Legendarium I
Por Varios Autores
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Varios Autores
Autores recogidos en esta antología: Antonio de Pigafeta - Hernando Colón - Alexandre O. Exquemelin - Daniel Defoe - Olaudah Equiano - Washington Irving - James Fenimore Cooper - Wilhem Hauff - Hugh Crow - Daniel Tyerman y George Bennet - Nathaniel Hawthorne - Richard Henry Dana, hijo - Edgar Allan Poe - Charles Dickens - Anthony Trollope - Henry James - Benito Pérez Galdós - Jules Verne - Robert Louis Stevenson - Iván S. Turguénev - Guy de Maupassant - Lev N. Tolstói - Herman Melville - Antón P. Chéjov - Rudyard Kipling - Bram Stoker - Marcel Schwob - Fridtjof Nansen - Stephen Crane - Rainer Maria Rilke - Winston Churchill - Pío Baroja - Joshuea Slogum - Emilio Salgari - Emilia Pardo Bazán - William H. Hodgson - Jack London - Richard Middleton - Maksim Gorki - Saki - Joseph Conrad - Franz Kafka - Liam O'Flaherty - Francis Scott Fitzgerald - Ernest Hemingway - Roald Dahl.
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Legendarium I
Legendarium I
Cuentos de fantasmas,asesinos y sacamantecas
ANTOLOGÍA COMPILADA POR JAVIER PELLICER Y RUBÉN SERRANO
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Titulo: Legendarium I
Autores: ©2012 Ivan Mourin, ©2012 David Jasso, ©2012 Ángel Villán,
©2012 Pedro L. López ©2012 Nuria C. Botey, ©2012 Tony Jiménez,
©2012 Anna Morgana Alabau
Reservados todos los derechos. El contenido de esta obra está protegido por la Ley, que establece pena de prisión y/o multas, además de las correspondientes indemnizaciones por daños y perjuicios, para quienes reprodujeren, plagiaren, distribuyeren o comunicaren públicamente, en todo o en parte, una obra literaria, artística o científica, o su transformación, interpretación o ejecución artística fijada en cualquier tipo de soporte o comunicada a través de cualquier medio, sin la preceptiva autorización.
ISBN Papel: 978-84-9967-383-7
ISBN Digital: 978-84-9967-384-4
Depósito legal Papel: M-16920-2012
Fecha de publicación: Mayo 2012
Realización de e-Pub:produccioneditorial.com
Índice
Portada
Portada interior
Créditos
Prólogo
¿Quién duerme bajo tu cama?
El teléfono
El loco del bisturí
La masía
La Virgen de la Paloma
La estaca
Mariquilla
Sobre los autores
Fragmento de Monólogo de un canalla
Fragmento de Desafiando a Hitler
Fragmento de Redes de pasión
Prólogo
Un legendarium o legendario es un compendio de leyendas, es decir, un repertorio de esas historias fantásticas o imaginadas que se cuentan como si hubieran ocurrido de verdad y que forman parte de la cultura popular. La leyenda es una narración tradicional que incluye elementos ficticios, a menudo sobrenaturales, la cual se transmite de generación en generación, sufriendo con frecuencia en ese proceso supresiones, añadidos y modificaciones, especialmente para adaptarse al espacio y al tiempo al que pertenecen el narrador y su audiencia.
La leyenda suele estar ligada a un elemento preciso, que se integra en el mundo cotidiano o la historia de la comunidad a la que pertenece. A diferencia del cuento, la leyenda sucede habitualmente en un lugar y un tiempo reales, reconocibles por el oyente o lector, aunque eso no quita para que se incluyan elementos fantásticos.
Las leyendas nacen con el hombre primitivo y su necesidad de dar una explicación a los misterios del universo de una forma inteligible para su mentalidad. A tal fin, aparecieron leyendas que eran expresiones de las creencias y sentimientos humanos, y no una mera invención recreativa. Al igual que los mitos, tenían un sentido religioso. No se relataban para entretener ni divertir, sino para transmitir un conocimiento fundamental.
Fruto de la invención de un individuo, las leyendas eran adoptadas posteriormente por otros y ampliadas con nuevos detalles para llenar los huecos. Si se extendían y eran importadas por otros pueblos, se adaptaban a su medio hasta acabar considerándose como propias.
Pero el término legenda no aparecería hasta la Edad Media, y sería para designar las vidas de santos, más o menos fantaseadas, que habían de ser leídas en los círculos monásticos. Y sólo más tarde, con el romanticismo, se identificaría la leyenda y su formación popular con su particular idea de la historia, entendida esta como «manifestación del espíritu de un pueblo que ennoblece su edad heroica».
En la actualidad, la leyenda constituye un género narrativo concreto que actualiza —o inventa— una mentira literaria preexistente.
Las leyendas son testimonio vivo de la historia y del saber popular que integran el acervo folclórico.
Hay temas recurrentes dentro de las leyendas, que se repiten en relatos de diferentes culturas, como es el caso del diablo, tesoros o determinado tipo de personaje, sufriendo algunas variaciones en su contenido.
En el caso concreto de las leyendas en España, estas mezclan tradiciones muy disímiles, de procedencia celta, ibérica, romana, visigoda, judía, árabe... Por ello, se trata de uno de nuestros más importantes bienes culturales, herencia de la memoria de un pueblo multicultural como es el español.
La abundancia y variedad de las leyendas de nuestro país es tal que sería absolutamente imposible recogerlas todas en un único volumen. No obstante, diferentes autores hemos querido hacer nuestro particular homenaje al legendarium español a través de diferentes relatos basados en leyendas tradicionales de nuestra piel de toro.
Así, en el presente trabajo ofrecemos nuestras propias versiones —y visiones— de diversas historias pertenecientes a diferentes regiones de España, recogidas de punta a punta, desde Cataluña hasta Andalucía y desde Galicia hasta Baleares, abocándonos no sólo a las leyendas populares sino también a aquellas narraciones que se escuchan cotidianamente en la ciudad. Y es que también hemos querido tocar alguna que otra leyenda urbana, esas historias que forman parte del folclore contemporáneo y que, a pesar de contener elementos sobrenaturales o inverosímiles (generalmente emparentados con algún tipo de superstición), se presentan como crónica de hechos reales sucedidos en la actualidad.
Con todo ello hemos compilado una antología de relatos que pretende seguir alimentando el imaginario popular con historias fabulosas, cargadas de misterio. Pero, a diferencia de las auténticas leyendas, las nuestras no pretenden explicar nada ni están al servicio de las creencias de la sociedad. Sólo buscan proporcionar una nueva vuelta de tuerca a algún tema ya existente, trastocando deliberadamente la historia original en la que se asienta para dar paso a una nueva versión. Y todo ello con un fin meramente recreativo, para entretener y divertir al lector con nuevas mentiras literarias que, sin embargo, recobran el verdadero origen etimológico de la palabra leyenda: obras para ser leídas.
En este pequeño muestrario hay historias de fantasmas y espíritus atormentados, de brujas y vampiros, de seres malvados, de lugares encantados y sucesos sobrenaturales, de misterio y horror, de amores imposibles… Son relatos fantasiosos cargados de elementos imaginativos, cubiertos de matices y siempre adornados con el fino velo de la fantasía, en los que cada autor, abriendo la puerta a la inventiva, ha sabido dotar a su texto de su propia impronta personal. Esa es la magia de la literatura.
Ojalá que estas narraciones sobrevivan igualmente al paso del tiempo y, algún día, sean también leyenda.
Hasta entonces, sólo esperamos que las disfrutéis.
Javier Pellicer y Rubén Serrano
¿Quién duerme bajo tu cama?
Ivan Mourin
El llanto del niño inundó la noche, y el grito que lo acompañó desgarró a esta, como el siseo de la hoja mellada de acero que había cercenado su garganta, bañándola de un fluido cálido y negro. El gorgoteo que manó de su boca fue aún peor que el chillido, y aun así, nadie en el edificio escuchó nada. Dormían, aunque siempre habrá quien dijo que se hicieron los dormidos.
—Esto es una mierda —protestó Elena, dejando caer una caja a la entrada del piso.
—Cuida esa boca, niña —le reprendió Haritz, cruzando el umbral de lado, cargando otras tres cajas el doble de grandes que la que ella llevaba encima.
—Lo siento —puso los ojos en blanco, resoplando—. Estoy cansada, y las manos se me están llenando de mier…
—¿Esa es la única palabra que te han enseñado en el colegio? —Reprimió una sonrisa, abandonando la carga junto a la cocina—. No necesitas protestar más; estas son las últimas.
—Papá, tienes que prometerme que no nos mudaremos más —se rebeló ella—. Luego te quejarás si tengo problemas de espalda.
—A mí tampoco me hace gracia estar cambiando de piso cada dos por tres. Pero creo que este es el definitivo. Me da buenas vibraciones. —Alzó los brazos, entusiasmado—. Es todo lo que necesitamos: céntrico, acogedor, y grande, que es lo más importante. ¿Has visto lo bien que ha quedado el despacho? Los pacientes se sentirán mucho más cómodos que en aquel cubículo donde los atendía. ¿Te acuerdas que a uno le entró claustrofobia?
—Pero eso es normal, papá. —Empujó el embalaje con el pie hacia el interior y cerró la puerta, una pesada pieza de madera maciza de casi tres metros con filigranas modernistas y una gran mirilla corredera de metal dorado—. Tratas con tarados.
—Si alguna vez estudias psicología, cambiarás tu forma de ver las cosas.
—Lo que tú digas. —Pasó la cadenilla del cerrojo. Eso le extrañó; nunca lo habían tenido en ninguna de las viviendas anteriores, pero lo hizo impulsivamente. Se encogió de hombros—. Me voy a mi cuarto —carraspeó—, el nuevo.
El hombre no respondió. Desenvolvía el papel marrón que protegía a un cuadro, un óleo sobre tabla, la réplica de una pintura de Goya, Casa de locos. Esbozó una sonrisa al entrar en lo que sería la consulta en pocos días. La pintura naranja con efecto óxido de las paredes le daba una nota vanguardista, con el escaso mobiliario oscuro haciendo contraste: un escritorio de principios del diecinueve con tapete de piel verde, ribeteado con hilo dorado, un sillón de piel marrón con tachuelas forradas del mismo material, dos sólidas sillas tapizadas en terciopelo negro, una estantería estrecha, pero alta hasta el techo, decorada con tratados a los que apenas echaba mano, y un diván de teca y piel gris, de patas combadas, que había comprado en una casa de antigüedades de la calle Avinyó y restaurado con un cariño especial, y la velocidad de un patoso.
El timbre de la puerta interrumpió su decisión de dónde colgarlo.
—Ya voy yo —voceó él, sabiendo de sobras que su hija no haría el esfuerzo de adelantársele. Debía de ser el transportista de la colchonería, que había llegado antes de tiempo.
El estómago se quejó de hambre ante el aroma a vainilla y limón del bizcocho esponjoso que sostenían unas manos de dedos nudosos sobre un plato de vidrio amarillo. En el rellano aguardaba una anciana menuda con una cordial sonrisa que estiraba las arrugas de la papada y marcaba la de los pequeños ojos acuosos, cuyo color era difícil de reconocer. La redecilla negra que le cubría la cabeza protegía tres hileras de rulos rosas sujetos al pelo cano con pinzas de metal, a juego con la bata afelpada de cuadros bordados y las zapatillas de talón descubierto.
—Buenos días —saludó la mujer con voz aguda y pausada—. Soy Catalina, la vecina del piso de abajo.
—Buenos días. —Pensó en darle la mano, pero temió por el bizcocho. Sería una lástima si el plato se volcase y aquel dulce se deshiciera en miles de partículas tiernas que se pegarían al terrazo marrón—. Me llamó Haritz.
—Encantada —le entregó el plato—. Le traigo esto como bienvenida. Le he escuchado varios días mientras traía cosas, pero no he podido acercarme antes. Ya sabe, la salud de una, con la edad que tengo, es como una lotería: el día que te levantas de la cama, puedes sentirte afortunada.
—No tenía que haberse molestado —agradeció el hombre, pero sus tripas decían todo lo contrario—. Respecto a la mudanza, si hay alguna hora en especial en que le moleste…
El rostro de la mujer cambió de repente. La sonrisa desapareció, descolgándose la piel del cuello como el pellejo de un pavo. Ahora sí que era reconocible el color de los ojos, un finísimo aro verde desvaído rodeando la pupila grande y negra, y escudriñaban por encima del hombro de Haritz.
—Ah, ella es mi hija, Elena —le presentó él a la anciana.
La sonrisa regresó a la boca de Catalina, ampliándose hasta mostrar el borde de la raíz de la dentadura postiza.
—Qué hija más guapa tiene —apuntó, estudiando con los pequeños ojos el anguloso rostro de la niña, su cabello negro, largo y liso.
—Muchas gracias —dio un leve toque con el dorso de la mano a Elena, y susurró—: Saluda.
—Oh, no se preocupe —se adelantó la vecina, volviéndose hacia el antiguo ascensor enrejado—. Bueno, no les molesto más, que tendrán faena.
—¿No le apetece tomar un café? —Haritz alzó el bizcocho hasta la barbilla.
—Otro día lo aceptaré. —Abrió la cabina del aparato, y dijo desde el interior—: Tengo la comida en el fuego.
—¿Qué clase de educación te he enseñado? —le reprochó el padre a la niña una vez cerrada la puerta del piso.
—Me ha pillado por sorpresa —se excusó ella—. Daba un poco de repelús, ¿eh?
—Elena —la regañó, camino de la cocina.
—¿No lo has notado?
—¿El qué?
—Cómo me ha mirado. —Se sentó en uno de los dos taburetes de la barra americana—; y olía raro.
—Era lavanda —respondió él, tomando un cuchillo y hundiendo la punta en el centro del postre—. A mucha gente mayor le gustan los aromas suaves y naturales.
—Sé cómo huele la lavanda; la abuela tiene los armarios llenos —cogió una miga desperdigada del primer tajo del bizcocho y se la llevó a la boca—. Y esa vieja apestaba a algo más fuerte, a rancio.
—¡Qué cabrona es esa tía! —renegó Jessi, sacando un paquete de cigarrillos de la mochila—. Nos ha cargado bien la semana de deberes.
—Ya te digo. —Elena cogió uno y esperó a que su amiga le diera fuego—. La muy guarra se ceba de lo lindo. Me molaría ver si ella sabría hacerlos, porque lo único que hace es copiarlos de los libros.
—Y le pagan por eso. —Soltó una bocanada de humo que ascendió por las escaleras hasta perderse en la oscuridad, pocos peldaños por encima de ellas—. ¿Has visto qué guapo está el Luismi? Sería