haeckel y otros muchos apenas disponían de registro fósil de los antepasados humanos con el que documentar y deducir los cambios. Buena parte de sus formulaciones y predicciones (algunas de un alcance extraordinario) procedían del estudio de la anatomía comparada y biogeografía de los primates actuales, así como de la extensión lógica de principios y generalizaciones derivadas de la embriología, la anatomía y la distribución geográfica de otros grupos de animales. Con el paso de los años se fueron desenterrando pruebas que ayudaron a modelar hipótesis y teorías sobre nuestra evolución.
Aunque ni mucho menos de manera lineal, en términos generales el registro fósil humano se ha ido completando en relación inversa a la antigüedad de los restos. Así, los primeros fósiles humanos descubiertos en el siglo XIX corresponden a neandertales y cromañones, con una antigüedad del orden de los 30.000-40.000 años. Poco después, Eugene Dubois encuentra en 1891 restos antiguos de Homo en Java, cuyos representantes más primitivos hacen acto de presencia en la década de los sesenta-setenta del siglo XX. Previamente, Raimon Dart abre la época de los Australopithecus (del griego pithekos, perteneciente a mono o simio) en 1925, y será en el inicio del tercer milenio cuando se destape la posibilidad de encontrar fósiles humanos de edad miocena. Ha sido en las últimas tres décadas cuando el registro fósil humano ha aumentado de forma exponencial. El interés creciente de la sociedad occidental por saber más de ciencia, una mejor financiación (a veces), el aprendizaje del dónde y cómo encontrar restos humanos antiguos y el hallazgo de nuevas áreas fosilíferas redunda en el gran incremento cuantitativo y cualitativo en el conocimiento de nuestra evolución adquirido en las últimas décadas.
El descubrimiento de homininos muy antiguos de más de cinco millones de años (ma) (géneros Sahelanthropus, Ardipihecus y Orrorin), algunos desbordando incluso el ámbito geográfico del este de África, feudo hasta ese momento del origen humano; la descripción de nuevas especies del género Australopithecus (Au. garhi, Au. anamensis, Au. sediba, Au. deyiremeda); la influencia de los descubrimientos de Atapuerca (España) y Dmanisi (Georgia); las nuevas especies de Homo (H. floresiensis) junto al impacto de la paleogenética, con el genoma neandertal y el hallazgo del linaje de los denisovanos, son algunos ejemplos de una mejora extraordinaria en la documentación fósil de la evolución humana. En este libro trataremos de desentrañar el significado de estas evidencias del pasado y sus contextos paleontológicos, así como el sentido de su posición espacio-temporal. Con este fin elegimos para este texto una organización sencilla: seguiremos la línea del tiempo. De lo más antiguo a lo más moderno. Podríamos haber buscado otras formas de organizar los datos, atendiendo a diferentes variables biológicas; por ejemplo, la evolución del cuerpo, la evolución del ciclo biológico, la del incremento del cerebro y sus implicaciones, u otras. Sin embargo, seguiremos la línea del tiempo con el fin de dotar al texto cierta independencia en la lectura de los diferentes capítulos, según el interés circunstancial del lector.
Paleontología
La paleontología es la ciencia de los fósiles. Consecuentemente, la paleontología humana es la ciencia de los fósiles humanos. No es inmediato, sin embargo, poner un límite a lo que consideramos un fósil humano. Un posible umbral corresponde a los restos de los descendientes, por el lado humano, del último antepasado común que compartimos con el chimpancé. Aunque válido, resulta difícil excluir a los fósiles de los hominoideos que están en la ascendencia de los grandes monos antropomorfos (gorila, chimpancé común, bonobo y orangután). Así, en una visión más completa, se incluyen en el ámbito de la paleontología humana a los fósiles de la superfamilia Hominoidea. Con su estudio nos adentramos en el conocimiento de los cambios y los procesos que han modelado el árbol evolutivo de un grupo de primates hominoideos de tamaño grande, de una de cuyas ramas —los homínidos— hemos surgido nosotros.
La paleontología humana también se denomina paleoantropología, en alusión a la vertiente paleontológica de la antropología biológica. En torno a esta disciplina se articula un ambicioso programa de investigación multidisciplinar que trata de construir un modelo coherente de nuestra evolución. Responde, en definitiva, al legado socrático del conócete a ti mismo por la vía de la historia evolutiva y el registro fósil. Dicho esto, conviene resaltar que el estudio de la evolución humana es un ámbito científico aún más amplio. La investigación de los procesos y patrones de nuestra evolución requiere del concurso de un buen número de disciplinas: desde la anatomía comparada, la embriología, la genética, la psicología y sociología, arqueología y etnografía, la medicina evolutiva, y, me atrevería a decir, casi cualquier disciplina de conocimiento. Al fin y a la postre todo lo que somos emerge de un proceso natural, y todas y cada una de las manifestaciones de la vida humana tienen una raíz evolutiva. De este modo, el conocimiento aislado de cada disciplina redunda en el conocimiento de nuestra naturaleza y, por ende, de nuestra evolución. Por todo esto, aunque muchos autores no hacen distinción, en rigor, no es estrictamente el mismo objeto de estudio la evolución humana que la paleontología humana.
La paleontología es la guardiana del tiempo. Y como tal, contiene el acceso a una dimensión de la naturaleza orgánica que escapa completamente a la vivencia humana. Me refiero al tiempo geológico: ese tiempo inmenso más allá de nuestra percepción. Un ejemplo: resulta fácil decir un millón de años, pero es mucho más difícil dimensionar lo que esto significa. La existencia del ser humano está inserta al menos en tres escalas históricas: 1) la propia vida, desde que naces hasta que mueres: la ontogenia. La historia de nuestra individualidad que medimos en décadas; 2) la historia cultural de la civilización a la que perteneces y la de otras afines. Esta escala se mide entre cientos y escasos miles de años. Por ejemplo, el nacimiento de Cristo, la fecha de la Revolución francesa, el inicio y final del Imperio romano o el origen de la escritura; 3) y la historia evolutiva (o acaso historias)¹. La que hace alusión a la génesis de las especies y la posición en el árbol de la vida: la filogenia. La historia de la formación de nuestro grupo zoológico; la que define nuestra naturaleza de primates inteligentes y que se desarrolla en el curso de cientos de miles o millones de años. Aunque las tres historias están entrelazadas, es en esta última escala en la que nos