Remontada
Por Ana Rosa Maza
5/5
()
Información de este libro electrónico
Relacionado con Remontada
Libros electrónicos relacionados
Gladys Liliana Rodríguez: Gladiadora Xeneize (1989/1998) Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa jugada de mi vida: Memorias Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Club atlético Boca Juniors 1953 III: Historia de los deportes amateurs Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl ritmo de la cancha: Historias del mundo alrededor del baloncesto Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesVinotinto & Arepas: Cómo el Fútbol Se Está Convirtiendo en la Religión de Venezuela Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Futbolera: Historia de la mujer y el deporte en América Latina Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEn mi mente sigo jugando futbol: Cuentos de balompié Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCompartiendo la gloria. El testimonio inspirador de siete mujeres futbolistas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSegunda amarilla Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesGanar sin ganar: Nación e identidad en la selección de fútbol de Colombia Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLos Dueños Del Balón: La Historia De Joseph Blatter, Jack Warner Y El Negocio MÁs Grande Del Mundo Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Club atlético Boca Juniors 1953 II: Historia de los deportes amateurs Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFútbol contra el enemigo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5St. Pauli Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesClub atlético Boca Juniors 1953 V: Fútbol: giras internacionales, amistosos y biografías Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesPara gritar, para cantar, para llorar: Mundiales inolvidables Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Platón en Anfield Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Historia mínima del futbol en América Latina Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl fútbol y "la opinática" Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMaradona: Fútbol y Política Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones100 motivos para ser del Barça: (y no ser del Madrid) Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Evidencias y paradojas del fútbol Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesFútbol y anarquismo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Fútbol y política: Conversaciones desde la izquierda Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl secreto del fútbol argentino. Porque surgen tantos genios Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMi Diego: Crónica sentimental de una gambeta que desafió al mundo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesBreve historia del fútbol Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesTerrorismo y deporte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones11 ciudades: Viajes de un periodista deportivo Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl regate Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificaciones
Biografías de mujeres para usted
Luna Bella • La porno-youtuber que escandalizó a México. Una descarnada autobiografía Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Una vida robada Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mujer en Papel: Memorias inconclusas de Rita Macedo Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mujeres poderosas: aduéñate de tu cuerpo, de tu mente y de tus deseos Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El diario de Ana Frank Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Lo que pasó Calificación: 3 de 5 estrellas3/5Contar las cosas como fueron Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMe llamo Ana Frank Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Secuestrada (Kidnapped): Una historia de la vida real Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Escandalosas: 80 mujeres de armas tomar Calificación: 3 de 5 estrellas3/5El despertar de la maternidad: Un recorrido íntimo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5El nudo materno Calificación: 2 de 5 estrellas2/5Perdón (Forgiveness Spanish edition) Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Mujeres bacanas latinas: Si ellas pudieron, nosotras también Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Mujeres silenciadas en la Edad Media Calificación: 3 de 5 estrellas3/5La cirugía que más pesa Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Las damas más inteligentes del siglo XVI Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Yo fui esclava: memorias de una chica oculta Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Atrevidas: Mujeres que han osado Calificación: 4 de 5 estrellas4/5Parches del alma Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesCosas que odio del mundo (y me dan ansiedad): Reflexiones de un milenial sobre la vida, el amor, el trabajo y la muerte Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMujeres bacanas: Si ellas pudieron, nosotras también Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Renaciendo al dolor Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesSin velo: Cómo el progresismo legitima al islam radical Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesLa luz del silencio Calificación: 5 de 5 estrellas5/5Sopa de ciruela Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMas alla de Mis Heridas/ Soy Testigo del Poder De Dios: Mas alla de Mis Heridas Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesMadre! Calificación: 0 de 5 estrellas0 calificacionesEl cielo completo: Mujeres escribiendo, leyendo Calificación: 5 de 5 estrellas5/5La Madre Teresa de Calcuta: Desde los orígenes hasta el reconocimiento Calificación: 3 de 5 estrellas3/5
Categorías relacionadas
Comentarios para Remontada
1 clasificación0 comentarios
Vista previa del libro
Remontada - Ana Rosa Maza
contada.
Prohibido prohibir
Los inicios tienen algo de inconscientes, tanto es así que es difícil determinar en el tiempo el comienzo de algo. Los recuerdos tampoco ayudan a ello, siempre son vagos. No permiten determinar un punto exacto. Ni siquiera la gente que te acompañó en ese punto es capaz de dar una respuesta certera.
Yo no sé cuándo empecé a jugar al fútbol. Mi madre tampoco lo sabe, ni en un ejercicio de máxima voluntad. No sé si esta pesquisa de saber cuándo comienzas algo es tan importante o somos nosotros quienes la hacemos importante. Una de las preguntas más recurrentes entre tus familiares, amigos, conocidos e incluso periodistas que entrevistan a chicas que juegan o han jugado al fútbol es: ¿cuándo comenzaste a jugar? Y si no lo sabe tu madre, ¿quién cojones va a saberlo?
«Desde que recuerdo». Eso decimos la generación de los setenta, los ochenta, la mía, pero también la de los noventa, y la que comenzó a partir del año 2000, aunque estas últimas tienen la ventaja de revisar un pasado más inmediato y capturado por las tecnologías. Lo que no sabemos es lo que había antes del recuerdo. ¿Qué precedió a las primeras instantáneas? ¿Cómo llegamos a tener un balón en los pies? ¿Cómo esa idea se introdujo en nuestra mente, por quién y de qué forma nos fue colonizando hasta construir un mundo propio, casi enfermizo, que no cesa con los años? 24 horas con un balón en los pies o en la mente; de cariño a un objeto que, por su condición esférica, se sabe perfecto.
Hay algo de atracción por su perfección, a unas aristas curvas que atraviesan transversalmente la historia, un no sé qué que nos embelesa. Cada año más niñas son hipnotizadas por un balón; y que dure.
Mi historia comienza como las demás. «No recuerdo cuándo comencé a jugar al fútbol». Ni siquiera creo que supiera muy bien qué era eso del fútbol, mucho menos ahora. Me recuerdo en parvulario esperando a que sonase el timbre para salir corriendo al patio, para formarme en medio de esa pista de cemento rojo junto con mis compañeros y correr detrás del que tenía la pelota. Todos contra todos. Ellos contra mí. Yo contra todos. Paradojas de mi historia, de nuestra historia, la de las mujeres con el fútbol.
Cuatro años se supone que tendría y ninguna contraoferta recreativa llamó jamás mi atención. Quizá tuvo que ver algo mi no diagnosticada hiperactividad. Una buena opción de quemar la energía que me abrasaba por dentro. El colegio fue la oportunidad de satisfacer mi más profundo y único deseo: tocar el balón. En los ochenta, en una casa de familia humilde y obrera, los juguetes eran escasos. Nuestro acceso al ocio era compartido. Cada vecino del barrio contaba con la suerte de «algo» con lo que el resto podíamos jugar y de lo que beneficiarnos. El balón era la suerte de muy pocos, aquellos a los que los padres agasajaban por diferentes motivos o excusas varias.
El balón tardó en llegar a mi casa. Fue casi un milagro. Una historia rocambolesca de un tío mío que se encuentra un balón de cuero —sí, de esos color marrón grisáceo que absorbían el agua de los charcos y podían llegar a pesar el doble— en los exteriores de una cárcel de un pueblo de la provincia de Huesca y se lo regala a mi hermano.
A saber cuál fue la realidad. La localidad donde cogió el balón la conozco con certeza pero, que yo sepa, ahí no hay cárcel alguna. Es posible que, una vez más, los recuerdos me jueguen una mala pasada, que haya un error en la recreación de mi historia que desdibuje a ciencia cierta cualquier posibilidad de inicio. Un error de cálculo que no debería tener trascendencia, un error como aquel que se empeñaban en hacernos creer que teníamos las chicas que jugábamos al fútbol.
Crecí en un colegio público, el típico de barrio, el que te imaginas con sus paredes de ladrillo, sus aulas verdes «matao» tan de moda ahora y el cuadro de serie de un joven rey Juan Carlos soplando la nuca de los profesores. La España de la joven democracia y la libertad, donde lo más justo hubiese sido no tener que escuchar barbaridades por mi mayor pecado: jugar al fútbol.
Era pedir demasiado a personas que habían vivido una dictadura y que se habían educado en la intransigencia moral del catolicismo más rancio, el mismo que practicaba el cura que no me dejó comulgar vestida con la equipación del Barça. Qué daño hubiese hecho yo a nadie más que a mi madre, que sufría con las ideas de bombero que generaba mi amor al fútbol. Y qué gran aporte a mi felicidad hubiese supuesto llevar a cabo mi gran idea hasta el final. Sólo el tiempo y la madurez, por desgracia, se habrían avergonzado de ella.
En muchos de los inicios de aquel entonces casi siempre aparece en el discurso una figura clave que subsistió en la sombra: los hermanos. Hombres destinados a ser los reyes del balón de una casa y que, por el contrario, sufrían la continua sustracción del esférico. Y más que eso. Se convirtieron sin querer en víctimas silenciosas, en sujetos de comparación con sus hábiles hermanas. Esas chicas que habían «heredado» unas capacidades que les debían pertenecer a ellos por defecto histórico. Se conformaron, fueron parte del supuesto error y nos ayudaron a ser mejores. Los niños en su inocencia tenían esa capacidad de moldearse y fundirse con cualquier realidad, hasta que el prejuicio era inyectado en su mente por el adulto.
No fue tan fácil para ellos, los adultos —profesores, vecinos y demás actores sociales de la joven transición—, aceptar la diferencia. Yo jugaba al fútbol porque era lo único que quería hacer. Y no era por joder al personal —algo de lo que a veces se me acusaba—, es que yo tenía un balón 24 horas en mis pies o en mi cabeza. Una obsesión de naturaleza enfermiza. Y qué enfermedad tan placentera. No he conocido otra hasta hoy. Una vez casi muero por la enfermedad pero mi madre, como buena madre, me salvó aun a su pesar.
El famoso balón de cuero marrón grisáceo, que ya estaba hecho trizas cuando llegó —tuvimos que llevarlo a coser al zapatero para volver a darle vida—, daba para lo que daba. No sé si mi hermano, quizás instigado por mí, consiguió un balón de fútbol sala en una de las dos fechas señaladas: Reyes y cumpleaños. Esas eran las dos ocasiones que teníamos al año para intentar alcanzar un objeto de deseo a través de mi tía —que era la «regaladora oficial»—, el rey mago que siempre supimos que no venía de Oriente para no decepcionarnos. Tres años de peleas, rabietas y súplicas es lo que tardé hasta hacerme con un balón… de minibasket. Es lo más redondo y parecido que pude conseguir también a regañadientes, a pesar de que era más «normal» que las chicas jugasen a baloncesto. Fue parte de mi estrategia de aproximación, una secuencia urdida minuciosamente a lo largo de varios años de mi infancia: del balón de minibaloncesto al de basket, a los guantes de portero…, ¡hasta llegar al balón de fútbol! Le metí un gol a mi tía y todavía recuerdo a mi madre echándose las manos a la cabeza cuando aparecí con mi balón.
Nunca un pronombre posesivo tuvo tanto valor.