Los incas
Por Bernard Baudouin
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Los incas - Bernard Baudouin
EDICIONES.
Prólogo
Desde tiempos remotos, la fe ha sido inherente al hombre. Una fe con mil caras, que ha respondido a múltiples costumbres, desde la más ínfima a la más extrema. En todos los continentes y en todas las épocas, las creencias han ido solidificando los contactos entre individuos y comunidades. En cualquier lugar, la fe ha acercado a los hombres y ha hecho progresar a la humanidad. Su principal función ha consistido en poner de manifiesto la búsqueda mística que todo ser humano lleva en su interior, esa sed insaciable de encontrar una dimensión perdida, esa espera obsesiva por el regreso de lo esencial, esa necesidad fundamental de respuestas, más allá de lo material, para asumir los rigores de la existencia de la mejor manera posible.
Era inevitable que la fe encontrara su expresión ideal en una espiritualidad «resplandeciente» que ofrece tantos matices como etnias, países y lenguas existen, como si se tratase de una sorprendente paleta de pintor de una riqueza inconmensurable en la que se mezclan rituales y secretos, dogmas y prohibiciones, oraciones salmodiadas y silencios meditativos. Siempre, en cualquier momento y en cualquier lugar, un mismo fervor ha conducido a los hombres hacia su dimensión sagrada. En cualquier época, como si se tratara de un reportaje con múltiples facetas, borrando fronteras y barreras, en ese lugar atemporal donde no existen imperativos materiales, económicos y políticos, el hombre ha sabido volver a conectarse con lo esencial sólo mediante la fuerza de su fe. Cada obra de esta colección es una aventura, una búsqueda de la luz, una proyección de una época, un acercamiento a la espiritualidad y al arraigo de lo concreto y lo más inmediato. En pocas palabras, cada libro es la historia de una gran corriente de esa fe que habita en el hombre desde siempre.
Sea cual sea la época por la que uno se interese, sean cuales sean los hechos hacia los que nuestra mirada se dirija (una parte de la historia, una corriente de pensamiento o un simple acontecimiento), nada aparece aislado sino que afecta y se ve afectado por su situación en el tiempo y en el espacio. En consecuencia, intentar comprender un hecho histórico pasa obligatoriamente por situarlo en un mosaico de circunstancias y acontecimientos dentro de un contexto general que, aunque no lo explica todo, al menos acota con una auténtica agudeza lo que ansiamos sacar a la luz.
Nadie puede percibir la importancia de una creencia, una religión, una filosofía o una doctrina sin situarla en la vida de un pueblo, sin examinar el soplo de cotidianidad que le da su verdadera dimensión. Los detalles sólo tienen valor si se sumergen en su propio universo.
Por esta razón, nos proponemos acercarnos lo máximo posible a las costumbres de la época presentada en cada obra, respetando un marco histórico fuera del cual cualquier presentación coherente sería ilusoria.
Introducción
Un día, después de estar muchos años viajando, necesité hacer un alto en el camino. Nos encontrábamos todavía en tiempos oscuros y lejanos; las naciones forjaban poco a poco su futuro, la mayoría de las veces mediante la fuerza y no con el uso de la razón.
Hacía unos años que había abandonado a mi maestro y me alimentaba ávidamente de todo lo que encontraba. Había aprendido mucho de la sabiduría de ese ser notable, pero lo que iba descubriendo ahora, día tras día, me maravillaba. Mucho más allá de las palabras, de las grandes ideas filosóficas y del saber de los antepasados, la vida se me presentaba como un libro abierto en cuyas páginas se alimentaba mi espíritu. Eso pensaba mi maestro cuando me dijo que estaba preparado y que lo que en adelante necesitaba era recorrer el mundo. Como siempre, supo cuándo había llegado el momento.
Ahora ya ha pasado mucho tiempo. Mis viajes me han llevado a lugares donde los hombres, mejor o peor, han intentado convertir su mundo en un universo de paz y prosperidad. Muchas veces he atravesado el tiempo como atravieso los océanos, he escalado montañas, he escuchado el furor de los elementos y he descubierto pueblos y civilizaciones, fervores y renuncias, pero siempre me ha guiado una única idea, una frase de mi maestro que se repite de forma obsesiva en mi mente: «Ganador o perdedor, buscador o errante, devastador o penitente, sabio o renegado, el hombre es un ser de luz, pues tiene la marca de los dioses. Por eso nunca deja de creer y esperar. Vayas donde vayas, hagas lo que hagas, escúchalo, míralo, dale tu calor y tu consejo; así crecerás».
Hoy me toca a mí ser vuestro maestro. Seguid mis pasos. Tomad mi mano. Escuchad y mirad. El tiempo se diluye, sólo importa lo esencial...
Primera parte
DEFINICIÓN
Prólogo
a la primera parte
El conocimiento del hombre no tiene límites, del mismo modo que el viaje en el tiempo es cualquier cosa menos una casualidad.
Dejarse llevar por el paso del tiempo, verse «aspirado» hacia una época o integrar los usos y costumbres de otra civilización significa la emergencia en nuestra conciencia de una parcela de humanidad que, después de haber estado sujeta a la gran historia de los hombres, encuentra de repente una consistencia casi material.
También es despertarse de repente en otro tiempo, en otros lugares, en otros ambientes, en otros contenidos sociales y políticos. Parece un sueño o un renacimiento en otro cuerpo, con la diferencia de que no es el individuo el que dicta el juego, sino la Historia. De actor en la cotidianidad se pasa de repente a espectador atento, privilegiado, inmerso en todas las esferas de esa vida en otro lugar, desde los secretos de los más altos poderes hasta los detalles de los componentes más ínfimos.
Volver a abrir los ojos al regresar de un viaje por el tiempo significa, en primer lugar, acabar con la vida de oscuridad, pero también, y sobre todo, es entrar en otra dimensión de la vida, de lo humano, de lo inmediatamente comprensible, sin preocuparse por las barreras temporales o espaciales, ya que si observamos de cerca a esos hombres y mujeres, con sus esperanzas, sus creencias y sus expectativas, presos en las contingencias de su siglo, vemos que no son más que un reflejo lejano de sí mismos, de esas aspiraciones y esos impulsos propios de cualquier época, más allá de las coordenadas de tiempo y espacio.
Una fotografía. He aquí lo que es un viaje de ese tipo: una instantánea que refleja en pocos trazos una profusión de matices, un sinfín de personajes y circunstancias que, más que verlos, adivinamos, un pedazo de vida aislada, un breve instante de la larga continuidad de la evolución humana detenida en una imagen.
No podríamos percibir en su totalidad la dimensión que constituye ese tiempo si no nos permitiéramos el lujo de escuchar, de dejarnos impresionar por el espectáculo, a menudo duro, de una civilización en marcha que busca un universo propio sin dejar de moverse y condenada a un cambio perpetuo, ya que, no nos equivoquemos, detrás de la mirada escrutadora del «buscador» de espacios, de mundos lejanos y diferentes, no hay, en definitiva, más que la necesidad de comprender, de observar para saber, de acercarse a los demás para conocerse mejor a sí mismo. Se trata de una sed insaciable de lo absoluto que busca por todas partes e insistentemente qué sentido dar a la existencia...
El contexto histórico
Una vez realizado el viaje, basta con abrir los ojos para que la luz nos acometa instantáneamente y dibuje enseguida el contorno de las cosas. Un sol en su cenit, brillando como mil fuegos, hace que cerremos los ojos.
Sólo cuando nos hemos habituado a esa repentina luminosidad aparece el decorado que hay a nuestro alrededor y nos deja boquiabiertos: bajo un sol de plomo, altas montañas con crestas abruptas cubiertas de verdor nos rodean y se extienden hasta donde nuestra vista no alcanza. El cielo es de un azul límpido, la frescura del viento traiciona la altitud. En la lejanía se perfilan nieves perpetuas. Bienvenido al corazón del continente sudamericano, al universo fascinante de la cordillera de los Andes.
Nos encontramos en el año 1200 después del nacimiento, en un lejano país que los hombres de aquí ni siquiera imaginan, de ese personaje que en otros lugares llaman Jesucristo. Aquí, en los Andes, los elementos naturales están muy presentes, aliando en una mezcla compleja y grandiosa montañas escarpadas y altiplanos ventosos; hacia el este confluyen una estrecha llanura costera y las extensiones infinitas del océano Pacífico, mientras que al oeste se extienden los bosques tropicales de la Amazonia. En estos tiempos remotos, la naturaleza no es sólo bella y salvaje, también es dura. Así, el clima resulta difícil: en las alturas de la cordillera andina suele ser frío y seco, casi ártico. Sin embargo, desde hace milenios, hay pueblos que la habitan (en ocasiones, algunos se han establecido a más de 3.000 m de altitud) perpetuando las costumbres de sus antepasados con los mismos gestos inmutables.
Los primeros habitantes llegaron hace ya más de catorce mil años; eran nómadas que deambulaban en pequeños grupos por la costa central de Perú, motivados únicamente por la búsqueda de bayas, raíces y caza. Con el paso de los años, el retroceso de los glaciares andinos y la desertización que ocasionó obligaron a estos esbozos de sociedad a establecerse en las desembocaduras de los ríos, en el lado occidental de la cordillera. A medida que las sociedades fueron desarrollándose, sus necesidades aumentaron, provocando que algunos grupos buscaran un complemento de recursos en el cercano océano.
Hacia el octavo milenio a. de C., se formaron varias colectividades en el interior del actual Perú que se instalaron en las cuevas del centro y sur de la cordillera andina.
Hay que esperar hasta el año 4500 a. de C. para que la domesticación de animales como el conejillo de Indias o la llama fuera una práctica habitual. La llama adquirió muy pronto una importancia enorme en las economías locales, tanto como bestia de carga como por su lana y su carne.
Las primeras experiencias agrícolas, que aparecen entre los años 4000 y 3000